Como todas las buenas historias, ésta comienza con… …había una vez una congregación religiosa fundada en 1843 por una gran dama de la ciudad de Montreal: Émilie Tavernier‐ Gamelin, y por el obispo del lugar, Monseñor Ignace Bourget. Esta comunidad de hermanas prosperó y se extendió por toda la Provincia de Quebec, en Canadá. Al fallecer la estimada fundadora y superiora general, en 1851, una religiosa llamada Madre Émilie Caron fue llamada para remplazarla a la cabeza de la congregación. Madre Caron y su Consejo General pensaron que sería bueno extender la caridad más allá de sus fronteras. Entonces, respondiendo al deseo de Mons. Augustin‐ Magloire Blanchet, Obispo de Nesqually, nombraron una pequeña delegación para viajar hacia las tierras inhóspitas del noroeste estadounidense. Así fue que en 1852 Madre Larocque (Victoire Larocque), una de las compañeras de fundación de Madre Gamelin, fue nombrada superiora de un pequeño grupo de misioneras constituido de hermanas Amable (Céphise Dorion), Marie‐du‐ Sacré‐Cœur (Caroline Bérard), Denis‐Benjamin (Jane Wadsworth) y Bernard (Vénérance Morin). Documento 1: Extracto del Registro de los Deliberaciones del Consejo General, 1 de Mayo, 1852. Honradas, contentas, pero también ansiosas, estas cinco valientes mujeres jóvenes se alistaron para seguir rutas muchas veces arriesgadas hacia el sur y el oeste. Las acompañaban en su aventura el Padre Gédéon Huberdeault, sacerdote diocesano montrealense, la señorita Éloïse Trudeau, una joven dedicada que llegaría a ser hermana Providence‐des‐Sept‐Douleurs, y el señor Jean Campagna, hombre de confianza. Asilo de la Providencia, la primera Casa Madre El 18 de Octubre de 1852, en el umbral de la Casa Madre de Montreal, todas vinieron a despedirse de las misioneras con viva emoción. “Con la convicción de que se estaban despidiendo de sus queridas hermanas para no volver a verlas sino en el cielo, se deshacían en lágrimas y los sollozos venían de todas partes”i. A fin de pasar desapercibidas en el mundo, nuestras aventureras se despidieron también de su hábito religioso para ponerse ropa secular. No sospechaban que pasarían más de ocho meses y miles de kilómetros antes que pudieran volver a lucir el emblema de su instituto. Mal que bien, navegando en barcos de vapor e inclusive cabalgando en mulas, Oregon City San Francisco el grupo, que pasó por New York y Nicaragua, llegó a Oregón City el 1ro de Diciembre. El Obispo Blanchet, que estaba viajando por Sudamérica desde hacía varios meses, no se encontraba cuando las hermanas llegaron a su diócesis. No demoraron más que unas cuantas semanas en darse cuenta que había muy pocas obras caritativas que hacer en esta región casi abandonada por las familias, donde no tenían ni siquiera una casa puesto que todo, tanto las tierras como las construcciones, pertenecían a la Hudson Bay Company. Con pesar, tomaron la decisión de abandonar esta región inhóspita y dirigirse hacia la costa de California con el fin de tomar un barco para Montreal y volver a la Casa Madre. Como el dinero escaseaba cruelmente, el señor Huberdeault buscó amigos en la costa oeste y encontró a uno en la persona del Padre François Rock, un amable sacerdote Luxemburgués que auxilió a nuestras misioneras necesitadas. Los dos hombres se encargaron de organizar el viaje de regreso. “Rechazada la misión, nos encontramos completamente entregadas a la gracia de Dios, en un país donde ya no debíamos permanecer, y sin dinero suficiente para regresar inmediatamente a Canadá. […] Y a eso se sumó la pérdida de dos vapores, que se hundieron, de manera que el precio de los pasajes para Nicaragua aumentaron casi al doble; y ésta era la ruta que deseábamos tomar, en vista de que en Panamá imperaban las fiebres, lo cual no nos permitía considerar esta opción sin correr graves riesgos. Con estas dos rutas cerradas para nosotras, y sin que la Providencia nos ofreciera otros recursos para vivir aquí, nos decidimos a dar la gran vuelta por el Cabo de Hornos. Estaba fondeado en el puerto un velero con destino a Valparaíso, lo tomamos puesto que esta vía nos parecía la de la Divina Providencia, a