LEONARDO BOFF, ETICA MORAL LA BÚSQUEDA DE LOS FUNDAMENTOS Traducción: Ramón Alfonso Díez Aragón Título del original en portugués: Etica e moral. A busca dos fundamentos © 2003 by Animus / Anima Produçóes Petrópolis, RJ www.animus/anima.com Para la edición española: E-mail: salterrae@salterrae.es http://www.salterrae.es © 2004 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1546-2 Depósito Legal: BI-67304 Fotocomposición: Sal Terrae — Santander Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. — Bilbao Trascripción en proceso de autorización para uso exclusivo de la materia de Taller de Ética. Enero 2011. Contenido Introducción 1. Ética: la enfermedad y sus remedios 1. Nuestro pecado de origen 1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer . 1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? 1.3. Un nuevo reencantamiento 2. Paradigma-conquista 3. Paradigma-cuidado 4. La religación, base de la civilización planetaria ... 2. Genealogías de la ética 1. Cómo nace la ética 1.1. Religión y razón: fuentes de la ética .... 1.2. El afecto: fuente originaria de la ética .. 1.3. Tensión entre afecto y razón 1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor . 2. El fundamento: daimon y ethos, el ángel y la morada 3. Ética y moral: distinciones y definiciones ... . 3.1. Definición de «ética» y de «moral» 3.2. Experiencia fundamental: la morada humana. 3.3. Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral 4. El ethos que busca 5. El ethos que ama . 6. El ethos que cuida 7. El ethos que se responsabiliza 8. El ethos que se solidariza 9. El ethos que se compadece 10. El ethos que integra 3. Virtudes cardinales de una ¿ética planetaria 1. Bien común para toda la comunidad de la vida 2. Autolimitación: virtud ecológica 3. La justa medida: fórmula secreta del universo y de la felicidad 4. Guerra y paz 1. Amenaza contra la paz: el imperialismo globalizado 2. Terrorismo: la guerra de los ofendidos 3. La globalización del riesgo 4. La guerra: una cuestión metafisica 5. Guerra y ética 6. La paz posible 7. La paz y el «efecto mariposa» Conclusión Bibliografla La Carta de la Tierra INTRODUCCIÓN CUANTO MAYOR ES EL RIESGO, TANTO MAYOR ES LA SALVACIÓN Nadie está hoy en condiciones de decirnos hacia dónde camina la humanidad: si hacia un abismo que nos tragará a todos o hacia una culminación que nos englobará a todos. Lo cierto es que estamos entrando en un nuevo rellano de conciencia, la conciencia planetaria; que sentimos la urgencia de una alianza entre los pueblos que descubren que están juntos dentro de la única Casa Común, una alianza necesaria para poder convivir de una forma mínimamente pacífica, y que se hace necesario un cuidado especial de la Tierra y de sus ecosistemas, si no queremos perder las bases de nuestra subsistencia. Hay señales para todos los escenarios. Pero ninguna de ellas es inequívoca. Estamos condenados a hacer camino caminando, no pocas veces en medio de una noche oscura, sin ver claramente la dirección y sin poder identificar los obstáculos. Y tenemos que creer y esperar que el camino nos lleve a algún lugar que sea bueno para morar y detenerse en él. Pero hay una constatación indiscutible: la aterradora crisis ética y moral que se extiende por todas partes ha alcanzado ya el corazón de la humanidad. ¿Quién tiene suficiente autoridad para decirnos lo que todavía es bueno y malo, lo que todavía vale? Nos sentimos perplejos, confundidos y perdidos. Percibimos, por otro lado, la urgencia de puntos comunes que orienten algunas prácticas salvadoras. Si no los encontramos, podemos encaminarnos hacia lo peor y —,quién sabe?— quizás nos aguarde el mismo destino que a los dinosaurios. Nuestra generación ha caído en la cuenta de que tiene condiciones y medios para poner fin a la especie humana y herir de muerte a la biosfera. ¿Qué ética y qué moral pondrán freno a ese poder avasallador? Prescindiendo de esta amenaza extraordinaria, ¿qué revolución ética y moral hay que hacer para curar la mayor haga que avergüenza a la humanidad, y concretamente a nuestro país: los millones y miles de millones de seres humanos que gritan desesperadamente al cielo pidiendo un poco de compasión y misericordia en forma de pan, de agua potable, de salud, de vivienda, de reconocimiento y de inclusión en la familia humana? Cuando nos encontramos en crisis que afectan a las razones de la convivencia humana y al sentido último de la vida, ha llegado el momento de detenernos un momento y reflexionar sobre los fundamentos. Es la oportunidad de revisar la experiencia seminal y originaria que hizo nacer en otros tiempos y hace brotar todavía hoy lo que llamamos «ética» y «moral». Como veremos, la experiencia protoprimaria reside en la morada humana, en morar en este mundo junto con otros, cuidándonos mutuamente y cuidando lo que es común. Morar es una experiencia irreducible, cargada de significaciones que el pensamiento tiene que desentrañar. Tal vez bebiendo de esta fuente recibamos el regalo de alguna inspiración prometedora que nos muestre cómo debemos ser y comportarnos actualmente. Meditando a partir de los desafios propios de la nueva fase de la historia de la humanidad y de la misma Tierra, la fase planetaria, obtendremos alguna luz. Y toda luz es creadora y liberadora. Muestra caminos y señala la dirección. Y, sobre todo, mantiene viva la esperanza. El sentido de las reflexiones que hemos hecho en los últimos tiempos, unas habladas y otras publicadas en órganos de la prensa escrita, reside en el propósito de hacer pensar, de invitar a los lectores y a las lectoras a inquietarse y, con la inquietud, a movilizarse en busca de un paradigma ético y moral que esté a la altura de los desafíos que experimentamos. Si el riesgo es grande, decía un poeta-pensador alemán, grande y mayor aún es la posibilidad de salvación. Esta es la irrefrenable esperanza que inunda estas páginas. Petrópolis, en la fiesta de San Juan de 2003 1 ÉTICA: LA ENFERMEDAD Y SUS REMEDIOS 1. NUESTRO PECADO DE ORIGEN Analistas procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de la nueva cosmología nos advierten que el tiempo actual se asemeja mucho a las épocas de ruptura en el proceso de evolución, épocas de extinciones en masa. No porque pese sobre nosotros alguna amenaza cósmica, sino por causa de la actividad humana, que es altamente depredadora de todos los ecosistemas. Hemos llegado a un punto en que la biosfera está a merced de nuestra decisión. Si queremos seguir viviendo, tenemos que quererlo de verdad y garantizar las condiciones adecuadas. 1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer Cálculos optimistas establecen el año 2030 como fecha-límite para esta decisión. A partir de ese momento la sostenibilidad del sistema Tierra no estará ya garantizada, y entraremos en una crisis cuyo resultado es imponderable. La Carta de la Tierra, documento producido por la nueva conciencia ecológica y de ética mundial, y asumido por la UNESCO, advierte en su introducción: «Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida». 1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? ¿Por qué hemos llegado a este punto crucial? La respuesta más inmediata se fija en las revoluciones iniciadas en el neolítico, hace diez mil años: la revolución agrícola, seguida de la industrial y completada por la del conocimiento y la comunicación de los tiempos actuales. Estas revoluciones modificaron la faz de la Tierra para bien y para mal. Por un lado, aportaron inmensas comodidades y prolongaron considerablemente la expectativa de vida. Por otro, depredaron el sistema Tierra por el monocultivo tecnológico y material y por la deshumanización de las relaciones entre las personas y los pueblos. La segunda respuesta, más elaborada, trata de saber qué sueño perseguía el ser humano con esas revoluciones, especialmente con el inmenso progreso técnico-científico y cultural. Era el sueño de la prosperidad material que había que conseguir por el poderdominación sobre la naturaleza y sus recursos, sobre la mujer, sobre los pueblos y sus riquezas, y sobre la explotación de la fuerza de trabajo de las personas. Esta prosperidad, hay que reconocerlo, ha traído incontables beneficios en todos los campos del bienestar material. Pero como ha sido predominantemente material y no ha estado acompañada por un desarrollo ético y espiritual, ha acarreado un espantoso vacío existencial, ha provocado una devastadora destrucción del sentido cordial de las cosas y ha ocasionado una inmensa devastación de la naturaleza. Ese sueño de prosperidad ilimitada ocupa el imaginario colectivo de la humanidad y da forma a la agenda central de cualquier gobierno. ¡Ay de la política económica y técnico-científica que no presente anualmente índices positivos de crecimiento! Pero ese sueño se está transformando en una pesadilla, pues está llevando a los países, a la humanidad y a la Tierra a un impasse fatal: los recursos son limitados, las ganancias no pueden ser generalizadas para todos, porque entonces tendríamos que disponer de otras tres Tierras con los recursos de la nuestra, y la capacidad de aguante y regeneración del Planeta se encuentra en estado crítico. Tenemos que cambiar de rumbo o nos enfrentaremos a lo imponderable. Pero esas respuestas, aun siendo objetivas, no van suficientemente a la raíz de la cuestión. Hay una causa última: la quiebra de la religación del ser humano consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el sentido trascendente de la vida. ¿Acaso no es el ser humano, esencialmente, un nudo de relaciones en todas las direcciones? ¿Por qué se rompió la red de relaciones? Para dar una respuesta que tenga sentido tenemos que entender previamente dos fuerzas fundamentales que actúan siempre juntas y que construyen concretamente al ser humano y a cualquier otro ser del universo: la fuerza de autoafirmación y la fuerza de integración. Por la fuerza de auto-afirmación, cada uno consigue hacer valer y garantizar su supervivencia y su posibilidad de seguir coevolucionando. Por la fuerza de integración se refuerzan las relaciones inclusivas, se garantiza la cooperación de todos con todos y, de este modo, se asegura mejor el futuro. Ninguna de esas dos fuerzas es suficiente sin la otra. Las dos tienen que actuar sinergéticamente, reforzándose y completándose mutuamente. Cualquier ruptura del equilibrio es fatal. Si el ser humano se auto-afirma sin integrarse, se aísla y se enemista con los demás, y entonces vive amenazado o tiene que usar cada vez más fuerza para defender- se. Si se integra en el todo sin auto-afirmarse, pierde la identidad y acaba desapareciendo, asimilado en el todo. La sabia lógica de la naturaleza hace que las dos fuerzas de autoafirmación y de integración funcionen siempre en un sutil equilibrio y en una medida justa para que los seres no destruyan la armonía del todo y, al mismo tiempo, conserven su singularidad. Pero el ser humano rompió esta justa medida: exacerbó la autoafirmación en detrimento de la integración; descubrió la fuerza de su inteligencia y su creatividad; y usó esta fuerza para ponerse por encima de los demás. En lugar de estar junto a los demás seres, se puso sobre ellos y contra ellos. En ese momento comenzó el auto-exilio del ser humano, y después se fue alejando lentamente de la Casa Común, de la Tierra, y de los demás compañeros y compañeras en la aventura terrenal. Rompió los lazos de coexistencia con ellos. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en su inmensa diversidad. Despreció el tejido de las interdependencias, de la comunión con los vivos y con la Fuente originaria de todo ser. Se colocó en un pedestal solitario desde el cual pretende dominar la tierra y los cielos. Este es nuestro pecado de origen que subyace en la crisis ética de nuestra civilización: nuestra auto-concentración, nuestra ruptura fatal. Esta postura de arrogancia produjo la mayor tragedia de la historia de la vida. Sus consecuencias llegan hasta nuestros días, y de una forma peligrosa, pues engendró el principio de autodestrucción de la especie y de su hábitat natural. Los griegos pensaban que esa actitud arrogante (que ellos llamaban hybris) provocaba la fulminación de los dioses, pues veían en ella la mayor perversión de la naturaleza. 1.3. Un nuevo reencantamiento Urge rehacer el camino de vuelta, rumbo a la casa materna común y hermanándonos con todos los seres. Tenemos que dejar el exilio, cultivar nostalgias, como en la parábola del hijo pródigo, reavivar sueños antiguos de comunión, de paz sin amenaza, de benevolencia generalizada, sueños escondidos en el corazón de todos los humanos y testimoniados en sus mitos, ritos e historias. Principalmente necesitamos la paz, que es la plenitud resultante de las relaciones adecuadas con todas las cosas, con todas las formas de vida, con todas las culturas, con nosotros mismos y con Dios. Para ello el ser humano tiene que reencantarse con la naturaleza y con el universo. Ese reencantamiento no irrumpe por sí mismo, sino que emerge a partir de una nueva experiencia espiritual y un nuevo sentido de ser. Esa nueva experiencia y ese nuevo sentido tampoco brotan espontáneamente, sino que surgen a partir de la activación consciente e intencionada del principio de lo femenino, de la dimensión del anima (que se completa con el animus) presente en los hombres y en las mujeres. Lo femenino en nosotros es aquella energía estructuradota que nos hace sensibles a todo lo que tiene que ver con la vida y la cooperación, que capta el valor de los hechos, que lee el mensaje secreto emitido por todos los seres, que identifica el hilo conductor que liga y re-liga las partes en el todo, y el todo a la Fuente originaria de la que todo procede. Lo femenino nos enseña a cuidar de todo con celo entrañable. El cuidado constituye la esencia del anima y la precondición necesaria para que continúe la vida. De lo femenino y del cuidado surge un nuevo paradigma ético que coloca la vida en el centro: vida compartida con otros, vida abierta hacia arriba y hacia delante, abierta a las virtualidades que se esconden dentro de ella y que quieren ver la luz y hacer historia. Aquí reside la curación de nuestro pecado de origen. 2. PARADIGMA-CONQUISTA En el conjunto de los seres de la naturaleza, el ser humano ocupa un lugar singular. Por un lado, es parte de la naturaleza por su enraizamiento cósmico y biológico. Es fruto de la evolución que produjo la vida, de la que él es expresión consciente e inteligente. Por otro lado, se eleva sobre la naturaleza e interviene en ella, creando cultura y cosas que la evolución nunca crearía sin él, como una ciudad, un avión o un cuadro de Portinari. Por su naturaleza, es un ser biológicamente carente, pues, a diferencia de los animales, no posee ningún órgano especializado que le garantice la subsistencia. Por ello se ve obligado a conquistar su sustento, modificando el medio, creando así su hábitat. Esto explica que en el proceso de hominización surgiera muy pronto el paradigma de la conquista. Salió de Africa, donde irrumpió como Homo erectus hace siete millones de años, y se puso a conquistar el espacio, empezando por Eurasia, pasando por Asia y América y terminando por Oceanía. Con el crecimiento de su cráneo, evolucionó y se convirtió en Horno habilis, inventando, hace 2,4 millones de años, el instrumento que le permitió aumentar aún más su capacidad de conquista. Por comparecer como un ser entero, pero inacabado (no es defecto, sino marca), y porque tiene que conquistar su vida, el paradigma de la conquista pertenece a la autocomprensión del ser humano y de su historia. Prácticamente todo está bajo el signo de la conquista. Conquistar la Tierra entera, los océanos, las montañas más inaccesibles y los rincones más inhóspitos. Conquistar pueblos y «dilatar la fe y el imperio»: éste era el sueño de los colonizadores. Conquistar los espacios extraterrestres y llegar a las estrellas: ésta es la utopía de los modernos. Conquistar el secreto de la vida y manipular los genes. Conquistar mercados y altas tasas de crecimiento, conquistar cada vez más clientes y consumidores. Conquistar el poder del Estado y otros poderes como el religioso, el profético y el político. Conquistar y controlar a los ángeles y los demonios que habitan en nosotros. Conquistar el corazón de la persona amada, conquistar las bendiciones de Dios y conquistar la salvación eterna. Todo es objeto de conquista. ¿Qué nos queda aún por conquistar? La voluntad de conquista del ser humano es insaciable. Por eso el paradigma-conquista tiene corno arquetipos referenciales a Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte, los conquistadores que no conocían ni aceptaban límites. Después de varios milenios de existencia, el paradigma de la conquista ha entrado en una grave crisis en nuestros días. ¡Basta de conquistas! De lo contrario, lo destruiremos todo. Ya hemos conquistado el 83% de la Tierra, y en este afán la hemos devastado de tal forma que ha sobrepasado en un 20% su capacidad de sostenimiento y regeneración. Se han abierto heridas que tal vez no se cerrarán nunca. Necesitamos conquistar aquello que nunca antes habíamos conquistado porque pensábamos que era contradictorio: conquistar la autolimitación, la austeridad compartida, el consumo solidario, la compasión y la solicitud para con todas las cosas, a fin de que sigan existiendo. La supervivencia depende de estas anticonquistas. Al arquetipo de la conquista —Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte— hay que contraponer el arquetipo del cuidado esencial —Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y Hermana Dulce—. No hay tiempo que perder. Tenemos que empezar por nosotros mismos, con las revoluciones moleculares. Sin ellas no garantizaremos las nuevas virtudes que salvarán la vida y la Tierra. 