La política comercial de los Estados Unidos. Una contradicción entre comercio libre y comercio justo Mtra. Cintia Smith Pussetto For far too long, U.S. trade policy has been “do as we say, not as we do” (Fitzgerald, The Heritage Foundation, 2002). 1. Introducción A menudo en la literatura producida fuera de los Estados Unidos se realiza un abordaje unilateral respecto de las políticas comerciales norteamericanas, llamando la atención sobre la contradicción entre el discurso estadounidense de libre comercio y sus prácticas proteccionistas. Este artículo pretende ir más allá de este análisis externo, involucrándose con el debate interno de los grupos de interés que defienden cada una de estas posiciones dentro de los Estados Unidos. Para ello, se realizará un tratamiento de las nociones de soberanía y comercio en los Estados Unidos, una revisión de las normativas proteccionistas del país y un estudio exhaustivo de los casos que generan mayor conflicto en torno a este debate. La idea es dejar en evidencia la falta de acuerdo entre los grupos de interés, sin tomar posiciones favorables o desfavorables hacia una u otra alternativa, a fin de entender que la falta de coherencia de la política comercial norteamericana es el resultado de las dificultades internas para llegar a un acuerdo de largo plazo en materia comercial. 2. El debate teórico: soberanía y comercio Tradicionalmente, las políticas comerciales de los gobiernos y sus mecanismos de implementación son resultado de la interacción entre las fuerzas políticas domésticas y las de estas últimas con gobiernos de otros estados. En orden a ejercer poder sobre el comercio, los estados descansan en instrumentos que legitiman su autoridad: incluyendo el uso de la noción de soberanía y 1 la construcción de sistemas legales que delinean el control de la actividad económica (Allen, 1999, p. 194). Sin embargo, la política económica global contemporánea evidencia que las naciones están perdiendo soberanía con respecto al capital transnacional, la tecnología y las organizaciones internacionales. Uno de los efectos más profundos de este incremento exponencial en el flujo de mercancías, servicios, capital, conocimiento y trabajo, a través de las tradicionales fronteras estatales a finales del siglo XX, ha sido la problematización de la naturaleza del estado y, particularmente, aquello que constituye la soberanía (p. 195). A pesar de este proceso de cambios, el estado-nación continúa siendo un instrumento vital de mediación política, articulando los intereses políticos en conflicto y generando las políticas comerciales y su negociación internacional. Esta tendencia a considerar que el estado se está debilitando y el capital privado se está fortaleciendo genera, según Kuttner, una "confusión acerca del rol apropiado para el estado y el mercado en torno a las normas del sistema de intercambio de mercancías que gobierna el comercio a través de las fronteras" (1996, p.3). Siguiendo a este autor, esta confusión quizás sea más severa en los Estados Unidos. Esto es consecuencia de que dicho país, como garante del sistema global y del ideal de comercio liberal, evidencia una creciente contradicción de cómo reconciliar esos objetivos con su propio interés nacional como economía doméstica (p. 3-4). Formalmente, los Estados Unidos han apoyado la versión pura de libre comercio. Pero, al mismo tiempo, su propia práctica se ha alejado bastante de los supuestos del liberalismo económico que teóricamente profesan. Según Kuttner (1996): Dada su vocación ideológica por el laissez-faire, toda política doméstica que se aleja de dicha norma ha sido pobremente planeada, falta de objetivos industriales de largo plazo y, generalmente, no ha ayudado ni al sistema comercial ni al propio interés norteamericano. (p. 4) Este dilema local, observable hasta la actualidad, se proyecta sobre los Estados Unidos, como principal arquitecto y patrocinador del libre comercio, y sobre el sistema de comercio global. Un ejemplo claro de esta contradicción ha sido el debate originado en este país en 1994 respecto de la ratificación del acuerdo alcanzado en la Ronda Uruguay del 2 GATT que se refirió a la creación de la OMC (Organización Mundial del Comercio) y por consiguiente a la membrencía norteamericana a dicho organismo internacional. Varias de las voces de oposición (provenientes del Congreso, ciertas élites políticas, los medios y la academia) objetaban que la aceptación de la jurisdicción de la OMC en disputas comerciales podía sentar precedentes sobre las normativas de las cortes norteamericanas en esta materia. Es decir, ponían en tela de juicio la soberanía de dicho país respecto de una entidad supranacional (Allen, p. 195). Aquellos que alentaron la incorporación consideraban que la creación de la OMC estaba directamente enfocada al interés comercial norteamericano porque el nuevo sistema de resolución de disputas comerciales, que la naciente entidad representa, resultaría en resoluciones más rápidas y justas de las quejas del comercio norteamericano contra otros estados (p. 195). Según Allen, el empleo del concepto de soberanía en el debate sobre la incorporación norteamericana a la OMC representa una nueva manifestación de un temor norteamericano de largo plazo respecto de la pérdida de la misma en el nuevo contexto de cambios del sistema internacional y la economía global (p. 195). En términos de política comercial doméstica también se manifiesta a menudo esta contradicción. En este artículo se hará una revisión de los sectores económicos que, por ser considerados vitales para la seguridad nacional, generan mayor debate en torno al dilema norteamericano de libre comercio versus protección. Desde la perspectiva tradicional del liberalismo económico, las necesidades orientadas al interés nacional se limitan a la seguridad militar y geopolítica. También se refieren al interés del consumidor en el contexto de libre comercio. Sin embargo, grupos industriales, sindicatos y algunos representantes del Congreso pugnan por la protección de ciertos sectores de la economía nacional (como el siderúrgico o la agroindustria) dado su impacto sobre el mercado laboral en cuanto a los niveles de empleo, de salario y los estándares de trabajo y medioambientales. Estas negociaciones entre los diferentes grupos de interés, que generalmente se resuelven a través de disposiciones legales negociadas entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, son evidencia de la falta de unanimidad en la visión de los beneficios derivados del libre comercio y de las contradicciones en que incurren los Estados Unidos toda vez que estos grupos entran en colisión. Como lo expresa claramente Kuttner (1996): 3 La devoción norteamericana por el laissez-faire implica que cualquier alejamiento [de su política respecto] del libre comercio, [fenómeno] que ocurre de manera intermitente es sobrellevado con culpa y sin un propósito estratégico, y es visto por las autoridades norteamericanas como concesiones infortunadas a políticas domésticas más que iniciativas económicas de desarrollo. (p. 6) Al mismo tiempo, se ha producido otro fenómeno interesante. A medida que las reglas de libre comercio en las últimas décadas han ganado terreno en el ámbito internacional, esto ha sucedido paralelamente a la declinación de los Estados Unidos como potencia hegemónica, por lo menos en el ámbito económico. Por lo tanto, el esfuerzo norteamericano por inyectar sus normas de laissez-faire como políticas directrices para otras naciones, mientras retiene su valorado rol de líder del sistema global, se traduce en un alto costo para su propia economía nacional (p. 11). En palabras de Kuttner (1996): Existe una conexión lógica entre el rol geopolítico hegemónico y las normas de libre comercio. La potencia hegemónica debe ser devota del libre comercio; de otro modo, otras naciones tendrían menos razón aun para ofrecer deferencia al líder hegemónico. Ser miembro del sistema de comercio patrocinado por los Estados Unidos supone un importante prerrequisito para acceder al vasto mercado norteamericano. Más aun, es lógico que la potencia hegemónica vea al sistema que patrocina como una extensión de sí