la cual nos habíamos abandonado totalmente al salir de nuestra querida comunidad”ii. El pequeño grupo se resignó finalmente a hacerse a la mar a bordo del carguero Elena el 27 de Marzo de 1853. Las condiciones de navegación fuero más que penosas y los peligros muy reales. Durante 78 días nuestras queridas hermanas estuvieron a la merced de los elementos y tuvieron que enfrentar no solamente tempestades sino también la hambruna, la insalubridad del barco y los bichos y ratas que corrían. “Les relataré una prueba cuyo recuerdo todavía me hace estremecer […], las cosas llegaron a un tal extremo que el capitán se vio forzado a racionar a la tripulación, porque los temores se ponían muy serios. ¡Qué espectáculo desgarrador el ver a estos pobres marineros en la cubierta de la mañana hasta la noche y de la noche hasta la mañana, atormentados por un hambre voraz! […] se acababa de cocinar a la última gallina que había en el barco para mantener con su caldo la media existencia de hermana Marie du Sacré Cœur […]”iii. “[…] por si sólo el viaje es agotador y presenta tantas privaciones que es necesario tomar todas las precauciones posibles para que la salud no se altere [...] Se sirve en los barcos un plato muy rebuscado aunque no es raro […] Se le llama la « turlutine », es un compuesto de biscochos de mar machacados y picados, pero varios de los gusanos que los cubren escapan del hacha y luego sirven para hacer la salsa de los bizcochos, los cuales son luego cocidos en el agua sin más sazón que sal y pimienta; a veces viene acompañados de un poco de azúcar; es ordinariamente el plato que se sirve cuando hay San Francisco. tempestades y que el barco no Salida el 27 de Montréal avanza. Como pueden ver, es un Marzo de 1853 plato riquísimoiv como dicen los Chilenos, y con el mareo, muy apetitoso”v. Como lo sospechamos, nuestras valientes misioneras llegaron muy Valparaíso. débiles a Valparaíso el 17 de Junio de Llegada el 17 de 1853. Sin recursos en esta ciudad Junio de 1853 desconocida, se entregaron a la Cap Horn Providencia. Sus ruegos fueron escuchados por las Religiosas del Sagrado Corazón que las acogieron con los brazos abiertos. Fue en este lugar donde recobraron sus fuerzas durante el invierno local. Al contrario de lo que debieron pensar, la llegada de nuestras religiosas canadienses no pasó desapercibida en Valparaíso. El carácter precario de su viaje causó un gran revuelo entre la población. Fue entonces cuando las autoridades religiosas y nacionales hicieron preguntas sobre la misión y el trabajo de las Hermanas de la Providencia… y que la Providencia se manifestó una vez más… Al pasear por las calles de la ciudad, nuestras cinco hermanas fueron turbadas por la miseria que imperaba. Por otra parte contentas de ver que en este lugar su ayuda sería realmente útil, escucharon la doble solicitación del Presidente de la República de Chile, Don Manuel Montt, y del Arzobispo de Santiago, Monseñor Rafael Valdivieso. Primero les ofrecieron el manejo de un hospital, y lo rechazaron, y después de un orfelinato. Esa opción tocó directamente los corazones de las buenas hermanas porque ya habían visto las decenas de niños en las calles, sin hogar ni escuela. Obligadas a hacer, solas, una elección crucial para su futuro, sin el acuerdo oficial de sus superioras en Montreal, nuestras queridas misioneras tuvieron que vivir meses de incertidumbre. Dejadas a su suerte una vez más, tomaron la decisión de fundar una obra antes de tener el veredicto de la Casa Madre. « Hace más de un mes que esperamos con impaciencia una contestación a las cartas que hemos escrito desde nuestra llegada a Chile […] Su Grandeza el Arzobispo como también el Gobierno nos han propuesto […] un establecimiento para huérfanos: el cual pensamos que podíamos aceptar sin vuestra aprobación, creyendo en esto cumplir con vuestra intención, y que le sería indiferente vernos ocupadas en un país o en otro, provisto que Dios sea glorificado […] a la vista del bien inmenso que resultaría de un establecimiento para los huérfanos, que son totalmente abandonados en este país. Por eso nos decidimos a aceptar la