Subido por Magallanes Elcano

Las mejores 100 novelas de la lengua española de los últimos 25 años

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1. El amor en los tiempos del cólera
Las mejores 100 novelas de la lengua española de los últimos 25 añosFermina Daza y Florentino Ariza
protagonizan uno de los romances más hermosos de la literatura
Gabriel García Márquez
Colombia
1985
Una noche, después de dos años de no haberla vuelto a ver, Florentino Ariza descubre que Fermina
Daza es mortal. Florentino ha ido a ver Cabiria, película de Giovanni Padrone, acompañado de Leona
Cassiani, aquella mulata indomable con la cual jamás pudo consumar su amor y a quien encontró en
una de sus expediciones por los tranvías de bueyes de Cartagena. Florentino, hasta ese momento, ha
querido ignorar el paso del tiempo: ha estado esperándola por más de 30 años y ella, al igual que él,
pueden morir antes que el doctor Juvenal Urbino, su esposo. Cuando la película comienza se oye un
grito en medio de la muchedumbre: “¡Dios mío, esto es más largo que un dolor!”. Florentino Ariza sale
aquella noche convencido de una sola cosa: “(…) la puta muerte iba a ganarle sin remedio su
encarnizada guerra de amor”. Pero no se la gana, y eso lo sabemos 110 páginas más adelante, o 50
años, nueve meses y cuatro días después de que el telegrafista escuálido, vestido de levita negra como
un ave de mal agüero, llevó un telegrama a la casa de Lorenzo Daza, el padre de Fermina, y descubrió
en uno de los salones a la mujer más bella que hubiera visto nunca y se iniciara aquel “cataclismo de
amor que medio siglo después aún no había terminado”.
La muerte y el amor, esos son los temas del Amor en los tiempos del cólera. No hay amor sin muerte y
eso lo comprendió Gabriel García Márquez cuando, en un viaje parecido al que nunca terminó
Florentino Ariza con rumbo a Santa Fe para olvidarse de Fermina Daza, recaló en Zipaquirá y leyó a
don Francisco de Quevedo. Los versos de Amor constante más allá de la muerte de Quevedo fueron
definitivos: “Cerrar podrá mis ojos la postrera / Sombra que me llevare el blanco día, / Y podrá desatar
esta alma mía / Hora a su afán ansioso lisonjera”. Y eso, en efecto, es lo que siente Florentino Ariza el
día en que conoce a Fermina Daza: morir, si fuera preciso, por el amor de esa escolar en la que empeña
toda la vida y a la que ve pasar tantas mañanas sentado en el parquecito con su “andar de venada”,
aquella “doncella imposible con el uniforme de rayas azules, las medias con ligas hasta las rodillas, los
botines masculinos de cordones cruzados, y una sola trenza gruesa con lazo en el extremo que le
colgaba en la espalda hasta la cintura”. Esa misma cabellera que, dos años después, Fermina Daza se
cortará para jurar fidelidad a un Florentino Ariza inconsolable que la ve partir hacia los pueblos de la
sierra y del valle, pues el padre de su venada, don Lorenzo Daza, ha decidido separarlos para siempre.
Pero es una novela de muerte, además, porque comienza con un cadáver: el de Jeremiah Saint-Amour,
que se suicida con una dosis de cianuro de oro. Cincuenta páginas más adelante, Juvenal Urbino, su
amigo de mesa de ajedrez, muere tratando de bajar su loro de un palo de mango. Ese es el día que
Florentino Ariza ha estado esperando durante más de medio siglo y todo el motivo de la novela.
Será porque en este mundo “nada es más difícil que el amor” que Florentino Ariza decide esperarla el
tiempo que sea necesario. La espera, primero, durante un buen tiempo sentado en el parque. La aguarda
cuando ella acepta su petición de matrimonio. Luego se sienta a escribirle sonetos floridos que le envía
a los pueblos por los que ella pasa tras de convencer a todos los telegrafistas del Caribe para que le
hagan llegar sus palabras. Florentino Ariza confía, por lo tanto, en que el amor puede derrotar a la
muerte. Así, se obstina a pesar de que ella, Fermina Daza, al volver a Cartagena sólo le dice: “No, por
favor, olvídelo”. Entonces su decisión, y su terquedad, no encuentra otra manera distinta a seguir
amando para soportar el dolor de no estar con ella. Y lo comprende mucho después: “El amor como un
estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo”.
A partir de allí, García Márquez hace lo que sabe hacer mejor. Lo que aprendió de Faulkner y de
Conrad y de Hemingway y de tantos otros: abrir una elipsis, dejar suspendido un reencuentro que los
lectores ya sabemos que sucederá, pero no cómo sucederá. En ese paréntesis Fermina Daza se casa con
el prominente doctor Urbino, se va de viaje a París, conoce la tranquilidad del amor, pero jamás se
acomoda a no sentir nunca más el ardor que abrigó cuando aún adolescente conoció a Florentino Ariza.
Fermina Daza comprende que su verdadero amor ya no es una persona sino una sombra, y que en el
matrimonio lo problemático es “aprender a manejar el tedio”. Ella sabe que nada tiene remedio y que
“la memoria del pasado no redimía el futuro”.
Pero si Fermina Daza no confía en la memoria como redención, Florentino sí lo hace y se aferra a su
vida de halconero sin sosiego, de cazador nocturno, de hombre de paso, de cazador silencioso, y
comprende que siempre que “se encontraba al borde de un cataclismo, le hacía falta el amparo de una
mujer”. Decide transformarlas a todas en Fermina, y en sus cuerpos la encuentra: en la piel de Rosalba,
que lo desvirga en las aguas del Magdalena; en la viuda de Nazaret, en Ausencia Santander, en Divina
Pastora, en Sara Noriega, en Olimpia Zuleta y en tantas otras. Así, cuando Juvenal Urbino muere,
Florentino ha aprendido la lección: en vez de cartas de amor, escribe un tratado sobre el amor. Ciento
treinta y dos cartas, un año más tarde de la viudez de Fermina Daza, por fin pueden comenzar su viaje
definitivo.
