Traducción de ROSA CUSM1NSKY DE CENDRERO Teoría del valor y de la distribución desde Adam Smith Ideología y teoría económica por Maurice Dobb m sigo veintiuno editores mixteo esparta argewuvi m siglo veintiuno editores, sa AV. CERRO DEL AGUA 2M, UCXICO 70. D.F. siglo veintiuno de españa editores, sa EMILIO RÜ11N ?, MADRID‟!!. ESPAÑA siglo veintiuno argentina editores, sa AV. CORDOBA 3064. «UÍNOS AIRES. ARGENTINA Primera edición en inglés, 1973 © Cambridge Unlversity Press Tftulo de la edición original: Theories of valué and dístribution si tice Adam Smith Primera edición en castellano, febrero de 1975 © Siglo XXI Argentina Editores S.A. en coedición con Siglo XXI Editores S.A. y Siglo XXI de España Editores S.A. Derechos reservados conforme a la ley Impreso en Argentina Printed in Argen- tina ÍNDTCE PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL RECONOCIMIENTOS 1. INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGÍA 2. ADAM SMITH 3. DAVID RICARDO 4. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 5. JOHN STUART MILL 6. KARL MARX 7. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 8. SE REABRE EL DEBATE 9. UNA DÉCADA DE INTENSA CRÍTICA NOTA AL PUNTO II DEL CAPITULO 9 BIBLIOGRAFÍA ÍNDICE ANALÍTICO y al crecimiento, tal como figuran en la página 293 de la presente edición). Pero en este particular, como en otros, espero que los futuros lectores agreguen lo que falta. Cambridge, Inglaterra, marzo de 1974. MAURICE DOBB 1. INTRODUCCION: SOBRE LA IDEOLOGIA I El debate en torno de la cuestión denominada el elemento “ideoló¬gico” en la teoría económica (y en general en la teoría social) ha ido creciendo en los últimos tiempos. Sería tedioso, al ingresar al mismo en esta etapa, embarcarse en la genealogía y búsqueda de una de- finición única y precisa del término. Del mismo es suficiente decir, por el momento, que si bien guardó una relación estrecha con. la “falsa conciencia” hegeliana —que sirve para obstruir la visión que el hombre, tiene de sí mismo y cíeHus" cctflcíieiónes ^Ie existencia-— no debe tomarse de inmediato como un sinónimo de Ta'mísina y aun menos referirlo en forma exclusiva al elemento ilusorio efl el pensamiento (como algunos, por cierto, lo han usado). Sin duda su alusión central se refiere al carácter de relatividad histórica de las ideas, sea que éste se considere nada más que un elemento o aspecto de las mismas o las caracterice en su inte¬gridad. Pero tal relatividad histórica puede abarcar a ambas, per¬cepción interior y parcialidad,1 y esto se deriva quizá de la propia naturaleza de la situación de manera tal como para desafiar cual¬quier separación analítica completa. De todos modos, será esta referencia la que tendremos principalmente en cuenta en lo que sigue. Quizá sea innecesario añadir que cuando se utiliza la pala¬bra “ideología” ella debe referirse al total de un sistema de pensa¬miento o conjunto coordinado de opiniones e ideas —que forman un armazón— o a un grupo de un nivel más alto de conceptos conexos destinados a lograr nociones más específicas y particula¬ 1 Oskar Lange, Political Economy, ed. en inglés (Varsovia y Londres), 1963, 1. 1, pp. 327-330. En su “Note on Ideology and Tendencies in Economic Research”, publicada en International Social Sciences Journal (unesco), t. xvi, n9 4, 1964, p. 525, Oskar Lange escribió lo siguiente: "Las influencias ideológicas no siempre conducen a la degeneración apologética de las cien¬cias sociales. Bajo ciertas condiciones pueden constituir un estímulo para la investigación verdaderamente objetiva”. 14 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN res, análisis, aplicaciones y conclusiones. Como tal, dicha palabra estará relacionada generalmente con ciertas actividades y políticas, pero no siempre de una manera simple, obvia o directa; y para quienes manejan la discusión a un nivel más alto (o más general) la relación puede no ser siempre plenamente consciente y aun menos explícita. En su acepción más general una ideología cons¬tituye o implica un punto de vista filosófico, en nuestro contexto presente una filosofía social, siempre que no se le atribuya una connotación demasiado formal o metodológica. En el campo de la economía política o de la teoría económica, el papel de la ideología (y en forma implícita su definición) ha sido tratado de diversas maneras. En primer lugar, ha sido con¬trastada con la esencia científica del tema, llegándose a considerar a la ideología, por implicación, como la mezcla o acrecencia de postulados éticos y de los llamados “juicios de valor”. De esta manera resulta un elemento extraño en la que debería ser desig¬nada como una investigación objetiva y “positiva”, el cual, aunque de manera inevitable invade la forma de pensar sobre los asuntos prácticos de la mayor parte de la gente, merece ser purificado por un análisis más riguroso y definiciones más precisas. Por lo tanto, la proposición de que en un mercado competitivo los factores de producción forman su precio de acuerdo con su productividad marginal o incremental, se contrapone algunas veces con la afir¬mación de que la gente debe ser recompensada de acuerdo con sus contribuciones a la producción, y se repudia esto último como una intrusión no científica; o, más aún, las teorías respecto de cómo se determina en los hechos la distribución del ingreso se contrastan con postulados referidos a lo que idealmente debería ser. Algunas veces, aunque se conserve en una teoría o en una doctrina este contraste entre el elemento ideológico y el científico, los límites de lo ideológico se extienden hasta incluir otras clases de afirmaciones que las puramente éticas. Las encontramos, por ejemplo, con el nombre de proposiciones 2 “metafísicas”, las cuales a La profesora Joan Robinson ha respondido a la pregunta: “¿Cuáles son los criterios de una proposición ética en oposición a los de una propo-sición científica?„\ con las siguientes palabras: “Si una proposición ideológica se trata de manera lógica, puede ocurrir que se disuelva en chachara carente por completo de sentido, o resulte ser un argumento circular‟'. A estas dos alternativas las identifica la señora Robinson con proposiciones “metafísicas", las cuales admite que “no dejan de tener contenido" y “aunque no pertenez¬can al ámbito de la ciencia, le son sin embargo necesarias” y, en las ciencias sociales por lo menos han “desempeñado un papel importante, quizá indisINTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 15 no tienen cabida apropiada en una teoría científica, puesto que no se las puede testear o desaprobar; sin embargo, desempeñan un» función: la de persuadir a la gente para que adopte determinadas actitudes y lleve a cabo ciertas actividades; Joseph Schumpeter, quien entre los economistas modernos ha hecho quizá la más completa y seria contribución al debate, ha adoptado una actitud más bien diferente —podría decirse tal vez menos simplista— con respecto a esta cuestión.3 Lo que él ha separado con toda precisión y ha denominado en forma pertinente, “visión” —la visión, por ejemplo, de la forma compleja de la reali¬dad y de la naturaleza de los problemas que confronta la huma¬nidad en cualquier situación histórica dada—, es, inevitablemente, ideológica. Por lo tanto, la ideología "se inserta en el primer plano, dentro del acto cognoscitivo preanalítico” y con el necesario co¬mienzo de la teorización penetra . el material provisto por nuestra visión de las cosas”; “esta visión es ideológica casi por definición”, puesto que “incorpora la descripción de las cosas tal como las vemos”.4 La razón que se aduce para ello parece ser en menor medida la perspectiva del acondicionamiento histórico del observador —dado que éste se encuentra limitado en forma inevi¬table por el tiempo, el lugar y la posición que ocupa en la so¬ciedad— que el compromiso emocional que impulsa a los hombres a formarse imágenes placenteras de sí mismos y de su especié; el hecho es que, “la forma en que vemos las cosas puede distinguirse con dificultad de la forma en que deseamos verlas” (aunque se añade que “para la emergencia eventual de alguna cosa para la cual se puede reclamar una validez general, cuanto más honesta e pensable". “Aunque la ideología pueda o no ser eliminada del mundo del pensamiento de las ciencias sociales, en el mundo de acción de la vida social es por cierto indispensable/‟ La noción clásica del “valor” es considerada por ella como “una de las grandes ideas metafísicas, en economía". (Joan Robin¬son, Economic Philosophy, Londres, 1964, pp. 7-9. 29 y siguientes.) Véase también el rechazo de toda la noción clásica (especialmente rtcardiana) del “valor real" por ser de naturaleza “metafísica”, en The PoHtical Eiement in íhe Development of Economic Theory, de Gunnar Myrdal, traducido por Paul Streeten. Londres, 1953, pp. 62-65. Por otra parte, véanse los comen¬tarios al respecto de R. L. Meek, Economics and Ideoiogy and Other Essays. Londres, 1967, pp. 210-215. 3 En forma incidental, Schumpeter comienza negando que la ideología deba equipararse a los “juicios de valor", y dice a este respecto: “Los juicios de valor de un economista revelan con frecuencia su ideología, pero ellos no son su ideología", History of Economic A na!y sis, Nueva York y Londres. 1954. p. 37. 4 Ibid., pp. 41-42. 16 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN ingenua es nuestra visión, más arriesgado resulta"). De aquí, Schumpeter llega a la conclusión de que, mientras la “Economía política” y el “Pensamiento económico” deben en general5 estar condicionados ideológicamente casi en forma inevitable, el “aná¬lisis económico” propiamente dicho, puede ser tratado como algo independiente y objetivo; es decir como un fuerte núcleo de téc¬nicas e instrumentos formales, gobernados por patrones y reglas suprahistóricos, a fin de ser discutidos y apreciados en forma in¬dependiente y con los que se puede componer una historia sepa¬rada que responda, sin ambigüedades, a problemas tales como el de si y “en qué sentido se ha verifica- do „progreso científico‟ entre Mili y Samuelson‟‟.6 Este punto de vista de Schumpeter, calificado y delimitado como lo está por numerosas reservas, se vincula con el punto de vista del análisis económico, más tosco y más honrado de la “caja de herramientas” que es (al menos en su forma moderna) pura¬mente instrumental y que concierne a las técnicas susceptibles de aplicación a una amplia variedad de propósitos y situaciones. Como tal, no tiene interés en los juicios normativos y no se ocupa de los propósitos específicos a los cuales se aplica, ya sea para clarificar los problemas de un monopolio que extrae beneficios, o los de aquellos otros de los planificadores en una economía socialista. Esta concepción deí papel que desempeña el economista puro ha sido promovida, como es natural, por la moda de plantear las pro-posiciones en economía por medio de modelos y formas matemá¬ticas, hasta el punto de haber depurado la materia de nociones, elementos o relaciones que no sean susceptibles de ser cualifica¬das y expresadas en un sistema de ecuaciones. De este intento de separar la técnica económica de su pro¬ducto es por cierto adecuado decir simplemente esto: o bien.c 1 * La economía política se define como “determinados principios uní- ficadores (normativos) tales como los principios del liberalismo económico, del socialismo, y otros” que conducen a la defensa de “un conjunto comprensivo de las políticas económicas'*; al pensamiento económico lo define como “la suma total de las opiniones y deseos concernientes a los sujetos económicos, en especial los que se refieren a la política de! Estado... que, en un tiempo y lugar determinados, flotan en la mente del público” (ibíd., p. 38). * Ibíd., pp. 38-39. En un tono semejante, el profesor J. J. Spengler ha afirmado, con confianza, que “cualesquiera que sean los efectos de la ideología, éstos tienden a disminuir de importancia a medida que la economía madura y alcanza autonomía científica” (citado por R. V. Eagley, ed. Events, Ideology and Economic Theory, Detroit, 1968, p. 175). INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 17 “análisis” del cual habla Schumpeter es una estructura puramente formal, sin ninguna relación con los problemas económicos o con conjuntos de interrogantes a los cuales se les está destinando ésa estructura como respuesta (o como, ayuda para responder) —en cuyo easo * no constituye un conjunto de* afirmaciones o proposi¬ciones con contenido económico alguno— o bien se trata de un sistema lógico diseñado para ser el vehículo de determinadas afir¬maciones respecto de los fenómenos o actividades económicas. Si se trata de lo primero, no puede en verdad identificarse con la historia de las teorías económicas, como las que nos ocupan en este trabajo, porque estas teorías, como lo veremos, están muy interesadas en las proposiciones económicas, aunque a un nivel relativamente general. Si se trata de la segunda de las alternativas que hemos establecido es seguro que no puede separarse de las respuestas a los interrogantes que formula y por lo tanto de la forma real (o supuesta) de los problemas económicos que está destinado a tratar; esto, no obstante lo “rarificada” o abstracta que pueda llegar a ser la estructura de la proposición. En este caso es imposible pretender para ella la “independencia” del con¬tenido y significado económico de las proposiciones que están condicionadas ideológicamente (según lo admite el propio Schum¬peter) y por ende es imposible considerarla como supraideológica. El análisis y la generalización teóricos se construyen en forma in¬variable sobre la base de una clasificación en el sentido de utilizar lo que primero ha sido clasificado como sus.unidades materiales o de cálculo; ¿y qué es la clasificación sino un trazado de límites entre objetos discretos, que a su vez se derivan del patrón estruc¬tural que uno entiende (o cree haber descubierto) en el mundo real? El propio Schumpeter aclara esto en su misma definición de “Visión” —“lo que viene primero en cualquier aventura científi¬ca”— cuando enfatiza que, “antes de embarcarse en un trabajo analítico de cualquier naturaleza, se debe seleccionar el conjunto de fenómenos que se desea investigar, y adquirir, “intuitivamente” una noción preliminar de cómo permanecen éstos cohesionados, o en otras palabras, de lo que desde nuestro punto de vista parecen ser sus propiedades fundamentales”.7 Decir esto no es negar que se pueda hacer un estudio sepa¬rado de la teoría económica sólo en su aspecto analítico, y hasta una historia escrita de este aspecto per se, considerada como el perfeccionamiento de un aparato técnico (como se podría escribir T Schumpeter, History of Economic Analysis, pp. 561-562. 18 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN la historia de cualquier otra técnica).8 Pero lo dudoso es saber si, en este caso, podría considerárselo un estudio de una sección separable y definible de la misma materia; por ejemplo, como un conjunto de proposiciones o afirmaciones para cuyo apoyo se ha diseñado el aparato analítico. Esta sería una cuestión completa¬mente diferente. Debe admitirse que en un razonamiento puede ser difícil distinguir el análisis, como instrumento, de la afirma¬ción que se haga sobre su papel, a partir del uso particular que del análisis se requiera. Pero sí es cierto que existe una diferencia —una diferencia crucial— entre la discusión de la sintaxis de las oraciones y el contenido de las afirmaciones particulares que se vierten en alguna forma sintáctica determinada. Lo oue es cuestionable en grado sumo es si, en economía, o en cualquier rama ciegas ciencias sociales» en caso de prestar ¿tención al contenido economico de una Teoría como algo distinto de su armazón analí¬tica, cualquier parte de la misma puede preservar la independencia y la neutralidad reclamadas (y con alguna razón) para el análisis formal mismo.» Dicho contenido debe consistir en algún tino de afirmación respecto de la forma y funcionamiento del proceso económico real, no obstante lo particularizada o generalizada que pretenda ser la afirmación. Así debe ser, con toda seguridad, a * Presumiblemente involucraría lo concerniente a problemas referidos a la época y a la ocasión en que por primera vez se empleó el cálculo dife¬rencial como expresión de las proposiciones económicas y quizá a la discu¬sión sobre su idoneidad para ciertos usos y su falta de la misma para otros; lo mismo pasaría con el uso de las “ecuaciones en diferencias1‟, distintas de las ecuaciones diferenciales o del álgebra de matrices; quizá también el con¬cepto de elasticidad y la geometría de ciertos tipos de curvas y los tipos de teorías para los cuales son relevantes. Pero se debe recordar que implícitos en las técnicas pueden existir ciertos axiomas que ocultan un enfoque filo- sófico determinado. (Véase la nota 11.) “ Existe, sin embargo, el punto de vista que ha sido expresado por ejemplo por el profesor F. A. Hayek, de que las proposiciones de la teoría económica tienen un carácter universal, y necesario afín al de las “proposi¬ciones sintéticas a priorí'; los objetos que constituyen la materia de estudio de las ciencias sociales “no son hechos físicos” sino entidades '„constituidas‟‟ a partir de categorías de nuestras propias mentes. Puesto que los principios o leyes económicas no son reglas empíricas, se presume que tienen, de acuerdo con este punto de vista, tanto independencia como neutralidad, lo mismo en su contenido que en su forma. Véase la cita y comentarios sobre este punto de vista en mi libro Stlidies in the Development of Capitalism, Londres, 1946, p. 27, nota 2. Quizá fue algo parecido a esto lo que Marshall tenía en su pensamiento cuando hablaba (en relación con la base teórica del comercio libre) de las “verdades económicas tan ciertas como las de la geometría”. Official Papers por Alfred Marshall, Londres, 1926, p. 388. cialmente, la “visión” ~deP Schumpeter, pofUlie la afirmación que la teoría venera como -cuadro", o mapa”, es por entero dependiente v relativa a dicha "visión”,10 y esta última —como Schumpeter mismo lo subraya con inteligencia— es siempre relativa a una época particular y a un lugar social en el proceso de la historia. Ningún examen de la „Teoría económica,~y aun menos un examen histórico de los siste¬mas de teorías, parece; justificable si niega o ignora esta relatividad. Un “modelo” matemático puede ser (e inter alia debe ser) exami- nado en su aspecto puramente formal, como una estructura con¬sistente. Al mismo tiempo, qua que teoría económica, su misma estructura es relevante para la afirmación que está haciendo de la realidad, es decir, relevante para su poder diagnóstico. Cuando se elige una estructura con preferencia a otra, el constructor del mo¬delo no sólo está proveyendo un andamiaje o armazón dentro del cuaT puede funcionar el pensamiento humano, sino también enfa¬tizando determinados factores v relaciones y excluyendo otros o. arro lando los a las sombras;11 al haINTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- cerlo así, puede juzgársele como que GIA está distorsionando o iluminando la 19 realidad y. por lo tanto" permitiéndose menos que se haga referencia a alguna dar una base falsa o una base válida tierra enteramente imagi¬naria del Cat- para la inter^ pretación y la predicción, hay.. Aquí parece aplicable el símil de aunoue quizá sea más probable que un cuadro o de un mapa, y no va el de ilu¬mine algunos rincones o facetas de la herramienta o instrumento. Dentro la realidad, o determinadas situaciones de su disposición, debe incluirse, esen- que resaltan, ai mismo tiempo que va oscureciendo u ocultando otras totalmente. Con ello no se quiere decir, por su¬puesto, que cualquiera de estas distorsiones o parcialidades formen parte de la intención consciente del constructor del modelo, quien puede, por cierto, naber elegido su conformación por razones pu¬ramente formales por considerarlo intelectualmente ingeniosoo estéticamente placentero. Pero en el prado en que él esté influido —por sus implicaciones económicas—-, es decir, en la medida _cn que esté tratando de ser un economista— la conformación y pro¬ 10 Se podría suponer, por cierto, que esto fue lo que Schumpeter quiso significar con la afirmación que hemos citado, en cuanto a que la ideología “se inserta en el primer plano, dentro del acto cognoscitivo preañalítico", a lo cual se añade: „„El trabajo analítico comienza con el material provisto por nuestra visión de las cosas, y esta visión es ideológica casi por definición", History of Economic Analysis, p. 42. 11 Aun la elección de las técnicas puede no estar desprovista de una implicación material (por ejemplo, la continuidad). 20 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN yección del modelo estarán influidas por su visión del proceso económico, y por las condiciones histórico-sociaies que coniormán ^ limitan su cuadro mental de la realidad social, cuales- quiera que ellas sean. Sin embargo, si algunas proposiciones económicas, de cual¬quier modo aquellas de mayor nivel general, son susceptibles de expresión en forma puramente matemática, parecería como que el “cuadro” de la realidad económica que ellas engloban debiera tener un carácter demasiado abstracto como para ser afectado por in-' fluencias "ideológicas” en algún grado observable y aun menos para llevar consigo cualquier prejuicio o parcialidad particulares. De aquí que el contenido de la proposición, así como su forma, podrían entonces ser calificados de “ideológicamente neutrales” y “suprahistóricos” en un grado tan alto que, por lo menos en lo que respecta a cualquier elemento históricamente relativo, en su construcción no importara y se justificara el ignorarlo. Se ha dicho con frecuencia que un sistema de ecuaciones simultáneas no conlleva per se implicaciones causales. Todo lo que dicho sistema hace es describir una situación como un conjunto de interrelaciones; es decir, una situación compuesta por un grupo de elementos inter¬namente relacionados y tratados en forma aislada —hablando en términos comparativos— de lo que se encuentra fuera del mismo, por lo menos en la medida en que no interactúen con esto último. Pero no hace nada más que esto. No obstante, una descripción de este tipo no alcanza a ser una explicación en el sentido de pintar la situación como un pro¬ceso económico que funciona de una determinada manera y so¬bre el cual existe la posibilidad de actuar y de influir.12 Para este propósito el sistema de ecuaciones debe ser planteado para decir¬nos algo más; y este “algo más” en forma casi inevitable tiene una forma causal, ya se trate de una interacción compleja recíproca de un conjunto de variables o del tipo más simple de eslabona¬miento causal unidireccional.13 Esto se hace, en realidad, en forma 11 En este contexto no podemos olvidar la afirmación de Wittgenstein: “En la vida... utilizamos las proposiciones matemáticas sólo con el fin de deducir, de las proposiciones que no pertenecen a las matemáticas, otras que igualmente no pertenecen a las matemáticas*'. Tractatus logico-phtlosophicus, Londres, 1922, p. 169. 11 Se ha afirmado que “la formulación de relaciones causales, en tér¬minos de interdependencia funcional, es precisamente la meta de las ciencias más avanzadas, las cuales han ido más allá de los conceptos imprecisos de causa y efecto”, T. W. Hutchinson, The Significance and Basic Postiilates INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA muy común, aun con lo que los legos pretenden que son sistemas puramente formales descriptos en una catena de interrelaciones y nada más; es decir, se asume un. orden de determinación tan prontase discurre que algunas de-las variables son de determinación exógena desde fuera del sistema, o bien se las considere como constantes, y de allí se especifiquen como data (implícitos o ex¬plícitos) y los demás como dependientes de las relaciones internas del sistema o como las incógnitas que esperan solución.14 Esto es verdad, por cierto, en el sistema walrasiano de equilibrio general, a pesar de las aseveraciones (o por lo menos implicaciones) que algunas veces se hicieron en contrario. El mismo Walras, como lo veremos después, no dejaba de hablar de “fuerzas [que] son la causa y las condiciones primarias de la variación de los precios”, o de los precios de los servicios productivos, “determinados en el mercado de productos”.'11 En el caso de aquellos “modelos" dinᬠof Economic Theory, Londres, 1938, p. 71. Por otra parte, Mario Bunge ha dicho que “el descubrimiento de las interacciones no agota siempre, necesariamente, los problemas de determinación, a menos que esté en juego una simetría extrema" y que, por ejemplo, “la interpretación usual de la mecá-nica cuántica no barre con las causas y los efectos, sino con los nexos cau¬sales rígidos entre unas y otros” (la llamada indeterminación cuántica" es “una consecuencia de la hipótesis idealista inherente al positivismo moder¬no”). Se agrega que “una interpretación causal de una fórmula matemá¬tica ... no per- tenece a los símbolos matemáticos sino al sistema de relaciones que vinculan los signos con las entidades de la física, la química, la biolo¬gía ... de las cuales se trate. Algunas veces tal interpretación no se expresa en forma explícita sino que se da por conocida”. Mario Bunge, CausaÜiy, Cambridge, Massachusetts, 1959, pp. 14, 76-77, 164. 14 Véase F. Zeuthen, Economic Theory and Method, Londres, 1955, p. 23: “Si tenemos una ciencia económica especial es porque existe una conexión particularmente intensa dentro del círculo de fenómenos que se denominan económicos, de tal manera que en una gran parte det trabajo de investigación éstos pueden ser considerados, con ventaja, como variables mutuamente interdependientes, en tanto que una serie de otros fenómenos... son influidos en menor medida por los fenómenos económicos y. por lo tanto, con una muy buena aproximación pueden ser tomados como datos". Véase también la obra del profesor Gautam Mathur, a quien le ha preocu-pado con toda razón enfatizar la incorrección de afirmar que “en un sistema de equilibrio no existen relaciones causales, puesto que tal situación se des¬cribe por un conjunto de ecuaciones simultáneas". Ésta es una interpretación incorrecta porque “cada ecuación que describe una relación económica tiene uno o dos signos direccionales, que omitimos al escribir, pero que no deben perderse de vista cuando analizamos la solución de ecua- ciones simultáneas'', Planning for Síeady Growth. Oxford, 1965, p. 70. li L. Walras, Elements of Puré Economics, ed. W. Jaffé, Londres, 1954, pp. 146-148, 422. R. Benzel y B. Hansen, en su trabajo titulado “On Recursiveness and Interdependency in Economic Models", Review of 22 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN micos que han desempeñado un papel tan importante en las teorías modernas del crecimiento, el sistema de interrelaciones se inter¬preta de tal forma, que describe la interacción entre variables como si fueran de un tipo particular y con una dirección determinada: esto es de considerable significación para la estabilidad o inesta¬bilidad del equilibrio al cual tiende el sistema. La interpretación particular, que da a la teoría su carácter esencial y sus implica¬ciones prácticas, se deriva de la introducción de hipótesis adicio¬nales (algunas veces imputando valores particulares a variables particulares) que no formaban parte del esquema en su forma pura. Además, la simple definición de lo que es la esfera propia de las interrelaciones relevantes (y de allí los límites del sistema teórico) puede ser crucial como veremos luego; es decir, crucial en la distinción de las formas diferentes de localizar las influencias determinantes. Asociada a la noción de teoría económi- ca como estructura puramente formal, qua teoría del equilibrio general, está la del papel “conciliatorio” de dicho análisis económico generalizado, con respecto a las teorías rivales y opuestas (y menos generales) que antes agitaban a las escuelas contrarias. Este es un punto de vista del cu a) se ha oído hablar mucho en los últimos tiempos, al menos en ciertos círculos, y está evidentemente emparentado con cualquier examen crítico de la historia del pensamiento económico. Economic Studies, t. xxiii, 1954-1955, p. 153 y ss., han argumentado que la evidente “interdependencia” (solamente) de un sistema walrasiano, “surge sólo porque el sistema es de equilibrio estático” y “un sistema de equilibrio estático sólo expresa las condiciones para que un sistema dinámico no espe¬cificado esté en equilibrio, es decir, se repíta". Dicho sistema “es un modelo derivado. ... Los supuestos del equilibrio estático a lo sumo pueden ser hipó¬tesis especiales y nunca pueden ser aceptadas como argumento genera! justi¬ficativo de la interdependencia", pp. 160-161. Véase también J. L. Simón, “The Concept of Casuality in Economics”, en Kyklos, t. xxiii, 1970, fase. 2, pp. 226-244, quien dice en forma incidental que “en economía, una afirma¬ción que se deduce de, es compatible con, y se relaciona lógicamente dentro del marco general de la economía sistemática, es mucho más susceptible de ser considerada causal que una proposición que se erige sola, sin relacio¬nes lógicas con el cuerpo de la teoría económica. Esto se debe a que, al relacionarse con las teorías, ellas le prestan apoyo para que se entienda que ias condiciones laterales, necesarias para que la afirmación se mantenga verdadera, no son restrictivas y que no es grande la probabilidad de encon¬trar “correlaciones espurias”, p. 241. En forma análoga, P. W, Bridgeman, en su libro The Logic of Modern Physics, Nueva York, 1928, habla del “concepto de causalidad" como de un “concepto relativo, pues involucra a todo el sistema en el cual tienen lugar los eventos” y aplicable “a subgrupos de eventos seleccionados del total de todos los eventos**, pp. 83-91. INTRODUCCION: SOBRE LA IDEOLOGIA 23 Un ejemplo de ello es el de los intentos hechos, poco después de la aparición de í'a General Theory de Keynes, para poner de ma¬nifiesto que las diferencias de. énfasis .y de conclusiones entre la doctrina keynesiana y la prekeynesiana dependen de valores o “formas” distintas, implícitamente supuestas para ciertos paráme¬tros o para relaciones funcionales generalizadas (y en algunos casos supuestos implícitos de independencia). Así pues, la teoría general de la General Theory debería representar a las doctrinas contendientes como casos especiales de la forma más comprensiva y “verdadera” de la proposición. Sin embargo, lo que la “conciliación” parece haber significado en este caso fue poco más que la afirmación según la cual una clase de mecanismo caracteri¬zaba a un tipo de situación y otra clase de mecanismo era apro¬piada para una situación diferente (por ejemplo, donde algún factor especial “que expansiona” es suficiente para mantener el pleno empleo y/o la capacidad plena en funcionamiento). Quizá un ejemplo más pertinente es la sugestión, de la cual se ha oído hablar hace poco (como consecuencia del renovado interés por el enfoque clásico), con el fin de demostrar que no existe oposición real entre las que habían sido, por tradición, teorías rivales del valor, las de Ricardo y Marx, por una parte, y la de Jevons y la escuela austríaca, por la otra; o sea que, en cualquier sistema de ecuaciones del equilibrio general (del tipo walrasiano, por ejem¬plo) habrán de incluirse tanto las cantidades del gasto en mano de obra como las razones de sustitución del consumidor (o utili¬dades marginales) y, con una interpretación adecuada, se puede enfatizar la influencia determinante, ya sea de una o de otra.1” De 18 Véase la proposición de Leif Johansen en ”Marxism and Mathe- matical Economics”, en Monthly Review, Nueva York, enero 1963, p. 588: “Para los bienes que pueden ser reproducidos en cualquier escala... es muy fácil demostrar que un modelo completo deja aún lugar a que la teoría del valortrabajo determine los precios, aun cuando se acepte una teoría de la utilidad marginal de la conducta del consumidor”; véase también su elabo¬ración de este punto en su ensayo “Some Observations on Labour Theory of Valué and Marginal Utilities”, en Economics of Planning, t. m, n9 2, setiem¬bre 1963, pp. 89 y ss. (de donde se cita el párrafo tomado del Monthly Re¬view). La implantación aquí es la de que ambas cantidades, de mano de obra y de utilidades marginales, entran dentro de las ecuaciones definitorias del equilibrio. Pero debé hacerse notar que el profesor Johansen enfatiza la dife¬rencia según la cual en tanto los precios se vinculan con los gastos de mano de obra (siendo por lo tanto proporcionales cuando las composiciones de capital son iguales), “las funciones de la utilidad marginal interactúan con los precios... solamente al determinar las cantidades de las diferentes mer¬cancías a ser producidas y consumidas". crara alguna restricción a los límites de la materia a estudiar en comparación con aquellos más generosamente deli¬neados por los pioneros clásicos, esto sería algo digno de aplau¬dirse y no de deplorarse: a lo sumo tendría que ser considerado como un costo bien compensado por la ganancia resultante en cuanto al rigor científico. Todo lo que se puede decir en forma breve, creo, respecto de tal cuerpo supuestamente “neutral”, es que cuando se lo for¬mula y analiza con cuidado se descubre que está extremadamente desprovisto de contenido fáctico; es decir, su aparente neutralidad se debe a que contiene muy poco en lo que se refiere. a una afir¬mación real acerca de las situaciones o procesos económicos y sus conductas, tan poco, quizá, como para despertar serias dudas con respecto a su derecho a ingresar de cualquier manera dentro del rango de una teoría económica, en el sentido de una teoría que explique la acción y la conducta social. Para ser calificado como teoría 24 ese cuerpo debe estar estructurado en TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUforma tal, que de-muestre cómo están CIÓN determinados ciertos resultados o evenesta manera, la formalización creciente tos; y un sistema de equilibrio, definido de la materia se identificó con una cre- en términos de un conjunto de equivaciente neutralización de la influencia lencias o identidades, puede llegar a ser ideológica y para ejemplificar el progre- nada más que una serie de tautoloso científico se sostuvo el argumento gías.17 que Schumpeter buscaba encontrar en Cuestionar el status de un cuerpo de el examen histórico de la mar¬cha del teoría de este tipo, apa-rentemente neuanálisis económico per se. Si este pro- tral, no equivale a negar la existencia de greso en las técnicas analíticas involu- ciertas generalizaciones de alto nivel que se aplican a una variedad de situaciones económicas, incluyendo hasta situaciones pertenecientes a diferentes sistemas institucionales. Los escritores marxistas siem¬pre han admitido, por ejemplo, que existen proposiciones gene¬rales, y aun “leyes” que se aplican a todos los modos de produc¬ción o sistemas socioeconómicos, o en alguna forma a todos los sistemas que incorporan una característica común, tal como la producción de mercancías para la venta en un mercado, y de ahí 17 Como lo ha demostrado, por ejemplo, el doctor L. Pasinetti, que ->on las teorías del beneficio del tipo de las de Irvíng Fisher (en términos de "una tasa de retribución al capital”). En Economic Journal, t. xxtx, n*? 315. setiembre de 1969, pp. 508 y ss., y especialmente en las pp. 511, 525 y 529. INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 25 alguna forma de división del trabajo y del cambio.18 Además» para tomar un ejemplo ‟dé‟los modernos “modelos de crecimiento" (el modelo de von Neumann, p.or ejemplo )„ existen ciertas interrela- ciones-entre cantidades en el crecimiento económico, que se apli¬carán a cualquier sistema económico, dado solamente un mínimo de supuestos comunes en cuanto a los precios y a la flexibilidad de los mismos, a las posibilidades técnicas y a las elasticidades de oferta. Pero no se deduce de manera alguna que estas interrela¬ciones consistan simplemente en proposiciones analíticas con refe¬rencia a un equilibrio (indefinido) de variables interrelacionadas: si así fuera, como hemos visto, su significación para la práctica sería muy trivial, y con toda probabilidad podrían ser ignoradas, aun como armazón, para afirmaciones más concretas, sin mayor pérdida de inspiración. Por cierto que una restricción de este tipo no se aplica a la clase de proposiciones generales a las cuales nos estábamos refiriendo, en torno a situaciones de cambio o a rela¬ciones estructurales en el crecimiento, lo cual no impide hablar en términos causales respecto de los factores que afectan a los precios relativos de equilibrio o de las influencias condicionantes sobre el proceso de crecimiento. Una vez más debe subrayarse, quizá, para evitar cualquier posibilidad de equivocación, qué no se trata en manera alguna de negar un lugar en la teoría económica a las proposiciones de interdependencia compleja, mutua o recíproca, sumadas a las pro¬posiciones más familiares de causalidad simple y directa del tipo de “dado A, se deduce que B” o “A es una condición necesaria \ suficiente para que ocurra B”. La cuestión es que (como lo hemos ya subrayado) estas proposiciones, en la, medida en que definen la naturaleza de la interdependencia, hablan de la forma y 1S Oskar Lange, por ejemplo, en su Political Economy, t. r, Varsovia, 1963, después de distinguir “las leyes técnicas y del equilibrio de la produc¬ción” de “las leyes de la conducta humana” y de “las leyes de acción recí¬proca de las acciones humanas”, y luego de señalar que las primeras de éstas tienen “la más amplia aplicación en la historia", habla de las “leyes econó¬micas comunes” que se aplican a “las diferentes formaciones sociales”, ade¬más de las “leyes específicas de la economía de una formación social determinada” (íbíd., pp. 58-68); a este respecto cita el postcriptum de Engels al t. tu de El capital, donde se afirma que, puesto que “el intercambio de mercancías aparece en el período anterior al de la historia escrita", "la ley del valor reinó en forma suprema durante un período que duró entre cinco y siete mil años”. Véase también la carta de Marx a Kugelmann del 11 de julio de 1868. 26 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN diseño de las situaciones y procesos reales, con lo cual dependen, en algún grado, por lo menos de la “visión'‟ de estos últimos, y de ninguna manera son puramente formales o a prior i. Es bastante curioso que lo que hemos dicho se aplique a gran parte del aná¬lisis puro subyacente en la teoría de la “optimización” (con sus afiliaciones a la economía normativa, como veremos en un mo¬mento), así también como a las proposiciones del equilibrio gene¬ral del tipo walrasiano. Por ejemplo, tómese cualquier proposición de que ciertas variables están interrelacionadas, tal como la simple afirmación de que el nivel actual de la producción, la tasa de crecimiento de la misma y la cantidad de los insumos de mano de obra, en el siste¬ma, son interdependientes. Es verdad que esta afirmación no implica la dirección de la dependencia, la cual es por entero recí¬proca. Pero tan pronto como se introduce el supuesto según el cual (por postulación o por conocimiento de cuál es la situación general o “encuadre” del problema) dos cantidades cualesquiera de nuestro ejemplo deben ser tomadas como dadas, en el sentido de ser tratadas como variables independientes (o exógenamente determinadas), se deducirá, como es natural, que la otra queda ipso jacto determinada (es decir, se convierte en la variable depen¬diente). Por lo tanto, si en una fecha cualquiera, la fuerza de trabajo se toma como un factor dado, como un rasgo de la situa¬ción demográfica (juntamente con el imperativo político de su plena ocupación), para cada nivel dado de producto final circuns-tante habrá una cierta tasa de crecimiento que es la máxima posible; de tal manera que si, además, se toma como necesario un determinado nivel de producto (como un dato histórico o debido a que se hace menester para un cierto nivel mínimo de salarios reales o de consumo) entonces queda determinada como resultan¬te la máxima tasa factible de crecimiento. Si, añadiendo una cuarta variable a la situación, en forma de elección entre métodos alter¬nativos de producción (o técnicas) se postula una tasa de creci¬miento dada (como el objetivo político factible) de una economía planificada, resulta entonces que existe una determinada elección óptima de los métodos de producción, en el sentido de que uno de ellos maximizará el nivel de la producción (y por ello del consu¬mo), en forma consistente con el mantenimiento del objetivo perseguido (o en forma alternativa, la de maximizar la tasa de crecimiento que sea posible con cualquier nivel dado de consumo | corriente). Por lo tanto, una transición desde una simple proposi- \ ción de dependencia mutua a un teorema de la optimización re¬ sición se hace (o se comienza, por lo menos) tan pronto como uno llena el cuadro cüil Algunos "fgggOs adicionales de una situación real. Al haceríoT* quedan implicados, de inmediato, ciertos indicadores de la direc¬ción de la dependencia T.n qnpi ps más aún, este “relleno del cuadro7‟ puede hacerse casi en forma inconsciente y, por lo tanto, no ser explícito, debido a que la mente numana puede pensar en situa¬ciones de jiiLeyritlnd,:"aiin¿T'Ere tenga, la intención de abstraer de ellas, sólo ciertos rasgos v tratarlos aisladamente. Es así como las diferen¬cias en la descripción de una situación total deppndipnte de dife¬rencias de “visión” y de perspectiva, pueden ser cruciales. Hemos estado hablando de la teoría económica que describe la estructura y el funcionamiento de una sociedad de cambio, sub¬rayando en particular, cómo explica la teoría la .forma de inINTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- ter¬dependencia de las diferencias de GÍA precios y de mercados.. No es necesario 27 que se diga que ésta es una base esenquiere, por una parte, la postulación de cial para la polí¬tica, al disponer lo que algún objetivo normativo / (la “función se puede y lo que no se puede hacer, y objetiva”) y, por la otra alguna limitacon qué instrumentos puede perseguirción (o limi- I taciones), como un rasgo se este o aquel objetivo. Pero las teorías aceptado de las situaciones presentes, ' del equilibrio per se ofrecen escasa como-pueden serlo los recursos econó- orientación acerca de cuál política objemicos dados, a disposición de la protiva debiera perseguirse entre la varieducción (puesto que sin una limitación dad de alternativas posibles; y, evidende los mismos no sería el caso de ecotemente, las alternativas existen, a penomizar su uso y no habría problema sar del determinismo implícito en la econó¬mico a resolver). postulación de los econo-mistas, según El punto esencial aquí es que esta tran- la cual existen “leyes económicas”. Esta preocupa¬ción por los fines de la política y los medios disponibles para alcanzarlos representa en economía la tradición normativa, de la que han tendido a rehuir los positivistas, por ser un elemento extraño y una intrusión en la teoría económica, qua disciplina cien¬tífica, a la cual conciernen (se dice) las afirmaciones positivas respecto de lo que es y no de lo que debería ser. No obstante, en las últimas décadas ha demandado un respeto y atención crecien¬tes, sin duda, como respuesta a la presión cada vez mayor de los problemas relacionados con la intervención conscientemente dise¬ñada, del Estado en la esfera económica y aun más hoy día con la planificación de la economía como un todo. Por cierto que el desarrollo actual de la teoría, los elementos “positivos” y los “ñor28 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN mativos” han resultado difíciles de separar y han tendido a fusio¬narse cada vez más. Además, el progreso en esta dirección se ha registrado en la esfera de las técnicas de análisis altamente forma¬lizadas.10 Esto ha tomado la forma de utilización de métodos de manejo de los llamados “problema.* extremos” para prescribir las condiciones necesarias a la maximización de cualquier cantidad económica que se tome como “la función objetiva”. Para la elec¬ción de esta última, la técnica de maximizar per se, es por supuesto neutral; pero su interpretación económica y sus implicaciones em¬píricas serán crucialmente afectadas con ello. Aquí, en la elección y uso del factor de maximización está claro que existe abundante lugar para aquellas influencias ideológicas que según hemos dicho se introducen y ello en forma decisiva. n En la propia historia del pensamiento económico, considerado en su totalidad, existen abundantes evidencias del acondicionamiento histórico de la teoría económica, tratado como un sistema más o menos integrado, en cualquiera de las épocas, como procurare¬mos demostrar más adelante. Como se trata esencialmente de una ciencia aplicada, vinculada muy de cerca con los juicios y valo¬raciones de los sistemas y políticas reales, esto no es muy sorpren¬dente y lo podría ser más, por cierto, si no se encontraran vesti¬gios de tal acondicionamiento social. Además, esto es verdad aún con respecto al pensamiento económico más abstracto y a los sis¬temas más formalizados, los cuales, el examinarlos, resultan estar hablando con asombrosa inmediatez de la realidad económica, y 19 Un escritor húngaro al referirse al modelo de Von Neumann f„que no es un modelo de optimización sino un modelo de equilibrio'*) y al mo¬delo de Leontief (el cual es "además de una estructura descriptiva, una cau¬sal"), afirma que “en realidad, los miembros individuales de este grupo de modelos pueden — independientemente de su estructura original— ser del mismo modo interpretados como de equilibrio descriptivocausal o modelos de optimización teleológica. Entre estos aspectos no existe contradicción alguna". En la programación lineal la conexión se toma explícita en “la interrelación entre el programa de actividad óptima y los precios sombra que le corresponde", como soluciones primordiales y duales del problema. A. Bródy, en “The Dual Concept of the Economy in Marx*s Capital”, en Acta Oeconomica, Budapest, t. n, fase. 4, 1967, p. 311. que colorea la visión de determinados pensadores. Lo que sí puede negarse, creo, es que sea éste el único o principal modo de acon¬dicionamiento. ¿e podría hablar de ello, en verdad, como de la forma menos interreante pn_que las relaciones sociales condicio¬nan al pensamiento, frlás fundamental, aunque quiza más difícil de identificar en casos particulares, es la medida en que éste^s moldeado por los problemas que surgen aesoe un contexto social circunstanciado.20 Este contexto en sí mismo es una mezcla com- pleja y una interacción de ideas y sistemas de pensamiento acep¬tados (que más probable que improbablemente consten, en parte, de elementos metafísicos y de hipóINTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- tesis no testeadas y contribuyen mucho GIA a que se ejerza una parcialidad conser29 vadora innata) y de los problemas que nan ejercido considerable influencia (si presentan los acontecimientos corriense los analiza a fondo) sobre la política tes y las situaciones prácticas. Por lo real; Ello suscita la cuestión de cómo y tanto, la generalización y la práctica por qué debe ser así, es decir, en cuan- corriente aceptadas se confrontan una to a la manera y modos de este acondi- a otra de continuo. Pero en esta concionamiento social e histórico dél' pen- frontación sería erróneo concebir algo samiento abstracto. denominado “prác¬tica”, engendrada en No se desearía negar que el tipo de fac- forma independiente y anímica como tor subjetivo al cual alude Schumpeter formu- ladora de problemas que el pen(los sentimientos emocionales, los desamiento habría de contemplar como seos, las creencias) es parte de la expli- observador pasivo. Siempre existe un cación y que, puesto que los ecoelemento subjetivo en la marcha del no¬mistas están sujetos a las debilida- conocimiento, no sólo en el sentido de des usuales de la carne y del espíritu que la acción y la experimentación humano, se lo ha de encontrar en mu- desempeñan un papel crucial, sino chos, si no en la mayor parte de los ca- también sos, como un importante ingrediente a* Véase Gunnar Myrdal: “Rara vez, o nunca, el desarrollo de la eco¬nomía ha iluminado, con su propia fuerza, el camino de las nuevas perspec¬tivas. La clave para la reorientación continua de nuestra labor ha llegado normalmente de la esfera de la política”, en Asian Dramma, Londres, 1968, t. t, p. 9. “Los científicos sociales están en una posición poco común, puesto que los objetivos de sus estudios y de sus propias actividades se encuentran dentro del mismo contexto. Por el hecho de que estos estudios en sí mismos sean actividades socialmente condicionadas... (los economistas) han tratado de continuo de elevar sus investigaciones por encima del contexto social para colocarlas en un ámbito supuestamente „objetivo‟... Este intento hace que los economistas sean Ingenuamente inocentes de sus propias determinantes sociales” (ibid., t. ni, apéndice 3, p. 1941). pues, el punto de partida de nuevos pensamientos, la formación de nue¬vos conceptos y de nuevas teorías y, en esta medida, las últimas siempre tienen relación con un contexto histórico particular. Estos conceptos e ideas representan en parte un comentario sobre una interpretación de la situación objetiva desde la perspectiva parti¬cular en la cual se la ve; o una "reflexión”, si se prefiere utilizar dicho símil en forma pasiva. Pero como las ideas y los conceptos heredados, al funcionar como medio refractario, afectan esta pers¬pectiva y la visión resultante de esta situación, las ideas nuevas son siempre, al- mismo tiempo, una crítica de las antiguas, que forman la herencia del pensamiento; de aquí, pues, que estas ideas por necesidad se configuran, en parte, por la relación antitética en la cual se encuentran con respecto a las antiguas, así también como por 30 afirmaciones empíricas sobre la realiTEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUdad. Por esta razón, es que el debate en CIÓN cuanto a si las ideas tienen una geneaporque éstas van precedidas y configu- logía propia o, por el contrario, han de radas por la.formación de conceptos. reflejar siempre la realidad objetiva del Los problemas corrientes constituyen momento, es propenso a ser tan insatisalgo creado- tanto por la acción huma- factorio y frus¬trante. Sin embargo, lo na, inspiradora del pensamiento con que aquí por lo común se pasa por alto, respecto a una situación existente, co- es que, en la medida en que las ideas se mo por la propia situación objetiva da- van confrontando con los problemas, y da (pero cambiante); y en este sentido los problemas se formulan (ya sea en puede decirse que represen¬tan de con- forma im¬plícita o explícita, y si no ditinuo, en diversos grados, una contra- recta por lo menos indirectamente) con dicción entre am¬bas. Los problemas referencia a la actividad potencial, el que surgen de esta forma constituyen, proceso de crítica y desarrollo es difícil que deje de estar influido por el milieu social (o punto de referencia dentro del complejo de las relaciones socia¬les) del individuo o “escuela”, de quienes hacen la formulación. La acción social o económica puede sólo concebirse teniendo en el pensamiento por lo menos algún tema, sea institución, persona, grupo social, clase u organización; y para que ios problemas tengan una interpretación operativa parecería que deben de tener alguna referencia implícita de este tipo. Esta armazón heredada, dentro de la cual (o por reacción a la cual) se formulan los problemas reales, y contra cuyo trasfondo —aunque no literalmente en términos del mismo— aparece el deba¬te teórico, incluye de manera necesaria presupuestos y afirmacio¬ INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 31 nes generales que son una mezcla de lo analítico y lo sintético. Éstos forman una “tela conceptual” (así se la llama) o conjunto de categorías conceptuales o “cajas” en términos de las cuales fun¬ciona nuestro pensamiento21 y que son-cruciales, tanto para la forma en que se encuadran los problemas como para los métodos y los instrumentos diseñados para lograr las respuestas a ellos. Es muy poco posible que en la formación de las nociones generales de este tipo quede excluido por entero el razonamiento por analo¬gía. Es por cierto difícil suponer cómo algo que pretende ser un cuadro general de la sociedad, y por lo tanto de importancia para la sociedad tratada como un todo y para la transformación de su estructura total (diferente de la descripción particular de fragmen¬tos y pedazos o facetas de la misma) puede dejar de incluir pro¬posiciones, en forma implícita o explícita, que vayan más allá de lo que el profesor Popper podría admitir como “sintético” y “cien¬tífico”. Estas proposiciones representan un panorama (necesaria¬mente imperfecto, pero no necesariamente carente de alguna pe¬netración verdadera) de cómo es la sociedad como un todo y de cómo funciona, panorama dentro del cual deben entrar en forma inevitable elementos subjetivos o apriorísticos de todo tipo. Estos elementos no están fuera del tiempo ni pueden ser juzgados con simplicidad por ningún tipo de patrones absolutos. Pero esto no significa que no puedan ser debatidos racionalmente y que no haya criterios mediante los cuales puedan ser criticados y valorados, por lo menos en términos de mayor o menor aproximación a la reali¬dad. Tienen que ser juzgadas (sólo) como aproximaciones; y puede haber buenas razones para sostener que una aproximación está más cerca que otra, al mismo tiempo que para sostener que existe una explicación histórico-social para el surgimiento de una ai Véase T. S. Kuhn, The Structure of Scientífic Revolutions (Interna¬tional Encyclopedia of Unified Science), Chicago, t. n, n9 2, 1962, pp. 5 y 148. Este autor ha utilizado el término “paradigma” para un grupo tal, o agregado de nociones generales, o “maneras de ver el mundo”; y, con referencia a las ciencias naturales, habla de su adquisición, que implica, por cierto, “un signo de madurez en el desarrollo de cualquier campo científico determinado” (ibídp. 11). Estos paradigmas “ganan su status debido a que tienen más éxito que sus competidores para resolver algunos problemas, que quienes forman el grupo de los científicos que la practican han llegado a reconocer como agudos”; al mismo tiempo “la investigación científica normal va dirigida a la articulación de aquellos fenómenos y teorías ya suministradas por el paradigma” (ibíd., pp. 23-24). Véase también del mismo autor The Copernican Revohition, Harvard, 1957; en especial las pp. 3-4 y 261-263. 32 TEORIA DEL VALOR V LA DISTRIBUCIÓN aproximación particular en una época particular (en cuyo sentido la última es “históricamente pertinente”).*2 Cuando se habla de dichos marcos conceptuales es quizá necesario recalcar dos cosas, aunque todo el tema sea reconocida¬mente polémico. Parecería que, lejos de ser superfluo, algún marco general de este tipo resulta difícil de ser obviado por los empiristas más cumplidos, y menos aún de cualquier manera en las ciencias sociales que en cosmología. El marco general es necesario aunque más no sea como base para sugerir y seleccionar las preguntas que han de servir para indagaciones ulteriores y por lo tanto para guiar investigaciones futuras y para lograr un orden dentro de una masa de observaciones empíricas que, sin conceptos e hipótesis más generales, descriptivas de algún modelo de interrelaciones, aparecería tanto falto de coordinación como inexplicable. A dife¬rencia de afirmaciones más particulares, dicho marco conceptual no puede ser verificado o refutado con facilidad. Es cierto que lo que aquí parecería importante no es tanto si está formulado o no en una forma potencialmente “testeabie" o ”talseable" {.el criterio de Popper 1. sino más bien el prado de generalidad de la proposi¬ción, que esTcPque la vuelve distante de la posibilidad real de refutación empírica.** Es en especial la ultima la que la torna' éropensa a la intrusión de la influencia ideológica. Úna vez que aicñas influencias han penetrado no es fácil. por lo. común. det¿c7 tarlas v menos aun rnmhatirlas o desalojarlas. Aquí, no sólo razo¬nes de orden lógico sino también psicológico forzarán a apelar a un concepto genera^ o en otro caso contribuirán a que se lo rechace y esto no sólo en un sentido de consistencia lógica, sino también en el sentido más amplio de ser las “apropiadas”. Es verdad que se ha dicho que la “observación nunca es absolutamen” Véase sobre esto, tratado de manera más general, el libro de D. Bohm, Causality and Chance ín Modern Pltysics, Londres, 1957» pp. 164- 170. „„No podemos llegar a conocer, en realidad, todas las relaciones recí-procas en un tiempo finito,.por más largo que éste sea. Sin embargo, cuanto más aprendamos acerca de ellas, más sabremos de lo que es importante en el proceso de llegar a ser, puesto que su totalidad se define nada más que por la totalidad de todas esas relaciones.. . El carácter esencial de la inves¬tigación científica es el de que tiende a lo absoluto por medio del estudio de lo relativo, en su multiplicidad y diversidad inextinguibles** ■(/bíd., p. 170). 13 El propio profesor Popper ha señalado que la falseabilidad es “un asunto de graduación”, con “cero grado de falseabilidad" en materia de pro¬posiciones metafísicas. Aun estas últimas “pueden haber ayudado... a poner orden en la imagen que el hombre tiene del mundo y, en algunos casos, han conducido a predicciones acertadas". Karl R. Popper, The Logic of Scientífic Discovery, Londres, 1959, pp. 112, 116, 278. maico y el coper- nicano) pueden continuar existiendo durante algún tiempo, cada uno con su grupo rival de discípulos y apologistas-2,1 En las cien-. cias sociales, las controversias entre teorías generales opuestas suelen quedar notoriamente inconclusas y dilatarse en el tiempo; su conclusión, cuando ésta llega, se debe con frecuencia tanto al cambio de la moda intelectual o de los supuestos de las circunstan¬cias, como a la lógica estricta del argumento. Si hablamos del impacto más directo de las situaciones sobre la teoría económica, es bastante obvio —tan obvio hasta parecer quizá un ejemplo demasiado simple— que no se conciba una teoría del dinero hasta que empieza a aparecer una economía monetaria de cualquier tipo; del mismo modo, las dificultades modernas refe¬rentes a una teoría monetaria y la controversia sobre su interpre¬tación adecuada (es decir, en lo que respecta a la influencia de la oferta de dinero sobre el resto de la economía y la eficacia de determinadas acciones realizadas por los bancos centrales), depen¬den del crecimiento moderno de los sustitutos del dinero, de los instrumentos del crédito y de otros medios de pago. Es por lo menos improbable que pueda formularse un INTRODUCCIÓN. SOBRE LA IDEOLO- “modelo” de equili¬brio general, hasta GIA que el crecimiento de las relaciones de 33 mercado y de movilidad económica hate incompatible con un esquema conyan alcanzado el nivel de desarrollo que ceptual”;24 y los esquemas de estructu- había comenzado a darse en Inglaterra ras rivales (como en cosmología el tole- a mediados del siglo xix: sin él, la mis- ma noción de interdependencia de todos los precios podría difícilmente ser aprehendida por la mente.28 T. S. Kuhn, The Copernican Revolutíon, Harvard, 1957, p. 75. Véase ibíd., p. 39, “La historia de la ciencia está mezclada con los vestigios de esquemas conceptuales en los cuales se creyó fervientemente y que desde entonces han sido reemplazados por teorías incompatibles. No hay forma de probar que un esquema conceptual sea el último. Pero, precipitada o no, esta adhesión a un esquema conceptual es un fenómeno común en las ciencias, y parece ser indispensable, porque dota a los esquemas conceptuales de una función nueva y de importancia suprema. Los esquemas conceptuales son comprehensivos; sus consecuencias no se limitan a lo que ya se conoce ... La teoría trascenderá lo conocido y se convertirá primero y principalmente en una poderosa herramienta para predecir y explorar lo desconocido. Afec¬tará al futuro de la ciencia tanto como a su pasado‟*. ae Se podría decir, quizá, que esta noción ya estaba latente, por lo menos en Smith y Ricardo; pero aunque así fuera, no había tomado todavía la forma de la determinación interdependiente y recíproca del sistema de Walras, sino más bien de la influencia de unos precios sobre otros. Aunque los gérmenes de las nociones de insumo-producto estaban presentes —como ahora se reconoce— en el Tablean de Quesnay, la no- ción de interdependen34 TEORÍA DEL VALOR Y LA Dlb IKl IJUCIoN Parece necesario alcanzar al menos algún grado de desarrollo en estas condiciones antes de que pueda llegar a formularse la noción de un nivel general de salarios o de beneficios, como lo encontra¬mos en Adam Smith. En forma similar se requería un cierto nivel de técnica mecánica en la industria para que pudieran reconocerse los problemas especiales asociados con el capital fijo y para que se les prestara atención (y aunque Ricardo añadió un capítulo especial sobre maquinaria a su tercera edición, éste llegó como un pensamiento tardío; y su tratamiento general del beneficio lo expuso a la crítica de Marx, según la cual dejó de apreciar el papel de lo que luego llamaría el “capital constante”). El mismo contenido de los términos, en forma más notable el beneficio sobre el capital, puede variar, y en su cambio reflejar las cam¬biantes relaciones e instituciones.-T Sin duda algo similar es verdad más comúnmente respecto de las relaciones y conexiones que los pensadores sostienen como relevantes y significativas. Mientras la posibilidad del desempleo, como producto crónico de la “deficien¬cia de la demanda efectiva", había sido proclamada durante largo tiempo en “el submundo de los heréticos”, es un hecho notable y por cierto significativo que esta idea, previamente ignorada, tuviera la oportunidad de reclamar reconocimiento académico sólo después del impacto de la crisis económica mundial de 1929-1931. Hasta entonces, la Ley de Say imperó casi en forma indisputable dentro de las opiniones económicas admitidas, lo cual es seguramente una flagrante evidencia de cómo puede enceguecer la visión humana, hasta un punto obvio, la fuerza del prejuicio, de la tradición y de la ansiedad del deseo. ¡Cuánto menor oportunidad do penetrar la ortodoxia académica en una sociedad burguesa, tuvo la noción marxista del ingreso del capital como fruto de la explotación y la relación salario-beneficio, como antagónica y no de asociación! Es evidente, a todas luces, que difícilmente el problema pudiera haber sido jamás expuesto, si no hubiera aparecido, con la creación de un cia estaba allí nada más que en forma embrionaria y funcionaba simplemente mediante el intercambio entre la agricultura y la industria. Además, esta noción embrionaria, suficientemente significativa, parece haber hecho poco o ningún impacto sobre el pensamiento económico (salvo a través de su influencia sobre Marx) durante un siglo o más. *7 Véase G. L. S. Tucker, Progress and Profirs ¡n tiritish Economic Thoitgltí 1650-i850, Cambridge, 1960, p. 74: “A primera vista puede pare¬cer que persiste, en forma más o mer.os continuada durante un largo periodo, lina dis- cusión particular; en realidad, sin embargo, por debajo de las meras similitudes verbales, pueden haber surgido nuevos significados que alteren la naturaleza total del punto en cuestión". IN MUJIH-I l'lúN: SOHKti l.A IDFOl (>C¡ iA prolctariaclo. un marcado libre para la mano de obra asalariada en sus lincamientos modernos; y aún entonces, visto desde la perspec¬tiva de la clase dominante, lo que llamó la atención y pareció sig¬nificativo. fue la libertad y no la -desposesión. Sea lo que fuere que uno pudiera llegar a esperar a prior i. )¡t historia de la economía política desde su comienzo aclara en for¬ma abundante cuán estrecha (.y aun conscientemente) estuvo li¬gada la formación de la teoría económica a la formación y a la defensa de la política. Aun cuando las doctrinas de la escuela clá¬sica fueron muy abstractas, especialmente en la forma en que las e.\presó Ricardo (a quien Bagehot llamó "„el verdadero fundador de la Economía Política abstracta"), ellas se relacionaban muy de cerca con los prohlemas prácticos de su época, por cierto sorpren¬dentemente muy de cerca, como ya lo veremos. Además, apreciar esta conexión y ver sus teorías a la luz de los problemas de polí¬tica real, para los cuales buscaban una respuesta es. con frecuencia, una clave esencial para comprender la intención y el énfasis que pusieron sobre sus teorías. De este modo, la propia estructura de Tfut Wcalth o} Nationx, de Adam Smith, está conformada y mo¬delada por su preocupación respecto de las políticas mercantilístas y de las teorías sobre las cuales se asentaban. Es bien conocido ci hecho ile que Malthus en su ■ Lxxay'tm VopultítUm da respuesta a los puntos de vista de Godwin sostenidos por su padre (que en esa época eran radicales), respecto de las posibilidades de un progreso material y de una futura sociedad igualitaria de felicidad humana.-" La primera aparición pública de Ricardo como economista, for¬mulando una teoría del dinero y de los cambios extranjeros, fue en su papel de crítico de la política del Banco de Inglaterra du¬rante la controversia del metálico y el germen de sus teorías sobre e! valor y la distribución apareció en un folleto sobre el tema en febrero de IXJ5.*!< el cual apuntaba al debate que en el mismo mes se sostenía en la Cámara de los Comunes sobre la nueva Ley de Granos, y cuyo objetivo era sustentar teóricamente la libre impor¬tación de los mismos. John Stuart Mili expuso, en sus Principies de IK4X, doctrinas (con especial énfasis en su „'aplicación social”) Véase J. M. Keynes en líxxays in Biogruphy* ¿d. Londres, 1961. p. 9H. donde se ciui la autoridad del obispo Oiter (amigo de Malthus y editor de la segunda edición postuma, do Principies) y véase también Mcnioir of Ro- hert Malthus en 1SÍ6, edición de tos Princi- pies de Mtdfhus, pp. xxxviu-xxxix. *" An Lxstiy on lite ¡nflnence of ti l.ow Prive of C'oni an the Prvfiis of Stock: She'vinf! the Inexpediency of Kextriciians on Importarían. Londres, 1X15. Reproducido en el t. iv de la edición de Sraffa, de Works and Cor- rrspondence of lhi\id Ricardo. Cambridge. 1951. p. 1-41. 36 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN las que deben ser consideradas sobre la base de su defensa ante¬rior del “radicalismo filosófico” durante la década de 1820 en la Westminster Review; y si él consideraba a su System of Logic muy importante para establecer un punto de vista empírico del conoci¬miento, contra “el punto de vista alemán „apriorístico‟ del conoci¬miento humano”, por ser éste “el gran apoyo intelectual de doc¬trinas falsas y malas instituciones”;:,f) algo semejante a esto era todavía más cierto respecto de su enfoque de la economía política. Escritores como Sénior y Mountifort Longfield, inmersos en la marea de una primera reacción contra las ideas de Ricardo, esta¬ban en verdad, preocupados (y Longfield muy explícitamente) por los molestos reclamos de los sindicatos y por lograr alguna justificación del beneficio, que respondiera a las incipientes críti¬cas socialistas. Por cierto que, en lo que a la economía política se refiere, Edwin Cannan ha hecho el siguiente comenta- rio: “Entre todas las desilusiones que prevalecen con referencia a la historia de la economía política inglesa, no hay ninguna mayor que la creen¬cia de que la economía de la escuela y el período ricardianos fueron de un carácter totalmente abstracto e inexperto”. De los economistas del siglo xix dice, en términos generalas: “En la gran mayoría de. los casos los fines prácticos eran de suprema impor¬tancia- .. (y) la íntima conexión entre la economía y ía política del período ricardiano. . . nos provee de una clave para despejar muchas incógnitas”.32 Pero nos preguntamos, ¿en materia de enfoques sobre los pro¬blemas reales no existen diferencias de grado, por cierto de calidad, 80 Véase su Anlobiographyt Londres, 1873, p. 225. 31 Longfield, en el Prefacio de sus conferencias en Dublin, enfatiza su preocupación por demostrar „“cuán imposible es generalmente regular los salarios ya sea por combinación de los trabajadores o por disposición legis-lativa”, y en su conferencia final llega a la conclusión de que “las leyes de acuerdo con las cuales se crea la riqueza, se la distribuye y se la consume, han sido forjadas por el Gran Autor de nuestras existencias, con la misma consideración por nuestra felicidad, lo cual se pone de manifiesto por las leyes que gobiernan el mundo materiar. (¿Estaría quizá hablando como juez más bien que como economista?) ** History of the Theories of Production and Distribittion in Etiglish Political Econotny from 1796 to ¡848, 2^ edición, Londres, 1903, pp. 383- 384. Cuando particulariza, Cannan dice (p. 391) que “para fundamentar la Ley de Granos, hubiera sido difícil inventar algo más efectivo que la teoría ricardiana de la distribución”; y que, en lo que se refiere a Malthus, cuando publicó la primera edición de su Ensayo sobre la población, “éste se sintió inspirado por la idea de provocar asentimiento, aunque no satisfacción, ante el orden de cosas existentes y por la de prevenir el prohijamiento de expe¬rimentos urgentes”, como la Revolución Francesa (p. 384). J. K. Ingram neralización de alto nivel” o por la elegancia formal de sistemas y teoremas de más reciente formulación, sin preocuparse por los corolarios y las prescripciones que puedan ex¬traerse de ellas. Como ya lo hemos sugerido, dicho contraste —o quizá más bien la diferencia en el énfasis y en el enfoque— no depende necesariamente del grado de abstracción de las teorías en cuestión. Si bien en un sentido es verdad que los teoremas que tienden a un “alto nivel de generalización”, deben hacer abstrac¬ción, por su propia naturaleza, de la multiplicidad de detalles par¬ticulares, de ninguna manera se puede deducir de ello que aque¬llos que tienen una estrecha relación con la práctica y ejercen si¬milares conseINTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- cuencias sobre ésta, tiendan a ser meGIA nos abstractos en la formulación. Es 37 posible que la razón consista en que por suficientes como para excluir cualquier su misma hazaña de concentración soetiqueta general adherida' a teorías de bre ciertos lineamientos ..y face¬tas de algún período particular, que defina su la escena total (con el fin de darles altendenz social? Es claro que algunos guna relevancia ope- racional) ésta pensadores tienen más que otros, un pueda involucrar, a su vez, una proeza mayor conocimiento de los problemas en la selec¬ción y abstracción de otros contemporáneos particulares, ya sea en' aspectos, y de allí el encuadre de la razón de sus contactos o de su experealidad dentro de una perspectiva esriencia, o debido a que su interés en las pecial (y en algún sentido y en alguna prescripciones de política satisface sus medida, de una perspectiva “irreal”). inclina¬ciones y su tipo particular de Ricardo, y tam-bién quizá Walras, parementalidad. Además, otros menos cen ilustrar esto en lo que concierne a o igualmente buenos conocedores la teoría económica. En las últimas déde la escena contemporánea y de sus cadas no hay muchas señales de que el minucias, pueden sentir más interés creciente formalismo de la teoría ecopor la síntesis de las ideas y por la “ge- nómica haya redu¬cido la intrusión de problemas ideológicos en la discusión econó¬mica (por ejemplo, respecto de la estabilidad o inestabilidad de los modelos de crecimiento).33 atribuyó la alta reputación que Ricardo alcanzó en su época, en parte por lo menos a “una sensación de que su sistema daba apoyo a los industriales y a otros capitalistas en su creciente antagonismo contra la antigua aristo¬cracia de los terratenientes”, A History of Political Economy, 2? edición, Londres, 1907, p. 136. 33 Esto a pesar de lo que Oskar Lange denominó la reciente “profe- sionalización de la ciencia económica”, en Political Economy, Varsovia y 38 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION En este asunto del enfoque, y de allí en el modo de selección y de abstracción, ha habido una diferencia fundamental, que in¬fluye tanto en la forma en que se consideran e interpretan los problemas, como para darle importancia cardinal en la clasifica¬ción y apreciación de las teorías. Uno de los métodos de enfoque es el prescindir de las características específicas de un sistema par¬ticular de instituciones (o “modos de producción” en términos marxistas) y concentrar la atención sobre aquellas que son comu¬nes a todos, o por lo menos a varios sistemas distintos, y que en esta medida son suprahistóricas. Una teoría modelada de esta for¬ma, fuera de lo que es “universal”. si se presenta como algo más fofo un prolegómeno/4 tiene como consecuencia que en la inter-pretación causal de los acontecimientos, estas características son eñ algún sentido primarias y que, lo que es peculiar al compiejo especial de instituciones, es secundario, fcn otras palabras, la forma y ángulo de la generalización, de acuerdo con lo que se selecciona para enfatizar y de lo que se condena a la oscuridad, no puede dejar de tener influencia, no sólo sobre las actitudes y creencias de los seres humanos y, por lo tanto, sobre su actividad social (por ejemplo, si se intenta la “ingeniería social‟* o se pretende un cam¬bio radical de las instituciones) sino también sobre el diagnóstico intelectual de problemas sociales y económicos particulares. La teoría no puede abstenerse de ser ideológica en este sentido. Un enfoque que parta del carácter históricamente cambiante de la sus¬tancia temática propia de las ciencias sociales y concentre su aten¬ción sobre lo que es históricamente contingente en la situación contemporánea que se analiza, per contra, lleva implicaciones opuestas. Cada uno de estos enfoques puede fracasar, por supuesto. Londres, 1963, i. i, pp. 314-315, con lo cual parece pensar que "se estimula a] pensamiento económico más allá de los límites de las realidades e inte¬reses del medio social del cual surgió", lo cual sucede, por lo menos hasta un cierto punto. Podría parecer que cualquier teoría histórico-social —incluyendo la marxista— - debe ser de este tipo, puesto que ella intenta generalizar con respecto a sociedades históricas diferentes y a sus cambios. Puede muy bien ser verdad. Pero a! hacerlo así estas teorías pueden o no concentrar su aten¬ción sobre peculiaridades que son de importancia esencial para el funcíoña- miento específico de una sociedad en particular; los marxistas se distinguen, precisamente, por su énfasis sobre la influencia específica de las “relaciones sociales" de producción, que son las definitorias de cualquier modo particu¬lar de producción (y de cambio). En este sentido es en sí misma una forma de presentar no sólo los elementos comunes sino también las diferencias. realidad (puesto que es muy posible, y por cierto no poco común, que al¬gunos supuestos cruciales de un teorema permanezcan implícitos e ignorados, hasta que la intensa discusión polémica y la crítica los descubra). Aun cuando esta diferencia de visión se establezca y se advierta con claridad, los puntos de vista rivales pueden encontrar defensores sinceramente convencidos, debido a que se ajustan con rigor, cada uno de por sí, a la perspectiva desde la cual las dife¬rentes clases sociales visualizan el complejo social de las relaciones ínteractuantes y del cambio. En consecuencia» continúan lado a lado como escuelas rivales. K1 ejemplo obvio del cqntTPigf<» ^srrihipnHn (al cual retornaremos pronto) es el énfasis divergente de ese tipo de teoría, INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- que comprende a la mayor parte de las GIA simples teorías del “intercambio” o de 39 las teorías de mercado, las cuales molen manifestarse fecundo para una indean Tos problemas económicos en terpretación por entero convin¬cente o términos fle tactores13 "naturales” fructífera; de esta manera -^o universales y tas teorías, que, por probablemente la única en que los teo- subrayar las relaciones socia¬les de remas de las ciencias sociales pueden producción y/o de distribucióndel inser testeados— pueden ser refutados greso, han dado pro¬minencia a los facpor la prueba de la experiencia. Lo más tores institucional^ y han mostrado los probable, por lo menos durante un proble- mas economicos en forma printiempo, es que coexistan dos tipos riva- cipalmente “institucional”. No es neceles de interpretación y haya conflicto en sario decir que el análisis de El capital sus consecuencias sobre la acción y la de Marx “con un aná¬lisis crítico de la experiencia, sin que, posiblemente reproducción capitalista”, como subtítulo salte a simple vista, la verdadera natu- de su vo¬lumen inicial, corresponde a raleza de sus diferentes visiones de la este segundo tipo. Hemos de ver que aun antes, John Stuart Mili comprendió suficientemente el signi¬ficado de este tipo de contradicción, como para aclarar, en opo-sición a sus predecesores, que en su opinión, en tanto “las leyes de la producción” eran naturales y universales, aquellas otras de la distribución, per contra, “formaban parte de las instituciones hu¬manas, puesto que la manera como la riqueza se distribuye en cualquier sociedad, depende de los reglamentos o costumbres que 88 Véase J. B. Clark, The Distribution of Wealth, Nueva York, 1899, p. 37: “La ley misma (de la distribución) es universal y, por lo tanto, „na¬tural‟ 40 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN allí prevalecen”:38 en este sentido eran leyes de relatividad his¬tórica y enraizadas en instituciones especificas de propiedad. Con la generación que siguió a Mili y a su enfoque sobre una teoría de la demanda en las relaciones de cambio y una derivación de la distribución del ingreso (vía precio de factores), y a partir de estas relaciones de cambio volvió seguramente a ponerse énfasis sobre la perspectiva del problema económico, como si fuera un cuadro donde lo esencial estaba conformado y modelado por las condiciones universales y suprahistóricas de cualquier sociedad de cambio, sin importar cuáles fueran sus relaciones sociales parti¬culares, su estructura de clases y sus institu- ciones de propiedad. De este modo, la visión sobre la naturaleza del cambio histórico —de su estructura, secuencia y mecanismos causales— influirá sobre la visión de tos límites permitidos y las formas permisibles de generalización, en el caso de que las proyecciones y teoremas abstractos resultantes sean relevantes para los problemas reales y para una política factible. Podríamos considerar como análogo, aunque como un tipo diferente de ejemplo de lo que afirmamos, el énfasis opuesto, que siempre há existido entre los teóricos, pues hay quienes ven nuevas revelaciones provenientes de la construcción de modelos teóricos en el más alto nivel de abstracción, y quienes se impre¬sionan lo suficiente con la multiplicidad y las diferencias concre¬tas, como para negarle a dicha generalización abstracta todo, menos un papel oscurantista. Un ejemplo reciente de esto último puede hallarse en el estudio sobre la pobreza y el subdesarrollo en el sur de Asia, realizado por el profesor Gunnar Myrdal, quien, al subrayar las peculiaridades institucionales de las econo¬mías que está investigando, pasa por alto las categorías que usan los economistas, por irreales e inaplicables, y descarta, para criti¬carlos en detalle, los modelos de crecimiento semimatemáticos que han estado tan de moda en las discusiones sobre el desarrollo y la planificación desde la segunda guerra mundial.*7 Un proble*• J. S. Mili, Principies of Politícal Economy, Londres, 1848, 1. 1, p. 26. aT El profesor Myrdal escribe, por ejemplo: “Los modelos económicos han llegado a estereotipar toda esta forma de pensamiento, que hemos lla-mado el' enfoque occidental o moderno, y que a su vez ha influido con gran fuerza sobre los planes y las discusiones de la planificación para el desarrollo en los países del sur de Asia... Esta manera de pensar en forma de modelos ha prejuiciado sistemáticamente 1a visión de la realidad que tiene el planificador, de forma tal que se adecúa a la conveniencia y a los intereses tanto de conservadores como de radicales Observar que los modelos son selectivos, abstractos y lógicamente consistentes y cuantif¡cables INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 41 raa de este tipo de relevancia y aplicabilidad no es fácil de deter¬minar, si es que de. algún modo puede determinarse por medio de cualquier criterio simple y directo. A muy largo plazo, el problema podría someterse a la prueba de contar el número de corolarios o prescripciones de las escuelas rivales que parecen haber “funcionado” en la práctica, y otorgar el espaldarazo a quien demuestre el puntaje más alto. Mientras tanto, es difícil que la decisión entre ellos no se vea influida por los usos particulares y las recetas políticas que ambas escuelas pueden haber adelantado, como consecuencias de sus respectivas teo- rías o puntos de vista, y por las actitudes de uno hacia ellas. Se pueden, por ejemplo, considerar las recetas políticas en cuestión como plausibles (o no) sobre otras bases, y también por el hecho de que parezcan infe¬rirse de algún teorema general, uno puede considerarlas como reforzantes del supuesto inicial que se tenía. A este respecto, los juicios —elaborados pragmáticamente a partir de recetas políticas, para dar apoyo a los conceptos generales-^- deben casi inevita¬blemente estar influidos por consideraciones y propensiones “ideo¬lógicas”. Parece existir una copiosa experiencia como para demos¬trar que en realidad lo están. Con dichas diferencias en el tipo de generalización se vincula (aunque ello no sea evidente de inmediato) el difícil problema de cómo —si es lícito hablar de teorías sociales que tienen un carác¬ter ideológico— se debe distinguir y clasificar este papel ideoló¬gico. Resulta innecesario decir que en la literatura polémica el uso de tales etiquetas, como “apologético”, para describir una u otra escuela de escritores y teorías, de acuerdo con su procedencia y tendenz social, ha estado lejos de ser claro o consistente. Es bien sabido que Marx hablaba de la escuela clásica de economía polí¬tica (término que él mismo acuñó) como de la “escuela burgue¬sa”. Pero al decirlo, de manera alguna quería pasar por alto sus equivale a exponer sus limitaciones: no son comprehensivos, sino parciales; pueden ser difíciles de cuantificar ... Facilitan también la omisión de lo rele¬vante y del realismo y, en razón de las . varias interpretaciones posibles de las premisas lógicamente formuladas, dan paso a las ambigüedades. Cuando los modelos se „aplican*, se olvida por lo general su naturaleza selectiva y por lo tanto arbitraria... Por lo general, la aplicación a los países subde- sarrollados del sur de Asia, de conceptos que pueden ser apropiados para los desarrollados, conduce a lo que los filósofos denominan „errores de ca¬tegoría', o sea los de adscribir a una categoría atributos apropiados para otra... Puede ser más certero abstenerse de usar el modelo, que utilizar uno prejuiciado y falso”, en Asían Dramma, Londres, 1968, t. mi, pp. 1942, 1944 y 1962. mistas como “púgiles a sueldo” o como una “masa homogénea de reaccionarios” (diciendo de John Stuart Mili y de otros semejantes a él, por ejemplo, que “sería un error grande cla¬sificarlos dentro del rebaño de apologistas de la economía vul¬gar”).30 Si nos acercamos al presente ¿se debe considerar a The General Theory, de J, Maynard Keynes como una crítica al capi¬talismo (de la variedad de su tiempo), o como una “teoría apologé¬tica del capitalismo monopolista”, como lo reputaron algunos es¬critores marxistas. de la época? *a Y si la consideráramos esto último, ¿cuáles son sus derechos a que se la compare con los resultados de algún trabajo de Schumpeter que trata de proporcio¬nar una justificación dinámica del monopolio, y ha demostrado ser de tanta influencia? Además, existe el 42 tipo de problema, TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBU3f* Véase el Prefacio de Marx a la seCIÓN gunda edición del t. i de El capi¬tal, doctrinas como enteramente negativas Moore y Aveling (ed.), Londres, 1886, y engañosas por su “falsa conciencia”; pp. xxi-xxni. Es aquí donde él habla de por cierto que separó, para encomiar, la economía política “que continúa los avances positivos del pensamiento siendo una ciencia sólo mien¬tras esté de los clásicos y la visión científica que latente la lucha de clases o se manifiesdemostraron tener de la naturaleza de te únicamente en fenómenos aislados y la sociedad económica (aun cuando esporádicos”, y de Ricardo como del “úldentro de “los límites más allá de los timo gran representante” de la escuela cuales” el pensa¬miento de ellos “no clásica; también habla allí del período podía pasar”).88 Hasta cuando habló comprendido entre los años 1820 y del perío¬do posterior a 1830, denomi- 1830, por ser “notable en Inglaterra por nándolo el de la “economía vulgar”, tuvo la actividad científica en el dominio de buen cuidado en discriminar y de nin- la economía política”. Fue al período guna manera trató a todos los econoposterior a 1830 (cuando “la lucha de clases en la práctica y en la teoría fue tomando, cada vez más, formas francas y amenazadoras") al que trató como si sonara a “toque de difuntos de la economía científica burguesa” y como al que intro¬dujo “en lugar de la investigación científica genuina, !a mala conciencia y el malévolo intento de lo apologético”. Antes había descripto (en los Grund- risse) a Ricardo como el “economista par excellence de la producción” (lo cual para Marx era hacer un alto elogio); y en Theorien über den Mehrweri iba a hablar de “la importancia científica, del gran valor histórico de la teoría de Ricardo”, a pesar de sus defectos; Theorien, Kautsky (ed.), Berlín, 1923, t. ir, pp. 4-5, traducido al inglés por G. A. Bonner y Emile Burns, con el nombre de Theories of Sttrpltts Valué, Selections, Londres, 1951, pp. 203-204. ** El capital, t. i, M.oore y Aveling (ed.), p. 623 nota. 49 Véanse, entre otros, el libro de texto de la Unión Soviética sobre Political Economy, edición en inglés, Londres, 1957; y una expresión un poco menos cruda de este punto de vista en Fundamental of Marxism-Leni- nisme, O. Kuusinen (ed.). Traducción al inglés, Londres, 1961, pp. 338-339. tico (que escribió con motivo del centenario de El capi¬tal) , según el cual se puede trazar una distinción entre la economía política propiamente dicha (en el sentido clásico y marxista) y la economía de aplicación generalizada, la cual, dando por descon¬tada la base socio-institucional de la sociedad, puede producir modelos teóricos respecto de la estructura y del funcionamiento mecánico de esa economía, modelos que tienen una validez obje¬tiva, y, por lo tanto, por deducción deben ser diferenciados de la “apología burguesa” (se cita como ilustración gran parte de la teoría macroeconómica moderna, en especial los modelos de cre¬cimiento).41 Parecería en verdad como si un papel ideológico de una teoría —al tratar de proporcionar algún tipo de justifica¬ción del sistema existente, y con ello apaciguar la crítica y pre¬venir la revuelta (o, por el contrario, permitir la condenación del statu quo)— debiera distinguirse del análisis teórico, que no hace más que proveer ciertos corolarios de política (por ejemplo, sobre política presupuestaria), para que el gobierno pueda hacer frente a contingencias particulares (“ingeniería social‟1, en algún limi¬tado contexto ad hoc). Además, no parece de ningún modo fácil de trazar la demarcación entre INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- estos dos tipos de teoría y un estudio, GIA aparentemente objetivo de las condicio43 nes generales de equilibrio del mercado expuesto aún en fecha más reciente, (estático o dinámico), del cual resulta por sugestión de un econo-' mista sovié- un buen ejemplo el sistema de Walras. Este ejemplo parecería sugerir que la respuesta depende de que el último tipo de teoría se muestre abierto a una interpretación normativa, y que ciertas conclusiones normativas se derivan en forma explícita, como lo fue en realidad el caso del sistema walra- siano cuando se le anexó el teorema referente a la maximización de la utilidad bajo condiciones de libre competencia. No puede negar¬se que ésta es una manera en la cual el análisis formal puede tener, y ha tenido, implicaciones apologéticas. Pero ¿es ésta la única manera? Si así fuera parecería que el análisis formal per se podría salir airoso del resultado y atribuir la función apologética a la intrusión normativa; el hecho que un tipo de análisis se preste más que otro a dicho tratamiento (por ejemplo, que coloque a la utilidad en un papel clave) es “accidental”, en lo que concierne al análisis per se. Sin embargo, adoptar este punto de vista sería omitir lo que se ha subrayado antes; esto es, que el análisis teó*l V. Afanaseyev, Voprosi Ekonomiki, n? 7, 1967, p. 14 y ss. rico, en todo caso en una teoría social como lo es la economía, 44 TEORIA DEL VALOR Y LA DIS1 RIBUCIÓN debe incluir en forma inevitable un argumento causal. Los dife¬rentes tipos de argumentos causales pueden tener distintas conse¬cuencias para lo que es posible hacer y alcanzar por medio de la acción política y social; por lo tanto es relevante y por cierto cru¬cial, para establecer cuáles son las alternativas viables -—si en verdad existe alguna alternativa viable para el marco socioeconó¬mico existente— y esto por entero dentro de los límites del razo¬namiento, positivo y no del normativo. Se puede poner como caso el simple contraste entre el tratamiento keynesiano y prekeynesia- no de los determinantes del nivel de ingreso y de empleo, el cual llevó a Keynes a describir el orden de determinación causal a partir de la inversión—> ahorro (vía el efecto multiplicador sobre el in¬greso, de un cambio en la inversión);42 la teoría prekeynesiana, en tanto, había tratado a la inversión como determinada y limitada por el ahorro, via la influencia de este último sobre la tasa de inte¬rés. Es y casi innecesario extenderse sobre las implicaciones suma- j mente importantes de este cambio teórico para la política.(en par¬ticular en lo que se refiere a las técnicas y a los instrumentos operables para combatir el desempleo y para incluir sobre el nivel de actividad). Aun así, se podría decir que este tipo de cambio de secuencia causal (dentro de lo que Marx hubiera denominado la I “esfera de la circulación”) no cambió fundamentalmente el cuadro conceptual de. cómo funcionaba un sistema capitalista. Más crucial II para éste es el contraste entre las teorías que enfocan la determiII nación de los precios, o las rela- ciones de cambio, a través y por 1 medio de las condiciones de producción (costos, coeficientes de l insumo y demás) y aquellas que la enfocan principalmente desde I *el punto de vista de la demanda. No cabe duda de que éste ha sido el contraste principal y característico entre los dos sistemas esenciales y opuestos del pen-samiento económico desde el siglo xix en adelante; y ésta es una diferencia que se esconde detrás de intentos puramente formales de “reconciliarlas” o de interpretar alternativamente las diferencias entre ellas en términos exclusivamente formales. Ade¬más, el contraste es mucho más profundo de lo que parecería a primera vista, porque, como veremos, involucra una diferencia en las “fronteras” del tema, o en los factores e influencias que se ** Véase en Mathur, Steady Growth, p. 71, la proposición más com¬pleta del diseño causal implícito en la Teoría general de Keynes. También A. Tustin, The Mechanism of Economic Systems, Londres, 1958, pp. 4, 7 y ss. sobre “una secuencia de dependencia” en el sistema keynesiano. de cambio partían necesariamente dé aquellas condiciones socio-econó¬micas que daban forma a las relaciones de clase de una sociedad. Adam Smith consideraba importante distinguir entre “el temprano y rústico estado de la sociedad que precedía a la acumulación de capital y a la apropiación de tierras” de aquella sociedad de clases surgida después que “el capital se hubiera acumulado en las manos de personas particulares”; en tanto, Ricardo vio “las leyes que regulan” la distribución como “el principal problema de la eco¬nomía política”, puesto que éstas explicaban los principios de acuerdo con los cuales, “el producto de la tierra se divide entre tres clases de la comunidad, es decir: el propietario de la tierra, el propietario del acervo o capital necesario para su cultivo y los trabajadores que la cultivan”.4” Se podría decir que para ellos la economía política era una teoría de la distribución antes que una teoría del valor de cambio; y por cierto que Ricardo, como vere¬mos después, diseñó su teoría del beneficio antes de perfeccionar su teoría del valor como fundamento y marco referencial de la primera. Más deliberada y explícitamente, INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- Marx siempre enfatizó la distinción enGIA tre los procesos y relaciones esenciales 45 en la socie¬dad humana y el ámbito de incluyen dentro del círculo-de influen- las apariencias, e identificó al cambio, cias relevantes o de factores determio sw, la circulación del dineronantes. Para los economistas clásicos, y mercancía, con el último y las relacioen especial para Marx, , el estudio de lá nes sociales de producción, con los economía política y el análisis del valor primeros. Concentrar la atención sobre el intercambio per se, aislado de su marco socio- histórico, era la fuente de la “mala conciencia” y de la teorización ilusoria. En su polémica contra Proudhon dijo: “En principio no hay intercambio de productos, sino intercambio de trabajos que compiten en la producción. El modo de intercambio de los pro¬ductos depende del modo de intercambio de las fuerzas produc¬tivas”.44 Vuelve a la misma idea en su referencia al “fetichismo de las mercancías” en El capital, cuando dice: “Una determinada relación social entre los hombres asume, ante sus ojos, la forma fantástica de una relación entre las cosas”;43 y de nuevo, en sus *8 Adam Smith, An Inquíry Into the Nature and Causes of' the Wealth of Nations, cuarta edición completa en un volumen único, Londres, 1826, libro i, cap. vi, p. 51; D. Ricardo, On the Principies of Political Economy and Taxation, Prefacio; Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), Cambridge, 1951, t. i, p. 5. ** Misére de la Philosophie (edición de 1847), p. 61. *“ El capital, 1.1 (traducción de Moore y Aveling), Londres, 1886, p. 43. 46 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Theorien über den Mehrwert (Teorías sobre la plusvalía) —cuan¬do habla de la economía vulgar posricardiana— dice: “La existencia del ingreso, tal como aparece superficialmente, ha sido separada de sus relaciones internas y de todas sus vinculaciones. De este modo la tierra se convierte en la fuente de la renta, el capital en la fuente del beneficio y el trabajo en la fuente de los salarios”.4" Los límites del tema, tal como los infirió, no eran por consiguiente arbitrarios, porque fueron considerados en forma consistente con su interpretación del desarrollo histórico, y como necesarios para abarcar a todos los factores indispensables para cualquier explica¬ción que fuera a la vez completa y sustancial. En contraste con este enfoque, la metodología introducida por la “revolución de Jevons”, a la cual Menger y la “escuela austríaca” dieron una formulación más sistemática, procuró deri¬var una explicación del valor de cambio de las actitudes de los consumidores individuales frente a las mercancías, como provee¬doras de valores de uso para la satisfacción de las necesidades individuales. La significación de esto no es simplemente (como por lo general se ha enfocado la cuestión) que se haya puesto el énfasis en el extremo opuesto de una cadena de eventos o proce¬sos interdependientes, sino más bien en dos consecuencias crucia¬les de este enfoque. En primer lugar, este enfoque trataba a los individuos, á su estructura de necesidades y a las elecciones y sustituciones de allí resultantes, como datos últimos del problema económico; éstos eran los últimos átomos del pro- ceso de cambio y del comportamiento del mercado, más allá de lo cual el análisis no continuaba (es decir, no se ocupaba, y en realidad no podía hacerlo del acondicionamiento social o interdependencia social de los deseos de los individuos y de las reacciones en su conducta). En segundo lugar de él derivó una teoría de la distribución inci¬dental al. proceso de formación de los precios, es decir, como si los precios de los “factores originales” o servicios productivos se formaran de acuerdo con el papel que jugaban en la creación de mercancías, las cuales directa o indirectamente fueran de utilidad a los consumidores últimos. Como veremos, en la concepción de Menger existe una jerarquía simple de “bienes de primer orden” y “bienes de orden más alto”: los valores de los últimos serían dependientes de los primeros, de una manera simple, de acuerdo con su papel en el proceso unidireccional por el cual los bienes *• Theorien über den Mehrwert, Karl Kautsky (ed.), Berlín, 1923, t. m, pp. 521-522. INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 47 y servicios de “orden más alto” fueran transformados productiva¬mente para los consumidores en bienes y valores de uso finales. Ésta, y no la utilización del instrumento formal de los incrementos marginales, fue la cruz de la nueva tendencia del último cuarto del siglo xix, razón por la cual la designación de “marginalista” para describirla, es equivocada. Aun cuando nos anticipemos a la discusión contenida en los últimos capítulos, quizá merezca una mención incidental el hecho de que esta inclusión de una teoría de la distribución dentro de la teoría del proceso de formación de precios, como un conjunto constituyente de un conjunto más grande de procesos de mercado, considerados como un todo interrelacionado, exige un cuestiona- miento en un aspecto importante. La estructura de la demanda del mercado sólo puede derivarse de los deseos, preferencias o reac¬ciones de conducta de los consumidores, admitiendo el supuesto de que los consumidores están provistos de una cantidad dada de ingreso monetario.47 De aquí que en el proceso general de la for¬mación de precios, esté implícita una distribución inicial del ingre-so entre los individuos, en el sentido de que ésta debe incluirse como uno de los determinantes de la estructura de demanda, de la cual se derivan todos los precios (incluyendo los de los factores productivos); todo el proceso de formación de precios se relaciona con esta distribución postulada. En otras palabras, una teoría de la distribución, si se concibe como una teoría de precios deriva¬dos de los servicios productivos o factores, no puede ser indepen¬diente de la distribución inicial del ingreso, como premisa esencial.48 +T Por ejemplo, en la formulación que hace Walras de la rarete, como “la causa del valor de cambio”, éste aparece como la “cantidad poseída ini¬cialmente de las mercancías que son objetos de intercambio”. (En la Leqon 14 señala que los precios permanecen invariables cuando tiene lugar la redis¬tribución entre sus poseedores, si (pero solamente si) “el valor de la suma de las cantidades poseídas por cada una de estas partes (para el intercambio) permanecen iguales". Se hace referencia (pero no en forma demasiado con¬vincente, debe añadirse) a “la ley de los grandes números” para suponer que esta condición será cumplida, por lo general, cuando las transacciones se efectúen en un mercado competitivo. ** Para tomar un ejemplo, supóngase una economía con dos mercan-cías, de las cuales r satisface una necesidad y es relativamente barata (com¬parada con su utilidad) e y un artículo de lujo relativamente caro, consumido sólo por aquellos que tienen altos ingresos. El hecho de que la demanda de x provenga de los grupos de bajos ingresos (e inversamente la demanda de y de quienes tienen altos ingresos) tenderá, ceteris paribus, a mantener el precio de x bajo (y el de y alto), y del mismo modo el precio de cualquiera de los factores (por ejemplo, mano de obra) que sea más intensamente utili¬zado en su producción. 