CAPITAN DE PAJAROS ANTONIO ESTEBAN AGÜERO Poeta BEATRIZ NORA RAMIREZ Pintora (Año 2007) INDICE 1 .1 PRELUDIO CANTABLE ...................................................... 2 2 .1 DIGO LA MAZAMORRA ................................................... 11 3 .1 CANTATA DEL ABUELO ALGARROBO.......................... 14 4 .1 DIGO EL MATE ................................................................. 31 5 .1 DIGO LA TONADA............................................................ 36 6 .1 DIGO EL LLAMADO.......................................................... 39 7 .1 CANCION DEL ARQUERO TEHUELCHE......................... 43 8 .1 CAPITAN DE PAJAROS ................................................... 46 El poeta dedicó su obra a su única hija: María Teresa Agüero Barbosa “Teresita” 1 .1 PRELUDIO CANTABLE De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, cuando Homero soltaba mariposas, pájaros dioses, arqueros y barcos en medio de las plazas, al borde de los patios, sobre azoteas claras, en ciudades de muros herrumbrados, y la gente -marineros, campesinos, soldadosdisputaba lugares para oírle, regresemos al Canto. 1 .2 Como al viejo país, y a sus banderas, que una vez traicionamos; como aquel que regresa luego de un cielo, largo difícil, triste viaje al hogar de los padres y comprende que allí esperaba lo buscado. Porque si nosotros desertamos, que será de los Hombres entre los números frenéticos, los conceptos abstractos, las leyes que vencen la alegría, el acero, el asfalto, la penumbra gregaria de los cines, que vulnera la lumbre de los machos y corrompe la sabía de las hembras, 1 .3 los trenes subterráneos, el olor al petróleo y al aceite quemados, la anémica hierba de los parques, los departamentos cuadriculados donde gimen las flores y agonizan los niños de mirar anciano, y el yermo oscuro cielo sin campanas, estrellas, tempestades ni pájaros… O es que ya no tenemos sangre, ni corazón caliente como sol en el pasto, ni pies caminadores, ni prensiles manos, ni la hoguera del sexo 1 .4 quemándonos, ni frente con verdes fantasías, ni garganta, ni labios, ni oreja que ansíe ruiseñores, ni mirada sedienta de praderas, ni el instinto mágico que nos une a las bestias, a la tierra y los astros por venas sutiles, por raíces agudas como garfios?... Vosotros: los traidores, minúsculos estetas que destiláis veneno de una rosa destruída por pintores abstractos, vosotros: los selectos, los exquisitos, los asépticos y asexuados que escribís para el oído electrónico 1 .5 de los robots mecánicos, por qué no bajáis de las torres y quemáis las heladas bibliotecas donde guardáis ratones y mentiras, y hundís vuestros barcos y volvéis a la tierra nuevamente, a caminar descalzos por la tierra desnuda y poderosa, sucia de pueblo y polen, impura de animales, hojas secas y barro?... De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, ocupemos la silla abandonada en la casa del Hombre, a la orilla del pan que nos sonríe 1 .6 con su cara de trigo milenario, a la vera del fuego, en la sombra del patio, junto a la sal y al vino y al reloj cotidiano. De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, hablemos la lengua que comprendan el corazón y los nervios humanos, el idioma secreto de la Vida, donde cada vocablo tiene olor, y calor, y sabor como las frutas en verano y acaricia la boca que lo vierte, 1 .7 y la oreja que lo recibe, y la cuerda del aire donde el eco continúa vibrando. Por qué no cantar en el idioma humano, tan lleno de músicas antiguas, por mareas de sangre circulando, difícil y diverso, mutable y extraño, para que el obrero comprenda nuestro canto, y el campesino después de la cosecha, y el profesor universitario, y el niño, y la joven casada, y el anciano?... Nuestro corazón, con su forma de siempre sobre el tiempo 1 .8 no ha cambiado ni puede cambiar mientras el Hombre tenga pies, tenga manos, y el pulgar oponible que transforma en mensurable realidad los sueños y los fantasmas imaginados; nuestro corazón antiguo, corazón cuaternario, desde siempre salvaje, para siempre patético, contemporáneo de la flecha del sílice, los helechos más altos que los cedros, las serpientes aladas, y el arquero emplumado, donde brota la luz cada mañana con el mismo temblor iluminado de las prímulas silvestres sobre el pecho del prado. 1 .9 Retornemos al Pueblo, recuperemos cantando la confianza del Pueblo que perdimos sirviendo a los amos, divirtiendo a las damas melancólicas, lamiendo látigos, vendiéndonos, mintiendo, traficando. No nos importe nada se vedan las puertas de repente con decretos y púas de alambrados, no nos importa nada, construyamos el Canto, nuestro íntimo Canto colectivo, germinando a la sombra de la sangre y entre las olas de su pulso claro. 