UTIIilDAD. IliDSTRACIOIV. BARATCRA. LA SEMANA. LECTURA DE LAS FAMILIAS. NUEVA PUBLICACIÓN EN ESPAÑA. — SALE UNA ENTREGA CADA DOMINGO. SE SDSCRIBE EN BARCELONA ENTREGA 44. En la librería de J. VERD»OÜEII, Rambla frente al Liceo; y muchas otras librerías de la Ciudad. Toda correspondencia se dirigirá franca á los Editores do LA SEMANA , en la Librería de Joaquín Verda^rucr, Rambla, n. o , Barcelona. El propiedad. PRECIO. En BARCELONA , por 4 entregas llevadu á domicilio 9 rí. Fuera de Barcelona, id. francas de porte. S re. Se pone sentado detras de la puerta . y se apodera del oro luego que la mano lo arroja. (Fág. 345, col. 1'.) SUMARIO. VA M a l d e I n B e r n o , por PABLO FEVAL. — ASTROLOGIA : fil número atete. EL MAL DE INFIERNO, POI\ PAULO F E V A I . . (Conlinuac¡))n.) — Una mañana, continuó la Chaumel, estaba llorando en ol lecho , porque hacia tres dias que mi marido no habia vuelto á casa, y te habia dado la noche anterior el último pedazo de pan... De pronto üi rumor de pasos furtivos cerca de nuestra cabana... Aun no habia a-soniado el dia y sin embargo no tuve miedo. Una rasa donde no hay nada no está espuesta ii ladi'oiies! Una persona lle;;ó hasta la puerta , y vi asomar poi' la ancha hendidura que liay en el dintel una rosa blanca, y oi un ruido estrañü y sonoro. Las lágrimas ilan visiones como el sueño , y me v.olvj al otro lado de la cama creyendo que soíiaba. Asonni el dia y me levanttj para trabajai , pei'O cual l'iie mi asomljro viendo en el suelo una moneda de oro de ochenta libras I... . l'iquenel lanzó una esclamacion de asombro y añadió para si: — Oh ! Marieta ! Mariela ! Le anonadaba la idea de la miseria , pero adoraba , hundido en una especie de bienaventuranza, la nueva auréola que resplandecía de pronto en la (Vente de .Mariela. No puede afirmarse que hubiera somleadp nunca el abismo que le separaba de su ilusión , ni que aquel culto esti'año que rendía á la heredera de Noyal tuviese ninguno de esos caracteres del amor que desea y espera. Sin embargo, las ilusiones de un niño se confunden tan pronto entre las nieblas de lo imposible! Aquella limosna le arrojaba á un abismo tan profundo que ni el mas ardiente delirio podia enseñarle ya las gradas que subían hasta la puerta de sn paraíso. — Una hermosa moneda de oro ! repitió la Chaumel suspirando; es decir, pan para muchos dias. — ¿Y no ha vuelto mas? pregunto Piquenet con ansiedad. — El desconocido ha'vuelto con tanta frecuencia , que con el oro que ha entrado por debajo de la puerta podríamos haber construido una hermosa casa; pero tu padre , vienilo que no nos faltaba el pan , quiso saber de domle salia. Ha descubierto la piadosa estratagema del protector desconocido, y ya no se queda fuera de casa. Está ile acecho ; cuando oye los pasos misteriosos, se levanta , se pone sentado detrás de la puerta, y se apodera del oro luego que la mano lo arroja... — ¿ Y no habéis mirado nunca, madre mia, dijo Piquenet intPiTunipiéndola , porque esperaba oir el nombre de Mariela, no habéis mirado por la ventana para conocer la mano angelical ?... — Dios la bendiga ! esclani'ó la Chaumel akando al cielo sus llorosos ojos; noble y bondadosa niña! Piquenet repitió la bendición desde el fondo de su alma. — i Dios bendiga á su padre ! añadió la Chaumel ; ¡ Dios bendiga á su hermana y á cuantos ama! Oh! si... la he visto lanzando en torno suyo inquietas miradas, ocultando su acción como otros sus faltas. La he visto cruzar, ligera y hermosa . hasta la puertecita del jardín, hollando sus pies el suelo mojado de rocío... — Luego es ella! esclamó Piquenet sin poderse contener. — ¿Quién?... preguntó la Chaumel cuyos ojos se secaron y femaron una espresion de inquietud. — La señorita de Noyal, respondió Piquenet conconfuso y ruborizado. — Hay dos señoritas de Noyal, dijo la Chaumel con cierto énfasis. No lo ignoraba Piquenet, pero la comparación entre Mariela y Blanca le ofendió como una blasfemia. — Oh! dijo con acento de seguridad... hablo de la mayor. — Pues yo hablo de la otra, respondió lentamente la pobre ninger. Piquenet inclinó la cabeza. ~ Blanca es el ánc;el que vi! añadió la Chaumel; la que venia con sigilo como la misericordia divina ! Sí las oraciones de una pobre madre pueden algo, Blanca será muy feliz en la tierra y en el cielo. l'iquenel pensaba: — No es ella la que me hace limosna. Y tal vez añadía el niño en su delirio ; — Mejcr! 44 3 ÍG. LA SBMANA. «f Badabrux con i,n|j)orti!na vivacidad qu(! no he diacion siijo tan dio vétele y iwve <§§ toda la solo g|la parropia J» Sun EsteSiii. .. Y«(#)hay CQBtar á San seis . #anrroquiai cnnes "" Hilliér. — Seis veces veinte y nueve , dijo el señor de laGuertho, ffiiessoo..." — Ciento setenta y cuatro , añadió Cardabrux que se cruzó de manos delante de su plato. — A este paso, dijo Poilvern, jio puede durar mucho la epidemia. — ¡ Ciento setenta y cuatro en un dia ! repetían las damas; ha llegado el fin del mundo. Mariela tenia los ojos bajos y un ligero estremecimiento agitaba sus labios. — Caballero, buenos postres nos dais! esclamó el marqués encolerizado. ¿No podíais hablar de cosas mas agradables? , — Este caballero' pedia al menos ser menos exagerado, dijo Lacuzan con voz sonora rompiendo el silencio que'había guardado desde que estaba en la mesa. — Me parece , conde, respondió Badabrux^ picado, que el secretario del omspo debe saber... y que es persona formal para... CAPITULO VII. —Mi ayudíí de cámara, dijo Lacuzan ¡nterrum" Trlun'o de Piquenet. piéndole, llegó ayer al castillo de Grail diciendo que hablan enterrado trescientas personas la noche Cuando Lacuzan volvió de su espediclon , habia anterior... Perdonad, señora; el fin de mi histoprincipiado la comida y estaba desocupado su asien- ria es mas veridicoque el principio .. Estoy obserto. Hablan reparado en su ausencia , pero las da- vando ase terrible, mal de mfierno, porque las primas tenían apetito y no estaban aun de humor para meras victimas han sido mis pobres almadreños del hablar. bosque de Rennes. — Sois en todo eslraordinario, señor de Lacu— Y sabe Dios cuantos habéis salfido, Lacuzan! zan , dijo el marques; habéis llegado el primero y dijo ÁÍberto de Coetlogoncon calor; si; tenéis desois el último en sentaros á la mesa. recho de hablar del mal de infierno. — Dignaos es( usarme, señor marques, responBlanca dio las gracias á Alberto oon la mirada y dió Lacuzan ; un negocio de cierta importancia... un tinte rosado volvió á aparecer en las mejillas — Ya lo sé!... ya lo sé! dyo la señora de Ga- de Mariela. lirouet; he visto desde ia galería al señor conde — Si alquien tiene derecho para hablar de la que hablaba con IVUilbruk el volatinero. epidemia reinante, dijo Badabrux insistiendo, creo Mariela se ruborizó imperceptiblemente cuando que es el secretario... entró Lacuzan y Blanca le dirigió una mirada que Pero se alzó un coro de voces mugeriles que grisignificaba: taron : — ¿Está arreglado? —Hablad, hablad , señor de Lacuzan ! Y habiéndole respondido el conde con un ade— Esta mañana vine á Rennes, continuó este, man de cabeza afirmativo, Blanca tuvo valor para me presenté en casa de ios curas de las cinco parenviarle un beso al través de una mesa de sesenta roquias principales, y supe que en todo el dia de cubiertos. ayer habían muerto diez personas. Ninguna de las señoras perdió esta acción, y toResonó un prolongado suspiro de alegria en tordas resolvieron guardar silencio hasta los postres. no de la mesa. Después de los primeros píalos, empezaron á oirse — Ya me lo figuraba lesclamó el marques. Esas himnos en loor de los vinos y guisados de Noval. noticias fúnebres no son mas que cuentos. Por otra Las lenguas se desataban ; la orquesta tocaba' las parte, el mal de infierno no subirá á las alturas de hermosas melodías de Gluck y los galanes y las se- Santa Melania donde estamos. Brindo por Lacuzan ñoritas se animaban mentalmente para el próximo que ha devuelto la sonrisa á los labios de