misma. (p. 13) Bergstein (1996), desde una perspectiva aperturista, coincide en que la única forma en que los Estados Unidos retengan el liderazgo global en el período de postguerra fría es permaneciendo como líder del libre comercio, como lo demuestra con la firma del TLCAN, la Ronda Uruguay del GATT, APEC y el ALCA. 3. El rol de las multinacionales en las políticas de libre comercio Las grandes corporaciones multinacionales (CMN) son en varios sentidos los agentes fundamentales de la globalización y, por ende, impulsoras de las políticas comerciales aperturistas. Más aun, algunos analistas consideran que el debate entre soberanía y comercio se desenvuelve en la tensión entre estado y multinacionales y no entre estado y mercado. Los flujos anuales de inversión directa extranjera de las CMN se incrementaron más rápidamente que el comercio tradicional. De 1973 a 1995, estos flujos se 4 multiplicaron más de 12 veces (de 25 billones de dólares a 315 billones) (Cohn, 2000, p. 274). En la actualidad, alrededor de un tercio del total del comercio mundial es producto del comercio intrafirma entre las CMN, otro tercio consiste en exportaciones de las CMN a otras no afiliadas, y el tercio restante al comercio entre firmas nacionales (no involucra a las CMN) (p. 274). Estos datos demuestran la importancia de integrar este actor al estudio de las políticas comerciales; particularmente en el caso de los Estados Unidos que representa el país de origen de gran parte de ellas y, por lo tanto, las mismas ejercen influencia sobre las políticas comerciales del país. A partir de la década de los ochenta, la tasa anual promedio de inversión directa extranjera mundial tuvo un crecimiento que no se había experimentado desde fines del siglo XIX. El resurgimiento de las ideas del liberalismo ortodoxo fue un factor fundamental para la eliminación de las restricciones al flujo de capitales. Los teóricos del libre comercio tienen una visión muy positiva de la inversión extranjera. La misma, según ellos, provee financiación externa para compensar cantidades insuficientes de ahorro interno e ingresos por exportaciones. Un dato llamativo es que los Estados Unidos perdieron la posición dominante como fuente de inversión directa extranjera. Su participación cayó de 42.9% en 1980 a 25.8% en 1990 (p. 284). Sin embargo, siguen manteniendo el primer lugar como receptor de este tipo de flujos internacionales (477.5 billones de dólares acumulados entre 1985-95) (p. 286). En términos generales, los Estados Unidos han sido el principal defensor de la liberalización de las políticas de inversión extranjera y se presentaron críticos hacia aquellos países que sostenían políticas intervencionistas en los setenta. Pero, en opinión de Cohen (2000), "irónicamente fueron el único país industrial que cambió su política en los ochenta, como resultado de la declinación de la hegemonía económica del país, y por lo tanto, la disminución de la exportación de capital y el aumento de la importación del mismo" (p. 294). Según Cohen (2000), Cuando los Estados Unidos estaban en proceso de emergencia como potencia hegemónica, los flujos de inversión directa extranjera que salían del país eran considerados relativamente poco costosos porque ningún grupo de interés local lo veían como negativo a sus intereses. Cuando su situación hegemónica 5 comenzó a declinar, algunos grupos como los sindicatos comenzaron a percibir que la salida de flujo de capitales tenía efectos negativos en la economía nacional. (p. 295) Sin embargo, las posibilidades de control político a las CMN son cada vez más limitadas. Por ejemplo, las compañías petroleras norteamericanas redujeron su identificación con el interés nacional estadounidense luego de la crisis energética de 1973, cuando se las acusaba de apoyar el embargo petrolero de los países árabes (p. 295). Este caso pone en claro el dilema que presentan las CMN. Dichas instituciones organizan sus operaciones a escala global, y esto puede diferir de los intereses de sus países de origen. Para la corriente liberal, las CMN buscan oportunidades rentables alrededor del mundo y por esa razón, comienzan a desconectarse de los países de origen. Por lo tanto, la competitividad de un estado no está asociada con la competitividad de sus CMN. Opinan que el futuro económico de los Estados Unidos depende más de la educación y habilidades de los trabajadores norteamericanos que de la propiedad de multinacionales (p. 299). 4. Políticas norteamericanas de protección La legislación antidumping norteamericana, según sus defensores, asegura el comercio justo, contrarrestando las distorsiones de mercado causadas por gobiernos extranjeros. Específicamente apunta a cuestiones relacionadas a prácticas de precios ventas por debajo de los costos de producción - que refleja proteccionismo, cartelización, subsidios, y otros defectos estructurales en mercados foráneos (Lindsey, 1999). Desde la visión de los detractores de estas normativas, hay una desconexión entre la retórica de los defensores de las medidas antidumping y la realidad de dicha práctica. Según Fitzgerald (2002), "algunas compañías que desean escapar a la competencia usan estas leyes para inclinar el campo de juego más que para nivelarlo". A continuación se hará una revisión exhaustiva de estas normativas. 6 4.1. Sección 301 (Super Section 301): El gobierno norteamericano permite a las industrias nacionales el pedido de protección antidumping a través de dicha sección de la Ley de Comercio y Tarifas de 1974 (Trade and Tariff Act). Originalmente esta normativa daba al presidente amplia discreción para tomar represalias contra "cualquier país que aplique restricciones a las importaciones estadounidenses de manera injustificada o no razonable o subsidios a las exportaciones que reduzcan las ventas de mercancías norteamericanas en el exterior" (Fitzgerald, 2002). En 1988, la Sección 301 fue enmendada y comenzó a ser denominada "Super 301". En la misma se establece una fórmula denominada Estimado de Comercio Nacional (National Trade Estimate), que muestra las barreras externas al comercio norteamericano y sus costos. Sobre esta base, un organismo gubernamental (USTR) investiga a los países con patrones consistentes de prácticas comerciales injustas. Si esas prácticas son consideradas injustificadas o no razonables, el gobierno norteamericano trata de "persuadir" al país en cuestión que interrumpa su comportamiento no competitivo en un espacio específico de tiempo. Si esas prácticas continúan el presidente de los Estados Unidos debe tomar represalias, en un valor equivalente, contra las mercancías del país extranjero en cuestión. A pesar de que la Sección Super 301 ha expirado, algunos miembros del Senado han discutido su establecimiento definitivo como parte de la ley de 1974. Según Fitzgerald (2002), el número de casos de antidumping ejecutados a través de la Super 301 está en escalada. Entre 1980 y 1989, los Estados Unidos iniciaron alrededor de 40 casos por año; en el año 2000, se iniciaron más de 300 casos. 4.2. Ley de Contrarresto de Dumping y Subsidios Continuos (2000) o Enmienda Byrd (Continued Dumpimg and Subsidy Offset Act or Byrd Amendment): A través de esta legislación se favorece la discrecionalidad manifestada en la Sección Super 301 ya que la Enmienda Byrd requiere al servicio norteamericano de aduanas el establecimiento de una cuenta especial para aranceles recaudados por medidas compensatorias (countervailing) y antidumping, y su posterior transferencia a las industrias nacionales perjudicadas. También otorga incentivos a las industrias para buscar protección, ya que al mismo tiempo pueden ser recompensadas financieramente. 7 En opinión de Fitzgerald (2002), "permitiendo dicho abuso la práctica ha logrado un efecto opuesto; otros países han comenzado a usar los mismos mecanismos contra las exportaciones norteamericanas". 