Subido por ramirezalexa088

Lecturas 1

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La presentación y la disposición en conjunto de Lecturas para adolescentes 3, son propiedad del Editor. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante
ningún sistema o método electrónico o mecánico (incluyendo el fotocopiado, la grabación
y almacenamiento de información), sin consentimiento por escrito del Editor.
NUEVA EDITORIAL LUCERO S.A. DE C.V.
Tekit 726 Col. Cultura Maya Del. Tlalpan
México, D.F. C.P. 14230
Tels. (01.55) 24.57.59.50 al 52 Fax: (01.55) 26.15.29.62
Lada sin costo: 01 800.685.5668
Correo electrónico: libris@infosel.net.mx
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial
Registro núm. 3498
Derechos reservados © 2012
ISBN: 968-5042-89-6
Lecturas para adolescentes 3
® Lucero Lozano
Dirección editorial:
Luis V. Castro Lozano
Edición:
María Elena Toledo Campos
Diseño editorial:
Púrpura Creative Station
Ricardo Morales Pozos
Diseño de portada:
Francisco Toscano Ramírez
Ilustración:
María del Carmen Gutiérrez / Alejandro Herrerías Silva
Tania Recio / Claudia Navarro
Preprensa:
Sergio Mujica Ramos
Segunda edición 2012
Impreso en México . Printed in Mexico
Esta obra se terminó de imprimir en el mes de febrero de 2012, en los talleres de Programas
Educativos, S.A. de C.V. con domicilio en Calzada Chabacano núm. 65 Local A, Col. Asturias, Del. Cuauhtémoc C.P. 06850 México, D.F.
Visítanos en Internet: www.lucerolozano.com.mx
Querido lector:
¡E
stá en tus manos el tercer tomo de la serie Lecturas para adolescentes! el cual está
integrado por relatos, poesías y obras dramáticas de temática variada que estamos
seguros serán de tu interés.
Esta antología se hizo con el solo propósito de brindarte un libro cuya lectura te resulte especialmente grata. Son textos seleccionados pensando en ti; con ellos se busca llenar tus
expectativas, satisfacer tus gustos, hacerte reír, reflexionar, emocionarte, entretenerte, enternecerte… en fin, convertir la lectura en un placer.
La variedad de asuntos que están tratados en los textos incluidos es un elemento motivador.
Puedes encontrar lo mismo misterio que humor, ciencia ficción, teatro, entre otros; y los podrás leer sin imposiciones, en el orden que quieras, ¡siéntete con la libertad de leer lo que
más te guste!
El libro se organiza en cuatro partes. La primera es la lectura acompañada de unas ilustraciones atractivas y los datos biográficos del autor, lo cual te hará contextualizarla. Enseguida
encontrarás una sección titulada “Lo que dicen las palabras”, la cual tiene como función conocer el significado de las voces consideradas de difícil comprensión. En “¿De qué se trató?”
hallarás una variedad de actividades que tienen como finalidad que comprendas la lectura.
La sección “Y tú, ¿qué opinas?” es de interpretación del texto leído. Finalmente, “Jueguen, dibujen, escriban, hablen, escuchen…” es una sección en la que encontrarás divertidos juegos
de competencia, de creatividad, que harán dinámica y amena la clase.
Finalmente, hallarás estas señalizaciones, que te sugieren la forma de realizar los ejercicios
propuestos:
Individual
Parejas
Tríos
Equipo
Estoy segura que esta obra te llevará a consolidar tu gusto por la lectura porque las selecciones
que pongo en tus manos te atraparán de tal manera que no las abandonarás hasta terminarlo.
Te invito a que siempre estés en contacto con algún libro, pues ¡siempre habrá algo para leer!
Lucero Lozano
Índice
Página
Título
Clasificación
Lo que dicen
las palabras
¿De qué se
trató?
Y tú,
¿qué opinas?
¡Jueguen,
dibujen…!
6
“El anillo de Thoth”
de Arthur Conan Doyle
Misterio
• Búsqueda de significados en el diccionario, por
contexto.
• Opción múltiple de
sinónimos.
• Sopa de letras.
• Cuestionario
• Cuestionario
La guerra de las
afirmaciones
16
“La gloria de los feos”
de Rosa Montero
Adolescencia
• Significados de palabras
escritos en desorden.
• Cuestionario
• Diagrama
•Opción múltiple
•Cuestionario
•Diagramas
Ilustro el cuento
26
“¡Muy mal!”
de Isaac Asimov
Ciencia-ficción
• Enciclopedia de vocablos • Cuestionario
técnicos
• Escritura de una historia
con los vocablos técnicos
investigados
• Cuestionario
• Investigación sobre
caracterización, autores
y obras de ciencia
ficción.
El juego de las preguntas
36
“La chica de debajo”
de Carmen Martín Gaite
Infancia
• Diccionario al revés
• Canevá con
oraciones
• Cuestionario
• Interpretación de
frases en lenguaje
figurado
¿En dónde está el error?
46
“Un día de éstos”
de Gabriel García Márquez
¿Justicia o
venganza?
• Opción múltiple
• Escritura de frases
coherentes
• Cuestionario
• Cuestionario
Un canevá
54
“Belissa”
de Rosaura Barahona
Humorístico
• Diccionario al revés
• Cuestionario
• Completar frases
A manera de diario
62
“El círculo”
de Óscar Cerruto
Misterio
• Sopa de letras
• Diccionario al revés
• Cuestionario
• Interpretación de frases en sentido figurado
Redacción de noticias y/o
entrevistas
72
“De preferencia, guapitos de cara” Adolescencia
de Andreu Martín y Jaume Ribera
• Palabras cruzadas
• Búsqueda de significados por contexto
• Falso o verdadero
• Cuestionario
Redacción de anuncios
82
El amor… es poesía
“Desmayarse, atreverse…”
de Lope de Vega
“Definiendo el amor”
de Francisco de Quevedo
“Este amor, ¿es deleite o es
herida?”
de Enrique González Martínez
“Qué es amar…”
de Xavier Villaurrutia
“Por ti, amor”
de Rubén Bonifaz Nuño
“¡Ay qué trabajo me cuesta...!”
de Federico García Lorca
“Para el amor no hay cielo…”
de Rosario Castellanos
“Amor mío, mi amor”
de Jaime Sabines
“Pasa el mágico invierno…”
de Miguel Guardia
• Buscar el significado de
palabras por contexto
• Cuestionario
• Interpretación de
estrofas o de un poema
completo
¡Escribo un poema!
Amor
Página
Título
Clasificación
Lo que dicen
las palabras
¿De qué se
trató?
• Cuestionario
Y tú,
¿qué opinas?
¡Jueguen,
dibujen…!
• Cuestionario
• ¿Qué personaje dijo
qué frase?
Lectura coral o en atril
94
“Sempronio”
de Agustín Cuzzani
Teatro
• Hallazgo de errores en
definiciones
• Búsqueda de significados por contexto
106
“Miss Lunatic y el comisario
O’Connor”
de Carmen Martin Gaite
Reflexión
• Deducción de significado • Redacción de una
por contexto
noticia
• Cuestionario
Concordar y discordar
118
“La rama seca”
de Ana María Matute
Amistad
• Búsqueda de significados por contexto
• Opción múltiple de
sinónimos
• Sopa de letras
• Cuestionario
• Cuestionario
Capacidad de retención
130
“El transplante”
de A. van Hageland
“Venusinas”
de Pierre Versins
“La criatura”
de Jacques Stenberg
Ficción
• Encuentra el error en las
definiciones
• Cuestionario
• Cuestionario
El cuento al revés
138
“La tigresa”
de Bruno Traven
Mujeres
• Búsqueda de sinónimos
por contexto
• Escritura de frases
• Cuestionario
• Transcripción de textos
Lotería de pequeños textos
152
“La casa nueva”
de Silvia Molina
Infancia
• Opción múltiple de
sinónimos
• Diagrama: estructura del cuento
• Cuestionario
Diálogo de personajes
158
“El prado de los cinco dueños”
de Pablo Zapata Lerga
Reflexión
• Sopa de letras
• Diccionario al revés
• Cuestionario
• Interpretación de
metáforas
• Interpretación de
frases
Carrera de relevos
167
Bibliografía
W
El anillo
Thoth
de
Arthur Conan Doyle
Mr. John Vansittart Smith, F.R.S., era un hombre de gran inteligencia y claridad
de juicio que había destacado en el terreno científico. Sin embargo, era versátil
e inconstante y así pasó de los intereses científicos a los arqueológicos. Esto
lo llevó a afiliarse a la Oriental Society en donde se hizo presente con una
conferencia sobre las inscripciones jeroglíficas y demóticas de El Kab.
Tan impresionado estaba Mr. Smith con la arqueología egipcia que comenzó
a recoger materiales para una obra que lo obligaba a visitar en el Louvre las magníficas
colecciones que tiene el museo. Fue precisamente en la última de éstas, cuando se vio
envuelto en la más extraña y notable de las aventuras.
Una vez más había viajado a París y llegó tan nervioso que aunque intentó descansar en
el hotel, no pudo tranquilizarse y decidió trasladarse de inmediato al Museo en donde se
dirigió rápidamente a la colección de papiros que tenía intención de consultar.
Una conversación en inglés sobre las características físicas del vigilante de la sala lo hizo
acercarse al individuo que realmente parecía un egipcio sacado de alguna de las pinturas
que él conocía tan bien.
—Oú est la collection de Memphis?1 —preguntó el investigador, con ese aire inoportuno
de quien busca una pregunta con el único propósito de entablar conversación.
—C’est la2 —contestó secamente el hombre, indicándole con la cabeza el otro lado de
la sala.
—Vous est un égyptien, n’est-ce pas?3 —preguntó el inglés.
El vigilante miró hacia arriba y clavó sus oscuros y extraños ojos en el interlocutor. Eran
unos ojos vidriosos, con un brillo seco y nebuloso que no había visto hasta entonces en un
ser humano.
—Non, monsieur; je suis francais4.
El hombre se dio la vuelta con cierta brusquedad y se encorvó de nuevo para dedicarse
a su trabajo de limpieza.
1. ¿En dónde está la colección de Menfis?
2. Está allí.
3. Usted es egipcio, ¿no es cierto?
4. No señor, yo soy francés.
6
Durante un rato el lápiz del investigador corrió sobre el papel, pero al fin,
rendido por el viaje, se sumergió en un sueño tan profundo en su solitario
rincón detrás de la puerta que ni el ruido metálico producido por los
vigilantes, ni las pisadas de los visitantes, ni siquiera el ronco estrépito de la
campana al dar el aviso de cierre fueron suficientes para despertarlo.
La penumbra dio paso a la oscuridad. Era cerca de la una de la
madrugada cuando John Vansittart Smith recobró la conciencia. Se
encontraba perfectamente despierto y recuperado. El silencio absoluto
era impresionante. Estaba solo entre los cadáveres de una civilización
desaparecida. De pronto sus ojos recayeron sobre el resplandor amarillo de
una lámpara distante.
Jonh Vansittart Smith se incorporó en su asiento con los nervios al límite.
La luz avanzaba despacio hacia él, deteniéndose de vez en cuando, para
acercarse a continuación con pequeñas sacudidas. El portador de la luz se
movía sin producir el menor ruido. Lo primero que se le pasó por la cabeza
al inglés es que se trataba de ladrones. Se recogió todavía más en su rincón.
La luz estaba ya a dos salas de distancia. Con una sensación cercana al
estremecimiento o al miedo, el investigador descubrió un rostro, un extraño
rostro de expresión anhelante. No había posibilidad de error: el brillo
metálico de los ojos, la piel cadavérica. Era el vigilante con quien había
conversado antes.
Los movimientos del individuo no revelaban la menor vacilación. Se
dirigió con paso ligero y rápido hacia una de las grandes vitrinas, sacó
una llave de su bolsillo y abrió la cerradura. Entonces bajó una momia
del estante superior, avanzó unos pasos y la depositó con sumo cuidado
y solicitud en el suelo. Colocó la lámpara al lado y, a continuación,
poniéndose en cuclillas al estilo oriental, empezó a deshacer con sus dedos
largos y temblorosos las telas enceradas y los vendajes que la recubrían.
A medida que se desplegaban las tiras de tela, un fuerte y aromático olor
invadió la sala, y fragmentos de perfumada madera y especias cayeron con
un ruido sordo en el suelo de mármol.
Para John Vansittart Smith era evidente que aquella momia jamás había
sido despojada de su vendaje. La operación le interesaba profundamente.
La observó con curiosidad y emoción. Cuando aquella cabeza de cuatro
mil años de antigüedad fue desposeída del último vendaje, el investigador
apenas pudo ahogar un grito de asombro. En primer lugar, una cascada de
largas trenzas negras y brillantes se derramó sobre las manos y los brazos
del manipulador. La segunda vuelta del vendaje descubrió una frente
estrecha y blanca, con las cejas delicadamente arqueadas. A la tercera vuelta
aparecieron unos ojos luminosos, bordeados de largas pestañas, y una nariz
recta, bien perfilada, mientras que la cuarta y última mostró una boca dulce,
henchida y sensual, y una barbilla encantadoramente torneada. Todo el
rostro era de una belleza extraordinaria, salvo una mancha irregular en el
centro de la frente, de color café.
El extraño vigilante, al verla, alzó las manos al aire, prorrumpió en un
áspero martilleo de palabras y, después, echándose en el suelo, al lado de la
momia, la rodeó con sus brazos y la besó varias veces en los labios
y en la frente. «Ma petite! —gimió en francés—. Ma pauvre petite.» Su voz
7
l
Arthur Conan Doyle
( 1859-1930 )
Nació en Edimburgo, Escocia.
Su personalidad desbordante le
permitió ser: médico, político,
jugador de futbol, esquiador,
viajero incansable. Alquimista
de la literatura, Doyle descubrió
el secreto de la eterna juventud
para su más famoso personaje:
Sherlock Holmes, quien ve la luz
primera en Estudio en escarlata,
publicado en 1887. Cultivó
géneros muy diferentes entre
los que hay señalar por su importancia estos tres: la historia,
el ensayo y la narración breve.
Dentro de sus obras históricas
destacan: Las enseñanzas del
brigadier Gerard, Aventuras
de Gerard. En el apartado de
ensayo están: Los refugiados, La
tragedia del Korosko, La guerra de
Sudáfrica: sus causas y modo
de hacerla, La guerra alemana:
detalles y reflexiones. Sus mejores
narraciones cortas son: Misterios
y aventuras, La bandera verde y
otros relatos de guerra y de deportes, El abismo de Maracot.
estaba quebrada de emoción, y sus innumerables arrugas se estremecían y se retorcían. Durante
algunos minutos se quedó allí tendido, con el rostro crispado, runruneando y susurrando sobre
aquella hermosa cabeza. Después mostró una sonrisa de satisfacción, pronunció algunas
palabras en un idioma desconocido y se puso en pie con la expresión vigorosa de quien se ha
preparado para afrontar un duro esfuerzo.
En el centro de la sala había una vitrina circular que contenía una magnífica colección de
anillos egipcios primitivos y piedras preciosas en la que el investigador había reparado con
frecuencia. El vigilante se dirigió a la vitrina, manipuló la cerradura y abrió la puerta. Colocó
la lámpara en un estante lateral y, a su lado, una pequeña jarra de barro que sacó del bolsillo.
Después cogió un puñado de anillos de vitrina y con un gesto grave y ansioso procedió a mojar
cada uno de ellos en el líquido que contenía la jarra, examinándolos a continuación a la luz de
la lámpara.
Escogió un anillo de metal macizo con un voluminoso cristal engarzado y lo sometió a la
prueba del líquido de la jarra. Al momento lanzó un grito de alegría y extendió los brazos con
un gesto tan impetuoso que derribó la jarrita, cuyo líquido se derramó por el suelo y corrió
hasta los pies del inglés. El vigilante se sacó un pañuelo encarnado del pecho y se puso a
limpiar la mancha, siguiendo el reguero hasta el rincón, donde se encontró de pronto cara
a cara con el individuo que le estaba observando.
—Perdóneme —dijo John Vansittart Smith con cortesía inimaginable—. He tenido la
desgracia de quedarme dormido detrás de esa puerta.
—¿Me ha estado observando? —preguntó el otro en inglés, con una mirada venenosa
dibujada en su cadavérico rostro.
El investigador era un hombre que no acostumbraba a mentir. —Confieso —dijo— que he
observado sus operaciones y que han despertado mi interés y curiosidad en el más alto grado.
—¿Cómo se llama usted? —preguntó el vigilante. Y el inglés se lo dijo—. ¿Es usted el mismo
8
Vansittart Smith que leyó una memoria en Londres sobre El Kab? Leí un informe sobre ella.
Sus conocimientos del tema son despreciables.
—¡Caballero! —exclamó el egiptólogo.
—Sin embargo, son superiores a los de otros que tienen incluso más pretensiones que usted.
De pronto el erudito con los ojos dilatados exclamó: —¡Dios mío! ¡Mire la cara de la
momia!
Aquel hombre extraño se volvió y enfocó la luz sobre la mujer muerta, dejando escapar
un grito de dolor mientras lo hacía. La acción de la atmósfera había destruido la labor del
embalsamador. La piel se había despegado, los labios descoloridos se habían retorcido por
debajo de los dientes amarillentos y sólo por la mancha marrón de frente podía asegurarse
que se trataba del mismo rostro joven y hermoso que tenía apenas unos minutos antes.
—No importa —dijo con la voz quebrada por la emoción—. Realmente ya no importa.
He venido aquí esta noche con la firme determinación de hacer algo. Y ya lo he hecho.
Todo lo demás sobra. Encontré lo que buscaba. La antigua maldición ha quedado rota.
Puedo reunirme con ella. ¿Qué importancia tiene su forma inanimada, si su espíritu me está
esperando al otro lado del velo?
—Ésas son palabras un tanto exageradas —dijo Vansittart Smith. Cada vez estaba más
convencido de que estaba tratando con un loco.
—El tiempo apremia y tengo que partir —continuó el otro—. Ha llegado el momento que
durante tanto tiempo he estado esperando. Pero antes debo llevarle a usted hasta la salida.
Venga conmigo.
—Entre aquí —ordenó el vigilante.
Era un cuarto pequeño. Al mirar a su alrededor, el investigador advirtió, con un repentino
e intenso escalofrío, que todos los pequeños detalles de la habitación tenían un diseño
extraño y constituían un trabajo de artesanía verdaderamente antigua. Los candelabros,
los jarrones de la chimenea, los atizadores de la lumbre, los adornos de las paredes... todo
pertenecía al tipo de arte que asociamos con el más remoto pasado. Aquel hombre arrugado
y de ojos turbios se sentó en el borde de la cama e indicó a su invitado que tomase asiento en
el sillón.
—Tal vez haya sido el destino —dijo, expresándose todavía en un excelente inglés—. Tal
vez estaba decretado que yo dejase detrás de mí algún relato que pusiera en guardia a los
temerarios mortales que enfrentan su inteligencia contra el proceso de la Naturaleza.
Soy, como usted habrá deducido, egipcio. Vi la luz en el reinado de Tutmosis,
mil seiscientos años antes del nacimiento de Cristo. Mi nombre era Sosra. Mi padre fue el
sumo sacerdote de Osiris en el gran templo de Avaris. Allí me educaron y antes de cumplir
los dieciséis años había aprendido todo lo que podía enseñarme el más sabio de los
sacerdotes. Desde entonces estudié por mí mismo los secretos de la Naturaleza, pero no
compartí mis conocimientos con nadie.
Investigué profundamente en los secretos del Principio vital. Yo estaba convencido de la
posibilidad de desarrollar un método que fortalece el cuerpo hasta el punto de impedir que
jamás se apoderase de él la enfermedad o la muerte. Como resultado de mis investigaciones
obtuve una sustancia que al ser inyectada en la sangre proporcionaba al cuerpo la fortaleza
necesaria para resistir los efectos devastadores del tiempo, de la violencia o de la enfermedad.
No proporcionaba la inmortalidad, pero su poder permanecería durante miles de años.
Con gran alegría en mi corazón vertí aquella sustancia maldita en mis venas. Después
miré a mi alrededor para ver si encontraba a alguien que pudiera beneficiarse de mi
descubrimiento y compartí mi secreto con un joven sacerdote de Thoth: Parmes, y le inyecté
mi elixir para que nunca me faltará un compañero de mi misma edad.
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Después de este grandioso descubrimiento abandoné hasta cierto punto mis estudios,
pero Parmes continuó con renovada energía. Le veía trabajar todos los días con sus
redomas y destiladores en el templo de Thoth, pero apenas me hablaba del resultado de sus
investigaciones.
Había guerra en aquel entonces, y el Faraón envió soldados a la frontera oriental para
expulsar a los hicsos. Se envió también un gobernador a Avaris, que debía mantener la ciudad
para el rey. Yo había escuchado las alabanzas sobre la belleza de la hija del gobernador. Un
día, mientras paseaba en compañía de Parmes, la vimos pasar transportada sobre los hombros
de sus esclavos. El amor me traspasó como un rayo. Se me escapó el corazón. La vida sin ella
me resultaba imposible.
No es necesario que le hable de nuestros amores. Llegó a amarme tanto como yo la amaba
a ella. Me enteré de que Parmes pretendía haberla visto antes que yo, y que le había dado a
entender que él también la amaba, pero yo sonreía ante aquella pasión, pues sabía que su
corazón me pertenecía. La peste blanca hizo aparición en la ciudad y las víctimas fueron
incontables. Entonces le revelé mi secreto y le supliqué que me permitiera emplear mi arte
con ella.
Pero ella estaba llena de dudas y no hacía más que poner objeciones tímidas propias de
una doncella. Necesitaba una noche más para pensarlo. A la mañana siguiente corrí a su casa.
Una esclava asustada me recibió al pie de la escalera. Su señora estaba enferma, me dijo, muy
enferma. En la frente aparecía una mancha inflamada, de color púrpura. Era la pústula de la
peste blanca, el sello de la muerte.
Ella se fue y yo no podía seguirla. Una noche, Parmes, el sacerdote de Thoth, vino a
visitarme. Le vi de pie, en el círculo de luz que proyectaba la lámpara, y me miró con unos
ojos en los que se adivinaba una alegría insana. Me vino a comunicar que él iría a unirse con
Atma, que yacía embalsamada en la tumba más alejada, donde se levanta la doble palmera,
más allá de los muros de la ciudad.
—¡Voy a morir! ¡A morir junto a ella! —me gritó—. Yo no estoy sujeto a las cadenas de la
vida terrenal. He descubierto un principio más poderoso que destruirá el efecto del elixir. En
este momento está actuando en mis venas, y en una hora seré un hombre muerto. Me reuniré
con ella, y tú quedarás atrás.
—¡Tienes que dármelo! —grité.
—¡Jamás! —respondió—. Y además, —agregó— para obtenerlo se requiere una mixtura
que no podrás conseguir nunca. Salvo la que contiene el anillo de Thoth, jamás se hará
otra igual.
—¡En el anillo de Thoth! —repetí—. ¿Dónde está el anillo de Thoth?
—Eso tampoco lo sabrás nunca —contestó.
Giró sobre sus talones y salió de la habitación. A la mañana siguiente recibí la noticia de
que el sacerdote de Thoth había muerto.
Desde entonces dediqué todos mis días al estudio. Debía encontrar el sutil veneno que era
más poderoso que el elixir. Parmes había dicho que su descubrimiento estaba relacionado con
el anillo de Thoth. Yo tenía un recuerdo vago de aquella joya. Era un anillo grande y pesado,
no de oro, sino de un metal más raro. Vosotros lo llamáis platino. Yo recordaba que el anillo
tenía incrustado un cristal hueco que podía albergar algunas gotas de líquido. Era probable
que hubiese guardado su precioso veneno en el interior del cristal. Apenas llegué a esta
conclusión cuando, al rebuscar entre sus papeles, di con uno que confirmaba mis sospechas
y sugería que en el anillo quedaba una porción que no se había usado.
Se había desatado una guerra enconada contra los hicsos y los capitanes del Faraón habían
quedado aislados en el desierto, con todos los cuerpos de arqueros y de caballería. Las tribus
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de pastores cayeron sobre nosotros como plagas de langosta en un año de sequía. Cayó la
ciudad. El gobernador y los soldados fueron pasados a cuchillo, y yo, junto con muchos otros,
fui reducido al cautiverio.
Los hicsos se habían establecido en las tierras conquistadas y su propio rey gobernaba el
país. Avaris había sido reducida a escombros, la ciudad incendiada, y del gran Templo no
queda más que una montaña informe de cascotes de piedra. No quedó señal alguna de la
tumba de mi amada Atma. Las arenas del desierto la habían sepultado y las palmeras que
señalaban el emplazamiento habían desaparecido tiempo atrás.
He viajado por todas las tierras y he morado en todas las naciones. Aprendí todas las lenguas
para que me ayudaran a pasar el tiempo fatigoso. ¡Pero al fin he llegado al final de todo!
Me acostumbré a leer todo lo que escribían los estudiosos acerca del antiguo Egipto.
Hace nueve meses me encontraba en San Francisco cuando leí un informe sobre diversos
descubrimientos realizados en las proximidades de Avaris. Mi corazón dio un vuelco al
leer aquello. Decía que el excavador había explorado algunas de las tumbas que se habían
descubierto recientemente. En una de ellas se había encontrado una momia intacta con una
inscripción en el féretro exterior. Dicha inscripción informaba que el cuerpo que contenía era
el de la hija del gobernador en los tiempos de Tutmosis. El artículo decía también que al quitar
el féretro exterior había quedado al descubierto un pesado anillo de platino, con un cristal
incrustado, y que había sido depositado sobre el pecho de la mujer embalsamada. Así pues,
era allí donde Parmes había escondido el anillo de Thoth.
Aquella misma noche salí de San Francisco, me embarqué para El Cairo e investigué en
dónde se encontraba el hallazgo de la momia y el anillo. Me indicaron que habían sido
trasladados al Louvre. Por fin, después de cuatro mil años, me encontré en la sala egipcia con
los restos de mi amada y el anillo que había estado buscando durante tanto tiempo.
Pero, ¿cómo me las ingeniaría para echarles las manos encima? ¿Cómo apropiarme de
ellos? Dio la casualidad que estaba vacante un puesto de vigilante. Me presenté ante el
director. Le convencí de que tenía grandes conocimientos sobre Egipto, y me permitió trasladar
a esta habitación los pocos efectos personales que he conservado. Ésta es la primera y última
noche que paso aquí.
Ésta es mi historia, Mr. Vansittart Smith. No necesito decirle nada más a un hombre de su
inteligencia. Me he librado de una pesada carga. Puede usted relatar mi historia o silenciarla si
lo desea. Lo dejo a su elección. Ésa es la puerta. Conduce a la Rue de Rivoli. ¡Buenas noches!
Dos días después de su regreso a Londres, John Vansittart Smith leyó en la correspondencia
de París del Times el breve informe que sigue:
Extraño suceso en el Louvre
Ayer por la mañana tuvo lugar un extraño descubrimiento en la sala principal de Egipto. Los
empleados de la limpieza encontraron a uno
de los vigilantes tendido en el suelo, rodeando
con sus brazos el cuerpo de una de las momias. Estaban abrazados tan estrechamente
que sólo después de múltiples dificultades
pudieron ser separados. Una de las vitrinas
donde se guardan anillos de considerable
valor había sido abierta y saqueada. Las au-
toridades opinan que el vigilante pretendía
llevarse la momia con la idea de venderla a
algún coleccionista privado, pero en ese preciso momento sufrió un colapso a consecuencia
de una larga enfermedad del corazón. Se dice
que el difunto era un hombre de edad indeterminada y costumbres excéntricas, sin parientes o amigos vivos que puedan llorar su
muerte trágica y prematura.
Arthur Conan Doyle, “El anillo de Toth” (adaptación), en Diez relatos fantásticos, Madrid: Plaza & Janés, 1995, pp. 79-106.
11
Lo que dicen
las palabras
1. Localicen y subrayen las siguientes palabras en la lectura anterior.
Después, busquen en el diccionario su significado de acuerdo con el
contexto en que aparecen.
demóticas
prorrumpió
crispado
engarzado
redomas
pústula
mixtura
elixir
2. De cada palabra buscada, reconozcan su sinónimo entre las cuatro opciones.
demóticas
a) escritura simplificada
b) escritura egipcia
c) lengua egipcia
d) tipo de jeroglíficos
crispado
a) sonreír
b) censurar
c) calambre
d) contraer
redomas
a) vaso
b) amaestrar
c) cántaro
d) volver a domar
mixtura
a) pintura
b) pócima
c) refresco
d) comida
prorrumpió
a) exclamar
b) decir
c) omitir
d) censurar
engarzado
a) incrustar
b) atar
c) amarrado
e) pulir
pústula
a) postura
b) lunar
c) estrella
d) absceso
elíxir
a) pulque
b) bebida alcohólica
c) remedio
d) agua
3. Encuentren las palabras antes trabajadas en esta sopa de letras.
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4. Compartan sus resultados con otro compañero.
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e
¿De qué se
trató?
Contesten las siguientes preguntas. Después comparen sus respuestas con otros equipos.
¿Por qué decide Sosra relatar su historia a un egiptólogo?
¿A qué se debió que el cuerpo de Atma se hubiera conservado con esa frescura a pesar de los
siglos transcurridos desde su muerte, y a qué el que pasados unos minutos se descompusiera?
En este relato hay una historia dentro de otra. ¿Cuáles son esas dos historias y quiénes
los protagonistas de cada una de ellas?
Elijan una de las dos historias. Identifiquen el planteamiento, señalen el clímax y den a
conocer el desenlace.
¿Para quién y por qué tiene valor el anillo de Thoth?
¿Qué pueden decir del relato leído? Expresen una opinión fundamentada.
Cómo clasificarían la historia que acaban de leer: de terror, de amor, de suspenso, de misterio
u otro. Sustenten su respuesta.
13
Y tú,
¿qué opinas?
Individualmente, realicen los siguientes ejercicios y después comparen
sus respuestas con otros compañeros.
1. En el texto se leen algunas frases en otro idioma, ¿qué idioma es? y ¿cuál piensan que es la intención del
autor al emplearlas?
2. Investiguen cuál es la traducción de estas frases al español:
“Mapetite”
“Ma pauvre petite”
3. De acuerdo con los siguientes textos tomados de la lectura, ¿cómo se describe el carácter de John
Vansittart Smith? Descríbanlo con sus propias palabras:
“era un
hombre de gran
inteligencia y
claridad de juicio”
“Sin
embargo
era versátil e
inconstante”
“era un
hombre que no
acostumbraba
a mentir”
“con
cortesía
inimaginable”
4. Localicen y escriban las frases que describan a Sosra. Después, empleando sus palabras, vuelvan a
describirlo.
5. Busquen en revistas, periódicos o donde lo consideren, imágenes que de acuerdo con lo que leyeron
mejor representen a Sosra, Mr. John Vansittart Smith, Atma y Parmes. Sustenten sus elecciones.
6. Qué sensaciones les producen el empleo de frases como: “se incorporó en su asiento con los nervios
al límite”, “Con una sensación cercana al estremecimiento o al miedo”, “apenas pudo ahogar un grito
de asombro”.
14
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
La guerra de las afirmaciones
Dentro de cada equipo elaboren textos breves sobre el asunto del relato. Los textos los presentarán en
forma de oraciones afirmativas. Su contenido puede ser falso o verdadero con respecto al asunto de la
lectura, pero buscarán que estén planteados claramente y que no sean capciosos.
La actividad se llama La guerra de las afirmaciones y se lleva a cabo de la siguiente manera:
El grupo se organiza en equipos.
El grupo se pone de acuerdo con respecto al número de oraciones afirmativas que elaborará cada
equipo.
