Chile, 20 años de democracia En su monumental esfuerzo por descubrir la diferencia de los norteamericanos con los europeos Tocqueville remarcaba con cierto asombro que “las pasiones que agitan más profundamente a los americanos son las pasiones comerciales y no las pasiones políticas; o, mejor aún, ellos transportan hacia la política los hábitos de los negocios. Pues bien, si se quiere entender la democracia chilena de hoy, hay que mirar a los EE.UU, no a Europa. Lo mismo es válido si lo que se desea es entender a la sociedad chilena de hoy. El sentido del cambio que Chile ha experimentado en las últimas tres décadas –esto incluye los años de la Concertación y la gente de la Concertación- es precisamente este: un dramático cambio de rumbo hacia un capitalismo liberal inspirado en el paradigma estadounidense ( más específicamente, en la escuela de Chicago), y la eliminación gradual pero sistemática de todos los vestigios del “modelo europeo” (o, más estrictamente, francés) impulsado por las elites chilenas durante gran parte del siglo 20). Visto en perspectiva, lo que Chile ha experimentado en las últimas décadas es un proceso de modernización de corte liberal que se fue consolidando a través de cuatro rupturas – o quizás cinco-, una de las cuales significó un nuevo impulso a este cambio. Ruptura con el Estado-centrismo La primera ruptura, impuesta en la segunda mitad de los años setenta y que recién vino a madurar a mediados de los ochenta, fue el quiebre con el orden económico-social que tenía como centro al Estado y como vehículos de movilidad a los partidos políticos, sindicatos y los gremios. En el plano económico-institucional, los pilares del nuevo orden fueron: • Un orden institucional volcado a proteger la propiedad privada y los derechos individuales; • Un modelo económico basado en los mercados libres, en la apertura comercial, en el rol subsidiario del Estado y en el papel central de la empresa privada incluso en campos que parecían prohibidos por su carácter estratégico, como la previsión, salud, educación, telecomunicaciones y energía, entre otros; • Una baja carga tributaria para los grupos más acomodados, y un rechazo a su uso como medio para distribuir recursos en beneficio de los pobres. En el plano social, los pilares del nuevo orden fueron: • Un sistema de protección social focalizado en los más pobres, quedando el resto a merced de sus propias redes-la principal de las cuales es la familia; • Un estado que ya no es soporte de la movilidad social, que quedó como una materia privada, ligada al esfuerzo y al mérito individual; • La persistencia de los altos niveles de fragmentación y desigualdad social que ha mostrado Chile a lo largo de su historia: un sistema educacional altamente segmentado, un mercado de trabajo que promueve escasamente la meritocracia, y sofisticados sistemas de segregación urbana. En el plano cultural, los pilares del nuevo orden fueron: • Una sociedad donde el trabajo y la educación son visualizados como las únicas palancas del progreso personal, Como consecuencia de esto, se ha impuesto una exigente ética de trabajo. Ruptura con el conservadurismo La tercera ruptura modernizadora se produjo a partir de 2000, con la elección de Ricardo Lagos. Ella significó el quiebre del orden oligárquico-conservador que permitía a las elites de todo tipopolíticas, económicas , espirituales- gozar de un alto grado de inmunidad ante el escrutinio público y convivir con cierta indiferencia hacia la desigualdad y la discriminación. El hilo invisible que permite comprender el gobierno de Lagos (2000-2006), es la emergencia de una sociedad más horizontal y transparente, dispuesta a sacar sus fantasmas de los armarios y a enjuiciar a sus grupos dirigentes, así como a enfrentar conflictos sin el temor a la amenaza de un retorno autoritario. La “guinda de la torta” fue la elección, por primera vez en la historia de Chile, de una mujer como Presidenta de la República. Con Lagos se eliminaron los resabios autoritarios de la Constitución (como los senadores designados y la autonomía de las FF.AA), se encaró el drama de los torturados, se eliminó toda forma de censura y se aprobó la ley de divorcio, entre muchos otros cambios democráticos y liberales. Hoy todos en Chile somos muchísimo más liberales. Pero no solo esto. Con Lagos se produjo también un deslizamiento geológico de proporciones. Todos los actores sociales, políticos e intelectuales hicieron suya una bandera que parecía patrimonio de la centro-izquierda: la lucha contra la desigualdad. Si la derecha triunfó en los 90 imponiendo al mercado, la centro-izquierda lo hizo en esta década imponiendo la cuestión de la igualdad- En el Chile de hoy, todos somos social-demócratas, y las elecciones en curso son la mejor prueba de ello. La derecha ha tirado al traste de los libros viejos los manuales de los Chicago Boy’s, ha elegido como su abanderado presidencial a alguien que no nació de su cuna ideológica, como Piñera. La causa de la equidad no está presente solamente en los discursos de los políticos o las