4.3. Sección 201 (Trade and Tariff Act’s Section 201): La misma es conocida como "cláusula de escape" y esta vigente desde 1974. Una industria puede recurrir a esta cláusula buscando protección si satisface dos condiciones. Por un lado, debe persuadir a la Comisión Internacional de Comercio de los Estados Unidos (International Trade Comission, ITC) que la industria ha sido seriamente damnificada o amenazada por lesiones severas, y que el aumento de las importaciones es la causa más importante de dicha injuria. Por otro lado, la mitad o más de la mitad de los comisionados que revisen el caso deben recomendar al presidente la ayuda comercial; al mismo tiempo, la industria debe persuadir al mismo de que este auxilio comercial se justifica en el interés nacional (Fitzgerald, 2002). Los casos que recurren a esta normativa legal no requieren demostrar un hecho de comercio injusto; solamente tienen que probar que las importaciones están produciendo un daño en su industria (Schavey, 2002). En palabras de Leibowitz (2001): Las leyes norteamericanas para remediar distorsiones comerciales han comenzado a ser un llamado de atención en el sistema internacional de comercio. Es cada vez más obvio que las leyes de los Estados Unidos en su planteo actual y el apoyo del país para profundizar la liberalización del comercio mundial no son metas complementarias sino más bien antagónicas y aun incompatibles. Aquellos que elaboran las leyes enfrentan ahora una cruda elección entre el statu quo de las leyes domésticas de comercio y la integridad del compromiso norteamericano ante la OMC. 5. Casos de la actualidad en los que se enfrentan las visiones de libre comercio y de proteccionismo En la revisión contemporánea del debate norteamericano sobre su política comercial se presentan recurrentemente ciertos temas puntuales respecto de los cuales se manifiesta en forma explícita la oposición entre los que privilegian el rol de los Estados Unidos como defensor y garante del libre comercio (y por ende como potencia 8 hegemónica global) y los que defienden el interés nacional (o sea la protección de la economía interna; particularmente del mercado laboral). A continuación se tratarán con profundidad las temáticas más recurrentes del debate de la política comercial de los Estados Unidos. 5.1. El caso de la industria del acero. ¿Amenaza de las importaciones o crisis de sobreproducción? La industria del acero puede ser vista tanto como un caso de régimen excesivamente controlado de comercio, y por ello echado a perder por falta de competitividad, y al mismo tiempo como una industria que clama necesariamente por un mayor control en su comercio. Si el mercado es liberado totalmente a sus fuerzas naturales se produce un exceso de capacidad, caída de las ganancias, sobreproducción competitiva y presiones hacia la cartelización; pero un sistema mercantilista de nación por nación genera los mismos efectos con resultados aun más extremos (Kuttner, 1996). En el último año la industria del acero en los Estados Unidos ha presionado nuevamente al presidente para que autorice subsidios y protección al comercio para frenar el resurgimiento de las importaciones acereras al país, a través de la cláusula de escape de la Sección 201. Los representantes de la industria argumentan que el daño en la industria siderúrgica fue producto de las importaciones. Desde 1998 las acereras estadounidenses han cerrado 31 plantas y se han perdido 45 mil empleos en la industria (Sánchez, 2002). El presidente Bush, en el mes de marzo del corriente año, por recomendación de la Comisión Internacional de Comercio (norteamericana), impuso tarifas de entre 8% y 30% durante tres años en acero importado de varias naciones1 (Céspedes, 2002). En respuesta a esta medida unilateral, la Unión Europea (UE) y Japón presentaron una queja formal ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) contra la decisión estadounidense de elevar aranceles a su importación de acero (Reforma, 2002). Ya desde fines de la década de los sesenta la industria ha buscado, recurrentemente, protección respecto de las importaciones y subsidios para aliviar sus 1 México y Canadá están excluidos de esta salvaguarda estadounidense a las compras siderúrgicas que realiza debido a las preferencias que le otorga el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. También están excluidos países en desarrollo (Céspedes, 2002). 9 dificultades económicas. Después de la crisis asiática (1997 - 1998), que causó la caída abrupta de las monedas de los países de Oriente con respecto al dólar estadounidense y, por consiguiente, abarató ol s costos de las mercancías asiáticas, la industria sostuvo que le resultaba cada vez más difícil competir con los bajos precios de las importaciones de aquellos países. En esta coyuntura, como en otras anteriores, cada vez que se presenta una crisis la industria es protegida con tarifas a las importaciones, además de subsidios y garantías de préstamos. Según Phelps (2001), presidente del American Institute for International Steel, esta ayuda gubernamental ha producido, en consecuencia, dos fenómenos: Primero, parte de la capacidad de producción de acero no económicamente integrada [excedentes] fue utilizada mientras las inversiones en productividad fueron aumentando el ahorro en mano de obra. Segundo, el sector de las minifundiciones (minimills) presionó tenazmente a las fundiciones integradas (integrated mills) fuera de las líneas de producción. Las mini-fundiciones requieren menos capital para producir acero y son capaces de realizarlo más eficientemente que los productores integrados. Por lo tanto, al tener una estructura de costos promedio más baja aumentaron su participación en el mercado nacional de un 37% en 1990 a un 50% en el 2000. Estos hechos han provocado un efecto no deseado, que según los opositores al proteccionismo se encubre bajo la justificación de una oleada de importaciones de acero baratas que, según las corrientes de libre comercio, no estaría ocurriendo realmente en la actualidad2 . En opinión de Schavey (2002), los productores de acero están padeciendo un exceso de capacidad, es decir, una crisis de sobreproducción. Según este autor, la industria a escala global está produciendo más de lo que la demanda es capaz de absorber. Este desfasaje, según la corriente de libre comercio, sería ocasionado por la intervención del gobierno, ya que sin los incentivos gubernamentales la industria produciría solamente lo que la demanda requiere. 10 Gráfica 1. Producción mundial de acero crudo, 1950 - 2001 (millones de toneladas métricas) Fuente: International Iron and Steel Institute ( http://www.worldsteel.org) Como se puede observar en el gráfico 1, la producción de acero (después de un crecimiento exponencial entre las décadas de 1960 y 1970) a partir de los ochenta ha tenido un comportamiento errático. Al mismo tiempo, la competencia interna para producir acero ha aumentado y consiguientemente también lo ha hecho en forma significativa la productividad. La producción por trabajador se incrementó de 400 toneladas en 1990 a 600 en el 2000. Sin embargo, durante el mismo período, la demanda permaneció constante (ver Tabla 1). Con un aumento de la productividad y una demanda constante el mercado se debe ajustar a través de la reducción de la fuerza laboral. 2 De acuerdo al servicio de investigación del Congreso de los Estados Unidos, la participación del acero extranjero en el mercado estadounidense descendió de un 28% en 1998 a un 21% en el 2001. 