Las oraciones tendrán las características ya señaladas y se contestarán sólo con las palabras falso o
verdadero.
Las afirmaciones que se repitan serán descalificadas.
El grupo decidirá qué tanto tiempo se dará a los equipos para responder.
Por sorteo se forman dos equipos que serán los contendientes.
Después del sorteo se decidirá quién inicia la guerra y por turno cada uno lanza su oración
afirmativa.
Cada respuesta correcta significa un punto para el equipo que la conteste.
Anoten en este espacio las oraciones afirmativas.
¡
15
$
Rosa Montero
e fijé en Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar
a dudas, los raros del barrio. Hay niños que desde la cuna son
distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia. Son esos
críos que siempre se caen en los recreos; que andan como almas
en pena, de grupo en grupo, mendigando un amigo. Basta con que
el profesor los llame a la pizarra para que el resto de la clase se
desternille, aunque en realidad no haya en ellos nada risible, más
allá de su destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo.
16
Rosa Montero
(1851- )
Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza.
Lupe era hija de la vecina del tercero, una señora pechugona y
esférica. La niña salió redonda desde chiquitita; era patizamba
y, de las rodillas para abajo, las piernas se le escapaban cada
una para un lado como las patas de un compás. No es que fuera
gorda: es que estaba mal hecha, con un cuerpo que parecía un
torpedo y la barbilla saliéndose directamente del esternón.
17
Oriunda de Madrid. Estudió
periodismo y psicología mientras colaboraba con grupos de
teatro independiente como
Tábano y Canón. Ha publicado
en diversos medios de comunicación, y desde 1976, trabaja en
exclusiva para El País. En 1980
ganó el Premio Nacional de
Periodismo para Reportajes y
Artículos Literarios. Es autora de
novelas como Crónica del desamor, La función Delta, Te trataré
como a una reina, Amado amo,
Temblor, Bella y oscura y La hija
del Caníbal (Premio Primavera,
1997). También ha escrito varios
libros de entrevista entre los
que mencionaremos a España
para ti para siempre y Cinco años
de país y entrevistas.
Pero lo peor, con todo, era algo de dentro; algo desolador e
inacabado. Era guapa de cara: tenía los ojos grises y el pelo muy negro,
la boca bien formada, la nariz correcta. Pero tenía la mirada cruda, y el
rostro borrado por una expresión de perpetuo estupor. De pequeña la
veía arrimarse a los corrillos de los otros niños: siempre fue grandona y
les sacaba a todos la cabeza. Pero los demás crios parecían ignorar su
presencia descomunal, su mirada vidriosa; seguían jugando sin prestarle
atención, como si la niña no existiera. Al principio, Lupe corría detrás de
ellos, patosa y torpona, intentando ser una más; pero, para cuando llegaba
a los lugares, los demás ya se habían ido. Con los años la vi resignarse a
su inexistencia. Se pasaba los días recorriendo sola la barriada, siempre
al mismo paso y doblando las mismas esquinas, con esa determinación
vacía e inútil con que los peces recorren una y otra vez sus estrechas
peceras.
En cuanto a Lolo, vivía más lejos de mi casa, en otra calle. Me fijé
en él porque un día los otros chicos le dejaron atado a una farola en los
jardines de la plaza. Era en el mes de agosto, a las tres de la tarde. Hacía
un calor infernal, la farola estaba al sol y el metal abrasaba. Desaté al
niño, lloroso y moqueante; me ofrecí a acompañarle a casa y le pregunté
que quién le había hecho eso. “No querían hacerlo”, contestó entre hipos:
“Es que se han olvidado”. Y salió corriendo.
Era un niño delgadísimo, con el pecho hundido y las piernas como
dos palillos. Caminaba inclinado hacia delante, como si siempre soplara
frente a él un ventarrón furioso, y era tan frágil que parecía que se iba a
desbaratar en cualquier momento. Tenía el pelo tieso y pelirrojo, grandes
narizotas, ojos de mucho susto. Un rostro como de careta de verbena, una
cara de chiste. Por entonces debía de estar cumpliendo los diez años.
Poco después me enteré de su nombre, porque los demás niños le
estaban llamando todo el rato. Así como Lupe era invisible, Lolo parecía
ser omnipresente: los otros chicos no paraban de martirizarle, como si
su aspecto de triste saltamontes despertara en los demás una suerte de
ferocidad entomológica. Por cierto, una vez coincidieron en la plaza Lupe
y Lolo: pero ni siquiera se miraron. Se repelieron entre sí como apestados.
18
Pasaron los años y una tarde, era el primer día de calor de un mes de
mayo, vi venir por la calle vacía a una criatura singular: era un esmirriado
muchacho de unos quince años con una camiseta de color verde
fosforescente. Sus vaqueros, demasiado cortos, dejaban ver unos tobillos
picudos y unas canillas flacas; pero lo peor era el pelo, una mata espesa
rojiza y reseca, peinada con gomina, a los años cincuenta, como una inmensa
ensaimada sobre el cráneo. No me costó trabajo reconocerle: era Lolo,
aunque un Lolo crecido y transmutado en calamitoso adolescente. Seguía
caminando inclinado hacia delante, aunque ahora parecía que era el peso de
su pelo, de esa especie de platillo volante que coronaba su cabeza, lo que le
mantenía desnivelado.
Y entonces la vi a ella. A Lupe. Venía por la misma acera, en dirección
contraria. También ella había dado el estirón puberal en el pasado invierno. Le
había crecido la misma pechuga que a su madre, de tal suerte que, como era
cuellicorta, parecía llevar la cara en bandeja. Se había teñido su bonito pelo
oscuro de un rubio violento, y se lo había cortado corto, así como a lo punky.
Estaban los dos, en suma, francamente espantosos: habían florecido, conforme
a sus destinos, como seres ridículos. Pero se les veía anhelantes y en pie de
guerra.
Lo demás, en fin, sucedió de manera inevitable. Iban ensimismados, y
chocaron el uno contra el otro. Se miraron entonces como si se vieran por
primera vez, y se enamoraron de inmediato. Fue un 1o de mayo y, aunque
ustedes quizá no lo recuerden, cuando los ojos de Lalo y Lupe se encontraron
tembló el mundo, los mares se agitaron, los cielos se llenaron de ardientes
meteoros. Los feos y los tristes tienen también sus instantes gloriosos.
Rosa Montero, “La gloria de los feos”, en Amantes y enemigos. Cuentos de parejas. Madrid: Alfaguara, 1998, pp. 112-114.
19
Lo que dicen
las palabras
A continuación se presenta una lista de palabras con su respectivo significado, solo que éste está escrito en desorden. En binas, corríjanlo a
fin de darle coherencia y sentido. Agreguen, además, la categoría gramatical (verbo, sustantivo, adjetivo, etc.) que le corresponda. Observen
el ejemplo:
Transmutado: Cambiado o mudado, cosa algo convertir otra en.
Transmutado: verbo (en participio). Cambiado o mudado; convertir algo en otra cosa.
Desolador: intensos produce amargura y un muy dolor que tristeza, que extrema causa aflicción.
Calamitoso: infeliz persona desdichada suerte se sale por todo quien aplica a la torpeza o que es mala
o mal o a le, que calamidades de acompañado va
Canilla: larga en si es pierna muy especial, largo tibia de la pierna hueso en especial la
Entomológica: estudia la rama de insectos de zoología que
Patizamba: las fuera persona juntas que tiene rodillas a piernas y hacia las torcidas
Repelieron: o aversión repugnancia causar, impulso o algo violencia con rechazar
Estupor: aire de de o acompañada la indiferencia o disminución los de de de o actividades intelectuales
cierto asombro funciones aspecto
Patosa: agilidad que torpe es sin, la desmañada dícese inhábil o persona de
20
Omnipresente: está partes que de todas la y situaciones está muchos que en y en impresión lugares
presente.
Esmirriado: que débil aspecto tiene raquítico delgado está y muy. Consumido flaco extenuado.
Ensaimada: espiral tira bollo una forma de hojaldra de formado en pasta por
Careta de verbena: festividad generalmente mascarilla fiesta de cartón alguna máscara o empleada populares en víspera de material la u en otro
Desternille: incontenidamente e mucho reírse, risa de muera.
¿De qué se
trató?
En equipo, contesten el siguiente cuestionario.
¿Por qué el relato se titula: “La gloria de los feos”? ¿Cómo explicarían cuál es el momento de gloria de
los feos? Vinculen su respuesta con la última oración del texto: “Los feos y los tristes tienen también sus
instantes gloriosos”.
Den a conocer, con el mínimo de palabras, el asunto del cuento.
¿Cómo se relacionan Lolo y Lupe con los otros chicos del barrio? Expongan las razones que existen para
ello. Si no lo dice la lectura, supónganlo y exprésenlo.
21
Describan físicamente a los personajes, primero en la infancia y después en la pubertad.
Personajes
Lolo
Infancia
Lupe
Pubertad
Infancia
Pubertad
Expongan su opinión sobre el relato.
Den a conocer algún episodio, semejante al de la lectura, ocurrido en su entorno.
Y tú,
¿qué opinas?
Individualmente, contesten las siguientes preguntas:
¿En cuál de las siguientes opciones se dice el tipo de historia que es “La gloria de los feos”?
a) Terror
b) Comedia
c) Drama
d) Amor
e) Otra:
¿Por qué?
22
¿En qué opción(es) se menciona el tema del cuento?
a) La marginación
b) La discriminación
c) Las cualidades físicas
d) La burla
e) Otra:
¿Por qué?
¿Qué otras historias o cuentos se han escrito con una temática similar? Anoten mínimo dos.
¿Cómo crees que sería la vida de Lolo si no hubiese conocido a Lupe?
Y ¿la vida de Lupe?
Una alegoría es una figura que consiste en hacer patentes en el discurso, por medio de varias metáforas
consecutivas, un sentido recto y otro figurado, ambos completos, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente. Por ejemplo, cuando se dice que la vida es como un juego de ajedrez, en que
a veces somos simples peones y otras, el rey; las casillas blancas son los días y las negras son la noche.
Otra alegoría es cuando se dice que la vida es como un barco que flota en la mar, algunas veces con
tormentas y otras con días de calma, pero es la responsabilidad del capitán llevarlo a buen puerto y
mantener el rumbo.
Subrayen, en la lectura, el uso de alegorías y léanlas en voz alta a sus compañeros.
De acuerdo con lo anterior, ¿por qué piensan que la autora hace uso de tantas alegorías?
23
Sin importar condición, clase social o aspecto físico o intelectual, ¿cuáles son los instantes gloriosos de
una persona? Contesten apoyados en un gráfico como el que se muestra, o una red semántica o mapa
mental, lo que mejor consideren.
Instantes gloriosos
de una persona
¿Cuáles han sido “los momentos gloriosos” de su vida? Ajusten el esquema como consideren necesario.
Instantes gloriosos de mi vida:
24
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Ilustro el cuento
En el espacio que queda de esta página, ilustren el relato con su máxima creatividad. Utilicen todos los elementos que estén a su alcance: recortes de periódicos
y revistas, dibujos, fotocopias, etcétera. Relacionen su dibujo con algún momento
de la historia leída y debajo de ella escriban, a manera de pie de página, un texto
en el que, utilizando sus propias expresiones, señalen a qué momento de la lectura corresponde. Intercambien su trabajo con otros equipos.
25
¡MUY MAL!
26
L
Las tres leyes de la robótica
1a Un robot no puede hacer daño a un ser humano, o por medio
de la inacción, permitir que un ser humano sea lesionado.
2a Un robot debe obedecer las órdenes recibidas por los seres
humanos excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la
Primera Ley.
3a Un robot debe proteger su propia existencia en la medida
en que esta protección no sea incompatible con la Primera o la
Segunda Ley.
Gregory Arnfeld en realidad no se estaba muriendo, pero sin duda existía un
claro límite a lo que le quedaba de vida. Tenía un cáncer inoperable y había
rechazado, enérgicamente, toda sugerencia de tratamientos químicos o terapia
radiactiva.
Apoyado contra las almohadas, sonrió a su mujer y dijo:
—Soy el caso perfecto. Lo llevarán Tertia y Mike.
Tertia no sonrió. Parecía terriblemente preocupada.
—Hay tantas cosas que se pueden hacer, Gregory. Sin duda Mike es un
último recurso. Puedes no necesitar esa cosa.
—No, no. Para cuando me hubiesen atiborrado de sustancias químicas
y remojado con radiación, haría tanto tiempo que me habría ido que no
existiría una prueba razonable... Y por favor no llames a Mike «cosa».
—Estamos en el siglo XXII, Greg. Hay muchos medios para tratar el cáncer.
—Sí, pero Mike es uno de ellos, y creo que el mejor. Estamos en el siglo
XXII, y sabemos lo que pueden hacer los robots. Ciertamente, yo lo sé. He
tratado más a Mike que a cualquier otro. Tú lo sabes.
—Pero no puedes pretender utilizarlo sólo para enorgullecerte del
proyecto. Además, ¿hasta qué punto estás seguro de la miniaturización? Es una
técnica incluso más nueva que la robótica.
Arnfeld asintió.
—De acuerdo, Tertia. Pero los muchachos de la miniaturización parecen
seguros. Pueden reducir o restablecer constantes de Planck de una forma según ellos,
razonablemente segura, y los controles que lo hacen posible están introducidos en
Mike. Puede disminuir y aumentar de tamaño a voluntad sin que su entorno se vea
afectado.
—Razonablemente seguros —dijo Tertia con ligera amargura.
—Esto es todo lo que se puede pedir, sin duda.
Extendió una mano para coger la de ella.
—Tertia, tú y yo sabíamos que esto iba a llegar. Déjame hacer algo por
ello, un experimento glorioso. Aunque falle, y no fallará, será un experimento
glorioso. Pasaré a la historia como el primer proyectista de Mike.
Louis Secundo, del grupo de miniaturización, dijo: —No, señora Arnfeld.
No podemos garantizar el éxito. La miniaturización está íntimamente ligada a
la mecánica cuántica, y hay aquí un fuerte elemento de carácter imprevisible.
27
Isaac Asimov
(1920-1992 )
Nació en un suburbio de la
ciudad rusa Dsmolensk. Su
familia de origen judío, emigró
a los Estados Unidos cuando
Isaac tenía tres años. En 1929
logró tener en sus manos un
ejemplar de Amazing Stories
a pesar de la estricta censura
de su padre sobre los materiales de lectura de su familia.
A partir de ese momento
Asimov quedó fascinado por
la ciencia ficción. Su familia deseaba que fuera médico, pero
no fue aceptado en ninguna
escuela de medicina. Estudió
química y durante su época
de estudiante se introdujo en
el mundo de los aficionados
a la ciencia ficción. Se dedicó
de lleno a las letras y es autor
de obras como Yo, robot; Las
cavernas de acero y El fin de
la eternidad, entre otras. Fue
conocido, en las convenciones
de ciencia ficción, por su sentido del humor y por su talento
como divulgador científico.
Cuando MIK-27 se reduce de tamaño, existe siempre la posibilidad de que tenga lugar
una repentina e imprevista redilatación, naturalmente matando al… paciente. Cuanto
más se reduce el tamaño, cuanto más diminuto se vuelve el robot, mayor es el riesgo de
redilatación. Y cuando empieza a dilatarse de nuevo, la posibilidad de un repentino
y acelerado estallido es todavía mayor. La redilatación es la parte realmente peligrosa.
Tertia movió la cabeza y dijo: —¿Cree usted que va a suceder?
—No sabemos las posibilidades que existen, señora Arnfeld. Pero la posibilidad nunca
es cero. Debe comprender esto.
—¿Lo comprende el doctor Arnfeld?
—Claro. Hemos hablado de ello con detalle. Considera que las circunstancias lo
justifican. —Titubeo antes de seguir—: Igual que nosotros. Sé que usted pensará que no
todos estamos corriendo el riesgo, pero estaremos algunos de nosotros, y por otra parte
consideramos que el experimento merece la pena. Más importante todavía, así lo cree el
doctor Arnfeld.
—¿Y si Mike comete un error o se reduce demasiado a causa de un fallo técnico en el
mecanismo? Se redilataría seguro, ¿verdad?
—Nunca se vuelve bastante seguro. Se queda en lo estadístico. La posibilidad aumenta
si él se hace demasiado pequeño. Pero, entonces, cuanto más pequeño se vuelve, menos
macizo es, y en algún momento crítico, la masa se volverá tan insignificante que el mismo
esfuerzo por su parte puede mandarlo volando a la velocidad cercana a la de la luz.
—Bien, esto no matará al doctor.
—No. Para entonces, Mike sería tan pequeño que se deslizaría entre los átomos del
cuerpo del doctor sin afectarlos.
—¿Pero qué probabilidad existe de que se redilate cuando sea tan pequeño?
—Cuando MIK-27 se acercase al tamaño del neutrino, por decirlo de alguna forma, su
media de vida sería de segundos. Esto es, la probabilidad de que se redilatase en cuestión de
segundos es cincuenta-cincuenta, pero para cuando se redilatase, estaría a cien mil millas
en el espacio y la explosión resultante produciría únicamente un pequeño estallido de rayos
gamma. Además, nada de esto ocurrirá, MIK-27 seguirá sus instrucciones y no se reducirá
más de lo que necesita para llevar a cabo su misión.
La señora Arnfeld sabía que tendría que hacer frente a la prensa de una forma u otra.
Se había negado firmemente a aparecer en holovisión, y la disposición del derecho a
la intimidad del Fuero Mundial la protegía. Por otra parte, no podía negarse a contestar
preguntas en voz en off. La disposición del derecho a saber no le permitiría un bloqueo
informativo general.
Estaba rígidamente sentada mientras la joven que tenía delante decía:
—Aparte de todo, señora Arnfeld, ¿no es una coincidencia bastante extraña que su
marido, proyectista jefe de Mike el Microbot, vaya a ser también su primer paciente?
—En absoluto, señorita Roth —dijo la señora Arnfeld con tristeza—. La enfermedad
del doctor es el resultado de una predisposición. Ha habido otros en su familia que la han
tenido. Me lo dijo cuando nos casamos, así que el asunto no me cogió por sorpresa, y fue
por esta razón que no tuvimos hijos. Es también por este motivo que mi marido escogió el
trabajo al que ha dedicado toda su vida y trabajó arduamente para producir un robot capaz
de miniaturización. Siempre pensó que al final sería su paciente, ¿comprende?
28
La señora Arnfeld insistió para tener una charla con Mike y, dadas las circunstancias, no se
lo podían negar. Ben Johannes, que trabajaba desde hacia cinco años con su marido y a quien
ella conocía bien como para tutearlo, la acompañó al alojamiento del robot.
La señora Arnfeld había visto a Mike poco después de su construcción, cuando estaba
pasando por sus primeras pruebas, y él la recordaba. Le dijo, con su voz curiosamente neutral,
de dulzura demasiado uniforme para ser del todo humana: —Me alegro de verla, señora Arnfeld.
No era un robot con una buena forma. Era de cabeza puntiaguda y base muy pesada. Casi
cónico, con la punta hacia arriba. La señora Arnfeld sabía que ello era porque su mecanismo
de miniaturización era voluminoso y abdominal, y porque su cerebro también tenía que ser
abdominal a fin de aumentar la velocidad de respuesta. Su marido le había explicado que insistir
en un cerebro detrás de un cráneo grande era un antropomorfismo innecesario. Sin embargo,
hacía que Mike pareciese ridículo, casi imbécil. La señora Arnfeld pensó, inquieta, que el
antropomorfismo tenía ventajas psicológicas.
—¿Estás seguro de comprender tu tarea, Mike? —dijo la señora Arnfeld.
—Completamente, señora Arnfeld —dijo Mike—. Me aseguraré de que todo vestigio de
cáncer quede eliminado.
Johannes dijo: —No sé si Gregory te lo ha explicado, pero Mike puede reconocer fácilmente
una célula cancerosa cuando tiene el tamaño adecuado. La diferencia es inequívoca y puede
destruir con rapidez el núcleo de cualquier célula que no sea normal.
—Estoy equipado con láser, señora Arnfeld —dijo Mike, con cierto aire de orgullo.
—Sí, pero hay millones de células cancerosas. ¿Cuánto tiempo hará falta para cogerlas, una
a una?
—No es completamente necesario una a una, Tertia —dijo Johannes—. Aun cuando el
cáncer esté extendido, existe en forma de matas. Mike está equipado para quemar y cerrar los
capilares que conducen a las matas, y de esta manera puede morir un millón de células de una
vez. Sólo ocasionalmente tendrá que ocuparse de las células de forma individual.
—Aun así, ¿cuánto tiempo hará falta?
EI joven rostro de Johannes se transformó en una mueca como si le costase tomar una
decisión sobre lo que iba a decir.
—Si queremos hacer un trabajo concienzudo, pueden hacer falta horas, Tertia. Lo admito.
—En cualquier momento de estas horas aumentará el riesgo de redilatación.
Mike dijo: —Señora Arnfeld, haré lo posible para prevenir la redilatación.
La señora Arnfeld se volvió hacia el robot y dijo con gran seriedad: —¿Puedes hacerlo,
Mike? Quiero decir, ¿tú puedes evitarla?
—No completamente, señora Arnfeld. Supervisando mi tamaño y haciendo un esfuerzo
para mantenerlo constante, puedo minimizar los cambios fortuitos que puedan provocar una
redilatación. Naturalmente, es casi imposible hacer esto cuando estoy redilatándome bajo
condiciones controladas.
—Sí, lo sé. Mi marido me ha explicado que la redilatación es el momento más peligroso.
¿Pero tú lo intentarás, Mike? Por favor.
—Las leyes de la robótica garantizan que así lo haré, señora Arnfeld —dijo Mike.
Cuando se marchaban, Johannes dijo, en lo que la señora Arnfeld comprendió era un
intento de promesa tranquilizadora: —De verdad, Tertia, tenemos un holosonograma y un
detallado escáner catódico de la zona. Mike conoce la localización precisa de todas las lesiones
29
cancerosas significativas. Pasará la mayor parte del tiempo buscando pequeñas lesiones
imposibles de detectar con instrumentos, pero esto no se puede evitar. Si podemos, tenemos
que localizarlas todas, ¿comprendes?, y eso lleva tiempo. Sin embargo, Mike ha recibido
estrictas instrucciones sobre cuánto debe reducirse, y no se hará más pequeño, puedes estar
segura. Un robot debe obedecer las órdenes.
—¿Y la redilatación, Ben?
—Aquí, Tertia, estamos en manos de la cuántica. No hay forma de predecirlo, pero
existe una más que razonable probabilidad de que tenga lugar sin problemas. Por supuesto,
tendremos que redilatarlo dentro del cuerpo de Gregory lo menos posible; lo suficiente para
estar razonablemente seguros de encontrarlo y extraerlo. A continuación será rápidamente
introducido en la estancia de seguridad donde se llevará a cabo el resto de la redilatación.
Por favor, Tertia, hasta las intervenciones médicas corrientes tienen sus riesgos.
La señora Arnfeld estaba en el cuarto de observación mientras tenía lugar la
miniaturización de Mike. También estaban las cámaras de holovisión y representantes
escogidos de los medios de comunicación. La importancia del experimento médico era tal
que fue imposible evitarlo, pero la señora Arnfeld estaba en una cabina con Johannes por
toda compañía, y se entendía que nadie debía acercarse a ella para hacer comentarios,
sobre todo si ocurría algo fatal.
¡Fatal! Una completa y repentina redilatación haría saltar la habitación de operaciones
por completo y mataría a todos los allí presentes. Por algo estaba bajo tierra y a media milla
de distancia del centro de observación.
Observó el proceso de miniaturización (lo había visto antes) y vio cómo Mike se
volvía más pequeño y desaparecía. Observó el elaborado proceso de inyectarlo en el
lugar adecuado del cuerpo de su marido. (Le habían explicado que habría sido prohibitivo
económicamente inyectar seres humanos en un medio submarino. Mike, por lo menos, no
necesitaba un sistema para mantenerse con vida.)
A continuación las materias giraron en la pantalla, donde se veía la sección aproximada
del cuerpo en holosonograma. Era una representación tridimensional, turbia y desenfocada,
imprecisa a causa de una combinación del lado finito de las ondas sonoras y de los efectos
del movimiento browniano. Mostraba a Mike, confusa y silenciosamente moviéndose a
través de los tejidos de Gregory Arnfeld por su corriente sanguínea. Resultaba casi imposible
explicar lo que estaba haciendo, pero Johannes describía los acontecimientos de forma
lenta y satisfactoria, hasta que ella ya no pudo oírlo más y pidió que la sacasen de allí.
Le habían administrado sedantes ligeros y había dormido hasta la tarde, momento
en que Johannes fue a verla. No hacía mucho rato que se había despertado y tardó un
momento en recuperar sus facultades. Seguidamente dijo, llena de un repentino temor:
—¿Qué ha pasado?
Johannes se apresuró a decir: —Un éxito, Tertia. Un éxito completo. Tu marido está
curado. No podemos evitar que el cáncer se reproduzca, pero por ahora está curado.
Ella se echó hacia atrás aliviada. —Oh, maravilloso.
—Asimismo, ha sucedido algo inesperado y habrá que explicárselo a Gregory.
Consideramos que sería preferible que se lo dijeses tú.
—¿Yo? —Y prosiguió con un renovado acceso de temor—: ¿Qué ha pasado?
Johannes se lo contó.
30
Hasta al cabo de dos días no pudo ver a su marido por más de un par de minutos. Él estaba
sentado en la cama, con la cara un poco pálida, pero le sonreía.
—De nuevo a flote, Tertia —dijo con ilusión.
—En efecto, Greg, yo estaba completamente equivocada. El experimento ha sido un éxito y me
han dicho que no encuentran ni rastro de cáncer en ti.
—Bien, sobre esto no podemos tener demasiadas esperanzas. Puede haber una célula cancerosa aquí
o allá, pero quizá mi sistema inmunitario se ocupe de ella, sobre todo con la medicación adecuada, y, si
algún día se formase de nuevo, para lo cual pueden pasar años, recurriremos otra vez a Mike.
En este punto, frunció el entrecejo y dijo: —¿Sabes?, no he visto a Mike. Me han estado dando largas.
—Has estado débil, querido, y te han administrado sedantes. Mike estuvo manipulando en tus
tejidos llevando a cabo un necesario pequeño trabajo destructivo. Aunque la operación haya sido un
éxito, necesitas tiempo para recuperarte.
—Si estoy lo bastante recuperado para verte a ti, sin duda también lo estoy para ver a Mike, por
lo menos lo suficiente, para darle las gracias.
—Un robot no necesita que le den las gracias.
—Claro que no, pero yo necesito dárselas. Hazme un favor, Tertia. Sal y diles que quiero ver
a Mike en seguida.
La señora Arnfeld titubeó, luego llegó a una decisión. Esperar haría la tarea más difícil para todos.
Dijo con tacto: —El hecho, querido, es que Mike no puede venir.
—¡No puede venir! ¿Por qué?
—Tenía que escoger, ¿sabes? Limpió tus tejidos maravillosamente bien; hizo un magnífico trabajo,
todo el mundo está de acuerdo; y luego tuvo que iniciar la redilatación. Era la parte arriesgada.
—Sí, pero aquí estoy yo. ¿Por qué estás alargando tanto esta historia?
—Mike decidió minimizar el riesgo.
—Naturalmente. ¿Qué hizo?
—Bien, querido, decidió hacerse más pequeño.
—¡Cómo! No podía. Tenía órdenes de no hacerlo.
—Esto era la Segunda Ley, Greg. La Primera Ley tenía preferencia. Quería estar seguro de que tu vida
no corría peligro. Estaba equipado para controlar su propio tamaño, así que se redujo lo más rápidamente
que pudo, y cuando llegó a ser mucho menor que un electrón utilizó su rayo láser, que era para entonces
demasiado diminuto para lastimar cualquier parte de tu cuerpo, y el impacto lo despidió volando a casi la
velocidad de la luz. Explotó en el espacio exterior. Fueron detectados los rayos gamma.
Arnfeld la miró fijamente. —No puedes estar queriendo decir eso. ¿Estás hablando en serio?
¿Mike ha muerto?
—Esto es lo que ocurrió. Mike no podía dejar de actuar si ello te evitaba algún daño.
—Pero yo no quería eso. Lo quería sano y salvo para el trabajo futuro. No se habría redilatado de
forma incontrolado. Habría salido ileso.
—No podía tener la certeza. No podía poner tu vida en peligro, así que se sacrificó.
—Pero mi vida era menos importante que la suya.
—No para mí, querido. Tampoco para quienes trabajan contigo. Ni para nadie. Ni siquiera para Mike.
Puso una mano sobre la de él. Vamos, Greg, estás vivo. Estás bien. Esto es todo lo que importa.
Pero él apartó su mano con impaciencia.
—Esto no es todo lo que importa. No lo comprendes. Oh, muy mal. ¡Muy mal!
Isaac Asimov, “¡Muy mal!” (frag.), en Diez relatos fantásticos, Barcelona: Plaza & Janes, 1995, pp. 7-19.
31
Lo que dicen
las palabras
1. En equipo, trabajen a manera de enciclopedia el significado de los
vocablos que se proponen, más los que consideren necesarios para
comprender de mejor manera la lectura anterior.
Cuando el autor habla de terapia radiactiva quiere decir:
Cuando se refiere a la técnica de la miniaturización se entiende que:
La robótica consiste en:
El autor dice que la miniaturización está ligada a la mecánica cuántica, es decir:
La expresión redilatación significa que:
Cuando se dice que MIK-27 puede acercarse al tamaño del neutrino significa que:
Un estallido de rayos gama manifiesta que:
32
La señora Arnfeld se negaba a aparecer en holovisión, ¿qué quiere decir?:
En la lectura se dice que un cerebro detrás de un cráneo grande era un antropomorfismo
innecesario, lo cual significa:
Cuando Johannes dijo a Tertia que tenían un holosonograma y un detallado escáner catódico
quiso decir que tenían:
¿Qué significa movimiento browniano?:
2. Empleen los términos investigados para elaborar una pequeña historia.
Compártanla con el grupo.
33
¿De qué se
trató?
En parejas, contesten el siguiente cuestionario.
¿Cuál es la misión de Mike y cómo la llevó a cabo?
¿Qué ley de la robótica deseaba el médico que cumpliera el robot? ¿Por qué?
¿Cuál fue la ley que puso en práctica Mike? ¿Por qué?
Describan el mayor peligro que corría Arnfeld con el método de curación que se había elegido.
¿Qué suponen que fue lo que hizo que el doctor no estuviera contento con la forma en que se
llevó a cabo su curación?
De acuerdo con las respuestas anteriores, porqué se llama el cuento “¡Muy mal!”
Y tú,
¿qué opinas?
1. De manera individual respondan lo que se solicita; si lo consideran
necesario realicen una investigación. Posteriormente, comparen sus
respuestas con las de otros compañeros y lleguen a una conclusión.
Las tres leyes de la robótica ¿quién las dicta o dictó? ¿Por qué son importantes estas leyes?
¿De qué manera se consigue que se obedezcan estas tres leyes?
¿De qué modo estas leyes influyen en el desenlace del cuento?
¿Mike era “confiable”? ¿Por qué?
34
¿Qué probabilidades había de que algo saliera mal?
Gregory Arnfeld hubiera preferido morir en vez de Mike, ¿por qué?
Según su parecer, ¿por qué el relato se titula “¡Muy mal!”?