conferencias de los expertos en public policies; se encarna también en la movilización de los actores sociales. Esto partió con la de los estudiantes secundarios en el otoño de 2006, quienes cambiaron de golpe el eje del debate en el campo de la educación: del acceso para todos se pasó a la educación de calidad para todos, garantizada por el Estado. Lo mismo ha ocurrido con los trabajadores contratistas, que reclaman iguales condiciones de trabajo y de salario que los trabajadores de planta. En todas partes, en suma, se escucha la misma consigna: ¡más igualdad! Ruptura con Chicago Pongámoslo así: si Pinochet trasladó Chile de París a Chicago, en estos 20 años la Concertación no ha buscado llevarlo desde Chicago de vuelta a París, pero sí se puede decir con certeza que lo trasladó a Boston –esto es, a una versión más atenuada o “europea” del modelo estadounidense. Ésta podría ser anotada como una cuarta ruptura. Este ha sido un traslado muy sigiloso, que los propios jerarcas e ideólogos de la Concertación inicialmente no quisieron verbalizarlo. Lo que ha hecho en este sentido la Concertación, si uno hiciera el balance de esos 20 años. Es no romper con el mercado, ni con la inserción en la economía internacional, ni con la promoción de la empresa e inversión privada, pero ha reforzado regulaciones, en defensa del consumidor, la libre competencia, el medio ambiente, etc, etc, etc. En suma, desde el gobierno de Aylwin, y con más claridad a partir de Lagos, la Concertación ha cambiado hoja de ruta, introduciendo diversas reformas al capitalismo chileno, sin por ello romper con su matriz liberal. Entre esas reformas cabe destacar: • La incorporación de nuevos objetivos al sistema económico, como la equidad, el incentivo a la competencia y la protección al medio ambiente; • La mejora, ampliación e institucionalización de la red de protección social, cuyo modelo AUGE, que consiste en el otorgamiento de derechos garantizados por el Estado para la atención de un amplio número de patologías; • La reintroducción del apoyo del Estado a los esfuerzos de movilidad social, lo que va en ayuda especialmente de las clases medias; • Las reformas también han apuntado a potenciar los espacios públicos y darle un lugar más preeminente a la cultura. Entonces, cuando uno se pregunta, ¿por qué la Concertación ha logrado mantenerse en el poder por 20 años?, la respuesta tiene tres componentes: 1°, porque aún profita del rechazo a Pinochet; 2° ( y cada vez más), porque ha hecho reformas que han mitigado los aspectos más duros del capitalismo liberal de sello estadounidense, lo que ha ido en ayuda de los grupos menos favorecidos y; 3°, porque aunque la derecha promete seguir con esta ruta de “europeización” del capitalismo, la población aún no termina de creerle, pues ella está aún más identificada con los Chicago Boy’s que con el mismísimo Pinochet. Bachelet: ¿paréntesis o ruptura? En su camino para alcanzar la democracia, Chile ha pagado muchos costos, uno de ellos ha sido el debilitamiento del espíritu comunitario por la extensión desenfrenada de las relaciones de mercado. Quizá esto era inevitable. Pero en la medida en que ha pasado el temor al pasado, los chilenos sienten un difuso malestar que proviene precisamente de la erosión de esos vínculos comunitarios. ¿Era ésta la tierra prometida?; ¿queremos hacia delante más de lo mismo?; en el afán por avanzar más rápido, ¿quiere ser todavía más flexible, incluso al costo de incrementar el sentimiento de inseguridad en las personas? Éstas sin las preguntas que la sociedad chilena, ya más estabilizada, se comenzó a hacer hacia finales del gobierno de Lagos. Y esto fue lo que condujo al triunfo de Michelle Bachelet el 2005, quien se presentó como la más legítima continuadora de aquel. Ahora bien: muchos de ustedes se preguntarán, ¿ qué explica que la Presidenta Bachelet haya alcanzado los niveles de popularidad más altos de los que se tenga registro en Chile? Muy simple: Porque ella encarna la ruptura con el economicismo-individualista que había dominado sin contrapeso en los últimos 30 años, y ese afán de participación y protección que la Concertación, tímidamente, ha venido representando. Y lo encarnó en un momento en que las incertidumbres generadas por el capitalismo liberal se hicieron más críticas, como fue con ocasión de la reciente crisis económica internacional. En cuanto a sus políticas, Michelle Bachelet fue una continuadora de la Concertación. Pero en cuanto a la forma en que ejerció el poder, ella representa una ruptura, no sólo con la Concertación, sino con toda la trayectoria republicana de Chile. En efecto, el “estilo Bachelet” representa el paso de… • La autoridad levantada sobre la apelación al orden (y a la amenaza del desorden), a la autoridad fundada en el diálogo y la participación; • La autoridad levantada sobre la admiración de las elites, a la autoridad fundada desde la sospecha hacia las elites; • La autoridad fundada en el pragmatismo, a la autoridad cuidadosa de los procedimientos; • La autoridad fundada en el secreto y la pompa, a la