nuestras baile. (lamas! Mariela hablaba con alegria, y pai-a todos tenia Aquellas damas se sonreían en efecto, y solo Baalabras graciosas menos para el conde Enrique de dabraux estaba confuso y triste. Mariela devoraba lacuzan. Los ojos del marques brillaban tres veces con la mirada á Lacuzan. mas que los botones de diamantes de su casaca, y — El mal de infierno no es un cuento, dijo el el anfitrión bebia poco, pero estaba embriagado con conde con voz lenta, y ha subido ya á las alturas de las lisonjas de sus convidados. Santa Melania. . Badabrux escogió este momento para hablar del Mariela se puso mas blanca que la muselina de mal de infierno que todo el mundo trataba de olvi- su vestido. dar, porque todo el mundo tenia miedo. — Hay un enfermo cerca de aquí! murmuró con — S i , señora , decia Badabrux alzando la voz espanto. para cortar todas las conversaciones particulares, Una hora después la orquesta tocaba un minué, el secretario del obispo , que no tiene motivo para y todos los convidados se dirigían al salón del baile. engañarme, me ha dicho que ayer llegaron á veinMariela dio el brazo á Alberto de Coetlo^n , y te y nueve las defunciones. cada caballero ofreció el suyo á una señora. Blanca Ün silencio sojnbrío y completo reinó entonces en dio un golpccito en la espalda al conde que se hala mesa; y por una estraña casualidad la orquesta bia quedado solo y pensativo. lanzó las últimas armenias de la pieza que ejecu— Gracias, conde ! le dijo. taba. Lacuzan la miró , y se admiró hallando en su rosTodos los convidados se estremecieron, y la son- \ tro una tri.«teza profunda. risa de Mariela se heló en sus hermosos labios ro— Eres bueno , añadió Blanca , y serás feliz. sados. Después añadió : — ¡ Veinte y nueve! repitieron todos cuando se — ¿Ha aceptado Malbruk? calmó el priníer movimiento de.terror. — Sí, respondió Lacuzan, el muchacho no bai— Es enorme! diio el marques, en una pobla- lará mas en la maroma. ción de treinta mil almas! Blanca estaba tan alegre que se puso á sallar y —Permitid que añada, señor marques, añadió á palmetear esclamando: Pero la Cliaiunel no tuvo tiempo de sorprende, sus pensamientos ni de aplicar su tÉrspicacia _' madre para interpretar su silencio, iR^que Piíjft' nella abrazó con cariño y la besó ^Ao% ojos|Wno para cegarla mas en su inquielíBd. í% C — Has hecho bien en revelarme tu secreto, madre mia , dijo con alegria ; si, obedeceré. Ya está la maroma preparada, añadió interrumpiéndose. Desde hoy subiré... Te lo prometo! La Chaumel habia solicitado esta promesa , y estaba triste de haberla obtenido. — Dios quiera que sea la última vez! dijo exhalando un prolongado suspiro. Piquenet se habia levantado, y tomando una chaqueta de azul claro con bordadoras de plata que aquella mañana le habia traido Malbruk , le dijo : — Mira: i qué lindo voy á estar! Las lágrimas brotaron otra vez de los ojos de la pobre mujer. Piquenet arrojó la chaqueta y se arrodilló delante de su madre. — Si lloras , le dijo con dulzura ¿ cómo podrás animarme? E W' .«» — Lacuzan ! uzan mío, si supieras cuanto te arajj L^ompasiva creia que el pobre Piquenet iba i^er feliz con ] |s libros, y el gozo rebosaba en su^razon t%jie y tan bueno como el de los ángeles En aquel momento mas de veinte voces gritaron en eljardin: — Veniíl, venid á ver los volatineros! Blanca sintió'como un peso en su pecho, y corriendo á la ventana, lanzó un grito dirigiendo á Lacuzan una mirada de dolgr. Acababa de ver á Piquenet, con el balancín en la mano, saltar á cuatro ó cinco pies sobre la maroma. El terreno arenoso que separaba la cabana de Malbruk del jardín del palacio de Noval y que llamaban el llano de Santa Melania habia" cambiado enteramente de aspecto hacia algunas horas. El 3 de junio era domingo.°Ma^)ruk había hecho escribir en cinco pedwQs de pajiel este lacónico anuncio: «El d«rn»ngO bailarán en la maroma Malbruk « y Piquenet eaú llano de Santa Melania, detrás « del palacio de Noval.» A mediados del siglo diez y ocho se abusaba como en el día de la publicidad , pero los cinco pedazos de papel de Malbruk, puestos en la puerta ilc las cinco igjesias , hicieron un efeito proiliiíios\ Es verdad que Malbruk gozaba de bastante reputación y que Piquenet inspiraba el interés de un debutante. Asi pues, acabada la misa mayor, se dirigieron hacia la parte alta de la ciudad los grupos de" ociosos y paseantes que solian ir á los figones del arsenal , hacia la Prevalaje, célebre por su manteca v sus soinbriús castaños, 6 hacia el arrabal del obispo , patria de la sidra barata. La señorita Guillemita Barbedor, droguera con el rótulo de la Gran Pelota , encontró en el atrio de la iglesia de San Salvador al señor Saturnino Morraichel, el estanquero. La droguera nunca habia sido hermosa pero sus amigos confesaban que no era enteramente desagradable. Saturnino Mormichel era un hombrecillo almibarado, galante y muy ducho en las graciosidades del estilo de los estanqueros. Contaría unos cuarenta años de edad, y la señorita no pasaba de los cuarenta y ocho. Sí se añade á este esceso de edad que Guillemita era un palmo mas- alta que el estanquero, no estrañarán mieslros lectores que les digamos en secreto que ella era la que obsequiaba á él hacia onc« años. El tío Vivé, portero del palacio de Noval, lengua mordaz como todos los de su clase , decía que Mormichel habia dejado un dia la capa entre las arrugadas manos de la apasionada Guillemita, pero el portero menlía, porque el estanquero nunca había tenido capa. Los dos amantes se saludaron en la puerta de la iglesia y Mormichel ofreció su brazo con galantería. — ¿No veis, señor R"o michel, dijo la droguera enseñándole el anuncio de Malbruk , qué descarados son estos vagamundos ? Poner semejante papel en la puerta de una iglesia ! — El caso es que según mi opinión... se atrevió á decir el diminuto estanquero. — No! esclamó Guillemita con indignación interrumpiéndole; esto es iiilolerable. ¿En qué piensan en la casa de la ciudad, el teniente del rey y el señor gobernador de la provincia? — El caso es... — No tiene nombre, señor Morraichel, no tiene nombre. ¡Virgen santísima! ¿en qué tiempos vivimos? La droguera y el estanquero siguieron la dirección de las oleadas de gente que subia hacía Santa Melania , y al llegar á la calle de San Jorge, que era entonces el barrio mas hermoso de la capital bretona, saludaron al señor Solimán el peluquero que paseaba del brazo con su respetable esposa. . — ¡Qué ridículo es este pobre Solimán! dijo Mormichel con compasión. — ¡ Y qué fea es su muger i añadió Guiilemíla mirando á Sohman con dulzura. Y sin embargo ha encontrado marido... LA SEMANA. 347 hacia mas do una hora (pie esperaba y perniMiecían ques? Piquenet volvía ávídanienle la mirada hacia — Poro qué marido !... dijo Mormichel. Los pciui|iieros se reunieron con lo» dos aman- cerradas la ventana y la puerta de la cabana de Mal- el jardín esponiéndose á caer desde la n)aroma, y hubiera dado diez años de su vida para que .Mariela tes y empezarori á criticar á,cuantos pasaban. bruk. — A la cuerda! á la cuerda ! gritaban c¡§0 vo- apareciese en el jardín ó enviase su celestial sonriMorniicliel mezxlalia tabaco eo eljíücar de su elosSípor una de las abiertas ventanas. cuencia, los Solimán lanzaba»8e(dCStigeretazos á ces roncas y chillonas; Mall*uk, -á la cuerda. — ¿Aun no |ias acabado de apalear 4 tu mujer? Pero Mariela no ayiarecia, y el pobre Piquenet sus parrofpiianos, y GuillemitaidéslilaDa Inas vedecían unos. era tan desgraciado que perdía la ocasión de derneno que tres vivoras. •* • — Bastante tiempo tendrás esta noche para zur- rotar de un golpea LaGoerciie, Avaugour, Lacuzan Ai eslrenio de la calle de San Jorge aumentaron y otros veinte que no saltan bailar en la maroma. nuestra mordaz falange Juanita , Teresa, Lucia, rar á Piquenet, gritaban otros. Pero la puerta de la cabana seguía cerrada y la Cuando se presentó Mariela , Piquenet había heBárbara y Maria Trecoché, las cinco señciritas de Trecochc , adornarlas con sus trajes domingueros, bandera cuyos pliegues descubría el viento enseña- cho ya la última cabriola , y caía en el suelo cu,ba de vez en cuando las letras mal trazadas de su bierto con una capa de paja entre los ationadores y lodos se abrazaron con alegría y frantraeza. anuncio: A las dos, Piquenet; á las tres Malbruk. aplausos del público. También las Trecoché iban á ver á Málbruk. y las dos habían daoo mucho ralo hacia en el La Chaumel le abrazó cen orgullo y le enjugó el Gnilleinita, después de habet édiado pestes consudor de su frente, / tra la desvergüenza de los saltimbanquis, se deci- tácÁ de las casas consistorial^. Un prolongado grito dejiiijfria anunció por fin — Pobre hijo Olio! continuó embriagada con los dió á seguir el torrente general. ¿Por qué lia de esIrañarnos esta contradicción? ¿No echaba también la sám de los volatineros.