Charles Brenner Elementos Fundamentales de Psicoanálisis INTRODUCCION Este libro desea proporcionar una exposición clara e integral de los fundamentos de la teoría psicoanalítica. No requiere conocimiento psicoanalítico previo alguno de parte del lector y le servirá de introducción a la literatura de psicoanálisis. Supone, sin embargo, que la actitud del lector hacia esta ciencia es la de un profesional, medico, psiquiatra, psicólogo, visitador social o sociólogo. Al brindar al lector una revisión segura de las hipótesis corrientes en uso y darle una ideas de las etapas de su evolución le facilitara la comprensión y asimilación del conjunto de la literatura psicoanalítica misma y le ayudara a evitar la confusión e incomprensiones que con tanta facilidad pueden resultar de una falla en la apreciación de cuan diferentes fueron las teorías de Freud en distintos periodos a lo largo de los cuarenta años de su activa carrera psicoanalítica. La organización del material de estudio es el resultado de varios años de experiencia en la enseñanza a estudiantes residentes en psiquiatría, primero en la división Westchester del Hospital de New York y luego en el programa de enseñanza para graduados en la escuela medica de Yale. La lectura de los trabajos sugeridos y enumerados al final del libro complementara y aumentara el valor del texto en si. También proveerá una base solida para las lecturas de los estudiantes que se inician en el terreno del psicoanálisis. CAPITULO I DOS HIPOTESIS FUNDAMENTALES El psicoanálisis es una disciplina científica que Sigmund Freud inicio hace unos sesenta años. Como otras ciencias a dado origen a otras teorías que derivan de los datos de la observación y que procuran ordenar y explicar dichos datos. Lo que llamamos teoría psicoanalítica, por tanto, es un cuerpo de hipótesis que conciernen al funcionamiento y desarrollo mental en el hombre. Es una parte de la psicología general comprende las que son, con mucho, las contribuciones mas importantes que han sido aportadas a la psicología humana hasta la fecha. Es importante apreciar que la teoría psicoanalítica comprende tanto el funcionamiento mental normal como el patológico: de ningún modo es una simple teoría de psicopatología. Es verdad que la práctica del psicoanálisis consiste en el tratamiento de las personas que se hallan mentalmente enfermas o perturbadas, pero las teorías del psicoanálisis tienen que ver tanto con lo normal como con lo anormal, aunque hayan derivado principalmente del estudio de lo normal. Como en cualquier disciplina científica, las diversas hipótesis de la teoría psicoanalítica están mutuamente relacionadas. Es natural que algunas sean mas fundamentales que otras; algunas han sido mejor establecidas y otras han recibido tal confirmación y su importancia es tan fundamental, que nos sentimos inclinados a contemplarlas como leyes mentales establecidas. Dos de tales hipótesis que han sido confirmadas sobradamente, son el principio del determinismo psíquico, o causalidad, y la proposición de que la conciencia es mas bien un atributo excepcional y no regular de los procesos psíquicos. Para expresar esta última afirmación con otras palabras podríamos decir que, de acuerdo con la teoría psicoanalítica, los procesos mentales inconscientes son de una gran frecuencia e importancia en el funcionamiento mental tanto normal como anormal. Este primer capitulo estará dedicado a considerar estos dos hipótesis fundamentales, que están mutuamente relacionadas, como ya veremos. Comencemos como el principio del determinismo psíquico. El sentido de este principio es que en la mente, como en el mundo físico, nada ocurre por casualidad o por ventura. Cada fenómeno psíquico esta determinado por aquellos que le precedieron. Los sucesos que en nuestra vida mental parecen casuales o no relacionados con lo que aconteció antes, solo son tales en apariencia. La verdad es que los fenómenos psíquicos son tan incapaces de carecer de una conexión casual con los que le precedieron, como lo son los físicos. En la vida mental no existe en este sentido discontinuidad alguna. La comprensión y la aplicación de este principio son esenciales para una orientación apropiada e el estudio de la psicología humana en sus aspectos normales tanto como en los patológicos. Si lo comprendemos y lo aplicamos correctamente, jamás rechazaremos un fenómeno psíquico por carente de significado o accidental. Deberemos siempre preguntarnos, en relación con cualquier fenómeno en el cual estemos interesados: ―¿Qué lo causo? ¿Por qué se produjo así?