INTRODUCCIÓN La pedagogía ha sido considerada la ciencia de la educación y como tal, se le ha connotado una serie de características asépticas y objetivas, que le posicionan como un campo de estudio desvinculado de la filosofía política y, claro, de la vinculación a una perspectiva crítica respecto a la sociedad en que se desenvuelve. Ello ha derivado una serie de características para la pedagogía, la educación y, por supuesto, para la filosofía: la relación ineludible entre lo educativo, lo pedagógico y lo filosófico, con especial énfasis en la política. El presente artículo esboza una historia de la pedagogía a partir de diversos autores y sus teorías, que se han consolidado en contextos socio-políticos concretos; dicho esbozo histórico obedece a una escogencia arbitraria llevada a cabo por la autora del presente texto y reconoce que se presentan saltos o vacíos en el relato. El interés fundamental ha sido visibilizar la relación entre pedagogía y filosofía política, en diferentes momentos históricos, sintetizando el pensamiento de pedagogos y filósofos como: los sofistas, Comenio, Rousseau, Dewey y Makarenko, Ausubel y Freire. LA PEDAGOGÍA Y SU RELACIÓN INELUDIBLE CON EL ANÁLISIS POLÍTICO Pensar en la evaluación desde sus derroteros paradigmáticos remite a dar dos pasos atrás y pensar en las disciplinas que le dieron orden; la matética, como disciplina dedicada a la evaluación, emerge de dos disciplinas interrelacionadas una con la otra: en el momento inmediato, de la didáctica como forma de enseñanza y, en relación conductual, con el aprendizaje; por otra parte y dando dos pasos más atrás, antes de que la didáctica se constituyera en disciplina, la pedagogía como ciencia de la educación. Considerar ambos momentos, didáctico y pedagógico, obliga a esbozar el recorrido teórico desde lo “más antiguo” a lo “menos antiguo”, en otras palabras, aproximar una visión de la pedagogía como ciencia que se ocupa de la educación de los seres humanos y, que en orden distópico, ha orbitado alrededor de diferentes campos de saber como el filosófico, el sociológico, el económico, hasta llegar a la estructuración de la pedagogía como ciencia y disciplina. Los primeros avatares en torno a la educación se generan en torno a la sofística, previa a la edad clásica de la filosofía griega, en la que Anaxágoras categoriza: “el hombre es la medida de todas las cosas”; tal supuesto potencia el desarrollo de otras tendencias como las que se manifiestan en considerar la filosofía como “una forma para mejorar el vivir”. Los sofistas evidenciaron una práctica en la cual se “trabajaba” para quién pudiera pagarlo, pero también desarrollaron la modalidad del pago contractual por el desarrollo del pensamiento y conocimiento personal (Ramírez Hernández, 2014). Es decir, los sofistas, a pesar de todas las críticas que han emergido a propósito de su discurrir, sentaron las bases de la profesión docente; ello, criticado luego por Platón, quién manifestó categóricamente su “educación para la vida”, hizo emerger otra posibilidad en la formación que, en el transcurrir del tiempo, puede considerarse pionera de la pedagogía como ciencia. Educar para la vida sustentaba la acción consciente de individuos que “sabían para que estaban formándose” y en ello, la polis era el espectro ideal de la formación (Ramírez Hernández, 2014). Durante la Edad Media, la Escolástica y la Patrística, desde los preceptos aristotélicos y platónicos, instituyeron la estructura del saber perviviente hasta la actualidad: las universidades; en la consideración sobre si la verdad por práctica o por revelación, ambos modelos evidenciaron en el pensamiento educativo, que no aún pedagógico, carencias que intentarían subsanarse en el discurrir del tiempo (Moncada, 2008) (Tamayo de Serrano, 2007) (Tamayo de Serrano, 2007). Pasada el fervor inicial de la llegada europea a América, se da la revolución que instituye la ciencia de la educación desde los planteamientos de un pensador que consideró fundamental sistematizar las formas de “enseñar y educar” a las futuras generaciones. Claro, se hace referencia a Juan Amos Comenio, quien desde su Didáctica Magna, estableció algunos referentes que han trascendido como forma del hacer y del pensar lo que tiene que ver con la educación y la pedagogía (Ramírez Hernández, 2014). Fueron necesarias varias revoluciones científicas, al decir de Kuhn (2004), para que se asumiera la educación como luz de las gentes; estando en el período ilustrado y desde la preocupación por compilar todo el conocimiento existente hasta esa época, emerge el pensamiento filosófico contractual, como el del liberal Jean Jacobo Rousseau, quién elabora una obra que sigue siendo de culto, a pesar de los preceptos misóginos y excluyentes que ostente, a la luz de la contemporaneidad. El Emilio o de la educación, ilustra algunas de las características que se requieren en lo que concierne a la forma en que debe educarse a un estudiante; algunas críticas: la obra plantea una educación tutorial y masculinizada que no se corresponde con los preceptos que se instituyen en el siglo XX; la obra recurre a situaciones de una educación liberal, burguesa y personalizada, que