Subido por Juan Manuel Labarthe

Miguel Covrarrubias en Bali

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Miguel Covarrubias y la melancolía del viajero moderno
Juan Manuel Labarthe Hernández
I Bali en 1930 ¿Paraíso intocado?
En las primeras décadas del siglo XX la isla de Bali, situada en el extremo sur del
archipiélago indonesio representaba, ante los ojos occidentales, un paraíso, uno de los últimos
reductos de la civilización humana en estado puro, una tierra mágica de naturaleza
desbordante aún no contaminada por la influencia de la modernidad y el progreso. Un folleto
turístico de 1931 de la compañía naviera holandesa K.P.M. que buscaba atraer turistas
describe a Bali como “una isla maravillosamente hermosa, con una cultura completamente
propia” y añade que “el sugestivo paisaje está más allá de toda descripción y que los balineses
son una raza fascinante, alegre, amistosa, siempre dispuesta a ayudar” (Shavit 108) .
De todos los visitantes que recibió la isla en aquel período uno de los que dejó mayor
impronta fue el artista mexicano Miguel Covarrubias. Para celebrar su luna de miel con la
bailarina estadounidense Rose Cowan, Miguel se embarcó en 1930 en un largo viaje en el
que recorrió múltiples países de Asia y que concluyo en Bali. A diferencia de sus
contemporáneos, cuya atracción por la isla era pasajera y superficial, Covarrubias fue mucho
más allá del deslumbramiento por lo exótico y se interesó seriamente en la isla y en sus
habitantes. Durante los dos períodos que pasó en Bali, Miguel y su esposa Rosa
documentaron extensamente el lugar y a sus habitantes de dos maneras: la primera, a través
de la ejecución de dibujos, pinturas, fotografías y aún metraje de película, la segunda,
haciendo estudios de campo, a la manera de la antropología. Notas, apuntes, fotografías,
reflexiones propias, así como trabajos anteriores le sirvieron para la redacción de un extenso
libro Island of Bali publicado en 1937 que tuvo una excelente acogida por parte del público
y de la crítica y que aún el día de hoy se continúa reeditando. Island of Bali, está escrito con
rigor y detalle, pero también con una prosa clara y accesible, alejada del estilo, seco, formal,
académico de muchos de estos trabajos. Covarrubias se acerca al objeto de su estudio, con
la mirada y la sensibilidad del artista, específicamente de un artista visual que privilegia la
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la percepción sensorial como transmisora de sentidos. A manera de ejemplo, tomemos la
descripción que hace de su llegada a Bali en el prólogo del libro :
Nuestra primera vista inolvidable de Bali fue al amanecer, cuando el vaporcito de la
K.P.M se aproximaba a Buleleng. Un elevado pico se reflejaba en un mar tan liso que
parecía acero bruñido, la cima del cono se ocultaba entre nubes oscuras, metálicas.
Cuando en barca de remos nos transportaban a tierra, Buleleng surgió de la niebla con
sus eternos tejados de hojas de lata y ruinosas casas de chinos, la oficina náutica de
concreto y los arrugados coolies de todos los puertos de las islas orientales.
(Covarrubias 9)
Descripción plástica y poética.
Bali aparece paulatinamente frente al lector-
espectador, por medio de la mirada del narrador quien avanza lentamente hacia la isla en un
barco de vapor, y luego, de forma aún más pausada, en una barca de remos. La isla surge
semioculta entre las nubes, y luego la ciudad que se revela entre la niebla, ésta última es
presentada como un sitio ancestral, sumido en las tinieblas del tiempo (“eternos tejados de
hoja de lata, ruinosas casas de chinos, arrugados collies”). Buleleng no sólo elonga la
duración temporal remontándonos a un pasado antiquísimo, sino que también ensancha el
espacio, el puerto se vuelve así una metonimia de todas las Indias Orientales.