1 .10 Y salgamos por las calles del mundo a caminar de nuevo entre los hombres; salgamos, vestidos de niebla, con la ropa de los vagabundos y los humillados, por los caminos donde llueve luna y sopla el libre, -oh, todavía libre!joven y verde vendaval del campo; salgamos por las calles del Mundo, mendigando un mendrugo de pan y otro de sueño; salgamos a golpear las puertas, con un tímido golpe, en toda puerta, 1 .11 para dar nuestro Canto. De viva voz, con tono de verso murmurado, con voz de varón adolescente que descubre el amor con la muchacha a la vera de un árbol, como ladrón que lleva los diamantes robados, así, de viva voz, secretamente, el poema o la canción digamos. De repente el hombre de la casa en la creencia de que escucha pasos llegaráse a la puerta con el miedo en los ojos, y el cansancio del que mora en la cueva de la angustia para escuchar la sombra del asfalto. 1 .12 -No era nadie- dirá luego- Nadie; sólo el viento de otoño, el aire sólo que transita descalzo… Y tornará a su sitio, ante la mesa, a la par de la esposa y el chiquillo que duerme en el cielo del regazo… Y yo, el Poeta, seguiré cantando: Un canto que nombre la esperanza; viento y marea de pájaros; cigarras sentidas en las siestas; la fatiga de espaldas sobre el pasto; las miradas estrellas que nos miran; el minero cuando quiebra el cuarzo; las nubes que pasan con la lluvia sobre desiertos de metal quemado; sembradores que siembran con el alba; cosechadoras de racimos claros; 1 .13 muchachas y el nombre que dibujan sobre la almohada del horizonte blando; los ríos y el cielo sobre ríos; el festival de los álamos; arroyos que fluyen entre piedras; el deseo que asciende y el abrazo; los niños que juegan y en el juego nos recrean el mundo que habitamos; las colinas redondas y lejanas; el esplendor de los caballos; el olor de la hierba cuando crece; las florecitas de perfume alado; la noche y el soplo de la noche sobre los caballos despeinados; el fuego dormido en la madera; las bestezuelas de calor intactos; la piedra también porque la piedra contiene el misterio planetario; el Sol tantas veces como sea 1 .14 sobre los cuerpos ávidos; la Vida no más, la Vida sola, más allá de la Muerte y el Pecado; lo viviente no más en la frontera del universo carnalmente humano… De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, como Homero soltaba golondrinas, milagros, arqueros, sirenas, y barcos, en medio de las plazas, al borde de los patios, sobre azoteas claras, en ciudades de muros herrumbrados, 1 .15 y la gente -marineros, campesinos, soldadosdisputaba lugares para oírle, regresemos al Canto. Antonio Esteban Agüero Paisaje Rural 100 x 140 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 2 .1 DIGO LA MAZAMORRA La Mazamorra, ¿sabes?, es el pan de los pobres, la leche de las madres con los senos vacíos, -yo le beso las manos al Inca Viracocha porque inventó el Maíz y enseño su cultivo-. Sobre una artesa viene para unir la familia, saludada por viejos, festejadas por niños, allá donde las cabras remontan el silencio y el hambre es una nube con las alas de trigo. Todo es hermoso en ella: la mazorca madura, que desgranan en noches de viento campesino, el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro que entre los granos mezcla rubores y suspiros. Si la quieres perfecta busca un cuenco de barro, y espésala con leves ademanes prolijos del mecedor cortado de ramas de la higuera que en el patio da sombra, benteveos, e higos. 2 .2 Y agréguele una pizca de ceniza de jume, la planta que resume los desiertos salinos, y deja que la llama le trasmita su fuerza hasta que asuma un tinte levemente ambarino. Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña a lo largo de valles, por recodos de ríos, entre las grandes rocas, debajo de cardones que arañan con espinas el cristal del estío. El Pueblo te acompaña cada vez que la comes, llega a tu lado ¿sabes?, se te pone al oído y te murmura voces que suben a tu sangre para romper la niebla del mortal egoísmo. Porque eres uno y todos, comiendo el alimento de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo; la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres, 2 .3 y leche de las madres con los senos vacíos. Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre, mas que la anciana triste que espera en el camino tu regreso del campo, la madre de tu madre, -su cara es una piedra trabajada por siglos-. Las ciudades ignoran su gusto americano, y muchos ya no saben su sabor argentino, pero ella será siempre lo que fue para el Inca: nodriza de los pueblos en el páramo andino. La noche en que fusilen canciones y poetas por haber traicionado, por haber corrompido la música y el polen, los pájaros y el fuego, quizás a mí me salven estos versos que digo… Antonio Esteban Agüero “La Mazamorra” 65 x 90 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 3 .1 CANTATA DEL ABUELO ALGARROBO Padre y Señor del Bosque, Abuelo de barbas vegetales, yo quisiera mi canto como torre para poder alzarla en tu homenaje; no el canto pequeño de la flauta dulce, delgada, suave, la de cantar la rosa y la muchacha, sino el canto del mar, un canto grave, con olores de vida y con el pulso musical y viviente de la sangre. Algarrobo natal. Abuelo mío. Hace mil años la paloma trajo la menuda simiente por el aire y la sembró donde Tú estás ahora sosteniendo la Luz en tu ramaje y la Sombra también cuando la noche en larga lluvia de luceros cae. Así naciste. Cuando tú crecías la región era bosque impenetrable, 3 .2 con oscuros guerreros que danzaban junto a los fuegos al caer la tarde y con nombres diagüitas en los ríos, sobre todas la bestias y las aves, una tierra sin mapas ni ciudades, donde dioses sedientos presidían al cortejo y el rito de la sangre que vertían pintados hechiceros para aplacar cóleras solares. En tiempo aquél la arena numerosa que festonea las playas litorales ignoraba las máscaras de proa, las amarras y el ancla de las naves, sólo sabía de los pies desnudos y de la huella digital del ave; era cuando los ríos conducían lentas piraguas sobre remos suaves más no la ambición del maderero que asesina al futuro en el obraje 3 .3 y convierte en silencio de moneda la rumorosa fiesta de los árboles; por ese entonces, mientras Tú crecías, Algarrobo natal, Señor y Padre, la tierra nuestra en libertad vivía hacia todos los rumbos cardinales, desde el país del Ona y la Ballena hasta el infierno vegetal de Cáncer, desde el paraje que el Ceibo ruboriza a la región que señorea el Huarpe. Sin conocer ejidos ni parcelas, ni muro torpe o codicioso alambre, donde el hombre y la bestia convivían estrechados por lazos fraternales, y la luna era Quilla y el Sol Inti, el día joven y la noche grande. Así creciste un día y otro día, hacia abajo y arriba, penetrante, con las raíces cada vez más hondas 3 .4 y la copa más alta y dominante, en crecimiento que fue dura guerra sostenida y ganada a cada instante contra el viento del sur y la sorpresa del rayo azul y su puñal tajante, contra el cierzo de julio que traía los rebaños de nieve trashumantes, contra la sed en el ardor de enero, cuando gentes y plantas implorantes alzan ojos y hojas a las nubes por si las nubes sus entrañan abren y la lluvia se vierte generosa en licor de celestes manantiales. Pero ya Tú eres lo que ahora miro Algarrobo natal, Señor y Padre! Con estos ojos que el amor habita y los otros secretos de la sangre: un árbol rey, un árbol solo, el Arbol sin edad en el tiempo y en el aire. “Catedral de los Pájaros” 183 x 130 cm. Acrílico con Espátula Beatríz Ramírez 3 .5 a cuya sombra hace doscientos años a favor de un designio inescrutable se fundó mi casona solariega sobre honrada simiente de linaje. Francisco Antonio se llamó el hidalgo natural de La Rioja y heredero de los varones de Castilla clara que las tierras del indio redujeron y alegraron de hispanas fundaciones lo que antes fuera soledoso yermo; hombres enjutos, con la tez morena, valiente espada y corazón de hierro, que llevaban el nombre de María bordado sobre encaje y terciopelo y el rampante león en la bandera, pero también sobre la flor del pecho. Cómo me gusta imaginar los ojos 3 .6 de aquél mi casi legendario abuelo y su larga emoción inexpresada, o expresada tal vez por su silencio, ante la copa de tremantes brazos sola y enorme bajo el puro cielo, sostenida por tronco milenario, con su forma y color de paquidermo, donde los años eran llagas ocres y los siglos arrugas en el leño. El quedaría con los labios mudos, tal como carta que mantiene el sello, con los ojos en alto y en los ojos la liviana humedad del sentimiento cuando el alma es un arco que se estira y sube y crece y ya no cabe adentro. El construyó la casa solariega casi a la par del algarrobo viejo, con la greda que nutre las raíces 3 .7 y con el arte del mejor “hornero”. Casa de barro. Luminosa casa. Antiguo hogar de mi primer abuelo, en ti quiero cantar la artesanía y saludar al regional ingenio que ha poblado de casas la comarca, casas que son como el materno suelo levantado en hogar para refugio del hijo fiel a su destino adverso. La saludo en el barro original que alienta en todo cuanto cubre el cielo y que un día entre días nos ofrece propicia almohada para el hondo sueño; la saludo en la cal y su belleza que llueve luna sobre muros nuevos; la saludo en la vara y la cumbrera que son la firme trabazón del techo; la saludo en la azuela y el martillo 3 .8 y en el serrucho de cortar leño; la saludo en la arena silenciosa y en la zaranda de