3. PARADIGMA-CUIDADO Después de haber conquistado toda la Tierra, a costa del grave estrés de la biosfera, es urgente y urgentísimo que cuidemos lo que ha quedado y regeneremos lo vulnerado. Esta vez, o cuidamos o morimos. Por eso es tan urgente que pasemos del paradigmaconquista al paradigma-cuidado. Si nos fijamos bien, descubrimos que el cuidado es tan ancestral como el universo. Si después del big-bang no hubiese habido cuidado por parte de las fuerzas directivas, mediante las cuales el universo se autocrea y autorregula —a saber, la fuerza de la gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte—, todo se habría expandido demasiado, impidiendo que la materia se adensase y formase el universo tal corno lo conocemos, o bien todo se habría retraído hasta tal punto que el universo habría colapsado sobre sí mismo en interminables explosiones. Pero no. Todo se realizó con un cuidado tan sutil, en fracciones de milmillonésimas de segundo, que ello hizo posible que estemos aquí para hablar de estas cosas. Ese cuidado se potenció cuando surgió la vida hace 3.800 millones de años. La bacteria originaria, con cuidado singularísimo, dialogó químicamente con el medio para garantizar su supervivencia y evolución. El cuidado se hizo más complejo aún cuando surgieron los mamíferos —de los que también venimos nosotros— hace 125 millones de años, y con ellos el cerebro límbico, el órgano del afecto, del cuidado y de la ternura. El cuidado se hizo aún más central con la emergencia del ser humano hace siete millones de años. Según una tradición filosófica que procede del esclavo Higinio, el bibliotecario de César Augusto que nos legó la famosa fábula del cuidado —a la que el filósofo Martin Heidegger dedicó páginas tan geniales—, la esencia humana reside exactamente en el cuidado. El cuidado es la condición previa que permite la eclosión de la inteligencia y el afecto; es el orientador anticipado de todo comportamiento para que sea libre y responsable y, en definitiva, típicamente humano. El cuidado es el gesto amoroso con la realidad, el gesto que protege y da serenidad y paz. Sin cuidado, nada de lo que está vivo sobrevive. El cuidado es la fuerza principal que se opone a la ley de la entropía, el desgaste natural de todas las cosas, pues todo lo que cuidamos dura mucho más. Hoy tenemos que rescatar esa actitud, como ética mínima y universal, si queremos preservar la herencia que recibimos del universo y de la cultura y garantizar nuestro futuro. El cuidado surge en la conciencia colectiva siempre en momentos críticos. Florence Nightingale (1820-1910) es el arquetipo de la enfermería moderna. En 1854 parte de Londres, junto con 38 colegas, con destino a un hospital militar en Turquía, donde se libraba la guerra de Crimea. Imbuida de la idea de cuidado, en dos meses consigue reducir la mortalidad del 42% al 2%. La primera guerra mundial destruyó las certezas y produjo un profundo desamparo metafisico. Y en aquella situación escribió Martin Heidegger su genial Ser y tiempo (1926), cuyos párrafos centrales ( 3 9-44) están dedicados al cuidado como ontología del ser humano. En 1972 el Club de Roma hizo sonar la alarma ecológica sobre la gravedad del estado de salud de la Tierra. En 2001 se concluye la redacción de La Carta de la Tierra, texto de la nueva conciencia ecológica y ética de la humanidad. Los documentos redactados se estructuran en torno al cuidado como la actitud más adecuada y necesaria para con la naturaleza. Seres que practicaron el cuidado fueron Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y la Hermana Dulce. Son arquetipos que inspiran el camino de la curación y la salvación de la vida y de la Tierra. Aquí se funda el ethos que ama y cuida. 4. LA RE-LIGACIÓN, BASE DE LA CIVILIZACIÓN PLANETARIA Mueren las ideologías. Pasan las filosofías. Pero los sueños permanecen. Son ellos los que mantienen el horizonte de esperanza siempre abierto, formando el humus que permite proyectar continuamente nuevas formas de convivencia social y de relación con la naturaleza. Bien entendió la importancia de los sueños el jefe piel roja Seattle cuando, en 1856, escribió al gobernador del Estado de Washington, Stevens, que le forzaba a vender sus tierras a los coloniza dores europeos. Perplejo, se preguntaba sin entender: ¿se puede comprar y vender la brisa, el verdor de las plantas, la limpidez del agua y el esplendor del paisaje? Y concluía: los pieles rojas entenderían el porqué «si conociesen los sueños del hombre blanco, si supiesen cuáles son las esperanzas que transmite a sus hijos e hijas y cuáles las visiones de futuro que ofrece para el día de mañana». ¿Cuál es nuestro sueño? ¿Cuál es el sueño de la sociedad civil mundial que se hizo visible en los pueblos reunidos en Porto Alegre, en Seattle, en Génova? Es el sueño de la inclusión de todos en la familia humana, morando juntos en la misma y única Casa Común, la Tierra; el sueño de la integración de todas las culturas, etnias, tradiciones y caminos religiosos y espirituales en el patrimonio común de la humanidad; el sueño de una nueva alianza de los seres humanos con los demás seres vivos de la naturaleza, considerándonos verdaderamente hermanos y hermanas en la inmensa cadena de la vida, en la que somos un eslabón entre otros; el sueño de una economía política de lo suficiente y de lo decente para todos, también para los demás organismos vivos; el sueño de un cuidado de unos para con otros, a fin de exorcizar definitivamente el miedo; el sueño de hospitalidad, tolerancia, convivencia y comensalidad con todos los miembros de la familia humana; el sueño de la coexistencia pacífica y alegre de las diferencias; el sueño de la capacidad de perdón que permite volver a empezar una historia sin amarguras y resentimientos; el sueño de un diálogo de todos con su Profundidad, de donde nos vienen inspiraciones de benevolencia, de cooperación y de afecto; el sueño de una re-ligación de todos con la Fuente originaria, de donde brotan los seres, que nos da el sentimiento de acogida en un Utero último en el que todas nuestras contradicciones serán resueltas y todas nuestras lágrimas enjugadas, para caer en los brazos del Dios-Padre-y-Madre de infinita bondad y descansar de tanto peregrinar y penar y, finalmente, irradiar vida y más vida para siempre. Como se puede deducir, se trata del sueño de una civilización de la re-ligación universal que incluya a todos, desde la hormiga del camino hasta la galaxia más distante. Ese anhelo ancestral de la humanidad fue desterrado por el tipo de cultura que predominó en los últimos siglos. Somos hijos de un ensayo civilizatorio, hoy mundializado, que ha realizado cosas extraordinarias, pero que es materialista y mecánico, lineal y determinista, dualista y reduccionista, atomizado y compartimentado. Y que ha separado la materia del espíritu, la ciencia de la vida, la economía de la política, y a Dios del mundo. Ha realizado una especie de lobotomía en nuestra mente, pues nos ha dejado desencantados, ciegos para percibir las maravillas de la naturaleza e insensibles a la reverencia que el universo suscita en nosotros. La civilización de la re-ligación de todo con todo dará centralidad a la religión, más como dimensión antropológica que como institución, y como fuerza que se propone re-ligar todas las cosas entre sí, con el ser humano y con el Ser supremo. Entonces surgirá la civilización de la etapa planetaria, de la sociedad terrenal, la primera civilización de la humanidad como humanidad en comunión, al fin, con todas las cosas. Es importante que no dejemos que el sueño se quede en mero sueño. Urge poner las bases para su implementación procesual en nuestra vida diaria, y también dentro de las complejas estructuras de la civilización contemporánea. De esta perspectiva podrá nacer una nueva ética, expresión de un nuevo estado de conciencia de la humanidad y de la realidad, que lentamente se fue transformando hasta inaugurar la fase globalizada del destino humano y de la Tierra. 1. CÓMO NACE LA ÉTICA Hoy vivimos una grave crisis mundial de valores. A la inmensa mayoría de la humanidad le resulta dificil saber lo que es correcto y lo que no lo es. Ese oscurecimiento del horizonte ético redunda en una enorme inseguridad en la vida y en una permanente tensión en las relaciones sociales, que tienden a organizarse más alrededor de intereses particulares que en torno al derecho y la justicia. Este hecho se agrava aún más por causa de la propia lógica dominante de la economía y del mercado, que se rige por la competencia —la cual crea oposiciones y exclusiones— y no por la cooperación —que armoniza e incluye—. Con ello se dificulta el encuentro de estrellasguía y de puntos de referencia comunes, importantes para las conductas personales y sociales. Conviene también no olvidar lo que constató el historiador Eric Hobsbawm en su obra The Age of Extremes [La era de los extremos]: ha habido más cambios en la humanidad en los últimos cincuenta años que desde la edad de piedra. Esa aceleración ha hecho que los mapas conocidos ya no puedan orientarnos, que la brújula haya llegado a perder el Norte. En esta situación dramática, ¿cómo fundar un discurso ético mínimarnente consistente? 1.1. Religión y razón: fuentes de la ética El estudio de la historia revela que hay dos fuentes que orientaron y siguen orientando ética y moralmente a las sociedades hasta nuestros días: las religiones y la razón. Las religiones continúan siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humanidad. Samuel P. Huntington, en su famosa obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, reconoce explícitamente: «En el mundo moderno, la religión es una fuerza fundamental, quizá la fuerza fundamental, que motiva y moviliza a la gente... Lo que en último análisis cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico; aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten e incluso están dispuestas a dar su vida» (1997, p. 77). Hans Küng, uno de los pensadores mundiales que más se han ocupado de estas cuestiones, propone las religiones como la base más realista y eficaz para construir «Una ética mundial para la economía y la política» (título de uno de sus libros). Dejando a un lado las diferencias, que no son pocas, los puntos comunes entre ellas permiten elaborar un consenso ético mínimo, capaz de mantener unida a la humanidad y de preservar el capital ecológico indispensable para la vida. Las religiones representan en la historia el ethos que ama y cuida. La razón crítica, que irrumpió casi simultáneamente en todas las culturas mundiales en el siglo vi a.C., en el llamado «tiempo axial» (Karl Jaspers), trató de establecer desde el primer momento códigos éticos universalmente válidos. La fundamentación racional de la ética y de la moral (ética autónoma) representó un esfuerzo admirable del pensamiento humano desde los maestros griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por san Agustín, Tomás de Aquino e Immanuel Kant, hasta los modernos Henri Bergson, Martin Heidegger, Hans Jonas, Jürgen Habermas, Enrique Dussel y, entre nosotros, Enrique de Lima Vaz y Manfredo Oliveira —si nos quedamos dentro del marco de la cultura occidental. Esta tarea sigue aún abierta, alejada de otros esfuerzos éticos fundados en otras bases que no son la razón (éticas heterónomas). Es el ethos que busca. Con todo, el nivel de convencimiento ha sido moderado y se ha limitado a los ambientes académicos; por ello ha tenido una incidencia limitada en la vida cotidiana de las poblaciones. Esos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis actual, pero tienen que ser enriquecidos, si queremos estar a la altura de las demandas éticas que nos vienen de la realidad hoy globalizada. 1.2. El afecto: fuente originaria de la ética La crisis crea la oportunidad de ir a las raíces de la ética y nos invita a descender a aquella instancia en la que continuamente se forman valores. La ética, para ganar un mínimo de consenso, tiene que brotar de la base última de la existencia humana, que no reside en la razón, como siempre ha pretendido Occidente. La razón, como ha reconocido la misma filosofia, no es el primer momento ni el último de la existencia. Por eso no explica ni abarca todo. La razón se abre hacia abajo, de donde emerge algo más elemental y ancestral: la afectividad; y se abre también hacia arriba, hacia el espíritu, que es el momento en que la conciencia se siente parte de un todo y que culmina en la contemplación y en la espiritualidad. Por lo tanto, la experiencia fundamental no es «pienso, luego existo», sino «siento, luego existo». En la raíz de todo no está la razón (logos), sino la pasión (pathos). David Goleman diría: «En el fundamento de todo está la inteligencia emocional». El afecto, la emoción..., en suma, la pasión, es un sentir profundo. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas. Y el valor es el carácter precioso de los seres, aquello que los hace dignos de ser y apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos, vivimos valores. Y por los valores nos movemos y somos. Siguiendo a los griegos, llamamos a esa pasión eros, amor. El mito arcaico lo dice todo: «Eros, el dios del amor, se levantó para crear la tierra. Antes todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento». Ahora todo es precioso, todo tiene valor, por causa del amor y de la pasión. 1.3. Tensión entre afecto y razón Pero la pasión está habitada por un demonio. Dejada a sí misma, puede degenerar en formas de disfrutedestructivo. Todos los valores valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es un caudal fantástico de energía que, como las aguas de un río, necesita márgenes, límites y la justa medida. De lo contrario, irrumpe avasalladora. Es aquí donde entra la función insustituible de la razón. Lo propio de la razón es ver claro y ordenar, disciplinar y definir la dirección de la pasión. Aquí surge una dialéctica dramática entre la pasión y la razón. Si la razón reprime la pasión, triunfan la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, dominan el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro disfrute de las cosas. Mas, si se impone la justa medida, y la pasión se sirve de la razón para un autodesarrollo ordenado, entonces emergen las dos fuerzas que sustentan una ética prometedora: la ternura y el vigor. 1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor La ternura es el cuidado para con el otro, el gesto amoroso que protege y da paz. El vigor abre caminos, supera obstáculos y transforma los sueños en realidad. Es la rivalidad sin la dominación, la dirección sin la intolerancia. Ternura y vigor, o también anirnus y anima, construyen una personalidad integrada, capaz de mantener unidas las contradicciones y de enriquecerse con ellas. Son dos principios capaces de sustentar un humanismo sostenible, fundado en la materialidad de la historia y en la espiritualización de las prácticas humanas. De estas premisas puede nacer una ética capaz de incluir a todos en la familia humana. Tal ética se estructura en tomo a los valores fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las relaciones cooperativas y a la cultura de la no violencia y de la paz. Es un ethos que ama, cuida, se responsabiliza, se solidariza, se compadece. 2. EL FUNDAMENTO: DAIMON Y ETHOS, EL ÁNGEL Y LA MORADA La cultura dominante es culturalmente pluralista, políticamente democrática, económicamente capitalista y, al mismo tiempo, es materialista, individualista, consumista y competitiva, perjudica al capital social de los pueblos y toma precarias las razones de nuestra convivencia. Con mucho poder y poca sabiduría ha creado el principio de la autodestrucción. Por primera vez podemos eliminar las bases de la supervivencia de la especie, lo cual hace que la cuestión ética (cómo tenemos que comportamos) sea apremiante e inaplazable. Para orientamos en esta espinosa cuestión nos serviremos de dos palabras griegas, extrañas para muchos, ethos y daimon. Con ellas afrontaron los griegos la mayor crisis de su historia, estructuralmente semejante a la nuestra, cuando en el siglo vi a.C. surgió la razón crítica. Esta amenazaba con privar de sentido a las tradiciones y los valores que habían garantizado hasta entonces, por la razón mítica y religiosa, la sociabilidad de la ciudad griega (polis). Vamos a examinar por nuestra cuenta estas dos palabras seminales, pues su significado concreto (que es lo que nos interesa) contiene todavía hoy el secreto de un comportamiento ético destinado a salvamos a todos y a fundar un nuevo acuerdo mínimo entre los humanos en la fase planetaria de nuestra historia. Hay que explicar los términos daimon y ethos, porque su significado no es inmediatamente comprensible. En primer lugar, cabe decir que daimon, en griego clásico, no es demonio. Por el contrario, es el ángel bueno, el genio protector. Y el ethos no es primariamente la ética, sino la morada humana. Heráclito, genial filósofo pre-socrático (500 a.C.), unió las dos palabras en el aforismo 119: «El ethos es el daimon del ser humano», es decir, «la casa es el ángel bueno del ser humano». En esta formulación se esconde la clave de toda una construcción ética. Veámoslo con detenimiento, como hacen los filósofos. El ethos/morada no está constituido simplemente por las cuatro paredes y el techo. Esta es una visión exterior y fisica de la casa. La casa tiene que ser vista desde dentro, en una aproximación existencial, como una experiencia originaria y, por ello, como un dato irreducible. Entonces aparece como el conjunto de las relaciones que el ser humano establece con el medio natural, separando un pedazo del mismo, para que sea su morada; con los que habitan en la morada, para que cooperen y sean pacíficos; con un rincón sagrado, donde guardarnos recuerdos queridos, la vela que arde, los santos de nuestra devoción o las Sagradas Escrituras; y con los vecinos, para que haya bondad y ayuda mutua. Morada es todo esto y, por lo tanto, no algo material, sino existencial y globalizante, un modo de ser de las cosas y de las personas. La morada, para serlo, tiene que ser habitable, es decir, tiene que tener un buen espíritu astral, un buen «axé» [fuerza, magia] —como dice la tradición nagó— o un vigoroso «shi» —como sostiene la tradición del Tao y del Feng-Shui—. Eso lo proporciona el daimon, el ángel bueno, el genio bienhechor y protector. El bien que él inspira hace de las cuatro paredes y del conjunto de las relaciones la morada humana, en la que nos sentimos bien, amamos y, si todo sale bien, morimos tranquilamente, ¿Qué es, entonces el daimon/ángel bueno? Platón, en su conmovedora Apología de Sócrates, conservó las palabras finales del genial maestro. Daiinon, dice, es la «voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superior», o también «la señal de Dios». Nosotros diríamos que es la voz de la interioridad, aquel consejero de la conciencia que disuade o estimula, aquel sentimiento de lo conveniente y de lo justo en las palabras y en los actos que se anuncia en todas las circunstancias de la vida, pequeñas o grandes. Todos poseen el daimon, ese ángel protector que nos acompaña siempre, un dato tan objetivo como la libido, la