11 Tabla 1. Consumo de acero, 1995 - 2001 (millones de toneladas de metros cúbicos de productos de acero terminados) Región 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 Unión Europea 127.1 115.8 129.6 138.1 138.1 144.9 141.9 Ex - USSR 27.8 26.7 25.8 21.9 22.9 29.9 32.3 Estados Unidos 98.2 103.1 108.0 115.7 110.9 114.7 102.8 NAFTA 116.9 124.4 134.5 144.1 139.9 146.4 130.6 Centro y Sudamérica 23.2 24.2 27.9 27.2 24.1 27.0 27.8 África 14.8 13.4 15.0 16.5 14.6 14.6 15.1 Medio Oriente 13.1 13.5 15.2 14.5 14.5 16.4 15.5 Asia 290.3 296.9 310.6 281.1 310.3 338.4 362.7 Australia y Nueva Zelandia 6.5 6.5 6.5 6.6 6.6 6.4 5.9 Total Mundial 651.3 653.1 699.1 684.5 702.2 758.9 765.0 Fuente: International Iron and Steel Institute ( http://www.worldsteel.org) En opinión de Phelps el hilo conductor de la discusión es: "la protección comercial es solicitada en la industria por muchos y sólo necesitada por los más débiles". Cada vez que la protección es puesta bajo cuestionamiento (por ejemplo para armonizar políticas multilaterales con la OMC), los productores reclaman que necesitan tiempo para recomponerse del asalto al mercado norteamericano perpetrado por importaciones de precios injustos, para redefinirse y comenzar a ser competitivos internacionalmente. Por lo tanto, para Phelps (2001) la protección del acero no genera una industria competitiva, sino por el contrario ayuda a los empresarios débiles a mantenerse en el mercado. Schavey (2002) coincide con este argumento. Según este autor los problemas que hoy atraviesa la industria se deben en gran parte a la intervención gubernamental más que a la competencia extranjera. Las políticas proteccionistas del pasado continúan inhibiendo la eficiencia e innovación en el mercado local y prolongan una muy necesaria reestructuración de la industria del acero. Una de las principales razones de estos altos niveles de compensación a la industria es que la misma posee sindicatos muy fuertes, que son capaces de negociar acuerdos beneficiosos para su clase trabajadora. Por ejemplo, al mismo tiempo que la industria siderúrgica negocia políticas tarifarias, pretende trasladar al gobierno los 12 costos de un sistema de fondos de pensión y beneficios de protección médica (conocidos como legacy costs) para 600.000 empleados retirados (Schavey, 2002). A pesar de la consistente protección que la industria del acero ha recibido se encuentra en una situación comprometida. Después de tres décadas, el nivel de empleo en la industria cayó dramáticamente. En la tabla 2 se observa que en los Estados Unidos en un lapso de 25 años la fuerza laboral ocupada por la industria del acero se redujo a un tercio. Tabla 2. Nivel de empleo nacional en la industria del acero, 1975 - 2001 (por millones al final del año) Año Nivel de 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2001 457 399 238 204 171 151 141 empleo Fuente: International Iron and Steel Institute ( http://www.worldsteel.org) Desde los grupos defensores de la protección se considera que es precisamente la apertura comercial la culpable de esta problemática social y que antes que eliminar el apoyo del gobierno este se debe reforzar. Para muchos norteamericanos, especialmente para los que viven en las comunidades más golpeadas por la competencia de la importación, intuitivamente resulta un hecho que el influjo de importaciones baratas desde otros países donde los salarios representan una pequeña fracción de los salarios estadounidenses ejercen presión sobre estos últimos y conducen a la pérdida de trabajos domésticos (Belman y Lee, 1996, p. 61). Según lo documentan Belman y Lee (1996) La mayor parte de la investigación basada en métodos empíricos y presunciones teóricas ha encontrado que el incremento en el comercio (o la competencia con las importaciones) está asociado en gran medida a la reducción del empleo doméstico y/o de los salarios, con un efecto sobre el nivel de empleo varias veces superior que sobre el nivel de salario promedio. (p. 63) Por lo tanto, queda en evidencia que la cuestión de la industria del acero resulta un debate esencial en el marco de la política comercial norteamericana. Para aquellos que defienden la idea de libre comercio resulta imperioso llevar a cabo una 13 reestructuración de la industria (a la que califican como no competitiva); eliminando la capacidad ociosa y reduciendo la producción hasta los niveles de consumo. Para aquellos que participan de la industria es necesario preservar y aumentar el apoyo, principalmente desde la justificación del mantenimiento de las oportunidades de trabajo como elemento esencial del bienestar social y, en consecuencia, del interés nacional. 5.2. El caso de la industria agrícola. Subsidios: ¿necesidad o mala costumbre? Los Estados Unidos protegen el sector de la agricultura a través de subsidios. Estos funcionan como barreras no arancelarias al comercio ya que inclinan el terreno para favorecer a unos productores sobre otros. Desde la Gran Depresión de la década del treinta, los productores estadounidenses recibieron grandes cantidades de asistencia del gobierno federal. Según Fitzgerald (2001a), "los agricultores crecieron acostumbrados a recibir un cheque por correo y se apoyan en los subsidios más que en el libre mercado". Desde la postura del libre comercio, los subsidios no sólo llevan a la sobreproducción, sino que también generan en forma artificial precios muy bajos, llevando a los consumidores a descartar mercancías extranjeras y manteniéndolas fuera del mercado. Según esta corriente, los Estados Unidos manifiestan una postura poco congruente: mientras se quejan justificadamente de los subsidios impuestos por la Unión Europea (UE), tanto los productos lácteos como el azúcar norteamericano exceden con sus subsidios a los de los mismos productos de la competencia europea (Fitzgerald, 2002). Siguiendo este punto de vista, los socios comerciales difícilmente acepten esta falta de coherencia y pueden responder con barreras comerciales adicionales que dañen las facilidades de exportación estadounidense (un tercio de su producción doméstica) (Fitzgerald, 2001a). Por lo tanto, para mantener su credibilidad como líder de la economía global, los Estados Unidos deben ofrecer la eliminación de sus barreras arancelarias y no arancelarias a productos agropecuarios. Según Fitzgerald (2001a), "los Estados Unidos producen mucho más de lo que se puede consumir en el mercado interno. Con un 96% de los consumidores del mundo viviendo fuera de este país, el comercio no es un lujo sino una necesidad para los productores norteamericanos". Desde la tribuna opuesta, Kuttner (1996), opina que: 14 El punto que los defensores del libre comercio deben comprender es que [en el contexto de la agroindustria] un régimen de comercio parcialmente dirigido puede ser el camino hacia un comercio relativamente más libre y sostenible, al mismo tiempo que un rol más balanceado para los Estados Unidos en el sistema. Esta aproximación puede inyectar un grado más amplio de multilateralismo al sistema de comercio global. (p. 33) En Montreal, en la revisión parcial de la última ronda del GATT, la Unión Europea (UE) urgió a los Estados Unidos a planificar un programa de mediano plazo para la reducción recíproca de subsidios, con cierta tolerancia al control gubernamental de precios y abastecimiento y un respeto mutuo de los mercados regionales de exportación históricos. Estados Unidos tomó la posición de que sólo estaría de acuerdo si Europa se unía al esfuerzo de alcanzar el libre comercio en el mercado agrícola mundial para el año 2000. De este modo no se pudo llegar a ningún acuerdo en la materia. Desde la visión de la UE la única forma de llegar a un comercio libre de los productos agropecuarios es a través de un programa parcial de comercio dirigido (Kuttner, 1996, p. 33). Estados Unidos, en su negociación exterior, no ve otra alternativa que el libre comercio indiscriminado. En el año 1996, se puso en vigencia en los Estados Unidos la Ley Federal de Mejoramiento y Reforma Agrícola (Federal Agriculture Improvement and Reform Act, FAIR), conocida informalmente como la ley de "Libertad para cultivar" (1996 Freedom to Farm Law). Dicha legislación, al momento de su ratificación, recibió atención por su potencial para terminar con los tradicionales subsidios agrícolas. La misma estableció cuatro cambios importantes respecto de los programas previos (Orden, 2002): 1. la mayoría de los productores apoyados alcanzaron flexibilidad para plantar cualquier cultivo que elijan, 2. se eliminó la autoridad de Departamento de Agricultura para requerir el control sobre los desperdicios por área cultivada (esta medida se ejercía a fin de limitar el abastecimiento gubernamental de granos para cultivo), 3. se proveyó a los productores con pagos según contratos de producción flexible (PFC); los mismos se basan en la producción pasada y son independientes de las condiciones corrientes del mercado y las decisiones de cultivo de los productores (los PFC reemplazaron a los pagos por déficit que requerían la producción continua de un cultivo específico por área cultivada), 15 4. se superó el esquema de garantía de precios para