metal o cuero que la mece en vaivenes uniformes como la madre a su guagüita tierno; la saludo en la paja popular que cobija en verano y en invierno y silencia las voces de la lluvia y es como quena cuando corre el viento; la saludo en el ángulo preciso en la cuchara de sonoro acento, en la ley vertical de la plomada y en el fletacho de desgaste lento; la saludo en la llave y la falleba y en cada clavo de orinoso hierro; la saludo en la íntima burbuja que es como el alma del nivel perfecto; la saludo en el grillo cotidiano, ángel oculto bajo oscuro insecto, Serie del Abuelo Algarrobo 40 x 47 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 3 .9 que deja oír su cuerda en los rincones donde la araña desenvuelve velos; la saludo en la rústica fragancia de arcones hondos y de pan moreno; la saludo en la Rueca y el Huso; la saludo en el agua y en el fuego. Francisco Antonio se llamó el hidalgo fundador del linaje solariego y constructor de la ruinosa casa, cuyo apellido es el que yo conservo y procuro llevar tan limpiamente como se lleva un burilado espejo para rostro de rey o de doncella a través de camino polvoriento… Padre y Señor del Bosque Catedral de los pájaros! Voy a decir el 3 .10 nombre de los seres que visitan tu cielo entrelazado, con la alegría de alabar amigos y la emoción de recordar hermanos: sea el primero la Calandria pura que provoca la luz desde su canto, y ama la luz como los niños ciegos, la cigarra estival y los lagartos; y el Hornero, vestido de estameña, con su traje de monje franciscano, ágil maestro que enseño a los hombres esas artes clarísimas del barro; y la Urpilla de cuello femenino, Un si es o no es tornasolado, donde tiene su acento la ternura con su gemido dulcemente cálido; y la Urraca de ingenuo vocerío; y la Torcaza del amor cristiano; y la leve Chirigua mañanera 3 .11 que se levanta con el sol cantando y el Loro verde y la Cotorra verde que conocen idiomas olvidados; y el Cardenal, y su orgulloso porte; y la llaga del Pecho Colorado de quién dicen los viejos en la noche ante corros de niños provincianos, que el chingolo lo hirió con su cuchillo allá por tiempos del milagro; y el Chingolo, social y comedido y el Run-dún, ese diamante alado, que conduce las cartas de las flores cuando aquellas se escriben en verano; y el Zorzal de enlutada vestidura, siempre de pie sobre las ramas altas, evocando una ardiente melodía en su pequeño corazón de piano; y el Carpintero, de bonete grana, que martilla tu leño centenario 3 .12 cual si buscase apasionadamente el alma oculta y vegetal del árbol; y también la viajera Golondrina que conduce un mensaje perfumado con los pinos del Norte y las palmeras y las olas del Golfo mejicano; y el Reymoro, de oscuros albornoces, príncipe azul sobre la paz del campo, trinador excelente que domina registro de tenor y de soprano, y la Viudita de color de nieve y el Cachilote, cobarde ladronzuelo, y sibarita de yantar holgado, que perfora los bellos huevecillos para beberles su interior dorado; y el Crespín con su drama misterioso, y su persona de fantasma trágico, que acidula las nieves del estío con la amargura de su largo llanto; Serie del Algarrobo Abuelo 30 x 42 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 3 .13 y el Halcón de los ojos avizores, la pradera y el monte dominando que es en sí mismo libradora flecha guerrero cruel y puntería de arco. Y los otros, los pájaros nocturnos, que nos miran con ojos afiebrados, y poseen la clave del Amauta para leer los Quipos del presagio; dijo el Lechuzo de mirar insomne, ante cuyo chillido destemplado la joven madre se persigna y reza y la amada se vuelve hacia el amado: digo el Colcón que pone en tus ojivas sugerencias de coro gregoriano y también un horror de brujerías en el silencio de su grito mágico; y el Ataja-caminos, melancólico, que viene y va con los fuegos fatuos y suspende el respiro en la garganta 3 .14 del jinete que pasa y el caballo; y el Alicuco, que presiente el agua, y que suele imitar en los bañados la traslúcida tecla de las ranas y el cristalino clavecín del sapo; y otro pájaro más, otro nocturno por nadie visto pero sí escuchado hacia el filo y la flor de medianoche, cuyo nombre se dice: Piscu-Yaco. Algarrobo natal, Abuelo nuestro Catedral de los pájaros. Yo quisiera los plásticos pinceles y la marea musical del órgano para pintar y describir el árbol de la manera que los ven mis ojos, con la exacta figura que lo devuelven los callados espejos del asombro. 