Padre ENRIQUE PERNÍA Y PERNÍA Carta Mortuoria Caracas, 4 de Junio de 1961 Nació en España el 15 de Febrero de 1908; profesó en España el 23 de Agosto de 1929; llegó a Venezuela el 13 de Enero de 1935; sacerdocio en Caracas el 11 de Septiembre de 1938; murió en Valera el 1º de Junio de 1961; a los 53 años de edad, 32 de profesión y 22 de sacerdocio. Queridos Hermanos: La repentina desaparición, por un colapso cardíaco, del querido Hermano, Profeso Perpetuo, Sacerdote ENRIQUE PERNIA, de 53 años, Director del Colegio de Valera, ha causado en todos una pena muy profunda, ya que todos los querían y estimaban. Siguiendo la invitación del Espíritu Santo: "Alabemos a los varones gloriosos", nos servirá de consuelo una breve exposición de las bellas virtudes salesianas y sacerdotales del querido difunto. Tenía dotes de naturaleza excepcionales para ligar con vínculos de santa amistad a los que convivían con él o entraban en la esfera de su acción. Corazón bueno y abierto, sonrisa en los labios, optimismo sentido y una alegría extraordinaria en todas las circunstancias, ayudada por una robusta voz de tenor, que a menudo hacía vibrar toda la casa con motivos de las conocidas operetas de Don Felipe Alcántara. Su voz dominaba las de los 200 muchachos, pero nunca se sirvió de ella para regaños desagradables, sino para llamar la atención a distancia de alguno que estaba fuera de lugar, para magistrales prédicas y Buenas Noches y para animar con tono fuerte y delicado al mismo tiempo el cumplimiento de la disciplina o un mayor rendimiento en la piedad de los jóvenes. Estas dotes de naturaleza hacían que se encariñaran con él no sólo los jóvenes de los diferentes Colegios donde fue Director, sino que le permitían abarcar en forma sanamente contagiosa a todos los grupos de personas que entraban dentro del ámbito del Colegio. De aquí el florecimiento de las Asociaciones de Padres y Representantes, el influjo especial sobre los Exalumnos y el crecer de los devotos de María Auxiliadora y de los Cooperadores. No lo hacía su gran corazón, ni débil ni simplón. Conocía bien a todos los muchachos y cuando era necesaria la palabra de reprensión, ésta no faltaba. Aún más, en los casos contemplados por el Reglamento, no dejaba pasar ni una hora sin enviar el joven a su casa, pero lo hacía de un modo tan hábil y humano que tanto el joven como la familia quedaban convencidos y edificados. El Padre Pernía fue un gran salesiano. Además de sus extraordinarias dotes humanas, desde los inicios de su vida religiosa cultivó las virtudes descritas en el manto del personaje misterioso de Don Bosco. Estas virtudes con el correr de los años crecieron y se agigantaron, hasta culminar en un grande y religioso afecto hacia la Congregación, exteriorizado por un cariño sincero y sentido hacia los Superiores, a los que siempre veneró con hechos y no sólo con palabras, y con una obediencia alegre y sacrificada, aún en circunstancias difíciles. Salesiano al ciento por ciento, difundió por todas partes, en los muchos años que estuvo como Director, nuestras devociones a María Auxiliadora y a Jesús Sacramentado, tanto entre los alumnos como entre la gente. La piedad salesiana estaba por encima de todo, por encima de cualquier horario escolar. Por eso su cuidado por los Triduos, las Novenas Salesianas, el Mes de María Auxiliadora, el Ejercicio de la Buena Muerte, los Ejercicios Espirituales, la Fiesta del Patrono de la Casa, las Confesiones de los sábados y las Buenas Noches, siempre ascéticas, con la palabra del Evangelio, de Don Bosco y de los Superiores, para hacer vivir en los jóvenes la gracia de Dios. Mantuvo en vigor, con prestigio especial y personal, la tradición del Teatro Salesiano. Preparaba las pequeñas Veladas sin pretensiones ni exageraciones: un canto, una zarzuela, un discursito, una poesía. Y la gente acudía y llenaba nuestros modestos teatros y volvía a casa sanamente