*abrió la puerta de la aplausos que contlni^aban. — ¿Hemos de darle dinero? preguntó con cierpestes contra el matrimonio después de haber pasa- cabana y se presentó Malbhik llevando á Piquenet ta inquietud Guillemita Barbedor. do cuarenta y ocho primayeps busc-ando con atan de la mano. -^Viva Malbruk ! gritaron en coro para saludar su — Vos no , respondió Vivé con cínica sonrisa; un marido? .. . eso se deja á la generosidad de cada cual. Reforzado nuestro ejército con la Trétíocbé, i » soleínne aparición. El saltimbanquis afectaba un exterior imponenGuillemita no entendió |a espresion y dijo: lenguas se desataron de un modo^ jic^tóoso. To— En hora buena. maion la ciudad por asalto, paMWn á sangre y te y altivo; se adelantó con paso lento y grave hasfuego todas las reputaciones, j 06 qaedó en pie flta el centro del circulo, é hizo ademan de presentar Pero no fue tan obtusa la inteligencia de Saturnial público á Piquenet inclinando respetuosamente no Mormichel, que tenia las uñas tan negras como ainía viviente, i Qué espantosa fSamiíiéria ! el corazón, y que se hubiese entregado á un arreCuando llegaron al llano B^SMSO 3e Santa Me- su cuerpo. — Bien! bravo, Malbruk ! gritó la multitud. bato de ira contra el portero Vivé á no haber telania, el grupo se reforzó con otras buenas gentes — Señores y señoras, dyoel volatinero irgajén- mido ensuciar sp vestioo de día de fiesta. de ambos sexos, desde el portero Vivé hasta la sedose y poniéndose la mano en la cadera para hacer Oyóse un estrepitoso clamoreo y volvió á tocar ñora Néstor viuda y comadrona rOn titulo Real. Por todos lados se veian cabezas de aldeanos cu- alarde de su gaiiwso j robusto talle, voy á tener la Chaumel su ronco tambor. Malbruk estaba sobre la maroma, no gracioso y biertas con anchos sombreros de fieltro y golfas el gusto de demostciros los progresos de mi discíde formas variadas en medio de los cuales brillaban pulo... Nadie ignora eqlacíudadque he trabiyado afemina<fi wmo Piquenet, sino robusto, arrojado, los cascos de algunos dragones. P]ra una afluencia delante de la corte dé Paris y de otras varias les- entusiasta'é inspirado, haciendo agitar desde el enorme que creeia á cada instante , porque la mul- ' tas coronadas, cuyas certificaciones poseo y puedo primer salto sombreros, gorras y cascos como las titud continuaba subiendo é invadía incesantemente I enseñar á quien lo dude. Vamos á principiar con copas de los árboles al primer soplo de la temel llano , tanto por el lado del rio comb por las al- I divei-sos ejercicios ejecutados por mí discípulo , de pestad. Al cabo de tres minutos la multitud estaba ebria turas coronadas por los jardines del convento de I catorce años de edad , con balanrin y sin él, y desSanta Melania. I pues tendré el honor dQ trabajar, esfoi'zándome de entusiasmo, y las Trecoché repetían á coro con Alzábase una bandera blanca sobre la pobre ca- como acostumbro en merecer la aprobación de tan emoción: — i Qué buen mozo ! ¡ qué buen mozo! bana de Malbruk y en la tela que el viento hacía \ respetable concurrencia. Por una coincidencia estraña, la dulce voz de ondear se podían leer estas palabras escritas cnn I — Bien ! basta de arenga! gritaron algunas voMariela de Noyal formaba eco con las de Juanita, inesperla mano: 1 ees. IIA las dos, Piquenet; á las tres, Malbruk !» ¡ Malbruk impuso silencio con un ademan noble y Teresa, Lucia , Bárbara y Maria y decía: — Es un hombre muy bien formado. Pero no eran necesarios la bandera ni el anuncio ; digno. Aunque lo dijo en voz baja y casi involuntaria-" lacónico para escítar la impaciencia general, pues I — Señores y señoras, añadió , estoy pronto á mente, lo oyó ei arrogante caballero de Avaugour, st! veía la cuerda tirante sobre sus postes planta- I obedeceros. Sube Piquenet! empiece la música ! dos en cruz. .\ pesar de la invasión de la plaza y I Piquenet con su chaqueta nueva y deslumbrante el cual respondió sonriendo : — Quisiera convertirme en ese hombre. del afán que cada cual tenia de ver mejor, el cír- i dio un paso y puso la mano en la cuerda, y empeMariela se puso encarnada como la grana. Pero culo de débiles estacas formadas por Malbruk era zó la música. una barrera respetable para todos aquellos aldea¿Pero sabéis á qué se reducía la música de Mal- lo cierto es que decía la verdad y que Malbruk era nos, criados, nílluelos, artesanos, muchachos, mu- j bruk ? Vamos á decíroslo y la pluma nos tiembla un buen mozo. Bailaba con tanta animación! Este jeres y soldados. Veíase «ente por todas partes, ¡ entre los dedos. ¿Será forzoso revelar una miseria prodigio era debido á los luises de Lacuzan cuyas en las tapias del huerto de la abadía, en los tejados I tan profunda? La música era un tambor que toca- prinúcias habia saboreado ya en la taberna de la de las últimas casas de la calle de Huo y hasta en • ba la pobre Chaumel, pálida y triste, aunque ha- Cruz Roja. Estaba casi embriagado pero no tanto que sus los árboles cuyas ramas crugían con el peso de los ciendo un esfuerzo para sonreírse, y que también piernas vacilasen sobre la maroma. curiosos. j llevaba una chaqueta bordada de oropel. Caían sobre el cuello desnudo sus cabellos cres— Sí hubiera querido, dijo el portero Vivé diri- ! Piquenet subió de un salto sobre la cuerda. giendo una mirada vanidosa á los jardines de No- ! Oíase por el lado opuesto de la pared del pala- pados y espesos, levantados por el viento, la maval , estaría á mis anchas, sentado en una buena cio de Noyal la música del opulento banquete , y el roma gemía bajo su peso, y crugian los postes. Y silla y á la sombra; pero prefiero estar entre la tambor de la Chaumel no era bastante para apagar mientras la multitud oscilaba como un delirante , gente'de broma y de franqueza. los sonidos armoniosos del minué que locaba en- mientras las cinco Trecoché saltaban entusiasmadas, asidas de la mano, y sin temer el escándalo, mientras Vivé hizo un gesto burlón y empujó á ima cor- tonces la orquesta. pulenta aldeana que estaba entre y la pared del Piquenet cogió involuntariamente el compás que Guillemita Barbedor se avergonzaba de ceder al jardín de Noyal. llegaba á sus oídos por las abiertas ventanas del encanto general, y mientr^ la viuda Néstor, coma— Ni siquiera podrá uno recostarse en la pared palacio y bailó sobre la cuerda el minué de la corte. drona con título real, estrechaba convulsivamente de su casa ! esclamó satisfecho de poder desahogar La concurrencia aplaudió frenéticamente. Una el brazo del portero, Malbruk continuaba dando con alquíen su malhumor; haceos aun lado, bue- sonrisa de orgullo maternal animó el rostro de la saltos portentosos y agitándose como un loco furioso. na mujer, y dejaaquc se coloquen mis amigos. Chaumel, y Piquenet decia para si: Vivé, que era un hombre de broma y no retroLos amigos Je Vivé, dispuestos á aprovechar la — Sí estuviera allí ai menos ella para verme y cedía cuando le ocurría alguna idea que pudiera ocasión, se colocaron cómodamente en la corta oír los aplausos i sombra que