Entonces, uno, como lector, respira tranquilo después de ese largo y conmovedor paréntesis de casi 300
páginas, escrito palabra por palabra con la conciencia de quien no quiere hablar del amor de manera
lastimera, y menos, cursi. Es el libro que siempre soñó con escribir, ha dicho García Márquez. Es, para
no obviar la biografía, el homenaje a la historia de amor de sus padres: un telegrafista y una muchacha
pudiente. Uno, decía, puede dejarlos ir por las aguas del río de la Magdalena a bordo del vapor Nueva
Fidelidad y comprender su pavor ante la piel ajada del otro. Puede recordar y sentir y saber por qué esta
es una de las novelas definitivas de los últimos 25 años y una de las más bellas escritas jamás: el amor
ha vencido a la muerte, el escritor ha sabido incorporar su propia sabiduría del mundo femenino y ha
inventado para nosotros un universo que muchos soñamos cuando nos enamoramos de alguien.
Florentino Ariza compra el espejo del Portal de Don Sancho en donde se ha reflejado Fermina Daza,
Alicia salta hacia este mundo, el corazón deja de ser un cazador solitario, y en medio de la epidemia, de
las guerras civiles, del cólera, de la enfermedad como metáfora -o mera constatación-, ese amor triunfa
por una única vez a pesar de que, con la bandera amarilla izada en el asta del vapor que se pierde hacia
el Magdalena, los dos sepan que después del amor se enfrentarán a la muerte. Y esta vez, para fortuna
de todos, no a la muerte del amor: “polvo serán, mas polvo enamorado”, dice Quevedo.
Juan David Correa Ulloa
Periodista colombiano.
Editor de Arcadia
2. La fiesta del Chivo
Mario Vargas Llosa revive en esta novela al dictador dominicano Leonidas Trujillo
Mario Vargas Llosa
Perú
2000
Corre todavía el mito de que en los años 60, cuando los escritores de América Latina navegaban la
cresta de la ola literaria, varios miembros de la generación del boom concibieron la audaz idea de
escribir, a muchas manos, la Gran Novela del Dictador. Este plan maestro, si es que en realidad se
fraguó, tiene todos los visos de una de esas epifanías de sobremesa que, avivadas por el buen vino y
una parsimoniosa digestión, resultan tan seductoras en el momento como impracticables después. Sin
embargo, varios novelistas del boom (y de su vecindario literario) terminaron por parir, por separado,
novelas de la estirpe que había fundado Miguel Ángel Asturias en 1946 con El señor presidente, y que
iba a terminar por convertirse en el género latinoamericano por excelencia. Fue así como aparecieron
Yo, el supremo, de Arturo Roa Bastos (1973), El recurso del método, de Alejo Carpentier (1974), y El
otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez. La última de esta prole, la que más duró en
gestación (desde 1975, cuando Mario Vargas Llosa estaba dirigiendo su malhadada versión
cinematográfica de Pantaleón y las visitadoras en República Dominicana), fue La fiesta del Chivo, que
apareció en 2000.
Vargas Llosa ya había incursionado, aunque de forma sesgada, en la Novela del Dictador con su gran
obra maestra Conversación en La Catedral (1969), pero allí el dictador era una presencia invisible que
presidía como un dios siniestro y remoto los destinos de los protagonistas. En La fiesta del Chivo, por
el contrario, Vargas Llosa revive, de cuerpo entero, a un dictador histórico: Leonidas Trujillo.
El dictador de Vargas Llosa no es, por consiguiente, el personaje hiperbólico del mito, como en la
extraordinaria y delirante novela de García Márquez, sino un ser de carne y hueso, a un tiempo
siniestro y ridículo, cruel y patético, teatral y mezquino, envilecido por el poder supremo y afligido por
los estragos de la incontinencia.
“Ansioso, observó las sábanas: la informe manchita grisácea envilecía la blancura del lino. Se le había
salido otra vez… ¡Coño! ¡Coño! Éste no era un enemigo que pudiera derrotar como a estos cientos,
miles que había enfrentado y vencido, a lo largo de los años, comprándolos, intimidándolos o
matándolos. Vivía dentro de él, carne de su carne, sangre de su sangre. Lo estaba destruyendo
precisamente cuando necesitaba más fuerza y salud que nunca”.
Pero la novela no se limita a pintar el retrato del dictador. Fiel a la técnica de los ‘vasos comunicantes’
que ha empleado en todas sus grandes novelas, Vargas Llosa construye una compleja estructura en la
que se entretejen, como en una fuga musical, diversas voces narrativas.
El eje estructural de la novela es la descripción pormenorizada del último día de Trujillo, visto, en
primera instancia, a través de sus propios ojos. Este hilo narrativo, que nos permite conocer las
idiosincrasias del dictador y su relación con sus allegados y subalternos, alterna con la descripción de
los preparativos para su asesinato y con las historias individuales de los conspiradores. El tercer hilo
narrativo cuenta la historia de Urania, hija de Agustín Cabral, el esbirro en jefe de Trujillo, quien
regresa a Santo Domingo, 40 años después del magnicidio, para confrontar a su padre por haberla
entregado al dictador, como un trofeo de caza, cuando aún era una niña.
La novela se puede leer, por supuesto, como una gran alegoría en la que Urania personifica el país
violado y traumatizado por un dictador impotente, pero esta lectura no le hace justicia a la sutileza con
la que Vargas Llosa dibuja a sus personajes, particularmente a los conspiradores. Es conmovedor ver
cómo caen torturados o masacrados estos “héroes” accidentales, motivados no por altruismo o por
convencimiento político, sino por la más escueta venganza. Son las víctimas póstumas de un dictador
que parece seguir ejerciendo su poder desde la muerte.
Vargas Llosa no es -como Nabokov, como Updike, como García Márquez- un orfebre de las palabras.
Para él, la filigrana del lenguaje es subsidiaria al rigor de la estructura, y La fiesta del Chivo es una de
sus construcciones más complejas y a la vez más fluidas. Sin embargo, este espléndido diseño formal
no obedece a un mero alarde de virtuosismo, sino a las exigencias dramáticas de una novela que aspira
a capturar, en todo su apocalíptico esplendor, la vida, pasión y muerte de un tirano.
Mauricio Bonnet
Escritor y documentalista colombiano. Autor de la novela Mujer en el umbral (Alfaguara, 2006).
Director y guionista de los documentales Paraíso en la otra esquina y Mario Vargas Llosa: la biografía.