3 .15 Uno camina por sendero agreste hacia la hora en que la luz de oro inclinase rosada hacia poniente y el aire es como un río rumoroso navegado de esencias campesinas -hierbabuena cordial, poleo tónicocon mugidos de bueyes invisibles, claros cencerros, gallos melodiosos, vocerío de pájaros, rumores de rurales faenas lento coro de las cigarras en las copas verdes, súbitos vuelos, piquillines rojos, la lanceolada esgrima de las cañas en los maizales de verdor jugoso, y la madre-montaña que vigila todo el país desde su azul remoto. El sendero prosigue, serpenteando, túnel de sombra, caracol terroso, 3 .16 con la verde sonrisa de la recta y el arbolado ensueño del recodo hasta dar en un claro de silencio donde nos crece la emoción de pronto, pues delante se yergue la presencia imperial y total del algarrobo. Ocres raíces surgen de la tierra como animales de encrespado lomo, sosteniendo la torre milenaria toda construída en material leñoso. Siete gañanes por la mano unidos, catorce niños cuando forman corro y se enlazan en rondas infantiles, apenas pueden abrazar el tronco. Y es su corteza como piel de saurio cuando emerge cubierto por el lodo 3 .17 y también como el tacto de las dermis del megaterio que murió leproso. El ramaje se inserta complicado y se tiende en un gesto poderoso como brazos que buscan impotentes una cosa que asir en el contorno. Viejas ramas que son como tentáculos de oscuro pulpo, miembros musculosos de yacente dragón o dinosaurio, de araña enorme o encantado monstruo. Yo podría contarlas, si quisiera, una por una y apagar mis ojos con la venda y el frío de la cifra, pero prefiero contemplar gozoso. Y decir que la sombra que derrama como lluvia de paz el Algarrobo 3 .18 puede cubrir una pequeña plaza, proteger un rebaño numeroso, cobijar una tropa de carretas, y un regimiento con vivac y todo. Y gustar la fragancia indefinible que nos circunda totalmente como si ella fuera una túnica fragante que nos ciñera desde el pie a los hombros; claro olor de las ramas sumergidas en el mar de la luz, olor del oro entre las bayas y la miel madura, agrio olor de sus pájaros hermosos, divino olor de su millón de hojuelas, olor de estrella y de cielo solo, dulce olor nacional de bosque nuestro, olor del verde y su misterio umbroso, noble olor a resina de madera olor de sol en la vejez del tronco… Serie del Algarrobo Abuelo 40 x 47 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 3 .19 Ah, yo quise los plásticos pinceles y la marea musical del órgano para pintar y describir el árbol de la manera que lo ven mis ojos, pero no tuve nada más que esto: el verso gris y el remontado asombro. Ahora canto la Dicha que derramas Algarrobo natal, Abuelo mío! sobre la gente que a su vera vive, en todo tiempo, con calor o frío, ora sea en la pausa de otoño, ora en la fiesta del frutal estío. La primera, la Dicha de tu sombra, clara limosna de perenne abrigo, donde es grato sentarse en la mañana o por la tarde, con el mate amigo 3 .20 que serena las olas de la frente, alimenta la flor del optimismo, nos enseña a vivir con esperanza y nos vuelve cordiales y tranquilos. Sombra del árbol, transparente sombra, casi impalpable como un velo fino o la leve caricia de la nube, o la queja que fluye en el suspiro, algo tan puro, delicado y manso como el sueño de un pájaro dormido o la entraña del agua en la vertiente y cuyo elogio me está prohibido mientras yo sea nada más que un hombre y no posea un corazón de mirlo. También canto la Dicha de los frutos sabiamente enrulados y amarillos, que por enero cuando el día extiende 3 .21 su bandera solar sobre los nidos tórnanse dulces con dulzor silvestre de roja miel de camoatí escondido. Vainas de oro, pan de la pobreza, don de los cielos, misterioso trigo, alimento de bueyes y caballos y golosina de los niños ricos. Nombro el Patay, de granuloso gusto, que se elabora según modo antiguo: machacando la fruta en la conana traspasando por cedazo fino; nombro la Aloja, refrescante y rubia, que se guarda en un cántaro rojizo a la hora más alta de la siesta para que acendre su fragante frío; nombro la Añapa, de beber con leche, 3 .22 que engorda a la madre y al chiquillo. También digo la Dicha de la leña que es en el fuego acontecer divino y revive la flora deslumbrante que alegraba el jardín del Paraíso. El fuego azul, el fuego rojo, el Fuego que posee las llaves del estío y levanta a la muerta primavera de entre los hielos de cristal pulido. Padre y Señor del bosque Abuelo de barbas vegetales, Algarrobo natal. Torre del Cielo. Monumento y estatua del follaje. Hijo del sol y de la tierra unidos. Corona real para la sien del aire. Arbol de luz. Espejo de los siglos. Dios vegetal de corazón fragante. 