Al Margen de la Paleopatología: Una Perspectiva en el Tiempo

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Vives
Vetera corpora morbo afflicta
Actas del XI Congreso Nacional de Paleopatología
Malgosa A, Isidro A, Ibáñez-Gimeno P, Prats-Muñoz G (eds.) (2013)
ISBN: 978-84-940187-5-6. p 15-28
CONFERENCIA INAUGURAL
Al margen de la paleopatología: Una perspectiva en el tiempo
Vives Balmaña E1
1
Presidenta de la Comissió Nacional Andorrana per a la UNESCO
Correspondencia a: elisendavives@andorra.ad
La voluntad de la Sociedad Española de Paleopatología de celebrar
su congreso en Andorra es una decisión que se debe agradecer
puesto que da la oportunidad a los participantes de descubrir el
país, su medio, a su gente, sus inquietudes de hoy y su proyección
en una historia que podríamos calificar de singular. Y además,
quede constancia del placer que la Dra. Assumpció Malgosa i el Dr.
Albert Isidro me han hecho con la invitación no solo a formar parte
de este congreso sino de dirigirme a paleopatólogos que han
viajado desde España, Francia, Portugal, Bélgica, México y ofrecerles
la bienvenida. Tras haber pasado un tiempo al margen de la
paleopatología, es una gran satisfacción y, sin duda, un honor.
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EL PUNTO DE PARTIDA, EL REY PERE
En el momento de celebrar les sesiones del Congreso se cumplieron
733 y justo una semana que el 8 de setiembre de 1278, el rey Pere II
de Barcelona, rey de Aragón, de Sicilia y de Valencia, conocido como
el Grande,- de quien se publican el resultado del estudio de sus
restos en este mismo volumen - presidía en Lleida la firma de un
acuerdo, conocido como el Pareage, que sentó las bases del futuro
de los valles andorranos. Dicho acuerdo se celebró entre el conde
de Foix, Roger Bernat III, y el obispo de Urgell, Pere d’Urtx como
remedio para frenar los enfrentamientos intensos y provocadores
entre la nobleza, liderada por Roger Bernat III, y el rey Pere II, y
entre el mismo conde y el obispo.
El obispo de Urgell es el jefe de Estado de Andorra, y desde Roger
Bernat III, mediante alianzas matrimoniales, el condado de Foix que
se había unido al de Castellbó –que tenía el dominio sobre los valles
de Andorra, se une al de Béarn y llega hasta Navarra. El rey de
Navarra, con el nombre de Henri IV, fue coronado rey de Francia. La
historia francesa pasó de la monarquía a la república por el camino
de la revolución y del imperio, y en consecuencia el presidente de la
República francesa es también el jefe de Estado de Andorra.
Volviendo al rey Pere el Grande y para ir cerrando el círculo de la
presencia en el Congreso de investigadores de Francia y Portugal,
no está de más recordar que su hija Isabel fue reina de Portugal por
matrimonio y por su virtud fue proclamada santa. Las mesas de
trabajo reunidas en Andorra podrían identificarse como una
evocación desde un punto de partida, a final del siglo XIII, un rey
político y guerrero, pero que llegó también a explorar la montaña,
los Pirineos, puesto que se le atribuye la ascensión a la cima del
Canigó en el primer ejercicio de alpinismo, antes incluso al de
Petrarca, que en 1336 subió al Mont Ventoux a admirar,
probablemente per primera vez en la cultura europea, el paisaje.
Recordamos asimismo como la cabeza de Henri IV pasó hace poco
tiempo por laboratorios forenses y antropológicos de Francia
después que su calavera, que había sufrido muchas peripecias, pudo
ser identificada. El estudio correspondiente se hizo público con
motivo del cuarto aniversario de su asesinato el 1610. En forma de
espiral, o quizás de círculo, se van resiguiendo y de vez en cuando se
reencuentran los rastros de una historia que nos repite con
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insistencia todo aquello que, de manera tan necesaria, nos unen.