2. Éste es un cuento de ciencia ficción. Averigüen qué quiere decir el término y cuáles son sus principales características. Mencionen a algunos autores y su obra. Vacíen los datos hallados en un esquema como el que sigue,
con las adaptaciones que crean convenientes:
Ciencia ficción
Significado
Características
principales
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Algunos autores
representativos y obras
El juego de las preguntas
En esta actividad participan dos equipos, simultáneamente,
de la siguiente manera:
a) Cada equipo, que debe tener leído y comentado el cuento de Asimov, deberá elaborar de diez a quince preguntas sobre el contenido del texto.
b) Usan expresiones interrogativas como: ¿qué?, ¿cuándo?, ¿donde?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿por quién?,
¿para quién?, entre otras.
c) Las preguntas no deben ser meramente repetición de lo relevante del relato, sino que deberán estimular la
interpretación, mostrar creatividad, que se advierta que se captó el mensaje del cuento.
d) Por sorteo, se decide quién, en cada par de equipos, empieza el juego. Los equipos no podrán repetir las preguntas que hayan dicho sus contrincantes.
e) Cada respuesta correcta significa un punto para el equipo que la conteste. En caso de que no sepan la respuesta,
si los que la hicieron responden correctamente, ganan el punto.
35
La
chicadeabajo
Carmen Martín Gaite
36
Carmen Martín Gaite
(1925-2000)
¿H
abría pasado tal vez una hora desde que llegó el camión
de la mudanza? Había venido muy temprano, cuando
por toda la placita soñolienta y aterida apenas circulaba
de nuevo, como un jugo, la tibia y vacilante claridad de
otro día; cuando sólo sonaba el chorro de la fuente y las
primeras campanas llamando a misa.
El gran camión se había arrimado a la acera reculando,
frenando despacito. Luego se quedó parado debajo de los
balcones y los hombres se bajaron, abrieron las puertas traseras,
sacaron las cuerdas y los cestos, los palos para la grúa.
“Si me llego a dormir —pensaba Paca—. Una hora en el
sueño ni se siente. Si me llego a dormir. Se lo habrían llevado
todo sin que lo viera por última vez.” Claro que cómo se iba a
haber dormido si ella siempre se despertaba temprano y, si no, la
despertaban. Pero se había pasado toda la noche alerta con ese
cuidado.
37
Nace en Salamanca y muere
en Madrid. En 1949 se licencia
en Filología Románica por la
Universidad de Salamanca. En
su etapa estudiantil colabora
con grupos teatrales. En 1950 se
traslada a Madrid y allí entra en
contacto con un grupo de jóvenes escritores y se le considera
dentro de la llamada Generación
del medio siglo. Una de las constantes en su obra literaria es
la concepción del hecho literario como algo fundamental en
la vida del hombre y también la
preocupación por el paso de la
infancia a la adolescencia y de
ésta a la madurez. Es autora de
una valiosa obra narrativa entre
la que destaca Retahílas, Cuarto
de atrás, Fragmento de interior y
Tiempo lento. El volumen Cuéntame reúne relatos y ensayos
escritos entre 1953 y 1997. En
1957 obtuvo el Premio Nadal, y
el Nacional de Literatura
en 1978.
Por tres veces salió descalza al patio y miró al cielo. Pero las estrellas nunca se
habían retirado, bullían todavía, perennemente en su fiesta lejana, inalcanzable.
Cecilia decía que en las estrellas viven las hadas, que nunca envejecen. Que las
estrellas son mundos pequeños del tamaño del cuarto de armarios, poco más
o menos, y que tienen la forma de una carroza. Cada hada guía su estrella cogiéndola
por las riendas y la hace galopar y galopar por el cielo, que es una inmensa pradera
azul. Algunas veces, si se mira a una estrella fijamente, pidiéndole una cosa, la
estrella se cae, y es que el hada ha bajado a la tierra a ayudarnos.
Cecilia contaba unas cosas muy bonitas. Unas las soñaba, las otras las inventaba,
otras las leía en los libros. Paca y Cecilia eran amigas, se contaban sus cuentos y sus
sueños, sus visiones de cada cosa. Lo que les parecía más importante lo apuntaba
Cecilia en un cuaderno gordo de tapas de hule, que estaba guardado muy secreto en
una caja con chinitos pintados.
Para Paca el tiempo corría de otra manera cuando estaban las dos juntas. Ya
podían pasarse casi toda la tarde calladas, Cecilia dibujando o haciendo sus deberes,
que ella nunca se aburría.
—Mamá, si no sube Paca, no puedo estudiar.
—No digas bobadas. Te va a distraer.
—No, no; lo hago todo mejor cuando está ella conmigo. No me molesta nunca.
Deja que suba, mamá.
La llamaban por la ventana del patio:
—¡Paca! iPaca!... Señora Engracia, que si puede subir Paca un ratito.
La madre se quejaba muchas veces. No quería que Paca subiera tanto a la casa.
—No vayas más que cuando te llamen, ¿has oído? No vengan luego con que si te
metes, con que si no te metes. Me los conozco yo de memoria a estos señoritos.
Nada más que cuando te llamen, ¿entiendes?
Un día la mamá de Cecilia le dijo, por la noche, a su marido:
—La niña me preocupa, Eduardo. Ya va a hacer once años y está en estado
salvaje. Dentro de muy pocos será una señorita, una mujer. Y ya ves, no le divierte
otra cosa que estar todo el día ahí metida con la chica de abajo. Hasta ahora me ha
venido dando igual, pero Cecilia tiene once años, date cuenta. ¿Qué pasará cuando
se ponga de largo5 y vaya a los bailes?
—Bueno, bueno. Que vengan otras niñas a jugar con ella. Las de tu prima, las del
médico que vive en el segundo…
Al principio Cecilia no quería. Sus primas eran tontas y con las niñas del médico
no tenía confianza. Ni unas ni otras entendían nada. No sabía jugar con ellas. Se lo
dijo a su madre llorando.
—Bueno, hija, bueno. Subirá Paca también. No te apures.
Desde que venían las otras niñas. Paca subía más tarde, y eso cuando subía,
porque algunas veces no se acordaban de llamarla. Jugaban en el cuarto de atrás,
que tenía un sofá verde, un encerado, dos armarios de libros y muchas repisas con
muñecos y chucherías.
Paca empezó a desear que llegase el buen tiempo para salir a jugar a la calle. En
la plazuela tenía más ocasiones de estar con Cecilia, sin tener que subir a su casa,
5. Ponerse de largo: costumbre que consiste en festejar la entrada de una joven a la sociedad.
38
y los juegos de la calle eran más libres, más alegres. Se podían escapar de las otras
niñas. Se cogían de la mano y se iban a esconder juntas. Paca sabía un sitio muy
bueno, que nunca se lo acertaban: era en el portalillo del zapatero. Se escondían
detrás de la silla de Adolfo, el aprendiz, que era conocido de Paca, y él mismo las
tapaba y miraba por la puerta y les iba diciendo cuándo podían salir sin que las
vieran y cuándo ya habían cogido a alguna niña. Así no las encontraban nunca y les
daba mucho tiempo para hablar.
Aquella noche, mirando las estrellas, donde viven las hadas que nunca
envejecen, Paca se acordaba de Cecilia y lloraba. Se había ido a otra casa, a otra
ciudad. Y ella, ¿qué iba a hacer ahora? Mirando las estrellas, Paca sentía una enorme
desazón. ¿Qué podía pedirle a las hadas? Eran cosas tan confusas las que deseaba.
Su madre la despertó y dijo: —Paca, me voy, ¿has oído? Levántate para cuando
vengan los de la mudanza. Les das la llave, ¿eh? La dejo en el clavo de siempre.
Paca se había levantado llena de frío, con un dolor muy fuerte en el pescuezo
de la mala postura y un nudo correoso en la garganta. Estas cosas estaba sintiendo
cuando oyó la bocina del camión que venía. Los hombres eran cinco. Habían puesto
una grúa en el balcón donde estaba el saloncito de recibir, y por allí bajaban las
cosas de más peso. Otras, más menudas o más frágiles, las bajaban a mano. Mientras
uno hacía una cosa, el otro hacía otra. Casi no daba tiempo a verlo todo. Paca no se
atrevía ni a moverse.
***
Aquel año Paca había creído que el invierno no se iba a terminar nunca, ya
contaba con vivir siempre encogida dentro de él como en el fondo de un estrecho
fardo, y se alzaba de hombros con indiferencia. Todos los periódicos traían grandes
titulares, hablando de ventiscas y temporales de nieve, de ríos helados, de personas
muertas de frío.
A Paca le dolía la cabeza, tenía un peso terrible encima de los ojos, casi los
podía levantar. Se le pusieron unas fiebrecillas incoloras y tercas que la iban
consumiendo, pero no la impedían trabajar. Cosa de nada, fiebre escuálida, terrosa,
subterránea, fiebrecilla de pobres.
Un día fue con su madre al médico del Seguro.
—Mire usted, que esta chica no tiene gana de comer, que le duele la cabeza
todos los días, que está como triste...
—¿Cuántos años tiene?
—Va para catorce.
El médico le auscultó, le miró lo colorado de los ojos, le golpeó las rodillas, le
palpó el vientre. Luego preguntó dos o tres cosas. Nada, unas inyecciones de Recal,
no tenía nada. Era el crecimiento, el desarrollo tardío. Estaba en una edad muy mala.
Si tenía algo de fiebre podía acostarse temprano por las tardes. En cuanto viniera el
buen tiempo se pondría mejor. Que pasara el siguiente.
Todas las mañanas, cuando salía a barrer el portal, Paca miraba con ojos
aletargados el anguloso, mondo, desolado esqueleto de los árboles de la plazuela.
Y sentía el corazón acongojado. “Si viniera la primavera me pondría buena
—pensaba—. Pero qué va a venir. Sería un milagro.” Si los árboles resucitaran
39
—se decía Paca, como empeñándose en una importante promesa—, yo también
resucitaría.”
Y un día vio que, durante la noche, se habían llenado las ramas de granitos
verdes, y otra mañana oyó, desde las sábanas, pasar en tropel dislocado y
madrugador a los vencejos* rozando el tejadillo del patio, y otro día no sintió
cansancio ni escalofríos al levantarse, y otro tuvo mucha hambre. Salió ensordecida
y atónita a una convalecencia perezosa, donde todos los ruidos se le quedaban
sonando como dentro de una campana de corcho. Había crecido lo menos cuatro
dedos.
***
Una mañana vino el cartero a mediodía, y trajo una tarjeta. Paca, que cogió
el correo como todos los días, le dio la vuelta y vio que era de Cecilia para las
niñas del segundo. Se sentó en el primer peldaño de la escalera y leyó lo que decía
su amiga. Ahora iba a un colegio precioso, se había cortado las trenzas, estaba
aprendiendo a patinar y a montar a caballo; tenía que contarles muchas cosas y
esperaba verlas en el verano. Luego, en letra muy menudita, cruzadas en un ángulo,
porque ya no había sitio, venían estas palabras: “Recuerdos a Paca la de abajo”.
Paca sintió todo su cuerpo sacudido por un violento trallazo. A la puerta de los
ojos se le subieron bruscamente unas lágrimas espesas y ardientes, que parecían
de lava o plomo derretido, y las lloró de un tirón, como si vomitara. Luego se secó
a manotazos y levantó una mirada brava, limpia y rebelde. Todo había pasado en
menos de dos minutos. Entró en la portería, abrió el armario, buscó una caja de
lata, la abrió y saco del fondo un retrato de Cecilia y unas hojas escritas por ella,
arrancadas de aquel cuaderno gordo de tapas de hule. Lo rompió todo junto en
pedazos pequeños, luego en otros pequeñísimos y cada uno de aquéllos en otros más
pequeños todavía. Luego los tiró a un bote que estaba lleno de cáscaras de papa.
Se sintió firme y despierta, como si pisara terreno suyo por primera vez, como si
hubiera mudado de piel, y le brillaban los ojos con desafío. Paca la de abajo, la hija
de la portera. ¿Y qué? ¿Pasaba algo con eso? Vivía abajo, pero no estaba debajo de
nadie. Tenía sus apellidos, se llamaba Francisca Fernández Barbero, tenía su madre
y su casa, con un rayo de sol por las mañanas; tenía su oficio y su vida; suyos, no
prestados, no regalados por otro.
Salió del portal con la tarjeta y echó por la escalera arriba. En el primer rellano
se encontró con Adolfo, el chico del zapatero, que bajaba con unas botas en la
mano.
—Adiós, Paca. Dichosos los ojos. ¿Dónde te metes ahora?
Ella se quedó muy confusa, no entendía.
—¿Por qué dices “ahora”?
—Porque nunca te veo. Antes venías muchas veces a esconderte al taller con
las otras chicas cuando jugabais al escondite...
Paca le miró con los ojos húmedos, brillantes, y parecía que los traía de otra
parte, como fruta recién cogida.
—¡Ah, bueno! Dices antes, cuando yo era pequeña.
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—Es verdad —dijo Adolfo, y la miraba—. Te has hecho una mujer. ¡Qué guapa
estás!
La miraba y se sonreía. Tenía los dientes muy blancos y una pelusilla negra en
el labio de arriba. Paca se azaró.
—Bueno, me subo a llevar este correo.
El chico la cogió por una muñeca.
—No te vayas, espera todavía. Que nos veamos, ¿quieres? Que te vea alguna
vez. Me acuerdo mucho de ti cuando oigo a las chicas jugar en la plaza y creo
que vas a venir a esconderte detrás de mi silla. Dime cuándo te voy a ver.
A Paca le quemaban las mejillas.
—No sé, ya me verás. Suelta, que tengo prisa. Ya me verás. Adiós.
Y se escapó escaleras arriba. Llegó al segundo, echó la tarjeta de Cecilia por
debajo de la puerta (ni siquiera se acordaba ya de la tarjeta), siguió subiendo.
Quería llegar arriba, a la azotea, donde estaban los lavaderos, y asomarse a mirar
los tejados llenos de sol, los árboles verdes, las gentes pequeñitas que andaban
—”tiqui, tiqui”— meneando los brazos, con su sombra colgada por detrás. Se
abrió paso entre las hileras de sábanas tendidas. Vio a Adolfo que salía del portal
y cruzaba la plaza con la cabeza un poco agachada y las botas en la mano. Tan
majo, tan simpático. A lo mejor se iba triste. Le fue a llamar para decirle adiós. Bien
fuerte. Una..., dos... y tres: “¡¡¡ Adolfoooo!!!”, pero en este momento empezaban
a tocar las campanas de la iglesia de enfrente y la voz se le fue desleída con ellas.
El chico se metió en su portalillo, como en una topera. A lo mejor iba pensando en
ella. A lo mejor le reñían porque había tardado.
Sonaban y sonaban las campanas, levantando un alegre vendaval. A las de
la torre de enfrente respondían ahora las de otras torres. Las campanadas se
desgajaban, se estrellaban violentamente. Paca las sentía azotando su cuerpo
saltándose gozosos por toda la ciudad.
Le había dicho que era guapa, que la quería ver. Había dicho: “Cuando venías
a esconderte con las otras chicas”, ni siquiera se había dado cuenta de que iba
siempre con la misma, con la niña más guapa de todas. Él sólo la había visto a ella,
a Paca la de abajo, era a ella a quien echaba de menos, metidito en su topera. “Que
te vea alguna vez —tin-tan, tin-tan—, que te vea alguna vez.”
Arreciaba un glorioso y encarnizado campaneo, inundando la calle, los tejados,
metiéndose por todas las ventanas. Más, más. Se iba a llenar todo, se iba a colmar
la plaza. Más, más —tin-tan, tin-tan—, que sonaran todas las campanas, que no se
callaran nunca, que se destruyeran los muros, que se vinieran abajo los tabiques y
los techos.
Sonaban las campanas, sonaban hasta enloquecer: “Tin-tan, tin-tan, tin-tan ...”
Balneario de Alzola, agosto de 1953.
Carmen Martín Gaite, “La chica de abajo” (versión reducida), en Cuéntame. Madrid: Espasa Calpe, 1999. pp. 62-87.
41
Lo que dicen
las palabras
1. Escriban dentro de los recuadros la palabra que corresponda a la definición dada. Guíense de las voces anotadas en el siguiente papel:
bullían, perennemente, correoso, fardo,
desazón, auscultó, aletargados, tropel, vencejos,
trallazo, azaró, majo, desleída, vendaval, topera.
Se agitaban, pululaban.
Que dispone de mucha resistencia, molesto.
Desasosiego, disgusto.
Adormilados, soñolientos, tristes.
Aves negras y plumas blancas en el pecho, patas cortas, alas largas y cola
ahorquillada.
Sonrojó, sintió vergüenza.
Cuando la voz queda confundida por el sonido, en este caso, de las campanas.
Madriguera y escondrijo del topo. En este caso es un rincón oculto a la vista.
Permanente, que no muere.
Bulto grande muy apretado.
Examinó, revisó ciertos puntos del cuerpo humano a fin de explorar los sonidos
normales o patológicos producidos en las cavidades del pecho o vientre.
Movimiento acelerado y ruidoso de varias personas o cosas que se mueven con
desorden.
Golpe dado con la tralla.
Bien arreglado y vestido.
Viento muy fuerte.
2. Una vez que han clarificado el significado de las palabras, completen las siguentes frases con la voz
correcta.
aún,
Las estrellas nunca se habían retirado,
en su fiesta lejana, inalcanzable.
.
Paca sentía una enorme
Paca tenía un dolor en el pescuezo a causa de la mala postura y un nudo
en la garganta.
42
Paca creía que el invierno era interminable y ya contaba con vivir encogida dentro de él como en el fondo de
un estrecho
.
y dijo que no tenía nada.
El médico la
el desolado
Cada vez que Paca barría el portal, miraba con ojos
esqueleto de los árboles.
Un día vio que los árboles se habían llenado de ramas y otro día escuchó pasar en
dislocado y madrugador a los
.
.
Paca sintió todo su cuerpo sacudido por un violento
.
Cuando Adolfo le dijo a Paca que estaba guapa, ella se
, tan simpático.
A Paca le parecía que Adolfo estaba tan
por el ruido de las campanas.
Cuando Paca gritó a Adolfo su voz le fue
.
Las campanas levantaban un alegre
.
Adolfo extrañaba a Paca metido en su
¿De qué se
trató?
Trabajen en equipo el siguiente cuestionario. Al finalizar, comparen sus
respuestas con las de otros compañeros.
Describan el escenario en el que se desarrollan los hechos y calculen el tiempo en que transcurrió la historia
de Paca.
Descripción del escenario:
Tiempo estimado:
Este cuento tiene como protagonista inicial a una niña, ¿consideran por eso a esta historia un cuento de
niños? ¿Por qué sí o por qué no? Fundamenten su respuesta.
43
La historia relatada abarca tres etapas diferentes relacionados con el crecimiento de Paca.
¿cuáles son?
Etapa 1:
Etapa 2:
Etapa 3:
¿Con qué etapa podrían relacionar el segundo momento, aquél invernal, que precede a la primavera?
¿Por qué rompió Paca todos los recuerdos de Cecilia? ¿Qué sentido encierra ese acto?
¿Por qué Paca desea que sigan sonando las campanas? ¿Qué significa eso para ella?
¿Cuál es el mensaje oculto, el trasfondo de la historia de Paca? Una posible respuesta es:
Y tú,
¿qué opinas?
En el cuento leído, el autor hace uso de lenguaje figurado.
¿Cómo interpretan las siguientes frases?
“Había venido muy temprano, cuando por toda la placita soñolienta y aterida apenas circulaba de nuevo, como
un jugo, la tibia y vacilante claridad de otro día”:
“La niña va a hacer once años y está en estado salvaje”.
“A paca se le pusieron unas fiebrecillas incoloras y tercas que la iban consumiendo”.
44
“Fiebre escuálida, terrosa, subterránea, fiebrecilla de pobres”.
“Si viniera la primavera, me pondría buena”.
“A la puerta de los ojos se le salieron bruscamente unas lágrimas espesas y ardientes, que parecían de lava
o plomo derretido”:
“Dichosos los ojos”.
“A Paca le quemaban las mejillas”.
“Paca sentía los campanazos azotando su cuerpo saltándose gozosos por toda la ciudad”.
“Arreciaba un glorioso y encarnizado campaneo, inundando la calle, metiéndose por todas las ventanas”.
Jueguen, dibujen, escriban,
¿En dónde está el error?
Individualmente, lean los siguientes párrafos con errores.
Traten de encontrar en dónde, lo que está escrito, no es
verdadero. Después, integrados en equipo, comenten sobre los errores que descubrieron y señalen qué es lo que realmente dice el relato en esa parte.
hablen, escuchen...
Párrafos con errores
a) Paca no quería quedarse dormida el día que llegara la mudanza, ¡sería la última vez que viera a Cecilia!
b) La comunicación que había establecido con las hadas cuando Cecilia vivía en el piso de arriba quedó truncada
cuando su amiga se mudó de población.
c) La madre de Paca lamentó mucho que Cecilia se fuera del edificio, ¡ella vivía complacida con la amistad de las
dos niñas!
d) El paso de la niñez a la juventud se dio casi sin sentir, cuando Paca se dio cuenta se había convertido en una
preciosa joven.
e) Los recuerdos más gratos de la niñez de Paca, su amistad con Cecilia, fue algo que perduró siempre en su memoria
y de ella guardó, como tesoro precioso, los escasos recuerdos materiales de aquella época.
f) Paca disfruta el sonido de las campanas y no desea que terminen porque, en la postal recibida, su amiga Cecilia le
comunica que regresa en el tiempo de vacaciones.
45
díadeéstos
Un
Gabriel García Márquez
E
l lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin
título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera
una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre
la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una
exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón
dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con
una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
46
Gabriel García Márquez
(1947- )
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia
el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no
pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en
la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la
ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el
caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes
47
Nació en Aracataca, Colombia.
Realizó sus primeros estudios
con los Jesuitas en Bogotá, y en
1947, inicia sus estudios de Derecho. Entre 1959 y 1960, funda
y trabaja para el periódico Prensa
Latina. En 1955 obtuvo su primer
éxito con La hojarasca, obra que
deja ver con claridad los rasgos
fundamentales de su narrativa: la
creación fantástica de un ambiente colombiano con su imaginario
pueblo de Macondo, y una perfecta asimilación de la técnica
faulkneriana del monólogo interior. A partir de entonces, ha dado
vida a una gran producción entre
la que podemos mencionar Los
funerales de la mamá grande, La
mala hora, El otoño del patriarca,
El coronel no tiene quien le escriba
y Cien años de soledad, novela
que le otorgó fama universal y
le mereció el Premio Nobel de
Literatura en 1982.
del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de
su abstracción.
—Papá.
—Qué.
—Dice el alcalde que si le sacas una muela.
—Dile que no estoy aquí.
Se puso a pulir un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó
con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo:
—Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los
trabajos terminados, dijo:
—Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por
hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
—Papá.
—Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
—Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear
en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí
estaba su revólver.
—Buenos —dijo—. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el
borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla
izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El
dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta
con la punta de los dedos y dijo suavemente:
—Siéntese.
—Buenos días —dijo el alcalde.
—Bueno —dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de
la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja
silla de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla,
48
una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el
dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela
dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
—Tiene que ser sin anestesia —dijo.
—¿Por qué?
—Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
—Está bien —dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la
mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con
unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del
zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el
alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo
caliente. El alcalde se agarró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies
y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió
la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
—Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de
lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través
de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura
de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante,
se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El
dentista le dio un trapo limpio.
—Séquese las lágrimas —dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio
el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos
muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese —dijo— y haga buches
de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar,
y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
—Me pasa la cuenta —dijo.
—¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
—Es la misma vaina.
Gabriel García Márquez, “Un día de éstos”, en Los funerales de la mamá grande, 5ª ed. Buenos Aires: Sudamericana, 1969,
pp. 21-26.
49
Lo que dicen
las palabras
1. Elijan la opción que mejor describa el significado de la palabra subrayada. Al finalizar, comprueben sus respuestas con otro trío.
Don Aurelio Escovar era rígido, enjuto.
a) Delgado, muy flaco, chapado.
b) Altísimo y muy delgado.
c) Gordito, de mucha carne o grasa.
Cuando Don Aurelio tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacía el sillón de resortes y se
sentó a pulir la dentadura postiza.
a) El fruto color rojo, casi redondo.
b) El instrumento dental que se usa para perforar dientes o muelas.
c) El cuchillo.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que
se secaban al sol.
a) Zopilotes, conocidos como buitres negros.
b) Personas de sangre fría y criminal, capaces de cualquier cosa. Capaces de todo.
c) Aves falconiformes diurnas, carroñeras, del tamaño de una gallina, con plumaje negro, cabeza desnuda y pico y tarsos de color carne.
La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
a) De la concentración que tenía en el pulimento de las piezas.
b) Concentración de pensamiento en la que estaba.
c) Idea abstracta.
De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó
a pulir el oro.
a) Una dentadura fija.
b) Una montura de gafas que une los dos cristales.
c) Una pieza de metal que usan los dentistas para sujetar en los dientes naturales los artificiales.
Sacaré la muela sin anestesia porque tiene un absceso.
a) Una acumulación de pus en los tejidos orgánicos.
b) Una acumulación de pus en la boca, circundada por inflamación.
c) Una hinchazón.
Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil.
a) Lavabo, pila destinada para lavarse las manos.
b) Lavadero.
c) Garrafón.
50
Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en
el bolsillo del pantalón.
a) Chaqueta militar ajustada y abrochada desde el cuello.
b) Camiseta.
c) Guayabera.
El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar.
a) Enorme interés y gusto.
b) Ademán.
c) Indiferente, apático, desganado.
2. Escriban frases u oraciones coherentes con estas palabras.
enjuto:
fresa:
gallinazos:
abstracción:
puente:
absceso:
aguamanil:
guerrera:
displicente:
3. Comparen su trabajo con el de otros compañeros y corrijan, si es necesario, aquellas palabras en las
que el significado de ésta no sea el correcto.
51
¿De qué se
trató?
En parejas, den respuesta a las siguientes preguntas.
La historia que relata García Márquez es una anécdota muy sencilla que puede resumirse en unas cuantas
palabras. Supriman todos los detalles y anótenla.
En muchos países de América se han dado situaciones de tiranía y prepotencia. Con este antecedente, ¿que
podrían opinar con respecto a la actuación del dentista en un ambiente así?
El dentista, ¿atendió al alcalde por miedo a que le pegara un tiro, por compasión, o por lealtad a su profesión?
Fundamenten su respuesta.
¿Qué opinan en relación al asunto, al contexto político en el que se desarrollan los hechos y a los dos personajes del relato?
Y tú,
¿qué opinas?
Trabajen individualmente. Al final, comparen sus respuestas con
otros compañeros.
Según su punto de vista, el cuento se titula “Un día de éstos” porque
Don Aurelio Escovar no tenía ganas de atender al teniente porque
Al principio del cuento, el dentista mira el cielo por la ventana y ve dos gallinazos pensativos secándose al sol en el caballete de la casa vecina. ¿Qué relación tiene con lo que sucederá después?
Lo que quiso decir el dentista al teniente con la frase: “Aquí nos paga veinte muertos, teniente”, es:
Al final del cuento se dice que el dentista “vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos”. ¿Tiene alguna relación con lo sucedido en el consultorio? Fundamenten.
52
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Un canevá
En equipo elaborarán un canevá, esto es, un texto con
espacios para ser llenados. Esto lleva a dividir el cuento
en varias partes y adjudicarlas a diferentes equipos para que las trabajen.
Es un juego que se realiza entre dos equipos. Esto quiere decir que todo el grupo, agrupado en
pares de equipos, participará simultáneamente.
El material lo elaborará cada equipo. Los espacios en blanco que se dejan deben ser de datos importantes que tendrán que ser llenados por el equipo con el que están contendiendo.
El primer momento es la lectura del fragmento correspondiente. Después, se reelabora el texto,
pero con formas personales de expresión. Para esta actividad se señala un tiempo, y otro más para
intercambiarlo y resolver el canevá. El canevá se resuelve sin consultar la lectura.
Gana el equipo que lo termine primero, siempre y cuando esté correcto. Observen un ejemplo:
.........
a un tipo. . .
El dentista er
y la mañana
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del relato el ti
se puso a
. . ., sin prisas
. . . . . . . . . .
. . . . . . Lo
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. . . porque
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De pronto en
tenía
un
paciente
especial,
que
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quería . . . . .
.......
53
Belissa
Rosaura Barahona Aguayo
B
elissa quería ser bailarina de ballet. Su oído musical, su gracia innata y su
talento natural le facilitaría el camino. Pero no contaba con que el destino
tenía otros planes para ella.
En primer lugar, Belissa tenía un apetito feroz: la comida típica la
enloquecía y unos nopalitos preparados de cualquier forma, le impedían
hacer otra cosa que no fuera comerlos hasta acabar con ellos. Y con
las flores de palma no se diga. Este manjar la ponía en un estado muy
cercano al éxtasis.
54
Rosaura Barahona
(1942- )
Nació en la ciudad de México, pero ha
vivido en Saltillo, Tampico, Mexicali,
Madrid y Monterrey, en donde estudió
la licenciatura en Letras Españolas y
en Lengua Inglesa en el ITESM. En Madrid estudió guionismo en la Escuela
Oficial de Cinematografía. Desde
1963 colabora como editorialista en
periódicos y revistas nacionales. Siempre ha demostrado preocupación e
interés por la problemática femenina
la que ha analizado en artículos, conferencias y cursos diversos. Algo de
eso es lo que cuenta en Abedecedario
para niñas solitarias, de donde se ha
tomado el cuento aquí presentado.
Actualmente es maestra de literatura
y periodismo en el Tecnológico de
Monterrey. Ha publicado El pescador
de estrellas y ¿Por qué no Ferlos o Cardo?
Belissa era disciplinada para todo. Hacía sus ejercicios matutinos,
ensayaba puntualmente cuantas horas fuera necesario para dominar sus
músculos y domesticar los gestos que la convertirían en un cisne grácil
o en un ave de vuelo peregrino. Pero en cuanto enfrentaba la comida, se
perdía.
Los maestros la atiborraron de recomendaciones, de artículos sobre
la importancia de una dieta balanceada, de biografías y autobiografías
de bailarinas en donde aparecía un infalible capítulo dedicado a su
55
alimentación, y de ensayos médicos sobre la energía de un cuerpo sometido a las
disciplinas del ballet. Todo fue inútil. Las flores de palma y los tacos de nopalitos
decidieron la cintura de Belissa que renunció a su promisoria carrera durante
una degustación de quesadillas (se comió 17) en la que participó como juez para
seleccionar la mejor receta nacional.
Entonces inició un pequeño negocio. Su habilidad para mecanografiar se
enriqueció cuando las computadoras personales fueron accesibles y Belissa se
convirtió en una experta en cibernética antes del parpadeo de un chip.
Pero como si tantas dotes fueran pocas, Belissa tenía una especie de imán con
los jóvenes. No pasaba un día sin que un galán llamara a su puerta, a su teléfono
o a su oficina y la invitara a salir. Y como el corazón de la exfutura bailarina se
había agrandado (quien sabe si por el ejercicio o la alimentación) Belissa sentía
que muchos de ellos cabían en él y desalentaba sólo a quienes no le agradaban
del todo.
Así que se resistía a escoger a un solo pretendiente. Estaban tan guapos todos
y cada uno tenía su chiste: uno la hacía reír todo el tiempo, el otro besaba de
maravilla, el tercero era un experto en música clásica y disfrutaba los conciertos
como pocos, aquél... ¿No había manera de combinar la simpatía de uno, con
el dinero de otro, los ojos del tercero, el sentido del humor del cuarto y...? Su
hermano, que era sicólogo, le decía que ésa era una actitud esquizoide. “No se
puede armar un ideal a base de fragmentar a los demás”, la regañaba. Pero Belissa
no quería fragmentar a nadie, sólo deseaba disfrutar todo lo disfrutable. ¡Si tan sólo
se valiera tener más de cuatro al mismo tiempo!
Claro, para cuando lo pensó, ya estaba decidida. Sólo se preguntó por qué
no y puso manos a la obra. Fue a su computadora y creó una base de datos.
