Subido por Mariela Hernández

LA NACION- nota de OSZLAK

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LA NACION | OPINIÓN | LA ARGENTINA DEL LARGO PLAZO
Oscar Oszlak: "La
tecnología avanzará a
pasos agigantados; no veo
que nuestros líderes estén
discutiendo sus
consecuencias"
29 de mayo de 2019
Mientras en el mundo toma impulso una revolución tecnológica
que tendrá enorme impacto en numerosas áreas de la vida, el
futuro continúa siendo un tiempo verbal que cuesta conjugar en la
Argentina. Así lo entiende el doctor en Ciencia Política y
Economía Oscar Oszlak, también investigador superior del
Conicet y cofundador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad
(CEDES), junto con Guillermo O'Donnell.
Referente indiscutido en materia de procesos de modernización de
la gestión pública, Oszlak sostiene que el término "políticas de
Estado" es otro invento argentino: "Ningún europeo o japonés
sabría de qué se trata. En sus países, una política pública es
siempre una política de Estado. La discontinuidad política de la
Argentina, los sucesivos cambios de régimen y la renuencia a
construir sobre la obra de los predecesores han sido los factores
fundamentales del cortoplacismo que caracteriza a las políticas
públicas de nuestros gobiernos", dice el especialista.
ADEMÁS
-Todas las proyecciones futurológicas plantean que, en
pocas décadas, quizá menos, el mundo que conocemos
cambiará radicalmente. ¿Es el futuro una dimensión a la
que se le otorgue importancia en la Argentina actual?
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-Definitivamente, no. No hay duda que el mundo seguirá
cambiando a pesar de que el futuro no sea un tiempo verbal que se
conjugue en la Argentina. En las próximas décadas, la tecnología
avanzará a pasos aún más agigantados que hasta el presente. La
especialización internacional de la producción cambiará
radicalmente y el capitalismo ingresará resueltamente en la cuarta
revolución industrial. Varias de las ciencias más importantes se
volverán más intensivas en el uso de la informática, la inteligencia
artificial y la robótica. Múltiples oficios y profesiones
desaparecerán definitivamente, generando incertidumbre y
desocupación en el mercado de trabajo. Pronto nos
transportaremos en vehículos autónomos que requerirán
regulación. La manipulación genética de cultivos hará obsoletos
ciertos procesos productivos en la forma en que los hemos
conocido hasta ahora. La internacionalización del Estado, junto
con la descentralización, ejercerá un efecto de pinza sobre los
Estados nacionales, que tenderán a resignar su papel como
proveedores de bienes y servicios para transformarse en órganos
de conducción política y negociación en el marco de bloques
regionales que harán más acentuada la multipolaridad del mundo.
Todos estos desarrollos tendrán, a no dudarlo, un significativo
impacto sobre la cultura, los valores, las opciones de política, las
formas de producción económica y sobre los lugares que los países
ocuparán en el mundo. Y no veo que nuestros líderes políticos
estén discutiendo las consecuencias de estos procesos sobre el
futuro de esta sociedad. Sí observo esa toma de conciencia en los
países más avanzados y me preocupa que la brecha se ensanche y
la dependencia tecnológica nos haga más vulnerables frente a las
transformaciones que ya están ocurriendo.
-Estar preparados para el futuro requeriría de
planificación. ¿Qué debe hacer un Estado para
prepararse para lo que venga?
-Lamentablemente, la planificación en la Argentina no existe ni
existió de verdad. Alfonsín puso en marcha el traslado de la
Capital sin analizar a fondo sus pros y contras, costos y secuencia
decisoria a seguir. Menem estatizó, descentralizó y desreguló a
troche y moche sin reparar en sus prerrequisitos ni consecuencias.
El kirchnerismo anunciaba iniciativas que casi de inmediato debía
desechar por haber sido lanzadas sin real conocimiento ni seria
programación de su implementación. Y el gobierno actual confió
demasiado en la mano invisible como regulador automático de los
mercados. Hemos tenido organismos de planificación,
planeamiento y programación cuya existencia ha sido puramente
formal.
-¿Qué consecuencias puede acarrear esta falta de
preparación?
-Si uno no sabe adónde va, todos los caminos lo llevan. La política
se convierte en una decisión cotidiana, sin perspectiva ni
horizonte temporal. Con ello también se elimina el pasado, es
decir, el seguimiento, control y evaluación de lo que se hizo.
Porque si no se sabía hacia dónde se iba, ¿contra qué se
controlará? Y si no se evalúa lo hecho, tampoco hay aprendizaje
para modificar los cursos de acción erróneos o inconducentes.
Este es uno de los mayores déficits del estilo decisorio de nuestros
gobernantes. Como decía mi maestro Albert Hirschman, "la
motivación prevalece sobre la comprensión".