3. Los detectives salvajes
Esta obra que recrea los viajes de dos poetas es un refente de la literatura hispana reciente
Roberto Bolaño
Chile
1998
A pesar del boom comercial de las últimas décadas, la literatura latinoamericana está aún lejos de
alcanzar pleno desarrollo y madurez y, muy seguramente, ya no los alcanzará nunca porque la
globalización está acabando con las fronteras y con las identidades culturales que crecían al resguardo
de esas mismas fronteras. Pero si hay un libro donde se puede decir que la literatura latinoamericana ha
alcanzado la adultez y se ha integrado por completo a la historia de la literatura universal, ese libro se
llama Los detectives salvajes. Como toda obra maestra, Los detectives salvajes es heredera y al mismo
tiempo se aleja de la tradición que la precede; en el libro se da por superada la obsesión de la literatura
anterior por fundar el imaginario mítico del continente y se entra en un territorio plenamente humano
donde el tema central es la soledad, o sea, la incapacidad de amar y el exilio tanto interior como
exterior que está soledad genera.
Escrita también sin el afán de producir vanguardias estéticas, la novela recrea los viajes y las peripecias
de dos poetas sin rumbo y, más que narrar una época, cuenta cómo los personajes intentan evadir los
tiempos que les tocó vivir. Ha pasado la efervescencia de las revoluciones y no queda más que darse
por vencido, acomodarse o irse al exilio. Los personajes de la novela, románticos incorregibles,
intentan el exilio para terminar dándose cuenta de que lo único que han conseguido con tanta huida es
acomodarse. Armado mediante una infinidad de primeras personas y también mediante innumerables
escenarios, historias y personajes, el libro recrea unos seres perdidos en la geografía del planeta,
perdidos en sus ilusiones insatisfechas y, sobre todo, perdidos en un mundo donde ya no hay certezas y
donde ya sólo se puede vivir de recuerdos falseados y de ilusiones siempre a punto de desaparecer.
Sin embargo, a pesar de ese halo desencantado y triste, no hay libro más vital y divertido que Los
detectives salvajes. Cada una de sus páginas rebosa un humor negro y una ansiedad por vivir que hacen
imposible alejarse de la lectura. Tal vez, porque perdida la utopía, sólo quedan los pequeños detalles,
los diálogos entrecortados, las miradas perdidas en busca de un abrazo o los polvos echados más por
consuelo que por amor. Las peripecias de los personajes, muy lejos ya de la realidad mágica de
Carpentier y García Márquez o de la angustia histórica o social de Vargas Llosa, son adictivas y si algo
espera el lector es que esos centenares de personajes sigan hablando, sigan contándole historias:
historias íntimas así sucedan en la calle, historias donde cada uno es dueño de su propia desgracia y aun
así sigue buscando un poco de compañía en los otros.
Leer Los detectives salvajes es esencial porque más que mostrar el fracaso económico, político y social
de América Latina, sirve para ver las consecuencias humanas de este resonante fracaso. Los detectives
es un libro absoluto y desgarrador, un libro escrito contra la mediocridad no sólo del continente, sino
contra la mediocridad de sus escritores; una novela llena de poesía y talento que aunque nos enfrenta a
nuestros vicios, consigue darnos aliento y alegría para seguir soñando. Con Los detectives salvajes,
Roberto Bolaño dejó atrás las palabras demagógicas con las que se suele escribir la mayoría de
literatura en estas tierras y puso sobre la mesa un lenguaje menos pretencioso, pero más vital y
cotidiano. Nos enseñó que a pesar del servilismo y la propensión a la traición que ha sido y sigue
siendo la peor epidemia padecida en la América hispana, hay siempre un pequeño reducto de rebeldía
por el que se pueden colar las historias y los personajes con los que necesitamos tropezar a diario para
mantener vivos un poco de amor, un poco de fe y un poco de esperanza.
Sergio Álvarez
Escritor colombiano, autor de La lectora
4. 2666
La novela monumental de Bolaño consta de cinco partes y se lee como un relato policial
Roberto Bolaño
Chile
2004
Si toda novela posee un fragmento en el que se define en miniatura, la clave de la forma de 2666 y de
la narrativa de Roberto Bolaño estaría dada al final del capítulo segundo, donde Amalfitano, un
profesor chileno, recuerda una conversación sostenida en Barcelona con un farmacéutico que leía en
sus noches de guarda. Alguna vez, éste le preguntó qué libros le gustaban y el farmacéutico le contestó
que los libros del tipo La metamorfosis, Bartleby, Un corazón simple, Un cuento de Navidad. Es decir,
prefería La metamorfosis en lugar de El proceso; Bartleby en lugar de Moby Dick; Un corazón simple
en lugar de Bouvard y Pécuchet y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o el Club
de Pickwik. “Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con
las grandes obras imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los
ejercicios perfectos de los grandes maestros”.
A través de su personaje, Bolaño expresa muy bien las dos tendencias en las que se debatió su escritura.
De un lado, intentar esos ejercicios perfectos de los grandes maestros; del otro, aspirar a las grandes
obras imperfectas y torrenciales que a su vez ellos también buscaron. Sobre el mismo tema del mal
absoluto, su novela breve Estrella distante sería un buen ejemplo del primer caso: una limpia sesión de
entrenamiento de esgrima. Y 2666, con sus 1.119 páginas, del segundo: un combate de verdad “con
sangre, heridas mortales y fetidez”.
2666 consta de cinco partes. En la primera, La parte de los críticos, cuatro profesores de literatura
comparten su obsesión por el misterioso escritor alemán de posguerra Benno von Archimboldi, quien
no evita abordar el holocausto. Por una serie de infidencias sospechan que Archimboldi podría estar en
Santa Teresa -en la vida real Ciudad Juárez-, una ciudad ubicada en el desierto de Sonora y en plena
frontera méxico-norteamericana que tiene el lastre de ser la sede de los horribles crímenes perpetrados
contra mujeres jóvenes. En la segunda, La parte de Amalfitano, narra el deterioro síquico del profesor
chileno, que parece vivir en un mundo de voces y fantasmas. Es el abrebocas sutil, la introducción al
horror de la ciudad maldita. En la tercera, La parte de Fate, Óscar Fate, un periodista afroamericano
que escribe crónicas políticas en un diario marginal de Harlem, es enviado a Santa Teresa a cubrir una
pelea de boxeo entre un ídolo local y un púgil norteamericano. Como en las mejores novelas policíacas
y superando muchas de frontera, a través de la mirada de Fate y una prosa vertiginosa, nos sumergimos
de lleno en la ciudad-muerte, en sus bajos fondos de alcohol, violencia, drogas, prostitución y nos
acercamos todavía más al tema del asesinato de mujeres. La cuarta, La parte de los crímenes es la
descripción del asesinato de 119 mujeres, complementado con el relato de policías, investigadores,
periodistas, narcotraficantes y políticos. Y la quinta, La parte de Archimboldi, la primera en orden
cronológico, es la biografía de este personaje anticipado en los capítulos anteriores, desde su infancia
en Prusia hasta su partida a México.