inteligencia, el amor y el poder. Como se puede ver, Heráclito, como buen filósofo, deja atrás el sentido convencional de las palabras y capta su significación secreta: morada (ethos) acaba siendo la ética que debemos tener, y el ángel bueno (daimon) el tacto para lo que es justo y bueno, elfreling para lo que hay que hacer en cada situación. Ese ángel bueno hace que moremos bien en la casa, que puede ser la vivienda en que residimos, la ciudad, el país o el planeta Tierra, Casa Común. Todo lo que hagamos para que podamos morar bien juntos (seamos felices) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo. Hay una especie de tragedia en nuestra historia: el daimon fue olvidado. En su lugar, los filósofos como Platón y Aristóteles, Kant y Schopenhauer, pusieron los sistemas éticos, con normas y leyes tenidas por universales. Pero los sistemas, debido a la ordenación arquitectónica, se distancian de lo vivenciado. Se hacen abstractos cuando, en cambio, la ética siempre tiene que ver con la práctica concreta. Poseen innegables virtudes, pero también vicios como la rigidez, la inflexibilidad, la a-historicidad. Por eso todos los sistemas tienen algo de artificial y construido. No pocas veces, las normas funcionan como imperativos, como superegos castradores, más que como inspiradoras de comportamientos creativos. Cuanto más arquitectónico es el sistema, tanto más se distancia del dairnon, hasta considerarlo inexistente o reducirlo a un subproducto de los mecanismos de control psicológico o del encuadramiento social. Mas como el daimon es intrínseco al ser humano (es su dimensión ontológica indestructible), la voz de ese ángel bueno no deja de hablar. Puede ser confundida con las otras mil voces de los ideólogos, de las religiones, de las iglesias, de los Estados o de otros maestros. Pero él es soberano, y su voz es persistente. Figuras ejemplares que supieron escuchar al daimon y se dejaron guiar por él fueron los profetas, como Isaías y Amós, y personajes como Jesucristo, Buda, Sócrates, Francisco de Asís, Gandhi y otras muchas personas anónimas, hombres y mujeres que dan testimonio de la existencia y la persistencia de esta voz interior. Si queremos una revolución ética que responda a los desafios de nuestro tiempo, tenemos que desencadenar y liberar al daimon interior y empezar a escucharlo de nuevo. Para ello tenemos que rescatar el buen sentido ético, aquello que simplemente debe ser, pues ésa es la misión que el daimon desempeña dentro de nosotros. El es la fuente de la creatividad ética y moral. Él nos sugerirá cómo ordenar la casa que es la ciudad, el Estado y la Casa Común planetaria. No tenemos más salida que despertar al daimon en todos nosotros. ¿Es utopía? Sí, pero es la dirección correcta para encontrar el camino verdadero. El daimon protegerá nuestra vida y la Tierra, hoy amenazadas. No permitirá que elijamos el suicidio, sino la expansión y la irradiación de la vida. 3. ÉTICA Y MORAL: DISTINCIONES Y DEFJNICIONES ¿Qué es ética, qué es moral? ¿Son lo mismo o hay que establecer distinciones entre ellas? Hay mucha confusión al respecto. Tratemos de esclarecer esta cuestión. Tanto en el lenguaje común como en un lenguaje más culto, «ética» y «moral» son sinónimos. Así decimos: «Aquí hay un problema ético» o «un problema moral», o bien, uniendo ambas expresiones: «Aquí hay un problema ético y moral». Con ello emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal o social y la calificamos como buena, mala o dudosa. Ahora bien, si profundizamos en esta cuestión, percibimos que «ática» y «moral» no son sinónimos. 3.1. Definición de «ética» y de «moral» La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo acerca de la vida, del universo, del ser humano y de su destino; determina principios y valores que orientan a las personas y las sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces que tiene buen carácter. nosotros podemos y debemos tenerla, y de ese modo nos capacitamos para entender mejor lo que significa ética y moral en nuestra vida. La moral es parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas, que se expresan por medio de costumbres, hábitos y valores culturalmente establecidos. Una persona es moral cuando actúa de acuerdo con las costumbres y valores consagrados. Estos pueden, eventualmente, ser cuestionados por la ática. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres aunque sea por conveniencia) y no ser necesariamente ética (obedece a convicciones y principios). La experiencia ftmdamental, radical, siempre válida, está constituida por la experiencia de la morada humana (ethos con «e» larga). Ahora bien, la morada no era ni debe ser entendida fisicamente (las cuatro paredes y el techo), sino existencialmente. Pese a ser útiles, estas definiciones son abstractas, porque no muestran el proceso por el que surgen efectivamente la ática y la moral. Y en esto los griegos pueden ayudamos. Partamos de los sentidos de la palabra ethos, de la que se deriva «ética». Antes de nada, constatamos que los griegos escribían esa palabra de dos formas diferentes: ethos con eta (o «e» larga), que significa la morada humana y también el carácter la manera, el modo de ser, el perfil de una persona; y ethos con épsilon (o «e» breve), que se refiere a las costumbres, usos, hábitos y tradiciones. 3.2. Experiencia fundamental: la morada humana ¿Cómo articular todas estas dimensiones y no dejarlas yuxtapuestas? ¿Cómo mostrar que son explícitaciones de una experiencia fundamental singular? Tenemos que desentrañar esta experiencia originaria, pues ciertamente no es sólo griega, sino simplemente humana. También En sentido existencial, la morada significaba —y significa también para nosotros— la red de las relacioJ\ nes entre el medio fisico y las personas, como ya\ hemos aclarado antes. Los griegos llamaban ethos a la morada. Mas para que la morada sea tal es necesario organizar el espacio físico (habitaciones, salas, cocina, jardín) y el espacio humano (relaciones de los moradores entre sí y con sus vecinos), según criterios, valores y principios inspiradores, para que todo fluya y esté como es debido. Entonces la casa posee estilo, carácter y su aura propia. De la misma forma, las personas que la habitan y que sintonizan con el modo de ser propio de la casa asumen un carácter singular. Los griegos llamaban tanto a los principios inspiradores como a las personas, cuyo carácter era moldeado por ellos, ethos, escrito como casa (ethos con «e» larga). En suma, ethos es sinónimo de ética en el sentido que expusimos antes: el conjunto ordenado de los ? principios, los valores y las motivaciones últimas de las prácticas humanas, personales y sociales. Ethos significa también el carácter; el modo de ser de una persona o de una comunidad. Además, en la morada, los moradores tienen costumbres, tradiciones, hábitos, y modos de organizar las comidas, los encuentros, las fiestas, las formas de relacionarse, que pueden ser tensos y competitivos, o bien armoniosos y cooperativos. A esto los griegos lo llamaban también ethos (con «e» breve). Por tanto, ethos son las costumbres, aquellos hábitos y comportamientos concretos de las personas que después los romanos llamarán mores, de donde se deriva moral. 3.3. Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral Como se puede ver; las palabras esconden procesos bien precisos. Es lo que sucede, procesualmente, con la genealogía de la ética. Todo empieza en la morada (ethos), que puede ser la casa con- creta de las personas, o la comunidad, la ciudad, el Estado y el planeta Tierra. Las personas que moran en ella tienen valores, principios, motivaciones inspiradoras para el comportamiento (ethos). A esos dos momentos los llamamos ethos (con «e» larga) o ética. Además, en la casa las personas no viven de cualquier manera: reproducen tradiciones, estilos de vida, maneras de organizar las comidas familiares, los encuentros, las recepciones. Ese conjunto de cosas se llama también ética, ethos (con «e» breve). Nosotros hablaríamos hoy de «moral», de acuerdo con la definición que hemos establecido anteriormente. Procesualmente, empezando desde abajo, diríamos que las costumbres y los hábitos (moral) forman el carácter y configuran el perfil (ética) de las personas. Donald Winnicott, gran pediatra y psicoanalista británico (1896-1967), estudió, siguiendo a Freud, la importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de las personas. A su juicio, ese carácter remite a algo más fundamental: a los valores de fondo, a los principios, a la visión de la realidad que está en la cabeza y en el corazón de las personas. Serán áticas (tendrán principios y valores), pues, las personas o las sociedades que hayan tenido una buena moral (relaciones armoniosas e inclusivas) en casa, en la relación primera con la madre, en la sociedad y, hoy, en las relaciones globalizadas. Los medievales no tenían la sutileza de los griegos. Usaban la palabra moral (que viene de mos/moris, costumbre y hábito) tanto para las costumbres como para el carácter y los principios y valores que lo moldean. Todo ello se designaba con el término «moral». Pero dentro de la moral distinguían entre la moral teórica (filosofia moral), que estudia los principios y las actitudes que iluminan las prácticas, y la moral práctica, que analiza los actos a la luz de las actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida. A partir de esta comprensión podríamos juzgar las diferentes éticas y morales existentes en las culturas mundiales. Nos limitamos a la más vigente y hoy hegemónica: la ética y la moral capitalista. La ética capitalista dice: bueno es lo que permite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. El fin de la moral capitalista concreta es emplear el menor número de personas posible, pagar menores salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza para acumular más- medios de vida y riqueza. ¿Nos imaginamos cómo serían una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres humanos (ethos/moral) tan voraces? ¿Serían todavía humanas y beneficiosas para la vida? Esta es una de las razones —nada irrelevante, por cierto— de la grave crisis actual: crisis de valores, crisis de una visión más humanitaria y generosa de la vida, crisis de perspectiva que genera una crisis ética. 4. EL ETHOS QUE BUSCA Fue la razón crítica, articulada por los geniales filósofos Platón y Aristóteles, la que dio el salto del daimon (la percepción ética fundamental, o sentido moral) al ethos (sistema racional de principios). De este modo empezó una gran aventura intelectual bajo cuya vigencia aún nos encontramos, aunque está en su ocaso. A una distancia de más de dos milenios, podernos tratar de hacer una lectura de ciego que capte la relevancia e identifique el perfil básico del ethos de nuestra civilización. La ática siguió el destino de la razón. La naturaleza de la razón es buscar, y el ethos será un ethos que busca. La razón no se detiene ante nada. Por eso es esencialmente desacralizadora. Su expresión acabada se encuentra en la razón instrumental-analítica, cuyo producto más importante es la tecnociencia, con la civilización que ha creado, hoy mundializada. Tiene un inmenso alcance, pues nos ha proporcionado un saber y un poder nunca antes imaginados: ha modificado la vida, ha redefinido el espacio y el tiempo y nos ha llevado fuera de la Tierra. Pero también tiene límites, los cuales que, si no son controlados, pueden poner en peligro nuestro futuro. Enumeremos algunos de ellos. En primer lugar, olvidó el ser (el todo) y se centró en el ente (la parte), considerándolo la «realidad» fuera de la cual nada existe. La consecuencia para la ética fue que no se volvió a escuchar la «voz interior» (degradada a la condición de superego psicológico o a la de interés de clase), para oír sólo la voz de la norma y el orden, venidos de fuera, pero intemalizados. En segundo lugar, dado que los entes son ilimitados, también los saberes lo son. Pero se olvida que son partes de un todo. Realidad fragmentada, produjo un saber fragmentado y una ética fragmentada en infinitas morales, para cada profesión (deontología), para cada clase y para cada cultura. En tercer lugar, separó lo que en la realidad siempre va unido: Dios y mundo, razón y emoción, masculino y femenino, justo y legal, privado y público. La ética fue dividida en pública y privada, ética de los intereses y ética de los principios, ética de los medios y ética de los fines. En cuarto lugar, el saber fue puesto al servicio del poder, y éste fue usado como dominación. La ética se hace instrumento de normalización del individuo, forzado a introyectar las leyes para introducirse en la dinámica del proceso social, leyes por las cuales es fiscalizado e incluso castigado. La sociedad se funda menos en la ética y en la ley que en la legalización de las diversas prácticas personales y sociales aceptadas oficialmente, sin preguntarse a qué sirven: si a los intereses de dominación por parte de los poderes establecidos o a la sociedad que quiere orientarse por el bien común y por la equidad. En quinto lugar, fundado solamente en la razón crítica, el ethos que busca no consiguió consensos mínimos, susceptibles de ser aceptados y asumidos por las grandes mayorías. Los imperativos categóricos como los de Kant permanecieron, infelizmente, abstractos: «trata al ser humano siempre como fin, nunca como medio» y «obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda valer como norma para todos». Son principios de la razón ilustrada, no de la razón común de las grandes mayorías de la humanidad. En sexto lugar, encerrada exclusivamente en el ámbito de la razón, la ética perdió el horizonte de trascendencia que viene del espíritu y de su obra, que es la espiritualidad: aquella dimensión de la conciencia que permite al ser humano sentirse parte del todo e identificar un sentido mayor de su existencia y de su breve paso por este mundo. La espiritualidad es para la ética lo que el aura para las estrellas. Sin aura, las estrellas no brillan; sin espiritualidad, la ética se transforma fácilmente en moralismo y en legalismo. En séptimo lugar, la ética perdió el corazón y el pathos, la capacidad de sentir en profundidad al otro. Es solipsista, está centrada en sí misma. La ética surge y se renueva siempre que el otro emerge frente a nosotros. El otro nos obliga a adoptar posicionamientos concretos, no pocas veces nuevos e innovadores. Hoy, en el proceso de globalización, irrumpen muchos «otros» que deben ser acogidos, con los que hay que convivir y establecer una alianza para construir juntos una nueva historia planetaria. todo conocimiento que se siente desafiado a conocer cada vez más. La razón científica nos ratifica ese recorrido: empezó con la materia, llegó a los átomos, descendió aún más, a los elementos subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-bang, hace 15.000 millones de años, para terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo del universo, aquella fuente nutricia, misteriosa e innombrable, de todo cuanto existe, que el conocido cosmólogo Brian Swimme identifica como la presencia de Dios. El misterio se revela más inmediatamente en el otro. Por más que se quiera conocerlo y encuadrarlo, el otro siempre se retira más allá. El es, efectivamente, misterio vivo y desafiante que nos obliga a salir de nosotros mismos y a tomar postura ante él. Cuando el otro irrumpe ante mí, nace la ética. Porque el otro me obliga a adoptar una actitud práctica de acogida, de indiferencia, de rechazo, de destrucción. El otro significa una pro-puesta que pide una res-puesta con res-ponsa-bilidad. 5. EL ETHOS QUE AMA El límite más oneroso del ethos que busca reside en el hecho de que ha reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental tuvo siempre dificultades con el otro. Por eso lo incorporó, lo sometió o lo destruyó. Al negar al otro, perdió la posibilidad de la alianza, del diálogo y del aprendizaje mutuo. Se impuso el paradigma de la identidad sin la diferencia, siguiendo los pasos del presocrático Parménides. Cuando la razón busca hasta el fin, encuentra en su misma raíz el afecto que se expresa por el amor y, sobre ella, el espíritu que se manifiesta por la espiritualidad. Y al término de su búsqueda se encuentra con el misterio. El misterio no es el límite de la razón, sino lo ilimitado de la ésta. Por eso el misterio sigue siendo misterio en El otro hace que surja el ethos que ama. Paradigma de este ethos es el cristianismo de los orígenes, el paleocristianismo, cuya diferencia del cristianismo histórico y de sus iglesias radica en el hecho de que éste, en el terreno de la ética, estuvo más influido por los maestros griegos que por el mensaje y la práctica de Jesús. El El ethos que busca no presenta instrumentos internos que nos permitan dar respuesta a los graves desafios actuales que tienen que ver con el futuro de la vida y de la humanidad. Necesitamos un ethos que no sólo busque, sino que también ame y cuide. paleocristianismo, por el contrario, otorga una centralidad absoluta al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. El atestigua la sagrada convicción según la cual Dios es amor (1 Jn 4,8), el amor viene de Dios (1 Jn 4,7) y el amor no morirá nunca (1 Co 13,8). Y ese amor es incondicional y universal, pues incluye también al enemigo (Lc 6,35). El ethos que ama se expresa en la regla de oro, atestiguada por todas las tradiciones de la humanidad: «Ama al prójimo como a ti mismo»: «No hagas al otro lo que no deseas que te hagan a ti». Así pues, el amor es central porque, para el cristianismo, el otro es central. Dios mismo se hace otro encarnándose. Sin pasar por el otro, sin el otro más otro —que es el hambriento, el pobre, el peregrino y el desnudo—, no se puede encontrar a Dios ni alcanzar la plenitud de la vida (Mt 25,31-46). Este salir de sí en dirección al otro para amarlo en sí mismo, para amarlo sin esperar ser correspondido, de forma incondicional, fundamenta un ethos lo más inclusivo posible, lo más humanizador que pueda imaginarse. Este amor es un solo movimiento que se dirige al otro, a la naturaleza y a Dios. Nadie en Occidente ja igualado siquiera a san Francisco de Asís como arcjuetipo de esa ética amorosa y cordial. Comenta Eloy Leclerc, el mejor pensador franciscano de nuestro tiempo, superviviente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald: «En lugar de endurecerse y encerrar- se en un aislamiento soberbio, se había dejado desposeer de todo, incluso de su obra. Se había hecho pequeño ante aquel “cuyo nombre nadie es digno de pronunciar”: Dios es, y eso basta. Y se había insertado con enorme humildad en medio de las criaturas. Cercano y hermano de las más humildes, había fraternizado con la tierra, con su humus original, con sus raíces oscuras. Y he aquí que “nuestra hermana la Madre Tierra” había abierto, ante sus asombrados ojos, un camino de fraternidad sin límites, sin fronteras. Una fraternidad a la medida de toda la creación. El humilde Francisco se había convertido en el hermano del Sol y de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego y de todo cuanto vive. Entonces se había puesto a cantar su admiración. Todo cantaba en él. La gracia lo había visitado, y con ella el júbilo» (El sol sale sobre Asís, Sal Terrae 2000, p. 131). El ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es darle razón de existir. No hay razón para existir. La existencia es pura gratuidad. Amar al otro es querer que exista, porque el amor hace que el otro sea importante. «Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás» (G. Marcel), tú tienes que existir, tú no puedes morir. Cuando una persona o una cosa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Por eso, cuando alguien ama, rejuvenece y tiene la sensación de que empieza a vivir de nuevo. El amor es la fuente de los valores. Solamente ese ethos que ama puede responder a los desafios actuales que son de vida o muerte. Hace que los distantes sean próximos, y que los próximos sean hermanos y hermanas. También cuidamos todo lo que amamos. El ethos que ama se abre al ethos que cuida, se responsabiliza y se compadece. 