‖. Nos formulamos estos interrogantes porque estamos seguros de que existe una respuesta para ellos. Que podamos hallar la respuesta con facilidad y rapidez ya es otra cuestión, claro esta, pero sabemos que la contestación existe. Por ejemplo, es una experiencia de todos los días el olvidar o extraviar algo. La opinión habitual sobre tal hecho es que se trata de ―un accidente‖ que ―simplemente ocurrió‖. Sin embargo, una investigación minuciosa de tales ―accidentes‖ en el curso de los últimos sesenta años, llevada a cabo por los psicoanalistas iniciada por Freud mismo, ha demostrado que de ninguna manera son tan accidentales como el juicio popular lo considera. Por lo contrario, puede demostrarse que cada‖ccidete2 de esos fue cuando por un deseo o intención de la persona afectada, en acuerdo estricto con el principio de la función mental que hemos estado discutiendo. Tomemos otro ejemplo del ámbito de la vida cotidiana: Freud descubrió y los psicoanalistas confirmaron que los fenómenos comunes en el dormir, que aun que notables y misteriosos, que denominamos sueños siguen el mismo principio del determinismo psíquico, cada sueño, cada imagen de cada sueño, es la consecuencia de una relación coherente y plena de significado con el resto de la vida psíquica de su soñador. El lector apreciara que tal punto de vista sobre los sueños –tema que será discutido mas in extenso en el capitulo VII es bastante distinto por ejemplo, del que era corriente entre los psicólogos de educación científica de hace cincuenta años. Consideraban que los sueños se debían a la actividad al acaso o incoordinada de las diversas partes del cerebro mientras se duerme. Este punto de vista es claro, estaba en directo desacuerdo con nuestra ley del determinismo psíquico. Si pasamos ahora a los fenómenos de la psicopatología es de esperar que se pueda aplicar el mismo principio y por cierto que los psicoanalistas han confirmado en forma repetida nuestra suposición. Cada síntoma neurótico, cualquiera que sea su naturaleza, esta causado por otro proceso mental, pese al hecho de que el paciente mismo considere a menudo que el síntoma es extraño a su ser y que esta completamente desconectado del resto de su vida mental. Las conexiones existen, nos obstante, y se pueden demostrar pese a que el paciente no se dé cuenta de ellas. En este punto ya no podemos evitar el reconocimiento de que estamos hablando no solo de la primera de nuestras hipótesis fundamentales, el principio del determinismo psiquismo, sino también de la segunda, es decir, de la existencia e importancia de los procesos metales de los que el propio individuo es inconsciente e ignora. De hecho la relación de estas dos es tan intima que uno apenas si puede discutir una de ellas sin introducir a la otra. Precisamente el hecho de que tanto de lo que ocurre en nuestras mentes sea inconsciente, es decir, desconocido para nosotros mismos, es el responsable de la aparente discontinuidad en nuestra vida mental. Cuando una idea, un sentimiento, un olvido accidental, un sueño o un síntoma patológico parezca no estar relacionado con lo que aconteció antes en la mente, es por que su conexión causal reside en algún proceso mental inconsciente en vez de consiente. Si se puede descubrir la causa o causas inconscientes, entonces desaparecen todas las discontinuidades aparentes y la cadena casual o secuencia resulta clara. Un ejemplo simple de esto podría ser el siguiente. Una persona puede sorprenderse canturreando una tonada y no tener idea de como llego a su mente. Esta aparente discontinuidad mental de nuestro sujeto se resuelve, en este ejemplo particular, por el testimonio de un observador quien empero, nos dice que nuestro individuo oyó la tonada en cuestión unos momentos antes de que penetrara en su conciencia, proveniente al parecer de ninguna parte. Se trataba de una impresión sensorial, en este caso auditiva, la que provoco que nuestro sujeto canturreara dicha tonada. Puesto que el ignoraba haberla oído, su experiencia subjetiva fue la de una discontinuidad en sus pensamientos y requirió el testimonio de un observador para borrar la apariencia de discontinuidad y establecer en forma clara la cadena casual. Sin embargo, es raro que un proceso mental inconsciente se descubra en la forma simple y cómoda del ejemplo recién descrito. Naturalmente, uno desea saber si existe algún método general para cubrir procesos mentales que el propio individuo ignora. ¿Se pueden observar directamente por ejemplo? Y si no, ¿Cómo descubrió Freud la frecuencia e importancia de tales procesos de nuestras vidas mentales? El hecho es que aun no poseemos un método que nos permita observar directamente los procesos mentales inconscientes. Todos nuestros métodos para