Unir estas cinco partes es el reto de interpretación que nos propone este vasto magma narrativo que se
expande y prolifera en múltiples personajes e historias secundarias. Las obras de Bolaño se leen como
relatos policiales que permanecen en la ambigüedad. Y aquí, la ambigüedad no es poca cosa. Si es
verdad que el gran escritor es el jefe de los asesinos -podría no serlo- estaríamos ante uno de los
principales temas del siglo XX: la cultura que no nos salva de la barbarie.
Esta novela universal escrita en español pertenece al siglo XX porque da cuenta de la guerra europea, el
holocausto y la crisis de una civilización abatida moralmente. Y nos conecta directamente con el siglo
XXI en Santa Teresa, la capital del mal que guarda en el misterio de sus crímenes “el pavoroso secreto
del mundo”.
Luis Fernando Afanador
Poeta colombiano. Crítico de libros de SEMANA
5. Noticias del imperio
La vida de dos príncipes europeos en el México de Benito Juárez da origen a esta novela
Fernando del Paso
México
1987
Vuelta de tuerca de la novela histórica, retablo barroco de la ocupación francesa, Noticias del Imperio,
del mexicano Fernando del Paso, es una novela límite, cuyo inmenso mérito literario está también en
intuir -y resolver- sus inevitables defectos de acumulación. Exhaustiva y extenuante, la novela es una
verdadera cascada de lenguaje: nombres de personajes, lugares, momentos históricos, batallas,
alcurnias, genealogías, linajes, se entrecruzan en una selva de palabras por donde el lector avanza,
deslumbrado y desfalleciente tratando de seguir el hilo cronológico de la historia, tragicómica, de la
restauración de la Casa de Austria en el trono de México.
Luis Napoleón, ‘Napoleón Pequeño’ como lo bautizó cruelmente Victor Hugo, quiso frenar el
expansionismo norteamericano en el continente, inspirado en la Doctrina Monroe, y aprovechando su
guerra civil entre unionistas y confederados, poner un pie firme en la América hispana. Y por ello,
alentando y alentado por los cantos de sirena de los conservadores mexicanos, aprovechó una excusa
banal para ocupar el país, expulsar a su Presidente legítimo a punta de bayoneta e imponer como
gobernantes a la pareja formada por Maximiliano y Carlota de Hamburgo, hijos de reyes, hermanos de
príncipes, alcurnia en estado puro.
La novela está construida con capítulos alternos. Los nones, en voz de Carlota desde el Castillo de
Bouchout, en 1927, donde vive recluida desde hace décadas, narra la historia de su vida. Pero no una
historia de libro de texto, sino subjetiva, libre, en una suerte de flujo de la conciencia joyciano donde se
mezclan amoríos, delirios, sueños y pesadillas, frustraciones, chismes, recuerdos, canciones, que van
configurando de manera magistral este personaje que nació con cuchara de plata y murió loca y
olvidada, mucho después del fin del mundo al que ella pertenecía y que el crimen de Sarajevo enterró
en los anales de la historia. Los capítulos pares forman una novela coral, con la historia paralela de
Europa -en especial de la saga napoleónica y la Casa de Austria-, y México, en su turbulento siglo XIX,
nuestro “siglo de caudillos”. La tensión narrativa va perfilando un enfrentamiento cósmico que se
personaliza en dos figuras diametralmente opuestas: el príncipe de sangre azul Maximiliano y el indio
zapoteco Benito Juárez. El primero nacido y criado entre sábanas de lino; el segundo, el autodidacta
que aprendió a hablar español a los 8 años. El primero heredó un imperio, el segundo llegó al poder de
manera tortuosa, en una batalla de ascenso social inverosímil desde la sierra de Oaxaca hasta el palacio
de gobierno de la ciudad de México. El primero, un conservador caritativo; el segundo, un liberal
implacable. Súbditos contra ciudadanos. Pero la novela no es una saga maniquea. Maximiliano quiso
de verdad a México, lo estudió y amó, y, en muchos sentidos, le capturó el alma. Sus afanes protectores
de las comunidades indígenas y sus obras de embellecimiento de la capital dejaron una honda huella,
espiritual y física, que aún perdura. Y Juárez, con su rigidez republicana, legalista, propició la
desintegración identitaria del mundo rural indígena mexicano, al que pertenecía desde su nacimiento.
Un elemento de astucia literaria acompaña todo el tiempo el hilo narrativo de la novela de Fernando del
Paso: confrontar la lógica del mundo nobiliario con los paisajes y los hechos mexicanos, para, sin
necesidad de señalarlo explícitamente, mostrar la insalvable contradicción entre el ideal monárquico y
la llana realidad de la vida mexicana. Una insalvable comicidad involuntaria resurge de contrastar las
ceremonias oficiales de la corte, con todo su boato y su pompa, con un país devastado por el
militarismo, pobre y safio. Y pese a ello, mantener el empeño de construir una república laica, liberal,
de ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones.
Ricardo Cayuela
Periodista mexicano. Jefe de redacción de la revista Letras Libres
6. Corazón tan blanco
Javier
España
1992
Marías
“No he querido saber, pero he sabido…”. Un inicio que atisba la ambivalencia en que se moverá la
historia, tanto por quien la cuenta como por los hechos que desencadena. Porque aquí igual de
importantes resultan la historia como el lenguaje del cual está hecha. Javier Marías, en Corazón tan
blanco (inscrita en la estética literaria de la posmodernidad) reúne en sus frases palabras que pareciera
que nunca antes se habrían visto juntas en tal armonía. Las convoca en un estilo donde la lectura
avanza germinada de intriga a la vez que el lector se siente tentado a desandar parte del recorrido. Un
traductor recién casado rastrea el origen de su presencia en el mundo, mientras describe y reflexiona
sobre las conveniencias o no del matrimonio, y reconstruye pasados ocultos.