6. EL ETHOS QUE CUIDA Cuando amarnos, cuidamos; y cuando cuidarnos, amarnos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que pugna por emerger en todas las partes del mundo. La falta de cuidado en el modo de tratar la naturaleza y los recursos escasos, la ausencia de cuidado en relación con el poder de la tecnociencia que construye armas de destrucción masiva y de devastación de la biosfera y de la propia supervivencia de la especie humana, nos está llevando a un impasse sin precedentes. O cuidamos o perecemos. El cuidado asume una doble función: de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese poder misterioso: refuerza la vida, vela por las condiciones fisicoquímicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida y de su ulterior evolución. El elemento correspondiente al cuidado, en términos ecológicopolíticos, es la «sostenibilidad», cuya finalidad consiste en encontrar el justo equilibrio entre la utilización racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y para las generaciones futuras. Tal vez recordando la fábula del cuidado, conservada por Higinio (t 17 d.C.), bibliotecario de César Augusto y filósofo, entendamos mejor el significado del ethos que cuida: «Cierto día, Cuidado, que paseaba por la orilla del río, tomó un poco de barro y le dio la forma del ser humano. Entonces apareció Júpiter, que, a petición de Cuidado, le insufló espíritu. Cuidado quiso darle un nombre, pero Júpiter se lo prohibió, pues quería imponerle el nombre él mismo. Ambos empezaron a discutir. Después apareció la Tierra, que alegó que el barro era parte de su cuerpo y que, por lo tanto, ella tenía derecho a escoger un nombre. Y se entabló una discusión entre los tres que no parecía tener solución. Al fin, todos aceptaron llamar a Saturno, el viejo dios ancestral, señor del tiempo, para que fuera el árbitro. Saturno dio la siguiente sentencia, considerada justa: “A ti, Júpiter, que le diste el espíritu, se te devolverá el espíritu cuando esta criatura muera. A ti, Tierra, que le proporcionaste el cuerpo, se te devolverá el cuerpo cuando esta criatura muera. Y tú, Cuidado, que fuiste el primero en modelar a esta criatura, acompáñala siempre mientras viva. Y como no habéis llegado a ningún consenso acerca del nombre, yo decido que se llame hornem, que viene de humus, que significa tierra fértil”». Esta fábula está llena de lecciones. El cuidado es anterior al espíritu infundido por Júpiter y anterior también al cuerpo prestado por la Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, originaria. Originario es el cuidado, «que fue el primero en modelar al ser humano». Cuidado lo hizo con «cuidado», celo y devoción y, por tanto, con una actitud amorosa. El es anterior, es el a priori ontológico, aquello que debe existir antes para que pueda surgir el ser humano. El cuidado, por tanto, entra en la constitución del ser humano. Sin él no es humano. Con razón Martin Heidegger, en Sery tiempo, considera que el cuidado es la real y verdadera esencia del ser humano. De ahí que, como se dice en la fábula, el «cuidado acompañará siempre al ser humano mientras viva». Todo lo que haga con cuidado revelará quién es el ser humano y, además, estará bien hecho. El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Cura las heridas, despeja el futuro, da seguridad, disipa los miedos e infunde esperanza. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «En la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Tenemos que volver humildemente al simple cuidado. El mito del cuidado, y sólo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, males psicológicos de nuestro tiempo» (Eros e repressiio, Vozes, Petrópolis 1982, p. 340). 7. EL ETHOS QUE SE RESPONSABILIZA La capacidad de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento mundial y el consurnismo unido a ella se está agotando rápidamente. Para que se produzca un cambio radical no bastan los llamamientos de los organismos internacionales que estudian el estado de la Tierra, ni tampoco las directrices de los diferentes gobiernos. Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hijas angustiados de nuestro Planeta. El ethos que busca, imperante en el mundo, no está en condiciones de proporcionarnos por sí solo los instrumentos para un salto cualitativo. Se ha desmoralizado, porque no ha conseguido evitar el genocidio de los indígenas latinoamericanos, el holocausto nazi-fascista, los gulags soviéticos, las armas de destrucción masiva, las recientes guerras de prevención y la devastación del modo de producción capitalista, que genera cada vez más miseria y exclusión. Consigue imponerse, no conargumentos, sino por la fuerza. En las conciencias más despiertas está surgiendo la siguiente convicción: o la civilización planetaria deja de ser predominantemente occidental o dejará de existir. Estamos obligados a desarrollar un ethos de responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe y vive, como condición de supervivencia de la humanidad y de su hábitat natural. equilibrio. Y nosotros queremos controlar esos procesos complejísimos en una sola generación, sin medir las consecuencias de nuestra acción. Por eso el ethos que se responsabiliza impone la precaución y la cautela como comportamientos éticos básicos. Responsabilidad es la capacidad de dar respuestas eficaces (responsuni en latín, de donde viene «responsabilidad») a los problemas que nos plantea la compleja realidad actual. Y sólo lo conseguiremos con un ethos que ame, cuide y se responsabilice. La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestros actos sobre los demás y sobre la naturaleza. Hans Jonas, el filósofo del «principio de responsabilidad», formuló así el imperativo categórico: La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Junto con las fuerzas rectoras de la naturaleza, la persona se considera coresponsable del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir responsablemente nuestra parte, hasta los vientos contrarios ayudan a llevar a puerto el Arca salvadora. «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no destruyan la naturaleza, ni la vida, ni la Tierra». Este imperativo vale especialmente para la biotecnología y para aquellas operaciones que intervienen directamente en el código genético de los seres humanos, de otros seres vivos y de las semillas transgénicas. El universo trabajó 15.000 millones de años, y la biogénesis 3.800 millones de años, para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su Este ethos propone algunas tareas prioritarias. En relación con la sociedad, hay que pasar del eje de la competencia, que usa la razón calculadora, al eje de la cooperación, que usa la razón cordial. En relación con la economía, hay que pasar de la acumulación de riqueza a la producción de lo suficiente y digno para todos. En relación con la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre la utilización racional de lo que precisamos y la preservación del capital natural. En relación con la atmósfera espiritual de nuestras sociedades, hay que pasar de la magnificación de la violencia, especialmente en los medios de comunicación social, a una cultura de la paz y del cultivo del bien común. 8. EL ETHOS QUE SE SOLIDARIZA Vivimos tiempos de enorme barbarie, porque la solidaridad entre los humanos es extremadamente escasa. 1.400 millones de personas viven con menos de un dólar al día. Dos terceras partes de esos 1.400 millones están constituidas por la humanidad futura: niños y jóvenes con menos de 15 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias primas que sus hermanos y hermanas estadounidenses. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países ricos no tienen el menor sentido de solidaridad, pues destinan menos del 1% de su riqueza a luchar contra este azote. Para hacer frente a esta vergüenza humana es urgente una revolución ética, más que una revolución política; es decir, hay que despertar un sentimiento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable esa deshumanización e impida que los voraces dinosaurios del consumismo prosigan con su vandalismo individualista. Necesitamos, por tanto, un ethos que se solidarice con todos los que han caído en el camino. La solidaridad está inscrita objetivamente en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Los cosmólogos y fisicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección natural de Darwin, basada en el estudio de los organismos vivos, debe ser pensada dentro de esa ley mayor. Además, los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en su ser. En el nivel humano, en lugar de la selección natural, tenemos que proponer el cuidado y el amor. Así, todos pueden ser incluidos, también los más débiles, y se evitará que sean eliminados en nombre de los intereses de grupo o de un tipo de cultura que reafirma su identidad por encima de la dignidad y el derecho de los otros. La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Cuando nuestros antepasados homínidos salían en busca de alimento, no lo consumían individualmente, sino que lo llevaban al grupo para repartirlo solidariamente. Fue la solidaridad la que permitió el salto de la animalidad a la humanidad y a la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres, que nos acogieron en la vida y en la familia. Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente como proyecto de libertad que 0pta por la solidaridad como contenido de las relaciones entre todos. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial; de lo contrario, no habrá, a largo plazo, futuro para nadie. Y esa sociedad hay que construirla desde abajo, desde las víctimas de los procesos sociales y desde los que sufren. El imperativo es, por tanto: «Solidarízate con todos los seres, tus compañeros en la aventura planetaria y cósmica, especialmente con los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». Es importante también alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable. Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien para todas las formas de vida y no sólo para nosotros. Por causa del ethos que se responsabiliza, veneramos a cada ser y cada forma de vida. 9. EL ETHOS QUE SE COMPADECE Para ser plenamente humano, el ethos tiene que incorporar la compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre en nuestros caminos y una interminable soledad de millones y millones de personas que llevan solas, en su corazón, la cruz de la injusticia, la incomprensión y la amargura. El ethos que se compadece quiere incluir a todas esas personas —que, en el fondo, somos cada uno de nosotros— en el ethos humano, es decir, en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser lloradas sin vergüenza o enjugadas cariñosamente. Pero antes tenemos que hacer una terapia del lenguaje, pues «compasión» tiene, en la comprensión común, connotaciones negativas que le roban su contenido altamente positivo. Según esa comprensión común, tener compasión significa tener pena del otro, un sentimiento que lo rebaja a la condición de desamparado, sin energía interior para erguirse. Entonces nos compadecemos de él y nos con-dolemos de su situación. Así, por ejemplo, en el hambriento (y en la humanidad hay miles de millones de personas hambrientas) ve sólo el hambre de pan. No ve que a la vez existe en él un hambre de belleza que grita porque quiere realizarse y que con nuestra solidaridad podría ser saciada. Podríamos entender también la com-pasión en el sentido del paleocristianismo (el cristianismo originario, antes de constituirse en iglesias), un sentido altamente positivo. Tener misericordia equivale a tener un corazón (cor) capaz de sentir a los míseros y salir de sí para socorrerlos. Es una actitud que la misma palabra com-pasión sugiere: compartir la pasión del otro y con el otro, sufrir con él, alegrarse con él, caminar con él. Pero esa acepción no consiguió imponerse en la histona. Predomino la acepcion moralista y menor de quien mira desde arriba y desliza una limosna en la mano de la persona que sufre. Mostrar misericordia equivaldría a hacer «candad» al otro, caridad criticada por el poeta y cantautor argentino Atahualpa Yupanqui: «Desprecio la caridad por la vergüenza que encierra. Soy como el león de la sierra: vivo y muero en soledad». La concepción budista de la com-pasión es diferente. Tal vez la com-pasión sea una de las mayores contribuciones éticas que Oriente ofrece a la humanidad. La com-pasión tiene que ver con la pregunta básica que dio origen al budismo como camino ético y espiritual. La pregunta es: ¿cuál es el mejor medio para liberarnos del sufrimiento? La respuesta de Buda es: «Por la compasión, por la infinita compasión». El Dalai Lama actualiza esa ancestral respuesta de este modo: «Ayuda a los otros siempre que puedas; y si no puedes, nunca los perjudiques» (O Dalai Lama fala de Jesus, Fisus 1999, p. 214). Esta comprensión coincide con el amor y el perdón incondicionales propuestos por Jesús. La «gran corn-pasión» (karuna en sánscrito) implica dos actitudes: desapego de todas las cosas y cuidado para con todas las cosas. Por el desapego nos distanciamos de las cosas, renunciando a poseerlas, y aprendemos a respetarlas en su alteridad y diferencia. Por el cuidado nos aproximamos a las cosas para entrar en comunión con ellas, responsabilizándonos de su bienestar y socorriéndolas en el sufrimiento. He aquí un comportamiento solidario que nada tiene que ver con la pena y la mera «caridad» asistencialista. Para el budista el nivel de desapego revela el grado de libertad y madurez alcanzado por una persona. Y el nivel de cuidado muestra cuánta benevolencia y responsabilidad desarrolló una persona para con todas las cosas. La com-pasión engloba las dos dimensiones. Exige, pues, libertad, altruismo y amor. El ethos que se compadece no conoce límites. El ideal budista es el bodhisattva, la persona que lleva tan lejos el ideal de la com-pasión que se dispone a renunciar al nirvana e incluso acepta pasar por un número infinito de vidas sólo para poder ayudar a los otros en su sufrimiento. Ese altruismo se expresó en la oración del bodhisattva: «Mientras dure el tiempo, persista el espacio y haya personas que sufren, también yo quiero vivir para liberarlas del sufrimiento». La cultura tibetana expresa ese ideal a través de la figura del Buda de los mil brazos y los mil ojos. Con ellos puede, compasivo, atender a un número ilimitado de personas. El ethos que se compadece, en la percepción budista, nos enseña también cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza: primero tenemos que respetarla en su alteridad, y después cuidar de ella. Sólo entonces podemos usarla, en la justa medida, para nuestro provecho. A la «guerra infinita» de la demencia actual tenemos que oponer la «com-pasión infinita» de la sabiduría budista. ¿Utopía? Sí, pero es la mejor manera de mostrar nuestra verdadera humanidad, hecha de com-pasión y de cuidado y que se traduce en un ethos que sabe compadecerse de todos los que viven y sufren, para que nunca estén solos en su sufrimiento. 