ni siquiera en los colegios de las élites criollas encuentra eco o resonancia. Finalmente, la crítica a Rousseau es que era ambiguo en su consideración sobre la monarquía, de ello, su teoría sobre la educación presentaría las mismas características (Ayala Morales, 2010). La descripción sobre las contradicciones de Rousseau en el Emilio no desdibujan la importancia que dicha obra ostentó para la pedagogía como, ahora sí, ciencia de la educación; trascendiendo muchos autores y períodos, en el siglo XX se enfrentan dos tendencias fuertemente ligadas al desarrollo político de la distribución del poder mundial: la pedagogía activa de Dewey y la tradición social de Makarenko (Ayala Morales, 2010). La primera de dichas tradiciones estaba pensada como una educación para la sociedad estadounidense, capitalista y serial, basada en los preceptos de la lógica protestante weberiana como sustento del éxito, cuya aspiración fundamental era el éxito individual por sobre todas las cosas. En dicho simplismo, se plantea de forma irresponsable, la síntesis del pensamiento de Dewey que se nutre de diversas tradiciones filosóficas y que impacta el pensamiento pedagógico de todo el siglo XX y parte del XXI (Westbrook, 1993). Por otra parte, y pretendiendo ser antagonista de Dewey, Makarenko estructura un pensamiento pedagógico desde el cual se “organizaría la sociedad soviética”, pensada desde el colectivismo y el pensamiento marxiano, como motor de la transformación social, política y económica de la sociedad. Dada la revolución socialista en Rusia, Makarenko, como Dewey para los Estados Unidos, se torna en el pensador-pedagogo insigne del modelo económico (Hernández Salamanca, 2013). El tiempo, filtro estricto de las temporalidades acaecidas, evidenció las falencias y vacíos de uno y otro pensador, y de las esperanzas puestas desde cada sistema social en sus planteamientos; sustentados en uno o en otro, bebiendo de una u otra tradición pedagógica, emergen otros pensadores del acto pedagógico como Piaget que establece una perspectiva evolucionista según la cual, se pasa de etapas a etapas en la construcción de pensamiento. Ello, no logra objetivarse si se tiene en cuenta que Piaget no fue pedagogo sino sicólogo y que su trabajo fue desarrollado, como en el Emilio, en el orden de lo tutorial, personalizado; no obstante, algunos pensadores de la psicopedagogía como Ausubel, se sustentan en él para establecer aquello del aprendizaje significativo como referente del aprendizaje, más que del enseñar (Delgado, Arrieta, & Camacho, 2012). El aprendizaje significativo, y se hace la salvedad de que se trascienden otros autores como Froebel, Lancaster, Montessori, remite a una consideración puntual del saber, del aprender, que se manifiesta en contravía del saber en y para el contexto de Freire. El pedagogo brasilero construye su teoría pedagógica desde el análisis de las vivencias sociales apreciadas en su Brasil natal y en el África en que se desenvolvió (González Monteagudo, 1997). La pedagogía así, presenta una serie de momentos, entre los que cabe destacarse: la inicial preocupación del para qué educarse, propia de los sofistas, de Platón y de la filosofía medieval; posterior a ello, con Comenio emerge la preocupación por el cómo educarse desde el ámbito de la generalidad social que se consideraba ideal para todos los seres humanos. En otro momento, se mantiene la pregunta por el cómo educarse articulado a la pregunta de ¿para qué sociedad?, en ello, Dewey y Makarenko sentaron las bases de sistemas educativos que se manifestarían como antagónicos en la posguerra. Dado el carácter politizado de la teoría pedagógica, manifiesto hasta ese momento, la sicopedagogía se pregunta: ¿la formación implica un aprendizaje? De tal pregunta, estructura un planteamiento sobre el aprender que vincula la neurología y la enseñanza en una espiral permanente en la que se adjetiva el aprendizaje como significativo. Ello, hasta aquí, ha esbozado lo pedagógico y el aprendizaje. Tales procederes de la teoría pedagógica, evidencian su relación con los planteamientos filosóficos y políticos de su momento coyuntural. CONCLUSIONES Partir del intento de relacionar la pedagogía con el análisis político de los modelos referidos es una empresa osada que demanda, además del carácter documental de sus líneas generales y la síntesis de los mismos, la interpretación a propósito de ellos; dicha interpretación remite a establecer que existe una intención en procurarle a la pedagogía un carácter transparente y objetivo que le desvincula del contexto en que se desarrolla. Las fuentes a partir de las que se realizó este texto evidencian y connotan un sentido completamente diferente: los pedagogos y pensadores sobre la educación han ostentado un punto de vista político que, en ocasiones, ha sido invisibilizado para la posteridad. Dicha negación del carácter político de la ciencia de la educación en cada uno de sus momentos evolutivos, va en detrimento de la riqueza del discurso pedagógico que se ocupa, más allá de enunciados pretendidamente objetivos, de la mejoría de la condición humana en su entorno inmediato. 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