¿Es la visión que tiene Miguel de Bali realista? Seguramente que no, Bali no es solo
un lugar localizable en un mapa sino también una idea, un espacio simbólico que atrae hacia
sí deseos, ansias y expectativas. Bali es representado en el texto, vivido en la realidad, y aún
más importante soñado, esperado, construido en el imaginario social y personal mucho antes
del encuentro con la isla. Miguel había quedado atrapado por el embrujo de Bali cuando,
como el mismo lo relata, tuvo por primera vez entre sus manos el libro de fotografías Bali:
Volk, Land, Tanze, Feste, Temple de Gregor Krause, ahí aparecen en abundancia imágenes
que aún hoy asociamos con la isla: aldeas rodeadas de palmeras, imágenes de fastuosas
ceremonias, mujeres jóvenes de pechos descubiertos vestidas con sarongs que portan vasijas
en la cabeza, muchachas desnudas tomando la siesta, o bañándose bajo las aguas de una
cascada.
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De acuerdo al testimonio que narra aMiguel en Island of Bali, las expectativas que
tenía de la isla, no solo fueron cumplidas, sino que quedaron superadas. Después de una
primera visita que se prolongó por nueve meses y utilizando sus ahorros y una beca de la
fundación Guggenheim, la pareja Covarrubias regresó dos años después a la isla sus amores
Así es como Miguel describe en el texto su segunda llegada a Bali:
En un principio quedamos decepcionados: el turismo estaba en todo su auge y nos
contaron que los misioneros, desconocidos aún en la isla cuando partimos, estaban
convirtiendo a la gente y todo el mundo decía que eran un problema. En Den Pasar,
muchísimas mujeres llevaban estorbosas blusas, a los jóvenes les había dado por
menospreciar las costumbres balinesas y la gente se quejaba de que hubiera pobres,
otra novedad en Bali. (Covarrubias 11)
Sin duda las impresiones de Bali en la primera y la segunda visita manifiestan un
acusado contraste. El paraíso primigenio y misterioso del primer viaje se ha contaminado por
los agentes externos del progreso y la modernidad: los turistas llegan en hordas, los
misioneros se aprestan a quitarles a los habitantes sus creencias y costumbres y el capitalismo
rampante, genera una súbita pobreza antes desconocida ¿Es en verdad objetiva esta
impresión? ¿Es posible que la isla haya sufrido un cambio tan drástico en tan sólo dos años,
más aún precisamente en aquellos en los que Miguel se ausentó? ¿O es que Miguel ve ahora
la isla con mayor realismo que en su primer viaje? La respuesta para las dos preguntas es un
no rotando. Me parece que las impresiones de este segundo viaje, son tan ilusorias como las
del primero, pues están también permeadas por la misma subjetividad: se basan en el anhelo
de ver un Bali no entero, completo, en todo su complejidad,
sino uno construido
culturalmente por los occidentales y acendrado por la febril imaginación artística de Miguel.
Uno se pregunta, por ejemplo, si el uso de las blusas en realidad resulta estorboso para las
muchachas o si el que habla es más para el pintor, cuya temática plástica preferida es retratar
a las balinesas con los pechos desnudos.
Si acudimos a una revisión histórica, aun siendo está muy superficial, veremos un
soporte sólido para esta hipótesis. Cuando Covarrubias llegó a Bali, la isla estaba lejos de ser
un paraíso intocado, después de invasiones fallidas y victorias parciales durante el siglo XIX
los holandeses había lograron el control total de la isla a principios del siglo XX. Sin
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embargo, años después, al finalizar la primera guerra mundial, el gobierno colonial se vio
obligado a replantear sus políticas debido a un problema acuciante: cómo mantener la paz y
la estabilidad frente al creciente avance del comunismo y de las ideas nacionalistas que se
propagaban por toda Asia. Fue entonces que implantaron un modelo de gobierno al que
llamaron “política ética” y que consistía básicamente en reinstaurar el viejo orden que ellos
mismos había abolido para evitar cualquier contaminación ideológica de occidente. Con este
fin los holandeses devolvieron un poder más simbólico que real a los reyes y rajás locales y
reinstauraron las antiguas clases nobles profundamente conservadoras y guardianes de las
tradiciones. La paradoja es clara: detrás del primitivismo y autenticidad que sedujo a tantos
viajeros, subyacía una bien planeada estrategia de control político y de interés comercial que
buscaba obtener una importante fuente de ingresos al publicitar la isla como un destino
turístico virgen y paradisiaco.