48 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBU- CIÓN La consecuencia importante 1 aunqnp veces adver¬ tida, de este contraste entre el enfogue clásico y el moderno se deduce directamente de lo que acaba de decirse: que en el primero^ la distribución del ingreso es tratada como un resultado de las ins¬tituciones sociales (la pertenencia d? la prnpiedarir pnr ejemplo'). Y Cíe las relaciones sociales, pti tanto qn» ni timo <»stá d ter¬ minad a por las condiciones del ramhío En un caso está determinada Hesae tuera y en el otro desde dentro del proceso de los precios de mercado (Marx hubiera expresado lo primero diciendo que las condiciones sociales y las fuerzas de las clases eran más funda¬mentales que las relaciones de cambio).49 En términos clásicos, la distribución del ingreso (es decir, la relación entre salarios y be¬neficios) era una pre-condición de la formación de los precios relativos. Per contra, en la teoría posterior a Jevons y a la escuela austríaca, la distribución del ingreso se deriva como una parte del proceso general de la formación de los precios, como si se tratase de un conjunto constituyente de ecuaciones dentro - deí sistema total de ecuaciones de equilibrio del mercado (aunque no sin cir- cularidad, como hemos visto, hasta el extremo de que debe supo¬nerse una distribución inicial del ingreso para traducir las necesi¬dades o preferencias de los consumidores en términos de la de- man¬da del mercado). De este modo, se hace aparecer la distribución del ingreso como algo independiente de las instituciones de propie¬dad y de las relaciones sociales; como algo suprainstitucional y suprahistórico, al menos en lo concerniente a la distribución del ingreso entre factores. Veremos luego que ésta es la sustancia y esencia de la crítica a la teoría de la productividad marginal en la discusión moderna (la polémica contra la llamada escuela “neo¬clásica), aun cuando la discusión en sí misma se ha ocupado principalmente de asuntos formales, como los de la consistencia y cosas semejantes. Como lo ha expresado hace poco un escritor: “La teoría de las relaciones de producción quiso ser independiente de las instituciones de la sociedad; es decir, que las relaciones entre los hombres fueron tratadas como irrelevantes para explicar ** Es verdad que Marx consideró que los salarios (y de allí —dada la productividad— la plusvalía) estaban gobernados por la ley general del valor; es decir, por el “valor de la fuerza del trabajo". Pero su misma defi¬nición del “valor de la fuerza del trabajo", y de allí la tasa de la plusvalía, dependía de supuestos histórico-sociales, en tanto que cualquier desviación del precio corriente de la fuerza de trabajo de su valor, dependía dél equi¬librio de las fuerzas de las clases sociales (es decir, de la fuerza de los sindi¬catos). Véase capítulo 6. INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLOGIA 49 la distribución. Fue la visión de Marx la que señaló que esta- separación no tenía validez' ni aun en el mundo de la lógica pura y el significado de esta diferenciación, para el caso de más de un bien de capital, ha sido .enfatizado, por los críticos modernos dé las-parábolas neoclásicas”.30 m En resumen, ¿a qué conclusión parece que hemos llegado? Dicho en términos breves parece ser que la distinción que Schumpeter trataba de hacer entre la economía como análisis puro y la eco¬nomía como visión del proceso económico, dentro del cual entran el sesgo y la coloración ideológica, no puede ser sustentada, a menos que el primero quede restringido al marco formal, simple¬mente, de afirmaciones económicas, y no a la teoría económica como proposición sustancial respecto de las relaciones reales de la sociedad económica; ello es así porque dentro de la formulación de la última, y dentro del mismo acto que juzga su grado de realis¬mo no pueden dejar de entrar la intuición histórica, la perspectiva y la visión social. Por esta razón es posible caracterizar y clasificar a las teorías económicas, aun a las más abstractas, de acuerdo con la manera como describen la estructura y las raíces de la sociedad económica y concordante con el significado de haberlas descripto así para el juicio de la historia y la práctica social contemporá¬neas. Por cierto que hacerlo es una parte esencial de la interpre¬tación intelectual de las teorías en cuestión y de su lugar en la historia de las ideas; porque sin dicha apreciación falta algo crucial en nuestra comprensión de las teorías particulares, tratadas en forma aislada y consideradas exclusivamente en términos de su estructura lógica interna, y a fortiori en nuestra comprensión del desarrollo del pensamiento económico. En este sentido, la apre¬ciación histórica de la teoría y de su desenvolvimiento es esencial para cualquier evaluación plena de la teoría misma, si esto quiere significar la relación (e implicaciones) de las estructuras formales con la realidad, así como el análisis de las estructuras formales 80 Profesor G. C. Hartcourt, “Some Cambridge Controversies in the Theory of Capital** en Journal oj Economic Literature, t. vii, n? 3, junio de 1969, p. 395. 50 TEORIA DEL VALOR V LA DISTRIBUC ION per se. Mientras las últimas pueden ser tratadas como un logro técnico, puro y simple, la primera, que se vincula decisivamente con la relevancia —es decir, si una teoría tiene objeto o no lo tiene— y con la viabilidad general como teoría social, no puede ser tratada del mismo modo. La valoración histórica y la interpreta- ción de la doctrina económica han consistido, por lo general, en investigar los proble¬mas reales que las doctrinas particulares estaban destinadas a ilu¬minar. Este es. por supuesto, uno de los elementos de la interpre¬tación, quizá un punto de partida esencial que de cualquier ma¬nera provee de una clave sugestiva. Pero debe reconocerse que no es más que un punto de partida, y en algunos casos pueden no existir signos visibles de que la formulación concreta de un pro¬blema preceda a la invención teórica en la mente de un innovador intelectual. En otras palabras, la interpretación histórica tiene que ser concebida con más amplitud que esto y, en cierto sentido, menos literalmente. Es sensato tener presente al respecto, que el desenvolvimiento y el desarrollo del pensamiento no deben con¬cebirse, por una parte, como una gran serie de respuestas discon¬tinuas (o armazones para las respuestas) ante problemas que son diferentes en cada generación de aquellos de la precedente, ni tampoco, por otra parte, como una elaboración en línea recta de un conjunto básico de conceptos, por sucesiva adaptación de éstos a los problemas que emergen de los contactos con el mundo real. Los conceptos y las estructuras formales nuevaá son impul¬sadas por el deseo de responder a las inadecuaciones de sus pre¬decesores (y por lo tanto para contradecirlas o negarlas), en lo que se refiere a la relevancia y al realismo, y para dar respuesta, en cualquier sentido simple e inmediato a los problemas contem¬poráneos (por ejemplo, los precios de los granos en 1815 o el desempleo en la década de 1930) aun si estos últimos dan impulso (o lo refuerzan) para reconsiderar si la estructura conceptual tra¬dicional es o no adecuada. Es muy corriente que el cuestionarmento de lo viejo comience por descubrir supuestos previamente latentes, que subyacen bajo el antiguo formalismo o sus corolarios conven¬cionales; quizá sean supuestos con respecto a la situación total de la cual dependen, o referentes a la independencia (o alternativa¬mente la contingencia específica) de algún factor o factores invo¬lucrados, o aun, además, en cuanto al valor de ciertos parámetros que al examinarlos resultan ser cruciales para el modus operandi del modelo. Es probable que como secuela se hagan intentos no meramente para quitar y reemplazar estos supuestos particulares. antiguos. Por cierto que esto puede no ser más que una manera de decir lo que siempre se ha dicho: que los conceptos y teoremas nuevos deben ser encarados simultáneamente, como si se hubieran mode¬lado en respuesta a los anteriores (y, por lo tanto, comparados con éstos) —como valoración crítica de su adecuación para cumplir el papel para el cual se han formulado— y como una reflexión sobre la cambiante experiencia de la humanidad y los problemas y conflictos involucrados en la actividad social del hombre, que se motiva a sí mismo por el uso de nociones abstractas aplicadas a los seres humanos en general, a sus artefactos y a las “cosas”. 2. ADAM SMITH I La subyacente preocupación de los primeros economistas de la época de INTRODUCCIÓN: SOBRE LA IDEOLO- Adam Smith fue la noción del provecho GIA individual como fuerza conductora de la 51 economía. A partir de allí se modeló la sino para construir una descripción ra- concepción general de un sistema ecodicalmente diferente de la situación to- nómico, propulsado por un ímpetu protal y - para explorar las implicaciones pio y la idea de que su movimiento esque ello puede traer apareado; y esto taba conformado por leyes económicas aun si un regusto por la paradoja en el específicas fue la única contribución innovador no añade aliciente á su bús- que reveló y estableció la economía políqueda de casos donde los nuevos teotica clásica. Esto estaba dicho en la remas muestran relaciones o rindan muy conocida frase de Hegel, “de las corolarios precisa¬mente opuestos a los acciones de los hom¬bres se deriva algo distinto de lo que ellos desearon y pensaron conscientemente”. La idea de la fuerza potencialmente creadora del provecho individual retrotrae a los “vicios privados, virtudes públicas”, de la Fable of the Bees, de Mandeville (a pesar de que Adam Smith la desechó como “totalmente perniciosa”);1 ésta es, por supuesto, la médula sustancial dentro de la cáscara metafísica de la “mano invisible” de Adam Smith; en este sentido hasta la Theory of Moral Sentiments le era afín, puesto que se preocupaba de explorar la motivación humana, la cual fue la esencia del orden automático burgués.2 Esta demostración de un mecanismo dentro de las acciones de los hombres, con el cual era incompatible la injerencia del soberano o del estadista, fue la innovación crucial 1 La razón que adujo fue la de que „'parecía hacer desaparecer por completo la diferencia entre el vicio y la virtud" (Theory of Moral Sentí- ments, 11? edición, Edimburgo, 1808, t. n, p. 290). '* Wesley Mitchell dijo al parecer que “cualquier sistema de economía de una persona debe estar basado sobre su concepción de la naturaleza humana, sea ésta tácita o expresa, en tanto su sistema de teoría económica esté constituido por razonamientos acerca de lo que hará la gente". Luego continúa hablando de la “potente influencia de Bentham sobre el desarrollo de la teoría económica1* por el hecho "„de haber sido él quien formulara, más explícita y claramente que nadie, el concepto de la naturaleza humana que prevalecía entre sus contemporáneos” (Wesley C. Mitchell, Lee ture Notes on Tvpes of Economic Theory, Nueva York. 1949. t. i, pp. 9CÍ-91). Steward en su Recuerdo de Adam Smith) era el de “permitir que cada hombre, en tanto observe las reglas de justicia, persiga su propio interés a su manera, aportando su propio trabajo y su capital a la más libre de las compe54 tencias juntamente con los de sus conTEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUciudadanos”.“ Además, fue en especial CIÓN característico de toda la escuela, esa en el pensamiento humano respecto de preocupación por que predominara en la sociedad y, en forma esencial, el resu pensamiento la política económica. emplazo del pensamiento antiguo impli- Esta preocupación precedía y modelaba cado en los términos de “derecho natu- sus ral” y no su continuación, como algunas veces se ha alegado.3 Como lo dije- * Para Gunnar Myrdal en The Poíira Lord Robbins, aunque Smith “utiliza tical Element in the Deveíopment of tan frecuentemente la terminología del Economic Theory, Londres, 1953, el vaNaturrecht”, sus “argumentos son de lor fue “por lo general identi¬ficado con igual modo consistentemente utilitarios el precio „justo‟ o „verdadero', el justum por su carácter”.4 Lo asombrosamente pretium", y la teoría de la ley natural nuevo en ei “principio de la liber¬tad “fue el punto de partida de la teoría del natural”, de Smith, que ya había enun- valor-trabajo y de la doctrina del liberaciado en 1749, era la afirmación empí- lismo económico" (pp. 60-71). En otra rica de que (como lo parafraseó Schum- parte define “la esencia de esta filosofía" peter) “la libre interacción de los indivi- de la ley natural como “una identifiduos no produce el caos sino un ca¬ción directa de la teleología y la caumo¬delo metódico que está lógicamente salidad” (Vahte in Social Theory, editadeterminado”,5 un modelo que en con- do por Paul Streeten, Londres, 1958, p. secuencia podría ser dilucidado en tér- 206). Schumpeter habla del utilitarismo minos racionales. Es cierto que en de Bentham como si fuera “nada más aquella época se hacía mucha referen- que otro sistema de ia ley natural” (Hiscia al “orden natural” y que éste se en- tory of Economic Analysis, p. 132). contraba dotado de una estimación, 4 The Theory of Economic Policy in he¬redada en razón de su independen- English Classical Poíitical Eco- nomy. cia de las maquinaciones artifi¬ciales Londres, 1952, p. 48. producidas por el hombre. Pero el con- 6 History of Economic Analysis, p. tenido real de este así llamado orden 185. natural (según las palabras de Dugald * Biographical Memoirs, editado por sir William Hamilton, Edimburgo, 1958, p. 60. J. K. Ingram dijo del “sistema de la libertad natural" que “esta leoría no está, por supuesto, presentada en forma explícita por Smith, como uno de los fundamentos de sus doctrinas económicas, pero en realidad es el secreto sobre el cual éstas descansan” (History of Polítical Economy, Lon¬dres, 1907, p. 91). ADAM SMITH 5.5 ideas con respecto al orden económico, así como seguía el desa¬rrollo de estas ideas y les servía de corolario. De igual modo los fisiócratas,, los economistes de la escuela francesa del siglo xvui. se preocuparon por transformar las polí¬ticas tradicionales de los gobiernos con respecto al comercio y a los impuestos7 y con este fin acuñaron el concepto de un “orden económico”. En un cierto sentido lo hicieron en una forma más objetiva que Smith y la escuela inglesa, porque les interesaban menos la naturaleza y las motivaciones humanas y dirigían su atención hacia la estructura o modelo de relaciones comerciales —'hacia una fisiología de la sociedad económica que tenía su con¬ducta y pautas propias, a las cuales la política gubernamental debía adaptarse, cuando no subordinarse.8 Según el profesor Meek, “Los fisiócratas suponían que el sistema de intercambio del mercado, al cual tenían como objetivo principal de análisis, estaba sujeto a ciertas leyes económicas objetivas, que funcionaban independien¬temente de la voluntad del hombre y eran susceptibles de ser des¬cubiertas a la luz de la razón. Estas leyes gobernaban la forma y el movimiento del orden económico y, por tanto ... la forma y el movimiento del orden social en su totalidad”.8 Lo peculiar de su enfoque fue que ellos advirtieron el punto crucial de la formula¬ción del problema en cuanto a la fuente y explicación de un produií net o excedente, e hicieron de la respuesta al mismo el eje de su sistema. Postularon (es de presumir que como una observación empírica) que sólo la producción de la agricultura era capaz de rendir un produit net o excedente. La evidencia presunta de ello era que una clase íntegra de terratenientes vivía, de hecho, en razón de tal excedente, que se lograba en forma de renta de la tierra; resultaba entonces implícito que, de esta forma y en este empeño par excellence, la Naturaleza demostraba su generosidad para con ia mano del hombre. “La plusvalía aparece como una 7 Esto resulta claro de la discusión entre Mirabeau y Quesnay, quien convirtió al primero a la fisiocracia, aun cuando el punto del cual se trataba era el de la política demográfica. Véase RL. Meek, The Economics of Physiocracy, Londres, 1962, pp. 16-18. 8 Véase de Quesnay, Philosophíe Rurcle: “Si los moralistas y filósofos no basan sus estudios respecto del orden económico, sobre la agricultura, sus especulaciones serán inútiles e ilusorias. Serán como los doctores que advierten sólo los síntomas e ignoran la enfermedad. Quienes nos describen las conductas de la época sin remontarse a las causas son sólo especuladores y no filósofos*' (ibíd., p. 69). ■ Ibíd., p. 19. 56 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION donación de la naturaleza" (Marx).10 En otros renglones de la actividad económica humana, los insuraos (para usar la termino¬logía moderna) producidos por la mano del hombre, podían re¬emplazarse, pero en general nada más podía hacerse: en este sen¬tido eran stérile y no productif.'1 De aquí se deducía, en forma más bien obvia, el famoso impot unique. Si la actividad agrícola era la fuente del excedente del cual dependían tanto el Estado como la aristocracia, se suponía que todo cuanto fuera restrictivo de esa actividad debía ser condenado como socialmente dañino, a saber: las restricciones al comercio y los impuestos onerosos que gravaran a los. agricultores y a los comerciantes, porque minaban las fuentes de aquellos avances foncieres, primitives y annuelles, de cuya extensión dependía esta actividad productiva. Esta fue, a la vez, la médula de su análisis del flujo circular del intercambio (que probablemente se llamaría hoy un “mo- delo”) encuadrado en el famoso Tableau Economique, de Quesnay. (“Cantillon y Quesnay tuvieron esta concepción de la interdependencia general dé todos los sectores y de todos los elementos del proceso econó¬mico en el cual —de esta manera lo dice realmente Dupont— nada queda aislado y todas las cosas permanecen unidas.”) 12 Se añadía a esto —y no estaba del todo lógicamente relacionada— una noción paralela a aquella que según hemos visto caracterizó a los escritóres ingleses del siglo xvm: la de que los intereses indi¬viduales, cuando funcionaban en libertad, servían al bien público y esto por la “magia” de la competencia, la cual en una “sociedad bien ordenada” asegura “que cada hombre trabaja para los demás, mientras cree que está trabajando para sí mismo”. Sin embargo, para ello no se apelaba a ninguna demostración lógica de que así debía ser, sino a los “principios de la armonía económica” conce¬didos al mundo por la benevolencia divina.1* Con referencia a la “deuda” que algunas veces se dijo tenía Smith con la Escuela francesa, por haber entrado en contacto con ella durante su viaje por Francia y Suiza en los años 1764-66, la verdadera situación parecería haber sido la de un paralelismo y una generación independiente de ideas, más bien que la de una 10 Theories of Surpíns-Vahie, parte i, traducción de Eraile Burns, Moscú, sin fecha,'p. 51. ll„ Como carecieron de una teoría del valor, no establecieron diferen¬cias entre la productividad física y la del valor (como lo observa Schum- peter en History of Economic Analysis, p. 238). ia Ibíd., p. 242. 13 Véase Meek, Economics of Physiocracy, p. 70. ADAM SMITH 5? dependencia a partir de una única fuente original. Sabemos ahora que muchas de las nociones características desarrolladas por Smith en La riqueza de las naciones estaban presentes en forma embrio¬naria por lo menos en sus conferencias 'primeras, anteriores aí año 1764. Este fue el caso, no sólo de la idea de la división del trabajo limitada por la extensión del comercio, sino también del papel benéfico del provecho individual, como lo expresó él en su eficaz aforismo: “no es .„de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra comida, sino de su preocu¬pación por sus propios intereses. Apelamos, no a su sentido hu-manitario, sino a su autoestimación, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas”.14 Lo que sí. puede muy bien haber adquirido Smith en su visita a Francia (aparte de reforzar su fe en lá libertad económica) es la noción de capital entendido como un “adelanto.” en el tiempo, es decir, un anticipo a la producción o, por lo menos, a su terminación, noción esta que implícitamente contenía todos los elementos esen¬ciales de la teoría del capital como luego se la desarrolló, en la medida en que ésta ha tratado a la encrucijada del problema del capital y su inversión como recurrente en el tiempo. De cualquier forma, se trata de la noción de capital que afirma que éste con¬siste esencialmente en anticipos de salarios a los trabajadores, idea que corre a través de toda la Economía Política Clásica en In¬glaterra.15 No obstante, aun aquí, Adam Smith parece haber te¬nido ya un germen de 1¿ misma idea en sus conferencias primeras cuando había dicho que “cada industria requiere un acervo de alimentos, indumentaria y vivienda para comenzar” y que “el número de gente empleada debe estar en proporción al mismo”.10 Disiente en forma expresa del principio fundamental del sistema fisiocrático en lo que se refiere a que la agricultura era la única creadora del produit net aunque lo admite si se acepta la idea de que existen “dos excedentes” en la agricultura. “Los agricultores 14 Wealth of Naiions, completa en un volumen, Londres, 1826, p. 21. 13 Esta noción dio origen a que él y sus sucesores de la escuela clásica concibieran al capital —en mucho menor medida que los economistas mo¬dernos— como un factor de producción distinto del trabajo pero paralelo; y cuando Ricardo, por ejemplo, hablaba de la productividad decreciente de las sucesivas cantidades de capital empleado sobre la tierra, no era algo que él distinguiera de la productividad de las sucesivas cantidades de trabajo empleado sobre la tierra (como lo hace la teoría moderna de la producti¬ vidad marginal). 18 Lectures on Justice, Pólice, Reve/me and Arms by Adam Smith, Reported by a Student in 1763, Edwin Cannan (editor), Oxford, 1896, p. 181. cuito de intercambio fertilizador del am¬biente, Smith lo vio en términos de fuerzas del mercado que esta¬blecían ciertos “valores naturales”, debido a) funcionamiento de la competencia, sobre la oferta y la demanda. Por lo tanto, dichos valores naturales se convirtieron en un término de comparación, o norma, con la cual todos los precios artificiales, establecidos por interferencias y obstáculos en forma de reglamentaciones legales, “privilegios exclusivos de las corporaciones, estatutos de aprendi¬ces” y monopolios, podían ser comparados y detectados. Por otra parte, el precio del mercado, que dependía de una configuración particular y ad hoc de la oferta y la demanda en un determinado momento y lugar tendía — cuando las condiciones de libertad lo permitían— hacia el nivel “natural” en el transcurso del tiempo (“regulados por la cantidad que en realidad se lleva al mercado y la demanda de aquellos . . . que pueden llamarse los demandan¬tes efectivos”), pero en un mundo variable o no perfectamente libre, no había nunca coincidencia. “El precio natural... es, como si fuera el precio central, alrededor del cual los precios de todas las mercancías están gravitando continuamente.” lft Ya en sus pri¬meras conferencias tenía muy clara en su mente esta concepción: 'T Weaith of Nations. p. 634. '■ //><</.. p- 61. 58 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN y los trabajadores del campo, reproducen, por cierto cada año ade¬más del acervo que los mantiene y los emplea, un producto neto, aparte de la renta del terrateniente. Del mismo modo que un ma¬trimonio que logra tres hijos es por cierto más productivo que aquel que sólo logra dos, el trabajo de los agricultores y los tra¬bajadores del campo es en verdad más productivo que el de los comerciantes, artífices y artesanos”.17 Quizá el punto de vista de Smith, que consideraremos luego, respecto de la relación del interés de los terratenientes con el interés general de la sociedad, se vincule con esta afirmación. II La preocupación dominante de la economía, política clásica fue la de enunciar las “leyes naturales” de este orden económico autorre¬gulador. En tanto que esto había sido concebido por Quesnay en términos de un flujo o cir- ADAM SMITH 59 “cualquier política que tienda a aumentar el precio de mercado por encima del preció natural, tiende a disminuir la riqueza pú¬blica”; “todos los monopolios .y privilegios exclusivos de las cor¬poraciones, sean cuales fueren los fines benéficos para los cuales fueron instituidos originariamente, tienen el mismo efecto perni¬cioso” que “los impuestos sobre las importaciones y las exporta¬ciones”, los cuales, “también obstaculizan el comercio”.19 Por tanto, la mejor política es la de “dejar que las cosas sigan su curso natural”. Ninguna prueba se ofreció para una proposición tan general como ésta. Sin embargo, no es una afirmación metafísica, ni lo fue la noción de “valor natural” per se (que el equilibrio que definía fuera hipotético no la hace metafísica), aunque por razo¬nes de terminología se le agregara una aureola metafísica, la cual sin duda produjo un impacto retórico mucho mayor sobre un au¬ditorio contemporáneo (como también sobre los que le siguieron), puesto que era un auditorio impregnado de nociones metafísicas sobre el ius naturalis. Cuando llegó a la definición más precisa de este valor natural y de su determinación, Adam Smith tuvo demasiado poco que decir más allá de la afirmación de que éste era el precio de equi¬librio que establecería la competencia a su debido tiempo, a tra¬vés del funcionamiento de la oferta y la demanda y alrededor del cual “los precios de todas las mercancías están gravitando conti¬nuamente”. El “precio natural” de una mercancía se define como igual a la suma de las “tasas naturales de salarios, beneficio y renta”, tasas que, a su vez, se definen como las “tasas ordinarias o promedio” de los salarios, beneficio o renta prevalecientes en las “circunstancias generales de la sociedad” en ese momento, o sea, en otras palabras, como determinadas por las condiciones generales de oferta y demanda de mano de obra, capital y tierra, las cuales regulan respectivamente a las tres “partes componentes del precio de las mercancías”, y por lo tanto, “en toda sociedad, el precio de cada mercancía lo determina una u otra, o todas, de aquellas tres partes”. Es entonces cuando se demuestra cómo, cuando “la cantidad ofrecida en el mercado puede en un determi¬nado momento ser menor que la demanda efectiva” o, a la inversa, “alguna de las partes componentes de su precio debe elevarse por encima de su tasa natural” o alternativamente caer por debajo de ella, y cómo esto influirá sobre la oferta futura en el período subsiguiente, de tal manera que logre adaptarse al nivel de la ” Lee tures ... by Adam Smith, Cannan (editor), pp. 178, 236. 60 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIEUCfóN demanda. Por lo tanto, la justificación de la competencia, que tiende por medio de frecuentes y algunas veces largas fluctuaciones a igualar el precio de mercado con el precio natural, significaba que “la cantidad total empleada anualmente por la industria, a fin de llevar al mercado cualquier mercancía, se adecúa natural¬mente de esta manera a la demanda efectiva”.20 Es verdad que al comienzo hay un esbozo de una teoría del valor natural del trabajo, tanto en la discusión del “precio real y nominal” (a la cual se hará referencia enseguida) como al prin¬cipio del capítulo vi del libro i, titulado “De las partes compo¬nentes del precio de las mercancías”. Pero rápidamente se de¬muestra que esto se aplica sólo a “ese temprano y rudo estado de la sociedad que precede tanto a la acumulación del capital como a la apropiación de la tierra”. Entonces, por cierto que “será la proporción entre las cantidades de trabajo necesario para adquirir distintos objetos:.. la única circunstancia que puede ofrecer al¬guna pauta para su intercambio recíproco ... En este estado de cosas, el totál del producto del trabajo pertenece al trabajador; y la cantidad de trabajo comúnmente empleada en adquirir o pro¬ducir una mercancía cualquiera es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo, que se podría de ordinario comprar, economizar o intercambiar”.21 Pero “tan pronto como el capital se haya acumulado en manos de personas particulares, algunas dé ellas lo emplearán, como es natural, poniendo a trabajar a gente industriosa, a la cual proveerán de materiales y de los medios de subsistencia, a fin de obtener un beneficio por la venta del trabajo de ellos o por lo que el trabajo de ellos añade al valor de sus materiales”. En dichas circunstancias, “el valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en este caso en dos partes: salarios y beneficios”. “En este estado de cosas, no siempre per¬tenece al trabajador la totalidad del producto. Debe en la mayor parte de los casos, compartirlo con el propietario del capital, que lo emplea a él”. Se deduce que “en el precio de las mercancías ... los beneficios del capital constituyen una parte componente, por completo distinta de los salarios del trabajo, y regulada por prin¬cipios totalmente diferentes”. Además, la proporción de estos dos componentes puede variar en forma considerable en las diferentes ramas de la producción.** ao Wealth of Nations, pp. 53, 58-65. 81 lbíd.t p. 51. ” Ibíd., pp. 52-53. ADAM SMITH 61 Como se ha observado con frecuencia, hay aquí un iñdicior de una teoría de la .deducción del beneficio; tanto el beneficio como la renta son tratados por implicación, como deducciones de lo que es “naturalmente” u “originariamente” el producto del tra¬bajo.23-Lo que no es más que una insinuación en el caso del be¬neficio, se hace mucho más explícito cuando llega al tercer com¬ponente —la renta de la tierra— con la observación de que “a los terratenientes, como a todos los demás hombres, les gusta cosechar donde nunca sembraron, y demandan una renta hasta para su producto natural” (a esto se añade: “La madera del bosque, la hierba del campo y todos los frutos naturales de la tierra, que cuando ésta era del común, le costaban al trabajador sólo el es- fue 170 de recogerlos”, ahora en cambio éste debe “pagar por el derecho a recogerlos y debe darle al terrateniente una porción de . lo que con su trabajo recolecta o produce”.24 Si dicha teoría de la “deducción” hubiera tenido, en realidad, una intención, es posible que pudiera interpretársela dentro del marco de alguna teoría del “derecho natural” y hubiera sido por cierto consistente con el en¬cuadre general dentro del que Adam Smith la colocara. Pero tam¬bién podría ser interpretada en un sentido histórico comparativo, como una teoría incipiente de la explotación, vista como una re¬lación social, en un sentido análogo al de Marx.23 Por lo tanto, tenemos en Smith una teoría del precio que puede ser caracterizada (según la descripción del señor Sraffa) 28 “ Es significativo que Marx tratara esto como si fuese un concepto de plusvalía, por lo menos en embrión, y lo es aún más que hablara como tal de la teoría de Ricardo; esto es, como de una “teoría de la plusvalía, la cual por supuesto existe en su obra, aunque él no defina a la plusvalía como distinta de sus formas particulares, beneficio, renta e interés”. De paso. elo¬gia a Adam Smith (a su “gran mérito") por su sentido histórico, al advertir (mucho mejor que Ricardo) que “con la acumulación del capital y la apari¬ción de la propiedad territorial... algo nuevo ocurre” (The oríes of Sur plus Valué, parte 1, traducción de E. Bums, Moscú, sin fecha, pp. 8386; parte 11. traducción de Renate Simpson, Moscú, 1968, Londres, 1969, p. 169). 24 Wealth of Nations, p. 53. 88 En este sentido fue que Bortkiewicz habló luego de una teoría de la “deducción" del beneficio, prefiriendo este nombre al de “explotación". Ya hemos visto que Marx consideró la teoría de Smith en este sentido como una* teoría de la plusvalía, aunque sin atribuirla a la aparición histórica de la propia fuerza de trabajo como mercancía. 38 Introducción general al t. 1 de Works and Correspondence of David Ricardo, P. Sraffa (ed.), Cambridge, 1951, p. xxxv. Marx se refirió a la forma en que Smith determinaba el valor natural “sumando los precios natu¬rales de salarios, beneficio y renta" (Theories of Sur plus Valué, parte 1, p. 95). 62 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBU- CIÓN como una “teoría de la suma”, una adición simple de tres compo¬nentes primarios del precio. Se la ha descripto, a veces, como una simple teoría del costo de producción, forma con la que ha ido trasmitiéndose a través del siglo xix y se la ha conocido en los libros de texto sobre el tema. Smith extrajo de la misma un coro¬lario que, al ser examinado, puede verse que es un testimonio cuestionable para que esta teoría de la suma, como de oferta y demanda sea una adecuada explicación del valor. El corolario, al cual se le atribuyó considerable importancia, fue formulado con referencia al efecto que tendría un impuesto sobre los bienes de consumo indispensables, o más particularmente sobre los alimentos, efecto mucho mayor que el de otros impuestos, porque al elevar el niv^l de los salarios (monetarios) elevaría eventualmente los precios de todas las mercancías. Por lo tanto, “el precio en dinero del grano regula el precio de todas las demás mercancías hechas en el país”.27 La consecuencia de que cuando sube el precio del grano, todo sube, provoca de inmediato la pregunta: “¿sube en términos de qwé?”. Esta pregunta la formuló, como veremos, Ricardo, y constituyó el trampolín de la crítica de Ricardo al trata¬miento del valor realizado por Adam Smith. Sin embargo, la primera ocasión en que Smith parece rela¬cionar el valor de cambio con el trabajo, se encuentra en el capí¬tulo v del libro i, al referirse a lo que él llama “la medida real” de los valores de cambio “o en qué consiste el precio real de todas las mercancías”, como lo dice el título del capítulo. Como el error ha sido frecuente existe la necesidad de insistir en que en este capítulo al autor le interesa no la causa o “regla” (es decir, el principio) del valor sino el patrón de medida en términos del cual pueden ser estimados en forma apropiada los valores de las mer-cancías y los cambios de las mismas. Aunque estas dos cosas es¬tuvieran muy vinculadas en el pensamiento de la época conside¬rándose en particular al último como clave para el primero (según lo volveremos a ver en Ricardo) se trata de cuestiones distintas y separables y era la segunda y no la primera, la que aquí constituía la preocupación inmediata de Adam Smith. Después de subrayar que el valor de cambio de una mercancía se “estima más fre¬cuentemente por la cantidad de dinero que por la cantidad ya sea de trabajo o de cualquier otra mercancía que pueda obtenerse a cambio de ella”, procede a señalar que el dinero es variable en sí mismo (obsérvese la gran inflación de la época de los Tudor) de *T Wealth of Nations, p. 470. como un pie natural, una brazada o un puñado que de continuo varían- en su propia cantidad, no pueden nunca "ser una medida adecuada de la cantidad de otras cosas, tampoco una mercancía que está variando de continuo en su propio valor puede ser jamás una medida adecuada del valor de otras mercancías”. Después de rechazar el dinero, vuelve de nuevo al trabajo como único patrón de medida posible y las razones que da para ello son de cierto interés. Dice que “iguales cantidades de trabajo, en todas las épocas y lugares, puede decirse que son de igual valor para el trabajador. En su estado ordinario de salud, fuerza y espíritu; en el grado común de sus capacidades y destreza, siempre debe entregar la misma porción de su tranquilidad, de su libertad y de su felicidad ... Por lo tanto, sólo el trabajo, que nunca varía en su propio valor, es el único patrón definitivo y real por el cual puede ser estimado y comparado el valor de todas las mercancías en todas las épocas y lugares. Es su precio real; el dinero es solamente su precio nominar‟.28 Quizá se podría traducir esta afirmación en términos marshallianos y decir que era equiva¬lente a postular que el trabajo era el costo real definitivo involu¬crado en la ADAM SMITH actividad económica y era, en conse63 cuencia, el único patrón satisfactorio en acuerdo con las variaciones en la canti- términos del cual podrían ser medidos dad de trabajo que invo-' lucra la prolos valores cambiantes de todas las ducción, de oro y plata. “Del mismo mercancías, incluyendo los de los metamodo que una medida de cantidad, tal les preciosos que se usaran como mer- cancía-dinero. En el parágrafo del cual se tomó este pasaje, Adam Smith parece sostener una distinción muy clara entre la cantidad de tra¬bajo que cuesta la producción de una mercancía y el precio al que será intercambiado ese trabajo en el mercado (o lo que, como veremos, Marx habría de denominar el valor o precio de la fuerza de trabajo). Smith dice que “el precio que él [el trabajador] pague debe siempre ser el mismo, sea cual fuere la cantidad de bienes que reciba a cambio. De estos bienes, por cierto, puede adquirir a veces una cantidad mayor y otras una cantidad menor; pero es el valor de éstos el que varía y no el del trabajo con el cual los com¬pra. En todas las épocas y lugares, aquello que es caro es lo que es difícil lograr o cuesta mucho trabajo adquirir; y aquello que es barato es lo que puede obtenerse con facilidad o con muy poco trabajo”. Además, en el párrafo siguiente dice: “Pero aun cuando para el trabajador las cantidades iguales de trabajo son siempre 28 Ibíd.. p. 37. 64 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN de igual valor, para aquella persona que lo emplea parece como si algunas veces fuera de un valor mayor y otras de un valor menor. £1 empleador le compra algunas veces con una cantidad mayor y otras con una cantidad menor de bie- nes, y para él, el precio del trabajo parece variar como el de todas las otras cosas... No obstante, la realidad es que son las mercancías las que son baratas en un caso y caras en el otro”.29 Sorprende, sin embargo, encontrarlo hablando en otra parte del mismo capítulo de la “cantidad de trabajo que [una mercan¬cía] le permite adquirir o economizar” por ser “la medida real del valor de cambio de todas las mercancías” y esto lo afirma, por cierto, en el parágrafo inicial de este capítulo.50 Ello constituyó la báse de la crítica de Ricardo de que, evidentemente, confundió el precio del trabajo (en el sentido de los salarios pagados) con la cantidad de trabajo requerida para producir un artículo deter¬minado, y de que en consecuencia fluctuaba entre un patrón de trabajo economizado * y un patrón de trabajo incorporado. (Ri¬cardo dijo de Smith: “quien definió tan adecuadamente la fuente original del valor de cambio” erigió otro patrón de medida del valor... consistente no en la cantidad de trabajo gastado en la producción de un objeto, sino en la cantidad de la cual pueda dis¬poner en el mercado: como si éstas fueran dos expresiones equivalentes”.91 Se podría en verdad considerar esta noción de trabajo eco¬nomizado en el contexto de un patrón o medida, como paralela a la noción de los salarios como una causa del valor, en el sentido de “una parte componente del precio”, lo cual según hemos visto Smith adoptó como base de su corolario respecto del papel domi¬nante del grano (qua biensalario) en la formación de los precios de todas las demás mercancías. Evidentemente las dos medidas contrastadas que habrían de ser debatidas agudamente por Ricardo y Malthus, llevarían a idénticos resultados si (pero sólo si) los salarios permanecieran constantes como una proporción del valor total producido (lo cual significa que los cambios de salarios en el a# Ibíd., pp. 37-38. 30 Ibíd., p. 35. * La expresión labor commanded ha sido traducida como “trabajó^ economizado” de acuerdo con el contenido que el profesor. Julio H. G. Olivera le ha asignado en su obra Valor y trabajo (Buenos Aires, Universidad Nacio¬nal de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, 1957). [N. de la T.] Sl Works and Correspondence of David Ricardo, P. Sraffa (ed.), 1. i, pp. 13-14. ADAM SMITH 65 tiempo están ligados a los cambios de la productividad del traba- ; jo).32 Por otrá parte, en el contexto de una regla causal o principio para la formación del precio o del valor de cambio, una teoría de los salarios y una teoría del trabajo incorporado serán equiva¬lentes (prescindiendo de la renta) si (pero sólo si) la proporción entre el trabajo y el capital, y de ahí la razón salario-beneficio es uniforme en todas las ramas de la pro- ducción. No puede decirse que Adam Smith haya hecho mucho uso de esta concepción de una medida del valor en términos de tra¬bajo, en ninguno de los sentidos a los cuales alude. Puesto que está directamente vinculada con el problema de la división pro¬porcional del producto, se podría haber esperado, quizá, que con¬dujera a alguna discusión sobre este tema, bajo la forma de una disquisición más extensa en materia de distribución. Sin embargo, esto no lo encontramos expresado con propiedad. Lo que sí encontramos, como secuela de la investigación de las partes componentes del precio de las mercancías, son dos proposiciones rela-cionadas entre sí, concernientes a la tendencia de dos de estos componentes (salarios y beneficios) a la uniformidad, semejante a la existente entre distintos empleos e industrias, y la determi¬nación del nivel general de cada una por las condiciones de oferta y demanda de trabajo y de capital, respectivamente. Las “circuns¬tancias que determinan naturalmente” la tasa de salarios y la tasa de beneficios, así como sus diferencias “en los distintos empleos del trabajo y del capital”, constituyen el tema de los capítulos siaa Para tomar un ejemplo simplificado: supóngase que en una fecha determinada, para producir un bushel de granos se insumen tres unidades de trabajo y un siglo después sólo dos unidades. Medido en términos de trabajo incorpo- rado, el grano perdería un tercio de su valor en el decurso de un siglo. Supóngase que los salarios en la primera de las fechas fue¬ran de VA de bushel por unidad de trabajo. Se -deduciría entonces que tres cuartas partes del producto total deben destinarse a los salarios, dejando libre un cuarto para el beneficio (e ignorando la renta); en términos de lo que puede comprar el trabajo, un bushel igualaría a cuatro unidades. Si el salario en términos de grano hubiera permanecido invariable (es decir, V* de bushel por unidad), entonces en la última de las fechas se destinaria a los salarios sólo la mitad del producto y quedaría la mitad para el beneficio; y en términos de lo que el trabajo podría comprar, como medida, el grano, permanecería invariable. Porque cómo el grano se ha reducido en en términos de lo qué el trabajo puede comprar, así como en términos del tra¬bajo incorporado, los salarios en términos de grano hubieran tenido que elevarse durante el período desde VA hasta Va de bushel, es decir, a la mitad de un cuarto o tanto como hubiera subido la productividad (de lo cual se deduciría que la división proporcional del producto entre salarios y bene¬ficio habría permanecido constante). rra. Es en el primero de estos capítulos en que, además de las bien conocidas observaciones respecto de que la “mejora en las condiciones de les niveles más bajos del pueblo” constituye una ventaja (“es seguro que ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz, si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable”) 3B y respecto de los patrones que tienen superioridad en el poder de contratación y están “siempre y en todas partes en una especie de combinación tácita, pero constante y uniforme, para no elevar los salarios del trabajador por encima de su tasa vigente”,34 aparece la proposición general más clara referente a que los salarios dependen principalmente de la tasa de cambio en la demanda de trabajadores, la cual a su vez depende de la tasa de acumulación de capital o bienes de capital. “La demanda de quie¬nes viven de los salarios ... aumenta necesariamente con el aumen¬to del ingreso y del capital de cada país, y no puede aumentar sin él... Lo que causa un aumento en los salarios de los trabajadores no es la grandeza presente de la riqueza nacional, sino su continuo crecimiento. En consecuencia no es en las naciones más ricas, sino en las más prósperas, o sea, en las que se están enriqueciendo con más rapidez, que los salarios de los tra66 bajadores son más altos.” 3!> Y dice TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUademás: “Es digno de observar que es CIÓN en el estado pro¬gresivo, cuando la soguientes (viii, ix y x) seguido por un tra- ciedad está avanzando ... más bien que tamiento distinto de la renta de la tiecuan¬do ha adquirido su plenitud de riquezas, que la condición de los trabajadores pobres... parece ser la más feliz y la más cómoda. [La condición de los pobres] “es dura en el estado estacionario, y miserable cuando está declinando. El estado progresivo es en rea¬lidad para todos los diferentes órdenes de la sociedad, el estado alegre y sano. El estacionario es opaco, el declinante melan¬cólico.” 36 Este énfasis sobre la tasa de cambio, más que sobre el nivel de la demanda, se añade, o mejor dicho se deduce de una visión de la población, como si ésta tendiera siempre a alcanzar cualquier incremento de la demanda y de los salarios (“si esta demanda está en continuo crecimiento, la retribución al trabajo ss Wealth of Nations, p. 80. Además se argumenta (contra lo que era el punto de vista corriente en los siglos xvii y xvin) que la abundancia y los buenos salarios son favorables a la industria y a la productividad: “Donde los salarios son altos encontraremos a los trabajadores más activos, diligen¬tes y rápidos que donde éstos son bajos" (p. 83). ” Ibíd., p. 69. “ Ibíd., p. 71. •• Ibíd., p. 83. ADAM SMITH 67 debe necesariamente estimular de igual manera los matrimonios y la multiplicación de los trabajadores”) hasta que “la multiplicación excesiva” de brazos sobrepase a. esta demanda, pero a la primera señal de disminución de su incrementó forzará a “retroceder su precio [el del trabajo] a esa tasa apropiada que requieren las circunstancias de la sociedad”. "De esta manera”, concluye, “la demanda de hombres, al igual que la de cualquier otra mercancía, regula necesariamente la producción de hombres; la apresura cuan¬do va demasiado lenta y la detiene cuando avanza con demasiada rapidez”.*7 En cuanto al beneficio, también está afectado por “el estado creciente o declinante de la riqueza de la sociedad”, pero de ma¬nera contraria. “El incremento del capital, que eleva los salarios, tiende a disminuir los beneficios. Cuando los capitales de muchos comerciantes ricos se dirigen hacia la misma actividad, su mutua competencia tiende, naturalmente, a disminuir el beneficio, y cuan¬do se da un incremento semejante de capital en todas las dife¬rentes ramas practicadas en la misma sociedad, la misma compe¬tencia debe producir el mismo efecto en todas ellas”/8 El resultado puede ser la caída del precio de muchas mercancías, aunque la elevación de los salarios tenga el efecto de elevar el precio de otras. Este razonamiento de Smith con respecto a una tasa de¬creciente del beneficio en el transcurso de un proceso progresivo fue también tema para la crítica posterior de Ricardo, quien evi¬dentemente lo consideró como un ejemplo sorprendente de las inadecuadas explicaciones de oferta y demanda sobre las cuales Smith (y en sus huellas Malthus en particular) se apoyó tanto. De cualquier manera, en la forma.en que se la presentaba la conclusión se basaba sobre una generalización cuestionable de lo que tendía a suceder en una sola rama de actividad, llevándolo a nivel macroeconómico de todas las actividades. En cuanto a las diferencias de salarios y beneficios, según fuesen sus distintos empleos (diferencias, esto es, que son consis¬tentes con el “precio natural” y no con las desviaciones que de aquí surjan) su tratamiento equivale a la bien conocida teoría de las ventajas netas iguales. El capítulo x comienza con la proposi¬ción clara y nada ambigua de que “por lo menos en una socie¬dad., .donde haya libertad perfecta y donde cada hombre sea perfectamente libre de elegir la ocupación que pensó que le conve” Ibíd., pp. 81-82. ” Ibtd., p. 89. 68 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN nía y libre para cambiarla... el total de las ventajas y desventajas de los diferentes empleos del trabajo y del capital debe ser, en la misma vecindad, o perfectamente igual o tendiente en forma conti¬nuada hacia la igualdad”. Se hace aquí manifiesto que, “si en la misma vecindad hubiera cualquier empleo evidentemente más o menos ventajoso que el resto, acudiría tanta gente en su caso y tanta otra gente desertaría del otro,, que sus ventajas pronto des¬cenderían al nivel de los demás empleos”.3® El resultado sería que los salarios y los beneficios tenderían continuamente a ser desigua¬les en la cantidad justa como para compensar las diferencias en la balanza de las ventajas y desventajas, aparte de la ganancia pecuniaria. Se registraban como responsables de tales desviaciones de las ganancias monetarias a partir de la uniformidad, cinco “cir¬cunstancias principales: la amenidad o el desagrado de los empleos en sí mismos”, la facilidad o dificultad del aprendizaje de la tarea, la permanencia o no del empleo, el grado de responsabilidad vinculado a la vocación de quien se tratara, y el grado de . insegu¬ridad de éxito. Sin embargo, como lo subraya la segunda parte del capítulo, “la política de Europa, al no dejar las cosas en perfecta libertad, ocasiona desigualdades de mucha mayor importancia”; y por deducción se condena tal política. Cuando se llega a la tercera parte del componente del precio, se encuentra una curiosa inconsistencia. La renta aparece como un componente en un sentido distinto al de los otros dos: tan diferente por cierto, como para despertar dudas sobre su capacidad de desempeñar el papel que se le asigna como explicación parcial o causa del precio.40 “Debe observarse que la renta, por lo tanto, entra dentro de la composición del precio de las mercancías en una forma distinta a la de los salarios y el beneficio. Los altos o bajos salarios o beneficios son las causas de los altos o bajos pre¬cios; la renta, alta o baja es el efecto de él”.41 A lo cual se añade que la renta de la tierra. .. “es naturalmente un precio de mono¬polio. No guarda ninguna proporción con lo que el terrateniente pueda haber gastado para mejorar la tierra, o con lo que pueda procurarse, sino con lo que el agricultor pueda dar”. “• Ibíd., p. 99. Véase la referencia de Marx a “esta inconsistencia”, en Theories of Surpltts Valué, parte u, Londres, 1969, cap. xm, p. 321. Ricardo, por supues¬to, había notado su incompatibilidad con una explicación del precio eVi términos de una suma de tres “componentes”. 41 Wealth of Nations, p. 144. ADAM SMITH 69 Sólo en. las últimas tres páginas, antes de la conclusión de este capítulo,42 después- de una larga digresión histórica sobre el dinero y los precios, es que se encuentra el único tratamiento de ese aspecto de la. distribución al cual Ricardo habría de atribuir tan grande importancia: la relación entre “los réditos (o ingresos) de los tres grandes órdenes, originarios y constitutivos de toda sociedad civilizada” y la relación de cada uno de por sí con el “interés general de la sociedad”. Esta relación, como aquella entre el inte¬rés individual y el general, responde a una armonía general y no conflictiva en la medida en que atañe sólo a terratenientes y tra¬bajadores. Puesto que la renta de la tierra se eleva “con cada incremento de la riqueza real de la sociedad”, el interés de los terratenientes (“el primero de aquellos tres grandes órdenes”) “está estricta e inseparablemente vinculado con el interés de la sociedad”. También el interés de los asalariados está “tan estric¬tamente vinculado con el interés de la sociedad como el del pri¬mero”, puesto que los salarios “nunca son tan altos como cuando la demanda de trabajo está en continuo ascenso”. Por lo tanto, el interés de los asalariados así como el de los terratenientes quedó identificado con el progreso de la acumulación de capital. La excepción, distintamente curiosa a primera vista, es el in¬terés de los “comerciantes y dueños de manufacturas”, que viven del beneficio. Con respecto a este tercer orden se observa que “la tasa de beneficios no aumenta con la prosperidad, como la renta y los salarios, ni cae con la decadencia de la sociedad. Por el contrario, es naturalmente baja en los países ricos y alta en los países pobres y es siempre la más alta en los países que van más rápidamente hacia la ruina. Por lo tanto, el interés de este tercer orden no tiene la misma conexión con el interés general de la sociedad como aquel de las otras dos”. Nótese, sin embargo, que el fundamento para condenarlo o, por lo menos, para ponerse en guardia contra esta tercera clase u orden social es su tendencia a fomentar medidas que limitan la competencia puesto que, “ampliar el mercado y estrechar la competencia es siempre el interés de los traficantes... una categoría de hombres cuyo interés nunca es exactamente el mismo que el del público, sino que por lo general tiene interés en engañarlo y hasta en oprimirlo y, en consecuen¬ ** Ibíd., pp/ 244-247. El comentario de Cannan es que “la teoría de - la distribución de Adam Smith ... está insertada ... como un simple apén¬dice o corolario de su doctrina de los precios” {en History of Theories of Production and Distribution, 2* edición, Londres, 1903, p. 186). 70 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION cia, lo han tanto engañado como oprimido en muchas ocasiones”.43 Cuando más adelante se habla en el libro de las tarifas protec¬cionistas, Smith se refiere a “la mezquina rapacidad, al espíritu monopolizador de comerciantes e industriales, quienes no son, ni deben ser, los que gobiernen a la humanidad ... porque su interés es.. . directamente el opuesto a aquel del gran cuerpo del pueblo”.44 Estas son palabras duras y con frecuencia se ha sostenido que demuestran que Smith no puede ser considerado como quien ha dado “expresión teórica a los intereses esenciales de la clase nego¬ciante” 4Í1 o en ningún sentido como un panegirista del capitalis¬mo industrial. Es verdad que quienes esto dicen, toman en un sentido algo simple y directo la palabra “panegirista”. El contexto histórico de La riqueza de las naciones fue por cierto más com¬plejo que lo que implica una frase de este tipo. En primer lugar, en la clase de juicio que hemos citado, Smith tenía evidentemente en su pensamiento al total de la red de reglamentos restrictivos incorporados en el sistema mercantil, que representaban, según su visión, intereses mercantiles individuales y regionales y constituían un obstáculo al proceso general de acumulación de capital y de expansión industrial. No era inconsistente abogar en favor del sis¬tema emergente (y hasta en consecuencia en favor de la clase de capitalistas industriales que eran simultáneamente sus pioneros y sus últimos beneficiarios) contra los intereses regionales de “comer¬ciantes y dueños de manufacturas”, pues éstos eran un obstáculo para un fin más amplio. En segundo lugar debe recordarse que Smith estaba escribiendo en el alba misma, si no en las vísperas, de la Revolución industrial, cuarenta años antes que Ricardo. Escri¬bía en una época en que los “manufactureros” se identificaban prin-cipalmente con los semimercaderes, semi-entrepreneurs “producto¬res” del sistema de artesanías domésticas (o a lo sumo de lo que Marx habría de denominar “manufactura” para distinguirlo de la “fabricación mecanizada”). Escribía, además, en un siglo en que se habían hecho algunos de los más notables progresos en materia de inversión de capitales y de nuevos métodos productivos en la agricultura, antes que en la industria. Su doctrina puede ser enten¬dida con propiedad sólo como un reflejo de un período de tran** Wealth of Nations. pp. 246*247. " Ibíd., pp. 456-457. 45 La descripción es Ja de sir Erich Roll en A History of Economic Thoughí, i? edición, Londres, 1937, p. 152; véase Robbins. Engíish Cfassicaf Política/ Economy, pp. 20-22. AHA.M 5MÍTH 71 »ición, cuyos problemas consistían en lo esencial en preparar el campo para la inversión y la expansión de la industria, lo cual para él era sinónimo de abandono total de las reglamentaciones protectoras y de la aniquilación de los obstáculos y los regionalis¬mos, en su interés por apresurar la competencia y la ampliación de los mercados. Puede hacerse notar, de paso, que este tratamiento de la distri-bución, en términos del efecto dei progreso sobre los ingresos de las distintas clases fue incorporado como una novedad a La riqueza de las naciones y evidentemente no hizo referencia a ello en sus pri¬meras conferencias. Puede ser (co- mo lo sugirió Cannan) que aquí fuera influido por su contacto con los fisiócratas, en especial por el Tableau, de Quesnay. En sus lecturas no hay más que unas pocas observaciones dispersas tales como aquella de que “la división de la riqueza no va de acuerdo con el trabajo... Por lo tanto, pareciera como si quien lleva la carga de la sociedad tiene las menores ventajas‟V" III El blanco principal para la crítica de Adam Smith, como bien se sabe, fue la doctrina (o “sistema de economía política”) de la escuela mercantil. El principio básico de esa escuela o sistema, como él la interpretó, consistía en una falacia de identificación de la riqueza con el dinero y en el supuesto de que se trataba “de atesorar oro y plata en cualquier país por considerarse que era la forma más rápida para enriquecerlo”. El vio en esta falsa doc¬trina el principal obstáculo para una extensión de las ventajas de la Libertad Natural, a la esfera del comercio, tanto exterior como doméstico, que según él traería consigo todas las ventajas de la competencia y de la baratura y la expansión progresiva de la divi¬sión del trabajo junto con la gran mejora de las fuerzas producti¬vas que de allí se engendraran. En lo que atañe la teoría del comercio internacional, aunque queda fuera de los límites que nos 48 Lectures by Adam Smith, E. Cannan (editor), 23 edición. Londres. 1903, p. 163. Edwin Cannan comenta: “Es fácil que Smith adquiriera de los fisiócratas la idea de la necesidad de un esquema de la distribución y ane¬xara su propio esquema... a su teoría de los precios, ya existente" (Intro¬ducción del editor, ihíd.t p. xxxt.) 72 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN hemos fijado en este estudio, uno se siente tentado de hacer aquí un comentario general. Este consiste en que, en lo que concierne al meollo teórico de su ataque a la doctrina mercantilista, el mismo está resumido en la teoría de la distribución de los metales precio¬sos en el proceso del comercio y parecería que ésta es, en su esencia, la que probablemente tomó de David Hume. Ya en el año 1752 en un volumen de ensayos intitulados Poíitical discour- ses, Hume, al escribir “De la balanza de comercio”, había incluido un pasaje notable respecto de las relaciones entre los flujos de metálico que entraban y salían de un país y la balanza de sus im¬portaciones y de sus exportaciones. Este pasaje dice lo siguiente: "Supóngase que en Gran Bretaña se aniquilen en una noche tres cuartas partes de todo su dinero y la nación se viera reducida a las mismas condiciones, con respecto al metálico, que prevalecían durante los reinados de los Harrys y de los Edwards, ¿cuál podría ser la conse¬cuencia? ¿No debieran los precios de toda la mano de obra y de las mercancías disminuir en proporción, y venderse todo tan barato como en aquellas épocas? ¿Quién podría entonces competir con nosotros en cualquier mercado extranjero, pretender navegar o vender manufacturas al mismo precio con el que para nosotros produce ese beneficio? En qué poco tiempo, por lo tanto, volvería de nuevo todo el dinero que hemos perdido, y nos elevaríamos al nivel de todas las naciones veci¬nas; con lo cual, después de esto, perderíamos de inmediato la ventaja de la baratura de la mano de obra y de las mercancías, y se detendría el flujo siguiente de moneda, en razón de nuestra plenitud y de nuestra sociedad.” Después de exponer el caso inverso (“Ahora, supóngase que todo el dinero de Gran Bretaña se multiplicara por cuatro, de la noche a la mañana”), llega a la conclusión de que: “Ahora bien, es evidente que las mismas causas que corregirían estas exorbitantes desigualdades, si ocurrieran por milagro, debiera impedirse que ocurrieran en el curso ordinario de lo natural, y siempre debería mantenerse el dinero en todas las naciones vecinas en las pro¬porciones adecuadas a las artes y a la industria de cada nación. Siempre qué el agua se comunica, permanece al mismo nivel. Preguntad la razón a los físicos; os dirán que si subieran en algún lugar, la mayor gravedad de esa parte no está compensada y ha de deprimirla hasta que encuentra un contrapeso; y que la misma causa que co- rrige la desigualdad cuando sucede ha de impedir siempre que se presente, en ausencia de alguna operación externa.”47 47 Poíitical Discourses, Edimburgo, 1752, pp. 82-84, en David Hume, Writings on Economics, Rotwein E. (editor), Londres, 1955, pp. 62-64* ADAM SMITH 73 Este es sin. duda el pasaje al cual parece haberse referido Smith en sus primeras conferencias, cuando dice que el señor Hume “demuestra ingeniosamente que el dinero debe siempre mantenerse en proporción a la cantidad" de mercancías existentes en cada país; puesto que cuando el dinero se acumula más allá de la proporción de mercancías, en cualquier país, subirá necesariamente el precio de los bienes; y entonces en los mercados extranjeros habrá quien venda más barato que este país y en consecuencia el dinero se marchará hacia las demás naciones”.48 El capítulo de La riqueza de las naciones dedicado a “Los principios del sistema comercial o mercantil" (capítulo i del libro iv), contiene el siguiente elogio del comercio internacional: “Con¬cede valor a los artículos superfluos (para los habitantes de un país), pues se cambian por otros que pueden satisfacer una parte de sus necesidades y aumentar sus satisfacciones. Gracias a él, la estrechez del mercado local no impide que la división del trabajo alcance su más alta perfección en ninguna rama particular del arte o la manufactura. Al abrir un mercado más extenso para la parte de su producto que exceda la cantidad necesaria para el con¬sumo doméstico y dar estímulo al mejoramiento de las fuerzas productivas, aumentándose el producto anual al máximo e incre-mentando, por lo tanto, los ingresos reales y la riqueza de la socie¬dad. El comercio internacional se ocupa de continuo en desempeñar estos grandes e importantes servicios en los diferentes países entre los cuales se practica. Estos países pueden derivar del mismo gran¬des beneficios.” Pero con el fin de volver a atacar el mito de la necesidad de un excedente en las exportaciones, se añade: “Sin duda una parte del negocio en el comercio internacional es el de importar oro y plata que pueden necesitar los países ,que no .tengan minas; pero, sin embargo, es una parte muy insignificante del mismo. Un país que realice su comercio internacional sólo con ese propósito, no tendría quizá oportunidad de fletar un barco en todo un siglo”.41' No obstante, no debe pasarse por alto el hecho de que, antes de llegar a la conclusión de su crítica al mercantilismo, el ataque se generaliza más allá de las consideraciones sobre el comercio internacional y la distribución de los metales preciosos. En este capítulo (VIII del libro iv) aparece la frase, muy citada, que tiene una resonancia y una aplicación muy actual: “El consumo ** Lectures by Adam Smith, Cannan (editor), p. 197. 4* Wealth of Nations, p. 411. 74 TEORÍA DEL. VAI.OR V LA DISTRIBUCIÓN es la única finalidad y propósito de la producción; y el interés del productor debe ser tomado en cuenta sólo en la medida en que pueda ser necesario para promover aquel del consumidor”. Per contra, se agrega, “en el sistema mercantil, el interés del consu¬midor está casi constantemente sacrificado en favor del productor; y parece que se considera a la producción, y no al consumo, como el fin y objeto último de toda la industria y el comercio”.5ü Este fue el “mensaje” esencial de La riqueza de las naciones al emergente mundo de la competencia. Con el fin de no dejar incompleto ninguno de los temas que trató Adam Smith, parece que debe prestarse, por lo menos, alguna atención a dos cuestiones finales; su noción y uso de la distinción entre trabajo “productivo” y trabajo “improductivo” y la definición que se vincula a ella, en forma estrecha, del ingreso neto en contraste con el ingreso bruto. Al hablar del trabajo productivo, Smith se ocupó desde un comienzo en rechazar la pretensión fisiocrática de que el trabajo en la industria era estéril o improductivo. Deseaba reservar la deno¬minación de “improductivo” para el trabajo de los “sirvientes do¬mésticos” y para el de los dependientes (ya fueran de casas de familias aristocráticas o del gobierno) que realizaban sus servicios en forma directa para su señor o dueño, quien pagaba estos servicios con parte del “ingreso” en una transacción que debía ser calificada de “consumo” y no de “producción”; la razón adu¬cida era que estos servicios no eran seguidos ni complementados por ninguna otra venta destinada a obtener beneficio. “El trabajo de los sirvientes domésticos (a diferencia del trabajo de artesanos e industriales) no asegura la continuación de la existencia del fon¬do que los mantiene y los emplea. A expensas de sus dueños está su manutención y el trabajo que realizan es de tal naturaleza que no puede reembolsar ese gasto. Ese trabajo está constituido por servicios que perecen, por lo general, en el mismo instante en que se realizan, y no quedan fijados ni concretados en alguna mercan¬cía que sea vendible. Al tomar esto en cuenta ... he clasificado a ios artesanos, industriales y comerciantes, entre los trabajadores pro¬ductivos y a los sirvientes domésticos entre los estériles o im¬productivos”.'1 80 ¡btd., p. 620. 51 Ibíd., p. 635. Véase la interpretación (y aprobación) de Malthus de lo que Smith llama “trabajo productivo", o sea “el trabajo que se mani¬fiesta en la producción o incremento de valor de... objetos materiales*'. Principies of Poíitical Economy, Londres, 1820, p. 30. ADAM SMITH 75 Pero Adam Smith está lejos de ser claro cuando explica la diferencia entre “artesanos e industriales y comerciantes”. Pre¬senta aquí dos definiciones distintas (aunque en gran medida superpuestas), que involucran (como lo'señaló Marx) ciertas con? tradicciones entre ellas, o, por lo menos, no trazan límites precisos entre lo productivo y lo improductivo. En primer lugar se encuentra la noción de trabajo produc¬tivo: aquel que no sólo reemplaza los gastos directos de producción, incluyendo sus propios salarios, sino que además rinde un beneficio o un excedente superior y por encima de estos gastos (o dicho en términos modernos: un excedente sobre el valor de. todos los insu¬mas). Esta es en lo esencial la misma noción que la de los fisiócra¬tas; y Marx hubo de llamarla “la definición correcta”.5En segundo lugar se encuentra la noción implícita en el pasaje que acabamos de citar, o sea la del trabajo productivo como incorporado a una “mercancía vendible", que tiene un valor de cambio propio y por lo tanto es susceptible de reventa: esto en contraste con los “servicios que, por lo general, perecen en el mis¬mo instante en que se desempeñan”. Es en este sentido que se ha concentrado principalmente la aten- ción de los comentarios y discu¬siones posteriores hasta llegar a nuestros días (incluyendo la discusión con respecto a tales categorías en los países socialistas). Esta connotación se desliza ya en la primera mención que se hace del trabajo productivo e improductivo en relación con la Acumu¬lación del capital en el capítulo 111, del libro II, aunque sólo sea como una ambigüedad de la interpretación. La frase inicial de este capítulo de Smith dice que: “hay una única especie de trabajo que añade valor a la materia a la cual se incorpora: hay otra que no tiene dicho efecto. Eí primero, en cuanto producto valor, puede ser llamado productivo... El trabajo de un sirviente doméstico, por el contrario, no añade ningún valor”.‟3 Después de una propo“ Theories of SurpUts Valué, parte i, traducción de Emile Burns, Mos¬cú. sin fecha, p. 148: "El trabajo productivo, según su significado para la producción capitalista, es el trabajo asalariado que, intercambiado por la parte variable del capital... reproduce no sólo esta parte del capital (o el valor de su propia fuerza de trabajo) sino que además produce plus¬valía para el capitalista... Sólo es trabajo productivo el que produce un valor mayor que el suyo propio'‟*. Véase también El capital, t. i {edición de Moore y Aveling), p. 517: “La producción capitalista no es simplemente la producción de mercancías sino, en lo esencial, es la creación de una plusvalía... Ese trabajador sólo es productivo si produce una plusvalía para el capitalista, y de este modo trabaja para la auioexpansíón del capital". r‟3 Wftíllh of Nations, p. 311. 76 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN sición para demostrar que “un hombre se vuelve rico empleando a una multitud de gente industriosa y se vuelve pobre empleando a una multitud de sirvientes domésticos” este parágrafo inicial del capítulo se cierra de nuevo con una referencia al trabajo que se fija sobre “materias primas particulares o mercancías vendibles” en contraposición con los “servicios [que] por lo general, pere¬cen en el mismo instante en que se desempeñan, y rara vez dejan huella de valor, detrás de ellos”. Puede suponerse, en forma razo¬nable, que Adam Smith no vio el conflicto entre las dos defini-ciones porque no consideraba la posibilidad de un beneficio o plus¬valía, a menos que el trabajo en cuestión produjera una mercancía vendible. Sin duda, en un sentido amplio, las dos nociones vienen a significar la misma cosa. Pero, como lo vuelve a observar Marx, los actores, los músicos, los bailarines, los maestros, los cocineros y las prostitutas pueden todos crear un excedente o beneficio para un empleador en el caso en que estén empleados por “un empre¬sario de teatros, conciertos, burdeles, etcétera”.34 Además “un escritor es un trabajador pro- ductivo, no en la medida en que pro¬duce ideas, pero sí en cuanto enriquece a un editor”. Lo crucial del asunto, expresa Marx, es una “relación social de producción” y no “la especialidad particular del trabajo” o “el valor de uso particular al cual éste trabajo especial se incorpora”; necesitamos “una definición del valor que se derive, no de su contenido o de su resultado, sino de su forma social particular”.5,1 Al hacer la distinción entre el ingreso bruto y el ingreso neto es evidente que Adam Smith tiene de nuevo en su pensamiento s* Theorles of Surplus Valué, parte i, pp. 160-164. Añade, además: “La cocinera del hotel produce una mercancía para la persona que como capitalista ha comprado su trabajo, o sea el propietario del hotel; el consu¬midor de costillas de cordero tiene que pagarle al propietario del hotel por el trabajo de ella, y para el propietario del hotel este trabajo (aparte del beneficio) repone el fondo del cual continúa él pagándole a la cocinera. En cambio, si yo compro el trabajo de una cocinera para que ella cocine para mí ... entonces su trabajo es improductivo, a pesar del hecho de que su trabajo se fija en un objeto material y podría múy bien (en lo que resul¬tara) ser una mercancía vendible, como lo es en realidad para el propietario del hotel", ibíd., p. 161. 14 Ibíd., pp. 153-154, 156. En El capital dice Marx: “Ese trabajador sólo es productivo si produce plusvalía para el capitalista y por lo tanto trabaja para la autoexpansión del capital... La característica que distingue al trabajador productivo, según lo han señalado siempre los economistas políticos clásicos, es la creación de plusvalía . - (El capital, t. i, traduc¬ción de Moore y Aveling, p. 517). ADAM SMITH 77 la noción fisiocrática del produü net, como, excedente que surge de la actividad económica. Pero la definición que emerge es algo diferente. Tal como lo define en el capítulo n del libro 11, el ingre¬so neto parece en principio tener él significado “moderno”, que hoy día se acepta (es decir, el de sinónimo de ingreso nacional; o sea, el producto o ingreso bruto [“el producto anual de la tierra y el trabajo de un país” minus el capital utilizado para producir ese producto o “los gastos para mantener, primero su capital fijo y segundo su capital circulante”).58 No se menciona la intención de hacerlo distinto del excedente del genre fisiocrático, aunque la in¬terpretación de “mantener el capital circulante” intacto lleva a que se lo califique diciendo que “el capital circulante de una sociedad es, en este aspecto, diferente de aquel de un individuo”. A pesar de una cierta oscuridad que rodea a esta interpretación (en un capítulo dedicado principalmente a incursionar dentro del dinero bancario y del papel moneda), se aclara que la inten- ción es la de incluir dentro del “ingreso neto” lo que gastan los habitantes de un país “para su subsistencia” así como para sus “satisfacciones y entretenimientos”, es decir, todo cuanto se- coloca “en su stock, como reserva para el consumo inmediato”, “sin menguar su capital”. Una manera de formular el problema de las diferencias posi¬bles de interpretación es la de preguntar si lo de mantener intacto el capitál circulante se debe entender como que lo sea también en una escala global (o nacional), manteniendo intacto simple¬mente el stock de materia prima y de bienes en proceso de pro¬ducción, o incluyendo también en el capital circulante algún tipo de fondo nacional para las subsistencias o fondo de salarios. ¿Es que tiene que deducirse, antes de calcular el excedente, un stock de bienes-salario terminados, suficiente para satisfacer las necesi-dades de la fuerza de trabajo durante un ciclo dado de produc¬ción, así como también los stocks de materias primas y de produc¬tos semielaborados? En una serie de pasajes de su obra, Adam Smith parece negar que se considere el primer tipo de deducción. Se podría tomar del caso simple de la agricultura, que tanto Smith como los fisiócratas tenían sin duda en su pensamiento, un produc¬to en grano homogéneo, que sirviera también como capital y un 48 Wealth of Nations, p. 267. De paso debe recordarse, que junto con la mayor parte de los escritores clásicos, Smith hizo el supuesto tácito de un ciclo anual de producción (semejante al ciclo agrícola) con una rotación simple del capital circulante durante el período de producción. Véase Piero Sraffa, Production of Commodities by Means of Commodities, Cambridge, 1960, pp. 3 y 10. 78 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN ciclo de cosecha anual y tener, a nivel microcósmico, este tipo de ejemplo simplificado: El capital está constituido por 20 unidades de grano j. .j.j { 10 semillas 1 10 { 10 salarios de subsistencia El producto bruto (es decir, la cosecha anual) es de 40 unidades. El problema podría entonces ser expuesto de la siguiente forma: ¿consiste el producto neto en (a) el beneficio del agricultor des¬pués de haber reemplazado las 20 unidades de capital requeridas para proveer las semillas y los salarios de subsistencia para el año siguiente (es decir, un excedente de 20), o bien en (b) el bene¬ficio del agricultor junto con los salarios de sus trabajadores (es decir, 30 unidades, las cuales constituyen la diferencia entre la cosecha bruta y el fondo de semillas necesarias para plantar al año siguiente)? De acuerdo con la primera interpretación, la definición en términos de mantener intacto el capital circulante, si se con- si¬dera que incluye tanto los salarios como la semilla, parecería con-ducir al mismo resultado que se logra de la noción fisiocrática. Pero este resultado podría considerarse como accidental.57 Sólo la segunda interpretación es en realidad consistente con la idea de que el “ingreso neto” es idéntico al fondo de consumo potencial de ambos, los capitalistas y los asalariados, como resulta ser la intención franca de Adam Smith. En este sentido, el “ingreso neto” de Adam Smith es un concepto diferente del produit net fisiocrá- tico y de la “plusvalía marxista”. Veremos que Ricardo toma la definición sin ambigüedades en el primer sentido del excedente, es decir, como beneficio (y también la renla) después de pagar los salarios; e incidentalmente critica a Adam Smith porque “constantemente magnifica las ven¬tajas que un país obtiene de un gran producto bruto y no de un gran producto neto‟\SR *T Adam Smith parece haber estado consciente de que, en lo referente a los salarios, al menos, el capital circulante en una sociedad de intercambio, sería mantenido fundamentalmente en forma de dinero; y en determinado lugar dice: *'Por lo tanto, el dinero es la única parte del capital circulante de una sociedad, cuya conservación puede ocasionar alguna disminución en el ingreso de la misma" (Wealtii of Nations, p. 269). B“ Works and Correspondente of Ricardo.. Sraffa (editor), t. i, pp. 347, 348, 422. Se califica a la definición en una nota al pie de la p. 348 (y su intención se clarifica después) hasta decir que los salarios representan más “que los gastos absolutamente necesarios de la producción: en ese caso una parte del producto neto del pais Jo reciben los trabajadores". 3. DAVID RICARDO I En su notable obra sobre el radicalismo filosófico, Halevy llama la atención sobre el pesar expresado por James Mili en el curso de un artículo publicado en The Edinburgh Review para octubre de 1818 por “la gran dificultad con que las saludables doctrinas de la economía política se propagan en este país”; a lo cual añade Mili que entre los años 1776 y 1817 “no apareció en Inglaterra ni un solo tratado completo de economía política. La única auto¬ridad continuó siendo Adam Smith y éste fue poco escuchado”.1 Los puntos de vista de Mili sobre la propaganda doctrinal pueden haber sido ambiciosos o puede ser también que haya escrito bajo una racha de humor pesimista. Pero es cierto que no hubo nada durante este período que.se aproximara a un “tratado completo” sobre el tema. (Aun cuando el Manual2 de Bentham, de 1793-1795 había sido publicado y hubiera sido más extenso de lo que es, no po¬dría ser calificado como tal, porque se trataba de política y no de teoría.) Esto no quiere decir que no hubiera una actividad y una vigilancia considerables de los asuntos con- cernientes a la econo¬mía política, en especial a lo referente a la producción de folletos sobre problemas particulares. Puede decirse que al último tipo pertenecen Brítain Independent of Commerce, en 1808, de William Spence y la respuesta al mismo, de lames Mili, titulada Commerce Defended, de ese mismo año; se recuerda principalmente a este último por su patrocinio de la “Ley de Say”, tal como la proponía originariamente J. B. Say en su Traite d'Economie Politique cinco años antes de esa fecha. Además, el año de 1798 había sido el de la publicación del Essay on Population de Malthus y en la primera 1 Elie Halevy, The Growth of Philosophic Radicalism, traducción de Mary Morris, Londres, 1928, pp. 264-265. El artículo de Mili .se titula “Di¬nero y cambio". * Véase Jeremy Bentham's Economic tVriríngs. W. Stark (ed.), Lon¬dres, 1952, t. i. pp. 223-273. 80 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN década.del nuevo siglo no era infrecuente que apareciesen artículos sobre cuestiones de economía política en The Edinburgh Review y éstos eran tópicos de discusión entre los cognoscenti,3 Las discu¬siones sobre política monetaria y acerca de la depreciación de época de guerra, cuando se produjo la controversia bullionista, dieron la ocasión pa- ra que en el debate económico apareciese en público Ricardo por primera vez. En el transcurso de los debates parlamentarios sobre la Ley de Granos en febrero de 1815, se habría de producir una verdadera florescencia de folletos durante ese mismo mes, en que se perfeccionó la teoría de la renta y, en la medida en que concerniría a Ricardo, éste elaboró lo esencial de su teoría del beneficio, con su tendencia a decrecer a medida que avanza la acumulación del capital. Ya estaban próximos al período del cual iba a hablar Marx, como “notable, dada la acti¬vidad científica en el dominio de la economía política” y la época en que se “realizaron espléndidos torneos”.4 Lo que puede decirse en verdad es que hasta 1817, el año de la aparición de los Principies de Ricardo, no hubo nada que pudiera llamarse un simple sistema teórico de economía política, ni aun como bosquejo preliminar. Una característica de Wealth of Nations fue su carácter asistemático en lo que concierne a la teoría. Algunos consideran que quizá sea ésta una de sus principales virtudes; es decir: que era capaz de iluminar tanto, porque se ocupaba mucho de la historia y de situaciones particulares y no se esforzaba por lograr una unidad conceptual. Es verdad que contiene brillantes apercus, ajustados pedazos de teoría elegante¬mente elaborados, los más persuasivos comentarios y juicios sobre políticas particulares y respecto de sistemas de pensamiento como el “mercantil” y el “agrícola”. Pero hemos visto que, hablando con propiedad, carecía de una teoría de la distribución y lo que contiene de una teoría del precio o del valor (en la forma de la suma de los tres componentes) es lógicamente incompleto, ya que la distinción entre precio natural y precio de mercado y su princi¬pio de las ventajas netas iguales, sus genuinas contribuciones en 3 Estos "primeros artículos*‟ desde 1802 en adelante, “con frecuencia nos proporcionaban un tema agradable para platicar durante media hora, cuando los negocios no nos apuraban" en la bolsa de valores, tanto a Ri¬cardo como a su amigo Hutches Trower (carta de Ricardo a Trower el 26 de enero de 1818) en Works and Correspondence of David Ricardo, Sraffa P. ted.), t. vil p. 246 y véase también el t. vi, p. xxm. 4 En el Prefacio del autor a la segunda edición (24 de enero de 1872). til capital^ t. i (traducción de Moore y Aveling!, p. xxn. DAVID RICARDO 81 esta esfera se sostienen por sí mismas. Por el contrario, en Ricardo, encontramos algo muy diferente: una teoría integrada del valor, del beneficio y de las reiitas;; sus aspectos o elementos tienen la nitidez y la precisión de una demostración matemática, a los cuales se les agregó.un corolario de política, dé fnanera muy persuasiva. Es bien sabido que entre 1809 y 1811, el interés de Ricardo por los problemas económicos -se centró principalmente en temas referentes al dinero y a los precios y a su relación con los altibajos en la tasa de cambio exterior. Sus puntos de vista sobre estas ma¬terias se formaron en el curso de la crítica de la política del Banco de Inglaterra durante el período bélico. Se acusaba al Banco de ser responsable de las emisiones excesivas de billetes, a los cuales se atribuía el premio corriente sobre el oro (en términos de bille¬tes) y la caída del valor de cambio de la libra inglesa en Ham- burgo, Amsterdam y otros centros financieros continentales. Esta crítica fue pregonada en primer lugar en un artículo anónimo publicado por el Morning Chronicle en agosto de 1809 (seguido por dos cartas en setiembre y noviembre), y luego desarrollada en un folleto titulado “El alto precio del metal, una prueba de la depreciación de los billetes de banco”, en 1810. Después de la pu¬blicación del Informe del Comité escribió otras tres cartas al Morning Chronicle (en setiembre de 1810) en apoyo de sus des¬cubrimientos (los cuales “no pueden dejar de convencer a toda mente desprejuiciada”).'1 En el curso de esta discusión referente al precio en libras del oro metálico, se enunciaron los elementos esenciales de la teoría cuantitativa del dinero y de lo que más tarde se llamaría la teoría de la paridad del poder adquisitivo en los cambios exteriores. Los elementos esenciales de su teoría del valor y la distri¬bución datan en realidad del momento en que se publicó su folleto, altamente especializado en febrero de 1815, “Ensayo sobre la influencia del bajo precio del trigo sobre las utilidades del capital”, donde se demuestra la ineficacia de las restricciones a la importa¬ción. Este folleto apareció en el mismo mes que otros escritos sobre el mismo tópico por Malthus, West (la autoría reconocida en la página del título era simplemente la de “Un miembro del colegio de la Universidad Oxford”) y por el Coronel Robert Torrens. Los Principies oj Poíitical Economy and Taxation publicado dos años más tarde, fueron un desarrollo y elaboración de las ideas s Works and Correspondence, Sraffa (ed.), t. ni, pp. 15-153. 82 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN elementales presentadas en el Essay durante el transcurso de una argumentación especializada y sumamente pragmática. El Essay, de 1815, comienza con un enunciado de lá famosa teoría de la renta diferencial, que ha llegado a ser conocida con el nombre de “Teoría Ricardiana de la renta”. En realidad Ricardo reconoce su deuda, en lo que a esta teoría se refiere, para con el folleto de Malthus, publicado tres semanas antes, titulado An Inquiry into Rent\ y como el señor Sraffa ha señalado * lo que pare- ce haber ocurrido es que Ricardo pensó que la teoría, tal como la exponía Malthus, complementaba en forma clara su pro¬pia teoría de los beneficios. Con anterioridad se había familiari¬zado con la noción de los rendimientos decrecientes en el sentido de la productividad decreciente del trabajo en el margen, a medida que se extiende (o se intensifica) la producción agrícola. Por cierto que de esto dependían no sólo el precio del grano en rela¬ción con el de las manufacturas, sino también el beneficio (del agricultor y también el del industrial y el del comerciante). En consecuencia se puede decir que Ricardo había logrado el marco esencial para una teoría de la renta, pero no había encontrado todavía el ajuste de la noción de la renta como un excedente, y la forma de su determinación, hasta que leyó el folleto de Mal¬thus. En el momento en que escribía su Essay,' Ricardo no había leído todavía el folleto escrito por West, publicado once días antes, que enunciaba sustancialmente la misma teoría de la renta basándose en la productividad decreciente de los cultivos marginales. Puede señalarse que, al exponer este punto de vista sobre la renta como producto excedente de la tierra intramarginal (o alter¬nativamente, de las aplicaciones intramarginales del trabajo) don¬de la productividad era mayor que en el margen, Ricardo tenía muy clara la noción de un margen tanto intensivo como extensivo. De cualquier forma es- to se le hizo muy evidente para la época en que escribió sus Principies, donde habla en términos generales de la renta como de algo que “es siempre la diferencia entre el pro¬ducto obtenido por el empleo de dos cantidades iguales de capital y trabajo”8 y como dependiente de la “desigualdad en el pro¬ * En su nota sobre “Ensayo sobre los beneficios” en Works and Cor- respondence of Ricardo, t. iv, pp. 6-8. T Ibíd,, t. i, pp. 71 y ss. Véase M. Blaug, Ricardian Economics, New Haven, 1958, pp. 12-13. • Ibíd., t. i. pp. 71 y ss. Véase M. Blaug, Ricardian Economics, pp. 12-13. DAVID RICARDO 83 ducto obtenido por medio de sucesivas porciones de capital em¬pleado sobre la misma o sobre nuevas tierras”.* Sea cual fuere la manera como sé" explicó —ya se atribuyera el incremento a la aplicación creciente de trabajo, y capital a una cantidad existente y dada- de tierra, o a una extensión de los cultivos a tierras nuevas de inferior calidad— la idea de que fueran “una creación de valor, como yo entiendo esa palabra, pero no una creación de riqueza" y que su aumento sería “siempre el efecto de la creciente riqueza del país, y de la dificultad de proveer de alimento a su incre¬mentada población”10 permanecía inafectada; y cuando J. B. Say objetó que no había tal cosa como una “tierra sin renta”, Ricardo pudo replicarle que esto no importaba, puesto que siempre había unidades de capital y de trabajo sin renta, en el margen intensivo de toda tierra.11 Más crucial por diversos motivos para la estructura funda¬mental de su doctrina fue su teoría de los beneficios. Ésta —tiene alguna importancia el apreciarlo— se elaboró aún antes que el Essay y fue enunciada, con anterioridad a su teoría del valor, en términos puramente de producto. El señor Sraffa ha señalado, además, que puede muy bien haber sido enunciada en un bosquejo preliminar de un año antes, que no llegó hasta nuestros días, pero que está descripto en una carta como “ensayos sobre los beneficios del capital”, que según parece mostró a Malthus y a Hutches Trower.12 Esta era en lo esencial una teoría del excedente expues¬ta en forma más clara y explícita que la teoría de la “deducción” de Adam Smith, y la desarrollaba con el fin de señalar que los beneficios dependían de la diferencia entre el producto marginal de la mano de obra dedicada al cultivo, y la subsistencia de esa mano de obra, siendo ambos expresados en grano. En consecuen¬cia, el beneficio estaba expresado como una simple proporción “ Ibíd., también dice (p. 80) que “no es necesario que la tierra deba estar excluida del cultivo, con el fin de reducir la renta; para producir este efecto es suficiente que se empleen sucesivas porciones capital sobre la misma tierra con diferentes resultados y que se sus- traiga aquella porción que rinda menos resultados". Sobre el punto de vista de Torrens, de que para que exista renta ni siquiera era necesario que existieran los rendimien¬tos decrecientes (y simplemente la escasez), véase Lionel Robbins, Robert Torrens and the Evolution of Classicaí Economics, Londres, 1938, pp. 43 y ss. 10 Works and Correspondence of Ricardo, t. i, pp. 399, 77. 11 !b':d., pp. 412-413, nota. Schumpeter habla de “lectores superficia¬les” que piensan que la teoría requiere la existencia de “tierra sin renta”. History of Economic Analysis, p. 675, nota. 11 Introducción al 1.1 de Works and Correspondence of Ricardo, p. xxi. 84 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN del producto respecto de los salarios, proporción que iba dismi¬nuyendo a medida que el margen se extendía y declinaba el pro¬ducto de un día de trabajo. Tal como aparece en una carta de junio de 1814, su teoría fue resumida en la proposición siguiente: "la tasa de beneficio y la del interés deben depender de la pro¬porción de la producción [destinada] al consumo necesario para esa producción”.13 En el Essay on Profits, de 1815, sostiene que “los beneficios generales del capital dependen en su totalidad de los beneficios de la última porción de capital empleado en la tierra”. De Quincey habría de expresar- lo más tarde diciendo que "él [Ricar¬do] fue el primero que hizo posible deducir los salarios de la renta —y por lo tanto, deducir los beneficios de los salarios... con lo cual, en una fórmula breve podría decirse de los beneficios— que ellos son tas migajas de los salarios.1* Con esta teoría del beneficio en términos de grano (como se la puede llamar) se vinculó en un principio la noción de que los beneficios obtenidos en la agricultura determinaban los beneficios generales. No podían existir dos tasas de beneficios diferentes en la industria y en la agricultura, en forma que fuera consistente con la “ley” (o tendencia hacia) de una tasa de beneficio unifor¬me. Puesto que la relación de los beneficios con respecto a los sala¬rios en la agricultura estaba dada por las condiciones de la produc¬ción allí imperantes (y por ser una proporción del producto era inva¬riable ante cualquier cambio en el precio del grano), se deducía que la tarea de la adaptación debían hacerla los precios de las manufacturas, hasta que como resultado de estos movimientos de precios se obtuviera en la industria la misma tasa de beneficios que en la agricultura. La única forma en que podía ser alterada la tasa del beneficio en la agricultura (que representaba la relación entre el producto en grano y el insumo en grano como semillas y salarios) era por medio de un desplazamiento en el margen del cultivo. De aquí que cuando un crítico argumentaba (como lo hizo Malthus en su correspondencia con Ricardo en 1814-1815) 18 Ibld., p. xxxii; t. vi, p. 108. Véase también la última referencia en Principies, citado en la p. 74. 14 T. de Quincey, The Logic of Poíitical Economy (Edimburgo y Londres, 1844, pp. 203-204) señaló con agudeza este contraste con “la vieja doctrina jubilada" (es decir, la de Smith). Del contexto se advierte con cla¬ridad que, cuando se refiere a la deducción de los salarios que se hace de la renta, lo que tenía en su pensamiento era el cambio en los salarios moneta¬rios (o el “valor de los salarios*' como consecuencia de los cambios en el margen y en el valor de] grano, y que con referencia a la renta aquf quiere significar la teoría de la renta en su integridad). DAVID RICARDO 8.5 que una expansión del comercio, en especial del comercio exterior, podía elevar ía tasa general del beneficio, quedaba a su cargo la responsabilidad de demostrar cómo, podía desplazar los beneficios de la .agricultura, desplazando el margen.' Es verdad que en la concepción de Ricardo estaba implícito el supuesto de que los salarios estaban dados en términos de grano, o sea, la teoría de salarios de subsistencia, dada en forma independiente en términos de grano o, al menos (expresado en la terminología de Marshall), un precio de oferta.18 Está claro que Ricardo consideraba la de- manda de grano* en cualquier momento dado, y por lo tanto la posición del margen agrícola, como determinadas por el tamaño de la población trabajadora (y presumiblemente con una demanda inelástica de los artículos indispensables).18 Por deferencia hacia los argumentos de Malthus ínás tarde Ricardo modificó algo su primer punto de vista, que era el de que los beneficios de la agricultura determinan en forma absoluta los beneficios generales. Y lo hizo en la medida, por lo menos, de admitir el hecho de que los trabajadores no sólo consu¬mían grano, sino también algunos artículos manufacturados. Sin embargo, á pesar de esto se mantuvo firme en el eje crucial de su posición fundamental de que los beneficios generales no podían diverger de la razón entre grano producido y los salarios en térmi-nos de grano involucrados en su producción en el margen agrícola, aun cuando hubiera circunstancias en las cuales, en el transcurso del ajuste de la posición de este margen, pudiera experimentar alguna alteración. En consecuencia siguió manteniendo, con esta atenuación, que los beneficios son determinados por la relación entre el producto y los salarios en el margen de la agricultura. Cuando hubo ensamblado esta teoría de los beneficios con la teoría de la renta, que es regulada por las diferencias en la produc¬tividad del trabajo sucesivamente aplicado a la tierra, o a tierras de diferentes calidades, llegó a acercar- se mucho a la conclusión (aunque esto no fue dicho explícitamente) de que el beneficio y 1S En su capítulo sobre los salarios está la famosa referencia al hecho de que “el precio natural de ta mano de obra, aun estimado en alimentos y otros artículos necesarios ... varía en diferentes épocas en el mismo país, y difiere muy sustancialmente en los distintos países” de acuerdo con los “há¬bitos y costumbres de la gente" (a lo cual añadió en la segunda edición una referencia a un pasaje escrito con el mismo propósito en el Essay on the External Corn Trade, de Torrens: Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. i, pp. 96-97). ,e Véase Blaug, Ricardian Economics, pp. 22-23. 86 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN la renta eran dos especies del fisiocrático produit net. De cualquier fontía fueron considerados antagónicos, en el sentido de que el aumento de la renta era a expensas del beneficio y representaba simplemente una transferencia del ingreso neto. Como lo expresa en el Essay: “La renta, entonces, es en todos los casos, una parte de los beneficios previamente obtenidos sobre la tierra. Nunca es una nueva creación de ingreso, sino una parte de un ingreso ya creado”. Luego procede a poner la esen- cia de su teoría en estas dos frases clave: “Los beneficios del capital decrecen solamente debido a que no se encuentran disponibles tierras que se adaptan en igual forma a la producción de alimentos; y el grado de la caída de los beneficios y del alza de las rentas depende totalmente del gasto incrementado de la producción, Si, por lo tanto, en el progreso de los países, en materia de riqueza y población, pudiera añadirse a ellos nuevas porciones de tierra fértil, con cada incre¬mento de capital, nunca caerían los beneficios ni se elevarían las rentas”.17 Para completar el cuadro se afirmaba que, como resul¬tado de la productividad decreciente del trabajo, a medida que se extendía el margen del cultivo, los beneficios tendían a caer mien¬tras se acumulaba el capital y con ello crecía la población. Se estaba dando así la explicación que faltaba en la teoría de la ten¬dencia decreciente del beneficio, de Adam Smith (teoría en la cual Smith, según hemos visto, atribuía dicha tendencia a la mayor competencia en términos de oferta y demanda). En forma simul¬tánea se elevaba la renta; así se transferían los que previamente habían sido los beneficios del agricultor (o del industrial) a los bolsillos del terrateniente.18 Una vez establecido en. términos generales el antagonismo de intereses entre la propiedad territorial y el capital industrial (“el interés del terrateniente siempre se opone al interés de cualquier otra clase de la comunidad”) 10 continuó ejemplificándolo con una 11 Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. iv. p. 18. aB Ricardo puso cuidado en calificar dichas proposiciones agregando siempre “en ausencia de mejoras". Hubo quienes argumentaron que, con visión dinámica, el efecto de las mejoras compensaría de sobra cualquier tendencia de esa índole. Pero Edwin Cannan parecería probablemente haber estado en lo cierto al mantener que “no existe duda alguna de que Ricardo, como West y como Malthus, creía que los rendimientos de !a actividad agrícola disminuyen realmente en el curso de la historia a pesar de todas las mejoras (History of the Theories of Prodnction and Distribution, 2? edi¬ción, Londres, 1903, p. 166). *" Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. iv, p. 21. Más tarde, en la primera edición de sus Principies (Londres, 1817, p. 66, DAVID RICARDO 87 crítica dirigida en ; forma particular a las tarifas de importación sobre el grano que existían entonces. Estas tarifas aduaneras incre¬mentaban en forma inevitable las rentas, al aumentar la demanda y el costo y el precio del grano' producido en el país; al mismo tiempo tenía la inevitable consecuencia ulterior de disminuir el beneficio (frente a un nivel dado de salarios en términos de gra¬no). A la inversa, una deroga- ción de estas tarifas para permitir la entrada del grano extranjero de bajo precio elevaría el bene¬ficio y con ello se promovería la acumulación del capital. El obstáculo a un procedimiento tan ventajoso estaba en el interés del terrateniente en mantener sus rentas. El folleto termina con un tema de debate fundamental. Las mejoras introducidas en la agricultura, del mismo modo que las importaciones de granos, redu¬cen el costo de producción del grano y de allí que tanto los precios del grano como las rentas tiendan a ser más bajos. Quienes tengan alguna objeción que hacer a esto último, deben, para ser consis¬tentes, negar también lo primero. “Si los intereses de los terrate¬nientes tuvieran el peso suficiente como para decidirnos a no aprovechar todos los beneficios que podrían resultar de la impor¬tación del grano a bajo precio, también debieran influir sobre nosotros para hacernos rechazar todas las mejoras introducidas en la agricultura y en los instrumentos de labranza; pues si se afirma que disminuyen las rentas y por lo tanto se reduce la capacidad de. los terratenientes para pagar los impuestos al menos por un tiempo, al abaratarse el grano en razón de dichas mejoras o por causa de su importación, entonces, para ser consistentes, detengamos por me¬dio de una misma ley las mejoras y prohibamos la importación”.20 nota) señaló su argumento contra la posición de Adam Smith de la manera siguiente: “Al hacer hincapié en que la reproducción de la renta constituye una ventaja tan grande para la sociedad, el Dr. Smith no discurre que la renta es el efecto del precio alto, y que lo que el terrateniente gana de esta manera lo gana a expensas de la comunidad en su conjunto. No hay ganan¬cia absoluta para la sociedad en razón de la reproducción de la renta: se trata sólo de los beneficios de una clase a costa de otra clase" (Works and Correspondence, t. i, p. 77, nota). Schumpeter estimó que la teoría de la renta de Ricardo “no es ni necesaria ni suficiente como para constituir un ataque a los intereses de los propietarios de tierras” (History of Economic Analysis, p. 675, nota). Esto es curioso: ¿quiere referirse con ello a su estruc¬tura formal o a su contenido sustancial? Works and Correspondence, t. iv, p. 41. Más tarde, Malthus iba a desafiar esta afirmación de que las mejoras reducían la renta. Pero en lo fundamental Ricardo se adhirió a su punto de vista, aun concediendo que a (ar%o plazo los terratenientes podían llegar a beneficiarse en la medida en una teoría desarrollada del valor. Desde el mo¬mento en que todo estaba expresado en grano, tanto el producto como el capital, también el excedente podía expresarse en las mismas unidades físicas. Pero, tan pronto como se vio obligado a defender (por ejemplo contra Malthus) el punto de vista de que los beneficios de cualquier actividad estaban regulados por la tasa del producto excedente en la agricultura, tuvo que introducir una teoría del valor para demostrar cómo los precios de las otras mercancías se movían (si es que de algún modo se movían), cuando aumentaba el costo del trabajo en término de grano. Malthus le había contestado a Ricardo pretendiendo que los bene¬ficios generales podían ser afectados tanto por los altos precios de las manufacturas, debido a una fuerte demanda de las mismas —como podría ocurrir si existiera una floreciente demanda desde el exterior—- como por “las capacidades naturales de la última tierra puesta bajo cultivo”. En sus propios Principies (capítulo v, sección IV) él había dicho que “los beneficios dependen de los pre¬cios de las mercancías y de la causa que determina estos precios, es de88 cir, de la oferta comparada con la deTEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUmanda”; en cambio, “la teoría del beneCIÓN ficio” —de Ricardo— “depende totalII mente de la circunstancia de que la Parece haber sido en el curso de la ge- masa de mercancías no varía de precio, neralización de su primitiva teoría agrí- mientras el dinero mantiene su valor, cola del beneficio, que Ricardo vio la sea cual fuere la variación del precio del necesidad de fun¬damentarla sobre trabajo”... “Nada podemos inferir [con- cluye] res¬pecto de la tasa de beneficios derivada de un alza en los salarios nominales, si las mercancías en lugar de mantener su precio son afectadas en forma muy variada, es decir, que algunas aumentan, otras disminuyen y un muy pequeño número, por cierto, permane¬cen estables”.21 que las mejoras hicieran posible un aumento de la población, y el aumento de la población elevara eventualmente la demanda de granos y de tal forma aumentaran las rentas. 