los productores a través de tasas de préstamo a niveles mucho más bajos de los que prevalecían en el mercado para ese momento. De este modo, en términos generales, los cambios de la ley de 1996 representaron reformas parciales hacia la transferencia de la administración directa del ingreso a los productores en vez del uso ineficiente de la tierra y las administraciones de reservas por parte del gobierno, intervenciones que presionan los precios por encima de los niveles de mercado. Según Orden (2002), "las restricciones al tipo de cultivo y el control de desperdicios por área cultivada significan cargas para los agricultores. Dejando de lado tierras con capacidad productiva, a fin de limitar los suministros gubernamentales, es costoso para el bienestar nacional y provee de una ventaja competitiva a los productores extranjeros en el mercado mundial". A pesar de que la normativa pretendía reducir los subsidios, el colapso de los precios de los cultivos en 1998 la hicieron fracasar. Estos sucesos de emergencia llevaron al gobierno federal a tomar medidas de asistencia. Con la caída de los precios, los gastos planificados en la Ley de 1996 se incrementaron automáticamente por las garantías de precio contracíclicas proveídas por las tasas de préstamo (ver cuarto cambio de la ley de 1996). A fin de evitar una reducción de la competitividad de los productos norteamericanos o acumulaciones de existencias en manos del gobierno, se permitió a los productores agrícolas vender sus cosechas y recibir un pago directo de la diferencia entre las tasas de préstamo pactadas y los precios de mercado. Los productores subsidiados y sus defensores en el Congreso fortalecieron su posición y presionaron en contra de la nueva legislación de 1996 apuntando los dudosos resultados de la baja de precios, la reducción del apoyo y la ausencia de una red de seguridad que cuadrara con su situación particular. El Congreso, fuertemente dividido respecto de esta cuestión, respondió a la presión con una legislación ad hoc de emergencia, apropiaciones anuales suplementarias y un seguro de subsidios a los cultivos. Los gastos anuales extra del gobierno se incrementaron de 1.6 billones de dólares en el año fiscal de 1998 a 4.8 billones en 1999 y 9.8 billones en el 2000, cayendo levemente a 8.7 billones en el 2001; proveyendo más del 40% de los ingresos netos de los productores agrícolas (Orden, 2002). 16 El esfuerzo político para convertir dichos pagos anuales extra en apoyo permanente bajo un nuevo proyecto de ley proteccionista se fue delineando en el Comité de Agricultura del Congreso. Este proyecto, que tomó forma en el 2001, fue conocido como Proyecto de Ley de Cultivo (Farm Bill). Después de un intenso debate entre los defensores del libre comercio (que pretendían mantener las estipulaciones de la Ley de 1996) y los proteccionistas (que apoyaban la implementación definitiva de los salvatajes aplicados desde 1998) el Ejecutivo promulgó en mayo de 2002 la Ley de Mejoramiento Agrícola, de Conservación y Rural (Agriculture, Conservation, and Rural Enhancement Act). La misma distribuirá 190 mil millones de dólares entre productores norteamericanos en los próximos 10 años. La medida representa un aumento de 18.900 millones de dólares al presupuesto sugerido por la Cámara de Representantes al inicio del corriente año (Ceballos, 2002). En concordancia con los temores de los grupos defensores del libre comercio, la aplicación de la nueva ley de subsidios agrícolas generó reacciones entre aquellos países que tienen un intenso intercambio comercial con los Estados Unidos, sobre todo en la actualidad que existe una arena mundial de debate como la OMC. Consiguientemente, el representante norteamericano de comercio, Robert Zoellick, no tiene mucho margen de maniobra para presionar a otros países a bajar las medidas arancelarias y no arancelarias agrícolas mientras el Congreso estadounidense trabaja para incrementar internamente las barreras no arancelarias (Fitzgerald, 2001a). Como se puede observar, la discusión sobre un régimen general para el tratamiento de la producción agrícola en los Estados Unidos no es un tema cerrado. Los grupos que se manifiestan en contra de los subsidios presentan públicamente, particularmente en ámbitos académicos, la necesidad de reducir la protección. Sin embargo, los defensores de estas medidas son más efectivos en la práctica; logran sus cometidos a través de un aceitado contacto con grupos de legisladores que a fin de cuentas determinan las orientaciones de las leyes en la materia y presionan al Ejecutivo para continuar con el apoyo gubernamental. 5.3. La figura del Trade Promotion Authority (TPA). Entre la urgencia del Poder Ejecutivo y la negligencia del Poder Legislativo. 17 Otro de los temas que generan gran debate en torno a la política comercial de los Estados Unidos es la negociación de la figura de la Autoridad de Promoción del Comercio (Trade Promotion Authority, TPA). La administración Bush después de sortear complicadas trabas legislativas ha alcanzado esta prerrogativa antes conocida como fast track en agosto de 2002 (El Norte, 2002). Desde al década de los setenta, el presidente de los Estados Unidos fue facultado por el Congreso para negociar acuerdos comerciales. Según esta legislación, el órgano legislativo puede aprobar o rechazar un acuerdo comercial pero no puede enmendarlo (Wrobel, 1999, p. 299). Esta legislación expiró y a pesar de los intentos del presidente Clinton no se pudo aprobar nuevamente el proyecto de ley en el Congreso hasta el gobierno de Bush. Varios factores influyeron en la resistencia del Congreso a ratificar esta propuesta durante el período de gobierno de Clinton: el fortalecimiento del proteccionismo entre los legisladores, el rol activo de los grupos organizados que defienden derechos laborales y medioambientales a través de políticas de lobbying con los legisladores y la debilidad del Ejecutivo para persuadir a los miembros del Congreso. Otro factor fue la mala imagen local del TLCAN entre los congresistas y la opinión pública norteamericana (Wrobel, 1999, p. 299). Esta negociación tampoco se ha presentado fácil para la nueva administración republicana. En noviembre de 2001, por voto simple, la Cámara de Representantes aprobó el proyecto de ley del TPA, pero el Senado dio la aprobación hasta agosto de 2002 (Gallagher, 2002). Dicha legislación, como su predecesora fast track, elimina la intervención del Congreso en las "negociaciones" comerciales, reservándole el derecho de emitir un voto afirmativo o negativo una vez que las mismas hayan concluido (Issacs, 2002), en acuerdos comerciales negociados por el presidente antes del 1° de junio de 2005 (Meese y Graziano, 2001). El Congreso retiene entonces su autoridad para aprobar o rechazar todo acuerdo comercial futuro en su última instancia. Los defensores del TPA argumentan que lo que sería inconstitucional es tratar de delegar la autoridad del Congreso para aprobar el acuerdo final. Pero ellos se justifican con el argumento de que en este proyecto de ley la cuestión del debate gira en torno a las prerrogativas otorgadas al presidente a la hora de sentarse a negociar acuerdos comerciales con pares de otros estados (Meese y Graziano, 2001). 