Más que memoria y olvido, secretos y confesiones, Corazón tan blanco es una historia de titubeos y
confusiones. De los miedos a punto de emboscar. De lo que no vemos, ni sabemos pero presentimos.
De deseos sabidos o insospechados pero anhelados. Del oír y del hablar. Del callar. Ello a través de un
narrador que cuenta mientras en ese contar trata de entender para sí los hechos. Es una obra que la que
parece vislumbrarse el tiempo como una bola, la vida en un solo instante y a la vez sin quedarse
inmóvil.
Winston
Manrique
Periodista colombiano. Redactor de Babelia.
Sabogal
7. Bartleby y Compañía
Enrique
España
2000
Vila-Matas
Bartleby y compañía es uno de esos contados libros que producen adicción y que se convierten en
objeto de culto. Algo así ya le había pasado a su autor con Historia abreviada de la literatura portátil,
donde aparecen por primera vez los shandys, personajes tan incógnitos como apasionantes. ¿Cómo
logró su autor crear, ahora con los bartlebys, este extraordinario efecto, si en ellos sólo se habla de
libros y de escritores, material lo suficientemente minoritario para ser clasificado, por parte de los
editores, como invendible y, por los lectores, como aburrido? Afortunadamente las leyes del mercado
-y del gusto- también se equivocan, ya que gracias a su rareza es que podemos disfrutarlo. Y a su
genialidad. Este libro es, nada más ni nada menos, la crónica aguda y dolida de aquellos autores que
han decidido dejar de escribir, aquellos sobre quienes se ha abatido esa “iluminación negativa” de la
que hablaba Valéry. La galería, empezada por el propio protagonista del cuento de Melville, Bartleby el
escribiente (quien contestaba cada vez que le encargaban un trabajo con la frase “preferiría no
hacerlo”), continúa con autores como Hölderlin, Gil de Biedma, Rulfo, y muchísimos más que se
vieron impulsados por esa “sutil rendición” al silencio. Se trata entonces en esta novela de ponerlos
como cartas sobre la mesa para comprender que “no escribir es un acto más valiente que hacerlo”.
Ramón Cote Baraibar
Poeta colombiano
8. Santa Evita
Tomás
Argentina
1995
Eloy
Martínez
Con el golpe magistral de Santa Evita, Tomás Eloy Martínez prolonga la rica tradición literaria
argentina que asume realidad y ficción. Una verdadera y falsa historia con reales y falsos personajes,
hechos falsos y reales sobre un personaje real. Así, un periodista rastrea durante años, por medio de
entrevistas, documentos inaccesibles y lecturas, la historia del asombroso destino del cadáver
embalsamado de Evita Perón. El narrador terminará por emprender la escritura de una novela sobre su
búsqueda, pues comprende que es éste el único género capaz de narrar ese capítulo denso, inverosímil y
retorcido de la historia de la Argentina. En poquísimos años, María Eva Duarte logró transustanciarse
en la primera dama de su país, desatar pasiones y convertirse en la protectora y mediadora del pueblo
junto a su marido, iniciando, a la vez, una veneración hagiográfica que permanece intacta hasta el día
de hoy. La momia de Evita pasará de mano en mano, ocultada de lugar en lugar, cargada por amigos y
enemigos de la difunta. Inconfesables razones hacen que se encuentren a cargo de aquel cuerpo sin
poder deshacerse de él y poner punto final a la suerte de embrujo y como maldición que éste, desde
ultratumba, ejerce sobre aquellos que se le acercan. Santa Evita puede ser, también, como una metáfora
de un alma en pena, Argentina, que no acaba de encontrar su reposo eterno.
Héctor Feliciano
Escritor y periodista puertorriqueño
9. Mañana en la batalla piensa en mí
Javier
España
1994
Marías
Otra vez, como en Corazón tan blanco, una primera escena formidable enreda las cosas y las deja en
cabos sueltos que van a seguir sueltos al final porque no aspiran a resolverse definitivamente, como
enseñó Juan Benet, sino apenas a servir de pretexto para indagar en lo velado y lo oculto, lo callado y
lo embustero, lo mal sabido y lo apenas adivinado: “Eran esas tres cosas lo que me quedaba de mi
mortal visita: el olor, el sostén, la cinta, y en la cinta voces”. Y otra vez en el origen de todo hay una
muerte y un sujeto perplejo y reflexivo, indeciso y calculador, que ha de despertar los enlaces ocultos
de las cosas, las posibles explicaciones en torno a los seres. En manos de Javier Marías esos resortes
sirven eficazmente para armar una de esas novelas suyas empujadas a base de conjeturas y
especulación, propensión fabuladora de los personajes (y el narrador de esos personajes) y conciencia
de lo esquivo de todo, de lo precario de todo saber, pese a las apariencias. Sin llegar a la honda tensión
de sus dos últimos títulos, primeras entregas de la novela en marcha que viene publicando bajo el título
de Tu rostro mañana, esta es una pieza importante del macroproyecto novelesco de Marías en torno al
saber que no alcanza lo que quiere y no llora, ni se queja: “Nunca se sale de la sombra del todo, los
otros nunca se acaban y siempre hay alguien para quien se encierra un misterio”.