21 T. R, Malthus, Principies of Poíitical Economy Considered with a View to Tkeir Practical Application, Londres, 1820, pp. 326-327, 334. Véase también la carta de Malthus a Ricardo de fecha noviembre 23 de 1814: “El problema es saber si la agricultura es siempre la que toma !a iniciativa en la determinación, y yo por cierto diría que no” (Works and Correspond¬ence of Ricardo, Sraffa editor, t. vi, p. 153). total de la fuerza de trabajo; dicho en el lenguaje de los Principies, el beneficio dependía de la “proporción del trabajo anual del país... que se destina a la manu-tención de los trabajadores”.22 Como tal, era una versión más general (general debido a que se apoyaba sobre supuestos menos restrictivos), del dictum, que ya hemos citado, acerca de que los beneficios dependían de “la razón de la producción con respecto al consumo necesario para esa producción”, en tanto que el total de la producción y el consumo necesario se miden ahora en térmi¬nos del trabajo necesario para producirlos. Tan pronto como esto se hubo establecido en términos de valor, la proposición de que los beneficios disminuyen debido a una caída en la productividad del trabajo en términos de grano, llega a traducirse en lo siguiente: los beneficios caen debido al alza del valor del grano —y por tanto del alza de los salarios— con relación a Los demás productos. DAVID RICARDO Por cierto que en la argumentación del 89 Essay ya hemos en¬contrado en emAl utilizar la teoría ■ del valor-trabajo brión esta teoría del valor, aun cuando con ese propósito. Ricardo estaba eñ los elemen¬tos esenciales de la teoría efecto sustituyendo el trabajo por el del beneficio, como los de la renta, esgrano, como la cantidad en cuyos taban todavía enunciados en la forma .términos $e expresarían el producto, primitiva más “agrícola”. Por lo tanto, al los salarios y el excedente en forma se- afirmar que, debido a los rendimientos mejante. El beneficio se . concebía aho- decrecien¬tes de la tierra a medida que ra como el excedente o diferencia resi- se extiende la producción del grano, los dual entre la cantidad de trabajo reque- beneficios deben disminuir cuando aurida para producir las subsistencias menta la renta, dice: para la fuerza de trabajo y la cantidad “El valor de cambio de todas las mer- cancías se eleva a medida que se incrementa la dificultad de su producción. Si entonces ocurren nuevas dificultades en la producción del grano, y se hace necesario más trabajo, en tanto que no se requiere más trabajo para producir oro, plata, lino, etcétera, el valor de cambio del grano se elevará necesa¬riamente en comparación con esas cosas... Entonces ei único efecto del progreso de la riqueza sobre los precios, independientemente de todas las mejoras, ya sea en la agricultura o en las manufacturas, parece ser el alza de los precios de las materias primas del trabajo, sin alterar los precios de las demás mercancías, y el de reducir los bene¬ficios generales como consecuencia del alza general de salarios.” 23 aa Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (cd.), t. i, p. 49. 2S Ibid., t. iv, pp. 19-20. 90 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN No es poco frecuente que la intención de una doctrina se aprecie cuando se la pone como antítesis directa de aquello que se destina a contradecir. En relación con esto es esclarecedoca una nota al pie que sigue muy de cerca al pasaje que se acaba de mencionar. Se podría decir, por cierto, que es crucial para com¬prender la significación que tiene para Ricardo su teoría del valor. En esta nota escribe: “Se ha pensado que el precio del grano regula el precio de to- das las demás cosas. Este me parece ser un error. Si el precio del grano es afectado por el alza o la caída de los metales preciosos en sí mismos, entonces es cierto que los precios de las mercancías también serán afectados, pero ellos varían porque varía el valor de la moneda y no porque se altere el valor del grano. Creo que las mercancías no pueden materialmente subir o bajar de precio en tanto la moneda y las mercancías continúen en las mismas proporciones, o más bien mientras el costo de producción de ambos, estimado en grano, continúe siendo el mismo.2* La teoría a la cual está haciendo alusión aquí, es decir, la de que el precio del grano regula a los otros precios (debido a que cuando sube el grano, los salarios monetarios tienen que ele¬varse para mantener constantes los salarios en grano, y esto incre¬menta los demás precios) era la teoría de Adam Smith. Lo que Ricardo estaba enfrentando en particular con su teoría del valor- trabajo era en forma manifiesta la teoría del valor -salarios de Adam Smith (o aquella a la cual aludía antes con el nombre de la teoría de la suma);25 ésta trataba el valor de las mercancías como regulado inter alia por la suma de salarios que cuesta su produc¬ción (junto con la adición de las cantidades respectivas de las otras dos “partes componentes del precio”). Para decirlo con las palabras de la sección con que Ricardo comienza su capítulo sobre el valor en las ediciones segunda y tercera de sus Principies: “El valor de una mercancía, o la cantidad de cualquier otra mer¬cancía por la cual se intercambie, depende de la cantidad relativa de trabajo que sea necesaria para su producción y no de la mayor o menor compensación que se pague por ese trabajo". Resulta claro, después de analizarla, que la teoría de Adam Smith —sin calificarla— conduce a una conclusión absurda: la de que los valores de cada cosa pueden elevarse simultáneamente ** ibíd., p. 2!. as Véase capítulo n. DAVID RICARDO 91 cuando uno de los "componentes” se eleva por cualquier razón, ya sea que ello se deba a un alza en el costo de subsistencia, como en el caso presente, o. en forma, más general al funciona¬miento-de la oferta y la demanda. Esto suscita lá siguiente pre¬gunta: ¿en términos de qué se incrementan todos los valores? Si es en términos de dinero, entonces esto es equivalente a la depre¬ciación del dinero (“decir que las mercancías incrementan su pre¬cio es la misma cosa que decir que el dinero rebaja su valor relativo; porque es en términos de mercancías que se estima el valor relativo del oro”). Pero con un patrón dinero-mercancía tal depreciación sólo puede ocurrir si el costo de producir la mercan- cía-dinero cae, o el costo de la generalidad de las mercan- cías, juera de la antedicha, se eleva. En cuanto a los efectos posibles de un alza de salarios sobre la mercancía-dinero, Ricardo replica que si el oro fuera producido dentro del país en cuestión, el efecto sobre el oro no sería diferente del efecto sobre otras mercancías y sus valores relativos permanecerían invariables. En el caso en que el oro se produjera en el extranjero y se importara dice: “Si entonces el precio de todas las mercancías se elevara, el oro no podría venir del exterior para comprar estas mercancías caras, sino que saldría del país para emplearse con ventaja en la compra de mercancías extranjeras comparativamente más baratas. Parece entonces que el alza de salarios no elevará los precios de las mercancías, ya sea que el metal del cual se hace el dinero se produzca en el país o en el extranjero”.2" Por lo tanto, su refutación a la teoría de Smith puede con¬siderarse dependiente de la propia entrada del dinero dentro del círculo de las mercancías y al hacerlo así postula que el precio de cualquier mercancía o grupo de mercancías sólo puede elevar¬se si se requiere más trabajo para producirlo en relación con la cantidad de trabajo necesario para producir una onza dé oro. De esta proposición (que concierne a la “invariabilidad del valor de los metales preciosos”) hablaba en una carta a James Mili como “el ancla mayor sobre la cual están construidas todas mis proposiciones”.27 Cuando llegó el momento de escribir el capítulo sobre el valor en sus Principies, Ricardo comenzó, en consecuencia, desa¬rrollando su propia argumentación teórica de oposición a la teoría M Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. i, p. 105. *T Citado en la Introducción de Sraffa al t. i de Works and Corre- \pondence, p. .xxxiv: véase t. vi, p. 48 (carta del 30 de diciembre de 1815). 92 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN de Smith. En primer lugar criticó a Smith por su confnsión entre cantidad de trabajo y trabajo necesario, como medida del valor. En segundo lugar desarrolló el argumento de que el valor de una mercancía depende de “la cantidad relativa de trabajo que es nece¬saria para su producción”, y no “de la mayor o menor compensa¬ción que se paga por ese trabajo”.28 Retomé luego el bien conocido ejemplo de Smith del castor y el ciervo (“si es corriente que cueste el doble de trabajo matar a un castor que a un ciervo, un castor debe naturalmente cambiarse) por ser el equivalente de dos ciervos”), y declara que el principio para el cual se utiliza la ejemplificación, o sea, que el trabajo “es realmente el fundamento del valor de cambio de todas las cosas, con excepción de aquellas que no pueden incrementarse por la labor humana, es una doctrina de la mayor importancia den- tro de la economía política”. Critica luego a Smith cuando procede a hablar de que una cosa es más o menos valiosa en relación “no con la cantidad de trabajo incor¬porado en la producción de cualquier objeto, sino con la~ cantidad que puede economizar en el mercado”. Al extender el ejemplo del castor y el ciervo hasta comprender el caso en que el capital, en forma de alguna arma, “fuera necesario para capacitar [al cazador] a cobrar su pieza”, Ricardo demostró que su uso no impugna necesariamente su principio (como Adam Smith había argüido), por cuanto los precios comparativos del castor y del ciervo “estarían en proporción al trabajo real incorpo¬rado tanto en la formación de capital como en el de la destrucción de los animales”; ello no sería afectado por el hecho que “los im¬plementos necesarios para matar al castor y al ciervo pudieran pertenecer a una clase de hombres y el trabajo empleado en su destrucción pudiera ser realizado por otra clase; y que tampoco sería afectado si aquellos que proveen el capital “pudieran tomar la mitad, una cuarta parte o un octavo del producto obtenido”, ya que “sí los beneficios de los capitalistas fueran mayores o meno¬res ... o si los salarios del trabajo fueran más altos o más bajos, igualmente producirían efectos sobre ambos empleos”.29 Es de hacer notar que aquí Ricardo estaba suponiendo en forma implícita que las proporciones en las cuales era usado el a“ Tal fue la enunciación del título de la sección i de este capítulo en la segunda edición (en la primera edición el capítulo no está dividido en secciones). ““ Ibíd., t. r, pp. 23-24; y véase su propia explicación enfática sobre el punto en una carta a Mili, cit. ibíd., pp. xxxvixxxvrt. DAVID RICARDO 93 capital (lo que Marx habría de llamar “la composición orgánica: del capital”) eraniguales én las diferentes líneas de producción consideradas, ya se tratara de la caza del castor y del ciervo o en la tarea de la pesca o en el deporte de la caza o en la fabricación de medias. Lo que le importaba demostrar era que “la acumula¬ción del capital... en manos de personas particulares” y la “apro¬piación de la tierra” no invalidaban per sé (como lo había decla¬rado Smith) 30 el principio del intercambio en proporción al tra¬bajo empleado en la producción. Debe notarse también que la importancia atribuida a lo que hemos visto que llamaba “el ancla mayor” de su posición, explica su preocupación, en una sección posterior añadida a su tercera edición,31 por encontrar “una me¬dida invariable” del valor y de las condiciones necesarias para que tal patrón fuera invariable, asunto sobre el cual volveremos luego. En la conclusión del argumento sobre el valor que acabamos de resumir, Ricardo escribe: “Si dispusiéramos de un patrón inva¬riable, con el cual pudiéramos medir las variaciones en las demás mercancías, encontraríamos que el límite extremo al que éstas po¬drían elevarse en forma permanente sería proporcional a la can¬tidad adicional de trabajo requerido para su producción y que, a menos que se necesitara más trabajo para su producción, no podrían elevarse absolutamente en ningún grado”.34 En oposición a lo afirmado por Smith, un alza de salarios no daría por resultado un alza general de los precios, sino en cam¬bio una reducción de los beneficios, y esto hasta un punto de equilibrio. De Quincey iba a resumir el punto de vista ricardiano de la relación de los salarios con el beneficio, de la siguiente ma¬nera: “Se podría decir de los beneficios, que son las migajas de los salarios: en cada acto de producción, el beneficio será tanto ... como los salarios involucrados lo permitan ... Pero, ¿no era por el contrario que los salarios y los beneficios, en conjunto, predeterminaban ellos mismos, el precio? No, ésa es la vieja doctrina de- fenestrada. La nueva economía ha demostrado que todo precio está regulado por la cantidad proporcional de trabajo productivo, y solamente por él... Cualquier cambio que pueda perturbar las relaciones existentes entre los salarios y los beneficios, debe tener su origen en los salarios: sea cual fuere el cambio que pueda si” Véase capítulo n, p. 45. *l Agregado a la tercera edición, donde se convirtió en la sección vi de este capítulo. 12 Ibíd., p. 29. 94 TEORIA DEL VALOR Y LA üli> I Kl IR CIÓN lenciosamente tener lugar en los beneficios, debemos siempre con¬siderar que registra y mide un cambio previo en los salarios”.33 Muchos, si es que no la mayor parte de los lectores de este capítulo sobre el valor, se sienten intrigados al encontrarse, inme¬diatamente después de esto, frente al que les parece ser un argu¬mento contrario, resumido en el encabezamiento de la sección jv de la tercera edición como "El principio de que la cantidad de trabajo incorporado en la producción de mercancías regula su valor relativo, modificado en forma considerable por el empleo de la maquinaria y demás capital fijo y durable".34 Es aquí donde pro¬cede a tomar en cuenta el hecho de que, “las herramientas, los implementos, los edificios y la maquinaria empleados en las dife¬rentes industrias pueden ser de diferentes grados de durabilidad y pueden requerir diferentes porciones de trabajo para producir¬los ... también, las proporciones que el capital invierte en herramientas, maquinarias y edificios pueden estar variadamente com-binadas”. Con ello se presenta “otra causa, además de la cantidad mayor o menor de trabajo necesario para producir mercancías, de las variaciones en su valor relativo”; y añade (lo que a primera vista nos deja perplejos): “esta causa es el aumento o la dismi¬nución en el valor del trabajo”.33 Para muchos, esta referencia a una segunda “causa” del valor, especialmente por estar presentada en forma abrupta en la tercera edición, aparece como evidencia de una contradicción y de un rápido cambio de una teoría “pri¬mitiva”, con la cual comenzó en la época del Essay, hacia algo así como una teoría del costo de producción, semejante a aquella en la cual se transformó más tarde durante el siglo,3*1 y que difiere ” Thomas de Quincey, The Logic of Poíitical Economy, Edimburgo y Londres, 1844, pp. 204-205. En su Prefacio había hablado de “la revo¬lución efectuada en esa ciencia por Ricardo", ** Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.)t t. i, p. 30. ss Este es el enunciado del importante parágrafo en la tercera edi¬ción, ibid.t p. 30. En las primeras ediciones el enunciado era diferente: “Ade¬más de la alteración en el valor relativo de las mercancías, ocasionado por el mayor o menor trabajo requerido para producirlas, también están sujetas a las fluctuaciones derivadas de un alza de los salarios, y la consecuente caíd<? de los beneficios, si los capitales fijos empleados son de valor desigual o de durabilidad desigual" (ibíd., p. 53). 3* Como ejemplo de esta interpretación, véase Erich Roll, A History of Economic Thought, primera edición, Londres, 1938, p. 185: “Vemos una vez más que la diferencia entre el precio y el valor, ocasionada por la exis¬tencia de distintas estructuras de capital, estaba conduciendo a Ricardo, no a una distinción entre valor y precios de producción, que Marx desarrolló, sino hacia una teoría del valor costo-de-producción"; y la referencia eu la DAVID RICARDO 95 eñ lo esencial de la teoría de las “partes componentes del precio": de Adam Smith. Desde que se publicó la famosa Introducción del señor Sraffa ya debemos estar familiarizados ahora con el punto de vista de que poco o ningún fundamento existe para esta interpretación y que la situación es realmente diferente. Fue después de la apari¬ción del Essay on Profits y en el proceso de escribir los Principies que Ricardo hizo el “descubrimiento” del “curioso efecto” —como lo denominó— que un alza de los salarios [tiene] sobre los pro¬ductos de la industria en la cual se utiliza una cantidad de capital fijo relativamente grande; es decir, el de que sus precios cayeran realmente (con una consecuente caída de los beneficios). Era eso lo que constituía la base de la referencia, que hemos ci¬tado, a una “segunda causa” (lo cual en la primera edición apa¬rece como una referencia al valor relativo de las mercancías que están “también sujetas a las fluctuaciones derivadas de un alza en los salarios, y su consecuente caída de los beneficios, si los capi¬tales fijos empleados son de valor desigual, o de duración des¬igual”)/7 Pero en lugar de considerar a ésta como una concesión, él la estimaba como un descubrimiento propio que representaba un refuerzo de su argumentación contra Adam Smith; y como tal la anunció en forma triunfante en sus Principies de 1817. No sólo un alza de salarios dejaba de elevar los precios de las mercancías, sino que en realidad era la causa de que bajaran los precios de algunas mercancías.1*1 Por lo tanto, el efecto secundario de las pro¬porciones desiguales de capital, lejos de calificar y debilitar el co¬rolario anti-Smith de su principio primario del valor, sirvió para p. 181 del mismo texto a las "modificaciones en la ley del valor”, que parece haber considerado con preocupación creciente y a la que reservó cada vez más espacio en las sucesivas ediciones. Tanto Cannan como Hol- lander ofrecieron una interpretación similar, y Marshall la insinuó. iT Véase Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. i, p. 53. a* Parece entonces que, en proporción con la cantidad y durabilidad del capital fijo empleado en cualquier tipo de producción, los precios rela¬tivos de aquellas mercancías sobre las cuales se emplea dicho capital, varia¬rán en forma inversa a los salarios*, caerán cuando los salarios aumentan. También parece ser que en ninguna mercancía el precio absoluto se eleva sólo porque se eleven los salarios; que éstos nunca se elevan a menos que se incorpore a ellos trabajo adicional; pero que todas las mercancías en cuya producción entra el capital fijo, no sólo no aumentan con un alza de salarios, sino que caen absolutamente”. (Principies of Poíitical Economy and Taxation, Londres, 1817, pp. 4142, Works and Correspondence, Sraffa led.). t. i, pp. 62-63.) 96 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN reforzarlo con algo del efecto de ana paradoja. Resultaba algo sorprendente bajo dichas circunstancias, que reemplazara su causa primaria (cantidad de trabajo), que no puede ser “nunca reempla¬zada”, por la “segunda causa” (variación en las proporciones y durabilidad del capital) “sino sólo modificada por ella”/'9 En realidad, el elemento paradojal en este “curioso efecto”, es decir, la conclusión de que ningún precio se elevara y cayeran los de las cosas hechas con capital fijo (como aparece en la edi¬ción primera, de 1817) dependía de un supuesto: que su patrón invariable, o dinero, en térrqinos del cual eran medidos los precios de las mercancías, era producido por “trabajo no auxiliado”. Cuatro años más tarde, en la tercera edición, cambió su definición de patrón por otra, según la cual, éste estaba “integrado por tales proporciones de los dos tipos de capital, que más se acercaban a la cantidad promedio empleada en la producción de la mayor parte de las mercancías”; y en términos de este patrón, cuando se elevaran los salarios, los precios de algunas cosas aumentarían (aquellas “que tenían menos capital fijo empleado en su elabora¬ción que el medio en el cual fuera estimado el precio” y/o con una rotación más rápida del capital fijo y circulante), en tanto que los de otras cosas (las que tenían más capital fijo) caerían; de acuerdo con lo requerido por su corolario anti-Smith (como lo hemos llamado) el nivel promedio de los precios permanecería invariable.1" Debe señalarse que con esto se acerca mucho a la po¬sición adoptada por Marx en su teoría de los precios de pro¬ducción en el t. in de £7 capital. El lugar ocupado en esta argumentación por la noción de un “patrón invariable” explica su preocupación por encontrar la forma apropiada de definir una medida invariable del valor, así como la estrecha relación existente en su pensamiento, entre los dos problemas de la medida y de la causa o principio del valor. Tal como lo veía Ricardo, la relación entre ellos está expresada en la frase inicial de la sección “Sobre una medida invariable del valor” (sección vi en la tercera edición): “Cuando las mer- can*“ Ibíd., t. i, p. xxxvií, y t. vi!, p. 377 (carta a MU!. 28 de diciem¬bre de 1818). *“ ibíd., 1. r, pp. xx.xix, xlü-xliv, pp. 43. 63. Por deferencia hacia Torrens, en la segunda edición había agregado: “Los tiempos desiguales en que el capital circulante puede circular" a los otros dos tipos de variación de capital, a los cuales había llamado “diferencias en la durabilidad del capital fijo*‟ y "variedad en las proporciones en las que los dos tipos de capí- tul pueden ser combinados". DAVID RICARDO 97 cías varíen en valor relatiw. sería deseable tener los medios de ' verificar cuáles de ellas se icdúcen y cuáles se elevan en valor real, y esto podría efectuarse sólo comparándolas sucesivamente con algún patrón invariable demedida del valor, el cual en sí mismo no estuviera sujeto a ninguna de las fluctuaciones a las cuales están expuestas las demás mercancías”.'11 Continúa diciendo que “es im¬posible disponer de tal medida porque no hay mercancía que en sí misma no esté expuesta a las mismas variaciones que las cosas cuyo valor ha de ser investigado”. Pero si bien no hay cambio en su punto de vista sobre el “fundamento real del valor de cambio”, la vacilación y la duda se hacen cada vez más evidentes en su bús¬queda de una definición precisa de las condiciones necesarias para lograr tal patrón invariable. En su tercera edición parece haber aceptado el punto de vista de que la invariabilidad en un patrón no sólo era imposible de encontrarse en la práctica sino que era imposible en principio. La razón que esgrime es la de que, aun suponiendo “que ha de ser siempre requerida la misma cantidad de trabajo para obtener la misma cantidad de oro, no sería aun el oro una medida perfecta del valor, por medio del cual podría-mos descubrir exactamente las variaciones en todas las demás cosas, porque no sería producido con las mismas combinacio¬nes precisas de capital fijo y de capital circulante que todas las demás cosas; ni con capital fijo de la misma durabilidad; ni re¬queriría exactamente el mismo período antes de ser traído al mercado”. Por lo tanto, sólo podría “ser una medida perfecta del valor para todas las cosas que se produjeran bajo las mismas cir¬cunstancias precisas que las propias, pero no para las demás”. Así pues, al buscar una medida parecía que uno se encontrara frente a una dualidad de dos entidades no mensurables: trabajo y tiempo (es decir, la extensión de tiempo sobre el cual fuera “avanzando” el trabajo, o alternativamente se lo almacenara): fue en este con¬texto que hizo la perspicaz observación de que todas las diferen¬cias de capital podían ser reducidas a diferencias de tiempo.42 Por lo tanto, uno tenía que contentarse con “una aproximación a un patrón de medida del valor tan cercana como pueda ser concebida 41 Ibíd., p. 43. 42 “Todas las excepciones a la regla general caen bajo esta tínica del tiempo" (ibíd., t. vm, p. 193, carta a McCulloch, 13 de junio de 1820). Véase también: “En esto, entonces, consiste la dificultad del tema, puesto que las circunstancias del tiempo en el cual se hacen los adelantos son casi tan variadas que se hace imposible encontrar cualquier mercancía en particular que sirva como medida irrecusable” (ibíd.. t. iv, p. 370). 98 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN teoréticamente”; es decir, “el oro considerado como una mercan¬cía producida con aquellas proporciones de los dos tipos de capital que se aproximen lo más posible a la cantidad promedio empleada en la producción de la mayor parte de las mercancías”.43 Y, sin embargo, tan importante le parecía esta búsqueda de un valor ab¬soluto, como para impulsarle a pasar el último verano de su vida dedicado a una intensa correspondencia con Malthus, donde trataba el tema de la medida del valor (inmediatamente después de la publicación del folleto de este último, que lleva ese título), y a dedicar las últimas semanas de su vida a componer varios borra¬dores incompletos de un ensayo sobre “¿Valor absoluto y valor de cam- bio?”.44 De acuerdo con su propia confesión, en una última carta a Mili, “había estado pensando mucho sobre el tema últi¬mamente, pero sin haber progresado demasiado”.4''‟ Para los oídos modernos, esta búsqueda de una medida no¬cional o de un patrón invariable puede parecer curiosa y hasta sin sentido, hasta el punto de que algunas veces se la desecha como si fuera un problema de fantasmas, o bien que se trata tan solo del familiar problema de los números índices, bajo una máscara anticuada. Es posible que la posición que en los años recien¬tes mantuvo en actividad la controversia económica sobre cues¬tiones de medición de capital y de la influencia de la distri¬bución sobre los precios, servirá para que la preocupación de Ricardo obtenga una atención más comprensiva. De nuevo estamos en deuda con el señor Sraffa por revelar la verdadera naturaleza del problema de Ricardo. El ha demostrado que lo que inquietaba a Ricardo era que la dimensión del producto nacional parece cambiar cuando cambia la división del mismo entre las clases. “Aunque nada haya ocurrido para cambiar la magnitud del total, pueden existir cambios aparentes debidos solamente a un cambio en la medición, por el hecho que la medición se hace en términos de valor y los valores relativos han sido alterados como resultado de un cambio en la división entre salarios y beneficios”. Si Ricardo no se hubiera interesado en un principio por la cuestión de “por qué dos mercancías producidas por las mismas cantidades de tra¬bajo no tienen el mismo valor de cambio”, esto no tenía por qué atormentarlo. Pero puesto que su primera preocupación fue la del *s Ibíd., t. r. p. 45. ** Publicado por primera vez (después de ser descubierto con una serie de cartas a Mili, entre algunos de los papeles de la familia de Caimes. en Irlanda), ibíd., t. iv, pp. 361-412. 44 (híd., p. 359. y t. ix. p. 387. DAVID RíCARDO 99 efecto de una elevación Q de un descenso de los salarios —con el *„cambio” más bien que con la „'diferencia”— era crucial para su análisis “encontrar una medida del valor que fuera invariable ante los cambios en la división del producto; porque si un alza o una baja de" los salarios, por sí mismas, dieran como consecuencia, un cambio en la magnitud del producto social, sería difícil determinar con exactitud su efecto sobre los beneficios”.** ni El interés fundamental de Ricardo por la distribución, a la que consideraba “el problema principal de la economía política”, es probablemente demasiado conocido como para que se necesite repetirlo; también puede serlo el esencial corolario dinámico deri¬vado de su teoría de la distribución, bajo la forma de un pro¬nóstico condicional del futuro. No obstante, como éste ha sido por lo común muy mal entendido, no estará de más poner énfasis sobre determinados aspectos del mismo. Un punto inicial de la mala in¬terpretación se deriva de su uso de las proporciones en relación con las variables participaciones en el ingreso, y de allí la inter¬pretación particular de algunas de sus afirmaciones. No es nece¬sario decir que las categorías de ingresos que Ricardo tomó como tema de su investigación, no las adoptó en forma arbitraria como categorías abstractas de factores productivos instrumentales, sino que fueron elegidas por corresponder a las tres clases principales de la comunidad según él y otros economistas de su época las ad¬vertían. En este aspecto siguió las huellas de Adam Smith; y aquí en la base de su estructura introdujo un datum sociológico impor-tante. En aquellas primeras palabras de su prefacio — tantas veces seguidas con ayuda de nuestros dedos— “El producto de la tierra —todo lo que se obtiene de su superficie por la aplicación conjunta del trabajo, la maquinaría y el capital— se divide entre ■** Introducción del editor a Works and Correspondence of Ricardo. i. t. pp. xiviii-xlix. En el cap. ix de este libro aparece la solución propuesta por el propio Sraffa. 100 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN tres clases de la comunidad: el propietario de la tierra, el dueño del acervo o del capital necesario para su cultivo y los trabajadores por cuyo trabajo se cultiva”. Cuando él hablaba de estas participa¬ciones, que se elevaban o disminuían (y la dirección de su movi¬miento relativo fue su principal preocupación) por lo general quería significar elevarse o reducirse en lo que él llamaba “valor real” en términos de una moneda invariable; en otras palabras en términos de la cantidad de trabajo requerido para producir la par¬ticipación consabida. Aquí sus afirmaciones se mantuvieron firmemente dentro de la categoría del valor (absoluto), como mensura¬das por la cantidad de trabajo. Con una escala dada de produc¬ción, medida en términos de trabajo empleado, era en consecuen¬cia lo mismo que decir que la proporción del valor total producido que correspondía a las partes en cuestión había aumentado o dis¬minuido; y es en este sentido que deben entenderse sus referencias a que un alza en los salarios sería la causa de una caída en los beneficios. Por lo tanto, la frase “valor real de los salarios”, que tan extraña suena en un oído moderno, la define Ricardo como “la cantidad de trabajo y el capital empleado en producirlos”, es decir: los salarios deben ser estimados por ello “y no por su valor nominal ya sea en abrigos, sombreros, dinero o grano".47 En relación con esto, había alguna am- bigüedad con respecto a la participación de la renta, en cuanto a que ésta tendería a aumen¬tar en proporción al progreso de la acumulación del capital y al in¬cremento de la población; y ante esta afirmación, Ricardo ha sido interpretado algunas veces en el sentido de que sostenía que la renta aumentaría, no sólo en forma absoluta, sino de manera rela¬tiva con respecto a los beneficios y a los salarios, o como una pro¬ 47 Ibíd., t. i, p. 50. En sus Notes on Malthus, dice: “Debo pensar que es un gran error afirmar que los salarios habrían bajado, cuando quedó coavenido que el trabajador „tenía una proporción creciente del valor del producto total obtenido por medio de una cantidad dada de capital'. Creo que el valor se mide por proporciones” (ibíd., t. n, p. 138). Éste fue en particular el tono del lenguaje, acerbamente criticado por Bailey (entre otros) como un “lenguaje extraño” y una “perversión singular de los términos”. A Critical Dissertation on the Nature, Me asure and Causes of Valué, Lon-dres, 1825, p. 50; y al cual hace referencia Malthus como “esta aplicación poco común, de términos comunes, que ha hecho que la obra del Sr. Ricardo sea para muchas personas tan difícil de entender". Principies of Poíitical Economy, Considered with a View to Their Practical Application, Londres, 1820, p. 214. Malthus siguió a Smith en el uso de los términos “salarios reales” y “renta real” para referirse al “trabajo economizado” y a las “ne¬cesidades y conveniencias de la vida". DAVID RICARDO 101 porción del producto total.*8 .Por empezar, es verdad que llegó muy cerca de decir que las rentas aumentarían, no sólo como una par¬ticipación del excedente total, y por ello a expensas del beneficio, sino como una proporción del total. En el-Essay de 1815, habla,, por cierto, de la renta “en un país progresista” como “incremen¬tándose no sólo en términos absolutos”, sino también “incremen¬tándose su proporción con respecto al capital empleado en la tierra” y dice que “el terrateniente no sólo obtiene un producto mayor, sino una proporción más grande”. En la primera edición de los Principies se repite este “doble beneficio” para el terrate-niente y se hace referencia a que “la proporción de la producción en especie pagada al terrateniente en concepto de renta” se incre¬menta.*9 Frente a las críticas de Malthus (en sus propios Princi¬pies) por haber tratado a la renta en términos de proporciones, Ricardo, en sus Notes on Malthus, admitió que su “lenguaje res¬pecto de las proporciones puede no haber sido tan claro como debería haber sido”, y que si él había caído en el error de afirmar r'° que aumenta “la proporción del producto total que corresponde a la participación del terrateniente”, deseaba “corregir el pasaje” sustituyendo la palabra “proporción” por “porción” o, “si se con-servara la palabra proporción, debía ser la proporción del pro¬ducto obtenido en las tierras más fértiles”.81 De acuerdo con esto, entre las revisiones que efectuó en la tercera edición de sus Prin¬cipies, Ricardo incluyó un cambio en su capítulo sobre la renta y én lugar de las palabras “proporción del producto total” puso “la proporción del producto obtenido con un capital determinado en cualquier establecimiento agrícola dado”.82 Por lo tanto, parece claro que Ricardo, cuando habla de que la participación de la renta se incrementa cuando se extiende el margen del cultivo, tenía en su pensamiento el producto de las tierras anteriormente cultivadas. Una mirada a un diagrama de la renta, de los que aparecen en cualquier simple libro de texto, demostraría que en esto tenía razón, pero que al mismo tiempo es muy posible que la renta disminuya como proporción del total del producto, obtenido de la tierra cul¬tivada con anterioridad y de las nuevas tierras cultivadas, cuando ** El profesor Blaug, por ejemplo, lo interpreta, evidentemente, en este sentido (Economic Theory in Retrospect, Londres, 1964 y 1968* p; 111)» 4B Primera edición de Principies, Londres, 1817, p. 76. Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. i, p. 83. 80 Esto va precedido por la afirmación: “No sé dónde he dicho c.«fo”. 81 Ibíd., t. n, p. 197; véase la Intro- ducción del editor al t. >, < ívi. aa Ibíd., t. i, p. 83. 102 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN el margen del cultivo se extiende.53 En su argumentación general respecto de la renta y de los beneficios nada parece claramente afectado, aunque la renta como una participación relativa se in¬cremente o disminuya, como algunos parecen haber supuesto que suceda. En su pronóstico de largo plazo (que como hemos visto se basa sobre el supuesto de importaciones insignificantes o por lo menos limitadas de grano) entra la noción del estado estacionario, que bajo una apariencia levemente diferente y con diversos grados de énfasis, apareció en muchos de los escritos del período clásico. Si estuviéramos pintando el escenario con colores dramáticos, po¬dríamos vemos tentados a hablar del asunto como de un fantasma de pesadilla acechando en el horizonte; es que cuando se conside¬ran los efectos a largo plazo de las medidas de política, la posibili¬dad de su aparición provoca un constante desvelo. La meta in-mutable del esfuerzo y la garantía de la prosperidad material del total de la comunidad y para todas las clases, era el progreso de la acumulación del capital. Adam Smith sostenía que el “estado de progreso... en realidad es el estado alegre y saludable para todos los dife- rentes órdenes de la sociedad” (en contraste con el cual “el estacionario es opaco, el declinante melancólico”)* Este estado progresivo, “mientras la sociedad está avanzando hacia ad¬quisiciones futuras y no cuando ya ha colmado en forma plena sus riquezas”, es aquel en que las condiciones de los trabajadores pobres, del gran cuerpo del pueblo, parecen ser más felices y más cómodas.64 Ricardo, inclinado al pesimismo en cuanto a la visión dinámica, al menos en ausencia de un comercio libre, sostuvo fir¬ 69 El alza o la caída dependen de la forma de la curva del costo. Es evidente que el costo abarca proporcionalmente más (y en forma equivalente, la renta, menos) en condiciones de costos de producción más elevados cerca del margen, que lo que ocurre en la tierra más fértil; en cambio, el grado en el que las rentas se elevan depende, en este último caso, de la rapidez con que el costo (y por tanto el precio) se eleva cuando el margen se extiende. Así, en el diagrama que aquí se presenta, donde se utiliza una curva de costos rectilínea, el triángulo de la renta continúa siendo una proporción constante del total; mientras que la renta, como proporción del producto de la tierra antigua, O A, se eleva proporcionalmente cuando los cultivos se expanden hasta O B y el precio se eleva, en forma equivalente, de O Pi a O Ps; véase Blaug, Ricardian Economics, p. 110, donde per contra se utilizan en la ilustración las curvas de productividad media y marginal. “* Wealth of Nations, p. 83. DAVID RICARDO 103 memente la posibilidad de que el precio de mercado del trabajo “en una sociedad progresiva, „no obstante la tendencia de los sala¬rios a ajustarse a su tasa natural‟, estuviera en forma constante du¬rante un período indefinido por encima de' la misma, porque apenas se observa una nueva demanda de trabajo, surgida de un aumento de capital, otro aumento de capital puede producir el mismo efecto”. Esta posibilidad será reforzada si las circunstancias permi¬ten “una adición a la cantidad de alimentos y de vestidos de un país ... que se logre con ayuda de la maquinaria, sin ningún in¬cremento, y aun con una absoluta disminución en la cantidad pro-porcional de trabajo requerido para producirlos”. Entonces, en verdad, “la condición del trabajador mejorará mucho”; y si llega¬ra a ocurrir que se diera “una abundancia de tierras fértiles, en¬tonces, en períodos tales, la acumulación es con frecuencia tan rá- pida, que no se puede dar una oferta de trabajadores con la misma rapidez que la del capital”. También existe un indicio de una influencia posterior favorable, que John Stuart Mili iba más tarde a hacer mucho más notable: que el “precio natural del tra¬bajo”, al depender —como depende— “de los hábitos y costum¬bres de la gente”, debiera incrementarse por cambios ascendentes en estas últimas. Sobre esto escribió Ricardo (en su segunda edi¬ción): “Los amigos de la humanidad no pueden sino desear que en todos los países las clases trabajadoras gusten de las comodi¬dades y placeres, y sean estimulados por todos los medios legales en sus esfuerzos para procurárselos. No puede existir una mejor seguridad contra una población superabundante”.55 Sin embargo, y a pesar de esto, el cuadro más general o pro¬bable como es posible que lo viera Ricardo en las circunstancias que prevalecían en Inglaterra, era el de que la población tendería a dejar atrás a la acumulación del capital, y “a medida que la población aumenta, estos productos indispensables irán constante¬mente aumentando de precio, porque se necesitará más trabajo para producirlos”. Si en estas circunstancias los salarios en moneda elevaran en forma total o parcial la compensación a los trabajado¬res, esto “disminuiría necesariamente los beneficios de los indus¬triales”, y tendería en el futuro a desestimular la acumulación. SÍ bien el estado estacionario (“del cual confío estamos , todavía muy distantes”) se menciona explícitamente sólo en el contexto de las Leyes de pobres y sus efectos sobre la población, parece relativa¬ 46 Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. i, pp. 94-95. 98, 100. 104 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION mente claro que lo que él visualizaba era el último destino de esa ■„tendencia natural de los beneficios a disminuir”, la cual estaba amenazando de continuo con minar al “estado progresivo”, en especial frente a los obstáculos a la importación. Aun cuando “a intervalos repetidos fuera contrarrestada” por las mejoras de la maquinaria agrícola y los descubrimientos en la ciencia de la agri¬cultura, esta tendencia, mucho antes de alcanzar su límite “habrá detenido toda la acumulación, y casi todo el producto del país, después de pagar a los trabajadores, será de propiedad de los dueños de la tierra y de los perceptores de diezmos e impuestos”.58 No con poca frecuencia se ha llegado a desdeñar estas tenden¬cias dinámicas de Ricardo, contrastándolas con los acontecimientos reales de la segunda mitad del siglo xix. Ese pesimismo —no sólo en su caso, sino en todos los que rodean a las discusiones sobre el “estado estacionario”— ha sido descartado como una curiosidad en la historia del pensamiento, y hasta como un ejemplo saludable del resultado de desarrollar “largas cadenas de razonamiento deduc¬tivo”, tal como Marshall5r aconsejaba evitar a los economistas. Sin embargo, dichas críticas, en el caso de Ricardo, parecen ser menos que justas: es cierto que la confrontación de su “pronóstico” con los hechos reales ocurridos en un siglo que había de ser testigo del comercio libre de Inglaterra y de una revolución en los medios de transporte marítimos y terrestres, es poco apropiada dada su mención explícita de los “obstáculos a la libre importación” en el contexto de las tendencias descriptas. Puede decirse que en los Principies estos obstáculos a la importación son muy poco subra¬yados como condicionantes; y que puesto que no son colocados firmemente en el centro del cuadro, la impresión que se tiene es que sólo constituyen una influencia de refuerzo, que meramente afectaba a la escala del tiempo de la “tendencia natural” descripta, la cual se daría de todos modos, si bien en forma más lenta, ante la ausencia de estos obstáculos a la importación. Sin embargo, en su propio pensamiento parece claro que las Leyes de Granos eran importantes, aunque no fundamentales, en el contexto de su pro¬nóstico dinámico. En la argumentación del Essay lo eran evi¬dentemente; y su carácter prominente fue motivo para que Edwin Cannan afirmara lo que ya citamos en el capítulo i, esto es que “como base para una argumentación contra la Ley de Granos, hubiera sido difícil encontrar algo más efectivo que la teoría ri“ ibtdpp. 101-102, 109, 120-121. 117 Principies of Economics, 7^ edición, Londres, 1916, p. 781. DAVID RICARDO 105 car diana de la distribución”.08 La libertad de importar, según Ricardo, era ía compensación esencial a los rendimientos decre¬cientes, esencial para mantener a raya al espectro de la recaída dentro de un estado estacionario. Cuándo-escribía en el año 1819, y al referirse a “la escasez y consecuente alto valor de los alimentos y demás materias primas”, como “el único obstáculo11 para au¬mentar la riqueza y la población “durante un tiempo indefinido”, dijo: “Dejemos que éstos [el alimento y las materias primas] sean provistos desde el exterior a cambio de artículos manufacturados, y será difícil decir dónde se encuentra el límite en el cual se de¬jaría de acumular la riqueza y de obtener beneficios en su empleo1‟. A esto agrega: “Ésta es una cuestión de la mayor importancia para la economía política”/9 Un año más tarde, al escribirle a Trower, le dice: “Defiendo el libre comercio para los granos sobre la base de que, mientras el comercio sea libre, y el grano barato, los bene¬ficios no caerán por más grande que sea la acumulación del capital. Quiero decir que si se limita usted a los recursos de su propio suelo, la renta irá absorbiendo con el transcurrir del tiempo la mayor parte de ese producto que queda después de pagar los sala¬rios, y en consecuencia, los beneficios serán bajos”.80 Parecería que esta interpretación de sus propias intenciones en los Principies (se estaba refiriendo a la “tergiversación” de los mismos en el libro de Malthus) fuera decisiva. Todavía no hemos dicho nada que se refiera directamente al lugar que ocupa la teoría malthusiana de la población en el sistema de Ricardo, aun cuando esto debe haber estado implícito en lo que antecede. Basta decir que Ricardo aceptó por completo esta teoría y se sintió en deuda, para con su amigo y compañero de lucha epistolar, por la misma. La utilidad que prestó fue la de proveer a Ricardo de una teoría de la oferta de salarios. Propor¬cionó un mecanismo de ajuste de la oferta, según el cual los sala¬ 8* E. Cannan, op. cit., p. 391. “ Contribución a la Encyclopaedta Britannica, Works and Correspond¬ence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. iv, p. 179. Véase Prof. M. Blaug: “El pre¬tendido „pesimismo‟ de Ricardo estaba por entero relacionado con el man¬tenimiento de la tarifa sobre la materia prima... la noción de un amena¬zante estado estacionario era, a lo sumo, un invento útil para asustar a los amigos de la protección arancelaria... [era] una ficción metodológica”. Ricardian Economics, pp. 31-32. Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. vui, p. 208 (carta a Trower del 21 de jülio de 1820). Véase también en las notas sobre Malthus, ibíd., t. ii, p. 222: '“pero he agregado que éste no será el caso si se puede obtener alimento barato del exterior”. 106 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN rios, o el “precio de mercado” corriente llegaba a ajustarse al “pre¬cio natural del trabajo”; y se definió a este último como “ese precio que es necesario para permitir que los trabajadores sub¬sistan y perpetúen su raza, sin que exista aumento o disminu¬ción”.8' En otras palabras, el precio del trabajo estaba regulado por su propio costo de producción, en el sentido de un nivel de salarios que fuera suficiente para mantener una población traba¬jadora determinada (o en forma alternativa, una población que fuera creciendo con la misma rapidez, aproximadamente, con que se acumulara el capital pero nunca quedó aclarado por completo cuál de las alternativas posibles). Hemos visto que esta noción de un nivel dado de salarios en grano o determinado en forma independiente fue la base de esa teoría de los beneficios formu¬lada en un principio. Pero también hemos visto que la interpretó como una cruda subsistencia física, como algunos han imaginado y como tal la han desdeñado con ligereza. "Los hábitos y las cos¬tumbres” entraban dentro de lo que era convencionalmente “ne¬cesario” en cada período o lugar. Por eso en su capítulo sobre los salarios se encuentra el pasaje, muchas veces citado, que dice: “No -debe entenderse que el precio natural del trabajo, aun esti-mado en alimentos y otros artículos necesarios, sea absolutamente fijo y constante. Varía en distintas épocas en el mismo país, y muy concretamente difiere en los distintos países. Depende en lo esencial de los hábitos y costumbres del pueblo. Un trabajador inglés consideraría que sus salarios están por debajo de la tasa natural, y son demasiado escasos para sostener a la familia, si no le permitieran adquirir otro alimento que las papas, y una vivienda que no fuera mejor que una sucia choza; y, sin embargo, con frecuencia esas moderadas demandas de la naturaleza se consi¬deran suficientes en los países donde „la vida del hombre es ba¬rata‟ y sus necesidades se satisfacen con facilidad”.BZ Era la cre¬ciente importancia de este elemento social o convencional en las épocas en que el precio de mercado del trabajo se elevaba por encima del precio natural, aquel del cual “dependerá” la “per¬manencia” de “esta alza” y sobre el cual “podían poner sus espe¬ranzas los amigos de la humanidad”, como “un seguro contra una población superabundante”. Es difícil cerrar un informe sobre la teoría de Ricardo sin hacer alguna referen- cia a su discusión con Malthus acerca de “las 61 Ibíd., t. i, p. 93. •“ Ibíd., U t, pp. 96-97. En su segunda edición añadió una nota al pJe para reconocer su deuda con Torrens. DAVID RICARDO 107 saturaciones” y de la posibilidad de una superproducción general. Es aquí donde Ricardo confió en lo que ha resultado llamarse la Ley de Say, en tanto que Malthus ha sido considerado precursor de la doctrina del siglo xx, la cual, al refutar la Ley de Say, pone énfasis sobre el nivel de la demanda efectiva. Junto con Sismondi, Malthus estaba allí prohijando lo que iba a ser considerado du¬rante un siglo o más como la herejía del subconsumo. Una parte sustancial de las “Notes on Malthus”, de Ricardo, se ocupa de este tema. Malthus comienza con la posibilidad de que exista una “par-simonia” por parte de los capitalistas utilizada en el empleo de tra-bajadores adicionales (del mismo modo que Ricardo, pensaba en el caso en que el capital consiste en forma exclusiva en el capital circulante y en consecuencia todo capital nuevo sirve para pagar salarios y materias primas por medio del cual se pone a trabajar a los nuevos trabajadores). Dice Malthus: “Sin duda es posible que por parsimonia se dedique enseguida una parte mucho mayor que la corriente del producto de cualquier país al mantenimiento del trabajo productivo; y es bien cierto que los trabajadores así empleados serán consumidores”. Pero... el consumo y la de¬manda ocasionada por las personas empleadas en el trabajo pro¬ductivo nunca pueden por sí solos dar motivo a la acumulación y al empleo del capital; y con respecto a los propios capitalistas, junto con los terratenientes y otras personas ricas, ellos han con¬venido, según la hipótesis en ser parsimoniosos y en privarse ellos mismos de sus comodidades y lujos para ahorrar de sus ingresos y aumentar su capital. Me pregunto cómo es posible suponer que el incremento en la cantidad de mercancías, obtenido por el au¬mento en el número de trabajadores productivos, podría encontrar compradores, sin que se diera uña caída tal de los precios que probablemente hundiría su valor por debajo de los costos de pro¬ducción”."3 Éste casi podía ser un pasaje de J. A. Hobson o de cualquier otro teórico del subconsumo (o del exceso de ahorros); y sin embargo, no nos suena como específicamente keynesiano (a *s Rev. T. R. Malthus, Principies of Poíitical Economy, Londres, 1820, pp. 352-353. Unos pocos parágrafos más adelante, lo dice en forma más aguda, de esta manera: “Un gran aumento del producto... sí Jas necesida¬des disminuyen por austeridad, debe ocasionar necesariamente una gran caída del valor estimado en trabajo, de tal manera que el mismo producto, aunque pudiera haber costado la misma cantidad de trabajo que antes, ya no podría disponer la misma cantidad; y tanto el poder de acumulación como el mo¬tivo para acumular, serían fuertemente refrenados” (ibíd.., p. 355). 108 TtURlA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN primera vista, por lo menos), puesto que la parsimonia adicional es compensada de inmediato por una inversión adicional. Parece¬ría que la preocupación está dirigida hacia el efecto productivo de la inversión adicional, y que ésta no fuera compensada por una expansión de la demanda (dándole así algo como un sabor a Kalecky). Con referencia a Say y a su “Ley de los mercados”, Malthus continúa diciendo que aunque “algunos escritores muy capaces han pensado” que no puede haber una sobreproducción general o un atascamiento de todas las cosas porque “si las mercancías se intercambian siempre por mercancías, la mitad abastecerá a la otra mitad del mercado” y sin embargo, en su opinión, “de ninguna manera es cierto... que siempre las mercancías se intercambien por mercancías. La gran masa de mercancías se cambia directa¬mente por trabajo”. De aquí que “es por completo evidente que esta masa de mercancías, comparada con el trabajo por el cual se intercambian, puede perder valor debido a un atascamiento, del mismo modo que cualquier mercancía singular pierde valor debido a un exceso de oferta”.*4 Parecería que aquí su preocupación se debe a un aumento en los salarios reales como consecuencia de un incremento en la tasa de acumulación, con la resultante com¬presión de los beneficios. Podría parecer demasiado extraño por provenir de la pluma del autor del Essay on Population (como por cierto lo observó J. B. Say)."r‟ No obstante, más tarde vuelve a poner énfasis sobre la defi¬ciencia de la demanda de mercancías. “Jamás puede demandarse trabajo productivo, con el fin de obtener beneficios, a menos que cuando se obtenga el producto éste sea de mayor valor que el del trabajo con el cual se obtuvo. En ningún tipo de industria pueden emplearse nuevos brazos sólo como consecuencia de la demanda de su producto por parte de las personas empleadas”.™ Como era muy posible que se diera una tasa de acumulación demasiado rápida, se deduce que existía una ventaja en tener una clase de “consumidores no productivos” como la que él evidentemente con¬sideraba que era la de los terratenientes acomodados. Su demanda, más indulgente, serviría para compensar la frugalidad excesiva de •* Ibíd., pp. 353-4. HS Letters to Mr. Malthus on Severa! Subjects of Poíitical Economy and on the Cause of Stagnation of Commerce, por J. B. Say (traducción de John Richter), Londres, 1821, p. 30. T. R. Malthus, Principies of Poíitical Economy, Londres, 1820, pp. 348-349. sistencias se hubiera elevado. En las circuns¬tancias supuestas, “la necesidad específica sería la de un incre¬mento de población”. Si bien se admite que “en el caso de que la población no aumente con la misma rapidez que los fondos que la habrán de emplear” se detendría la acumulación, lo que no sería más que temporario, hasta que la población la volviera a alcanzar. Mientras tanto, “la condición del trabajador sería la más feliz posible", puesto que la capacidad del consumo de los traba¬jadores se habría incrementado. Cierto que “los beneficios serían bajos, debido a que los salarios serían altos”, pero “sólo continua¬rían siendo bajos hasta que la población se incrementara y dismi-nuyera de nuevo el trabajo”."9 Los puntos de vista de Malthus sobre la demanda efectiva y respecto del papel beneficioso de una clase de “consumidores im-productivos” habían sido anticipados al comienzo del siglo por el Conde Lauderdale, por quien él estuvo con toda probabilidad muy influido, como lo estuvo, sin duda alguna, en sus opiniones sobre las Leyes de Granos, aunque declarara que “El Conde Lauderdale parece haber ido muy lejos al predicar contra !a mayor acumu* " Ibíd., p. 370. "# “Notes on Malthus", Works and Correspondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. 11, pp. 309, 311. *" Ibíd., pp. 303, 318. DAVID RICARDO 109. los capitalistas y de esa manera se establecería un equilibrio eco¬nómico y también social. Termina diciendo que: “ninguna nación puede posiblemente enriquecerse. por medio de una acumulación del capital que se produzca en razón dé una disminución perma¬nente del consumo; porque al llevarse dicha acumulación mucho más allá de lo que se desea, para proveer la demanda efectiva del producto, muy pronto perdería una parte tanto de su uso como de su valor, y dejaría de poseer el carácter de riqueza”.67 No debe sorprender que Ricardo le contestara con los propios puntos de vista de Malthus sobre la población. En primer lugar negó que la frugalidad, de ser compensada por la inversión en capital circulante adicional, pudiera dar como resultado una defi¬ciencia en la demanda (a menos que la inversión fuera dirigida en forma errónea); porque “las necesidades de los consumidores” simplemente “se transferirían con la capacidad de consumo a otro conjunto de consumidores”; “la capacidad de consumo... no se aniquila sino que se transfiere al trabajador”.Ba En segundo térmi¬no, si se elevaran los salarios, esta alza no podría ser más que un estado temporario de los negocios, a menos que el costo, en trabajo, de las sub- 110 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN lación, tanto como algunos otros escritores en recomendarla”.10 Aunque los puntos de vista de Lauderdale respecto de los males de la frugalidad, como veremos luego, fueron expresados en forma más vigorosa que los de Malthus, cualquier análisis vinculado con la afirmación de los mismos fue mucho más débil. Aparte de ser un “instigador y campeón de la Ley de Granos, tan beneficiosa para los intereses del terrateniente”, Lauderdale iba a convertirse en “un adalid... de las políticas extremas de los Tories” en la Cámara de los Lores.71 Malthus, aunque más cauteloso en sus razonamientos y más moderado en sus explicaciones de cualquier argumentación, simpatizaba en forma evidente con los puntos de vista esenciales de Lauderdale y se inclinó, en forma consistente, por lo regular, hacia el lado conservador. Esta parecería ser una clave más reveladora del desacuerdo que existía entre él y Ricardo, que la que explica esta diferencia de opinión en términos de que Malthus estaba predispuesto a esperar “los efectos inmediatos y temporarios” y Ricardo, en cambio, interesado en el largo plazo y en los resultados más permanentes del cambio económico (como Ricardo mismo lo expresó).73 70 Malthus, Principies of Poíitical Economy, p. 352, nota. 71 Morton Paglin, Malthus and Lauderdale: the Anti-Ricardian Tra- di- tion, Nuev.i York, 1961, p. 90. Durante los primeros años había sido un seguidor Whig de Charles James Fox. 7* En una carta a Malthus del 24 de enero de 1817, Works and Cor¬respondence of Ricardo, Sraffa (ed.), t. vii, p. 120. Hemos visto que el más definido y franco de 1 Poíitical Economy Club: Centenary Volunte, t. vi, Londres, 1921, pp. 35, 36, 223. El cuestionamiento de Torreas se discutió el L3 de enero y después de nuevo el 14 de abril. Sin embargo, de acuerdo con Mallet, en la se4. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO gunda discusión, “fue admitido en geI neral que... sus principios (los de RiDurante los años que siguieron a la cardo) son correctos en lo fundamental. muerte de Ricardo se acumu¬ló un vo- Ni sus teorías del valor, ni sus teorías lumen considerable de críticas a su de la renta y los beneficios son correcdoctrina y tal fue su impacto, ya antes tos, si se los juzga por los términos de del fin de la década, que uno llega a sus proposiciones; pero están bien, en preguntarse si el respeto por su pensa- cuanto a los principios" (ibíd., p. 225). miento hubiera continuado siendo tan Véase también Blaug, Ricardian Ecoprofundo como lo fue a mediados del nomics, pp. 62-63; Meek, Economics siglo xix, de no haber sido por la leal and Ideology and Other Essays, Londefensa (tanto como la difusión) de sus dres, 1967, pp. 67-68; y para tos punprincipales doctrinas, realizadas por tos de vista opuestos, véanse las obserJohn Stuart Mili. Es cierto que para vaciones de Lionel Robbins, The Evolu1831, en el ámbito del Poíitical Econo- tion of Modern Economic Theory, Lonmy Club se propició una discusión so- dres^ 1970, . p. 59. El pro¬fesor Meek bre el tema (puesto en la agenda por observa que “Marx advirtió que el año Torrens) refe¬rente a "si alguno de los 1830 marcaba el fin de la economía riprincipios que por primera vez fueron cardiana; y por cierto no sólo de la riadelantados” en la obra del Sr. Ricardo cardiana sino también de la clásica y “se reconocen actualmente como coaun de la economía científica. Desde rrectos”; en la discusión Torrens afirmó entonces, los científicos se vieron oblique “todos los grandes principios de la gados a dejar el paso a los luchadores a obra de Ricardo han sido sucesivamen- sueldo1‟ (ibíd., p. 52). Fue con especial te abandonados y que sus teorías del referencia a estas tendencias posteriovalor, la renta y el beneficio, en lo que res al año 1830 que Marx acuñó el tértienen de general, se reconocían ahora mino vnlgarókonomie. como erróneas”.1 Por supuesto que ya en vida de Ricardo 112 existieron polos doc¬trinarios rivales. TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBU- CIÓN quienes expresaban ideas conservadoras, era el conde Lauderdale, pensador no desdeñable en materia económica y persona que nadó intrépida contra la entrante marea del Smithianismus. En política fue no sólo proteccionista, por lo menos en lo concerniente a las Leyes de Granos, sino que su preocupación fundamental fue la de denunciar la “perniciosa pasión por acumular, la cual ha sido falsamente denominada una virtud” y la de demostrar “la total amplitud del mal que debe surgir por entregarse a ella”. El mal consistía en la “disminución del valor” que “debe ser producido... en los artículos en los cuales la austeridad ocasiona una contrac¬ción de la demanda” y de allí “una disminución similar de las producciones del país.2 Se deducía de allí que “la acumulación del capital debe en toda época tener sus límites”.3 Ei punto de vista de Smith sobre el beneficio como una deducción fue otro de los puntos para su crítica, pues con perspicacia se había asegurado de las implicaciones ideológicas del mismo. Por el contrario, él veía el origen del beneficio en la capacidad del capital de “suplan¬tar una porción del trabajo, que de otra manera sería desempe¬ñado por la mano del hombre; o, según él, se originaba en el hecho de que el capital desempeñaba una cantidad de trabajo, cuya realización está fuera del alcance del esfuerzo humano.4 Aun¬que según hemos visto influyó sin duda alguna sobre Malthus, éste, en cambio, decidió elegir el papel de panegirista de la tra¬dición smithiana, en aspectos de The Weálth of Nations, que Ricardo había criticado y había dado a sus doctrinas esenciales un cariz más radical. No sólo es esto evidente en la tenaz defensa que Malthus hacía de la teoría del valor “basado en el trabajo economizado” contenida en Adam Smith, sino también en su hábi¬to de enfocar problemas del valor de cambio dentro de un marco general de la oferta y la demanda (tal como Smith lo había hecho en su “Teoría de la suma de los componentes”)..En ninguna parte a Conde de Lauderdale, An Inquiry into the Nature and Origin of Public Wealth, Edimburgo, 1804, pp. 218, 220, 248. Podía ser que hubiera estado proclamando nada más que un crudo punto de vista del subconsumo. Añade que la formación de un fondo acumulativo habría sido la causa por la cual “la riqueza real se extinguiera" (debido a la caída de la demanda) “antes que este fondo acumulativo... pudiera haber convertido... el ingreso en capital” {ibíd., p. 249), lo cual algunos podrían considerar como una anticipación del pensamiento de Keynes con referencia al ahorro y la inversión y al efecto inmediato de un cambio en la propensión al consumo. a Ibíd., p. 265. 4 Ibíd., pp. 161 y ss. Continúa hablando de “cinco formas... según las cuales el capital tiene derecho a un beneficio". LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 113 fue ello más evidente que en su tratamiento de la teoría de los ■ beneficios.5 No obstante, para una época en que la reacción contra Ricardo estaba eñ pleno apogeo, estas diferencias parecen haber sido consideradas secundarias, yMalthus mismo parecía inclinarse, desde un punto de vista más amplio hada el lado de Ricardo.8 La copiosa crítica a Ricardo, en los años que siguieron a su muerte, se dirigió fundamentalmente contra sus teorías del valor y el beneficio; en segundo lugar contra su teoría de la renta, por lo menos en cuanto ésta se presentaba en forma tal que significara que los intereses de los terratenientes eran opuestos al interés social. El profesor R. L. Meek ha explicado la vehemencia y el éxito rápido de esta crítica por el hecho de que “la mayor parte de los economistas tenía conciencia del uso peligroso que un grupo de escritores radicales estaba haciendo de los conceptos de Ricar¬do”; 7 estos escritores, incluían, en particular a Thomas Hodgskin * Por ejemplo, en la afirmación de Malthus, resumida en el final de su capítulo titulado “De los beneficios del capital”: “Si nos referimos en forma exclusiva a un alza de los salarios del trabajo sin referirnos a una caída en los precios de las mercancías, vemos solamente la mitad del problema. Sus efectos sobre los beneficios pueden ser pre- cisamente los mismos; pero el último caso, donde no se trata de ninguna cuestión relativa al estado de la tierra, demuestra de inmediato en qué medida los beneficios dependen de los precios de las mercancías y de la causa que determina estos precios, es decir, de la oferta comparada con la demanda”. Principies of Poíitical Economy, Londres, 1820, p. 334. * Esto puede haber sido porque Bailey unió sus críticas a las de Malthus atacando a Ricardo, y Malthus respondió, como veremos, dese¬chando con desprecio el folleto de Bailey. El doctor Robert M. Rauner, en su ensayo sobre Bailey, habla “del hecho según el cual, tanto Ricardo como Malthus, se hicieron cada vez más adictos a un valor que no era relativo" y de que Malthus “se solidarizó con Ricardo en la creencia de que ese „valor‟ continuaría siendo el mismo si el costo permaneciera constante”. Samuel Bailey and the Classical Theory of Valué, Harvard, 1961, pp. 66, 119. T Meek, Economics and Ideology, p. 70. La obra de Hodgskin, Laboitr Defended against the Claims of Capital se publicó en 1825 y su Popular Poíitical Economy, en 1827, fecha para la cual él había logrado tener una considerable influencia en los círculos del Instituto de Mecánica. El punto de vista de James Mili con referencia a las ideas de Hodgskin, tal como figura en una carta suya dirigida a Brougham era la de que “si se disemi¬naran serían subversivas para la sociedad civilizada” (citado por Robbíns en The Theory of Economic Policy in English Classical Poíitical Economy, Londres, 1952, p. 135. De todo el grupo de economistas de este período, desde Bailey hasta Longfield, ha dícho el profesor Blaug: “Es significativo que los escritores que atacaron los puntos de vista de los „teóricos del trabajo' — Scrope, Read y Longfield— estuvieran también entre los primeros en adelantar la teoría de la abstinencia en relación con los beneficios. En este sentido, las innovaciones teóricas de los „economistas británicos olvidados‟ 114 TEORÍA DHL VALOR Y LA DISTRIBUCION y más tarde a otros denominados “socialistas ricardianos”. Aunque a mediados de la década de 1820 McCulloch había organizado una serie de conferencias anuales en honor de Ricardo (y habría de editar más tarde una colección de sus obras) por su formación y orientación no estaba ¿i la altura de la tarea de contestar con eficacia a estas críticas, pues más que un pensador sutil y original era un periodista fluido (e inteligente). Además con el trans¬curso del tiempo él mismo fue separándose poco a poco de la posición de Ricardo. El primero y quizá el más influyente de los ataques a Ricardo está contenido en una obra de 1825, cuyo autor fue Samuel Bai¬ley, un comerciante de Sheffíeld, de cierta importancia en esa ciudad, quien más tarde se dedicó, ínter alia a críticas filosóficas bastante agudas, entre ellas a la teoría de la visión del obispo Berkeley. Su polémica contra Ricardo tomó la forma de un ensayo de unas 200 páginas titulado Disertación crítica de la naturaleza, medida y causas del valor: con especial referencia a los escritos del Sr. Ricardo y de sus epígonos (A Critical Dissertation of the Nature, Measure and Causes of Valué: Chiefly in Reference to the Writings of Mr. Ricardo and his Followers), que en un principio fue publicado en forma anónima, y que ha sido aclamado por algunos economistas del siglo xx como una anticipación notable de nociones modernas. Aunque Torrens fue rápido en apoyarlo en la discusión del año 1831 sostenida en el Poíitical Economy Club, Seligman ha clasificado a Bailey entre los “Economistas británicos olvidados”.8 La principal embestida de su crítica fue la noción de valor absoluto de Ricardo y con ello la noción de un patrón invariable. Bailey era un relativista cabal, y comenzó por definir el valor haciéndolo depender únicamente de lo que Ricardo había denomi¬nado “valor relativo” o “valor de cambio”. “El valor” —decía él— “no denota nada positivo o intrínseco, sino simplemente la relación en que se encuentran dos objetos, recíprocamente, como mercan¬cías intercambiables... denota sólo esa relación entre dos obje¬tos”, con lo cual “muestran un parecido a lo que es la distancia”.® no dejaban de estar relacionadas con la naturaleza de la lucha de clases después de 1830... y si decidimos considerar la teoría del valor trabajo, como la médula de la economía ricardiana, nos vemos conducidos a afirmar que 1% influencia vital de Ricardo llegó a su fin en la década de 1830“ [Ricardian Economics, pp. 224-225). * Economic Journal, t. xm, 1903, pp. 352-355. * A Critical Dissertation, pp. 4-5. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 115 Se deducía que “el propio término valor absoluto implica el mismo' tipo de disparate que- el de la distancia absoluta”, y que la bús¬queda de Ricardo de una mercancía de valor invariable que sir¬viera como medida no tenía sentido, puesto que no existía forma de definir el “valor iúvariable”, “Mi proposición es la de que, si las causas que afectan a cualquiera de las mercancías continúan sin alteración, esta mercancía no sería invariable en su valor, a menos que las causas que afecten a todas las mercancías que se le comparen permanecieran inalteradas”.10 Al presentar esta no¬ción sólo relativa del valor (y al negar cualquier otra) hablaba en forma concomitante del “valor, en sus últimas implicancias”, como significando “la estima en la cual es tenido cualquier objeto. Ella denota, hablando con propiedad, un efecto producido sobre la mente”.11 Es innecesario decir que esta ob- servación provocó que fuera aclamado como progenitor de la revolución jevoniana.12 Le corresponde a De Quincey realizar el ataque especial como exponente de Ricardo y aun de Malthus patrocinando la noción de valor “invariable, absoluto, natural (en su Measure of Válue) en contraste con el “valor nominal o relativo”. Con respecto a la teoría de los beneficios, la contribución de Bailey no fue más allá de la afirmación de que los beneficios de¬notan “sólo una participación o proporción de las mercancías” y un alza de las mismas sólo puede significar que “la ganancia del capitalista implica una mayor proporción del capital empleado”; de lo cual se extrae la conclusión de que cuando los beneficios se definen de esta manera la afirmación de que cuando el trabajo aumenta los beneficios deben disminuir es verdad sólo cuando su aumento no se debe a un incremento en su capacidad productiva” (por supuesto que aquí está hablando de salarios en el sentido de “salarios reales” de Smith y Malthus y no de salarios como una proporción, o del “valor real de los salarios” en el sentido que les adjudicó Ricardo). Volviendo a la cuestión del valor, afirma que el costo de producción que regula al valor en régimen de compe¬tencia “debe ser. .. o una cantidad de trabajo o una cantidad de capital” y llega a la conclusión, concordante con la de Torrens de que como una causa inmediata operante en el pensamiento de los capitalistas, “la cantidad de capital gastado es la causa que determina el valor de la mercancía producida”.13 ia Ibíd., p. 20. 11 Ibíd., p. 180. '* Véase Rauner, Samuel Bailey, pp. 57. 13 Bailey, A Critical Dissertation ..., p. 201. 116 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Una curiosidad menor, en su tratamiento del valor es una referencia al monopolio. Distingue que éste es de dos tipos prin¬cipales, el uno “en el cual existe un solo interés”, el otro, “en el cual existen intereses distintos”. En el primero puede darse el in¬terés del monopolista en retener parte de la oferta. Pero en el segundo caso, esto no sucede: aun cuando “esté defendido por un privilegio exclusivo [por ejemplo un gremio, o una industria protegida por altos aranceles] o por el favor del público en cuanto a la competencia”, “el monopolista está obligado... a producir la mayor oferta posible de que sea capaz, mientras “el precio promedio le signifique un beneficio más alto que aquel que pudie¬ra obtener en el empleo común del capital”.14 Continúa hasta incluir en esta última categoría la mayor parte de las situaciones de corto plazo (como se llamaría hoy díá) y sobre todo las desviaciones temporarias del precio de mercado a partir del costo de pro- ducción. “Todas las mercancías que requieren para su producción un período considerable es probable que en ocasio¬nes se deban incluir dentro de la clase de artículos que deben su valor a este segundo tipo de monopolio, debido a una sú¬bita alteración en el estado relativo de la oferta y la demanda. De aquí surge lo que los economistas llaman valor de mercado”. Si aumentara la demanda, “el poseedor de las mercancías disfruta¬ría de un monopolio temporario” pero si en cambio disminuyera la demanda, éstos sufrirían la desventaja de que “la competencia entre ellos les forzaría a que entregaran al mercado el total de su oferta”.15 Concluye presentando lo que virtualmente es un tercer tipo de monopolio: “el caso en que la competencia no puede aumentar sino a un costo más elevado”. La renta es .por tanto tratada como un ejemplo de “valor de monopolio”, debido a la limitación de tierras de fertilidad superior, y “que tiene su origen en el beneficio extraordinario que se obtiene por poseer un ins¬trumento de producción protegida, hasta un cierto punto, frente a la competencia”.1® La Dissertation de Bailey fue citada en forma aprobatoria por Torrens, por considerarla decisiva en su crítica contra lo dicho por Ricardo “sobre el valor”, en la discusión que antes se men¬cionó, y que tuvo lugar en el Poíitical Economic Club;17 en el 14 Ibídp. 187. 15 Ibíd., pp. 188-189. Ibídpp. 185, 195-196. 17 Diario de Mallet, citado en Poíitical Economy Club: Centenary Volunte, t. vt, p. 223. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 117 mismo año, Coterill sobre quien Bailey había influido mucho, sé refirió en forma lacónica a “algunos ricardianos que aún quedan”.18 Sin embargo, la Dissertation recibió un rudo tratamiento por parte de un comentarista del Westminster Review, en enero de 1826 (quien parece haber sido probablemente James Mili,19 aunque también se le atribuyó a su hijo). Malthus volvió a contestar con alguna aspereza en sus Definitions in Poíitical Economy, de 1827, donde expresa que Bailey aplica su propia y exclusiva defi¬nición del valor “para considerar la verdad de un número de proposiciones emitidas por diferentes escritores, quienes de acuerdo con su propia demostración han utilizado el término en un sentido muy diferente”. Malthus desdeña la obra de Bailey en forma brus¬ca porque considera que está “calculada en forma peculiar para retardar el progreso de aquella ciencia que se debió haber inten¬tado promover”.20 Malthus continuó defendiendo el uso de la dis¬tinción entre valor relativo y valor absoluto diciendo que “com¬parar una mercancía ya fuese con la masa de otras mercancías o con el costo elemental de producción, es esencialmente distinto a compararla con alguna mercancía particular dada... es esencial para el idioma de la economía política que se lo distinga por medio de diferentes términos”. Añade a esto que “nada es más común que el uso de los términos real, positivo y absoluto, en oposi¬ción al de relativo, cuando los primeros tienen relación con algún objeto más general, en especial con algo que se considera como un patrón”.21 No es sorprendente que Marx hablara de ello “como de una obra carente de positivo valor”; en tanto que en tiempos recientes, por el contrario, Schumpeter la ha aclamado como una “obra maestra de la crítica”.22 Es evidente que como rechazo de lo que Ricardo dijo sobre el valor, puede considerarse que lo que Bailey sostuvo tiene mucho menos fuerza de la que sus admiradores contemporáneos y moder¬nos le han atribuido, y poco de su finalidad. Definir al valor como valor relativo, o valor de intercambio, no es per se una refutación contra aquellos que, preocupados por encontrar un fundamento o “causa” de este valor de cambio, lo encuentran en el costo de xt Véase Coterill, An Examination of the Doctrines of Valué, Londres, 1831, p. 8. “ Véase Rauner, Samuel Bailey, pp. 149-157. 39 T. R. Malthus, Definitions in Poíitical Economy, Londres, 1827, pp. 145, 201202. ' Jl Ibíd., pp. 148-149, 151. ” Marx, Theorien über den Mehrwert, Karl Kautsky (ed.), Berlín, 1923, vol. in, p. 146; Schumpeter, History, p. 486. U8 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION producción (o, por cierto en cualquier otra cosa) y definen a esto último por medio de un término distinto, sea ya valor “natu¬ral”, “real” o “absoluto”. Seguramente que aquí la réplica de Malthus fue del todo justa. Lo que se necesita demostrar es que ninguno de dichos conceptos puede mantenerse en forma consis¬tente. Aunque en la Dissertation de Bailey esto está implícito, no puede decirse en verdad que quedara demostrado. En lo concer¬niente al realismo de ningún modo es suficiente para acusar a una noción de “metafísica”, decir que sólo existe (como el “valor natural” de Smith) bajo ciertas condiciones hipotéticas, a menos que se deseche de esta forma todo aquello a lo que se ha llegado por razonamiento deductivo. II La aproximación de una teoría ricardiana del beneficio hacia algo que se asemeja a los teorías modernas, está asociada en lo funda¬mental con los nombres de Mountifort Longfield y Nassau Sénior, cuyas obras fundamentales aparecieron con un intervalo de dos años, entre 1834 y 1836. En forma total o parcial ambas se ofrecieron como conferencias dictadas, respectivamente, en Dublin y en Oxford. El primero en sus Lectures on Poíitical Economy expuso algo semejante a una teoría de la productividad marginal de los beneficios (beneficios que provenían de la productividad marginal derivada del trabajo cuando el capital se invertía en maquinaria); el segundo de estos autores en su Outline of Poíitical Economy propuso su bien conocida teoría del beneficio como un premio a la abstinencia con la cual implicaba una interpretación dual del “costo real” en su papel determinante del valor, como si este costo consistiera en trabajo más abstinencia. Schumpeter dice que Longfield “produjo un sistema que se hubiera sostenido bien en 1890” y que “anticipaba lo esencial de la teoría de Bohm- Bawerk”.23 Es probable que Sénior merezca una mención especial puesto que en realidad fue suya la prioridad y que sus conferencias fue33 Schumpeter, History, p. 465. ‟ postuma edición de los Principies de Malthus. Desde 1830, como miembro del Partido Whig actuó como consejero de asuntos económicos, y fue miembro de la famosa Comisión de las Leyes de Pobres de 1832-1834. Su bien conocida “oposición violenta al sindicalismo” como se ha dicho,*4 demuestra que de ninguna manera desconocía o era insensible a las implicaciones sociales de lo que estaba diciendo.28 No dice gran cosa de la abstinencia, más allá de postular que es la causa y explicación del beneficio: “El beneficio es la remu¬neración de la abstinencia y abstinencia es la postergación del disfrute”, en tanto que el capital debe “su existencia y preser¬vación” a ésta. En otra parte dice que la naturaleza y el trabajo son las únicas fuerzas productivas primarias, pero “ellas requieren la concurrencia de un tercer principio productivo para lograr la eficiencia completa. Al tercer principio... le dareLA REACCION CONTRA KICAKOU mos el nombre de abstinencia, la cual 119 se relaciona con el beneficio de la misron pronunciadas antes de 1830. Nom- ma forma que el trabajo se relaciona brado profesor de economía política en con los salarios.29 No obstante, prosila cátedra Drummond que acababa de gue con las calificaciones, afirmando inaugurarse en 1825, por un período de que el capital tiende a aproximarse concinco años, habría de ocuparla más tinuamente a la tierra (y de aquí, el betarde por segunda vez entre los años neficio a la renta) al perder su movili1847 y 1852. Lo que formó la base de dad una vez invertido en bienes dusu Outline of Poíitical Economy fueron ra¬bles. Pero (presentando una consisus conferen¬cias dictadas durante el deración distinta) “para todo propósito primero de estos períodos en la cátedra útil, ia distinción entre beneficio y renta Drummond, en Oxford y la obra publi- cesa tan pronto como el capital del cual cada el mismo año que la segunda y surge un rédito determinado, se ha con¬vertido, ya sea por donación o por herencia, en la propiedad de una persona a cuya abstinencia y esfuerzos no se debió su crea¬ción. El rédito que surge de [la explotación] de un muelle, un andén o un canal, es un beneficio en manos del constructor ** Sir Eric Roll, A History of Economic Tkought, Londres, 1938, p. 351. 35 En lo que refiere a la reacción posterior de Sénior respecto de los hechos ocurridos en Francia en 1848, y la importancia que les atribuyó en esa oportunidad a las ideas socialistas germinadas entre la clase trabajadora, véase Robbins, The Theory of Economic Policy in English Classical Poíitical Economy, Londres, 1952, p. 136. ” An Outline of the Science of Poíitical Economy, Londres, 1836. pp. 58-59. 120 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN original. Es la recompensa por su abstinencia al haber empleado el capital con fines productivos en lugar de haberlo disfrutado. Pero en manos de su heredero tiene todos los atributos de una renta, pues para él es un regalo de la fortuna y no el resultado de un sacrificio”.27 Quizá no sea una sorpresa que esta calificación haya recibido tan poca atención por parte de quienes, al amparo de Sénior han “justificado” el beneficio y el interés en términos de abstinencia (o de “espera”, palabra mucho menos expresiva, que indica la misma cosa) y hayan tratado de asimilar el beneficio y los salarios como pagos de “costos reales”, ya que la calificación de Sénior deja bastante poco lugar para la justificación (o expli¬cación, llámese como quiera), que se ofrece.28 Aquí, el comentario de Edwin Cannan es acertado: “En las modernas comunidades civilizadas y ricas la propiedad heredada es mucho mayor que la propiedad que ha sido adquirida por medio de los ahorros de las persona vivientes”.28 *T Ibíd., p. 129. Continúa diciendo que si tal ingreso o propiedad heredados hubieran de ser considerados como “la recompensa a la absti¬nencia del propietario, por no vender la dársena o el canal para gastar el precio que de él obtuviera en disfrutarlo”, entonces “la misma observación se aplicaría a todas las especies de capital transferible" y la mayor parte de las rentas habrían de denominarse beneficio. *• Schumpeter sugiere (en History ..., p. 926) que la teoría de !a abstinencia y de lo que él llama “limitación** (que la oferta de capital es limitada y no indefinidamente expandible), son realmente idénticas. Pero no es éste en verdad el caso, o por lo menos no lo es necesariamente. Decir que el stock de capital es de tamaño limitado, en una u otra fecha, debido a este o aquel límite sobre la tasa de inversión, es una cosa y esto sería consistente con el tratamiento del beneficio como análogo a la renta. Por otro lado, “explicar” el beneficio en términos de “costo real*' sólo tiene sentido si hay algún vínculo razonablemente estrecho y directo entre este “costo real” en el que se incurre, y el acrecentamiento del beneficio como ingreso (explicación que en particular es poco convincente cuando todas las cantidades, con excepción de las marginales, de cualquier stock de capital existente fueron el resultado de decisiones de ahorro e inversión en el pasado). Pasar por alto dicha consideración es, de seguro, un signo de preocupación exclusiva por las técnicas formales del análisis económico. Bohm-Bawerk admitía que “Lassalle tenía en su mayor parte razón al enfrentarse a Sénior, puesto que la existencia y el nivel del interés de ninguna manera corresponden en forma inevitable a un „sacrificio de absti-nencia‟ y atribuía la popularidad de la teoría de Sénior “no tanto a su superioridad como teoría, como al hecho de haberse formulado en el momento preciso en que urgía apoyar al interés contra los severos ataques de que había sido objeto” (Capital and Interest, traducción al inglés de W. Smart, Londres, 1890, pp. 277, 286). ” History of Theories of Production and Distribution, segunda edición, Londres, 1903, p. 198. Con anterioridad había dicho que Sénior simplemente LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 121 Al discutir los salarios, Sénior parte de una teoría de la sub¬sistencia hasta el punto de decir que los salarios depen- den “de la extensión del fondo para el mantenimiento de los trabajadores, comparado con el número de trabajadores que deben ser manté-. nidos”.30 En este sentido podría ser clasificado como un defensor de la ingenua doctrina del fondo de salarios. Pero él continúa cali¬ficando o extendiendo esta afirmación general con variados razo¬namientos. (Por cierto que, en forma simultánea, pone cuidado en afirmar como una inconsistencia con su propia teoría, el punto de vista de que “la tasa de salarios depende únicamente de la propor¬ción que guarda el número de trabajadores con la cantidad de capital existente en el país”.)31 Con respecto al tamaño del fondo, éste depende, primero, “de la productividad de la mano de obra directa o indirecta en la producción de mercancías utilizadas por el trabajador”, en segundo lugar, “del número de personas directa e indirectamente empleadas en la producción de cosas para el uso de los trabajadores, comparado con el número total de familias obreras”.32 Hasta aquí parecería que permanece muy cerca de Ricardo quien, según hemos visto, consideró que los beneficios están determinados por la productividad del trabajo en la produc¬ción de bienes-salario, en relación con el nivel de salarios reales, o, alternativamente, por la proporción de la fuerza de trabajo nece¬saria para producir los bienes destinados a los trabajadores. Sin embargo, es significativo que Sénior viera que tal razón de- termi¬naba no la relación de los beneficios con los salarios, sino por el contrario la demanda de trabajo expresada en términos reales. Además, al explicar posteriormente cómo se determina su segun¬da razón la expresa en el orden inverso de determinación al de Ricardo: está determinada por “causas que desvían al trabajo de. la producción de mercancías destinadas a las familias obreras”; a saber: “I. La renta; II. Los impuestos; III. El beneficio. En otras palabras, en lugar de que los beneficios estén determinados por las “migajas de los salarios”, como lo expresó De Quincey 33 (tomando había dado por sentado que el beneficio era una recompensa al sacrificio “y no hace ningún intento para probarlo” (p. 197), y vuelve de nuevo a decir, más adelante, que su teoría “no nos lleva en realidad más allá de la propo¬sición que establece que el capital es la consecuencia del ahorro” (p. 214). so Sénior, Outline of Poíitical Economy, p. 154. S1 Ibíd., p. 154. Sobre este tema véase Marian Bowley, Nassau Sénior and Classical Economies, Londres, 1937, pp. 197-2UO. 82 Sénior. Outline of Poíitical Economy. p. 174. *•'‟ Op. cit. 122 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN en cuenta la productividad dei trabajo como factor que afecta al ta¬maño de estas “migajas”) al beneficio se lo considera (junto con la renta), determinado con anterioridad, y a los salarios, evidente¬mente, como el residuo una vez que han sido efectuadas las deduc¬ciones anteriores.34 En un sentido está dentro de la tradición de Adam Smith, pero con la diferencia, no carente de importancia, de que el beneficio se explica (si bien no con demasiada claridad) por la abstinencia. Cuando contesta al interrogante de qué es lo que determina la tasa del beneficio, introduce la noción del “perío¬do promedio de adelanto del capital”, es decir, el tiempo durante el cual han de ser adelantados los salarios; y como explicación de las diferencias internacionales entre los salarios, ofrece la inte¬resante sugestión de que éstas se deben a las diferencias en el valor, en términos de metales preciosos, de las mercancías de exportación producibles por un obrero promedio en un período dado, después de permitir la. deducción del beneficio, de acuerdo con la tasa del beneficio y el “período de adelanto” (en Three Lectures on the Cost of Obtaining Money, 1830). Con referencia al valor, Sénior parece haber seguido en gran medida a J. B. Say y a Lauderdale al considerarlo dependiente de la utilidad y condicionado por la limitación de la oferta y la transferibilidad, añadiendo con respecto a estas limitaciones que eran con mucho “en buena medida lo más importante”. Escribe que “la utilidad no denota una cualidad intrínseca de las cosas que Hartamos útiles, sino que expresa simplemente sus relaciones con las penas y los placeres de la humanidad”. Hay quienes lo han proclamado un precursor de la Ley de la Utilidad Decreciente por su afirmación de que “no sólo existen límites al placer que cualquier tipo de mercancía puede provocar, sino que el placer disminuye en una proporción rápidamente creciente mucho antes de llegar a esos límites; ... dos artículos del mismo tipo llegarán rara vez a producir el doble del placer que uno”.35 Además, algu¬nos pueden detectar un halo moderno en su proposición de que “nuestros deseos no se inclinan tanto por la cantidad como por la diversidad” y el deseo de lo diverso “es débil comparado con el deseo de lo distintivo”.™ Mountifort Longfield fue un juez irlandés, a quien se designó en el año 1832 para ocupar la cátedra de economía política ** M. Bowley dice que los intentos de Sénior para determinar los Hilarios en forma residual fueron “infructuosos”. {Nassau Sénior..., p. 185). 35 Sénior, Outline of Poíitical Economy, p. 11. 3a tbíd., pp. 11-12. Én su .Prefacio (p. vii) expresa su preocupación por probar „„cómo es imposible por lo general regu¬lar los salarios, ya sea por combinaciones de los obreros como por medio de actos legislativos”; por lo cual su interés, por no decir su preocupación, con respecto “a la emergente cuestión del tra¬bajo”, está claro. Así también su rechazo por Ricardo, al menos en lo concerniente a la teoría del beneficio. Comienza su discusión sobre el mismo, atacando la proposición de Ricardo, según la cual la tasa de beneficios sólo puede caer si entran a operarse los rendimientos decrecientes en la agricultura, lo que al elevar el costo de subsistencia eleva los salarios. Considera al capital inver¬tido como aquel capital fijado en maquinaria o herramientas me¬joradas, para ayudar al trabajo. El beneficio del capital que se invierte primero de esta manera tenderá a estar regulado “por la suma que pueda pagarse por el uso de cualquier maquinaria” y ello resulta así “por su eficacia en ayudar al trabajador en sus operaciones”. Esto establecerá lo que él llama “el límite máximo” del beneficio. Pero “su límite menor está determinado por la efi-cacia de ese capital que sin imprudencia se emplea de la manera menos eficiente”, en cuyo nivel la comLA REACCION CONTRA RICARDO petencia tenderá a reducir todos los be123 neficios sobre el capital fijo/7 De aquí fundada en el Trinity College de Dublin, llega a la con¬clusión de que el increpor el arzobispo Whate- -ly. Las confe- mento de capital per se “tiene una tenrencias en cuestión se dictaron en 1833 dencia a disminuir la tasa de benefiy fueron publicadas al año siguiente. cios” aun cuando “no exista un in- cre¬mento de la población” y una elevación en el precio del grano. Los beneficios del capital circulante “deben estar regulados por los beneficios del capital fijo”.38 Su noción de la “eficiencia mar¬ginal” del beneficio (como lo que sustancialmente es) se resume en la frase siguiente: “En cada caso los beneficios del capital estarán regulados por esa porción del mismo que está obligada a emplearse, juntamente con el trabajo, con menor eficiencia”.1** Es evidente que aquí tenemos un buen número de esbozos preli¬minares de la teoría económica de fines de siglo. En cuanto a los “salarios de los trabajadores”, dependen del valor de su trabajo y no de sus necesidades. Sostiene, igual que Sénior, que los salarios reales “dependen enteramente.de la tasa de beneficios y de la eficiencia de.la mano de obra para producir ,1T M. Longfield, Lectures on Poíitical Economy, Dublin, 1834, p. 188. 38 Ibíd., p. 198. 3fl /bídp. 193. 124 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN aquellos artículos en los cuales se gastan, por lo común, los salarios del trabajo”.40 El gran corolario que él deriva es el consuelo de que "la cantidad de beneficios y salarios está confinada dentro de límites cuya extensión escapa a los poderes legislativos, por cualquier ejercicio directo de su autoridad. Aquí la legislación y la combinación pueden causar daño pero no pueden mejorar las cosas”.41 Y en su undécima y final conferencia resume los resul¬tados de sus investigaciones (las cuales ^espero que no serán desa¬gradables para el pensamiento benevolente”) con la proposición referente a las leyes económicas que mencionamos en el capítulo i.42 A ésta se le añade la observación de que: “Encontraremos que todas las causas que disminuyen cualquier fuente de riqueza se originan en el vicio o la locura”.43 Evidentemente las leyes de la producción y la distribución no sólo están hechas de hierro sino que son de origen divino. En lo. que se refiere al valor, Longfield pone también en la utilidad más atención de lo que había sido habitual, por lo menos en Inglaterra. “El valor de cada, artículo depende de la demanda y de la oferta e.. . indirectamente del costo de producción de cualquier mercancía, así como su utilidad tiene un efecto sobre su precio”.44 Habla de “intensidades de demanda” variables y llega a la conclusión de que “el precio de mercado se mide por esa deman¬da, que aún siendo de intensidad mínima conduce, sin embargo, a compras reales. Si la oferta existente es más que suficiente para satisfacer toda la demanda, igual o superior a un cierto grado de intensidad, los precios caerán, para acomodarse a una demanda menos intensa”.45 Ésta es por cierto una anticipación dé la ley de Jevons sobre la Utili- dad Decreciente. Sucedió a Sénior después de su primera tenencia de la cátedra Drummond en Oxford, Richard Whately, quien a su vez fue suce¬dido por W. F. Lloyd en 1831. Tanto Whately como Líoyd publi¬caron sus clases (el hacerlo era una de las condiciones para ocupar la cátedra); las del primero se publicaron en 1831 bajo el título Jntroductory Lectures on Poíitical Economy y las del último, en el año 1834, con el nombre de A Lecture on the Notion of Valué. Los puntos de vista de ambos eran similares a los de Sénior y a 40 Ibíd., pp. 206, 212. 41 Ibídp. 159. ** Véase p. 36 nota 31. 4S Ibíd., pp. 222-223. 4i Ibíd., p. 110. 45 Ibíd.. p. L13. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 125 los de. su colega de Dublin y ambos están clasificados, por lo general, entre el gnipó" de economistas de la reacción antirricardia- na, quienes fueron los que anticiparon algunas de las principales ideas de la “revolución jevoniana” de cuarenta años después. Whately, cuyo enfoque general puede muy bien haber influido sobre Sénior,4* sugirió el nombre de “cataláctica” en lugar de economía política, por considerarlo más apropiado, por poner el énfasis en el sentido de lo que le concierne fundamentalmente, el mecanismo del cambio (lo que en Marx es “esfera de la circula¬ción” Whately lo consideró como perteneciente a los “fenómenos” más bien que a la “esencia”). W. F. Lloyd fue sin duda el más importante de los dos como descubridor del principio de la utilidad marginal y muchos lo han considerado como tal; hablaba del valor como de “un estado mental, indudablemente significativo, que se pone de manifiesto siempre en el margen de la separación entre necesidades satisfechas e insatisfechas”, y explicaba que “un incremento de la cantidad a. la larga extinguirá, o satisfará al máximo, la demanda de cualquier objeto específico que se desea”.47 Otros escritores pertenecientes a este período, aunque no a este grupo, muestran aún más claramente (como lo ha señalado el profesor Meek) su preocupación por las repercusiones sociales de la doctrina de Ricardo a la cual se oponían.48 Samuel Read hablaba con firmeza de lo que él sostenía que estaba implícito en la teoría de Ricardo (que “el trabajo es la única fuente de la riqueza”) y que consideraba “un error perjudicial y fundamental” ubicado en el centro de su sistema.40 Poulett Scrope, autor de Principies of Poíitical Economy, de 1833, decía de los trabajos de la escuela ricardiana (en la cual incluía a Malthus y a Whately a la vez) que él “no podía descubrir en ellos ninguna respuesta que tuviera pro¬babilidades de satisfacer el pensamiento de un hombre mediana¬ ** Véase Schumpeter, History of Economic Analysis, p. 484. 47 A Lecture on the Notion of Valué. Londres, 1834, pp. 9, 16. 4* Véase R. L. Meek, Studies in the Labour Theory of Valué, Londres, 1956, pp. 124-125: “Algunos de los opositores de Ricardo (por ejemplo Scrope. Read y Longfield) parecen haber estado bastante seguros de lo que estaban haciendo: era el carácter peligroso de las doctrinas de Ricardo, más bien que lo que ellos llamaban su falsedad, lo que les preocupaba funda¬mentalmente*‟. Véase también la explicación que sigue: “Su enfoque fun¬damental ... estaba determinado por una creencia de que lo que era socialmente peligroso no podía posiblemente ser verdad”. Meek, Economics and Ideology and Other Essays, p. 71. 