Estructuró un plan y seleccionó cuidadosamente. De los catorce galanes con
los que salía en ese momento, la lista quedó reducida sólo a seis: el amante
de los conciertos, el simpático, el inteligente, el romántico, el buen besador
y el cantante. No quería pecar de ambiciosa. Si bien lo que influyó más en la
selección fue la característica distintiva de cada uno, el factor geográfico también
pesó mucho. No era conveniente tener dos que compartieran la misma zona
habitacional.
El amante de los conciertos vivía en la Anáhuac; el simpático, en la Roma;
el inteligente, en el centro de la ciudad; el romántico, en El Cercado; el buen
besador, en Las Mitras y, el cantante, por San Jerónimo.
Belissa creó un archivo y alimentó la información concerniente a cada uno.
Dónde se habían conocido, a qué lugar habían ido juntos por primera vez, cómo
se habían hecho novios, la marca de la loción que usaba, si conocía o no a su
familia, en dónde vivía, cuál era su pasatiempo preferido, qué le gustaba, qué
56
le disgustaba, qué estudiaba, a dónde iba de vacaciones y qué se habían regalado
en diversas ocasiones. Después, seleccionó un día para cada uno y distribuyó los
sábados y domingos de todo el año muy equitativamente. De ahí en adelante, todo
fue más sencillo: después de cada cita llegaba y añadía la información pertinente:
a dónde habían ido, qué habían conversado, qué vestido llevaba ella, cómo iba
arreglado él y qué habían dejado pendiente para la siguiente vez.
Antes de cada cita, consultaba el archivo correspondiente y actuaba
en consecuencia: no repetía atuendo, jamás se equivocaba en las referencias a
conversaciones pasadas, preguntaba cosas que comprobaban su interés por los temas
de la última plática y mostraba una memoria inexplicable para los detalles.
Algunas de las amigas que compartían su secreto (con no poca admiración
y mucha envidia) le preguntaron si no le daba cruda moral andar con seis al mismo
tiempo, a lo que Belissa contestaba: “¿Por qué habría de darme? ¡Los hago tan
felices!; piensen en todo el tiempo que han disfrutado con el corazón rebosante de
amor de gozo gracias a mí”.
Y así siguió durante un tiempo hasta que el romántico empezó a hablar de boda.
Belissa supo que era tiempo de darle delete. Romántico y Belissa se separaron en
medio de un llanto inagotable y auténtico pero convencidos de que era lo mejor.
Al llegar a su casa, Belissa seleccionó el archivo, lo puso en el botecito de basura
que devoraba sus documentos electrónicos, pero cuando la máquina le preguntó si
estaba segura de querer borrarlo, se arrepintió y decidió conservarlo como recuerdo.
Después de todo tenía cosas ¡tan agradables!
Apenas estaba recuperándose de eso cuando el cantante le llevó una serenata y
le envió un ramo de flores con una tarjeta que decía: “para mi futura esposa”. Otro
delete. En tres meses todos pidieron su mano. Sus archivos fueron sobreseídos y ella
volvió a la soltería absoluta.
Entonces conoció a quien sería su esposo que tenía algo de cada uno de los
anteriores archivos. David no le pidió que se casaran, simplemente, arregló todo y
le anunció la fecha en que se casarían. Belissa aceptó. Cuando regresaron de la luna
de miel llegaron al departamento de ella y David se puso a recorrerlo. Encendió la
computadora y preguntó si podía abrir sus archivos.
—¿Mis archivos? —preguntó Belissa ya tecleando sobre la máquina— no hay
nada, excepto ¿éstos que... ¡ay, los borré! ¡Tan tonta... es que estoy tan emocionada!”
Su esposo la miró sospechosamente.
Lo que Belissa no sabía es que David encontraría el olvidado diskette con el
back-up informativo de su mujercita y una tarde, mientras ella no estaba, se entretuvo
leyendo cada uno de los detalladísimos archivos. Cuando Belissa regresó encontró un
recado sobre la mesa de la entrada que la remitía a la computadora. Vio el diskette
y sintió cómo la sangre descendía y se concentraba en el dedo gordo de cada pie.
57
Abrió el disquete y encontró un archivo nuevo llamado “Exesposo”. En él sólo
aparecía un recado: “Si fuera broma no tendría el suficiente sentido del humor
para aguantarla; pero como es en serio, me niego a ser un archivo más en tu
computadora”.
Belissa se puso furiosa por la indiscreción de su esposo, corrió al closet y se
alegró cuando lo encontró semivacío. Reportó la desaparición de David a la policía
y cruzó los dedos para que no lo encontraran, cosa que sucedió. Llegado el tiempo
fue declarado muerto y Belissa quedó legalmente convertida en viuda, lo cual
le daba derecho a gozar de la libertad de la que había empezando a disfrutar en
cuanto se le pasó el coraje provocado por el metiche de su esposo.
Como Belissa ya había probado las mieles del matrimonio decidió abrir
varios campos más para incluir otras variables a su base de datos. La mayoría,
por supuesto, estaban relacionadas con las habilidades amatorias de los galanes.
Tras cargar la nueva información se cercioró de que su password fuese inviolable;
después empezó a dormir tranquila, tan tranquila que quienes la veían no dejaban
de admirar su beatífica sonrisa, la que, según ella, sostenía a base de sobreponerse
a la trágica pérdida de su marido.
Y así envejeció Belissa. Dándole vuelo a la hilacha y aumentando su archivo
electrónico sistemáticamente. La vejez la dulcificó, como dulcifica a tantos y a
tantas pero el brillo de sus ojos, delataba una picardía que aún a esas alturas era
inagotable.
Pocos días antes de morir llamó a sus sobrinos y les pidió varias cosas: un
funeral discreto sin esquela en el periódico, donar su corazón a la escuela de
medicina para que lo estudiaran con atención y, sobre todo, que la enterraran junto
con su caja de diskettes. El disco duro de la computadora había sido debidamente
borrado.
Los sobrinos la obedecieron en todo, excepto en lo de la esquela porque les
pareció una necedad de viejita solterona.
Nunca entendieron de dónde provenían los ancianos que se acercaban al
féretro con rostros llenos de tristeza y agradecimiento. Uno de ellos, sordo, quiso
murmurar unas palabras que todos escucharon: “¡Qué feliz me hiciste, Belissita,
qué feliz me hiciste! ¡Y pensar que fui el único hombre en tu vida! ¿Por qué me
rechazaste?”
Una de sus sobrinas dijo que probablemente se había tratado de una ilusión
de óptica ocasionada por el vidrio del féretro pero juraba que la sonrisa de la tía
Belissita se había acentuado al escucharlo.
Rosaura Barahona, “Belissa”, en Abecedario para niñas solitarias. 2ª ed. México: Castillo, 1994, pp.17-24.
58
Lo que dicen
las palabras
1. En parejas, escriban en la línea la palabra a la que se refiere cada
una de las definiciones. Elijan entre: beatífica, rebosante, atiborrar,
esquizoide, innata, sobreseídos, vuelo peregrino, grácil, éxtasis,
cruda moral.
Connatural y como nacido con la misma persona.
Estado del alma enteramente embargada por un sentimiento de
admiración, alegría, etcétera.
Sutil, delicado, delgado o menudo.
Dicho de un ave: Que pasa de un lugar a otro.
Henchir con exceso algo, llenarlo forzando su capacidad.
Enfermedad mental, que se declara en la pubertad y en los casos graves
conduce a una demencia incurable.
Malestar en su estado de ánimo por realizar acciones malas o incorrectas.
Estar invadido por un sentimiento o estado de ánimo con manifiesta
intensidad.
(plural) Desistir de la pretensión o empeño que se tenía, cancelar,
suprimir.
Plácida, serena.
2. Posicionen las palabras que acaban de escribir en el lugar del crucigrama, horizontal o vertical, que le
corresponda. Comparen sus resultados con otras parejas.
59
¿De qué se
trató?
Contesten las preguntas. Compartan sus respuestas con otros equipos.
¿Qué características positivas tenía Belissa y cuáles eran sus defectos?
¿Por qué Belissa conservó esos seis pretendientes? Comenten las características que ellos tenían y señalen
la razón de la preferencia de la joven.
¿Saben lo que quiere decir delete en una computadora? Investíguenlo y comenten por qué y para qué lo
usó Belissa.
¿Cuál fue el error de Belissa que le ocasionó el que su esposo la dejara?
¿Qué es el password en computadoras? ¿Por qué lo instaló Belissa?
¿Qué quiere decir que Belissa “continuó dándole vuelo a la hilacha” cuando la declararon viuda?
¿Por qué pidió que no pusieran esquela? ¿Qué es una esquela y en dónde aparece?
¿Qué opinan sobre este relato? ¿Qué pueden decir de Belissa y la vida que llevó?
Y tú,
¿qué opinas?
Individualmente, completen las siguientes frases, con argumentos.
Al terminar, compartan sus escritos con su profesor y compañeros.
Belissa debió continuar con su preparación para ser bailarina porque
Este relato es un claro ejemplo de cómo el uso de las computadoras
las personas ya que
60
la vida de
Si Belissa no hubiese sido experta en cibernética no habría podido vivir la vida que llevó por
, al contrario, su vida hubiese sido la misma porque
La historia que acabamos de leer es un relato de amor / superación personal / historia de vida / porque
Belissa llevó la vida que quiso por
creo que no fue así, ella fue víctima de las circunstancias porque
,
La vida que llevó la protagonista de la historia fue buena / mala / correcta / incorrecta / otra / por
El mensaje que nos queda al terminar esta lectura es
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
A manera de diario
Analicen estos dos párrafos para que tengan claros los datos
que Belissa anotaba en su computadora respecto a cada uno
de sus enamorados:
a) De ahí en adelante, todo fue más sencillo: después de cada cita llegaba y añadía la información pertinente: a
dónde habían ido, qué habían conversado, qué vestido llevaba ella, cómo iba arreglado él y qué habían dejado
pendiente para la siguiente vez.
b) Antes de cada cita, consultaba el archivo correspondiente y actuaba en consecuencia: no repetía atuendo, jamás se equivocaba en las referencias a conversaciones pasadas, preguntaba cosas que comprobaban su interés por los temas de la última plática y mostraba una memoria inexplicable para los detalles.
Ahora colóquense en el lugar de Belissa. Imaginen que tienen en este momento tres caballeros o tres chicas, según el
caso, con los que están saliendo. Escriban, a manera de un diario, todo lo necesario para que ninguno de ellos sepa que
tienen otros enamorados o que enamoran a otras jóvenes. Inspírense en lo que hacía Belissa. Anoten lo referente a las
dos primeras citas que han tenido con cada uno(a) porque se están preparando para la tercera reunión.
61
El círcul
Óscar Cerruto
62
Óscar Cerruto
(1912-1981)
L
a calle estaba oscura y fría. Un aire viejo, difícil de respirar
y como endurecido en su quietud, lo golpeó en la cara. Sus
pasos resonaron en la noche estancada del pasaje. Vicente se levantó
el cuello del abrigo, tiritó involuntariamente. Parecía que todo el
frío de la ciudad se hubiese concentrado en esa cortada angosta, de piso
desigual, un frío de tumba, compacto. “Claro —se dijo y sus dientes
castañeteaban—, vengo de otros climas. Esto ya no es para mí.”
63
Nació y murió en La Paz, capital
de Bolivia. Autor polifacético,
fue poeta, narrador, ensayista,
periodista y diplomático. Su
obra poética y narrativa posee
características que hacen que
la crítica las considere como
innovadoras en el género.
Inició su actividad literaria con
la publicación, en 1935, de la
novela Aluvión de fuego, a la que
siguieron, en 1957, un libro de
poesías: Cifra de las rosas, seguido
por otros dos Cerco de penumbra
(cuentos) y Patria de sal cautiva
(poemas). Continuó trabajando
en el campo de la poesía y su
obra completa apareció bajo de
título de Cántico traspasado, en
1978. En entrevista, el autor hace
saber que el asunto del cuento
“El círculo” es, probablemente,
una historia que pertenece a la
tradición de distintos pueblos;
tiene un parecido con “En memoria de Paulina” de Adolfo Bioy
Casares y con el argumento de
una película japonesa que él vio,
lo cual confiere carácter universal
al asunto.
Se detuvo ante una puerta. Sí, ésa era la casa. Miró la ventana, antes de
llamar, la única ventana por la que se filtraban débiles hilos de luz. En el pequeño
espacio de tiempo que medió entre el ademán de alzar la mano y tocar la puerta,
cruzó por su cerebro el recuerdo entero de la mujer a quien venía a buscar, su
vida con ella, su felicidad, truncada brutalmente por la partida sin anuncio. Se
había conducido como un miserable, lo reconocía. Su partida fue casi una fuga.
¿Pero pudo proceder de otro modo? Un huésped desconocido batía ya entonces
entre los dos su ala sombría, y ese huésped era la demencia amorosa. Hincada la
garra en la entraña de Elvira, torturábala con desvaríos de sangre. Muchas veces
él vio brillar determinaciones terribles en sus ojos, y los labios, dulces para el
beso, despedían llamas y pronunciaban palabras de muerte, detrás de las cuales
percibíase la resolución que no engaña. Cualquier demora suya, cualquier breve
ausencia sin aviso, obligado por sus deberes, por el reclamo inexcusable de sus
amigos, provocaba explosiones de celos. La encontraba desgarrada, temblando en
su nerviosidad, pálida. Ni sus preguntas obtenían respuesta ni sus explicaciones
lograban romper el mutismo duro, impregnado de rencor, en que Elvira mordía
su violencia. Y de pronto estallaba en injurias y gritos, la cabellera al aire, loca de
cólera y amargos resentimientos.
Llegó a pesarle ese amor como una esclavitud. Pero eran cadenas que su
voluntad no iba a romper. La turbulencia es un opio, a veces, que paraliza el ánimo
y lo encoge. Y la amaba, además. ¿Cómo soportar, si no como una enfermedad del
ser querido, ese flagelo que corroía su dicha, ese concubinato con la desventura? La
vida se encargaría de curarla, el tiempo, que trae todas las soluciones.
Fue la vida la que cortó de un tajo imprevisto los lazos aflictivos. Un día
recibió orden de partir. Pensó en la explicación y la despedida, y su valor flaqueó.
Engañándose a sí mismo, se prometió un retorno próximo, se prometió escribirle.
Y habían transcurrido dos años. Casi consiguió olvidarla, ¿pero la había olvidado?
Regresó a la ciudad con el espíritu ligero, conoció otras mujeres en su ausencia, se
creía liberado. Y, apenas había dejado su valija, estaba aquí, llamando a la puerta de
Elvira, como antes.
La puerta se abrió sin ruido, empujada por una mano cautelosa, y una voz —la
voz de Elvira— preguntó:
—¿Eres tú, Vicente?
—¡Elvira! —susurró él, apenas, ahogada el habla por la emoción y la sorpresa.
—¿Cómo sabías que era yo? ¿Pudiste verme, acaso en la oscuridad, a través de las
cortinas?
—Te esperaba.
Lo atrajo hacia adentro y cerró.
64
—¡Es que no puede ser. Tuve el tiempo escaso para dejar mi equipaje y venir
volando hasta acá! ¿Cómo podías saberlo? No lo sabía nadie.
Ella callaba, grave, parsimoniosa. Estaba pálida, más pálida que nunca, pensó
Vicente. Lumbres de fiebre encendían sus ojos arrasados por el desconsuelo. Como él
había imaginado, con lacerante lástima, cada vez que pensaba en ella.
—La soledad enseña tantas cosas —dijo—. Siéntate.
Él ya se había sentado, con el abrigo puesto.
Comenzó a removerse, inquieto, y de pronto se encontró haciendo lo que menos
había querido, lo que se había prometido no hacer: ensarzado en una explicación
minuciosa de su conducta, de las razones de su marcha subrepticia, disculpándose
como un niño. A medida que hablaba, comprendía la inutilidad de ese mea culpa
y el humillante renuncio. Mas no interrumpía su discurso, y sólo cuando advirtió que
sus palabras sonaban a hueco, calló en medio de una frase, y su voz se ahogó en un
tartamudeo.
Con la cabeza baja, sentía pasar el tiempo como una agua turbia.
—De modo —dijo ella, al cabo— que estuviste de viaje.
La miró Vicente, absorto, no sabiendo si se burlaba de él. ¡Cómo! ¿Iba a decirle
ahora que lo ignoraba; que en dos años no se había enterado siquiera del curso de su
existencia? ¿Qué juego era ése?
—Sí, estuve ausente algún tiempo.
Sólo después de una pausa Elvira comentó enigmática:
—Qué importa. Para mí ya no existe el tiempo.
—Precisamente —dijo él extrayendo de su bolsillo un menudo reloj con
incrustaciones de brillantes—, te he traído esto. Nos recuerda que el tiempo es una
realidad.
Consideró Elvira la joya unos instantes. Sin ajustar el broche, puso el reloj en su
muñeca.
—Muy bonito —elogió—. No sé si podré usarlo.
—¿Por qué no?
—Déjalo ahí, en la mesita.
Estalló un trueno, lejos, en las profundidades de la noche. La lluvia gemía en los
vidrios de la ventana. Un viento desasosegado arrastraba su caudal de rencor por las
calles, sobre los techos.
—Bésame —le pidió ella.
La besó largamente, estrechándola en sus brazos. El viejo amor renacía en un
nuevo imperio, y era como tocar la raíz del recuerdo, como recuperar el racimo de
días ya caídos. Refugiada en su abrazo, parecía la hija del metálico invierno, un trozo
desprendido de la noche.
65
—Tienes que irte, Vicente. —Se puso de pie.
—Volveré mañana.
—Sí.
—Vendré temprano. No nos separaremos más. Te prometo...
—No prometas nada. Estoy segura. El pacto está sellado, vete.
***
Vicente atraviesa calles y plazas. Hay un ser que se desplaza de él y lo
aventaja, apresurado, con largas zancadas varoniles, ganoso del encuentro.
Mientras otro, en él, se resiste, retardando su marcha, moroso y renuente. Él
mismo va siguiendo al primero, contra su voluntad. ¿Pero sabe siquiera cuál es su
voluntad? ¿Lo supo nunca? Creyó, un momento, que era el saberse libre. Ya libre,
su libertad le pesaba como un inútil fardo. ¿Qué había logrado, si su pensamiento
era Elvira, si su reiteración, sus vigilias se llamaban Elvira?
La secreta corriente lo lleva por ese trayecto tantas veces recorrido. Vicente se
deja llevar. Discurre los antiguos lugares, los saluda, ahora, a la luz del sol; entra
en la calleja familiar, luego de haber dejado atrás, a medio cumplir, sus afanes.
Vuelve a llamar y espera el eco del campanillazo. Nada oye; el timbre, sin
duda, no funciona. Toca entonces con los nudillos, en seguida más fuerte. Ninguna
respuesta. Elvira ha debido salir. Retrocede hasta el centro de la calzada para
mirar el frente del edificio. Observa que las celosías están corridas, los vidrios sin
limpieza. Se diría una casa abandonada. ¡Qué raro era todo esto!
Una vecina se había asomado. Lo examinaba desde la puerta de su casa, la
escoba en la mano. Vicente soportó el escrutinio sin darse por enterado. “Bruja
curiosa”, gruñó. La vieja avanzó por la acera.
—¿Busca a alguien, señor? —preguntó.
—Sí, señora —respondió de mala gana—. Busco a la señorita Elvira Evangelio.
La mujer tornó a examinarlo, acuciosa.
—¿No sabe usted que ha muerto hace tres meses, señor? La casa está vacía.
Vicente se encaró con la entremetida. Esbozó una sonrisa.
—Por suerte —dijo—, la persona a quien busco vive, y vive aquí.
—¿No pregunta usted, acaso, por la señorita Evangelio?
—Así es, señora.
—Pues la señorita Evangelio ha muerto y fue enterrada cristianamente. La casa
ha sido cerrada por el juez, ya que la difunta no parecía tener parientes.
¿Estaría en sus cabales esa anciana? Vicente la midió con desconfianza. En
cualquier caso, era una chiflada inofensiva; seguiría probando.
66
—Soy el novio de Elvira, señora. Estuve ausente y he vuelto ayer, para
casarme con ella. La visité anoche, conversamos un buen rato. ¿Cómo puede
decir que ha muerto?
La mujer lo contemplaba ahora con espanto, dando pequeños grititos de
desconcierto. Llamó en su auxilio a un señor de aspecto fúnebre, con trazas de
funcionario jubilado, que había salido a regar sus plantas en la casa de enfrente, y
a quien Vicente recordaba haber visto en la misma faena alguna vez.
Los ojos del jubilado se clavaron hoscos, en Vicente, unos segundos: no lo
encontró digno de dirigirle siquiera la palabra. Dio a comprender, con su actitud,
que juzgaba con severidad a los jóvenes inclinados a la bebida y, volviéndole la
espalda, se retiró farfullando entre dientes.
Vicente decidió marcharse. O toda esa gente estaba loca o padecía una
confusión grotesca. ¡Par de zopencos! Después de todo, tenía un viso cómico el
asunto. Se reiría Elvira al saberlo.
***
Por la noche la casa estaba toda oscura. Llamó en vano. Sus golpes resonaban
profundamente en la calma nocturna. Sus propios golpes lo pusieron nervioso.
Comenzó a traspirar, advirtió que tenía la frente humedecida. Un tanto alarmado
ya, corriendo sin reparo por las calles silenciosas, hasta encontrar un vehículo,
acudió a interrogar a algunos amigos. Todos le confirmaron que Elvira había
muerto. No se aventuró a referirles su extraña experiencia; temía que lo tomaran
a risa. Peor aún: temía que le creyeran.
Hay una zona de la conciencia que se toca con el sueño, o con mundos
parecidos al sueño. Creía estar pisando esa zona, esa linde a la que los vapores
azules del alcohol nos aproximan. Y con la misma dificultad del ebrio o del
delirante, su espíritu luchaba por discernir la realidad.
Cuando el juez, accediendo a su demanda, abrió la casa de la muerta,
Vicente descubrió, sobre la mesita de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones
de brillantes, en el estuche abierto.
Óscar Cerruto, “El Circulo” (frag.), en 16 Cuentos latinoamericanos. México: CIDCLI, 1994, pp. 47-54.
67
Lo que dicen
las palabras
1. Encuentren en la sopa de letras estas diez palabras que aparecen
en el cuento anterior.
flagelo
discernir
R
A
P R
farfullar
E S D
O C E
A V T
I Z N
E R A
P A R
acuciosa
R D E
DO C
F A
L
escrutinio T G J
I N R
C U S
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C I S
H E O
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S A N
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Y K E
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M
L
V
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A
P
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N
D
S
Q
S
M
C
O
parsimoniosa
X
K
I
E
N
I
G
M
A
T
I
C
A
O
I
N
I
T
U
R
C
S
E
lacerante
D
T
K
D
C
P
E
R
subrepticia
enigmática
celosías
2. Escriban las palabras localizadas frente al significado que le corresponda:
Infortunio, calamidad.
Lenta, tranquila.
Profunda, intensa, penosa.
Que se hace ocultamente y a escondidas. Secreta.
De significación oscura y misteriosa o que es complicado de entender.
Enrejadas de listoncitos que se ponen en las ventanas para que las personas puedan,
detrás de ellos, ver sin ser vistas.
Examen minucioso de una cosa.
Vehemente, presurosa.
Murmurar, susurrar.
Distinguir una cosa de otra, apreciando sus diferencias. Comúnmente se refiere a operaciones del ánimo.
68
¿De qué se
trató?
1. Realicen lo que se solicita.
La historia no se desarrolla en orden cronológico. Relátenla dentro de su equipo iniciándola con los
años en que Vicente y Elvira vivían juntos.
¿Qué tipo de cuento es el leído? ¿Cómo lo calificarían?
Escriban y comenten todos los detalles que les parezcan que no pueden darse en la realidad.
Traten de explicar todo el suceso desde un punto de vista real o bien como algo sobrenatural pero
en uno u otro caso ¿por qué se dio el encuentro?
2. Escriban un breve texto en el que contesten la pregunta: ¿de qué se trató la lectura “El círculo”? Y, según consideren, recomienden o no su lectura a otros compañeros de la escuela. recorten este espacio
y péguenlo afuera de las paredes de su aula.
69
Y tú,
¿qué opinas?
En el cuento que leyeron el autor utiliza lenguaje figurado, es
decir, utiliza metáforas, comparaciones u otros recursos para
decir las cosas de otra forma y, de esta manera crea imágenes
en la mente del lector que ayudan a interpretar y comprender
mejor las ideas que se están leyendo.
1. Localicen y subrayen las siguientes frases escritas en lenguaje figurado en la lectura y anoten, según su
criterio, lo que el autor ha querido decir. Observen el ejemplo:
Lenguaje figurado: un frío de tumba, compacto.
Significa que: se sentía mucho frío, una temperatura mucho más baja de la normal.
Lenguaje figurado: la única ventana por la que se filtraban débiles hilos de luz.
Significa que:
Lenguaje figurado: Muchas veces él vio brillar determinaciones terribles en sus ojos, y los labios, dulces para el
beso, despedían llamas.
Significa que:
70
Lenguaje figurado: Llegó a pesarle ese amor.
Significa que:
Lenguaje figurado: Pero eran cadenas que su voluntad no iba a romper.
Significa que:
Lenguaje figurado: La turbulencia es un opio, a veces, que paraliza el ánimo y lo encoge.
Significa que:
Lenguaje figurado: Regresó a la ciudad con el espíritu ligero.
Significa que:
Lenguaje figurado: La lluvia gemía en los vidrios de la ventana. Un viento desasosegado arrastraba su caudal de
rencor por las calles, sobre los techos.
Significa que:
Lenguaje figurado: Refugiada en su abrazo, parecía la hija del metálico invierno, un trozo desprendido de
la noche.
Significa que:
2. Intercambien sus interpretaciones con otros compañeros y discútanlas.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Redacción de noticias y/o entrevistas
El suceso ocurrido en el cuento conmocionó a las gentes que vivían alrededor de la casa, y trascendió. Un
periodista se enteró del asunto y publicó la noticia en un periódico. Otro decidió hacer una entrevista al
protagonista.
1. Colóquense en el lugar de los periodistas y elijan el tipo de escrito periodístico que deseen redactar. Previamente investiguen qué es una noticia, qué es una entrevista, cuáles son las características de cada
género.
2. Trabajen en su cuaderno.
3. Compartan sus textos con sus compañeros de grupo, profesor y familiares.
71
De preferencia,
cara
guapitos de
Andreu Martín y Jaume Ribera
72
E
l cartero tocó el timbre.
—¡Abre, Riqui!
—¡No puedo, mamá! ¡Hace mucho frío!
—¡Mecachis con el frío! —se quejaba la madre. Y
gritaba, dirigiendo la voz hacia el piso superior—. ¿Bajas a abrir,
Silvia?
Silvia estaba muy concentrada, leyendo el primer volumen de
En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, prodigiosa obra
maestra de la Literatura Mundial, con la que ya llevaba tiempo
bregando por descifrarla.
Volvieron a llamar a la puerta y se oyó a la madre
desgañitándose desde la cocina:
—¡¿Es que nadie puede ir a abrir la puerta?! ¡Silvia!
Silvia puso las gafas sobre el libro, como contrapeso para no
perder el punto, salió de su sanctasanctórum6 y bajó a la planta.
—¿No oyes que llaman? —le preguntó a Riqui.
—Hace demasiado frío y soy pequeño —contestó él, sin dejar
de pedalear.
Andreu Martín
(1949- )
Nació en Barcelona, España. Es
novelista y guionista de historieta, conocido, sobre todo, como
autor de novela negra española.
Ha obtenido varios premios en
este género. Es presidente de la
Asociación Española de escritores Policiacos.
Jaume Ribera
(1953- )
Nació en Barcelona. Es también
autor de cuentos de terror y de
novela negra. Asimismo cultiva el
género humorístico.
6. Sanctasanctórum: lugar muy reservado, íntimo, casi secreto.
73
—Pues se me ocurre una manera de hacerte entrar en calor.
—¡Mamá, mamá, Silvia me quiere pegar!
Silvia abrió la puerta.
El cartero, harto de esperar, suspiró al verla. Resoplaba y golpeaba el
suelo con los pies para demostrar que no era nada agradable esperar a la
intemperie con el frío que hacía. La miraba con una expresión especial,
digamos que un poco feroz. Exageraba: tampoco era para tanto. Le entregó
las tres primeras cartas.
—Eso es para tus padres —dijo, como dejando claro de entrada que los
señores Jofre eran inocentes de lo que en aquellos momentos le exasperaba.
—Ah, gracias.
—¡Y esto es para ti!
Silvia se quedó atónita al ver el grueso fajo de cartas que el hombre
acababa de sacar de su bolsa.
—¿Para mí? —balbuceó— ¿Todas?
—Treinta y siete, exactamente, si es eso lo que te estás preguntando.
El cartero se alejó murmurando algo sobre las horas extras que tendría
que hacer si todas las casas del pueblo tuvieran la desfachatez de recibir
treinta y siete cartas diarias.
Silvia cerró la puerta con gesto de autómata. Parecía hipnotizada por
el montón de sobres en los que, inequívocamente, figuraba su nombre
y dirección.
Treinta y siete. Era imposible. Eran más de las que recibía en todo el año,
incluidas las postales veraniegas. Treinta y siete cartas en un día. Era imposible.
Subió a su habitación, cogió las gafas, se dejó caer sobre la mecedora
y abrió un sobre al azar. Se encontró ante una foto-carnet que mostraba a un
chico de unos quince años, de amplia sonrisa y dentadura parecida al teclado
de un piano, con una tecla negra y todo. La carta estaba escrita a bolígrafo
sobre papel cuadriculado, sin duda arrancado de una libreta escolar. Decía:
Dulce Silvy:
¡Se han acabado tus problemas! ¡Pongamos fin a tu existencia
miserable! Aquí tienes a Miqui M. Mallangas (o sea, MMM, o
sea, yo) dispuesto a calmar tu desesperación. Por la foto, verás
que no me puedo quejar de mi jeta: cumplo con los requisitos del
74
anuncio, ¿vale? ¡Espero que tú no seas un cardo borriquero! ¡Ja, ja, ja!
Es una broma, Silvy. Pero, por si acaso envíame una foto. A poder ser
en bikini, je, je. Aquí tienes mi dirección...
El estupor de la chica aumentaba por momentos. ¿Quién demonios era aquel
Miqui Mallangas que se permitía aquellas confianzas? Cualquier cosa menos una
eminencia, eso seguro. Su carta era... era. No había palabras. ¡Espero que no seas un
cardo borriquero! Con esto estaba dicho todo. Lo que más la intrigaba, no obstante,
era la alusión a un anuncio. ¿A qué anuncio se refería aquel mongólico? Ella no
había puesto ningún anuncio en ninguna parte, nunca, en toda su vida. Abrió otra
carta. En ésta no había foto. La primera frase decía: He leído tu anuncio publicado
en De Todo Corazón y… se le cortó la respiración. No pudo continuar leyendo por
la sencilla razón de que se le cayó el papel de las manos. Una terrible sospecha
empezó a tomar cuerpo en su mente. Abrió otro sobre. Y otro. Y otro.
...Soy un asiduo lector de De Todo Corazón...
...En el último número de De Todo Corazón...
...Cuando leí el De Todo Corazón de este mes...
—¡De Todo Corazón! ¡Por Júpiter! —exclamó escandalizada.
Abrió el armario de un tirón, se puso el anorak y bajó las escaleras a la carrera.
—¡Salgo un momento, mamá!
—¿Que sales? ¡Si tu padre está a punto de llegar!
El quiosco más cercano se encontraba a un kilómetro y medio, al final de la
carretera, cerca del portal del Pueblo Viejo. Silvia montó en su bicicleta y pedaleó
frenéticamente hasta allí, con un sollozo agazapado en la garganta.