Jordi Gracia
Escritor y crítico literario español
10. El desbarrancadero
Fernando
Colombia
2001
Vallejo
Aunque así quiso encasillarla la prensa, El desbarrancadero no es una novela sobre la madre. El
desbarrancadero es una de las más hermosas novelas escritas en las últimas décadas en español, y una
que trata sobre un tema poco común en la literatura: el del amor fraterno. En ella, se narra la agonía de
un hombre, y el íntimo desgarro de su hermano que lucha tan desesperada como inútilmente por
salvarlo. Y si en ella el narrador lanza vituperios contra la madre, es porque esa madre representa a la
madre patria, a la madre paridora, a Colombia. Para Vallejo todo amor verdadero es doliente. El amor
en sí mismo es una pura congoja. El amor fundamental por la vapuleada gramática, por el hermano
enfermo que se muere, por la finca de Santa Anita -el paraíso perdido de la infancia-, por un país hecho
trizas, por la Bruja, su perra, que también se le murió. Eso es lo que dice Vallejo. Y lo dice
enmascarando la fractura con un duro puñetazo propinado por la mano fracturada. De ahí el recurso de
la virulencia verbal, del énfasis exaltado que exige los constantes signos de exclamación. Todo en
Vallejo es un ¡ay! lleno de estricta pesadumbre, y que sin los signos que lo flanquean no diría la misma
cosa. Que la vida es pérdida, dice también. De ahí que en su literatura todo sea en el fondo agónica
añoranza y letanía. El desbarrancadero es la cuesta por la sube y rueda Sísifo con su inmensa piedra, y
es la protesta ante el final que representa la muerte de lo que se ama.
Marianne Ponsford
Directora de Arcadia
11. La virgen de los sicarios
Fernando
Vallejo
Colombia
1994
Fernando Vallejo ha actualizado el recurso retórico de la diatriba para nuestros tiempos complacientes.
En La Virgen de los sicarios, el gramático lanza injurias contra Dios, Colombia, las autoridades, los
pobres, la misma existencia humana: “Creemos que existimos pero no, somos un espejismo de la nada,
un sueño de basuco”. Se trata de un discurso violento, escrito con pasión, pero a la vez con una prosa
tan perfecta como flexible, con conceptos atados a imágenes poderosas. En las palabras del gramático
enamorado de un adolescente asesino -un relato que tan pronto conmueve como devasta-, hay algo de
la furia nihilista de los narradores de Thomas Bernhard, pero aquí hay más claroscuros que en el
monocorde Bernhard, una mayor capacidad para captar el temor y el temblor de la vida.
Vallejo nos dice que el enfrentamiento entre civilización y barbarie, paradigma de la cultura
latinoamericana desde el siglo XIX, ya no va más: hace rato que la barbarie ha ganado la partida. No es
casual que sea un gramático el narrador: en el país de las formas y las buenas costumbres, es alguien
dedicado al orden de la letra el testigo privilegiado del caos. El gramático dice que “a Medellín… el
cine y la novela le quedan muy chiquitos”. La paradoja de Vallejo es que, en La Virgen de los sicarios,
el escritor nos demuestra con contundencia que nada le queda chico a la novela.
Edmundo Paz Soldán
Escritor boliviano
12. El entenado
Juan
Agentina
José
Saer
El entenado narra la desventurada expedición española que a comienzos del siglo XVI es diezmada por
una horda de antropófagos en los playones del Río de la Plata. El grumete de la tripulación, único
sobreviviente, incursionará en el ámbito arcaico de los colastiné y se convertirá en memoria vital de
aquellos rituales violentos ejecutados para darle continuidad a su mundo de imprecisiones. La larga
convivencia entre la tribu se interrumpe cuando el entenado es arrastrado río abajo, hacia una flota de
galeones anclada en la desembocadura. El mozalbete de 10 años atrás ha dado paso a un hombre
alienado, reafirmado en la sensación de ser el extranjero de siempre, oculto al entendimiento de los
otros. Saer, una de las voces más auténticas de la literatura argentina, fallecido en París en 2005,
sostenía que “el lenguaje nunca alcanzaría para cubrir todo lo que el tiempo y el pensamiento
reclaman”. El Entenado, más allá de ser una novela histórica o crónica de las primeras travesías de
ultramar que propiciaron el establecimiento del régimen colonial en el Nuevo Mundo, es una historia
sobre la soledad, el exilio interior, la precariedad del lenguaje para nominar el conflicto insoluble entre
sociedad e individuo. “Cuando nos olvidamos, es que hemos perdido, sin duda alguna, menos memoria
que deseo”, afirmará el entenado porque sabe que detrás de la escritura, con la que revalida su patente
marginalidad, sólo hay silencio recorriendo las fístulas del tiempo.
Luis Barros Pavajeau
Escritor colombiano
13. Soldados de Salamina
Javier Cercas
España
2001
S oldados de Salamina se inicia con una serie de confesiones del narrador: el abandono de su esposa, la
muerte de su padre, las dificultades en su trabajo. Instalado en su rutina de fracasos, el protagonista se
entera de un hecho excepcional. Lee que al final de la guerra, cerca de Barcelona, un soldado
republicano evitó capturar y matar a un prisionero después de encontrarlo bajo la lluvia. La noticia le
llega desde un mundo desconocido: el mundo de los héroes. En su respuesta a este llamado, el narrador
(con la ayuda de Conchi, un contrapunto humorístico y vital indispensable), se propone buscar a este
héroe. Su propósito aparente es descubrir algo que nunca sabremos, por qué salvó de morir a un
enemigo. Su intención real es adentrarse en el mundo de las gestas de la compasión.
La historia, contada con la eficacia de la crónica y la hondura de la novela confesional, llega a su fin
con el excepcional retrato de Toni Miralles. Miralles no es un modelo de moralidad sino una
composición contradictoria de impulsos vitales. Es un viejo solitario que habla de sus compañeros
muertos, pellizca a la monja que lo cuida, llora, y pide ser abrazado. Es un personaje sagrado y a la vez
terriblemente humano, la aparición del tesoro al final del viaje. Miralles expresa el único tipo de héroe
que le queda al mundo, el héroe anónimo. A pocos personajes de ficción me hubiera gustado conocer
tanto como a él.
Alonso Cueto
Escritor peruano
14. Estrella distante
Roberto
1996
Bolaño
Estrella distante, junto con La literatura nazi en América (1996) y Llamadas telefónicas (1997),
anticipó el Mito Bolaño, que se consolida, de forma definitiva, con su meganovela Los detectives
salvajes (1998). Bolaño aprovechó un capítulo de La literatura nazi… para escribir Estrella distante:
hizo que un personaje cruzara de una novela a otra, anunciando a un escritor que reinventó en cada uno
de sus libros los hallazgos de su obra. Latinoamérica a partir del antes y el después que significó el
gobierno de Salvador Allende (1970-1973), su registro político y la forma como Bolaño ofreció otra
perspectiva a lo ya dicho y leído, enseñaron a través de la aventura protagonizada por Ruiz-Tagle y por
Weider -el aviador que escribía con humo en el aire-, la actitud de un autor capaz de reescribir la
tradición. Bolaño hizo de la literatura una salvación posible al miedo y a los fantasmas que una
generación heredó de sus mayores. Tanto en Estrella… como en Los detectives…, la Historia con
mayúscula se relaciona con la intimidad de los talleres literarios, la ansiedad por la escritura y la forma
como es posible que la realidad nos confunda, acaso como si viviéramos en una ficción tan
desconcertante como ingobernable.