divertida. Cuánto bien hizo el Padre Pernía con estas veladas salesianas, cuántos recuerdos hermosos dejó en sus muchachos y cuántas simpatías santas en el pueblo cristiano! Sabía economizar y ahorrar y tenía la sencillez de Don Bosco para pedir ayudas. Así pudo mejorar el Colegio de Barcelona y el de Puerto La Cruz, sostener por diez años la difícil Escuela Agronómica de Naguanagua, hacer más decorosa la Casa y el Santuario de María Auxiliadora de Caracas. Últimamente cooperó con un trabajo extraordinario en la construcción del nuevo colegio de Valera, donde murió en pleno trabajo, en la brecha. Su celo en este campo fue a veces frenado por los Superiores. Fue entonces cuando se vio su virtud. Aceptaba la palabra del Superior sin la menor crítica u observación, y la hacía valer ante los Hermanos y las personas de fuera, considerando que el mejor consuelo que podía dar a sus Superiores era una obediencia serena, alegre y pronta. Quien esto escribe, puede atestiguar que obedeció heroicamente con una devoción y un respeto tales, que hacía muy fácil la obra del Superior. Esto de la obediencia fue su virtud característica: hombre de capacidades por sus cualidades para idear, producir, gobernar, se atenía a la más pequeña indicación del Superior, sin hacer pesar sobre ninguno, con palabras o con hechos, el objeto de su obediencia. No sólo, sino que alababa a Dios y se mantenía dispuesto a cualquier cambio, con su acostumbrada alegría, que podría haber sido considerada ingenuidad, pero que era fruto de una profunda piedad y virtud. Ojalá que Dios suscite muchos Hermanos como el querido Padre Pernía! El Padre Enrique Pernía había nacido en Santander, España, el 15 de Febrero de 1908. Ingresó en el Colegio Salesiano de Santander en 1916, donde cursó las elementales y el gimnasio. Hizo su Noviciado en Carabanchel Alto, Madrid, en 1927-1928. Allí recibió la sotana (Octubre de 1928) e hizo sus primeros votos trienales (23-8-1929). Después del servicio militar renovó sus votos (16-8-1933). Los perpetuos los hizo en Octubre de 1934. A principios de 1935 llegó a Venezuela para comenzar la Teología en Caracas (La Vega). El 11 de Noviembre de 1938 fue ordenado sacerdote por el Excmo. Monseñor Centoz, Nuncio Apostólico de Su Santidad. Después de un año de Consejero en el Aspirantado y un año de Prefecto en Sarría, Caracas, fue nombrado Director de Naguanagua, y no dejó más este cargo, pasando por las Casas de Caracas, Barcelona y Valera, donde murió improvisamente en pleno trabajo, el 1º de Junio de 1961. Unos días antes había estado en Caracas, para una visita médica. Les arrancó a los médicos el permiso para volver a Valera a preparar los muchachos y al pueblo para la Fiesta de María Auxiliadora. Este exceso de celo y de trabajo le produjo un ataque cardíaco que le cortó la vida. Su muerte fue un luto de la ciudad entera. Fueron suspendidas las clases y cerrados los negocios. Todos los partidos políticos, incluso el Partido Comunista, enviaron su pésame. Su cadáver fue honrado por un afluir incesante de personas de toda la ciudad. Increíble el número de confesiones y de comuniones en nuestra Capilla, presente el cadáver. Sus funerales, un triunfo. Fueron presididos por el Señor Gobernador del Estado, las autoridades, la juventud y el pueblo de Valera. Acudieron los Directores de las Casas Salesianas más cercanas y el Delegado del Padre Inspector (estando yo impedido de ir por enfermedad). El Excmo. Monseñor Francisco José Iturriza, salesiano, Obispo de Coro, pronunció el elogio fúnebre. Mientras encomiendo a las oraciones de todos los Hermanos el alma del difunto, pido también una oración por esta Inspectoría, que en menos de un año ha perdido cuatro grandes figuras de salesianos (el Revmo. Padre Pedro Tantardini, el R. P. Angel Menazza, el R. P. Atilio Cristófoli y el R. P. Enrique Pernía). Vuestro afectísimo, Sac. Cándido Ravasi Inspector