Herejes quemados en la hoguera EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO DESDE SUS INICIOS HASTA EL CONCILIO DE NICEA CAPÍTULO V DISENSIONES EN LA COMUNIDAD CRISTIANA DISENSIONES INTERNAS: LAS HEREJÍAS De la misma manera que el judaísmo reconocía diversas sectas en su seno y el helenismo multitud de escuelas filosóficas, el cristianismo primitivo se organizó en múltiples iglesias, cuya creencia principal era la inminente llegada del reino anunciado por Jesús. Con el paso de los años esta idea se fue enriqueciendo y diversificando sobre todo cuando se puso en contacto con la filosofía helénica, pero hasta mediados del s. II ninguna iglesia osó anatematizar a otra con la que discrepara. Las discrepancias que surgían se resolvían en el interior de cada iglesia, bien adoptando nuevas ideas, modificando otras o expulsando definitiva o temporalmente a determinadas personas o grupos. Pero una iglesia no condenaba a otra. No podían hacerlo y, con seguridad, ni se les ocurrió. Sin embargo, a partir del s. II surgen autores eclesiásticos como Justino e Ireneo, que comienzan a usar la palabra herejía, no para designar la discrepancia sino para condenarla como desviación doctrinal. Las controversias heréticas surgen con las tendencias a la unificación que nace de una serie de iglesias que se consideran depositarias de las enseñanzas apostólicas y que, por ello, reclaman para sí la ortodoxia doctrinal y ritual. El tema principal de confrontación lo constituyó la figura de Jesús: En las iglesias de tradición judía no se le reconocía como un ser divino sino como un profeta o Mesías. Según Eusebio de Cesarea, en Roma era esta la doctrina que había imperado desde los apóstoles hasta el papa Ceferino, que la trastocó a principios del s. III, al inclinarse a identificar a Jesús con Dios Padre: «Dicen, efectivamente, que todos los primeros, incluidos los mismos apóstoles, recibieron y enseñaron esto que ahora están diciendo ellos, y que se ha conservado la verdad de la predicación hasta los tiempos de Víctor, que era el decimotercer obispo de Roma desde san Pedro, pero que, a partir de su sucesor, Ceferino, se falsificó la verdad. » (HE V 28,3) Surge el monarquianismo, al que se unieron teólogos importantes que negaban cualquier distinción entre el Padre y el Hijo y entendían que ambas palabras eran epítetos o modi de un Dios único. Aparecen las discrepancias con otras iglesias, especialmente en Antioquía, cuyos teólogos entendían que el Hijo era un ser inferior y subordinado al Padre. A inicios del s. IV, con Arrio, sacerdote alejandrino educado en Antioquía, aparece una de las herejías más importantes de la historia del cristianismo. Veamos algunas de las personas que lucharon contra tales herejías y un resumen de la doctrina de algunas de ellas. IRENEO DE LYON Se cree que Ireneo (en griego: pacífico) nació en Esmirna (actual Turquía) y vivió del 102 al 202, siendo discípulo de Policarpo de Esmirna, que a su vez lo fue del apóstol Juan. Fue sacerdote, obispo de Lyon y, finalmente, tras su muerte, lo declararon santo. Fue su obra más célebre Adversus hæreses, compuesta de 5 volúmenes. Ireneo de Lyon Su principal objetivo fue crear para toda la incipiente iglesia, durante el s. II, un marco de teología y doctrina que se adoptarían 140 años después, en el Concilio de Nicea. Luchó contra las herejías, especialmente el gnosticismo y propugnó el primado de la Iglesia de Roma sobre todas las demás, debiendo éstas adoptar los usos y ritos de aquélla. Ireneo observó un cristianismo caótico aunque lleno de energía. Se estaba gestando una religión, pero no se disponía de una iglesia organizada que determinara qué era doctrina y qué no. Hay que tener en cuenta que en sus inicios, el cristianismo no tenía una fe o Biblia definitiva y que circulaban multitud de evangelios, desde los del Nuevo Testamento hasta otros como El Evangelio de Tomás, El Evangelio de la Verdad, El Evangelio de Felipe, etc. así como otras muchas enseñanzas, mitos y poemas ocultos atribuidos a Jesús y sus discípulos. La formación del Nuevo Testamento como Biblia cristiana fue un proceso gradual que tardó siglos en concluirse. Hasta el Concilio de Trento, en 1545, la Iglesia Católica Romana no presentó su lista definitiva de textos, en el sentido de que desde entonces es cerrada y sin posibilidad de quitar ni añadir nada. Sesión del Concilio de Trento, de Tiziano En los primeros siglos, el mundo del cristianismo era muy turbulento. No sólo existían los 4 evangelios canónicos sino 30 o más, y todos ellos se erigían en portadores de la verdad. Algunos contenían interpretaciones distintas de la fe basándose en los mismos hechos concretos. Cada una de estas sectas (del latín sequere: seguir) adoptó alguna variante de la creencia cristiana. Los temas de más amplio