3 .23 Así yo quiero terminar la Oda, asistido por Angeles del canto: Algarrobo Natal, Abuelo nuestro. ¡Catedral de los Pájaros! Antonio Esteban Agüero Serie Algarrobo Abuelo 40 x 47 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 4 .1 DIGO EL MATE Porque sábado es hoy y la mañana como una fruta desde el tala cae, y soy joven y sano, y me navegan tradiciones y música la sangre, quiero ser otra vez entre vosotros para decir y celebrar el Mate: De Guarania nos vino con la Yerba que resume fragancias tropicales, y ese barro de América que un día vió que llegaban sigilosas naves, con cadenas, y perros, y arcabuces, y duras voces vulnerando el aire; Verde Yerba de América, divina como todas las cosas naturales, Santa Yerba de América, sembrada por quien hizo los ríos y las aves, y tendió la llanura hacia naciente, y hacia poniente levantó los Andes, y la Coca sembró para los Quichuas, y el Algarrobo para pan del Huarpe. 4 .2 Yo era niño –recuerdo– y la primera memoria verde se remonta al Mate, en mi casa de Merlo, donde el día comenzaba a girar cuando mi Madre sorprendía el hervor de la tetera entre volutas de vapor quemante: Y era luego la lenta ceremonia, vieja suma de gestos y ademanes, aquel ir y venir de la cuchara, la visión del azúcar, el fragante esplendor de la Yerba, la bombilla con doradas virolas y espirales, y el porongo de plata que tenía curva de seno adolescente y grácil, y cobraba, de pronto, en la penumbra nítida luz de religioso cáliz; Ubre dulce me fue, mi vino verde, mi pan primero, mi nodriza amante. 4 .3 Yo recuerdo sus íntimos sabores, y también sus diversas variedades: Dulce Mate del alba que se bebe amorosamente al emprender un viaje, en la puerta de casa mientras miro entre neblinas despertar el valle; Y aquel Mate primero del retorno por la sombra con grillos de la tarde, que nos vuelve liviana la fatiga sobre los hombros como un ala de ave; Y ese Mate que beben los Troperos cuando regresan de Salinas Grandes; Y aquel Mate nocturno que me diera una muchacha cuya boca suave daba un beso primero a la bombilla como manera de poder besarme; Y aquel Mate gustado en la cocina, escuchando al viejito Magallanes, 4 .4 dibujar sobre el humo las historias del Niño Ladino y de Urdemales; Y aquel Mate que sabe a beramota? Y el que a mastuerzo y mejorana sabe; Y el que guarda memoria del husillo; Y el que una gota de aguardiente trae; Y ese Mate gustado en la penumbra que conforman higueras y nogales, mientras crece la siesta, y la cigarra y el masculino corazón me tañe; Y aquel Mate de bodas, con su gusto a rama nueva, a porvenir, a encaje; Y ese Mate bebido en Carolina; Y el que bebí en la Sierra del Gigante; Y el que un día me dieron en Trapiche; Y el que supe gustar en Rumi-Huasi; Y aquel fúnebre Mate que bebimos en el velorio de Adelaida Chávez, lamentando su muerte y admirando 4 .5 su juventud de porcelana frágil… Pueblo somos, por El; desde centurias su costumbre nos forma, como sabe modelar un cacharro el alfarero con la destreza de su mano suave; El nos dio, generoso, las virtudes que entrelazan raíces esenciales en el nudo del ser, y nos perfilan un idéntico rostro innumerable; Porque en El se juntaba la Familia, como el agua diversa sobre el cauce, y al juntarse quebrada el egoísmo, el monólogo torpe, las cobardes galerías del odio, y frutecía sobre mazorcas de granar afable; Y nos fue profesor de democracia, a pesar de los hierros coloniales, porque supo igualar en la bombilla la sed del Hijo con la sed del Padre, 4 .6 el dolor de la criada y la señora, la hartura del rico con el hambre milenaria del pobre, de tal modo, que supimos medir en lo que vale la celeste razón que nos convierte en ciudadanos civilmente iguales. Y por qué no decir las Cebadoras, que vestidas de sedas o percales, o calzadas de tímida alpargata, o con zapatos de charol brillante, bajo el sol y la luna de la Vida supieron darme los mejores mates; viejas eran algunas, con el rostro a corteza del molle semejante, lindas eran algunas, otras feas, desgarbadas, coquetas, elegantes, con cabello retinto como el ala voladora de tordos y zorzales, 4 .7 o teñido por leve plenilunio, o lo mismo que sombra de trigales, pero en todas igual se prodigaba la gracia criolla como miel amable. Sólo nombres conservo, como guarda de las flores su olor el caminante: Doña Mercho Cornejo, Lola López, Francisca Cuello, Evangelina Páez, Reginaldo Lucero, Pancha Orozco, Adelina Yanzón, Rosario Báez, Clara Chirino, Petronila Gómez, Minerva Leyes –prima de mi padre– Doña Delia Baigorria, Doña Isaura, Sara Bedoya, Encarnación Morales, y una anónima joven de Punilla, y la por siempre recordada Carmen. ¿Por dónde andarán ahora que las digo, y las vuelvo una esencia para el Arte? 4 .8 ¿Cuál cocina gobiernan? ¿Qué alacena acomodan y limpian? ¿Qué zaguanes las contemplan barrer por la mañana con las escobas de pichana? ¿Cuáles los arcones que ordenan en domingo? ¿Qué chirigua las oye entre los sauces? ¿Dónde sueñan, o lloran? ¿Dónde ríen? ¿Bajo cuál piedra con su nombre yacen? De repente me callo porque