49 Samuel Read, An Inquiry into the Natural Grounds of Right to Vendible Prop^rty or Wealth, Edimburgo, 1829, p. xxrx. En otro lugar de la misma obra (Poíitical Economy for Plain People) se refiere a la “equivocada hostilidad hacia el capital” y al “derecho al beneficio sobre el capital”, mencionando a Hodg¬skin y a su “despojo de los trabajadores”.a‟ En sus Principies hace mención específica de aquellos que “declaman contra el capital considerándolo el veneno de la sociedad, y contra el derecho al interés sobre el capital que tienen sus dueños, como un abuso, una injusticia y un despojo a la clase trabajadora”; y condena la teoría del valor trabajo por no reconocer que el beneficio es la compen¬sación al “tiempo durante el cual el propietario del capital ha permitido que se lo emplee”.‟52 No sorprende entonces, de manera alguna, que él hubiera adelantado la noción de la abstinencia (pa-recería que en forma independiente de Sénior) como una explica¬ción del beneficio “ ¿Era demasiado fuerte como caracterización de estas ideas, la que hizo Marx al considerarlas de „„mala concien¬cia y malévolo intento apologé126 tico”? TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUIII CION Algunas veces, el grupo de los economente educado que con sentido común mistas de quienes hemos estado hay honestidad buscara allí alguna justifi- blando ha sido presentado, no como cación a la inmensa disparidad de for- desautorizando al ricardianismo como tunas y de cir¬cunstancia que se ven sistema (o buscando hacerlo), sino coclaras por doquier. Por el contrario, es- mo desempeñando, en su totalidad un tas palabras me parecen contener mu- papel conciliador y “mejorador” de los chas inconsistencias y errores evidendefectos y de la parcialidad de la doctes, „con el objeto‟ de inculcar muchos trina de Ricardo, pareprincipios falsos y perniciosos”.50 s0 Prefacio a Poíitical Economy for Plain People, citado por Meek en Economics and ídeology, p. 71. aj Poíitical Economy for Plain People, Londres, 1833; egunda edi¬ción, 1873, pp. 103-105. Ba Principies of Poíitical Economy, Londres, 1833, p. 150. ** Schumpeter llega a hablar hasta de una „Teoría del interés-absti¬nencia de Scrope-Senior”, History of Economic A nal y sis, p. 659. LA REACCION CONTRA RICARDO 12.7 cido a la forma en que más tarde, y con más esfuerzos declaraba Marshall que lo estaba haciendo. Por eso se ha dicho que Sénior “se dedicaba a reconciliar a Say con Ricardo”."'4 Al hablar de Longfield, Schumpeter,. con más cautela dice que “no dejó de mantener contacto con las enseñanzas de Ricardo” y que tuvo cuidado en complementarlas con “un análisis más gentilmente per¬fecto y sin realizar ninguna ruptura violenta”.** Es verdad que las nuevas ideas cuando se presentan por primera vez aparecen con frecuencia (quizá con demasiada frecuencia) en forma de simples extensiones de una estructura conceptual existente y hasta quizá como un intento de conciliar esta estructura con lo que había sido tratado antes como nociones y observaciones inconsistentes (seme-jante a lo que ocurrió con los epiciclos y el sistema tolemaico). Sólo posteriormente las nuevas ideas u observaciones encontrarán expresión más convincente, como elementos cruciales o relaciones de una estructura conceptual bastante nueva, que desafía a la antigua en su integridad. Tal fue el caso del nuevo sistema teórico del período posterior a 1870, asociado en este país con el nombre de Jevons. No obstante, el interpretar, en retrospectiva, las prime¬ras ideas de un Bailey, un Sénior o un Longfield referentes a la utilidad o a la productividad marginal, todavía no refinadas y carentes de una formulación más general, como simples intentos de mejorar o extender las de Ricardo, conciliando a éstas con sus críticas es hacer muy poca justicia a su novedad y a su papel crítico y eventualmente disruptivo. De la evidencia existente puede caber muy poca duda de que el grupo vinculado a Sénior (y éste incluía a Longfield) estaba alejándose muy a conciencia de las doctrinas más características de Ricardo, y especialmente de aque¬llas (tal como su teoría del beneficio con su insistencia sobre fa relación antagónica entre salarios y beneficios y entre el beneficio y la renta) a las cuales ellos consideraban socialmente peligrosas y, por lo tanto, insostenibles. Aun si confinamos nuestra atención, como lo hace Schumpe¬ter, al modelo analítico de las doctrinas, resulta claro que existían, hablando en términos generales, dos tradiciones muy distintas y rivales en el pensamiento económico del siglo xix en cuanto al orden y al modo de determinación de los fenómenos del inter¬cambio y de la distribución del ingreso. Una de éstas, arrancando de Adam Smith, trataba el valor de cualquier mercancía como 84 Eric Roll, History of Economic Thought, p. 341. 44 Schumpeter, History of Economic Analysis, p. 464. 128 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN determinado por la suma de los diversos gastos o costos involucra¬dos en su producción; estos gastos, al depender de los pagos nece¬sarios por el uso de la tierra, el capital y el trabajo y de las diver¬sas cantidades de éstos, eran requeridos para producir la mercan¬cía en cuestión. La determinación de estos pagos necesarios era considerada dentro de un marco general de oferta y demanda, y en Adam Smith era tratada como el problema de la tasa general de beneficios y la tasa de salarios y la renta de la tierra, las cuales en su conjunto constituían “las partes componentes del precio”. Diversos escritores trataron a uno u otro de estos compo¬nentes como “residuales” en el cuadro global, en el sentido de que recibían lo que quedaba del producto total, después de saber satis¬fecho inevitables participaciones predeterminadas. Ya hemos visto que en el tratamiento que da Adam Smith al ingreso de la pro¬piedad (es decir, tanto al beneficio como a la renta) éste aparecía como una deducción an- terior, en un contexto levemente sugestivo de una teoría de la explotación (por lo menos muchos lo han pensado así, incluyendo a Bortkiewicz). Este concepto parecería considerar a los salarios como un residuo; aun cuando fuera un residuo sujeto a un mínimo. (“Existe una cierta tasa por debajo de la cual parece imposible reducir, durante cualquier período considerable, los salarios ordinarios, aun para las especies más bajas de trabajo”); la posibilidad de un alza por encima de este mínimo estaría condicionada (en forma más bien inconsistente, quizá), por un “aumento de los fondos que se hayan destinado al pago de los salarios”; esto último ocasionaría “una compe¬tencia entre los patrones, que pujarán entre ellos, con el fin de lograr trabajadores, y de esta forma voluntariamente se rompe el acuerdo natural de los patrones para no elevar los salarios”.6*1 Fue este tipo de concepción de Smith expresada en forma suave y sugestiva, más bien que rigurosa, en las décadas de 1820 y 1830, la que los economistas del grupo Senior-Longfield buscaban desarrollar en la que habría de llegar a ser conocida bajo el nombre de teoría del valor del costo de producción. Como tal, fue transmitida a través de John Stuart Mili (aunque en forma incongruente y saliendo a navegar bajo la bandera de Ricardo) a Alfred Marshall; y como tal fue entonces pertrechada con una teoría del costo real, concebida subjetivamente (haciéndose eco de las “fa¬tigas y las preocupaciones” de Adam Smith) y, en consecuencia, ca¬paz de ser utilizada como base para la teoría del beneficio, en adición *• Adam Smith, Wealth of Nations, pp. 70. 71. cios de los distintos factores o agentes productivos como a los respectivos papeles de las condiciones de la oferta y de las condiciones de la demanda. (Marshall al establecer diferencias en las últimas introduce el problema del tiempo por medio de su bien conocida LA REACCION CONTRA RICARDO distinción entre el supuesto de un pe129 ríodo corto o de un período largo, en el a una teoría de los salarios. (Bien tem- cual pudieran ocurrir cambios en la prano había dicho Cotteril,- ¿n forma adaptación de la oferta.) muy clara: “existen-dos ingredientes en Es sólo en las versiones últimas y más el costo de producción, los salarios del sofisticadas de la línea tradicional de la trabajo... y los beneficios del caoferta-demanda como partes compopi¬tal”.67 En esta consideración, lanentes del precio, en especial con las renta de la tierra continuaba siendo to- versiones que subrayan en forma davía un excedente residual, puesto prin¬cipal las influencias de la demanque no había un costo real —por más da, donde nos encontramos con una subjetivamente que se concibiera— co- consideración bastante esencial que rrespondiente al uso de los dones de la antes hemos mencionado y a la cual naturaleza como no fueran las posiretornaremos después. Esto es que el bi¬lidades alternativas de uso precemarco teórico de la determinación se dente. El acicate había sido ex¬traído encuentra por entero dentro del proceso de la sugerencia de que el beneficio era de cambio (o lo que comúnmente se una “deducción anterior” del producto llama hoy día el proceso de formación del trabajo, puesto que el capital y el del precio), porque los precios de los trabajo eran colocados en el nivel de productos y la distribución del ingreso factores de la producción que tenían se asimilan e integran dentro de un sisresponsabilidad conjunta, aunque no te¬ma de determinación mutua o siigual, respecto del producto. Además, multánea de los precios de los productoda noción que tratara algunas formas tos y de los precios de los factores, en del ingreso como “deducción previa” y interacción recípro¬ca. Esto resultó otras (u otra) como “residuales” llegaba verdadero, como veremos con referencia a ser anodina, por cierto sin sentido, a la es¬cuela austríaca, para quien la ante la perspectiva de la introducción noción de “costo real” se reemplaza por subsiguiente de la noción de “determi- un supuesto de ofertas dadas de divernación simul¬tánea”; esta última se sos factores con la con¬siguiente deaplica tanto a la formación de los preterminación de todos los precios por la demanda (y de paso, la noción de excedente, aplicada a la renta tanto como 57 Coterill, Doctrines of Valué, p. 22. 130 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN al beneficio, pierde todo significado en este contexto). Ésta no fue una peculiaridad sólo del tratamiento austríaco: también es verdad para el sistema de Walras y sus derivados. Aun cuan¬do (como es el caso de Marshall) se mantenga el costo real sub¬jetivo como una determinante, en el margen, de las ofertas de capital y de trabajo se pone inevitablemente un énfasis creciente en las condiciones de la demanda (y en sus determinantes subje¬tivos) en comparación con los cuales la teoría del costo de pro¬ducción se desvanece, sin remedio, dentro de los fundamentos. De la única manera en que las condiciones de la producción penetran, como intrusas, dentro del proceso esencialmente de cambio o pro¬ceso del mercado, es en la forma de “coeficientes técnicos”, defi¬niendo las posibilidades de la combinación de factores, y lo que hoy día por lo común se denomina una “función de producción” que establece el alcance de los coeficientes técnicos alternativos. Las relaciones y condiciones sociales, o las instituciones tales como la forma de la propiedad, no aparecen para nada 58 y son tratadas, por cierto, como si no tuvieran un papel determinante y fueran irrelevantes para los resultados. Se deduce, como podría esperarse, que un concepto como el de "explotación” o el del valor excedente (o aún algo más suave que implicara un antagonismo — a la manera de Ricardo— en la distribución del ingreso a largo plazo), no puede tener lugar ni significado, puesto que la validez de un concepto semejante reposa sobre algo referente a las relaciones de precios, dependientes de algunas de las características de la estructura institucional (y si en lo referente a las relaciones nor¬males de precios nada depende del cuadro social o institucional, estas relaciones de precios sólo pueden reflejar los requisitos del problema económico per se, es decir, el modelo de las rarétés de Walras, que continuaría siendo el mismo sea cual fuere el sistema institucional, dada solamente la existencia de la libertad de cam¬bio). Por supuesto que una intrusión del monopolio es otra cosa (un rasgo de la situación del mercado), y es característico del enfoque “moderno”, ya que el término “explotación”, si de alguna manera se usa, se empleaba en un sentido por completo diferente, para significar alguna desviación de las relaciones de precios “nor¬ ** Estas pueden posiblemente ser admitidas en lo que respecta a la distribución personal del ingreso, por contraste con la distribución entre factores; pero si así fuera, sería corriendo el riesgo (como lo veremos más adelante) de introducir una circularidad perjudicial dentro del sistema de la distribución regulada por la demanda. que ser explicada en términos peculiares a la misma y no como un resultado de las relaciones generales de cambio de oferta y la demanda, como Smith la había tratado. Este trata¬miento de cualquier forma era evidentemente inadecuado para ofrecer conclusiones precisas, por la manera flexible en que tanto Smith como Malthus lo formularon. Además, para Ricardo era una condición necesaria y primordial dar respuesta al problema de la distribución para poder calcular el efecto sobre los precios de un cambio en los salarios (tanto sobre los precios individuales como sobre los generales): en otras palabras, para calcular las “modificaciones” presentadas por los precios relativos en razón de diferencias en las condiciones técnicas de producción, que afec¬taran particularmente el uso del capital fijo. (Como hemos hecho notar antes, el “curioso efecto” de un alza de salarios sobre los precios de las cosas producidas con una cantidad desproporcio¬nada de capital fijo, fue una innovación suya y la introdujo para reforzar su propia posición y no como concesión, a aquella de Adam Smith.) 80 Véase el uso que hace Pigou del término para referirse al pago de los obreros en cantidad menor que la equivalente a su producto neto mar¬ginal, A. C. Pigou, The Economics of Welfare, Londres, 1920, pp. 511 y ss. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 131 males”, debida a la presencia de algún elemento monopolístico o de "imperfección‟.‟ del.mercado. La segunda línea fundamental, de la tradición que también se deriva de Smith, aunque de una mañera casi hegeliana, es la de Ricardo, quien invierte determinadas doctrinas o proposiciones de Smith (que por lo tanto resultan metamorfosead as). En primer lugar Ricardo remodeló la peculiar teoría del valor de Smith (con su distinción polarizada entre “el primitivo y rudo estado” de la sociedad y la sociedad capitalista desarrollada), como para hacer que las condiciones de la producción, y en particular las cantida¬des de trabajo gastadas en la producción, fueran las determinantes básicas, igual en la sociedad capitalista que en la precapitalista. Al hacerlo así rechazó la teoría de la “suma de los componentes”, y en consecuencia rechazó la posibilidad de tratar la esfera de las relaciones de cambio como un “sistema aislado, y asentó firme¬mente la explicación de estas relaciones de cambio, en las condi¬ciones y circunstancias de la producción. En segundo lugar, cuales¬quiera que hubieran sido sus razones para considerar a la distri¬bución como el problema central, su instinto al hacerlo fue sin duda certero y su forma de tratar la dis- 132 tribución fue crucial. Vio que ésta tenía TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBU- CIÓN En lo que a la distribución concierne, Ricardo podía ser considerado como alguien que extendiera y desarrollara la breve sección que sobre el tema contiene The Wealth of Nations. Pero la extensión contenía un elemento adicional de suma importancia: La incorporación —implícita, aunque no explícita— de un dato social o institucional, en forma de condiciones socioeconómicas definitorias del nivel de los salarios reales. En Ricardo esto no quedó definido en forma demasiado cuidadosa o satisfactoria: pareció apoyarse sobre un punto de vista malthusiano del incre¬mento de la población, aunque hemos señalado que tuvo buen cuidado en incluir el elemento de los “hábitos y costumbres” en su noción de necesidades para la subsistencia en cualquier fecha determinada o en cualquier país. Pero su forma de presentar la distribución y sus determinantes abrió la puerta a través de la cual Marx introdujo dentro de la teoría económica aquellas cruciales “relaciones sociales de producción” y en particular la aparición, históricamente condicionada, de un proletariado como pivote de su teoría de la plusvalía. Una consecuencia fundamental de esto fue (quizá en forma más explícita en Ricardo que en Marx) que una vez que el nivel de los salarios reales fuera con¬siderado como determinado de esta manera, las condiciones de la producción en la industria o industrias productoras de bienes esenciales para los asalariados, desempeñaban un papel clave para determinar la proporción de los beneficios o del excedente con respecto a los salarios, y de aquí (dados los gastos necesarios para mantener la mano de obra en las diversas ramas de la producción) los valores de cambio relativos. La relación entre el producto de un día de trabajo y el salario de un día de trabajo, o alternativa¬mente en una escala global, la proporción de la fuerza de trabajo total necesaria para producir las subsistencias, o los bienessalario necesarios, para esa fuerza del trabajo era aquí crucial. Fue el poco conocido economista ruso, W. K. Dmitriev, quien al comienzo del siglo parece haber sido el primero en apreciar y formular en forma concisa la distintiva novedad de la estructura analítica y del enfoque de Ricardo, que permanecía sumergido y olvidado entre las revisiones y reinterpretaciones que había sufrido en el intervalo. Al contestar una crítica sobre la cual hablaremos más adelante,00 Dmitriev demostró que la esencia de la teoría de Ricardo podía ser representada en la siguiente ecuación aplicada a un caso simpli¬ficado de dos productos, donde uno de ellos, A, es un insumo de 80 Véase capítulo 7, pp. 196-197. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 133 la producción tanto de sí mismo, como de B. Ésta es. la ecuación que escribe: y — Ná Ü Xa ^ +'r**a NBaxa (/ 4- r)„fl ‟ donde Y es la razón precio de A con respecto a fí; el salario real por unidad de tiempo de trabajo es a unidades del bien salario A; el precio por unidad de A es xa\ NA y NB son. el número de uni¬dades de trabajo requeridos para producir respectivamente una unidad de A y r es la tasa de beneficio y * es el tiempo du¬rante el cual se adelanta el trabajo (o sea el período de producción). Esto, por supuesto, contiene una estrecha analogía con el caso de la agricultura de Ricardo, productora de grano como bien-salario, y las manufacturas. Dmitriev demuestra entonces que r puede de¬rivarse directamente de N y de /, en la industria de bienes-salario, una vez que se conoce a (el salario real). N, t y a forman parte de los datos en la ecuación antes mencionada; N y t dependen de las condiciones técnicas de producción de A; y no es necesario que se determine primero el precio de A antes de que pueda ser derivada r. En consecuencia, esta ecuación simple es suficiente en el caso de dos productos para determinar la razón de los pre¬cios entre A y B, dadas las N y las t y la á.*1 Fue contra esta forma integral de enfocar una teoría del beneficio que la escuela de Sénior y Longfield reaccionó con tanta fuerza, y no sólo por ser el enfoque una herramienta analítica inconveniente (la cual, del mismo modo que la mayor parte de los críticos contemporáneos de Ricardo y posteriores a él, parece probable que alcanzaron a entender en forma imperfecta) sino en contra de sus implicaciones y corolarios más amplios. Al reaccio¬ 81 Essais Economiques, V. K. Dmitriev, traducción d« Bernard Joly, París, 1968, p. 47 y también pp. 38 y 45. Tanto para Dmitriev cuanto para la teoría ricardiana del beneficio, véase también P. Garegnani, II Capitaie nelle teorie delta Distribuzione, Milán, 1960, pp. 334, 54-59. El propio Dmitriev observa que se le ha atribuido con frecuencia una “importancia exagerada*‟ a la proposición de Ricardo con respecto a la relación inversa entre el beneficio y los salarios, mientras que “el mérito principal de la teoría del beneficio, de Ricardo, no reside en este particular, sino en esta¬blecer las leyes que determinan el nivel absoluto del beneficio” (ob. cit.. p. 45, nota). Sin embargo, lo que los antíricardianos encontraban social¬mente perturbador era la primera de las proposiciones. De paso puede señalarse que en la ecuación de más arriba, la inclusión de X, es en términos estrictos innecesaria en el caso de dos productos puesto que las cantidades consideradas pueden expresarse en unidades físicas del bien-salario A. ella), derivada de Adam Smith y al hacerlo así, la reforzaran. Si de alguna manera se los describe como “me¬jorad ores” o “conciliadores”, ese término debe en realidad apli¬cárseles por su papel en el desarrollo de esta tradición de Smith y no la de la rama ricardiana. Éste habría de ser el caso, como veremos, de John Stuarl Mili, a pesar de las inhibiciones impues¬tas por la piedad filial, por lo cual su influencia habría de defi¬nir y desarrollar no la tradición ricardiana, sino la tradición rival que en forma eventual la sustituyó; en ese momento ese hecho quedó oscurecido (y desde entonces) por su insistencia en dejar establecido que él estaba preservando y mejorando la doctrina de Ricardo. Esta última habría de reaparecer, hacia fines del reinado de Mili, en Marx, quien la adaptó y extendió en su propia forma dialéctica. No es de sorprenderse que desde entonces hubie¬ra tenido que vivir en lo que Keynes llamó “el submundo dé los heréticos” y fuera mantenida a ia distancia por la élite académica, quien la consideraba como la engendradora desafortunada de Marx, hasta que volvió a surgir sólo en la década de los años 1960, en lo que ha sido bautizado con el nombre de 134 „'neorricardia- nismo”, un movimiento TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUminoritario vinculado con la crítica de CIÓN !a doctrina ortodoxa. nar de esta manera fue casi inevitable Corresponde situar en este lugar una que se dejaran arrastrar por los coconclusión final, casi entre paréntesis, mienzos de la otra tradición, rival de Ja aludiendo a otro asunto que con freanterior (y even¬tualmente se unieran a cuencia ha oscurecido la verdadera na- turaleza de la doctrina de Ricardo. De lo que se ha dicho debe quedar bien claro que un sistema que determina la distribución en términos de cambio y de sus precios emergentes de una u otra manera debe ser formulada —con posi¬bilidad de variaciones en cuanto al énfasis— en términos de ofer¬ta y demanda; pero au contraire el sistema ricardiano, que expli¬ca el cambio en términos de distribución y a la misma distribución en términos de la productividad y de las condiciones de produc¬ción en una industria o en un sector de la industria (dado el salario real), no hace lugar a las relaciones de oferta y demanda, por lo menos hasta que llega a los movimientoa en los precios relativos, y en particular en los precios de mercado de Smith. Mu¬chas veces Ricardo disintió con la posición de Smith y de Malthus, criticó y descartó explicaciones dadas en términos de. “oferta y “* Es innecesario decir que la “escasez" es esencialmente una noción de oferta y demanda. LA REACCIÓN CONTRA RICARDO 135 demanda”; por hacerlo así Ricardo, a su vez, ha sido criticado por la primitiva incomprensión del hecho de que para cortar se nece¬sitan las dos hojas de las “tijeras”, de Marshall. Schumpeter ha escrito,, por ejemplo, lo siguiente: “Por lo tanto, para Ricardo, el punto principal en cuestión era desde un comienzo el de la canti¬dad de trabajo versus oferta y demanda... El verdadero enemigo era la teoría de la oferta y la demanda, que se “ha convertido casi en un axioma de la economía política y ha sido la fuente de muchos errores” (capítulo 30, tercer parágrafo) .. . Ello implica, por supuesto, que Ricardo estaba completamente ciego respecto de la naturaleza y del lugar lógico que ocupa el aparato de la oferta y la demanda dentro de la teoría económica e implica tam¬bién que la tomó como una representación de la teoría del valor, distinta y opuesta a la suya. Esto le hace poco honor como teórico. Porque debe quedar bien claro que su propio teorema sobre los valores de equilibrio es sostenible solamente —si es que de alguna manera es sostenible—• en virtud de la acción recíproca de la ofer¬ta y la demanda”.83 Es éste un cargo extraño y que sólo se explica por una in-comprensión básica (no poco frecuente). Por supuesto que Ricar¬do no hubiera negado (como tampoco lo hubiera hecho Marx,"4 a quien también Schumpeter incluye en su crítica) que en el con¬texto del preció de mercado, sus variaciones y ajustes, los cambios en las relaciones de la oferta y la demanda actúan como causas inmediatas de los movimientos de precios. Lo que Ricardo tenía en su pensamiento era el uso que le daba Smith a la noción de las relaciones de oferta y demanda en el total de su sistema: como el vehículo y marco de la determinación. En otras palabras, que Ricardo la estaba utilizando como una etiqueta para la teoría rival del valor y la distribución, a la cual combatía. Es muy significativo que a su vez Malthus la usara como una frase gené¬rica en oposición al sistema de Ricardo. En sus Principies escribió que “los dos sistemas, uno de los cuales explica los precios de la gran masa de mercancías, en todas las circunstancias, perma¬nentes como temporarias, por medio de la relación de la demanda con la oferta, aunque necesariamente se tocan en gran número "* Schumpeter, Economic Analysis, pp. 600-601. •* Hay bastantes referencias a la oferta y la demanda en el capítulo sobre “Precios de mercado y valores de mercado” en el t. in de El capital, y más en el capítulo 3 de Wage-Labonr and Capital, el cual se refiere a la “competencia entre compradores” y a la “competencia entre vendedores" y at efecto de cada uno de éstos de por sí, sobre el precio. olvida de la definición que da Adam Smith del precio natural, pues de otra forma no diría que la demanda y la oferta podrían determinar el precio natural. Pre¬cio natural es sólo otra denominación del costo de producción. Cuando cualquier mercancía se haya vendido por ese precio con el cual se puedan pagar los salarios del trabajo gastado en la misma, y pagar también la renta y el beneficio, a sus tasas corrien¬tes en ese momento Adam Smith diría que esa mercancía está en su precio natural. Ahora bien, estas retribuciones continuarían siendo las mismas, ya fueran las mercancías mucho o muy poco demandadas, y ya se vendieran a un precio alto o bajo”.™ ¿Acaso este comentario de Ricardo no pone fuera de toda duda que en su pensamiento los salarios y los beneficios estaban determinados inde¬pendientemente y con anterioridad al precio del mercado, e incluso antes que el valor natural? 88 Malthus, Principies of Poíitical Economy, Londres, 1820, pp. 73, 75. 136 *® “Notas sobre Malthus", Works and TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCorrespondence of Ricardo, Sraffa (ed.), CIÓN t. n, p. 46. A esto añade que, *„el precio de puntos, tienen en su esencia un di- de mercado dependerá de la oferta y la ferente origen y requieren, por lo tanto, demanda” y que “la oferta será finalser distinguidos con cuidado”. Concluye mente determinada por ... el costo de afirmando su fe en “que el gran princi- producción” (ibíd., p. 47). Véase tampio de la demanda y la oferta entre en bién el capítulo xxx de sus Principies acción para determinar lo que Adam (ibíd., t. i, p. 382), que se intitula “Sobre Smith llama precios naturales así como la influencia de la demanda y de la oferprecios de mercado”.''15 El comentario ta sobre los precios”. de Ricar¬do sobre esto fue: “El autor se 5. JOHN STUART MILL I A primera vista es muy difícil situar a J. S. Mili (1806-1873) dentro de la jerarquía que le corresponde por herencia, especial¬mente con respecto a las dos ramas o líneas de tradición de las cuales hablábamos en el último capítulo. Por un lado fue un des¬cendiente en línea directa de Ricardo, y de acuerdo con sus propias afirmaciones y creencias era al mismo tiempo defensor de la doc¬trina ricardiana frente a sus críticos y su elaborador. En su época fue por cierto considerado como la encarnación de la ortodoxia ricardiana; y a partir de 1848 y hasta la aparición de Marshall, sus Principies of Poíitical Economy wilh some of the ir Applications to Social Philosophy ocuparon un lugar único como libro de. texto aceptado sobre el tema. Bagehot habló de su “influencia monár¬quica” sobre sus contemporáneos y dijo que desde entonces todos los estudiantes “ven el total de la materia a través de los ojos de Mili”; añadió que “éstos ven en Ricardo y en Adam Smith, lo que él les dijo que vieran”.1 Por ser hijo de James Mili, el amigo ínti¬mo de Ricardo por cuya sugestión este último había escrito sus Principies en 1817 y había entrado en el Parlamento, John Stuart, de joven, había conocido personalmente a Ricardo, había visitado Gatcomb Park y había sido llevado de paseo por éste; además, su padre lo había entrenado en la economía política (a la edad de 13 años) siguiendo los Principies de Ricardo. Al mismo tiem¬po, por naturaleza, era un sistematizador y sintetizador (algunos dirían ecléctico); y en el Prefacio a su propio libro de 1848 declara que es su propósito escribir un tratadó que contenga “los últimos progresos que han sido hechos en la teoría”. “Muchas ideas nuevas y nuevas aplicaciones de ideas”, escribió, “han sido suscitadas gracias a las discusiones de unos años a esta parte... y parece 1 En una nota necrológica aparecida en The Econotnist, el 17 de mayo de 1873 (n9 1551), pp. 588-589. prácticos la economía política está entretejida en forma inseparable con muchas otras ramas de la filosofía social”, verdad ésta que “Adam Smith nunca perdió de vista”.2 Estos sentimientos podrían bien implicar que en su corazón era devoto del enfoque y de la tradición de Smith en cualquiera de sus interpretaciones y que la defensa de la doctri¬na de Ricardo contra sus críticos no fue más que un acto de piedad. De cualquier manera, cuando se lo ve en perspectiva a la distancia, se puede advertir muy claramente que en lo que respec¬ta a lo fundamental su propia obra estaba más cerca de Marshall que 138 de Ricardo; y que, en cuanto se refiere a TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUsu teoría del valor, en lugar de contiCIÓN nuar y mejorar la de Ricardo, en lo razonable que el campo de la Economía esencial se mantuvo en la posición de Política deba ser vuelto a inspeccionar Smith, allí donde Ricardo se le había en toda su extensión, aunque sólo sea estado oponiendo. Veremos que, de con el fin de incorporar los resultados cualquier forma, terminó con una teoría de estas especulaciones, y de ponerlos del costo de producción que era esenen armonía con los principios estableci- cialmente la teoría de Smith de la suma dos con anterioridad por los mejores de los componentes, tomando en préspensadores sobre la materia”. tamo algo de Sénior y aun de Say, por Tomo adrede como modelo The Wealth una parte, y tratando de recon¬ciliar el of Nations, y no a Ricardo, “puesto que resultado, por otra parte, con algunas la calidad más característica” de esa proposiciones ricar- dianas. Schumpeobra de Adam Smith había sido la de ter habla de la “línea Smith-Mill-M ar que “asocia invariablemente los princi- shalT y rehúsa incluir a J.S. Mili en la pios con su aplicación”, y esto “implica escuela de Ricardo, basándose en que un campo mucho más amplio de ideas “la economía de los Principies [de 1848] y de tópicqs, que los que se incluyen en ya no es ricar¬diana”. Sostiene esta una economía política considerada co- honrada opinión y la explica de la mamo una rama de la especulación absnera siguiente: “Esto está oscurecido tracta”. Mili añadía que, “para los fines por el respeto filial y también, en forma independiente de ello, por la propia creencia de J. S. Mili de que estaba solamente calificando a la doctrina ricardiana. Pero esta creencia era errónea. Sus calificaciones afectan lo esen¬cial de la teoría y, aún más, por supuesto, de la visión social. Sin J J- S. Mili, Principies of Poíitical Economy. with some of their applications to social philosophy. Londres, 1848, t. i, pp. iii, ív. JOHN STUART MILL 139 duda, el ricardianismo significaba para él mucho más que para Marshall... de los Principies de Marshall se puede suprimir el ricardianismo sin que se note nada. De los Principies de Mili se lo puede .omitir sin que se lo eche mucho de menos”." Como John Stuart Mili (quien nació en PentonviUe, Londres, el 20 de mayo de 1806 y fue el hijo mayor de James Mili) escribió en sus últimos años una autobiografía, no hay necesidad de hacer un recuento de algunos de los extraños detalles de su educación o de las influencias que experimentó, aun cuando éstas son impor¬tantes para comprender sus ideas. Aparte de la influencia de la educación intensiva que le dio su padre, se podría decir que quizá lo más importante de ser señalado entre aquellas que después de su adolescencia se ejercieron sobre su actitud y puntos de vista filosófico-sociales, es la de la Sociedad de los Utilitaristas y la fundación de la Westminster Review. La primera de éstas era una asamblea (de un número nunca superior a diez) “compuesta de jóvenes que estaban de acuerdo en los principios fundamenta¬les”, la cual comenzó reuniéndose en la casa de Bentham en el invierno de 1822-1823, y continuó haciéndolo durante más de tres años. Fue “la primera vez que alguien tomó el título de utilita¬rista”. Para la misma época (en 1823), Bentham fundó la West¬minster Review, como un órgano radical “para oponerse con buen éxito a la de Edimburgo y a la de Quarterly”. En esta nueva publi¬cación John Stuart participó contribuyendo con frecuencia con ar¬tículos y juicios críticos. (Su padre había escrito para el primer número un artículo criticando al partido Whig y a la Edinburgh Review, su principal órgano literario.) Del “radicalismo filosófico” (como llegó a llamarse el grupo de los jóvenes del Westminster) John Stuart (como uno de ellos) escribe lo siguiente: “Su mane¬ra de pensar no se caracterizaba por el benthamismo en ningún sentido que tuviera relación con Bentham como jefe y guía, sino por una combinación del punto de vista de Bentham con aquel de la economía política moderna y de la metafísica de Hartley‟V Abo¬gaban por las restricciones malthusianas de nacimientos entre la población trabajadora como “el único medio de lograr mejoras en sus condiciones económicas” y en materia política por gobiernos representativos y por la libertad de opi- nión. Mili se refiere a su “ilimitada confianza” en un gobierno representativo y en la liber¬tad de discusión política como armas contra la clase dominante * History of Economic Analysis, pp. 529, 530. * Autobiography, Londres, 1873, p. 105. 140 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN minoritaria: “sí la legislatura no representara ya un interés de clase se orientaría al interés general”. También habla de sí mismo y de sus amigos en relación con la conducta de la Westminster Reviewr por tener, como uno de sus dos principales propósitos, el de liberar al “radicalismo filosófico de la acusación de bentha- mismo sectario... para dar una base más amplia y un carácter más libre y afable a las especulaciones radicales; para demostrar que existía una filosofía radical mejor y más compléta que la de Bentham, aunque se reconociese e incorporase todo lo de Bentham que tiene valor permanente”. Un ejemplo de lo que hoy día sería llamado el punto de vista "comprometido” de estos jó¬venes radicales, de quienes Mili era uno de los representantes, es su descripción de lo que hemos citado en el capítulo I de su System of Logic (aun) de 1843 como “un libro de texto,.. que deriva todo conocimiento de la experiencia”, en oposición al “pun¬to de vista de los alemanes, o apriorístico del conocimiento y de las facultades cognoscitivas”, lo cual servía como “gran apoyo inte¬lectual de falsas doctrinas y malas instituciones”.5 Mili abandonó las actividades periodísticas después de 1828 y se dedicó a estudios más serios y a escribir, entre otras cosas, en 1830-1831 los cinco ensayos (publicados más tarde, en 1844) titulados Essays on Some Unsettled Question of Poíitical Economy, de los cuales hablaremos de inmediato. De esta época data una significativa influencia sobre su vida que habría de convertirlo, en su momento, en un “socialista” de estilo propio: su encuentro (en 1830) con la señora Harriet Taylor, quien se convertiría en su esposa veintiún años más tarde, o sea, tres años después de la aparición de sus Principies of Poíitical Economy. Esta influencia de su futura esposa sobre su trabajo (el cual, como observa Leslic Stephen, “se hizo popular como ninguna obra sobre el mismo tópico había llegado a serlo desde The Wealth o) Nations”) 6 fue lo suficientemente grande como para merecer que nos refiramos a ella, aunque sólo sea en forma de paréntesis. Según las propias palabras de Mili, esa influencia le dio al libro su “tono general por el cual se distingue de todas las exposiciones anteriores de economía política”; este tono “consiste principal¬mente en que hace las distinciones apropiadas entre las leyes de la producción de la riqueza, que son en verdad leyes naturales, de- s Autobtography, p. 225. * Leslie Stephen, The English Utiliíarians, Londres, 1900, t. m, p. 53. Continúa diciendo que en las décadas de 1850 y 1860 “una amplia escuela consideraba a Mili como un oráculo casi infalible”. JOHN STUART MILL 141 pendientes de las propiedades de los objetos; y las formas de la dis-tribución, las cuales, sujetas a determinadas condiciones, dependen de la voluntad humana”. En su opinión, otros economistas confun¬dían a ambas “bajo la designación de leyes económicas... impo-, sibles de ser vencidas o modificadas por el esfuerzo humano”.7 En otras palabras consideraba que la distribución del ingreso era el producto de instituciones sociales alterables, por ser leyes „'ins¬titucionales” y de relatividad histórica, y no de leyes “naturales” o universales. Esta confesión explícita fue por cierto un adelanto, tanto en relación con lo que estaba implícito en sus predece¬sores como respecto a lo que habría de venir después con las teo-rías de la “imputación” de las cuales ya hablaremos. Fue Marx quien lo subrayó, como una razón por la cual “sería muy equi¬vocado clasificar (a aquellos semejantes a J.S Mili) dentro del rebaño de los economistas apologéticos vulgares”,8 aunque por supuesto, para Marx, una declaración como la que se ha citado era una indicación inadecuada de la conexión entre la distribución y las relaciones sociales de producción. Mili habla más específicamente del cambio en su filosofía social bajo la influencia de la señora Taylor, de esta manera: “Yo era (antes) un demócrata, pero de ningún modo un socialista”. Luego, hablando de sí mismo y de su esposa dice: “Nuestro ideal del progreso iba mucho más allá que el de la democracia y nos clasificaría decididamente bajo la designación general de socialis¬tas... Esperábamos que llegase una época en que la sociedad ya no estuviera dividida entre ociosos y. trabajadores”.9 En los Princi¬pies estas nuevas opiniones “estaban formuladas con menor pre¬cisión y claridad en la primera edición, más claras y precisas en la segunda y en forma bastante inequívoca en la tercera”. El. capí¬tulo que él atribuyó por completo a su mujer y en el cual sostuvo haber recibido “una mayor influencia de opinión que en todo el resto”, fue el titulado “El futuro probable de las clases trabajado¬ras”. Este capítulo no existía “en el primer borrador del libro”.10 Concluye en forma más bien insustancial para nuestro tiempo, aun¬que sonara revolucionario en su época,11 abogando por algún tipo 7 Principies of Poíitical Economy, p. 246. • El capital, t. i, Aveling y Moore (ed.), p. 623 nota. * Autobiography, p. 231. 10 Ibíd., p. 245. 11 Este capítulo contiene ínter alia una afirmación tan honesta y radical como la siguiente: “No puedo pensar como probable que ellas [las clases trabajadoras] se contenten en forma permanente con la condición de traba¬jadores asalariados. Trabajar ofreciéndose y para beneficio de otro, sin ningún totalmente ricardiana. Como hemos visto, la teoría de Ricardo era que los beneficios dependen totalmente de los salarios, en el sentido de constituir la diferencia entre el valor de los salarios pagados al trabajo y el valor del producto del trabajo; o, dicho en otras palabras, de los salarios reales como proporción del valor producido 142 cuando ambos se expresan en términos TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUdel trabajo requerido para produ¬cirlos. CION De acuerdo con Mili ésta era “la forma de participación en los beneficios y en más perfecta; en la cual la ley de los favor de la cogestión. Puede agregarse beneficios parece haber sido expuesta que, cuando en 1865 fue candidato al hasta ahora” y era “la base de la verdaParlamento por Westminster, lo hizo dera teoría de los beneficios”.12 por el partido Liberal porque allí estainterés en el trabajo —mientras el preban los sindicalistas que aquellos años cio de su labor se va ajustando en rase postulaban para el Parla¬mento. zón de la competencia hostil— no es, ni Después de perder su banca en 1868, aun cuando los salarios sean altos, un no volvió a postu¬larse pero prestó su estado satisfactorio para seres humaapoyo y dinero a George Odger y a otros nos de inteligencia educada, que han sindi¬calistas que sí lo hicieron. dejado de pensar en sí mismos como n naturalmente inferiores a aquellos a De las doctrinas características de Mili quienes sirven" (Principies, t. u, 2^ edipuede ser conveniente tra¬tar primero ción, 1849, p. 324). su teoría del beneficio, antes de menl=* Essays on Some Unsettled Quescionar su trata¬miento del valor, del tions, Londres, 1844, pp. 94-95, 98. cual hay muy poco interesante que de- Marx, quizá un poco injustamente, cricir. Por cierto que su análisis de la pri- tica aquí a Mili por dejar de ver que, si mera es de muchas maneras una clave bien esto es verdad con respecto a la para la última (como lo fue también pa- tasa de plusvalía, no lo es necesara Ricardo). El bene¬ficio fue el tema ria¬mente con referencia al beneficio y del cuarto y más significativo ensayo de a la tasa del beneficio. (Theorien über su temprana obra Essays on Some den Unsettled Questions; allí expone lo que considera una reformulación de la teo- JOHN STUART MILL ría de Ricardo, y en su forma parece ser 143 Mili traduce esto en su terminología propia, diciendo que es equi¬valente a la proposición de que los beneficios dependen del “costo, de producción de los salarios”; pero después continúa señalando que parte de los requisitos de' la producción (es decir, “las herramientas, los materiales y los edificios”) está constituida por productos del trabajo gastados en el pasado. De aquí que, “el total de su valor no pueda ser determinado por el salario de los trabajadores que los han producido”, sino que en parte consiste en el beneficio de los capitalistas, que han adelantado estos sala-rios del trabajo realizado en el pasado.13 Esto ha sido ilustrado con un ejemplo que ha confundido a algunos y en sí es bastante curioso. En realidad es una forma notablemente simple de elabo¬rar el punto de vista en cuestión. Consiste en una comparación entre dos casos; en ambos, 100 hombres, trabajando durante un año y recibiendo cada uno como salario una arroba de cereal, producen 180 arrobas como producto final. En el primer caso, parte del trabajo, el de 40 hombres, se gasta en el año anterior para producir semillas y herramientas “que suman un valor de 60 arrobas”; en el segundo año, “con ayuda de este capital fijo y semilla”, trabajan 60 hombres para producir el producto final de 180 arrobas. En el segundo ejemplo, toda la mano de obra, es decir, la de 100 hombres, se gasta en el año corriente y puesto que está trabajando sin la ayuda de capital fijo su productividad es menor, y este trabajo de 100 hombres (en lugar de 60) rinde el mismo producto final de 180 arrobas. Sin embargo, aunque el gasto total en trabajo es el mismo en los dos casos, y también el costo en salarios, la tasa de beneficio en un caso es de 50 %, o sea lerramientas1A ' ‟ ' ' Mehrwert, KarI Kautsky, ed., Berlín, 1923, t. n, pp. 230 y ss.) Pero si es verdad con respecto al beneficio, o a la plusvalía como una razón coa res¬pecto a los salarios, también es presumiblemente verdad, ceteris paribus, de su derivada, la razón entre el beneficio y el capital total. Si este último cambia, es verdad que la tasa de beneficio, ceteris paribus, resultará afectada; pero esto es justamente lo que pone de relieve MUI en su ejemplo. 13 Essays on Some Unsettled Questions, p. 98. x< El valor de las herramientas y de las semillas producidas en el año anterior está constituido por 40 arrobas como salarios de 40 hombres em¬ pleados en ese año y (a la tasa de beneficio prevaleciente) 20 arrobas como beneficio sobre el capital adelantado durante ese año para el pago de salarios. 120 / 180—100 l 100 144 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN be a esa parte del capital (20 arrobas) que en el primer caso repre¬sentaba al beneficio sobre los salarios adelantados en el año ante¬rior. De aquí deduce que “la teoría de Ricardo es defectuosa” en lo que respecta a “que la tasa del beneficio no depende exclusiva¬mente del valor de los salarios en cuanto a la cantidad de trabajo”; en consecuencia, “el costo de producción de los salarios” de los cuales dependen los beneficios, debe ser interpretado de esta forma, como para incluir dentro del “costo de producción” los beneficios adelantados así como también los salarios adelantados. Y concluye diciendo: “El principio del señor Ricardo según el cual los beneficios no pueden subir a menos que los salarios des¬ciendan, es estrictamente verdadero, si por salarios bajos él quiere decir no sólo salarios que son el producto de una cantidad menor de trabajo, sino salarios que se producen a menor costo, compu¬tando juntos la mano de obra y los beneficios previos”.15 ¿Cómo debe tomarse esta enmienda? ¿Qué amplitud repre¬senta esta desviación a partir de la teoría de Ricardo? Puede ob¬servarse que, a través de todo este ensayo, a Mili le preocupó la tasa de beneficio y el enfoque parece haberse desplazado de la determinación del beneficio total, o del beneficio como una pro¬porción de cualquier valor producido dado (y de aquí una pro¬porción con respecto a los salarios),18 que fue la preocupación fundamental de Ricardo, hacia la proporción de este beneficio con respecto al capital adelantado. La enmienda de Mili equivale a señalar, muy correctamente, que con capital fijo dentro del cuadro, la razón citada en último término será menor, ceteris paribus, cuanto mayor la proporción de capital fijo con respecto al circu¬lante, o mayor el tiempo durante el cual se realizan los gastos de producción o el trabajo deba ser adelantado; es éste un punto que Ricardo no parece haber hecho explícito nunca, y hasta parece haberlo ignorado porque presumiblemente no le interesaba dema¬siado el beneficio como razón con respecto al capital total. For¬malmente esta enmienda puede considerarse análoga a la crítica que hizo Marx al decir que Ricardo ignoraba el llamado “capital 19 Ibíd., p. 104. 18 Debe hacerse notar que con el supuesto implícito en Ricardo, de un ciclo de cosecha anual y de capital, consistente en adelantos de salarios, la tasa de beneficio resultaba la misma que la razón entre el beneficio y los salarios y no surgía ningún problema de diferencia entre los dos. (Por su¬puesto, el grano en semilla sería una calificación de esto si fuera tratado como un adelanto de capital y no simplemente como una deducción a partir del producto bruto al final de cada año.) JOHN STUART MILL 145 constante”, como uno de los factores que determinan la tasa de beneficio o, en otro aspecto, qué trataba al beneficio y a la plus¬valía como idénticos. Mili pudo haber dicho que el principio de Ricardo de que los beneficios dependían-del valor de los salarios era completamente cierto con respecto a los beneficios totales, o a la cantidad de beneficio redituado por cualquier valor total pro¬ducido; pero que cuando se expresa como una proporción con respecto al capital dependía, naturalmente, del volumen del capital total y éste, a su vez, de la cantidad de capital fijo que fuera utilizado en la producción (comparado con el gasto corriente en salarios). Pero en realidad no dijo esto; prefirió decir que el “costo de producción de los salarios” de Ricardo debe interpretarse como consistente “en dos partes”: los salarios y “los beneficios de quie¬nes en cualquier etapa antecedente de la producción, hubieran adelantado cualquier porción de esos salarios”; y el manejo de este ejemplo podía ser tomado para dejar implícito que el tiempo durante el cual se adelanta el trabajo influye no sólo sobre la tasa del beneficio (al influir sobre el tamaño del capital a ser adelan¬tado), sino también sobre el tamaño del beneficio total disponible. Más tarde, John Stuart Mili, en sus Principies introduce la noción de un beneficio mínimo para que los capitalistas continúen acumulando capital e inviniéndolo en la industria, y para entonces ha adoptado la noción de Sénior del interés como una recompensa de la abstinencia y la noción del beneficio por ser (o incluir) los “salarios de la dirección”.17 Aunque trata de vincular estas ideas con su nebulosa versión, enmendada del principio de Ricardo, según el cual los beneficios dependen del „„costo de producción de los salarios”,18 termina con una teoría que está mucho más próxi¬ma a la teoría del “beneficio normal” de Marshall que a cualquier cosa específicamente ricardiana. El tratamiento que hace Mili de la teoría del valor19 está precedido por su confiada afirmación de que: “Felizmente ya no hay nada en las leyes del valor que requiera ser aclarado por ningún escritor del presente o del futuro; la teoría sobre el tema está completa”.20 Aquí de nuevo comienza por proclamar que lo 17 Principies, t. i, Londres, 1848, cap. xv, pp. 477-479. 18 Aquí esto lo interpreta Mili como “la parte proporcional de los trabajadores” y hace que “los beneficios dependan de los salarios” porque “los beneficios dependen del costo del trabajó", ibíd., pp. 492-493. IU En su capítulo “sobre el valor”, en el libro m, capítulo i, ibíd.. pp. 513 y ss. 5,0 Ibíd., p. 515. precio”, de Adam Smith, su reformulación de la misma la lleva a acercarse mucho a la teoría de Marshall del “valor normal” a largo plazo. La teoría del beneficio de Ricardo queda traducida en la proposición de que los beneficios dependen del “costo de producción de los salarios”, de manera tal que incluye los bene¬ficios durante el tiempo en que los salarios han sido adelantados en el costo de producción. Continúa Mili diciendo que “las cosas, en promedio, se intercambian recíprocamente en la proporción de sus costos de producción”, y define en forma explícita el costo de prqducción como salarios más el beneficio que corresponda a la cantidad de capital empleada, en conjunto con el trabajo, a una tasa cuya expectativa es necesaria para persuadir a los capitalistas para que continúen produciendo. “Si consideramos como productor al capitalista que hace los adelantos, la palabra trabajo (en la teoría de Ricardo) puede ser reemplazada por la palabra salarios: lo que le cuesta a él la pro¬ducción son los salarios que ha tenido que pagar”. Pero, puesto que el capital “es el resultado de la abstinencia”, se deduce que “el producto, o su 146 valor debe ser suficiente para remuneTEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUrar, no sólo a todo el trabajo requerido, CION sino la abstinencia de todas las persoque está haciendo no es más que un nas que han adelantado la remuneraordenamiento, una pequeña prolonga- ción de las diferentes clases de trabajo. ción y una reformulación de Ricardo. Lo La retribución a la abstinencia es el beque en realidad hace es volver a la teo- neficio.21 “Como regla general, las coría de la “suma de los componentes del sas tienden a cambiarse recíproca- men¬te según valores tales que capaciten a cada productor a recuperar el costo de producción incluido el beneficio ordinario ... La in-fluencia latente por medio de la cual los valores de las cosas llegan, a largo plazo, a conformarse al costo de producción, es la variación que de otra manera tendría lugar en la oferta de la mercancía”. El capítulo titulado “Del costo de producción” (capí¬tulo ni del libro m) termina con el “acento de una metáfora”; “la demanda y la oferta siempre corren en pos de un equilibrio, pero la condición del equilibrio estable se da cuando las cosas se cambian recíprocamente de acuerdo con sus costos de producción; o según la expresión que hemos utilizado, cuando las cosas están en su valor natural”.22 ax Ibídpp. 540, 546. aa Ibíd., pp. 534535, 539. samente a la oferta, la pro¬posición ricardiana parecería ser dejada de lado. Schumpeter ha señalado que esta concepción del valor está por completo de acuerdo con las críticas que Bailey le hace a Ricardo y no da lugar a cosa alguna que se asemeje al “valor absoluto”. “La energía con la cual insiste sobre el carácter rela¬tivo del [valor] aniquila por completo el valor real de Ricardo y reduce otros ricardianismos a inocuidades insípidas”.2* Si se mira el resultado desde un ángulo diferente, fue Cairnes quien hizo el comentario de que Mili había cambiado la perspectiva “hacia el punto de vista parcial y limitado del empleador capita¬lista” forjando su teoría en términos de gastos de producción, más que de ninguna otra forma de costo real, concebido ya objetiva o subjetivamente.” Sin duda este comentario es apropiado, hasta un cierto punto, e indica en verdad la afinidad existente JOHN STUART MILL entre el tratamiento de Mili y el de 147 Smith. Pero como crítica resulta de sePor lo tanto, en un sentido formal, Mili guro secundaria al hecho de que en la todavía retiene una base ricardiana pa- teoría de Mili la deter¬minación ricarra. su estructura renovada de Smith, al diana de la razón entre salario y benefiadmitir que I9S beneficios dependen, cio es reem¬plazada por la noción de un ínter alia, de los salarios, en su in“nivel mínimo” de beneficio, el cual, pater¬pretación enmendada y calificada ra llegar a ser algo más que una caja de esta-proposición. Pero como conside- vacía, debe descansar, se presume, sora que el beneficio tiende siempre al bre “propensiones a acumular” más nivel mínimo por el cual se remunera bien nebulosas y contingentes del emexactamente a la “abstinencia” y al presariado. “trabajo de dirección” y nada más ** Schumpeter, History of Economic (aparte del riesgo) y no puede caer por Analysis, p. 603. Esta es evidendebajo de éste sin que se afecte adver- te¬mente una referencia a la honesta afirmación de Mili (Principies, t. 1, p. 543) de que, "el valor de una mercancía no es el nombre de una cualidad inhe¬rente y sustantiva de una cosa, sino que significa la cantidad de oirás cosas que pueden obtenerse a cambio de ella. Debe entenderse que el valor de □na cosa es relativo al de alguna otra cosa o al de las cosas en general”. ** J. E. Cairnes, Leading Principies of Poíitical Economy Newly Expounded, Londres, 1874, p. 53. 148 m TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN En tercero y último Jugar, la doctrina que mejor se conoce entre aquellas que caracterizan a Mili es probablemente la del fondo de salarios; la razón de esto ha de encontrarse, sin duda, en su dramática retractación de la misma frente a la crítica de W. T. Thornton en.su libro On Labour (la cual puede haberlo conven¬cido de los usos reaccionarios a los cuales se prestaba su doc¬trina).28 Ésta, en términos resumidos, suponía que el total de salarios estaba limitado por el fondo de capital existente, sobre todo por esa parte del capital que estaba señalada (de manera 'inexplicable) para el pago de los salarios. Dado esté total, se llegaba a los salarios individuales por el simple proceso de divi¬dir el total por el número de la población trabajadora que com¬petía por el empleo. Este punto de vista, según el cual los salarios son “pagados a costa del capital” considerado como adelanto de salarios, y por lo tanto “limitado por el capital”, es lo que Marshall llamó la “forma vulgar de la teoría del fondo de salarios”, bajo la cual "no puede defendérsela”.20 Como tal estaba emparentada, por una parte, con la doctrina que muchos han visto implícita en la economía política clásica y según la cual la industria (y en conse¬cuencia la población, a largo plazo) está limitada por el capital; y, por otra parte, a otra porfiada proposición de Mili referente a que “la demanda de mercancías no es demanda de trabajo” (es decir, que no es el ingreso gastado en consumo lo que crea el empleo, sino el ingreso invertido como adelantos de salarios al trabajo). La expresión más sucinta de su doctrina en los Principies de Mili es la siguiente: “Los salarios, pues, dependen de la deman¬da y de la oferta de trabajo; o como con frecuencia se expresa: de la proporción entre la población y el capital. Aquí se entiende por población sólo el número de la clase trabajadora, o más bien el de aquellos que trabajan como asalariados; y por capital se entiende sólo el capital circulante, y no el total del mismo, 5,5 Por cierto que tres años antes, en una carta a Henry Fawcett (del 1? de enero de 1866), había discutido el capítulo de Fawcett sobre salarios, díciéndole: “Pienso que podría demostrar que un aumento de sa¬larios, a expensas de los beneficios, no sería impracticable según los verda¬deros principios de la economía política”, The Letters of John Stuart Mili, H. S. R. Elliot (ed.), Londres, 1910, t. h, p. 52. *• A. Marshall, Principies of Economics, Londres, 1916, p. 823. JOHN STUART MILL 149 sino la parte del. mismo que se gasta en la compra directa de trabajo... Los salarios (por supuesto en el sentido de la tasa general) no pueden elevarse, sino por un incremento de los fondos globales que .se emplean en la "contratación de trabajadores, o por una disminución del número de quienes compiten por el empleo".*7 Y, además: “Dado, por lo tanto, que la tasa de salarios resultante de la competencia distribuye el total del fondo de salarios entre el total de la población trabajadora, si por ley o por presión de la opinión, se fijan los salarios por encima de esta tasa, algunos trabajadores quedarán sin empleo”.28 Esta doctrina, al aparecer así, con la simplicidad y la fuerza de un truismo aritmético, sirvió en forma manifiesta como res¬puesta persuasiva .a las reclamaciones del sindicalismo, de ser capaz de afectar el nivel general de salarios. Leslie Stephens habría de rechazarla por ser “una proposición de identidad: el fondo de salarios significa simplemente los salarios, y la tasa de salarios está dada por el total pagado dividido por el número de quienes los reci- ben”.29 Ese rechazo, aun siendo un comentario justo sobre algunas de las más crudas versiones de la doctrina,80 parece ser aT Mili, Principies, t. i, libro n, capítulo xi, “De los salarios”. ” Ibídp. 426. Esto va precedido por la siguiente afirmación en pp. 401, 402; “Es un error suponer que la competencia únicamente mantiene bajos los salarios, también los puede sostener a un nivel elevado. La competencia puede reducir los salarios sólo hasta que se pueda admitir a todos los trabajadores a participar en la distribución del fondo de salarios. Si el número de éstos es menor que el requerido en este punto, una porción del capital permanecerá desocupada por falta de trabajadores; comenzaría entonces una contracompetencia del lado de los capitalistas, y los salarios subirían.” (Ibíd., pp. 425-426.) a* The English Utilitarians, Londres, 1900, t. xn, p.. 216. ao Podría bien hacerse un comentario válido, por ejemplo sobre la proposición de la señora M. G. Fawcett de que “los salarios dependen de ia proporción entre el fondo de salarios y el número de la población trabajadora. Si esta proporción permanece invariable no puede elevarse la tasa promedio del salario”, Poíitical Economy for Beginners, 5* edición, Londres, 1880, p. 102; quizá también la del profesor Henry Fawcett: “El capital circulante de un país es su fondo de salarios. De aquí que, si se desea calcular los salarios monetarios prome- dio que cada trabajador recibe, tenemos que dividir simplemente la suma de este capital por el número de la población trabajadora. Por lo tanto es evidente que el promedio de los salarios monetarios no puede incrementarse a menos que, o bien se aumente el capital circulante o el número de la población trabajadora disminuya." Economic Position of the British Labourer, Cambridge y Londres, 1865, p. 120. Sidwick declaraba que, en la forma que había sido propuesta por Mili “sería decir simplemente que un cociente puede llegar a ser mayor sólo si se incrementa el dividendo o se disminuye el divisor”, pero que el pro¬pietario deba necesariamente gastar en trabajo?”31 La retractación de Mili (en la cual, de acuerdo con Marshall, “cedió demasiado y sobreestimó la medida de su error anterior”),32 se produjo en el curso de la reseña del libro de Thornton para el número de iríayo de 1869 de la Fortnightly Review: Estas fueron sus palabras: “No existe una ley natural que haga imposible en forma inherente el alza de salarios hasta el punto de absorber no sólo los fondos que él (el empleador) ha tenido la intención de dedicar a la consecución de su empresa, sino hasta el total de lo que ha pensado destinar a sus gastos privados, excepto sus necesi¬dades primarias. El límite real del 150 aumento es la consideración práctica TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUdel punto que lo llevaría a la ruina o le CIÓN obligaría a aban¬donar la empresa, y un rechazo demasiado precipitado, no los límites inexorables del fondo de puesto que Mül y sus discípu¬los no sala¬rios”. Pero, aun repudiada por uno tenían evidentemente la intención de de sus principales exponen tes,83 la definir al fondo como al total de saladoctrina, con sus implicaciones, tuvo el rios, sino que más bien afirmaban que destino de vivir bajo otras formas, ya el total de salarios, y de aquí el nivel fuera en la del “fondo de subsistencia” promedio del salario estaba deterde Bohm- Bawerk, o en alguna versión mi¬nado por alguna entidad, determide la doctrina de la productividad marnada a su vez en forma inde¬pendiente, ginal. Ya hemos señalado que, en opidenominada fondo de salarios. La refu- nión de Marshall había un sentido en el tación requería que se demostrara que cual podía ser mantenida como verdano existía tal entidad independiente y dera. Wickpre¬determinante, cosa que hizo Thorn- “lo que Mili quería significar en realidad ton en realidad cuando planteó el inte- era que... la suma de riqueza dedicada rrogante: ¿Existe realmente tal fondo? al pago de salarios está fundamental¿Existe alguna por¬ción específica del mente determinada... por el ahorro”, capital de algún individuo aislado que The Principies of Poíitical Economy, Londres, 1887, p. 299. Luego añadió a esto la observación de que uno existe una franca línea divisoria entre las mercancías consumidas por los trabajadores asalariados y aquellas que consumen las demás clases”, ibíd., p. 305. 91 W. T. Thornton, On Lcbour, Londres, 1869, p. 84. ** Marshall, Principies, p. 825. ” Su discípulo J. E. Cairnes no parece haber abandonado la doctrina, aunque en una carta a Mili le expresara aparentemente su acuerdo con el artículo de la Fortnightly Review, The Letters of J. S. Mili, Hugh, R. S. Elliot (ed.), t. n, p. 207. JOHN STUART MILL 151 sell iba a señalar que la teoría austríaca del capital sustituía eri efecto por la simple relación W = C/L a la del fondo de salarios „ Lwt ■ dónde C es un fondo de subsistencia de bienes para los obreros, w es el salario y í el lapso del período de producción; junto a la relación posterior p = w í (dp/dí), para determinar t (sien¬do p la producción anual por obrero) o, de otro modo, también para determinar t, la condición es que sea un máximo.34 Es innecesario decir que un aspecto en el que Mili se mantuvo por completo tradicional y no hizo cambio alguno en la doctrina aceptada, fue en su creencia en la "Ley de Say”. A este respecto habló abiertamente con honestidad y sin hacer ninguna concesión: “Una sobreproducción general o un exceso de todas las mercan¬cías por encuna de la demanda, en cuanto la demanda consista en medios de pago, se demuestra así que es imposible... Es evidente en grado suficiente que la producción crea un mercado para la producción”.35 No se puede dar por finalizada una revisión de los puntos de vista económicos de Mili sin hacer una breve referencia a la actitud peculiar que tomó con respecto a la cuestión del “estado estacionario”. La noción de un estado semejante, en el cual se detendría la acumulación del capital, aparecía según hemos visto, en la obra tanto de Smith como de Ricardo, pero ellos la habían tratado como algo que se hallaría en el futuro lejano, y de acuerdo con Ricardo continuaría perteneciendo al futuro mientras el co¬mercio libre de los granos y las mejoras en la agricultura permi¬tieran mantener a raya la tendencia a los rendimientos decre¬cientes y se sostuviera la tasa del beneficio. La actitud de Mili en lo referente al “estado estacionario” se caracterizó por dos peculiaridades especiales. En primer lugar, consideraba al “estado a< K. Wicksell, Valué, Capital and Rent, Londres, 1954, pp. 154-156. “La gran importancia „de la teoría de BohmBawerk‟ consiste en parte en el hecho de que, por primera vez, se ofrece en ella un sustituto real para la obsoleta teoría del fondo de salarios, a la cual diversos escritores han tratado de desacreditar por medio de críticas superficiales, sin ser capaces de reemplazarla por otra mejor”, p. 145. “ Principies of Poíitical Economy, t. n, 2* ed., 1849, p. 94. 152 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN estacionario” como si estuviera muy próximo, cuanto más algunos años adelante y no más; su llegada estaría pospuesta por cosas tales como los empréstitos de los gobiernos, la exportación de capitales y el desperdicio de capital por errores en la dirección. En segundo lugar, consideraba su llegada con mucho menor tris¬teza que la que tuvieron quienes lo expusieron como problema, porque tenía la esperanza de que sería entonces la ocasión de mejorar la distribución del ingreso. “No puedo considerar al estado estacionario del capital y la riqueza con la franca aversión que en forma tan general manifestaron hacia él los economistas políticos de la vieja escuela”.38 Sostenía que a no ser por la exportación de capital y el desperdicio del mismo y por los préstamos del gobierno para gastos improductivos, lo que no podía confiarse que durara indefinidamente, sería suficiente tan solo la acumula¬ción de capital durante unos años más, a su tasa existente (si se lo “invirtiera anualmente en un empleo realmente productivo dentro del país”), para reducir los beneficios a su nivel mínimo, con lo cual cesaría el incentivo para hacer nuevas inversiones. Los beneficios, según pensaba, estaban “separados del mínimo por una pequeña distancia” y, por lo tanto, “el país estaba al mismo borde del estado estacionario”.37 Era capaz de contemplar esto con ecua¬nimidad, puesto que sostenía que se debía “fijar la atención en el mejoramiento de la distribución, y en una mayor remuneración del trabajo, como los verdaderos desiderata” más que sobre “el simple incremento de la producción” a la cual se “atribuía”, por lo general, una “importancia excesiva”.38 Aunque desde el punto de vista actual tal aspiración pueda parecer tibia, en una época en que el pensamiento prevaleciente era que la única cura efec¬tiva para la pobreza estaba en dejar que los pobres se murieran de hambre (“el hombre rico en su castillo, el pobre en el portal”), ésta era por cierto una atrevida doctrina radical. Sin embargo, el mejoramiento en la distribución del ingreso no podría ocurrir si la población continuara creciendo a una tasa malthusiana; por lo tanto estaba condicionado a la difusión de “previsores hábitos de conducta” entre las clases trabajadoras —los que esperaba y anticipaba— a medida que fuera aumentando su independencia y su educación. Lograda la propagación de estos “hábitos previsores”, el resultado sería que “la población irá alIbíd., p. 310. *T Ibíd., pp. 289, 290. *B Ibíd., p. 315. JOHN STUART MILL 153 canzando en forma gradual una razón decreciente con respecto ai capital y al empleo”.?9 - Si se fueran a registrar por, completo los aciertos del análisis de Mili, sería una omisión dejar de ampliarlos con su contribu¬ción a la teoría del comercio internacional, donde fue el primero en combinar una teoría de la demanda recíproca con los costos comparativos de Ricardo. Su finalidad era la de demostrar cómo las ganancias del comercio se compartían entre los países involu¬crados (siendo los últimos los únicos capaces de definir los límites, dentro de los cuales podían quedar situados los términos del in-tercambio). Además, en el curso de este análisis introdujo la noción de elasticidad de demanda, aunque sin darle el nombre o una definición precisa. Quizá pueda disculparse que en el presente trabajo, cuyo tema central es el de las teorías del valor y la dis¬tribución, y en lo fundamental las relaciones internas de un sistema de economía cerrada, se dejen de desarrollar tales cuestiones. ” Ibíd., p. 322. 46. KARL MARX I Hemos visto que hubo críticos de las tendencias posricardianas, en particular en lo referente a la teoría de los beneficios, que tra¬taron de llevar más lejos la teoría de Ricardo y de convertirla en una crítica al propio capital. Fueron éstos, escritores y autores de folletos tales como Thomas Hodgskin, William Thompson, J. F. Bray y John Gray, a quienes se les ha dado el nombre de "socia¬listas ricardianos”; y aunque habitaron lo que un siglo más tarde Keynes habría de llamar el “submundo de los heréticos”, su sig¬nificación no pasó inadvertida para economistas de abolengo en Dublin y Oxford. Aun cuando su público se encontraba en los Institutos de Mecánica y en los incipientes sindicatos y fraterni¬dades radicalizadas, más bien que en los claustros de las viejas universidades, escritores como Scrope y Read temían evidente¬mente su influencia real o potencial.1 Hodgskin presentaba su concepto poco elaborado de la ex¬plotación desde el punto de vista de un creyente en la “armonía natural” —smithiana— de las leyes naturales;2 y desde este punto de vista era un crítico de Ricardo, en especial de su teoría de los salarios y de su teoría de la renta. Su reclamo, según el cual el trabajo tenía un derecho al total de lo producido y la ganancia y 1 Véase la referencia (citada antes en la p. 125) a las personas que "declaman contra el capital por considerarlo el ve- neno de la sociedad, y ... por despojar a la clase de los trabajadores*', con una nota al pie de pá¬gina referida a Hodgskin en Principies of Poíitical Economy, Londres, 1853, p. 150, y además, una referencia a la expresión “despojo de los trabajadores”, de Hodgskin y a su “errónea hostilidad al capital”, en el libro de Scrope titulado Poíitical Economy for Plain People, Londres. 1833; segunda edición, 1873, pp. 103 y 105: Samuel Read, An Inquiry into the Crounds of Right to Vendible Property, Edimburgo, 1829, en especial pp. xxx-xxx¡. Para otras generalidades véase, Blaug, Ricardian Economics, pp. 140-150. 4 Véase E. Halevy, Thomas Hodgskin, Londres, 1956, pp. 58-59. 64-66, 80. 156 TEORJA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN la renta eran hurtadas al trabajo, constituía esencialmente una doc¬trina del derecho natural, semejante a como es interpretada por lo común, pero erróneamente, la plusvalía de Marx.* El derecho natural a la propiedad del fruto del trabajo propio contrastaba agudamente con el derecho “legal o artificial” de la apropiación del producto del trabajo de otros. Hodgskin se refiere al capital como si "abarcara la producción total de un país, con excepción de la simple subsistencia del trabajador, y el producto excedente de la tierra fértil”; habla de “la naturaleza totalmente cre- ciente del interés compuesto” y en un pasaje bien conocido lanza el desafío: “Estoy seguro... que mientras no se complete el triunfo del tra¬bajo; hasta que la industria productiva sea opulenta y sólo la ociosidad sea pobre; mientras la admirable máxima „quien siembra recogerá‟, no sea sólidamente establecida; mientras el derecho de propiedad no llegue a basarse sobre principios de justicia en lugar de los de esclavitud ... no podrá ni deberá haber paz sobre la tierra ni buena voluntad entre los hombres”.* Dos años después de la publicación de su Labour Defended se publicaron sus clases dictadas en la London Mechanics Institution (de la cual había sido cofundador) bajo el título de Popular Poíitical Economy. Ya en el año posterior a la muerte de Ricardo, William Thompson, en An Inquiry into the Principies of the Distribution of Wealth había deducido el derecho del trabajó al total produ¬cido, a partir del postulado de que el trabajo es el único creador (activo) de la riqueza. En las sociedades existentes este derecho era obstruido por un sistema de “intercambios desiguales”, los cuales eran en parte la consecuencia de que los detentadores del poder y de las ventajas económicas se apropiaban del producto del trabajo. Dicho sistema, aparte de su injusticia y de su agravio contra la máxima de Bentham de "la mayor felicidad” privaba al trabajo de gran parte de su incentivo (al mismo tiempo que tra¬taba de espolearlo) ra- zón por la cual se transformaba en enemigo de la producción de riqueza. G. D. H. Colé, en su Introducción a la reimpresión del año 1922 de Labour Defended de Hodgskin, dijo de éste y de Thomp¬son: “Hodgskin, en Labour Defended y William Thompson en su * Hálevy al hablar del “verdadero origen psicológico de la teoría del valor trabajo", dice que “Hodgskin, filósofo que al mismo tiempo es econo¬mista, encuentra la verdadera fuente de la teoría del valor trabajo en Locke“, ibíd., p. 181. 4 Labour Defended against the Claims of Capital, or the Unproditc- tive/tess of Capital Proved, por un trabajador, Londres, 1825, pp. 7, 23, 32. tradición alista conservador más que un socialista ri- cardiano, entre cuyas filas se lo incluye algunas veces)8 había pro¬puesto una teoría de la “deducción” o de la “apropiación” de los ingresos de la propiedad, que en varios puntos guardaba una es¬trecha analogía con las ideas de Thompson y de Hodgskin. Había hablado de “la pretensión del terrateniente”, pretensión que era “la base de cualquier tipo de propiedad y que según se ve se mul¬tiplica rápidamente con el crecimiento de la civilización”; sobre ella “se construyen las pretensiones de los fabricantes, de los co¬merciantes, del capitalista”. “Desde este momento el trabajo deja de ser libre. Un hombre no puede ejercer sus facultades sin pagar el permiso de haKARL MARX cerlo. No puede hacer uso de sus 157 miembros sin compartir el producto de Inquiry into the Principies of the Distri- su trabajo con quienes no contribuyen bution of Wealth (1824) y Labour Reen nada al éxito de sus esfuerzos. El warded (1827) fueron los primeros en ejercicio de la industria está tan efectiformular cla¬ramente las críticas de la vamente obstaculizado en las manufacclase trabajadora y la trasmutación del turas como en la tierra; en todas partes sistema económico ricardianó. En su debe pagarse un peaje antes de permitir labor constructiva ambos hombres difi- el funcionamiento de la industria. En rieron ampliamente. Thompson fue, en todas partes el trabajador debe comprar términos ge¬nerales, un socialista el permiso de ser útil.”7 Anticipándose cooperativista de la escuela de Robert a Marx se en¬cuentra también un énfaOwen; Hodgskin, un anarquista filosófi- sis similar en Richard Jones,, quien al co que seguía la tradición de Wi¬lliam hablar de la renta declaraba: “En el Godwin. Pero, en esencia, sus deducprogreso actual de la socieciones a partir de los supuestos de Ri- s Introducción a la obra de Thomas cardo, son las mismas”.'1 Hodgskin, Labour Defended against the Aun antes, ya en 1821, Piercy RaClaims of Capital, Londres, 1922, p. 12. venstone (a quien podría llamarse un * El profesor Blaug habla de él co- mo “el primero de los denominados socialistas ricardianos”, Ricardian Economics, p. 14 L T P. Ravenstone, A Few Doubts as to the Correctness of Some Opinions Generally Entertained on the Subjects of Population and Poíitical Economy, Londres, 1821, pp. 199-200. Hablando en términos históricos, dice también que “la renta y la esclavitud no pueden coexistir, aunque son diferentes modos de obtener el mismo fin ... La esclavitud es la consecuencia natural de la propiedad en un país poco poblado, en tanto que la renta lo es donde la población es más abundante”, p. 211. Dice además que “el fondo Dara el mantenimiento de los ociosos es el producto excedente del trabajo de los industriosos", p. 233. 158 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN dad humana, la renta, por lo general, se ha originado en la apro¬piación del suelo, justamente en una época en que el grueso de la población debe cultivarlo, de la manera que pueda, o morirse de hambre; y se la encadena... a la tierra mediante una necesidad sobrepoderosa; luego la necesidad que los compele a pagar una renta... es totalmente independiente de cualquier diferencia en la calidad de la tierra que ocupan, y no desaparecería aun cuando el suelo fuera todó de igual calidad”.® Aunque sería difícil afirmar que constituyeron una escuela de teoría económi- ca, no debe omitirse mencionar que en el con¬tinente, aparte del socialismo utópico de Saint Simón y de Fourier, quienes predicaban la igualdad y la armonía natural de los hom¬bres que cooperan como productores, existieron en Francia, Proudhon y sus epígonos, autor de Qu'est-ce que la Propriéte y acuñador del adagio “La propiedad es un robo". Esta fue la res¬puesta de Proudhon al derecho que, según Locke, tenía el trabajo a la propiedad, y una aseveración de los dos aspectos del derecho de propiedad en los cuales tanto Ravenstone como Hodgskin ha-bían insistido. Con todo, Proudhon podría ser llamado “distribu- cionista” tanto como (o probablemente más que) socialista; algún comentarista dijo de él: “En el fondo de su corazón, siempre fue un campesino”. Ejerció su influencia en la dirección del anar¬quismo más bien que ia del socialismo, ya que dos de sus ideas centrales fueron la igualdad y la libertad individual; predicaba contra el comunismo y el estado autoritario en tanto buscaba una respuesta a los males del interés como recompensa al capital por medio de un sistema universal de créditos sin interés, organizado sobre la base de un Banco Mutual de Crédito.10 En Alemania existió un escritor de economía muy importante, Rodbertus, que expuso su teoría de la plusvalía y de ia renta (a quien Marx habría de dedicar un capítulo crítico bastante largo, en su Theo¬rien über den Mehrwert) sin mencionar al poste- rior Eugen * Rev. Richard Jones, An Essay on the Distribution of Wealth, Londres. 1831, p. 11. Marx le atribuyó a Jones la cualidad de tener "un sentido de la diferencia histórica entre los modos de producción", lo cual se le ha escapado a “rodos los economistas ingleses desde James Steuart", Theorien über den Mehrwert, t. ai, Kautsky (ed.) Berlín, 1923, p. 450. “ Alcxander Gray, The Social i si Tradition, Londres, 1946, p. 256. 10 Schumpeter lo califica de anarquista y habla de “la malévola crítica de Marx*' (en Misére de la philosophie, 1847), diciendo que “Proudhon se la merecía, aunque no estuviera bien encarada en todos los aspectos", History of Economic Analysis, pp. 457-458. KARL MARX 15? Dühring,11 con su “teoría de la. fuerza”, que iba a suscitar la ira de Fríedrich Engels. -. Tales fueron los predecesores de Das Kapital de Marx, o sea aquellos que algunas veces han sido llamados los “anticipa- dores” 12 de su teoría de la plusvalía. Aparte de Rodbertus y de Proudhon, Marx iba a seleccionar a Ravenstone y a Hodgskin (también, como hemos visto, a Richard Jones) para comentarlos en forma más o menos extensa en su Theorien über den Mehrwert; donde se refirió, sobre todo, a los folletos de Hodgskin por estar “en- tre los productos más significativos de la economía política inglesa”.13 Todos estos escritores fueron más fuertes en intuición y sensibilidad que en el análisis riguroso; compartieron el descu¬brimiento de una clave importante, inadvertida por los ortodoxos, aun cuando fracasaran en el enfoque de una solución completa. En particular hubo algo que todos dejaron de hacer: demostrar cómo “los intercambios desiguales” o “la plusvalía”, podría con¬cillarse con la existencia de la “competencia perfecta”. n Marx, más que cualquier otro economista de nota, ha sido esti¬mado de las más diversas formas y con frecuencia erróneamente interpretado. Dadas las agudas consecuencias ideológicas involu¬cradas, tanto en la faz positiva como polémica de sus doctrinas, esto no resulta de modo alguno sorprendente. También disfruta de la distinción de ser el autor más frecuentemente explicado o refutado. Bóhm-Bawerk, quien por lo menos lo tomó con serie¬dad (estimando que tenía “la misma mezcla de méritos positivos y negativos que su prototipo Hegel” y que ambos eran “genios fi¬losóficos”) proclamaba lo que él llamó la “caída del sistema de n Fue por supuesto un contemporáneo de Marx y no un predecesor; nació en 1833 y en realidad vivió hasta 1921; la polémica con Engels tuvo lugar hacia el fin de la década de los años 1870. X2 Por ejemplo, Alexander Gray, Socia- list Tradition, pp. 257, 262. ls Theorien, Kautsky (ed.), Berlín, 1923, t. m, p. 313 (el tratamiento de este grupo de escritores en general ocupa las pp. 281-381). 160 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION Marx” (en su obra polémica de 1896 intitulada Zum Abschluss des Marxchen Systems), con la declaración dudosamente profé- tica de que al “sistema marxista no le espera ningún futuro de permanencia”.14 Marshall lo desecha por considerarlo un pensador tendencioso que había mal interpretado en forma aviesa a Ri¬cardo.15 Edgeworth estimaba que “la importancia atribuida a las teorías de Marx” era “totalmente emocional”.1* Keynes, cuando se dignó mencionarlo, lo trató como a un astro dentro del oscuro submundo de los heréticos, de quien se podía aprender menos que del reformador monetario, relativamente oscuro, Silvio Gesell;ir y Samuelson, desde su altura, lo ha apodado “un posricardiano menor”... y además “un autodidacta”.18 Más categórico que nin¬guno es Ludwig von Mises al decir que “el marxismo está contra la lógica, contra la ciencia y contra la actividad del pensamiento mismo”;19 en Inglaterra, un historiador del pensamiento econó¬mico ha hablado desdeñosamente de “un desfile pedantesco de erudición”, un deslizarse con pericia sobre hielo delgado, llegan- do a veces con sus sutilezas peligrosamente cerca de la sofisticación y de que “no existe en letra de imprenta un milagro parecido de confusión, tal supremo ejemplo de cómo no debe razonarse”.20 En forma distinta, más respetuoso que la mayor parte y también con mayor percepción, Joseph Schumpeter habla de “la totalidad de su visión”, la cual “afirma su derecho en cada detalle y es precisa¬mente la fuente de la fascinación intelectual que experimentan tanto los amigos como los enemigos que lo estudian”; y coloca a Marx en el rango de ser “el único gran epígono de Ricardo”.31 l* Véase pp. 176-177. 15 Principies, 7^ edición, Londres, 1916, p. 503. l* F. Y. Edgeworth, Papers relating to Poíitical Economy, Londres, 1925, t. ni, p. 275 (con motivo de la revisión crítica de la obra de Karl Marx, de Achüle Loria, y de Revival of Marxism, de J. S. Nicholson). 17 I. M. Keynes, General Theory of Employment, Interest and Money, Londres, 1936, p. 355. l“ "Wages and Interest: Marxian Economic Models", American Econo¬mic Review, t. LXIII, n*? 6, diciembre de 1957, p. 911. 19 Socialism, traducción de Kahane, Londres, 1936, p. 17. 5,0 Sir Alexander Gray, The Development of Economic Doctrine, Lon¬dres, 1931, pp. 300-302. 21 Schumpeter, History of Economic Analysis, pp. 384, 596. Véase también del mismo autor, Economic Doctrine and Method, Londres, 1954, p. 72: “El mismo se consideraba como continuador de Ricardo"; también en las pp. 119-122: “En la época en que apareció su primer volumen [de Marx] nadie en Alemania podía comparársele, ni por la fuerza de su pensamiento ni por su conocimiento teórico‟*. KARL MARX 161 Epígono de Ricardo en un sentido muy importante lo es; por esa razón algunas veces ha sido llamado —aunque con un sentido especial, casi hegeíianó, del aufhebung— “el último de los economis¬tas clásicos”.22 Lo que por cierto debe decirse es que desciende en línea recta de Ricardo, y que su comprensión e interpretación de la doctrina ricardiana ha sido corroborada sustancialmente, y más aún reforzada por el material nuevo incorporado en la edi¬ción de Piero Sraffa de Works and Correspondence de Ricardo, citado en profusión en el capítulo m. Schumpeter explica la refe¬rencia al “epígono de Ricardo” de esta manera: “Ricardo es el único economista a quien Marx trató como a un maestro ... Marx utilizó el aparato ricardiano: adoptó la disposición conceptual de Ricardo y los problemas de éste se le presentaron en las formas que Ricardo les había dado. No cabe duda de que transformó estas formas y llegó al fin a conclusiones totalmente diferen- tes. Pero siempre lo hizo partiendo de Ricardo y criticándolo: La crí¬tica a Ricardo fue su método en su labor puramente teórica”.23 Sin embargo, para obtener una perspectiva correcta con res¬pecto a su teoría económica, en especial en lo referente a sus ele¬mentos originales, ésta necesita verse dentro del marco de su concepto general del desarrollo histórico, respecto al cual Das Kapital fue diseñado como una aplicación especial. Es además necesario apreciar las raíces hegelianas de esta concepción para " La Escuela de Política Económica Clásica fue un término acuñado por el mísmú Marx para describir el sistema teórico construido por Adam Smith y Ricardo y sus contemporáneos inmediatos. Éste es el período “notable en Inglaterra por la actividad científica en el dominio de la econo¬mía política”, en que se dieron espléndidos torneos “y cuando permanece latente la lucha de clases‟*, o bien se manifiesta sólo en fenómenos aislados y esporádicos. (Prefacio del autor a la segunda edición de Das Kapital, t. r, 1872; traducción al inglés de Moore y Aveling, p. xxiii.) ** Schumpeter, History of Economic Analysis, p. 390. Es bastante evi¬dente que, si bien critica sus limitaciones y las supera, Marx tuvo por Ricardo una gran estimación: véase su referencia a Smith, quien en contraste con Ricardo, está lejos “de alcanzar un punto de vista teórico, uniforme y com¬prehensivo de los fundamentos generales, abstrac- tos, del sistema capitalista"; y se refiere luego al “gran significado histórico de Ricardo para la ciencia ... Con este servicio de la ciencia económica se relaciona en forma inmediata el hecho de que Ricardo descubra y proclame las contradicciones económicas entre las clases —como queda demostrado por las relaciones intrínsecas— y de ahí que se comprenda en sus raíces la lucha histórica y el proceso de desarrollo quede en descubierto en la ciencia económica”. Karl Marx, Theo- ries of Surplus Valué; a selection, traducido por G. A. Bonner y Emile Bums, Londres, 1951, pp. 129, 203, 204; Karl Marx, Theories of Surplus Valué, parte i, Moscú, sin fecha, p. 86; parte n, Moscú, 1968, p. 166. 162 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN que se adviertan las sombras más finas de su significación. Como es bien sabido, la dialéctica como patrón estructural del desarrollo comenzó con Hegel a partir del ser abstracto considerado mente o “espíritu”. Para Marx, per contra la dialéctica del desarrollo co¬menzó a partir de la naturaleza y del hombre formando inicial- mente parte integral de aquélla. Pero, aun como parte de la natu¬raleza y sujeto al determinismo de las leyes naturales, el hombre, como ser consciente tenía la capacidad distintiva de la lucha con y contra la naturaleza, de subordinarla y, en última instancia, de transformarla para sus propios fines. Éste era el papel distintivo de la actividad productiva del hombre, del trabajo humano, que lo diferenciaba de todas (o de casi todas) las demás criaturas animadas. Por esta razón, las diversas y sucesivas formas de la actividad productiva, y en especial las relaciones entre los seres humanos en la sociedad durante el transcurso de esta actividad, formaban el plan básico de la historia humana. Un rasgo fundamental de esta dialéctica del hombre versus la naturaleza, un sine qua non de sus aspectos progresivos, fue por cierto la invención y el uso de los instrumentos productivos que simultáneamente fueron incorporaciones durables de trabajo y ayudas productivas para el mismo, o sea, instrumentos “que el trabajador interpone entre él y el sujeto de su labor, y que sirven como mediadores de su actividad”;24 y son éstos los que hacen del trabajo productivo un proceso colectivo o social y constituyen la clave principal de la división del trabajo. “En la producción, los hombres no actúan sólo sobre la naturaleza, sino que también interactúan sobre sí mismos. Producen sólo porque cooperan de una cierta manera e intercambian mutuamente sus actividades". Y además, “Al actuar de esta manera sobre el mundo exterior, cam-biándolo, el hombre va cambiando su propia naturaleza”.25 De ahí la importancia de las fuerzas productivas para una compren¬sión de la historia humana, aunque sólo en estrecha conjunción con las relaciones sociales que los hombres contraen, en el curso de la producción asociada con estas fuerzas productivas. (Quie¬nes han visto en ello una interpretación simplemente tecnológica, han empobrecido y distorsionado el concepto.) Por lo tanto, la clave de la periodización, así como del movimiento de la histo¬ria humana reside en los modos sucesivos de producción, carac¬terizados con toda rigurosidad, no sólo por las formas técnicas, ** El capital, t. i, traducción de Moore y Aveling, p. 15S. Zi¡ Ibídp. 157. KARL MARX 163 la división del trabajo y del cambio, sino también por las di¬ferentes formas de. “relaciones sociales de producción” entre los seres sociales y las clases. Al ser aplicado a un sistema económico particular, era na¬tural que una concepción histórica de esta naturaleza enfocará el asunto desde el ángulo de las condiciones de producción, inclu¬yendo tales factores socio-económicos como los de la propiedad o ausencia de propiedad de los medios de producción y los efectos respectivos de estos factores sobre la situación y la conducta de los grupos o clases sociales. No sólo el orden fundamental de determinación —como de inmediato se indica—, sino también las fronteras de la materia se establecen de manera dife- rente y más amplia de lo que se acos¬tumbra concebir sobre la base de una teoría económica sustentada sobre las leyes de mercado (un estudio formal concebido a fortiori de “la adaptación de medios escasos para alcanzar fines determi¬nados*‟ según la frase muy citada de Lord Robbins, desde hace cuarenta años). Dicho enfoque sirve también para explicar el lugar asignado al trabajo como actividad humana productiva, razón por la cual Marx lo coloca en el mismo centro de la escena. Por cierto que con ello iba implícita una definición de la apropiación o ex¬plotación en el sentido de que aquellos que no han contribuido a la actividad productiva20 y están ausentes de cualquier participación personal en el proceso de la producción per se, se adueñan o re¬ciben parte de los frutos de la producción. Como tal, la explota¬ción no es ni algo metafísico ni simplemente un juicio ético (y mucho menos “sólo un ruido”) como algunas veces ha sido con¬siderada; 27 es una descripción fáctica de una relación socioeco¬nómica, tanto como lo es la adecuada caracterización que hace 26 No por cierto “lo productivo”, que en diversos contextos puede aplicarse a cualquier cosa cuya presencia o ausencia significa una diferencia con la cantidad producida; víde la afirmación de Marx que dice: “Sería erró¬neo afirmar que el trabajo que produce valores de uso sea la única fuente de la riqueza que éste produce, es decir, de la riqueza material”, Critique of Po- litical Economy, traducción de S. W. Ryazanskaia, Londres, 1971, p. 36. Inclusive L. Rogin en The Meaning and Validity of Economic Theory, Nueva York, 1956, p. 338, le atribuye a la teoría de Marx la premisa de que “el trabajo vivo es la única fuente del producto, o del valor agregado". Con referencia al uso del término “trabajo productivo” véase el capítulo 2, p. 60 n y 61 n. 87 Verbigracia, el profesor M. Blaug: “Marx se ve enredado en el pro¬blema puramente metafísico de determinar si el capital es estéril o produc¬tivo, si el interés o el beneficio constituye un pago por los servicios que presta o si es simplemente ingreso robado a los trabajadores”; y señala los 164 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Marc Bloch del feudalismo como un sistema en que los señores feudales “vivían del trabajo de otros hombres”. Si se considera a la historia como una sucesión de modos de producción, caracte¬rizada en los tiempos históricos y hasta la fecha por dicha apro¬piación, es natural que la investigación deba comenzar por pre¬guntarse cuáles fueron los medios e instrumentos — políticos, mili¬tares, legales, económicos— en virtud de los cuales ocurría tal apropiación. En consecuencia, era muy natural que Marx, enten¬diendo que existía una analogía en las condiciones del siglo xix con formas anteriores de sociedad de clases, comenzara por inves¬tigar en qué consistía tal apropiación bajo el capitalismo, y cómo era posible que existiera en una sociedad en la cual regían relacio¬nes contractuales libres para todas las cosas y la competencia en el mercado, de acuerdo con los economistas, aseguraba que el intercambio era siempre de equivalentes por equivalentes de acuerdo con los “valores naturales” de Smith. Y si el cambio era siempre, o en forma predominante, un intercambio de equivalentes, ¿de dónde podía surgir un excedente? Hay quien ha supuesto que la noción de explotación, y de ahí la de plusvalía, se deriva, de alguna manera, de la proposición de que las mercancías se intercambian de acuerdo con las canti¬dades de trabajo incorporado en las mismas; presumiblemente con ayuda de alguna doctrina del “derecho natural” semejante a la de Locke, con el fin de explicar que el trabajo otorga el derecho de propiedad sobre su propio producto. Para quienes sostienen este punto de vista, la ley del valor es una premisa y la plusvalía una consecuencia. Esto, o algo parecido, es cierto en los socialistas ricardianos, que comenzaron por la posición de que, o bien el trabajo da derecho al total del producto, o bien sólo el trabajo crea “valor” (ya sea en el sentido de valor de uso o de valor de cambio, sin que se aclare siempre si es el uno o el otro). Pero es precisamente por esto que Marx consideraba que las teorías, de los socialistas ricardianos, aun cuando sugestivas, eran inade¬cuadas; y cuando se le aplica a Marx esta concepción se comete un error. Para él, la analogía entre el capitalismo y las formas primitivas de la sociedad, '-en lo que se refiere a la apropiación de un excedente por quienes no' contribuían a la actividad productiva, era un dato histórico, es decir, una observación hecha a partir “argumentos emocionales respecto de la naturaleza de la plusvalía" en Marx. Economic Theory in Rétrospect, Nueva York, 1962, Londres, 1964, pp. 243, 247. KARL MARX 165 de la experiencia social. Lo. que él deseaba subrayar, al hablar de„ una forma específicamente capitalista de explotación, era esta ana¬logía con los casos donde la apropiación de un trabajo excedente o de un producto excedente éstabá directamente establecida en términos políticos o en virtud de una disposición legal o de una fuerza militar y reconocido como tal. El problema específicamente económico, consistía no en probar esto, sino en conciliario con la ley del valor; esto es, en explicar cómo podía ocurrir en el ámbito de la competencia y de la “mano invisible” de los economistas, donde todo se intercambiaba por su “valor natural”. En tono po¬pular, en su conferencia sobre Valué, Price and Profit, dice: “Para explicar la naturaleza general de los beneficios, se debe partir del teorema según el cual, en promedio, las mercancías se venden a sus valores reales y los beneficios se derivan de venderlas a sus valores... Si no puede explicarse el beneficio sobre la base de este supuesto, no se lo puede explicar de ninguna manera”.28 La teoría del valor que encontró en Ricardo era, para estos fines, evidentemente muy adecuada. Esta teoría coloca en primer término al trabajo, como actividad humana productiva y hace de ella la base de la explicación del valor de cambio. Resulta muy natural que comenzara por exponer esta teoría de la plusvalía en el volumen i bajo el supuesto, según el cual las cosas se inter¬cambian por sus valores (es decir, proporcionalmente al trabajo); y si hizo esto no fue sólo porque venía bien, sino también porque era una manera de demostrar el origen y la persistencia de la plus¬valía en el caso fuerte. Además, permitía que la aparición de la plusvalía, y también la medida de la misma, estuviera localizada con firmeza en los hechos y en las relaciones de producción (en contraste, por ejemplo, con los “intercambios desiguales” de Wi- lliam Thompson). Que estaba bien seguro de lo que hacía y de las limitaciones de este caso como una “primera aproximación”, lo demuestra la proposición que figura en el volumen i: “Si en la realidad los precios divergen de los valores, de- bemos, antes que nada, reducir los primeros a los últimos, o en otras palabras: tratar las diferencias como accidentales, a fin de que los fenómenos puedan ser observados en toda su pureza, y para que nuestras ob¬servaciones no se vean interferidas por circunstancias perturbado¬ras que nada tienen que ver con el proceso en cuestión”.88 Valué, Price and Profit, por Karl Marx, Eleanor Aveling (ed.), Lon¬dres, Í899, pp. 53-54. En bastardilla en el original. *# El capital, t. i, la traducción de Moore y Aveling, Londres, 1886, p. 144. Quizá otra forma de explicar el enfoque sería decir con Oskar Lange 166 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Pero sumada a su simplicidad y adecuación a los fines, existía una razón formal por la cual habría de concentrarse en los valores en términos de trabajo, y de aquí seguir muy de cerca las huellas de Ricardo. Esto es algo que casi todos los comentadores de Marx parecen haber omitido, por lo menos hasta hace muy poco. De lo que acaba de decirse debe quedar bien en claro que la naturaleza de su enfoque le exigía comenzar por la postulación de una deter¬minada tasa de explotación o de plusvalía (o dicho en términos de Ricardo una razón salario-beneficio, puesto que esto era previo a la formación de los valores de cambio o de precios y no de- rivado de ellos. En otras palabras, tenía que expresarse en términos de producción, antes de introducir la circulación o el cambio. ¿Cómo haría entonces para expresar la tasa de plusvalía como dato inicial? No hubiera sido satisfactorio hacerlo en términos que fueran ellos mismos relativos a los cambios en la razón misma. Po¬día haberlo sido, como hemos visto que lo hizo Ricardo en un prin¬cipio, en términos de una sola mercancía tal como el grano, convir¬tiéndola en una razón-producto que no fuera afectada por las varia¬ciones en los valores de cambio o de precios. O, si la noción ya ha¬bía sido inventada para entonces, en algo semejante a la mercancía promedio compuesta por Sraffa, de la cual hablaremos enseguida. Pero mucho mejor para sus fines inmediatos que una simple mer¬cancía (porque es más generalizada) fue su expresión en términos de trabajo; como por cierto lo había hecho Ricardo con su razón salariobeneficio, determinada al margen de la industria de bienes- salario. La tasa de explotación podía entonces ser expresada sin ambigüedades, como una razón entre dos cantidades de trabajo (promedio) que en forma simultánea revelara también la fuente de la plusvalía. Si las cosas se intercambiaban en proporción al tra¬bajo gastado, las variaciones en esta tasa no podían per se afectar los valores de cambio relativos, ni podían las variaciones de estos últimos influir sobre la razón de explota- ción, cuando se represen¬tara de este modo. La categoría valor (trabajo), o la “aproxi(en un temprano artículo) que “Marx desarrolló su teoría del valor para un einfache Warenprodukt" (producción simple de mercancía), y luego introdujo la “leve modificación ... no esencial desde su punto de vísta”, "Marxian Economics and Modera Economics”, Review of Economic Studies, t. u, 1934-5, p. 198. Debe hacerse notar que la “producción simple de mercancías” implica que los productores poseen sus propios medios de producción, de manera tal que mientras exista movilidad del trabajo juntamente con sus medios de producción entre las diferentes industrias, no existirá una “movilidad de capital”, por separado, en el sentido moderno. KARL MARX 167 mación” del volumen i, incorporaba así algo esencial que de otra- manera habría faltado.30 . Al escribir hoy día, dado que el análisis económico se ha convertido en algo casi exclusivamente-cuantitativo, quizá con¬venga 'añadir este comentario adicional, si es que no pone un énfasis superfluo sobre lo que ya está implícito. Si bien le preo¬cupaba a Marx, no menos que a Ricardo, exhibir la relación cuan¬titativa entre las condiciones de producción y los valores de cambio reales o precios (porque de otra manera hubiera faltado un enlace entre el análisis en términos de valor del volumen i y los fenó-menos reales de mercado) le preocupó del mismo modo demos¬trar el aspecto cualitativo o relacional de las cosas, en especial en lo referente a la distribución del ingreso. Estimaba que esto era crucial para comprender el carácter y el funcionamiento específi¬cos del tipo capitalista de sociedad de clases. Se refirió a este as¬pecto cualitativo como revelador de la “esencia oculta” y de la “forma interna” subyacente bajo los superficiales “disfraces exte¬riores” o “apariencias de mercado” de las cosas. Esto es lo que algunos han querido significar al decir que su teoría tenía que ser considerada como una “sociología económica” y no sólo como un análisis económico en el sentido más limitado y moderno del tér¬mino. Algo de esto expresó Oskar Lange al afirmar que “la supe¬rioridad de la economía marxista” reside en su “exacta especifi¬cación de los datos institucionales, cuando distingue al capitalismo del concepto de una economía de cambio en general”, permitiendo de esta manera “el establecimiento de una teoría de la evolución económica” ignorada por la teoría económica ordinaria.31 Por 30 Al punto de vista de que la Ley del Valor era una “primera aproxi¬mación" basada sobre supuestos simplificados, el profesor Samuelson ha repli- cado que “la ciencia moderna y la economía abundan en primeras aproximaciones simplíficadoras, pero que debe admitirse su inferioridad rá¬pidamente ante segundas aproximaciones, y abandonárselas cuando son cues¬tionadas”, The Collected Economic Papers of Paul A. Samuelson, t. i, Cambridge, Mass., 1966, J. E. Stiglitz (ed.), p. 343. Esta réplica tan ocu¬rrente puede tener algún fundamento si la “primera aproximación” no con¬tiene nada esencial, de tal modo que no pueda expresarse con la misma facilidad en otros términos. Pero deja de tenerlo cuando existe algo en la primera aproximación que falta en aproximaciones posteriores, o que no puede expresarse tan fácilmente en sus términos (por ejemplo, la primera aproximación puede ser un mecanismo para subrayar y poner de relieve algo que tenga mayor generalidad y menos particularidad). 