—¡De Todo Corazón!, —se repetía con incrédula insistencia. —¡Por Júpiter! ¡La
revista más tonta y más insustancial de todas las que se publicaban en el mundo!—.
Una retahíla de cotilleos y fotografías de cantantes, actores, música-chicle y otras
memeces que se suponía interesaban a los adolescentes. Sólo la había visto dos o
tres veces, y por encima, y porque la leían casi todos sus compañeros de clase, pero
aquellas breves ojeadas le habían bastado para escandalizarse. Nunca había visto
nada tan abominable y ofensivo. Mamarrachada tras mamarrachada, formando un
conjunto de mamarrachadas que no podían tener otra finalidad que la de acabar con
la cultura seria, desbaratar definitivamente los valores de la intelectualidad y acelerar
la caída estrepitosa del Mundo Occidental. La sola idea de que alguien la viera
comprando aquello la hacía enrojecer de vergüenza.
75
Por eso, al llegar al quiosco, merodeó furtivamente a su alrededor, como
si en vez de pagar por la revista se propusiera robarla. La portada brillaba
con luz propia. Era la más chillona de todas. Un pazguato con sonrisa de
imbécil (seguramente un cantante aullador de moda) mostraba sus dedos
abiertos en una V de victoria. Con movimiento rápido y furtivo, Silvia se
apoderó de uno de los ejemplares. En un susurro, le preguntó al vendedor
cuánto tenía que pagar por aquella especie de acción abyecta. El vendedor le
dijo el precio en voz más alta de lo que a ella le pareció prudente y Silvia se
desprendió de las monedas como si estuvieran sucias y pudieran transmitirle
alguna enfermedad incurable. Ocultó la revista bajo el anorak y volvió a
pedalear sobre la bicicleta, a toda velocidad.
No pudo aguantarse hasta llegar a casa. Se desvió a mitad de camino
y, bajo un árbol protector, abrió el ejemplar con manos temblorosas, buscó
en el índice y localizó la sección De Corazón a Corazón. Su anuncio era el
primero de todos.
Chica muy solitaria necesita desesperadamente
amigos. De preferencia, guapitos de cara.
Escribid a Silvia Jofre. Carretera del Congost.
Los Chalets, 1 7 030 78 Sant Martí del Congost.
—¡Por Júpiter! —repitió—. Por Júpiter, por Júpiter, por Júpiter. De
preferencia, guapitos de cara.
La frase se le clavó como una flecha. Pensó en la multitud de
adolescentes que, desde primeros de mes, habría comprado aquel libelo
y habría leído aquel anuncio, y se sintió abrumada por la ignominia. Y se
preguntó cuántos de aquellos lectores debían de conocerla, cuántos debían
de ser compañeros del Instituto, tal vez compañeros de clase, y deseó
fundirse y reaparecer en las Antípodas. Por Júpiter, cuántas miradas, cuántas
risitas, cuántos gestos no se habrían cruzado a sus espaldas. Cuántas burlas,
cuántos rumores, cuánto escarnio.
Montó de nuevo en la bicicleta, buscó una cabina telefónica y se metió
en ella. El número de la redacción de De Todo Corazón constaba en la
misma revista. Una educada voz de mujer madura (¡¡¡¿qué hacía una mujer
madura en aquella revista depravada?!!!) respondió.
—De Todo Corazón, dígame.
76
¡Y Silvia dijo, vaya si dijo! Su boca disparó imprecaciones a ritmo de
ametralladora. ¿Cómo se atrevían a inventarse un anuncio y ponerlo a
su nombre? ¿De dónde habían sacado su dirección? ¿Sabían que podía
demandarlos por lo que habían hecho? ¿Sabían que lo haría a no ser que
retirasen de la venta todos los números que quedaban en los quioscos, y si no
incluían una nota en el próximo número confesando su bajeza...
—Deduzco —dijo su comedida interlocutora— que quiere hablar con
nuestra sección de anuncios. Un momentito. No se retire, por favor.
Se puso un individuo con voz de aburrido que soportó sin rechistar la filípica
de Silvia, que poco a poco se iba enriqueciendo con nuevas ideas. Finalmente,
la interrumpió para preguntar:
—¿Cómo te llamas?
—¡Silvia Jofre!
—Un momento, por favor —pasado el momento, reapareció la voz—: Ajá.
Aquí lo tengo. Silvia Jofre. Tal vez lo hayas olvidado, pero nos enviaste una carta
pidiendo que publicáramos tu anuncio.
—¡Eso es falso! ¡Jamás en mi vida he comprado su revista!
—Pues tengo tu carta ante mis ojos en estos precisos momentos. Una cartita
escrita a mano, con su remite y todo, y firmada de tu puño y letra y todo.
—¡¿Firmada de mi puño y letra?! ¿Y cómo saben que es mi puño y mi letra?
¿Es que la habían visto antes?
—Mira, nena —ronroneó el individuo, dando a entender que su paciencia no
era ilimitada—. Lo más probable es que algún amigo te haya gastado una broma
enviando la carta a tu nombre. Si no quieres correspondencia, no contestes a las
cartas que te lleguen y santas pascuas. Por mi parte, borro el anuncio del número
del mes que viene y asunto concluido. —Y colgó.
Mientras Silvia corría hacia su casa, la furia le llenaba el pecho y se le subía a la
cabeza hasta hincharle las mejillas, y salía al exterior en forma de bufidos y lágrimas
muy calientes. ¿Una broma? ¡Una gamberrada! ¡Una auténtica mala pasada, por
no decir algo peor! (Y decía algo peor.) ¡Un delito que debería contemplarse en el
Código Penal, sancionado con cadena perpetua de trabajos forzados!
Jaume Ribera y Andreu Martín, “De preferencia, guapitos de cara”, en El cartero siempre llama mil veces.
77
Lo que dicen
las palabras
1. Las siguientes palabras aparecen en la lectura anterior: bregando,
desgañitándose, veraniegas, anorak, abominable, pazguato, abyecta,
ignominia, antípodas, escarnio, filípica, gamberrada. Colóquenlas en
la siguiente cuadrícula. La idea es que crucen las palabras unas con
otras.
2. Busquen y subrayen, en la lectura, las palabras anteriores. Después, indaguen su significado en el
diccionario y, de acuerdo con el contexto en que aparecen en el relato, elijan el adecuado. Observen
el ejemplo:
En la lectura dice: Silvia estaba muy concentrada, leyendo el primer volumen de
busca del tiempo perdido
En
de Marcel Proust, prodigiosa obra maestra de la Literatura
Mundial, con la que ya llevaba tiempo bregando por descifrarla.
De bregar, el diccionario de la Real Academia Española da cuatro significados:
1. tr. Amasar de cierta manera.
2. intr. Dicho de una persona: Luchar, reñir, forcejear con otra u otras.
3. intr. Ajetrearse, agitarse, trabajar afanosamente.
4. intr. Luchar con los riesgos y trabajos o dificultades para superarlos.
La definición correcta para bregando, en el contexto de la lectura podría ser el 3: Silvia llevaba tiempo trabajando afanosamente por descifrar la novela.
78
desgañitándose:
veraniegas:
anorak:
abominable:
pazguato:
abyecta:
ignominia:
antípodas:
escarnio:
filípica:
gamberrada:
3. Con el apoyo de su maestro, discutan sus definiciones con las de otros pares de compañeros.
79
¿De qué se
trató?
1. De manera individual, digan si son verdaderas (V) o falsas (F) las siguientes frases. Anoten V o F, dentro del paréntesis, según corresponda. Vean el ejemplo:
Riqui abrió la puerta al cartero.
Silvia amenaza a Riqui con pegarle si no abre la puerta.
El cartero estaba molesto porque tenía frío y nadie abría la puerta.
Silvia quedó impasible al ver el grueso fajo de cartas.
Silvia abrió un sobre al azar y se encontró con la foto de un chico chimuelo.
Cuando Silvia leyó “He leído tu anuncio publicado en De Todo Corazón”, se desmayó.
Para salir a la calle, Silvia se puso un impermeable.
A Silvia le daba igual que le vieran comprando la revista ¡De Todo Corazón!
(F)
( )
( )
( )
( )
( )
( )
( )
El anuncio solicitaba un novio que, de preferencia, fuera guapito de cara.
Silvia calificaba a la revista de virtuosa.
La persona que contestó en la sección de anuncios de la revista era un varón.
A Silvia, la broma le pareció una salvajada, una barbaridad.
(
(
(
(
)
)
)
)
2. Confronten sus respuestas con otros compañeros y lleguen a un acuerdo en común.
Y tú,
¿qué opinas?
Contesten estas preguntas individualmente. Al terminar, compártanlas
con el resto del grupo.
¿Que opinan de la broma que le hicieron a Silvia al insertar ese anuncio en una revista?
¿Existe en su localidad algún tipo de publicación en el que pudiera aparecer un anuncio de ese tipo? Sí su respuesta es afirmativa, ¿cómo se llama?
Un anuncio así, ¿podría aparecer en un periódico? Fundamenten su respuesta.
La historia no ha terminado: ¿Qué va hará Silvia? ¿Qué harían si estuvieran en su lugar?
80
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Redacción de anuncios
En cada equipo, con hojas de papel tamaño oficio, dobladas a la mitad, improvisen las páginas de la
revista De Todo Corazón. Relean la descripción que de ella hace Silvia y busquen materiales de ese tipo
para armarla. Utilicen recortes de otras publicaciones de ese tipo.
Dejen la última hoja para los anuncios del estilo del que supuestamente envió Silvia y redacten uno
solicitando correspondencia con chicas(os) de su edad. Incluyan una condición graciosa.
Sección de anuncios
81
El Aesmor...
Poesía
Desmayarse, atreverse…
Lope de Vega
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, moral, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso,
no hallar, fuera del bien, centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que el cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
82
Félix Lope de Vega Carpio
(1562-1635)
Nace en Madrid. Muy temprano
manifiesta un talento precoz para
su ocupación literaria. A los doce
años escribe su primera comedia.
Sus contemporáneos lo llamaron
el Monstruo de la Naturaleza por
la fecundidad de su inspiración
ya que además de haber escrito
1,800 comedias es autor de una
novela pastoril: La Arcadia; una
sicológica y autobiográfica: La
Dorotea; otra de aventuras: El Peregrino en su patria; escribe además obra de historia, de asunto
místico, poesía épica y, sobre
todo, poesía lírica de inspiración
religiosa y de inspiración profana,
culta y popular.
Definiendo el amor
Francisco de Quevedo y Villegas
Es hielo abrasador, es fuego helado:
es herida que duele y no se siente,
es un soñador bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Francisco de Quevedo
y Villegas
(1580-1645)
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Nace en Madrid. Cultiva todos los
géneros literarios de su época.
Se dedica a la poesía desde muy
joven, y escribe sonetos satíricos
y burlescos, a la vez que graves
poemas en los que expone su
pensamiento, típico del Barroco.
Sus mejores poemas muestran la
desilusión y la melancolía frente
al tiempo y la muerte, puntos
centrales de su reflexión poética
y bajo la sombra de los cuales
pensó el amor. Su obra poética
tuvo un gran éxito en vida del
autor, especialmente sus letrillas
y romances, divulgados entre
el pueblo por los juglares y que
supuso su inclusión, como poeta
anónimo, en la Segunda parte
del Romancero general (1605).
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parosismo,
enfermedad que crece si es curada.
éste es el niño Amor, éste es su abismo
mirad cual amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.
83
Este amor, ¿es deleite o es herida?
Enrique González Martínez
Este amor ¿es deleite o es herida?
Se aferra el corazón a la pregunta
y aguarda ante la esfinge cejijunta
la clave pavorosa y escondida.
Enrique González Martínez
(1871-1952)
Igual cuando la noche me intimida
con su quietud, que cuando el alba apunta,
miro muerte y amor, la eterna yunta
arando en las estepas de la vida.
Si el amor es sufrir. ¿por qué me empeño
en amar más y más, y en cada sueño
nuevas presencias del amor imploro?
Y si es dulce el amor, ¿por qué me afano
en llevar a mi fiesta de la mano
la amarga duda y el cobarde lloro?
84
Nace en Guadalajara, Jal. Fue fundamentalmente poeta. Entre sus
obras en verso se cuentan: Silenter,
Los senderos ocultos, La muerte
del cisne; El libro de la fuerza, de la
bondad y del ensueño, Parábolas y
otros poemas, y algunos más. Se ve
influido por poetas contradictorios
como: Lamartine, Poe, Verlaine,
Heredia, Francis James y Samain.
Se establece en la ciudad de
México y a partir de 1911 reparte
su tiempo entre el periodismo,
el magisterio, la política y la
diplomacia. Fue subsecretario
de Educación Pública en 1919,
y representó a México en Chile,
Argentina y España. En 1946 se le
otorgó el premio nacional Manuel
Ávila Camacho.
Qué es amar…
Xavier Villaurrutia
Amar es prolongar el breve instante
de angustia, de ansiedad y de tormento
en que, mientras espero, te presiento
en la sombra suspenso y delirante.
Xavier Villaurrutia
(1903-1950)
¡Yo quisiera cambiar de tu cambiante
y fugitivo ser el movimiento
y cautivarte con el pensamiento
y por él sólo ser tu solo amante!
Nació en la ciudad de México.
No fue poeta prolífico, pero
compensa la brevedad de su
producción con los altos valores
poéticos que alcanza. Cultivó
el ensayo, la novela, el teatro,
escribió obras de crítica y traducciones. Su primera colección de
poemas es Reflejos, los Nocturnos
atestiguan su segunda actitud
y el libro central de la obra
villaurrutiana es Nostalgia de la
muerte, publicado en 1938 y bajo
la misma tónica Décima muerte
y otros poemas no coleccionados,
que apareció en 1941.
Pues si no quiero ver, mientras avanza
el tiempo indiferente, a quien más quiero,
para soñar despierto en su tardanza
la sola posesión de lo que espero,
es porque cuando llega mi esperanza
es cuando ya sin esperanza muero.
85
Por ti, amor
Rubén Bonifaz Nuño
Por ti es que puedo, amor, sentirme dueño
de algo que no soy yo. Por ti la altura
más alta es conseguida, la que dura
coronando los vértices del sueño.
Y es por ti que estoy solo; que el ensueño
del corazón se puebla de amargura
al encontrarse en soledad: segura,
inconmovible linde de su empeño.
Tu fuerza dulce, amor, liga y separa
al mismo tiempo, y paralelamente
sabe dar el dolor y la alegría.
Es el abismo hipnótico y el puente:
lazo y distancia entre la luz más clara
y el pozo de la sombra más vacía.
86
Rubén Bonifaz Nuño
(1923- )
Nació en Córdoba, Ver. En 1989 fue
nombrado investigador emérito de
la UNAM y, en 1992, Investigador
Nacional Emérito. Desde 1963 es
individuo de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Recibió el Premio Nacional de Ciencias
en 1974. El manto y la Corona es
uno de los poemarios más importantes de la poesía mexicana.
¡Ay qué trabajo me cuesta...!
Federico García Lorca
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
Federico García Lorca
(1898-1936)
Poeta español muere víctima de
la guerra civil española. Pertenece a la llamada Generación del
’27 y es iniciador del neopopulismo por la abundancia de temática andaluza. Autor de contrastes,
maneja la metáfora con maestría,
hermana lo objetivo con lo
subjetivo, lo real con lo irreal,
lo concreto con lo simbólico
y siempre en línea ascendente
llega al surrealismo. Su temática
va desde las canciones infantiles
y los poemas cargados de
misterio en que habla del amor,
la muerte, la sangre y el sueño
hasta los versos de Poeta en Nueva York que muestra una poesía
evadida de la realidad. Otros
libros de versos son el Romancero
Gitano y El libro del Cante Jondo.
¿Quien me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
87
Para el amor no hay cielo…
Rosario Castellanos
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ellos la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
88
Rosario Castellanos
(1925-1974)
Nace en el D. F., pero vive su
infancia y adolescencia en
Comitán, Chis. Poetisa, ensayista,
maestra, novelista. La poesía de
Castellanos es producto de su yo
íntimo. Sus versos no hacen más
que mostrar las emociones y los
sentimientos que se albergan en
su alma y en su conciencia. De
ahí que la temática sea personal,
y que lo mismo cante el amor,
que a la soledad, la muerte, lo
trágico del destino o que pinte
con gracia y alegría ciertos objetos, oficios, personas, arboles,
etcétera. Entre sus libros de
versos están: Trayectoria del polvo;
Apuntes para una declaración de
fe; Poemas (1953-1959); Al pie de
la letra; Livia Luz; Poesía no eres tú
(Obra poética de 1948 a 1971).
Amor mío, mi amor
Jaime Sabines
Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte,
quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Jaime Sabines
(1925-1999)
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hijos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.
Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chis.
Su poesía está recopilada en
Otro recuento de poemas (1993).
Sabines es un maestro de
la reelaboración estética de lo
cotidiano, hechos sensaciones,
reflexiones. Sus temas principales
son el amor y la muerte; a veces
se advierte una desolación
interna en sus composiciones, un
choque con la realidad burguesa
y hostil. Usa un lenguaje directo,
claro y objetivo que le permite
adueñarse completamente de la
realidad.
Te quiero, amor, amor, absurdamente,
totalmente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en la sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire develado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
89
Pasa el mágico invierno…
Miguel Guardia
Pasa el mágico invierno adormecido,
y el verano, y la dulce primavera;
nuevo otoño deshoja su primera
nostalgia de oro, al viento sacudido…
Cuántas caras pasaron al olvido:
la vida móvil se transforma entera,
dejando, nada más una ligera,
débil señal de cosas que se han ido.
Miguel Guardia
(1924-1983)
Periodista, crítico teatral y poeta.
Su obra lírica está reunida en el
volumen Tema y variaciones con
otros poemas 1952-1977 (UNAM,
1978). Su poesía tiene el don de
conmover a los lectores a partir
de un lenguaje absolutamente
sencillo y cotidiano, caracterizado por su economía de medios y
su sobriedad expresiva.
Sólo, amada, tú quedas en mi vida;
sólo tu amor es inmutable y cierto,
llama nunca insegura ni extinguida.
Y en un mundo fantástico de sombras
sólo tú me aseguras que no he muerto
cuando me ves, me tocas o me nombras.
90
Lo que dicen
las palabras
1. De acuerdo con el contexto de la lectura escriban, en parejas, con
sus propias palabras, el significado de los vocablos resaltados en las
siguientes estrofas.
Desmayarse, atreverse, estar furioso
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, moral, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso.
Lope de Vega
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parosismo
enfermedad que crece si es curada.
Francisco de Quevedo
Este amor ¿es deleite o es herida?
se aferra el corazón a la pregunta
y aguarda ante la esfinge cejijunta
la clave pavorosa y escondida.
Enrique González Martínez
Por ti es que puedo, amor, sentirme
dueño de algo que no soy. Por ti la altura
más alta es conseguida, la que dura
coronado los vértices del sueño.
Y es por ti que estoy solo; que en el sueño
del corazón se puebla de amargura al
encontrarse en soledad: segura,
inconmovible linde de su empeño.
Rubén Bonifaz Nuño
Cabellera del aire develado
río de noche, plantar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
Jaime Sabines
2. Verifiquen sus respuestas con el apoyo de un diccionario y, si es necesario, corríjanlas.
91
¿De qué se
trató?
Todos los poemas tienen un tema en común: el amor, y lo tratan de manera diferente, de acuerdo con el estilo propio de cada autor.
1. En equipo, después de haber leído todos los poemas, escriban, según cada autor, ¿qué es el amor?
Para Lope de Vega es
Para Francisco de Quevedo es
Para Enrique González es
Para Xavier Villaurrutia es
Para Rubén Bonifaz es
Para García Lorca es
Para Rosario Castellanos es
Para Jaime Sabines es
Para Miguel Guardia es
2. Basándose en su experiencia y en lo que acaban de escribir sobre el amor, respondan la misma pregunta:
¿qué es para ti el amor?
3. ¿Cuál fue el poema que más les gustó? ¿A quién se lo recomendarían leer? ¿Por qué?
Y tú,
¿qué opinas?
1. De manera individual, elijan un poema de los presentados,
o bien una sola estrofa, y escriban, con sus propias palabras,
lo que el autor quiso decir. Fundamenten sus opiniones.
2. Compartan su trabajo con el grupo y, con la asesoría de su maestro, discútanlo.
92
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
¡Escribo un poema!
1. Considerando las actividades anteriores, escriban un poema de su inspiración. Se proponen
las siguientes estrategias:
a) Preguntas y respuestas: ¿qué o quién es?, ¿dónde está?, ¿cómo es?, ¿qué hace?, ¿qué piensas de
él (ella)?, ¿qué te gustaría decirle? Observa el ejemplo:
Mi madre,
siempre a mi lado está,
cariñosa, tierna, y compresiva,
me entrega sin recelo todo su amor,
es mi amiga, mi confidente y mi protección
¡Gracias por todo tu amor mamá!
¡Eres única, maravillosa e increíble! ¡Eres la mejor mamá del mundo!
b) Comenzando un verso con “aunque” y el siguiente con “siempre”:
Aunque no estés, más a mi lado,
siempre te llevaré en mi corazón.
c) Encadenamientos:
En la escuela hay libros
en los libros hay hojas
en las hojas hay poemas
y en los poemas estás tú.
d) Empleando una expresión y repetirla a lo largo del verso:
¡Qué tristeza siento hoy!
te he buscado en los salones
en los pasillos, por todos los rincones.
¡Qué tristeza siento hoy!
extraño tus gratas conversaciones
y hasta nuestras discusiones.
¡Qué tristeza siento hoy!
¿Dónde estás que no te encuentro?
e) Usando comparaciones:
La luna es…
como tus ojos en invierno
como tu rostro cuando me miras
como una pelota juguetona
como el espejo donde te miras
O como en los poemas leídos, usando enumeraciones, hipérbaton, hipérbole, y antítesis.
2. Compartan su poema mediante un collage ubicado en una zona de la escuela vista por muchas personas, o en el periódico mural, o en la pared de fuera de su salón de clase.
93
Sempronio
Farsátira de Agustín Cuzzani
La radioactividad ha permitido a los hombres hacer los trabajos más
admirables. Es también un medio terrible de destrucción en manos de los
grandes criminales que arrastran a los pueblos a la guerra.
Pedro Curie
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Personajes
Sempronio
Olga, su mujer
Susanita, su hija
Diego, su hijo
El Altísimo Comisionado
Sabio
ACTO PRIMERO
Habitación en casa de Sempronio. Pocos muebles, humildes. Una silla
en el centro de la escena dando frente al público. A un costado, una
pequeña mesita para planchar ropa. Al levantarse el Telón, nadie.
Lentamente, entra Sempronio. Es un hombre que pasa algo de
los sesenta años. Toma su silla y se coloca frente al público. Mira
distraídamente hacia adelante. Silba. Queda así.
Con la plancha en la mano, arrastrando el cordón con el enchufe y una
canasta de ropa para planchar, entre Olga. Edad proporcionada a la
de su marido. Avanza decididamente hacia la mesita, acomoda la ropa
como para empezar el trabajo. Habla mientras acciona.
Olga. (Arreglando ropa.) Ahora ya no hace falta la calefacción. Los días vienen más templados...
Sempronio. (La mira y esboza una sonrisa.) Nunca se sabe. De pronto
llueve y refresca.
Olga. (Termina de acomodar la ropa. Vuelve a tomar la plancha.
Se acerca a Sempronio, que continúa silbando bajito, y le coloca
el enchufe entre la camisa y el cuello. Todo esto con mucha
normalidad, sin tratar de destacarlo expresamente.) A ver... ladea
un poco más el cuello, por favor... (Sempronio obedece.) ¿Te
molesta?
Sempronio. ¡No! ¡Qué idea! ¡Cómo me va a molestar! (Sonríe.)
Olga. No... pero el lunes me apretaste demasiado el enchufe y casi
quemas la plancha. (Espera un instante con la plancha en la
mano. Luego moja su dedo en la lengua y toca ligeramente
la plancha, para probarla. Retira el dedo rápidamente como
si oyera el clásico chasquido.) ¡Ya está! (Le deja conectado el
enchufe y comienza a planchar. Habla sin mirar a Sempronio.)
¡Sempronio!...
Sempronio. Sí…
Olga. Convendría que hablaras con Susanita...
Sempronio. (Un poco alarmado.) ¿Con Susanita? ¿Qué le ocurre a la
nena?
Olga. Como ocurrirle... nada. Pero se está entusiasmando mucho con el
baile, y me parece demasiado chica todavía, para estas cosas.
95
Agustín Cuzzani
(1924-1987)
Nació en Buenos Aires. Sus
actividades literarias fueron
múltiples: destacó en el teatro
con obras de gran éxito no sólo
en su país, sino en el extranjero.
Las cinco obras que de este género escribió llevan el subtítulo
de farsátiras, y “están concebidas
en un tono amargo e irónico a la
vez. Sempronio aborda un tema
de vibrante actualidad: la proximidad con la que en el mundo
contemporáneo conviven la
creación y la destrucción. [...]
Profundiza en el tema del amor
creativo, de validez universal, sin
perder el arraigo con Argentina,
que se hace patente en los giros
idiomáticos y en la directa e
inmediata comunicación que
los personajes entablan entre sí”.
(Carlos Solórzano, “Presentación
de Sempronio”, El teatro hispanoamericano contemporáneo, p. 13).
Sempronio. (Medita. Luego se enternece.) Oh... la pobrecita estudia toda la semana.
Es justo que de cuando en cuando... Está en la edad en que esas músicas son
importantes. (Más enérgico.) Además, a mí me gusta verla bailar las danzas
que se usan ahora.
Olga. A vos todo lo que hace Susanita te parece bien. No te das cuanta que se
empieza así, interesándose en la música… Y después se aprende a bailar…
Sempronio. Bueno… ¿Te olvidas que nosotros hacíamos lo mismo? La nena es una
muchachita cariñosa y bien educada que estudia mucho sus lecciones
y cumple todo lo que le pedimos. No veo nada de malo que le guste un
cha-cha-cha, un mambo… o un… sucu-sucu…
Olga. (Escandalizaba.) ¿No ves? ¡Vos también estás aprendiendo! ¡Parece mentira,
a tus años!
Sempronio. A la nena porque es joven. A mí porque soy viejo. Me queréis decir
a qué edad debe un ser humano bailar el rock’n roll.
Olga. ¡Sempronio!
(Entra Susanita muy apurada, con una pequeña radio, arrastrando por el piso el
cordón con el enchufe).
Susanita. ¡Papito!
Olga. (Desalentada.) ¡Y con la radio encima! ¡Parece que tendremos concierto!
Susanita. Claro. Son las diez y media. ¡Es hora del rock! Hoy es domingo… (Se
acerca al padre.) Permiso, papito. (Lo besa y le coloca el enchufe de la radio,
del otro lado del cuello.) Sos el ángel de esta casa. (Se pone en actitud de
comenzar a bailar. De pronto recuerda que falta algo. Se le ilumina la cara
y tomando un brazo de Sempronio, lo levanta bien alto. La radio rompe a
sonar con un rock’n roll frenético).
Sempronio. Susanita… este… tu madre me decía… es decir… estamos conversando
con tu madre a propósito de esos bailes modernos que tanto te agradan…
Susanita. (Marcando pasos suaves en su sitio.) Sí… ¿qué ocurre?
Olga. Que no son cada bueno para una jovencita como vos.
Susanita. ¡Mamá, por favor! No querrás decir que por la simple costumbre de bailar,
me voy a echar a perder.
Olga. Vos sabes bien lo que quiero decir.
Susanita. Sí, pero para esas malas costumbres, no hacen falta bailes modernos. Al
contrario, con un vals antiguo y romántico pueden ser mucho más peligrosas.
Entra Diego. Es el hijo mayor del matrimonio. Joven técnico de mucho provenir,
trabajador, simpático, sus maneras resulten a veces excesivamente serias y graves.
96
Diego. ¡Buenos días! (Grita.) ¡Buenos días! (Lo miran. Él mira fijamente a Susana.) ¿Se podrá
leer el diario en esta casa o nos volveremos todos locos? (Se acerca a Sempronio y le
baja el brazo hasta que la radio es sólo un susurro.)
Sempronio. ¿Qué ocurre? (Todos miran a Diego. La radio baja sola.)
Diego. ¿Leíste el diario?
Sempronio. No, todavía no. ¿Por qué?
Diego. Hay una noticia medio rara. Escucha. (Lee.) Curiosa radioactividad. A pesar del secreto
policial, ha trascendido que las autoridades están muy ocupadas por ciertos trastornos
radioactivos aparecidos en un barrio de esta ciudad. (Baja el diario.) Podría ser que…
se tratara de nosotros, viejo.
Sempronio. ¿Te parece? Sin embargo, no creo que yo haya ocasionado eso que dice allí.
Trastornos radioactivos… alarma…
Susanita. ¿Te pueden hacer algo, papito?
Olga. ¿Qué le van a hacer? Sempronio no hace mal a nadie. Además, la corriente no la roba.
La música se interrumpe y se oye la voz urgente del locutor.
Radio. ¡Atención! Interrumpimos momentáneamente nuestro programa para transmitir una
noticia de último momento. Se relaciona con la extraña aparición de radioactividad
en Buenos Aires y dice así: Se comunica a la población de toda la ciudad que se ha
logrado localizar, sin lugar a dudas, el origen de las manifestaciones radioactivas
que se venían haciendo notar en nuestra ciudad. Según informaron esta mañana las
autoridades, tales manifestaciones provienen del barrio de Balvanera, particularmente
de una manzana ocupada por viviendas, que ya ha sido aislada y rodeada por la
policía. Es la manzana que se encuentra comprendida entre las calles Rivadavia,
Bulnes, Salguero y Bartolomé Mitre. Se esperan más informaciones.
Sempronio deja caer los brazos y la radio calla del todo.
Diego. Somos nosotros, no hay dudas.
Susanita. Y dice que la policía rodea la manzana.
Olga. Diego, mejor asómate vos, a ver si distinguís algo...
Susanita. (Ve algo y se asusta.) Diego... fíjate allá...
Diego. (Que se asoma.) ¿Qué hay? No veo nada.
Susanita. (Señala.) Aquello ¿qué es?
Por el sitio donde señala Susana aparecen el Altísimo Comisionado y el Sabio. El Altísimo
Comisionado es un hombre corpulento, autoritario, prepotente, muy fatuo y satisfecho de sí
mismo. El Sabio es pequeño. Usa una enorme barba blanca y lleva en la mano una cajita
negra, tipo contador Geyger.
97
Altísimo Comisionado. Usted, profesor, vaya por allí mientras yo investigo esta parte.
Sabio. (Corriendo con su cajita hacia un costado, como si hubiera pescado algo entre
el público.) Aquí hay algo... (Oye.)... Sí, parece que... (Cambia de rumbo.)
Mejor parece que es por aquel lado. (Recorre otro sector de público.) A ver...
(Habla para sí.) Ingeniero... poeta... nada radioactiva... reloj de oro... brillante
falso... dolor de muelas... (Se vuelven.) Por aquí no es.
Altísimo Comisionado. Yo tampoco siento nada. (Con un poco de miedo.) Mejor... nos
vamos, ¿no?
Por el aire, de ninguna parte en especial, se empieza a oír con fuerza un latido
acompasado y persistente.
Sabio. ¡No... oiga! ¡No podemos dejar esto así! ¿Si fuera una bomba?
Altísimo Comisionado. (Se prepara para huir.) ¿Una bomba? ¿Usté cree? Entonces
mejor... nos vamos. Yo no soy ningún recolector de bombas escondidas. Soy
un alto funcionario. No puedo arriesgarme. (Va saliendo.) ¡Vamos!