Ambos, el obispo de Urgell y el presidente de Francia, son el jefe de
Estado de Andorra, una institución indivisa que, arraigada en el siglo
XIII por medio del citado pacto, ha llegado hasta nuestros días
puesto que es reconocida per la Constitución de 1993.
Este es el esquema de la situación que nos sitúa ante las
condiciones que han hecho posible que Andorra se mantenga
durante siglos como un país independiente, sobre cimientos como
su voluntad histórica y la forma jurídica que asegura su existencia.
MUCHO MÁS ALLÁ, EN EL TIEMPO
Llegar al acuerdo de 1278, sin embargo, era producto de la
necesidad. Andorra había pasado por los mismos ciclos históricos
que los países vecinos. Los valles habían sido ocupadas desde la
prehistoria, siendo el yacimiento más conocido el de la Balma de la
Margineda, del final de la última glaciación, cuando los valles habían
sido un espectacular desierto de hielo. La ocupación más antigua
que se conoce se remonta hasta 12.000 BP, en el mencionado
yacimiento que se convirtió en una referencia y por el que pasaron
dos arqueólogos tan célebres como Joan Maluquer de Motes y Jean
Guilaine. En el Neolítico, hábitats y enterramientos dejaron sus
improntas. De las culturas de los metales, bronce y hierro, también
quedan testimonios y presuntamente formaron un grupo, los
andosinos, citados por Polibio cuando relataba el paso de paso de
Aníbal por los Pirineos.
Desde estos antecedentes, el período que ha dibujado el aspecto
que hoy podemos percibir en este país es la Edad Media. A lo largo
de los mil años que la definen quedó consolidada la división
territorial de los valles, las siete parroquias, pero es necesario situar
una etapa, la construcción de un patrimonio muy valorado, el arte
románico. Los edificios, la iglesias, son muy modestas, pero son
indicadores, además, de la estructuración de un territorio difícil,
abrupto, aunque se ofrecía como otro paso para cruzar las
montañas. Ni al sur ni al norte, los valles andorranos no eran
considerados con indiferencia.
Si nos situamos en esta época, se debe empezar por la cita de una
necrópolis que es va comenzó a excavar y a estudiar al final de la
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década de los 70, Sant Vicenç d’Enclar, situada en Andorra la Vella, y
donde se halló un interesante conjunto de esqueletos desde el
punto de vista paleopatológico. Entre sus características se
encontraban fracturas que eran resultado de traumatismos que,
presumiblemente, debían de ser producto de la violencia y
enfrentamientos. Tantos huesos fracturados aparecían con su
simbolismo: el fin de una época, el fin de las violencias en Andorra.
Efectivamente, en el Pareage de 1278, los dos señores acordaron
que no disputarían entre sí en los a les valles de Andorra, a pesar de
que los hombres tenían que prestar sus servicios militares si les
convenía. Tenían que destruir sus fortalezas y elementos
defensivos. Aunque no se cumplió el pacto y se tuvo que firmar un
nuevo documento en el 1288, marcó el fin de las guerras en el país
hasta hoy. Aun considerando la marginalidad de los conflictos, se
sufrieron sus negativas influencias, como sucedió durante la Guerra
Civil Española, no obstante, la ausencia de implicación fomentaron
una cultura de la paz que no se ha de olvidar.
Esta posición de Andorra en relación al exterior no indica que el
interior todo fuera armonía y tranquilidad, tal como lo describía, a
principios del siglo XIX, Fray Tomàs Junoy, refugiado en los valles. El
país había adquirido con el tiempo una fórmula institucional que
perdurará con sus evoluciones desde la autorización en 1419 del
Consell de la Terra, actualmente Consell General, el parlamento. Los
copríncipes, en Urgell y en Francia, delegaban a sus representantes
y ejercían la justicia, pero los temas internos, la gestión de la
montaña requería un esfuerzo colectivo y muy organizado.