-Está bastante instalada la noción de que, a nivel local,
las políticas de Estado son siempre a corto plazo. ¿Qué
lógicas, ideas o razonamientos podrían estar
obstaculizando la posibilidad de pensar medidas que se
sostengan más allá del propio mandato?
-Es una contradicción hablar de políticas de Estado a corto plazo.
En realidad, el término "políticas de Estado" lo inventamos en la
Argentina. Ningún europeo o japonés sabría de qué se trata. En
sus países, una política pública es siempre una política de Estado.
Aquí usamos el término para referirnos a decisiones,
generalmente consensuadas con otras fuerzas políticas, que
suponen compromisos de largo plazo que trascienden una o más
gestiones de gobierno. Eso existe, por ejemplo, en Chile, donde
con independencia del signo político de los gobiernos, se advierte
una notable continuidad en los grandes lineamientos de políticas
macroeconómicas y sectoriales. La discontinuidad política de la
Argentina, los sucesivos cambios de régimen y la renuencia a
construir sobre la obra de los predecesores han sido los factores
fundamentales del cortoplacismo que caracteriza a las políticas
públicas de nuestros gobiernos.
-En pocos meses la Argentina elegirá presidente. ¿Qué
ideas debería abrazar alguien que se proponga
genuinamente mejorar las perspectivas de nuestro país?
-Deberíamos pensar que toda persona que aspira a conducir los
destinos del país debería proponérselo genuinamente. No puedo
concebirlo de otro modo. Como mínimo, debería tener un
conocimiento profundo de los problemas de la Argentina, de sus
raíces históricas, sus conflictos y contradicciones, del contexto
internacional que deberá enfrentar en su gestión, de las
potencialidades de las diferentes regiones y sectores productivos y
de sus prioridades. Debería, además, tener capacidad para
seleccionar a líderes capaces de conducir las diferentes áreas de
gobierno, estar dispuesto a coordinar y negociar, a resistir
presiones, a rendir cuentas y a no aferrarse al poder. No hay
muchas personas con este perfil y competencias.
Oszlak: "La planificación en la Argentina no existe ni existió de verdad" Fuente: LA
NACION
-¿Qué ideas, hoy fuertemente instaladas en el entramado
político, deberían dejarse de lado?
-Más que en ideas pensaría en prácticas y en conductas, que se
han convertido en verdaderas enfermedades de la política. Las
sintetizaría en cinco patologías: hubris, panquequismo,
presentismo, autismo y patrimonialismo. El síndrome de hubris, o
enfermedad del poder, es la pérdida de perspectiva, la desmesura,
la confianza exagerada en uno mismo. Quien sufre de hubris
probablemente sufrirá de una o más de las otras cuatro
enfermedades. El panquequismo, o arte de cambiar
reiteradamente de bando o de partido, equivale a la absoluta
ausencia de convicciones o valores. Como en la célebre propuesta
de Marx, de Groucho Marx, cuando decía que "si no te gustan mis
principios, tengo otros". El presentismo o cortoplacismo es la
ausencia de visión, la eliminación del futuro como horizonte de la
acción política. El autismo es el encapsulamiento de esa acción
política, el ensimismamiento, la renuencia a la coordinación y la
búsqueda de consenso, el exceso de confianza en el propio juicio,
desdeñando el de terceros. Por último, el patrimonialismo es la
confusión de la cosa pública con el interés privado, la tendencia
hacia formas de actuación y decisión autocráticas, la desconfianza
en las instituciones y la apropiación individual de los bienes
públicos. Son todas enfermedades de la política y los políticos, que
deberían desterrarse de su práctica.
-¿Qué percepción tiene la ciudadanía sobre la clase
política? ¿En qué medida esa percepción está basada en
certezas?
-Una abrumadora mayoría de los ciudadanos desconfía de la clase
política y las instituciones públicas y no cree que puedan
solucionar los problemas del país. Esta percepción se extiende a
los parlamentarios, las autoridades gubernamentales y los jueces.
La falta de transparencia conspira contra la posibilidad de obtener
evidencias claras, porque si las hubiera, las percepciones serían
certezas. De todos modos, la convicción generalizada de la
ciudadanía es que la política no es más que colusión,
irregularidades y conflictos de intereses. Las declaraciones
retóricas sobre apertura y transparencia no consiguen convencer y
las encuestas corroboran año a año la crisis de confianza
ciudadana en sus dirigentes.
-¿Cuáles cree que son las principales demandas de la
ciudadanía hacia la clase política en la actualidad?