10. EL ETHOS QUE TNTEGRA La ética es del orden de la práctica y no del de la teoría. Por eso son importantes las figuras ejemplares que testimoniaron en su vida la realización de una ética coherente. Sólo los ejemplos luminosos son realmente convincentes. Para los occidentales la figura más transparente es Francisco, de Asís, considerado «el primero después del Unico», o «el último cristiano». No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia vigente en su tiempo, ni por la dogmática eclesiástica, sino por la experiencia evangélica, por la inserción en los medios pobres y por una nueva relación amorosa con la comunidad de la vida. Ello le permitió rescatar el vigor del paleo- cristianismo, es decir, del cristianismo de los orígenes jesuánicos y apostólicos. En san Francisco emergió poderosamente, sin que él tuviese conciencia elaborada de ello, una fecunda experiencia del ethos seminal, o sea, una forma nueva de organizar y llenar de valores la morada humana (ethos). La novedad residía en la inclusión sin límites de todos, empezando por quienes estaban más excluidos, como los leprosos, o marginados como los siervos de la gleba y los pobres en general, abriéndose también para acoger como hermanos y hermanas a todas las criaturas: los árboles, los animales, el sol y la luna; en suma, el universo entero. En la experiencia ética de Francisco se realizan de forma eminente las diversas expresiones del ethos que hemos analizado anteriormente. En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con extrema intensidad primero ser un caballero heroico, después monje benedictino y, por último, penitente. Insatisfecho, escogió el «camino de la simplicidad», que consistía en tomar el evangelio a la letra y vivirlo sin glosa ni comentario, como fuente inspiradora de un nuevo ethos. Francisco se da cuenta de lo inusitado de este propósito. Por eso dice claramente: «El Señor me reveló su voluntad de que fuese un nuevo loco en el mundo» (novellus pazzus). Es loco frente a los sistemas que abandona: el burgués emergente, el feudal decadente, el religioso- monacal vigente. Pero no es loco frente al nuevo ethos que inaugura. Según el primer biógrafo de la época, Tomás de Celano, Francisco apareció como «un hombre de un nuevo siglo»; nosotros diríamos: «de un nuevo paradigma». Lo que acabamos de decir parece extremadamente contemporáneo, ya que estamos buscando un nuevo camino civilizatorio y un nuevo horizonte de esperanza para la humanidad. Es un representante singular del ethos que ama. A semejanza del gran místico sufi Rumi —contemporáneo de Francisco que vivía en la antigua Persia, en el actual Afganistán—, testimonia la mística del amor y del enamoramiento de Dios como nadie lo había hecho antes en la historía de Occidente y de Oriente Medio. Llevado por el impulso del amor, Francisco salía por los bosques a llorar hasta que se le hinchaban los ojos, y gritaba: «El Amor no es amado, el Amor no es amado!». Rescató el amor telúrico: amor a la Tierra, a cada ser de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es «Deus meus et omnia» («Mi Dios y todas las cosas»). Dios no quiere que le amemos solo a El, sino que amemos a todas las críaturas. El amor es un movimiento único que abraza a todos. pacis», el movimiento por la paz, para reconciliar a las partes enfrentadas. Promueve un encuentro entre el obispo de Asís y el alcalde, considerados enemigos acérrimos. Prohíbe a los compañeros usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas las funciones y permanece como lego (al final de su vida se dejó ordenar diácono para seguir predicando, ya que estaba estrictamente prohibido que los legos predicaran), para estar junto al pueblo y los pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos. Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en invierno para que no muriesen de hambre; cuidaba para que los árboles no fuesen cortados de modo que no pudieran regenerarse; cuidaba de liberar a los paj arillos de las jaulas... Hasta pedía a sus compañeros que cuidaran de las malas hierbas en un rincón del jardín, porque también ellas, a su manera, alababan a Dios. El poverello de Asís integra en su vida el ethos en el sentido originario: hace de este mundo la morada benéfica del ser humano. La expresión suprema del mundo hecho ethos se encuentra en el admirable Cántico al Hermano Sol, en el que no tenemos tan sólo un discurso poético-religioso sobre las cosas, sino que éstas sirven de vestimenta para un discurso más profundo: el del inconsciente que llegó a su Centro y, con él, el Misterio de ternura que integra todas las cosas. Los elementos cantados como, el Sol, la Tierra, el fuego y el agua, las plantas y el viento, e incluso la muerte, la hermana muerte, se transfiguran y se convierten en símbolos de una total integración, articulando la ecología exterior (los elementos naturales) con la ecología interior (el carácter simbólico que tienen en la psique). El Cántico es la expresión acabada de la completa integración de nuestra dimensión celeste con nuestra dimensión terrena. Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los leprosos, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta, y se compadecía de sus propios dolores, a los que llamaba «hermanos», como también llamaba «hermana» a la muerte. Dio testimonio del ethos que se solidariza. Vivía en extrema pobreza, pero, por cálida solidaridad, quería que se diera todo al hermano sufriente, y rompía el ayuno riguroso para ser solidario con el compañero que gritaba en la noche: «Me muero de hambre!». En la cruzada, en el norte de Egipto, se solidariza con los «hermanos mahometanos», cruza las fronteras entre las tropas cristianas y musulmanas y va a encontrarse con el sultán. Se muestra solidario con él, admirado por su piedad y su sabiduría para gobernar. Por último, mostró de manera concreta el ethos que se responsabiliza. Ante las guerras entre los burgos, instaura la «legatio La ética se transfigura entonces en mística, en experiencia abisal del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo, y todos los elementos que surgen del matrimonio entre ambos, se transforman en valor y en señal de un mundo de bondad, posible para los hijos y las hijas de la Madre Tierra, a la que san Francisco nos enseñó a amar como hermana y como madre. mi casa, mi coche, mi familia... Nadie se siente motivado, por tanto, a construir algo en común. Lo único en común que queda es la guerra de todos contra todos con vistas a la supervivencia individual. Y hoy, en la política mundial, la lucha implacable contra el terrorismo. 1. BIEN COMÚN PARA TODA LA COMUNIDAD DE LA VIDA Uno de los efectos más avasalladores del capitalismo globalizado y de su ideología política, el neoliberalismo, es la demolición de la noción de bien común o de bienestar social. Es notorio que las sociedades civilizadas se construyeron y siguen continúan construyéndose sobre dos pilares fundamentales: la participación de los ciudadanos (ciudadanía activa) y la cooperación de todos. Juntas crean el bien común. Pero éste fue enviado al limbo de las preocupaciones políticas, y su lugar fue ocupado por las nociones de rentabilidad, flexibilización, adaptación y competitividad. La libertad del ciudadano es sustituida por la libertad de las fuerzas del mercado; el bien común, por el bien particular; y la cooperación, por la competitividad. La participación y la cooperación aseguraban la existencia de cada persona y la vigencia de los derechos. Una vez negados esos valores, la existencia de cada uno no está ya socialmente garantizada, ni sus derechos asegurados. Por eso cada uno se siente forzado a garantizar lo suyo. De este modo surge un individualismo avasallador, que se pone de manifiesto en el lenguaje cotidiano: mi empleo, mi salario, En este contexto, ¿quién va a pensar en el destino común de la especie humana y de la única casa colectiva, la Tierra? ¿Quién se cuidará del interés general de los 6.300 millones de seres humanos? El neoliberalismo es sordo, ciego y mudo frente a esta cuestión fundamental. Y sería contradictorio suscitarla, pues defiende concepciones políticas y sociales directamente opuestas al bien común. Su propósito básico es éste: el mercado tiene que ganar, y la sociedad tiene que perder. Es el mercado el que habrá de regularlo y resolverlo todo. Y si es así, ¿por qué vamos a construir cosas en común? Se deslegitimó el bienestar social. Sucede, por otro lado, que el creciente empobrecimiento mundial es el resultado de las lógicas excluyentes y depredadoras de la actual globalización competitiva, liberalizadora, desregularizadora y privatizadora. Cuanto más se privatiza, tanto más se legitima el interés particular en detrimento del interés general, además de debilitar al Estado, el administrador del interés general. Es el triunfo del killer (asesino) capitalismo. ¿Cuánta perversidad social y barbarie soporta el espíritu? ¿Qué es el bien común? En el plano infra-estructural, es el acceso justo de todos a los bienes básicos (alimentación, salud, vivienda, energía, seguridad y comunicación). En el plano humanístico, es el reconocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Por el hecho de haber sido desmantelado najo la virulencia de la globalización competitiva, el bien común tiene que ser ahora reconstruido. Para ello hay que dar hegemonía a la cooperación y no a la competencia. Si no se produce ese cambio, dificilmente se mantendrá la comunidad humana unida y con un futuro que valga la pena. Al contextualizar estas reflexiones para los tiempos actuales, constatamos con entusiasmo que esa reconstrucción del bien común constituye el núcleo del proyecto político del Partido de los Trabajadores y del presidente Lula, elegido en el año 2002. Ha empezado por donde debía: «Hambre Cero». Ha puesto un cimiento seguro: el nuevo pacto social a partir de los valores de la cooperación y la buena voluntad de todos. Afirma una convicción humanística fundamental: no hay futuro a largo plazo para una sociedad fundada sobre la falta de justicia, de igualdad, de fraternidad, de cuidado y de cooperación. Esa sociedad niega el anhelo más originario del ser humano desde que éste apareció en la evolución, hace millones de años. Lula articula ese anhelo ancestral, y de ahí brota su fuerza de convocatoria. Si el Partido de los Trabajadores y Lula no satisfacen ese anhelo, lo harán otros actores en otros momentos. Pero ese sueño de la humanidad pasa por él y por las esperanzas históricas que ha suscitado. El bien común no puede ser concebido antropocéntricamente. En la comprensión que estamos desarrollando hoy en día acerca de las inter-retro-conexiones del ser humano con su medio natural y cultural, tenemos que incluir también la naturaleza con sus ecosistemas y la propia Tierra-Gaia, superorganismo vivo en la construcción del bien común. Todos los seres, especialmente los vivos, poseen cierta subjetividad, pues son sujetos de interrelaciones, se sitúan activamente en el proceso cosmogénico y biogénico y, por ello, tienen una historia. Nosotros, como seres humanos, somos un eslabón, si bien singular, de la corriente de la vida. Tenemos los mismos elementos fisico-químicos con los que se forma el código genético de todos los seres vivos. De ahí se deriva un parentesco objetivo con la comunidad de la vida. Este es el fundamento para otorgar personalidad jurídica a las montañas, a los ríos, a los bosques, a los animales y a todos los demás organismos vivos. Ellos tienen derecho a ser respetados y tienen que ser respetados en su alteridad y singularidad. En razón de esta comprensión, el bien común no puede ser sólo humano, sino de toda la comunidad terrenal y biótica con la que compartimos la vida y el destino. La economía política no puede cuidar sólo del bienestar material de los seres humanos, sino de todos los demás seres que necesitan tener agua no contaminada, suelos no envenenados, aire sin polución y nutrientes de calidad. Sin esa ampliación de la democracia, que será entonces sociocósmica, nuestro bien común no será suficiente ni adecuado. La cooperación se refuerza con más cooperación, pues aquí reside la savia secreta que alimenta y revigoriza permanentemente el bien común. 2. AUT0LIMITACIÓN: VIRTUD ECOLÓGICA El terror suscitado por el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 fue tan profundo que cambió el estado de con-ciencia de la humanidad. Se introdujo la perspectiva de la destrucción masiva, acrecentada posteriormente con la fabricación de armas químicas y biológicas, capaces de amenazar la biosfera y el futuro de la especie humana. Antes, los seres humanos se permitían hacer guerras convencionales, explorar los recursos naturales, deforestar, arrojar basura a los ríos y gases a la atmósfera, y ello no producía grandes modificaciones ambientales. Una conciencia tranquila nos aseguraba que la Tierra era inagotable e invulnerable y que la vida continuaría siendo la misma y para siempre en el futuro. Ese presupuesto ya no existe. Cada vez somos más conscientes de aquello que declara La Carta de la Tierra: «Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir su futuro... o formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida». Este documento, asumido por la UNESCO en el año 2000, representa la nueva perspectiva planetaria, ética y ecológica de la humanidad. Los hechos que sustentan la alarma son irrefutables: sólo tenemos esta Casa Común en la que habitar; sus recursos son limitados, y muchos de ellos no renovables; el agua dulce es el bien más escaso de la naturaleza (sólo el 0,7% es accesible de manera inmediata para el uso humano); la energía fósil, el petróleo, motor del desarrollo moderno, tiene los días contados; y el crecimiento demográfico es amenazador. Hemos sobrepasado ya en un 20% la capacidad de aguante y de renovación de la biosfera. Querer generalizar para toda la humanidad el tipo de desarrollo hoy imperante exigiría otros tres planetas iguales al nuestro. La inmensa mayoría no piensa en estas cosas, pues les parece insoportable enfrentarse a los límites o, en último término, al desastre colectivo, que es posible incluso en nuestra generación. Estos problemas son graves. Pero hay uno todavía mayor: la lógica del sistema mundial de producción y la cultura consumista que ha creado. El sistema dice: debemos producir cada vez más, sin poner límites al crecimiento, para que podamos consumir cada vez más, sin poner límites a la cesta de la oferta. La consecuencia inmediata de esta opción es una doble injusticia: la ecológica, por la depredación de la naturaleza, y la social, por la creación de desigualdades. La humanidad se puede dividir entre quienes comen hasta hartarse y quienes comen insuficientemente y están condenados a todos los males relacionados con de la pobreza, a la marginalidad y a la exclusión. Si queremos garantizar un futuro común de la Tierra y de la humanidad, se imponen las virtudes cardinales imprescindibles: la búsqueda del bien común, la autolimitación y la justa medida. Las tres son expresiones de la cultura del cuidado y de la responsabilidad. Pero ¿cómo postular esas virtudes si todo el sistema social mundial funciona precisamente porque las niega? Esta vez, sin embargo, no tenemos elección: o cambiamos y nos guiamos por el cuidado y la responsabilidad colectiva, autolimitándonos en nuestra voracidad y viviendo la justa medida en todas las cosas en la perspectiva del bien común humano y ambiental, o tendremos que afrontar una tragedia sin precedentes. La autolimitación significa un sacrificio necesario que salvaguarda el Planeta, tutela intereses colectivos y funda una cultura de la simplicidad voluntaria. No se trata de no consumir, sino de consumir de manera responsable y solidaria para con los seres humanos y los demás seres vivos de hoy y los que vendrán después de nosotros. Ellos también tienen derecho a la Tierra y a una vida con calidad. 3. LA JUSTA MEDIDA: FÓRMULA SECRETA DEL UNIVERSO Y DE LA FELICIDAD La cultura imperante es excesiva en todo. No tiene ni el sentido de la autolimitación ni el de la justa medida. Por eso está en una crisis que pone en peligro su propio futuro. El desafio es éste: ¿cuál es la justa medida que preserva el patrimonio natural y la supervivencia de la biosfera? La justa medida es el óptimo relativo, el equilibrio entre el más y el menos. Por un lado, la medida es sentida negativamente como un límite a nuestras pretensiones. De ahí nace la voluntad y hasta el placer de violar el límite. Por otro lado, es sentida positivamente como la capacidad de usar de manera moderada las potencialidades para que duren más. Ello sólo es posible cuando se encuentra la justa medida. Si nos fijamos bien, descubrimos que la justa medida es la fórmula secreta por la que el universo se organizó y ha garantizado su equilibrio hasta nuestros días. Si, después del big-bang, las fuerzas de expansión no hubiesen sido contenidas por la energía gravitacional, todos los elementos se habrían difundido hasta diluirse en el espacio infinito. Entonces no se habría producido la condensación de los gases ni se habrían formado las estrellas, los planetas y la Tierra, y nosotros no estaríamos aquí para reflexionar sobre todas estas cosas. Si la fuerza de la gravedad hubiese predominado y si todos los materiales hubiesen regresado sobre sí mismos, habrían explotado en cadenas sucesivas, y el universo y nosotros no habríamos surgido. Por el contrario, todo se procesó según la justa medida. Se instauró un equilibrio dinámico y sutil entre expansión y condensación, de modo que pudieran surgir cuerpos densos, seres vivos y complejos como los animales y como nosotros mismos. Esta justa medida está anclada en lo más profundo de nuestro ser, en los arquetipos ancestrales que orientan nuestra vida. Ellos toman cuerpo en todas las producciones humanas, haciendo que sean bellas y armónicas, por causa del justo equilibro que en ellas se establece. No es de extrañar que, por ejemplo, las culturas de la cuenca mediterránea, como la egipcia, la griega, la latina y la judía, que tanto influyeron en la nuestra, hayan postulado siempre la búsqueda de la justa medida como fuente constructora de equilibrio social. Esa era y sigue siendo la preocupación central del budismo y de la filosofía ecológica del Feng-Shui chino. Para todas, el símbolo principal era la balanza, y las respectivas divinidades femeninas eran tutoras de la justa medida. La diosa Maat de los egipcios cuidaba de que todo fluyese equilibradamente. Pero los sabios egipcios pronto comprendieron que la justa medida exterior sólo se alcanza a partir de la justa medida interior. Sin la convergencia de la Maat interior con la exterior perdemos la justa medida, es decir, el equilibrio, y nos volvemos destructivos. Una de las características fundamentales de la cultura griega fue la búsqueda insaciable de la medida en todo (métron). Clásica es la formulación «méden ágan» («nada en exceso»). Esa medida justa se ve realizada en todas las grandes obras artísticas de los griegos, en la escultura, en la arquitectura, en el teatro y en la filosofía. De esta herencia seguimos alimentándonos todavía hoy. La diosa Némesis, venerada por griegos y romanos, representaba la justa medida en el orden divino y humano. Todos cuantos osaran sobrepasar la propia medida (incurriendo en la hybris = autoafirmación arrogante) eran inmediatamente fulminados por Némesis. Así les sucedía a los campeones olímpicos, que, como en nuestros días, se dejaban endiosar por los admiradores; y también les sucedía a aquellos filósofos y artistas que permitían una exaltación excesiva de sus vidas y obras. La Biblia judeocristiana funda la medida justa en el reconocimiento del límite insalvable entre el Creador y la criatura. La criatura jamás será como Dios, que fue la pretensión de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal: imaginaron que lo conseguirían comiendo del fruto prohibido; comieron de él, sobrepasaron el límite que Dios les había impuesto, no se convirtieron en dioses y fueron expulsados del paraíso. Pecado es rechazar el límite, no reconocer la condición de criatura. A pesar de la expulsión, permaneció el imperativo de la justa medida en la forma de «cultivar y guardar» el jardín del Edén, es decir, vivir la ética del cuidado. Detrás de «cultivar» resuena siempre «culto» y «cultura», que señalan el trato respetuoso a la Tierra (culto). Y detrás de «guardar» resuena el aprovechamiento sostenible de sus recursos para atender necesidades humanas, no con fines de acumulación. En el lenguaje bíblico, ser «imagen y semejanza de Dios» significa ser el representante y el lugarteniente de Dios en medio de la creación. Como tal, el ser humano tiene que prolongar el acto creador divino, creando también con la misma benevolencia con que Dios creó todas las cosas («y vio que todo era bueno»). El efecto final de las intervenciones, bajo la justa medida, es la cultura, como hominización y humanización de la naturaleza. La justa medida se exige en dos importantes campos de la actividad humana actual: la ecología y la biotecnología. En la ecología se plantea continuamente la cuestión: ¿cuál es la justa medida de intervención en la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades y, al mismo tiempo, conservar el capital natural, de modo que pueda regenerarse y perdurar indefinidamente? Aquí necesitamos sabiduría y prudencia para no someter a la biosfera a un estrés excesivo. En el campo de la biotecnología tenemos que preguntarnos: ¿cuál es la justa medida en la manipulación del código genético humano? Esa medida aparece cuando el ser humano entra en una profunda comunión con la propia vida. Es entonces cuando percibe la vida como la irrupción más compleja y misteriosa del proceso de la evolución. La vida exige respeto y reverencia, necesita ser cuidada continuamente para mantenerse y co-evolucionar. Los genetistas tienen que entrar en el laboratorio de experimentación como quien entra en un templo, y han de realizar procesos como quien celebra una liturgia. De lo contrario, podrían poner en peligro el futuro de la vida, la cual no es ninguna mercancía. Por eso la investigación no se ordena al lucro, sino a la mejora de la propia vida. Aprendamos de los antiguos cómo sanar la crisis civilizatoria: viviendo sin exceso, en la justa medida y en el cuidado esencial para con todo cuanto nos rodea. fundamentó el clásico imperialismo occidental (neologismo introducido en 1870 en Gran Bretaña) en sus diferentes formas. Un rasgo característico del imperialismo es que no tiene límites. Su lógica le lleva a conquistar todo y a todos: el espacio físico, todas las esferas de la vida, las mentes y los corazones de los pueblos. Y no contento con ello, invoca el mandato divino, como el «destino manifiesto» estadounidense o el «requerimiento» de los colonizadores ibéricos. En nombre de la misión se ha llevado el terror a todos los continentes, se ha impuesto la uniformización de la cultura, se ha instaurado el modo occidental de organizar la sociedad y se ha implantado la religión cristiana («dilatar la fe y el imperio»). 1. AMENAZA CONTRA LA PAZ: EL IMPERIALISMO GLOBALIZADO Occidente siempre tuvo una obsesión persistente: llevar su cultura y su visión del mundo a todos los pueblos de la Tierra. Primero quisieron hacerlo los griegos. Y Alejandro Magno llegó hasta la India con el propósito de conquistar a los «bárbaros» y llevarlos a la civilización. Después lo intentaron los romanos, señores de un imperio milenario, que sometían a los pueblos y los integraban en su cultura, considerada la mejor. Y más tarde los cristianos. Trataron de conseguirlo hasta que fracasó el Imperio Romano-Germánico. Siempre quisieron —y todavía hoy siguen queriendo— llevar la salvación al mundo entero. Primero, a través de la misión cristiana, y después, al secularizarse, mediante la política y la guerra de conquista colonial. Esto significó la imposición, para bien o para mal, de los valores y las instituciones occidentales a todos los pueblos sometidos. Ese propósito El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, ha rescatado en nuestros días tanto la vertiente religiosa como la política del imperialismo, confiriéndole un carácter planetario. Religiosamente, entiende a los Estados Unidos como el «segundo pueblo elegido», con la misión de destruir el eje del mal. Y, políticamente, quiere salvar al mundo configurando la globalización con los valores típicos de la cultura estadounidense, que, según él, es la mejor y la más racional posible. Imbuido de esta convicción mesiánica, aparece en público con el pecho hinchado, dando pasos largos, con gestos triunfantes y aires de césar glorioso o de rey-sol (de pacotilla). Ese nuevo imperialismo no se basa ya en el territorio, sino en los intereses globales. En nombre de ellos, Bush se reserva el derecho a intervenir cuando quiera y allí donde piense que esos intereses están siendo amenazados, como en el caso de Irak. En su discurso programático a la nación, el 17 de septiembre de 2002, Bush resucitó el poder absolutista e imperial («lo que cuenta es lo que nosotros queremos») y declaró la guerra preventiva como instrumento de orden en el mundo. Bush quiere globalizar tres valores: la libertad, la democracia y el libre comercio. Valores preciosos, pero desfigurados por su versión capitalista. La libertad es entendida como independencia individual sin vinculación social. Significa libertad para ganar dinero y acumular, cada vez más, sin ningún escrúpulo. La democracia es delegativa y formal, y sólo funciona en la esfera política —no en la economía, ni en la escuela ni en la vida— como valor universal. El libre comercio es efectivamente libre para los más fuertes, que imponen su lógica de pura competencia, sin ninguna cooperación, absorbiendo a los más débiles o eliminándolos friamente. El sueño americano, según Bush, consiste en transformar el Globo en un inmenso mercado común donde todo se convierta en mercancía: el capital material (bienes) y el capital simbólico (valores); donde todo sea racionalmente administrable, incluso lo que no es administrable en sí, como el afecto, la amistad, el amor, el envejecimiento, la imagen y la muerte. El imperialismo occidental es nuestra enfermedad, porque seguimos pensando que somos los mejores y humillamos a los otros, perdiendo la oportunidad de aprender de ellos. No obstante, aunque a duras penas, también hemos creado un antídoto, que es la autocrítica. Démonos cuenta del mal que hemos hecho a los pueblos y a nosotros mismos. Después de todo, no somos más que una cultura y una religión entre otras. La curación está en el diálogo incansable, en la apertura a los otros, en el intercambio que nos enriquece y nos hace humildes. El rechazo del diálogo, la satanización del otro y la arrogancia producen tragedias. Pese a estar cansados, todavía creemos que la paz perpetua es posible, mediante aquellas virtudes que siempre negamos, pero que un día triunfarán. Ese día bienaventurado llegará. Sin esa esperanza, nada tendría sentido. Sólo habría oscuridad, sin las señales del amanecer. 2. TERRORISMO: LA GUERRA DE LOS OFENDIDOS El terrorismo recorre el mundo como un fantasma que inspira un miedo generalizado. En ciudades como Río de Janeiro se tiene la impresión de que algunos días el terrorismo se ha adueñado de la ciudad. Los traficantes se apoderan de barrios enteros, imponiendo sus órdenes y colocando señales inequívocas de su poder. Sus jefes alegan que actúan para vengarse del terror policial a comunidades pobres y de la corrupción generalizada de la política. He aquí algunos síntomas del miedo generalizado: un árabe, en Nueva York, pide una información a un policía. y éste lo detiene pensando que se trata de un terrorista. Después se comprueba que es un simple ciudadano inocente. Un avión sale de Houston en dirección a Dallas. Algunos pasajeros se imaginan que hay hombres armados a bordo. Es suficiente para accionar la alarma y para que aviones de guerra F-16 escolten al avión. Con frecuencia el gobierno alarma a la nación, anunciando la inminencia de atentados y alimentando la paranoia ya generalizada. Esta fenomenología muestra la singularidad del terrorismo: la ocupación de las mentes. En las guerras y en las guerrillas se necesita ocupar el espacio fisico para triunfar realmente. En el terror no es así. Basta con ocupar las mentes, activar el imaginario, internalizar el miedo. Los estadounidenses ocuparon fisicamente el Afganistán de los talibanes. Pero los talibanes ocuparon psicológicamente las mentes de los estadounidenses. Convirtieron a los Estados Unidos en una nación ocupada por el miedo, desde el Gobierno hasta el último ciudadano. ¿Quién venció? Ciertamente, quien mantiene al otro como rehén de su estrategia. Vence, por tanto, quien domina las mentes y no quien simplemente conquista el espacio. Por desgracia, la profecía que hizo Osama Bm Laden el 8 de octubre de 2002 se ha cumplido: «Los Estados Unidos nunca volverán a tener seguridad, nunca volverán a tener paz». ¿Cómo desmontar este mecanismo hoy globalizado? Aquí no disponemos de espacio para exponer las estrategias usadas hoy por los gobiernos y los órganos de seguridad. Lo que a nosotros nos importa es captar la naturaleza del terror y su eficacia. No necesitamos leer a Albert Camus ni al teórico del terror, el francés Georges Sorel (1847- 1922), para saber cómo funciona. Basta con observar el fenómeno actual. El terrorismo sigue la siguiente estrategia: 1) los actos terroristas tienen que ser espectaculares; de lo contrario, no causan una conmoción generalizada; 2) los actos, a pesar de ser odiados, tienen que provocar admiración por la sagacidad empleada; 3) los actos tienen que sugerir que han sido minuciosamente preparados; 4) los actos tienen que ser imprevistos, para dar la impresión de que son incontrolables; 5) los actos tienen que quedar en el anonimato de los autores porque, cuanto más sospechosos sean, mayor será el miedo; 6) los actos tienen que alimentar el miedo durante el mayor tiempo posible; 7) los actos tienen que deformar, en los ciudadanos comunes y en los órganos de seguridad, la percepción de la realidad: cualquier cosa diferente puede representar un acto de terror posible. Así, por ejemplo, basta con ver a un árabe para que aparezca el fantasma del terrorista, o a un chabolista bien vestido para proyectar en él la figura de un traficante potencial y peligroso. Tratemos de dar una definición: el terrorismo es toda violencia espectacular practicada con el propósito de ocupar las mentes con el miedo y el pavor. Lo importante no es la violencia en sí, sino su carácter espectacular, capaz de dominar las mentes de todos. Por lo general, recurren al terror grupos minoritarios, marginados u oprimidos que rechazan el camino político como medio para la solución de sus problemas. Usa también el terror el crimen organizado, como el tráfico de drogas o de armas, para enfrentarse al sistema de control y represión y como forma de desviar la atención. Usa el recurso al terror también el Estado que no tiene legitimidad y necesita el terror para imponerse, como sucedió a partir de la década de 1960 en América Latina. Hoy existe el terrorismo de Estado como estrategia de los países ricos para combatir el terrorismo internacional. Así, el gobierno de los Estados Unidos, gravemente alcanzado por actos de terror, utiliza métodos que son verdaderos actos terroristas, como prisiones de sospechosos sin comunicación alguna con sus familias, sin derecho a una defensa jurídica y, eventualmente, sometidos a tribunales con el poder de condenar a muerte sin ninguna salvaguarda jurídica para el sospechoso. Desde 1960 se han perpetrado en el mundo 137 actos terroristas de gran repercusión. Tal vez el terrorismo sea la guerra posible en el mundo globalizado, la única capaz de ser llevada a efecto y, eventualmente, ganada por los débiles y periféricos, los que se rebelan porque se sienten ofendidos en su cultura y su religión. ¿Cómo desmontar esta máquina de miedo y de destrucción? Todos tenemos que afrontar esta cuestión, que remite a algo más profundo que la simple política de control y represión y exige un nuevo paradigma de relaciones sociales que imposibiliten el recurso al terrorismo o le priven de sentido. Y aquí nos encontramos con un nuevo ethos de socialidad, cuyos ejes serán el cuidado generalizado, la responsabilización colectiva por el bien común, la participación, la solidaridad y la compasión, objetos de reflexión de nuestro texto. 3. LA GLOBALIZACIÓN DEL RIESGO La globalización trajo, entre otras cosas, la planetarización de la condición humana y la conciencia de que la Tierra y la humanidad poseen un destino común. Por eso tenemos que afrontar juntos el futuro como un sujeto único. Esto nos obligaría, normalmente, a elaborar un proyecto planetario solidario y una gestión colectiva de los problemas, con objeto de conferir sostenibilidad a la vida del Planeta. de disuasión, corno hasta ahora, sino de agresión, y agresión preventiva. Tampoco imaginamos la devastación de vidas humanas y la destrucción de ecosistemas que supone una guerra en la que se usan tales armas. Ya se usaron en Kosovo, en la ex-Yugoslavia, y nuevamente en la segunda guerra contra Irak, bombas de racimo y bombas revestidas con uranio empobrecido. Los efectos sobre la vida y el código genético se prolongan durante decenios. Pero tal cosa no ocurre. Cualquier tentativa en esta línea es boicoteada sistemáticamente por los grandes de la Tierra, encabezados por los Estados Unidos, que se reúnen todos los años, más para hablar de dinero y garantizar sus ventajas que para afrontar colectivamente la situación social mundial, profundamente degradada e injusta. En los foros mundiales no se ha logrado ningún acuerdo sobre las cuestiones realmente globales, como el clima, el agua potable, el calentamiento del Planeta, las fuentes alternativas de energía, la agricultura y la biodiversidad. No hay voluntad de construir el bien común planetario, ni existe una cultura para tal tipo de postulado. Lo que une a todos es una guerra contra el terrorismo y la defensa de los intereses comunes, hoy globalizados. ¿Adónde nos llevará esa demencia belicista desenfrenada? Lo más grave, no obstante, es el fundamentalismo político-económico de las potencias occidentales. El fundamentalismo suministra razones para ese camino de alto riesgo, pues manifiesta la creencia ciega según la cual no necesitamos preocuparnos por la ordenación del mundo y la garantía de nuestro futuro. Están asegurados, creemos, por las fuerzas libres del comercio, por el libre espacio de los capitales y por el mercado libre. El dogma proclama que estas instancias constituyen la forma más eficaz de autorregulación y seguridad colectiva. Pero la creciente miseria de los pueblos, el aumento de la devastación ecológica y el agravamiento de los conflictos mundiales ponen de manifiesto que ese dogma es en realidad una herejía. Tal política provinciana, llevada a efecto por las potencias industrialistas, es demente, porque tolera la globalización del riesgo de guerra tecnológica, del enfrentamiento entre pobres y ricos, cuyo desenlace puede ser fatal para todos. Si, como especie, somos a la vez sapiens y demens, entonces aquí se evidencia de manera alarmante el lado de la demencia presente en los seres humanos. Esta se revela de forma particularmente peligrosa en las medidas políticomilitares del Gobierno de los Estados Unidos, que representan un verdadero crimen de lesa humanidad, especialmente por lo que se refiere a la eventual utilización de armas nucleares, que ya no serán Nunca hemos sentido tanta urgencia de sabiduría como en los tiempos actuales. Una sabiduría que imponga límites al poder avasallador y garantice el futuro de la vida y de la Tierra. Esta vez no hay un Asca de Noé que pueda salvar a algunos. O nos salvamos todos o perecemos todos. Hay momentos en que todos, incluidos los ateos amantes de la vida, tienen que rezar. 4. LA GUERRA: UNA CUESTIÓN METAFÍSICA La guerra moderna representa tal grado de devastación que sólo es comparable a los escenarios del libro del Apocalipsis. Los tanques, los bombarderos, los cazas, los misiles, las bombas inteligentes y los mismos soldados, convertidos en pequeñas máquinas de matar, parecen figuras salidas de las páginas de aquel libro. Los generales, con toda su arrogancia, señores de la guerra, dueños de la vida, de la muerte y del destino de los otros, representan adecuadamente a los siniestros caballos y sus jinetes apocalípticos. Todos los que venimos de una visión pacifista del mundo, de la ecología de la integración armónica de las oposiciones, del proceso evolutivo, concebido como abierto para formas cada vez más complejas, altas y ordenadas de relaciones, nos preguntamos angustiados: ¿Cómo es posible que hayamos llegado a tales niveles de destrucción? ¿Cómo entender los fenómenos que acompañan al escenario de la guerra, como la mentira intencionada, la distorsión planeada de los hechos y hasta la manipulación de lo más sagrado que poseemos: la religión? ¿Quiénes somos nosotros, los seres humanos, capaces de tanta barbarie? Y las guerras se han ido transformando cada vez más en guerras totales, causando más víctimas entre las poblaciones civiles que entre los combatientes. Max Born, premio Nobel de Física (1954), denunció el predominio de la matanza de civiles en la guerra moderna. En la primera guerra mundial el porcentaje de muertos civiles fue tan sólo el 5%; en la segunda guerra mundial, el 50%; en la guerra de Corea y en la de Vietnam, el 85%. Y datos recientes ponen de manifiesto que en las guerras contra Irak y la exYugoslavia el 98% de las víctimas fueron civiles. Ante este drama aterrador, surge inevitable una pregunta metafisica, que es la pregunta por el sentido del ser, de la vida y de la historia. ¿Cómo iluminar ese antifenómeno? La única categoría que tenemos para iluminar ese enigma consiste en reconocer que se trata de la explosión y la implosión de la demencia. Somos seres con demencia, con exceso de voluntad de dominar, estrangular y asesinar. Esto quedó ampliamente demostrado en las guerras del siglo xx, que causaron la muerte de 200 millones de personas, y en los actos espectaculares perpetrados por el terrorismo y el fundamentalismo islámico, como la destrucción de las Torres Gemelas en los Estados Unidos. Lo enigmático es que esa demencia está siempre unida a la sabiduría. La sabiduría es nuestra capacidad de amar, de cuidar, de extasiarse y de extrapolar más allá de nuestros límites. Somos simultáneamente, todos sin excepción, horno sapiens et demens (homines sapientes et dementes). El paradigma dominante de nuestra cultura, asentado sobre la voluntad de poder y de dominación, ha creado las condiciones para que nuestra demencia colectiva se manifestase poderosamente y fuese predominante. Esa demencia es responsable de la aparición de los fantasmas del fin del mundo y del fin de la especie humana. Por otro lado, nunca ha dejado de aparecer también en algún momento nuestra dimensión sapiente. Plazas del mundo entero se llenan de multitudes que claman por la paz y dicen no a la guerra, cada vez que la amenaza del conflicto es suscitada como forma de resolución de los problemas. Líderes políticos, intelectuales y especialmente religiosos alzan su voz y alimentan el lado luminoso y pacífico de los seres humanos y no dejan que desesperemos. ¿Qué salida encontraremos para este problema de dimensiones metafisicas? La salida más realista y más sabia parece ser la expresada en la Oración por la Paz de san Francisco de Asís, el hermano universal de los leprosos, de los animales, de las montañas y de las estrellas. En esa oración, ampliamente divulgada y convertida en credo común del macroecumenismo, es decir, del ecumenismo entre las religiones, encontramos una clave liberadora. Los términos de la oración dejan claro el carácter contradictorio de la condición humana, hecha de amor y de odio, de sabiduría y de demencia. Se parte de esta contradicción, pero se afirma confiadamente el polo positivo, con la certeza de que limitará e integrará el polo negativo. La lección que subyace a la oración de san Francisco es ésta: la única manera de curar la demencia es reforzar la sabiduría. Por eso dice: «donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde haya desesperación, lleve yo la esperanza; donde haya tinieblas, lleve yo la luz»... Y afirma que hay que buscar más «amar que ser amado; comprender que ser comprendido; perdonar que ser perdonado, porque es dando como se recibe, y es muriendo como se vive». En esa sabiduría de los sencillos se encuentra el secreto de la superación de las voluntades que quieren la violencia y la guerra como forma de resolver los conflictos o de hacer valer los intereses de unos contra otros. El camino hacia la paz, enseñaba Gandhi, es la misma paz. Sólo los medios pacíficos producen la paz. La paz es, al mismo tiempo, meta y método, fin y medio. 