daba la pared. Las cinco señoritas de Para verle en su gloria , bailando el minué en la escítar la risa aun á costa del prógimo, se puso ú Trecoché sacaron sus cinco pañuelos de algodón maroma con su chaqueta de oropel; para oír á los cantar á gritos: para enjugarse el sudor, y los esposos Solimán , aldeanos, á los dragones, artesanos, hombres, Malbruk se fué á la guerra, la viuda Néstor, Saturnino Mormichel y Guillemi- mujeres y niños que aplaudían antes de arrojarle Mironton , ton , ton ta se aprovecharon de la influencia de Vivé. dos sueblos! Oh! es seguro que Mariela de NoySl Mironteiia! Esto no obstó para que la droguera dejase de, no hubiera presenciado sin emoción tan altivo triunuuu-murar al oído de su Saturnino : fo , y que aunque estaba desdeñando la inmensa riMalbruk, en vez de enojarse, gritó con voz ví— ¡ Cuánto se han divertido boy detras de esta queza del señor iie la Guerche, la sangre real que pared ! Virgen santísima ! escoger casualmente un corría por las venas de Avaugour y la allanera be- , nosa: domingo para estas orgias y danzas impúdicíis! Si lleza JeLacuzan , Mariela hubiera "sucumbido ante I — Siga la música! fuera rica , me parece que daria mejor ejemplo í' I los encantos del volatinero. ! El tambor tomó el compás, y pronto entonó tolos pobres. ¿Por qué tardaba? ¿No habían tenido sobrado I da la multitud la canción con sus rail veces y alLa multitud empezaba á impacientarse , pues i tiempo para comer los golosos huéspedes del mar- ; zandouna nube de polvo con sus pies. Y del mismo US LA SEMANA. Mira: ; quú lindo voy á estar ; (Pág. 846, col. 1'. ) modo que el gincle arroja el látigo espoleando desordenadamente al caballo antes de llegar á la meta triunfadoi'a , Malbi-uk arrojó á lo lejos el balandn y empezó á dar saltos pi-odigiosos. Mariela temblaba, y todos los convidados del marques de Noyal retenían su aliento en medio de su asombro y terror. Blanca estrechaba á Lacnzan y el conde miraba á Mariela con triste compasión. La turba no cantaba ya sino abollaba: Vivé se desternillaba de risa , y Guillemita Barbedor, de.sesperando encontrar una ocasión mas oportuna, ])reguntaba al diminuto Mormichel si esperaba el juicio fir.al para gozar las delicias matrimoniales. Malbruk cayó sobre la paja; volvió á levantarse y volvió caer, y bañado en sangre y llevando su borrible audacia hasta el delirio , se lanzó al espacio, bailando con los brazos. con la cabeza , y reiKHamJo su cuerpo sobre la maroma coma una hala elástica sobre el suelo. — Siga la música ! siga ! repetía. Pero la multitud empezó á cansarse, y la rancien de Malbruk se fué á la guerra fue debilitándose hasta espirar en sóidos murmullos. Malbruk cayó rendido sobre la paja diciendo: — .\hora tú , Piqucnet! El muchacho esperaba este momento con impaciencia porque Mariela estaba presente. Piquenet había visto aplaudir las hazañas de Malbruk y aspiraba ala misma gloria. Pero nos equivocamos; aspiraba amas... á triunfar del corazón de la que amaba. Gloria y amor! Dos pasiones dema"siado varoniles para un niño. Animado por tan loca esperanza, se sentía mas embriagado que sí hubiera bebido todo el aguardiente que encerraba el cstómjgo de Malbruk. Estaba embriagado de gloria y de amor. Amor imposible y gloria grotesca sin duda , pero todas las glorias son espléndidas en el momento delirante del triunfo. Piquenet se lanzó á la cuerda de un salto y sin locar la escalera. Oyóse un murmullo de admiración tras la primera cabriola que superó de un palmo á la última lie Malbruk. Mariela le miraba, y Piquenet creía haberla visto sonreír. No era ya un volatinero, sino un silfo : parecía que el amor le habia dado alas. En la primera fila de los espectadores, Maria Laudáis, la moza mas airosa del arrabal del Obispo , se apoyaba en el brazo de un sargento de dragones , y llevaba un ramo de flores que le habia regalado su amante. El baile de Piquenet gustó tanto á la Laudáis que le arrojo las rosas y dos besos ruidosos. Piquenet dejó pasar los dos besos y cogió al vuelo el ramillete. El dragori se retorció los bigotes con ademan temible , pero la hermosa María lanzó una sonora carcajada. No sabemos como sucedió , pero en vez de pararse el ramo de rosas en las manos de Piquenet, volvió á volar por el aire, y describiendo una curba ¡ sobre las cabezas de la muchedumbre, cruzo la i pared del jardín del palacio de Noyal y fué á caerá ! los pies de Mariela. El sargento se sonrió entonces mirando con ironía á su dama que se mordía los labios. El caballero de Avaugour cogió el ramo para presentarlo á la señorita de Noyal. Piquenet no dejó de saltar , pero observó á hurtadillas la escena , y si no se hizo pedazos las costillas mas de veinte veces es porque también hay un Dios protector para los borrachos y los enamorados. ¡ Cual fue su alegría y su orgullo cuando las manos de Mariela tocaron el ramo de rosas! Piquenet hubiera abrazado á Maria por la dicha que le proporcionaba, pero linda acogida le hubieseliecho (intonces la moza del arrabal! —¿Qué os parece? decia una de las Trecoché ¡ cómo sabe el niño sacar las castañas del fuego ! Apuesto cualquiera cosa que la señorita de Noyal le envía uno ó dos escudos de seis libras. — El ramo de Maria ha sillo para Mariela! esclamaba el peluquero Solimán , que era aficionado á los madrigales como todos los artistas de talento. Guillemita Barbedor juzgó que el momento era favorable para decir á su Mormichel: — Ah! Saturnino, no me comprendereis nunca'. ¿ Por qué se resistía Mormichel á dar su mano de esposo á Guillemita? Lo diremos; el señorito Saturninoabrigaba una ambición desmesurada y misteriosa. Las Trecoché tomaban tabaco de rapé en su tienda, y tenia la esperanza de conquistar á alguna de ellas. Vivé había conseguido un triunfo ruidoso con sti Malbruk s¿ fué á la guerra. Pero aspiraba á dos triunfos... también era ambicioso! — Ola! mocito! gritó ahuecando la voz y díiigiéndose á Piquenet; está prohivido tirar nada por encima de la pared del jardín. Vivé fue silbado , y cayeron sobre su veneraW» frente algunas docenas de troncos de col. Y tres mil voces esclamaron : — Bien , Piquenet! bravo ! bravísimo! Ya os íigurareis que Piquenet no necesitaba que fe alentasen ; veía á Mariela que levantaba el ramo sonriendo y lo acercaba á sus narices. Cuando el ramo tocó el rostro de Mariela, sucedió que... ¡Pobre Piquenet! Esplicaremos sencilla y francamente lo que sucedió. Hemos conocído personas de bello sexo aficionadas á derramar sobre los ramos de rosas agua de Colonia ó vinagre del tocador, pero sobre gustos no hay dispula como dice el refrán. La hermosa Maria Laudáis no era aficionada al agua de Colonia pero si al aguardiente , y por una estravagancia culpable, cuando habia bebido alguna cepita con e^un dragón (porque también era aficionada á los dragones) para aumentar el perfume de las rosas, rociaba sus ramos con aguardiente. Si estos pormenores repugnantes no fueran absolutamente necesarios para vuestra historia, creed que los hubiéramos cubierto con un velo impenetrable. ¡ Arrojar aguardiente, una cosa tan asquerosamente deletérea, sóbrela mas pura delicia de la naturaleza , sobre las rosas! Esto revela una perversidad tan profunda que la imaginación se horroriza de tan negro baldón, de tan innoble insulto, de un asesinato complicado con profanación. Pero la hermosa Maria nunca estaba tan contenla como cuando se apoyaba en el brazo de un dragón y llevaba en su pecho un ramo de rosas empa- LA SEUIANA. 349 Parecía que ol amor lo habrá dado alas. (Pág. S48 , col. i.