estudiar tales fenómenos son indirectos. Nos permite inferir la existencia de estos fenómenos y, a menudo, determinar su naturaleza y su significado en la vida mental del individuo objeto de nuestro estudio. El método mas formidable y de confianza que tenemos para estudiar los procesos mentales inconscientes es la técnica de Freud desarrollo en un periodo de varios años. La denomino psicoanálisis por la misma razón de que era capaz, con su ayuda de discernir y descubrir los procesos psíquicos que de otra manera hubieran permanecidos ocultos e insospechados. Fue durante los mismos años en los que desarrollo la técnica del psicoanálisis que Freud comprendió, con la ayuda de un nuevo método, la importancia de los procesos inconscientes en la vida mental de todo individuo, mentalmente sano o enfermo. Puede resultar de interés el seguir en forma breve los pasos que llevaron a la estructuración de técnica de Freud. Como Freud mismo nos contara en su esbozo autobiográfico (1925), comenzó su carrera médica como neuroanatomista, y muy competente. Enfrentando, empero, con la necesidad de ganarse la vida, inicio la práctica médica como neurólogo y tuvo entonces que tratar pacientes a los que hoy llamaríamos neuróticos o psicóticos. Esto rige aun, claro esta, para todo especialista en neurología, excepto para aquellos con cargos académicos u hospitalarios de dedicación exclusiva (full-time) quienes no ven paciente privado alguno. La practica de un neurólogo, ahora como entonces, consiste en pacientes psiquiátricos. En la época en que Freud comenzó su práctica profesional no existía una forma racionalmente, es decir, etiológicamente orientada de tratamiento psiquiátrico. En verdad, había pocas en todo el campo de la medicina. La bacteriología, si bien ya saliendo de su infancia, estaba por cierto en su primera adolescencia; la cirugía aséptica acababa de ser adoptada y los grandes adelantos de la cirugía y la patología apenas habían comenzado a hacer posibles mejoras sustanciales en el tratamiento de los pacientes. Hoy nos resulta obvio que cuanto mas profunda sea l preparación medica del profesional, mejores serán los resultados terapéuticos: la medicina clínica se ha transformado en cierto grado en una ciencia. Es difícil darse cuenta de que hace solo cien años no era precisamente este el caso que el medico de correcta educación escolástica apenas si era superior al mas ignorante de los charlatanes en su capacidad para tratar las afecciones, aun cuando fuera capaz de diagnosticarlas mucho mejor. No resulta extraño, por ejemplo, leer acerca del menosprecio de Tolstoi por los médicos y nos sentimos inclinados a atribuirlo a su idiosincrasia particular como la convicción de un novelista de nuestros tiempos, Aldous Huxley, de que las lentes correctoras ya no son necesarias para la miopía pero el hecho es que ni aun el medico bien preparado de los tempranos días de Tolstoi podría curar las enfermedades y según el criterio ofrecido por los resultados, resultaba ser un blanco excelente para las burlas de los críticos. Fue solo durante la ultima mitad del siglo XIX que la medicina que enseñaba en las universidades se mostro claramente superior en los resultados al naturalismo, ciencia cristiana, homeopatía o superstición popular. Como se podía esperar que lo hiciera un profesional bien preparado, Freud utilizo los métodos de tratamiento científico que hallo a su disposición. Por ejemplo, para los síntomas de histerismo empleo los tratamientos eléctricos recomendados por el gran neurólogo Erb gran parte de cuyo trabajo en el ámbito de la electrofisiología clínica es valido aun hoy. Lamentablemente, empero, las recomendaciones de Erb para el tratamiento de la histeria no estaban tan bien fundamentadas y, como Freud nos lo cuenta, tuvo por fin que llegar a la conclusión del que el tratamiento de Erb de la histeria era inútil y que los resultados atribuidos eran simplemente falsos. En 1885 Freud había ido a Paris, donde estudio durante varios meses en la clínica de Charcot. Se familiarizo con la hipótesis como método para la obtención de los síntomas histéricos y para su tratamiento, así como con el síndrome de histeria, tanto grande como petite, que Charcot había delimitado. Como otros neurólogos al día de su tiempo, Freud procuro borrar los síntomas de sus pacientes mediante la sugestión hipnótica, con diversos grados de éxito. Fue por ese entonces que su amigo Breuer le conto una experiencia que había tenido con una paciente histérica y que fue de importancia crucial en la generación del psicoanálisis. También Breuer era medico en ejercicio, con considerable talente y con excelente preparación