misión renovando nuestro sacrificio de no volver a ver nunca más nuestra querida comunidad”vi. Fue en un clima de alegría que por fin Providencia Santiago abrió sus puertas el 30 de Octubre, 1853. Bajo la dirección de su bienhechor, Don Miguel Dávila, las cinco hermanas abrieron sus brazos y sus corazones a los huérfanos. La población estaba entusiasmada e hizo una gran fiesta de bienvenida a las misioneras, en la cual el arzobispo Valdivieso expresó la opinión de todos al afirmar: Documento 2: Placa de Don Miguel Dávila. “Muy queridas hermanas, ustedes son realmente Hermanas de la Providencia, porque fue la Providencia que las condujo aquí […]”vii. En las semanas siguientes llegó la tan añorada respuesta de la Madre Patria. Distaba mucho de lo que esperaban las misioneras. En efecto, Monseñor Bourget, Obispo de Montreal, no aceptaba su desobediencia, ni la salida de Oregón, ni la apertura del nuevo establecimiento en Chile. Les ordenó volver al noroeste o regresar a Montreal. Desde el fondo del corazón y juntando todo su coraje, nuestras religiosas contestaron valientemente a su superiora general Madre Caron: “[…] Le diremos con toda la simplicidad y la franqueza posibles que estando en el sitio, pudimos juzgar las cosas de manera muy diferente de cómo las juzgan en Montreal, y que nos cuesta entender esta decisión de parte de la Comunidad, sobre todo de acuerdo con las reglas particulares y la Obediencia que nos fueron entregadas cuando partimos. […] Póngase un poco en nuestro lugar y entenderá fácilmente que solamente circunstancias extremosas nos han forzado a actuar de esta manera; ustedes son espectadoras lejanas y nosotras, las víctimas […] en las dos alternativas que se nos ponen. Esto es lo que opinamos: Que sería de suma imprudencia, dado el estado devastado de nuestra salud, hacernos a la mar otra vez antes de mucho tiempo; además, como usted bien lo sabe, estamos en la obra y tenemos a varios huérfanos […] que la Santa Obediencia acepte el sacrificio del resto de nuestras vidas en el mar o en Chile, estamos listas”viii. Si estaban listas para todo, estas valientes fundadoras de la misión en Chile, y les tocó vivir muchas pruebas más después de este comienzo difícil, porque la aventura distaba mucho de acabarse. Finalmente la congregación y monseñor Bourget se pusieron del lado de las misioneras y un segundo grupo de hermanas partió para unirse a ellas en 1855. Labores, salidas, duelos y divisiones las esperaban a la vuelta del camino, pero también la felicidad de brindar ayuda a quienes más la necesitaban. Con el tiempo que pasó, la historia nos enseñó todo el bien que resultó de la llegada de las Hermanas de la Providencia a Chile. Nuestro relato termina aquí por el momento, pero habrá que continuarlo algún día… Segundo grupo de hermanas partió para Chile en 1855 ¿Qué fue de las cinco fundadoras de la primera misión en Chile? Madre Larocque (Victoire Larocque) A los 24 años, en 1843, ingresa a la comunidad recién fundada, al lado de Madre Émilie Gamelin. Al comienzo cuida a las ancianas y minusválidas del Asilo de la Providencia; es nombrada superiora en Laprairie (Quebec) y luego asistenta general, en 1851. En esa época, también se dedica a las visitas a domicilio de los pobres y enfermos, en Montreal. Es nombrada superiora de la pequeña delegación que parte para el oeste / Chile en 1852 y tendrá esta función hasta su muerte prematura en Chile, a la edad de 37 años. Madre Amable (Céphise Dorion) Ingresa en el noviciado en 1844, a los 21 años, días después de la profesión de las primeras SP. Es enviada a Laprairie (Quebec), para ayudar a Madre Larocque, para hacer diferentes trabajos. En 1850, es nombrada superiora de la nueva fundación de Sorel (Quebec). Elegida para la misión de Oregón / Chile, cumple los cargos de asistenta y de cocinera del orfanato de Santiago. Al fallecimiento de Madre Larocque, en 1857, es elegida superiora del lugar. Atrapada en la tormenta que terminaría con la separación entre Canadá y Chile, parte para Montreal en 1863, con la última esperanza de salvar las relaciones entre la misión y la Casa Madre, pero sin éxito. A