*). pado en aguardiente. Repetimos que contra gustos no hay disputa. Pero figuraos que Marieia se acercó á la nariz delicada aquella impureza sin nombre, y que casi cayó desmayada al percibir el perfume de taberna. "Arrojó entonces el ramillete con repugnancia, y Maria solió una carcajada." El pobre Piquenet, herido en el corazón , perdió el pié y cayó en la arena. La multitud se agrupó lanzando un prolongado murmullo de terror. Solamente Guillemita Barbedor, con b severidad de una solterona rancia que sueña con el matrimonio , tuvo valor de decir á Morniichel: — La ocasión la pintan calva... Reflexionad,. Saturnino ! Morraichel miró á las cinco Trecoché que miraban á cinco buenos mozos. La Ghaumel estaba de rodilas delante de su hijo que dirigía aun sus ojos moribundos hacia el palacio de Noyal. Malbruk habla vuelto á la cabana donde bebía para tomar ánimo. La multitud manifestaba su entusiasmo arrojando una lluvia de sueldos. Guillemita Barbedor no dio nada , pero pensó: — Si fuera mió todo el dinero que arrojan á ese muchacho, tendría un buen alivio mi tienda. Marieia sacó un luis de su bolsillo , que era un prodigio por lo lindo. — Tomad , dijo al caballero de Avaugour, hacedme el favor de arrojar eso al pobre niño. — ¡ Tan buena como hermosa !... murmuró el caballero enternecido y miró un instante el luis de oro. — En qué pensáis, Avangour? — Pienso , dijo el caballero en voz baja , que este lais ya no es vuestro sino del niño, pero no me atrevo á com])rárselo con vuestro permiso — Comprarlo !... repitió Marieia asombrada. — ¿Me negáis vuestro permiso? — Marieia creyó que lo mejor era lomarlo á broma. — ¿Cuánto dais? le preguntó. — Hay mil libras en este bolsillo, respondió el caballero de Avaugour. acontecimiento al verle temblar como un calentu Marieia se ruborizó. El caballero se guando el luis de oro y arrojó las riento. Malbruk levantó la botella, bebió largo rato y rail libras. La multitud aplaudió con trasporte, orque el pueblo es adoradbr entusiasta de la no- lanzó una estúpida carcajada. La parte mas turbulenta de la multitud creia en le generosidad. En aquel instante Lacuzan se separó de Blanca y tanto que la función no habia terminado y manifesse acercó al caballero de Avaugour; le dio la ma- taba con sordo rumor su impaciencia. Algunas voces pronunciaron el nombre de l'iquenet, y Malno, y llevándole á un lado le dijo con voz baja: bruk dijo: — Doy mil luises por vuestras mil libras! — Piden por tí; ya puedes salir. — Ya se que sois mas rico que yo , respondió el Piquenet no respondió. Los gritos iban en aunoble de Bretaña riendo, pero nadie se ha dedicamento , y la Ghaumel cruzó sus manos temblando. do en mi familia al comercio. Malbruk cogió un palo y se acercó bamboleando —¿Queréis cederme ese luis de oro? — ¿ Me daríais vuestro castillo del Grail con sus hacia el niño. •—No me oyes? dijo levantando el palo. can:pos y bosques... Piquenet se levantó, retratándose en su rostro — Esperaba que os negaríais, dijo I>acuzan interrumpiéndole ; arreglaremos pues de otra mane- una esnresion de cólera sombría y desesperada. Nimca le habia visto su madre con ademan tan amera este negocio. nazador. — Como gustéis, señor conde. — Creednie, dijo Piquenet á Malbruk mirándoVolviéronse á dar la mano con tanta franqueza que Marida , á quien habia llenado de inquietud la le cara á cara ; no me peguéis boy. misteriosa y breve conferencia de los dos caballeros, j Malbruk soltó la carcajada al oir esta amenaza, volvió á sonreírse, pero Blanca les miró uno tras y el palo silbó y dejó una huella azulada en la páotro y frunció sus lindas cejas con un gesto de duda. lida mejilla del niño. Piquenet dio un salto y asió á Malbruk por el Pero lo que nadie pudo esplicar fue la conducta de Piquenet. Mana vació el bolsillo sobre la arena cuello. La Ghaumel se lanzó hacia ellos para proesclamando con prolongados aplausos de la concur- teger á su hijo en lucha tan desigual. Pero no fue Piquenet quien cayó, pues la fiebre rencia : da á veces al brazo del mas débil una fuerza incon— Mil libras! — Ira de Dios I esclamaba Guillemita Barbedor cebible. Piquenet acababa de despertarse de la sombría y loca meditación en que estaba sumido hacia mordiéndose los labios; ese muchacho es rico! ¿Pero sabéis lo que hizo Piquenet al ver á sus algunos dias; acababa de ver con claridad en el fonpies tanta moneda de oro ? Se levantó , las miró do de su miseria, y el desengaño le hacia ser homcon desprecio y huyó hacia la cabana, seguido de bre. Antes que volver á subir á la maroma hubiera su madre y dejando á la concurrencia estupefacta. sufrido mil muertes, y mientras reconocía su verMalbruk estaba en su aposento bebiendo y can- dadera posición y remordimientos varoniles le prentando : su embriaguez no era como la de los (lernas saban el corazón , sus miembros adquirían ese vidias, su rostro tenia manchas de un verde lívido y gor licticiü y pasagero, pero irresistible, de las horas de crisis. sus ojos hundidos lanzaban miradas siniestras. Piquenet solo luchó un momento contra Malbruk, — Me toca ahora bailar ? dijo; oh ! vamos á teel cual lanzó un grito y cayó sin sentido en el suelo. ner un buen dia. El niño retrocedió aterrado de lo que acababa de Piquenet se sentó en un banco sin responder , y las miradas de la (ghaumel se dirigían con inquie- hacer. — Desventurado! esclamó la Ghaumel, lebas tud , ya á su marido, ya á su hijo. Ilubiérase dicho qiie adivinaba la proximidad de algún terrible muerto!- E 350 LA SEÍ^IANA. blación había desaparecido casi en masa, aterrada, entristecía con la desgracia pública, pero es forzoso confesar por otra parte que tenia un miedo pálida y huyendo (le la espantosa epidemia. Todos habían desaparecido, jóvenes hermosas, cerval á la epidemia. El celibato Badabrux que era un eminente coestudiantes, nobles, artesanos , tenderos , miembros del Parlamento, soldados... y hasta Guillemí- rifeo de la tragedia, se había grangeado la beneta Barbedor! La solterona tenia razón , porque si volencia del marques, repitiéndole una vez por la el mal de infierno hubiera topado con ella, de segu- mañana, otra al mediodía y otra por la noche que el mal de infierno solo atacaba á la plebe. ro q«e hubiera retrocedido de espanto. Se vivía pues tranquilamente en el castillo sin También habían partido Badabrux, las cinco señoritas Trecocbé, Salmnino Mormichel, Vivé , la bailes ni banquetes, sin cazas suntuosas nifiestasde respetable viuda Néstor y otros personages conoci- ninguna clase, porque no se liabia presentado hasta entonces ningún caso de la enferinedad temida dos ya de nuestros lectores. Rennes habia desaparecido quedando en su lugar en1a aidíM de Noyal ni en sus cercanías. filaitisa era, como la vimos antes, alegre y bonun esqueleto de ediíicios desiertos. Los únicos sonidos que se oían eran los cantos fúnebres 4B los dadosa y el imnoobiecorazón del mmido ; Jiáhlaba sacerdotes aue se habían qBedado resíftltos t mo- cOn fre(W«fma jís LaCQzan , y algimas veces de Alrir ausilianao á sus liernrarios. El sacerdote ú un berto de Go^pInpMi que hacia dos semanas habia noble guerrero que no abandona el campo de bata- cumplidd' s p i f i á ' i 0(;bo años. talla hasta que ha acom{|iñado al cielo á todos ios .mdiesé.ti^rtyKiya de'Píquenet que había demoribundos. sa¡áírecido án'Ml»y ño había vuelto á la cabana de También se habían quediJo tos pobres á qiuienes Mdlbrttk; Mfoolanca y Lacuzan, que continuaban haciendft.,«^||lÉpel detóraplices , sabían mejor que ayudaban los sacerdotes i v^vir y á morir. de Pi(iuenet. A largos intervalos cruzaba por las CijUes soli- nadie l)\pmm Marieta dé Rojfál estaba muy cambiada; aimque tarias alguna carroza «rrastrada por cafiallos que galopaban impulsados, por el látigo de galoneados no it^ia desmerecido su portentosa hermosura, adcocheros, y al través ae los cfislalM hermética- verttaaé en -su rostro encantador una espresion de mente cerrados podia verse alf«I» mujer pálida, profunda melancolía; sus negros y rasgados ojos respirando el porao de esencias, con el cuerpo tré- miraban con t(aguedad y se advertía i\n cerco sommulo y la mirada pavoridii. D0 wonto'la hubierais brío biyo sus párpados, su frente se inclinaba con visto acurrucarse en (4 fondo oel carruaje y cu- frecUeiMíia j porecia abismada en triste meditación. brirse el rostro con las fitonos, pues