fisiológica. Entre otras cosas, colaboro en el descubrimiento del reflejo respiratorio conocido como reflejo de Hering-Breuer e introdujo el uso de la morfina en los casos de edema pulmonar agudo. Lo que Breuer le conto a Freud es que hacia varios años había tratado a una mujer histérica mediante hipnosis y había comprobado que sus síntomas desaparecieron cuando fue capaz, en su estado hipnótico, de recordar la experiencia pasada y la emoción concurrente que la habían llevado al síntoma en cuestión: sus síntomas desaparecieron al conversarlo bajo hipnosis. Con todo entusiasmo Freud aplico este método 0para el tratamiento de sus propios pacientes histéricos, con buenos resultados. Las conclusiones de su labor fueron publicadas en artículos en colaboración con Breuer (1895) y, finalmente, en una monografía. Al proseguir, empero, Freud hallo que la hipnosis no es tan fácil de ser inducida, que los buenos resultados propendían a ser transitorios y que algunas, por lo menos, de sus pacientes féminas se sentían sexualmente atraídas hacia el en el curso del tratamiento hipnótico, hecho que a él le resultaba poco agradable. En ese momento el recuerdo de un experimento de un hipnotizador francés Bernheim vino a ayudarlo. Bernheim había demostrado a un grupo, del cual Freud formaba parte, que la amnesia de un sujeto con respecto a su experiencia hipnótica podía borrarse sin volver a hipnotizar al paciente, urgiéndolo a recordar lo que el afirma que no podía. Si la insistencia era bastante fuerte y poderosa, el paciente recordaba lo que había olvidado sin necesidad de que se le volviera a hipnotizar. Freud arguyo sobre dicha base que también debía ser el capaz de borrar la amnesia histérica sin hipnosis, y se aplicó a hacerlo. Desde estos comienzos desarrollo la técnica psicoanalítica, cuya escancia consiste en que el paciente decide comunicar al psicoanalista todos los pensamientos que asoman a su mente sin excepción, y se cuida de no ejercer sobre ellos una orientación consciente o una censura. Ha ocurrido con frecuencia en la historia de la ciencia que una innovación técnica ha abierto todo un mundo de datos e hizo posible comprender, es decir, construir hipótesis validas acerca de lo que previamente había sido comprendido en forma incorrecta o incompleta. El invento del telescopio por Galileo fue uno de esos adelantos técnicos e hizo posible un progreso inmenso en el campo de la astronomía y el empleo por Pasteur del microscopio en el estudio de las enfermedades infecciosas fue igualmente revolucionario en su efecto sobre dicho campo de la ciencia. El desarrollo y la aplicación de la técnica psicoanalítica, hizo posible que Freud, el genio que la creo y la aplico, realizara descubrimientos que han revolucionado tanto la teoría como la practica de la psiquiatría, en particular de la psicoterapia, así como efectuar contribuciones del tipo mas fundamental a la ciencia de la psicología humana en general. La razón del gran valor que posee que el paciente renuncie al control consiente de sus pensamientos es esta: lo que el paciente piensa y dice bajo tales circunstancias esta determinado por pensamientos y motivos inconscientes. Así, Freud, al escuchar las asociaciones ―libres‖ del paciente –que después de todo solo estaban libres del control consciente podría formar un cuadro. Por inferencia, de lo que estaba ocurriendo en la mente del paciente. Él estaba, por tanto, en una situación única para poder escuchar los procesos mentales inconscientes de sus pacientes y lo que descubrió, en el transcurso de años y paciente y cuidadosa observación, fue que no solo los síntomas histéricos sino también muchos aspectos normales y patológicos del comportamiento y pensamiento eran el resultado de aquello que estaba sucediendo inconscientemente en la mente del individuo que lo producía. Al estudiar los fenómenos mentales inconscientes, Freud descubrió pronto que estos podrían ser divididos en dos grupos. El primer grupo comprendía pensamientos, recuerdos, etc., que con facilidad podían hacerse consientes por un esfuerzo de la atención. Tales elementos psíquicos tienen fácil acceso a la consciencia y Freud los domino ―preconscientes‖. Cualquier pensamiento que puede ser consciente en un momento determinado, por ejemplo es preconsciente tanto antes como después de ese momento particular. El grupo mas interesante de fenómenos inconscientes, sin embargo, comprende aquellos elementos psíquicos que solo pueden adquirir consciencia por l aplicación de esfuerzo considerable. En otras palabras, estaban aislados de la consciencia por una fuerza considerable que tenia que ser vencida para que pudieran