5. GUERRA Y ÉTICA Toda guerra es perversa, porque viola el mandamiento de la ética natural: «No matarás». Pero se plantean problemas: si un país es agredido por otro, ¿qué tiene que hacer? ¿Tiene derecho a usar las armas para defenderse? ¿Cómo deben comportarse los gobernantes de los pueblos que asisten a la limpieza étnica de minorías por parte de dictadores sanguinarios que violan sistemáticamente los derechos humanos, eliminando a sus opositores? ¿Es legítimo alegar el principio de no intervención en asuntos internos de Estados soberanos y asistir pasivamente a crímenes contra la humanidad? ¿Cómo reaccionar ante el fenómeno difuso del terrorismo, que actualmente puede utilizar armas de exterminio masivo y causar la muerte de miles de víctimas inocentes? ¿Es legítima una guerra preventiva contra ello? En nuestros días hay mentes y corazones que se ocupan de estas cuestiones éticas. Para no desesperarnos, tenemos que pensar. En todo el mundo, dada la estrategia de algunos países que, como los Estados Unidos, usan la fuerza para defender sus intereses globales, se ha producido un debate extremadamente serio sobre esta cuestión. Sobresalen varias posiciones. Un grupo numeroso sostiene la siguiente tesis: dada la capacidad devastadora de la guerra moderna, que puede comprometer hasta el futuro de la especie y de toda la biosfera, ya no hay ninguna guerra justa (ius ad bellum) o que se justifique. Otro grupo afirma que, a pesar de todo, puede haber una guerra justa, la llamada de «intervención humanitaria», pero limitada. Se justifica cuando el objetivo es impedir el etnocidio y los crímenes de lesa humanidad. Un tercer grupo, que representa los intereses del establishment global, reafirma: hay que recuperar la guerra justa como autodefensa, como castigo a los países del «eje del mal» y para prevenir ataques con armas de destrucción masiva. Hagamos un juicio ético de estas posiciones. En las condiciones actuales, toda guerra representa un riesgo altísimo, pues disponemos de una máquina de muerte capaz de destruir la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio criminal y, por tanto, injusto, porque es excesivamente destructiva, pues anula la base del derecho, que es la persistencia de la vida y de la biosfera. No hay ningún derecho que nos autorice a destruirlo todo, como si para matar una mosca posada en la cabeza de una persona decidiéramos cortarle a ésta la cabeza. Dentro de una política realista, una «intervención humanitaria» limitada es teóricamente justificable si se cumplen dos condiciones: no puede ser decidida unilateralmente por un único país, sino por la comunidad de las naciones (ONU), y tiene que respetar dos principios básicos (ius in bello): la inmunidad de la población civil y la adecuación de los medios (no podemos causar más daños que beneficios). La experiencia ha mostrado que jamás se ha respetado ninguno de los dos principios. Las principales víctimas son las poblaciones inocentes. La guerra de autodefensa no hace que la guerra sea buena. Sigue siendo perversa, por las muertes y destrucciones que provoca, aunque se diga que son «daños colaterales» y «efectos no deseados». La fuerza empleada como autodefensa de la población, de la casa y del altar, se justifica dentro de la estrictu adecuación de los medios. Pero, como se ha comprobado, nunca se respeta esa adecuación. Del mismo modo que es dificil controlar totalmente el fuego o la violencia de las aguas, también lo es controlar la devastación material, psicológica, cultural y humana de la guerra, una vez desencadenada. La guerra de castigo, como la que se perpetró contra Afganistán, se basa en la venganza y no es éticamente defendible. Sólo alimenta la rabia, caldo de cultivo de futuros conflictos. La guerra preventiva contra Irak fue ilegítima porque se basó en lo que aún no existía y podía no suceder. Ningún derecho, de ninguna naturaleza, le da legitimidad, porque es subjetiva y arbitraria. Sólo pudo ser aprobada por los parlamentos estadounidense e inglés mediante la utilización de la mentira y la distorsión de las informaciones por parte de las autoridades oficiales. Todos estos juicios poseen un valor meramente teórico, que es siempre importante y hasta indispensable para aclarar posturas, lo cual constituye el fundamento para eventuales tomas de posición concreta. Sin embargo, en la práctica se ha demostrado que ninguna guerra, ni siquiera las de «intervención humanitaria», observa los dos criterios: la inmunidad de la población civil y la adecuación de los medios. En todas las guerras actuales, después de la segunda guerra mundial, no se distingue entre combatientes y no combatientes. Para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura material (edificios públicos, redes de comunicación, de energía, de abastecimiento, fábricas, etcétera), y con ello se causan muchas muertes de inocentes (98%). Las consecuencias de la guerra perduran durante años e incluso siglos, como en el caso del uranio empobrecido. De esas experiencias amargas y de las reflexiones hechas a partir de ellas se deduce la convicción de que la guerra no es solución para ningún problema. Todo lo contrario: ella es el gran problema actual de la humanidad, un problema que reclama urgentemente una solución duradera. Si no queremos destruimos, tenemos que buscar un nuevo paradigma a la luz de Gandhi, de Dom Helder Cámara y de Martin Luther King Jr. Todos ellos proclamaron la paz como fin y como medio. Si quieres la paz, prepara la paz y no la guerra. 6. LA PAZ POS1BJE Muchos hemos sentido un profundo abatimiento por causa de los conflictos mundiales, de guerras ilegítimas y vergonzosas como la promovida contra Afganistán en 2002 y contra Irak en 2003. La verdad es que no fueron guerras entre combatientes, sino que en ambos casos se trató de una invasión y una masacre. Dada esta violencia «inteligente», nos preguntamos angustiados: ¿Quiénes somos nosotros, minúsculos seres erráticos de la Tierra, perdidos en la inmensidad del espacio, capaces de tanto odio y devastación? Y nos avergonzamos de nosotros mismos. ¿Acaso merecemos todavía vivir junto a los demás seres, después de habemos convertido en el Satán de la Tierra? ¿Aparecerá en el proceso de evolución otro ser más benevolente y compasivo y con una mayor voluntad de paz? Pero de nada sirve pensar de este modo, pues sería una huida de la dura realidad. La realidad es que el gobierno de Bush y sus aliados decidieron resolver los problemas mundiales usando lo que les hace imbatibles: la guerra tecnológica y preventiva. En estas condiciones, ¿es todavía posible la paz? Rehusamos aceptar la solución resignada de Freud, que respondió en 1932 a una consulta de Einstein sobre la posibilidad de evitar la guerra: «Hambrientos, pensamos en el molino, que muele tan lentamente que podríamos morir de hambre antes de recibir la harina». Creemos que la paz es posible bajo dos condiciones: primera, que nos acojamos a la polaridad sapiens/demens, amor/odio, opresión/liberación, casos/cosmos, sim-bólico/dia-bóljco como perteneciente a la condición humana, pues somos una unidad viva de contrarios; segunda, que reforcemos el polo luminoso de esta contradicción de tal manera que ese polo pueda mantener bajo control, limitar e integrar al polo tenebroso. Éste es el camino abierto por la sociedad civil mundial y por sus mejores líderes espirituales, como Gandhi, el papa Juan xxiii, Dom Helder Cámara, Martin Luther King, Jr., y otros. Ese camino fue preparado hace siglos por aquel que tal vez fue el «último cristiano» y «el primero después del Unico», Francisco de Asís. Ese camino encontró una expresión grandiosa en la Oración por la Paz de san Francisco, que antes he citado y ahora retomo. Esta oración se reza siempre en los encuentros de líderes religiosos del mundo entero, como un credo al que todos se adhieren. Curiosamente, esa oración fue redactada durante la primera guerra mundial (19 14-1918) por un autor anónimo de Normandía, enamorado de san Francisco, de quien tomó el espíritu y las principales palabras. Pero lo hizo de forma tan fiel y verdadera que se transformó en la oración del propio san Francisco de Asís. Empezó a propagarse cuando fue publicada en L ‘Osservatore Romano, órgano oficioso del Vaticano, el 16 de enero de 1916. Desde entonces se difundió por el mundo entero como inspiración de paz y benevolencia entre los seres humanos y los pueblos. El lenguaje es religioso, pero el contenido es universal y puede ser asumido por cualquier persona creyente, e incluso por quienes no, sin profesar ningún credo, son personas de buena voluntad. A pesar de su ternura, que le lleva a llamar «hermanos» y «hermanas» a todas las criaturas, Francisco de Asís no pierde el sentido de la realidad contradictoria. No se cuestiona por qué es así. Con la sabiduría de los sencillos, intuye que el mal no está ahí para que intentemos comprenderlo, sino para que lo superemos con el bien. Está convencido de que la parte sana cura la parte enferma; de que la luz tiene más derecho que las tinieblas y las íntegra en forma de sombra. No sin fina observación, Dante Alighieri, en su Divina Comedia, llama a Francisco de Asís «sol [de Asís]... Pero quien hable de este lugar no lo llame Asís, que sería decir poco, sino Oriente» (donde nace el sol: Paraíso, Canto XI, 50, 52-54). Sólo de esta forma integradora deja el mal de ser totalmente absurdo y se diluye en el código de todas las cosas. Entonces Francisco de Asís dama con el corazón abierto y confiado: «Donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya ofensa, lleve yo el perdón; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde haya error, lleve yo la verdad; donde haya desesperación, lleve yo la esperanza; donde haya tristeza, lleve yo la alegría; donde haya tinieblas, lleve yo la luz...; que yo busque más consolar que ser consolado; más comprender que ser comprendido; más amar que ser amado». El efecto de esta estrategia sapiencial es la paz, posible para nosotros, que somos seres contradictorios, y para esta Tierra perturbada. Es poca cosa, casi nada. Pero representa la fuerza que se esconde en cada semilla, por pequeña que sea. 7. LA PAZ Y EL «EFECTO MARIPOSA» En el mundo, todo es dialéctico; pero no porque lo hayan dicho Hegel o Marx, y antes de ellos el presocrático Heráclito, sino porque ésa es la ley de las cosas, regida por el caos y por el cosmos, por lo sim-bólico (lo que une) y por lo dia-bólico (lo que desune). Las guerras en el mundo, el terrorismo y el imperio de la violencia, especialmente a través de los medios de comunicación, están provocando un efecto dialéctico: el crecimiento en todo el mundo de los movimientos pacifistas, de los grupos contrarios a las armas de destrucción masiva; y las articulaciones de quienes quieren otro mundo posible y otro tipo de globalización, donde la competencia que produce tensiones y conflictos pueda ser reducida a niveles menos destructivos. Crece en el seno de la sociedad civil mundial la conciencia de que la violencia, la represión y la guerra son la peor respuesta que se puede ofrecer como solución a los problemas existentes. La vergonzosa guerra que los Estados Unidos, Inglaterra y otros aliados menores promovieron en 2003 contra Irak movilizó a gran parte de la humanidad, que se manifestó contra ella e hizo que las plazas del mundo entero congregasen a millones de personas, hasta en los rincones más lejanos en el interior de la selva amazónica. También allí se hicieron manifestaciones por la paz, en las que indios, seringueros y ribereños llevaban pancartas y gritaban consignas. Alguien podría preguntar: ¿qué sentido tiene que esas débiles voces gritaran si no iban a ser oídas, si ni siquiera iban a aparecer en los medios de comunicación? ¿Cómo contribuyó a la paz mundial ese gesto realizado en el más desconocido de los lugares? Tiene un sentido profundo y constituye una contribución que puede ser decisiva en la realización de la paz. Para comprender ese efecto nos sirven de ayuda los conocimientos recientes ligados a la teoría del caos y del llamado «efecto mariposa». Según esta teoría, el aleteo de una mariposa en mi jardín puede producir una tempestad en el Pentágono. ¿Dónde está la razón de tal efecto? Simplemente, en el hecho de que todos los fenómenos y todos los seres son interdependientes entre sí. En la Tierra y en el universo, todo tiene que ver con todo, en todos los puntos y en todos los momentos, sentenciaba el padre de la fisica cuántica, Niels Bohr. En función de ello, a veces el eslabón aparentemente más insignificante es responsable de la irrupción de lo nuevo. Alguien totalmente desconocido señala en la calle hacia arriba con el dedo y grita: «Mira allá, mira allá». Puede ser cualquier cosa, quizás un objeto no identificado. Y, en un momento, grupos y multitudes empiezan a mirar en la misma dirección. Se ha producido el «efecto mariposa». Lo pequeño ha producido lo grande por una concatenación de relaciones. Acudamos al sentido común, fuente de sabiduría universal de la humanidad. Según una convicción del sentido común, la luz, por muy débil que sea, vale más que todas las tinieblas juntas. Basta una cerilla para exorcizar toda la oscuridad de una habitación y mostrar la puerta de salida. La luz, por naturaleza, hace su curso misterioso por el espacio sin fin y siempre será captada por los espíritus de luz. Otra convicción de la sabiduría común: el bien posee una fuerza interior que es propia de él, semejante a la fuerza del amor. Por eso, al final, nada resiste al bien y al amor, que siempre acaban triunfando. Es un fenómeno semejante al de la fuerza de la lluvia sobre los inmensos incendios de la Amazonía. La lluvia está compuesta de millones y millones de gotas. Una gota hace muy poco, como el agua que lleva en el pico el colibrí que, solidario, desea prestar también su ayuda en la extinción del fuego devorador. Pues bien, son esos millones y millones de gotas, cual millones de minúsculos colibríes, los que apagan en pocas horas el incendio más persistente de la selva amazónica. Ésta es la fuerza invencible de lo pequeño. Es importante creer en la fuerza secreta de la buena voluntad, por pequeña que sea. El bien no queda encerrado en la persona que lo practica. El bien es, como la luz, una realidad que se irradia. Como una ola, sigue su curso por el mundo, evocando el bien que está en todos y fortaleciendo la corriente del bien por los espacios infinitos. El bien es la referencia principal para cualquier ética humanitaria. Estas reflexiones obvias nos convencen de la importancia de cada gesto, por más insignificante que sea. Porque puede ser el portador de la fuerza que desencadene un proceso de cambio, como ha mostrado la historia con frecuencia. En esta concatenación, ¿quién podrá decir que la paz no puede empezar a partir de esa desconocida aldea del Amazonas? Sí, de lo pequeño podrá venir la fuerza secreta de la paz. LA IMPORTANCIA DE LAS FIGURAS EJEMPLARES Hoy la humanidad está muy cansada de las propuestas y los llamamientos éticos. Estamos en gran parte desmoralizados, y por eso no nos entusiasman. Y sin entusiasmo no hay cambios ni atrevimiento para abordar prácticas innovadoras. En momentos como éste necesitamos figuras éticas ejemplares, personas que hayan ejemplificado en sus vidas determinados valores, hayan realizado proyectos significativos y hayan movilizado a otros para que buscaran e hicieran camino. Este hecho explica, en gran parte, que hoy se publiquen y se lean en el mundo entero tantas biografias de faraones, emperadores, filósofos, santos, criminales famosos, artistas e incluso personas sencillas que, sin ser públicamente visibles, han vivido historias personales que llenan de fascinación y respeto a quien se acerca a conocerlas. Tal vez no sepamos teóricamente lo que es bueno y lo que es malo, ni tengamos la hoja de ruta de la vida. Pero sabemos identificar en las personas verdaderos caracteres —uno de los sentidos originales de ethos—. En ellas la ética y la moral emergen como prácticas vivas y convincentes, o también como su negación estridente, como lo que no debe ser. Ellas muestran la posibilidad con la que sueña todo ser humano: la de realizarse como persona. Esa realización vale más que la pura y simple búsqueda de la felicidad. Las construcciones éticas de los