En los Pirineos se encuentran organizaciones representativas, de
gestión comunal de los pastos de origen muy antiguo pero que
algunos casos han logrado perdurar en el tiempo. Es cierto que han
favorecido las casas más fuertes, pero llevan a entender un sentido
de comunidad ante unos recursos que permiten una buena
explotación si se une a un control adecuado, que en el caso de
Andorra, han significado un vector para la permanencia de los valles
y, en último extremo, del país. No obstante, lo más importante del
sistema es el goce la aplicación de libertades. Todos los temas que
afectaban la vida interior eran responsabilidad del organismo
representativo, el Consell de la Terra, que ha evolucionado, como
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en todos los países que cuentan con parlamentos hasta ser
configurados como instituciones de un Estado de Derecho.
Fue el propio Consell General quien encargó a un letrado
andorrano, Antonio Fiter i Rossell, escribir la historia del país y la
descripción de sus normas, cosa que terminó en 1748. Al final del
texto, Fiter i Rossell aportó una serie de recomendaciones para el
buen hacer en los valles, las máximas, que son la parte más
conocida de la obra. No olvidó dar un consejo sobre el patrimonio
en una reflexión corta, pero que se declina hasta la actualidad:
“Conservad las antiguallas tanto como sea posible, porque aunque
algunas parecen a primera vista ridículas, es que no sabemos
penetrar bien en su fineza.”1
En este mismo congreso se presentan nuevas investigaciones sobre
la paleopatología en Andorra, que son la demostración de la
posición que viene a seguir impulsando la arqueología y la
conservación del patrimonio desde la década de los sesenta en el
siglo XX, en cuya segunda década se produjo casi sin solución de
continuidad el tránsito de un mundo rural a la extensión de la vida
urbana y a la economía terciaria que llevó a la cristalización de un
nuevo orden, con la mencionada Constitución de 1993, que otorgó
al país de una base jurídica que le permite, des de los Pirineos,
participar en plena responsabilidad en la vida internacional.
LA PALEOPATOLOGÍA, DESDE EL PASADO HASTA EL FUTURO
Compartir la experiencia de la paleopatología es una oportunidad,
pero al hacerlo después de una largo tiempo fuera de esta actividad
solo permite aproximarse con un nuevo aire al trabajo que se ha
desarrollado y la satisfacción de comprobar sus progresos, puesto
que aun siendo minoritaria cuenta con equipos de investigación
imaginativos y con una implicación muy alta. Es un campo
importante para el pensamiento, no solo científico al incorporar
1
“Conservalas antigalles, tant com sepuga; perquè encara que algunes
pareixen a primer vista rediculas; es perquè no penetram be sa
finesa.”Antoni Fiter i Rossell. Manuel Digest. De las Valls neutras de
Andorra. Andorra, Consell General, 1987.
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nuevas técnicas, métodos y disciplinas, sino también para el sistema
cultural. La consideración de la enfermedad, del accidente, de la
muerte, articula la comunidad y sitúa en ella a la sociedad y al
individuo.
Al revisar la documentación, al leer acerca de las investigaciones
más recientes, se hace evidente el sentido dramático especial de la
paleopatología como ciencia. Es verdad, como observó Josep M.
Ustrell, que la paleopatología examina la enfermedad humana en
retrospectiva, en contracte con otras ciencias, como la práctica de la
medicina, que es prospectiva ante la evolución del paciente.
Cualquier ojeada a la información de la prensa a nuestra alrededor
nos revela un panorama marcado también por el dramatismo que
generan las innumerables tensiones del mundo de hoy. Al mostrar
los efectos de las carencias, de las enfermedades congénitas o de
las adquiridas, de los esfuerzos y el estrés, de los traumatismos y de
la mortalidad, la paleopatología, junto con la antropología física, nos
abre los ojos a unas realidades sociales e individuales que podíamos
imaginar, pero que no sabíamos. Esta es una de las principales
aportaciones de este campo.