hacerse conscientes. Eso es lo que hallamos, por ejemplo, en un caso de amnesia histérica. Fue para este segundo grupo de fenómenos que Freud reservo el término ―inconsciente‖ en sentido estricto. Pudo demostrar que el que fueran inconscientes en este sentido de ninguna manera evitaba que ejerciera una influencia muy importante en el funcionamiento mental. Además, demostró que los procesos inconscientes pueden ser muy semejantes a los consientes en precisión y complejidad. Como ya hemos dicho, aun no poseemos una manera de observar directamente las actividades mentales inconscientes. Solo podemos apreciar sus efectos expresados en los pensamientos y sentimientos que el paciente nos comunica y en sus acciones, que pueden ser narradas u observadas. Tales datos son derivados de las actividades mentales inconscientes y de ello se pueden extraer conclusiones concernientes a las actividades mismas. Los datos son particularmente completos y claros cuando se sigue la técnica analítica que Freud creo. Sin embargo, existen otras fuentes de datos que proporcionan evidencia para que nuestra afirmación fundamental de que los procesos mentales inconscientes tienen la capacidad de producir efectos sobre nuestros pensamientos y acciones, y puede ser interesante revisar una breve revisión de su naturaleza. Las evidencias de este tipo que tienen el carácter de un experimento, la proveen los hechos bien conocidos de la sugestión posthipnotica. Se hipnotiza a un sujeto y, mientras se halla en estado hipnótico, se le dice algo que ha de hacer después de desaparecido ese estado. Por ejemplo, se le dice: ―cuando el reloj de las dos, usted se levantara de su silla y abrirá la ventana‖. También antes de despertar se le dice que no recordara nada de lo sucedido durante su transe y se lo despierta. Poco después de despertar, el reloj da las dos y el abre la ventana. Si luego se le pregunta por que lo hizo, contestara: ―No se; simplemente quise hacerlo‖, o, como es mas frecuente, procura racionalizarlo de alguna manera, por ejemplo, diciendo que sentía calor. La cuestión reside en que no tenia consciencia, en el momento de ejecutar la acción que el Hipnotizador le había ordenado, de por que lo hacia, y que no podía adquirir consciencia de ello por un simple acto de recordación o introspección. Tal experimento muestra claramente que un verdadero proceso mental inconsciente puede poseer un efecto dinámico o motivador sobre el pensamiento o la conducta. De la clínica o de la observación general se pueden obtener otras pruebas de este hecho. Tómense, por ejemplo, ciertos fenómenos de sueño. Es verada, es claro, que para un estudio adecuado de los sueños y del soñar en general es esencial emplear la técnica de investigación que Freud creo, es decir, la técnica psicoanalítica. Sin lugar a dudas el estudio de los sueños por Freud mediante esta técnica es una de sus mayores logros, y su libro, La interpretación de los sueños, se estima como una de las obras científicas m auténticamente grandes y revolucionarias de todos los tiempos. Pero no necesitamos penetrar en detalles del estudio de la interpretación de los sueños para nuestro propósito actual. Por diversas fuentes, por ejemplo los diarios y libros de bitácora de las primeras expediciones árticas, es muy sabido que los hombres hambrientos normalmente o muy a menudo sueñan con alimentos y con comer. Creo que resulta fácil reconocer que el hambre dio origen a tales sueños y, claro esta, esos hombres al despertar están bien conscientes de ello. Pero durante el sueño, cuando estaban soñando con hartarse en banquetes, no estaban consientes del hambre, sino solo de un sueño de saciamiento, de modo que podemos decir que en el momento en que el sueño era soñado, algo se estaba produciendo inconscientemente en la mente de los soñadores; y ese algo daba origen a dichas imágenes iniricas consciente experimentadas Otros sueños de conveniencia, como aquellos en que el soñador sueña que esta bebiendo solo para despertarse y comprobar que esta sediento, o sueña que esta orinando o defecando y despierta con la correspondiente necesidad de evacuar, demuestra en forma similar que durante el sueño la actividad mental inconsciente puede producir un resultado consciente… en estos casos, de que esta sensación orgánica inconsciente y los deseos relacionados con ella den origen a un sueño consciente de la satisfacción o el alivio deseados. Tal demostración es importante en si misma y se puede hacer sin una técnica especial de observación. Sin embargo, mediante la técnica psicoanalítica, Freud pudo demostrar que detrás de todo dueño, existen pensamientos y deseos activos