Las tensiones que generan esta situación, no escapan a Miguel y se pueden leer en
varios pasajes de Island of Bali. Para minimizar esta contradicción en el texto se construye
una narrativa ahistórica, que a pesar de presentar datos objetivos está basada, sobre todo, en
un periplo personal, en una confesada sed de exotismo y aventura, en la idealización por las
culturas antiguas y su rechazo al mundo contemporáneo. Este proceso no es involuntario ni
inconsciente, se encuentra claramente definido por el autor en el párrafo que cierra el prólogo
del libro:
“El único propósito de este libro es el de reunir en un volumen todo lo que se haya
podido de la experiencia personal por parte de un artista, que no es un científico, acerca de
una cultura viva condenada a desaparecer bajo la embestida de la comercialización y la
estandarización modernas (Covarrubias 12)”.
Como señala Geoffrey Robinson, experto en historia política balinesa, aquellos
antropólogos, arqueólogos y artistas que llegaron a la isla en los veintes y los treintas atraídos
por su primitivismo exótico, terminaron perpetuando y expandiendo a través de sus obras y
sus acciones la idea del “paraíso intocado”, aun cuando vieron abundantes evidencias que
indicaban lo contrario.
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II La melancolía del viajero moderno en El turista desnudo de Lawrence Osborne
Sin duda la experiencia de Miguel Covarrubias no es única. Es compartida por
muchos otros viajeros, serios y comprometidos que buscaron, y aún buscan el santo grial, la
tierra intocada, libre de la modernidad y terminaron fracasando. “Viajes, mágicos”-dice
“Levi-Strauss en sus libre Tristes Tópicos- cofres llenos de promesas fantásticas, ya no
ofreceréis jamás intactos vuestros tesoros” (Nucera 280).
Uno de los escritores contemporáneos que más ha explorado este tema que podríamos
denominar como el spleen del viajero moderno es el inglés Lawrence Osborne, novelista y
viajero profesional, quien además de realizar excursiones prácticamente a todos los lugares
del planeta, ha vivido por largas temporadas en Nueva York, México, Estambul y Bangkok
Su libro El turista desnudo: en busca de la aventura y de la belleza en la era del mall de
aeropuerto, está escrito bajo el signo fatal del viaje imposible. Incapaz de quitarse el tedio
y aun consciente de que su anhelo lo lleva a una meta inalcanzable, Osborne decide viajar a
la isla de Papúa en Nueva Guinea, el destino más remoto en el planeta. Dado que el turismo
esta omnipresente aún en estas lejanas latitudes, se cuida de que su destino se encuentre en
el lugar más inaccesible de la isla, más allá no sólo del turismo tradicional, sino del más
especializado en aventuras y rutas extremas. Para hacer de su viaje una experiencia lo más
auténtica posible, Osborne consulta a antropólogos y especialistas y traza una ruta de viaje
lleno de obstáculos que dificultan y vuelven más interesante el periplo. Su libro es la
narración de ese viaje salpimentada con reflexiones personales sobre lo que significa viajar
en la actualidad cuando la enorme industria turística -la más grande que existe- extiende sus
tentáculos como un calamar gigante a los sitios más remotos del planeta. Después de
múltiples peripecias Osborne llega finalmente a Papúa, se interna en lo más profundo de la
selva y contra todos los pronósticos encuentra finalmente el grial, una tribu que no ha tenido
ninguna clase de roce con el exterior. En palabras de Osborne “logré llegar a un lugar mítico
más allá del tiempo y la historias conocidos (Osborne 22).
La sensación de victoria, sin embargo, no es permanente, una vez que regresa a
Nueva York, y cuando los efectos estáticos de ese momento trascendente ya han pasado,
Osborrne se pregunta si verdaderamente lo que experimento fue real, si fue más allá, si en
el fondo, no fue todo un engaño y sólo se movió a un diferente plano de la modernidad de la
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que creyó escapar. El libro concluye con fatalismo optimista, Osborne posee una enfermedad
incurable, sabe que su afán por trascender hacia lo otro desconocido no tiene sentido, que el
proceso es doloroso, tedioso, aun así su hambre, hará que inevitablemente emprenda una
nuevo viaje el próximo año.