18 Desde la perspectiva del libre comercio, esta medida es absolutamente necesaria ya que es más difícil para los Estados Unidos negociar acuerdos significativos sin el reaseguro de que el Congreso los refrendará sin agregarle enmiendas y condiciones que finalmente lleven al presidente nuevamente a la mesa de negociaciones (Meese y Graziano, 2001). El objetivo esencial de la aplicación del TPA en la actualidad es la negociación y profundización del ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas). El punto de vista norteamericano parte de la idea de una extensión gradual del TLCAN al resto de los países de Latinoamérica y el Caribe, a través de acuerdos individuales con cada país (Wrobel, 1999, p. 297). El Congreso no había otorgado las prerrogativas del TPA por 7 años, desde la firma del TLCAN. Según Meese y Graziano (2001), esta es la razón por la que los Estados Unidos son parte de sólo tres de los 131 acuerdos de comercio e inversión vigentes hoy día en el mundo: el TLCAN, la Ronda Uruguay del GATT y APEC. Desde los sectores críticos al establecimiento del TPA, se resalta que los acuerdos pueden someter ciertas disputas, incluyendo estándares de trabajo y medioambientales, a un organismo internacional como la OMC y, entonces, debilitar la soberanía norteamericana. En opinión de Fitzgerald (2001b), "los esfuerzos para hacer de las cuestiones laborales y del medioambiente partes centrales del proyecto de ley del TPA no son consistentes ya que ni favorecen las posibilidades comerciales ni mejoran los estándares de trabajo y del ambiente". Los defensores del proteccionismo argumentan que dicha legislación no beneficia a la vasta mayoría de la clase trabajadora estadounidense. Según ellos, la negociación del fast track en el contexto del TLCAN en 1994 es prueba de que los resultados son menos que estimulantes. Según Issacs (2002), entre 1993 y el año 2000, el déficit comercial estadounidense con sus países vecinos creció de 16.6 billones de dólares a 62.8 billones, y se perdieron 766.030 empleos. Para ellos, la expansión del libre comercio, en sí misma, no es negativa y seguramente es inevitable. Por ello es imperativo que todo acuerdo comercial o negociación sobre el TPA ser escrutada cuidadosamente. "El mecanismo de fast track no es en sí mismo un instrumento que favorezca las posibilidades comerciales norteamericanas, no es más que un procedimiento que puede conducir a acuerdos que pueden ayudar o dañar la economía doméstica" (Issacs, 2002). 19 5.4. El déficit comercial. ¿Síntoma de prosperidad o falta de competitividad? Desde 1976 hasta la actualidad los Estados Unidos han presentado un déficit de balanza comercial con el resto del mundo. Este fenómeno persistente ha generado un intenso debate interno en las últimas dos décadas. Desde inicios de la década de los ochenta, los déficits anuales de la balanza comercial alcanzaron niveles sin precedentes. En 1984 llegó a los 100 billones de dólares, arribando en 1987 a un récord de 153 billones. En 1991 se redujo significativamente a 31 billones, pero entrada la década de los noventa empezó a crecer nuevamente a más de 100 billones por año desde 1994, alcanzando en 1997 los 113.7 billones (Griswold, 1998). Según el Departamento de Comercio (US Department of Commerce), en junio de 2002, el déficit comercial es de 392.4 billones de dólares (para el primer trimestre del corriente año a base anual), comparado con un déficit de 388.7 billones en el mismo período del 2001. Un déficit de balanza comercial significa, en términos teóricos, que los consumidores estadounidenses compran más mercancías y servicios a productores de naciones extranjeras que a los productores norteamericanos durante un período preestablecido (se toma como base un año fiscal). Existen diferentes formas de interpretar este déficit. Defensores del libre comercio y del proteccionismo leen, a partir de los mismos resultados, causas y consecuencias diametralmente opuestas. A continuación revisaremos en detalle ambas posturas. Desde la perspectiva de los propulsores del libre comercio (Comisión de Revisión del Déficit Comercial, 1998), el comercio ha jugado un rol muy importante en el fortalecimiento de la prosperidad norteamericana: ha contribuido significativamente al rápido crecimiento económico, ha otorgado mejores estándares de vida y ha fomentado la creación de empleos; ha ayudado a mantener baja la inflación, haciendo sostenibles bajos niveles de desempleo; y el capital extranjero ha financiado altos niveles de inversión en plantas y equipamiento norteamericanos, ayudando a aumentar la productividad. En opinión de Griswold (1998), "los déficit comerciales reflejan el flujo de capitales a través de las fronteras nacionales, flujos que están determinados por tasas 20 nacionales de ahorro e inversión. Esto convierte a la política comercial en una herramienta ineficiente para reducir el déficit comercial". Los defensores del laissez-faire opinan que son equivocadas las preocupaciones que consideran que el incremento del comercio internacional conduce a un estancamiento de los salarios e incrementa la inequidad en la distribución del ingreso. Según ellos, el avance tecnológico es el factor más importante en los cambios de distribución del ingreso, proveyendo de mejores salarios a la mano de obra más capacitada. Para demostrar sus presupuestos dan el siguiente ejemplo. La economía estadounidense ha crecido más rápido en los noventa (años en los que el déficit comercial ha crecido) que en épocas en los que el déficit estaba estancado. Los déficits comerciales, por el contrario, pueden ser buenas noticias para la economía porque son signo de confianza de los inversores hacia los Estados Unidos y del aumento del poder de compra entre los consumidores domésticos. Lo importante no es la diferencia entre las importaciones y las exportaciones sino en qué extensión los norteamericanos se benefician de las oportunidades creadas para los consumidores en una economía abierta al mercado mundial (Griswold, 1998). Para los aperturistas, entonces, las importaciones bendicen a los norteamericanos de muchas maneras: implican precios más bajos y más opciones para los consumidores, incrementan el salario real de los trabajadores presionando hacia abajo los precios. Al mismo tiempo, crean una competencia de precios donde los monopolios domésticos podrían existir e incentivan a los productores locales para controlar los costos y mejorar la calidad en respuesta a esta competencia externa. Desde su interpretación, en la década de los noventa la fuerza relativa de la economía norteamericana condujo a un incremento sustancial de las importaciones, mientras que la debilidad relativa de varios de sus socios comerciales originó una disminución en el crecimiento de las exportaciones estadounidenses. El flujo de capitales internacional, desde su punto de vista, es también consecuencia de la fuerza relativa de la economía norteamericana. Con una tasa más alta de retorno de la inversión el mercado estadounidense se convirtió en un destino atractivo para las inversiones. El beneficio derivado de esta situación fue el mantenimiento de un dólar fuerte que hizo a las exportaciones del país menos competitivas y a las importaciones más atractivas, contribuyendo de este modo al déficit comercial. 21 En conclusión, consideran que una mala interpretación del déficit comercial amenaza con debilitar la libertad de comercio alentando soluciones dañinas a un problema que realmente no existe. Pronostican que cualquier intento de corregir el déficit comercial a través del proteccionismo, con subsidios a las exportaciones, o manipulación del circulante monetario fracasará porque ninguna de estas herramientas de intervención atacan las causas del déficit comercial. El mismo responde solamente a cambios en el flujo de inversión extranjera, que a su vez es determinado por las tasas de ahorro e inversión. Por el contrario, la lectura realizada desde los sectores proteccionistas considera que la globalización y el creciente déficit comercial de los Estados Unidos han sido muy costosos para las manufacturas nacionales y para los trabajadores del país. Según esta corriente las manifestaciones más importantes de este desequilibrio son (Comisión de Revisión del Déficit Comercial, 1998): - un pronunciado crecimiento en la desigualdad en la distribución del ingreso norteamericano desde 1979 y el estancamiento de los ingresos para la mayoría de las familias trabajadoras del país, - la depreciación del salario para los trabajadores del sector productivo (que representa un 80% de la fuerza total de trabajo), - y, sobre todo, la declinación de la competitividad de los productos norteamericanos en el mercado mundial. Según Blecker (1996, p.183), tal como opinan los defensores del libre comercio, las tasas de ahorro e inversión afectan la balanza comercial. Estos factores operan, por un lado, a través del nivel de ingreso nacional (con fuerte influencia en la demanda de importaciones) y, por otro lado, a través del flujo de capitales extranjeros y las fluctuaciones de la tasa de intercambio. Sin embargo, a diferencia de esta corriente, considera que los cambios en la competitividad de los bienes comerciables de una nación afectan también los niveles nacionales de ahorro e inversión, como a las exportaciones e importaciones. Las naciones más competitivas obtienen mayores ingresos y emplean más gente que las naciones menos competitivas, y esos niveles más altos de ingreso y empleo se trasladan en mayores ahorros. De allí que remarca que la competitividad es fundamental porque afecta precisamente al déficit comercial a través de las tasas de ahorro e inversión. 