John Berger, escritor, artista, crítico de arte, intentaba llegar a esta
relación intangible entre los vivos y los muertos. “Los vivos son el
núcleo de los muertos”, decía. En este núcleo se encuentran las
dimensiones del tiempo y del espacio. “Para los vivos, los muertos
son únicamente aquellos que vivieron; pero en su propia gran
colectividad los muertos ya incluyen a los vivos”, afirmó en una
frase agorera en un ensayo de 1994 que llevaba el sugerente título
de Doce tesis sobre la economía de los muertos2. En dichas tesis
escribió que “Los muertos habitan un momento sin tiempo, de
construcción continuamente recomenzada”, conceptos dos que son
aplicables a la paleopatología, como ciencia histórica, que investiga
sobre los muertos de todos los tiempos y a partir de los que se va
reconstruyendo el espacio para los que están vivos.
Y una última referencia a Berger, en cuanto según su opinión, antes
de que la sociedad quedara deshumanizada por el capitalismo,
todos los vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos.
2
John Berger. Con la esperanza entre los dientes. Madrid, Alfaguara, 2011.
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Vivos y difuntos siempre eran interdependientes. El egoísmo
moderno rompe con esta interdependencia y como resultado los
vivos siempre piensan en los muertos como en los que ya están
eliminados. El sentido de separación, de eliminación, es justamente
uno de los temas que se puede quebrar desde la paleopatología por
su capacidad de aproximación al pasado a través del individuo
objeto de estudio y de su entorno, y a hacer presentes entre
nosotros esos, casi siempre, desconocidos.
DOMÈNEC CAMPILLO, LA PASIÓN, EL RIGOR Y LA
RESPONSABILIDAD EN LA PALEPATOLOGÍA: LAS REFERENCIAS DE
LA ENFERMEDAD
Un aspecto muy importante alrededor de décadas de estudio de la
paleopatología, de su desarrollo y permanencia, y que de ninguna
manera se podría obviar, es que sus inicios en Catalunya i en el
estado español no se pueden desvincular de la seriedad del trabajo
que empezó y sigue Domènec Campillo. Médico de gran práctica
clínica y vocacional se inició en la aplicación de sus conocimientos y
experiencia en investigar las poblaciones prehistóricas. Su conocida
tesis doctoral sobre las trepanaciones marcó una época, pero solo
fue la carta de presentación de nuevas obras, artículos,
investigaciones, retos, interrogantes y riesgos, con una metodología
y rigor que le han merecido el aval de este círculo de profesionales.
La valentía en enfrentar riesgos, el coraje de perseverar en el alto
nivel de su trabajo, la energía, la constancia y su generosidad en
compartir llevan a considerarlo como pionero de la paleopatología,
maestro de tantos expertos de hoy, y divulgador para entusiastas.
¿Dónde se sitúa la paleopatología? En 1995, se celebró el III
Congreso Nacional de Paleopatología en Barcelona. Transcribo unas
palabras del antropólogo Alejandro Pérez-Pérez en la introducción a
una edición de algunos textos:3 “La enfermedad afecta la
supervivencia de los individuos, su fertilidad, adaptabilidad y
eficiencia biológica. Sus efectos no solamente son biológicos, sino
3
Alejandro Pérez-Pérez. Notes on Populational Significance of
Paleopathological Conditions. Health, Illness and Death in the Past.
Barcelona, Fundació Uriach, 1996.
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sociales”. La cultura humana, afirma Pérez-Pérez, atenúa los efectos
selectivos de la enfermedad. La cultura humana es la reacción,
respuesta, previsión e inclusión de la enfermedad y de la muerte en
una sociedad. Una obra clásica, publicada en 1989, Health and the
rise of civilisation, de Marc Nathan Cohen4, precisamente examina
esta circunstancia, cómo influyen los cambios de la conducta
humana sobre la salud. Al pretender explicar cómo las perspectivas
sobre el pasado se pueden reproyectar en la salud pública, su obra
llega muy lejos. En muchos países europeos, la creación de los
sistemas de salud pública después de la II Guerra Mundial aportó un
verdadero cambio social. Forma parte del estado del bienestar, la
educación y la salud debían de ser para todos. La tendencia peligra
en el momento de escribir estas líneas a causa de la reducción del
gasto público. La historia en general y la paleopatología en
particular pueden aportar con elementos críticos un poco de luz,
salvando distancias y contextos. En la presentación de una reunión
de la Asociación de Paleopatología en Middelburg-Anvers, en 1982,
Gerhard Haneveld i Rutger Perizonius explicaron que la
paleopatología era a su juicio el intento de reconstruir el pasado de
restos fragmentados. Quien trabaja en antropología sabe muy bien
qué quiere decir lo de los fragmentos y el tiempo que exigen.
Reconstruimos la vida de los muertos y ellos nos enseñan. Mortui
viventes docent, es el lema de la Asociación, y sería una buena
propuesta para resumir el objeto paleopatológico.
El volumen de estudios y publicaciones se ha incrementado
enormemente, como ya hemos constatado, y de forma paralela la
extensión de la investigación científica en todos los ámbitos del
conocimiento. De la década pasada, quisiera citar algunas
reflexiones procedentes de dos obras muy ambiciosas sobre
paleopatología. En el 2003, Albert Isidro y Assumpció Malgosa
editaron un libro enciclopédico y espectacular, cuyo título es
llamativo y sugerente: Paleopatología. La enfermedad no escrita. En
la introducción del prestigioso paleopatólogo Luigi Capasso afirma
que la paleopatología es una disciplina reciente, un neologismo
creado en 1892 y cuya definición disciplinar se debe a M. A. Ruffer
4
Mark Nathan Cohen. Health and the rise of civilization. Yale University,
1989
22
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en el 1913. Es reciente, no cabe duda, pero también lo son otras
técnicas y disciplinas que se han apoderado de nuestras vidas y
gestiones como la informática o la comunicación de masas. La
influencia no viene dada por la antigüedad sino por la proyección
que pueden tener los estudios que se llevan a término y por eso es
fundamental fijar bien los objetivos y su contexto.
Otro punto de partida, es interesante una afirmación del presidente
de la Sociedad Española de Paleopatología, José Delfín Villalaín. En
su criterio la paleopatología constituye un área pacífica que mueve
a sus componentes solo per el interés por la ciencia y la curiosidad.
No ofrece ganancias, ni poder, ni fama dadas las características de
marginalidad de cada área expuesta y la ausencia de mercantilismo.
Se trata, pues, de uno de los principios elementales para el avance
intelectual, la voluntad de saber, con interés y con una expectación
ilusionada. ¿Es extrapolable esta actitud a otras actividades?
Deberían lleva a pensar que otro mundo no solamente es posible
sino que ya existe, pero lo que ocurre es que no es el dominante y
que el amor al saber está sujeto a un orden más general.
Con su voluntad inflexible, Domènec Campillo dejó muestra de la
labor desarrollada en el Laboratorio de Paleoantropología y
Paleopatologia en la coordinación de una obra de 2009, Quaranta
anys de paleopatologia en el Museu d’Arqueologia de Catalunya, la
segunda a la que haré referencia. Su título es significativo del
esfuerzo y dedicación que exigen cuarenta años de trabajo de estas
características. Daniel Turbón recuerda en el prólogo que el
laboratorio se creó en 1971, a pesar de que el trabajo ya se había
iniciado a mediados de la década de los sesenta y concluye su texto
con una reflexión sobre los sueños de Domènec Campillo, que
asocia a la célebre película 2001 Una odisea en el espacio, que han
logrado ser hoy una evidencia, pero ¿qué futuro espera a la
paleopatología?