Sabio. ¡Si usted lo ordena, yo deberé informar que no pude localizar el origen de las
manifestaciones, porque usted me lo ordenó!
Altísimo Comisionado. No, porque entonces me pedirán la renuncia…
Yo entraré en alguna de estas cosas a pedir un vaso de agua un poco...
Sabio. (Solícito.) ¿Se siente mal? (Avanza hasta él.) Podemos descansar un momento.
Lo acompañaré.
La escena ha sido vista en todo momento desde la ventana imaginaria por los hijos de
Sempronio y Olga. Llegan hasta la puerta y el sabio apoya su dedo contra el timbre.
Sempronio. (Impersonal, quieto, mirando hacia el vacío) ¡Trrrrrrrrrrriiiiiiiiiiin!
Olga. Tocaron el timbre, ¿Qué hacemos?
Diego. No les abras. Necesitan orden de allanamiento firmada por el Juez.
Susanita. Pero si la tienen echarán la puerta abajo.
Sempronio. Abran esa puerta.
Olga. No, viejo...
Sempronio. (Mientras el sabio oprime otra vez el timbre.) ¡Trrrrrrrriiiiiiiiiin!
Olga. Se impacientan.
Susanita. (Va hacia la puerta.) ¡Abro y les digo que papá no está! (La sigue Diego
y luego Olga. Sempronio, muy tranquilo, con los cables conectados, queda en
su sitio y puede silbar indiferente. Susana abre y los enfrenta.) ¿Qué... desean
los señores?
Altísimo Comisionado. Vea, yo soy...
98
El latido en el aire se hace insoportable.
Sabio. ¡Un momento! ¿Me permite? (Le acerca el contador a Susana. El
comisionado da un salto atrás.) ¡No hay duda... es aquí! (Entra.)
Susanita. No se puede pasar, señor. (Pero el sabio ya está adentro y luego de dar una
vuelta alrededor de Susana, recorre la pieza a largos trancos de petizo con su
contador.) Le repito que no se puede.
Diego. (Al Alto Comisionado.) Un momento. ¿Qué viene a hacer usted aquí? ¿Con
qué derecho?...
Altísimo Comisionado. (Avanzando ahora que el sabio ha descubierto a Sempronio
y da vueltas rítmicas alrededor, al compás de los latidos, mientras lo mira
con curiosidad.) Profesor, ¿éste es el origen?
Sabio. (Bajando el volumen de su caja.) Sin ninguna duda. (Muestra la caja.) Puede
acercarse. ¡Es una verdadera pila atómica!
Altísimo Comisionado. (Señalando los cables.) ¿Y eso? (El sabio los desconecta
y mira la plancha y la radio.) ¡Inconscientes!
Diego. ¿Pero se puede saber quiénes son ustedes?
Susanita. ¡Retírense inmediatamente de esta casa y dejen tranquilo a mi papito!
Altísimo Comisionado. (Indignado.) Inconscientes... (A Sempronio.) ¡A ver, usted,
levántese! Sempronio muy tímidamente se levanta. (El Altísimo Comisionado
grita histérico.) ¡Rápido, nombre y apellido!
Sempronio. Perdonen, señores. Pero todavía ésta es mi casa y aquí no estamos
acostumbrados a los gritos. Además, si tuvieran a bien decirme, ¿quiénes son
ustedes?
Altísimo Comisionado. ¡Soy el Altísimo Comisionado para la Energía Atómica!
Sempronio. (Tendiéndole la mano.) Mucho gusto...
Altísimo Comisionado. (Da un salto atrás y grita.) ¡No me toque!
Sabio. (Más dulce.) Perdónenos, señor. Pero estamos cumpliendo órdenes
superiores muy estrictas. Las autoridades nos han enviado a buscar el origen
de ciertas manifestaciones radioactivas en este barrio... y usted parece ser
el origen... El señor es un altísimo funcionario. Tiene facultades suficientes
en estos casos, para usar la fuerza pública, allanar domicilios, hacer
interrogatorios...
Altísimo Comisionado. Y poner presos a todos.
Sabio. A todos los que dificulten su trabajo. De modo que es preferible que
nos entendamos desde el principio. Yo soy el Profesor Germán Noclis,
Altísimo Físico Matemático, y usted permitirá que también yo le haga unas
preguntas...
Sempronio. No tengo ningún inconveniente, señor.
99
Sabio. En primer lugar... ¿Cómo ha hecho para volverse radioactivo?
Diego. No le cuentes nada, papá. Todo esto no está claro.
Sempronio. Bueno, es que ni siquiera sé qué contarles. Nunca en mi vida había
sentido nada por el estilo. Y una mañana, hace cerca de tres meses, desperté
con muchísima sed. Como nunca bebo nada a esa hora, me levanté un poco
extrañado y fui hasta la cocina a servirme agua. Allí fue lo curioso. El agua
salía fría de la canilla, pero al llegar a mis labios, estaba hirviendo. Dejé caer
el vaso y para no quemarme salté hacia atrás. Al apoyarme en la cocina,
empezó a funcionar. Probé entonces con la radio y me oí todo el informativo...
Después... no sé... mi esposa quiso llamar al médico, pero... yo no me sentía
enfermo, y además, los viejos siempre tenemos miedo que nos vean los
médicos.
Sabio. ¿Y qué hizo entonces?
Sempronio. De acuerdo con mi familia, comencé a usar mi corriente para hacer
andar las cosas de la casa. La radio, la plancha, la cocina, el calefón, la estufa.
Todo anda a las mil maravillas conmigo. Aparte que sale mucho más barato. Y
mientras, yo me entretengo.
Olga. No veo que hagamos mal a nadie, señor.
Sabio. ¿Usted trabaja en algún laboratorio? ¿Hace experiencias?
Sempronio. No, señor. Yo no trabajo.
Susanita. Mi papito está jubilado.
Sabio. ¿Y qué clase de vida hace?
Sempronio. Me levanto... le sirvo corriente a mi mujer, a mis hijos que van al trabajo
o estudian, le doy radio a la nena para que baile.
Altísimo Comisionado. ¡Silencio! (Pausa. Mira desafiante a todos.) Yo lo interrogaré.
¿Tiene amigos que trabajan en energía nuclear?
Sempronio. No, señor. Apenas si salgo de casa una vez cada dos o tres meses.
Altísimo Comisionado. ¿Dónde va?
Sempronio. A un club de filatélicos, del que soy socio. A veces hacemos reuniones.
Nos mostramos las estampillas…
Altísimo Comisionado. Así que estampillas… ¡Bueno, el caso está claro!
(Militarmente, con solemne postura.) Señor… (No sabe el nombre.)
Sempronio. Sempronio.
Altísimo Comisionado. ¡Señor Sempronio!: En nombre de la Altísima Comisión de
Energía Atómica, de la que soy Presidente, y en uso de las facultades de las
que estoy investido. Es para mí un motivo de sincera emoción, en nombre
de los más altos intereses que represento, darle la bienvenida. Y agradeceros,
sobre todo, la buena voluntad con que os disponéis a acompañarnos,
100
sacrificado vuestra libertad y además comodidades domésticas, para entregaros
por entero al cumplimiento del deber.
Sempronio. Libertad… deber… ¿Quieren decir que me llevan con ustedes?
Altísimo Comisionado. ¡Por supuesto! ¡Usted es propiedad de la Nación!
Olga. ¡Qué propiedad ni que propiedad! ¡Es mi marido! Y de aquí no se lo van a
llevar. ¡No está en edad de andar solo por ahí!
Altísimo Comisionado. ¡Silencio! Les recomiendo a ustedes que no intenten ningún
escándalo. Todos ustedes han estado abusando sin permiso de la corriente de
esta pila atómica, propiedad inalienable, imprescriptible e intransferible de la
Nación. No pienso tomar medidas, pero tampoco voy a tolerar que se discutan
mis disposiciones. ¡Venga con nosotros!
Olga. ¡Pero es mi marido!
Susanita. ¡Pero es mi papito!
Diego. ¡Pero es un atropello!
Altísimo Comisionado. ¡Es el rey! ¡Y ahora, les ruego señores, que no dificulten mi
tarea! Abnegación, señores. ¡Abnegación! ¡Y renunciamiento! Cualquier cosa
que le ocurra a la pila será bajo mi responsabilidad. Hasta que le den entrada
en el Inventario de la Comisión. (A Olga.) Le daré un recibo provisorio. (Firma
un papel, lo entrega.) Sírvase, señora.
Olga. Yo no quiero un recibo. Yo quiero a mi viejo. (Llora.)
Diego avanza un paso y Sempronio lo contiene.
Sempronio. Quieto, Diego. El señor cumple órdenes. Ya se arreglará todo. (A los hijos.)
Cuiden mucho a su mamá. Vos, Diego… decirle a los muchachos del club que
disculpen… (Se le arrojan a los brazos.)
Diego. Moveremos cielo y tierra para sacarte.
Susanita. ¡Papito!
Olga. ¡Vuelve pronto, viejo!
Sempronio se desprende dulcemente y camina hacia la escalera. Van bajando. Sale. En
la ventana los tres asomados, están tristes y caídos.
Olga. Nena, cerrá esa ventana.
Susana, muy triste, va desenrollando en el aire la cinta que baja la cortina imaginaria.
Coincidiendo con ello, en lugar de la cortina de la ventana, cae lentamente el
TELÓN
101
Lo que dicen
las palabras
1. Las palabras “contador Geyger”, “sucu-sucu”, “imprescindible”, “filatélicos”, “inalienables”, “abnegación”, “farsa” y “sátira” aparecen en la
lectura anterior. Localícenlas en ella, subráyenlas y traten de deducir
su significado por contexto.
2. Enseguida, lean sus definiciones entre las que se encuentra un error ¿cuál es? táchenlo y escriban
debajo de éste la palabra correcta. Apóyense del diccionario. Observen el ejemplo:
Contador Geyger: Instrumento que se emplea para medir la electricidad de un lugar u objeto.
radiactividad
Sucu-sucu: Tipo de canción. Variante de son que se baila en pareja con un brazo del hombre en la espalda
de la compañera y el otro extendido y enlazado con el de ella; no se mueven hombros ni caderas.
Imprescriptible: Que no se puede describir, es decir, que nunca termina o se extingue. Es un término empleado muy comúnmente en el derecho para referirse a una obligación o derecho que no se extingue con
el paso del tiempo.
Filatélicos: Personas que emiten estampillas postales.
Inalienables: Que se puede enajenar, trasmitir o traspasar, es un término empleado mucho en el derecho,
para referirse a un derecho al que no se puede renunciar.
Abnegación: Poema que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses, generalmente por
motivos religiosos o por altruismo, desinterés, generosidad.
Farsa: Pieza cómica trágica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír.
Sátira: Composición poética u otro escrito cuyo objetivo es engrandecer, a alguien o algo, discurso o dicho
agudo, picante y mordaz, dirigido a este mismo fin.
3. Encuentren el significado de cinco palabras más que les resulten particularmente difíciles.
Posteriormente, a semejanza del ejercicio anterior, cambien una palabra clave a la definición y dénselo a resolver a un compañero.
102
¿De qué se
trató?
En equipo, respondan las preguntas. Luego compartan sus respuestas
con otros compañeros.
La lectura de Sempronio es una versión reducida del Acto primero. En ella conocen a los
personajes y se plantea el problema. Escriban este último con un mínimo de palabras.
En este acto se da un momento de mayor tensión (el clímax) y hay un desenlace. Anótenlos y coméntenlos.
Reconstruyan en forma breve el asunto del primer Acto. Expónganlo.
Imaginen lo que pasará con Sempronio al ser llevado por el Alto Comisionado y Sabio. ¿Cuál creen que sea su
destino?
¿Cuál imaginan que será el desenlace de toda la obra?
103
Y tú,
¿qué opinas?
De manera individual, contesten lo que se solicita.
1. El autor llama a su obra “farsátira”. Según lo que leyeron ¿por qué piensan que la llamó así?
2. El autor realiza una sátira de los cargos que desempeñan algunos “servidores públicos” agregándoles superlativos, ¿cuáles son? y ¿cómo justifica el proceder de los mismos?
3. Según lo leído, unan con una línea las características que mejor describan a cada personaje. Fundamenten
su elección.
ordenado
cumplido
alegre
entusiasta
Serio
trabajador
intolerante
estudioso
cariñoso
cumplido
impaciente
cobarde
Sempronio
Olga
Susanita
Diego
Sabio
Alto Comisionado
4. Las siguientes frases son tomadas de la obra, pero se podrían aplicar en la vida diaria: ¿qué personaje dijo cada
frase y en qué situación?
Tiene facultades
suficientes en
estos casos,
para usar la
fuerza pública.
Personaje:
Oh… la pobrecita estudia
toda la semana.
¡Parece mentira
a tus años!
¿Te olvidas que
nosotros hacíamos lo mismo?
No son nada
bueno para una
jovencita como
vos.
Cualquier cosa
que le ocurra a
la pila será bajo
mi responsabilidad.
Personaje:
Personaje:
Personaje:
Personaje:
Personaje:
104
5. Enriquezcan la biografía del autor Agustín Cuzzani y piensen: ¿de qué manera su formación puede intervenir
en su obra: forma de expresarse, contenido de la obra o temática de ésta, así como el género literario elegido
por él, etcétera? Argumenten su respuesta.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Lectura coral o en atril
Este Acto primero es rico en acotaciones que dan a conocer las características del espacio en el que se
desarrollan las acciones. También es fácil adivinar la manera de ser de cada uno de los personajes, por sus
acciones y por las informaciones que proporciona el autor. Comenten con todo el grupo las posibilidades
para hacer una lectura coral o en atril.
Agrúpense en equipos de seis, que es el número de personajes que intervienen. Distribúyanse los papeles. Apodérense de la personalidad de los personajes. Ensayen la obra para hacer una lectura en atril;
o bien hacerla en forma coral con la participación simultánea de todo el equipo en la que el maestro
marque la entrada de los personajes.
105
Miss
Lunatic
y el comisario
O’Connor
Carmen Martín Gaite
106
C
uando oscurecía y empezaban a encenderse los
letreros luminosos en lo alto de los edificios, se
veía pasear por las calles y plazas de Manhattan
a una mujer muy vieja, vestida de harapos
y cubierta con un sombrero de grandes alas
que le tapaba casi enteramente el rostro. La
cabellera, muy abundante y blanca como la nieve, le colgaba
por la espalda, unas veces flotando al aire y otras recogida en
una gruesa trenza que le llegaba a la cintura. Arrastraba un
cochecito de niño vacío. Era un modelo antiquísimo, de gran
tamaño, ruedas muy altas y la capota bastante deteriorada. En
los anticuarios y almonedas de la calle 90, que solía frecuentar,
le habían ofrecido hasta quinientos dólares por él, pero nunca
quiso venderlo.
107
Carmen Martin Gaite
(1925-2000)
Nació en Salamanca. Fue una autora polifacética. Escribió cuentos,
novelas, ensayos, investigaciones
históricas, poemas o historias
para niños, prólogos a obras
de autores clásicos y noveles,
traducciones de varias lenguas y
hasta guiones de televisión. Entre
su obra narrativa se encuentra:
Cuentos completos, El castillo de
las tres murallas y Lo raro es vivir,
solo por mencionar algunas. “Miss
Lunatic” el cuento que nos ocupa,
fue tomado de la obra Caperucita
en Manhattan, uno de los grandes éxitos de la literatura juvenil
que lleva a reflexionar sobre
nuestro propio mundo, sobre la
manera en que intentamos cada
día ser diferentes y cómo somos
nosotros mismos en la sociedad
que nos ha tocado vivir.
Sabía leer el porvenir en la palma de la mano, siempre llevaba en la
faltriquera frasquitos con ungüentos que servían para aliviar dolores diversos,
y merodeaba indefectiblemente por los lugares donde estaban a punto de
producirse incendios, suicidios, derrumbamientos de paredes, accidentes
de coche o peleas. Lo cual quiere decir que se recorría Manhattan a unas
velocidades impropias de su edad. Incluso, había quienes aseguraban
haberla visto la misma noche a la misma hora circulando por barrios
tan distantes como el Bronx o el Village, y metida en el escenario de dos
conflictos diferentes, como alguna vez quedó acreditado en fotos de prensa.
Y entonces no cabía duda. Porque si salía retratada, aunque fuera en
segundo término y con la imagen desenfocada, su peculiar aspecto hacía
imposible que nadie pudiera confundirla con otra mendiga cualquiera. Era
ella, seguro, era la famosa miss Lunatic. Por ese apodo se la conocía desde
hacía mucho tiempo, y sus extravagancias la habían hecho alcanzar una
popularidad rayana en la leyenda.
No tenía documentación que acreditase su existencia real, ni tampoco
familia ni residencia conocidas. Solía ir cantando canciones antiguas, con
aire de balada o de nana cuando iba ensimismada, himnos heroicos cuando
necesitaba caminar aprisa.
La verdad es que tenía muchos amigos de distintos oficios o sin ninguno.
Hablaba con los vendedores ambulantes de bisutería y de perritos calientes,
africanos, indios, portorriqueños, árabes, chinos, con los viajeros extraviados
por los largos pasillos del metro o por los andenes de Penn Station entre
confusas consignas de altavoces, con los porteros de los hoteles, con los
patinadores, con los borrachos, con los cocheros de caballos que tienen su
parada en el costado sur de Central Park. Y todos tenían alguna historia que
contar, algún paisaje de infancia que revivir, alguna persona querida a la
que añorar, algún conflicto para el cual pedir consejo. Y aquellas historias
acompañaban luego a miss Lunatic, cuando volvía a caminar sola; se le
quedaban durante un trecho enredadas a sus harapos como serpentinas de
oro que nimbasen su figura, impidiéndola borrarse en el olvido.
Pero las zonas que frecuentaban de forma más asidua eran las habitadas
por gente marginal, y su vocación preferida, la de tratar de inyectar fe a los
desesperados, ayudarles a encontrar la raíz de su malestar y hacer las paces
con sus enemigos. Lograba pocos resultados, pero no se desanimaba, y eso
108
que la insultaron muchas veces por meterse donde nadie la había llamado, y
llegaron a echarla a patadas de un local de Harlem, por defender a un negro al
que estaban atacando otros cuatro, mucho más robustos.
Si le preguntaban dónde vivía, contestaba que de día dentro de la estatua
de la Libertad, en estado de letargo, y de noche, pues por allí, en el barrio
donde estuviera cuando se lo estaban preguntando. Haciendo compañía a
los solitarios como ella, a todos los que pululan por los garitos de mala vida y
duermen en bancos públicos, casas en ruinas y pasos subterráneos.
Confesaba tener ciento setenta y cinco años, y caso de no ser verdad,
habría que admirarla cuando menos por su conocimiento de la Historia
Universal a partir de la muerte de Napoleón, y por la familiaridad con que
hablaba de artistas y políticos del siglo XIX, con alguno de los cuales aseguraba
haber tenido trato estrecho. Había gente que se reía de ella, pero en general
se le tenía respeto, no sólo porque no hacía daño a nadie, era discreta y se
explicaba con gran propiedad —siempre con un leve acento francés—, sino
porque, a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba en la forma de moverse
y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia que
cerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión. Siempre se
responsabilizaba de sus actos y no parecía verse metida más que en aquello
en lo que quería meterse.
Debido a su tendencia, de la que ya se ha hablado, a mediar en las reyertas
entre borrachos o delincuentes peligrosos, intentando que las partes rivales
llegaran a un acuerdo por vías razonables, se llegó a ver implicada como
sospechosa en asuntos turbios. Más de una vez, tomándola por cómplice de
alguna fechoría, la apuñalaron sin consideración a su edad. Pero al parecer era
invulnerable, según contaban luego con gran asombro los testigos presenciales
del suceso, porque, a pesar de que el arma blanca había sido empuñada
contra ella vigorosamente y con todo encono, nadie vio brotar una sola gota
de sangre del cuerpo desmedrado de miss Lunatic.
Un veterano comisario del distrito de Harlem, fascinado por la valentía de
miss Lunatic, sus múltiples contactos con gente del hampa y su talento para
testificar en los casos difíciles, la mandó llamar una tarde de invierno para
proponerle un trato. Se le asignaría una suma bastante importante de dinero, si
se prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó. Informar
a las autoridades de que había un fuego, se había caído el alero de un tejado
109
o se necesitaba urgentemente una ambulancia era algo muy diferente a
convertirse en acusica. Ni que estuviera loca. Y en cuanto al dinero, muchas
gracias, pero no la tentaba.
—¿Para qué necesito yo el dinero, mister O’Connor? —preguntó—. ¿Me
lo quiere usted decir?
Tenía las manos cruzadas sobre la mesa, y el comisario se fijó en
aquellos dedos deformados por el reúma y enrojecidos por el frío.
—Para asegurarse la vejez —dijo.
Miss Lunatic se echó a reír.
—Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885 —dijo—. ¿No le
parece que he dado pruebas suficientes de saber asegurarme yo sola la
vejez?
El comisario O’Connor la contempló con curiosidad desde el otro lado
de la mesa.
—¿En 1885? ¿El mismo año que trajeron aquí la estatua de la Libertad?
—preguntó.
En los labios de miss Lunatic se dibujó una sonrisa de nostalgia.
—Exactamente, señor. Pero le ruego que no me someta a ningún
interrogatorio.
—Tranquilícese, le aseguro que no se trata de una investigación
policiaca. Sólo pretendo ayudarla. ¿Es que no le interesa el dinero?
—No; porque se ha convertido en meta y nos impide disfrutar del
camino por donde vamos andando. Además ni siquiera es bonito, como
antes, cuando se gozaba de su tacto como del de una joya.
El comisario observó que, mientras miss Lunatic decía aquellas palabras,
acariciaba unas monedas muy raras que había sacado de una bolsita de
terciopelo verde, y jugueteaba con ellas. No eran de gran tamaño, despedían
un fulgor verdoso, y parecían muy antiguas. Hubo una pausa y ella volvió a
guardar las monedas en la bolsa.
—Ahora ya no —continuó tras un suspiro—. Ahora el dinero son viles
papeluchos arrugados. Yo cuando tengo alguno, estoy deseando soltarlo.
—Todos los papeluchos que usted quiera —interrumpió el comisario—,
pero hacen falta para vivir.
—Eso suele decirse, sí. Para vivir... Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí
vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas,
110
sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un
vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los
muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí
ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald...
Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es
explicarse y llorar... y vivir es reírse... He conocido a mucha gente a lo largo
de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se
lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Precisamente ayer, paseando
por Central Park más o menos a estas horas, me encontré con un hombre
inmensamente rico que vive por allí cerca y entablamos conversación.
Pues bueno, está desesperado y no sabe por qué. No le saca partido a
nada ni le encuentra aliciente a la vida. Y claro, se obsesiona por tonterías.
Al cabo de un rato, parecía yo la millonaria y él el mendigo. Nos hicimos
muy amigos. Dice que él no tiene ninguno. Bueno, uno, pero que se está
hartando de él.
—¡Qué historia tan interesante! —dijo el señor O’Connor.
—Sí, es una pena que no tenga tiempo para contársela con detalle. Pero
he quedado en ir dentro de un rato a su casa a leerle la mano. Aunque no
sé si servirá de mucho, ya se lo advertí ayer, porque yo el porvenir no lo leo
cerrado, sino abierto.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que no doy soluciones, me limito a señalar caminos que se cruzan
y a dejar a la gente en libertad para que elija el que quiera. Y mister Woolf
está ansioso de soluciones, me temo que necesita que le manden. Tal vez
porque está harto de hacerse obedecer. Edgar Woolf se llama. Gana el
dinero a espuertas. Tiene un negocio muy acreditado de pastelería.
El comisario la miró con los ojos redondos por la sorpresa.
—¿Edgar Woolf? ¿El Rey de las Tartas? ¿Va a ir usted a casa de Edgar
Woolf? Vive en uno de los apartamentos más lujosos de Manhattan, ¿lo
sabía? Pero tiene fama de ser inaccesible, de no recibir a nadie.
—Pues ya ve, será que yo le he caído bien. A ver si se cree usted que
sólo me trato con desheredados de la fortuna. Aunque ahora que lo pienso
—rectificó luego— también mister Woolf es un desheredado de la fortuna.
Para mí la única fortuna, ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre.
Y el dinero no libera, querido comisario. Mire usted alrededor, lea los
111
periódicos. Piense en todos los crímenes y guerras y mentiras que acarrea
el dinero. Libertad y dinero son conceptos opuestos. Como lo son también
libertad y miedo. Pero, en fin, le estoy robando tiempo. No he venido para
echarle un discurso, y en cuanto a su propuesta, ya la he contestado con
creces, ¿no le parece a usted? Conque olvídeme, si puede.
El comisario O’Connor la miraba entre pensativo y perplejo.
—Así que usted no tiene dinero ni miedo... —dijo.
—Yo no. ¿Y usted?
El rostro del comisario se ensombreció.
—Yo miedo sí, muchas veces. Se lo confieso.
—Pues eso es mala cosa para su oficio. El miedo cría miedo, además.
¿Dónde lo siente? ¿En la boca del estómago?
El comisario se quedó dudando, y se palpó aquella zona, bajo el chaleco.
—Una forma de espantar el miedo, pero no es propiamente una receta,
porque tiene que poner mucho de su parte el paciente, consiste en pensar:
«A mí esto que me asusta no me va ni me viene», algo así como ver lejos lo
que le está dando a uno miedo, para que se desdibuje.
—Eso no acabo de entenderlo.
—Casi nadie; por eso digo que da poco resultado recetárselo a otro. A lo
mejor un día, de pronto, lo siente usted solo y lo entiende... En fin, ¿me da
permiso para retirarme?
El comisario O’Connor asintió. Pero cuando la vio levantarse, agarrar
su cochecito y dirigirse a la puerta, tuvo una sensación muy triste, como de
miedo a estarse despidiendo de ella para siempre. Y la volvió a llamar. Ella se
detuvo, interrogante.
—Miss Lunatic —dijo—. Es usted maravillosa.
—Gracias, señor. Eso mismo me decía siempre mi hijo, que en paz
descanse. Un gran artista, por cierto, aunque la memoria voluble de las
gentes haya sepultado su nombre... ¿Quería usted decirme algo más?
—Sí. Que no me gustaría que pasara usted hambre ni frío.
—No se preocupe. No los paso.
—Me parece increíble, perdone que se lo diga. ¿Y cómo hace? ¿Cómo se
las arregla para salir adelante?
Miss Lunatic se detuvo en el centro de la habitación.
112
—Se levantó el ala del sombrero con gesto solemne y miró al
señor O’Connor. Sus ojos negros, brillando en el rostro pálido y
plagado de surcos, parecían carbones encendidos. Y en ella, en
medio de aquella estancia de paredes desnudas, una figura de cera.
—Echándole fuerza de voluntad, señor.
El comisario O’Connor se levantó para abrirle la puerta y le
estrecho la mano efusivamente.
—Esperó que volvamos a vernos —dijo—. La vida es larga, miss
Lunatic. Y da muchas vueltas.
—Ya lo creo. Dígamelo usted a mí —contestó ella sonriendo.
—Pues nada, mujer, salud. Y abríguese, que se está poniendo el
tiempo como para nevar.
—Es lo suyo. Estamos en diciembre.
Al salir, hacía un viento frío, que alborotó la larga melena
blanca de miss Lunatic.
Carmen Martín Gaite, “Presentación de miss Lunatic. Visita al comisario O’Connor” (frag.), en Caperucita en
Manhattan, Madrid: Siruela, 1990, pp. 107-119.
113
Lo que dicen
las palabras
Las siguientes son palabras que pueden presentar alguna dificultad
en su significado: faltriquera, indefectiblemente, bisutería, nimbasen,
pululan, reyertas, encono, acusica, espuertas. Para determinarlo,
dedúzcanlo por el contexto en que están ubicadas. Confirmen su
respuesta con el apoyo de un diccionario.
faltriquera
Sabía leer el porvenir en la palma de la mano, siempre llevaba en la faltriquera frasquitos con ungüentos que servían para aliviar dolores diversos.
indefectiblemente
Merodeaba indefectiblemente por los lugares donde estaban a punto de producirse incendios.
bisutería
Hablaba con los vendedores ambulantes de bisutería y de perritos calientes.
nimbasen
Y aquellas historias acompañaban luego a miss Lunatic, cuando volvía a caminar sola; se le quedaban
durante un trecho enredadas a sus harapos como serpentinas de oro que nimbasen su figura, impidiéndola borrarse en el olvido.
pululan
Haciendo compañía a los solitarios como ella, a todos los que pululan por los garitos de mala vida y
duermen en bancos públicos,
reyertas
Debido a su tendencia […] a mediar en las reyertas entre borrachos o delincuentes peligrosos […] se
llegó a ver implicada como sospechosa en asuntos turbios.
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encono
a pesar de que el arma blanca había sido empuñada contra ella vigorosamente y con todo encono,
nadie vio brotar una sola gota de sangre del cuerpo desmedrado de miss Lunatic.
acusica
Informar a las autoridades de que había un fuego, se había caído el alero de un tejado o se necesitaba
urgentemente una ambulancia era algo muy diferente a convertirse en acusica.
espuertas
Edgar Woolf se llama. Gana el dinero a espuertas. Tiene un negocio muy acreditado de pastelería.
¿De qué se
trató?
1. Imaginen que son periodistas y tienen que informar a los lectores lo
acontecido en el cuento de miss Lunatic.
a) ¿Qué titular le pondrían a la noticia?
b) ¿Cómo redactarían el texto de la noticia?
2. Imaginen y escriban un final distinto para el cuento de miss Lunatic.
115
Y tú,
¿qué opinas?
1. Individualmente, hagan una descripción de miss Lunatic.
Para ello, observen y seleccionen los rasgos más destacados,
tanto físicos como de carácter. Anótenlos en orden: por un
lado los físicos y por otro las cualidades, la forma de ser, de
actuar, etcétera.
Rasgos físicos
Rasgos de carácter
2. De acuerdo con lo anterior, hagan una interpretación de quién podría ser miss Lunatic en realidad: ¿un ser fantástico, un hada madrina, el espíritu de la estatua de la libertad? O ¿quién más?
Fundamenten sus respuestas.
3. Lean el párrafo en que Miss Lunatic habla de lo que es la vida y comenten cada uno de los
pensamientos que expresa. Señalen cuáles comparten con ella y con qué otros no están de
acuerdo. Discutan con argumentos.
4. ¿Es bueno o malo el dinero? Relean las opiniones de Miss Lunatic y expongan ustedes las suyas
al respecto.
5. ¿Qué rasgos positivos de personalidad, qué acciones realizaba Miss Lunatic que hicieron exclamar al comisario O’Connor: “Miss Lunatic. Es usted maravillosa”?
6. ¿Qué mensaje creen que miss Lunatic dejó al comisario?
7. Y a ustedes, ¿qué mensaje les dejó?
116
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Concordar y discordar
Realicen lo siguiente:
a) En silencio e individualmente, lean y reflexionen sobre el contenido de los textos.
b) Indiquen, en la columna: 1ª opinión personal, si están o no de acuerdo con ellos.
c) Discutan sus respuestas con sus compañeros de equipo con fundamentos y opiniones personales.
Con ello rectifican o ratifican sus opiniones para llenar la columna: 2ª opinión personal.
d) Cuenten las opiniones positivas (los “sí”) y negativas (los “no”) de todos los miembros del grupo para
saber cómo piensa el grupo respecto a cada frase. Anótenlo en la 3a opinión grupal.
1ª opinión
2ª opinión
3ª opinión
personal
personal
grupal
Sí
No
El dinero nos impide disfrutar del camino
por donde vamos andando.
La mayor fortuna es saber vivir y ser libre.
La gente se encuentra frente a caminos
que se cruzan y tiene la libertad de elegir
el que quiera.