Island of Bali, Tristes trópicos, El viajero desnudo se pueden leer tanto como la
crónica de un anhelo que se cumple, como el diario de su derrota, dos extremos, dos polos
opuestos que no parecieran conocer el justo medio: la conquista de la cima de la montaña, y
la caída en vertical por el precipicio, el tesoro hallado en la isla soñada, y el naufragio en
medio de la mar con todas las riquezas obtenidas.
III Los murales de Covarrubias: expresión artística y conciliación
El paraíso intocado que en el fondo se revela como un mero engaño y una puesta en
escena; la melancolía del viajero frustrado que no encuentra tierras por explorar. ¿Existe la
forma de salir del abismol de sortear las trampas para viajeros? Me parece que en el caso
específico del periplo vital de Miguel Covarrubias la respuesta es sí: es posible al menos
parcialmente pero sólo si se sale de la circularidad del lenguaje, de la evocación, del anhelo,
y del laberinto de la memoria. Covarrubias saldas muchas de estas contradicciones a través
de su creación plástica, un recurso con el que no cuentan por ejemplo Levi-Strauss o Osborne.
El viaje a Bali no cumplirá las aspiraciones existenciales de Miguel, pero si en gran medida,
sus aspiraciones artísticas, es ahí donde se dedica por primera vez a la pintura, no sólo se
trata de un cambio formal, de técnicas, sino también de fondo, pues la pintura es la generación
de una expresión enteramente suya. El éxito de Covarrubias en Nueva York se debió
básicamente a la caricatura y a las ilustraciones que realizó para diferentes publicaciones,
sus obras estaban siempre subordinados a modelos textuales. Los oleos, gouache, acuarelas
y aguas fuertes que produce en Bali contienen en cambio contienen una propuesta estética
autocontenida.
En 1939 dos años después de la publicación de Island of Bali. Miguel Covarrubias es
comisionado para realizar una obra monumental, para la exposición internacional “El
Esplendor del Pacífico” que se hizo con motivo de la inauguración del puente Golden Gate.
Las obras consistían en enormes mapas ilustrados que incluían a Oceanía y partes
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significativas de Asia y América en torno a seis temáticas.: Fauna y flora, Habitantes, Arte y
Cultura, Economía, viviendas nativas, Economía, y modos de transporte.
El discurso Pan-Pacífico de la exposición planteaba la culminación de un movimiento
que inició a principios de siglo, con la Exposición Internacional de Seattle de 1909 ( y tenía
motivaciones muy claras; dar a conocer los nuevos territorios adquiridos por los Estados
Unidos, como Filipinas, Alaska y Hawái, la potencialidad de los pueblos del Pacífico como
motor económico de la costa oeste y reforzar los crecientes intereses militares y comerciales
de Estados Unidos en el Pacífico ante el preocupante avance japonés. Como es de todos
sabido, estos temores tenían una base muy real: apenas un año después de concluida la
exposición, Japón atacó Pearl Harbor y Estados Unidos entra a la Guerra.
¿Cómo aproximarse a estos murales el día de hoy? Una mirada contemporánea
consciente del discurso postcolonial, de la génesis propagandística de la obra, de la
autocrítica al eurocentrismo que han marcado la evolución de las ciencias antropológicas y
etnológicas. seguramente denunciará que los murales construyen una visión romantizada,
idealizada, que simplifica las enormes complejidades de sus objetos de representación. Sin
embargo, es imposible no reconocer que hay más aciertos que tropiezos en estas obras,
especialmente si tenemos en cuenta las informaciones proyectadas por otros mapas pictóricos
del momento, en particular, los realizados por la industria turística.