-"Que se vayan todos" fue, tal vez, la única consigna que podría
atribuirse colectivamente a la ciudadanía de nuestro país. Fue
lanzada durante la peor crisis socioeconómica de la historia
argentina y sintetizó el hastío de la sociedad civil frente a la
incompetencia de los dirigentes que sucesivamente intentaron
instalar y consolidar un modelo de país que asegurara mínimas
condiciones de buen vivir para todos. Los cacerolazos, los
movimientos sociales y los escraches son formas de protesta que a
veces tienen destinatarios individuales o institucionales, pero
expresan demandas, intereses o valores específicos. En la agenda
de problemas sociales, las prioridades cambian (inseguridad,
corrupción, inflación, desempleo), pero creo que, en el fondo, hay
una demanda implícita de coherencia, de estabilidad, de
continuidad y de eliminación definitiva de la incertidumbre
permanente que acompaña la vida cotidiana de los argentinos.
-¿Qué se necesitaría para que, en la Argentina del futuro,
haya un mayor involucramiento ciudadano?
-En las últimas décadas se ha producido, indudablemente, un
notable incremento en el número y la actuación de organizaciones
de la sociedad civil, así como en diversas modalidades de
movilización ciudadana. El desarrollo de las tecnologías de la
información y comunicación, sobre todo la web 2.0, ha facilitado
una relación de doble vía entre ciudadanía y gobierno. La difusión
de los principios del Estado Abierto (transparencia, participación
y colaboración) ha promovido la posibilidad de que los ciudadanos
puedan cumplir un triple papel frente al Estado, sea en la
formulación de las políticas, en formas de gestión públicoprivadas y en el seguimiento, control y evaluación de la gestión
pública. Sin embargo, pese a que se han multiplicado los canales
de acceso y se ha legislado sobre derecho a la información, la
participación ciudadana sigue siendo reducida. Casi nadie niega el
valor de la participación, pero por múltiples razones, se prefiere
que sean "otros" los que hagan el esfuerzo. Creo que es un
problema cultural, fruto de un desconocimiento generalizado de
que el Estado es un agente de la ciudadanía y esta, su mandante,
la parte principal de la relación. Cuando esta noción se adquiera
desde el proceso formativo en la infancia, es posible que como
ciudadano adulto se asuma su condición de mandante y no de
simple "administrado".
-Si usted fuera convocado para pensar tres ideas para
esa Argentina del futuro, ¿cuáles serían?
-Mis tres ideas, naturalmente, tendrían relación con mi formación
y mi experiencia de trabajo, es decir, la modernización de la
gestión pública. Mi primera preocupación sería instalar la idea de
que los gobiernos necesitan planificar sus dotaciones de recursos
humanos. Para ello hay que conocer, en primer lugar, los datos
básicos del personal, su distribución, tareas que realiza,
formación, competencias, tasas de rotación, necesidades
funcionales de las áreas, reemplazos futuros, etcétera. Y, por
supuesto, utilizar esta información para que las dotaciones tengan
la composición y el perfil requeridos por el papel que desempeñen
las diferentes instituciones estatales. La segunda idea sería pensar
en la reconversión laboral que será necesaria frente a la
desaparición de empleos que anticipa la era exponencial en
ciernes, incluyendo la promoción de procesos formativos que
requiera el mundo del trabajo en el futuro. Y la tercera, fortalecer
la capacidad institucional del aparato estatal para que esté en
condiciones de hacer realidad la filosofía de gobierno abierto con
la que el país se ha comprometido formalmente, pero cuyos
avances han sido, hasta ahora, escasos y dispares.
-¿Cuál es su reflexión sobre la Argentina del futuro?
-Más allá del determinismo de la globalización y los avatares del
azar, todavía queda espacio para el ejercicio de una voluntad
colectiva que debe nacer del acuerdo de las clases dirigentes para
superar los enfrentamientos y erradicar las mil formas de
violencia de la vida política. También hallar denominadores
comunes que permitan la convivencia civilizada, el diálogo, el
intercambio de ideas y el respeto por la opinión ajena. Todo esto,
en pos de un objetivo claro: construir políticas de Estado que
permitan que las sociedades se conviertan en protagonistas de su
historia, y no en simples marionetas a merced de los vientos de
frente o de cola que les depare el azar o el destino.
* Oscar Oszlak es Doctor en Ciencia Política y Economía,
Oszlak cofundó el CEDES junto con Guillermo O'Donnell
Tres propuestas
1.
Planificación."Es necesario instalar la idea de que
nuestros gobiernos deben planificar su dotación de recursos
humanos"
2.
Reconversión laboral."Los desafíos de lo que se viene
requerirán también la promoción de procesos formativos"
3.
Fortalecimiento institucional."Es fundamental para
hacer realidad la filosofía de gobierno abierto"
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