Hugo Chaparro
Escritor colombiano
15. Paisaje después de la batalla
Juan
España
1982
Goytisolo
Juan Goytisolo ha tenido por virtud desmentir a la historia (esa madrastra de la verdad) para ampliar la
orilla del presente (esa economía del olvido). Pero en Paisajes después de la batalla logró una proeza:
prefigurar el futuro. El paseante que asume roles perversos ve París ocupada por inmigrantes y
testimonia el espectáculo de un mundo que sucumbe. Los letreros de la calle son reemplazados por
frases en árabe, como si la Ciudad de las Luces fuese de las Sombras. En esa serie farsesca de escenas
desurbanas, la novela se despliega no como una contrautopía, sino como un acto ella misma de
ocupación que resta y de crítica que desfunda. París ya no es “capital del siglo XIX” sino las primeras
ruinas del XXI. Poseída por la paciente furia de Genete, por el sarcasmo arrebatado de Celine, por el
apetito provocador de Gide, su prosa gozosa hace que ésta sea hoy su novela más gratuita y, por ello,
más valiosa. Su encantamiento es un despropósito: contar lo improbable, parodiarse con humor,
dividirse entre su personaje y su narrador, y no esperar demasiado de su tiempo. La “hecatombe” que
proclama no es otra que la comedia del fin de la edad burguesa, cuando prevalece la risa del lector ante
“el mapa universal de la idiotez”. Goytisolo anticipó con brío las transformaciones de la novela actual.
Adelantó contra “el milenio que viene”, su libertad como un conjuro.
Julio Ortega
Crítico y escritor peruano
16. La ciudad de los prodigios
Eduardo
España
Mendoza
1986
Obra definitiva y crucial en la carrera del autor catalán que, como se lee en el suplemento español El
Cultural, “bautizó a una ciudad, Barcelona”, la gran protagonista del libro y puerto en el que habita uno
de los mejores personajes creados por Mendoza: el ambicioso Onofre Bouvila, que está dispuesto a
comenzar su ascenso social a cualquier precio. En esta novela se mezcla la buena prosa y el humor
negro del autor.
17. El jinete polaco
Antonio
España
1991
Muñoz
Molina
El escritor la recuerda como “la novela más brutal, más descarada y más dura que he hecho”. Con ella
ganó el Premio Planeta (tenía 35 años), continuó con el mito de su ciudad imaginada y recurrente:
Mágina, y narró la historia de Manuel, un traductor simultáneo que recuerda diversas etapas de su vida.
Para Vásquez Montalbán, El Jinete es un “excelente bolero”; Onetti la recordaba como una obra
“extraordinaria”.
18. El testigo
Juan
México
2004
Villoro
Novela ganadora del Premio Herralde que cuenta la historia de Juan Valdivieso, un mexicano profesor
de literatura que decide volver a su tierra natal después de varios años de vivir en Europa. Y regresa en
un momento crucial: el PRI, partido dominante durante décadas, acaba de perder las elecciones. De
“viaje alucinante” califica Vila Matas este libro de Villoro.
19. Salón de belleza
Mario
México
2000
Bellatin
Una terrible peste azota al pueblo en el que transcurre esta ficción. Los infectados sólo encuentran
refugio en el salón de belleza del peluquero, un espacio que se convierte en hospital, casa y morada
final de los afectados. Mientras los humanos mueren, los peces de la pecera del salón son únicos
testigos de sus finales. Así de cruda y claustrofóbica es la novela del autor mexicano, una obra “sin
moraleja”, según la editorial Tusquets.
20. Cuando ya no importe
Juan
Uruguay
1993
Carlos
Onetti
Al año siguiente de la publicación de esta novela, el maestro uruguayo, inventor de la novela
latinoamericana contemporánea, fallecería. En su trabajo póstumo narra la historia de soledades de
Carr, el derrotado protagonista de la obra que anota su tragedia en un diario: “Escribí la palabra muerte
deseando que no sea más que eso, una palabra dibujada con dedos temblones”.
21. La tejedora de coronas
Germán
Colombia
1982
Espinosa
Considerada una de las obras más importantes de la literatura colombiana. Novela histórica que tiene
como base la Cartagena del siglo XVIII, pero que por obra y gracia de las aventuras de su entrañable
protagonista, Genoveva Alcocer, La tejedora de coronas termina por llevar al lector a través de un
emocionante viaje por el Viejo Continente que incluye encuentros con Voltaire y muchos otros
protagonistas de la historia de esa época. Obra declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
22. El paraíso en la otra esquina
Mario
Perú
2003
Vargas
Llosa
Las historias de la feminista Flora Tristán y su nieto, el artista Paul Gauguin, son las que inspiran esta
novela. Una que va más allá del simple repaso histórico porque, como el mismo Vargas Llosa anotó:
“Este no es un libro arqueológico, no reproduce el pasado, acude a él para entender el presente”. Texto
con temple, como La fiesta del Chivo.
23. Cae la noche tropical
Manuel
Argentina
1988
Puig
La tarde agoniza en Rio de Janeiro. El sol se oculta y dos ancianas, Luci y Nidia, en una conversación
cargada de nostalgia, hablan de sus vidas y los años pasados. El autor de El beso de la mujer araña
demuestra de nuevo su gran habilidad para construir diálogos frescos, fluidos, naturales; más que un
libro, Puig les da a los lectores lecciones de buena charla.