Indiscutiblemente, tiene la ventaja de que requiere un trabajo de
equipo y crear relación es virtud en la comunidad humana. Con
acierto, el propio Campillo formula una severa crítica contra la
literatura divulgadora, sea escrita o de televisión, en boga, pero
llena de falsedades “que pone en peligro la seriedad de algunos
trabajos paleopatológicos”, por lo que permite disponer de un
aparato crítico. En la cultura popular, tanto del ayer como del
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presente, pocas cosas generan tanto interés como, en oxímoron, la
vida de los difuntos. Inevitablemente, forma parte de nuestro ser,
pero si nos distanciamos de los muertos, la paleopatología puede
incitar a una reflexión que supere las contingencias cotidianas.
No se puede evitar la relación entre la calavera, los cráneos y la
vida, la muerte y el más allá. Artistas de toda índole han proyectado
su interés. Podemos remontarnos al barroco, a los memento mori, a
las Vanitas, como las que se reunieron en París en el Musée Mailloll
en 2010, pero es en nuestro tiempo que el esqueleto, sobretodo el
humano, se ha convertido en un símbolo y objeto de la expresión
artística. Por citar algunos ejemplos en nuestro contexto, haremos
referencia al crítico de arte Fernando Huici, que organizó una
exposición sobre el arte y los huesos, bajo el título de Postrimerías
exhibida en Madrid en 1997. En 2005, en Sant Feliu de Boada
(Empordà) una galeria presentó una exposición sobre artes y
calaveras con el título de Krankas. Frederic Amat, José María Sicilia,
Eduardo Arroyo, Arranz Bravo, Jorge Castillo, Robert Llimós, Zush
eran algunos de los artistas seleccionados que han trabajado con
estas imágenes. Los creadores más innovadores, los más
rompedores, los que buscan e investigan encuentran en los cráneos
y en los huesos la manera de comunicar su ironía, como por
ejemplo, Miquel Barceló que remodeló, en 2010, el arte funerario
del Palacio de los Papas de Avignon.5 Investigar en este campo es
una tarea pendiente.
DEL PLACER ESTÉTICO AL PLACER PRÁCTICO
Entre los paleopatólogos se despiertan sentimientos ambivalentes.
Por una parte, la ilusión de encontrar huesos que muestren todo
tipo de problemas de salud, de la otra, la necesidad de otorgarles un
valor filosófico desde la práctica científica. ¿Qué sabemos de la
salud? De su concepto, de su noción en el pasado? Podemos
aproximarnos a una reconstrucción de su modo de vida, nos
haremos una cierta idea sobre el dolor, adivinaremos las
consecuencias de una caída, de una fractura no reducida,
5
Exposición de Miquel Barceló, Terra-mare en el Palais des Papes Avignon,
2010
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constataremos como era de breve la vida en la era preantibiótica. La
documentación histórica puede ayudarnos a interpretar los
aspectos demográficos, económicos, sociales, psicológicos, políticos
y religiosos, como encaró Bartholomé Bennassar en su trabajo
pionero sobre las epidemias de peste en España.6
Susan Sontag entró en el terreno de la metáfora de las
enfermedades en una obra de 1977,7cuando Campillo había
publicado su tesis y el laboratorio que fundó funcionaba ya. En
opinión de Sontag, “al nacer, todo el mundo adquiere una doble
ciudadanía, una del reino de los sanos y otra del reino de los
enfermos”. La autora pretendió describir los estereotipos en el
reino de la enfermedad, no de la misma enfermedad física sino de
su utilización como figura o como metáfora como se ha dicho y que
puede ser relevante. Así, por ejemplo, en el contexto del siglo XIX,
una enfermedad de pulmones era metafóricamente una
enfermedad del alma. Una enfermedad como el cáncer puede
golpear en cualquier parte, es pues una enfermedad del cuerpo.