siento una voz que me nombra, y acercarse, sobre un tímido andar y una mirada, cálido, y dulce, y nacional, el Mate… Antonio Esteban Agüero “Digo el Mate” 57 x 74 cm Serigrafía - serie limitada Beatríz Ramírez 5 .1 DIGO LA TONADA El Idioma nos vino con las naves, sobre arcabuces y metal de espada, cabalgando la muerte y destruyendo la memoria y el quipus del Amauta; fue contienda también, la del Idioma, dura guerra también, sorda batalla, entre un bando de oscuros ruiseñores con su pico de sierpe acorazada y zorzales y tímidas bumbunas que la voz y la sangre circulaban del abuelo diaguita o michilingue con persistencia de remota llama; rotas fueron las voces ancestrales, perseguidas, mordidas, martilladas por un loco rencor sobre la boca del hombre inerme y la mujer violada. Y el Idioma triunfó, los ruiseñores de Castilla vencieron la calandria 5 .2 cuya voz era tierra, barro nuestro, son y zumo de tierra americana de repente calló cuando los hierros agrios del odio en su color de fragua le marcaron el pecho que gemía y segaron la luz de su garganta… Pero la lucha prosiguió en la sombra, una guerra de acentos y palabras, de fugitivas voces y vocablos con las venas sangrantes que buscaban refugiarse en la frente o esconderse en la nocturna claridad del alma perdiendo expresión y contenido, la sonora raíz, la leve gracia, el poder bautismal y la semilla para ser sólo la sutil fragancia que nos sella la voz con el anillo popular y común de la Tonada: Yo entrecierro los ojos y la escucho 5 .3 venir y llegar hasta mi almohada como un largo rumor de caracola, como memoria de mujer descalza, como llega la música en la brisa si la brisa es arroyo de guitarra; y la siento volar en la tertulia de labio en labio, mariposa mansa, suave cuerda que vibra, quena sorda, o fugaz sugerencia de campana; y la escucho en la voz que me despierta con el mate y su luz en la mañana cuando el sol es un padre que nos dona el reciente verdor de la esperanza; y la escucho en un niño que transita por el sendero que trazó la cabra y me grita: ¡Buen día! y me conforta con la sonrisa de su alegre cara; de repente la siento que rodea mi corazón como una mano blanda 5 .4 si la voz de la madre o de la esposa se florece con íntimas palabras; alguna noche la escuché en Rosario en la voz de una joven que pasaba y eso sólo bastó para que viera amanecer los cerros del Conlara; y otra noche la oía en Buenos Aires, en muchedumbre de no sé qué plaza, sobre un grito vibrante que decía titulares de prensa cotidiana; cómo es dulce sentirla cuando llega desde una boca de mujer besada con el “sí” suspirado que promete una cálida rosa para el ansia; y la escucho sonar entre los niños de un pueblecito que se dice Larca mientras mueven las manos en el juego escolar y rural de la payana; y la siento rezar en el velorio, 5 .5 y saltar en el arco de la taba, y volverse puñal en el insulto, y suspirar en la recién casada. Dondequiera que esté yo la descubro y tras ella regreso a la comarca donde soy una piedra, una semilla, una nube y un pájaro que canta… No tenemos bandera que nos cubra tremolando en el aire de la plaza, ni canción que nos diga entre los pueblos cuando suene el clarín, y la proclama desanude las últimas cadenas y destruya el alambre y la muralla, pero tenemos esta luz secreta, esta música nuestra soterrada, este leve clamor, ésta cadencia, este cuño solar, ésta venganza, este oscuro puñal inadvertido 5 .6 este perfil oral, ésta campana, este mágico son que nos describe, esta flor en la voz: nuestra Tonada Antonio Esteban Agüero “Digo la Tonada” 43 x 55 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 6 .1 DIGO EL LLAMADO Y después en caballos redomones que urticaba la prisa de la espuela galoparon los Chasquis por las calles de la ciudad donde Dupuy gobierna, conduciendo papeles que decían: “El General de San Martín espera que acudan los puntanos al llamado de Libertad que les envía América”. Y firmaba Dupuy, sencillamente, con la mano civil y la modestia de quien era varón republicano hasta el cogollo de la misma médula. Y los Chasquis partieron, con el poncho como un ala flotando en la carrera, hacia todos los rumbos provinciales por los caminos de herradura o huella, ignorantes del sol y la fatiga, sin pensar en la noche o la tormenta; 6 .2 llegaron hasta el Morro por la tarde, y por el alba cabalgaron Renca, y entregaron mensajes en La Toma, en La Carolina y La Estanzuela, en las villas de Merlo y Piedra Blanca, en el Paso del Rey y Cortaderas, en Nogolí también y San Francisco, en cada población y en cada aldea, y en estancias y oscuras pulperías y en velorios, bautizos y cuadreras, dondequiera paisanos se juntaran en solidaria diversión o pena. Y los hombres dejaban el arado, o soltaban