maestros del pasado, como Aristóteles, Platón y santo Tomás de Aquino, partían del proyecto de felicidad (o beatitud, como ellos preferían decir), inherente a los seres humanos. Hoy ya no estamos seguros de esa felicidad. Vivimos frustrados, porque, si bien la felicidad es lo que más se busca y lo que el marketing comercial promete sin descanso, es también lo que menos se encuentra. Pasar por encima de los demás puede incrementar el saldo de la cuenta bancaria, conferir más poder e influencia y ofrecer más posibilidades de placer, pero no la felicidad. La felicidad no puede ser construida sobre la infelicidad de los otros. Nadie debería sentirse feliz al constatar la dramática infelicidad de la mayoría de los seres humanos y la creciente degradación de los ecosistemas. Por estas razones, ya no sabemos cuál es el deseo de felicidad consistente, verdadero y duradero. Preferimos la satisfacción de realizamos como profesionales y como personas, sabiendo crear una unidad dinámica de los contrarios que viven en nosotros: el deseo ilimitado y lo limitado de sus realizaciones; la voluntad de perennidad y la fugacidad del tiempo. En nuestras reflexiones tratamos de rehacer la experiencia originaria a partir de la cual se construyó la ética y la moral, la experiencia de la morada y de sus implicaciones existenciales y hoy planetarias. Esa experiencia tiene la virtud de conferir unidad y organicidad a nuestra comprensión del ethos. Pero no basta con que comprendamos. Tenemos que transformamos en personas éticas, en el sentido que postulaba Aristóteles cuando, en su Etica a JVicómaco, sentenciaba: «No filosofamos para saber lo que es la virtud, sino para hacemos personas virtuosas» (11,1-2). Por eso pasamos de una comprensión teórica del ethos, del ethos que busca, a otras vertebraciones prácticas del ethos. el ethos que cuida, el ethos que ama, el ethos que se compadece, el ethos que se responsabiliza y el ethos que se solidariza. Estas expresiones del único ethos-raíz inducen en nosotros las tres virtudes cardinales más importantes en la fase de transición en que nos encontramos: el bien común humano y de toda la comunidad de la vida, la autolimitación y la justa medida. Este cuadro, tomado en su radicalidad y seriedad, seria el mayor antídoto contra la apatía, el cinismo, los conflictos y las guerras que siguen asolando peligrosamente a la humanidad y que no sólo persisten, sino que se agravan. Pero creemos que son estertores que anticipan el parto de un nuevo paradigma de civilización, fundado en la re-ligación de todos con todos, con la Tierra, con el universo y con Dios. No tenemos más alternativa que consolidar ese camino ya abierto. Lo opuesto a él sería la oscuridad. Estamos convencidos de que saldremos renovados de esta crisis ética y moral, como ha sucedido siempre en la historia de las tribulaciones de los hijos y las hijas de Adán. Y volveremos a brillar, porque la Casa Común, la Tierra, será finalmente el ethos (morada) de todos, acompañado por el ángel bueno y protector (el daimon) que hará leve y jovial nuestro fugaz paso por este mundo. ABDALA, M., O princzoio da cooperaçdo, Paulus, So Paulo 2002. AGOSTINI, N., Teologia moral, Vozes, Petrópolis 1997. — Etica crista e des fios atuais, Vozes, Petrópolis 2002. — Fundamentos da ética cristü, Vozes, Petrópolis 2003. APEL, K.-O., Estudos de moral moderna, Vozes, Petrópolis 1994. ARISTÓTELES, Etica a Nicómaco, Folio, Barcelona 2003. BICKEL, A.M., A ética do consentimento, Agir, Rio de Janeiro 1978. 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La Carta de la Tierra fue aprobada el 14 de marzo de 2000 en la sede de la UNESCO en París, después de 8 años de debates en todos los continentes, en los que habían participado cuarenta y seis países y más de cien mil personas, desde centros de educación primaria, pasando por esquimales, indígenas de Australia, de Canadá y de Brasil, y entidades de la sociedad civil, hasta grandes centros de investigación, universidades, empresas y religiones. La Carta de la Tierra deberá ser presentada y asumida por la ONU, después de un profundo debate, con el mismo valor que la Declaración de los Derechos Humanos. En virtud de ella se podrá arrestar a los agresores de la dignidad de la Tierra, en cualquier parte del mundo, y llevarlos ante los tribunales. En la Comisión de Redacción estaban Mikhail Gorbachov, Maurice Strong, Steven Rockefeller, Mercedes Sosa, Leonardo Boff y otros. A continuación incluimos La Carta para que sea debatida en las comunidades y en todos los ámbitos. Su texto se puede encontrar también en Internet: www.cartadelatierra.org www.eartcharter.org * * * PREÁMBULO Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En tomo a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos para con otros, para con la gran comunidad de la vida y para con las generaciones futuras. La Tierra, nuestro hogar La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado. La situación global Los modelos dominantes de producción y consumo están causando una gran devastación ambiental, un agotamiento de los recursos y una extinción masiva de especies. Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente, y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. Los retos venideros La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más. Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente. El surgimiento de una sociedad civil global está creando nuevas oportunidades para construir un mundo democrático y humanitario. Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interrelacionados, y juntos podemos proponer y concretar soluciones comprensivas. Responsabilidad Universal Para llevar a cabo estas aspiraciones debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales. Somos ciudadanos de diferentes naciones y de un solo mundo al mismo tiempo, donde los ámbitos local y global se encuentran estrechamente vinculados. Todos compartimos una responsabilidad para con el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud. El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza. Necesitamos urgentemente una visión compartida sobre los valores básicos que brinden un fundamento ético para la comunidad mundial emergente. Por lo tanto, juntos y con gran esperanza, afirmamos los siguientes principios interdependientes para una forma de vida sostenible, como un fundamento común mediante el cual se deberá guiar y valorar la conducta de las personas, organizaciones, empresas, gobiernos e instituciones transnacionales. PRINCIPIOS I. Respeto y cuidado de la comunidad de la vida 1. Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad. a. Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida, independientemente de su utilidad, tiene valor para los seres humanos. b. Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad. 2. Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor a. Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las perso b. Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común. 3. Construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles pacificas. a. Asegurar que las comunidades, en todos los niveles, garanticen los derechos humanos y las libertades fundamentales y brinden a todos la oportunidad de desarrollar su pleno potencial. b. Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable. 4. Asegurar que los frutos y la belleza de la l7erra se reserven para las generaciones presentes y futuras. a. Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras. b. Transmitir a las futuras generaciones valores, tradiciones e instituciones que apoyen la prosperidad a largo plazo de las comunidades humanas y ecológicas de la Tierra. Para poder realizar estos cuatro compromisos generales es necesario: II. Integridad ecológica 5. Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la lien-a, con especia/preocupación por la diversidad biológica y los procesos naturales que sustentan la vida. a. Adoptar, en todos los niveles, planes de desarrollo sostenible y regulaciones que permitan incluir la conservación y la rehabilitación ambientales, como parte integral de todas las iniciativas de desarrollo. b. Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte de la vida de la Tierra, para mantener la biodiversidad y preservar nuestra herencia natural. c. Promover la recuperación de especies y ecosistemas en peligro. d. Controlar y erradicar los organismos exógenos o genéticamente modificados que sean dañinos para las especies autóctonas y el medio ambiente; y, además, prevenir la introducción de tales organismos dañinos. e. Manejar el uso de recursos renovables, como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas. f. Manejar la extracción y el uso de los recursos no renovables, tales como minerales y combustibles fósiles, de forma que se mini- mice su agotamiento y no se causen serios daños ambientales. 6. Evitar causar daños, como el mejor método de protección ambiental; y cuando el conocimiento sea limitado, proceder con precaución. a. Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irreversibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso. b. Imponer las pruebas respectivas y hacer que las partes responsables asuman las consecuencias de reparar el daño ambiental, principalmente para quienes argumenten que una actividad propuesta no causará ningún daño significativo. c. Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas. d. Prevenir la contaminación de cualquier parte del medio ambiente y no permitir la acumulación de sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias peligrosas. e. Evitar actividades militares que dañen el medio ambiente. 7. Adoptar modelos de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la flerra, los derechos humanos y el bienestar comunitario. a. Reducir, reutilizar y reciclar los materiales usados en los sistemas de producción y consumo y asegurar que los desechos residuales puedan ser asimilados por los sistemas ecológicos. b. Actuar con moderación y eficiencia al utilizar la energía y tratar de depender cada vez más de los recursos de energía renovables, tales como la solar y la eólica. c. Promover el desarrollo, la adopción y la transferencia equitativa de tecnologías ambientalmente sanas. d. Internalizar los costos ambientales y sociales totales de bienes y servicios en su precio de venta, y posibilitar que los consumidores puedan identificar productos que cumplan con las más estrictas normas sociales y ambientales. e. Asegurar el acceso universal al cuidado de la salud que fomente la salud reproductiva y la reproducción responsable. f. Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la calidad de vida y en la suficiencia material en un mundo finito. 8. Impulsar el estudio de la sostenibilidad ecológica y promover el intercambio abierto y la extensa aplicación del conocimiento adquirido. a. Apoyar la cooperación internacional científica y técnica sobre sostenibilidad, con especial atención a las necesidades de las naciones en desarrollo. b. Reconocer y preservar el conocimiento tradicional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano. c. Asegurar que la información de vital importancia para la salud humana y la protección ambiental, incluyendo la información genética, esté disponible en el dominio público. III. Justicia social y económica 9. Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental. a. Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la segundad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y un saneamiento seguros, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos. b. Habilitar a todos los seres humanos con la educación y los recursos necesarios para que alcancen un modo de vida sostenible, y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos. c. Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a quienes sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones. 10. Asegurar que las actividades e instituciones económicas, en todos los niveles, promuevan el desarrollo humano deforma equitativa y sostenible. a. Promover la distribución equitativa de la riqueza dentro de las naciones y entre ellas. b. Intensificar los recursos intelectuales, financieros, técnicos y sociales de las naciones en desarrollo y liberarlas de onerosas deudas internacionales. c. Asegurar que todo comercio apoye el uso sostenible de los recursos, la protección ambiental y las normas laborales progresivas. d. Involucrar e informar a las corporaciones multinacionales y a los organismos financieros internacionales para que actúen transparentemente por el bien público y exigirles responsabilidad por las consecuencias de sus actividades. 11. Afirmar la igualdad y equidad de género como prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la oportunidad económica. a. Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las niñas y poner fin a toda violencia contra ellas. b. Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias. c. Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la crianza amorosa de todos sus miembros. 12. Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud fisica y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías. a. Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social. b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, a sus conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible. c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles. d. Proteger y restaurar lugares de importancia que tengan un significado cultural y espiritual. IV Democracia, no violencia y paz 13. Fortalecer las instituciones democráticas en todos los niveles y brindar transparencia y rendimiento de cuentas en la gobernabilidad, participación inclusiva en la toma de decisiones y acceso a la justicia. a. Sostener el derecho de todos a recibir información clara y oportuna sobre asuntos ambientales, al igual que sobre todos los planes y actividades de desarrollo que puedan afectarles o en los que tengan interés. b. Apoyar la sociedad civil local, regional y global y promover la participación significativa de todos los individuos y organizaciones interesados en la toma de decisiones. c. Proteger los derechos a la libertad de opinión, expresión, reunión pacífica, asociación y disensión. d. Instituir el acceso efectivo y eficiente de procedimientos administrativos y judiciales independientes, incluyendo las soluciones y compensaciones por daños ambientales y por la amenaza de tales daños. e. Eliminar la corrupción en todas las instituciones públicas y privadas. f. Fortalecer las comunidades locales, habilitándolas para que puedan cuidar sus propios ambientes, y asignar la responsabilidad ambiental en aquellos niveles de gobierno en donde puedan llevarse a cabo de manera más efectiva. 14. Integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo largo de la vida las habilidades, el conocimiento y los valores necesarios para un modo de vida sostenible. a. Brindar a todos, especialmente a los niños y los jóvenes, oportunidades educativas que les capaciten para contribuir activamente al desarrollo sostenible. b. Promover la contribución de las artes, las humanidades y las ciencias a la educación sobre la sostenibilidad. e. Intensificar el papel de los medios masivos de comunicación en la toma de conciencia sobre los retos ecológicos y sociales. d. Reconocer la importancia de la educación moral y espiritual para una vida sostenible. 15. Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración. d. Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y otras armas de destrucción masiva. a. Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas, y protegerlos del sufrimiento. e. Asegurar que el uso del espacio orbital y exterior apoye y se comprometa con la protección ambiental y la paz. b. Proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampa y pesca que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evitable. f. Reconocer que la paz es la integridad creada por unas relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras formas de vida, con la Tierra y con el todo más grande, del cual formamos parte. c. Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la captura o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento. 16. Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz. EL CAMINO HACIA ADELANTE a. Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos, tanto dentro de las naciones como entre ellas. Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamamiento a buscar un nuevo comienzo. Tal renovación es la promesa de estos principios de la Carta de la Tierra. Para cumplir esta promesa debemos comprometemos a adoptar y promover los valores y objetivos en ella expuestos. b. Implernentar estrategias amplias y comprensivas para prevenir los conflictos violentos y utilizar la colaboración en la resolución de problemas para gestionar y resolver conflictos ambientales y otras disputas. El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativa- mente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global. c. Desmilitarizar los sistemas nacionales de seguridad al nivel de una postura de defensa no provocativa y emplear los recursos militares para fines pacíficos, incluyendo la restauración ecológica. Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa, y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas de concretar lo establecido. Debemos profundizar y ampliar el diálogo global que generó la Carta de la Tierra, puesto que tenemos mucho que aprender en la búsqueda colaboradora de la verdad y la sabiduría. A menudo, la vida conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones dificiles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos a corto plazo con las metas a largo plazo. Todo individuo, familia, organización o comunidad tiene un papel vital que cumplir. Las artes, las ciencias, las religiones, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los gobiernos están llamados a ofrecer un liderazgo creativo. La alianza entre gobiernos, sociedad civil y empresas es esencial para la gobemabilidad efectiva. Con objeto de construir una comunidad global sostenible, las naciones del mundo deben renovar su compromiso con las Naciones Unidas, cumplir con sus obligaciones bajo los acuerdos internacionales existentes y apoyar la implementación de los principios de la Carta de la Tierra, por medio de un instrumento internacional legalmente vinculante sobre medio ambiente y desarrollo. Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida.