El nombre del hijo esperanza

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El nombre del hijo esperanza
A la escucha de la vida/6 – Creer en el regreso en
tiempos de dificultad y exilio.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 31/07/2016
Oh, Esarhadón, rey de países, ¡no
temas! / Soy Istar de Arbela. / A tus
enemigos los entregaré en tus
manos. / Yo soy Istar de Arbela. / Yo
iré delante de ti y detrás de ti. No
temas.
Oráculo cuneiforme
siglo VII a.C.
babilónico,
Los profetas son hombres y mujeres
que no triunfan. Su palabra y su
existencia nos proporcionan un
mapa ético y espiritual para
orientarnos en la hora del fracaso. Nos recuerdan que nuestra condición ordinaria
es la falta de éxito. Las conquistas que obtenemos son siempre demasiado
pequeñas y pasajeras. Nosotros tendemos a consolarnos con las metas alcanzadas
y a redimensionar las preguntas y los ideales para encajarlos dentro de los límites
de nuestras posibilidades. Y así dejamos de crecer y de hacer que el mundo
crezca.
Los profetas no. Ellos siguen anunciando una salvación más grande y justa que
nosotros. Prefieren su propio fracaso, e incluso el de Dios, antes que domesticar la
verdad de la palabra que deben anunciar. Si la tierra se alcanza, es que no era la
tierra prometida. Ningún hijo realiza del todo nuestros sueños (¡ay de nosotros si
los realizara!). Aún seguimos esperando la venida de aquel que nos prometió que
un día volvería. Esta es la esperanza no vana que nos ofrecen los profetas, que no
es vana precisamente porque es más grande que nuestros éxitos y los suyos.
El encuentro entre Isaías y Ajaz, rey de Judá, que se nos relata de forma
espléndida, acontece cuando el reino del Norte (Israel o Efraím) y otros pequeños
reinos cercanos están siendo conquistados por el imperio asirio. Jerusalén está
amenazada. La situación es de guerra, de una gravísima crisis política. Isaías
profetiza al rey que el intento de ocupación de sus enemigos fracasará («Eso no
ocurrirá, no se realizará»: 7,7).
Le invita a creer. Y le tranquiliza: «No temas ni desmaye tu corazón» (7,4). «No
temas…», otra espléndida expresión que nos lleva al corazón de Isaías y al corazón
del Evangelio. En la economía de este relato es muy importante la “señal” (’ôt) que
YHWH quiere que Ajaz le pida. Las señales que acompañan a la misión de los
profetas son muy serias. No tienen nada que ver con las “señales” que las mujeres y
los hombres religiosos siempre han pedido y siguen pidiendo, que son expresión
de magia, de idolatría o, en el mejor de los casos, de una fe inmadura.
La señal es un elemento fundamental de la vocación y de la actividad del profeta.
La profecía siempre es un hecho histórico, se realiza dentro de la vida ordinaria del
pueblo. En medio de la crisis, las catástrofes, las alegrías, la política y la economía
de su tiempo. Las señales dicen la profecía es concreta y usa también las palabras
de los hechos, porque las palabras habladas no son suficientes.
Estas señales no son apuestas con Dios, ni técnicas para demostrar al público el
talento profético, como, por el contrario, ocurre con los falsos profetas de todos los
tiempos, con los que son como “Simón el Mago”. Los falsos profetas manipulan el
sentimiento religioso de la gente porque su “Dios” es tan sólo un instrumento de
trabajo, un medio para obtener ganancias y poder. Las señales de los profetas son
todo lo contrario. A los verdaderos profetas no les gusta dar las señales que
siempre les piden, porque saben que la gente acaba transformando al profeta en
autor de las señales, lo que supone la muerte más común de los verdaderos
profetas.
«El Señor volvió a hablar a Ajaz diciendo: “Pide para ti una señal"» (7,11). La señal
profética es un acto de fe y por consiguiente una relación de confianza. No
pedirla no es expresión de humildad ni de piedad, sino simple falta de fe. Ajaz,
para justificar su rechazo, invoca la prohibición de “tentar a Dios" (Éxodo 17,2).
Recurre a la misma palabra de YHWH para tratar de transformar la desconfianza
en fe.
Esta es una actitud muy extendida, sobre todo en los momentos de prueba y
crisis. Los jefes y los responsables de comunidades con frecuencia citan la ley, el
evangelio o los estatutos para cubrir decisiones que sólo nacen de la desconfianza
hacia una persona o hacia la comunidad misma, y así no tienen que asumir
responsabilidades ni costes. Isaías inmediatamente se da cuenta de las verdaderas
intenciones del rey y le reprende con las mejores palabras: «¿Os parece poco
cansar a los hombres que cansáis [molestáis] también a mi Dios?» (7,13).
Como diciendo: tú no sólo me ofendes a mí (a “los hombres”) tratándome de falso
profeta, sino que también reniegas de tu fe-confianza en la Alianza. Ajaz fue un
mal rey: «No hizo lo recto a los ojos de YHWH». En particular, fue un rey idólatra e
infanticida: «Ofreció sacrificios y quemó incienso en los altos (…) Quemó a sus hijos,
según la abominable costumbre de los paganos» (2 Re 16,2-4). Un idólatra no
podía escuchar las palabras del profeta.
Pero la profecía no se detiene ante nuestros pecados. Isaías responde al rechazo
de Ajaz con una auténtica obra maestra, que aún hoy nos deja sin aliento: «El
Señor mismo os dará una señal. He aquí que una doncella está encinta y va a dar a
luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Isaías 7,14). El niño, el Emmanuel,
el Dios-con-nosotros, no es la señal de Ajaz: es la señal de Isaías. El fracaso de la
profecía por el rechazo de un rey idólatra provoca una de las profecías más bellas
de todos los tiempos. No es raro que nuestras palabras más hermosas sean las
segundas, las que logramos pronunciar sobre el fracaso de las primeras. Ajaz no
cree que su Dios vaya a salvarle y da comienzo al declive político de su reino, que
culminará dos siglos más tarde con el exilio a Babilonia.
En este triálogo entre Isaías, Ajaz y YHWH, comienza a desvelarse la gramática de
la palabra principal del libro de Isaías: la fe . La fe bíblica es antes que nada una
palabra humana. Entenderla significa penetrar la vida humana y también, si
queremos, saber quién es Dios. El primer significado de la palabra fe es
confianza. Es creer en una palabra, que es siempre palabra de una persona, y
después actuar en consecuencia. En el humanismo bíblico, la fe es la primera
obra. Ajaz no creyó, y actuó. María creyó, y actuó.
En la Biblia también Dios cree: tiene confianza en los hombres, cree en nosotros,
en ti y en mí. La Alianza es la gran categoría bíblica de la fe, donde no sólo nuestra
respuesta de amor va precedida del amor de YHWH, sino que también nuestra fe
viene después de la fe de Dios en nosotros. Cualquiera que haya tenido un hijo y
lo haya amado de verdad entenderá esta dimensión de la fe-confianza. El primer
amor para con un hijo es creer en él, darle confianza, una fe-confianza que dura
toda la vida y lo regenera mil veces a la primera vida.
También la falta de fe es acción. Cuando no creemos en una palabra, en un
proyecto, en una promesa, en un futuro, actuamos de forma que esa palabra, ese
proyecto y esa promesa no se realicen. El cumplimiento de las señales de la fe
depende de la libertad de aquel en quien ponemos nuestra confianza y por
consiguiente siempre es incierto. Por eso las profecías de la no-fe se realizan con
más frecuencia que las de la fe, porque se auto-cumplen: nuestra desconfianza
actúa y produce el acontecimiento esperado. No siempre, pero sí muchas veces. El
cadáver bajará por el río si hemos contribuido al asesinato río arriba.
Muchas comunidades, empresas, familias y trabajos terminan porque alguien, en
un momento determinado, deja de creer en un futuro distinto y posible. Otras
muchas no mueren y siguen viviendo porque alguien, en un momento
determinado, cree y actúa. Porque al menos una persona cree. Una dimensión
espléndida de esta fe se nos desvela en un detalle colocado en la apertura del
capítulo: «El Señor dijo a Isaías: "Ea, sal con tu hijo Sear Yasub al encuentro de
Ajaz"» (7,3). Isaías acude a la decisiva cita con un hijo. El nombre del niño significa
"un-resto-volverá": un pequeño grupo del pueblo se salvará, alguien volverá del
exilio. Seguiremos teniendo una historia de salvación que vivir y contar. No se ha
acabado todo.
En la Biblia, el nombre que se elige para un hijo es siempre un mensaje. El primer
mensaje que Isaías lleva a Ajaz es su propio hijo. Los profetas saben usar estas
palabras encarnadas. Gracias a ello, un día pudimos intuir el misterio de una
palabra-Hijo hecha niño. O como Jeremías, que, mientras Jerusalén es asediada y
él está encarcelado por orden del rey por haber profetizado que la ciudad sería
conquistada por Nabucodonosor, compra un trozo de tierra: «Cómprame el
campo de Anatot» (Jeremías 32,7).
El profeta anuncia el exilio y mientras tanto compra un terreno, para decir con
una señal que el exilio no será para siempre. Un resto volverá a casa. Mientras
todos abandonan la empresa en crisis, uno se queda e invierte. Mientras todos
salen de la comunidad, alguien se quedan, alguien vuelve a la casa vacía para
reafirmar la fe en la primera promesa. Nada habla más claramente de futuro que
un campo comprado en la patria en tiempo de exilio, o alguien que vuelve
cuando todos escapan. Nada habla más claramente de futuro al alba de la crisis
más grande, que un hijo que se llama “un-resto-volverá”, Este hijo-esperanza es el
que acompaña a la profecía del niño-Emmanuel. Dos niños; un mismo mensaje
de vida.
No sabemos quién era el Emmanuel de Isaías. Tal vez Ezequías, el rey fiel, hijo del
infiel Ajaz y de la reina Abía. Tal vez, según el teólogo medieval Rashi, un tercer
hijo de Isaías. Tal vez un hijo de una joven (’almâ ), todavía virgen en el momento
de la profecía, cercana a Isaías mientras profetizaba. Tal vez alguien diferente.
Mateo, y muchos cristianos después de él, han visto ahí el anuncio de María de
Nazaret y su hijo. La profecía bíblica sigue viva porque se ha revelado más grande
que nuestras interpretaciones, incluso las más altas. Y seguirá viva mientras la
dejemos abierta, plural, pobre y la amemos con gratuidad.
La joven ’almâ y el Emmanuel de Isaías son una mujer joven y un niño con
nombre de confianza. Porque en las crisis, en todas las crisis, es posible esperar la
salvación mientras una mujer dé a la luz un niño.
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