22 En opinión de los proteccionistas el sector manufacturero soportará la carga de eliminar el déficit, a menos que se decida reducir las importaciones. Para ello se requiere aumentar las exportaciones del sector manufacturero para eliminar el déficit comercial. Respecto de las causas que provocan el dicho déficit, los sectores opuestos al libre comercio indiscriminado destacan factores de largo y corto plazo. Entre los primeros se presentan: relaciones inequitativas entre los Estados Unidos y sus mayores socios comerciales (por ejemplo con las potencias asiáticas), prácticas de dumping (que incrementan las importaciones norteamericanas), la pérdida de competitividad de las firmas estadounidenses (por un lado, respecto de los países en desarrollo que reducen los derechos laborales, los estándares medioambientales y los costos salariales; por el otro, con Europa y Japón, que poseen a menudo niveles más altos de crecimiento de la productividad que los Estados Unidos) y bajas tasas de ahorro en los Estados Unidos (que contribuyen a los problemas comerciales). Entre las problemáticas de corto plazo se presentan: los altos precios del petróleo, el incremento en el valor del dólar (que hace más baratas a las importaciones y más caras a las exportaciones) y el lento crecimiento económico. También apuntan que es precisamente el sector manufacturero el que muestra las tasas más altas de déficit comercial. Para solucionar esto, recomiendan el desarrollo de políticas que reconstruyan el sector industrial, diseñando herramientas que fomenten a las multinacionales norteamericanas a mantener los empleos, la tecnología y la producción dentro de los Estados Unidos. Como podemos ver, el fenómeno del déficit comercial es uno de los casos más interesantes para comprender el nivel de contradicción de las dos corrientes. Es interesante observar que partiendo de los mismos resultados económicos se pueden hacer interpretaciones diametralmente opuestas. Por lo tanto, el debate permanece abierto al estudio de las causas y consecuencias de los desequilibrios de balanza comercial y el efecto que sobre estos tiene la competitividad de la economía estadounidense. 23 5.5. Estándares de trabajo y regulación medioambiental. ¿Derechos universales o excusas proteccionistas? Las políticas comerciales están relacionadas también con problemáticas laborales y medioambientales. En el transcurso de este trabajo se han traído a colación en forma recurrente estas cuestiones que preocupan a la corriente proteccionista y defienden como condiciones básicas a la hora de negociar acuerdos comerciales. Respecto del caso particular de los estándares laborales, la internacionalización de la producción y la inversión ha afectado a la fuerza laboral de varias maneras. Por un lado, ha abierto nuevas oportunidades de trabajo, amenazando a los empleos de las industrias norteamericanas que compiten con la importación. Por el otro, la globalización ha afectado los estándares de trabajo, que en los Estados Unidos se establecen a partir de la legislación o en acuerdos colectivos de trabajo. Por lo tanto, para los proteccionistas la consigna es la siguiente: El intercambio internacional de mercancías no puede ni debe hacer caso omiso a las condiciones bajo las cuales esas mercancías son producidas, y la comunidad internacional tiene un rol legítimo en la promoción de los derechos básicos de los trabajadores como la libertad de negociación salarial colectiva y la prohibición de explotación infantil (Van Liemt, 1999, p. 111). Entonces, cuando los trabajadores son incapaces para negociar mejores salarios y condiciones laborales esto es interpretado por la corriente proteccionista estadounidense como dumping social (p. 111). Siguiendo esta lógica el razonamiento es el siguiente: en ciertas economías en desarrollo los estándares laborales son particularmente bajos y los trabajadores tienden a recibir salarios muy reducidos. Cuando los salarios son bajos, las personas necesitan trabajar más cantidad de horas para obtener una paga digna. A su vez, las condiciones de seguridad y salud son inferiores a las de los países desarrollados (p. 113). Como resultado de la suma de todos estos factores en las economías en desarrollo la productividad de la mano de obra es mayor y esto, en última instancia, se traslada a un menor precio de los bienes exportables. Para los detractores del TLCAN en los Estados Unidos esta ha sido una cuestión controversial. Ejemplo de ello es el caso de las maquiladoras mexicanas. En la opinión pública norteamericana la imagen de este tipo de empresas es negativa porque ofrece bajos salarios y pobres condiciones de trabajo (Cooper, 1999, p. 229). 24 De este modo, los productos norteamericanos no pueden competir cuando los costos de producción son mucho más bajos e imposibles de alcanzar en un país como los Estados Unidos, que asegura niveles establecidos de salarios y estándares de seguridad para los trabajadores. Lo mismo ocurre con las importaciones provenientes del continente asiático. Desde la corriente opuesta al proteccionismo de la economía doméstica se niega el vínculo entre el comercio y los estándares laborales. Los defensores del libre comercio consideran que esta asociación trastorna el crecimiento saludable del comercio internacional y complica innecesariamente las negociaciones. Cuestionan la existencia de un conjunto universal de estándares mínimos de trabajo y consideran que los mismos responden a parámetros culturales específicos, insistiendo que esta supuesta universalidad puede, en los países en desarrollo, ser incompatible con sus principios de soberanía (p. 111). En el marco de la OCDE existe un Sistema General de Preferencias (GSP) que ofrece a las economías en desarrollo un acceso libre de impuestos para ciertos productos. Desde 1984, a insistencia del Congreso, Estados Unidos posee una cláusula laboral adicionada al GSP que impulsa a los negociadores de acuerdos comerciales a preservar los derechos laborales tan fervientemente como el acceso al mercado (p.116). La cláusula estipula que a la hora de extender preferencias el presidente no debe designar o mantener la designación de un país como beneficiario "si no ha alcanzado o no esta haciendo esfuerzos para alcanzar el reconocimiento internacional de los derechos laborales para los trabajadores de su país" (p. 116). La interpretación de esta normativa evidentemente es discrecional. Los críticos de la misma consideran que se ha utilizado para favorecer a países amigos o estratégicamente ubicados. Al mismo tiempo se ha criticado su vaga definición de los derechos laborales internacionales. Desde fuera de los Estados Unidos este tipo de medidas podría ser interpretado como una barrera no arancelaria. Si se entiende que este tipo de derechos y estándares son universales se presenta como cuestionable el hecho de que se establezcan de manera unilateral y arbitraria por los Estados Unidos. En el caso de las cuestiones ambientales el debate también está abierto. En tanto que las políticas comerciales y medioambientales afectan el uso de los recursos naturales ambas tienen el objetivo de optimizar la eficiencia en el uso de los recursos naturales, tanto desde la perspectiva de la maximización de las ganancias como 25 del desarrollo económico sustentable. Pero, desafortunadamente, en la mayoría de los casos la liberalización económica causa un incremento en la contaminación y un consumo insostenible de los recursos (Brack, 1999, p. 129). El debate respecto del impacto de la regulación ambiental sobre la competitividad económica es similar al caso de los estándares laborales. Un país con