azada o podaderas, o la hoz que segaba los trigales, o la taba o el truco en la taberna, o el amor de las jóvenes esposas, o la estancia feudal, o la tapera, 6 .3 o el cedazo que el oro recogía cuando lavaban misteriosa arena, o el telar, o los muros comenzados, o el rodeo de toros en la yerra, para ir hasta el Valle de las Chacras donde oficiales anotaban levas. Y hasta había mujeres que llegaban, con vestidos de pardas estameñas, al umbral de Dupuy para decirle: “Vuestra Merced conoce mi pobreza, yo no tengo rebaños ni vacadas, ni un anillo de bodas, ni siquiera una mula de silla, pero tengo este muchacho cuya barba empieza”. De Mendoza llegaban los mensajes breves, de dura y militar urgencia: “Necesito las mulas prometidas; necesito mil yardas de bayeta; 6 .4 necesito caballos, más caballos; necesito los ponchos y las suelas; necesito cebollas y limones para la puna de la Cordillera; necesito las joyas de las damas; necesito más carros y carretas; necesito campanas para el bronce de los clarines; necesito vendas; necesito el sudor y la fatiga; necesito hasta el hierro de las rejas que clausuran canceles y ventanas para el acero de las bayonetas; necesito los cuernos para chifles; necesito maromas y cadenas para alzar los cañones en los pasos donde la nieve es una flor eterna; necesito las lágrimas y el hambre para más gloria de la Madre América…” 6 .5 Y San Luis obediente respondía ahorrando en la sed y la miseria; río oscuro de hombres que subía, oscuro río, humanidad morena que empujaban profundas intuiciones hacia quién sabe qué remota meta, entretanto el galope levantaba remolinos y nubes polvorientas sobre el anca del último caballo y el crujido final de las carretas. Y quedaron chiquillos y mujeres, sólo mujeres con las caras serias y las manos sin hombres, esperando… en San Luis del Venado y de las Sierras. Antonio Esteban Agüero “Digo el llamado” 47 x 65 cm. Acrílico con Espátula Beatríz Ramírez 7 .1 CANCION DEL ARQUERO TEHUELCHE Con martillo de piedra, mataremos a Europa, sobre yunque de piedra americana, mataremos a Europa. Con flecha mojada de curare, y abrazo de anaconda y rápida fauce de piraña, mataremos a Europa. Con cuerno de búfalo bicorne, y zarpa de puna cazadora, y saliva de sierpe brasileña mataremos a Europa. Sonando maracas mataremos a Europa percutiendo monótonos tambores mataremos a Europa. Con óxido de cobre, con sales de bórax, 7 .2 con trampas de liana misionera mataremos a Europa. Con lazo de ocho tientos, y golpe de triple boleadora, y dagas agudas como un grito mataremos a Europa. No se cuando. Mañana. Acaso mañana con la aurora. Sudando la piel de los tambores, mataremos a Europa. Que Grecia nos perdone. Que nos perdone Roma, y la luz de París que nos perdone. Mataremos a Europa. Llorando una lágrima celeste 7 .3 por Beethoven y Mozart, sollozando memoria de Leonardo mataremos a Europa. Para ser en el mundo una bandera, y una llama creadora, y de nuevo simiente y nervadura, mataremos a Europa. Antonio Esteban Agüero Retrato de un arquero 30 x 42 cm. Acrílico Beatríz Ramírez 8 .1 CAPITAN DE PAJAROS Yo, Antonio Esteban Agüero, capitán de pájaros, general de livianas mariposas, estoy en Buenos Aires, la capital del Plata, para ser presidente y organizar la Patria. Detrás he dejado los pueblos que me siguen, ejércitos de alondras, la división blindada de los cóndores, las águilas que saben el sabor de la piedra, calandrias, chalchaleros, chiriguas mañaneras, los secretos lechuzos que me pasan la información del día y de la noche. 8 .2 Tengo un millón de caballos ¿Escucháis su relincho? que rodean la urbe por sus cuatro costados, sus jinetes son muertos de Facundo, son muertos de Ramírez, montoneros del Chacho, sableadores de Pringles, domadores, remeseros, rastreadores, guitarreros, espectrales jinetes que cabalgan mi millón de caballos. Les ruego que se rindan que depongan las armas, que guarden los tanques, y encierren sus cañones, porque mañana al mediodía 8 .3 quiero estar en la Plaza de Mayo sobre viejos balcones del Cabildo para ser presidente y prestar juramento: por los ríos de sangre derramada, por los indios y los blancos muertos por el sol y la luna, por la tierra y el cielo por el Padre Aconcagua, y por el Mar Oceánico, y por todas las hierbas y los bosques y por todas las flores y los pájaros, y por el hambre de los niños pobres, y la tristeza de los niños ricos, y el dolor de las jóvenes paridas, y la agonía de los viejos. Juro. Yo juro. Hacer de este país la Patria. 8 .4 Ordeno que se rindan porque mañana a mediodía entraré a Buenos Aires. Tengo un millón de caballos. (¿Escucháis su relincho?) Nadie podrá atajarme. Antonio Esteban Agüero “Capitán de Pájaros” 35 x 50 cm. Grabado Litográfico Beatríz Ramírez ***FIN***