El miedo se pierde diciendo: A mí esto que
me asusta no me va ni me viene.
La mejor manera de salir adelante es luchar y echarle fuerza de voluntad.
Vivir es no decir mentiras.
Vivir es compartir con los vivos un vaso de
vino o un trozo de pan.
En nombre de ganar dinero para vivir (la
gente) se olvida de vivir.
117
Sí
No
Sí
No
laramaSECA
Ana María Matute
118
a
penas tenía seis años y aún no la llevaban
al campo. Era por el tiempo de la siega,
con un calor grande, abrasador, sobre los
senderos. La dejaban en casa, encerrada
con llave, y le decían:
Que seas buena, que no alborotes:
y si algo te pasara, asómate a la ventana y
llama a doña Clementina.
Ana María Matute
(1926 - )
Nace en Barcelona. Se dedica a
la música, la pintura y a escribir.
Publica Los Abel (1945), Fiesta al
noroeste (1952), Pequeño Teatro
(1954). Siguen más novelas
y volúmenes de cuentos. La
terrible guerra civil y sus consecuencias, el difícil mundo de
la infancia y la adolescencia, la
tragedia presentida y la muerte,
son temas omnipresentes en su
obra, siempre impregnada de
lirismo, fantasía y ternura. Ensus
cuentos, hay dos temas muy
frecuentes: la infancia como
tema y el ambiente rural o suburbano como telón de fondo.
Se dice que Ana María Matute
evoca un mundo que no es el
ideal de vida, el entorno social
de sus relatos resulta agresivo,
brutal en ocasiones y está dominado siempre por el egoísmo.
119
Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el
día sentada al borde de la ventana, jugando con «Pipa».
Doña Clementina la veía desde el huertecito. Sus casas estaban pegadas la
una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía,
además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría
la ventanuca tras la cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina
levantaba los ojos de su costura y la miraba.
—¿Qué haces, niña?
La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro
mate.
—Juego con «Pipa» —decía.
Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego,
poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a
través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se
pasaba el día hablando, al parecer, con alguien.
—¿Con quién hablas, tú?
—Con «Pipa».
Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por
la niña y por «Pipa». Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el
médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba
el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña
Clementina estaba hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en
aquella criaturita, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana.
Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo
le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:
—Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá
echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la
niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los campos...
—Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado...
Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible,
allá arriba, fueron metiéndosela pecho adentro.
—Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la
calle, le echaré a faltar —se decía.
Un día, por fin, se enteró de quién era «Pipa».
—La muñeca —explicó la niña.
120
—Enséñamela...
La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no
podía ver claramente.
—No la veo, hija. Échamela...
La niña vaciló.
—Pero luego, ¿me la devolverá?
—Claro está...
La niña le echó a «Pipa» y doña Clementina cuando la tuvo en sus
manos, se quedó pensativa. «Pipa» era simplemente una ramita seca envuelta
en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos
y miró con cierta tristeza hacia la ventana. La niña la observaba con ojos
impacientes y extendía las dos manos.
—¿Me la echa, doña Clementina…?
Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó de nuevo a «Pipa» hacia
la ventana. «Pipa» pasó sobre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad
de la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo de un rato asomó de
nuevo, embebida en su juego.
Desde aquel día doña Clementina empezó a escucharla. La niña hablaba
infatigablemente con «Pipa».
—«Pipa», no tengas miedo, estáte quieta ¡Ay, «Pipa», cómo me miras!
Cogeré un palo grande y le romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo,
«Pipa»... Siéntate, estate quietecita, te voy a contar: el lobo está ahora
escondido en la montaña...
La niña hablaba con «Pipa» del lobo, del hombre mendigo con su saco
lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la
hora de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó tapado, al arrimo
de las ascuas. Lo llevaba a la ventana y comía despacito, con su cuchara de
hueso. Tenía a «Pipa» en las rodillas, y la hacía participar de su comida.
—Abre la boca, «Pipa», que pareces tonta...
Doña Clementina la oía en silencio: la escuchaba, bebía cada una de sus
palabras. Igual que escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ramas, la
algarabía de los pájaros y el rumor de la acequia.
Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le
preguntó a la mujer Mediavilla:
—¿Y la pequeña?
121
—Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres
de Malta.
—No sabía nada...
Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunca le contaba los sucesos
de la aldea.
—Sí —continuó explicando la Mediavilla—. Se conoce que algún día
debí dejarme la leche sin hervir... ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer!
Ya ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de privarme de los brazos de
Pascualín.
Pascualín tenía doce años y quedaba durante el día al cuidado de la niña.
En realidad, Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino,
al del cura o al del alcalde. A veces, doña Clementina oía la voz de la niña
que llamaba. Un día se decidió a ir, aunque sabía que su marido la regañaría.
La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una
escalera, en la que se acostaban las gallinas. Subió, pisando con cuidado
los escalones apolillados que crujían bajo su peso. La niña la debió oír,
porque gritó:
—¡Pascualín! ¡Pascualín!
Entró en una estancia muy pequeña, adonde la claridad llegaba apenas
por un ventanuco alargado. Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de
algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y encendido, extraño como
un sueño en la oscuridad. El fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera
de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla, abrió más sus párpados
entornados.
—Hola, pequeña —dijo doña Clementina—. ¿Cómo estás?
La niña empezó a llorar de un modo suave y silencioso. Doña
Clementina se agachó y contempló su carita amarillenta, entre las trenzas
negras.
—Sabe usted —dijo la niña—, Pascualín es malo. Es un bruto. Dígale
usted que me devuelva a «Pipa», que me aburro sin «Pipa»...
Seguía llorando. Doña Clementina no estaba acostumbrada a hablar con
los niños, y algo extraño agarrotaba su garganta y su corazón.
Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. Estaba sentado en la calle,
con la espalda apoyada en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas
morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas de cobre.
122
—Pascualín —dijo doña Clementina.
El muchacho levantó hacia ella sus ojos desconfiados. Tenía las pupilas
grises y muy juntas y el cabello le crecía abundante como a una muchacha, por
encima de las orejas.
—Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.
Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.
—¡Anda! ¡La muñeca, dice! ¡Aviaos estamos!
Dio media vuelta y se fue hacia la casa, murmurando.
Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio,
como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de «Pipa»:
—Que me traiga a «Pipa», dígaselo usted, que la traiga...
El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que
caían despacio hasta la manta.
—Yo te voy a traer una muñeca, no llores.
Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:
—Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.
—Baja —respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico.
A las seis de la mañana doña Clementina tomó el auto de línea, y a las once
bajó en Fuenmayor. En Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran bazar
llamado «El Ideal». Doña Clementina llevaba sus pequeños ahorros envueltos en
un pañuelo de seda. En «El Ideal» compró una muñeca de cabello crespo y ojos
redondos y fijos, que le pareció muy hermosa. «La pequeña va a alegrarse de
veras», pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero pagó de buena gana.
Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada
de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en
casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.
—¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulara en qué trazas la
recibo! ¡Quién iba a pensar...!
Cortó sus exclamaciones.
—Venía a ver a la pequeña: le traigo un juguete...
Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.
—Ay, cuitada, y mira quién viene a verte...
La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite,
clavado en la pared, temblaba, amarilla.
—Mira lo que te traigo: te traigo otra «Pipa», mucho más bonita.
123
Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña. Los ojos negros de
la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi siempre embellecía su
carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió enseguida a la vista de
la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar
despacio y silenciosamente, como acostumbraba.
—No es «Pipa» —dijo—. No es «Pipa».
La madre empezó a chillar:
—¡Habráse visto la tonta! ¡Habráse visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios,
doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta que esta moza nos ha salido
retrasada…!
Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pueblo sabían que era una mujer
tímida y solitaria, y le tenían cierta compasión).
—No importa, mujer —dijo, con una pálida sonrisa—. No importa.
Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca entre sus manos rudas, como
si se tratara de una flor.
—¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Habráse visto la tonta ésta...!
Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la
envolvió en un retazo de percal. Subió a ver a la niña:
—Te traigo a tu «Pipa».
La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la
tristeza subió a sus ojos oscuros.
Día a día, doña Clementina confeccionó «Pipa» tras «Pipa», sin ningún
resultado. Una gran tristeza la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.
—Oye, mujer, que no sepa yo de majaderías de ésas... ¡Ya no estamos,
a estas alturas, para andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuelvas a
ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos...
—¿Se va a morir?
—Pues claro, ¡qué remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para
pensar en otra cosa... ¡Va a ser mejor para todos!
En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina
sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna
curiosidad por «Pipa» y su pequeña madre.
Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana,
124
rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en
su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebrada, y el color rojo de
la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a «Pipa»
entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.
—Verdaderamente —se dijo—. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara
tan hermosa y triste tiene esta muñeca!
Ana María Matute, “La rama seca”, en Algunos muchachos y otros cuentos. Navarra: Salvat, 1972. (Biblioteca Básica, 89)
125
Lo que dicen
las palabras
1. Localicen las siguientes palabras en la lectura anterior. Después,
busquen en el diccionario su significado de acuerdo con el contexto en que aparecen.
siega adusto
alféizar
ininteligible
percal
ascuas
acequia
blasfemia
cuitada
desvaído
126
2. De cada palabra buscada, reconozcan su sinónimo entre las cuatro opciones.
siega
alféizar
percal
acequia
cuitada
a) sembrar
a) vano
a) vestido
a) canal
a) decidida
b) plantar
b) quicio
b) perchero
b) que no tiene agua
b) afortunada
c) cosecha
c) dintel
c) costal
c) cerca
c) apocada
d) que no ve
d) antepecho (repisa)
d) tela
d) tubo
d) atrevida
adusto
ininteligible
ascuas
blasfemia
desvaído
a) hosco
a) descifrable
a) impaciencia
a) florilegio
a) descolorido
b) que está contento b) muy listo
b) brasas
b) maldición
b) garboso
c) amable
c) claro
c) dolor
c) alabar
c) elegante
d) agradable
d) incomprensible
d) extrañeza
d) ofensa
d) airoso
3. Encuentren las palabras antes trabajadas en esta sopa de letras.
s i
e g a o r
g e n c u
a z x
i
i n
n t
i
i
t
a x s a u c s a
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a d a m l m p
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v m e a a c o r
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l
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u p q x b o s a a n m j
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l
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c a u c n c o n
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a g s p s d e c
c p b
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n s
t u
s
l
i
a s
127
f
r
e m i
r
e
a o s e
¿De qué se
trató?
En equipo, contesten las preguntas. Después, comparen sus respuestas con otros equipos.
¿Qué impresión les causó la lectura del cuento?
Investiguen qué es la fiebre de malta, cómo se adquiere, cómo se manifiesta y cómo se cura.
Comenten el tipo de relación que se dio entre doña Clementina y la niña.
¿Por qué consideran ustedes que “Pipa” era tan importante para la pequeña?
Propongan un nuevo desenlace para el relato en el que doña Clementina sea factor importante.
Y tú,
¿qué opinas?
Individualmente, realicen lo que se solicita. Enseguida, comparen
sus respuestas con otros compañeros.
a) El cuento que leyeron, ¿lo considerarían triste, una historia de amor, una narración inverosímil u otra?,
¿por qué?
b) Nombren y describan a los personajes, ¿cómo imaginan que son física y sicológicamente?
c) ¿Porqué consideran que a “Pipa” no se le nombra como “la muñeca” o “el juguete” y, por el contrario, su
dueña no tenga nombre y sólo se le mencione como “la niña” o “la hija de los Mediavilla”?
d) ¿Qué consideran que tienen en común la niña y doña Clementina? ¿Qué las une? Justifiquen su respuesta.
128
e) ¿Qué sensación les dejó la lectura?, ¿cuál es el mensaje que creen que manda?
f) La historia termina cuando doña Clementina dice: “¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!” Imagina qué paso después, continúa la historia a partir de este punto
respetando la forma de ser de los personajes.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Capacidad de retención
Con esta técnica ejercitarán su capacidad de retención, lo mismo de las acciones principales como de los
detalles secundarios. Lo harán siguiendo el orden en el que los acontecimientos están presentados.
Su profesor se encargará de dividir el cuento en textos que encierren ideas completas. Tantos fragmentos cuantos alumnos integren el grupo. Se escribirá cada uno en una tarjeta o pedazo de papel
blanco del tamaño de las cartas de la baraja.
Se revuelven las tarjetas. Los estudiantes se colocan en semicírculo en el salón. Se reparten las
tarjetas. Cada participante lee la suya y trata de recordar en qué parte del cuento está ubicada.
El juego se inicia cuando el profesor pregunta quién considera que tiene el inicio del relato. Ese
alumno lee el contenido de su tarjeta, y si está en lo correcto, pasa a ocupar el primer lugar del
círculo; el profesor vuelve a preguntar quién considera que tiene la continuación del primero. El
alumno que así lo piensa lee el contenido de la tarjeta, y si está en lo cierto ocupa el segundo lugar.
A partir de allí cada lector se va colocando a la derecha de su compañero, según la secuencia del
argumento.
Al finalizar el ejercicio los estudiantes están sentados en el orden de los contenidos de la lectura y
ésta se puede repetir, a través de las tarjetas que tienen, en el mismo orden en el que aparecen en
el texto original.
129
El transplante
A. van Hageland
130
E
l gran mago observaba con mirada severa al
malhechor que estaba en pie frente a él. El acusado,
con la cabeza bien erguida, parecía no tener conciencia de la
importancia de su crimen.
—Ha pecado usted gravemente contra los planes cósmicos que yo
había trazado; más gravemente de lo que usted cree —le dijo—. ¿Sabía que está
prohibido propagar ideas contrarias al orden establecido?
El acusado no respondió.
—Usted conocía las consecuencias de un acto de tal gravedad —continuó
diciendo el gran mago—, por lo tanto, será usted transplantado.
El condenado perdió de pronto toda su seguridad y cayó de rodillas.
—¡No, por favor, se lo suplico! —gritó—. Hágame sufrir aquí durante miles
de años, durante todo el tiempo que crea necesario. Pero no me condene al más
atroz de los suplicios.
Impasible, el gran mago apretó el botón de esmeralda que había sobre
su mesa de trabajo. Brotó un resplandor color malva. Y en el lugar donde el
condenado se encontraba hacia sólo unos instantes, no se vio ya nada. Al
mismo tiempo, allá abajo, en la Tierra, un llanto infantil anunciaba un nuevo
nacimiento.
A. van Hageland, “El transplante”, en Las mejores historias de terror. Madrid: Bruguera, 1975, p. 243.
131
Pierre Versins
Pierre Versins
(1923-2001)
Escritor francés, publicó La
enciclopedia de la utopía y de
la ciencia ficción. Decía que la
ciencia ficción “es un universo
más grande que un universo
conocido… Inventa lo que posiblemente fue, lo que es sin que
ninguno lo sepa, y lo que será
o podría ser… Es advertencia y
previsión, sombría y luminosa…
Es el sueño de una realidad
y la realización de los sueños
más locos…”. Entre sus obras se
cuentan: En avant, Marsparu, Les
étoiles ne s’en foutent pas paru, Le
professeur, y Les transhumains.
as primeras llegaron al comenzar el mes de
mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los
hombres a lo largo de los días y a lo largo de las
noches.
Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas y los
hombres se trasmitieron la nueva. Poseían un refinamiento
tal para amar que dejaban muy atrás a sus rivales terrestres.
El número ya grande de solteras aumentó. Y seguían cayendo
del cielo, más atractivas que nunca, eclipsando a la mujer
más maravillosa. Sólo ellas contaban para los hombres, y
además no resentían el paso del tiempo, ellas no envejecían.
Mucho tiempo pasó antes que se dieran cuenta de que
eran estériles. Así que, cuando medio siglo más tarde llegaron
los robustos venusinos, sólo quedaban en la Tierra hombres
decrépitos y mujeres ancianas. Tuvieron con ellos muchos
cuidados y los trataron sin brutalidad.
Pierre Versins, “Venusinas”, en El libro de la imaginación. México: Universidad de Guanajuato,
1970, p. 130.
132
La criatura
J. Stenberg
como era un planeta de arena muy fina, dorados
acantilados, agua esmeralda y recursos nulos, los
hombres decidieron transformarlo en centro turístico,
sin pretender explotar su suelo, estéril por otra parte.
Los primeros desembarcaron en otoño. Edificaron algunos
balnearios, y cuando llegó el verano pudieron recibir varios
centenares de veraneantes. Arribaron seiscientos cincuenta.
Pasaron semanas encantadoras dorándose a los dos soles del
planeta, extasiándose con su paisaje, su clima y la seguridad
de que ese mundo carecía de insectos molestos o peces
carnívoros.
Pero hacia el 26 de julio, de un solo golpe y al mismo
tiempo, el planeta se tragó a todos los veraneantes. El planeta
no poseía más forma de vida que la suya: era la única criatura
viva en ese espacio. Y le gustaban los seres vivos, en particular
los hombres. Sobre todo cuando estaban bronceados, pulidos
por el viento y el verano, calientitos y cocidos.
J. Sternberg, “La criatura”, en El libro de la imaginación. op. cit. pp. 133, 134.
133
Jacques Stenberg
(1923-2006)
Escritor belga-francés de origen
judío, incursionó en la novela, el
cuento, y el periodismo. Escribió
alrededor de 1500 microrelatos
y fue muy reconocido por su trabajo en el campo de la cienciaficción y de la literatura fantástica. Sus cuentos y microrrelatos
tienen un humor casi surrealista,
un gusto por lo macabro y una
visión pesimista y despiadada
sobre el mundo. Entre sus cuentos y microrrelatos están Contes
glacés, Histoires à dormir sans vous
y Dieu, moi et les autres.
Lo que dicen
las palabras
1. Las palabras transplante, atroz, impasible, malva, hurañas,
eclipsando, decrépitos, veraneantes y extasiándose aparecen
en las lecturas anteriores. Subráyenlas y traten de deducir su
significado por contexto.
2. Lean las siguientes definiciones, en ellas existe una palabra equivocada ¿cuál es? Enciérrenla en
un círculo y escriban debajo de ésta, la correcta. Apóyense del diccionario. Observen el ejemplo:
transplante: Hacer salir de un lugar o país a personas desterradas en él, para asentarlas en otro.
arraigadas
atroz: Fiero, cruel, humano.
impasible: Incapaz de padecer o sentir, diferente, imperturbable.
malva: De color rosa pálido tirando a rosáceo, como la flor de la malva.
hurañas: Que huyen y se esconden con las gentes.
eclipsando: Oscureciendo, luciendo, venciendo, superando.
decrépitos: Sumamente viejo, dicho de una persona que por su juventud suele tener muy disminuidas las facultades, que ha llegado a su última decadencia.
veraneantes: Turistas que pasan las fiestas de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside.
extasiándose: Maravillándose. Sentimiento de placer o admiración tan impreciso que impide
apartar la atención. Estado del alma enteramente embargada por un sentimiento de admiración,
alegría, etcétera.
3. Encuentren el significado de cinco palabras más que les resulten particularmente difíciles.
Posteriormente, a semejanza del ejercicio anterior, cambien a la definición una palabra clave y
dénselo a resolver a un compañero.
134
¿De qué se
trató?
En equipo, respondan las siguientes preguntas. Luego compartan sus
respuestas con otros compañeros.
Sobre el relato “El transplante”:
¿Cuál ha sido la impresión que les ha producido la lectura de este cuento?
Narren con sus propias palabras el tipo de transplante que se realizó.
¿Qué les ha gustado o disgustado del relato? ¿Por qué?
Sobre el cuento “Venusinas”:
¿Cuál era el propósito de los habitantes de Venus al enviar sólo venusinas y no venusinos?
¿Por qué esperaron cincuenta años los venusinos para llegar a la Tierra?
¿Qué opinan sobre el relato? ¿Qué fue lo que les agradó y qué no les gustó?
Por lo que se refiere al relato “La criatura”:
¿Por qué creen que se llama así? ¿Quién era la criatura?
¿Qué clase de planeta era el que fue utilizado como lugar para veranear? Señalen sus características.
¿Qué opinan sobre el desenlace? ¿Les parece sorpresivo? Imaginen otro final y coméntenlo.
135
Y tú,
¿qué opinas?
1. Contesten lo que se solicita. Al terminar, comparen sus respuestas
con otros compañeros.
¿Cuál fue la causa del trasplante? El castigo es justificado o ¿les parece un exceso?
¿Por qué creen que la obra “Venusinas” se llama así? ¿Tendrá algo que ver Venus la diosa del amor?
Según lo leído, ¿a qué creen que hayan venido a la Tierra los habitantes de Venus? y ¿por qué?
¿La historia de “La criatura” podría ser una alegoría de cómo nos estamos acabando nuestro planeta y a
su vez que éste nos puede “comer” algún día? Argumenten su respuesta.
¿Qué sensación les causó la lectura de “La criatura”? ¿Piensan que los planetas están vivos?
2. De acuerdo con las preguntas comentadas, escriban una conclusión en la que expongan las diferencias
y/o semejanzas encontradas en los cuentos anreriores: género, temática, tipo de personajes, lugares,
etcétera.
3. Discutan su escrito con otros equipos.
136
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
El cuento al revés
Con esta actividad se pretende que observen cómo un simple adjetivo cambia el sentido
de la historia. Trabajen como sigue:
a) Basándose en las tres historias presentadas, cambien el papel, las características y las
acciones que habitualmente realizan los personajes; por ejemplo:
—El mago del cuento “El transplante” se puede convertir en un personaje sensible y, al contrario, el acusado podría ser impasible.
Se pueden inventar muchas combinaciones. Lo importante es que se den cuenta de las
alteraciones introducidas, que aprecien el cambio de situación si de repente un cuento no
transcurre en el planeta Tierra sino en Júpiter, por ejemplo.
b) Compartan sus cuentos al revés con otros equipos.
137
La tigresa
Bruno Traven
138
E
n cierto lugar del estado de Michoacán vivía una joven
a quien la naturaleza le había ofrendado todos esos
dones que pueden contribuir grandemente a la confianza
en sí misma y a la felicidad de una mujer.
Bruno Traven
(1882-1969)
Escritor alemán, cuya vida transcurrió envuelta en un halo de
misterio, se ha convertido, por
derecho propio, en un personaje
de novela. Los límites de su
personalidad, doble o triple,
se mantienen indefinidos. En
1969, las cenizas de un hombre
llamado Tosvan Traven fueron
esparcidas en la selva de Chiapas;
seguramente eran las del que
escribió con el seudónimo de
Bruno Traven. Él, por decisión
propia, decidió mantenerse al
margen de toda publicidad y
llevar una vida sencilla, la de
un ser humano común. Entre
sus libros están: El tesoro de la
Sierra Madre, cuyo argumento
sirvió para filmar la película del
mismo nombre; Macario, Puente
en la selva, El barco de la muerte, y
Canasta de cuentos mexicanos de
donde se tomó el relato.
139
Era un ser afortunado pues además poseía una cuantiosa herencia heredada de
su padre. No era de sorprender, pues, que por su extraordinaria belleza y aún más
por su considerable fortuna, fuera muy codiciada por los jóvenes de la localidad con
aspiraciones matrimoniales.
El problema era que Luisa no sólo poseía todos los defectos inherentes a las
mujeres, sino que acumulaba algunos más. Para dar una idea más precisa de su
carácter, habría que agregar la ligereza con que se enfurecía y hacía explosión
por el motivo más insignificante y baladí. Y hasta sus mismos padres se retiraban a
sus habitaciones y aparecían cuando calculaban que ya se le había pasado el mal
humor.
El significado de la palabra “obediencia” no existía para ella. Nunca obedeció,
pero también hay que aclarar que nunca alguien se preocupó o insistió en que lo
hiciera.
A pesar de su mal genio, los pretendientes revoloteaban a su alrededor como las
abejas sobre un plato lleno de miel. Pero ninguno, no importa qué tan necesitado se
encontrara de dinero, o qué tan ansioso estuviera de compartir su cama con ella,
se arriesgaba a proponerle un compromiso formal antes de pensarlo detenidamente.
Sucedió que en ese mismo estado de Michoacán vivía un hombre que hacía
honor al nombre de Juvencio Cosío. Tenía un buen rancho no muy lejos de la
ciudad donde vivía Luisa. Él no era precisamente rico, pero sí bastante acomodado,
pues sabía explotar provechosamente su rancho y sacarle pingües utilidades. Tenía
unos treinta y cinco años de edad, era de constitución fuerte, estatura normal, ni
bien ni mal parecido…
Cierto día en que tuvo la necesidad de comprar una silla de montar, pues la
suya estaba muy vieja y deteriorada, montó su caballo y fue al pueblo en busca de
una. Así fue como llegó a la talabartería de Luisa, donde vio las sillas mejor hechas
y más bonitas de la región.
Ella manejaba personalmente la talabartería que heredara, primero, porque
había sido el deseo de su padre el que el negocio continuara funcionando, y
segundo, porque le gustaba mucho todo lo concerniente a los caballos. Luisa se
encontraba en la tienda cuando Juvencio llegó y se detuvo a ver las sillas que
estaban en exhibición a la entrada, en los aparadores y colgadas en las paredes por
fuera de la casa.
Ella, desde la puerta, lo observó por un rato. De improvisto Juvencio desvió
la vista y se encontró con la de Luisa. Ella le sonrió abiertamente. Juvencio,
agradablemente sorprendido por la franca sonrisa de Luisa, se acercó y dijo:
—Buenos días, señorita. Deseo comprar una silla de montar.
—Todas las que usted guste, señor —contestó Luisa—. Pase usted y vea también
las que tengo acá adentro. Quizá le guste más alguna de estas otras. Juvencio revisó
140
todas las sillas detalladamente pero, cosa rara, parecía haber perdido la facultad de poder
examinarlas cabalmente. Sus pensamientos estaban muy lejos de lo que hacía.
Cuando repentinamente volteó otra vez a preguntar algo a Luisa, comprendió que ésta
lo examinaba tan cuidadosamente como él lo hacía con las sillas. Sorprendida en esta
actitud, ella trató de disimular, y se sonrojó.
Después de largo rato (ninguno de los dos tenía noción del tiempo transcurrido),
haciendo un gran esfuerzo, dijo:
—Creo que me voy a llevar ésta. Sin embargo, debo pensarlo un poco más, si me la
aparta hasta mañana, yo regreso y le decidiré definitivamente. ¿Le parece?
Mientras cabalgaba de regreso, Juvencio llevaba dibujaba en su mente la encantadora
sonrisa de Luisa, y cuando por fin llegó a su casa, se sintió irremediablemente enamorado.
Al siguiente día otra vez empezaron por ver sillas y arreos, pero tal y como el día
anterior, la conversación pronto se desvió y platicaron largamente sobre distintos temas
hasta que él se dio cuenta con pena que las horas habían volado y que no había más
remedio que comprar la silla, despedirse e irse.
Cuando ella había recibido el dinero y, por lo tanto, el trato se consideraba
completamente cerrado, Juvencio dijo:
—Señorita, hay algunas otras cosas que necesito, tales como mantas y guarniciones.
Creo que tendré que regresar dentro de unos días a verla.
—Ésta es su casa, caballero. No deje de venir cuando guste. Siempre será
bienvenido.
—¿Lo dice de veras, o sólo como una frase comercial?
—No —rió Luisa—, lo digo de veras, y para demostrárselo lo invito a almorzar a
mi casa.
En la mañana del tercer día, Juvencio regresó. Esta vez a comprar unos cinchos. Y
desde ese día se aparecía por la tienda casi cada tercer día a comprar o a cambiar algo, a
ordenar alguna pieza especial o a la medida. Y ya era regla establecida el que siempre se
quedara después a almorzar en casa de Luisa.
Tras estas visitas, Juvencio se presentó una tarde muy formalmente a pedir la mano de
Luisa a la abuela y a la tía con las que vivía la joven.
Naturalmente, Juvencio antes lo había consultado con Luisa, y como ésta tenía ya lista
su respuesta desde hacía tiempo, contestó simplemente: —Sí. ¿Por qué no?
A la semana de estar comprometidos, Juvencio platicaba una mañana con Luisa en la
tienda. La conversación giró sobre sillas de montar, y Juvencio dijo:
—Pues mira, Licha; a pesar de que tienes una talabartería, la verdad es que no sabes
mucho de esto.
—¡Desde que nací he vivido entre sillas, correas y guarniciones, y ahora me vienes a
decir tú en mi cara que yo no conozco de pieles!
—Sí, eso dije, porque ésa es mi opinión sincera —contestó Juvencio calmadamente.
141
—¡Mira! No te pienses ni por un segundo que me puedes ordenar, ni ahorita, ni
cuando estemos casados, que pensándolo bien, no creo que lo estaremos. A mí nadie
me va a mandar, y más vale que lo sepas de una vez, para que te largues de aquí y
no te aparezcas más, si no quieres que te aviente con algo y te mande al hospital a
recapacitar tus necedades.
—Está bien, está bien. Como tú quieras —dijo él.
Al salir Juvencio, ella aventó violentamente la puerta tras él. Juvencio no se retiró
como habían hecho todos los anteriores pretendientes después de un encuentro de
éstos. No, a los cuatro días reapareció por la tienda, y Luisa se sorprendió al verlo cara
a cara en el mostrador. Parecía haber olvidado que ella lo había corrido y que entraba a
la tienda más bien como por costumbre.
Luisa no estuvo muy amigable. Pero también como por costumbre, lo invitó a
almorzar. Por unos cuantos días, todo marchó bien. Pero una tarde ella sostenía que
una vaca puede dar leche antes de haber tenido becerro. Afirmaba haber aprendido
esto en el colegio de los Estados Unidos. Por lo que él contestó:
—Escucha, Licha; si aprendiste eso en una escuela gringa, entonces los maestros
de esa escuela no son más que unos asnos estúpidos, y si todo lo que aprendiste allá es
por el estilo, entonces tu educación deja mucho que desear.
—¡Así que quieres decirme que yo soy una burra, una idiota, que jamás pasé un
examen! Pues déjame decirte una cosa: las gallinas no necesitan de gallo para poner
huevos.
—¡Correcto! —dijo Juvencio—. Absolutamente cierto. Y, ¿sabes?, hasta hay gallos
que ponen ellos los huevos cuando las gallinas no tienen tiempo para hacerlo. Y hay
mulas que pueden parir y también es cierto que hay muchos niños que nacen sin tener
padre.
En oyendo esto, Luisa montó en cólera. Nunca pensó él que el ser humano podía
encolerizarse tanto. Se acercó a la mesa sobre la cual había un grueso jarro de barro.
Lo tomó en sus manos y lo lanzó a la cabeza de su antagonista. La piel se le abrió y la
sangre empezó a correr por la cara de Juvencio en gruesos hilos. Luisa se limitó a reír
sarcásticamente, y viendo a su novio cubierto de sangre, gritó:
—Bueno, espero que esta vez sí quedes escarmentado. Y si aún quieres casarte
conmigo, aprende de una vez por todas que yo siempre tengo la razón, parézcate o no.
Él fue a ver al médico.
Cuando se vio por el pueblo a Juvencio con la cabeza vendada, todos adivinaron
que él y Luisa habían estado muy cerca del matrimonio y que la herida que mostraba
era el epílogo natural e inevitable en tratándose de Luisa. Pero a pesar de todas las
conjeturas y murmuraciones, dos meses después Luisa y Juvencio se casaban.
La fiesta había sido en casa de la desposada y había durado hasta bien entrado
el día siguiente. Cuando al fin se fueron los últimos invitados, la novia se retiró a su
142
recámara, mientras que el novio fue al cuarto que ocupara algunas veces antes de
casarse, cuando por algún motivo permanecía en el pueblo.