había oído la i Qi^deliciosa es por lo general la primera tris.campanilla siniestra y,había distinguido al volver teza de ana hermosa joven ! j qué encanladora la una esquina uno de esos tlacos fantasmas que anda- primera palidez! Es el mármol ipie se anima; Caban cubiertos con una máscara negra y decían con latea que se despierta de pronto y respira '. La vírvoz lenta y fúnebre : gen se escucha á si propia , conlempla con asom— Cristianos, no os acerquéis; temed el mal de bro la trasrormacion de sus sentimienlüs y pregunta á donde se dirigen sus suspiros. ; Es tan delicioinfierno! Sí aquella mujerera caritativa, dominaba su ter- so este despertar , ó mas bien este segiindo naciror y arrojaba su bolsillo por la entreabierta puer- miento I Amantes ó madres ¿no es verdad que es para lecilla. Y el fantasma pasaba junto al bolsillo y no lo co- vosotros dulce y querido f^se momento único, ese momento escogido en que la joven se desprende del gía. Mas allá , al salir á una plaza , la fugitiva se es- ultimo vestido dej)iña, y se detiene turbada, inquietremecía y sentia que la angustia prensaba su cora- ta y estremecida ante el umbral de su vida de mujer? Mariela habia tardado- mucho en llegar á este zón , ponjue liabia visto el carro de los muertos lleno de victimas, con un sacerdote delante que lle- momento critico. ¿Habia oreado por fin so rostro vaba el libro abierto y 'a cabeza descubierta, y sin .el hálito vivificador? ¿Se despertaba el alma en aquel portento de hermosura? cortejo de parientes ni amigos. Entre los que rodeaban distinguíanse dos preLos caballos aceleraban su paso, y la fugitiva tendientes que formaban una escepcion y se apartarecitaba con labio trémulo una Oración. El carro de los muertos continuaba lentamente ban por sus prendas personales de los adoradores su camino , y el sacerdote cantaba con voz gravo y vulgares. Eran dos nobles jóvenes: Avaugour, el tranquila , sostenido por la soberana fortaleza de descendiente de los soberanos de Bretaña , y Laculos humildes y los justos, y era el único ser vivien- zan, el arrogante y bienhechor soldado. Blanca que no tenía necesidad de despertarse te que en las desiertas calles entonaba las alabanporque nunca habia dormido y no esperaba por conzas al Dios misericordioso. Habia sin embargo un hombre, que como los siguiente á su Pigmalion , se (ocupaba con su natusacerdotes, no temia entrar con las manos y el ros- ral perspicacia y travesura de la trasformacion de sino el M.\LDK l.NFIEH.NO. tro descubierto en las casas malditas: era el he- su nerraana, y desde que Mariela estaba triste, la colmaba de amor y de caricias... chicero Lacuzan. CAPITULO VIH. Pero si día la amaba con ternura , su hermana Habia acuartelado sus dragones fuera de la ciudatl desde el momento que el mal empezó á hacer le pagaba con igual cariño y la oposición estraña y 1.0S preacntmilenlos. (;stragns, pero él continuaba como antes viviendo absoluta de sus genios dejaba intacta su dulce y de dia en su palacio y de noche en su castillo , que amante intimidad. Blanca espiaba. Es preciso advertir que apesar Un mes había trascurridd? desde la fiesta del pa- era el refugio de los pobres leñadores díd bosque de su inocencia tan verdadera, tan pura y tan sede Rennes, así como su palacio era el hospital de lacio de Noyal: Uennes estaba desierta, y paiecia rena como la de los ángeles tenia una penetración (lue habia sido hollada por íin cneruigo cün(juista- los pobres jornaleros de la ciudad. superior. Deseaba averiguar la causa de la trasfor¿ Porqué se entrometía á filántropo el coronel de (lor. macion de Mariela, y espiaba en ínteres de su amiEl empedrado de sus calles, que antes resonaba dragones cuando todos los filósofos habían huido? go y protector, el caritativo Lacuían. Los oficiosos amigos del pueblo pululaban ya á mecon los herrados cascos de los caballos y las espueNo creáis por eso que dijera nunca «na jialabra diados del siglo XVlll. ¿Por qué siendo un aristólas délos nobles, dejaba crecer la yerba triste ((ue crata usurpaba la misión de los oficiosos que se ha- de Lacuzan á su hermana, pues solo era imprurevela la soledad y el abandono. Los palacios habían retirado á un albergue seguro ? ¡ Necio Lacu- dente en los negocios que le interesaban personalbían cerrado sus recias ventanas y hasta las casas zan que daba la mano á los apestados en vez de llo- mente , y como Lacuzan le habia suplicado que cade los plebeyos estaban aseguradas con dobles cer- riquear sobre los negros esclavos y los huérfanos llase , jamas desplegaba los labios para hablar del rojos; iwse veían ya estudiantes bulliciosos y pen- chinos! amor de su amigo. dencieros en la plaza del Palacio, ni juegos de pe¿ Hacia quien se inclinaba sin embargo el cora(^omo es natural, los habitantes de la ciudad lota en la calle (le Anlrain , ni alegres bailes en el zón de Mariela? El feliz entre todos era el caballero inundaban los castíll(Js, y el del marques de Noarrabal del Obispo. de Avaugour 6 el conde de Lacuzan 1 María Landais y el sargento de dragones su yal , situado en el camino de París á dos leguas de Los dos tenían agradable figura y la misma Rennes, hospedaba á casi todos los convidados á la amante liabian muerto desfigurados, con el rostro fiesta de que hemos hablado en los capítulos ante- edad: Avaugour era espléndido y generoso a pesar negro y rojo , la boca espumosa y los miembros condel pobre estado de su herencia ducal, y ya saberiores. traidos. El señor marques era un hombre escelcnte y se mos cual eríi la posición de Lacuzan. Kl mal de infierno reinaba en iícnncs, y la po- Y miraba con horror el rostro aplomado dcMallinik y siis ojos moriburuios pero saltones. — Le he muerto! repitió Pii|iienet¿pero cómo? La Cliaiimcl abrió la puerta y le empujo hacia el campo ilicieiulo : — Huye... huye!... ocúltate ! l'iqíieñet obedeció maquinalmente, y desapareció ¡I lo lari,'o (le las tapias de la abadia. La C'haumel se cubrió el rostro con las manos y se arrodilló al lado de Malbruk que ya np se niovia. — Vendrán ábuscarle,pensaba; está muerto... V prenilerán á mi hijo ! La imillilud, ijue esperaba en el circo fíistico de Malbruk la continuación del espectáculo , ignoraba lo que liabia pasado detras de la puerta cerrada de la pobre cabana, y continuaba llamando á Piíiuencl. Los convidados del marques de Nóyal no se acordaban ya ile los volatineros y bailaban en el salón im;ii'ovisailo en el jardín. Solo Blanca liabia salido del salón , reusando la mano de Alberto de Coetlogon." Se liabia retirado á su observatorio favorito , y pudo ver desde allí á l'iuiiriict cuando salió por la puerta falsa y desapareció á lo lari;o de las tapias de la abadia. i Qué cambiarlo estaba ! Blanca no dudaba acerca del motivo de su pena al recordar que Mariela habia arrojado el ramo de rosas, Pero á donde iba? Blanca pensó : se lo diré á Lacuzan y él le hallará. La multitud murmuraba, reía y pedia á gritos que saliera l'iquenet. — Abramos ia |)nerta y rompámosla, dijo la ticrmosa Maria Landais; ya la pagaremos. La idea mereció general aprobación, á eseopcion (le la señorita Giiilléinita I5arbedor (|ue contuvo á su Mormichel para no espnnerse á pagar su parte del pago de la puerta. La animosa Alaria dio el primer golpe, á cuyo estruendo la pobre Chaiuuel puso las manos en cruz en actitud suplicante , pues creía ijue iban á buscar á su hijo para castigarle como asesino... Tres Tuertes puntapiés bastaron para i-omperlos mohosos quicios y arrojar la puerta en medio del (latio. La alegre rnultitud invadió la cabana , pero los primeros que entraron , lanzaron un grito de horror al ver á Malbruk tendido en el suelo , y reIroceiJierou como por instinto ponjue casi lodo el numdo coiiocia en Rcnnes los síntomas de la epidemia , y los que estaban dentro de la cabana habían pronunciado una palabra terrible. Reinó un silencio sepulcral, y la midtitnd desapareció, no (luedando nadie dos minutos despulas entre