El olfato del rebaño El sensus fidelium como una

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El olfato del rebaño El sensus fidelium como una de las claves para leer la Evangelii gaudium
por Samuel Fernández, Pbro.
Humanitas 74 Hace justo un año, en su
primera misa crismal en Roma,
el Papa Francisco sorprendió al mundo con una metáfora que
tuvo un gran impacto: hablando a unos 1.600 sacerdotes, el
día Jueves Santo, afirmó que la causa de la insatisfacción de
algunos consagrados proviene del hecho de no de salir de sí
mismos: «terminan tristes y convertidos en una especie de
coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez
de ser pastores con «olor a oveja» —esto os pido: sed pastores
con «olor a oveja», que eso se note». En la nueva Exhortación
Apostólica, el Papa Francisco propone otra metáfora análoga:
«El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera
en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras
comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo
corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces
estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza
del pueblo, otras veces estará simplemente en medio
de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en
ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a
los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene
su olfato para encontrar nuevos caminos» (EG 31).
Este párrafo muestra las múltiples maneras con que el
pastor —en este caso el obispo— debe acompañar al Pueblo
de Dios, pero es indudable que el énfasis del texto está puesto
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en su última frase: el pastor deberá caminar atrás, sobre
todo, «porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar
nuevos caminos». Estas palabras ya las había pronunciado,
con una redacción muy semejante, en Brasil, a los obispos
del Comité de coordinación del Celam, el 28 de julio de 2013.
Son palabras que expresan la confianza en la presencia del
Espíritu Santo en los fieles. Estas expresiones no son sino una
traducción en imágenes de la tradicional doctrina del sentido
de la fe del Pueblo de Dios. En el número 119 de la Evangelii
gaudium, el Papa Francisco desarrolla este tema:
«El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo hace
infalible «in credendo». Esto significa que cuando cree no
se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar
su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la
salvación (Lumen gentium, 12). Como parte de su misterio
de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de
los fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que los
ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios».
Esta confianza en el sentido de todos los fieles se refleja
en varias afirmaciones que apuntan en esta misma línea:
recuerda que «no es conveniente que el Papa reemplace a
los episcopados locales en el discernimiento de todas las
problemáticas que se plantean en sus territorios», e invita a
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avanzar en una saludable «descentralización» (EG 16); señala
la posibilidad de que los católicos tenemos de aprender de los
hermanos ortodoxos sobre el sentido de la colegialidad episcopal
y su experiencia de la sinodalidad (cf. EG 246); indica
la necesidad de una reflexión teológica y pastoral «respecto
al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones
importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia» (EG 104);
insiste en que, «en el diálogo con el Estado y con la sociedad,
la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares
» (EG 241) y, finalmente, se muestra abierto a repensar
las estructuras centrales de la Iglesia, incluido el papado (EG
32). Todo esto, para buscar una mayor fidelidad a la misión
que Jesús ha confiado a su Iglesia.
¿Hay en esto una novedad doctrinal? La doctrina no es
nueva. Tal vez, lo nuevo sea el énfasis y las proyecciones de
su aplicación. La relevancia teológica del «sentido de los fieles
» (sensus fidelium) es un dato tradicional. J.H. Newman, en
sus estudios sobre el arrianismo, mostró que la fe auténtica,
durante el siglo iv, fue mejor custodiada entre los fieles que
entre muchos pastores. Más recientemente, el sensus fidelium
fue muy relevante en la declaración de los dogmas marianos
de los siglos XIX y XX. Y en cuanto a la conveniencia de
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avanzar en una «sana descentralización», el mismo papa Juan
Pablo II —recuerda la Evangelii gaudium— ya había pedido
que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del
primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de
su misión, se abra a una situación nueva» (Ut unum sint, 95);
de hecho, en estas estructuras, «una excesiva centralización,
más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica
misionera» (EG 32). Además, una mirada a los primeros siglos
de nuestra era basta para reconocer que, permaneciendo
ciertos principios fundamentales, la autoridad en la Iglesia ha
sido administrada de muy diversas formas. Cada época ha
tenido la responsabilidad de buscar las estructuras eclesiales
adecuadas para el cumplimiento de la misión encomendada
por Jesús. Esta búsqueda, entonces, es también un dato
tradicional.
El fundamento teológico de esta doctrina reside en el
hecho de que el Espíritu Santo está presente y actúa en la
totalidad del Pueblo de Dios. Se trata, entonces, de renovar
la fe en la acción del Espíritu Santo y «de tomar muy en serio
a cada persona y al proyecto que Dios tiene sobre ella» (EG
160). Efectivamente, la presencia del Espíritu Santo orienta
el caminar de los fieles con un instinto sobrenatural que
les permite reconocer lo que viene de Dios. En esta línea,
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volviendo a la metáfora, «el olfato del rebaño» es una buena
traducción de lo que en teología se llama el sensus (olfato)
fidelium (del rebaño).
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