A la mañana siguiente la pareja se trasladó al rancho de Juvencio y Luisa
procedió a arreglar las habitaciones de su nueva casa. Llegada la noche, Luisa
se acostó en la nueva, blanca y ancha cama matrimonial. Pero quien no vino
a acostarse a su lado fue su recién adquirido esposo. Nadie sabe lo que Luisa
pensó esa noche. Pero es de suponerse que la consideró vacía e incompleta. Sabía
perfectamente que existe una diferencia entre estar y no estar casada. Pero no
tuvo oportunidad de investigar personalmente esta diferencia, porque también la
siguiente noche permaneció sola.
Sucedió tres días después. La tarde era calurosa y húmeda. Aunque el corredor
tenía un amplio techo salido que lo colocaba por todos lados bajo sombra, estaba
saturado, como todo el ambiente de un bochorno pesado y sofocante. En el
inmenso patio no parecía moverse ni la más insignificante hierba.
No muy lejos, en el mismo corredor, en un aro colgado de una de las vigas
del techo, descansaba un loro perezoso. De vez en cuando soltaba alguna
ininteligible palabra, tal vez soñando en voz alta.
Sobre el peldaño más alto de la obra de la corta escalera del patio al corredor,
un gato dormía profundamente. Allí estaba plácidamente teniendo con esa
indiferencia que poseen ciertos bichos que no tienen que preocuparse por la
seguridad de sus vidas o por la regularidad de sus comidas.
Bajo la sombra de un frondoso árbol en el patio, podía verse amarrado a
Prieto, el caballo favorito de Juvencio, y a unos cuantos pasos, sobre un banco
viejo de madera, la silla de montar. El caballo también dormía.
Juvencio, pensativo, pues hasta un mediano observador podía notar que un
grave problema lo perturbaba, recorrió con la mirada el cuarto que parecía ante
sus ojos. Observó primero al loro, después al gato, y por último al caballo.
Esto trajo a su mente un cuento entre los muchachos que su apreciadísimo
y querido profesor de gramática avanzada, don Raimundo Sánchez, le había
contado un día en clase. El cuento había sido escrito en 1320 y tenía algo que ver
con una mujer indomable que insistía siempre en mandar sólo ella.
“El cuento es mucho, muy antiguo —pensó Juvencio— pero puede dar
resultado igual hoy que hace seiscientos años. ¿De qué sirve un buen ejemplo en
un libro si no puede uno, servirse de él para su propio bien?”
Cambió su silla mecedora de posición y, la colocó de tal modo que podía
dominar con la vista todo el patio. De pronto clava su vista en el perico, que
amodorrado se mece en su columpio a sólo unos tres metros de distancia, y le
grita, con voz de mando:
—¡Oye, loro! ¡Ve a la cocina y tráeme un jarro de café! ¡Tengo sed!
143
El loro, despertando al oír aquellas palabras, se rasca el pescuezo con su patita,
camina de un lado a otro dentro de su aro y trata de reanudar su interrumpida
siesta.
—¿Conque no me obedeces? ¡Pues ya verás!
Diciendo esto desenfundó su pistola, que acostumbraba traer al cinturón.
Apuntó el perico y disparó. Juvencio colocó la pistola sobre la mesa después de
hacerla girar un rato en un dedo mientras reflexionaba. Acto seguido miró al gato,
que estaba tan profundamente dormido que ni siquiera se le oía ronronear.
—¡Gato! —gritó Juvencio—. ¡Corre a la cocina y tráeme café! ¡Muévete!
Tengo sed.
Desde que su marido se había dirigido al perico pidiéndole café, Luisa había
volteado a verlo, pero había interpretado la cosa como una broma y no había
puesto mayor atención al asunto. Pero al oír el disparo, alarmada, se había dado
media vuelta en la hamaca y levantado la cabeza. Después había visto caer al
perico y se dio cuenta de que Juvencio lo había matado.
—¡Ay, no! —había murmurado en voz baja—. ¡Qué barbaridad!
Ahora que Juvencio llamaba al gato, Luisa dijo desde su hamaca:
—¿Por qué no llamas a Anita para que te traiga el café?
—Cuando yo quiera que Anita me traiga el café, yo llamo a Anita; pero cuando
quiera que el gato me traiga el café, llamo al gato. ¡Ordeno lo que se me pegue la
gana en esta casa!
—Está bien, haz lo que gustes.
Luisa, extrañada, se acomodó de nuevo en su hamaca.
—Oye, gato. ¿No has oído lo que te dije? —rugió Juvencio.
El animal continuó durmiendo con absoluta confianza. Cuando ni siquiera se
movió para obedecer su orden, cogió la pistola, apuntó y disparó. El gato trató de
brincar, pero, imposibilitado por el balazo, dio una vuelta y quedó inmóvil.
—Belarío —gritó Juvencio enseguida, mirando hacia el patio.
—Sí, patrón; vuelo —vino la respuesta del mozo, desde uno de los rincones
del patio—. Aquí estoy, a sus órdenes, patrón.
Cuando el muchacho se había acercado hasta el primer escalón, sombrero de
paja en mano, Juvencio le ordenó:
—Desata al Prieto y tráelo aquí.
—¿Lo ensillo, patrón?
—No, Belario. Yo te diré cuando quiera que lo ensilles.
El mozo trajo el caballo y se retiró enseguida. La bestia permaneció quieta
frente al corredor. Juvencio observó al animal un buen rato, mirándolo como lo
hace un hombre que tiene que depender de este noble compañero para su trabajo
y diversión, y a quien se siente tan ligado como a un íntimo y querido amigo.
144
El caballo talló el suelo con su pezuña varias veces, esperó un rato serenamente
y percibiendo que sus servicios no eran solicitados en ese momento, intentó regresar
en busca de sombra bajo el árbol acostumbrado. Pero Juvencio lo llamó:
—Escucha, Prieto; corre a la cocina y tráeme un jarro de café.
Al oír su nombre, el animal se detuvo alerta frente a su amo, y se quedó allí
sosegadamente.
—¿Qué te pasa? ¡Me parece que te has vuelto completamente loco! —dijo Luisa,
abandonando la hamaca, sobresaltada. En su tono de voz notábase una mezcla de
sorpresa y temor.
—¿Loco, yo? —contestó firmemente Juvencio—. ¿Por qué he de estarlo? Éste es
mi rancho y éste es mi caballo. Yo ordeno en mi rancho lo que se me antoje igual
como tú lo haces con los criados.
Luego volvió a gritar furioso:
—¡Prieto! ¿Dónde está el café que te pedí?
Tomó nuevamente el arma en su mano, colocó el codo sobre la mesa y apuntó
directamente a la cabeza del animal. En el preciso instante en que un fuerte
golpe sobre la misma mesa en que se apoyaba le hizo desviar su puntería. El tiro,
extraviado, no tuvo ocasión de causar daño alguno.
—Aquí está el café —dijo Luisa, solícita y temblorosa—. ¿Te lo sirvo?
Juvencio, con un aire de satisfacción en su cara, guardó la pistola en su funda
y comenzó a tomar su café. Una vez que hubo terminado, colocó la taza sobre la
bandeja, y, levantándose, gritó a Belario:
—¡Ensilla el caballo¡ Voy a darle una vuelta al trapiche, a ver, cómo van allá los
muchachos.
Al aparecer Belario jalando el caballo ya ensillado, Juvencio, antes de montarlo,
lo acarició afectuosamente, dándole unas palmaditas en el cuello. De pronto rayó el
caballo y, dirigiéndose a ella, le gritó autoritariamente:
—Regreso a las seis y media. ¡Ten la cena lista a las siete! ¡En punto! —Y
repitiendo con voz estentórea, agregó—: ¡He dicho en punto! Espoleó su caballo
y salió a galope.
Luisa no tuvo tiempo de contestar. Apretó los labios y tras un rato, confusa, se
sentó en la silla que había ocupado antes Juvencio. De pronto, como volviendo en sí,
iluminó su cara con una sonrisa y se levantó de su asiento. Fue directamente hacia la
cocina.
Cuando esa noche Juvencio hubo terminado su café y su ron, dobló la servilleta
lenta y meticulosamente. Antes de abandonar el comedor dijo:
—Estuvo muy buena la cena. Gracias.
—Qué bueno que te agradó. —Con estas palabras, Luisa se levantó y se retiró a
sus habitaciones.
145
Faltaban dos horas para la medianoche, cuando tocaron a la puerta de su
recámara.
—¡Pasa! —balbuceó Luisa con expectación.
Juvencio entró. Se sentó a la orilla de la cama y, acariciándole la cabeza, dijo:
—Qué bonito cabello tienes.
—¿De veras?
—Sí, y tú lo sabes.
Pronunciadas estas palabras, cambió por completo su tono de voz.
—¡Licha! —dijo con voz severa—. ¿Quién da las órdenes en esta casa?
—Tú, Vencho. Tú, naturalmente —contestó Luisa, hundiéndose en los suaves
almohadones.
—¿Queda perfectamente aclarado?
—Absolutamente.
—Lo digo mucho muy en serio. ¿Entiendes?
—Sí, lo comprendí esta tarde. Por eso te llevé el café. Sabía que después de
matar del Prieto seguirías conmigo…
—Entonces que nunca se te olvide.
—Pierde cuidado. ¿Qué puede hacer una débil mujer como yo?
Él la besó. Ella lo abrazó, atrayéndolo cariñosamente a su lado.
Bruno Traven, “La Tigresa” (versión reducida), en Canasta de cuentos mexicanos, México: Compañía General de Editores,
1970, pp. 81-96.
146
Lo que dicen
las palabras
En las siguientes frases cambien la palabra subrayada por un sinónimo. Cuiden que éste conserve el sentido original. Después construyan una frase nueva, coherente, con la palabra original. Observen
el ejemplo:
Frase original: Habría que agregar la ligereza con que se enfurecía y hacía explosión por el motivo más
insignificante y baladí.
Sinónimo: sin importancia
Frase cambiada: Habría que agregar la ligereza con que se enfurecía y hacía explosión por el
motivo más insignificante y sin importancia.
Frase nueva: Ser inmortal es baladí; menos el hombre, las criaturas lo
son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse mortal.
Frase original: Sabía explotar provechosamente su rancho y sacarle pingües utilidades.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: Al siguiente día otra vez empezaron por ver sillas y arreos.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: Luisa se limitó a reír sarcásticamente.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: Bueno espero que esta vez sí quedes escarmentado.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
147
Frase original: De vez en cuando soltaba alguna ininteligible palabra.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: Al oír su nombre, el animal se detuvo alerta frente a su amo, y se quedó allí sosegadamente.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: —Aquí está el café —dijo Luisa, solícita y temblorosa—.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: Voy a darle una vuelta al trapiche, a ver cómo van allá los muchachos.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: —Y repitiendo con voz estentórea, agregó—:
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
Frase original: —Señorita, hay algunas otras cosas que necesito, tales como mantas y guarniciones.
Sinónimo:
Frase cambiada:
Frase nueva:
148
¿De qué se
trató?
En trabajo de equipo, realicen lo que se solicita.
Investiguen cuál es la historia que recordó Juvencio y de la que se sirvió para “educar” a Luisa.
¿Qué objetivo perseguía Juvencio con las acciones que realizó con el perico y el gato?
¿Por qué Juvencio no llegó a sacrificar al caballo?
¿Qué aprendió Luisa esa tarde, tres días después de su matrimonio?
Hagan predicciones sobre cómo será la relación de pareja de Juvencio y Luisa, a partir de la conversación que
sostuvieron en la noche. ¿Realmente ella va a cambiar su manera de ser?, ¿por qué sí o por qué no?, ¿llevará
Juvencio, a partir de ese momento “los pantalones” en el hogar?
William Shakespeare trató ese mismo tema en una de sus comedias. Investiguen cuál es y con qué nombre la
escribió. Fue llevada al cine en México y protagonizada por María Félix y Pedro Armendáriz.
Actualmente ¿creen que sigue funcionando ese tipo de relación de pareja? Fundamenten.
149
Y tú,
¿qué opinas?
1. Individualmente, localicen y subrayen, dentro del texto de “La tigresa”, mínimo cinco frases que consideren que hablan sobre las tradiciones, costumbres, educación y roles sociales. Transcríbanlas en las
siguientes líneas:
2. Busquen y transcriban los textos donde piensen que se describa o mencione lo escrito en la columna “frases”:
Frases
Textos en donde se describe o menciona:
La relación entre Juvencio
y el Prieto.
El ambiente que se sentía la
tarde en que Juvencio se puso
a dar de balazos.
Descripción de Luisa.
En la que Licha le aclara a Juvencio que nunca nadie le va a dar
órdenes.
Cómo concluyo la segunda
ocasión que Juvencio y Luisa
tuvieron diferencia de opiniones.
La forma en que se llamaban
mutuamente Juvencio y Luisa.
150
3. Retomen las frases anteriores y con ellas vuelvan a escribir la obra que acaban de leer, empleando sus
propias palabras y adaptándola al tiempo actual.
4. Enriquezcan la biografía de Bruno Traven presentada en este libro, principalmente su obra literaria y
temática. Trabajen en su cuaderno.
5. Con las respuestas a los ejercicios anteriores contesten: ¿Cómo piensan que influyeron las vivencias del
autor, Bruno Traven, en su obra y cómo se refleja en particular en lo que acaban de leer? Justifiquen su
respuesta.
6. Compartan sus respuestas con su profesor y compañeros de clase.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Lotería de pequeños textos
Con este cuento jugarán una Lotería. Se organizarán de la siguiente manera:
Cada participante hará una lectura cuidadosa del cuento.
Formarán equipos y dentro de éstos, estén seguros de haber comentado el contenido del relato.
Cada participante dividirá en nueve recuadros una hoja tamaño carta que tendrán un tamaño regular.
Sin consultar de nuevo la lectura cada uno tomará, de la totalidad del relato, seis escenas o episodios
que le parezcan relevantes. Los redactará con sus propias palabras y los escribirá en forma azarosa en
los distintos recuadros.
El profesor leerá en voz alta el relato y a medida que se menciona algo de lo que está anotado en los
recuadros, el dueño del cartón de lotería lo hará saber, lo leerá como él lo escribió y si está correcto lo
señalará tachándolo.
El primero que llene su cartón con taches o que éstos formen una L, será el ganador.
151
La casa
nueva
Silvia Molina
152
C
laro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como
mi papá. No me diga que fue un soñador; era un enfermo
—con el perdón de usted—. ¿Qué otra cosa? Para mí, la
fortuna está ahí o, de plano, no está. Nada de que nos
vamos a sacar la lotería. ¿Cuál lotería? No, mamá. La
vida no es ninguna ilusión; es la vida, y se acabó. Está
bueno para los niños que creen en todo: “Te voy a traer
la camita”, y de tanto esperar, pues se van olvidando.
Aunque le diré. A veces, pasa el tiempo y uno se niega a
olvidar ciertas promesas; como aquella tarde en que mi
papá me llevó a ver la casa nueva de la colonia Anzures.
153
Silvia Molina
(1946- )
Nació en la ciudad de México.
Estudió Antropología en la Escuela Nacional de Antropología
e Historia (ENAH) y Letras Hispánicas en la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM).
Es narradora, ensayista, editora
y académica. Fue becaria del
Centro Mexicano de Escritores
(1979-1980) y recibió el premio
Xavier Villaurrutia en 1977. Entre
sus obras están: La mañana debe
seguir gris, Leyendo en la tortuga,
Asención Tun, La familia vino del
norte, Dicen que me case yo y El
amor que me juraste.
El trayecto en el camión, desde la San Rafael, me pareció diferente, mamá.
Como si fuera otro... Me iba fijando en los árboles —se llaman fresnos, insistía
él—, en los camellones repletos de flores anaranjadas y amarillas —son girasoles y
margaritas—, decía.
Miles de veces habíamos recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta
Gutemberg. La amplitud y la limpieza de las calles me gustaban cada vez más. No
quería recordar la San Rafael, tan triste y tan vieja: “No está sucia, son los años”,
repelaba usted siempre, mamá. ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra
privada sin intimidad y sin agua.
Mi papá se detuvo antes de entrar y me preguntó: —¿Qué te parece? Un sueño,
¿verdad?
Tenía la reja blanca, recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa
nueva... La cuidaba un hombre uniformado. Se me hizo tan... igual que cuando
usted compra una tela: olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.
Abrí bien los ojos, mamá. Él me llevaba de aquí para allá de la mano.
Cuando subimos me dijo:
—Ésta va a ser tu recámara.
Había inflado el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción.
Para mi solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una
puerta, él se apresuró:
—Para que guardes la ropa.
Y la verdad, la puse allí, muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos
colgados, y mis tesoros en aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama
del gusto, pero él me detuvo y abrió la otra puerta:
—Mira —murmuró—, un baño.
Y yo me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo
para que el agua lo arrullara.
Luego me enseñó su recámara, su baño, su vestidor. Se enrollaba el bigote
como cuando estaba ansioso. Y yo, mamá, la sospeché enlazada a él en esa
camota —no se parecía en nada a la suya—, en la que harían sus cosas sin que
sus hijos escucháramos. Después, salió usted recién bañada, olorosa a durazno, a
manzana, a limpio. Contenta, mamá, muy contenta de haberlo abrazado a solas,
sin la perturbación ni los lloridos de mis hermanos.
Pasamos por el cuarto de las niñas, rosa como sus mejillas y las camitas
gemelas; y luego, mamá, por el cuarto de los niños que “ya verás, acá van a poner
los cochecitos y los soldados”. Anduvimos por la sala, porque tenía sala; y por
el comedor y por la cocina y por el cuarto de lavar y planchar. Me subió hasta la
azotea y me bajó de prisa porque “tienes que ver el cuarto para mi restirador”. Y lo
encerré ahí para que hiciera sus dibujos sin gritos ni peleas, sin “niños cállense que
su papá está trabajando, que se quema las pestañas de dibujante para darnos de
comer”.
No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría
a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos de
mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno de los
baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces, la escalera de piedra y la de
caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor. Allí
esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del bebé, y
mientras también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
154
En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de la mugre
en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar. Yo voy a tener
mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos...
No sé qué me dio por soltarme de su mano, mamá. Corrí escaleras arriba, a mi
recámara, a verla otra vez, a mirar bien los muebles y su gran ventanal; y toqué la cama
para estar segura de que no era una de tantas promesas de mi papá, que allí estaba todo
tan real como yo misma, cuando el hombre uniformado me ordenó:
—Bájate, vamos a cerrar.
Casi ruedo las escaleras; el corazón se me salía por la boca.
—¿Cómo que van a cerrar, papá? ¿No es mi recámara?
Ni con el tiempo he podido olvidar: ¡que iba a ser nuestra cuando se hiciera la rifa!
Silvia Molina, “La casa nueva”, en Dicen que me case yo, México: Cal y Arena, 1991, pp. 13-15.
Lo que dicen
las palabras
De acuerdo con el contexto en que aparecen las siguientes oraciones en la lectura anterior, elijan el sinónimo que
sustituya la palabra resaltada. Escríbanla sobre la línea.
Claro que no creo en la suerte, mamá.
azar
riesgo
infortunio
Para mí, la fortuna está ahí, o de plano, no está.
dinero
patrimonio
ventura
esperanza
prisión
La vida no es ninguna ilusión.
desesperanza
Pasa el tiempo y uno se niega a olvidar ciertas promesas.
olvidos
juramentos
prominencias
Me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa.
irreflexión
idea
penumbra
Escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
canción
escrito
poema
155
¿De qué se
trató?
1. Identifiquen la estructura y elementos del relato “La casa nueva”.
Escriban sucintamente, en cada recuadro, cómo se hizo lo que se
anuncia.
Título del cuento:
Nombre y nacionalidad del autor:
Asunto del relato (¿de qué se trata: planteamiento, desarrollo, clímax y desenlace):
Ambiente físico donde ocurre la narración (¿en qué lugares se desarrolla la acción?):
Ambiente social (¿de qué condición social son los personajes?):
Tiempo en que se desarrollan las acciones (una o varias horas, días, meses…):
Personajes (¿quién es el personaje protagonista, los secundarios y los incidentales?):
Narrador (¿qué tipo de narrador cuenta la historia: testigo, protagonista, omnisciente?):
2. Comparen su esquema con otros compañeros y, si es pertinente, hagan las modificaciones necesarias.
156
Y tú,
¿qué opinas?
Respondan estas preguntas individualmente. Al finalizar, comparen sus respuestas con otros compañeros.
¿Cómo juzga la narradora a su padre? ¿Qué adjetivos le aplica? ¿Están de acuerdo con ella?
¿Qué reflexiones sobre lo que es la vida llevan a recordar a la narradora a contar ese episodio de su vida?
¿Qué piensan de la manera de actuar del padre de la narradora? En su lugar, ¿hubieran hecho ustedes lo
mismo?
¿Están de acuerdo con la manera de pensar de la narradora en cuanto a: “La vida no es ninguna ilusión; es
la vida, y se acabó”? ¿Por qué?
¿Qué otro título le pondrían al cuento? Fundamenten su respuesta.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Diálogo de personajes
Esta dinámica se lleva a cabo primero en forma oral y frente a todo el grupo. Posteriormente, se puede hacer un trabajo escrito individual.
Los dos personajes que dialogarán son Luisa, la protagonista de “La tigresa” y, Silvia, así
llamaremos al personaje de “La casa nueva”, para ello:
a) Comenten, mediante una lluvia de ideas, sobre la personalidad de esos dos personajes:
cómo los imaginan física y sicológicamente
por qué vivieron sus historias en la forma que lo hicieron
qué piensan ustedes de la manera como el autor las hizo actuar.
b) Investiguen qué es un diálogo y cómo se escribe.
c) Escriban en su cuaderno un diálogo creativo entre Silvia y Luisa y denlo a conocer a sus
compañeros de grupo.
157
El prado
de los
cinco dueños
Pablo Zapata Lerga
J
unto al río Guadalquivir, cerca de la ciudad de Sevilla, a ambos
lados de sus orillas, se extendía un prado alargado. Parecía que
dormía agradecido y confiado en aquella tarde en que exhalaba
su olor a yerba recalentada.
158
Pablo Zapata Lerga
(1946- )
Nació en Navarra, España. Realizó
estudios de Filología Hispánica y,
actualmente, es profesor de Literatura. Ha proyectado y puesto
en marcha más de 50 Bibliotecas
Escolares. Es escritor de ensayos
y narrativa. Entre sus obras se
encuentran: ¿Adiós a la gramática?, Proceso al gramaticalismo,
La cueva del Toloño, Memorias de
un niño de pueblo, La abadía del
Toloño y Bensur, el relojero.
159
Pasó por allí un pintor y, al ver el césped con tantas tonalidades en su
gama verde, pensó que era el color ideal que andaba buscando. Había
hallado aquellos fondos que intuía, sin encontrar, desde hacía largo tiempo.
Sin querer, los tenía allí, en aquel trozo de hierba. La habitación que estaba
pintando para la sultana llevaría aquellos matices, con lo que la joven
tendría la ilusión de vivir dentro de una esmeralda. Y adquiriría fama,
causaría sensación en palacio.
Pasó por allí un ganadero, cuyo negocio iba floreciente. Su clientela
había aumentado y necesitaba ampliar sus pastos. Al contemplar la hierba
fina, tierna y limpia, pensó que aquel prado era lo que necesitaba. Podría
hacerle un riego diario, daría mucha hierba. Las vacas pastarían con su
alma vacuna sosegada y luego podrían rumiar pacientemente. ¡Sería un
buen negocio! Su ganado podría pastar hasta hartarse.
Pasó por allí un moro que anhelaba su tierra africana. No hacía más que
trabajar y más trabajar. Cuando vio el verdor del prado reverberando a los
últimos rayos del arrebol y los árboles reflejándose en las aguas, se acordó
con nostalgia de su infancia, del ambiente de los oasis africanos en sus años
jóvenes. De niño, en su tierra, los adultos fumaban la pipa al caer el sol.
¡Qué bien se encontraría allí, tumbado, sin pensar en nada, con una larga
pipa mirando vagamente al horizonte y un gran vaso de té amargo como
el que se hace en el desierto! Aquel rincón le pareció un retazo del paraíso
prometido. Solamente faltaban los oasis con sus palmeras, dátiles y las
huríes bailando la danza de los velos.
Pasó por allí un afamado arquitecto, rico en ideas, aunque pobre en
suerte. Había hecho algunas construcciones, pero no aquella que le hubiera
gustado, su gran obra, la que tenía dentro de su cerebro y soñaba con
realizar algún día. Al ver el entorno, el prado con sus dimensiones precisas
y el río acunando el ambiente, imaginó la edificación que podría hacer, su
obra soñada. Construiría un edificio circular de doble planta, con minaretes
y una fuente en medio. Lo rodearía con árboles gigantes, espejos y cataratas
nunca vistas caerían desde lo más alto, alimentadas por una noria movida
por la misma corriente del río. Si compraba la finca a buen precio, el
negocio estaba asegurado. ¡Era la oportunidad de su vida!
Por allí pasó un poeta. Iba refrescando su rostro con el agua de una
cantimplora. Sus ojos se perdían en la superficie plácida del agua y sus
160
alrededores. Durante un largo rato estuvo contemplando el fluir de la
corriente, sólo eso, verla fluir. Ante aquel entorno alfombrado en el
que descansaban las ninfas del río, se sintió transformado a un mundo
de belleza. Se sentó en un murete y se quedó largo rato observando el
contraste entre el prado y una elegante bugambilia que trepaba juguetona
por la pared. A medida que giraba el sol, los destellos de la hierba iban
cambiando. Por momentos era un verdemar ondulante ligeramente rizado;
luego, al venir los rayos de costado, la superficie se tornaba verdiblanca;
al oscilar la brisa, semejaba una nube aleteante de hormigas aladas, una
mano peinando las crines de la pradera. La luz se fue apagando, el tono
se fue haciendo oliváceo, más triste, casi negro. El poeta oía el silencio
de sabor a campo en el atardecer de hierba recalentada. El poeta respiró
hondo, fuerte, despacio, como si toda la visión hubiera sido un regalo. Se
marchó canturreando una canción, mordisqueando una brizna entre los
dientes.
—Maestro, ¿qué había en el prado verde? ¿Había tantas cosas? —le
pregunté.
—El prado no es más que un prado.
—Y lo que cada uno ha visto, ¿dónde está? ¿Estaba allí o lo llevaba
dentro cada persona?
—Adivínalo tú, que ya sabes la respuesta.
Pablo Zapata Lerga, “El prado de los cinco dueños”, en Relatos de la tierra y el entorno. Madrid: Popular, 1988,
pp. 51-54. (Letra Grande)
161
Lo que dicen
1. Encuentren, en la sopa de letras, estas diez palabras que aparecen en el cuento anterior.
las palabras
sosegada
huríes
i
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y
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u
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h
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x
reverberando
cantimplora
rumiar
minaretes
arrebol
noria
ninfas
oasis
2. Escriban las palabras localizadas frente al significado que le corresponda:
Dicho de la luz, reflejarse en una superficie bruñida.
Quieto, pacífico naturalmente o por su genio.
Máquina para sacar agua de un pozo.
Masticar por segunda vez, volviéndolo a la boca, el alimento que ya estuvo en el depósito que a este efecto tienen algunos animales.
Color rojo de las nubes iluminadas por los rayos del Sol.
Sitio con vegetación y a veces con manantiales, que se encuentra aislado en los desiertos arenosos de África y Asia.
Cada una de las mujeres bellísimas que, según la creencia musulmana, habitan el paraíso de Mahoma.
162
Frasco de metal aplanado y revestido de material aislante para llevar la bebida.
Torres de las mezquitas, por lo común elevadas y poco gruesas, desde cuya altura convoca el
almuédano a los mahometanos en las horas de oración.
Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selvas, etcétera, llamadas con varios
nombres como dríade, nereida, entre otras.
¿De qué se
trató?
Integrados en parejas, den respuesta a las siguientes preguntas. Al finalizar, comparen sus respuestas con otros compañeros.
¿Por qué se llama el relato “El prado de los cinco dueños”?
De todos los “dueños del prado” que aparecen, ¿cuál está más cerca de la que ustedes consideren valioso
en relación con su futuro?
¿Qué reflexión, qué concepto, qué idea fue la que más los impresionó?
¿Qué adjetivos le aplicarían a esta lectura? ¿Cómo la consideran? Escriban un mínimo de tres.
•
Relean el diálogo final y contesten:
—Maestro, ¿qué había en el prado verde? ¿Había tantas cosas? —le pregunté.
—El prado no es más que un prado.
—Y lo que cada una ha visto, ¿dónde está? ¿Estaba allí o lo llevaba dentro cada persona?
—Adivínalo tú que ya sabes la respuesta.
¿Cuál es la respuesta que ya sabe el discípulo? ¿Qué semejanza encuentran entre el diálogo final y el
dicho “Todo depende del cristal con que se mire”?
¿En qué los hizo pensar este relato cuando terminaron de leerlo?
163
Y tú,
¿qué opinas?
En el cuento que leyeron el autor utiliza varias metáforas, es decir,
palabras que se escriben en sentido figurado.
1. Localicen y transcriban seis metáforas y, según su criterio, anoten lo que el autor ha querido decir.
Observen el ejemplo:
Metáfora: “Una mano peinando las crines de la pradera”.
Significa que: El ondular del pasto semeja una cabellera al ser peinada.
Metáfora:
Significa que:
Metáfora:
Significa que:
Metáfora:
Significa que:
Metáfora:
Significa que:
Metáfora:
Significa que:
Metáfora:
Significa que:
164
2. Expliquen con sus propias palabras las siguientes frases. Enseguida contesten cómo se aplican a la
lectura que realizaron.
“Yo soy yo y mi circunstancia”. José Ortega y Gasset
“No se puede entrar dos veces en el mismo río”. Heráclito
“Ver el vaso medio lleno o medio vacío”.
“El horizonte está en los ojos y no en la realidad”. Ángel Ganivet
“La imaginación tiene sobre nosotros mucho más imperio que la realidad”. Jean de la Fontaine
3. Intercambien y discutan sus interpretaciones con otros compañeros.
165
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
Carrera de relevos
Las lecturas “El prado de los cinco dueños” y “La casa nueva” se trabajarán juntas en una carrera de
relevos, para ello, se tendrán leídos y comentados ambos relatos. (Pueden optar por otra selección de lecturas, según su preferencia.)
El juego se organizará de la siguiente manera:
El grupo se dividirá en dos grandes grupos.
Cada equipo preparará el material del juego que corresponda al contenido de uno de los textos propuestos.
Los grupos se denominarán: Equipo 1 y Equipo 2.
Cada integrante del equipo escribirá en una tarjeta algo relacionado con el relato correspondiente: sobre un personaje; la descripción de un lugar en el que sucede algo relevante; el relato
de una escena, de un episodio, de un hecho sobresaliente, etcétera.
Se reúnen todas las tarjetas, se revuelven y se dividen en dos. Se colocan, en igual número, en
dos cajas que se ubican en un extremo del salón y que llevan los números uno y dos correspondientes a cada equipo.
En el otro extremo del aula se colocan otras dos cajas, y en cada una de ellas, se escribe el nombre de cada relato.
Los estudiantes forman dos filas a los lados de los recipientes con las tarjetas. Se ubican junto al
recipiente que tiene el número de su equipo. Previamente, el profesor marcará esas tarjetas con
el número del equipo que va a participar en la carrera. Esto permitirá, después, identificar las
respuestas colocadas en la otra canasta y saber qué equipo fue el más acertado.
A la voz de ¡inicien! El primero de cada fila toma una tarjeta, la lee y debe caminar aprisa, no correr, a depositarla en la canasta que tiene el nombre del relato al que corresponde ese texto. Se
regresa, toca la mano del compañero que ha quedado en primer lugar, y éste toma una tarjeta.
Se repite la operación hasta que todos los alumnos han participado.
El equipo ganador es el que haya tenido el mayor número de aciertos al colocar en el lugar correcto
las tarjetas.
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Notas
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