autoridad que promueve la transparencia y la extrema sencillez; • La autoridad movilizada por el ansia de crecer económicamente a cualquier costo, a la autoridad movilizada por la promoción de la protección y la igualdad; • La autoridad fundada en la épica del sacrificio en función del futuro, a la autoridad que tiene como única aspiración el bienestar de la población. Ha y que decir que, en sus primeros años, todas estas características del “estilo Bachelet” se percibieron como pasivos, y se temió que su presidencia fuese un fracaso. Pero llegó la crisis económica internacional, y con ello, sus opciones estratégicas adquirieron todo su valor. El conservadurismo fiscal, que permitió a Chile encarar bien la crisis. Su énfasis en la protección social (en especial su reforma estrella: la reforma previsional), que hizo que la crisis no caiga sobre espaldas de los más pobres. Y su empatía y serenidad, que permitieron que la crisis económica fuese enfrentada en un clima de unidad nacional. Bachelet, en suma, representa otra ruptura (la quinta), todas las cuales han permitido a Chile dar un gran salto en su modernización. Y lo que las elecciones en curso están demostrando, es que este avance no tiene vuelta atrás. Elecciones 2009: ¿qué enseñan? Muchos pensamos que así como ocurrió en los EE.UU, donde pasado el frenesí de los años 60, cuando se dieron saltos gigantescos en materia de igualdad de la mujer, de incorporación de las minorías, de participación de los jóvenes, vino una sorda demanda de orden, de certeza, de retorno a la tradición, que se encarnó en la figura de Ronald Reagan, aquí en Chile pasaría largo parecido con Michelle Bachelet. Pero no fue así. La gente no quiere un Reagan; quiere más Bachelet. Esto explica dos hechos inéditos de esta elección presidencial. Primero, que ninguno de los candidatos de las dos grandes coaliciones, Frei y Piñera, despierten fuertes adhesiones ni alcancen los niveles de apoyo de las elecciones anteriores. Y segundo, que surjan con fuerza candidatos ajenos a esas coaliciones, ¿Qué hay detrás de esto? Básicamente un castigo del electorado a las dirigencias políticas de las dos coaliciones, por haber apostado a un “Reagan”, y no a más Bachelet; lo que le ha llevado a buscar “por el lado” en ME-O o Arrate. ¿Qué se puede esperar de lo que viene? Con estas elecciones se ha abierto, creo yo, un nuevo ciclo político. Si gana Piñera esto es obvio, pues la derecha ganaría por primera vez una elección desde 1958, terminando con los traumas de Pinochet y los Chicago Boy’s. Pero si gana Frei igualmente entraríamos a un nuevo escenario. Éste se caracterizará por al menos los siguientes rasgos: • La división del electorado en dos bloques homogéneos (la Concertación y la Alianza) está llegando a su fin. Tanto a nivel presidencial como parlamentario emergen nuevas fuerzas que impiden a las dos coaliciones tradicionales alcanzar la mayoría por sí solas. • Si el partido comunista por fin ve satisfecho su deseo de llegar al parlamento, esto cambiará por completo el juego político al interior del parlamento, donde los diputados PC van a actuar como “aduana” en muchas materias sensibles (como la laboral o la de derechos humanos), y en el campo social, donde el PC seguramente retomará su papel histórico actuando de bisagra entre las luchas sociales y el sistema político. • Aún reina la incógnita de lo que pasará con la adhesión que ha logrado suscitar ME-O en esta elección. ¿Se constituirá en un movimiento político organizado? Todo indica que ésta es la pretensión, pues si no lo hace todo lo construido se desvanecerá en el aire. Podría erguirse como fiel de la balanza del escenario político de los próximos cuatro años, y construir una base de apoyo más sólida de cara al 2014. • Quienquiera que gane el 17 de enero, carecerá de mayoría en el parlamento. Esto significa que, el gobierno que sea, estará obligado a construir mayorías caso a caso. El parlamento se convertirá en una arena de negociación múltiple, y donde se configurarán las agrupaciones más estrambóticas. • Entraremos inevitablemente ante una “nueva forma de gobernar”. Para conseguir mayorías en el parlamento se necesitará funcionarios de gobierno capaces de negociar y encontrar acuerdos en la arena parlamentaria. Para ello, la composición misma del gobierno deberá reflejar de alguna manera el tipo de mayoría que se busca. Esto significa que, quienquiera que sea elegido, estará obligado a construir un gobierno híbrido, mucho más heterogéneo de lo que hemos conocido desde el 90 a esta parte. ¿Qué consecuencias tendrá este nuevo escenario político sobre la consistencia y perdurabilidad de las políticas públicas? ¿Cómo afectará el avance en materia de desarrollo? ¿Qué impacto tendrá sobre los conflictos sociales y los grupos de interés? ¿Qué efectos tendrá sobre el grado de adhesión de las ciudadanías - y en particular de los jóvenes- hacia el sistema democrático? Éstas y muchas otras preguntas parecidas quedan abiertas; pero el sólo intentar darles una respuesta supera las pretensiones de esta intervención.