Lo primero que llama la atención de los murales es su monumentalidad: miden
alrededor de 30 metros lineales y siete metros de alto. Esto subraya aún más la forma peculiar
en que presentan a los continentes, La cuenca del pacífico está en el centro del mapa y no
recortada, dividida en dos como en un mapa mundi tradicional, donde el océano Pacífico
aparece en los extremos. Por otra, parte Europa, el norte de África y Asia menor, es decir los
sitos donde nació y se desarrolló la cultura occidental ni siquiera figuran. Esta es una decisión
completamente premeditada, Covarrubias en el prólogo del folleto de la exposición, refiere
que no entiende el complejo de los europeos de poner siempre el Atlántico en el centro de
los mapas. Po otra parte, más adelante en el texto manifiesta que está consciente de que en
una representación de este tipo, se suele caer en los lugares comunes y que por ello se asesoró,
con antropólogos, y geógrafos de la Universidad de California. Finalmente, manifiesta que
a pesar de la amplitud de los mapas, su visión no puede ser sino reduccionista, de que se trata
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de mostrar un panorama general, no exhaustivo. Al analizar los murales, vemos que
Covarrubias, supo cumplir con su proyecto programático: en la representación cultural de los
habitantes, por ejemplo, no solo evita algunos estereotipos generales, sino que introduce
algunas representaciones muy poco habituales, ya sea por su carácter coyuntural tanto como
por su exactitud científica y etnográfica.
Y, sin embargo, a pesar de lo antes dicho, la precisión de los mapas no es en el fondo
el fin último de la obra. Si fuera así no tendrían mucho valor, pues el conocimiento que se
tienen de estas culturas ha sido superado hace ya mucho tiempo. Una vez más el propio
Covarrubias es quien, consciente de su proceso de trabajo, nos advierte en el folleto, que en
los murales, hizo prevalecer los dibujos sobre la exactitud geográfica y político.
En esta declaración, repite lo que dice al final del prólogo de Island of Bali, él es ante
todo un pintor y por ello su visión no puede ser objetiva: deforma, selección, reduce o
expande a conveniencia porque eso es lo que requiere su oficio, son las condiciones de su
operación. Claro, agregaría yo, dependiendo de la disposición alguno resolverán el problema
con mayor o menor éxito. Covarrubias, sin duda, sale bien librado de la prueba. Sobre lo
nativo como espectáculo y lo primitivo como fuente de la excitación y exotismo, Covarrubias
presenta en su plástica sujetos reales y es que si bien las facciones esta desdibujadas, resalta
la extrema dignidad de los retratados, aun en los ambiente más simples y orgánicos. Sus
sujetos son casi siempre anónimos sí, pero no son estereotípicos: el didactismo pues no
renuncia a la complejidad de las civilizaciones que retrata.
Por otra parte, frente el tono elegíaco, melancólico, de las crónicas de viajeros
modernos, al que no escapa su propio libro Island o Bali, se impone en la plástica el humor
ingenioso y el tono lúdico, que permiten que la obra sea ante todo gozada: sus pinturas, si se
me permite forzar un símil, son como casa y edificios luminosos con ventanas y puerta
abiertas en las que el espectador se siente siempre bienvenido e invitado a entrar.
El antropólogo busca la objetividad científica, el pintor le responde que esa
objetividad no es sino un autoengaño, el, por su parte, reconoce el engaño que representa su
propio arte, y no sólo no lo rechaza, sino que lo convierte en el motor de su creatividad.
Gracias a ello logra un tono más justo y conciliatorio que no recurre a la exaltación excesiva,
ni tampoco, a la denigración ni al paternalismo. Sus pinturas parecerían hechas por un niño,
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sí, pero un niño con extrema lucidez. Es pues, en conclusión, este elemento idiosincrático y
estilístico el que logra balancear las tensiones y contradicciones y hace de su propuesta
artística un contrapeso a su propio discurso antropológico.
Bibliografía
Covarrubias, Miguel. Island of Bali. London: Routledge, 2018. Digital.
Nucera, Domenico. «Los viajes y la literatura.» Gnisci, Armando. Introducción a la
literatura comparada. Barcelona: Crítica, 2002. 241-289. Impreso.
Osborne, Lawrence. El turista desnudo. Ediciones Gatopardo, 2017. Digital.
Shavit, David. Bali and the tourist industry : a history, 1906-1942. Jefferson: McFarland &
Co, 2003. Impreso.
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