medidas ambientales estrictas, como los Estados Unidos, puede temer por el hecho de que su economía se vea debilitada en la competencia con otras que poseen estándares ambientales muy laxos. Esto afecta el precio final del producto llevando a las economías ambientalmente más protegidas a la pérdida de mercados. Este argumento conduce a la preocupación de que grandes empresas se trasladen hacia países menos estrictos con este tipo de regulaciones para abaratar costos (p. 132). Este tipo de dinámica se presentó a la hora de la firma del TLCAN. La posibilidad de relocalización facilitó la transferencia de la producción de alta polución dentro del TLCAN de una nación donde el costo social marginal es relativamente bajo a otra donde es relativamente más bajo. Krauss (1998) cita el ejemplo de la industria de terminación de muebles, que se movió de Los Ángeles a México, donde se pueden usar sprays más efectivos pero al mismo tiempo más tóxicos. Este proceso es interpretado de forma diferente según los distintos puntos de vista. Los proteccionistas ven con peligro la pérdida de empleos como resultado de la relocalización de las industrias. Por el contrario, los defensores del libre comercio ven positivo este tipo de procesos ya que según ellos la ganancia de los Estados Unidos es mayor que la pérdida de México dada la diferencia de los costos sociales marginales de polución entre los dos países (Krauss, 1998). Sin embargo, los efectos de la relocalización parecen ser débiles. Los refugios de industrias contaminantes no son inmunes a las presiones para aumentar los estándares ambientales. Cuando crece el mercado en una industria que es fuerte, la mayoría de las compañías prefieren trasladar los costos a sus clientes. Existe evidencia que muestra que la inversión extranjera puede fluir en dirección opuesta a los refugios de polución (Brack, 1999, p. 133)3 . 3 Para la mayoría de las industrias en los Estados Unidos los costos de control de polución raramente superan el 1.5% de los costos totales (Brack, 1999, p. 133). 26 La mayoría de los estudios demuestran que el factor crucial en la determinación de la competitividad internacional es la habilidad para innovar exitosamente, y aplicados correctamente los estándares ambientales pueden alentar el proceso de innovación. Sin embargo, a pesar de estos argumentos económicos, existen dificultades políticas. Varios sectores industriales y políticos creen que la regulación ambiental daña la competitividad estadounidense (p. 133). Por lo tanto la disputa permanece abierta. Los sectores que apoyan el libre comercio son críticos a la hora de evaluar la defensa de este tipo de estándares. En palabras de Krauss (1998): Los enemigos del libre comercio comprenden la popularidad de estas causas sociales y han sido inteligentes a la hora de asociar el proteccionismo comercial a ellas, no sólo formando coaliciones políticas con estos grupos sociales sino también adoptando su lenguaje y estilo. Los sindicatos, persiguiendo sus objetivos proteccionistas, por ejemplo, manifiestan evitar una carrera hacia abajo en los estándares laborales, cuando de hecho están tratando de elevar los salarios estadounidenses a niveles no competitivos. En síntesis, podemos ver que las cuestiones de estándares laborales y ambientales, independientemente de su valor intrínseco que por cierto poseen, sirven de herramienta política interna para la disputa entre comercio libre versus comercio justo. Los proteccionistas utilizan estos estándares para justificar medidas proteccionistas toda vez que su producción compite con productos de importación en forma desventajosa. Los defensores del libre comercio desestiman los mismos pero, como hemos visto a través del artículo, no presentan políticas alternativas de largo plazo para estabilizar los mercados laborales de estas industrias que compiten con importaciones baratas. 6. Conclusiones. ¿Adónde lleva la contradicción? Después de analizar a profundidad las aristas de la disputa, la primera conclusión a la que podemos arribar es que hasta la fecha no existe un acuerdo general interno sobre la manera en que se debe conducir la política comercial estadounidense. Los análisis ligeros que hablan de una política mordaz que exige a terceros lo que no se puede cumplir internamente merece una interpretación más profunda. Como revisamos a lo largo de este artículo, existen dos posiciones perfectamente opuestas: los defensores del libre comercio cuya consigna es el 27 "comercio libre" y los defensores de la protección de la economía interna cuyo lema es el "comercio justo". Cada una de estas corrientes está representada por diferentes grupos de interés que ejercen su poder dentro y fuera del gobierno, en los ámbitos académicos, sindicatos, industrias y hasta en la opinión pública. Los primeros privilegian el rol hegemónico mundial del país como primera potencia; los segundos favorecen la protección del mercado laboral y el desarrollo industrial local. Los procesos de debate entre las dos posturas generan como resultado políticas comerciales contradictorias. Las mismas se modifican sucesivamente en el corto plazo y a la larga ponen al país en una posición confusa entre los valores de libertad de comercio que profesan a escala mundial y las restricciones a las importaciones que imponen en el ámbito local. A su vez, e independientemente de sus propias políticas incompatibles, se otorgan para sí el derecho discrecional y unilateral de evaluar y juzgar las políticas comerciales de otros países en la medida que las importaciones provenientes de ellos dañan o "puedan llegar a dañar" la industria local. Este tipo de situaciones produce fricciones a la hora de negociar acuerdos comerciales y posibilita la toma de medidas de represalia contra los Estados Unidos. Las mismas son cada vez más frecuentes dado que, desde la creación de la OMC, se han mejorado los mecanismos internacionales para elevar quejas contra políticas comerciales discriminatorias. Este escenario cada vez más complejo pone a los Estados Unidos en una encrucijada: cómo replantear la política comercial sin desatender las problemáticas de cada uno de los sectores en disputa. Es decir, cómo hallar mecanismos que desarrollen la generación de empleos y, al mismo tiempo, abran la economía al comercio internacional sin trabas arancelarias y no arancelarias. O visto de otro modo, como sostener el rol de garante mundial del libre comercio sin desatender las políticas de desarrollo industrial interno. Los objetivos de ambos grupos, vistos desde sus marcos de referencia, son muy válidos; sin embargo al presentar posiciones irreconciliables ponen a los Estados Unidos en una contradicción que se está volviendo cada vez más costosa para los intereses del país y de ambas corrientes. Quizás la clave de una nueva política de comercio haya que buscarla en la gradualidad. Por un lado, tratando de flexibilizar los marcos proteccionistas que por 28 años han cobijado a los productores locales librándolos de la necesidad de ser competitivos. Por el otro, siendo menos exigentes con terceros países que enfrentan también dilemas de comercio internacional. Para ello es fundamental que el Ejecutivo plantee claramente las directrices que redireccionen a la política comercial de los Estados Unidos hacia una situación que vaya compatibilizando los intereses de las dos corrientes y superando una dicotomía que no ayuda a mejorar la situación de la clase trabajadora norteamericana ni fortalece el rol hegemónico del país en el nuevo sistema internacional. Por este motivo es necesario que el presidente y su equipo de trabajo negocien acuerdos internos con cada uno de los sectores en disputa y particularmente con las facciones del Congreso. Esta tarea de reposicionar al país hegemónico en un nuevo contexto internacional más competitivo no es un cometido sencillo. De todos modos, cuanto más tiempo tarde la clase política estadounidense en acomodarse a la nueva situación más altos serán los costos de su propia contradicción. 7. Bibliografía Allen, G. (1999). States, sovereignty and trade. En B., Hocking y S., McGuire (Eds.), Trade politics. 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