31 Poíitical Economy, pp. 196, 201. Las palabras “economía de cam¬bio en general” constituyen una interpretación de einfache Warenprodukt a la cual se hace referencia en una nota al pie de página 166 y en forma más usual interpretada como “producción simple de mercancías”. 168 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN cierto que en esto puso el énfasis fundamental —y la contribución insigne— de su análisis a nivel de valor, en el volumen i. Realizar el análisis dentro de la categoría del valor involucraba ciertos su- puestos implícitos del mismo tipo de los que había hecho Ricardo al comienzo de su capítulo sobre el valor, pero abando¬nados prontamente por él. Estos supuestos consistían en una uni¬formidad, en aspectos específicos, de las condiciones de producción de las industrias constituyentes o ramas de producción. (Se podría hablar también de ignorar por el momento los efectos de la falta de uniformidad y concentrar la atención sobre la configuración global, o hacer referencia a una situación donde hubiera movilidad de la mano de obra entre las industrias, pero no hubiera todavía movilidad separada del capital en el sentido moderno.) Esta uni¬formidad puede expresarse en términos de razones trabajo-ca¬pital,32 o lo que Marx habría de llamar “la composición orgánica del capital”, o de otro modo (y diferente), diciendo que se su¬pone que todo el capital consiste en adelantos de salarios a lcís trabajadores, concedidos a todas las ramas de la producción por períodos similares.83 En términos modernos se podría decir que, puesto que Marx estaba en esta etapa interesado en el cuadro macroscópico —en el esquema general global de la distribución y el cambio— consideraba tanto legítimo como apropiado este, nivel de abstracción. Las minucias de las relaciones micros¬cópicas, con sus complicaciones adicionales, incluyendo las diver-gencias de los precios individuales a partir de los valores (que luego, a nivel microscópico, debió admi- tir que se convirtieron en importantes) revestían para él un interés secundario,34 y de ellas habría de ocuparse más tarde. Se contentó con tratarlas, como lo había hecho Ricardo, como modificaciones secundarias del prin¬cipio fundamental. Una vez establecido el problema, la respuesta de Marx a la cuestión de conciliar la plusvalía con la previdencia de la “ley del valor”, fue relativamente simple y hoy día es bastante familiar. Estableció una distinción, a la cual atribuyó importancia crucial, entre el trabajo y la fuerza de trabajo. En El capital definió a esta última como “energía transferida a un organismo humano por 3a Esto incluye los períodos de circulación del capital circulante y la durabilidad del capital fijo. “ En términos de la ecuación de Dmitriev, op. cit., esto equivale a la uniformidad de las /. 34 Si se admite, por supuesto, que ellas fueran de un tipo y magnitud que no invalidaran las generalizaciones alcanzadas a nivel macroscópico. insumo material incluido en el trabajo humano; y la posibilidad y dimensiones de la plusvalía de¬pendían de que el valor de la primera fuera menor que el valor “creado” como producto por el trabajo al que sostenía (susten¬taba). Hablaba de la diferencia entre las dos como de la diferencia entre “el tiempo de trabajo necesario” (el insumo) y el tiempo del trabajo total realmente gastado en la producción.39 Esta diferencia era análoga a la establecida por Ricardo entre “la producción y el consumo necesario para dicha producción”. Lo que estableció y mantuvo la diferencia —y aquí es donde entró el dato histórico o institucional decisivo— fue el hecho de que existiera un prole¬tariado desposeído de tierras y de otras formas de propiedad, y por lo tanto, en completa dependencia, pues para ganar su vida tenía que vender la fuerza de trabajo por un salario. (Quizá de¬biera añadirse que su existencia estaba condicionada, no mera¬mente a una fuerza de trabajo suficiente, sino a un excedente real de fuerza de trabajo superior a las cantidades compradas y em¬pleadas.) KARL MARX “Las condiciones históricas de su exis169 tencia” (las del, capital), escribe Marx, medio de materia, nutriente” y como “la de ninguna manera están dadas por la suma de aquellas capaci¬dades menta- mera circulación del dinero y las merles y físicas que existen en un ser hucancías. Sólo pueden surgir a la vida mana, y que éste pone en ejercicio, cuando el propietario de los medios de cuando produce un valor de uso de producción y de las subsistencias se cualquier clase”.38 La “materia nutrien- encuentra en el mercado con el trabate” necesaria para reemplazar la jador libre ener¬gía utilizada en el trabajo era el iS El capital, 1.1, Moore y Aveling (ed.), pp. 145, 198. También habló de la “creación de valor [como] transformación de la fuerza de trabajo en trabajo", Ibíd., p. 198. 39 Aquí cabría preguntar: Si se habla de insumos que crean más insu¬mos como producto de lo que se necesita para su propio reemplazo, y se los considera como fons et origo del producto excedente, ¿por qué no sería también éste el caso con referencia a otros insumos que no fueran trabajo? En cuyo caso ¿por qué habría de atribuírsele especial significación a una diferencia de este tipo en conexión con el trabajo? La respuesta (a poco que se reflexione) es que cuando se habla de una plusvalía como de una categoría de la distribución del ingreso, para llegar a dicho resultado es con¬dición necesaria atribuirle al trabajo en su carácter de insumo úna diferencia. El profesor M. Morishima, en Marx's Economics: A Dual Theory of Valué and Growth, Cambridge, 1973, ha expresado este tema de la manera si¬guiente: “La explotación de los trabajadores por los capitalistas es «na- con¬dición necesaria y suficiente para la existencia de un conjunto de precios no negativos y para que la tasa de salarios rinda beneficios positivos en cada industria‟*, y a esto lo llama el “Teorema Marxista Fundamentar. 170 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN que vende su fuerza de trabajo.” 37 En otras palabras, la fuerza de trabajo debía en sí misma convertirse en una mercancía suscep¬tible de ser adquirida en el mercado y, dadas las “reglas de juego” de la competencia, venderse por su valor.38 Lo que Marx denominó la “tasa de plusvalía” (la razón de la plusvalía con respecto al ade¬lanto del salario, o al precio de compra de la fuerza de trabajo) dependía, cuando se la consideraba a escala global, de la recíproca de la proporción de la fuerza de trabajo total requerida para pro¬ducir las subsistencias para esa fuerza de trabajo. Ésta era la rela¬ción de explotación crucial sobre la que se basaba la estructura de la distribución del ingreso (y en especial la distribución entre los propietarios y los no propietarios) y la estructura de los precios relativos. Repetimos que el resultado fue el de hacer de la distribu¬ción del ingreso un producto históricamente relativo respecto de un conjunto dado de condiciones históricas o institucionales. Con frecuencia estas ideas, lo mismo que la teoría de Ricardo, han sido rechazadas por depender de una teoría de salarios de subsistencia y, por lo tanto, de algo que ya no puede ser soste¬nido.39 Se pueden decir dos cosas con respecto a este punto. En primer lugar, como lo había hecho Ricardo, Marx aclaró que no estaba en su pensamiento el “valor de la fuerza de trabajo” en el sentido de la subsistencia puramente física, pues dentro, de la de¬finición práctica de lo que se estimaba como “necesario”, en cual¬quier época y lugar, entraba un “elemento histórico y moral”.40 ” Ibídp. 148. ‟* En la conferencia de nivel popular, reproducida con el nombre de Wage~Labour and Capital, Londres, 1933, pp. 26-27, hablaba él del “costo de producción de la fuerza de trabajo", y del “costo de la existencia y propagación del trabajador‟' como “el que fija el mínimo de los salarios”. 3" Por ejemplo, el profesor Kaldor. en su conferencia en Pekín en el año 1956, sostuvo que “el sistema marxista funciona... solamente en las primeras etapas del desarrollo capitalista", “Capitalist Evolution and Keyne- sian Economics", Essu\s on Economic Siabilitv and Growth, Londres, 1960, pp. 243258. 40 El caoital. t. i, traducción de Moore y Aveling, p. 150. A esto añade las palabras: “Para distinguir por contraste el caso de otras mercan¬cías”.^ “El número y extensión de sus necesidades denominadas primarias y también los modos de satisfacerlas, son en sí mismas el producto del desa¬rrollo histórico, y dependen por lo tanto en gran medida del grado de civilización de un país, en forma más particular de las condiciones bajo las cuales (y en consecuencia, de los hábitos y grado de comodidades en los cua¬les) se ha ido formando la clase de los trabajadores libres” (y cita a Torrens y a Thornton). Subraya el mismo punto en su conferencia de divulgación titulada Valué, Prices and Profit, Eleanor Aveling (ed.), Londres, 1899, páginas 85-88. KARL MARX 171 De lá misma manera, sobre la mano de obra entrenada o califi¬cada, decía: “La fuerza de trabajo de un tipo especial... una educación o entrenamiento especial son requisitos y esto, por su parte, cuesta un equivalente- dé .mayor o menor cantidad de mer¬cancías. La cantidad varía de acuerdo con el carácter más o menos complicado de la fuerza de trabajo. Los gastos de esta educa¬ción ... entran pro tanto dentro del valor total gastado en su pro¬ducción”.41 Por lo tanto, está bien claro que los elementos “con¬vencionalmente necesarios”,42 de Marshall, están incluidos aquí; y hasta podría muy bien usarse su término de teoría de salarios de “precio de oferta”, implícita en el caso, en vez de una teoría es¬tricta de la subsistencia. En segundo lugar, Marx inicialmente tenía claro en su pensamiento un mercado de trabajo “puro”, ca¬racterizado por la competencia perfecta y la contratación indivi¬dual. Sin embargo, admitía plenamente que el precio de la fuerza de trabajo podía elevarse por encima (o, en circunstancias espe¬ciales caer por debajo) de su valor, no solo de manera tempo¬raria sino también permanente, en la medida en que las con¬diciones de un mercado “puro” de la fuerza de trabajo fueran modificadas o perturbadas. En este contexto, se refirió a la con¬tratación colectiva realizada por los sindicatos como una influencia modificadora potencialmente importante, y afirmó que “cada com¬binación de empleados y desempleados” efectuada por los sindi¬catos era “perturbadora” de la “acción armoniosa” de la ley de la oferta y la demanda.43 En una situación de contratación colectiva, que había empezado a darse como característica de los países industriales avanzados en el transcurso del siglo, admitía la en¬trada de un elemento institucional, cuya influencia sería necesario incluir con el fin de postular la tasa de la plusvalía.44 41 El capital, t. i, pp. 150-151. .** A. Marshall, Principies of Economics, 1$ edición, Londres, 1916, p. 70, donde dice que hay cosas que “para obtenerlas el hombre y la mujer común sacrifican algunas cosas necesarias para la eficiencia". 4Í El capital, t. i. Traducción de Moore y Aveling, p. 655. Esta califi¬cación, que viene al final de la sección donde se elabora el tema del “empobrecimiento absoluto” parece haber sido pasada por alto por la mayor parte de los comentaristas. En su argumento contra el “ciudadano Weston", del cual ya hemos hecho una cita, sostiene que los obreros “deben asociarse y luchar por un alza de salarios y dentro de ciertos límites pueden tener éxito”. Valué, Prices and Profit, p. 12. ** Con fines formales se podría entonces estipular un cierto nivel de salario real (o una determinada proporción de la plusvalía que aumentara el salario en forma adicional ai “valor de la fuerza de trabajo”). Véase más adelante, en la p. 284, un artificio adoptado por Sraffa. 172 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Debe agregarse a esto que, en todo su pensamiento sobre la plusvalía ocupaba un papel principal el denominado “ejército in¬dustrial de reserva”. Mientras que la teoría de los salarios depen¬día de la ley de la población de Malthus — según el supuesto de una oferta de trabajo altamente elástica por razones malthusia- nas-—, Marx la repudió con fuerza y en lugar de basarse sobre ella demostró la existencia crónica, y la recreación periódica (por las innovaciones técnicas que ahorraban mano de obra, impulsadas por cualquier tendencia que elevara los salarios y menguara la plusvalía) de un ejército de reserva de mano de obra excedente. Ésta era “una ley de la población” peculiar al modo capitalista de producción.415 Esta ley desempeñaba una función crucial para que el sistema restringiera la tendencia a la elevación de los salarios frente al progreso de la acumulación del capital,48 y daba res¬puesta a la siguiente pregunta: si es que existe una diferen- cia entre el valor de la fuerza de trabajo y su producto, ¿por qué no desaparece esta diferencia en el largo plazo, dado el progreso y la expansión del propio sistema? Una situación en la cual desapare¬ciese el excedente de la mano de obra y prevaleciera el pleno em¬pleo, sería de extraordinaria inestabilidad para el modo capitalista de producción y en esa situación podría muy bien ser incapaz de sobrevivir.47 Después de haber enunciado su teoría de la plusvalía, sur¬gida de la diferencia entre el valor de la propia fuerza de trabajo cuando se vendía como una mercancía y el valor de su producto, Marx procedió a clasificar las formas en que aumentaba la tasa de la plusvalía, en dos grandes tipos. Uno de ellos, que mantuvo alguna importancia potencial por lo menos hasta la mitad del si¬glo xix, y que denominó incremento de la plusvalía absoluta, consistía en la prolongación de la jornada (o semana de trabajo) con lo cual aumentaba el “tiempo excedente de trabajo” de la fuerza de trabajo existente, en términos absolutos y también relati¬vos al “tiempo de trabajo necesario” (gastado en reemplazo del va¬ 48 El capital, t. i, p. 645. Se agrega allí que: “En realidad cada modo histórico de producción tiene sus leyes especiales de población, válidas histó¬ricamente sólo dentro de sus límites. Una ley abstracta de población existe sólo para las plantas y los animales, y solamente en la medida que el hombre no haya interferido en ellos”. 4S En razón de la acumulación del capital “el alza de salarios se ve confinada dentro de los límites que... dejan intactos los fundamentos del sistema capitalista, Ibíd., p. 634. 47 Excepto que se introduzca alguna forma de “Estado Corporativo” servil o cuanto menos un control legal de salarios. KARL MARX 173 lor de la fuerza de trabajo, o sea la nómina de salarios). El otro tipo, denominado incremento de la plusvalía relativa, consistía en la reducción del “tiempo de trabajo necesario” como una proporción del tiempo total de trabajo, principalmente, como consecuencia del incremento dé la productividad de la mano de obra en el sector de bienessalarios de la producción. Debe hacerse notar que sólo las mejoras de la productividad en el sector de bienessalarios tendrán este efecto, puesto que las mejoras en la productividad en otros sectores simplemente reducen en forma equivalente el valor de sus productos y dejan invariable el valor de la fuerza de trabajo misma.48 El que a diferencia de Ricardo, Marx no creyera en los rendimientos decrecientes como tendencia a largo plazo (en el sentido histórico) puede haber sido porque la agricultura consti¬tuía una porción muy grande del sector de bienes-salarios, y en su época estuviera relativamente poco sujeta a la marcha de los mé¬todos industriales modernos; todo lo cual influyó para que él diera poco peso a esta tendencia en ciertos contextos (por*ejemplo, la tasa decreciente del beneficio) donde podría haberse esperado que le hubiera dado más importancia. III En el volumen tercero, Marx llega a las calificaciones que pre¬sentan las diversas “composiciones del capital”, según sean las industrias lo que denomina también el período de rotación del capital variable).49 Trata esto introduciendo la categoría de “preVéase: “Por lo tanto, la tasa general de plusvalía está en última instancia afectada por el proceso total, sólo cuando el aumento de la produc¬tividad del trabajo se haya operado en aquellas ramas de la producción que se relacionen con los medios necesarios para la subsistencia, y hayan abara¬tado las mercancías que formen parte de la misma, y que por lo tanto sean elementos del valor de la fuerza de trabajo”, Ibíd., p. 308. ■“* Con anterioridad (en el t. 11, traducido por E. Untermann, editado por Kerr en Chicago en el año 1925, pp. 336 y ss.), Marx había hecho una distinción entre la “tasa simple de plusvalía” (la tasa que excede a los salarios gastados durante un ciclo simple de producción y la “tasa anual”, la cual era igual a la anterior multiplicada por el número de veces que se gastaba 174 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN cios de producción”, la cual difiere del análisis de los “valores” del volumen i debido a la necesidad de igualar las tasas de bene¬ficio sobre el capital —a la que apoda en forma humorística „„co¬munismo inconsciente del capitalismo”— y sin la cual el capital tendería a emigrar de las industrias de tasas bajas de beneficio a industrias de tasas altas, hasta que en virtud de la competencia, se alcanzara el requisito de igualdad engendrado por la misma. Se deduce que la tasa de valor excedente (la razón entre la plusvalía y la nómina de salarios) no es uniforme entre las industrias. Antes había introducido su propia distinción entre capital constante y capital variable, pasando por encima de la distinción tradicional entre fijo y circulante; siendo el capital variable el adelanto en forma de salarios para la compra directa de fuerza de trabajo y el constante lo que se invierta en insumos de mercancías, que sir¬vieran como insumos —materias primas, combustibles y partes componentes— o como instrumentos y estructuras durables que por lo general se clasifican como capital fijo. (La línea divisoria entre los dos tipos de capital dependerá de manera evidente del grado de integración vertical de la industria.) En tanto que p/v significaba la tasa de la plusvalía, la tasa del beneficio estaba dada por —-— donde v y c son respecti- vamente capital varia- (v + c) ble y capital constante.60 La razón c/v fue llamada composición orgánica. Marx definió los Precios de Producción como Precios de Costo (iguales al costo del salario más los elementos del ca¬pital constante que entran dentro del producto) r>1 más el porcen¬taje de beneficio promedio o normal del capital empleado.” De esto se deduce que —dada la tasa simple de plusvalía, o sea, la tasa de explotación de la cual hemos hablado— la tasa de el capital variable en la medida que rotaran los salarios en el curso de un año. La última, por supuesto, era relevante para la formación de la tasa anual del beneficio. Véase también el t. m, traducido por Untermann y edi¬tado por Kerr en 1909, páginas 87-91. 50 Véase: “La plusvalía medida por el capital variable se llama la tasa de plusvalía. La plusvalía medida por el capital total se denomina tasa de beneficio... La tasa de beneficio puede permanecer invariable y expre¬sar, sin embargo, diferentes tasas de plusvalía". El capital, t. ut traducción de Untermann, Kerr (ed.), Chicago, 1909, p. 55 61 En el caso de elementos durables era, por supuesto, sólo la parte “utilizada” o depreciada de estos bienes la que entraba dentro del precio de costo, M /feírf„ p. 186. KARL MARX 175 beneficio será más alta cuanto más corto sea el período de rota¬ción del capital variable y más baja cuanto más alta sea la razón del capital constante con respecto al capital variable, o “la com¬posición del capital”. Lo primero es; evidentemente, equivalente a ia “durabilidad del capital circuíante” de Ricardo y lo último, a sus “proporciones de capital” y “durabilidad de capital fijo”/® El resultado era que, allí donde la composición del capital estu¬viera por encima del promedio general (y/o la rotación del capi¬tal variable por debajo de él) la competencia en la forma de “mi¬gración” de capital sería la causa por la cual los precios de pro-ducción excederían a los valores, e inversamente en el caso opuesto. En tanto Ricardo había expresado el efecto de las distintas ^pro¬porciones y durabilidades del capital en términos del efecto aife- rencial de un alza de salarios sobre los precios, Marx lo expresaba en términos de divergencia de precios de producción a partir de los valores, en casos individuales.54 Es en este mismo contexto, y a continuación (en la parte ni del volumen ni) donde Marx da su propia respuesta al problema clásico de la denominada tendencia declinante de la tasa de bene¬ficio. Con respecto a esta respuesta se han acumulado muchas polémicas y una gran variedad de interpretaciones, en lo que se refiere al movimiento dinámico del sistema, a largo plazo, y a la interpretación de las crisis económicas periódicas. Si las diferen¬cias en la composición orgánica del capital de las industrias fue¬ran las causantes de la redistribución de la plusvalía entre ellas en proporción al capital, parecería razonable suponer que los cam-bios en esta composición, a través del tiempo, explicarían los cambios a largo plazo en la tasa de beneficio. En lugar de recu¬rrir, como Ricardo, a los rendimientos decrecientes, Marx los 53 En rigor de verdad, en la mayor parte de su exposición sobre los Precios de Producción, Marx ignoró los efectos de estos últimos utilizando un “modelo de capital circulante” y adoptó y simplificó el supuesto de que el capital constante rotaba una vez por año (un supuesto corriente entre los clásicos, como lo ha señalado Sraffa). Véase Ibíd., p. 183: “Suponemos por razones de simplicidad, que el capital constante se transfiere con uniformi¬dad hacia todos lados y totalmente hacia los productos de los capitales nombrados". Tres páginas más adelante (p. 186) recalca que al calcular los precios de producción debe calcularse la tasa de beneficio “sobre el capital total invertido (no simplemente consumido)”. ** El precio de producción “es, en realidad, la misma cosa que Adam Smith llama precio naturat, Ricardo precio de producción o costo de pro¬ducción, y los fisiócratas prix necessaire, debido a que a largo plazo es un prerrequisito de la oferta", ibíd., p. 233; (en bastardilla en el original). 176 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN sustituyó por el efecto del cambio técnico, que eleva la propor¬ción del capital constante con respecto al variable, en particular del capital fijo en relación con la mano de obra asalariada, con lo cual se reduce la tasa de beneficio que pueda rendir una tasa determinada de plusvalía. Inmediatamente registra un número de “causas neutralizantes”, que incluyen un “incremento en la “plus¬valía relativa” (como consecuencia de la mayor productividad en las industrias de bienes-salario) y que “abaratan los propios ele¬mentos del capital constante”. Aparte de esto, no hay vestigios de que el progreso de la técnica pudiera lograr lo que hoy día se de¬nominan invenciones “que ahorran capital” o las que “ahorran mano de obra” (en el siglo xix parecería que el prejuicio contra los adelantos técnicos se inclinaba en contra de estas últimas); tampoco hay ninguna proposición referente a la fuerza relativa anticipada de “la tendencia” y de “las contratendencias”.55 Parece probable que Marx, al igual que otros economistas de principios y mediados del siglo xix, suponía que éste era un rumbo actual para el cual se requería una explicación, y lo tratabá más bien como tal y no como un pronóstico dogmático para el futuro. Queda, pues, abierto el interrogante de saber si en su pensamiento le asignaba o no un lugar significativo como factor que contribuyera a causar crisis periódicas. Ya había dicho que, a veces, cuando la acumulación del capital sobrepasa la oferta de la fuerza de trabajo, reduciendo el ejército industrial de reserva a un nivel bajo (como tiende a ocurrir en un período de auge) la inversión tiende a detenerse hasta que se debilita la presión del alza de salarios sobre los beneficios; esto sugiere que él podría haber considerado a ésta como una razón suficiente, y también más plausible de la terminación de un período de expansión. Fue así como Marx “admitió” (como dicen sus críticos) en el volumen ni, que el intercambio, bajo el capitalismo, se hacía nor-malmente en base a los precios de producción, de lo cual se tomó Bóhm-Bawerk proclamándola como la “gran contradicción” en la que se hundía el sistema marxista.™ Con referencia al volumen 111, 144 Sólo se hace la afirmación un tanto vaga de que “el alza en la tasa de la plusvalía... no suspende la ley general. Pero es la causa de que esta ley se convierta más bien en una tendencia, es decir, una ley cuyo funcio¬namiento absoluto se frena, se retarda o se debilita por influencias contra* rrestantes". El capital, t. m, traducción de Untermann, Kerr (ed.), 1909, página 275. 59 Zitm Abschluss des Marxscheti System, 1896; traducción al inglés por Alicia M. Macdonald, bajo el título de Karl Marx and the Cióse of his System, Lon- naturaleza real del problema, en ningudres, 1896. na parte mejora estos ejemplos;38 es posible que ello se deba al carácter inKARL MARX concluso del manuscrito del volumen 177 m, que nunca pudo terminar, ni siquiedeclaró: “No veo aquí ninguna explica- ra corregir. Además parece mantener ción ni conciliación de una ; contradic- dos condiciones que son incompatibles, ción, sino la propia-contradicción en su salvo en circunstancias excep¬cionales, desnudez. El vo¬lumen iii de Marx con- esto es, que los precios totales serán tradice al primero. La teoría de la tasa iguales al total de los valores y también pro¬medio de beneficios y de los precios que el total del beneficio será igual al de producción no puede con¬cillarse total de la plusvalía.59 xon la teoría del valor. Creo que esta es 87 Ibíd., pp. 64, 128. la impresión que debe recibir todo pen- *“ Véase Marx, El capital, t. III, p. 194. sador lógico”. Y termina diciendo: “No “Ahora bien» el precio de producción de tengo ninguna duda. El sistema marxis- un determinado número de mercancías ta tiene un pasado y un presente, pero es su precio de costo para el comprano le espera ningún futuro”.57 Es bas- dor, y este precio puede incorporarse a tante cierto que Marx nunca demostró otras mercancías y convertirse en un satisfactoriamente cómo se relacionaelemento de sus precios ... Existe siemban o “de¬rivaban” estos precios de pre una posibilidad de error, si supoproducción a partir de los valores, y sin nemos que el precio de costo de las tal demostración no existía ningún fun- mercancías de cualquier esfera en pardamento lógico para de¬clarar que los ticular es igual al valor de los medios de primeros estaban determinados por las producción consumi¬dos por ella". condiciones de producción y por las re- Véase también Theorien über den laciones sociales de producción de tes Melhrwert, t. m, Kautsky (ed.), Berlín, que se había ocupado en el volumen i. 1923, pp. 220-221, 212. Del mismo modo, los ejemplos aritméti- 88 El capital, t. ni, pp. 185 y siguiencos que utiliza para demostrar la cone- tes. Diferentes autoridades han subraxión no son satisfactorios, puesto que yado la igualdad de las diferentes relala transformación en precios de prociones entre la situación del valor y la duc¬ción sólo se aplica a productos y del precio, estimando que son más no a insumos (de donde se de¬duce que esenciales a los fines de Marx. Por usa la misma tasa de beneficio que en ejemplo, el profesor Meek sugiere que lo la situación del valor). Aunque Marx que Marx deseaba subrayar era que demuestra que sabe que su propia so- “después de las transformaciones de lución es incompleta y apunta hacia la valores en precios, la tasa fun¬damental de la cual dependía el beneficio podía decirse que todavía estaba determinada de acuerdo con el análisis de! tomo i”, esto es, la razón entre el producto total y el total de los salarios, una igualdad que se cumple cuando 178 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN Las discusiones subsiguientes al “problema de la transforma¬ción” (como ha venido a llamárselo) han demostrado, sin em¬bargo, que la lúcida polémica de Bóhm-Bawerk era demasiado superficial como para entender la esencia del problema (que pa¬rece haber comprendido en forma imperfecta) y que los valores y los precios de producción no se encuentran necesariamente en contradicción aun cuando se los oponga. En otras palabras, los últimos son derivables de los primeros (o de las condiciones de producción, incluyendo los gastos en mano de obra, de los cuales los valores son la expresión, más la crucial tasa de explotación). Pero puesto que ambos insumos, incluyendo la fuerza de trabajo y los productos, tienen que ser transformados en términos de pre¬cios, y es muy probable que de allí saldrá afectada la tasa de be¬neficio,®0 estos precios tendrán que ser determinados todos en forma simultánea e interdependientemente, es decir, resolviendo un con¬junto de ecuaciones simultáneas. El primero en demostrar la po¬sibilidad de hacerlo, adaptando las ecuaciones de Dmitriev (a quien antes nos hemos referido) fue Bortkievicz. Este utilizó un mo¬delo de tres sectores; un sector de bienes salarios, otro con los elementos del capital constante y un tercero de bienes suntuarios susceptibles de ser consumidos en razón de la plusvalía. De acuerdo con el supuesto de condiciones estáticas, con una inversión neta igual a cero (la “reproducción simple” de Marx) se deduce que la oferta del producto de cada sector o departamento de industria debe igualar la demanda de la misma, surgida de la suma de in¬gresos relevantes generados en los tres departamentos (en sus cua¬dros, la suma de las columnas debe ser igual a la suma de las hileras relevantes; es decir, el precio total de los bienes-salarios, igual a la suma de los salarios pagados en el total de los tres sec¬tores). Una cosa curiosa en su solución, que ha dado origen a “la composición orgánica del capital en las industrias de bienes-salarios es igual al promedio social”. Meek, Economics and ¡deology and Other Essays, p. 154. Véase también A. Emmanuel, Unequal Exchange, traducción de Brian Pearce, Londres, 1972, pp. 390 y ss. Parecería, sin embargo, que la posi¬bilidad de cumplir con cualquiera de dichas condiciones particulares es de importancia secundaria a la de derivar las relaciones de precios en general de las relaciones de valor, o de la situación del valor. Dada la última, ¿im¬porta esencialmente la anterior? *° Las excepciones se encuentran donde, en la industria de bienes- salarios no existe capital constante y solamente existe el variable (por ejem¬plo el caso simple de Ricardo) y la tasa de beneficio en la situación del precio es igual a la tasa de plusvalía, y también el caso al cual se refiere el profesor Meek, expuesto en la nota anterior. KARL MARX 179 algunas discusiones, es que pone de manifiesto que la tasa de be¬neficio depende exclusivamente de las condiciones de producción (en particular la composición del capital, dada la tasa de la plus¬valía) en los sectores que producen respectivamente bienes de ca¬pital y bienes-salarios. Las circunstancias del tercer sector, que produce artículos suntuarios para el consumo capitalista, son irre¬levantes (“La tasa de beneficio, dada una cierta tasa de plusvalía, depende exclusivamente de la composición orgánica del capital en los Departamentos r y n”). Bortkiewicz procede a declarar que. “este resultado no puede sorprender, si se admite el punto de vista de la teoría del beneficio que ve el origen del mismo en la 'plus¬valía‟ ”,fll y presta apoyo a lo que llama, siguiendo a Adam Smith, una “teoría de la deducción” del beneficio. “Si es verdad, que el nivel de la tasa de beneficio no depende de ninguna manera de las condiciones de producción de aquellos bienes que no entran dentro de los salarios reales, entonces el origen del beneficio debe bus¬carse con toda claridad en la relación-salario y no en la capacidad del capital para aumentar la producción. Porque si esta capacidad fuera aquí relevante, sería entonces inexplicable que ciertas esferas de la producción llegaran a ser ir relevantes para el problema del nivel del beneficio.” B2 En realidad existe aquí un estrecho paralelismo con Ricardo, quien, como hemos visto, consideraba que el beneficio estaba de¬terminado exclusivamente por las condiciones de la industria de bienes-salarios (agricultura). Como Ricardo no tomaba en cuenta el capital fijo en cuanto se refería a la producción de bienes-sala¬rio, y consideraba que el capital estaba constituido con exclusivi¬dad por “adelantos de salarios” (el capital variable de Marx), en su tratamiento, la tasa de beneficio se derivaba sólo de las condi¬ciones del sector bienes-salario y en este caso era idéntica a la tasa de plusvalía. Pienso que es intuitivamente obvio que la demostración de Bortkievicz podría extenderse^ de tres sectores o industrias a cual¬quier número mayor de industrias. Después de su aporte, el Dr. Francis Seton ha logrado una prueba formal de que sí es exten41 Apéndice a Karl Marx and the Cióse of his System hy E. von Bóhm- Bawerk‟s Criticism of Marx by Rüdoíf Hilferding, Paul. M. Sweezy (ed.), Nueva York, 1949, p. 209. ** L. von Bortkievicz, “Valué and Price in the Marxian System”, Inter-national Economic Paperst n? 2, p. 33. En este caso los bienes suntuarios son aquellos a los que el señor Sraffa (como veremos más adelante) denomi¬na “no básicos”. 180 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN sible al caso de n industrias, llegando a la conclusión de que esto demuestra que la “superestructura lógica” de la teoría de Marx es “suficientemente sólida”.®3 Implícita en las ecuaciones de Sraffa también hay una demostración similar, según la cual los precios se derivan de las condiciones de producción (en forma de canti¬dades registradas de todos los insumos, incluyendo la fuerza de trabajo, requeridas para producir n productos) de la que hablare¬mos luego con más detalle.w La discusión de este problema, así como el de la estructura formal de la teoría de Marx, ha permanecido en términos gene¬rales, por cierto algo restringida y hasta oculta y entre sus discí¬pulos e intérpretes en su mayor parte ha provocado poco interés (y hasta cautela). Sus intérpretes han limitado la discusión prin¬cipalmente a lo que Marx ha dicho sobre el tema de las crisis eco¬nómicas y de allí han extendido dichas ideas a las relaciones in¬ternacionales, en sus aspectos de exportación de capitales e im— peria- lismo. Por esta razón debe mencionarse, por lo menos, el fundamento de dicha discusión, aunque quede fuera de nuestros términos de referencia (que yo mismo me he impuesto). Es hacia el final de su segundo volumen, antes de haber lle¬gado todavía al problema del precio y del valor, donde Marx de¬sarrolla su noción de los dos departamentos principales de la in¬dustria y su análisis de las relaciones estructurales entre ambos. Hsto ha atraído bastante la atención, con referencia a las causas de las crisis periódicas, como también la ha atraído más reciente¬mente en conexión con las relaciones estructurales del crecimiento económico (el modelo Feldman y otros semejantes). Este aná¬lisis comienza con el caso de la “reproducción simple” (inversión neta igual a cero), menos por su importancia intrínseca que como prolegómeno al estudio de la “reproducción ampliada”, donde una parte de la plusvalía se dedica al desenvolvimiento de uno, u otro, o ambos departamentos. En el primer caso, la condición de equili•® F. Seton, “The Transformation Problem”, Review of Economic Studies, t. xxiv, 1956-1957, pp. 149-160. (Al mismo tiempo, este escritor expresa su desacuerdo con la caracterización del beneficio como fruto de la explotación.) Por cierto que esta solución había sido anticipada por Kenneth May en “The Structure of Classical Valué Theories*‟, Review of Economic Studies, t. 17, n1? 42, 1949-1950, pp. 60-69, quien habla del problema de la transformación como “un asunto simplemente formal" y al mismo tiempo señala que “no es plausible de solución sólo en términos de agregados" (por ejemplo, el caso dé los tres sectores). #* Véanse las pp. 281-282. KARL MARX 181 brio que se establece es que el capital constante del Departamen¬to ii (productor de bienes de consumo) es igual al capital variable (o más bien al total de la nómina de salarios del período consi¬derado) más la plusvalía del' Departamento í (que produce me¬dios de producción o bienes de capital). La condición establecida para la reproducción ampliada es análoga, pero menos simple (por ejemplo, tiene que hacerse la distinción entre la parte jde la plusvalía que se consume y la que se invierte, en cada departa¬mento, y de lo que se invierte, debe distinguirse lo destinado a capital variable y lo destinado a capital constante).*5 Algunos (como por ejemplo Tugan-Baranowski), han tomado la proposi-ción de estas condiciones como una respuesta a los representantes del „„subconsumo” como Malthus o Rodbertus, y como ilustración de que no existe un obstáculo, insalvable por lo menos, para la acumulación continua del capital, y que si ocurren crisis ellas deben tener el carácter de un desarrollo “desproporcionado” de los dos sectores. Sin embargo, Marx pensó evidentemente, que un “equilibrio” como ése, aunque concebible, era poco probable, salvo debido a “un accidente” aB y señaló un número de razones que impedirían que llegara a lograrse tal equilibrio, o que causa¬rían su ruptura periódica. Hubo, no obstante, algunos de sus discípulos, como Rosa Luxemburg, que criticaron su tratamiento de este esquema, declarando que esto daba muy poco peso al pro¬blema de la “realización" de la plusvalía, en el sentido de su realización por venta en el mercado, y que esto representaba una amenaza crónica al proceso de la “reproducción ampliada” ante la ausencia del ímpetu externo ofrecido por nuevas salidas al merar‟ Véase, Marx, El capital, t. n, pp. 591 y ss.; también Oskar Lange, ¡ntroduction to Econometrics, 2? edición. Varsovía y Londres, 1962, pági¬nas 214-218, donde la condición que se establece como C2 + m2 = Vt + + nú + /ntT, en que los subíndices representan a los Departamentos I y II respectivamente, m representa la plusvalía consumida y mv y wr la plusvalía invertida en capital variable y en capital constante respectivamente. El pro¬fesor Lange subraya la conexión entre este esquema y el de Leontief y sugiere que “el análisis de Leontief... llegó con toda probabilidad a conce¬birse históricamente bajo la influencia de la teoría marxista de la repro¬ducción y la práctica de los balances materiales de la Unión Soviética". Ibíd., p. 218. (Una limitación menor de los ejemplos aritméticos de Marx es, tal como aparecen, qué ellos están expresados en términos de valor y no de precios.) Marx. El capital, t. n, p. 578. “Puesto que un equilibrio es un acci¬dente, bajo las crudas condiciones de esta producción, estas condiciones llegan a constituir abundantes causas de movimientos anormales que implican la posibilidad de crisis.*' 182 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN cado (que fueran expandiéndose continuamente).67 Lo curioso es que hay una sugestión, en algunos pasajes muy condensados hacia el fin del volumen n (tan condensados en realidad que tienen casi la forma de notas) que indicarían que Marx puede haber entre¬visto algo parecido). Sin embargo, lo que dice se refiere (quizá) a la reproducción ampliada a una tasa creciente y no a una tasa constante (aunque si la primera es imposible, uno puede pregun¬tarse cómo puede alguna vez comenzar, en primer lugar, la re¬producción ampliada). En tal caso, plantea el problema de cómo pueden disponer de su producto los capitalistas dé las industrias que producen bienes de consumo, quienes previamente encontra¬ron un mercado de bienes susceptibles de ser consumidos en razón de la plusvalía; y, si no pueden realizar su plusvalía en forma de dinero, ¿cómo podrán continuar el proceso de inversión? Si no pueden hacerlo, disminuirá, a su vez, la demanda de medios de producción (o por lo menos dejará de expandirse en la forma pre¬vista). La respuesta a la incógnita, que se reserva para el último parágrafo del volumen n (donde el manuscrito al parecer se in¬terrumpe) es que el incremento de la inversión sólo puede darse en tanto los bienes de consumo ahora redundantes se exporten a cambio de oro nuevo obtenido de los productores de oro.88 Parece claro que un excedente exportable financiado por la exportación de capital desempeñaría una función similar. Pero en ausencia de cualquiera de los dos tipos de excedente de exportación, parece¬ría que debía quedar en un impasse de los previstos por Rosa Luxemburg. En relación con esto, debe recordarse que Marx mismo re¬chazó decididamente la que luego, se conoció con el nombre de la “ley de Say” subrayando que el proceso de circulación de M-D-M (Mercancías-Dinero-Mercancías) —o más bien cuando hizo la sus¬titución por D-M-D‟, donde D‟ es mayor que D— no era un flujo automáticamente continuo, sino algo susceptible de ser contrarres¬tado por un atesoramiento de D, en lugar de reconvertirlo en M (esto es, un incremento temporario de la propensión al ahorro, o a la liquidez). De cualquier manera, en el párrafo siguiente queda .87 Véase a este respecto, la demostra- ción de Kalecki de que el creci¬miento equilibrado de Harrod tiende de continuo al colapso hacia el cre¬cimiento cero, al cual se hace referencia en las pp. 253-254 de este libro. En cuanto a sus comentarios sobre el debate TuganBaranowski versus Lu¬xemburg, véase M. Kalecki, Selected Essays on the Dynamics of the Capi- taíist Economy, 1933-1970, Cambridge, 1971, pp. 146155. •* El capital, t. ii, pp. 595-596, 610. KAKI, MARX 183 demostrado que no era ciego ante el aspecto de la “realización”: “Las condiciones de la explotación directa y aquellas de la reali¬zación de la plusvalía no son. idénticas. Están lógicamente separa¬das tanto en el tiempo como en el espacio. Las primeras se tikllan limitadas sólo por la fuerza productiva de la sociedad, las últimas por las relaciones de las diversas ramas de la producción y por el poder de consumo de la sociedad”. Y añade a esto que “por lo tanto el mercado debe ser extendido continuamente”.81* Como hemos dicho, los volúmenes 11 y m nunca fueron com-pletados, y mucho menos revisados y vueltos a escribir mientras Marx vivió, aun cuando habían sido bosquejados originariamente a mediados de la década de 1860 (es decir, antes de que se com¬pletara y publicara el volumen i). A su muerte, en 1883, existían sólo como bosquejos y notas sin terminar, a las cuales Engels con fidelidad unió y publicó, en forma de tomo n en 1885 y de tomo III en 1894. En su Prefacio al tomo u, Engels hablaba de este material diciendo que era “fragmentario” e incompleto, “sin pulimento en el lenguaje”, pero compuesto del modo como Marx acostumbraba hacer sus bosquejos, es decir, de estilo descuida¬do, pleno de expresiones y frases coloquiales, con frecuencia rudo y humorístico.. . Las frases eran volcadas tal como se desarrolla¬ban en el cerebro del autor ... En los finales de los capítulos solía haber algunas oraciones incoherentes, como hitos que indicaban deducciones incompletas. “Y finalmente —agrega Engels, para que se tenga en cuenta—, allí estaba la bien conocida letra, que Marx mismo algunas veces era incapaz de descifrar.” Hubo de existir también un cuarto volumen, compuesto por todas sus notas para una historia crítica del pensamiento econó¬mico.70 Pero Engels no vivió lo suficiente como para completar su edición. Fue Karl Kautsky quien las reunió bajo el título de Theorien über den Mehrwert en 1905. Aun cuando se publicó en una traducción francesa en ocho partes en 1924 y 1925, no fue traducida al inglés sino después de la primera mitad del siglo actual.71 El manuscrito de este trabajo pasó a manos del Instituto El capital, t. ni, pp. 286-287. 79 Consta de un manuscrito de más de 1.400 cuartillas, escritas entre agosto de 1861 y junio de 1863 <según Engels). 71 Algunas partes seleccionadas de la edición de Kautsky (principal¬mente sobre los fisiócratas, Adam Smith y Ricardo) apareció, sin embargo, en inglés bajo el título de Theories of Surplus Valué: Selections, traducidas por G. A. Bonner y Emile Bnrns, Londres, 1951. 184 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN M arx-Engels-Lenin, de Moscú, el cual consideró con actitud crí¬tica la edición y los arreglos de Kautsky y publicó su propia edi¬ción de la obra en el curso de los años cincuenta;78 está en preparación una traducción al inglés, de la cual han aparecido en el momento de escribirse el presente libro, dos de las tres partes que lo constituyen. 1a La primera parte, publicada por Dietz Verlag, de Berlín, llevaba lecha de 1956. La traducción al inglés está en curso de publicación en Londres, por Lawrence y Wishart. 7. LA REVOLUCION JEVON1ANA t Jevons completó esa reacción contra Ricardo de la cual hemos hablado antes, implícita en una revolución que lleva su nombre, y a la cual se lo asocia comúnmente;1 y aun cuando puede de¬cirse que Menger representó con más claridad y en forma más completa esta ruptura con la tradición clásica, Jevons fue al pa¬recer más consciente del papel que estaba desempeñando al poner al “tren de la ciencia económica” de nuevo sobre sus rieles, ya que Ricardo, lo había dirigido tan perversamente “hacia una vía equivocada”.* Es tentadora ia idea de considerar la aparición de su obra, sólo unos pocos años después de la publicación del pri¬mer volumen de Das Kapitat, como una respuesta al mismo, ten¬tación en la que tanto influyen las especulaciones que hoy día rea¬lizan los descendientes de Ricardo,tan estimuladas como lo habían 1 Stigler, sin acertar demasiado, lo llama “el precursor de la economía neoclásica", mientras que al mismo tiempo estima que la teoría de Menger es “muy superior a la de Jevons”, G. J. Stigler, Production and Distribution Theories, Nueva York, 1946, pp. 13 y 135. * Prefacio a la segunda edición (1879) de su Theory of Política! Econonty, Jevons es particularmente adverso a Mili, pero no sólo a su economía, sino a todas sus ideas sobre lógica. Keynes habla de la "violencia de la animadversión de Jevons hacia Mili, hasta llegar casi al punto de la mor¬bosidad”. Essays in Biography, New (ed.), Londres 1951, p. 291. 3 Véase John Maurice Clark: “Las teorías marginales de la distribución se desarrollaron después de Marx; su preocupación por las doctrinas del socialismo marxista es tan notable como para sugerir que el desafío del mar¬xismo actuó como un estímulo para la búsqueda de explicaciones más satisfactorias. Ellas minan las bases de la doctrina de la plusvalía marxista basando el valor sobre la utilidad en lugar de fundamentarlo sobre el costo del trabajo y ofrecen un sustituto para todas las formas de doctrinas de la explotación, marxistas y demás, que es la teoría según la cual todos Ion factores de la producción . . . reciben retribuciones basadas sobre sus contribuciones asignables al producto conjunto”, „Distribution* en Encyclopaedia of Social Sciences, 1931; reproducido en Readings in Income Distribution, Filadelfia, 1946, pp. 64-65. 186 TEORÍA DEL VALOR Y LA DI.SI KIBUCJON sido las innovaciones de la escuela de Sénior y Longfield, con respecto a las conclusiones más áridas de los “socialistas ricardia¬nos”. Pero no existe ninguna evidencia de que Jevons tuviera esto conscientemente en su pensamiento, ni siquiera que la obra de Marx le fuera conocida, ya que ésta se publicó en cierto modo en forma oscura en Hamburgo, lo cual hace en verdad muy poco probable que se hubiera cruzado en el camino de Jevons, cuyas ideas principales, de cualquier modo, se formaron diez años antes (probablemente durante su estadía en Australia) y tomaron forma en un ensayo dirigido a la British Association en 1862. Fue di- fe¬rente el caso de los austríacos, en especial en lo que se refiere a Wieser y a Bohm-Bawerk, quienes no sólo conocían muy bien la obra de Marx, sino también la implicancia social de la propaganda de Lassalle y en alguna medida hasta los obsesionaba su repercu¬sión potencial. Con frecuencia se ha hecho notar, y es por cierto sorprendente, la simultaneidad de las fechas de publicación de estas ideas novedosas y paralelas que habrían de dar un carácter y una dirección nuevos al pensamiento económico en el último cuarto de siglo. La Theory of Poíitical Economy de Jevons apa¬reció en 1871 y los Grundsatze de Cari Menger en el mismo año; de 1 874 4 son los Eléments de Walras. Las obras de Wieser y de Bohm-Bawerk pertenecen a la década siguiente, la de 1880. Sobre sus innovaciones en conjunto, el Profesor Shackle ha dicho: “Los 40 años siguientes a 1870 vieron la creación de una Gran Teoría o Gran Sistema de Economía, completo y autosuficiente en sen¬tido único, capaz, según sus propias palabras, de resolver todos los problemas que esas palabras permitían ... En su atractiva belleza y perfección, esta teoría ... parecía derivar de estas cua¬lidades estéticas su propio sello de autencidad y su influencia independiente sobre las inteligencias de los hombres”/‟ 4 Walras hablaba en el Prefacio de su cuarta edición (del año 1900) de “la teoría del cambio, basada sobre la pro- porcionalidad de los precios con respecto a la intensidad de ias últimas necesidades satisfechas" como “desa¬rrollada casi con simultaneidad por Jevons, por Menger y por mf\ Eléments, p. 44. Por supuesto que no se debe omitir la mención de H. H. Gossen, de fecha muy anterior, es decir, su obra de 1854, de la cual se dirá alguna cosa más adelante. Jevons, en el Prefacio de la segunda edición de su obra, habría de reconocer, en forma elegante que éste “se me anticipó comple¬ tamente en lo referente a los principios generales y al método de la teoría económica”. Segunda edición, Londres, 1879, p. xxxv; también Walras le rindió tributo en el artículo contenido en el Journal des Economistes en 1885. * G. L. S- Shackle. The Years of High Theory, Cambridge, 1967. pp. 4-5. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 187 Se puede decir, si se habla en términos generales, que este cambio en la estructura y perspectiva del análisis económico, tuvo dos aspectos fundamentales. En primer lugar, en lo referente a las influencias y determinantes causales, desvió el énfasis que se ponía en los costos en que se incurría en la producción, y por lo tanto arraigado en las circunstancias y en las condiciones de pro¬ducción, hacia la demanda y el consumo final, poniendo así el acento sobre la capacidad de lo que emergía de la línea de pro¬ducción para contribuir a la satisfacción de los deseos, urgencias y necesidades de los consumidores. De este cambio de énfasis se derivó un prejuicio individualista o atomístico del pensamiento económico moderno conducente a la preocupación por el análisis microeconómico de la conducta y la acción individuales en el mer¬cado y el enraizamiento de las generalizaciones económicas en esos mícrofenómenos. Es un hecho conocido que esto resultó intelec¬tualmente posible en razón del descubrimiento (vía aplicación del cálculo diferencial) de la noción de los incrementos marginales de utilidad — que en Jevons es el “grado final de utilidad”— con lo cual se superaron los obstáculos que otros, deseosos de afirmar la importancia de la teoría del valor de uso de Smith, habían en¬contrado cuando trataban de relacionar el valor de uso y el valor de cambio; Fue este abandono del costo y de la producción en favor de la demanda y de la utilidad del consumo, lo que ha cau¬sado la transformación, a ser descripta en términos de un cambio a una teoría subjetiva del valor. En un pasaje muy citado del comienzo de su obra, Jevons declaraba: “La continua reflexión y la investigación me han con¬ducido a la idea, algo novedosa, de que el valor depende por en¬tero de la utilidad. Las opiniones prevalecientes establecen que es en el trabajo, más que en la utilidad, donde se encuentra el ori¬gen del valor... Con frecuencia se encuentra que es el trabajo el que determina el valor, pero sólo de una manera indirecta, al hacer variar los grados de utilidad de una mercancía mediante un incremento en la oferta”.'* En el Prefacio explica: “En esta obra he intentado tratar a la economía como un cálculo del placer y del dolor y subraya una analogía “con la ciencia de la mecánica estática”. En su Prefacio a la segunda edición (de 1879) renueva su ataque contra Ricardo con una referencia a “los embrollados y absurdos supuestos de la escuela ricardiana”, añadiendo: “nues¬tros economistas ingleses han estado viviendo en un paraíso de 8 The Theory of Polkical Economy, Londres, 1871, p. 2. ] 88 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN tontos”. En el parágrafo final de la obra dice: “Romper con la monótona repetición de las cuestionables doctrinas vigentes es un servicio positivo, aun a riesgo de cometer un nuevo error”.7 Key¬nes habla de la Theory de Jevons como del “primer tratado que presenta en forma acabada la teoría del valor basada sobre eva¬luaciones subjetivas" y “el principio margina!”.8 En segundo lugar, y en forma consecuente, los que se pueden llamar los límites del tema, así como su estructura de eslabones y dependencias causales, fueron significativamente alterados, aun cuando lo hayan sido de tal modo que en su época despertaron poca atención o comentario. El sistema de variables económicas y su área de determinación fueron virtualmente identificados con el mercado, o con el conjunto de mercados interconectados que constituye la esfera del cambio. A primera vista esto puede no parecer importante, al menos en la medida en que la teoría eco¬nómica consiste en la teoría del valor, la cual a partir de la propia naturaleza de la materia parecería estar compuesta necesariamente de relaciones de cambio como si éstas formaran su trama y ur¬dimbre. Pero en ello hay algo implicado que afecta a la relación entre la distribución y el cambio, que es menos obvio y que tiene algunas consecuencias esenciales para la materia en su conjunto. En el sistema de determinación visualizado por Ricardo, y a fortiori y en forma más explícita como lo hacía Marx, había un sen¬tido crucial en el cual la distribución era anterior al cambio; es decir, que sólo se podía arribar a las relaciones de precio o a los valores de cambio después de haber sido postulado el principio que afectara a la distribución del producto total. Como hemos visto, los determinantes de la distribución estaban situados en las condiciones de producción (las condiciones de producción de los bienessalario en Ricardo y las “relaciones sociales de producción” de Marx, introducidas desde fuera del mercado, o como si lo fueran a partir de un fundamento histórico-social para el fenó¬meno del cambio). Per contra, la nueva orientación del análisis económico redujo el problema de la distribución a la formación de los precios de los insumos por un proceso de mercado, que en forma simultánea determinaba el sistema interconectado de pro¬ductos e insumos. Más aún la distribución (lo que de ella que, Ibíd., p. 267. segunda edición, 1879, p. 277. “ Essays in Biograpby, segunda edición, Londres, 1951, p. 284. Allí añade: “El primer texto moderno sobre economía ha demostrado ser de un singular atractivo para todas las mentes brillantes que de nuevo se están -ocupando del tema„\ I A REVOLUCIÓN JEVONIANA 189 daba como un departamento de indagación económica) no sólo estaba determinada desde dentro del mercado o del proceso de cambio, sino que lo estaba en la forma de precios derivados de bienes intermedios o factores productivos dados; es decir, que se consideraba que esta determinación provenía del mercado de pro¬ductos finales, y desde allí, en último término, de la estructura e intensidad de la demanda de los consumidores. Esto no fue desa¬rrollado en forma explícita por Jevons,9 quien sólo completó en forma efectiva la mitad de la “revolución” marginalista. No obs¬tante, se pone en evidencia, en particular en el tratamiento que da Menger a los bienes, clasificándolos en los de “primer orden” y de un “orden más alto” y en la derivación que hace de los precios de los últimos a partir de los primeros por el proceso de “imputación” (zurechnung); en otras palabras, en virtud de algún modo, de la productividad marginal de los bienes de producción en términos de bienes de consumo. Aun en el sistema walrasiano esta derivación fue por entero explícita. El mismo Walras la sub¬rayó cuando dijo: “Aunque es verdad que los servicios productivos se compran y se venden en sus propios mercados especiales, los precios de estos servicios, sin embargo, se determinan en el mer¬cado de productos”.10 Es cierto que esta apariencia de unidireccio- nalidad en la determinación se debe a que los austríacos (como también Walras en lo fundamental) simplificaban su problema al suponer que se comenzaba por tener ofertas dadas de factores productivos, cuyos servicios entraban en el proceso de cambio ante la perspectiva de un “precio de alquiler”. En verdad, ésta es la base de lo que habría de llegar a ser la elegante reducción del con¬cepto del costo a la borrosa y eventual noción de “costo de opor¬tunidad” (es decir, el costo del renunciamiento a oportunidades productivas en virtud de la creación de utilidades). Pero si se sua¬viza este supuesto de ofertas dadas de factores, la diferencia es¬triba sólo en sustituir, a la: manera de Marshall, una serie de “in¬véntanos de oferta de factores”, definidos en forma más bien vaga y concebidos de manera subjetiva, de un realismo e independencia cuestionables (esto último porque dependen de algún tipo de costos reales relativos a la distribución de “esfuerzos y sacrifi* T. W. Hutchison, A Review of Economic Doctrines. 1870-1929, Ox¬ford, 1953, p. 44. Como lo señala el profesor Hutchison, Jevons se quedó corto al aplicar su concepto marginal a los bienes de producción o a los factores. Véase también León Walras, Elements of Puré 'Economics, traduc¬ción de W. Jaffé, Londres, 1954. p. 45. ,u Ibíd., p. 422. 190 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION dos”).11 Se logra así la mutua determinación, por medio de un equilibrio de las condiciones marginales en la oferta de servicios o factores productivos, así como también por el lado de la de¬manda de los consumidores. Tal fue el fantasma del llamado ri¬cardianismo que quedó en el sistema de Marshall. Es curioso, sin embargo, que la distribución, a la cual Ri¬cardo le había asignado tal prominencia, aunque ahora estaba tan deteriorada, por no decir despojada, continuó reclamando, en forma vergonzante, una cierta prioridad aun en el nuevo esquema conceptual. Se ha desconocido bastante el hecho de que esto su¬cediera y tan es así que podría haberse pensado que este recla- mo había pasado inadvertido, aunque es difícil que no se hubiera no¬tado de alguna manera. Ésta fue su influencia prioritaria en cuanto a la conformación de la estructura de la demanda de los consumi¬dores, sirviendo como intermediaria entre la utilidad o satisfacción de las necesidades del consumidor individual y la expresión de esta mediación en el poder adquisitivo y en la demanda real del mercado. En consecuencia, como ya se mencionó en el capítulo t de este libro, alguna distribución preexistente del ingreso tenía que ser postulada con el fin de que esa distribución pudiera conside¬rarse determinada por un proceso de formación de precios dentro de la esfera de cambio del mercado. Por cierto que, una vez que se reconociera, esto estropeaba los elegantes bosquejos del cuadro conceptual, si bien no su consistencia interna, aunque podría quizá esgrimirse el argumento (discutible al menos) de que para los fines prácticos, la diferencia que significa admitir esta influencia de re¬tro alimentación no fue, hablando en términos generales, de ma¬yores consecuencias, salvo en algunos casos especiales. Por su parte, Wieser estaba bien seguro de esta intrusión de la distribución dada la forma en que la escuela austríaca derivaba el valor de cambio de la utilidad. En su Natural Valué escribió que: “El precio de un artículo nunca expresa por completo el valor de cambio que tiene para su poseedor. Éste depende, ade¬más, de la „ecuación personal‟ que tiene para él el dinero... La „ecuación personal‟ del dinero es indispensable en cada economía, con el fin de que podamos pesar recíprocamente los bienes esti¬mados de acuerdo con sus valores de cambio... Cada acto dis-tinto de intercambio depende de ello”. Y, además: “Un segundo elemento se mezcla en la formación del valor de cambio: el poder 11 El término “sacrificios" era una referencia al término “abstinencia‟* de Sénior, o a lo que Marshall, en forma más neutral denominó “espera'‟. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 191 adquisitivo. En cuanto a valor natural, los bienes se estiman sim-; plemente de acuerdo con su utilidad marginal; en cuanto a valor de cambio, de acuerdó con una combinación de la utilidad mar¬ginal y el poder adquisitivo, El valor de cambio, aun cuando se le considere perfecto, es, si así podemos llamarlo, una carica¬tura del valor natural, porque perturba su simetría económica, magnificando lo pequeño y reduciendo lo grande”.12 Pero no puede decirse que Wieser continuara con la lógica de esta proposición, y menos aun resolviendo la dificultad que la constituía. En ge¬neral, los colegas y epígonos no llegaron a captar su sentido.1* Una consecuencia importante del nuevo esquema conceptual fue que la línea que Mili había intentado trazar entre el carácter institucional y de relatividad histórica de la distribución, por una parte, y el carácter “natural” de las leyes de la producción, por la otra, volvió a esfumarse una vez más, aun cuando no desapare¬ció por completo. Se admitió que las diferencias o cambios insti¬tucionales podían modificar el patrón de la distribución del in¬greso entre personas (por ejemplo, al afectar la cantidad de pro¬piedad poseída por varios individuos); pero el esquema general de la distribución entre factores (que en sustancia significa la dis¬tribución entre el capital y el trabajo) no era susceptible de re¬cibir dicha influencia, dada la relación entre las ofertas relativas de factores y sus usos productivos, o su papel en la producción y por tanto sobre la demanda de los mismos. Por eso la teoría econó¬mica no pudo darle lugar a ninguna caracterización que tuviera relación con lo institucional como, digamos, el ingreso de la propiedad, o de la razón salario-beneficio; éstas eran categorías puramente económicas, en el sentido de ser dependientes de la naturaleza de la situación económica prevaleciente y del problema económico per se. Desde un punto de vista ideológico, sin duda fue éste el re¬sultado más importante del cambio de orientación, por el cuadro que ofrecía del sistema económico, de sus problemas e imperativos y por lo tanto para los juicios respecto a la exactitud o inexacti¬tud de los diagnósticos corrientes de los males sociales. Hemos F. von Wieser, Natural Valué, W. Smart (ed.), edición de 1956. pp. 49-50, 62. 11 El comentario de S¡r Hric Rol! es el siguiente: "Aunque analítica¬mente superior a similares intentos ... la doctrina de Wieser se apoya en el supuesto, común a todos ellos, según el cual es posible concebir un valor social subjetivo. Es claro que dicho concepto se contradice a sí mismo". A History of Economic Thoiight, Londres, 1938, p. 402. 192 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN hecho notar que el cambio estuvo asociado con el trazado de dis¬tintas fronteras limitantes del “sistema económico” tratado como un “sistema aislado”; de tal manera se consideraba que los pro¬blemas de la posesión de la propiedad o las relaciones y los con¬flictos de clase caían fuera del dominio de los economistas, sin afectar de manera directa, por lo menos en los aspectos funda¬mentales, los fenómenos y relaciones concernientes en forma apro¬piada al análisis económico, los cuales pertenecían en cambio a la zona del historiador económico o del sociólogo. Un problema tal cómo el del origen del excedente, del cual hablamos en el capí¬tulo anterior, no podía ni siquiera ser formulado dentro de los tér¬minos propuestos del análisis económico. Por cierto que no fueron formulados y sí desestimados como carentes de signifi- cación o como problemas que caían fuera de ios límites de la materia. Hubo otras consecuencias del cambio que estuvieron destina¬das a transformarse en tema de debate ideológico, pero que en términos generales fueron de importancia secundaria. Por ejemplo, la mención de Jevons a la mecánica estática —como vina semejanza apropiada para la metodología de la nueva economía— resultó ser profética, pues uno de los resultados de tomar en serio tal semejanza fue que el análisis económico llegó a preocuparse de las posiciones de equilibrio bajo condiciones de competencia; y en la medida en que éstas eran posiciones de equilibrio pierio, se dio virtualmente por supuesto el pleno empleo de todos los servi-cios productivos o factores de la producción.1* Por lo tanto, se descuidó la posibilidad de equilibrios múltiples (correspondientes a diversos niveles de empleo, entre otros) o casi se la ignoró (hasta 1930, por ejemplo). También se tendió a ignorar las considera¬ciones dinámicas, puesto que aun cuando el método de la mecá¬nica estática podía adaptarse al tratamiento de problemas de la denominada “estática comparativa”, no era adecuado para tratar la estabilidad o inestabilidad de la trayectoria del movimiento, y de allí las fluctuaciones o el cambio como un proceso.™ Otro resultado, sea o no lógicamente consecuente, fue que el cambio de enfoque en cuanto al análisis del equilibrio particular u Puesto que, si hubiera un excedente sin usar de cualquiera de los factores, la competencia reduciría su precio a cero, y si hubiera cualquier elasticidad en la demanda, el exceso sería absorbido. 15 Véase Sír John Hicks, Valué and Capital, Oxford, 1939* pp. 115 y ss., 302, ceta la duda final respecto de si "un estado estacionario... es concebible aun como caso especial”; también en su Capital and Growth, Oxford, 1965, pp. 15 y ss., dice: “los economistas están tan acostumbrados LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 193 condujo a la concentración sobre lo que ha venido a llamarse la “microeconomía”, que excluye o- descuida las concatenaciones más amplias de interdependencias y efectos, cruciales para la forma¬ción de mácrorrelaciones más amplias, .pero con frecuencia de¬masiado escondidas detrás de la cláusula del: ceteris paribus y olvidadas en el camino. (Ejemplos de esto fueron los ingeniosos artificios simplificadores de Marshall, quien supuso como constante la utilidad marginal del ingreso y estimó que algunos efectos más amplios de lo que estaba ocurriendo eran susceptibles de ser ig¬norados por considerarlos “de segundo orden o de cantidades pe¬queñas”; todo ello junto con el supuesto similar, según el cual del lado de la oferta, los precios de los factores estaban dados, lo cual permitió el uso de la noción de una oferta a largo plazo, o sea, de la curva del costo de una industria.) Sin duda que esto dio por resultado un serio empobrecimiento de la economía (como em¬pezó a llamarse en lugar de economía política) lo cual comenzó a ser cuestionado seriamente sólo en 1930 o aún más tarde con la obra de Keynes y el desplazamiento de la atención, después de la segunda guerra mundial, de la estática jevoniana a la teoría del crecimiento. Un subproducto de la nueva estructura y metodología, que habría de rendir corolarios de una sorprendente tendenz ideológica fue el hábito de optimizar. Esto se desarrolló como un producto dé la unión de la utilidad con la técnica de los incrementos y de¬crementos marginales, lo cual condujo directamente a la conside¬ración de los problemas externos. Por cierto que algunos han iden¬tificado virtualmente el cambio introducido por Jevons con la atención a las condiciones de “asignación” 18 (en forma simultánea el gasto de los consumidores entre productos finales y de los re¬cursos productivos entre los usos productivos via la elección y acción del empresario) donde la noción de maximización está implícita en la manera de formular el problema. No fue difícil llegar a la conclusión de que la supuesta conducta maximizante (de la utilidad por parte de los consumidores y del beneficio por los entrepreneurs) daba como resultado que, bajo condiciones de a este supuesto del equilibrio que se inclinan a darlo por sentado” aunque, “existen formas de mercado, no necesariamente irreales o de poca im¬portancia donde la simple existencia del equilibrio, aun en un solo mercado, es dudosa y quizá más que dudosa”. 18 Véase Hutchison, Economic Doctrines, pp. 42, 44, con sus referen¬cias a la “fórmula de maximización de la asignación”. 194 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN competencia en todos los mercados se maximizaba el valor (neto) producido. Por extensión, se tradujo esto en la proposición de que se maximizaba la suma social de las utilidades, la cual es una tra¬ducción ilícita, pues hemos visto que la relación entre los valores y las utilidades, por la consiguiente adición de estas últimas, está condicionada por la distribución del ingreso (un ejemplo, además de que la “prioridad” de la última se introduce a la fuerza). En un comienzo esto lo indicó Jevons al decir que “en la medida en que esto sea consistente con la desigualdad de la riqueza en cada comunidad, todas las mercancías se distribuyen a través del cambio para producir el máximo de beneficio” 1T. Quizá su enunciación más conocida a nivel social fue aquella de Walras según la cual “con la producción en un mercado regulado por la competencia.. . las consecuencias de la libre competencia... pueden sumarse pa¬ra lograr, dentro de ciertos límites, el máximo de utilidad”;18 segui¬da Juego por el modificado y contingente (pero de no menor influencia) optimum asociado al nombre de su sucesor, Pareto. Aunque en su época estuvo sujeto a la crítica de economistas de la talla de Marshall y Wicksell (este último desdeñó con brusque¬dad la proposición de Pareto afirmando: “La doctrina de Pareto no conduce a nada” l“, este corolario de optimización, al cual vol¬veremos cuando hablemos luego de la “Economía del Bienestar”, iba a ejercer una influencia muy poco común como justificación de un régime de competencia perfecta y dé libertad del mercado. Hemos dicho que el reducir la distribución a la formación de precios de los servicios o factores productivos dio como resul¬tado la exclusión de las circunstancias sociales de los oferentes (o de los grupos sociales vinculados a la oferta) de estos “servicios", hasta el punto de perder de vista la existencia misma de estos individuos. En el mejor de los casos eran visibles en el trasfondo, como entidades borrosas y fantasmales carentes de contenido so¬cial sustancial y aun de un perfil claro. El caso extremo se dio cuando se postularon ofertas determinadas de factores, y la distri-bución consistía simplemente en la formación del precio de n insumos de factores; (en cuyo caso ni siquiera se podría considerar una tasa uniforme del beneficio, puesto que la formación de dicha tasa implica cambios adecuados en las ofertas de bienes de capital 1 ‟ Jevons, Theory of PoÜticui Economy, edición de 1871, p. 134. *" Walras, Eléments of Pttre Economics, pp. 125, 255. 1 w K. Wicksell, Lectttres on Poíitical Economy, Londres, 1934, t. t. página 83. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 195 individuales). Aquí la ilusión de que la distribución se integraba' por completo dentro del procesó de cambio, llegó al máximo. El concepto de oferta de un factor variable, regulado por algún tipo de cuadro de precios de oferta, .vuelve a -introducir los patrones individúales detrás de las ofertas, por lo menos en la medida en que vincula sus acciones y motivaciones con los servicios de los factores. Pero en realidad el vínculo era espurio, diseñado de tal ma¬nera como para permitir en algún grado la atribución del valor de los servicios a los individuos. De tal modo, la “abstinencia”, o algo semejante, desempeñaba la función del vínculo (y si no se ligaba en forma explícita, por lo menos oscurecía la distinción) entre el efecto productivo de lo que se posee y su propietario legal. La for¬ma extrema de esto fue la interpretación que dio J. B. Clark a la productividad marginal: que cada factor, e implícitamente aquellos que son responsables de su oferta, recibían el equivalente de su “contribución” a la producción, esto es, decía Clark, que “la ley misma” “es universal y por lo tanto „natural‟ ”.20 Aun cuando la forma más cruda que le dio Clark fue desechada como insosteni¬ble,21 persistió todavía alguna influencia de la atribución (y aun más de la inevitabilidad) hasta en libros de texto de nivel superior, en la medida en que el factor y su oferente (o propietario) estaban vinculados por algún concepto, del tipo de la “abstinencia” o de la “espera”. Rara vez se pensó que fuera necesario indicar que la propiedad era el primer requisito para que hubiera oferta y que de este modo, una vez más, la distribución y sus determinantes socia¬les, como condición previa, entraban por la puerta trasera. A nivel puramente formal, no puede caber duda alguna de que el contexto y los métodos nuevos, con sus analogías matemá¬ticas, aunque no con formulación matemática, daban como resulta¬do el acrecentamiento de la precisión y del rigor del análisis. En este sentido —el sentido al que Schumpeter le da prominencia— 20 J. B. Clark, The Distribution of Wealth, Nueva York, 1899, p. 46. Véanse también pp. 7, 47, 323-4n., 325. 21 G. J. Stigler, Production and Distribution Theories, Nueva York, 1946, p. 297. “Introdujo ío que ha sido llamado una „ética ingenua^ de la productividad‟, ya que su teoría de la productividad marginal contenía una receta al mismo tiempo que un análisis... Clark era un blanco hecho a la medida para los ataques de un Veblen”. Por supuesto que Clark no era el único. Como lo ha señalado Ian Steedman, Jevons también hablaba de “las leyes naturales” que regulaban la distribución entre beneficios y salarios, de lo cual se deducía la inutilidad de los sindicatos y una armonía esencial entre el capital y el trabajo. “Jevon's Theory of Capital and Interest", The Manchester Schooí, marzo 1972, pp. 48-49. 196 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION puede decirse que el análisis económico per se experimentó un progreso. Las mordaces tijeras de la discusión económica se hicie¬ron más afiladas, aunque sería otra cuestión saber si fueron utiliza¬das para cortar más a fondo. Por lo menos en lo referente al fenómeno del mercado, la percepción se benefició, sin duda, y se refinó el conocimiento de la formación del precio y los movi¬mientos de precio del mercado (hasta incluir, más tarde, los de las situaciones de desequilibrio y de las fluctuaciones en torno al equi¬librio). A pesar de las falacias relacionadas con su uso, incluso la formulación de problemas de asignación en términos de problemas de extremos y de maximización, no careció de importancia ni es¬tuvo desprovista de aplicaciones fructíferas. En primer lugar, ins¬piró, y quizá generó, la técnica especial de la programación lineal, con su evidente relevancia para los problemas de la plani¬ficación. Decir esto no es aceptar el punto de vista de Schumpeter de que el progreso en el análisis “puro” fue el rasgo importante del cambio y que su carácter ideológico fue nada más que incidental. Lo cierto fue lo contrario. Además, estos logros formales tienen que ser contrapuestos al tendido de algunas pistas falsas y, con respecto a problemas más fundamentales, a un enfoque oscuran¬tista basado sobre apariencias superficiales y engañosas. Las polémicas contra la temprana tradición ricardiana, y aun más contra el sistema marxista al cual Ricardo fue acusado de abrir la puerta, no se limitaron al rechazo que formuló Jevons en términos generales (y contra el cual protestó Marshall por considerarlo demasiado irreverente e iconoclasta),22 No es necesa¬rio repetir la mayor parte de los argumentos utilizados, pues son harto familiares ya que han constituido el lugar común de libros de texto elementales durante muchas generaciones (se puede re¬cordar entre otros el tema según el cual si se ignora la influencia de la demanda, cualquier tipo de teoría del costo no es capaz de determinar el precio en condiciones donde los costos varían con la cantidad producida). Pero existe una acusación particular, que hemos mencionado en el capítulo 4, la que quizá merezca 82 Principies, App. I, p. 817. Marshall consideraba que Jevons “ha juzgado tanto a Ricardo como a Mili con dureza" debido a su “deseo de subrayar un aspecto del valor al cual éstos le habían dado una importancia insuficiente”. La proposición de Jevons de que “el valor depende solo de la utilidad‟*, según Marshall, “era no menos parcial y fragmentaria, y mucho más engañosa que aquella dentro de !a cual se deslizó Ricardo muchas veces con descuidada brevedad, cual es la dependencia del valor a partir del costo de producción." LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 197 repetirse aquí debido a su. obvia sofisticación y al hecho de que provino de personalidades de ía talla de Walras y Jevons. Esta acusación consistía en que Ricardo en su teoría había tratado de hacer <jue “una sola ecuación determinara dos incógnitas”, al suge¬rir que el precio está determinado por los salarios más los benefi¬cios (cuando se excluye la renta), mientras que al mismo tiem¬po trata al beneficio como él excedente o exceso de valor producido por encima de los salarios.28 Según hemos visto, esta crítica, aun¬que potencialmente válida contra la teoría de la “suma de los com¬ponentes” de Smith, responde a una evidente concepción errónea del pensamiento de Ricardo, como Dmitriev lo ha señalado. En el desarrollo de su respuesta, que ya hemos citado antes, Dmitriev escribió el pasaje siguiente (que transcribimos in extenso, puesto que todo este asunto ha sido malentendido durante largo tiempo): “Una sola ecuación no puede servir para determinar dos incógni¬tas. Por lo tanto parece obvio que estamos dentro de un círculo vicioso: para definir el valor se debe conocer el tamaño del beneficio; y el beneficio en sí mismo depende de la dimensión del valor. Parecería que no existe otra manera de seguir adelante que hacer que el tamaño del valor, o del beneficio, dependa de condiciones situadas fuera de la esfera de la producción; a un procedimiento semejante recurrió A. Smith... cuando colocó al beneficio bajo la dependencia de la oferta y la demanda de capital. Pero dicho procedimiento representa admitir la inconsistencia de la propia teoría de los gastos de producción. El mérito inmortal de Ricardo consiste precisamente en su brillante reso¬lución de este problema que parecía insoluble. "Continuó luego hasta demostrar que la originalidad de Ricardo consistió en ser él el primero en probar que, entre las ecuaciones de pro¬ducción existe una que ofrece la posibilidad de determinar a r (el bene¬ficio) directamente; es decir, sin recurrir a otras ecuaciones. Las condi¬ciones de producción de a (el bien-salario) al cual son reducibles en el análisis final los gastos en todos los productos, nos proporciona esta ecuación”.24 Este punto suscita un interrogante, que sin duda estará en el pensamiento de muchos, aun entre quienes se sientan inclinados a “* Véase Walras, Elements of Puré Economics, p. 425. Walras se refiere específicamente a “la teoría inglesa” y no a Ricardo por su nombre; pero su referencia a él es bastante evidente. Dice: “Está claro que los eco* nomistas ingleses se encuentran frustrados por completo ante; el. problema de la determinación del precio”. Jevons tiene una crítica idéntica para el intento “radicalmente falaz” de derivar dos cantidades desconocidas de una sola ecuación, y la referencia a Ricardo es más clara. Theory of Poíitical Econo¬my, p. 258. 24 W. K. Dmitriev, Essais économiques, París, 1968, pp. 46-47. 198 TEORIA DEL VALOR V LA DISTRIBUCIÓN aceptar lo que en forma de crítica se ha dicho de la ortodoxia jevo¬niana. Aun admitidas las grietas y deficiencias mencionadas an¬tes, ¿se deduce realmente que nada se dice ni puede decirse con respecto a la estructura de las relaciones de cambio, y que en medio de la sofisticación semimatemática del siglo pasado, a partir de Jevons, no existe proposición alguna que tenga consecuencias para el conocimiento económico? ¿Es seguro que no existirán al¬gunas proposiciones referentes a la interrelación de los precios dentro de la esfera del cambio, que tengan aplicación general a todos los tipos de socie- dades de cambio, aun cuando estas propo¬siciones no sean capaces de desempeñar el papel que de ellas se reclama para que den una teoría de la determinación de la distri¬bución del ingreso, y por tanto una teoría satisfactoria del valor y la distribución en'el sentido clásico? Dado un cierto esquema de raretés walrasianas, ¿no es acaso verdad que en algún sentido se torna “necesario” un cierto esquema de precios? Y si esto es así, que dicha “necesidad” ¿será suprainstitucional? Es obvio que la pregunta es pertinente y que no puede ser eludida por los críticos de la doctrina moderna. Si la respuesta se da en términos generales, parecería que debe basarse sobre una distinción entre diferentes categorías de proposiciones respecto de los fenómenos económicos. Cuando se habla dentro de lo que Marx podría haber llamado la categoría del "precio de mercado” (a la cual él mismo llega hacia la mitad de su tercer volumen), es verdad que se pueden hacer diversas proposiciones referentes a relaciones de oferta y demanda; y dado que su número es más bien limitado, así como su significación en una perspectiva más amplia, “macro”, no se deduce que ellas tengan menos importancia en ciertos con¬textos especializados. El problema está en que, con el fin de hacer dichas proposiciones, deben tomarse como dadas una cantidad de cosas (como —para tomar el caso extremo— en todas las proposi¬ciones respecto de situaciones “de corto plazo” o cuasi corto plazo de Marshall); es decir, datos que son variables dependientes en otro, y más profundo nivel de análisis. Es decir que para explicar menos, independientemente hay que postular más. Si es que se lo entiende en forma correcta, esto es equivalente (o análogo) a lo que el Profesor Hicks quiere decir con la expresión “equilibrio limita¬do”, al cual se llega restringiendo el número de alternativas que “se presentan”.85 Fundamentalmente es ésta la razón por la cual las proposiciones sobre la oferta y la demanda no pueden, ina 5 Capital and Growth, Oxford, 1965, pp. 25-26. contextos, a los cuales son aplicables las rela¬ciones de cambio determinadas por la demanda, es lo siguiente: se podría suponer que todos los insumos productivos fueran objetos naturales disponibles, en una fecha determinada, en cantidades establecidas por la naturaleza.28 Es obvio que algunas relaciones de cambio dentro del sistema reflejarían (y serían explicitables en tér¬minos de) mercancías diversas y estrictamente limitadas vis a vis la estructura del patrón de la demanda de productos finales produ¬cidos a partir de diferentes combinaciones de insumos. Pero en¬tonces, por supuesto, el proceso de producción como de ordinario se lo considera (excluyendo un LA REVOLUCIÓN JEVONIANA mundo automatizado en su tota¬lidad) 199 sería no-existente. Podrían entonces cluir (o llegar tan lejos como) una teoría modificarse las condi¬ciones supuestas, apropiada de la distribu¬ción; ni es ca- considerando a la mano de obra como paz este genus de teoría de determina- un insumo ción por medio de la demanda, de ofre- lo mismo que a los objetos naturales cer una respuesta consistente al tipo (por ejemplo, trabajo de recolección, clásico del prohlema del valor (por cuya adaptación de organización); y mantesola razón, es inapropiado, e incluso ner aun el mismo modo de relación en erróneo, el epíteto de “neo-clásica” que lo concerniente al intercambio de objese aplica a tal teo¬ría) . Por cierto que, tos na¬turales, y al cambio entre ellos y en lo que concierne a la distribución, los productos finales (consumi¬dos) : hemos dicho que alguna distribución los objetos naturales funcionarían como del ingreso ha de ser postulada, con el renten-guter, deman¬dando un precio fin de dar significado al “patrón de la proporcional al papel que desempeñademanda” y por tanto hacer alguna ran en el proceso de transformación en proposición general a nivel global del bienes finales y a la demanda rela¬tiva tipo oferta y demanda. de los productos en los cuales desemA título ilustrativo, diremos que lo que peñaran un papel princi¬pal. Se podría se quiere significar cuando se habla de por cierto afirmar que hay aquí una analogía con los problemas a los cuales se aplica la técnica de la programación lineal: esto es, el problema de la asignación de objetos naturales (escasos) entre los usos productivos y su combinación óptima en cada uso, un óptimo que se define en términos de una “función objetivo”, que por lo común se interpreta como alguna serie adecuadamente sopesada de bienes finales. Bajo esta apariencia po¬dría describírselo, en forma un tanto libre, como una técnica, más 2# Por ejemplo. las piedras meteóricas de Marshall. 200 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION bien que como una explicación teórica de la realidad. Aquí precisa¬mente la analogía con la programación lineal sirve para aclarar las ideas, debido a que, como bien se sabe, esta técnica de análisis puede aplicarse a ciertos problemas de una economía socialista, tanto a nivel particular como general; lo mismo que a una eco¬nomía capitalista, y en esta función debe referirse a aspectos o relaciones que son suprainstitucionales. Tal analogía puede tener, al menos, esta ventaja: que los bienes finales deben ser arbitraria¬mente postulados desde fuera del sistema, ya sea en la forma de algún plan de “output” (por ejemplo, Kantorovitch) o (si se basa sobre la demanda indicada por el mercado) en la postulación implícita de una determinada distribución del ingreso. Por el contrario, en la medida que se le asigne a la actividad humana un papel principal en el proceso productivo y los insumos reproducibles (producto del proceso productivo mismo) reempla¬cen a los objetos naturales escasos, la esencia del problema eco¬nómico se toma diferente; en primer lugar porque el problema de la existencia y origen de una plusvalía puede ahora ser formula¬do 27 en forma relevante y, en segundo lugar, debido a que la proporción de cualquier producto-valor dado que se le asigne a los salarios (costeados como tales), y la forma de distribuir el exce¬dente o la diferencia entre los dos, será una determinante crucial de la. estructura de precios resultante. Pero si se puede construir un modelo formal de determina¬ción en términos de relaciones de escasez (definiendo y midiendo la “escasez” con referencia al conjunto de los usos finales) y este modelo puede trasmitir alguna información en una situación de medios o insumos determinados por la naturaleza, ¿por qué no sería posible hacer lo mismo en situaciones análogas donde algún conjunto de n medios o insumos, aun sin depender de li¬mitaciones naturales, esté, no obstante determinado, en cuanto a su oferta, de alguna otra manera? Además ¿no pueden las relacio¬nes del precio de escasez derivadas de tal manera que sean apli¬cables no sólo a los productos sino a estos mismos medios o insumos? Por cierto que es muy posible; pero como hemos visto 27 La razón por la cual un problema semejante no tendría lugar en nuestro caso hipotético anterior es, por supuesto, que las „"rentas” o los precios de escasez, de los medios o insumos escasos por naturaleza se eleva¬rían hacia el nivel de precios de los productos, o, si alguno de estos insumos fuera capaz de lograr más de sí mismo como producto que lo que se requi¬riera como insumos, muy pronto dejarían de ser bienes escasos (limitados por la naturaleza). LA RbVOLUCIÓN JEVONIANA 201 cuando hablábamos de los. austríacos, bajo la condición restrictiva de que el conjunto de medios o insumos ya se ha establecido como datum. La restricción es müy limitativa, e impide considerar to¬das agüellas situaciones en las'cuales exista la probabilidad de que estas ofertas varíen (por ejemplo, que varíen por el “efecto retroali- mentador” de sus precios) y, por la limitación del análisis, éste no podrá pronunciarse con respecto a por qué y cómo ocurren estos cambios o en cuanto a sus efectos; por esta razón hablábamos de las situaciones a las cuales una teoría como ésta puede apli¬carse como de situaciones de cuasi-corto plazo. Es evidente que lo que puede esperarse de una teoría que esencialmente es una teoría de corto plazo, no son respuestas a los problemas “de largo pla¬zo” (por ejemplo, los concernientes a situaciones de equili- brio que involucran una tasa de beneficio uniforme) .28 Se busca escapar de esta limitación agrupando estos n medios o insumos dentro de grupos más amplios de factores, y relacionar los cambios en la ofer¬ta de los primeros a las situaciones de los últimos; este escape tiene sus propias dificultades especiales (consistentes en la nece¬sidad de postular como “factores” genéricos algunas entidades bas-tante extrañas, casi metafísicas) que hoy día se están tornando familiares y a las cuales nos habremos de referir luego. Se puede hacer notar, de paso, que en cualquiera de los dos últimos enfoques (y en forma más visible en el segundo) está implícito que la elección de las combinaciones particulares de insu¬mos, o de técnicas, depende (y varía con) la formación del pre¬cio de los factores o insumos, como derivada de las relaciones de precios resultante del sistema como un todo. Esto, a su vez, lleva implícita la noción de una “función de producción” o esquema de sustitución de factores, definitorio de todas las distintas combina¬ciones de factores o insumos capaces de redituar el mismo pro¬ducto (esta curva de sustitución es “objetiva” en el sentido de apoyarse únicamente en datos técnicos, en un estadio dado del co-nocimiento tecnológico). En esta noción de una “función de pro¬ducción” existen dificultades cruciales, como veremos en cuanto lle¬guemos a las discusiones de los años recientes. Si se abandona este en- foque, hay que postular en su lugar un conjunto de n procesos de producción posibles o métodos de producción para cada industria; pero aunque el que se elija en un momento da¬do dependerá de la razón salario-beneficio (y de la resultante esa* Véanse, sin embargo, más adelante las pp. 224- 227. paración de éste con el valor de cambio. Ello reveló que sólo era necesario tratar las diferencias, diferencias comparativamente peque¬ñas en la utilidad, como cantidades, en la medida en que fue¬sen comparables en términos de mayor o menor. Jevons decía que la comparación de dichas diferencias la realizaba la gente en sus acciones cotidianas y, en consecuencia, cada uno juzgaba la intensidad de sus sensaciones a partir de sus acciones. “Es a partir de los efectos cuantitativos de sus sensaciones que debemos estimar sus cantidades comparativas.” No se trataba de que fuera necesario comparar las utilidades totales. Jevons decía: “Rara vez, o nunca, podemos afirmar que un placer es múltiplo de otro en can¬tidad, pero el lector que critique cuidadosamente la teoría siguiente encontrará que con poca frecuencia involucra la comparación de cantidades de sensaciones que difieran mucho... Nunca intento estimar el total del placer logrado ai comprar una mercancía; la teoría expresa simplemente que, cuando un hombre ha comprado lo suficiente, deriva igual placer de la posesión de una pequeña cantidad más (del bien adquirido) o de la posesión del precio en dinero de la misma”.*” Esto lo había prologado antes con la afirJevons, Theory of Política! Economy, Londres, 1871, pp. 13-14, 20. 202 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION Iructura de precios de los productos utilizados como insumos), por razones que surgirán no existirá la obligación, como en el pri¬mer caso (donde los grupos de factores y sus ofertas relativas desempeñaban un papel crucial) de considerar estos procesos al¬ternativos como si estuvieran ordenados de una manera particular. II Antes de Jevons, la mayor parte de la gente parecería que había creído que el “valor de uso” de Adam Smith no podía ser cuantifi- cado. De aquí que, a pesar de la referencia de Bentham a los grados de intensidad del placer y del dolor, y a pesar de las insi¬nuaciones de Say y de otros que lo repitieron no hubo ningún intento sistemático de introducirlo como una determinante (como algo distinto a una condición) del valor de cambio. El elemento no¬vedoso en Jevons que inclinó la balanza a su favor fue evidente¬mente su singularización LA REVOLUCION JEVONIANA del “grado final de utilidad” y su equi203 mación de que “Me parece que nuestra ciencia debe ser matemá¬tica simplemente porque.trata de cantidades. Siempre que las cosas tratadas sean mayores o menores en magnitud, las leyes y las re¬laciones deben ser de naturaleza matemática”.30 En su tercer capítulo Jevons desarrolla con más detalles su teoría del valor. Abre este capítulo con la afirmación de que “el placer y la pena son sin duda alguna los objetivos últimos del cálcu¬lo de la economía” y continúa diciendo que “satisfacer nuestras necesidades al máximo, coa el mínimo esfuerzo... o en otras pa¬labras, lograr la máxima satisfacción y placer, es el problema de la economía”; define a la utilidad (citando a Say y a Bentham) como “la cualidad abstracta por la cual un objeto sirve a nuestros propósi¬tos y adquiere el rango de una mercancía”; más adelante afirma que “aunque la utilidad es una cualidad de las cosas, no les es inherente. Más adecuado sería describirla, quizá, como una circuns¬tancia de las cosas, que surge de sus relaciones con las necesidades del hombre”.*'11 Propone la ley de la utilidad decreciente (llamán¬dola Ley de la Variación de la Utilidad) en los siguientes térmi¬nos: “La utilidad no es proporcional a la mercancía”; distingue entre utilidad total y utilidad de un incremento adicional y diseña una curva de utilidad del tipo familiar. Se define al “grado de utilidad” como “el coeficiente diferencial de la utilidad conside-rado como una función de x (la cantidad de la mercancía en cuestión), y ella misma será otra función de x, siendo la que decrece a medida que aumenta la cantidad de una mercancía “hasta que se aproxima la satisfacción o saciedad” de nuestros apetitos.'™ Eri el capítulo siguiente (sobre el intercambio), propone que “la razón de cambio de dos mercancías cualesquiera será inversamente (proporcional) a los grados finales de utilidad de las cantidades de mercancía disponible para el consumo, después que se haya efectuado el intercambio”.s* Los capítulos v, vi y vil del libro tra¬tan sobre las teorías del trabajo, la renta y el capital. En la segunda edición presentó la curiosa reformulación de su -teoría en términos abreviados,3,1 sobre los cuales Marshall habría de hacer comentarios tan adversos: 30 ibíd., p. 4. 51 Ibíd., p. 44-45, 52. 3:í ¡ind.. pp. 53 y ss., 61. *3 ibíd., pp. 95-96. 34 Theory of Poíitical Economy, Londres. 1879, p. Í65. forma poco generosa (Keynes dice que la hizo “refunfuñando”), en la Academy en abril de 1872, comentó lo siguiente:35 “Ahora bien, si existiera realmente esta serie de causaciones, no existiría peligro alguno en omitir las etapas inter¬medias y decir que el costo de producción determina el valor. Por¬que si A es la causa de B, que es la causa de C, que es la causa de D; entonces A es la causa de D. Pero en realidad ninguna de dichas secuencias causales existe”. Al proponer luego su propio punto de vista de la “determinación mutua” del “precio de oferta, precio de demanda y cantidad producida” (que él considera su mayor ob¬jeción a la presentación de Jevons) termina por invertir el orden de la proposición de Jevons (diciendo que “puede hacerse una concatenación algo menos engañosa que la suya”) en esta forma: “La utilidad determina la cantidad que debe ser ofrecida, la cantidad que debe ser ofrecida determina el costo de producción, el costo de producción determina el valor, debido a que deter¬mina el precio de oferta que se requiere para que los productores se mantengan en 204 su trabajo”.38 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUPero esta cuestión del énfasis relativo, CIÓN por un lado, a las in¬fluencias sobre la “El costo de producción determina la oferta y por el otro sobre la demanda oferta, la oferta determina el grado final (en lo fundamental ambas son concebide utilidad, el grado final de utilidad das en forma subjetiva) fue en rea¬lidad determina el valor.” muy secundaria en relación con aqueSobre esto, Marshall, que había hecho llas otras características de la transla reseña crítica del libro de Jevons, en formación que hemos discutido previa- mente. Lo que Marshall está en realidad defendiendo contra Jevons es esa línea tradicional que parte de “los componentes del precio” de Smith, y llega hasta la teoría del valor natural de los gastos de producción de Mili; y no una interpretación apropiada de la teoría de Ricardo. Jevons fracasó en el desarrollo explícito de una teoría gene¬ral de la distribución en términos similares (es decir, de la determi¬nación por la utilidad), como ya lo hemos visto. Sin embargo, con respecto al trabajo afirma que “su valor debe estar determinado por el valor del producto y no el valor del producto por el del trabajo”, sin describir, empero, cómo se llega a esto. Aquí el problema, que él no encara en forma directa, es que si los factores aB Marshall, Principies, Apéndice I, p. 818. ” Ibíd., pp. 818-819. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 205 se demandan conjuntamente, en. el sentido de ser utilizados en proporciones fijas (y* proporciones que son uniformes en diversos usos) no existe la posibilidad de derivar los precios de los fac¬tores de. los precios de los productos. Dicha derivación depende de las proporciones en que se usen los factores variables (y varia¬bles en forma continua, a lo largo de la curva de sustitución o de la función de producción), o bien (como veremos al llegar a los austríacos) de las proporciones en que se combinen los factores, si son fijos en cada uso, y entre los usos, si no son uniformes. La excepción (de una importancia relativamente grande) a lo que hemos dicho de Jevons y la distribución, lo constituye el caso del capital; y es su teoría del capital la que ha suscitado un interés sólo menor al despertado por su análisis de la relación entre los incrementos de utilidad y el precio. Por cierto que aquí introduce Jevons lo que es esencialmente la noción de productivi¬dad marginal, tratando a ésta como determinante de la tasa de interés. La presenta asociada con su punto de vista especial sobre el fcapital, que consiste en el adelanto de la subsistencia a los trabajadores. Aquí se mantiene en la tradición clásica, y admite que “sobre este tema”, está “en fundamental acuerdo con Ri¬cardo”. Tal noción del capital como un “adelanto” implica una dimensión temporal, o sea, el período sobre el cual se hace el adelanto, o “período de la producción”, como esto ha venido a llamarse luego. “El capital, como lo trataré”, dice, “consiste sim¬plemente en el total de agüeUaa mercancías que se requieren pa¬ra mantener a los trabajadores de cualquier tipo o clase compro-metidos en el trabajo”. “Los medios corrientes de subsistencia constituyen el capital en su forma libre o no invertida. La función simple y más importante del capital es la de capacitar al tra¬bajador para que espere el resultado de cualquier trabajo de larga duración (es decir), para poner un intervalo entre el co¬mienzo y el final de una empresa... El capital nos permite, simplemente, adelantar el gasto en trabajo.”37 La posibilidad de prolongar “el intervalo promedio entre el momento en que se efectúa el trabajo y aquel en que alcanza su resultado o pro¬pósito final”, no sólo es tratada como una de las funciones del capital; Jevons lo considera como “el único uso del capital”.88 Tal prolongación (de la cual habla como de una “mejora”), in¬crementa la productividad. De allí se deduce que el capital tiene 37 Theory of Poíitical Economy, Londres. 1871, pp. 214 y ss. 88 ¡bíd.. pp. 217-220. y, en términos de “cantidad de inversión” 31* amDiagrama jevoniano de la cantidad de “inversión” (o “período de producción") bas serán iguales a cinco libras-año. Ilustra esto con el famoso triángulo donde el eje horizontal representa la duración, la línea vertical la cantidad invertida para cualquier fecha dada y el área to¬tal, la entidad total bidimensional, es decir “la cantidad de la in¬versión” para todo el período. Si 10 £. se invierten durante diez años consecutivos, entonces la cantidad invertida al final de la década será de 100 £, pero “la cantidad de la inversión” (to¬tal) será igual a 550 ¿£ (cifra que se aproxima a 500 £,) o sea, la mitad de la superficie total de T multiplicada por el trabajo inver-tido durante el período a medida que los intervalos entre sucesi¬vos actos de inversión se acortan; la inversión se convierte vir- tualmente en un proceso continuo. El interés sobre el capital, de acuerdo con esta teoría, es “la tasa de incremento del producto”, resultante de un incremento dado en este período de adelanto (o período de producción) ex¬presado como una razón con respecto al producto total; o, si desig- 206 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN dos dimensiones: trabajo y tiempo. En primer lugar, está la cantidad de trabajo invertido, es decir, un día de trabajo en una determinada fecha. En segundo lugar, está el espacio de tiem¬po durante el cual el trabajo invertido está “comprometido” o adelantado; por ejemplo, durante un año o varios años o sólo durante un mes. Al producto de estas dos dimensiones las de¬nomina “la cantidad de la inversión del capital”, por contraste con la “cantidad invertida” (de Ihítl., pr- 221 -228. capital). De ahí que una libra pueda estar invertida durante cinco años, o LA REVOLUCIÓN JEVONIANA cinco libras invertidas durante un año 207 namos Ft al producto de lina cantidad dada de trabajo adelantado, durante el tiempo t y suponemos que Ft se incrementa con el trans¬curso de t, tenemos que: áFt I di Fi Por esto es que “la tasa de interés varía en forma inversa al tiempo de la inversión”.40 Por supuesto, esto era equivalente a determinar la tasa de retribución al capital por la productividad marginal de la extensión del período de producción*41 Se recuerda también a Jevons, por supuesto, como a un vigo¬roso escritor de los problemas prácticos, tales como las fluctuacio¬nes del valor del oro, las “fluctuaciones comerciales”, la teoría de los números índices y sobre todo, el problema del carbón acerca del cual escribió un folleto de muy amplia difusión en el año 1865. En esa época, estos problemas atraían más la atención que la novedad de su teoría económica. Sostuvo también definidos puntos de vista respecto de la política del laissezfaire y el proble¬ma de los salarios (vide su obra State in Relation to Labour, de 1882). A diferencia de sus contemporáneos del continente euro¬peo, de quienes hablaremos enseguida, su influencia académica durante su vida fue escasa, y sus. ideas teóricas no se abrieron mucho paso. Se ignoró su primera enunciación de la nueva teo¬ría, contenida en un ensayo dirigido a la British Association, en 1862, y aunque se lo designó en una cátedra del Colegio de Owen, en Manchester, en 1866, se abstuvo de enseñar sus propias ideas durante la década que estuvo a cargo de ella; en cambio prefirió instruir a sus alumnos en las doctrinas tradicionales de Mili. Keynes habla de él como de “un profesor mal dispuesto y sin éxito”42. Cuando publicó su libro tuvo pocas reseñas críticas y *° Ibíd., pp. 237-238. Se notará que el incremento en la cantidad de la inversión es igual a dt. Ft, de tal manera que la expresión es equivalente al incremento del producto como una razón del incremento en la cantidad de la inversión. Sobre este aspecto, como explicación defendible del interés, véase más adelante, p. 221. 41 Es más bien una sorpresa que el profesor Stigler piense que “Jevons no se separa mucho de la teoría clásica. Su concepción del capital y de su retribución es básicamente la que se incorpora en la doctrina del fondo de salarios”; señala que la diferencia principal está en que “la doctrina clásica supone un período fijo de producción (un año)‟‟, Prodnction and Distribution Theories, p. 29. Aquí por “teoría clásica'* es evidente que quiere decir Ricardo, tal como lo interpreta Mili. 43 J. M. Keynes, Exsays in Biof>raphy, nueva edición de 1951, p. 307, 208 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN éstas fueron frías (incluyendo la de Marshall que ya hemos men¬cionado y otra hostil de Cairnes). Cuatro años después de acceder a la cátedra del Colegio de la Universidad de Londres (en 1876) renunció por enfermedad, y murió ahogado mientras se bañaba en el mar, unos dos años después, a la edad de 46 años. Schumpeter observa que dejó pocos o ningún alumno inmediato: “En Inglaterra nunca obtuvo lo que se merecía... nunca se reconoció su origi¬nalidad como debía”.41* El comentario de Keynes sobre Jevons (al corripararlo con Marshall) es digno de ser recordado: “Fue volun¬tad de Jevons desparramar sus ideas, golpear suavemente al mun¬do con ellas, lo cual le otorgó su gran posición personal y su capacidad sin par para estimular el pensamiento de ios demás. Cada una de las contribuciones de Jevons a la economía tuvo ca¬rácter panfletario”.44 III Cari Menger (un funcionario civil que fue designado, dos años más tarde, para una de las dos cátedras dé economía política de la Universidad de Viena) en el libro que publicó el mismo año en que apareció el de Jevons, produjo una teoría muy semejante, formulada en términos más generales y sin usar las matemáticas de Jevons (a las que el profesor Stigler ha llamado su “repelente formulación matemática”) 4R. A semejanza de Jevons expuso una teoría subjetiva del valor, empezando por los consumidores, con los 43 Schumpeter, History of Economic Analysis, p. 826. También él habla de Jevons como “sin duda alguna uno de los economistas más genuína- mente originales", aunque “su desempeño no estuvo a Ja-altura de su visión”. El profesor Lionel Robbins hizo sobre Jevons esta apreciación: “Después de su muerte ha sido universalmente reconocido como una de las figuras más destacadas en la historia del pensamiento económico"; y añade que: k,No formó ninguna escuela. No creó ningún sistema”. “The place of Jevons in the History of Economic Thoughí ', Manchester School, t. vn, n° I, 1936, p. 1. ** Essays in Biography, Londres, 1933, p. 211, nueva edición, 1951, página 174. 46 Stigler, Prodnction and Distribution Theories, p. 135. a la producción, está presente (o ausente). El apoyo de dicha imputación es el llamado principio de la pérdida; por ejem¬plo, el valor que para un campesino tiene un caballo, es aquel del cual se ve privado si no lo tiene. Esta noción, según puede verse, es en sustancia la de la productividad marginal, aunque sin utilizar el término como tal y sin entrar en los refinamientos casi ma¬temáticos con los que llegó a asociársela. Sin embargo, Menger tuvo cuidado dé distinguir entre los casos de proporciones fijas y variables de los insumos o factores en la producción. Para el pri¬mer caso (el de las proporciones fijas) enunció el principio de que el valor de un insumo o factor sustraído sería igual a la pérdi¬da total resultante en el producto minus el producto que resultara del uso de ios insumos o factores complementarios en los em¬pleos LA REVOLUCIÓN JEVONIANA alternativos. En el segundo caso (el de 209 las proporciones variables) este valor bienes de consumo (“los bienes de pri- era igual a la diferencia que se advertía mer orden*‟), cuyo valor se deriva de su en el producto, si se prescindía de una capacidad de-satisfacer las necesidades unidad del insumo o factor, después humanas. Como hemos visto, deriva que lo que quedara del mismo y de los luego el valor de los bienes de los prodemás factores hu¬biera sido arreglado ductores (“bienes de un orden, supey combinado en forma adecuada, para rior”) -de la contribución que éstos- ha- obtener mayores ventajas. Dicha solucen, a la producción de bienes 'que ción, como veremos dentro de un moabastecen directa¬mente a las necesimento, dejaba abierto un número de dades humanas; esta derivación está interrogantes y hasta pue¬de decirse, dada por un proceso que ha venido a que tal como se la presentó, encerraba ser conocido con el nombre de una contradicción. “impu¬tación” (zurechnung) a cada in- Si volvemos a la consideración de los sumo de la diferencia que con respecto “bienes de primer or¬den”, Menger sub- rayaba que las necesidades se aproximan al punto de la saciedad a medida que aumenta la disponibilidad de un bien y decía que un consumidor lleva al máximo su satisfacción cuando distribuye su ingreso de tal manera que la necesidad que se satisface en el margen se iguala en todas direcciones. (“Las más importantes de todas aquellas necesidades concretas que no se satisfacen tienen la misma significación para todos los tipos de ne¬cesidades, y en consecuencia todas las necesidades concretas se satisfacen en un nivel de igual importancia”.) El sentido general de esta proposición es, por supuesto, bastante claro. Pero no está en manera alguna enunciado con precisión, puesto que no aclara en términos de cuál unidad se miden e igualan las necesidades que 210 TEORÍA DEL VALOR Y LA l>lb l KIBUl'lriN se satisfacen (o se dejan sin satisfacer). La proposición será sen¬sata o insensata —y en forma manifiesta la diferencia dependerá de ello— si se supone que la igualación tiene lugar en términos de unidades físicas de cada mercancía (bushels de grano, yardas de telas o botellas de whisky) o en términos de unidades de in¬greso monetario gastado en estas diversas mercancías. La última interpretación se torna entonces equivalente a hablar no de igua¬lar la satisfacción de la necesidad o de la utilidad marginal de las mercancías, sino de hacer su utilidad marginal proporcional a sus precios (en términos de alguna unidad física de cada mercan¬cía). La clarificación es importante, no por pedantería, sino que es relevante con respecto al problema de si puede' o no extenderse o agregarse una proposición de este tipo y aplicarla a un grupo, partiendo de individuos separados. Si los ingresos monetarios son desiguales (de manera tal que las utilidades marginales de los ingre¬sos monetarios de esos individuos son desiguales) cualquier in¬tento de extenderla es una falacia completa, aunque la falacia esté lejos de serlo por ignorancia.Nos encontramos, aún más. que cuando esta proposición se extiende más allá de los individuos a un grupo sólo tiene una significación no ambigua después de haberse convenido en hacer algún supuesto respecto de la distri¬bución del ingreso. Quizá deba explicarse que un rasgo del enfoque de Menger, y de toda su escuela, fue que con referencia a las necesidades, así como a los bienes “de un orden más alto" utilizados como insumos en la producción, se subrayaba el hecho de la complementaridad. y también el hecho de que debía tratarse con unidades finitas (Teilquaniitat) y no con cantidades infinitesimales (énfasis que iba asociado con su antipatía por la teoría u materna tizan te” a la manera de Jevons y Walras). La significación de esto queda en evidencia por la manera particular en que ellos interpretan d “valor imputado” o la productividad marginal. Menger (que habría de vivir hasta después de la primera guerra mundial) ha sido llamado el padre de la escuela austríaca, puesto que austríacos fueron los dos representantes mejor cono¬cidos de esta escuela, sus discípulos directos Wieser y Bohm-Ba¬werk, quienes desarrollaron su teoría, en especial desde el punto de vista de ia “imputación” como una teoría de la distribución y de la teoría del capital. Menger tuvo por supuesto mucho más éxito que Jevons en lo que atañe a reconocimiento e influencia mientras ** Véanse más adelante, las pp. 265266. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 211 vivió; aunque puede dudarse de que lo hubiera tenido —en espe-: cial contra la oposición latente de la poderosa escuela histórica alemana, con la cual mantuvo luego largas polémicas— de no haber sido por la ayuda y la actividad literaria de sus dos principa¬les discípulos,'quienes lograron atraer la atención con sus propios trabajos realizados en el transcurso de la década siguiente, sobre las doctrinas de Menger. Pero antes de tratar sus contribuciones (en algunos sentidos más interesantes que las de su maestro) es importante que digamos una palabra sobre un precursor alemán, de cuya existencia, aparentemente, ni Jevons ni Menger tenían no¬ticias cuando escribieron sus respectivas obras en 1871, pero a quien Jevons, como hemos visto, iba a reconocer cuando publicó la segunda edición de su libro. Ya en el año 1854, Hermana Hcinrich Gossen había publicado una obra con el título de “Desa¬rrollo de las leyes de la acción humana y de los consecuentes principios deí comercio humano” (Entwickhmg der Gesetze des mensciilichen Verkchrs und der daraus jlíessenden Regeln {ür chliches Handeln) en la cual presentaba una teoría semimate- mática del placer y del dolor, con la noción de la saciedad de las necesidades o de la utilidad decreciente (su “primera ley”) y el prin¬cipio de que en el momento en que se quiera obtener el máximo placer, esto se logrará igualando los incrementos finales de todos ios placeres (o en forma más correcta, como hemos visto, los in¬crementos finales del ingreso monetario gastado en adquirir diver¬sos disfrutes). Por analogía se extendió este principio a los bie¬nes utilizados en la producción (a los cuales llamaba Gossen “bienes de tercera clase”) y al trabajo; y puesto que el trabajo involucraba desutilidad el equilibrio en la producción involucraba una compensación de la desutilidad del trabajo adicional contra el placer adicional resultante del fruto de ese trabajo. El valor depen¬de por entero de las relaciones entre el objeto y el sujeto.47 No obstante, Gossen trataba a la utilidad como si tuviera una relación lineal con la cantidad, de tal forma que las curvas de demanda en sus diagramas son todas líneas rectas. Lo que es nota¬ble, aunque no del todo sorprendente, es que la obra de Gossen haya permanecido casi ignorada y sin ejercer ninguna influencia, hasta 1879 en que fue públicamente reconocida por Jevons. Fue Friedrich von Wieser quien, además de tratar de desa¬rrollar una teoría del valor de cambio a partir de una teoría de 47 Sobre Gossen. véase Erich Rol!, History of Economic Thought. Londres, 1938. pp. 371-373. 212 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN los precios (o del “valor natural”) surgida en el contexto del inter¬cambio individual o del trueque entre partes o grupos negociantes, buscó desarrollar el principio de la pérdida de Menger con más rigor y como una teoría general (en realidad la palabra zurechnung es suya); Bohm-Bawerk, por su parte, es conocido por su teoría del capital y del interés, en la cual sigue los lincamientos de Je¬vons. Esta última teoría estuvo diseñada expresamente para con¬testar a la teoría de la plusvalía de Marx. En la mayor parte de los representantes de la escuela austríaca existía, por cierto, la preo¬cupación de criticar las doctrinas socialistas (como también ocu¬rrió con Pareto, de quien enseguida hablaremos); y Wieser de¬sarrolló la teoría de la imputación como una respuesta al reclamo socialista (derivado, según pensaba él, de la teoría del valor tra¬bajo) de que el ingreso en razón de la propiedad representaba la “explotación” de la mano de obra. Junto con Pareto podría muy bien llamárselos los apologistas conscientes del sistema exis¬tente y por cierto que Schumpeter bautizó a Bohm-Bawerk con el apodo de “el Marx de la burguesía” Las dos obras más conocidas de Wieser se publicaron en la década de 1880; la primera de ellas, Über den Ursprung und die Hauptgesetze des wirthschajtlichen Werthes (Origen y ley de los valores económicos), apareció en 1884, y !a segunda, Der Natiir- ¡ichen Wert (traducida por C. A. Malloch y editada por William Smart en 1893, con el nombre de Natural Valué) en 1889. El principio de la pérdida de Menger, para imputar o derivar los valo¬res de los bienes de producción a partir de los valores de los bienes de consumo, es desarrollado en dirección a una teoría de la pro¬ductividad marginal -^aunque en una versión especial suya— la de la “productividad marginal con una diferencia" de Schumpe- ter.4i> Como tal, se apoyó sobre la igualdad de precio de un bien de producción (bajo condiciones de competencia perfecta) con lo que él llamaba su “contribución productiva” (también habló de esto como de la “contribución marginal” o del “producto mar¬ginar*). Hemos hecho notar que los austríacos utilizan las unidades finitas y ponen su énfasis sobre la complementaridad. Esto no fue accidental: surgió de su rechazo de cualquier clasificación amplia de los factores de la producción, y de su inclinación a tratar cada tipo discemible de insumo como un bien de producción distinto, *“ Schumpeter, History of Econotnic Analysis, p. 846. 4” Ibítl.% p. 915. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 2,13 cuyo precio debía formarse a través del proceso de la imputación; estos bienes que acabamos de mencionar tenían que tratarse cada uno en términos de su propia-unidad- física* lo cual podía involu¬crar, en'especiál en el caso del capital fijo, grandes unidades indi¬visibles y significativos elementos de complementaridad. Wieser comienza por demostrar que el principio de la pérdida de Men¬ger, cuando se aplica a tales casos de complementaridad, da co¬mo resultado que los valores de todos los factores complementarios excedan el valor de la producciónsu (es decir cuando los primeros se evalúan conforme a lo sugerido por Menger como siendo igua¬les a la “mejor” combinación menos el producto de los otros facto¬res en la combinación en que se aplican a un uso alternativo (se¬gundo en preferencia). Si bien Wieser admite que las proporciones pueden, por lo común, variar y no siempre son fijas, da por supuesto que cualquiera de dichas variaciones (finitas) que se aparte de la combinación que rinde “la retribución más alta posi¬ble” están destinadas a afectar en forma adversa al producto; y en consecuencia ofrece una solución diseñada para el caso “más fuer¬te”: en que las proporciones son absolutamente fijas (consideración que el profesor Stigler parece pasar por alto en su breve rechazo de la propuesta de Wieser). Sin embargo, este principio alternativo de la imputación propuesto por Wieser requería el supuesto de que mientras los factores o insumos se combinan en proporciones fijas en cada uso, estas proporciones son diferentes cuando se tra*“ En Inglaterra fue P. H. Wicksteed quien consideró este denominado “problema de la suma” y trató de demostrarlo con ayuda del teorema de Euler, sujeto a la condición de que la función de producción fuese “homo¬génea y de primer grado" (o lineal); en otras palabras, que prevalecieran los rendimientos a escala o los costos constantes. Coordination of the Laws vf Prodnction and Distribution, Londres, 1894. Wicksell (y también Walras) apoyaron la conclusión de Wicksteed, basándola en que, aun cuando pudieran existir esferas de actividad (de una firma) dentro de las cuales pudieran prevalecer los rendimientos crecientes o decrecientes a escala, el supuesto del equilibrio de la competencia requería que la firma, en equilibrio competitivo, estuviera produciendo al costo mínimo (y, por lo tanto, en la vecindad inmediata del punto de equilibrio a costos constantes). Parecería que esto deja fuera del cuadro a las “'economías externas”. Sin embargo, la profesora Joan Robinson demostró que el problema a resolver era puramente formal, puesto que áun cuando existieran las economías externas (y la industria estuviera sujeta, por esta razón, a los rendimientos crecientes a escala) era al producto marginal de la firma (y no de la industria) al cual debía igualarse el precio de un factor en equilibrio competitivo. Joan Robinson, “Euler‟s Theorem and the Problems of Distribution”, The Economic Journal, setiembre 1934, pp. 398 y ss.; reproducido en Collected Economic Paper s, Oxford. 1951, pp. 1-18. de los productos (que se suponen predeterminados en el mercado de los bienes de consumo) a la derecha de cada ecuación, y presentó las tres ecua¬ciones para los tres productos en la forma siguiente: * + y = 100, 2 x -j- 3 z = 290, 4 y H- 5 z = 590. “En lugar de la única ecuación x -J- y = 10”, tenemos ahora tres ecuaciones y tres incógnitas, y los valores de x, y y z pueden ser hallados resolviendo las ecuaciones (en este caso se encuentra que son respectivamente 40, 60 y 70). “Luego, la contribución productiva es aquella porción de la retribución en la cual se halla contenido el trabajo del elemento productivo individual en la re¬tribución total de la producción. La suma de todas las contribucio¬nes productivas agota exactamente el valor de la retribución total.” 51 214 Esta ingeniosa solución implica sin emTEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUbargo, varias limitacio¬nes. En primer CIÓN lugar tiene que haber, por lo menos, ta de diversos usos. Entonces los pretantos pro¬ductos finales como bienes cios de los insumos se derivan de las de producción diferentes, cuyos precios diferencias en los coeficientes técnicos y han de ser determinados. Ésta no seria de las diferencias en Jos precios de los una condición seria y li¬mitante si se productos del sistema considerado co- tratara de factores de la producción mo un todo. agrupados en unas pocas clases o gruWieser ilustró este ejemplo, con un caso pos fundamentales, a la manera cláside 3 factores y 3 productos, de la sica. Pero cuando los bienes de producguiente manera: llamó x, y, z a los valo- ción distinguibles físicamente —cada res de las unidades de los tres factores metal, combustible o máquinao insumos, de los cuales se utili¬zaban herramienta, o grado de trabajo o de dos en cada industria, puso los valores tierra diferente— tienen que formar su precio por separado, ésta podría ser una limitación mucho más seria. En segundo lugar, al¬gunos críticos (entre ellos Stigler) han señalado que, como los pre-cios de los productos se toman como dados, esto implica que las demandas finales son infinitamente elásticas, de tal manera que los precios de los bienes permanecen sin ser afectados por los ajus¬tes del producto. Además, esta objeción puede no ser tan insupe¬rable como podría parecer a primera vista, puesto que puede posM Natural Valué, W. Smart (ed.)t Londres, 1893, p. 88. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 215 tillarse una condición de-..equilibrio adecuada (por ejemplo, una igualdad de los costos y el ingreso) para permitir que haya algu¬nos ajustes_ recíprocos entre los precios —producto y los bienes fi¬nales— y los precios de los bienes de producción mientras se llega al equilibrio. Fue Wieser el responsable de la noción que iba a llegar a conocerse bajo el nombre de costo alternativo o costo de oportunidad —o sea que el servicio de un insumo en cualquier uso afecta su disponibilidad y de aquí el costo de obtenerlo para usos alternativos o rivales— por lo cual es difícil que pueda ser acusado de ignorar la reacción de los precios de los bienes de producción sobre el producto y de allí sobre los precios de los bie¬nes producidos. En tercer lugar existe una dificultad de consecuencias más fundamentales: lo que puede llamarse un dilema concerniente al supuesto que ha de hacerse respecto a la oferta de factores, ¿qué es lo que debe tomarse como dado del lado de la oferta? 92 Aquí es¬tamos de nuevo ante una dificultad crucial, que hemos mencio¬nado de manera preliminar en la primera sección de este capítulo, o sea, una dificultad a la que debe hacer frente cualquier teoría de la determinación por la demanda que opere con bienes de produc¬ción o insumos distintos. Si lo que se supone en lo que está dado (y tratado como constante) es la oferta de diversos bienes de producción individuales, entonces no tenemos más que lo que en términos de Marshall podría llamarse una teoría de corto plazo (o cuasi-corto plazo). El valor de un bien durable de producción, como ser una máquina, se deriva como una “cuasi-renta” y será diferente para los diferentes tipos de capital fijo. Como dijimos, no surgirá una tasa uniforme de beneficio con respecto a los di¬versos componentes del capital fijo. Si, por otra parte, se hace el supuesto de la constancia referido sólo a algún agolpamiento más amplio de los factores (por ejemplo, para el capital) dentro del cual puede admitirse que varíen las ofertas relativas de items parti¬culares, limitando la constancia sólo en cuanto a la cantidad del genus como un todo, se entra entonces dentro del problema, ahora familiar, de cómo dar una signifi- cación cuantitativa independiente 88 Hablando estrictamente, si se han fijado los coeficientes, las ofertas relativas de factores no pueden alterar el resultado. Véase Stigler, Production and Distribution Theories, p. 178. Pero si se considera a éste sólo como el “caso fuerte” y en la práctica permite la posibilidad de alguna variación en los coeficientes, entonces, tan pronto como estos últimos se introducen, la oferta de factores se torna importante y se hacen necesarios algunos postulados con respecto a ellos. 216 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION al capital, dificultad con la que volveremos a encontrarnos (dentro de una perspectiva un poco diferente) en el caso de Walras y que examinaremos con más detalle en relación con la discusión y la crítica modernas. Quizá debiera notarse, de paso, que si se usan incrementos infinitesimales y variaciones continuas, como llegó a ponerse de moda más tarde, puede demostrarse que la solución de Wieser y el principio de la pérdida de Menger llegan a una misma cosa aun cuando se trate de proporciones fijas. No obstante, hay una caren¬cia de realismo al hacerlo, puesto que todos los problemas vincula¬dos con las indivisibilidades 83 se excluyen ipso jacto. En términos de variaciones continuas puede resumirse la posición de la manera siguiente: En el caso de las proporciones fijas el valor de un factor o de un insumo está determinado por su utilidad en usos alternativos. En el caso de las proporciones variables (es decir, variables dentro de cada industria), dichas cantidades de los di¬ferentes factores o insumos, puesto que pueden ser sustituidas recíprocamente con el fin de obtener la misma cantidad adicio¬nal del producto, deben ser de igual valor (esto es, que sus pre¬cios sean iguales a la razón entre sus productos marginales). Para llenar la brecha existente en la “imputación” de Menger- Wieser, en cuanto involucra una teoría de los beneficios, se formuló la bien conocida teoría del interés sobre el capital, que iba a ser la contribución especial de Eugen Bohm-Bawerk a la obra de la Escuela Austríaca. Este la formuló de acuerdo con los lincamien¬tos de Jevons, y la elaboró y presentó con perfección germánica, concentrándose sobre la noción de un período de producción como la esencia cuantitativa del “capital” en tanto factor produc¬tivo. Su obra en dos volúmenes, titulada Kapital und Kapitalzins apareció también en la década de 1880; el primero, de índole his¬tórica, con el nombre de Geschichte und Kritik, se publicó en 1884, y el segundo, Positive Theorie, en 1889.34 Aunque su intención era la de revisar su obra sistemáticamente a la luz de las discusio¬nes y críticas, su preocupación por los asuntos parlamentarios le impidió hacerlo durante quince años, durante los cuales fue tres veces Ministro de Finanzas; en el año 1905 retornó a su labor a* Por ejemplo, una categoría importante de economías externas con¬cernientes a las economías en la oferta de productos subsidiarios o de espe- cialización creciente, en cuyo caso en consecuencia el costo marginal divergirá del costo medio. “* La edición inglesa, editada por W. Smart. apareció en 1890 y 1891, respectivamente. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 217 académica como' profesor en Viena (mientras tanto no había si¬do más que profesor honorario y mantuvo en algún momento un seminario, pero nada más). Esta revisión de su obra y réplica a las críticas recién se completó a la fecha de su muerte, nueve años más tarde, en 1914. Su bien conocida crítica de Karl Marx (que por varias décadas fue muy influyente) la escribió durante su época de parlamentario, en 1896.5S Hemos dicho que sü teoría del capital, que iba a constituir la teoría austríaca del capital, tal como hoy la conocemos, tenía gran afinidad con la de Jevons. Al tratar el concepto de un período de producción como la esencia del capital, subrayaba la produc¬tividad potencialmente mejorada del trabajo cuando se asocia con procesos de producción más “prolongados” o “más indirectos”, la tasa de interés. estaría derivada de la productividad adicional re¬sultante de la prolongación de este período. “Que los métodos indirectos conducen a resultados mayores que los métodos direc¬tos, es una de las proposiciones más importantes y fundamen¬tales en toda la teoría de la producción.” También tenía su teo¬ría afinidad con la de Jevons en cuanto consideraba al capital como constituido, en lo esencial, por los adelantos de subsistencia a los trabajadores; es decir, como si básicamente pudiera reducirse a un fondo de subsistencia. El aumento de la productividad con la extensión del período de producción se daría, por lo general, en proporción decreciente a la extensión; o dicho en otras pala¬bras, la productividad marginal de la prolongación del período tendía a caer. Con una cantidad dada de trabajo, cualquier au¬mento del capital debe dar por resultado, necesariamente una pro¬longación de este período (ceteris paribus, un período más largo requeriría más capital, debido a la extensión de la dimensión del tiempo). De acuerdo con un razonamiento familiar se deduce que, con una tasa de salarios dada y una oferta dada de capital, era posible promediar una determinada dimensión del período de producción; y la competencia aseguraría (la competencia, es decir de los entrepreneurs, buscando capital con el cual extender el pe¬ríodo) que la tasa de interés igualara la razón del producto adicio¬nal logrado por la extensión del período, con respecto al capi¬tal adicional requerido para ello (la “cantidad de inversión dé capital” de Jevons). De otra manera podría expresarse en esta forma: dada la oferta de trabajadores que compiten por los empleos en el mercado (trocando sus trabajos por los bienes para la sub** Véanse antes las pp. 150-160. 218 TEORÍA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN sistencia) y dada también la oferta de capital en busca de inver¬sión, el nivel de salarios, la extensión del período de producción y la tasa de interés quedan mutua y simultáneamente determinadas. “En una comunidad, el interés será alto en la proporción en que sea bajo el fondo nacional de subsistencia, en que el número de trabajadores empleados por el mismo sea grande y en que continúe alta la retribución al excedente vinculado con cualquier extensión posterior del período de producción”.58 Pero, ¿qué es lo que determina el monto del capital que busca inversión? Si éste fuera ilimitado, no habría un límite supe¬rior a la extensión del período de producción y ningún límite in¬ferior a la tasa de interés que tendería a cero. Es aquí donde Bohm-Bawerk coloca su teoría del capital dentro del marco de la teoría subjetiva del valor, enunciando su famosa “subvaluación sub¬jetiva de los bienes futuros en comparación con los bienes presen¬tes". A partir de esta noción se derivan todas las explicacio- nes subsiguientes del interés, en términos de “preferencia en el tiempo" o del “descuento en el tiempo” (por ejemplo Trving Fisher). Puede decirse que es esto lo que la escuela austríaca tiene que decir con referencia al sector de la oferta, en cuanto concierne a la oferta de “ahorros” y de allí a la oferta .de capital que busca invertirse, en cualquier momento dado. Para esta “subvaluación subjetiva de los bienes futuros” ofrece “tres fundamentos”, que han constituido el tema de gran parte de la discusión (por momentos tediosa), discusión dentro de la cual podemos quizá excusarnos por no entrar. El primer fundamento fue expresado de la manera siguiente: “La primera de las grandes causas de la diferencia entre la valoración de los bienes presentes y la de los futuros consiste en las diferentes circunstancias de necesidad y aprovisionamiento en el presente y en el futuro”. En otras palabras, es probable que el futuro esté mejor abastecido y tenga un ingreso real más alto que el presente; esto se aplica considerando a la comunidad como un todo, aun cuando entre los individuos las apreciaciones respecti¬vas del presente y del futuro puedan variar (dado que algunos individuos tienen la expectativa de una caída en el ingreso en tanto que otros prevén un alza). En segundo lugar, “a los bienes destinados a satisfacer las ne-cesidades del futuro les atribuimos un valor que en realidad es me¬nor que la intensidad verdadera de su utilidad marginal futura”. 58 The Positive Theory o} Capital. traducción de W. Smart. Londres, i891. p. 40!. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 219 debido a defectos de !a. imaginación que subestima las necesidades futuras o en razón de una fuerza de voluntad deficiente para re¬sistir la atracción de las necesidades presentes, reforzada por la brevedad de la vida humana. Se trata obviamente de una diferen¬cia irracional de la valoración en el tiempo y algunos han negado su predominio."7 En tercer lugar se alega la superioridad técnica de los bienes presentes sobre la de los bienes futuros, debido a que los bie¬nes presentes están disponibles para ser invertidos en métodos de producción indirectos más productivos. Se ha argumentado en for¬ma persuasiva que ésta en realidad no es una razón independiente del primero de los fundamentos, y es de hecho la base de las expectativas de un ingreso futuro más alto, del cual depende esta primera razón para descontar el ingreso futuro en comparación con el ingreso presente.158 En resumen, explica Bohm-Bawerk: “Intento demostrar que los hechos técnicos de la producción, que describo como los de mayor productividad de los métodos indirectos de producción que más tiempo consumen, proveen de una base parcial para la mayor valoración de los bienes presentes cuya posesión permite el uso de aquellos métodos indirectos más productivos. Desde este punto de vista los hechos técnicos y psicológicos se coordinan desde el principio”.™ Y después de unir los diversos elementos de su teoría llega a la conclusión siguiente: “La relación entre la necesidad y el abastecimiento para satisfacerla en el presente y en el futuro, la subvaloración de los placeres y de los dolores futuros y la venta¬ja técnica incorporada a los bienes presentes, producen el efecto sobre una abrumadora mayoría de hombres, de que el valor de uso subjetivo de los bienes presentes es más alto que el de los bienes futuros similares”. Esta relación de valoración subjetiva se refleja ST “Los bienes presentes deben tener un agio, como consecuencia legítima de( hecho permanente de que los bienes presentes son más útiles y más deseados que los bienes futuros y de que nunca se presentan ni son ofrecidos en cantidad ilimitada. Por lo tanto este agio es orgánicamente necesario”; ibid., p. 336. Si el cambio tiene lugar entre mercancías presentes y futuras, la existencia de alguna ganancia es un fenómeno normal y por cierto económicamente necesario*', ibíd., p. 361. aí Con respecto a los “Tres Fundamentos” véase ibíd., libro v, cap. ii, m, iv, pp. 249 y ss. Geschichte, 4* edición, pp. 301-302; citado por T. W. Hutchison, -n A Review of Economic Doctrines. i 70- ¡929. Oxford, 1953, p. 169. 220 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN entonces en el mercado en “un valor dé cambio objetivo y en un precio de mercado más alto para los bienes presentes”.80 Durante las tres décadas siguientes pocas cuestiones dividie¬ron más agudamente a los teóricos de la economía que esta ma¬nera particular de considerar al capital y de determinar la tasa del interés. La teoría tuvo sus devotos admiradores y así también sus críticos. Entre los primeros cabe mencionar a Knut Wicksell, quien, aunque con críticas, con enmiendas y adiciones propias, aceptó el período de producción y declaró que “en esta teoría se ofrece por primera vez un verdadero sustituto de la obsoleta teoría del fondo de salarios”.81 En el año 1893 reformuló y defendió la doctrina austríaca en Über Wert, Kapital und Rente. Entre las críticas que se le hicieron a Bohm-Bawerk, quizá la más común haya sido la que niega la idea de que un período de producción corresponde a algo real que desempeña el papel del capital en la producción (en cuyo caso parecería que se niega también la relevancia de la noción clásica del capital que lo con¬cibe como “adelantos al trabajo”, en cualquier interpretación que fuere). Por ejemplo, se ha argumentado que en un equilibrio es¬tático, en ausencia de inversión, la producción y el consumo son siempre simultáneos. Con una existencia de bienes de capital (de composición por edad constante), una determinada proporción de este stock se reemplaza cada año por el trabajo aplicado en su transcurso; entonces se puede considerar al producto corriente como logrado por el trabajo empleado normalmente para reem¬plazar estos bienes de capital, sin recurrir a una noción de trabajo aplicado en fechas anteriores, para producir originariamente los diversos items del stock existente de bienes de capital en uso. Cuando nos encontramos dentro del contexto del equilibrio está¬tico, ésta parecería ser una afirmación válida. Lo que se pasa por alto, en cuanto crítica de una teoría de formación del capital es que, tan pronto como se introduce dentro del cuadro la inversión neta y los cambios en el stock del capital, no puede excluirse la consideración de que la ampliación de dicho stock inevitablemente toma tiempo; y dicha consideración se hace de inmediato relevante cuando se formula el interrogante de por qué el stock de capital es lo que es y no podría ser tan grande con relación al trabajo y a los factores naturales, como para alcanzar la “saturación del *° Positive Theory, traducción de W. Smart, Londres, 1891, p. 281. B1 K. Wicksell, Valué, Capital and Rent, traducción de S. H. Froweín, Londres, 1954, p. 145. LA «.EVOLUCIÓN JEVONIANA 221 capital” y para reducir la productividad marginal del capital a cero.62 ¿No reaparecería entonces algo por lo menos parecido a la noción de un período de producción, y no dejaría de ser sufi¬ciente la noción de adiciones al producto- final como logradas en¬teramente por el trabajo corriente? Una crítica más seria y más fundamental es la que se hace al “período de producción”, por carecer de un significado cuantitativo claro. Si carece de él tam¬poco puede asignársele significado alguno a su constancia (por ejemplo cuando se calcula la productividad marginal de algún otro factor que no sea el capital) o a un período supuestamente más largo que otro y de ahí lograr un significado no ambiguo respecto de un incremento en el período y en consecuencia en la cantidad del capital. Cuando algunos críticos argumentaron que la noción involucraba en forma inevitable la de una regresión infinita, Bohm- Bawerk replicó (justificadamente) que después de un cierto punto de la regresión ios insumos de trabajo relevante se tornaban tan pequeños que resultaban despreciables aun cuando fueran multi¬plicados por el tiempo transcurrido; y se contentó con medir (y comparar) su período promedio, como la media aritmética simple de los insumos de trabajo de diversas fechas, multiplicado por el período in- tercurrente.fl:„ Pero la dificultad real es más profunda. Nadie puede contentarse con un promedio aritmético simple, ya que esto no sería consistente (cuando se tradujera en términos de valor) con las diferentes inversiones que obtienen la misma tasa de beneficio (lo cual requiere un equilibrio competitivo y una movilidad, a largo plazo, del capital). Sin embargo, tan pronto como se emplee el interés compuesto para mensurar los insumos de trabajo de diversas fechas, se hace evidente que puede parecer “más largo” un período de producción que tenga una cierta es¬tructura de los insumos de tiempo de trabajo, que otro (con una estructura diferente) a una determinada tasa de interés y éste puede parecer aún “más corto” a otra tasa distinta. En otras palabras, cuando cambia la tasa de interés, pueden cambiar de lugar los esquemas de los diferentes insumos de tiempo de trabajo, en lo que se refiere al orden en que encuentran la clasificación 8:1 Véase la afirmación de Schumpeter (haciéndose eco de Bohm- Bawerk): “Si el capital físico ha de rendir no sólo retribuciones sino también retribuciones netas, algo debe impedirle reproducirse hasta el punto en que sus ganancias no alcanzarían sino para volver a pagar su costo”. History of Economic Analysis, p. 926. ** Positive Theory of Capital, traducción de W. Smart, Londres, 1891, páginas 88-89. 222 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN por rango de los “períodos de producción” de acuerdo con sus res¬pectivas '„duraciones‟‟.** Volveremos sobre este problema, en sus más amplias implicaciones dentro del contexto de la discusión y crítica en décadas recientes de la denominada doctrina neoclásica. Queda por último la tercera corriente innovadora asociada al nombre de León Walras y a lo que algunas veces se describe como la Escuela de Lausana (o a veces Escuela Matemática, para dis¬tinguirla de la Austríaca). Walras, a quien Marshall mencionó nada más que tres veces en sus Principies, y esto sólo en forma incidental, es considerado en cambio por Schumpeter, “en mi opi¬nión el más grande de todos los economistas”. La razón que se aduce para justificar este espaldarazo es que “su sistema de equi¬librio económico, que une la cualidad de la creación „revolucio¬naria* con la cualidad de la síntesis clásica, es la única obra rea¬lizada por un economista que soportará la comparación con los perfeccionamientos de la física teórica”.65 No obstante, sus colegas contemporáneos fueron en su mayor parte indiferentes u hosti¬les.8® En realidad su principal hazaña es la de haber realizado la síntesis de diversos aspectos del nuevo enfoque dentro de un sistema matemático de dependencia mutua, sin nada novedoso en materia de énfasis o de exposición. Pero a pesar de su preocupa¬ción por la formalización matemática, hemos visto que sabía muy bien que la interpretación económica y las implicaciones causales de su sistema eran en lo esencial similares a las de Jevons o Men¬ger,8Í es decir, la derivación de los precios de los productos de las •* Una crítica análoga con respecto a las nociones de Jevons sobre “la cantidad de la inversión" y “el tiempo promedio de la inversión” (con lo cual asevera que la tasa de interés es inversamente proporcional al período promedio de inversión), es la que hace Ian Steedman en “Jevon‟s Theory of Capital and Interest”, The Manchester Schoot, marzo de 1972, pp. 31 y ss., donde en forma convincente argumenta que “la teoría de Jevons no ofrece ninguna explicación sobre ia tasa de interés”. •* Schumpeter, History of Economic Analysis, p. 827. ** Ibíd., p. 829. ®T En^ su Prefacio a la cuarta edición de los Eléments, Walras habla de “la teoría del cambio” basada sobre la proporcionalidad de los precios con respecto a las intensidades de tas últimas necesidades satisfechas como si ésta hubiera sido “desarrollada casi simultáneamente por Jevons, Walras y por mí”. Eléments of Puré Economics, W. Jaffé (ed.), Londres, 1954, p. 44. También habla de los “economistas austríacos” como que éstos hubie¬ran “establecido exactamente la misma relación entre el valor del Produkte y el valor de los Pro- duktivmittel que yo establecí”; ibíd., p. 45. Estas afirma¬ciones, como las que se dan a continuación, demuestran que Walras no era por cierto contrario a la interpretación causal de sus ecuaciones: “Si es cierto LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 223 necesidades de los consumidores y del valor de los servicios de los bienes de capital y de.los. factores a partir de su uso productivo en la creación de bienes de consumo. Como dijo Walras en sus Eléments d‟Economie Politique de 1874: .“En un último análisis, las curvas de utilidad y las cantidades poseídas constituyen los datos necesarios y suficientes para establecer los precios corrientes o de equilibrio”, “El valor proviene de la escasez.” Opone este punto de vista al de Smith y Ricardo: “La teoría que atribuye el origen del valor al trabajo es una teoría desprovista de significado más que demasiado estrecha, una aseveración injustificable más que inaceptable”."8 Y además, “Los precios de equilibrio son igua¬les a las razones entre las raretés”, a las cuales se define como “las intensidades de las últimas necesidades satisfechas por los po¬seedores de las mercancías”.Eí principio de que los precios, en equilibrio final, deben igualarse con los costos de producción, junto al principio de la productividad marginal, conduce a una determinación simultánea de los precios de los productos y de los precios de los servicios productivos (es decir, de los bienes de producción o factores). Dentro de dicha determinación entran los “coeficientes técnicos” con que Walras define los insumos necesa¬rios para producir una cantidad unitaria de un producto dado, los cuales, según un supuesto inicial que enunció por razones de sim¬plicidad, son coeficientes fijos, con lo que demuestra que su solu¬ción de equilibrio general es posible con este supuesto. Pero más adelante (en su tercera edición de 1896) extendió la solución al caso de coeficientes variables, tratando a los coeficientes elegidos como funciones de los precios de los servicios productivos y suponiendo que la rareté y el valor de cambio son dos fenómenos concomitantes y proporcionales, de igual manera es cierto que la rareté es la causa del valor de cambio", ibíd., p. 145; o su referencia a las “determinantes subyacentes del precio”; ibíd., p. 146 y p. 307. Pareto, sin embargo habría de disentir de la proposición de Walras, sobre ta base de que la determinación mutua (por un sistema de ecuaciones simultáneas) tenía que ser contrastada con la causación simple: “Puede decirse que cualquier economista que busca la causa dei valor demuestra que no ha entendido nada del fenómeno sintético del equilibrio económico”; es esta "dependencia mutua de los fenómenos económicos la que hace indispensable el uso de las matemáticas; la lógica ordinaria puede servir muy bien para estudiar relaciones de causa y efecto". Manuel, París, 1909, pp. 246-247. ** Walras, Elements of Puré Economics, pp. 143 , 202. *® Ibíd., pp. 143, 145. Añade que, el valor de cambio, como el peso, es un fenómeno relativo, mientras que la rareté como la masa, es un fenómeno absoluto”, p. 145. 224 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN que se elegía el método de producción de menor costo para cual¬quier conjunto dado de precios de los servicios productivos. Sin embargo, el sistema de Walras, como le ocurrió al de Men¬ger y al de Wieser, se vio enfrentado al problema de determinar qué era lo que tenía que tomarse como “dado” en el sector de la oferta. En cuanto concernía a las condiciones del equilibrio es¬tático se suponía que los bienes de capital específicos están pre¬sentes en cantidades determinadas como parte de los datos de la situación histórica y que los servicios productivos de éstos se eva¬lúan de la forma acostumbrada, en conjunción con los coeficientes técnicos y los precios de los productos. Mediante el proceso de la capitalización de los valores de mercado de sus respectivos ser¬vicios productivos por período unitario, se derivaba entonces un valor para los bienes durables de capital. Pero de esto no podía surgir ninguna teoría del beneficio; los servicios productivos se determinaban como cuasi-rentas marshallíanas y no había razón alguna por la cual la valuación de los bienes durables particulares debiera mantener cualquier relación estrecha con sus costos de reproducción. Para superar está dificultad, Walras tuvo que recu¬rrir, en un contexto menos estático, a un mercado de ahorros, los cuales se dirigían hacia la inversión en nuevos bienes de capital que, comparados con sus costos, tenían una valoración relativa¬mente alta. De esta manera se establecía una tendencia en el curso de un cambio de las cantidades (y de allí las raretés) de los di¬versos bienes de capital, hacia una tasa uniforme de retribución (vía el valor de sus servicios productivos como una proporción de su propio valor y costo).70 En los términos de las controversias de la década de 1930, ésta ha sido denominada una teoría de “fondos prestables‟V Pero puesto que para darle un significado al valor y al costo del capital, en primer lugar debe suponerse la tasa de beneficio, éste parecería ser un procedimiento cuestiona¬ble, y no sólo una tendencia hacia la uniformidad de las tasas de retribución, sino un nivel único determinado de esta tasa de retri¬bución‟al capital en el equilibrio a largo plazo.72 Por cierto que ™ Ibíd., pp. 267-306. 1,1 F. A. Lutz, The Theory of interest, Dordrecht, 1967, p. 81. ,!í Garegnani, II Capitule nelte T eorie del la Distribuzione, Milán, 1960, pp. 112-121. Wicksell consideraba que este punto de la teoría de Walras era “ciertamente incorrecto", porque se apoyaba “sobre supuestos incorrectos" y de allí que „"no puede ser considerado definitivo debido a que carece del concepto — de Jevons y de Bohm-Bawerk— de un período de producción y de la productividad marginal al prolongárselo. Valué, Capital and Re tu. LA REVOLUCIÓN JEVONIANA 225 cuanto más se examina esta forma de recurrir a un mercado de “ahorros” como medio .para construir una teoría del beneficio, se torna más curiosa y más cuestionable. Podría llevarse la crítica de- esteenfQque en estos términos: si se trata a la situación en términos de bienes de capital concretos (haciendo caso omiso del genus del “capital” como un factor su¬puestamente escaso) y por lo tanto estos bienes son reproducibles, no debe haber razón alguna para que exista una tasa positiva de beneficio en condiciones estrictamente estáticas.73 Si todos los in¬sumos, aparte de la mano de obra, son insumos producidos ¿de dónde sale la “escasez” específica a partir de la cual se supone que surge el beneficio? Si partimos de supuestos de pleno equili¬brio estático en forma consistente, entonces la producción en el sector de bienes de capital de la economía tenderá a ampliarse hasta que el producto de estos bienes se adapte, cada uno de por sí, a la necesidad que de ellos se tenga; esta necesidad consiste en el reem¬plazo corriente de la cantidad existente (en equilibrio) de máquinas, etcétera, en industrias que producen para el consumo (en escala determinada por la demanda final) y en el propio sector de bienes de capital. Si su oferta se adapta por completo a la demanda de los mismos con fines del reemplazo corriente, no habrá ya ningún fundamento para que sus precios estén por encima del costo (pri¬mario) de su propio reemplazo corriente (o depreciación).74 De Londres, 1954, p. 167. Un poco más adelante señaló que “es inútil intentar —con Walras y sus seguidores— derivar el valor de los bienes de capital de sus propios costos de producción o reproducción; porque en realidad estos costos de producción incluyen al capital y al interés. .. Estaríamos, por lo tanto dentro de un circulo”, Lectures on Poíitical Economy, traducción de E. Classen, Londres, 1934, t. i, p. 149. En el mismo texto llamó la atención a la consideración crucial (aunque sin desarrollar sus implicaciones, salvo para el caso de una anomalía menor) de que, “mientras el trabajo y la tierra se miden, cada uno en términos de su propia unidad técnica ... el capital, por el contrario... es estimado, en el lenguaje vulgar, como una suma de valor intercambiable... En otras palabras, cada bien de capital en particular se mide por una unidad extraña a sí misma”; ibíd., p. 149. T* Véase el juicio de Keynes a este respecto: “Estoy seguro de que la demanda de capital es estrictamente limitada, en el sentido de que no sería difícil incrementar el stock de capital hasta un punto en que ... el rendimiento total de los bienes durables en el curso de su vida ... cubriría justo los costos de la mano de obra de la producción más una asignación para cubrir riesgos y los costos de capacitación y supervisión”, General Theory, Londres, 1936, p. 375. ,4 En el pensamiento de Walras esta posibilidad podía haber sido recusada por el supuesto de que los ahorros antes de alcanzarse esta posición hubieran caído hasta cero; en otras palabras, suponía un precio de oferta 226 TEORIA DEL VALOR V LA DISTRIBUCIÓN cualquier manera esto sucederá en el caso de equilibrio estático con coeficientes fijos, es decir, con una sola técnica disponible para cada industria. Pero, si se abandona el supuesto de los coeficientes fijos ¿no será otro el caso? Entonces cada industria se verá enfrentada a una amplia gama de alternativas técnicas (el “espectro”, de la profesora Joan Robinson) y como el beneficio (o el interés) des¬ciende, se hará viable, económicamente, la utilización de equipos más intensivos en capital y de costo cada vez mayor. Frente a estas posibilida- des (tal vez infinitas) de “profundización'‟ cabe preguntarse si no habrá de reaparecer la “escasez” de los bienes de capital, puesto que los recursos productivos existentes pondrán un límite a las posibilidades de extender más allá el proceso "profundiza¬do^' y por tanto la posibilidad de recurrir a los tipos de equipa-mientos más intensivos en capital y más atractivos, aun cuando sean más caros. En consecuencia surgirá una tasa positiva de beneficio que en cualquier fecha dada reflejará esta escasez. Pero lo que tendríamos aquí ya no sería más un estado estacionario con una inversión neta de cero; mientras el proceso “profu ndizador” con¬tinuara, habría una situación de cambio progresiva, caracterizada por inversiones y crecimientos positivos. No obstante, su. consecuen¬cia a largo plazo sería otra vez un equilibrio estacionario con be¬neficio cero, aunque el período fuese excepcional™ente largo. En ausencia de progreso técnico, el proceso de profundización estaría entonces acabado. Una forma posible de salir del paso (quizá pudiera denomi¬nársela neowalrasiana) podría ser la de recurrir a alguno de los “tres fundamentos" de Bohm-Bawerk y hacer que la voluntad de aumentar los stocks de bienes de capital dependiera del descuento subjetivo de los bienes futuros comparados con los bienes pre¬sentes. Este descuento en el tiempo subjetivo formaría la base de una tasa positiva de retribu- ción que todos los diversos bienes de capital deberían ganar a fin de ser inicialmente producidos, o man¬tenidos en uso en determinadas cantidades, y por tanto una tasa de interés de equilibrio positiva (y uniforme). Quizá casi no sea necesario añadir que tal explicación subjetiva, si evitara las dificul¬tades asociadas con la noción de capital como factor de producpositivo para el ahorro. Pero éste parece un supuesto precario para poder basar una teoría de la determinación del beneficio, en especial en las condi¬ciones modernas de ahorros colectivos en gran escala en forma de reservas de sociedades. ciencia de explorarlos y rehusar la consideración de algo más abstracto que un equilibrio a largo plazo marshalliano, donde se da la inversión neta positiva y un “crecimiento secular”. Para el caso de un “equi¬librio móvil” de este tipo, la “escasez” de Walras, al aplicarse a los bienes de capital en términos generales, podría parecer que es relevante, ya que de otra manera la acumulación continua del capital no tendría sentido. Pero en cuanto a lo que concierne a la explicación del beneficio en los términos de “escasez” de Wal¬ras, nos encontramos ahora en otra gama del dilema. La impu-tación, del tipo de la de Menger es por lo menos plausible en la medida en que la: proLA REVOLUCIÓN JEVONIANA ducción tiene la forma de un proceso en 227 línea recta de determinados insumos ción,7* compartiría el defecto de cualque se transforman en pro¬ductos finaquier teoría por parte de las preferenles. .Pero en cuanto se introducen la cias o de las reacciones de conducta de inversión neta y el crecimiento contilos individuos: es decir que abstrae to- nuos, una parte significativa del procedas las influencias sociales sobre los so produc¬tivo debe, en cambio, tener deseos y la conducta de los individuos, la forma de un anillo, donde los e ignora ia prescindencia de la natupro¬ductos, vuelven atrás como insura¬leza de la distribución relativa de mos nuevos " antes de haber te¬nido la cualquier sumatoria de las preoportunidad de surgir como bienes de fe¬rencias o acciones de dichos indivi- consumo final. Es difícil ver cómo y por duos. Será bueno recordar, ade¬más, qué en estas circunstancias la determique en sistemas de equilibrio de este na¬ción del ingreso debe hacerse por tipo se corre el riesgo de encontrar un los patrones de demanda de los consuconjunto de identidades de poco o de midores más bien que por las caracteningún valor explicativo.70 rísticas del proceso Cualquiera que sea la lógica de los es- 78 Podría muy bien preguntarse sí tados estacionarios, la mayor parte de escaparía en verdad al tipo de crítica los economistas puede sentir la impasuscitada por el Dr. Pasinetti contra la explicación de Fisher —publi¬cada en Economic Journal de setiembre de 1969, pp. 508-529—, quien concibe que los valores de los bienes de capital cambiarían con los cambios en la tasa de beneficio (sobre todo cuando varios bienes distintos de capital se combinan en una línea de producción). T* Véanse pp. 23-25. " Es verdad que parte de éstos aparecerán como bienes-salarios para los trabajadores empleados adicionalmente — en la medida en que el empleo esté en expansión— pero una parte de ellos (el producto del sector de bienes de capital) representará a las materias primas y componentes y nuevas máquinas, etc., para equipar los nuevos procesos de producción que están comenzando. 228 TEORIA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCION de crecimiento (y por el patrón de la producción adecuado a ello). De acuerdo con un modelo teórico de crecimiento, ahora bien conocido, de Von Neumann, con un salario real constante (dado) se maximiza el crecimiento cuando los precios son tales como para hacer que se igualen la tasa de beneficio y la tasa de crecimiento.78 Aquí, la tasa de beneficio es independiente tanto del patrón de consumo final79 como de la cantidad existente de capital; y si es independiente de esta última así como de la primera, cualquier clase de explicación en términos de proporciones de factor o de escasez relativa del factor, deja de tener importancia,80 en forma bien manifiesta. El sucesor de Walras en la cátedra de Lausana, Vilfredo Pareto, iba a ser quien desarrollara la teoría de la demanda de los consumidores en términos de las “curvas de indiferencia” de 79 J. yon Neumann, “A Model of General Equilibrium”, Review of Economic Studies, t. xui, n? I, 1945-1946, pp. 19. Si a partir del beneficio hubiera consumo, la tasa de beneficio, de acuerdo con los supuestos del modelo de Neumann excederá la tasa de crecimiento; esta última será, en forma equivalente, más baja que su máximo potencial (frente al nivel dado de salario real) y la participación del beneficio en el producto total será, de la misma forma, mayor. En otras palabras, el extravagante consumo capitalista beneficia a los capitalistas como clase, pero daña a la economía (contrariamente a lo que establece la tesis de Lauderdale y Malthus). Véanse las pp. 242-243. 79 Debe hacerse notar que esto se refiere al patrón de demanda relativa de diversos bienes (y el grado de su satisfacción) y no al total de la demanda del producto. Es lógico que el beneficio sólo pueda realizarse sobre el producto que se vende y deba, en este sentido estar limitado por la demanda total (las inversiones más el gasto de los no asalariados). Tam¬poco es inconsistente con que la razón entre el beneficio y los salarios sea igual a la razón del tiempo de trabajo excedente con respecto al tiempo de trabajo necesario (siempre que este último se interprete como trabajo gastado en la producción de bienessalarios). Pero cualquiera de estas dos proposiciones difiere por completo de un tipo walrasiano de derivación de los precios relativos de los factores, a partir de la demanda. 10 El profesor Sir John Hicks ha sugerido la posibilidad de una posición de compromiso (y evidentemente pragmática): “Yo no sostendría ahora que la teoría de la distribución de factores es aquella que se formula en términos de funciones de producción y elasticidades de sustitución, pero no abando¬naría del todo' esa teoría. La luz que arroja sobre los problemas prácticos puede no ser muy brillante, pero tampoco lo es aquella que arroja la teoría del Crecimiento Equilibrado.' Necesitamos, al menos, ambos enfoques”, Capital and Growth, Oxford, 1965, p. 172. Esta conclusión parece apoyarse sobre la presunción de que es posible tener una pluralidad de verdades parciales y que en sentido pragmático se justifica admitirlo. Pero parece difícilmente posible ir muy lejos de esta mahera, sin verse envuelto en incertidumbres y contradicciones (a menos que se quiera significar que ambas teorías son reconciliables). curso de. su demostración resumió el problema del equilibrio general en lina frase muy citada donde afirma que es la resultante del conflicto entre-los gustos y los obstáculos para satisfacerlos (es decir, obstáculos que surgen a partir de las cir¬cunstancias de ia producción y de la limitación de la oferta de factores) .8l Así lo explicó en dos obras principales, el Cours d‟Eco- nomie politique de 1896 y el Manuel de 1909. Por lo general se considera que fue el primero en divorciar la teoría de la demanda de sus raíces hedónicas y utilitaristas, al definir, como lo hizo, la utilidad (u Ophelimité según prefirió llamarla) simplemente como “deseabilidad”, o sea, la calidad de ser deseado por un consumidor, sin tomar en cuenta la capacidad de dar satisfacción real y de contribuir a su bienestar. En ese sentido trató a la utilidad como una magnitud puramente ordinal y además como algo no com¬parable entre individuos, y por lo tanto no susceptible de ser sumada a los efectos de formar un total para un grupo o para la sociedad. Fuera de esto y de subrayar el mayor realismo de su¬poner coeficientes fijos para tratar problemas de la producción y de la determinación de los precios de los factores (“los coefi-cientes son en parte constantes o casi constantes y parcialmente variables”),82 y de realizar algunas inLA REVOLUCIÓN JEVONIANA cursiones en problemas de aplicación, 229 no hizo nada más que traducir el sisteEdgeworth, presentando a las curvas de ma de Walras a una forma más accesidemanda como derivadas de ellas. En el ble. En los últimos años su interés giró hacia la sociología, sobre la cual habría de escribir luego un tratado. El contraste, y oposición, entre la “interdependencia matemá¬tica” del sistema de Walras y lo que ha sido llamado el enfoque “genético causal” de los austríacos (es decir, el énfasis de estos últimos sobre los eslabones en línea recta de causa y efecto) fue subrayado en especial por Pareto; esto guarda cierta analogía con la actitud de Marshall hacia Jevons (aunque en lo fundamental Marshall evitó los métodos matemáticos, con excepción de los apéndices, y favoreció un enfoque de “equilibrio parcial”). A este respecto Pareto logró ser plus royaliste que le roi, y hasta llegó a desaprobar algunas proposiciones de sus predecesores porque pen¬saba que favorecían demasiado el punto de vista83 “causal”. Con 11 Véase Manuel d‟Economie Politique, traducción de A. Bonnet, París, 1909, pp. 150 y ss. s* Ibíd., p. 636. “ Por ejemplo el pasaje de los Eléments en pp. 307-308, al cual ya hemos hecho referencia y el comentario de Pareto en su Manuel, p. 246 b. 230 TEORfA DEL VALOR Y LA DISTRIBUCIÓN relación a este énfasis exclusivo sobre la dependencia mutua, pa¬rece haber sido tan crudamente parcial como lo fueron Jevons o los austríacos algunas veces, en el sentido opuesto, al descri- bir situaciones o procesos en cadenas causales unidireccionales dema¬siado simples. Hn alguna medida el contraste puede sin duda ser explicado por el interés correspondiente a diferentes niveles de abstracción. Pero ya se ha dicho quizá demasiado en nuestro pri¬mer capítulo en el sentido de sugerir que la dicotomía es de na-turaleza irreal, en lo que concierne, por lo menos, a la materiu de la cual se trata en economía, y que una vez que se ha dado una interpretación económica a un sistema como el de Walras —y a jortiori una aplicación económica—- surge necesariamente una de¬terminación de algunos factores por otros. Así es, en verdad, cómo el mismo Maestro Pareto parece haberlo considerado y en dicha interpretación cualquier diferencia sustancial entre su enfoque y el de los austríacos o de Jevons, seguramente desaparece. Jacques Le Goff jUercatereá y banqueros be la Cfcab ííletita Aires, EUDEBA, 1982. 168 p. (Libros para todos/Economía) Incluye bibliografía ISBN 950-23-0018-1 Inst. Bib. - UBA JACQUES LE GOFF MERCADERES Y BANQUEROS DE LA EDAD MEDIA EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES Título de la obra original: Marchands et banquiers du moyen age Presses Universitaifes de France, París, 1956 Traducida por NATIVIDAD MASSANES Tradujo poesías del francés antiguo: IRIS ACACIA IBAÑEZ La revisión técnica estuvo a cargo de ENRIQUE SILBERSTEIN Novena edición: Septiembre de 1982 EUDEBA S.E.M. Fundada por la Universidad de Buenos Aires LIBROS PARA TODOS ©1969 EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES Le Goff, Jatques Sociedad de Econom ía Mixta Mercaderes y banqueros de la edad me- Rjvadavia 1571/73 dia. Trad. por Nati¬vidad Massanes Hecho el depósito de ley 11.723 Traducción de poesías del francés anti- ISBN 950-23-0018-1 guo por Iris Acacia Ibáilez. Revisión IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINtécnica de Enrique Silberstein. 9. ed, TED IN ARGENTINA /de la ed. en francés de 1956/. Buenos INTRODUCCION Éste es un ensayo de ambiciones limitadas. De él hemos excluido todo lo que no ofrecía completa seguridad, cuanto se apoyaba en documentos o tra-bajos demasiado escasos, lo que es, antes que con¬quista —-inclusive provisional— de la ciencia, ob¬jeto de controversia entre eruditos e historiadores y lo que permanece en las márgenes exploradas solamente por unos pocos precursores de la investi¬gación histórica. Con pesar se ha sacrificado el exa¬men. de los problemas a la exposición del estado actual de los conocimientos alcanzados. No obstante, en el umbral de este pequeño libro es preciso explicar, si no justificar, estas limitacio¬nes, plantear los problemas y mencionar las direc¬ciones que siguen los investigadores. En primer lugar, nos hemos encerrado en un mar¬co geográfico: el de la Europa cristiana. Con ello esperamos ganar cohesión, pero, inevitablemente, hemos de perder amplitud. Renunciando al merca¬der bizantino o ú mercader musulmán, evitamos hablar de gentes mal conocidas, de tipos que per¬tenecen a civilizaciones diferentes, si no hostiles. 7 mercial —base de otros contac¬tos—, entre la Cristiandad occidental y el mundo musulmán. Más aún; hasta podría afirmarse que ia constitución del Islam, lejos de separar Oriente de Occidente, fusionó ambos mundos, y que sus grandes centros urbanos de consumo crearon h\ demanda de productos que determinó la renova¬ción comercial del Occidente bárbaro. El merca¬der veneciano; no cabe duda, labró su fortuna gra¬cias al contacto con Bizancio. Y es del dominio grecomusulmán •—de Ceuta a Trebisonda y de Bizancio a Alejandría— que sacaron esencialmente su riqueza ]as grandes ciudades marítimas de Italia. ¿Acaso el mercader cristiano, cuya actividad es pos¬terior a la del mercader bizantino o árabe, no tomó de éstos tatito los métodos como la mentalidad y las actitudes? Prescindir del mundo oriental seria imperdo- nable si lo que estudiáramos fuera el comercio me¬dieval. Pero, al tratar del mercader, creemos poder hacerlo. Segunda limitación de este reducido tra¬bajo: no vamos a estudiar por sí mismo el comer¬cio propiamente dicho —mercados, rutas, elemen¬tos de trabajo, productos, evolución—. Aquí, lo que nos interesa son los hombres que se dedicaron a él. A ese respecto, el Pero el comercio, aunque suscita conmercader cristiano, aunque de activiflictos, es tam¬bién uno de los principa- dad profesional forzosamente parecida les vínculos entre las zonas geográficas, a la de sus colegas orientales, se halla entre las civilizaciones y entre los inmerso en un pue¬blos. Inclusive en la época de las 8 Cruzadas no cesó el intercambio co- contexto político, religioso y cultural muy diferen¬te. Y lo que nos interesa es, especialmente, ubicarlo en el marco de su ciudad, de su estado, de su so¬ciedad y de su civilización. Nuestra atención se ha dirigido, en particular, a lo que hizo fuera del cam¬po económico con su riqueza y su poder. También era necesario elegir entre los hombres. Aquí hemos tenido que sacrificar a los pequeños: mercaderes al menudeo, usureros a corto plazo, buhoneros. A esa seleción nos ha llevado tanto el hecho de que existan pocos documentos personales referentes a ellos y que al historiador le sea difícil descubrir entre los mismos figuras individuales, co¬mo el deseo de mostrar, sobre todo, a personajes cuyo poder económico permitió desempeñar un papel principal no sólo en el comercio sino tam¬bién en la política y en el arte. Por lo tanto, vamos a tratar de los mercatores y de los negociatores. De los hombres de negocios, como se les ha llamado. Y la expresión es excelente, porque expresa la ex-tensión y complejidad de sus intereses: comercio propiamente dicho, operaciones financieras de todo orden, especulación, inversiones inmobilarias y ru¬rales. Para referirnos a ellos nos hemos limitado aquí a citar los dos polos de su actividad: el comer¬cio y la banca. Por otra parte ¿acaso no se utilizó en la Edad Medía el término mercaderes-banqueros para designar a los más poderosos y representativos? Ahora bien; este tipo de mercader va unido a la fase ascendente de la economía de la Europa cris¬tiana a partir del siglo XI. Por lo tanto, hemos te¬nido que renunciar a hablar de los mercaderes de la 9 posición sistemática en la cual — aunque investigando los lazos de unión en¬tre las diversas actitudes de un mismo hombre—- tomamos al mercader banquero, primero en su ga¬binete de trabajo o en el mercado —es decir, en su actividad profesional—; después frente al noble, al obrero, a la ciudad y Alta Edad Media. Se dirá que es una al Estado —es decir, en su función sosalida fácil. Evitamos de este modo la cial y política—; luego en presencia de exposición de las múl¬tiples y opuestas 10 tesis sobre el tema; no tendremos que hablar de su número ni de su imporla Iglesia y de su conciencia —es decir, tancia —pa¬ra algunos ínfima, grande en su actitud religiosa y moral—; y, fipara otros—; de su na¬turaleza — nalmente, ante la ense¬ñanza, el arte y mercaderes especializados u ocasiona- la civilización —es decir, en su función les, mercaderes independientes o vincu- cultural—. lados a prínci¬pes o a establecimientos Estas preferencias no nos han causado religiosos, simples buho¬neros o ya ca- sólo re-mordimientos. También han sipitalistas de amplios horizontes—; ni de do acompañadas de arrepentimientos su nacionalidad —judíos o indígenas—; cuyas huellas, que nos han pare¬cido ni del pro¬blema capital, pero oscuro y legítimas, y hasta necesarias, se hallaoscurecido por las teo¬rías, de su orirán más adelante. gen: supervivencia del pasado, del Si bien nos hemos limitado al mercader mundo grecolatíno, aventureros erran- cristiano, no hemos disimulado ni la tes o propie- rarios rurales que se lan- amplitud geográfica de su actividad, ni zan a invertir capitales en el comercio. los problemas profesionales o mo¬rales Eso nos permite zanjar más fácilmente que le plantearon los contactos con el la última alternativa: ¿plan cronológico mundo cismático, hereje o pagano. No o plan lógico? Lo que habría sido impo- hemos olvidado que el mercader crissible si hubiéramos partido de los orítiano de la Edad Media tenía hogenes medievales, parece legítimo en un ri¬zontes más amplios que muchos de mar¬co temporal donde, después de la los eruditos mo¬dernos que lo han esllamada, con jus¬ticia, "revolución co- tudiado. Aun cuando Marco Polo' fuera merciar‟, las condiciones de vida funun caso excepcional, o mejor dicho, damentales deí gran mercader cristiano ex¬tremo, fueron innumerables sus coper-manecieron relativamente estables. legas que reco¬rrieron mentalmente las Por lo tanto, hemos optado por una ex- rutas por las cuales él se aventuró. Tampoco hemos querido citar al mercader o al banquero sin explicar en qué consistía su vida pro-fesional. Por lo tanto, hemos esbozado los métodos, la organización y el marco dentro del cual se mueve el comerciante. No hemos olvidado, igualmente, que a la som¬bra de los poderosos personajes que nos ocupan, otros, los humildes y los pequeños, constituían el tejido conjuntivo de un mundo imposible de com¬prender sin ellos; y el lector podrá descubrir su 11 rostro anónimo en la filigrana. Por lo demás, si¬guiendo a eminentes historiadores hemos tenido que preguntarnos a qué correspondía la distinción entre pequeño y gran comerciante en la Edad Media, y si esa distinción se podía reducir a la oposición entre comsrcio mayorista y minorista. Del mismo modo, si bien hemos dejado de lado el problema del origen del mercader cristiano en la Alta Edad Media en su aspecto histórico, no hemos eludido ni el problema conexo de las generaciones de comerciantes —nuevos ricos o hijos de ricos— ni otro también unido a él: el de las preocupacio¬nes rurales de los hombres de negocios del Medioevo. Por último, aun dentro de un marco geográfico y cronológico que no cambió fundamentalmente, hemos tenido en cuenta no sólo la diversidad en el espacio (el mercader italiano no es el merca- der han- seático), sino también la evolución en el tiempo. El precursor del siglo xn no es el nuevo rico del siglo xiii; las crisis del siglo xiv engendran otro tipo de hombre de negocios que la prosperidad del si¬glo xiii; el marco político del principado o de la monarquía nacional configura un tipo de mer-cader distinto del moldeado por el marco comunal en ios siglos precedentes. Esperamos que no se pier¬da de vista que el desequilibrio que se hallará qui¬zás en favor del mercader italiano tiene su expli¬cación en la excepcional abundancia de la docu¬mentación que le concierne, en el número y calidad de las publicaciones que se han ocupado de él y en el carácter de "precursor” de sus métodos y la am¬plitud de sus perspectivas. Todo lo cual lo con¬ 12 Lucien Febvre, el "derecho a la historia”. 13 CAPITULO PRIMERO LA ACTIVIDAD PROFESIONAL LA revolución comercial La revolución comercial de la que fue teatro la Cristiandad medieval entre los siglos xi y xni se halla estrechamente unida a algunos grandes fenómenos de la época, y no resulta fácil determinar si fue causa o efecto de los mismos. En primer lugar, cesan las invasiones. En cuanto dejan de penetrar en el corazón de la Cristiandad o de arribar a sus costas germanos, escandinavos, nó¬madas de las estepas eurasíáticas y sarracenos, los intercambios pacíficos —nacidos, por otra parte, modestamente en el mismo seno de las luchas— su¬ceden a los combates. Y aquellos mundos hostiles se revelan como grandes centros de producción o de consumo: se ofrecen los granos, las pieles y los esclavos del mundo nórdico y oriental a las grandes metrópolis del mundo musulmán, de las que aflu¬yen, en cambio, los metales preciosos de África y de Asia. La paz —relativa— sucede a las incursiones y a los pillajes, creando una seguridad que permite re¬novar la economía y, sobre todo, al ser menos peli¬ 14 vierte en tipo ejemplar —a condición de recordar que, en general, el resto de los mercaderes estaban lejos de ser tan avanzados como él—. Esperamos de la indulgencia del lector se digne colocar en primera fila, entre las figuras que per¬miten comprender la Cristiandad medieval, entre aquellos "estados del mundo” que el pesimismo de la Edad Media agonizante arrastrará a la Danza Macabra, junto al caballero, al monje, al universi¬tario y al campesino, al mercader que hizo la his¬toria como ellos y con ellos. Y con otros también que esperamos que algún día obgrosas las rutas de tierra y de mar, acetengan, según la hermosa expresión de lerar si no reanudar el comercio. Más aún; al disminuir la mor-talidad por accidente y mejorar las condiciones de alimentación y las posibilidades de subsistencia, se produce un extraordinario aumento demográfico que provee a la Cristiandad de consumidores y pro¬ductores, mano de obra y un stock humano del que tomará sus hombres el comercio. Y cuando el mo¬vimiento cambia de dirección, cuando la Cristian¬dad ataca a su vez, el gran episodio militar de las Cruzadas no será más que la fachada épica a la sombra de la cual se intensificará el comercio pa¬cífico. Con estas convulsiones se halla vinculado el fe-nómeno capital del nacimiento o renacimiento de las ciudades. En todas ellas, ya sean de nueva crea¬ción o antiguos conglomerados, la característica más importante es ahora la primacía de la función económica. Etapas de rutas comerciales, nudos de vías de comunicación, puertos marítimos o fluvia¬les, su centro vital se encuentra junto al viejo cas- trum feudal, núcleo militar o religioso: es el nuevo barrio de los comercios, del mercado y del tránsito de mercancías. El desarrollo de las ciudades está vinculado a los progresos del comercio, y en el marco urbano debemos situar el auge del mercader medieval. No todas las regiones de la Cristiandad conocen con igual intensidad estas manifestaciones primeras de la revolución comercial. Podemos individualizar tres grandes centros donde tiende a concen- trarse la actividad comercial de Europa. el mercader medieval es, so¬bre todo, Como el Mediterrᬠun mercader errante. 15 El mercader errante 1 Los cominos El mercader encuentra muchos obsneo y el Mar del Norte (dominio musul- táculos a lo mán y do¬minio eslavo-escandinavo) 76 son los dos polos del comercio internacional, en las avanzadas de la largo de los caminos de tierra, y de Cris¬tiandad hacia esos dos centros de agua por donde transporta sus mercanatracción apare¬cen dos franjas de po- cías. derosas ciudades comerciales: en Italia Ante todo, obstáculos naturales. En tiey, en menor grado, en Provenza y en rra, hay que atravesar las montañas Es¬paña por una parte, y en la Alema- por caminos que, si bien no tan malos nia del norte por otra. De ahí el predo- como se ha dicho a veces y más minio en la Europa me¬dieval de dos elás¬ticos que los caminos empedrados mercaderes, el italiano y el hanseático, y pavimentados de la Edad Antigua, con sus dominios geográficos, sus mé- son, sin embargo, Muy rudimen¬tarios. todos y su per¬sonalidad propios. Mas, Si pensamos que las grandes rutas del entre esos dos dominios hay una zona co¬mercio norte-sur han de cruzar los de contacto cuya originalidad estriba en Pirineos y sobre todo los Alpes —más que, desde muy pronto, añade a su permeables al tráfico, pero de dificultafunción de in-tercambio entre ambas des multiplicadas por el volumen zonas comerciales una fun¬ción promu¬cho más considerable de mercanductora, industrial: la Europa del nocías— nos damos cuenta en seguida de roeste, o sea la Inglaterra del sudeste, los esfuerzos y riesgos que Normandía, Flandes, Champaña y las re¬presentaba, por ejemplo, el transregiones del Mosa y del bajo Rín. Esta porte de un carga¬mento desde Flandes Europa del noroeste es el gran centro a Italia. Y no debe olvidarse que, si bien de la fa¬bricación de paños y —con la en ciertos tramos se utiliza lo que pueItalia del norte y del centro— la única da subsistir de las vías romanas, y en región de la Europa medieval que peralgunos itine¬rarios se encuentran camite hablar de industria. Junto a las rreteras de verdad, la ma-yoría de las mercan¬cías del norte y de Oriente, el veces los caminos medievales a través hanseático y el ita¬liano van a buscar a de campos y colinas no son otra cosa los mercados y ferias de Cham-paña y que ''el lugar por donde se pasa”. A eso de Flandes estos productos de la indus- hay que añadir las insu¬ficiencia? del tria textil europea. Porque, en esta pri- transporte. Sin duda los progresos mera fase de na¬cimiento y expansión, rea¬lizados en los medios de acarreo a partir del si¬glo x fueron una de las condiciones técnicas favora¬bles, si no imprescindibles, para el desarrollo del comercio; pero, en los caminos sin pavimentar, los resultados de estos adelantos fueron muy limitados. Por eso, junto con los pesados carros de cuatro rue¬das y las carretas más ligeras de dos ruedas, los anidas y sus sacos fueron los agentes usuales de trans¬porte. Agreguemos a eso la inseguridad, los bandi¬ 17 dos, los señores feudales o las ciudades ávidas de allegar recursos por medio del simple robo o por la confiscación más o menos legalizada de los carga-mentos de los mercaderes. Agreguemos muy espe-cialmente, quizás —por ser más frecuentes y más regulares— los impuestos y derechos, peajes de to¬das clases que los innumerables señores feudales, las ciudades o las comunidades cobraban por pasar un puente, un vado o por el simple tránsito a través de sus tierras, en tiempos de extremo parcelamiento territorial y político. Cuando todavía estos tribu* tos se recaudaban como pago de un efectivo mantenimiento del camino, el gasto podía parecer legí¬simo a los mercaderes; y a partir del siglo xm, los señores feudales, los monasterios y, sobre todo, los habitantes de los burgos construyen puentes que facilitan y aumentan un tráfico del cual sacan be¬neficios directos e indirectos apreciables. Pero a ve¬ces se construye “a expensas de los usuarios”, de los propios mercaderes, como fue el caso del puente colgante —el primero en su género— del Gotardo, el cual, en 1237, abrió el camino más corto entre Alemania e Italia. Esos gastos sólo se atenuarán ha¬cia fines de la Edad Media, con una política de tra¬bajos públicos por parte de los príncipes y de los reyes, en el marco de la organización de los estados centralizados y mediante rescate sistemático de los peajes. Por lo tanto, a las fatigas y a lós riesgos in¬ciertos ha de añadir el mercader estos gastos inelu¬dibles, lo que hace que el transporte terrestre re¬sulte muy oneroso. Para los productos raros y caros: esclavos, paños de lujo y sobre todo "especias me¬ 18 nudas” (expresión que cubre toda una serie de mer-caderías de precio elevado y de poco volumen, em-pleadas en perfumería, farmacia, .tintorería y co-cina), el costo del transporte no representaba más del 20 al 25 % del precio inicial. Pero para lo que A. Sapori ha llamado las "mercancías pobres”, pe¬sadas y voluminosas y de un valor menor (granos, vinos, sal), esos gastos ascendían basta un 100 y un 150 %, o más todavía, de su valor original. Las vías fluviales Por eso el mercader medieval prefería las rutas navegables. Donde la navegabilidad de los ríos lo permite, se practica en gran escala el transporte de la madera por flotación y de las demás mercancías mediante barcas chatas. A ese respecto, hay tres re¬des fluviales que por la importancia de su tráfico deben destacarse. 1) La de Italia del norte, que con el Po y sus afluentes constituía la mayor vía de navega¬ción interior del mundo mediterráneo, compara¬ble —guardando la* proporciones— a la red actual de los grandes lagos norteamericanos. 2) El Róda¬no, prolongado por el Mosela y el Mosa, que fue hasta el siglo xrv el gran eje del comercio norte-sur. 3 ) El enrejado que forman lbs ríos flamencos, com¬pletado a partir del siglo XIX por toda una red arti¬ficial de canales o vaarten, y de pantanos-exclusas o overdragbes, y que fueron para la revolución co¬mercial del siglo xm lo que la red de canales ingle¬ 19 ses fue para la revolución industrial del siglo XVIII. Debemos añadir la vía RinDanubio, de importan¬cia creciente a fines de la Edad Media, ligada al des¬arrollo económico de la Alemania central y meri¬dional. Durante mucho tiempo fueron los merca¬deres, más que los príncipes, los que desempeñaron el papel preponderante en todo este trabajo de do¬tación. Las vías marítimas Pero, de modo muy especial, es el transporte ma-rítimo el medio por excelencia del comercio inter-nacional medieval, el que hará la riqueza de esos grandes mercatores que son quienes nos interesan en particular. También en ese terreno los obstáculos siguen siendo grandes. En primer lugar, tenemos el riesgo de naufragio y la piratería. Esta última actuó siempre en gran escala. Primero fue obra de marinos particulares, verdaderos empresarios de piratería, que la practi¬caban alternándola con el comercio. Estos marinos, para el desarrollo de su actividad establecían ver¬daderos contratos que aseguraban su parte de be¬neficio a los honorables comerciantes que financia¬ban sus empresas. Obra también ds las ciudades y los Estados, en virtud del derecho de guerra o de un derecho de precio ampliamente interpretado; y si bien este jus naufraggi pronto fue abolido en el Mediterráneo (aunque los reyes angevinos de Ná20 poles lo restablecieran a fines del siglo xiii con gran escándalo de los italianos), siguió existiendo du¬rante mucho más tiempo en el dominio nórdico, practicado especialmente por ingleses y bretones a lo largo de una tradición ininterrumpida que con¬ducirla a la guerra de corso de los tiempos modernos. Solamente las grandes ciudades marítimas —sobre todo Venecia— pueden organizar convoyes regu¬lares escoltados por naves de guerra. Otro obstáculo es la poca capacidad de las na¬ves. Desde luego, la revolución comercial y el cre¬cimiento del tráfico hacen que aumente el tonelaje de las naves mercantes. Pero los pesados koggen hanseáticos adaptados al transporte de mercancías voluminosas y pesadísimas y las grandes galeras de comercio italianas —especialmente venecianas—, aunque alcanzan el millar de toneladas a fines de la Edad Media, no representan en conjunto más que un escaso tonelaje. La mayoría de las naves tenía menor capacidad: los koggen hanseáticos que trans¬portaban la lana inglesa y el vino francés o alemán por el mar del Norte y el Báltico, las carracas genovesas o españolas cargadas de especias y las naves rápidas venecianas que iban a buscar el algodón a los puertos de Siria y de Chipre, raramente supe¬raban las 500 toneladas. Otro inconveniente es la escasa velocidad de esa navegación. A partir del siglo xiii, la difusión de inventos como el timón de codaste, la vela latina y la brújula, y los progresos de la cartografía — y aquí, junto a los aportes orientales y extremo orien¬ 21 tales, hay que hacer especial mención de los ma¬rinos y sabios vascos, catalanes y genoveses— permi¬ten disminuir o eliminar las trabas que, para la rapidez de las comunicaciones marítimas, signifi¬caron en la Edad Media el anclaje nocturno, el paro en invierno durante la época de vientos y el ca- bo¬taje a lo largo de las costas. Todavía a mediados del siglo xv el ciclo completo de una operación de un mercader veneciano —llegada a Venecia de espe¬cias de Alejandría, reexpedición hacia Londres de esas especias, regreso de Londres con flete de es¬taño, reexpedición de ese estaño hacia Alejandría y nuevo cargamento de especias para Venecia— dura dos años enteros. El mercader precisa paciencia y capitales. Por lo demás, el costo del transporte por mar es infinitamente más bajo que el transporte por tierra: el 2 % del valor de la mercancía para la lana o la seda, el 15 % Para los granos y el 33 % para el alumbre. Sigamos con Roberto López y Armando Sapori a un grupo de mercaderes que en el siglo xiv se embarcan en Genova rumbo a Oriente. El cargamento se compone sobre todo de tejidos, armas y metales. Costeando Italia o bien vía Córcega, Cerdeña y Sicilia, se Hace escala primero en Túnez y después en Trípoli. En Alejandría se aumenta el cargamento con mer-cancías de toda clase: productos de la industria local y, espe¬cialmente, importaciones orientales. Las escalas en los puertos sirios •— San Juan de Acre, Tiro, Antioquía— tienen por ob¬jeto embarcar viajeros, peregrinos o mercancías traídas del Fste por las caravanas. Pero el gran depó$ito de las especias es Famagusta, en la isla de Chipre. Se encuentran allí “más especias que pan en Alemania”. También en Latakieh, punto de arribo de Jas rutas de Persia y de Armenia, se encuentran, 22 según Marco Polo, "todas las especierías y tejidos de seda y oro de la tierra”. En Fócea se embarca el precioso alumbre, mientras Quío es la escala de los vinos y de la almáciga, que sirve tanto para destilar un licor muy apreciado como para la preparación de una pasta dentífrica muy codiciada. Luego viene Bizancio, parada obligatoria en el cruce de las rutas de Levante. Después, atravesando el Mar Negro, se va a Caffa, en Crimea, a recoger los productos de Rusia y de Asia trans¬portados a lo largo de la ruta mongólica: trigo, pieles, cera, salazones* seda y, quizás especialmente, esclavos. Muchos de estos productos nuestros mercaderes no los llevan a Occidente: se detienen en Sinope y en Trebisonda y los venden. A partir de allí y escoltados hasta Sivas por la policía tártara, los más audaces pueden dirigirse a Tabriz y a la India, como Benedetto Vivaldi, a la China como Marco Polo, por vía terrestre a tra¬vés del Asia central o por mar de Basora a Ceylán. Las ferias Pero, en el siglo xiii, la meta más importante del mercader errante son las ferias de Champaña. Estas ferias tenían lugar en Lagny, en Bar-sur- Aube, en Provins y en Troyes, y se sucedían a lo largo de todo el año: en enero-febrero en Lagny; en marzoabril en Bar; las ferias de mayo, en ma- yo- junio, en Provins; la feria de San Juan en julio- agosto, en Troyes; la feria de San Ayoul en sep¬tiembrenoviembre, de nuevo en Provins; y la feria de San Remi en noviembrediciembre, otra vez en Troyes, Por lo tanto, había en Champaña un mercado casi permanente del mundo occidental, lo que es importantísimo. Así, durante dos o cua¬tro meses al año reinaba en aquellas ciudades una 23 dios, y con grandes sótanos abovedados para servir de al¬macén a las mercancías. Mercaderes y habitantes gozaban de importan¬tes privilegios, y la persistencia y el auge de las J Cuando hay tibieza y calma, es verde la hierba y los rosales están en flor. Entonces empiezan a errar los merca¬deres que trajeron sus bienes para la venta, desde la mañana, al nacer el día, hasta la tarde, en que anochece, no cesan de ir y venir y llenan la ciudad. extraordinaria animación, como la des- Fuera de los muros se instalan en el crita en pri¬mavera por el trovador Ber- prado, y establecen sus tiendas y pabetrand de Bar-sur-Aube: llones. qu‟il fait cháud et seri, 24 Que l'erbe est vert et rosier sont flori. Lors commencierent marcheant a errer ferias están íntimamente relacionados Qui les avoirs ont a vendre aporté, con el poder creciente de los condes de Des le matin que ti fu ajomé, Champaña y la libera¬lidad de su políDe si au soir que il fut avespré Ne finent tica. il de venir ne d‟aller, Esta liberalidad se manifiesta, en priQue tote en fu emplie la cité. mer lugar, con los salvoconductos De fors la vile se loge en mi le pré, acordados para toda la ex¬tensión de Et ont lor tres et pavejllons fermez 1. las tierras condales. Y también con la Para acudir a la feria, los mercaderes exención de todo impuesto servil sobre hicieron un viaje largo y difícil. Los ita- los terrenos donde se construyeran alolianos, que franquearon los pasos alpi- jamientos y locales para los mercadenos, estuvieron cinco semanas en res. Los habitantes de los burgos ca¬mino. Una vez llegados, precisaban que¬daron exentos de tributos y de tolalojarse. Al principio, se levantaban ba- tes a cambio de impuestos fijos rescarracas provisionales en las plazas y en tables. Las banalités (poyas) fueron las afueras de la ciudad. Luego, los abolidas o considerablemente limitadas. ha¬bitantes alquilaron habitaciones o Es¬tos comerciantes no tenían que pacasas a los mer¬caderes. Y al final se gar derecho de represalias y de marca, les construyeron casas especia¬les, de ni derecho dé' albarranía y de precio. piedra, para que resistieran los incenEn especial, los condes aseguraban la policía de las ferias, controlaban la legalidad y la honestidad de las transacciones y garantizaban las operaciones comerciales y financieras. Para ello se crearon funcionarios especiales, los guardias de fe¬rias; esta función pública a menudo fue confiada a burgueses, por lo menos hasta 1284, en que los re¬yes de Francia, dueños de la Champaña, nombraron para tales cargos en general a funcionarios reales. Además de las razones puramente económicas, el control de las operaciones financieras y el carácter semipúblico de los cambistas contribuyó a otorgar a esas ferias una de sus características más impor¬tantes: “el carácter de cleartng en embrión”, al extenderse la costumbre de pagar las deudas me¬diante compensación. Pero estas ferias declinan a principios del si¬glo xiv. A muchas causas se ha atribuido esta de¬ 25 cadencia: a la inseguridad reinante en Francia en el siglo xiv con motivo de la Guerra de los Cien. Años; al desarrollo de la industria textil italiana que originó una decadencia —seguida de reorgani¬zación— de la industria textil flamenca, principal proveedora de las ferias. Fenómenos ambos que con¬ducen al abandono de la Strata francigena, la ruta francesa, gran eje de unión entre el mundo econó¬mico del Norte y el dominio mediterráneo, en be¬neficio de dos rutas más rápidas y menos costosas; una ruta marítima que partiendo de Genova y de Venecia llega a Brujas y a Londres a través del Atlántico, la Mancha y el Mar del Norte; y una ruta terrestre renana a lo largo de la cual, en los si¬glos xiv y xv, se desarrollan las ferias de Francfort y de Ginebra. Pero la decadencia de las ferias de Champaña se halla unida, sobre todo, a una trans¬formación profunda de las estructuras comerciales, que da lugar a la aparición de un nuevo tipo de comerciante: el mercader sedentario en lugar del mercader errante. Este último era un “tragaleguas” siempre en camino; desde entonces, y gracias a téc¬nicas cada vez más evolucionadas y a una organiza¬ción cada vez más compleja, el mercader sedentario dirige, desde la sede central de sus negocios, toda una red de asociados o de empleados que hace inútil sus viajes. EL mercader sedentario t Es cierto que la organización y los métodos uti- 26 vez más irresistible a medida que se van ampliando y diver-sificando los negocios— el mercader ha de buscar capitales al margen de sus propios recursos. El problema de los créditos, que como veremos más adelante fue singularmente complicado en la Cristiandad medieval a causa de dificultades reli¬giosas y morales, se resolvió de muy diferentes for¬mas, de las cuales aquí sólo podemos esbozar las principales. Existió, en primer lugar, el préstamo en sus formas múl¬tiples. Una forma especialmente importante fue la letra de cambio, que más adelante veremos cuánto representó como operación de crédito. Pero, junto al simple préstamo, de¬bemos hacer mención especial del préstamo marítimo. Su originalidad procede del hecho de que el reembolso del prés¬tamo estuviera supeditado al regreso del navio sano y salvo con su cargamento, salva cunte navi. Tales préstamos casi siempre tenían por limite un viaje o, más exactamente, Un viaje de ida y vuelta, unidad de operación lizados por el mercader sedentario cocomercial por mar durante la Edad Memenzaron a desarrollarse desde el mis- dia. mo nacimiento de la revo¬lución coContratos y asociaciones mercial. Pero es en los siglos xrv y xv Fueron especialmente diversos tipos de cuan¬do alcanzan su apogeo y se gene- asociaralizan de tal modo que nos obliga aho- 27 ra a tratar aquí a esa nueva clase de mercaderes sedentarios, verdadero cen- ción, los que permitieron al mercader tro de la tela de araña formada por sus salir de su aislamiento y extender la red negocios. de sus negocios. Desde muy temprano —con fuerza cada Una forma fundamental de asociación fue el contrato de commenda, también llamado ¡ocíelas maris en Genova y colle- gantia en Venecia. En ella, los contratantes se presentaban como asociados, en la medida en que había reparto de ríes- gos y beneficios; pero, en lo demás, sus relaciones eran las de prestamista y deudor. En el contrato de commenda pura y simple, un comandi¬tario anticipa a un mercader errante el capital necesario para un viaje de negocios. Si hay pérdida, el prestamista corre con todo el peso financiero y el deudor no pierde otra cosa que su trabajo. Si hay ganancias, el prestamista, sin moverse de su domicilio, recobra $u capital y recibe una parte de los beneficios, en general las tres cuartas partes de éstos. En U commenda Mamada específicamente socieias o colle- gantia, el comanditario que no viaja anticipa los dos tercios del capital, en tanto que el deudor contribuye con el otro tercio y su trabajo. Si hay pérdidas, se reparten éstas propor¬cionalmente al capital invertido. Si hay ganancias, se dividen a medias. En general, ese tipo de contrato se firmaba por un viaje. Podía especificar la naturaleza y el destino de la empresa a la vez que ciertas condiciones —por ejemplo, en qué mo¬neda se pagarían los beneficios—, o bien dejar amplía liber¬tad al deudor quien, con el tiempo, fue ganando indepen¬dencia. He aquí el texto de uno de esos contratos, cele¬brado en Génova el 29 de se- tiembre de 1163: Testigos: Simone Bucuccio, Ogeriok Peloso, Ribaldo di Sauro y Genoardo Tosca. Stabile y Ansaldo Garraton forma¬ron una socieias en ía cual, según sus declaraciones, Stabiíe aportó una contribución de 88 liras, y Ansaldo, de 44 liras. Ansaldo se lleva este capital, para hacerlo fructificar, a Tú¬ 28 terrae recuerda a la commen¬da. El prestamista corre con todos los riesgos de pérdida, y las ganancias en general se reparten a medias. Pero hay tnás elasticidad en la mayoría de las cláusulas: la porción de ca¬pital invertido puede variar muchísimo; en general, la du¬ración de la organización no se limita a un negocio o a un viaje, sino que se define por medio de un período de tiem¬po, casi siempre de uno, dos, tres nez o a cualquier parte adonde vaya el o cuatro años. Finalmente, entre estos navio que él va a tomar: el navio de tipos fundamentales de la compagnia y Baldizzone Grasso y de Girardo. A su la societas, existen numerosos tipos vuelta, entregará los beneficios a Stabi- intermedios que combinan diversos asle o a un represen¬tante de él, para que pectos de ambos. Lamentablemente, la los reparta. Deducido el capital, dicomplejidad de ta¬les contratos se exvi¬dirán los beneficios a medias. Dado presa en documentos demasiado extenen la casa del Cabildo, el 29 de setiem- sos para que podamos dar aquí algunos bre de 1163. ejemplos. Además, Stabile autoriza a Ansaldo a Alrededor de ciertos mercaderes, ciertas enviar el dinero a Génova por el barco familias que este último disponga. 