su gran pesar, no volvería a ver a sus queridos huérfanos Chilenos ni a sus compañeras misioneras. Es nombrada asistenta en la Casa Madre, antes de ser elegida asistenta general, en 1866. En 1876, es superiora de Providence Sainte‐ Anne en Yamachiche (Quebec). Es elegida superiora general en 1878, puesto que ocupó hasta su fallecimiento en 1886. Fue ella quien inició el proceso de construcción de la segunda Casa Madre en la Calle Fullum, en Montreal. Hermana Marie‐du‐Sacré‐Cœur (Caroline Bérard) Ingresa en el noviciado a los 19 años, en 1850, con la meta final de ser misionera. Hace sus votos perpetuos en mismo año de su partida para Oregón / Chile, en 1852. En Chile, es sucesivamente sacristana, directora de novicias y superiora de Nuestra Señora de Andacollo y del Asilo del Salvador en Santiago. Muy a su pesar, regresa a Montreal al ocurrir la división en 1863. En Montreal, es sacristana, boticaria y portera. Fallece prematuramente en 1867 a la edad de 36 años. Hermana Denis‐Benjamin (Jane Wadsworth) Irlandesa de origen, es acogida a los 14 años en el Hospicio St‐Jérôme‐Émilien de Montreal para huérfanos del tifus, dirigido por las SP. Ingresa en el noviciado a los 18 años, en 1850, y pronuncia sus votos perpetuos el año de su partida para Oregon / Chile, en 1852. Regresa de Chile el 4 de Marzo, 1871 y abandona la congregación SP el año siguiente. Madre Bernarda (Vénérance Morin) Ingresa en el noviciado en 1850. A la edad de 18 años, es nombrada para trabajar en el establecimiento de Sorel junto con hermana Amable. Ejerce el oficio de institutriz y es ahí donde hace profesión en 1852, dos meses antes de partir para la misión de Oregón / Chile. En Chile es institutriz (1854) luego maestra de novicias en 1857. Contenta del trabajo que hace en su nueva tierra de adopción, decide echar raíces cuando ocurre la separación con Canadá en 1863. A pesar de la escisión, guarda contacto con las hermanas de la Casa Madre mediante una correspondencia constante. En 1863, lista para aceptar el nuevo desafío que enfrenta la pequeña comunidad Chilena, asume el liderazgo con valor. Permanecerá superiora de las SP en Chile hasta 1925 cuando recibe del Papa Pio XI, el prestigioso título de “Superiora General Vitalicia”. El mismo año, el Presidente de Chile, Arturo Alessandri Palma, le concede un honor público entregándole la “Medalla al Mérito, Primera Clase”. Fallece en 1929 a la edad venerable de 97 años. Es considerada como la verdadera fundadora de las Hermanas de la Providencia en Chile. Madre Bernarda y su medalla Placa mortuoria de Madre Bernarda, Santiago, Chile Por Marie‐Claude Béland, archivista profesional Octubre de 2013 REFERENCIAS – Archivos Providencia de Montreal i Crónicas de la Casa Madre 1828‐1864, p. 146. ii Carta de hnas. Larocque, Amable, Marie du Sacré Cœur, Bernard y Denis Benjamin a Madre Caron, sup. gen. 14 de Marzo, 1853. iii Carta de G. Huberdeault a Madre Caron, 25 de Junio, 1855. iv En Español en el texto original v Carta de hnas. Larocque, Amable, Marie du Sacré Cœur, Bernard y Denis Benjamin a Madre Caron, sup. gen. 26 de Junio, 1855. vi Carta de hnas. Larocque, Amable, Marie du Sacré Cœur, Bernard y Denis Benjamin a Madre Caron, sup. gen. 20 de Noviembre, 1853. vii Colección Providencia #12, p. 33. viii Carta de hnas. Larocque, Amable, Marie du Sacré Cœur, Bernard y Denis Benjamin a Madre Caron, sup. gen. 11 de Diciembre, 1853. Principal Fuentes (documentos e ilustraciones): Archivos Providencia de Montreal Otras imágenes procedentes de Internet: "La pista de Oregón" (Albert Bierstadt) [Hábito de mujeres 1850] (Dibujo Julie Deljéhier) "Puerto de San Francisco c. 1853" (California Missions Resource Center) "Yerba Buena en 1847" (Bosqui Eng. & Print Co.) "Oregon City en el Río Willamette ca 1850‐1852" (John Mix Stanley) [Mujer cosiendo 1850] (Grabado de John Henry Walker) "Vapor. James Adger, Spofford, Tileston, 1852" (Erik Heyl) [Bizcocho de mar] (www.pirates‐corsaires.com) "Valparaiso" (Gravure par Willmann, vers 1850) "Vista de Valparaiso, Chile" (Publ. A.N. Vaillant, 1836‐37) [Placa Miguel Dávila] (Foto Flickr: Claudio Quezada‐Pintamono)