24. Doctor Pasavento
Enrique
España
2006
Vila
Matas
El propio autor contaba que su libro puede ser entendido como “la aventura de un hombre que se queda
solo y viaja hasta el final en una fuga sin fin”. Esa es una manera de resumir la historia de Pasavento,
un hombre interesado en la vida del escritor suizo Robert Walter, del que quiere aprender “el arte de
convertirse en nada”
25. Herrumbrosas lanzas
Juan
España
1983
Benet
Siempre acusado de autor “difícil”, el escritor madrileño emprende en tres volúmenes una de sus obras
más ambiciosas, pero al mismo tiempo más accesible. Esta, que parece inspirarse en los versos de
Elegía Primera de Miguel Hernández :”Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, / y en traje de
cañón, las parameras”, tiene como tema central la Guerra Civil española
Trecera Entrega: de la 26 a la 40
26. Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.
Álvaro Mutis, Colombia, 1993
27. El invierno en Lisboa.
Antonio Muñoz Molina, España, 1987
28. Verdes valles, colinas rojas.
Ramiro Pinilla, España, 2005
29. Mal de amores.
Ángeles Mastretta,
México, 1996
30. Donde las mujeres.
Álvaro Pombo
España, 1996
31. El pasado.
Alan Pauls
Argentina, 2003
32. El rastro.
Jorge Gómez Jiménez
Venezuela, 1993
33. Santo oficio de la memoria.
Mempo Giardinelli
Argentina, 1991
34. Los años con Laura Díaz.
Carlos Fuentes
México, 1999
35. Plenilunio.
Antonio Muñoz Molina
España, 1997
36. Todas las almas.
Javier Marías
España, 1989
37. Cartas cruzadas.
Darío Jaramillo
Colombia, 1995
38. La casa del padre.
Justo Navarro
España, 1994
39. La visita en el tiempo.
Arturo Uslar Pietri
Venezuela, 1990
40. La historia de Horacio.
Tomás González
Colombia, 2000
Segunda entrega: de la 41 a la 70
41. La grande.
Juan José Saer
Argentina, 2005
42. El arte de la fuga.
Sergio Pitol
México, 1996
43. La velocidad de la luz.
Javier Cercas
España, 2005
44. Olvidado rey Gudu.
Ana María Matute
España, 1997
45. La gesta del marrano.
Marco Aguinis
Argentina, 1991
46. Un viejo que leía novelas de amor.
Luis Sepúlveda
Chile, 1989
47. Plata quemada.
Ricardo Piglia
Argentina, 1997
48. El vuelo de la reina.
Tomás Eloy Martínez
Argentina, 2002
49. Diablo guardián.
Xavier Velasco
México, 2003
50. Igur Neblí.
Miquel de Palol
España, 1994
51. La nieve del almirante.
Álvaro Mutis
Colombia, 1986
52. Vigilia del almirante.
Augusto Roa Bastos
Paraguay, 1992
53. Un campeón desparejo.
Adolfo Bioy Casares
Argentina, 1993
54. Los pichiciegos.
Fogwill
Argentina, 1993
55. La burla del tiempo.
Mauricio Electorat
Chile, 2004
56. Una novela china.
César Aira
Argentina, 1987
57. El inútil de la familia.
Jorge Edwards
Chile, 2004
58. Lumperica.
Diamela Eltit
Chile, 1983
59. La otra mano de Lepanto.
Carmen Boullosa
México, 2005
60. En estado de memoria.
Tununa Mercado
Argentina, 1990
61. Veinte años y un día.
Jorge Semprún
España, 2003
62. Ladrón de lunas.
Isaac Montero
España, 1999
63. La cuadratura del círculo.
Álvaro Pombo
España, 1999
64. No me esperen en abril.
Alfredo Bryce Echenique
Perú, 1995
65. Luna Caliente.
Mempo Giardinelli
Argentina, 1983
66. Una sombra ya pronto serás.
Osvaldo Soriano
Argentina, 1990
67. El cuarto mundo.
Diamela Eltit
Chile, 1988
68. La silla del Águila.
Carlos Fuentes
México, 2003
69. Temblor.
Rosa Montero
España, 1990
70. Historia del silencio.
Pedro Zarraluki
España, 1995
Primera entrega: de la 71 a la 100
71. Los fantasmas.
César Aira
Argentina, 1990
72. Angosta.
Héctor Abad Faciolince
Colombia, 2003
73. La muerte como efecto secundario.
Ana María Shua
Argentina, 1997
74. La orilla oscura.
José María Merino
España, 1985
75. La vida exagerada de Martín Romaña.
Alfredo Bryce Echenique
Perú, 1981
76. Sin remedio.
Antonio Caballero
Colombia, 1984
77. El tiempo de las mujeres.
Ignacio Martínez de Pisón
España, 2003
78. Al morir Don Quijote.
Andrés Trapiello
España, 2005
79. Glosa.
Juan José Saer
Argentina, 1986
80. Crónica de un iniciado.
Abelardo Castillo
Argentina, 1991
81. El traductor.
Salvador Benesdra
Argentina, 2002
82. Cumpleaños.
César Aira
Argentina, 2001
83. La sexta lámpara.
Pablo de Santis
Argentina, 2005
84. El embrujo de Shangai.
Juan Marsé
España, 1993
85. El maestro de esgrima.
Arturo Pérez Reverte
España, 1988
86. Carreteras secundarias.
Ignacio Martínez de Pisón
España, 1996
87. Rosario Tijeras.
Jorge Franco
Colombia, 1999
88. La sombra del viento.
Carlos Ruiz Safón
España, 2001
89. Camino a la perdición.
Luis Mateo Díez
España, 1995
90. A sus plantas rendido un león.
Osvaldo Soriano
Argentina, 1988
91. Memorias de mis putas tristes.
Gabriel García Márquez
Colombia, 2005
92. Autómata.
Adolfo García Ortega
España, 2006
93. Del amor y otros demonios.
Gabriel García Márquez
Colombia, 1994
94. Ella cantaba boleros.
Guillermo Cabrera Infante
Cuba, 1996
95. La novela luminosa.
Mario Levrero
Uruguay, 2005
96. La guerra de Galio.
Héctor Aguilar Camín
Chile, 1994
97. Arráncame la vida.
Ángeles Mastreta
México, 1998
98. Arturo, la estrella más brillante.
Reinaldo Arenas
Cuba, 1984
99. La orilla africana.
Rodrigo Rey Rosa
Guatemala, 1999
100. Los vigilantes.
Diamela Eltit
Chile, 1994
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