29 La diversidad de contratos de sociedad era mayor que eí comercio terrestre, y ciertos grupos se desarrollaron orgapero todos ellos pueden resumirse en nismos com¬plejos y poderosos a los dos tipos fundamentales: la compagnia que tradicionalmente se ha dado el y la societas terrae. Los primeros ejem- nombre de "compañías” en el sentido plos que se han conservado de ese tipo mt>- derno de la palabra 2. Las más de contratos son vene¬cianos y llevan el célebres y mejor co¬nocidas fueron dirinombre especial de fraterna com- pag- gidas por ilustres familias flo¬rentinas: nia; pero quienes más los emplearon los Peruzzi, los Bardi, los Médicis. Mas, fueron es¬pecialmente los mercaderes según los historiadores que las han esde las ciudades del interior. tudiado —Ar¬mando Sapori en primer En la compagnia, los contratantes estérmino—, es preciso se¬ñalar que puetán íntimamente uni¬dos entre sí y se den observarse profundas modifireparten los riesgos, las esperanzas, las ca¬ciones de estructura entre las del pér¬didas y los beneficios. La societas siglo xm y xiv y las del siglo xv, por lo menos en el dominio ita¬liano. Estas sociedades están basadas en contratos que sólo unen a los contratantes por una operación co¬mercial o por una duración limitada. Mas, a pesar del carácter efímero de las operaciones particulares y de los contratos que las definen, ciertos hechos, como la renovación habitual de algunos de estos contratos y la presencia en una vasta superficie económica de los mismos nombres que aportan a empresas de primerísima importancia y por lo re¬gular seguidas de capitales considerables, convier¬ten a las cabezas rectoras de esas redes de negocios en jefes de organismos estables. Pero en los siglos xm y xrv estas verdaderas casas comerciales están fuertemente centralizadas y tie¬nen a la cabeza a uno o varios mercaderes, que po¬seen una serie de sucursales y están representados por empleados asalariados fuera de la sede principal donde residen ellos o los dirigentes. 2 Pero están muy lejos de las sociedades modernas, que poseen una personalidad independiente de la de sus miembros. 30 En el siglo xv, una casa como la de los Médicis está des¬centralizada. Consiste en una combinación de asociaciones separadas, con su capital aparte, cada una de las cuales tiene una sede geográfica propia: junto a la casa matriz de Flo¬rencia, las filiales: Londres, Brujas, Ginebra, Lyon, Aviñón, Milán, Venecia, Roma, regidas por directores que sólo parcial y secundariamente son empleados y cobran salario. Estos di- • rectores son ante todo socios capitalistas, a la cabeza de una parte del capital: ése es el caso de los Angelo Tani, los Tomaso Portinari, los Simone Neri, los Amerigo Benci, etc. Los Médicis de Florencia son el vínculo que mantiene unidas todas esas casas solamente porque tienen en cada una de ellas capitales casi siempre mayoritarios, porque centralizan las cuentas, los informes y la orientación de los negocios. Cuan¬do un Lorenzo, menos cuidadoso que su abuelo Cosme, se desentiende algo de las cosas, en seguida las filiales tienden a vivir con vida propia; surgen conflictos en el interior de la firma; el edificio se disloca: es la ruina facilitada por el número de personas ahora interesadas en el negocio, porque parecería que de la participación se ha pasado al depósito. El hecho de que, en adelante, los depósitos representen una parte importante del capital, de la masa de maniobra de la firma, hace a ésta más vulnerable, a causa de las necesida¬des, las vacilaciones, las exigencias y los temores de los de¬positarios que ahora ya no tienen escrúpulos en reclamar el dinero como tenían los antiguos participantes, ligados en¬tre sí por la solidaridad de los vínculos familiares y de la colaboración comercial. En este nivel de grandes sociedades y poderosos personajes fue donde pudie- ron desarrollarse verda¬deros monopolios y lo que podríamos ya llamar car¬teles. En efecto, se ha sostenido que todas las cor¬poraciones medievales fueron carteles que reunían comerciantes o artesanos deseosos de suprimir la competencia mutua en el mercado urbario y esta¬blecer monopolio. Pero esta opinión no sólo no está 31 todos los grandes nombres del comercio genovés— dominó el mercado del alumbre en el siglo xrv y comienzos del xv. Después de la conquista turca, el alumbre orien¬tal desapareció casi totalmente del mercado. Enton¬ces, en 1461, se descubrieron importantes yacimien¬tos en territorio pontificio, en Tolfa, cerca de Civi- tavecchia. El gobiertio pontificio confió en seguida la explotación y venta a la firma de los probada en lo que concierne a la ecoMédicis. Así nació uno de los más exnomía corpo¬rativa urbana, sino que, traordinarios intentos de monopolio inademás, tiende a introducir en un mar- ternacional de la Edad Media. La co inadecuado conceptos que en reali- 32 dad sólo pueden aplicarse al comercio internacional. Es¬tas sociedades mono- Santa Sede destinó su parte de benefipolistas a menudo se beneficia¬ron de cios en la em¬presa a la financiación de la política colonial de ciertas ciudades o la Cruzada contra los turcos. . . que no es¬tados medievales, especialmente de tuvo lugar. Al mismo tiempo, castigaba Génova y Ve- necia. con la excomunión a todos los princiLos carteles más célebres son, sin dupes, ciudades y particulares que comda, los que originó el comercio deí praran alumbre que no fuera de Tolfa, alumbre, uno de Jos pro¬ductos más concedía derecho a enarbo¬lar el pabeimportantes y solicitados por el merllón pontificio a las naves utilizadas por ca¬der medieval porque constituía una los Médicis para este comercio y presde las materias primas indispensables a taba todo su apoyo a éstos para que, la industria textil, donde era empleado mediante presiones que llegaron hasta como corrosivo. La mayor parte del la expedición militar, obtuvieran el ciefiambre que se utilizaba se producía en rre de otras minas de alumbre existenhs islas o en las costas del rnar Egeo, y tes en la Cristiandad o bien la entrada en especial en Fó- cea, en Asia Menor. en el cartel de sus propietarios: los reEn el siglo xiii su comercio pasó a ser yes de Ñapóles, por ejemplo, monopolio genovés y, después de Bene- po¬seedores de minas exi Ja isla de detto Zacearía, comerciante genovés Iscbia. Fue una de Jas mayores emprepionero en esta empresa, una poderosa sas de los Médicis. sociedad genovesa, la maona de Quío — Mercaderes y poderes políticos en la que se encuentran prácticamente Esos ejemplos nos muestran los víncu- los que se crear0n entre gobiernos y grandes mercaderes, sobre todo a fines de la Edad Media cuando aumentaron las necesidades de Jos príncipes; de ello hablaremos al tratar del poder político de los mercaderes. Ac^ií nos contentaremos con decir que, en los siglos Xiv y xv, los préstamos a soberanos y ciudades, el arriendo de impuestos, la participación en las deudas del Estado, como, por ejemplo, en Venecía y Génova, donde se estableció Un fondo de deuda pública con la participación de los grandes mercaderes de aquellas dos ciudades —que se lan¬zaron a la especulación con esos verdaderos “valores”—, cons¬tituyó una parte cada vez mayor de los negocios de los gran¬des comerciantes. La prosperidad de ciertos grandes comer¬ciantes italianos tuvo su origen, en gran medida, en las operaciones financieras y comerciales que realizaban a cuen¬ 33 ta del Papado, una de las grandes potencias en dinero de la Edad Media — sobre todo en el siglo xv, cuando el Papado de Aviñón, al engrosar el fisco pontificio, drenó una parte de los recursos de la Cristiandad hacia las cajas de la curia y de las compañías italianas — sobre todo florentinas— que le servían de banqueros. Además de los beneficios propia¬mente financieros y comerciales de estas operaciones, los grandes mercaderes obtenían privilegios (exención de im¬puestos, participación en el go- bierno), que tenían profun¬das repercusiones en su posición económica. Era también ésa la época en que la legislación comercial se iba precisando en un sentido que, al asegurar más estabilidad y seguridad a los negocios, beneficiaba ante todo a los mercaderes. Desde Jos comienzos de la revolución comercial se vio a los señores y a los soberanos, y especialmente a los Papas mediante cáno¬nes conciliares, acordar su protección a los mercaderes erran¬tes, conceder salvoconductos (uso que se remonta a La más Alta Edad Media, en la que ya las inmunidades acordadas a los eclesiásticos los convertían en "comerciantes privilegiados”), hacer construir edificios especiales para albergar a los merca¬deres y a sus mercancías (como la fondaco, el más célebre de esos edificios, construido en Venecia para los mercaderes alemanes). Ya hemos visto cómo el éxito de las ferias fue muy facilitado por la protección acordada a sus participantes por la autoridad temporal del lugar donde se celebraban. Iba des¬arrollándose una legislación comercial, al principio obra de los mismos mercaderes, como por ejemplo la que se realizó en el seno del famoso Tribunal de la Mercanzia de Florencia que, como veremos, iba a constituir una de las bases del poderío político de los grandes mercaderes florentinos; y luego se des¬arrollaría en escala internacional hasta insinuarse en la legisla¬ción pública. En el dominio mediterráneo, por lo menos, los contratos y los litigios comerciales dieron realce e hicieron pro- liferar una multitud de notarios, personajes éstos que fueron los auxiliares de los mercaderes a quienes deben en gran parte la fortuna que conoció su profesión, y cuya función histórica se ha continuado hasta nuestros días, porque sus archivos son una de las fuentes más ricas en documentos sobre el mer¬ 34 cader y el comercio medievales. El notario sigue al mercader donde quiera que éste vaya: se los encuentra en Armenia y en Crimea; se los encuentra también a bordo de las naves, y vemos a uno de ellos dar testimonio, el 16 de noviembre de 1283, a la vista de las costas de Creta, a petición de unos comerciantes genovcses en ruta hacia Chipre y Armenia con sus mercancías, furiosos porque el capitán del navio, a des¬pecho de sus compromisos, hace virar el navio hacia Bizancio. En el dominio hanseático la función de los notarios fue desempeñada por las autoridades públicas —municipales y cor¬porativas—, y hoy debemos recurrir a menudo a los documen¬tos oficiales para seguir las operaciones del mercader medieval en el mundo nórdico. Por lo demás, en la Edad Media la intervención de las auto¬ridades públicas —que los historiadores liberales del siglo XIX consideraron como un obstáculo para el comercio y un signo de la barbarie medieval— fue en general be- neficiosa para los mercaderes quienes, a fines de la Edad Media, inclusive se beneficiaron de una verdadera política económica por parte de ciertos príncipes, como Luis XI, el "rey de los mercaderes”. Fue también a fines de ese mismo siglo xv cuando se definió con más precisión la legislación sobre la propiedad del subsuelo y la delimitación de las aguas territoriales. Indudablemente, a fines de la Edad Media los vínculos cada vez más estrechos entre príncipes y mercaderes hacen correr también a los últimos riesgos mayores. La insolvencia de los soberanos tiene mucho que ver en las estrepitosas quiebras de banqueros italianos en los siglos xiv y xv. Pero, no sólo han intervenido otras causas en estas bancarrotas: imprudente ex-tensión del crédito y de los negocios, función de la coyuntura económica y, sobre todo, de la coyuntura monetaria; sino que, además, desde muy temprano la legislación de las quiebras atenuó los efectos más duros. No sólo fueron absolutamente ex¬cepcionales las penas extremas, condena a muerte o sólo a pri¬sión, sino que con mucha frecuencia se evitó hasta la venta de ios bienes del que había quebrado, en pública subasta para indemnizar a los acreedores. Se extendió la costumbre de con¬ceder al que había quebrado y se hallaba en fuga, un salvo¬ 35 conducto por un período durante el cual él procuraba un arre¬glo amistoso con sus acreedores. PROGRESO DE LOS MÉTODOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV Si bien la extensión de los negocios a partir del siglo xm llevó a algunos mercaderes a cometer im¬prudencias y creó ciertos riesgos, en conjunto la evolución produjo un progreso en los métodos y las técnicas que permitió vencer o reducir muchas di¬ficultades y peligros. El comercio marítimo recibió gran empuje, gra¬cias, en primer lugar, a la práctica —sobre todo en Génova—• de la división de los navios en partes iguales, verdaderas acciones de las cuales una mis¬ma persona podía poseer varias. De esta forma se dividen y reparten los riesgos. Estas "partes”, lla¬madas también sortes o loca, son una mercancía que se puede vender, hipotecar, dar en commenda y hacer entrar en el capital de una asociación. ' Los seguros Más importante todavía es el desarrollo de los métodos de seguro. Su evolución es oscura. El tér¬mino securitas que designaba primitivamente un salvoconducto, parece referirse hacia fines del si¬glo XII a una especie de contrato de seguro por el cual los mercaderes confían (locant) mercancías a alguien que, a cambio de cierta suma pagada a tí¬ 36 tulo de securitas, se compromete a entregar la mer-cancía en determinado lugar. Hasta los siglos xiv y xv no se extienden verdaderos contratos de se¬guro en los cuales no cabe ya duda de que los ase¬guradores son distintos de los propietarios del barco. A fines del siglo xiv algunas "compañías”, como por ejemplo la del gran mercader pisano Francesco di Marco da Prato, inclusive se especializaron en esas operaciones. Veamos el texto de un memorán¬dum de fecha 3 de agosto de 1384, extraído de uno de sus registros que lleva como titulo el siguiente: "He aquí un registro de Francesco di Prato y Com¬pañía, residentes en Pisa, en el cual escribiremos todos los seguros que hagamos para otros. Dios haga que saquemos provecho de ellos y nos proteja de los peligros”: Aseguramos a Baldo Ridolfi y Cía. por cien florines oro de lana cargada en el barco de Bartolomeo Vicale en tránsito de Peñiscola a Porto Pisano. De estos 100 florines que aseguramos contra todo riesgo, recibimos 4 florines oro al contado, como atestigua un acta manuscrita de Gherardo d‟Ormauno que refrendamos. Y más abajo: Dicho barco ha llegado a buen puerto en Porto Pisano, el 4 de agosto de 1384, y quedamos descargados de dichos riesgos. La letra de cambio Otros progresos de la técnica — ampliamente ex-tendidos más allá del campo marítimo— a la vez 37 Bohemia e Inglaterra siguen el movique proporcionan nuevas posibilidades miento. al merca¬der, extienden y complican En adelante, en los pagos comerciales sus negocios. pasa a primer plano el problema del El primero y más importante es el uso cambio. A ese resde la le¬tra de cambio. Si bien se discu- 38 te su nacimiento, sus características y su función son hoy bien conocidas gra- pecto, además de la diversidad de mocias a los magníficos trabajos de R. de nedas, eviden-temente, debe tenerse en Roover. El auge de la letra de cambio cuenta: debemos, ante todo, situarlo dentro de a) La existencia de dos patrones, la evolución monetaria. paralelos en cierta forma: oro y plata. Durante la Alta Edad Media, la tenden- b) El precio de los metales preciocia a la economía cerrada y la poca am- sos, que sufrió un alza en los siglos xiv plitud de los inter-cambios internacio- y xv. Alza que, según los períodos, afecnales habían reducido la fun¬ción de la ta en forma desigual al oro y a la plata moneda. En el comercio internacional pero que, frente a las necesidades credesempeñaron papel preponderante las cientes del comercio y a la imposibilimonedas no europeas: el nomisma bidad de aumentar al mismo ritmo el zantino, llamado después hiperper y numerario en circulación, a causa del besante en Occidente, y los diñares estancamiento o la decadencia de las ára¬bes. A partir de la época carolingia, minas europeas y la disminución del en la Europa cristiana, aunque hubo suministro de meta¬les preciosos proun intento de retorno a la acuñación venientes de África, delata ese del oro, el patrón monetario era la pla- fe¬nómeno del "hambre monetaria” en ta, representada sobre todo por el dena- la que debe si¬tuarse la actividad de los rio, si bien tam¬bién aquí ocupó indu- mercaderes de finales de la Edad Medablemente un lugar de pri¬mer orden dia. Hambre sobre todo de oro, por el dirhetn musulmán. cuanto la plata pasa a ser relativamente Con el auge de la revolución comercial, abundante hacia finales del siglo xv, todo cambia en el siglo xm. Occidente gracias a la explotación de nuevas mivuelve a acuñar oro. A partir de 12 S 2, nas en la Alemania media y meridional. Génova acuña regularmente denarios Lo cual, como se sabe, será uno de los de oro y Florencia los famosos florines; principales motores de los grandes desa partir de 1266, Francia posee los pri- cubrimientos. meros escudos de oro; a partir de 1284, c) La acción de las autoridades políYenecia tiene sus ducados; en la prime- ticas. En efecto, el valor de las monedas ra mitad del siglo xiv, Flandes, Castilla, estaba en poder de los gobiernos, que podían variar el índice de la mis¬ma, es decir, el peso, el título o el valor nominal. Las piezas no llevaban indicación de valor, sino que éste era fijado por las autoridades públicas que las acuñaban, valorando las monedas reales en moneda de cuenta ficticia que generalmente se expresaba en libras, céntimos y denarios derivados de un sis¬tema que, por ejemplo, tomaba por patrón el dena39 rio tournois o denario parisis de Francia, o también el denario de gros de Flandes. De tal manera que los príncipes y las ciudades podían proceder a "mo¬vimientos monetarios”, "mutaciones” o desvalori¬zaciones, "refuerzos” o re valorizaciones. Riesgos a menudo imprevisibles para el mercader3. d) Las variaciones estacionales del mercado del dinero. A causa de la falta de datos, resulta difícil señalar la existencia en la Edad Media de ciclos económicos, fluctuaciones periódicas en ondas lar¬gas y cortas, tal como se ha reconocido para el pe¬ríodo moderno, aun cuando algunos historiadores, como Cario M. Cipolla, han creído poder hacerlo. En todo caso, el mercader medieval no tenía, in¬dudablemente, conciencia de ellos, y no le preocu¬paban. Por el contrario, los mercaderes medievales eran sensibles y prestaban mucha atención a las va¬riaciones estacionales del curso del dinero en las principales plazas europeas, variaciones debidas, entre otras causas, a las ferias, a la fecha de las cosechas y a la llegada y partida de los convoyes. Un mercader veneciano observó a mitad del si¬glo xv: En Génova, el dinero es caro en setiembre, enero y abril en razén de la salida de los barcos ... en Roma o donde se encuentre el Papa, el precio del dinero varía según el número de los beneficios vacantes y de los desplazamientos del Papa, que hace subir el precio del dinerb dondequiera que se en¬cuentre ... en Valencía es caro en julio y en agosto a causa del trigo y del arroz ... en Montpellier hay tres ferias que originan carestía de dinero ,.. 3 Para una relación detallada, cf. M. BLOCH, Esquisse d‟une histoire monctatre de l‟Europe, 1954., 40 ción de cam¬bio, ambas intimamente unidas”. He aquí una letra de cambio extraída de los ar¬chivos de Francesca di Marco Datini da Prato: f En el nombre de Dios, el 18 de diciembre de 1399, paga¬réis por esta primera letra "de uso” a Brunaccio di Guido y Cía. . . . CCCCLXXII libras X céntimos de Barcelona, las cuales 472 libras 10 céntimos valederas 900 y (escudos) a 10 céntimos 6 denarios por y (escudo) me han sido pagadas aqui por Ricardo degli Alberti y Cía. Pagadlas en buena y de¬bida forma y ponedlas a mi cuenta. Que Dios os guarde. Ghuiglielmo Barberi, Salut de Brujas y de otra mano: Aceptada el 12 de enero de 1399 (1400). en el dorso: Tales son los datos que el mercader de- Francesco di Marco y Cía., en Barcelobe tener .n cuenta para calcular los na. riesgos y los beneficios, y partiendo de Primera (letra). los cuales puede desarrollar, según sus 41 posibilidades, un juego sutil fundado en la prác¬tica de la letra de cambio. Se trata de una letra de cambio pagada Veamos, según R. de Roover, el princi- en Bar¬celona por el Hbrado —la supio y un ejemplo: cursal en Barcelona de la firma Datini— La letra de cambio era "una convención al beneficiario —la firma Bru- naccio di por la cual el 'dador*. . . suministraba Guido igualmente de Barcelona— a una suma de dinero al 'arrendador‟... y pe¬tición del librador o tomador — recibía a cambio un compromiso paga- Guglielmo Barberi, mercader italiano de dero a término (opera¬ción de crédito), Brujas— a quien el dador —la casa Ricpero en otro lugar y en otra moneda cardo degli Alberti de Brujas— ha pa(ope¬ración de cambio). Por lo tanto, gado 900 escudos a 10 céntimos 6 detodo contrato de cambio en¬gendraba narios el escudo. una operación de crédito y una opera- Guglielmo Barberi, exportador de paños flamen¬cos en relación regular con Cataluña, se hizo adelan¬tar dinero en escudos de Flandes por la sucursal de Brujas de los Alberti, poderosos mercaderes- banqueros florentinos. Como anticipó sobre la ven¬ta de las mercancías que ha expedido a su corres¬ponsal de Barcelona la casa Datini, libra sobre ésta una letra de cambio a pagar en Barcelona al corres¬ponsal en aquel lugar de los Alberti, la casa Bru- naccio di Guida y Cía. . . . Existe, pues, operación de crédito y operación de cambio. Este pago se rea¬lizó en Barcelona el 11 de febrero de 1400, treinta días después de su aceptación, el 12 de enero de 1400. Este plazo es el "término”, variable según las plazas —treinta días entre Brujas y Barcelona— que permitía verificar la autenticidad de la letra de cambio y, si fuera preciso, procurarse el dinero. Por lo tanto, la letra de cambio respondía a cua¬tro eventuales deseos del mercader, y le ofrecía cuatro posibilidades: a) El medio de pago de una operación comercial. b) El medio de transferir fondos entre plazas que utilizaban monedas diferentes. 42 c) Una fuente de crédito. d) Una ganancia financiera al jugar con las di-ferencias y las variaciones del cambio en las dife¬rentes plazas, siempre dentro del marco definido más arri- ba. En efecto, entre dos, o con más fre¬cuencia entre tres plazas podía existir comercio de letras de cambio, además de operaciones comercia¬les. Este comercio de cambios, muy activo en los siglos xiv y xv, fue causa de vastas especulaciones. Sin embargo, señalemos que, indudablemente, el mercader medieval ignoraba dos prácticas que ha¬bían de desarrollarse en la época moderna: el en¬doso y el descuento. Aunque recientes investiga¬ciones de Federigo Melis permiten descubrir ejem¬plos de endoso desde principios del siglo xvi en el dominio mediterráneo; y que en el siglo xv se ha¬llan casos parecidos, quizás, para obligaciones —sim¬ples órdenes de pago— en el dominio hanseático. La contabilidad Evidentemente, tales operaciones habían de ir del brazo con los progresos en contabilidad. La tene¬duría de libros de comercio se hace más precisa, los métodos más sencillos y la lectura más fácil. Cierto que seguía existiendo gran complejidad. La conta¬bilidad se dispersaba en numerosos registros: los li¬bros de las "sucursales”, de las "compras”, de las "ventas”, de las "materias primas”, de los "depó¬sitos de terceros”, de los "obreros a domicilio” y, 43 como ha destacado A. Sapori, el "libro secreto” donde se consignaba el texto de la asociación, la participación de los asociados en el capital, los datos que permitían calcular en todo momento la posi¬ción de dichos asociados en la sociedad y la distri¬bución de beneficios y pérdidas. Este "libro secre¬to” seguía siendo objeto de los principales cuidados y es el mejor conservado hasta nuestros días. Pero se extendió la costumbre de hacer un pre-supuesto. Pronto todas las grandes firmas poseye¬ron un doble juego de registros para las cuentas abiertas a sus corresponsales en el extranjero: el compto nostro y el compto vostro, equivalentes de nuestras cuentas corrientes y que ¿odavía hacían más cómodos los pagos por compensación medíante un simple juego de asientos sin transferencia de numerario. Y, sobre todo, se desarrolló la contabi¬lidad por partida doble que ha podido ser calificada de “revolución de la contabilidad”. Sin duda los progresos no son iguales en unas regiones que en otras, y hasta se ha llegado a expli¬car el casi monopolio de los mercaderes y banqueros italianos de la Edad Media, en una amplia zona geográfica, como resultado de su avanzada técnica comercial. Pero en el dominio hanseático podríamos hallar métodos que, aunque diferentes y quizás algo retrasados en la perspectiva de una eVolución general única, demostraron no obstante la eficacia de lo que Fritz Rórig ha podido llamar “suprema¬cía intelectual”. Señalemos, por otra parte, que no debe exagerarse la superioridad germánica en el dominio nórdico en cuanto a escritura y contabi¬ 44 lidad. Los famosos manuscritos sobre berestá (cor¬teza de abedul) descubiertos recientemente en Nov- gorod, demuestran que la escritura y el cálculo es¬taban allí más extendidos entre los autóctonos de lo que se creía 4. De todos modos, las técnicas ita¬lianas apenas fueron asimiladas antes del siglo xvi por los mercaderes de las ciudades atlánticas —bre¬tones, rocheleses, bordeleses— "cuyo arte parecía consistir en evitar al máximo el recurrir al crédito bajo todas sus formas”. Si bien Ph. Wolíf ha des¬cubierto que el crédito estaba muy extendido entre los mercaderes de Tolosa, insiste sin embargo en el "carácter rudimentario” de sus procedimientos. De manera que, allí donde existe, el gran merca¬der-banquero sedentario reina ahora sobre todo un conjunto, cuyos hilos maneja desde su despacho, su palacio, su casa. Un conjunto de contadores, comisionistas, repre-sentantes y empleados —los "agentes”— le obe¬decen en el extranjero. Al margen de la contabilidad, el mercader-banquero se¬dentario es centro de una vasta correspondencia conducente a recibir avisos y dar órdenes. Como conoce el valor del tiempo, la importancia para el éxito de un negocio de saber antes que los competidores la llegada de los navios o su naufragio, el estado de las cosechas —en una época en que los factores naturales son tan poderosos y los cataclismos tan destructi¬vos— y los acontecimiento políticos y militares que pue¬ 4 Los métodos hanseáticos son en realidad los normales, los más comentes en Occidente. En los siglos xrv y xv re¬sultaron rudimentarios en relación con los métodos de las grandes compañías italianas. 45 den influir en el valor del dinero y de las mercancías, el mer-> caderbanquero lanza una verdadera carrera por noticias. Pietro Sardella ha escrito un apasionante ensayo sobre el te¬ma Noticias y especulaciones en Venecia. La mejor forma de seguir el trabajo del mercader y comprender lo que fue su actividad profesional, es leer la abundante correspondencia co¬mercial de la Edad Media que nos ha sido conservada, pero que sólo en mínima parte ha sido publicada hasta ahora. Las categorías de mercaderes Con Ja extensión de los negocios, el mundo de los mercaderes sufre transformaciones. El mercader flamenco errante que iba a las ferias de Champaña a llevar paños y traerse especias, ya no tiene que desplazarse. Pues las galeras de Génova y Venecia van a Brujas a cargar y descargar mer¬cancías, los mercaderes italianos, los representantes y las sucursales de las grandes casas de Florencia, de Génova, de Luca y de Pisa se han instalado en Flan- des, y compradores y vendedores mantienen con- tactos permanentes sobre el lugar, como ocurría desde largo tiempo en Florencia, donde Giovanni Villani señalaba orgullosamente la inutilidad de las ferias "porque siempre hay mercado en Florencia”. Entonces, el mercader flamenco se convierte, a domicilio, en un intermediario sedentario y pasivo: el corredor. Anuda contactos entre mercaderes ex¬tranjeros, arregla operaciones comerciales y finan¬cieras entre ellos, les procura alojamiento y almace¬nes, y vive de las comisiones que le pagan por todos esos servicios. 46 clérigos, burgueses no comerciantes, no¬bles de segunda categoría y campesinos. Las sumas que prestan "a corto plazo”, durante uno, dos, a veces tres o seis meses, no son de uso comercial, sino que sirven para consumo personal en un período difícil para el deudor que deja en prenda objetos personales, vajilla, ropas, herramientas, armas, etc. No hay que creer que el poder económico de los lombardos fuera despreciable. Para satisfacer las ne-cesidades de sus numerosos clientes y los gastos considerables que precisa su actividad, los lombardos se hallan a la cabeza de importantes capitales reunidos mediante asociación familiar o merced a depósitos de terceros. A principos del siglo xv, los cahorsins po¬seen en Brujas un gran inmueble en el muelle largo de la Se ha creado, igualmente, cierta espeparroquia de San Gilíes, y otro más chicialización entre los hombres de nego- co, cios. Las categorías así formadas varían 5 Nombres genéricos que probasegún las regiones, los países y las ciu- blemente no responden a origen geográdades. Pero, a grandes rasgos, en el fico preciso. campo del comercio del dinero podemos 47 distinguir, como hace R. de Roover para Brujas, los lombardos, los cam¬bistas donde se alojan. Pero su horizonte es en metales y los cambistas, que son los limitado. Por haber querido lanzarse a mer¬caderes-banqueros propiamente operaciones en gran escala, lombardos dichos. y cahorsins de Brujas quiebran estrepiLos lombardos o cahorsins5 son los to-samente en 14*7. Por lo demás, coprestamis¬tas con prenda en garantía, mo veremos, se hallan obstaculizados los usureros que prac¬tican el préstaen sus prácticas, expuestos a la hostilimo de consumo a corto plazo. De mane- dad pública y privada y sin posibilidara que sus clientes raramente son des —salvo excepciones— de ascensión grandes per¬sonajes, sino más bien social. gente de pequeña y media condición: Por debajo de los lombardos, están los cambis¬tas en metales. Su banco o mesa (bancho, tavola) está a la vista, en un local que da a la calle como el de todos los artesanos. Están agrupados, para fa¬cilitar las operaciones de sus clientes, que a menudo son comunes a varios de ellos. En Brujas tienen me¬sa cerca de la Grand-Place y de la GrandeHalle aux Draps, en Florencia tienen banchi in mercato en el viejo Mercado y en el Mercado Nuevo, en Venecia tienen banchi di scritta en el puente de Rialto, y en Génova los tienen junto a la casa de San Gíorgio. El román courtois de Galeran de Bretaña nos ha dejado una pintura viva de los cambistas de Metz hacia 1220: Si sont li changeurs en la tire Qui datjnt eulx ont leur monnoye: Cil change, cil conté, cil note, Cil dit: "C‟est voirs”, cil: "c‟est menfonge”. Onques yvres, tañí fmt en son ge, Ne vit en dormant la merveille Que puet cy veoir qui veille. Cil n‟y resert mié d‟oysensez Qui y vent pierres précieuses Et ymages d'argent et d'or. 48 con más frecuencia, en vajilla. Según las circunstancias, exportan también esos metales preciosos, a pesar del monopolio teórico de los ¿tomadores. Mediante estas operaciones deter¬minan el precio de los metales preciosos, ejercen considerable influencia sobre sus fluctuaciones y tienden a dominar su mercado. Pero han añadido nuevas funciones a las anti¬guas: aceptación de depósitos y reinversiones por préstamo. Se han convertido en banqueros. Estos depósitos, la aceptación a sus grandes clientes de operaciones al descubierto, los préstamos, anticipos, inversiones y los giros por simple asiento de escri¬turas, los convierten en los auxiliares indispensables de los mercaderes y de la gente acomodada, todos los cuales tienen cuenta con un cambista en meta¬les: a fines del siglo xiv ése es el caso de 1 persona cada 35 ó 40 en Brujas, y el 80 por ciento de los 6 Ésta es la fila de los cambistas que ante sí tienen sus monedas: éste cambia, éste cuenta, éste las limpia, éste dice: "Es -verdad”, aquél: "es mentira”. Jamás ebrio, ni siquiera en sueAutre ont davant eulx grant tresor De ños, vio dormido la maravilla que aquí leur riche vesselment 6. puede ver quien veta. No está ocioso Ante todo, cumplen dos funciones tra- quien vende piedras preciosas e imágedicionales: el cambio de monedas (de nes de plata y oro. Otros tienen ante sí donde Ies viene el nom¬bre) y el comer- gran tesoro en rica vajilla. cio de metales preciosos, pues son los 49 principales suministradores de moneda gra¬cias a los metales preciosos que clientes de los cambistas en metales de reciben de su clien¬tela en lingotes o, Brujas tienen depósitos inferiores a 50 libras flamencas. A los cambistas en metales volveremos a encontrarlos en las esferas elevadas de la jerarquía social. Pero en la cúspide están los que llaman en Brujas cambistas-banqueros, los que tienen en Florencia los banchi grossi, los mercaderes-banqueros propia¬mente dichos. Su actividad sigue siendo no especia¬lizada. Al comercio de mercancías de toda clase, realizado en exportación e importación en escala internacional» añaden una actividad financiera múl¬tiple: comercio de letras de cambio, aceptación de depósitos y operaciones de créditos, participación en varias “sociedades” y el ejercicio del negocio de seguros. A menudo son también productores, in¬dustriales como los Médicis, que poseen en Florencia dos fábricas de paños y una fábrica de seda. Y Be- nedetto Zaccaría, que en el siglo xm controla desde Génova el mercado del alumbre, realiza un "fenómeno de integración** al transportarlo en barcos de su propiedad y utilizarlo en una fábrica de tintes por él montada. Si bien en Venecia son sólo mayoristas, dejando a los más pequeño* la venta al por menor, en otras partes tienen con frecuencia comercio abierto e inclusive, como simples lombardos, no desdeñan a veces practicar la usura, el pe¬queño préstamo de consumo. Pero sus operaciones no se reali¬zan a la vista, all‟aperto, sino dentro, en su casa, que con frecuencia es un palacio, donde se halla el scrittoio, la ofi¬cina que es el centro de sus vastos negocios. Jacques Coeur es uno de los ejemplos más extraordinarios. Mollat, quien estudió todas las ramificaciones de sus nego¬cios, ha esbozado su amplitud tentacular: "un mapa que 50 reprodujera la distribución de sus intereses correspondería a un mapa económico de la Francia de mediados del siglo xv”. Posee bienes inmuebles en todas partes: tierras, asignaciones de rentas rurales, ricos hoteles particulares en Bourges, Saint Pourgain, Tours, Lyon, Montpellier. A ello añade toda clase de especulaciones: arriendos de ayudas e impuestos, rescate de prisioneros ingleses. Si bien sus naves operan con preferen¬cia en el Mediterráneo, también las tiene en el Atlántico, en la Mancha y en el Mar del Norte, sin contar los rio*: Loira, Ródano, Sena. "No fue extraño a ningún objeto sus¬ceptible de tráfico”. La platería, guardamuebles y depósito real que dirige es sólo su mejor cliente. A esa empresa como a tantas otras vende lanas, paños, tejidos, cueros, pieles, sal, especias y objetos de arte. Provee a los ejércitos del rey de arneses y armas. Tiene intereses en Florencia, en España, en Brujas. Después de haber caído en desgracia se evadió y buscó refugio junto al Papado, gran potencia económica; mu¬rió en Quío, el vasto emporio genovés. ¿Fue el mercader medieval un capitalis- ta? Claro es que ahora que se conoce mejor al mer¬cader-banquero medieval no puede seguir aceptán¬dose la célebre tesis de Werner Sombart, para quien el gran capitalista nació con la Edad Moderna, con el Renacimiento y la Reforma del siglo xvi. Indudablemente, vale más considerar al gran mercader como un precapitalista. Según una defi¬nición estricta del capitalismo, como la que ofrece la doctrina marxista, la Edad Media no lo conoció. Su sistema económico y social es el feudalismo, y dentro de ese marco actúan los mercatores. Pero, ellos contribuyen a romper el marco, a destruir las estructuras feudales. Al actuar, como veremos, so¬ 51 en manos privadas y acelera el proceso de enajenación del trabajo de los obreros y de los campesinos trans-formados en asalariados. Y algunos historiadores marxistas como V. I. Ruthenburg, al estudiar las compañías florentinas del siglo xiv, no han vaci¬lado en ver en ellas los principios del capitalismo en el sentido riguroso del término. Inclusive un historiador como Frantisek Graus, que se niega a hablar de capitalistas en la Edad Media, reconoce que hay elementos de capitalismo y que, en Italia, inclusive hay algo más. Tiene razón en protestar contra concepciones anticientíficas y antihistóricas que apelan a un "capitalismo eterno”, y en pedir para el estudio de las estructuras prioridad sobre el estudio de las mentalidades. Cita también a Marx, según quien "las corporaciones medievales tendían poderobre una evolución agrícola activada por samente a impedir la transformación la intru¬sión de capitales urbanos — del maestro artesano en capitalista, al por lo menos en regio¬nes como Italia o limitar a un máximo muy bajo el númeFlandes— y precipitada por la amplia- ro de obreros que po¬ ción de una economía mundial (Welt52 wirtscbaft) que tienen profundas repercusiones so¬bre los precios agrícolas e día emplear un mismo maestro ... sienindustriales, los grandes mercaderes do así que el poseedor de capitales o de preparan el advenimiento del capitamercancías no se trans¬forma en capilis¬mo. E. A. Kosminsky ha visto en la talista más que cuando los mínimos expropiación a las clases rurales de la fijados a la producción superan ampropiedad de la tierra, espe¬cialmente pliamente el máximo medieval”. Pero en Inglaterra —evolución en la que to- aquí, el autor de El capital, tributario ma¬ron parte los mercaderes—, la de los conocimientos históricos de su fuente de “la primi¬tiva acumulación” épo¬ca, confunde con los artesanos a del capital. El gran mercader me¬dieval los grandes merca¬deres que poco se concentra ya los medios de producción preocupaban, como veremos, de los re- glamentos de las corporaciones; y subestima considerablemente la amplitud cualitativa y cuan¬titativa del dominio económico y social de los mer¬caderes. No hay que olvidar, ciertamente, que la econo¬mía medieval siguió siendo fundamentalmente ru¬ral, que el artesanado predominaba en las ciudades y que los grandes negocios no son más que una capa superficial; pero, por la masa de dinero que ma¬neja, por la extensión de sus horizontes geográfi¬cos y económicos y por sus métodos comerciales y financieros, el mercaderbanquero medieval es un capitalista. Lo es también por su espíritu, por su género de vida y por el lugar que ocupa en la so¬ciedad. 53 no se confunde con el desarrollo de la clase de los grandes mercaderes, aunque en Genova, por ejemplo, la asociación de hombres de negocios, la compagna, pase a ser des¬de 1099 el municipio y, en el dominio alemán, el consejo (Rat) se identifique con los grandes mer¬caderes; pero en ese auge desempeñaron los grandes mercaderes un papel capital y de ese auge fueron ellos los principales beneficiados. A tal resultado lle¬gó la clase de los grandes mercaderes a través de 54 bur¬guesía comercial sobre la nobleza rural: tan diíícil resulta diferenciar a ambas. A veces, la nobleza, cuyo debilitamiento está re-lacionado con la decadencia de la economía rural, permaneció voluntariamente apartada de las acti-vidades económicas que constituían la fuerza de la clase mercantil. Así ocurrió en Francia y en Es¬paña, donde los nobles desdeñaron ejercer el co¬mercio que, jurídicamente, implicaba la pérdida de sus privilegios y la renuncia a su "orden”: eso fue, a pesar de los esfuerzos de Luis XI, la derogeance. complejas relaciones con las demás ca- 55 tegorías socia¬les: nobles, artesanos, obreros y campesinos. Sin contar a la Pero, con. mucha frecuencia, los nobles Iglesia, de la que se hablará en el caprocura¬ron participar de las nuevas pí¬tulo siguiente, ni a las autoridades fuentes de provecho, invirtieron capitaCAPITULO II políticas supe¬riores, señores y monar- les en el comercio o se dedicaron persoFUNCION SOCIAL Y POLITICA cas. nalmente a los negocios y a la banca. MERCADERES Y CIUDADES MERCADERES Y NOBLEZA Éste fue el caso, especialmente, de muSea cual fuere el origen de los grandes Con la nobleza hubo lucha, eliminación chos nobles italianos, cuya adaptación mercade¬res medievales, una cosa es o asimi-lación. fue facilitada por el hecho de que mucierta: su poderío eco¬nómico va unido En Florencia, la lucha entre los nobles chos de ellos vivían en las ciudades; al desarrollo de las ciudades, cen¬tro de de vieja estirpe, los magnaíi y los popo- porque en Italia, a pesar de la decadensus negocios. Igualmente en el marco lani agrupados en las corporaciones cia de la Alta Edad Me¬dia, el fenómeno urbano será donde establezca su domi- ("Arti”) donde dominan los grandes urbano conoció continuidad en¬tre la nación social y polí¬tica, consecuencia mercaderes, parece terminar en 1293 Antigüedad y el período medieval. Por y prenda de su poderío econó¬mico. con las Orde¬nanzas de Justicia. Los otra parte, algunos nobles rurales irán Aunque esta evolución no haya seguido miembros de las ciento cua¬renta y sie- a establecerse en las ciudades al desael mismo ritmo, no haya conocido un te familias de magnati son excluidos de rrollarse éstas. sincronismo perfecto y haya revestido .las funciones oficiales e inclusive casti- Estos nobles se fusionaron con la nueformas distintas, puede afirmarse que, gados con un régimen penal excepciova clase co-merciante y, a veces, de esa en el siglo XIII, las ciudades están donal. Estas medidas re¬presentan tanto fusión nació una aris-tocracia en la que minadas política y socialmente por los la lucha de la nueva capa mercan¬til se confundían los antiguos seño¬res grandes mercaderes. El auge comunal contra la antigua, como la victoria de la feudales, los antiguos funcionarios se- ñoriales o reales y los nuevos ricos. Es lo que se desprende, en lo que respecta a Génova, de los magníficos estu¬dios de André Sayous y de Roberto López y, en lo que respecta a Venecia, de los magníficos trabajos de Gino Luzzatto. De Venecia se ha dicho que “los dogos son mercaderes y los mercaderes son almi¬rantes”. En todo caso, inclusive donde la nueva clase mer-cantil fue burguesa, plebeya, “popular”, y hubo de conquistar su rango social y su poder político en lucha con la nobleza feudal, la oposición entre ella y la vieja aristocracia se atenuó considerable¬mente en los siglos xiv y xv, en especial bajo el efecto de una doble evolución. 56 La primera tendió a separar a la rica burguesía mercantil de las clases populares urbanas, de las cuales se había servido en su conquista del poder y a las cuales comenzó a temer cuando pretendieron limitar o destruir su dominio económico y social, a la vez que su hegemonía política. La clase social peligrosa para los mercaderes no era ya la que estaba por encima, sino la de abajo; y los mercaderes se volvieron hacia le que quedaba de la vieja nobleza, para ganarse una aliada. Eso se vio, por ejemplo, en Florencia, donde a fines del si¬glo xiv, después de la revolución proletaria de los Ciompi, los grandes mercaderes reinstalaron a los antiguos nobles en el gobierno de la ciudad. La segunda evolución a que nos referimos llevó desde muy temprano a los mercaderes a entrar en la nobleza. En efecto, muy pronto se revela esta tendencia a través de di¬ferentes procesos. Unas visees es el mercader quien busca, por vía de ma¬trimonio, acceso a la vieja nobleza. Un cronista florentino del siglo Xiii escribe: "Cada día se ve plebeyos muy ricos que quieren casarse con mujeres pobres pero nobles”. Otras veces, el género de vida del mercader lo acerca a la nobleza, que pronto lo considera como a uno de sus miembros. < Más tarde lo veremos en su palacio, participando en torneos. f Los célebres mercaderes-banqueros de Florencia, los Peruzzi, que jurídicamente pertenecen al popolo, llevan espuelas y se conducen como caballeros. Un cambista de Brujas, Evrard Goederic, es llamado Sire, y su mujer Madame; comandante de la milicia urbana, combate a caballo. Villani dice de los Cancellini de Pistoia: *'No eran muy antiguos, pero, con ayuda de sus riquezas todos se convirtieron en caballeros, hombres de valer y gente de bien”. He aquí una hermosa yuxtaposición de términos nobles y de vocabulario burgués. Y todavía es más frecuente que compre tierras, un do¬minio feudal que —por lo menos al comienzo— más que una buena inversión representa la ocasión de un ascenso social y el paso a la nobleza. Y donde subsiste o se desarrolla un poder principesco o monárquico, piedra angular del sistema social, los mercaderes 57 mendigan y compran, según los casos, títulos de nobleza jun¬to con las propiedades señoriales. Un reciente estudio lo ha demostrado de nuevo en relación con unos ricos burgueses de Lyon: los Jossard. A fines de la Edad Media, cuando numerosas fa¬milias de mercaderes se retiran de los negocios a causa de dificultades que hacen preferibles las in¬versiones inmobiliarias y rurales, o por sentir atrac¬ción por la vida de rentista, más seductora que los afanes del comercio, cuando la constitución de las monarquías centralizadas les ofrece nuevas sali¬das, a la rica burguesía mercantil todavía le será más cómodo trocarse en aristocracia rentista, en nobleza de toga o de oficio. Sigamos brevemente la curva esquemática de la evolución de dos burguesías francesas. En Tolosa, P. Wolff ha narrado la ascensión de los Ysal- guier. Desde muy temprano, estos comerciantes se alian con la nobleza rural ya sea mediante la compra de propiedades, ya mediante una "política matrimonial” bien dirigida. Lue¬go, se hacen soldados y sobre todo agentes reales, a la vez que cumplen funciones municipales como capitanes. "A par¬tir de 1380, la evolución de la familia parece acabada. Ya ningún Ysalguier se dedicará al comercio ni al intercambio”. Pero, en período de crisis feudal, estos nuevos nobles com¬parten la decadencia de los antiguos señores. "A lo que tien¬de naturalmente el mercader es a la nobleza. Pero la nobleza significa las más de las veces una medianía no exenta, sin embargo, de honores ni de orgullo .. . pero, al fin de cuen¬tas, medianía.” En Lila, el Dr. Feuchere ha distinguido seis estadios de evolución burguesa entre los siglos xii y xrv: 1. La fortuna. Abandonando la tierra, los futuros bur¬ 58 gueses se instalan en la ciudad y se convierten en tenderos. Los hijos o los nietos consiguen una fortuna y se convierten en burgueses. 2. La regiduría. Llegan a ocupar cargos mu¬nicipales; participan en la dirección política de la ciudad. 3. Los feudos rurales. Los adquieren por compra o matrimo¬nio. 4. La nobleza. Hacen que se la concedan los príncipes por los servicios prestados. Carlos VI, por ejemplo, en 1391 ennobleció a Guillermo de Terremonde. 5. La nobleza de toga. Durante el período borgoñón, se convierten en oficia¬les del príncipe, lo que confiere la nobleza a los que todavía no la habían recibido. 6. Finalmente, tienen acceso a la no¬bleza militar, convirtiéndose en caballeros. En los comienzos, se dedican al comercio o a la indus¬tria textil. A partir del cuarto estadio, ya no hay comercio. Sólo unas diez familias alcanzan el quinto y el sexto estadio. Por lo tanto, entre el mercader y el noble no hubo antagonismo profundo, salvo durante el cor¬to período de lucha violenta contra las sujeciones feudales de la Alta Edad Medía. Casi en todas par¬tes, un doble movimiento, inverso, pero conver¬gente, de aburguesamiento y de ennoblecimiento, los fue acercando uno a otro. En definitiva, la lucha, cuando se produjo, fue más bien entre antigua y nueva nobleza, resultante esta última de la fusión de dos categorías de co¬merciantes: los de origen noble y los de origen burgués. MERCADERES Y CLASES POPULARES URBANAS Sin embargo, en muchas ciudades los comercian¬tes habían seguido siendo "pueblo”. Pero sería un 59 error considerar a ése constituido por una sola clase. Los ricos mercaderes y banqueros forman en él una categoría aparte, que domina por mucho tiempo. Sobre la distinción entre esos mercaderes y el mundo de los artesanos, debemos citar las palabras profundas y brillantes de Armando Sapori sobre “la coexistencia de dos mundos”. De un lado, el mundo tradicional y, en consecuencia, esen¬cialmente medieval, con su típica organización de los ofi¬cios ... Es el mundo de maestros y aprendices, el mundo de los innumerables talleres donde una humilde mu- chedumbre de artesanos, casi siempre iletrados e incultos, trabaja para un mercado circunscripto a los límites de una ciudad o de un barrio, que emplea como medio de¡ intercambio la moneda de los piccoli.. . Junto a ese pequeño mundo vivía, del otro lado, un mundo de vanguardia: la organización de las compañías de comercio internacional, dueñas de ricos almacenes donde se amontonaban las mercancías rflás preciosas y donde hombres provistos de larga experiencia y de una cultura curiosa y variada, hombres de ideas audaces y de ambición desenfre¬nada, tratan asuntos comerciales y financieros con los prin¬cipales centros económicos de los países ultramontanos y ul¬tramarinos, lanzando ríos de florines de oro y de monedas de curso en todos los países del mundo. Ambos mundos estaban organizados por igual sobre la do¬ble base de las leyes morales de la Iglesia y las leyes jurídicas de la ciudad y de las "artes”. Por lo tanto, no debe sorpren¬demos que eruditos que solamente han consultado como fuen¬tes los status, hayan llegado a la visión y a la captación de un solo mundo: el de las corporaciones. Sin embargo, mien¬tras para los artesanos esas leyes eran realmente obligatorias ■—lo que las hizo plenamente eficaces y permitió frenar even¬tuales iniciativas, nivelando los géneros de vida y las activi¬dades—, para los mercaderes tuvieron un valor mucho más formal que sustancial. Establecidas en último análisis por los 60 Poitiers, donde quiera se estableció un ré¬gimen corporativo éste no solamente no molestó a los grandes mercaderes, sino que fue para ellos uno de los mehombres que desempeñaron un papel dios de su dominio sobre el mundo arpreponderante en la política de las co- tesa¬no. Tanto, que éste acabó por no munas y en la economía de las corpora- gozar siquiera de una "coexistencia” en cio¬nes —a pesar del complicado mela cual había tenido, sin em¬bargo, un canismo de los consejos, los votos y los lugar modesto. sorteos—, para esos seres privilegiados En Florencia, por ejemplo, la gran dislas leyes no representaban otra cosa tinción entre popolo grasso y popolo que pantallas providenciales, a cuyo minuto encubre la- división de las coramparo podían ejercer una actividad poraciones o "artes” en "artes mayores”, que los conducía sin riesgos hacia sus agrupación de los ricos mercaderes, y propios objetivos. Por otra parte, si se 61 daba el caso de que una de esas leyes que ellos mismos habían dictado con "artes menores”, formadas por 1os arteextrema habilidad, llegara a ser un obs- sanos. Más aún; muy a menudo la pretáculo y a partir de entonces resultara eminencia entre la vein¬tiuna artes floimposible disfrazar o justi¬ficar un acto rentinas estuvo restringida no sólo a las de violación, suprimían el obstáculo con once artes mayores, sino a las cinco tanta audacia como donaire, lo que, por primeras de éstas, que comprendían a demás, no es un proce¬dimiento exclu- los únicos hombres de negocios de essivo de la Edad Media... Pero, si se incala de acción internacional: las artes ter¬preta ai pie de la letra la ley y se de Calimala (o sea de los grandes imcree que todos los hom¬bres eran igua- portado¬res-exportadores) , del cambio, les ante ella, no se alcanza a explicar la de la lana, de Por Santa María (o sea de forma¬ción de riquezas fabulosas, mo- la seda) y de los Médicos, Drogueros y nopolios y trusts, en una pa¬labra, la Merceros, reunidos en un "arte” que formación de aquella organización eco- comerciaba con todos los productos nómica que nada tuvo que envidiar a la llamados "es-pecias”, de las cuales un que, más tarde, historiadores y econo- manual de la época enu¬mera doscienmistas han llamado de común acuerdo tas ochenta y ocho diferentes. La "la organización del capital”. do¬minación económica y política que Sin hablar de las ciudades que no coestas cinco ar¬tes ejercieron en Florennocieron las corporaciones —como Gé- cia y que se expresó en el papel desemnova— o que sólo las vie¬ron establecer peñado por el Tribunal comercial de la tardíamente, en el siglo xv, como Lyon y Mercanzia, su emanación a partir de 1308, ha sido estudiada por Armand Grunzweíg, quien ha demostrado las luchas empeñadas alrededor de la Mercanzia por los tenderos y artesanos de las Artes menores, especialmente para anular o dejar sin efecto las deudas contraídas por los artesanos con los mercaderes-banqueros. Todavía era más fuerte, naturalmente, el poder de éstos sobre los obreros, en particular en las dos regiones donde, en la Edad Media, es posible hablar de proletariado obrero vinculado a la existencia de una gran industria de tipo capitalista: la industria textil de Flandes y las industrias textil y naval de Italia central y septentrional. Por otra parte, ar¬tesanos y obreros se hallaban a menudo en pie de igualdad frente al mercader banquero en cuanto a 62 subordinación económica; y en Florencia, por ejem¬plo, asistimos en los siglos xiv y xv a la proletari¬zaron de los pequeños artesanos. Los medios de presión y de opresión de los mer¬caderes sobre estas categorías sociales eran numero¬sos y poderosos. Intentaremos mostrarlos a través del ejemplo de Sire Jehan Boinebroke, mercader-textil de Douai, « fines del siglo XIII. Una serie de documentos extraordinarios que han llegado hasta nosotros y que Georges Espinas ha editado y comentado en un libro admirable y célebre, nos han reconstruido las relaciones entre aquel comerciante y todo un conjunto de "empleados" y "obligados”, humildes vecinos, deudores, pro¬veedores, sirvientes, obreros, pequeños patronos y emplea¬dos "que trabajaban en o para su empresa de tejidos de lana”. Ejecutando una cláusula de su testamento, los herederos pro¬metieron reparación a las personas que Sire Jehan hubiera da¬ñado en vida; algunas de ellas osaron presentarse a reclamar, y el texto de las reclamaciones, acompañadas de cierta can¬tidad de piezas justificativas, es lo que poseemos. A las gentes humildes las domina, ante todo, por su pode¬río económico. Tiene el dinero y a sus deudores exige reem¬bolso antes del vencimiento, prendas indebidas de las cuales se apodera a la fuerza, y sumas muy superiores a las adeuda¬das ... hasta triplicar la deuda. Tiene el trabajo y de él dependen para vivir no solamente los obreros y obreras que emplea por su cuenta en su propia casa o a domicilio, sino también los pequeños artesanos cu¬yas herramientas a menudo son de su propiedad, que no pue¬den procurarse materia prima fuera de él y no pueden ven¬der los productos de su trabajo sin pasar por él. Ahora bien; engaña sobre la calidad de la materia prima, y sobre el peso, y se hace pagar precios exorbitantes. En cuanto a los salarios o las compras, "paga poco, mal o nada” y practica el truck system, el pa- go en especies. 63 Tiene el alojamiento. Como la mayoría de los grandes mer¬caderes, posee numerosas casas, inversión tanto más interesante cuanto que, también como la mayoría de ellos, aloja en sus inmuebles a sus obreros, clientes y proveedores. De ese modo, alojados en una especie de ciudad-obrera, aunque muy embrio¬naria, todavía dependen más de él. Llega inclusive a suminis-trarles conscientemente trabajo de valor inferior al precio del ¡Iquiler, para tenerlos más a su merced. "Puede decirse que, en sus casas, se convertían en verdaderos prisioneros del car¬celero que era Boinebroke”. Por lo demás, la presión de los grandes mercaderes sobre la propiedad urbana era conside¬rable en todas partes. En Liibeck poseen los mejores terrenos de esquina de las calles principales, los graneros de cereales y los almacenes del puerto, y los edificios de la ciudad indis¬pensables para la gente de oficio: bodegas, hornos, edificios del mercado ■ . . único lugar donde los artesanos pueden ven¬der y, a veces, como en el caso de los orfebres, producir. A esta gente humilde, Boinebroke la aplasta también con el peso de su poderío social. Tan pronto emplea con ellos el desprecio como la fuerza. Sobre todo con las mujeres, "que desprecia ostensiblemente”, emplea la ironía. A una tintorera, de cuya mercancía se ha apo- derado indebidamente, le dice: "Comadre, ve a trabajar al lodazal, ya que estás necesitada: me pesa verte así.” Y como ella se ve forzada a aceptar, pero protesta, añade: "jComadre! Nada te debo, que yo sepa, pero me acordaré de ti en mi testamento.” Y Georges Es¬pinas observa: "el patricio juega con su comadre, a la que arruina de hecho y de palabra, y se diría que juega con ella como el gato con el ratón que va a estrangular: es la oposi¬ción de la omnipotencia y la extrema debilidad.” Pero también se muestra colérico, como con un locatario que había pagado sin embargo el alquiler, pero se negaba a pagar más: "Y Sire Jehan se enojó y le echó de la casa sin ley y sin juicio.” Entonces, despliega la fuerza. Un campe¬sino no quería venderle las plantas de rubia, en un momento en que el precio de la rubia subía, plantas que había vendido ya a otro; Boinebroke llegó al campo con dos de sus obreros e "hizo arrancar de fuerza la rubia y llevarla a su casa”. Y el infeliz campesino se quedó sin plantas y sin dinero. 64 Frente a tanta arrogancia, los humildes interlocutores de Boinebroke se atreven a rebelarse contra él ni siquiera des¬pués de muÉrl0> en el momento de la investigación repara¬dora. "Fuero11 tan oprimidos y por tanto tiempo, que se aban- donan con tP^a naturalidad a su suerte. Ese sentimiento, que duró lo que Ia existencia del fabricante de paños, cobró tanta fuerza que pudo persistir aun después de su desaparición, y los llevó a n° arriesgarse más que tímidamente a dar a cono¬cer sus quejí*5- El recuerdo tiránico del muerto parece pender y pesar sobre ellos, detenerlos y aterrorizarlos mientras vaci¬lan en expresar las reclamaciones ante los ejecutores testa¬mentarios d¿l difunto, en un medio que no es el suyo y que, por el contrar¡°> era el de su opresor.” No obstante, las reacciones son a veces violen¬tas, Ademas de huelgas y motines hay verdaderos movimientos revolucionarios que convierten al si¬glo xiv er1 un siglo de crisis sociales con episodios violentos, crisis complejas pero que presentan un aspecto esencial: la rebelión de los artesanos y obre¬ros explotados contra el gran mercader. Mas, entonces los rebeldes chocan con la última fuerza de aquél: su poderío político. Desde muy temprano^ éste fue a coronar el éxito comercial y la fortuné Dueños de las comunas italianas, los mercaderes lo son más toda vi a del consejo urba¬no, del Rflt de las ciudades alemanas donde elabo¬ran un d¿recho urbano que integra el ius mcrcato- rum primitivo. Inclusive tardíamente encontra¬mos este proceso. En 1433, Hans Popplau de Lieg- nitz se instala en Breslau. Su primo Andrés se le reúne algunos años más tarde. Fundan una socie¬dad que trafica en pa- ños, arenques, aceites, espe-cias, cue- MERCADERES Y CAMPESINOS ros y objetos de orfebrería. Los compran Si bien los contactos de los mercaderes 65 con los 66 en los Países Bajos y los revenden en Baviera, en Austria, en Bohemia y en campesinos fueron menos íntimos en Polonia. Hans forma par¬te del Kat de conjunto que los que tuvieron con las Breslau desde 1446 y permanece en él demás clases sociales, fue¬ron no obshasta su muerte, en 1456. En 1448 es tante más numerosos y más imporburgo¬maestre. Su hijo Markus es tan¬tes de lo que se cree. En la Edad miembro del Kat de 1483 a 1499, mien- Media, ciudad y campo no vivían aislatras sigue ocupándose de los negocios. dos una de otro. Económica, demográfiEl mismo Boinebroke fue concejal de ca y políticamente sus relaciones son Douai, por lo menos nueve veces. Saun hecho capital. En las regiones fuerbemos en especial que lo fue en 1280, y temente urba¬nizadas donde los merque dicho año él y sus colegas, que per- caderes muy pronto se hicie¬ron podetenecían a su misma clase, reprimieron rosos, su acción sobre el campo se dejó "con cruel energía” una huelga revolu- sentir temprano. Al principio, colaboracionaria de te¬jedores. "La ley que deron en la liberación de los campesinos, bería castigarlo y vengar a sus víctimas, porque eso era a la vez un medio de lulo salva porque él es quien la ha hecho cha contra los señores feudales, ocay quien la aplica. Para comprender (lo), sión para la compra de tierras a los nono separemos nunca política y econobles pri¬vados así de mano de obra, o a mía; una per-mitió y trajo a la otra que, los campesinos., pro-pietarios engolosia su vez, la completa y consolida; la le- nados con el dinero ofrecido y, quizás, galiza y legaliza sus abusos.” gracias a la emigración hacia las ciuda¿Que ese terrible Boinebroke es una des de los campesinos liberados, ocaexcepción? Quisiéramos creerlo y, sin sión sobre todo de procurarse mano de duda, había en él cier¬tos rasgos indi- obra barata para la industria y el coviduales de carácter que pudieron acen- mercio. tuar ciertas actitudes y ciertas conduc- En ciertas regiones, los mercaderes retas. Pe¬ro, como ha observado G. Espi- voluciona¬ron también las condiciones nas y como demasia¬dos documentos de explotación y de vida de los campeconfirman, es un prototipo, sinos. Gracias a los capitales, ca¬racterístico de una categoría cuyo pu¬dieron invertir en el campo dinero comportamien¬to social —fundado so- con que me¬jorar las técnicas, proceder bre las estructuras económi¬cas y polí- —como en Flandes o en la llanura del ticas— fue singularmente feroz. Po— a grandes trabajos hidráulicos y extender los molinos. Gracias a su espíritu y a sus métodos comerciales pudieron mejorar la pro¬ducción, racionalizarla en cierta medida. Gracias a su orientación comercial y a su capacidad eco¬nómica, pudieron a veces proceder a una recon¬versión de los cultivos, como recurso en las crisis agrícolas: sustitución de los cultivos por la gana¬ 67 pitales y del suministro de animales, herramientas o semi¬llas, no solamente les imponían obligaciones gene¬radoras de progresos tales como el desmonte, la explotación de la madera y la construcción de edi¬ficios, sino que, además, dejaban en manos del mercader, socio capitalista, la mayor parte de las ganancias. En el campo mesino, según J. Schnei- der, los campesinos de los dominios burgueses ob¬tuvieron “la liberdería para responder a las necesidades tad personal pero con la sujeción ecode la indus¬tria textil, como en Inglate- nómica”. rra y en la región de Metz; aumento del A partir del siglo xiv, cuando la crisis cultivo de la rubia para tintes, como en econó¬ Flandes; luego, en los siglos xiv y xv, 68 desarrollo del glasto, que los mercaderes de Tolosa, por ejemplo, harán culti- mica dejó sentirse de un modo más esvar en vastas zonas del sudoeste de pecia! en el campo, la actitud de los Francia; e impulso dado en Italia por mercaderes respecto de los campesinos los mercaderes florentinos al cultivo de que dependían de ellos se hizo más dula morera cuando la seda del Turques- ra, tanto más cuanto que se generalizó tán llega con mayor di¬ficultad. Los el replie¬gue de capitales mercantiles mercaderes se interesan también en hacia el campo. Indu¬dablemente, desabastecer a las ciudadft que dominan de muy temprano los mercaderes se políticamen¬te. Se protege la agricultu- habían dedicado a comprar bienes rura; se fomentan ciertos cultivos, como rales, signo y fuente tradicional de rila vid o los árboles frutales. Uno de los queza y consideración. Pero el movicélebres frescos de Ambrogio Lorenzetti, miento se aceleró a partir del siglo xiv, en el palacio comunal de Siena, repre- acentuando la tendencia de ciertos senta los efectos, para el campo, del grandes merca¬deres a convertirse en "buen gobierno” de la burgue- sía de los rentistas. Conocidas son las célebres negocios. casas de campo de los Médicis, que, Pero no debe creerse que los campesiade¬más de lujosas villas de residencia, nos saca¬ron sólo provechos dé seme- eran también centros de explotación. jante contacto. Para beneficiarse del Quizás en el seno de la familia de los sostén de los mercaderes, tuvieron que Alberti es donde mejor puede seguirse aceptar contratos que, a cambio de ca- una verdadera ruralización que, en el siglo xv, ins¬piró a un miembro de la familia, el famoso León Bautista, toda una serie de reglas económicas y éticas. Al mismo tiempo, los mercaderes buscan más que nunca mano de obra barata en el campo, sobre todo para la industria textil. Por ejemplo, la in¬dustria textil marsellesa daba trabajo, además de la región sudeste, a la región lionesa, a la Bresse y hasta a la región de Chartres. Mientras los mer¬caderes de los viejos centros textiles urbanos, como Gante, se esforzaban por todos los medios, por la fuerza inclusive, en evitar el desarrollo de esa in¬dustria competidora, a base de ella labraban su fortuna los mercaderes de los nuevos centros, que dominaban férreamente la mano de obra campe¬sina. En Italia, las cláusulas de los contratos de 69 aparcería se vuelven draconianas; se desarrolla . n asalariado agrícola de condiciones de vida más mi-serables; la situación de los pequeños campesinos se agrava, e inclusive asistimos a una verdadera reac¬ción por parte de los mercaderes-propietarios ru¬rales, quienes, reanimando los censos señoriales, tienden a retrotraer los campesinos al estado servil. Este movimiento se acompaña de un creciente desprecio hacia los rustid, cuyos ecos hallamos am¬pliamente en la literatura del siglo xv, inspirada por la burguesía mercantil. Aspectos del dominio político de la bur- guesía mercantil De esta manera, apoyándose en el dinero y en la red de los negocios, y en su poder político en las ciudades, la burguesía mercantil constituyó en la Edad Media una verdadera clase, dotada de espíritu específico. De ella ha podido decir Y. Renouard, refiriéndose a Florencia: “Es un régimen de clase establecido por el dominio político de los hombres de negocios.” A ese grupo social, a pesar de las reservas expresadas por eminentes historiadores contra el término, hemos de llamarla el patriciado. ¿Qué es, pues, el patriciado? —escribe J. Lestocquoy—. Es una clase social cuyo contorno no ha recibido confirma¬ción jurídica, pues no debe confundirse a estos grupos, bas¬tante cerrados, con la burguesía. Es una fracción de la bur¬guesía, a menudo la más rica, pero, sobre todo, la más pode¬rosa por su dominio del gobierno de la ciudad. Es una clase 70 rios urba¬nos no sean más que breves llamaradas pronto ex¬tinguidas, la clase media artesana logra a menudo compartir con los grandes mercaderes el poder po¬lítico en las ciudades. Entre los motivos que levantaron al pueblo me¬nor de las ciudades contra la tiranía patricia al grito de "¡Abajo los ricos!”, junto con la reacción de los miserables que muestran las uñas a los mer¬caderes capitalistas, es preciso destacar su resenti¬miento ante la forma en que los patricios manejan las finanzas urbanas. Los patricios en el poder dictan los impuestos, lo cual los condena ya a la impopularidad- Pero ésta llega a su colmo por el hecho de que, siendo los que los dictan, se dispensan de ellos, haciendo recaer el peso sobre los más pobres. Bien lo expresa Beaumanoir en sus famosas Contantes du Beau- v ai sis: En las ciudades de comuna se quejan mucho por los im¬puestos, porque a menudo sucede que las gentes ricas que go¬biernan los negocios de la ciudad declaran menos de lo que deben, social que sólo adquiere total expansión tanto ellos como su familia, y hacen en las ciudades donde la industria y el beneficiar de gran comercio ofrecen posibilidades de 71 en¬riquecimiento casi sin límites. Indudablemente, el apogeo del patricia- las mismas ventajas a otras gentes rido se si¬túa en el siglo xm, y en los si- cas, y así todo el peso recae sobre el glos siguientes, por el impacto de las conjunto de la gente pobre. crisis económicas, la evolución social y El fraude fiscal fue tal, que a veces espolítica impone a veces límites a la om- talló el es-cándalo, como en Arras, donni¬potencia de los patricios. de un miembro de la famosa familia de Aunque los movimientos revolucionabanqueros Crespin ¡“olvidó” de¬clarar 20.000 libras! Más aún; el fraude fiscal va acompañado de di-lapidación de los dineros públicos, parte de los cua¬les van a parar a las cajas de los grandes mercaderes. Las ciudades se endeudan y a veces quiebran, como Noyon. Vemos a los famosos Bardi y Peruzzi de Florencia intentar adueñarse del poder en 134} pa¬ra evitar la bancarrota de sus casas y, en un mo¬mento de dificultad, el Magnífico no vacila en sa¬car fondos de la caja comunal para la dote de las muchachas pobres, a fin de poner a flote la firma de los Médicis. Los MERCADERES "DEMOCRÁTICOS” Lo más curioso es, quizás, el papel que desempe¬ñaron ciertos grandes mercaderes, ciertos miembros del patriciado, en los movimientos ''democráticos** e inclusive francamente revolucionarios. Jacques van Artevelde y Etienne Marcel son dos ejemplos célebres» Preboste de los mercaderes de París, Etienne Marcel per¬tenece % uní de las mis grandes y ticas familias de textiles de la ciudad. Su oposición a la política real es, primero, la de los miembros de su clase, hostiles a la nobleza feudal que 72 rodea a la realera y a los funcionarios de la monarquía que intentan controlar los negocios de los mercaderes. Aprovecha la derrota de Poitiers y la regencia del joven delfín Carlos pata intentar que París en rebelión imponga al regente y a sus consejeros las condiciones de la burguesía. Se trata especial¬mente de disminuir las cargas fiscales que pesan sobre las ciudades. Pero, para contar con París es preciso apoyarse en el pueblo parisiense, en el “común”. Cuando estalla la Jac- querie, todavía intenta no comprometerse en ese movimiento revolucionario rural y lo abandona a su suerte. Pero también el, a la vez que sueña con una revolución política que susti¬tuya la monarquía de los Valois por la dinastía de Navarra en la persona de Carlos el Malo, como consecuencia de su toma de posesión se convierte cada vez mis en el vocero del común. Y también él es barrido por una reacción de las clases dirigentes, que se aprovechan, si no de la complicidad, por lo meno# de la pasividad de las clases populares, que no están dispuestas a sostener hasta el fin al tribuno que no es realmente de los suyos. También ¿1 es asesinado el 31 de ju¬lio de 1358. El odio de los patricios hacia estos mercaderes "democráticos” parece haber sido legado a los his-toriadores, que a menudo no han querido ver en ellos otra cosa que "agitadores”. Así los pintaron los cronistas "reaccionarios” de su época. Para el patricio florentino Villani, Artevelde fue un indi¬viduo despreciable, "de vil nación y oficio”, cuya muerte dio motivo a una sentencia moral: "Tal es generalmente el fin de los hombres presuntuosos que se erigen en jefes de las comunas.” A Henri de Dinant, que fue en Lieja otro de esos "burgueses democráticos”, el cronista Jean de Hocsem lo convierte también en demagogo (ductor popvli) y Jean ds Outremeuse dice de él: 73 "Hacía sublevar al pueblo contra el Señor y contra la clerecía y creían en él... y fue tan falso y trai¬dor y envidioso que no valía nada por las ganas que tenía de dominar.” Devolviéndole su auténtico rostro, F. Vercauteren ha trazado un retrato que sirve para todos sus semejantes: Era un rico burgués, miembro del patriciado, pero no de los antiguos linajes que detentaban el poder político en Lieja. Inteligente, ambicioso y elocuente, deseó desempeñar un pa¬pel personal en la conducción de los negocios urbanos, quiso liberar a la burguesía de la autoridad del príncipe y que¬brantar, a este fin, la oligarquía de los concejales. Parece ser que intentó también realizar una estrecha alianza entre las principales villas de Lieja con el objeto de oponer a la polí¬tica del príncipe una política de la burguesía. Para llevar a cabo sus proyectos, se atrajo a las masas populares que to¬davía estaban excluidas de toda participación en el poder público pero que ya estaban maduras para tal participación. Por tanto, discernió y utilizó un movimiento profundo que buscaba un jefe. Su intervención precipitó la lucha entre el pueblo y una parte del patriciado que apoyaba al príncipe, mientras una fracción del cle- ro se mantenía neutral. Mas, pri¬sionero de aquellos a quienes debía su elevación, forzado poco a poco a actitudes cada vez más violentas y revolucionarias, fue abandonado por los elementos del patriciado que lo Ha¬bían seguido al principio y a quienes su radicalismo acabó por asustar. El movimiento, que primero era político, se con¬virtió en un movimiento social; durante los últimos meses de su administración, Henri de Dinant no pudo ya contar con la ayuda popular y, desde entonces* se le considera un demócrata, inclusive, como dice Hocsem, un demagogo. Eso explica la importancia y la fuerza de la coalición que se for¬ma contra ¿I y que agrupa al príncipe, a la nobleza y al pa¬triciado. No habrá sido difícil a sus vencedores transmitir a la posteridad una imagen deformada del tribuno y conver¬tirlo en un vulgar agitador, inspirador de una política dema¬ 74 gógica. La lectura de los cronistas de Lieja demuestra el éxito que halló esta versión, éxito que por lo demás se extenderá hasta el siglo xrx. Cierto que, en muchos casos, las rivalidades per-sonales en el interior del patriciado —competencia de negocios y de prestigio— y las consideraciones de ambición personal desempeñaron su papel. El interés hizo a menudo que los ricos se pasaran al bando de los pobres. Los ricos carniceros, como el famoso Camboche de París, que animaron mo- ví* mientos revolucionarios, querían sin duda servirse dei pueblo para vencer el desdén que, a pesar de su fortuna, les manifestaba el resto de la alta bur¬guesía. En Metz fueron también “el elemento re¬volucionario más activo”. Pero en muchos casos, esos tránsfugas, asqueados del egoísmo y. la feroci¬dad de su clase y conscientes de una evolución que iba a chocar con la obstinación de los patricios aferrados a sus privilegios, no hicieron más que seguir la voz de su conciencia y de inteligencia. La comunidad de acción que encontramos, por ejemplo, en Tournai en 1280, donde los patricios forman la "cofradía de los Damoiseaux”, iiga de la gran burguesía contra el pueblo amenazante, no impidió sin embargo que en el interior del patri¬ciado se desarrollaran las más ásperas rivalidades políticas, expresión de rivalidades de los negocios. Luchas de los clanes burgueses Las luchas entre grandes familias patricias son 75 particularmente célebres en Italia. A menudo for- mán la base de la oposición entre güelfos y gibeli- nos, como por ejemplo en Génova, donde de las cuatro grandes familias, esas cuatro "tribus”, los Fieschi y los Grimaldi, son güelfos, mientras que los Doria y los Spinola son gibelinos. Sin duda fue en Florencia donde las luchas fueron más famosas, entre "negros” y "blancos”, inmortalizados por Dante, entre Alberti y Albizzi a fines del siglo Xiv, entre Albizzi y Médicis, y Médicis y Pazzi en el siglo xv. El triunfo político, la expulsión de los ad-versarios, era un buen medio para destruir los ne¬gocios y desembarazarse de los competidores. La gran compañía de los Alberti declina y muere des¬pués de la llegada al poder de los Albizzi. Pero en los dos últimos siglos de la Edad Media las rivalidades en el seno de las grandes familias de mercaderes son, sin duda, ménos significativas y menos importantes que el apoyo cada vez más decidido que aporta esta clase a nuevas estructuras políticas, en las cuales cree ver un dique contra la ascensión de las clases populares y contra el peli¬gro de ciertos movimientos revolucionarios. Nos referimos a la tiranía y a la monarquía centrali¬zadas, allí donde aparecen (no es, por ejemplo, el caso de alemania). Mercaderes y señorías En Italia los grandes mercaderes favorecen el advenimiento y la consolidación de las señorías, y 76 for¬tunas por medio de la fuerza y la demagogia. MERCADERES Y PRÍNCIPES También desde muy temprano los grandes co-merciantes desempeñaron un papel político junto a príncipes y soberanos. El soporte de ese fenómeno hay que buscarlo, evidentemente, en los servicios financieros y económicos prestados por los merca¬deres-banqueros a los poderes temporales. Benedetro Zacearía puso su flota y su competencia de marino al servicio de los reyes de Francia y de Castilla, en calidad de almirante. Reorganizó para Felipe el Hermoso el arsenal de Ruán y trazó el programa de construcciones na¬vales del soberano. Dino Rapondi, mercader y banquero de Luca, desempeñó funciones de diplomático y de "verdadero ministro de finan¬zas” de los dos duques de Borgoña y condes de Flandes: Fe¬lipe el Osado y Juan Sin Miedo. Las grandes empresas militares y políticas, que precisaban la movilización de grandes capitales, si-tuaron en primer plano a los mercaderes italianos. En primer lugar, las Cruzadas. Los hombres de negocios de Génova, Pisa y las rivalidades que pueden amenazar a Venecia suministraban a los cruzados éstas cuan¬do han sido constituidas los barcos, los víveres y el dinero, a vepor una familia de mer- caderesces según métodos tan banqueros, como los Médicis de Floren- 77 cia, no deben disimular el consentimiento profundo de la gran burguesía evolucionados como lo* giros sobre el de los negocios italiana frente a regíme- tesoro real, con lo* cuales los mercadenes que garantizan la seguridad de las res genoveses financiaron la séptima Cru¬zada de San Luis. Pero no se contentan con los beneficios que le reportan esa* ventas o préstamos: controlan Ja vid* económica de las conquistas occidentales. Mientras los vene¬cianos se inxalan en Bizancio después de la cuarta Cruzada, vemos a grandes mercad res como los Embriaci administrar para su patria genovesa las colonias de Siria y Palestina. Otro campo de acción: la conquista del reino de Ñapóles por los angevinos con ayuda del Papado. En la lucha de los Papas contra los emperadores alemanes, el conflicto con los hijos de Federico II y, sobre todo, con su hijo natural Man** fredo, dueño dfc la Italia del sur y de Sicilia, pasa a primer plano desde 12SO. Los gibelinos, partidarios de Manfredo, triunfan en Siena y en Florencia, y los principales mere ade¬resbanqueros de aquellas ciudades, en relaciones de negocios con la Santa Sede, emigraron o fueron exiliados. A ellos se di¬rigió Clemente IV, un champanes muy al corriente de las operaciones financieras internacionales, para financiar la con¬quista del reino de Nápoles confiada por el Papa a Carlos de Anjou, hermano de San Luis, y que fue bautizada "Cruzada‟‟. Se trataba de una empresa considerable, de enorme riesgo. Para que los hombres de negocios florentinos exiliados se de¬cidan, el Papa, a cambio de los capitales adelantados, pignor* el producto del impuesto sobre la Cruzada a recaudar en las ferias de Champaña, el tesoro pontificio, los bie- nes de lat iglesias de Roma y, forzado por U necesidad, los objetos pre-ciosos, las vasijas de oro y plata de su capilla y de su tesoro. La victoria de las tropas francesas y la instalación de los an- gevinos en Nápoles abrió a los banqueros de Carlos de An¬jou el dominio económico de la Italia del sur y de Sicilia.. Entre ellos eligieron los reyes angevinos gran cantidad de suí principales consejeros. Éste es el caso de los Acciaiuoli de Flo¬rencia. A comienzos del siglo xiv, un Acciaiuoli es chambelán del rey Rene, vicario real y señor de Prato. Más deslumbran¬te todavia va a ser la suerte de su hijo Nicolás. Gran hombre de negocios, hábil administrador y diplomático sin igual, añade a esos talentos cualidades físicas que lo convierten en el favorito de la emperatriz Catalina de Courtenay y de la 78 reina Juana I. Lleva una deslumbrante vida de gran señor en los feudos que recibe en Grecia o en Italia; embajador del Papa en Aviñón, desempeña el papel de "hacedor de reyes”, y un fresco de Andrea del Castagno nos ha conservado la altiva figura de ese gran senescal del reino de Sicilia. La gestión de las finanzas de la Santa Sede comporta tam¬bién vastas posibilidades para los mercaderes italianos. En tiempos de Aviñón, cuando el fisco pontificio exige cada vez más a la Cristiandad, son los grandes banqueros italianos, so¬bre todo los florentinos, quienes hacen ingresar en las cajas de la Curia los múltiples impuestos, quienes adelantan al Papa las considerables sumas que precisa, quienes realizan por él todas las operaciones financieras necesarias y dispo¬nen para sus negocios, en una vasta área geográfica, del con¬siderable caudal que representa el dinero de la Iglesia.1 Banqueros del Papa, como ha demostrado Y. Renouard, son también sus consejeros políticos. Los Papas de Aviñón inclusive hicieron de la sociedad de los “Alberti antichi" una verdadera agencia de información a su servicio. La política continental de los reyes jle Inglaterra ofreció a los italianos otro campo privilegiado de operaciones. Finan- ciadores de las empresas inglesas en la Guerra de los Cien Años, consolidan cerca de los soberanos de' Londres su posi¬ción económica al desempeñar también cargos militares y po¬líticos. Indudablemente, la importancia de los riesgos resulta aquí en detrimento de algunos prestamistas demasiado im¬prudentes, y el fracaso de una campaña inglesa puede pro¬ducir la quiebra inevitable de algunas de las más grandes compañías florentinas, como fue el caso de las compañías de los Peruzzi y de los Bardi. Pero todavía en el siglo xv vemos a los mercaderes italianos servir a los reyes de Ingla¬terra como gobernadores y almirantes en lugares donde no tienen intereses de negocios, como en Goyena, por ejemplo. A fines de la Edad Media vemos apare- cer tam¬ 1 Pero, sin duda, la ventaja mayor era la posibilidad de transferir capitales. 79 bién mercaderes autóctonos en el primer plano de la escena política de las monarquías cuyo carácter' nacional colorea cada vez más la acción centrama¬dora. Un Wílliam de La Pole es ya influyente jun¬to a Eduardo III de Inglaterra. Y ya vimos el pa¬pel deslumbrante desempeñado en el siglo xv por Jacques Coeur junto a Carlos VII de Francia. De tal manera, a lo largo de toda la Edad Me¬dia, bien por medio del patriciado ciudadano en el marco urbano y comunal, bien mediante los gran¬des capitalistas en el marco estatal, los mercaderes- banqueros apuntalaron y coronaron su poderío económico con un poder político en el que se mez¬claba la búsqueda del interés y la del prestigio. LAS GRANDES FAMILIAS BURGUESAS Entre los mercaderes encontramos siempre los mismos tnombres. Las grandes casas de negocios se identificaron con los linajes del patriciado, con las grandes familias del comercio, de la banca y de la política. Dinastías burguesas, y a veces ennoble¬cidas, como las de los Ziani y los Mastropiero, los SoranzQ y los Balbi en Venecia; los Salimbeni, los Tolomei y los Buonsvgnori en Siena; los Bardi, los Peruzzi, íos Acciaiuoli, los Alberti, los Albizzi, los Médicis y los Pazzi en Florencia; los Fies- chi, los S pinol a, los Doria, los Grimaldi, los Uso di Mare, los Gattilusio, los Lomellini y los Centurioni en Génova; los Uten Hove y los Van der Meire en 80 osados y 'emprendedores, que se dejan llevar audaz¬mente por el viento que sopla y que saben orientar sus velas siguiendo la dirección de ese viento; hasta el día en que, al modificarse la dirección del viento, se detienen a su Gante; los du Markiet, los Boinebroke y vez y desaparecen ante un equipo prolos Le Blond en Douai; y los Crespin, visto de fuerzas de refresco y de tenlos Hucquedieu, los Yser y los Stanfort dencias nuevas”. en Arras. Esta tesis ha encontrado diversos conPor tanto, parecería que la clase de los tradictores, y su fecunda sugestión ha gran¬des hombres de negocios mediedado lugar a un debate —en el que han vales hubiera cono¬cido también, ade- tomado parte especialmente G. más de la cohesión económica y políti- Es¬pinas y J. Lestocquoy— todavía no ca, otra forma de cohesión: la continui- zanjado: "¿Nuevos ricos o hijos de ridad cos?” En un estudio célebre, Henri Pirenne lo $1 ha negado. Para él, "a los diversos períodos‟* de la historia y especialmente No nos ocuparemos aquí de uno de los de la Edad Media "corresponde una cla- aspectos de la discusión: el que se refiese distinta de capitalis¬tas. . . No es del re al origen de la clase de los grandes grupo de los capitalistas de una época mercaderes medievales. Es in¬dudable dada de donde sale el grupo de los capi- que, en muchos lugares, fueron antitalistas de la época si' guíente. A cada guas familias nobles, antiguos funciotransformación del movimiento econó- narios feudales que disponían de cierto mico se produce una solución de conti- caudal económico, quienes se dedicaron nuidad. Diriamos que los capitalistas al comercio y le suministraron las caque hasta entonces desplegaron sus be¬zas rectoras y los dirigentes. Mas actividades, se reconocen incapaces de Pirenne ha lla¬mado la atención hacia adaptarse a las condiciones que exi¬gen los que, a favor del creci¬miento demonecesidades antes desconocidas y que gráfico de los siglos xaxny del requieren métodos no empleados. Se mo¬vimiento urbano que dislocó los retiran - de la lucha para transformarse marcos de la so¬ciedad rural y militar en una aristocracia cuyos miembros, si de la Alta Edad Media, gra¬cias al cotodavía intervienen en el manejo de los mercio alcanzaron lugares prominentes negocios, intervienen solo en forma pa- partiendo de nada o de muy poco. siva, en calidad de socios capitalistas. Pero, una vez desaparecidas esas conEn su lugar surgen hombres nuevos, diciones ex-cepcionales de movilidad social, la clase de los grandes mercaderes se estabilizó. A partir del si¬glo xm, los Rockefeller y los Carnegie fueron ra¬ros en la Edad Media y constituyeron siempre una excepción. En la gran burguesía de los negocios no entró quien quiso, salvo quizás en Inglaterra, don¬de la "fluidez” parece haber sido muy grande en los siglos xiv y xv, sobre todo entre los mercaderes londinenses2. Como ha dicho A. Sapori refirién¬dose a Florencia, solo hubo "compenetración” "en la clase por encima del trabajador asalariado”. "Los miembros de lo que llamamos generalmente bur¬guesía formaban bloque contra el pueblo bajo, al restablecer el sistema de contribuciones basadas en 3 En Alemania, ei difícil distinguir el aspecto social de la emigración hacia el norte de los alemanes del sur en el siglo xv. 82 cánicas” son excluidas de las funciones municipales en Nevers. Pero en la tesis de Pirenne sigue habiendo cier¬tas afirmaciones de primerísima importancia. Es acertado vincular a las diversas fases del mo-vimiento económico la aparición de ciertas familias en el primer plano de los negocios y la desaparición de otras. Pero, siempre salvo excepciones, ni los recién llegados son desconocidos en el mundo del comercio y de la banca, ni los antiguos desaparecen del todo. En Venecia, los nuevos ricos que se han enriquecido con su trabajo gracias a los beneficios del sistema de la commenda y luego han pasado a ser capitalistas cada vez más poderosos, forman las case nuove, las "casas nuevas” que coexisten con las case vechte de los antiguos ricos. En Flandes, en los siglos xiv y xv la gran burguesía de la poorterie comprende a los descendientes del antiguo patri- ciado junto los impuestos indirectos, dictar las mo- con los nuevos ricos. Por otra parte, la dalidades del trabajo manual y fijar su desaparición de ciertas familias puede remuneración.” En el si¬glo xiv se con- estar vin¬culada a acontecimientos pocluye el divorcio —en los planos líticos: lo hemos visto en el caso de los po¬lítico e ideológico— entre capital y Alberti. No debemos transformar trabajo. Los burgueses convertidos en 83 rentistas son tratados de "ociosos” (otiosi) por los trabajadores. La sepaen ley de la evolución económica y sora¬ción es total entre oficios "fundados cial las céle¬bres páginas —magnifica sobre trabajo o sobre mercancía”. Des- muestra literaria—'es¬critas en el siglo de fines del siglo xiii “solo quien no se xv por León Bautista Alberti en su tragana la vida por medio de trabajo tado De la familia, consagradas a las ma¬nual” puede entrar en el Rat de vicisitu¬des de las grandes familias coLübeck, y desde 1312 las "gentes memerciantes caídas desde la cumbre del poder hasta la decadencia y el olvido. Más interesante es seguir la evolución que tiende a trans¬formar en rentista* a lo* mercaderes activos. Indudablemente también aquí pesa la coyuntura económica. Los capitales de¬dicados al negocio y a la banca se repliegan y se invierten en bienes inmobiliarios y rurales ante las -dificultades del co¬mercio, el estrechamiento de horizontes y la pérdida de cier¬tos mercados. Esto es especialmente cierto para los italianos en los siglos xiv y XV, como ya dijimos; y el desarrollo de un imperio veneciano en "tierra firme” va unido a este re¬pliegue de los capitalistas hacia el campo. F. C. Lañe lo ha demostrado en lo que se refiere a Andrea Barbarigo y su* descendientes; éste colocó todo su dinero en el comercio y esperó a alcanzar la edad madura antes de comprarse un dominio rural. Pero con su herencia los tutores de sus hijos comienzan a comprar otras propiedades en las regiones de Treviso y de Vcrona, sin contar los dominios coloniales en Creta, y colocan de preferencia el dinero de sus pupilos en ti culos de deuda del Estado. Es el momento en que, a con¬secuencia de la conquista turca, Venecia sufre duras pér¬didas en Oriente. En 1426, solo una décima parte del capi¬tal está invertido en el comercio. Cuando el hijo mayor, Nicolo, hace testamento en 1496, recomienda a su propio hijo no colocar dinero en el comercio, que da poco. Igualmente, cuando en 14 5 7 una cri- sis cierra los merca¬dos de Bohemia a los Popplau de Breslau, Raspar Poppiau pliega parte de sus capitales hacia el campo, comprando tie¬rras. Y del mismo modo que esta nueva orientación de los capitales mercantiles permite la sustitución de la antigua aristocracia rural por otra nueva, en las ciudades un patri84 ciado de nuevos ricos sustituye el antiguo. En Lübcck, los bomines■ novt compran rentas y sus deudores pertenecen esen¬cialmente a los viejos linajes y se encuentran ahora a la merced de sus acreedores. De esta forma es la viuda de Bertrand Morncwech "el primero y más feliz representante del nuevo tipo de mercader”, con 14.5 00 marcos de Lübeck entre los años 1286 y 1J00. Pero si bien )a historia económica acentúa y ace¬lera esta evolución, no se relaciona únicamente con ella. Es un movimiento natural, que también en nuestra época lleva al comerciante de los negocios a la propiedad inmobiliaria y rural. En la juven¬tud, los viajes; en la edad madura, los negocios se¬dentarios; en la vejez, una semijubiiación en el campo. Más que una cuestión de edad es una cu.es- tión de generaciones. El padre, constructor de la empresa, hace de ella su vida, le consagra su tiem¬po, sus esfuerzos y su dinero, aun en el caso de que disponga ya inicialmente de cierta fortuna. El hijo o el nieto, criados en la abundancia, que por edu-cación han recibido a la vez gusto por la cultura y sensibilidad artística, consagran menos tiempo a los negocios y más a los gastos personales: goces del espíritu y goces menos nobles. Después de los que acumulan, los que disfrutan. Después de los merca¬deres que solo son mercaderes, los mercaderes-ar¬tistas. Thomas Mann en Los Buddcnbrookc ha re¬tratado esta evolución en la época modernn, en el marco de una vieja ciudad alemana. En la Edad Media fue frecuente. En los Médicis hallamos un ejemplo célebre. De Cosme a Lorenzo, el dinero que ha ido a irrigar el renacimiento florentino lia 85 sido retirado de los negocios de la firma familiar. De tal modo, si bien es conveniente distinguir matices y debemos desconfiar de Ja “concepción de una clase burguesa en bloque en cada época”, no por ello la clase de los grandes mercaderes bur¬gueses deja de presentar en la Edad Media notable unidad, a pesar de las vicisitudes y las renovacio¬nes. Unidad hecha no solo de permanencias eco¬nómicas sino también, de continuidades humanas en el seno de las grandes familias del comercio y de la banca. 86 CAPITULO III LA ACTITUD RELIGIOSA Y MORAL LA IGLESIA CONTRA LOS MERCADERES: LA TEORÍA Con frecuencia se ha pretendido que la' actitud de la Iglesia respecto del mercader medieval lo obstaculizó en su actividad profesional y lo rebajó en fi{ me<¡io Condenado por ella en el ejerci¬ cio mismo de su oficio, habría sido una especie de paria de la sociedad medieval, dominada por la in¬fluencia cristiana. La condenación De hecho, algunos textos célebres parecen poner en el índice al mercader. Una frase famosa extraída de una adición al decreto de Graciano, monumento del derecho canónico del siglo xn, lo resume: Homo mercator nunquam aut vix pofest Deo place re (El mercader no puede complacer a Dios... o muy difícilmente). Los documentos eclesiásticos —manuales de confesión^ estaturas .4i.ii/2d3 Les-, re¬pertorios de casos de conciencia— que dan listas de profesiones prohibidas; illicita negocia, o de ofi87 cios deshonrosos; inhonesta mercivwnia, casi siem¬pre incluyen el comercio. Reproducen una frase de una decretal del papa San León el Grande —a ve¬ces atribuida a Gregorio el Grande— según la cual "es difícil no pecar cuando se hace profesión de comprar y vender”, Santo Tomás de Aquino sub¬rayará que "el comercio, considerado en sí mismo, tiene cierto carácter vergonzoso” — quamdam turpitudinem habet—. Se diría que la Iglesia re¬pudia al mercader, junto con las prostitutas, los juglares, los cocineros, los soldados, los carniceros, los posaderos y, por otra parte, también junto con los abogados, los notarios, los jueces, los médicos, los cirujanos, etc. Los motivos ¿Cuáles son los motivos de esta condenación? En primer lugar, la misma finalidad del comercio: el deseo de ganancias, la sed de dinero, el lucrum. Santo Tomás declara que el comercio "es censu¬rado en justa ley porque en sí mismo satisface la apetencia de lucro que, lejos de conocer límite, se extiende hasta el infinito”. La literatura y el arte medievales nos han conservado la imagen que te¬nían sus contemporáneos del mercader ávido de ga¬nancia y, por lo mismo, en conflicto con la moral cristiana, castigado por Dios y por la Iglesia. Ejem¬plo de ello lo tenemos en el Padrenuestro del usu¬rero que no puede evitar, mientras reza, seguir pensando en sus negocios y sus denarios; y más 88 aún en el Credo del usurero, en el cual el héroe moribundo, auténtico Grandet medieval, no se contenta con entremezclar las últimas palabras de su plegaria con alusiones a su dinero, sino que se lo hace traer y lo amontona ante él y, al acabar la oración, pide que lo entierren con el saco mayor de dinero: Alors il se retournc et ierre les dents Soti time 5c separe de sem corps Et des qh‟ellc fut sorlte Les Diables Vempreircvt, A™en, dans l‟cnfcr eternel Y entre, los condenados, en el círculo infernal donde se encuentran quienes aman las riquezas, volveremos a hallar a los mercaderes, entre su di¬nero y los diablos que los torturan: así, por ejem¬plo, en los frescos de Taddeo Di Bartolo, en la Co¬legiata de San Gimignano. Por lo tanto, la causa primera de la condena es cometer, casi inevitable¬mente, por el objetivo mismo que se proponen —la ganancia, las riquezas—, uno de los pecados capi- ales: la avaritia, o sea la codicia. La usura . Precisando más: el mercader y el banquero se ven arrastrados por su oficio a realizar acciones 1 Se vuelve entonces y aprieta Jos dientes, / su alma se separa del cuerpo / y apenas sale / los diablos la aprisio¬nan, l amén, en el infierno eterno. 