debate fueron: ¿Hasta qué punto Jesús era humano y hasta qué punto divino? ¿Existía una Trinidad? ¿Jesús era parte independiente de Dios o formaba parte de Él? En tal caso, ¿cómo pudo afrontar un destino humano como la crucifixión? ¿Era María, la madre de Jesús, virgen o no lo era? Las diferentes respuestas acabaron con cismas amargos, algunos de los cuales aún perduran. El destino de Ireneo fue poner límite a todo ello mediante la existencia de unos textos básicos y una teología universal. Con relación a los textos declaró que no podían existir muchos evangelios, sino cuatro. Señaló los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que, posteriormente, se convertirían en los evangelios canónicos: «Mateo, que predicó a los hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que estos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro el evangelio que éste predicaba. Por fin, Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso.» (Adversus hæreses, Libro III, 1.1) Con respecto a la teología propuso una que sería aceptada, en su esencia, como Credo en el Concilio de Nicea. En una de sus cartas lo expone así: «Éste es el orden de la norma de nuestra fe y los cimientos del edificio: Dios, el Padre, no creado, inmaterial, invisible; un solo Dios, el creador de todas las cosas: ese es el primer punto de nuestra fe. El segundo es: la palabra de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor […] y el tercer punto es: el Espíritu Santo, mediante el cual profetizaron los profetas y los padres aprendieron las cosas de Dios y los justos fueron enviados por el camino de la justicia…» Después se dedicó a luchar contra las herejías, muy especialmente contra el gnosticismo. ATANASIO DE ALEJANDRÍA A pesar de todos los intentos de Ireneo por crear una religión ortodoxa, la fe todavía no había sido autorizada oficialmente. Los cristianos seguían sufriendo oleadas periódicas de persecución, que llegaron al punto culminante durante el mandato de Diocleciano como emperador de Roma. Éste comenzó su reinado con moderación, pero en años posteriores ordenó una terrible oleada de grandes persecuciones contra los cristianos, iniciadas en el año 284 d.C. En estas circunstancias inicia su andadura Atanasio de Alejandría (ca. 295-373), que siguió la estela de Ireneo en la propagación del cristianismo protoortodoxo. Asistió al Concilio de Nicea del año 325 d.C., fue nombrado obispo en el verano del 328 y fue exiliado a Traer (frontera germana) por Constantino, por razones no del todo claras, en el año 335. Pasados dos años regresó a Egipto y se convirtió en el malleum hæreticorum de la doctrina o herejía arriana. Atanasio de Alejandría Atanasio desempeñó un papel muy importante en la creación del canon del Nuevo Testamento. En el año 367, en su 39.ª carta pascual, definió ya los libros que eran aceptables y los que no lo eran. En esta carta, que se leyó en todas las iglesias de Egipto y que supone la lista más antigua conocida del canon del Nuevo Testamento, decía: «Cuatro son los evangelios: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Después los Hechos de los Apóstoles y 7 epístolas, a saber: de Santiago, una; de Pedro, dos; de Juan, 3; después de esta última, una de Judas. Asimismo, hay 14 epístolas de Pablo, escritas en este orden: la primera, a los Romanos; luego, dos a los Corintios; tras ellas, a los Gálatas; a continuación a los Efesios; luego a los Filipenses; luego a Colosenses; tras ella, dos a los Tesalonicenses y a los Hebreos; y, una vez más, a Timoteo; una a Tito y, por último, a Filemón. Además, el Apocalipsis de Juan. »Éstas son las fuentes de salvación […] Sólo en ellas se proclama la doctrina de la piedad […] Que ningún hombre añada nada a estos textos, ni se le permita salirse de ellos. Por este asunto, el Señor puso en evidencia a los saduceos y dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras”. Y reprendió a los judíos diciendo: “Escudriñad las Escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí”.» Cualquier otra cosa fuera del marco de los libros anteriores, se convirtió en apócrifa, en los casos más leves o en algo que rozaba la herejía, si estaba en profundo desacuerdo con la doctrina preponderante. Nada podrá entenderse sobre lo que significó el arrianismo y su proscripción si no se tiene en cuenta la actividad y las obras de Atanasio de Alejandría. Son numerosos sus escritos apologéticos, exegéticos, ascéticos y dogmáticos; y de especial importancia para la historia, sus cartas-tratados. En lo que se refiere al arrianismo son especialmente destacables: Discursos contra los arrianos, en número de 3. Cartas a Serapión, en número de 4. Y desde el punto de vista histórico: Apología contra los arrianos; y Epístola sobre los decretos del Concilio de Nicea. Ldo. Pedro López Martínez