Lejos de describir algo espiritual, solo revela que el cuerpo no es
más que eso, cuerpo. Rectificar la concepción de la enfermedad,
desmitificarla. Esta es la solución que Sontag deseaba aportar en el
análisis de la mitología del cáncer y de la tuberculosis en los
estigmas sociales, entendidos como responsabilidades individuales
en el caso del cáncer y como modas estéticas en el caso de la
tuberculosis, dentro de la gran dificultad que las sociedades
industrializadas presentan en su relación con la muerte.
El propio concepto evoluciona del mismo modo que evoluciona el
de la enfermedad, pero nos pone ante un nuevo interrogante difícil
de solucionar, el concepto de enfermedad en un pasado largo y
cambiante. ¿Se trataba de un castigo divino? ¿De las consecuencias
de la decadencia moral? ¿Era una responsabilidad del individuo o
era una prueba? La muerte se ha convertido en un fenómeno
6
Bartholomé Bennassar. Recherches sur les grandes épidémies dans le nord
de l’Espagne du XVIe siècle. Problèmes de documentation et de méthode.
París, SEVPEN, 1969.
7
Susan Sontag. La enfermedad y sus metáforas. Madrid, Muchnick, 1980.
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repulsivo, carente de significado; es mejor ocultar también la
enfermedad, considerada como sinónimo de la muerte.
Sabemos que la paleopatología difícilmente captará estas
consideraciones y que tampoco hará que la sociedad cambie,
sabemos que sus investigaciones satisfacen hasta un cierto punto la
curiosidad morbosa inherente al ser humano. Sabemos también que
ha evolucionado, que intenta llegar más allá del descubrimiento
singular. Sabemos que todo aquello que envuelve el sentido de la
muerte y del crimen se ha transformado en un producto de
consumo, con sus vulgaridades y desaciertos al obtener provecho
de la credulidad acrítica que ya señaló Campillo.
Gracias a la paleopatología podemos interpretar a nuestros
antepasados, los podemos traer al presente desde un pasado
impreciso, que se remonta a los orígenes humanos, en el que ya
existía un sentido de colaboración, de cooperación y de
organización y que eran respetuosos con la diferencia que marcaba
la enfermedad o la incapacidad.
La solidaridad. Este es un valor que la paleopatología ha sido capaz
de poner de relieve. Un estudio del tema, de los primeros que se
dieron a conocer en Catalunya de la mano del arqueólogo del
Collège de France Jean Guilaine, fue el estudio de un esqueleto
conocido como la Dama de Bonifacio por Henri Duday,8un trabajo
de campo y de reconstrucción de la posición del esqueleto en su
enterramiento que demostraba como en un período previo al
neolítico la comunidad se hacía cargo de una persona con
incapacidad para atacar cualquier actividad manual. La literatura ha
proporcionado muchos más casos en este mismo sentido y para
mencionar un yacimiento que se ha hecho muy popular, en la Sima
de los Huesos, en Burgos, se encontró un cráneo infantil, atribuido a
una niña, que presentaba una craneosinostosis que debía de causar
una deficiencia psicomotora, pero la vida de la niña fue posible
durante unos años porque el grupo de hizo cargo de ella.9
8
Henri Duday. Le squelette du sujet féminin de la sépulture prénéolithique
de Bonifacio (Corse). Étude antrhropologique. Essai d’interprétation
paléoethnique. París, 1975
9
Cristina Serret. “Les malalties de fa 50.000 anys”. Sàpiens 106 - juliol 2011.