89 Las razones alegadas por la Iglesia para conde¬nar la usura son múltiples. En primer lugar —ar¬gumento decisivo para ella—, los textos de la Es¬crituras. A ese respecto existe la autoridad de dos textos, uno sacado del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento. El primero, extraído del Dcuteronomio (XX11I, 19-20, que por otra parte completa un texto del Éxodo, XXII, 25, y otro del Lev!tico, XXV, 3 5-37) declara: No exijas de tus hermanéis ínteres alguno ni por dinero ni por víveres ni por nada de lo que con usura suele prestarse. Las palabras del Nuevo Testamento están en la¬bios del mismo Cristo, quien dice a sus discípulos: Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gra¬cia tendréis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos igual favor. . . Prestad sin esperanza de retribu'ción y será grande vuestra recompensa. I.os autores eclesiásticos alegan también cierta cantidad de motivos basados en la moral natural. Dos son particucondenadas por la Iglesia, operaciones lar¬mente interesantes, tn primeí Uigat, ilícitas; la mayoría de las cuales entran el que prestí no Tel¬liza un verdadero en la denominación de usura. trabajo, no crea ni transfoma una maEn efecto, la Iglesia entiende por usura te¬ria, un objeto; explota el trabajo de todo tra¬to que comporte el pago de un otros, el trabajo del interés. De ahí que se halle prohibido el 90 crédito, base del gran comercio y de la banca. En virtud- de esta definición, deudor. Ahora bien, la Iglesia, cuya prác¬ticamente todo mercaderdoctrina se ha formado en el medio rubanquero es un usurero. ral y artesanal judio, solo reconoce a ese tra¬bajo creador como fuente legitima de ganancias y de ri¬queza. Tanto más cuanto que la ascensión en Occidente de las clases urbanas entre ios siglos x y xm vuelve a poner en el primer plano social a trabajadores en este sentido tradicional, comprendiendo entre ellos a ios primeros mercaderes cris¬tianos errantes. También interviene la dificultad que canonistas y teólogos hallan en admitir que el dinero pueda por sí mismo engendrar dinero, y que el tiempo —concretamente el que transcurre entre el préstamo y su devolución— pueda dar origen a dinero. La pri¬mera consideración que ha llevado al famoso pro¬verbio: Nummus non parit nummos (El dinero no engendra dinero) viene de Aristóteles y se propagó en el siglo xiii con las obras y las ideas de este fi¬lósofo. Siguiendo al I'stagirita, Santo Tomás de Aquino y Gilberto de Lessincs sostienen que el dinero debe servir para favorecer los intercambios, y que acumularlo y hacerlo fructificar es una operación contra natura. "En lugar de transferir los bie¬nes neccsanos para la vida, se acumula con espíritu de avaro”, dice Gilberto de Lessines. Magnífico ejemplo de los resulta¬dos de la influencia aristotélica en el pensamiento cristiano medieval. Por una parte, un estímulo y un sostén para la elaboración de una reflexión que procura adaptarse a la* nuevas condiciones de la economía, y una teoría de la mo¬neda como instru- mento de la circulación de los productos: innegables progresos sobre la acumulación de tesoros prac¬ticada por los hombres de la Alta Edad Media, partidarios del ideal de economía cerrada. Pero, por pura aceptación de una nueva autoridad, es también obstáculo, estorbo, hdn~ 91 dicap y fuente de incomprensión y de nuevas dificultades. Porque esta teoría de la moneda, al negar el valor del cré¬dito, provoca un divorcio entre el pensamiento cristiano y la evolución económica. Quizás más grave, porque pone en juego estruc¬turas mentales más complejas todavía y más fun¬damentales, es la concepción cristiana del tiempo. En Santo Tomás y en otros teólogos y canonistas encontramos, en efecto, este argumento: que con la práctica del interés "se vende el tiempo”. Ahora bien, éste no puede ser propiedad individual. Per¬tenece solamente a Dios. De tal forma que, a pesar de los considerables esfuerzos de pensadores y ju¬ristas del siglo XIII, la reflexión cristiana se declara incapaz de llegar a concepciones económicas, al no poder escapar de un marco teológico moral estre-cho. Por su lado, tampoco el mercader logra una concepción clara, ni la formulación de las creen¬cias económicas que son el fundamento moral de su actividad; pero no es ésta su función. Él las ex¬presa en sus operaciones: como eí que prueba el movimiento andando, él prueba el crédito comer¬ciando. Mercaderes crntianos e infieles Los mercaderes medievales se ganaron la reprobación muy particular de la Iglesia en circunstancias especiales: en la lucha contra los infieles. Desde la Alta Edad Mcdia> los mercaderes de los primeros grandes centros italianos — Ñi¬póles, Amalfí, Venecia— para quienes el tráfico con los mu92 julmanes representaba una importante parte de sus activida¬des, tomaron a veces en las luchas entabladas entre cristianos e infieles el partido de estos últimos, incurriendo en las ira» del Papado. El problema se agudizó en la época de las Cru¬zadas, cuando la Iglesia se entregó sin reservas a la lucha ar¬mada contra el Islam ... en una época en que el desarrollo del comercio internacional hacía prácticamente indispensable para los grandes mercaderes occidentales los contactos de ne¬gocios con los árabes. Venecia participó solo a disgusto en la primera Cruzada, para tener parte en el botín, y cuando la expedición estuvo suficientemente adelantada; y parece que siempre fue partidaria de desviarla hacia Bizancio, lo que logró, como es sabido, en la cuarta Cruzada. En efecto, la legislación de la Cruzadas estípula la prohibición del co¬mercio con el enemigo y decreta el embargo de los productos estratégicos, especialmente maderas, hierro, armas y naves. De modo más general, la Iglesia prohibía permanentemente la venta de esclavos al Islam, lo que constituía uno de ios mayores tráficos de los mercaderes cristianos medievales. Ahofa bien, los intercambios nc ‟esaron ni siquiera en tiem¬po de Cruzada. La corespondencia entre mercaderes musul¬manes de Túnez y un mercader cristiano de Pisa pone de manifiesto —junto con otros documentos— excelentes rela¬ciones entre comerciantes infieles y cristianos, eso que ha sido llamado "la solidaridad de los mercaderes musulmanes^ y cristianos”. Por ejemplo, he aquí el comienzo de una 4c esas cartas: "En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. ”A1 muy noble y distinguido sheik, el virtuoso y honora¬ble Pace, pisano: ¿que Dios guarde su honor, vele por su salvaguardia, le ayude y le asista en ta realización del bicnt Hilal ibn JalifaalJamunsi, tu amigo dilecto y que bien te quiere, a ti que siguen los senderos de la virtud, te envía sus saludos, la misericordia y las bendiciones de Dios”. Y la carta se halla entrecortada de muchos: "Mi querido aqiigo, mi querido amÍ£o Pace." 93 mercaderes distaban mucho de la teoría que acabamos de esbozar. Protección a íos mercaderesk Desde muy temprano, la Iglesia protegió a los mercaderes. Ya en 1074, el Papa Gregorio VII or¬dena a Felipe I, rey de Francia, restituir a los mer¬caderes italianos que habían ido a su reino las mer¬cancías que les confiscara. Llega hasta amenazar al rey con la excomunión en el caso de negarse a hacerlo. Y, como se ha dicho, se trata del '„co¬mienzo de una serie de documentos del mismo género”. En 1263 vemos inclusive que el obispo de Dinant hace edificar un mercado "para provecho y utilidad de todo el mundo y sobre todo de los mercaderes”. Los manuales de los confesores citan a los mercaderes entre las personas que pueden ser dispensadas de ayuno o de la observancia del reposo dominical, bien porque sus negocios no pue-dan ser aplazados, bien porque las fatigas de los via¬jes hagan penosas las privaciones. Los esfuerzos de la Iglesia para obtener el cese de las guerras intesti¬nas, el fin de las luchas entre principes cristianos, todo el movimiento que tendía a imponer las "tre94 gua de Dios exige seguridad "para los sacerdotes, los monjes, la clere¬cía, los conversos, los peregrinos, los mercaderes, los campesinos y las bestias de carga”. Ahí, como ha visto muy bien J. Lestocquoy, hay "una especie de jerarquía de las profesiones” a los ojos de la Igle¬sia. En ella los mercaderes están bien situados, entre la clerecía y los campesinos. Igualmente también desde muy temprano ve¬mos que se considera como buenos cristianos a los mercaderes y, lejos de ser apartados de la Iglesia, son acogidos por ella y profundamente integrados en el medio cristiano. En Arras vemos un grupo en¬tero de ricos mercaderes estrechamente unidos a la abadía de San Vaast. Miembros de la familia Huc- quedíeu son "hombres de San Vaast”. Jean' Bre- tel, quien comercia en las ferias de Champaña, es funcionario de la abadía. Antes vimos un contrato comercial redactado en un convento genovés. Más adelante veremos los vínculos recíprocos que en la Edad Media unieron a la Iglesia con los ricos mer¬caderes. Impotencia de la Iglesia frente a los mercaderes Quizá sea, sobre todo, el estudio de los docu¬mentos y la revisión de la historia guas de Dios” y "la paz de Dios”, no po- económica me¬dieval lo que mejor deLA Iglesia y los mercaderes: la práctica dían dejar de favorecer la actividad de muestre cuán impotente fue Pero, así coma este ejemplo demuestra los mercaderes, y a ve¬ces esta finali95 la dis¬tancia entre la realidad y la doc- dad está explícitamente expresada. Así trina de la Iglesia, también en la prácti- por ejemplo el canon 22 del Concilio de la Iglesia frente a ios mercaderes y cuán ca las relaciones entre la Igle¬sia y los Letrán de 1179, al reglamentar la tredesarmada se halló para hacer respetar su doctrina económica. Desde luego, la Iglesia promulgó edictos con toda una serie de sanciones contra la usura, considerada pecado mortal, fuente de fortunas ilícitas, y de la cual, en tcoria, nadie po¬día servirse con fines caritativos. En primer lugar, penas es¬pirituales: excomunión y privación de sepultura. Después, penas temporales; obligación de restituir tos beneficios ilí¬citos; y ciertas incapacidades civiles, tales como la invali¬dación de los testamentos de los mercaderes en tanto que la reparación de los pecados en materia económica no hubiera tenido efecto. Es indudable que la Iglesia intentó aplicar su legislación en algunos casosSe conoce el caso de quince usureros de Pistoya, llevados ante el tribunal del obispo hacia finales del siglo xm. Pero el mismo hecho de que las pruebas del proceso indiquen que algunos de ellos practicaban Ja usura desde h?cía veinte años, a la vista y conocimiento de todo el mundo, demuestra muy bien que la Iglesia no recurría a #us fulminaciones más qúe excepcionalmente. A veces se trata de satisfacer a eclesiásticos o a personas relacionadas con la Iglesia, en conflicto con mercaderes: así la intervención pon¬tificia de 1228 a favor de Robert de Béthune, abogado de Sant Vaast de Arras, víctima de las prácticas de varios de los principales hombres de negocios locales. La mayoría de las veces la Iglesia cierra los ojos, tanto más cuanto que los banqueros y los mercaderes hallaron pronto nume- rosos modos de esquivar las interdicciones eclesiásticas, de disimular Ja usura disfrazando el interés. La Iglesia aceptaba más fácil¬mente que se traicionara el espíritu cuando se respetaba la letra. A veces, el interés pagado por el deudor se presen¬taba como donación voluntaria, otras, tomaba la forma e multa pagada al expirar el pla2o de devolución, fijado ex pro¬feso con fecha excesivamente próxima, multa pagada anual¬mente, a cambio de la cual los lombardos recibían licencia autorizando la práctica de las operaciones teóricamente prohi¬bidas. A veces la usura estaba tan bien disimulada que era muy difícil descubrirla, como en el caso del “cambio seco”, 96 que se operaba con la ayuda de una letra de cambio ficticia que mencionaba operaciones de intercambio que no habían tenido realmente lugar. La justificación del mercader Impotente en. la práctica, la Iglesia se avino a una teoría muy tolerante, admitió poco a poco de¬rogaciones y justificó excepciones cada vez más numerosas e importantes. El estudio de las razones de esas dispensas, obra de la elaboración jurídica de canonistas y teólogos del siglo xm, resulta par¬ticularmente interesante porque demuestra cómo la Iglesia hizo aceptar ideológicamente la posición conquistada por el mercader en la sociedad medie¬val en el plano económico y político. En primer lugar, se consideraron los riesgos corridos por d mercader, que son evidentes cuando sufre un daño real, damnum emt'rgcns. En ese caso, como por ejemplo cuando ha sufrido un retraso en la devolución, debe recibir compensa¬ción, que pronto se admite sin que haya que disimularía con el nombre de multa, sino que puede ser llamada "interés”. Por otra parte, el prestador se priva de un beneficio posible, inclusive probable, al inmovilizar en los prestamos dinero que habría podido serle útil inmediatamente para otras co¬sas. Desde fines del siglo xm, una decretal de Alejandro III al reglamentar la venta a crédito autoriza por ese mo¬tivo, lucrum cessans, la percepción de una indemnización. De modo más general, el prestador corre siempre riesgos: in¬solvencia o mala fe del deudor, a lo que, a partir de fines del siglo xii, se añade el peligro de ver disminuir el valor del di¬nero prestado en el momento del pago, bien a causa de una mutación monetaria, bien por efecto de las fluctuaciones del precio de la plata. Ese riesgo, pericvlum sortis, que cada vez >c toma más en consideración a medida que se comprenden 97 mejor los mecanismos económicos y monetarios, suministra en¬tonces la base de la doctrina de la Iglesia frente al comercio y la banca. Basta que hayi duda sobre el resultado de una operación, ratio incertitudinis —y la Iglesia reconoce que ello puede ser lo propio de toda la actividad del mercader— para que se justifique la percepción de interés. La habilidad ca¬suística lleva a fórmulas como la de Gilberto de Lessines, que declara que "la duda y el riesgo no pueden borrar el ,-spíritu de lucro, es decir, excusar ta usura”, pero que cuan¬do hay "incertidumbre y no cálculo ... la duda y el riesgo pueden equivaler a la equidad de la justicia”. De esta forma íq autorizan los contratos de asociación, de "sociedad”, el cambio y especialmente las operaciones a que da lugar el empleo de la letra de cambio — a excepción del "cambio en í.'lü”—, el comercio de ¡as rencas constituidas, o sea asen¬tadas sobre bienes raíces y el interés de las deudas públicas. También se tiene en cuenta —nuevo progreso en el pro¬viso de justificación del mercader por parte de la Iglesia— ;a labor del mercader, el trabajo que realiza y por el cual debe recibir un salario, stipendium laboris. Aquí hallamos la teoría eclesiástica del salario vinculado al trabajo, fruto de la reflexión cristiana sobre el movimiento social de los siglos x .1 xmi conducente a una sociedad fundada en el trabajo re- partido entre asalariados. La aplicación de esta teoría al rii>.rcader fue fácil en una época en que el mcrcadcr-tipo era .in viajero, un hombre errante exputtto a toJos los peligros de que hablamos anteriormente. Más dificil es hacer entrar en cst.is categorias a! mercader capitalista sedentario. Cierto que los cuidados de orga- nización y las preocupaciones de di¬rección que entrañaba su actividad podían considerarse "tra¬bajo”. Pero, fue más bien en consideración a los servicios que prestaba a la sociedad con el empleo cíe su dinero, de su organización y do sus métodos, por lo que se le asimiló entonces a un trabajador. ILo. U. de. QjVkíJ, l<Ys. útiles y necesarios fue !o que coronó la evolu¬ción de la doctrina de la Iglesia y les valió a ellos 98 el dcrcchP de ciudadanía definitivo en la sociedad cristiana medieval. Desde muy pronto se puso en evidencia Ia utilidad de los mercaderes que, al ir a bu scar a países lejanos mercancías necesarias o agradables? géneros y cbjctos que no se hallaban en Occidente» y venderlas en las ferias, suministraban a las diversas clases de la sociedad !o que éstas nece-sitaban. JTÍc aclu* cómo habla el autor del Dit des marchané-v: . .C'ont doit les marchcanz Desear tóate geni bonorer; Quar il vont par terre et par mer Et en maint estrange pan Por querre lame et tair et gris. Lei entre* revont ont re mer Por aroir de pon achater, Poit rc, ou can ele, ou garingal. Dicx gart taz marchcanz de mal Que nous en amettdons sovent. Saín te Y glise premierement Fu par Marchcanz estahlie Et sacbiez que Cite valerte Doñent Marchcanz teñir cbiers Qu‟ils amament les bons destriers A Laingni, a Bar, o Provins Si i a marchcanz de vins, De bla, de sel et de barenc, Et de soie, et d'or et d‟argcnt, Et de pierres qui bones sunt Marchéanz vont par tout le mont Dii crses choses achater 2. - Por todas las gentes se debe honrar a los mer<}ws van r?ur tjí‟.rrjx. v n?.ua-.v v x. f.vn. W-Oñat co-marcas para obtener lana y pieles. Otros cí*«an el nur para comprar pimienta, o canela, o galanga. 99 Pero, a fines del siglo xm y comienzos del xrv dos nociones vinieron a reforzar singularmente es¬tas consideraciones. La primera es consecuencia de la introducción del pensamiento antiguo y del de¬recho romano en la teología cristiana y en el dere¬cho canónico. Los autores cristianos aplicaron a la actividad de los mercaderes la idea del "bien co¬mún ”, de la “utilidad común”, tan importante en Aristóteles, poi ejemplo. Uniendo esta idea a la del trabajo, Santo Tomás declara: Si el comercio se ejerce en vista de la utilidad pública, si la finalidad es que no falten en el país las cosaj nece¬sarias a la existencia, el lucro, en lugar de ser considerado como finalidad, es solo exigido como remuneración del tra¬bajo. Igual que Guillaume Durant y Bruchard de Es-trasburgo, quien declara: Los mercaderes trabajan en beneficio de todos y realizan obra de utilidad pública al traer mercancías a las ferias. La segunda noción es resultado del reconocimien¬to de la interdependencia de los países y de las na¬ciones desde el punto de vista económico. EvoluDios guarda de mal a todus los mercaderes que nosotros frecuentemente reverenciJmos. Originariamente la Santa Iglesia fue fundada por los mer- caderes, y sabed que la Caballería debe estimar a los merca¬deres que les traen los buenos corceles. En Laingni, en Bar, en Provins hay mercaderes de vinos, de trigo, sal y aren¬ques, y de seda, oro, plata y buenas piodras. Los mercaderes van por todo el mundo para comprar diversas cosas. 100 dice: Habría gran indigencia en muchos países si los merca¬deres no llevaran lo que abunda en un lugar, a otro en que esas mismas cosas faltan. De modo que pueden recibir a justo título el premio de su trabajo. Su expresión más acabada la encontramos a prin-cipios del siglo xiv en los versos del canónigo de Tournai, Gilíes le Muisit. En el poema CVs/ des manchands . . . afirma: Nul pays ne se poet de li scus gorvrener; Pour chou vont manchéant travíllier et pener Chou quifaut ¿s pays, en tous régnes -mener; Se ne les 4ott-on mié sans raison fourmener, Chou que marchéant vont déla mer, decbá mer Pour /ourvir les pays, les font entr'amcr, Pour riens ne ie feroient boin marción capital. Del pensamiento autártico chéant blasmer, de la Alta Edad Media, que consideraba Mais ils se font amer, loyal et bon clala necesidad de in¬tercambios exterio- mer. res como un defecto, una tara económi- Carites et amours par les pays nouca, se pasa a la creencia en la necesiri.icctt t; dad y en el beneficio de tales intercam- Pour chou doit-on moult goir s'il enbios. Es el descu¬brimiento de lo que rikiscent. será el principio fundamental del libre 101 cambio, del capitalismo liberal. Razón su¬plementaria para relacionar la revo- C‟est pites, quant en (tiére) boin marlución comer¬cial del siglo xm con la chéant pouvriscent Or en ait Dieus les del siglo xix. ames quant dou siécle partiscent 3. Esta noción está ya esbozada en TiloPor lo tanto, desde ahora el gran comas de Cobham, a principios del siglo mercio in-ternacional es una necesidad xm, quien en su Manual de confesión querida por Dios. En¬tra en el plan de la Providencia. Y con ella entra también el mercader, personaje benéfico, provi¬dencial, y miembro esencial, por su actividad, de la sociedad cristiana. Eso es lo que Benedetto Cotrugli de Ragusa des¬tacará con énfasis en el siglo xv en su manual sobre El comercio y el mercader ideal: La dignidad y el oficio de mercader son grandes en mu¬chos aspectos... Y, ante todo, en razón del bien común, porque el progreso del bienestar público es un objetivo muy honorable según Cicerón, e inclusive débese estar dispuesto a morir por él... El progreso, el bienestar y la prosperidad de los Estados reposan en gran parte sobre los mercaderes; evi¬dentemente, no estamos hablando de los mercaderes pequeños y vulgares, sino de los gloriosos mercaderes cuya loa es el tema de mi libro.. . Gracias al comercio, adorno y motor de los Estados, los países estériles son provistos de alimentos, 3 Ningún país puede por si manejarse; por eso van los mercaderes a trabajar y esforzarse y llevar a codos los reinos lo que hace falta en la región; por eso no se los debe sin razón proscribir. El que los mercaderes vayan a uno y otro lado del mar para surtir a los países hace que se los ame; por nada un buen mercader daría motivo a la censura, sino que ellos se hacen amar y se los llama' leales y buenos. Caridad y amor en los países nutren; pot evi \M\& dtbft si. vi «vtüyAectu. Es penoso que buenos mercaderes empobrezcan (Que Dios reciba sus almas cuando del siglo partan! 102 de géneroí Y de numerosos productos raros importados de otras partas. . . Los mercaderes traen también en abundan¬cia moneda, joyas, oro, plata y toda clase de metales... El trabajo de los mercaderes está ordenado en vistas a la salva¬ción de la humanidad. LA MENTALIDAD DEL MERCADER De tal forma justificado e inclusive exaltado, el mercader medieval puede dar libre curso a su ge¬nio. Sus objetivos son la riqueza, los negocios y la gloria. El dinero El amor al dinero sigue siendo su pasión fun-damental* El mercader, dice Cotrugli, debe gobernarse y gobernar sus negocios de forma racional para alcanzar su finalidad que es la fortuna. Todos los mercaderes estudiados por los histo¬riadores de la Ecfad Media sienten un amor arreba¬tado por el dinero, desde los banqueros de Arras de quienes dijo Adam de La Halle en el siglo xiii: "aman demasiado el dinero”; desde los florentinos pintados por Dante como “gente codiciosa, envi- diosa^ orgulIosa‟\ enamorada del florín., esa. “floc maldita que ha descarriado a ovejas y corderos”; hasta los mercaderes de Tolosa y de Ruán en el 703 ! siglo xv. Todos piensan como un mercader floren¬tino del siglo xrv que dice: "Tu dinero es tu so¬corro, tu defensa, tu honor y tu provecho”. Y al estudiar los grandes mercaderes normandos de fi¬nales de la Edad Media, Mollat ha podido hablar del "dinero, fundamento de una sociedad”. La influencia social Para acumular ese dinero es preciso sentir la pa¬sión de los negocios, el gusto por hacer fructificar el capital, el espíritu de iniciativa. En su Libro de los buenos usos el florentino Paolo di Messer Pace da Certaldo aconseja: Si tenéis dinero, no estéis inactivos; no lo guardéis estéril en casa, porque mejor es hacer algo, aunque no se saque pro¬vecho, que permanecer pasivo, también sin provecho. También hay forma de hacer fortuna inclusive cuando no se tiene dinero o se tiene poco, como lo enseña Cotrugli, que aconseja también no dejarse abatir por los sinsabores: He visto grandes personajes que, arruinados, no se avergon¬zaban de prestar caballos a los carreteros, hacerse corredores, posaderos; cualquier cosa. Y he visto a algunos de ellos volver a ser en poco tiempo nuevamente ricos, con 10.000 ducados. No voy a nombrarlos, porque no quiero que se enorgullezcan de ello, ni quiero humillarlos en tu or- gullo. Y es bien sabido que los genoveses y los catalanes se hacen piratas si algún acci¬dente o alguna mala fortuna los arruina; los florentinos aé 104 hacen corredores o artesanos y salen del apuro gracias a *u habilidad ... La dignidad Y los mercaderes pueden estar orgullosos. Frecuentan a artistas, gentileshombre*, barones, principes y prelados de todo rango que acuden en tropel a visitar.a los mercaderes, a quienes siempre necesitan. Inclusive se ve a grandes sabios ir a visitar a los mercaderes en su casa ... Por¬que ningún hombre de oficio, en ningún reino o Estado, ha sabido manejar el dinero —que es la base' de todos los estados humanos— como lo hace un mercader honrado y experimen¬tado ... Ni reyes ni príncipes ni hombre alguno del rango que sea tiene tanta reputación y crédito como un buen mer¬cader . .. Así que los mercaderes deben estar orgullosos de su eminente dignidad ... No deben tener las maneras bruta¬les de los rudos soldados ni -las maneras dulzonas de los bufones y de los comediantes, sino que la seriedad debe mos¬trarse siempre en su lenguaje, en su paso y en todas sus accio¬nes, para que estén a la altura de su dignidad. Así habla Benedetto Cotrugli, mercader de Ra¬gú sa. La ética del mercader De este modo se va bosquejando una ética del mercader, completamente mundana y laica. Ética que se define por una moral de los negocios que los manuales de los mercaderes —Consejos sobre el 105 dicarte en tus ne¬gocios. Eso dice Paolo di Messer Pace da Certaldo. 106 Y, más que ningún oteo, el mercader medieval tu¬vo el sentido y ei gusto — casi patológico— del secreto de los necomercio, y otros— han expresado per- gocios. fectamente. Al mercader se le exige A esta superstición del secreto debemos prudencia, sentido de sus a menudo el estar tan mal informados intereses, desconfianza frente a los de- inclusive en los casos en que existen más, temor de perder el dinero y expe- documentos. Para no informar a evenriencia. tuales competidores, los mercaderes No frecuentes a los pobres, porque na- medieva¬les —sobre todo los genoveda debes esperar de ellos. ses— omitieron en los libros los contraAsí dice nuestro anónimo florentino. Y tos y las actas notariales y el des¬tino por en¬cima de todo, debe calcular. El de sus empresas; o las disimularon, comercio está hecho de razonamiento, silenciaron el nombre de sus corresde organización y de método. ponsales y la naturaleza de las mercanQué error —dice el anónimo— comercías. Como coronación de este estado ciar empíricamente; el comercio se basa de espíritu y de estas prácticas, en el en cálculo: si vuole jare per ragtone. siglo xv León Bautista Alberti recomenComo ha expresado muy bien Y. dará al mercader no sola-mente no teRenouard, los grandes hombres de ne- ner al corriente del secreto de los gocios italianos del siglo xv, los merca- ne¬gocios a la familia —comenzando deres medievales por la esposa—, sino que inclusive lo actúan como sí creyeran que la razón exhortará a construirse una morada humana puede com¬prenderlo todo, que no trasluzca al exterior nada de lo explicarlo todo y dirigir sus acciones... que ocurre en el interior, fortaleza de la tie¬nen una mentalidad racionalista. que son prototipo los palacios de los Pero en ese empleo de la razón —la mercaderes florenti¬nos. Aconseja raiio latina, la ragione italiana—, preva- puertas y escaleras secretas, por las lece mucho más el aspecto de cálculo que se introducirá a los mensajeros, a que el de investigación desinteresada. los emplea¬dos y a los portadores de De donde el egoísmo que se evidencia noticias. De este modo, se materializa la en la compe¬tencia: muralla de los negocios que los capitaNo debes servir a los demás para perju- listas comenzaron a levantar en la Edad Medía. Hasta escandaliza ver al anónimo florentino del siglo xiv, citar en su Consejos a los mercaderes un texto de las Sagradas Escrituras solamente para servirse de la autoridad del Deuteronomio (XIV, 19), y recomendar el empleo de la corrupción: 107 Los regalos ciegan los ojos de los sabios y hacen enmu¬decer los labios de los justos. LA religión del mercader Sin embargo, cometeríamos un grave error si nos limitáramos a la visión de un mercader medie¬val solamente preocupado por conseguir los bie- jies de este mundo. Hombre de la Edad Media, de una sociedad ímpregnadísíma de espíritu y de prácticas religiosas, el mercader es también un cristiano. La religión y los negocios En los documentos citados anteriormente hemos visto ya que las actas de los mercaderes se colocan siempre bajo la invocación divina. Todos los libros de comercio comienzan con estas líneas: "En nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Madre la Virgen María, y de toda la Santa Corte del Paraíso, que por su santa gracia y misericordia nos sean acordados beneficios y salud, tanto en el mar como en la tierra, y que nuestras riquezas y nuestros hijos se multipli¬quen con la salvación del alma y del cuerpo. Así sea.” Es especialmente interesante a este respecto el estudio de las relaciones entre los oficios, las corporaciones y las cofra¬días. G. Espinas y M. Bloch* lo han abordado con gran penetración. 4 Cf. M. Bloch (M. FoVJerés) "Entr‟aide et piété: les associations urbaines au Moyen Age”, Mélanges d‟bistoire so¬ciales, 1944. 108 Los estatutos de las corporaciones mercantiles, especial¬mente, manifiestan las preocupaciones religiosas de sus miem¬bros. A. Saporiti ha analizado los del Arte de Calimala de Florencia. El artículo primero ordena a los miembros del Arte la observancia de la fe católica y la colaboración con las autoridades públicas en la lucha contra los herejes. El se¬gundo enumera los días de fiesta religosa que hay que guar¬dar. El quinto fija con minuciosidad la participación de la corporación en las ceremonias religiosas solemnes en las que debe estar representada. El decimocuarto prevee los gastos de carácter religioso que debe hacer la corporación: el mante¬nimiento de cierta cantidad de lámparas encendidas en ja iglesia de San Juan, el pago de la iluminación completa de dicha iglesia durante las fiestas solemnes; las limosnas espe¬ciales que deben ser dadas a los pobres y la distribución tam-bién a los pobres, tres veces por semana, de pan amasado con buen trigo candeal. En su famoso MmiiI del Comercio, Francesco Pegolotti reproduce los Teños de Diño Compagni: El mercader que deaee gran mérito Debe actuar siempre según la equidad. Que tea de gran previsión Y que mantenga siempre sus promesas. Que sea, en lo posible, de aspecto afable, Como conviene al honorable oficio que ha elegido; Franco cuando vende, atento cuando compra, Cordial en ni gratitud, y qoe se abstenga de recriminar. Su mérito será mayor aún si frecuenta la iglesia, Da/por amor de Dios, cierra los tratos Sin discutir y se niega absolutamente A practicar la usura. Finalmente, que lleve bien Las cuentas, y no cometa en ellas errores. Amén, concluye Pegolotti. La beneficencia En la práctica misma de sus negocios, el mcrca709 Por otro lado, en Italia, al constituirse una socie¬dad comercial, Dios recibía participación en la em¬presa. Como tal asociado, Dios tenía cuenta abier¬ta, recibía su parte,de beneficios, que en los libros se registraban a nombre de Messer el Buen Dios y Messer Domeneddio; y en caso de quiebra, en el momento de la liquidación tenía prioridad en el pago. En los libros de los Bardi podemos compro¬bar que Dios recibió 864 libras y 14 céntimos en el año 1310. Dios, es decir, los pobres que lo re¬presentaban en la tierra. Cuando se firmaba un contrato, era costumbre tomar a Dios de testigo y pagarle en agradeci¬miento una ofrenda llamada denier d Dteu en Fran¬cia, denaro di Dio en Italia y Gottespfennig en Alemania. Se entregaba a los pobres. Desde fines del siglo xi, Pantaleone de Amalfi hace donación a la iglesia mayor de su villa natal y a la basílica de San Pablo Extramuros de Roma, de puertas de bronce fundidas en Constantinopla, donde él tiene vastos intereses; hace der da la participación a Dios y á los construir una magnífica iglesia sobre el pobres, según la inspiración de la Igle- Monte Gargano, donde se apareció el sia. Junto a la gran caja fuerte donde Arcángel San Miguel; funda un hos¬ guardaba el dinero, otra caja menor en- 110 cerraba la moneda menuda. Servía para las li¬mosnas; y los días de fiesta las pital en Antioquía y restaura monastesociedades comer¬ciales entregaban rios en Je- rusalén. dinero de bolsillo a cada uno de sus Los actos de beneficencia y las donamiembros, para que lo distribuyeran ciones piadosas hechas por los mercaentre los pobres. Todas estas sumas deres medievales son innumerables. J. eran pasadas regular¬mente a los regis- Lestocquoy ha citado veintitrés hospitatros. les, hospicios y asilos de Arras funda- dos por familias de mercaderes. En Gante, el famoso hospital de la Biloque es una fundación de los Uten Hove. En Siena, el hospital de Santa María della Scala fue dotado por todos los grandes mercaderes y banqueros de la ciudad. Los frescos de Domenico di Bartolo, obra única en su gé¬nero, desarrollan en dicho hospital un verdadero “ciclo hos¬pitalario” consagrado a la representación de obras de caridad. La penitencia final Los ricos mercaderes manifestaban sus senti¬mientos religiosos sobre todo al final de la vida y en el momento de la muerte. Algunos inclusive abandonaban su oficio y sus riquezas y entraban en las Órdenes, retirándose a un convento para terminar allí sus días. Werimbold de Cambrai, a principios del siglo xn, hace que el obispo anule su matrimonio, se separa de su mujer y ambos se retiran a. un convento a practicar la caridad. Re¬partió sus bienes entre los pobres y dos Abadías: San Oberto y Santa Cruz. En 1178» el dux Sebastiano Ziani de Venecia, que gra¬cias al comercio alcanzó una riqueza proverbial -—se decía "rico como un Ziani”— se retira al monasterio de San Gior- gio Maggiore. A él lega todas las casas que bordean la Mer¬cería de la Iglesia de San Julián al puente de San Salvador, y al capítulo de San Marcos todas las que bordean la plaza 111 de San Marcos, entre otros inmuebles. Su hijo Pietro Ziani, también dux, se retiró igualmente en 1229 al convento de San Jorge el Mayor. A principios del siglo xiv, Baude Crespin, el famoso ban¬quero de Arras, acabó su vida como monje de San Vaast. Bernardo Tolomei, uno de los grandes banqueros de Siena, funda la congregación de los Olivetanos, en el monasterio de Monte Oliveto Maggiore, donde se retira. La Iglesia lo ha beatificado. No es el primer mercader llevado al altar. Ya a comienzos del siglo XII fue canonizado Godric de Fínchale» y uno de los primeros actos de Inocencio III fue canonizar en 1197 a Homebon, un gran mercader de Cremona. Más tarde, algunos autores piadosos alegarán el ejemplo de San Homebon para demostrar que se puede ganar el cielo a pesar o gracias al comercio. Con ellos, se santifica la profesión. Para estos grandes mercaderes, la muerte es también el momento del arrepentimiento y, con¬forme a las instrucciones de la Iglesia, el de la res¬titución a sus víctimas de lo que han adquirido indebidamente. Remordimientos tardíos sin duda, y cuyas con-secuencias han de pesar en especial sobre los here¬deros, encargados de proceder al reparto. Ya los hemos visto actuar en el caso de Boinebroke. Pero, sin que se trate de restituciones propia¬mente dichas, en los testamen- tos de los merca¬deres son innumerables y considerables los legados a la Iglesia y a los establecimientos caritativos* Francesco di Marco Datini da Prato, que fue un hombre de negocios metódico y ávido de ganan¬cias deja casi toda su fortuna, 75.000 florines, para obras de beneficencia. 5 Armando Sapori lo convierte en "el segundo tipo del 712 El valor de estos sentimientos y los móviles de estos actos piadosos y caritativos podrían ser dis¬cutidos. Los móviles religiosos Podemos hallar sospechosa una religión que con tanta facilidad mezcla a Dios con los negocios, le pide éxitos terrenales y quizás atribuye supersti¬ciosamente la fortuna a la protección divina. En Tolosa, en 1433, el cambiante Jacques de Saint- Antonin habla de los bienes "que Dios le ha pro¬porcionado y que con la ayuda de Dios ha ganado en este siglo”. En todo caso, observemos que esta mentalidad, de la que ha querido hacerse una de las características de la Reforma, se encuentra ya ampliamente en los mercaderes desde la Edad Media. También podemos sospechar que el temor a la Iglesia, quien a pesar de todo disponía de pode¬rosos medios de coerción temporal, pudo inspirar muchos actos en apariencia puramente caritativos o piadosos. Algunos eminentes historiadores seña- lan que en el espíritu de los mercaderes fue decisivo, sobre todo, el miedo al infierno. Ese terror, común a casi todas las gentes de la Edad Media, parece ha¬ber conmovido especialmente a los mercaderes. En mercader italiano” en quien "a la generosidad y la audacia sigue un, espíritu prudente y estrecho”. 113 la prosperidad, en la cumbre de la fuerza y el po¬der, apartan fácilmente de sí las terribles imáge¬nes que ante ellos agitan predicadores, confesores y artistas. Pero cuando llega la hora de* dar cuentas, ellos, que saben los implacables veredictos que pue¬den surgir de un balance, y que gustosamente ima¬ginan a Dios llevando registros como los suyos, se asustan ante su pasivo. Entonces, se apresuran a cargar el platillo bueno de la balanza. A toda prisa, echan en él donaciones, restituciones, se arrojan a sí mismos, si es preciso. Entonces, como en el célebre tríptico de Memling en el cual se sopesa a Tommaso Portinari, el gran mercader de Brujas, hacen caer la balanza hacia el Paraíso de los Justos. Corresponde a cada cual estimar el valor de tal sentimiento y tal conducta. Pero no puede negarse que el temor al infierno es una expresión del deseo de salvación fundamentalmente cristiana, ni que la mentalidad medieval, menos sensible que la nuestra a lo que nos sentimos tentados en llamar hipocresía, podía admitir con más facilidad la coexistencia de un gran cinismo y una profunda religiosidad. Mercaderes y herejías Desgraciadamente, es muy difícil valorar la parte que tomaron los mercaderes en los movi¬mientos heréticos de la Edad Media. Indudable¬mente, la llamarada de herejías que se produjo en 114 teras entre la herejía y la ortodoxia, como a los ZJmiliati italianos, órde¬nes de monjes-obreros muy poderosos en la industria lanera, a los cuales perteneció quizás San Homebon de Cremona. Dentro de la Iglesia, volvemos a hallarlos en el movimiento franciscano, con el propio San Francisco. Pero aquí choca¬mos con las contradicciones de esta Orden, evidentes inclu¬sive en su espiritualismo de la pobreza y en los conlos siglos xn y XIII va unida al desarro- flictos de conciencia de sus miembros. llo urbano; aunque los vínculos entre La pobreza de los antiguos ricos no es las doctrinas catara, val- dense, patari- igual que la de los que siempre han sido na y las clases urbanas han sido mal pobres. Ideal para unos, para los otros aclarados. Entre los herejes se encuen- sigue siendo en cierta forma una malditran merca¬deres, especialmente en el ción. Y entre estos remolinos del mundo Languedoc, en Provenza y en el norte de franciscano, mientras unos, aferrados a Italia. Es difícil precisar su can¬tidad y las viejas estructuras económicas, siel papel que desempeñaron, y más difí- guen fieles a la idea de pobreza absolucil todavía valorar su motivos. ¿Partici- ta hasta el punto de caer en las herepación en la lucha contra el poderío jías, otros, en contacto con las ciudades eclesiástico, contra la Igle¬sia, ligada a y el movimento comercial, aceptarán la sociedad feudal? ¿Motivos económás fácilmente tolerar y mi¬cos y políticos? ¿Efecto de móviles 115 más propia¬mente religiosos? En todo caso, es preciso señalar que en justificar la actividad del mercader, la el mismo seno de la clase mercantil la propiedad y el di¬nero ... a condición de influencia cristiana a menudo suscitó mantenerse "pobres de espíritu”. reacciones de repugnancia y de miedo EVOLUCIÓN DE LA ACTITUD DE LA frente al dinero y al comercio. Mercade- IGLESIA res —hemos visto algunos— que reRESPECTO DE LOS MERCADERES nun¬cian a los negocios y al mundo. El estudio de las relaciones concretas Más aún, hijos de mercaderes en rupentre la Iglesia y los mercaderes nos tura con la actividad y la psicología pa- lleva a corregir consi¬derablemente los ternas. Es ése un movimiento que en la esquemas que los enfrentan. Para comvía religiosa puede llevar muy lejos. A la prender la complejidad de estas relaherejía, como a Pedro Valdo; a las fron- ciones, es preciso estudiar su evolución y las causas que la producen. Sólo el haber considerado a la Iglesia medieval monolítica e inmutable ha hecho posible que se hayan arriesgado teorías de tan inacep¬table simplismo sobre su actitud respecto de los mercaderes. El período feudal Cuando tiene lugar la revolución comercial, que sólo alcanzará su apogeo en los siglos XII y xm, la Iglesia por su posición económica, por sus víncu¬los políticos, por su reclutamiento social y por sus ideales, está íntimamente unida al mundo feudal y rural. Durante este período, la Iglesia, poco abier¬ta a los problemas del comercio, siente escasa con¬sideración por el mercader. El hecho de que en esa época los judíos desempeñen todavía una función importante en el comercio internacional de Occi-dente, refuerza la actitud de desprecio de la Igle¬ T16 sia hacia esas actividades. Por otra parte, tolera gus¬tosa su papel económico, del que se benefician los cristianos. Para ella, la sociedad cristiana correspon¬de a la famosa clasificación de Adalberón de Laon: los nobles, que defienden la sociedad; el clero, que ruega por ella; los siervos, que la sustentan con el trabajo rural, indigno, por lo demás, de las clases superiores. Sociedad militar, clerical y rural. La Iglesia se sorprende o se escandaliza al ver a un miembro de esta sociedad dedicarse a negocios. Ignobilis mercatura, dice la vida de San Guidon de Anderlecht en el siglo xi, y aquí, evidentemente, ignobilis significa "que no conviene a un noble” más que "infame”, y el mercader que incita al santo a traficar es calificado de diaboli minister, ministro del diablo. La Iglesia y la revolución comercial No es extraño que veamos a la Iglesia modificar su actitud respecto de los mercaderes al mismo tiempo que intenta desprenderse de la sociedad feudal. Roberto López ha revelado el papel desem¬peñado por los acuñadores de moneda en el éxito de Gregorio VII. En su lucha contra el dominio del feudalismo sobre la Iglesia, la Reforma grego¬riana tuvo que buscar aliados en el mundo del di¬nero y del comercio, en los mercaderes, potencia nueva. Recordemos las intervenciones de ese Papa en su favor. Pero una parte del mundo clerical si¬gue estrechamente unida al feudalismo y a su ideo117 di¬nero y de su actividad. G. Le Bras ha podido ha¬blar de "usura al servicio de la Iglesia”. Al papado sobre todo, como hemos visto, pronto le fue imprescindible el concurso de los grandes banqueros italia¬nos ; y en todas partes obispos y abades debían apelar a los grandes mercaderes y cambistas locales. No es arriesgada la suposición de que éstos, en una sociedad impregnada de religión, presionaron al clero para obtener que la Iglesia los reha¬bilitara y justificara. La Iglesia canonizó mercaderes como canonizaba, por política, a miembros de dinastías reales. Más aún; muy pronto la Iglesia participó en el movimiento. Indirectamente, por intermedio de sus banqueros, como en el famoso trust del alumbre que unió en el siglo xv a la Santa Sede con la Banca Médicis. Y también directamente. Desde luego, la práctica de la usura estaba especialmente prohibida al clero, pero, del mismo modo que du¬rante la logia. Sus representantes tardíos son Alta Edad Media los monasterios haquienes, du¬rante mucho tiempo, sibían podido desempeñar la función de guen esgrimiendo los textos contra los establecimientos de crédito, los abades mercaderes; y lanzan invectivas contra y los obispos que poseían cael dinero, como San Bernardo, imbuidí- 178 simo de es¬píritu feudal y rural, o como esos predicadores que se levantan con- pítales suficientes hacían oficio de prestra su siglo, como Jacques de Vitry. tamistas y de usureros a despecho de No obstante, la jerarquía eclesiástica las interdicciones. To¬lerados a menuiba siendo cada vez más partidaria de la do, a veces actuaban abiertamente. Si admisión del merca¬der. Ante todo, re- bien la Iglesia, cuya principal riqueza conocía su impotencia frente a él; y lue- consistía en bienes rurales, afectados go pronto tuvo necesidad de él, de su por la crisis del feu¬dalismo, tuvo que dejar a los laicos el papel pre¬eminente en el desarrollo capitalista, en el siglo xm se vio, por ejemplo, a la Orden de los Templarios convertirse en uno de los mayores bancos de la Cristiandad; y la Orden Teutónica, gran mercader de lanas, mantenía, por ejemplo, una factoría en Flandes alrededor del año 1400. Con mayor flexi¬bilidad que frente a otras evoluciones, la Iglesia pasó del compromiso con el feudalismo al compro¬miso con el capitalismo. La Iglesia y los comienzos del capitalismo A ello ayudó, ciertamente, la cantidad cada vez mayor de miembros de la rica clase mercantil que entraban en las órdenes. "He anotado —dice J. Lestocquoy— los nombres de los hijos del patri¬ciado de Arras que entraron en la Iglesia: es la lista casi completa del patriciado en sí.” En pleno siglo XIII, el papa Inocencio IV pertenece a una gran familia de mercaderes genoveses: los Fieschi. No se ha hecho bastante hincapié en la importan¬cia de este nuevo reclutamiento eclesiástico. Los sacerdotes y los monjes salidos de la burguesía mer¬cantil aportaban a la Iglesia el conocimiento de su clase. Aun cuando, personalmente, se hubieran U9 carnal, bien porque la frecuentación íntima de los mer¬caderes les había convencido de que eran buenos cristianos, a pesar de desobedecer ciertas prescrip¬ciones de la Iglesia. Un lector general de la Orden Franciscana que a comienzos del siglo Xiv toma la defensa de los mercaderes, pone en duda que el préstamo con interés sea ilícito, porque, dice: los mercaderes lo practican habitualmente y sin embargo no parecen despreocuparse de su salvación, lo que debería ocurrir si esas prácticas fueran ilícitas. Paradójicamente, los más ardientes defensores de los mercaderes se hallaron en las nuevas órdenes del siglo xm, las órdenes mendicantes. En contacto con los medios urbanos, a menudo provenientes ellos mismos de la clase mercantil y fieles servido¬res del papado, deseoso de favorecer a sus nuevos sostenedores, conocían además las técnicas comer¬ciales en que les había iniciado su medio, a la vez que los métodos escolásticos, aprendidos en las universidades y escuelas de su Orden. Ellos son, en el siglo xm y con el apoyo del papado, el instru¬mento de la justificación ideológica y religiosa del mercader, mediante los manuales de confesión y las grandes obras de teología y apartado de la práctica de los negocios, de derqpho canónico. estaban des-tinados a colaborar en la Inútil es entonces que sigan existiendo justificación de los su¬yos, bien por es- en la Iglesia tradicionalístas opuestos a píritu de clase, del que no se habían los mercaderes; despojado enteramente, bien por afecto 120 que haya inclusive a fines de la Edad Media una especie de reacción eclesiástica contra los mercade¬res. Ya puede tronar San Antonio de Florencia con¬tra la usura y contra el dinero, conmoviendo por algún tiempo a las masas. Es sólo una reacción verbal sin gran importancia. No servirá más que para llevar agua al molino de breves revueltas, co¬mo las de la Florencia de Savonarola. Por lo tanto, la Iglesia acogió pronto al merca¬der y admitió rápidamente lo esencial de sus prác¬ticas. Lejos de ser un obstáculo para el desarrollo del capitalismo, inclusive podemos preguntarnos si no lo sirvió involuntariamente con su hostilidad. La condena de la usura y de ciertas formas de préstamo con interés obligó a los mercaderes a perfeccionar métodos y a recurrir a sutilezas. El desarrollo de la letra de cambio, pieza principal del auge de la clase mercantil, tiene origen en el deseo de obedecer a la Iglesia, al transformar una operación de crédito que ella reprueba en una ope¬ración de cambio que tolera. El ideal de la Iglesia: las clases medias Sin embargo, si bien la Iglesia cedió y hasta se integró parcialmente en el mundo capitalista, su ideal en ese terreno no es el gran mercader, frente a quien no abandona totalmente su recelo: es el artesano» el pequeño mercader, el miembro de las clases medias. El mercader de las corporaciones, encua- drado por estipulaciones que impiden el ci¬miento, por lo que ciertos grandes frau¬ mercaderes bus127 122 de y la competencia y protegen —por lo menos teóricamente— al consumidor, en quien se realiza un equilibrio en la mediocridad; el artesano, teóri¬camente libre pero encerrado en el marco estrecho de su ciudad y de su tienda, donde puede ser útil sin causar grandes males: ése es el ideal de la Igle¬sia. Es a él a quien apoya inclusive con su maltu¬sianismo económico cuando, en el siglo xiv y en el xv, por ejemplo, condena como pecado las "nove¬dades”, las innovaciones técnicas que intenta in¬troducir el mercader capitalista en el marco de la competencia internacional. A él es a quien toma como modelo cuando fija al mercader nuevos límites en su actividad. Porque, en definitiva, la elaboración de los teólogos y de los canonistas del siglo xm tiene únicamente por objeto poner diques al desarrollo capitalista, pre¬dicar una ganancia moderada —lucrum modera- tmn—, respeto por el "justo precio” —justum pre- tium— y separar al buen mercader del malo. El buen mercader es aquel que reduce sus horizontes y evita las ocasiones de pecado grave limitando su campo de acción. Los mercaderes y el Renacimiento ¿Fue quizás para escapar a esa atmósfera enra¬recida más que para sacudir un yugo, que ya he¬mos visto cuán suave era en el albor del Rena- vas, se halla remisa en confesar que no puede tener doc¬trina económica y que no la tiene realmente. Des¬pués de su esfuerzo totalitario medieval para carón evasión fuera de la Iglesia, fuera abar¬car el conjunto de las actividades de la men¬talidad religiosa tradicional? humanas, le es difícil resolverse a Cuando se elabora el culto del poder, abandonar campos, a hacer las del indi¬viduo y de la virtú, el gran 123 mercader ve en ello un trampolín para su deseo de poderío, de explo¬ración y distinciones que impone la evolución de descubrimiento. material e intelectual. Ahora bien; el Unos favorecerán el Renacimiento inte- Renacimiento hace dar un nuevo salto lectual que, satisfaciendo las necesida- hacia adelante al proceso de laicides de sus fuertes personalidades, les za¬ción que ya habían acelerado los permitirá ser humanistas sin sa¬lir de siglos XII y xni. En el siglo de Maquiauna Iglesia a la cual les liga tanto una velo, lo económico y lo reli¬gioso, igual piedad que sigue siendo medieval como que lo moral y lo político, reclaman ser el sentido de su propio interés, porque separados. Sigue habiendo católicos la Iglesia puede ser y es a menudo un que son mercaderes; pero cada vez haaliado social poderoso. Los Médicis, brá menos mercaderes católicos. después de haber animado y financiado 124 el Renaci¬miento platónico en Florencia, darán a la Iglesia un León X, huCAPITULO IV manista y Papa. LA FUNCION CULTURAL Otros se unirán a la Reforma y le apor- LOS MERCADERES Y LA LAICIZACION tarán la espiritualidad del éxito, donde DE LA CULTURA a veces se halla la extraña alianza del A msfiudo tenemos la impresión de que mundo y del cielo, de la religión y de los en la Edad Media la clerecía monopolinegocios, de Dios y del mercader. zaba la cultura. La enseñanza, el penPero, en el siglo xvi, aparte de las cirsamiento, las ciencias y las ar¬tes hacunstan¬cias locales, lo que decidirá la brían sido hechas para ellos y por ellos, actitud religiosa del mercader será su o por lo menos bajo su inspiración y su propia elección individual. control. Falsa imagen que debe correEs posible que sobre todo el mercader girse ampliamente. El do¬minio de la tome con-ciencia de que la economía no Iglesia sobre la cultura solamente fue es del dominio de la Iglesia. Ésta, que total durante la Alta Edad Media. Disen la Edad Media confundió a veces las tinta es la situación a partir de la revoexigencias morales con teorías positilución comercial y el apogeo de las ciu- dades. Por fuertes que sigan sien¬do los intereses religiosos, por poderoso que sea aún el cerco eclesiástico, hay grupos sociales antiguos y nuevos con otras preocupaciones, con sed de co¬nocimientos prácticos o teóricos distintos de los religiosos y que crean instrumentos de saber pro-pios y medios de expresión también propios. El mercader desempeñó un papel capital en el nacimiento y desarrollo de esta cultura laica. Para sus negocios precisa. con.<3cimi£atios técaicos. Pos su mentalidad, se dirige a lo útil, a lo concreto y a lo racional. Gracias a su dinero y a su poder social y 125 ron. En 1179 existen escuelas comunales en Gante, y la liber¬tad de enseñanza •— conquistada a pesar de la resistencia en¬carnizada de la Iglesia— fue solemnemente reconocida por la condesa Matilde y el conde * Balduino IX en 1191. En general, si bien la Iglesia logró conservar la enseñanza "supe-rior” y parte de la enseñanza "secundaria”, tuvo que aban¬donar la enseñanza primaria. En las parvae scolae o scoiae minores — por ejemplo en Ypres, en 1253, está permitido a cualquiera abrir escuelas de este tipo— los hijos de la bur¬guesía mercantil reciben las nociones indispensables a su futuro oficio. La influencia de la clase mercantil se político, puede satisfacer sus necesida- deja sentir en especial en cuatro camdes y realizar sus aspiraciones. pos: la escritura, el cálculo, la geografía Las escuelas laicas y las lenguas vivas. Henri Pirenne, Armando Sapori y Amin- 126 tore Fanfani han abierto el camino hacia una investiga¬ción de la instrucción La escritura del mercader y su papel en la historia Sabido es cuán unida está la esde la educación. Por ahora sólo dispocritura a las necesidades a» ne¬mos de informaciones dispersas so- que responde. Depende estrechamente bre un tema capi¬tal: las escuelas laidel medio que la uti¬liza, es eminentecas medievales. mente un "hecho de civilización”. SaPodemos suponer que, desde muy tem- bemos que el paso de la escritura antiprano —mas eso depende de los lugagua, "cursiva antigua”, a la escritura de res, y quizás un me¬jor conocimiento la Alta Edad Media, minúscula Carolide las condiciones escolares arro¬jaría na, sólo puede explicarse por la sustiluz sobre el adelanto de tal o cual retución de una civilización por otra. gión en materia de organización comer- Igualmente, el retorno a la cursiva en cial —los burgue¬ses, o sea esenciallos siglos xil-xm es un hecho- integrado mente los mercaderes, obtuvieron- el en todo el movimiento económico, derecho de abrir escuelas, y lo utilizaso¬cial e intelectual que conduce al na- cimiento de una sociedad nueva. En la diversificación de escrituras que entonces se pro¬duce, junto a la escritura de Cancillería elegante y cuidada, hecha para actos solemnes, y a la escritura notarial, a la vez embrollada y abreviada, debemos conceder un lugar a la escritura comercial, limpia y rápida, que expresa "energía, equilibrio y gusto”. Es la que responde a las crecientes nece¬sidades de la contabilidad, de la teneduría de libros y de la redacción de actas comerciales. Escribirlo todo, escribirlo en seguida y escribirlo bien: he aquí la regla de oro del merca¬der. Un genovés aconseja a fines del siglo xn: "No debes ol¬vidarte nunca de asentar bien por escrito todo lo que haces. Escríbelo en seguida, antes de que se te haya ido de la mente.” Y el anónimo florentino del siglo xiv dice: "No se debe tener pereza de escribir” (Alio scrivere non si puo esere tardo). "Scripta manent” es más cierto para el mercader que para nadie. Gracias a él, la escritura, una escritura limpia y có¬moda, útil y corriente, ocupa un puesto de primer orden en las escuelas primarias. El cálculo Y con la escritura, el cálculo. Su utilidad para el mer¬cader es todavía más evidente. La enseñanza del cálculo co¬ 127 mienza con el empleo de instrumentos prácticos que sirven al escolar, y luego al financista y al comerciante, para calcu¬lar. Son el ábaco y el tablero, “humildes antepasados de las máquinas de calcular modernas”. A partir del siglo xm se multiplican los manuales de aritmética elemental, como el escrito en 1340 por Paolo Dagomari de Prato, apodado Paolo deíí'Abaco. Entre ios tratados científicos, hubo algunos que han sido de singular importancia, tanto para la contabilidad como para la ciencia matemática, Así el Tratado del ábaco — Uber abbaci— que publica en 1202 Leonardo Fibonacci. Es un pisano cuyo padre es oficial de aduanas de Ja Repú¬blica de Pisa en Bugia, África. Se inicia en las matemáticas, que los árabes tomaron de los hindúes, en el mundo cristiano- musulmán del comercio, en Bugia, en Egipto, en Siria y en Sicilia, por donde viaja por negocios. En su obra introduce el empleo de las cifras árabes y del cero, la innovación capital de la numeración por posición y de las operaciones con frac¬ciones y del cálculo proporcional. Ampliando más sus estu¬dios, en 1220 publica una Práctica de la geometría. A fines de la Edad Media, Luca Pacioli escribe en 1494 su famosa Summa de Arithmetica, resumen de los conocimentos aritmé¬ticos y matemáticos del mundo del comercio; en él se ex¬tiende especialmente sobre la contabilidad por partida doble. Mientras tanto, desde 14F0 se difunde por Alemania otro manual, el Método de cálculo de Nuremberg. La geografía Otro campo de investigación necesario para el mercader: la geografía práctica, donde se codean los tratados científi¬cos, los relatos de viajes y la cartografía. Se ha dicho que el famoso Libro de las maravillas de Marco Polo fue uno de los best-sellers de la Edad Media; y el gusto por los libros de aventuras, inclusive novelados, estuvo tan desarrollado en aquel tiempo que pudo asegurar el éxito del libro apócrifo de Sir John Manndeville, donde la imaginación entraba en 128 mucho. Las escuelas cartográficas genovesas y catalanas pro¬dujeron los admirables portulanos, descripciones — acompa¬ñadas de mapas— de las rutas marítimas, los puertos y las condiciones de navegación. En este medio erudito que escri¬bía para especialistas y profesionales provistos de compás, as- trolabios e instrumentos astronómicos, nació Cristóbal Co¬lón, quien no partió a la ventura, como quiere la leyenda, sino provisto de un fuerte bagaje de conocimientos y de técnicas que lo llevaban hacia un objetivo determinado. Para uso del mercader que iba al extranjero había tratados que enseñaban, por ejemplo, "lo que debe saberse al ir a Ingla¬terra”, como Indicaba Giovanní Frescobaldi, mercader-ban¬quero florentino, o "lo que debe saber un mercader que se dirige a Catay”, es decir, a China, como escribía en unas pá¬ginas famosas Francesco di Balduccio Pegoloti, factor de los Peruzzi. Las lenguas vulgares El conocimiento de las lenguas vulgares le es indispensable al mercader para entrar en contacto con su clientes. Desde muy pronto, los libros y las cuentas se llevan en lengua vul¬gar, en lengua vulgar se escriben las actas comerciales y, a pesar de la existencia de intérpretes en los principales centros de intercambio, se redactan diccionarios para uso de merca¬deres, como un glosario árabe-latino y especialmente un dic¬cionario trilingüe latín, cumano (lengua turca que era la jerga comercial del Mar Negro a! Mar Amarillo) y persa. Al principio, sin duda a causa de la importancia de las ferias de Champaña, la lengua internacional del comercio fue el francés. Pero pronto tomó el primer puesto la lengua italiana, mientras en la esfera hanseática dominaba el bajo alemán. No es de sorprender que el desarrollo de las lenguas vulgares haya ido unido al progreso de la clase mercantil y sus actividades. Li texto más antiguo que se conoce en lengua italiana es un fragmento de las cuentas de un mercader de Siena del año 1211. 129 La historia Los mercaderes no se contentan con estos cono-cimientos básicos. Se interesan por la historia. Ésta les ayuda no sólo a glorificar su ciudad y el papel que en ella desempeña su clase, sino tam- bién a si¬tuar, comprender los acontecimentos que enmar¬can su actividad y de los cuales son actores.^ En 1338, Giovanni Millani describió en cifras Flo¬rencia, en una página célebre y excepcional: can¬tidad de habitantes, de barrios, de parroquias, de corporaciones y de miembros de las mismas, nú¬mero de los negocios más importantes, monto de los impuestos y balance de las finanzas públicas. En el siglo XV. el veneciano Marian Sañudo intentará también valorar en números el poderío veneciano. Así, junto con los documentos oficiales, los censos y las listas fiscales, la literatura histórica alimenta — aun cuando los datos sean a veces erróneos— a la pobrísima estadística medieval. Ss ha observado un hecho impresionante: "que la historiografía flo¬rentina del siglo xiv es el monopolio casi exclusivo de los hombres de negocios”. Hombres de negocios son Dino Compagni, Giovanni y Matteo Villani, Giovanni Frescobaldi, Donato Velluti y Marchione di Copo Stefani, quienes, en cada generación, re¬dactan crónicas precisas, basadas en datos reales, en las cuales el autor, aun cuando sea parte, no se conforma sólo con palabras." De este modo, junto a los cronistas atentos sólo a los hechos políticos 130 y religiosos, nace una categoría de historiógrafos preocupados por lo económico. Los manuales de comercio Ciertos mercaderes confiaron sus conocimientos y sus experiencias en manuales de inestimable va¬lor. Estas Prácticas del comercio enumeran y des¬criben las mercancías, los pesos y medidas, las mo¬nedas, las tarifas aduaneras y los itinerarios. Pro¬porcionan fórmulas de cálculo y calendarios perpe¬tuos; describen los procedimientos químicos para fabricar aleaciones, tintes y medicinas; aconsejan tanto sobre la forma de defraudar al fisco, como el modo de comprender y utilizar los mecanismos económicos. Están inspirados por un vivo senti¬miento de la dignidad de los mercaderes; ya hemos visto algún ejemplo de los mismos. Los más célebres son italianos. Son las Prácticas del co¬mercio (Pratica della mcrcatura) de los florentinos Fran¬cesco di Balduccio Pegolotti, que fue factor de los Peruzzi en Famagusta, en Brujas y en Londres, y de Giovanni di Antonio da Uzzano; El libro de las mercancías y usos de los diversos países (El libro di mercantantie et usanze de paesi), atribudo a Lorenzo Chiarint; y una obra veneciana anónima, Tarifa y conocimiento de los pesos y medidas de las regiones y países que se dedican al comercio en el mundo (Tarifa zoé noticia dy pexi et mesure di Ivoghie e tere che s'adovra iriarcadatitia per il mundo). 131 Todo este bagaje intelectual, todas estas herra¬mientas culturales siguen vías divergentes de las de la Iglesia: conocimientos técnicos profesionales y no teóricos y generales; sentido de la diversidad y no de lo universal, que conduce, por ejemplo, al abandono del latín por las lenguas vulgares; busca de lo concreto, de lo material y mensurable. La Iglesia no comienza a sentirse inquieta e in-cómoda hasta que el auge comercial influye en el reclutamiento universitario. Las Facultades más frecuentadas son las que conducen a los oficios lai¬cos o semilaicos más lucrativos: la Facultad de De¬recho y la de Medicina. La primera forma a los notarios, tan necesarios en el siglo xm a causa de la abundancia de contratos comerciales. La segunda desemboca en un oficio con frecuencia mixto de médico y boticario: el droguista, que a menudo es el más solicitado en la sociedad burguesa. La racionalización Y. Renouard ha destacado que la cultura mer¬cantil condujo a la laicización, a la racionalización de la existencia. El escenario, el marco de la vida dejaba de ser coloreado por la religión. Los ritmos de la existencia ya no obedecían a )a Iglesia. Medir el tiempo se convertía en necesidad para el merca¬der; y la Iglesia se revelaba inhábil para ello. Un calendario regulado por fiestas móviles era muy poco cómodo para el hombre de negocios. El año 132 religioso comenzaba en una fecha que oscilaba en¬tre el 22 de marzo y el 25 de abril. Los mercaderes precisaban puntos de partida y referencias fijas pa¬ra sus cálculos y para establecer los balances. Eli¬gieron entre las fiestas litúrgicas una fiesta secun¬daria, la Circuncisión, e hicieron que sus cuentas comenzaran y acabaran el l9 de enero y el l9 de julio. La Iglesia había determinado también las horas por las estaciones y las oraciones que les correspon¬dían. Maitines, Primas y Ángelus se regulaban con el sol y variaban durante el año. Las campanas res¬pondían a los cuadrantes solares. El mercader nece¬sitaba un cuadrante racional dividido en doce o veinticuatro partes iguales. Él fue quien favoreció el descubrimiento y la adopción de los relojes de repique automático y regular. Florencia lo tuvo desde 1325, Milán en 133 5, Padua en 1334, Génova en 1353 y Siena en 1359. Desde 1314, Caen posee un “gran reloj”, con una inscripción que destaca su presencia: "Puesto que asi me aloja la villa / sobre este puente para servir de reloj / haré oír las horas / para alegrar al pueblo común.” Desde en¬tonces, la vida ya no se reguló por el reloj de la Iglesia, sino por el reloj comunal laico. A la hora del clero sucedía la hora de los hombres de negocios. Una cultura de clase Sin embargo, sea cual fuere su influencia sobre el desarrollo de la enseñanza, no debe creerse que 133 la clase mercantil intentara beneficiar con su cul¬tura a todo el mundo. Ya la especialización originaria, unida al deseo de conservar esos famosos secretos que quería guardar celosamente, la conducían a un aprendizaje inter¬no: el que recibían sus hijos, al salir de la escuela primaria, en la tienda paterna o junto a asociados o colegas extranjeros. Y esta enseñanza práctica, reservada a los hijos de los mercaderes-banqueros, demuestra que la movilidad social en el mundo de los negocios en la Edad Media no fue tan grande como se ha dicho a veces. Y la imposibilidad de hacer que sus hijos reci¬bieran en las escuelas religiosas una formación téc¬nica apropiada y, sobre todo, también el deseo de que pronto sintieron de manifestar su rango social me¬diante la segregación escolar, llevó a los mercade¬res a apelar a preceptores y hacer que sus hijos recibieran lecciones particulares en su propia casa. EL mecenazgo mercantil A la vez que desempeñaban esa función en la evolución de la enseñanza, los mercaderes influían grandemente en el desarrollo literario y artístico. El mecenazgo de la rica clientela mercantil se explica fácilmente. En primer lugar, el encargo y la compra de obras de arte representaba para los mercaderes y banqueros una fuente de provecho, una inversión. Algunos de ellos, por lo menos, con¬sideraban dichas obras como “mercancías”, *'ar134 tículos”. En el siglo xrv se estableció en Aviñón un mercado de libros raros, cuadros y tapices, a consecuencia de la estada de la corte pontificia, que había atraído allí a ricos clientes provocando una amplia confrontación de estilos y gustos. Vea¬mos, por ejemplo, una carta de Buoninsegna di Matteo, asociado de Francesco Datini, a sus corres¬ponsales florentinos, fechada en Aviñón el 17 de marzo de 1387 (momento, por otra parte, en que Aviñón, desertado por el papado, había perdido mucha importancia en ese aspecto): Usted dice que no encuentra pinturas al precio que nos¬otros deseamos, porque no las Hay a tan bajo precio. Enton¬ces, si no encuentra buenos artículos (cose) a buen precio, no compre, porque no hay gran demanda aquí. Son artículos que hay que comprar en el momento que el artista necesita dinero. Decida usted, porque para nosotros no es una nece¬sidad lanzarnos al comercio de esos artículos, pues no son cosas que se puedan vender todos los días o para las que haya muchos compradores. Pero si algún día, buscándolo, encuentra un buen artículo de valor y el artista necesita dinero, entonces cómprelo. Hemos vendido tres de las cinco piezas que compró An¬drea y hemos sacado por ellas 10 florines de oro contantes por cada una, lo que nos ha dado un excelente beneficio. Si el artista a quien él los compró tiene algunos cuadritos bue¬nos, que valgan 4, í ó 6 florines contantes —pero es preciso que sean buenos y baratos—, cómprele uno o dos, pero no más; o bien cómprelos a otro artista mejor, porque si son buenos dibujos se venderán bien. Aquí los clientes son di¬fíciles. Las pilas bautismales de Tournai del siglo XII, los alabastros de Nottingham, los marfiles parisien¬ses de los siglos xiv y xv, las latonerías de arte y 135 frecuentación de las obras de arte en el curso de sus viajes, los mercade¬res a menudo adquirieron no solamente el deseo del lujo, sino también el gusto por las cosas bellas. Aca¬bamos de ver que era una clientela cada vez más exigente, por ser cada vez más refinada. Cuando los ríeos mercaderes que dominan las ciudades abren concurso público para la realización de una obra de arte destinada a su ciudad —por ejemplo, los florentinos que dieron a concurso la decoración de las puertas del Baptiste¬rio— se preocupan menos de encontrar al artista que ejecute el trabajo al mejor precio que de descubrir al calos tapices de Arras a fines de la Edad paz de reali¬zar la obra más bella. Media son objetos de gran exportación Cuando, en el Bargello, comparamos y, en los dos últimos casos, industrias los modelos de Donatello y de Ghiberti, de sustitución que reemplazan a otras aprobamos totalmente la elección estétradicionales, de consumo corriente, en tica de los grandes burgueses florenticrisis. nos. En el siglo xv, P. Surreau colecciona en 136 Ruán manuscritos; pero son prendas de deudas. Ya vimos que Jacques Coeur y Pero, a menudo, para los mercaderes los Popplau comerciaban con objetos de no se trata¬ba tanto de cumplir una arte. función artística, como cumplir una Proteger a los artistas, comprarles las función social mediante la benefiobras y en-cargarles trabajos en iglesias cen¬cia. En muchos casos, se trataba o edificios públicos es también una tra- también de con¬trolar medios muy podicional manifestación de ri¬queza y derosos de influencia sobre el pueblo: rango social. De este modo los señores control de la literatura, para inspirar feu¬dales y la Iglesia habían sido en la poe¬mas y escritos favorables a su perAlta Edad Me¬dia los únicos clientes de sona, su profe¬sión y su política; conlos artistas. Los nuevos ricos, los pode- trol del arte, cuyos temas debían resrosos del momento, se unieron a ellos y ponder a sus intenciones y a sus aslos relevaron de su función. Por otra pi¬raciones; y, por encima de todo, meparte, con la riqueza, la educación y la dio de conten¬tar al pueblo dándole materia de admiración y de diversión, para evitar que se interesara demasiado en la política o reflexionara sobre su condición so¬cial. Poderoso instrumento de divertimento, hacía del mecenazgo mercantil una continuación, por ejemplo, de la política patricia e imperial romana, que daba a la plebe panem et circenses. Esta polí¬tica del mecenazgo fue llevada al máximo por las "señorías mercantiles” del siglo xv y, entre ellas, por la de los Médicis más que ninguna otra. Lo¬renzo el Magnífico supo utilizarla magníficamente. Tampoco resulta sorprendente que la obra artís¬tica de los mercaderes mecenas encendiera a veces la cólera popular. Cuando había motines y movi¬mientos revolucionarios, uno de los primeros cui¬dados del pueblo en rebelión era destruir la casa de los ricos, símbolo de su dominación. Savonarola explicó muy bien su cólera iconoclasta, dirigida contra la política artística de los Médicis, expresión de su opresión. El vandalismo revolucionario fue ya en la Edad Media una actitud política, réplica del pueblo a la política de sus amos, quienes, ade¬ 137 más, se habían preocupado poco de educarlo artís-ticamente. Por otra parte, sólo excepcionalmente los ricos mercaderes dispensaban cierta consideración a los artistas que empleaban. Solamente los poetas, los eruditos y los filósofos —sobre todo en el si¬glo xv— fueron colmados de regalos y de honores por algunos de ellos. La mayoría de las veces, los mercaderes los consideraban como criados, a lo más como artesanos a quienes compraban las obras como compraban otras mercancías. El trabajo de los pintores, de los arquitectos y de los escultores se consideraba sólo trabajo manual; de ahí que fuera despreciado. El título de maestro que usaban sig¬nificaba únicamente "maestro de obra”, "maestro artesano”. Desde el siglo XII, los juglares al servicio 'de la burguesía rica tenían amargo sentido de su dependencia, y el autor de un poema en honor de los mercaderes confiesa humildemente que hace su elogio obligado y forzado, porque sin el mercader el juglar moriría de hambre. Sí bien numerosos ar¬tistas, y especialmente los humanistas del siglo xv, entraron gustosamente a formar parte de la servi¬dumbre de las grandes familias mercantiles — sien¬do en ello precursores de los escritores-cortesanos de la era monárquica—, algunos artistas tuvieron también conciencia de su situación de trabajadores y asalariados. Tal Starnina, que tomó parte activa en Florencia en el Tumulto de los Ciompi, y tuvo luego que exilarse. 138 sus objetivos y su política, y Jas obras de arte que encargaron. La sociología del ar¬te, llamada a renovar la historia del arte, está en sus comienzos. No está segura ni de los métodos ni de los principios, y no está exenta de pasos en falso o de temeridades bellas pero peligrosas. No debe olvidarse que el mecenazgo de los banqueros y de los mercaderes no siempre se materializó en obras*significativas de la clase que las hacía ejecutar. A fines de la Edad Media, la religión todavía suministraba gran cantidad de temas y lo esencial de la inspiración artís¬tica. La Iglesia seguía ejerciendo sobre la producción litera¬ria y artística un control que a menudo podía contrariar el "espíritu burgués” de la clientela mercantil. Cuando, des¬pués de la gran peste de 1348, el mercader florentino Buona- «nico di Lapo Guidalotti encargó a Andrea da Firenze los frescos expiatorios de la capilla de los españoles de Santa Maria Novella, el tema de la obra fue el triunfo de la Igle- su y de los dominicanos, sus fieles instrumentos. La burgue¬sía, se contentaba con servir la causa de la Iglesia, que a su vez la servía asegurando un orden social que le era favorable y suministrándole explicaciones de los acontecimientos que no ponían en tela de juicio la organización de la economía ni de la sociedad. LA cultura burguesa También hay que tener en cuenta la No obstante, hay que ser muy prudente independencia de los artistas. Por mual esta¬blecer las relaciones precisas cho que éstos dependieran de las conentre los mercade¬res, su mentalidad, di¬ciones fijadas por sus empleadores, que a menudo determina¬ban en detalle los temas y la ejecución de sus encargos, el genio del artista seguía siendo, en definitiva, el dueño de lo 139 esencial. A veces el artista inclusive hallaba modo de expresar sus intenciones criticas hacia sus empleadores, de una manera disfrazada; y no es una de las tareas más fáciles de los soció¬logos del arte el descubrir esas intenciones encubiertas sin caer en el abuso de las explicaciones fantasiosas. ¿Fue un movi¬miento de oposición popular lo que quisieron expresar los pintores toscanos de la segunda mitad del siglo xiv, que vol¬vieron a exaltar el estiJo gótico tradicional e insistieron en los temas de los eremitas que se retiran al desierto, del mal ladrón en la Crucifixión, y de la Resurrección de Cristo? Ver en ello temas revolucionarios de protesta sigue siendo una aventurada conjetura, por lo menos en el estado actual de nuestros conocimientos. Finalmente, es muy importante destacar que el gusto de la burguesía mercantil no fue siempre original. Al principio, cuando la falta de educación artística obligaba a los nuevos ricos a adoptar el gusto de las clases dominantes tradicionales, y tam¬bién más tarde, cuando los mercaderes —como he¬mos visto— se sintieron cada vez más deseosos de entrar en la nobleza y de borrar las distancias entre la antigua aristocracia y la nueva que ellos que¬rían constituir, las tendencias artísticas de la bur¬guesía no se diferenciaron de las de la nobleza y de la Iglesia. Se ha dicho que, para convertirse en noble, el mejor medio era, ante todo, adoptar el "género de vida” de la nobleza. ¿Qué campo podía ofrecer a los mercaderes mejor ocasión que el de la literatura y del arte para esta asimilación? Ahí pudieron, desde muy pronto, imitar las maneras de la nobleza. Se sabe que Génova fue "el centro de difusión de la poesía provenzal en Italia”. Miem¬bros de las más importantes familias genovesas de 140 mercaderes -—un Calega Panzano, un Luccheto Gattilusio— cantan y riman en provenzal, en ese dolce stil nuovo que se ha reconocido como una de las formas más aristocráticas, más refinadas, más "estéticas” de la poesia. Encarcelado en Génova, un hombre de negocios veneciano, Bartolomeo Zorzi, consagra parte de sus ocios forzosos a reali¬zar justas poéticas con el genovés Bonifacio Calvo. La poesía cortesana, en la que se ha visto la flor y nata del arte de una sociedad señorial decadente, fue cultivada desde muy pronto por la burguesía mercantil. Se ha destaca¬do la parte tomada por el patriciado de Arras en el movi¬miento poético de la ciudad en el siglo xm. Mathieu el Sastre, de rica familia de banqueros, se dedicó a la poesía; igual que los comerciantes que se apasionaron por un género literario nuevo, la justa literaria, discusión poética de casuística amo¬rosa en la cual, por ejemplo, se pregunta “qué es más triste: ver que se casa una persona a la que se ama tiernamente, o verla morir”. Los mercaderes son los grandes animadores de esas sociedades literarias, que volveremos a encontrar en «1 siglo xv tanto en los Puys normandos como en las "Cámaras de retórica” flamencas o los círculos platónicos florentinos. Si bien en la poesía épica hallamos en alguna canción de gesta —las Enfances Vivieti■— el antagonismo entre la psico¬logía noble y guerrera y la mentalidad mercantil y utilitaria, en Henri de Mes ambas pueden cohabitar en el mismo per¬sonaje, como el mercader Thierry a quien el duque de Lorena hace su yerno y su heredero. Puix fu il \i iiwi alirrs de grant pris Qu‟il fist les Wandrcs a grant dolour morir; 141 monumentos: la arqui¬tectura civil pública y la casa patricia. Esta última sólo progresivamente se fue desprendiendo del carácter militar de la Alta Edad Media. Tanto la preocupación defensiva como el deseo de prestigio, habían llevado a los primeros ricos ciudadanos a construir esas casas ornadas de torres cuyos restos sorprendentes vemos aun en San Gimigniano. En efecto, las torres son un signo deslumbrante de la asimilación de la rica burguesía a la nobleza. Con¬vertidos en propietarias rurales, los mercaderes de Messina hicieron tonificar su granja, como Perrin Auchier en Longchamps entre 1313 y 1325, como los Hesson en el dominio de Brieu hacia 1318. 1 Fue luego caballero de tanto valor / que hizo perecer en grandes sufrimientos a los wandrenses; / vengó pues al barón san Remigio /ya san Nicasio el gentil arzobispo. 142 Car il venga le barón saint Remi Et saint Nicaise l‟archeveske gentil ¿Quiere eso decir que no hubo ni en literatura ni en arte una específica influencia de la burgue¬sía mercantil? La arquitectura Donde primero imprimió su huella la burgue¬sía fue en la arquitectura. La Alta Edad Media había visto surgir dos tipos de monumentos: la mansión señorial, el castillo-fortaleza; y el edi¬ficio religioso, la iglesia. Desde ahora se desarrolla¬rán otras dos categorías de Esta costumbre pasa de Italia a Alemania: en e! siglo xv, unas cuarenta casas burguesas de Regens- burg tienen torres. Pero pronto los palacios de los patricios pierden gran parte de su aspecto militar. Sin embargo, el temor a los motines o a los asaltos y el desso de garantizar el secreto de la actividad interna de los mercaderes, hizo que en Florencia los palacios de los Médicis y de los Strozzi conser¬varan un aspecto severo que tiene algo de fortaleza. En Siena, numerosos palacios de grandes familias de mercaderes, como el palacio Salimbeni, están todavía provistos de almenas. Sin embargo, las ri¬cas mansiones de los patricios se abren hacia el ex¬terior por todas partes, mediante ventanas, gale¬rías o logias donde los mercaderes ofrecen a sus conciudadanos el teatro suntuoso de sus ceremonias familiares: bodas y funerales. Como la logia de los Guinigi en Luca. La búsqueda de la elegancia se manifiesta sobre todo en los admirables patios inte¬riores, que son una de las primeras manifestaciones del espíritu del Renacimento. En Venecia, libre de los temores de motín o de guerra entre sus mu¬ros, la búsqueda de materiales, de ligereza y de suntuosidad en las fachadas se manifestó con más brillo, como testimonia todavía el extraordinario despliegue de mármol y piedra a lo largo del Gran Canal. La pintura También la pintura llevó la marca del mece743 en Santa María de Carmine (don¬de Nasaccio revolucionó el arte del fresco); capilla del palacio Médicis donde Benozzo Gozzoli repre¬sentó a los miembros de la ilustre familia en el fresco de los Reyes Magos; coro de Santa María Novella done Ghirlandaio nos conservó los rasgos puros y serenos de las mujeres de la familia Tor- nabuoni. En efecto; en el arte del retrato la clientela burguesa in¬fluyó profundamente en la pintura. Sentimientos piadosos y gusto por el prestigio llevaron por igual al mercader a ha¬cerse representar en los cuadros. El mercader comparte con el noble y el clero de alto rango el deseo de aparecer bajo los rasgos del donante y hacerse inmortalizar en él. A veces, como en el tríptico de Meling "El Juicio Final”, en el cual Tommaso Portinari y su mujer son pesados por el arcángel San Miguel, el mercader entra en la acción del cuadro. Pero los mercaderes sienten más que los otros el deseo de imponer a los contemporáneos y a la posteridad su presencia eterni¬zada. A ellos no les basta con hacerse represennazgo de los mercaderes. La encontra- tar a veces —ra¬ramente— con los atrimos en las iglesias, en las capillas don- butos de su función, como el famoso de celebraban sus cere¬monias privapesador de oro y su mujer, o —lo que es das y se hacían enterrar las grandes más frecuente— en medio del lujo de familias del comercio y de la banca, ca- sus interiores burgueses, como en el pillas cuyos muros hacían adornar con cé¬lebre cuadro de V» Eyck <\ue reprefrescos: capilla de los Peruzzi y de los senta, a Ar ttoiftm y sw mujer. Ellos, Bardi en Santa Croce, de los Scro- veg- que no tienen, como los nobles, los ni en Padua (donde desplegó su arte obispos y los abades, armaduras, emGiotto), de los Strozzi y de los Pazzi en blemas, mitras o cruces que simbolicen Santa María Novella; capillas Brancacci 144 su rango social, ponen más atención en que se reproduzcan exactamente sus rasgos. El realismo del retrato, que responde también a otras causas de la evolución de la pintura, refleja el deseo d¿l mercader que encarga un retrato, de ser reco¬nocido gracias al parecido. No quiere que se le pueda con¬fundir con otro, del mismo modo que en los negocios afirma la originalidad y el valor dr su firma comercial. Le gusta que en los cuadros se le represente en el escena¬rio de su bogar, con los ricos muebles y los objetos cotidia¬nos; y ese escenario, a la vez familiar y rico, desborda sobre la pintura religiosa. Las vírgenes de la Anunciación y los san¬tos retirados del mundo son representados como burguesas y burgueses en su hogar; tal San Jerónimo, que abandona l.i gruta de la pintura primitiva por un despacho de mercader humanista. Le gusta también verse rodeado de su familia, sobre todo de sus hijos, prenda de la continuidad de su casa, de sus negocios y de su prosperidad. A Arnolfini lo pintan junto a su mujer encinta, detalle realista, pero también sím¬bolo de fecundidad, como la MaJona de Monterchi de Piero della Frantesca. Las artes menores. El lujo Mayoí es aún la influencia del mercader en las artes menores. Antes de él, estas artes se debían sobre todo a la Iglesia: orfebrería de relicarios y cálices, tejidos preciosos de los ornamentos de Igle¬sia y de las vestiduras eclesiásticas. Ahora son las joyas y los muebles, gloria de la familia burguesa. Gracias £ los ricos mercaderes, dos artes menores se elevan hasta alcanzar el rango de las más grandes: la pintura sobre madera, que practican artistas cé¬lebres para ornamentar los cassoni —cofrecillos o arcas de bodas donde la joven esposa guarda el 145 ajuar y los regalos (algunos de los cuales se cuen¬tan entre las piezas más finas de los grandes mu¬seos, como los de la Galería de la Academia de Florencia)— y los tapices, que a partir del siglo xv se renuevan, surgiendo, después de Arras, los talle¬res de Lila y de Bruselas. La rica burguesía —nueva clientela selecta— provoca también un impulso incomparable en la moda y los trajes. Por espléndidos que sean los hombres, que nada tienen que envidiar a los nobles ni a los dignatarios de la Iglesia, quienes crean una extraordinaria demanda son las mujeres. Desde muy pronto, su lujo esplendoroso las expuso a las burlas de los poetas y a las invectivas de moralistas y predicadores. El contraste entre la sencillez de las costumbres de los viejos tiempos y el lujo desenfrenado del presente se convierte en uno de los leitmotiv de los escritores florentinos. Dante es quien hace decir a su bisabuelo, hablando de un matrimonio de la burguesía de antes: He visto a Bellincion Bcrti usar cinturón de cuero y hueso, y a su esposa volver del espejo sin llevar pintada la cara. ¡Todavía no estábamos en Sardanópolis! Y Francesco Saccheti escribía: Nunca acabaríamos de discurrir sobre las mujeres, co¬menzando por el inverosímil atuendo de sus pies y llegando hasta la cabeza; se pasan el día en el tejado (para bron¬cearse al sol); se rizan, se estiran y se lavan, hasta el punto que a menudo mueren de catarro. 146 bargo, por dentro es sólo podredum¬bre. El testamento de Jeanne Socquel describe su colección de abrigos con capuchón de terciopelo de todos colores, sus pieles, sus vestidos y sus cin¬turones adornados de perlas. Contra la invasión del lujo son impotentes las leyes suntuarias inspiradas por eclesiásticos austeros, ancianos cascarrabias y nobles envidiosos. En vano Felipe el Hermoso prohí¬be en 1314 a los burgueses y a las burguesas llevar pieles caras. En vano la comuna de Pistoia toma me¬didas en 1332-1333 contra el vestir femenino, el lujo de los reY coloca en boca de un artista flogalos y los banquetes de bodas y la rentino la opinión de que las florentinas pompa de los funerales; en vano Santa son las más grandes pintoras y esculto- Catalina de Siena inspira medidas seras de su tiempo: mejantes en Siena; en vano intenta FloSi no me creéis, buscad por todo nues- rencia, después de la Gran Peste, poner tro país y no en¬contraréis una mujer T47 que sea morena. Eso no se debe a que la naturaleza las haya hecho blancas a freno a la redoblada munificencia de los todas; sino que, me¬diante sabios cui- sobrevi¬vientes; y en vano Venecia insdados, la mayoría, de morenas que tituye una magis¬tratura especial eneran, han pasado a blancas. Y lo mismo cargada de reglamentar el lujo. ocurre con sus rostros y sus cuerpos; Y no olvidemos el arte gastronómiya sean derechos, torcidos o contrahe- co, que progresa con el refinamiento del chos, ellas sa¬ben darles hermosas gusto y la adopción de platos y recetas proporciones por medio de muchos arti- extranjeras: numerosos manuales culifi¬cios y estratagemas. narios que han llegado hasta nosotros Desde el siglo xm, los poetas de Arras lo atesti¬guan. A fines del siglo xv se ponen en solfa a las mujeres de los ripuede observar en Ruán la importancia cos banqueros de la ciudad. He ahí una creciente del consumo de azú¬car y de que, arreglada, tiene una cabeza tan frutas mediterráneas entre la rica dorada que se diría un cuadro o un bur¬guesía mercantil. crucifijo precioso; sus cabellos están El comercio a menudo se beneficia de cubiertos de oro y de plata; y, sin emeste lujo. Citemos dos mercancías cuya demanda pasa a ser considerable en los siglos xiv y xv: las pieles que las ciudades hanseáticas o las factorías italianas del Mar Negro traen del norte, y el azafrán, necesa¬rio para tintes, perfumería, medicina y para la co¬cina, producto este último que alcanzó gran im¬portancia en la Baja Edad Media, como acaba de demostrar A. Petino. El mercader y la sociología del arte ¿Podemos ir más allá de estas observaciones sobre la in¬fluencia, a menudo externa, de la clientela mercantil sobre el desarrollo artístico? La sociología del arte lo intenta, y ello ha de renovar muchos problemas. Hasta ahora, sus hipó¬tesis siguen -siendo aventuradas. Federico Antal ha querido ver en los temas y los estilos de la pintura toscana del siglo xiv y comienzos del xv las oposiciones que recubren los antagonismos existentes entre la lase de la rica burguesía mercantil y la democrática clase de l.i pequeña burguesía artesana, episódicamente apoyada por 148 todo eso traicionaría- la influencia del espíritu burgués en Ja pin¬tura, giottesca y postgiottesca, pintura de las ricas familias florentinas. Por el contrario, el retroceso económico y polí¬tico de esta clase después de 1348, pondrá de moda durante un cuarto de siglo, más o menos, el estilo gótico, simbólico y lírico, estilo de la reacción democrática. Analizando la pin¬tura florentina y sienesa posterior a la Peste Negra, Meiss ha intentado también descubrir en la conmoción de la so¬ciedad y sobre todo de la rica burguesía mercantil, la aparición de un estilo nuevo que se aparta de Giotto y busca temas de ifjspiración directamente relacionados con los acontecimien¬tos y las reacciones afectivas que éstos producen. Pierre Francastel ha intentado relacionar pintura y socie¬dad en Italia, en el siglo xv, en un nivel más profundo de las estructuras mismas. La aparición de una visión y de una repre¬sentación nuevas de la realidad —el espacio del Renacimien¬to—, lo que se llama tradicionalmente el descubrimiento de la el proletariado obrero y el campesinado. perspectiva, sólo se explica en función La primera hace triun¬far sus opiniode los progresos téc¬nicos, económicos nes sobre pintura con Giotto. La huma- e intelectuales de la gran burguesía. Ya nización de la religión, el aburguesahe¬mos visto cómo venció materialmenmiento de la pintura de la vida de Cris- te al espacio, cómo se afanó por comto y de la Virgen, la tergiversación del prenderlo, dominarlo y medirlo. Esta espíritu fran¬ciscano por un artista domesticación del espacio por parte de convertido también el en rico y duro la clase mercantil se realizó también en capitalista y que escribió un poema la pintura italiana del Quattroccnto, contra la pobreza, la apa-rición de un cuyos artistas depen¬dían de la clienteestilo familiar, narrativo y descriptivo: la burguesa. F. Brancacci, quien encar- gó a Masaccio los revolucionarios frescos de la capilla de los Car¬mine, fue uno de los primeros cónsules del mar de Florencia, un hombre que estuvo en Egipto, un hombre de vastos hori¬zontes. Así se amplían también los horizontes de la pintura. Desde ahora, el espacio pictórico es a medida del hombre, he¬cho para ser medido y recorrido, mientras la perspectiva gó¬tica correspondía a una visión plana, sincrónica y eterna: la 149 de Dios. También aquí vuelven a aparecer laicización, hu¬manización y racionalización; y el mercader es, en gran parte, responsable de ello. La literatura Igualmente es delicadísimo delimitar en forma exacta la influencia del mecenazgo mercantil en los caracteres internos de la literatura medieval. Literatura burguesa, se ha llamado a ciertos géne¬ros que se desarrollan en los medios urbanos a par¬tir del siglo xn. Pero necesitaríamos estudios pre¬cisos para definir lo que en las fábulas, las máxi¬mas y las moralejas revela un espíritu nuevo apor-tado por una clase social nueva. Una moral a ras de tierra, hecha de prudencia y de buen sentido práctico y ligada a la preservación del dinero, de la propiedad, de la familia y de la salud —una moral de poseedores y de comerciantes—; el gusto mismo de moralizar, que habría que distinguir de la pré¬dica religiosa, no en la forma, lo cual es fá- cil, sino en el espíritu, lo que es más difícil, porque ¿acaso no hay moralistas predicadores y predicadores de moral burguesa? El amor al detalle realista y fami¬liar aportado por una clase aficionada al decorado material de la vida y sensible a las apariencias, el amor a lo cómico, a la ironía algo pesada e inclu¬sive a lo burlesco; y la farsa medieval que, más que popular, es quizás burguesa con su burla de las condiciones sociales y su crítica a menudo poco caritativa del prójimo. Una literatura de gentes que 150 los ideales del mercader. Por el magnífico estudio de A. Warburg sabemos que este tema es uno de los que el mercader prefiere que traten los artistas a quienes emplea. Se lo encuentra por todas partes, en las armas y en la fachada del palacio de los Rucellai o en el pavimento de la catedral de Siena. El tema de la "virtü”, de la energía, expresión de la per¬sonalidad humana y fuente de éxito terreno. Hay —dijimos— una virtü del hombre de negocios en lucha con los elemen¬tos, los hombres, las mercancías y el dinero. Según el Poggio, en su Líber de Nobilitate, ella es quien, apoyada en la ri-queza, fuerza a viven pared de por medio, que se obser- la fortuna a obedecer. van, se es¬pían y se denigran como En todo este movimiento, que desembocompetidores. caría en lo que se ha llamado el espíritu El humanismo moderno, tanto en Se ha dicho también todo lo que el na- 151 ciente hu-manismo debe al mecenazgo de los mercaderes, a su espíritu y a su moral como en arte, los mercaderes no necesidad de justificar su posición tese conten¬taron con participar indirecrrena. Tres grandes temas de la litera- tamente mediante sus encargos. Mutura huma¬nista, y más precisamente chos de ellos fueron cultos aficiode la literatura italiana del Quattrocen- na¬dos, e inclusive filósofos y poetas. to, le deben muchísimo. Lorenzo el Mag¬nífico es el más brillanEl tema de la riqueza, fuente de virtute ejemplo. des, de plenitud, de goces exquisitos y Aquí volvemos a encontrarnos ante el de aprobación divina. Después de Leo- problema de las generaciones que mennardo Bruni, es Poggio Bracciolini —el cionamos anteriormen¬te. El mercader Poggio—, familiar de los Médicis, quien humanista es también con frecuen¬cia hace de la riqueza la expresión tangible un mercader menos interesado en los de la actividad humana. negocios, que quita a sus empresas El tema de la fortuna, que, al entremez- comerciales lo que da a sus intereses clar la idea de ri¬queza y la de azar, es artísticos, que gasta en lujo lo que anuna especie de resumen de los actos y tes invertía en mercancías. Signo de decadencia, qui¬zás; pero también aquí la función cultural es a la vez causa y efecto. Si bien acentúa la decadencia de los negocios, frecuentemente se desarrolla por¬que éstos ya habían declinado. Entonces, el dinero acumulado se invierte en otra parte, en bienes cul¬turales, y esta nueva dirección que toman los gas¬tos, impuesta por la crisis económica, la limitación de los horizontes comerciales y la inadaptación de la organización profesional a las condiciones nue¬vas, puede ser también una especulación no sólo intelectual sino también material. A menudo, el mecenazgo de los grandes mercaderesbanqueros está inscrito en una política cultural desarrollada por las ciudades con objeto de reanimar su econo¬mía. Cuando las vías comerciales se apartan de ellas, y cuando las riquezas acumuladas no' encuen¬tran la forma de ser empleadas en las empresas tradicionales, las ciudades gastan su tesoro en ador¬narse con magnificencia. Pero este último resplan¬dor no es sólo la traca final de unos fuegos artifi¬ 152 cíales. A veces es también punto de partida de una política turística destinada a atraer a peregrinos y a viajeres, fuente de nuevos beneficios. Por lo tanto es, parcialmente, una reconversión económica. MERCADERES Y CIVILIZACIÓN URBANA Por lo pronto, en el marco urbano es donde de¬bemos ubicar al mecenazgo de los hombres de nego¬cios de la Edad Media. Piensan con frecuencia en su ciudad. Ella está en la primera línea de sus preocupaciones y de sus afectos. Desde luego, el patriotismo urbano del mer¬cader es también interesado. La ciudad es el centro y el fundamento de sus negocios y de su poder. Si ella les debe mucho, ellos le deben mucho también. Saben que es uno de los cimientos de su fuerza. Por eso recomponen en seguida en el extranjero una uni¬dad a su imagen. Las naciones de los mercaderes ex¬tranjeros, con su organización política, su organi¬zación corporativa, sus cofradías y sus fiestas en ho¬nor de los santos de su país, agrupados en un barrio de la ciudad extranjera, hacen renacer allí la patria que han abandonado pero a la cual continúan sir¬viendo. En Brujas hay una pequeña Florencia, una pequeña Génova, una pequeña Luca. Y cuando un mercader no tiene "corresponsal”, o sea represen¬tante personal en una plaza extranjera, recurre a un compatriota. Los Médicis dan a sus subordina¬dos recomendaciones estrictas sobre los colegas a 153 quienes deben dirigirse en aquellos lugares donde la casa no tiene sucursales. Todos son florentinos. Cierto que ese patriotismo tuvo excepciones. No siempre cedió al interés cuando éste le era contrario, y con el tiem¬po hubo de relajarse. Al comienzo, el mercader no vacilaba en tomar las armas, combatir y dar su vida por su ciudad. En 1260, cuando Siena estaba en guerra con Florencia, en vísperas de la gran victoria de Montaperti los mercaderes pagaron ampliamente: con sus denarios (Salimbene dei Sa- limbeni dio 118.000 florines a la comuna para el esfuerzo de guerra); y con sus personas: el jefe de la más rica fa¬milia de banqueros sieneses, Orlando Bonsignori, fue movili¬zado. Arnaldo Peruzzi, el gran mercader florentino, murió en una batalla contra el emperador Enrique VIL Grandes hombres de sus ciudades, los ricos mercaderes estaban por lo tanto llamados a representarlas hasta en las más trágicas circunstancias. Hacia comienzos del siglo xm, después de Bouvines, un Uten Hove figura entre lós rehenes que Gante libra a Felipe Augusto. Y famoso es el episodio de los bur¬gueses de Calais en el siglo xiv. mercader, si bien se encontró con un marco mayor para sus actividades, no siempre trasladó a estas grandes patrias nacien¬tes el amor por la patria chica urbana. Cuando 154 Carlos VII termina la reconquista del reino de Francia a los ingleses, muchos fueron los mercade¬res "colaboracionistas” que perdieron la cabeza o tuvieron que cambiar de casaca. Mollat ha recons¬truido la figura de uno: Jehan Marcel, de Ruán. Y algunos años más tarde, el famoso Jacques Coeur, platero del rey de Francia, no vaciló en pa¬sar a un enemigo, el rey de Aragón, informaciones secretas cuya entrega podía favorecer los negocios del gran financiero. Llegando a este extremo límite de la traición, los grandes capitalistas inauguraban su carrera de potencia internacional, súbditos de un reino del dinero que sólo conoce las fronteras cuando favorecen a sus intereses. Pero, con el tiempo, los mercaderes se Pero durante toda la Edad Media el negaron a ser soldados. La extensión de amor de los mercaderes a su ciudad se los negocios no les permitía ya perder manifestó sobre todo en el cuidado que tiempo en la guerra, y la ex¬tensión de pusieron en embellecerla. A veces, como su riqueza les permitía librarse de ella. en Alemania, inclusive imponen su De modo que recurrieron a los merceconcep¬ción del trazado de la ciudad. narios, al sis¬tema de la condotta. El H. Planitz ha podido escribir que, en el mercader hace negocios, y paga al con- siglo xm, "no sólo el mercado tenía que dottiero, que hace la guerra. El merser el centro de la ciudad, sino que la ca¬der se ha convertido en un civil. ciudad entera se construía partiendo de A fines de la Edad Media, cuando se ese punto central”. Wiener Neustadt es organizan los estados centralizados, el patente ejemplo de esto. En todas par- tes los mercaderes contribuyeron al adorno monumental de su ciudad. En primer lugar, por medio de sus casas, esos hermosos pala¬cios que hemos citado. Luego, por medio de los edificios profesionales y corporativos. Mercados de Yprés y de Brujas, Poorterslogie de Brujas, Loggia de la Mercanzia de Siena, sala del Collegio della Mercanzia de Perusa, Casa del Arte della lana de 155 Florencia y, sobre todo, quizás, Or San Michele y su guarnición de estatuas de santos protectores de los mercaderes. Por los monumentos religiosos que hicieron construir o adornar; por el espléndido decorado de frescos que hicieron pintar; por la do¬tación de capiteles como el de los mercaderes de glasto de la catedral de Amiens, medallones como los del campaníle de Florencia — verdadera enci¬clopedia de los oficios—, y vitrales como los de la elegante nave de la capilla de Jacques Coeur en Bourges. Mas también por medio de los edificios comunales donde desplegaron su poderío político. Ayuntamiento y campanarios de Flandes, palacios comunales y campaniles de Italia: tengamos un re¬cuerdo para ellos en el Campo de Siena, ante los ciento dos metros de la Torre del Mangia y el des¬lumbrante Palazzo Pubblico en cuyo interior Ambrogio Lorenzetti magnificó el gobierno de los mer¬caderes en el ciclo pictórico más vasto de la Edad Media. Allí, en ese escenario urbano que ha llegado has¬ta nosotros, debemos representarnos al gran merca¬der de la Edad Media- Dejémosle mientras le vemos atravesar una plaza de Florencia en el célebre fres¬co de la capilla Brancacci. Suntuosamente vestido, avanza altivo entre el escenario monumental de la Florencia del Quattrocento que tanto le debe, y el grupo edificante de San Pedro curando a Tabitha. Allí debemos saludarle por última vez, envuelto en su gloria y en su vanidad. 156 BIBLIOGRAFIA SUMARIA TRABAJOS DE CONJUNTO A. Safori, Le marchaud ¡tai/e u au Moyen Áge, l 9 52 (abun¬dante bibliografía). R. S. López c I. W. Ravmond, Air dicial irade in tbe ntedi- terrancun World, 195 5 (documentos con introducción y notas) Y- RhNOV.Min, í.rs homm,", d'njfitirc* íi\t/n¡j\ du Moví Áx<\ 1949. J. Lestocquov, AUX origina di' la bourgeohie: ¡.es filies de FlmiJrc et d'ltalte sotts le gou ¡ ernement des patricicns (xi.xv s.), 1952. H. 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Rf.NOUard, "Affaires et culture á Florence au XIV* et au XVe siécles” (¿n el libro ll Quattrocenfo, 1954). 160 INDICE INTRODUCCION I. La actividad profesional CULTURA La revolución comercial, 11; El H. Pirenne, "L‟instruction du mer¬cader errante, 13; El mercader semarchand au Moyen Áge”, Ann, bist. den¬tario, 22; Progreso de ios métodos écon. et soc1929. en los siglos XIV y XV, 30. A. 1 ani an{, Le della spiriio II. Función social y política cíi[>:tali*tico in Italia, Mercaderes y ciudades, 47; Mercaderes 19}}. y nobleza, 48; Mercaderes y clases G. mi I‟hujort, Fe lo?» merí^ant dans po¬pulares urbanas, 52; Mercaderes y la htierat ure fran- <'aisc du Moytn A^'f, campesinos, 58, Los mercaderes 1933. “de¬mocráticos”, 63; Mercaderes y prínci¬pes, 67; Las grandes familias burgue¬sas, 70. III. La actitud religiosa y moral La Iglesia contra los mercaderes: la teoría, 76; La Iglesia y los mercaderes: la práctica, 82; La mentalidad del mer¬cader, 90; La religión del mercader,94. IV. La función cultural Los mercaderes y la laicización de la cultura, 110; El mecenazgo mercantil, 118; La cultura burguesa, 122; Merca¬deres y civilización urbana, 134. BIBLIOGRAFIA SUMARIA. Esta edición de 3.000 ejemplares, se terminó de imprimir en offset en el mes de septiembre de 1982, en los talleres gráficos de la Compañía Impresora Argentina, S. A. calle Alsina 2049 - Buenos Aires - Argentina.