el palacio de Noyal, donde resonaban las risas y la alegre gritería de los convidados, y la triste cabana (ic Malbruk donde yacía el saltínrbanquis agonizando. No era Piíjuencl e! que habia vcüci>io á Malbruk LAÍIÍMAN-A: Marida fie Noval mostraba á veces inclinarse en favor del caballero , especialmente desde que Lacuzaii le hirió en un desafio , y por otra parte el marques de Noval decia en voz alta que el conde esperaba los diez y siMs años de Blanca. Creo en los presentimientos. Creo en ellos conm en la desgracia de esla,vidahumana , como en la felicidad de los justos t|f-fe otra vida... •*« " ' Marida hablaba con frecuencia del mai^mlerno, pero con todas las precauciones de las pijpíDas que abrigan una idea fija. " '. Cuando se desea hacer girar la conveysicioo sobre un asunto, es fácil hacerlufion rodeos, y si es mujer la que se vale de este lardM, s ^ desplegar tanta destreza, que nadif advierte bs^ la j^arente indiferencia el afán déte curiosidad rti la fllt^etud del deseo. iíMarida no veia en el mal de inGerno u enfermedad que mata sino la enfermedad que desfigura: pensamiento y temor propios de una hermosa que cifra toda su dicha en serlo. La tradición cuenta en efecto que los enfermos que se salvaban de la terrible epidemia", los cuales eran en corto número, quedaban asquerosamente maitados con su espaBli*|^i|8}lo. ' Marida secomplaeraíÉflééíltór'eioJ veces los pormenores de esta fealdaff. . / ^ Sabia, y recordaba incesantemente, que la y*'" mosa Maria del arrabal del Obispo habia quedado después de muerta tan horriblemente desfigurada que los que antes la habían admirado, huyeron de su cadáver con espresion de repugnancia y espanto. Marida , la joven elegante y delicada por escelencia, sabia esto y otras cosas mas íntimas aun , es decir, mas horribles, cosas repugnantes hasta el estremo de negarse nuestra plurtia á escribirlas! Para saberlas habia hecho cosas tan constantes que seguramente la hubiesen fatigado y vencido si hubiera tratado de satisfacer un capricho risueño y agradable. Todo lo sabia, pero como no la satisfacían los relatos espantosos de Badabrux y de otras aves de mal agüero , quiso verlo por sus propios ojos. ¿Pero cómo? El castillo del marques'estaba situado cerca de la aldea de Noyal, á dos leguas de Rennes. Síel marqíies hubiera sospechado d lúgubre deseo de su hija, Sbuen seguro que la hubiese encerrado en su aposento para evitar lo que sucedió por desgracia. Ün dia sié\6 Marida al gabinete de Blanca, y después dehairiarde flores, encages, cintas y de apurar todos los objetos de conversación propios de niñas de su edad , le dijo: — ¿ Escribes alguna vez á Lacuzan ? — Todos los días, respondió Blanca. — Necesito hablar con él... Mariela , pronunció estas últimas palabras con cierto embarazo y turbación. Blanca la miró con espresion de triunfante alegría y le dijo: — Estará aqui dentro de algunas horas. — Oh ! no es asunto urgente, añadió Mariela ruborizándose. Pero la pluma de Blanca corria ya con velocidad sobre eljpapel. Principió la carta de este modo: «Querido amigo: una persona ú quien amas mas que á mi le necesita...» Mariela, fiue miraba por encima dd respaldo de la silla , cogió el papel y la hizo pedazos. —-No quiero que digas eso! le dijo. Blanca tomó otro pliego de papel y escribió las siguientes palabras: «Querido amigo: mi liormana Mariela desea...»" — Tampoco eso I esdamó la heredera de Noyal interrumpiendo á su hermana. — Pues en ese caso, díctame tú la carta. — Ya que le das ese nombre , dijo Marida , escribe: Querido amigo... — ¿Qué mas? preguntó Blanca. — «Querido amigo...» — Ya está escrito... Lo he de poner dos veces? — i Qué maliciosa eres!... < Querido amigo...» — En hora buena , lo escribiré tres veces. — 1 Hace mucho tiempo que no os hemos visto <«p.d castillo... p - ^ E s <J castillo, repitió Blanca : continua ! . — « Y é i padre desea...» •" J^laBCü lanzó una estiepitosa carcajada, y Mariela^'íe paró confusa. —NO te enfades. IWariela! dijo Blanca arrepentida,—^... «y mi padre desea...» —No,., tío prosigas! ésclamó Marida avergonzada ; es inútil, ya no quiero hablar con Lacuzan. Blanca s6 levantó y le dijo dándole un estrecho abrazoj sonriendo con graciosa petulancia: - ^ Tonta! ¿ para qué tantos rodeos' Mira... Volvió á sentarse y wcribió en un minutoeste lacónico billete. ' ', '« Ven hoy á vernos — BUNGA. » ' Y puso este sobre: « Al señor conde de LadÉan en su castillo de Grail.» Mariela se sonrió y pregunté con ternura: — ¿Estás segura de que vendrá ? —Segurísima 1 respondió Blanca COT tono infantil de orgullo. Mariela la abrazó y bajó al ^rdin. El correo de Noyal llevó á galope la carta al castillo de Grail que solo distaba una hora. Marida estuvo pensativa y mas triste de lo regular todo el día : en vano trató de hacerb sonreír el caballero de Avaugour, pues cada vez que la impaciente joven oía la campana de la puerta principal anunciando la llegada de un estraño, se estremecía como si tuviera miedo de lo que con tanto afán dei^eaba. Si el estraño entraba y no era Lacuzan Mariela respiraba con libertad, y después empezaba á contar los minutos y esperaba. Cuando oyó por un á lo lejos el galope del caballo de Lacuzan , se reclinó en un banco de césped y apoyó sus herniosas manos sobre el corazón desfallecido. — Es forzoso... murmuró , ali! lo quiero! Marida tenia un presentimiento espantoso... ¿Sabéis cual era*esie presentimiento? Que estaba condenada á ser una de las víctimas del mal de infierno. CAPITULO IX. Con o sabia amar Lacuzan. El sol se ocultaba ya tras los viejos álamos del parque de Noyal; el viento enmutiecia entre las ramas inmóviles, y nubes de grana adornaban el sepulcro del astro del día. El conde Enrique y la señorita de Noyal se paseaban bajo la bóveda que formaban los árboles. Marida se encontraba á vez primera á solas con Lacuzan, que estaba trémulo y turbado como un niño y no sabia que decir. El valiente y hermoso héroe del Danubio no era un Don Juan , pero es indudable que el mismo Don Juan enmudecería como un colegial si alguna vez llegara á enamorarse de veras de una hermosa como Marida. Blanca les habia acompañado basta una de las calles de árboles del parque, y repentinamente había desaparecido dejándoles solos. — Señor conde, dijo Marida á quien su capricho la infundía valor y que fue la primera en romper el silencio, he suplicado á Blanca que os escribiera. Lacuzan no respondió: ¿ será cierto? poroue á fé mia que si tal respondiera le hubiéramos aeandonado á su desgraciada suerte. Lacuzan no respondió. No podemos menos de manifestarle luiestra satisfacción , porque muchos hombres de talento se hubieran dejado escapttr esta mortal necedad : ¿Será dcrto? 3Sl Mariela prosiguió después de un momento de pausa: — He suplicado á Blanca que os escribiera porque tenia que pediros un favor. Estad seguros de que Mariela pudo terminar esta frase sin balbucear ni ruborizarse porque Lacuzan se habia abstenido de contestar con una vulgaridad. Lacuzan se inclinó respetuosamente y respondió sin ma'nifestar una indiscreta solidtud : —'Ya sabéis, señorita de Noval, que siempre estoy iRspuesto á serviros. Mariela pensó que Lacuzan era un perfecto caballero, porcjue las mujeres superiores se asemejan á M. de Talleyrand , y no gustan de un escesivo celo. — 8i 08 dignáis mandarme... anadien Lacuzan. Matíela vaciló, y por cierto que no fue por culpa del conde. — Señor conde, prosiguió Marida con resolución , no trato de escusarme por el paso que voy á dar... monto bien á caballo... tengo confianza en vos, y necesito qne me «eompañeis á Rennes esta nocbe. Lacuzan no opuso la menor resistencia ni con ademan ni de palabra. Mariela le hubiera abrazado entonces por su calma generosa que revelaba un talento superior. — Os acompañaré, señorita, respondió Lacuzan. — Haréis mas... añadió Mariela; me llevareis al lado" 3e uno de- esos enfermos... — ¿Quéenfermos ?.... preguntó el conde. — Ya sabéis de cuales hablo , respondió la joven. — El mal de infierno es contagioso , dijo Lacuzan cuyo rostro se inmutó porfin. — Ño arrostráis vos el contagio todos los días? añadió Mariela con ademan de impaciencia. —Yo... murmuró Lacuzan , cuyo acento tomó á pesar suyo una espresion de ternura; pero vos... Mariela se sintió conmovida al oír la cariñosa objeccion del conde, y dijo sin saber lo que decia: — Gracias! Lacuzan vacilaba todavía, y añadió timidamente: —¿Os interesáis por alguno de esos desgraciados? — No , respondió Jferida. — Pues en ese caso, por qué razón... Mariela volvió el rostro para ocultar su turbación é impaciencia. — Os suplico que reflexionéis, dijo el conde insistiendo en ponerse al incomprensible capricho de Marida; pero la joven írguió con graciosa altivez la cabeza y dije: — Señor de Lacuzan... lo quiero! Lacuzan la dirigió una prolongada mirada en la que había tanta melancolía y tanto amor que Mariela volvió á bajar los ojos. — Sois soberana, señorita , dijo el conde; en torno vuestro solo hay adoración y rendimiento, y nadie os ha desobededdo jamás... pero prescindiendo del peligro que os complacéis en arrostrar ¿sabéis la impresión dolorosa que vais á recibir, el horror desconocido... Mariela hizo otro ademan de impaciencia, y Lacuzan le tomó la mano para implorar otra vez quizás: Marida no la retiró, pero repitió con acento frío é imperioso: — Lo quiero! Lacuzan se inclinó hasta su mano y estampó en ella un beso respetuoso. — Cúmplase vuestra voluntad, señorita , dijo: yo solo sé amar como esclavo. Mariela se estremeció porque era la vez primera que el conde Enrique confesaba formalmente su amor. Oyóse entonces rumor de pasos en la calle de árboles y llegaron á sus oidos voces lejanas y alegres carcajadas. Marieta respondió á la confesión de Lacuzan con la mas bella ue sus sonrisas y después desaparecidí por entre los árboles del parque diciendo: — Esta noche, á las diez , aquí I Í5i LA SEMANA. ff*^'-_ Dosvcnturado : lo has muerto : (Pág. 343 , col. 3 . ' ) La división del hombre en siete partes , cada una dr. Laciizan estuvo toda la tarde triste y profunda- la mirada podia seguir el curso del Vilaine, que palas cuales estaba subordinada al dominio de uno de los mente pensativo , y ni la misma Blanca logró a r - recía una ondulante cinta de plata. rancarle una palabra. El trote de los caballos resonaba en los quijarros siete planetas , estimuló á los astrólogos á buscar relaMariela demostró por el contrario una inusitada del camino desierto, y como si Lacuzan y Mariela ciones entre cada una de estas siete divisiones del cuery febril alegría, y reia de todo y sin que hubiera respetaran el silencio de la noche, no hablan pro- po lunnano y cada uno de los metales conocidos con el el menor pretesto para la risa. nunciado aun ninguna palabra. nombre del planeta correspondiente , y preconizaron el Badabrux que tenia ínfulas de conocedor del metal como remedio infalible de todas las enfermeda(Se conlinuará en la sifiuiente entrega.) corazón humano, dijo que la risa de llariela era des que podian afectar la parte del cuerpo sometida á trágica, y para que se vea cuan prol'imda era la su influencia. Asi se consideró ct oro como el especifiASTKOLOCilA. meditación de la joven, el curioso Badabrux se co de las enfermedades del corazón; la plata de las del puso á su lado y le recitó doscientos versos de la cerebro, el hierro de las del hígado , el estaño de las Henriada sin que diera la menor señal de fastidio El número siete, de los pulmones, el plomo de las del bazo, y el azogue ú enojo. { Continuación.) de las de los órganos de la generación. — ¿Cómo me ha ocurrido hoy tan negro preEn el siglo XVIII estaba aun de moda la medicina Hermes refiere que la cabüza del hombre tiene siete sentimiento? dijo para si Badabrux ; la insensibilimetálica de los astrólogos. Las tinturas solares de Minagujeros que distribuye á los siete planetas en esta fordad de esta joven es sobrenatural. sícbt, cuya base era el oro , y las gotas del general ma : la oreja izquierda á Júpiter, la derecha á Saturno; Las vizcondesas devorai)an á Mariela con la m i rada , y parecía que olfateaban alguna emanación la ventana izquierda de la nariz á Venus, la derecha á la Motte , en cuya composición entraba el mismo metal, Marte, el ojo izquierdo á la Luna , el derecho al Sol y la se consideraban eminentemente cordiales ; para las afecde catástrofe. ciones del pulmón se administraba el anti-héctíco de ' Mariela se retiró á las nueve del salón con p r e - boca á Mercurio. testo de dolor de cabeza. En nuestros días se pretende conocer nuestro earác- Poterius que no tenia otro mérito que contener estaLacuzan la esperaba á las diez con dos caballos ter é inclinaciones principales por medio de la frenolo- ño, etc. El mercurio es el especifico & que aun apelan (5U el sitio designado del parque. Al través de los gía ; en otros tiempos se pretendía llegar al mismo re- los médicos en el tratamiento de las afecciones veneárboles podian verse aun algunas luces en las ven- ¡ sidtado por los medios astrológicos. Saturno tenía á sus reas. tanas del castillo; una de ellas se apagó , y se oyó órdenes la melancolía; Júpiter los honores; Marte la No podiendo los médicos darse cuenta de las causas en ei cíísped húmedo ligero rumor de pasos. ¡ cólera ; el Sol la gloria; Venus el amor; Mercurio la de las epidemias y de las repetidas invasiones de las Lacuzan dobló una rodilla y apoyando Mariela elocuencia, y la Luna las cosas positivas de la vida. calenturas, tuvieron á bien atribuirlas á los astros. Asi su lindo pié en la otra, montó á caballo. Supone Buxturf que el carácter de cada individuo de- creyeron que la Luna, cuya iníluencía sobre la pituita Los caballos partieron á galope en el mismo inspende del planeta que presidió á su aparición en el mun- era reconocida , producía las calenturas cotidianas; Satante que Badabrux , que se habia quedado solo en do. El nacimiento bajo la influencia del sol augura be- turno, que imperaba sobre la melancolía, daba origen á el salón , se fccitaba á sí mismo delante de un e s lleza , franqueza y generosidad ; bajo la de Venus rique- las cuartanas ; el fogoso Marte , que dominaba sobre la pejo los versos siguientes: zas , amor y placeres; bajo la de Mercurio astucia, bilis, á las tercianas; y de Júpiter, que tenia la sangre memoria y elocuencia, bajo la de la Luna debilidad é bajo su dependencia , emanaban las continuas. Otros Los guerreros de Krancia y de Lorena inconstancia ; bajo la de Saturno miseria y desgracia ; médicos, procurando simpliñcar á toda costa la teoría (.'.entra el iiiglós'audaces combatiendo , bajo la de Júpiter justicia y gloria, y bajo la de Marte di- de las calenturas, las pusieron todas á las órdenes de "ít^n dudosa victoria por la arena un gefe , la Luna , cuyo astro, según sus diferentes cha y arrojo. Rodaban entre horrible y sordo estruendo. Los alq\iimistas por su parto pretendieron que los fases y sus diversos aspectos , tuvo la facultad de cambiar el tipo de las calentnnis y escitar ora las terciaHra una de esas noches de verano , mas hermo- planetas tenían sobre los metales la misma influencia narias , ora las cuaternarias, etc. que sobre el hombre, y no tardaron en decorar cada uno sas que el día , según dice un poeta; la luna s u r (Se continuará en la siguiente entrega, f caba el cielo rodeada de una amarillenta aureola de con el nombre del planeta que suponían que ejercía sonubes, iluminando con su suave resplandor los lla- bre ól una acción particular. Dieron al oro el nombre nos y las colinas y dando estrañas formas á los o b - de Sol, á la plati el de Luna , al azogue el de MercuLIBRERIA DE J. VEKUAÜL'ER. «AMULA. K° i. jetos ; la brisa hacia ondular levemente las mieses rio , al cobre el de Véims , al hierro el de Marte , al verdes aun , y á lo largo de las húmedas praderas, eslaño el de Júpiter y al plomo el de Saturno. Im^renU doJiunOlivcres y H.