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El ya citado Mark Nathan Cohen10se presenta a sí mismo como a
alguien que está muy preocupado por el “mito” del progreso, por la
idea que la historia de la civilización consiste básicamente una
sucesión de mejoras tecnológicas. Es un mito, como tantos otros. La
veracidad de la historia es irrelevante pero proyecta valores
contemporáneos en el hecho del pasado, dice Cohen, y se utiliza
para animar sentimientos patrióticos o de lo que se considere
conveniente. Dado que los mitos y las reconstrucciones de la
historia de alguna manera sirven a los proyectos políticos, es
importante ponerlos en cuestión de manera regular. Tenemos que
creernos las cosas, nos movemos, decía Cohen, en un contexto de
creencias y estereotipos que influyen en nuestra política de hoy,
pero también del pasado. Las conclusiones de Cohen mostraban
que en las sociedades de cazadores se vivía mejor que en las de
agricultura, la comida era mejor y más nutritiva por lo que eran
capaces de resistir mejor las enfermedades. Nuestra proyección,
recordaba Cohen, sobre una mejora de la alimentación a lo largo de
la historia era una consecuencia de los criterios del siglo XX de un
falso sentido del progreso. En el XXI somos conscientes de que el
problema del hambre y el de una alimentación inadecuada son
retos claros sobre los que se debe actuar.
La modernidad va ligada a un concepto social en el que se permite
que el individuo tome un protagonismo particular. De alguna
manera, la perspectiva científica de la paleopatología se relaciona
particularmente con esta idea, que se aprecia claramente en el
estudio de personajes históricos, que en su aproximación a lo más
íntimo del individuo alcanzan a descubrir cosas que en vida
tampoco eran tan evidentes, desde Mozart, Henri IV, Blanca d’Anjou
–sobre la que se publica su estudio en este mismo volumen-, o el
mismo Pere II, Guifré el Pilós, los impresionantes nobles de Ripoll,
los obispos de Nubia, santos, faraones, pero también el
campesinado anónimo, los soldados muertos en la batalla, en
10
Alejandro Pérez-Pérez. Notes on Populational Significance of
Paleopathological Conditions. Health, Illness and Death in the Past.
Barcelona, Fundació Uriach, 1996, p 55.
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aquellas personas cuyo nombre se separó de su vida, de los
vestigios de nuestro tránsito.
UNA CIENCIA POR DELANTE
Actualmente, la organización de un congreso exige un esfuerzo
añadido para reunir intereses, exponer casos compartir vivencias,
sentir voces percibir miradas y descubrir nuevas líneas de trabajo,
organizar. En 1992, tuvo lugar en Barcelona una reunión europea de
loa Sociedad de Paleopatología en la que Eva Cockburn, viuda ya de
Aidan Cockburn, se refirió al caso de un investigador que se
lamentaba porqué solo en aquel había ya siete reuniones de
paleopatología. A la vista de los resultados, el entusiasmo de
aquellos tiempos se ha mantenido e incrementado.
El mismo Cockburn, en una reunión años antes, en 1980 en Caen
reclamó síntesis, publicaciones, con las dataciones y los diagnósticos
adecuados. Anunció que en aquel momento se hallaban ante otra
nueva era de la paleopatología por los estudios que se estaban
llevando a término y las nuevas preguntas que aparecían sobre las
enfermedades y su interpretación histórica. No se equivocó puesto
que el ritmo y los contenidos de los trabajos fueron dejando un
conjunto muy productivo, pero muy probablemente con la
aparición de una verdadera interdisciplinariedad y con nuevas
tecnologías y recursos se han resuelto mucho mejor los estudios de
los que podía imaginar.
No podríamos permitirnos que desparecieran las referencias al
pasado, pero sin duda, los planteamientos globales de las
investigaciones obligan a un trabajo que pide no cesar de mejorar la
comunicación y la divulgación para contribuir al relato universal de
la vida humana, allí donde inexorablemente se van reuniendo los
vivos y los muertos. Por todo ello aparece ante nosotros todo el
trabajo realizado por los arqueólogos que hace unas décadas
empezaron a considerar que todo el trabajo realizado por
antropólogos y paleopatólogos coincidían en mundos afines para
conocer y explicar nuestra historia.
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