inconscientes y así estableció como regla general que cuando se producen sueños estos son causados por una actividad mental inconsciente para el soñador que permanecería en tal situación si no se emplea la técnica psicoanalítica. Hasta las investigaciones de Freud de las ultimas décadas del siglo XIX los sueños habían sido despreciados como objeto de estudio científico serio y con todo acierto, se puede agregar, pues antes de el no existo una técnica adecuada para estudiarlos, con el resultado de que cualesquiera estudios serios que se hayan hecho han arrojado poca luz sobre ellos. Freud ha llamado la atención sobre otro grupo de fenómenos, también descuidado antes, que demuestra del mismo modo como las actividades mentales inconscientes pueden afectar nuestra conducta consciente. Se producen durante la vigilia, que no en el sueño, y son lo que en general llamaos lapsos: lapsos verbales, escritos y mnemónicos y demás acciones similares para las cuales no tenemos un nombre genérico muy exacto en ingles. En alemán se denominan fehlleistungen, literalmente, actos errados. Como en el caso de los sueños algunos lapsos son bastantes claros y simples con o para que podamos adivinar con un alto grado de exactitud y convicción cual es su significado inconsciente. es manifiestamente fácil olvidar algo que es desagradable o molesto, como pagar una cuenta, por ejemplo, el joven enamorado, por otra parte, no olvida una cita con su amada, o si lo hace es probable que la encuentre pidiéndole cuentas por este signo inconsciente de descuido del mismo modo que s hubiera sido uno completamente intencional. No es difícil adivinar que en un hombre joven vacila en sus intenciones matrimoniales si nos cuenta que mientras manejaba para ir a su boda se detuvo ante una luz de transito y solo cuando esta cambio se dio cuenta de que se había detenido ante una luz verde y no roja. Otro ejemplo igualmente transparente, que más bien pudiera denominarse acto sintomático que el lapso, fue proporcionado por un paciente cuya cita fue cancelada un día por razones de conveniencia del analista. El paciente se encontró libre durante el tiempo que por lo habitual tenía ocupado en concurrir para su tratamiento y decidió probar un par de pistolas de duelo antiguas, recién adquiridas. De modo que durante el tiempo que habitualmente hubiera estado yaciendo en el sofá del psicoanalista, ¡estuvo tirando al blanco con pistolas para duelo! creo que aun sin las asociaciones del paciente uno podría afirmar con bastante seguridad que se sentía enojado con su analista por haberle fallado en la cita de ese día. Debemos agregar que como en el caso de los sueños, Freud pudo aplicar su t6ecnica psicoanalítica para demostrara que la actividad mental inconsciente desempeña un papel en la producción de todos los lapsos, y no solo en aquellos en los que la importancia de tal actividad es muy evidente, como ocurre en los ejemplos que acabamos de ofrecer. Otra prueba fácil de demostrar de la proposición de que todos los procesos mentales inconscientes individuales son de importancia en la vida mental es la siguiente. Los motivos de la conducta de una persona son a menudo obvios para el observador aun que desconocidos para ella misma. Los ejemplos de esto nos son familiares por la experiencia clínica y personal. De su conducta puede resultar obvio, por ejemplo, que una madre es dominante y exigente con su hijo aun cuando ella supone que es la más sacrificada de las madres y que solo desea hacer lo que sea mejor para su hijo y sin tener en cuenta sus propios deseos. Creo que la mayoría de nosotros podría con facilidad suponer que esta mujer sentía un deseo inconsciente de dominar y controlar a su hijo, pese no solo a su ignorancia de ello sino también a pesar de su enérgica negación de tal deseo. Otro ejemplo algo divertido es el del pacifista que esta pronto a discutir violentamente con cualquiera que contradiga su punto de vista sobre lo errado de la violencia. Es obvio que su pacifismo consiente va acompañado de un deseo inconsciente de pelear que en este caso es eso mismo que su actitud consiente condena. Claro esta, la importancia de la actividad mental inconsciente fue demostrada primero y ante todo por Freud en el caso de los síntomas de pacientes mentalmente enfermos. Como resultado de sus descubrimientos, la idea de que tales síntomas tienen un significado desconocido para el paciente se suele aceptar y comprender ahora en forma tan general que casi no requiere que se la ejemplifique. Si un paciente padece una ceguera histérica, suponemos naturalmente que hay algo que en forma inconsciente no desea ver o que su conciencia le impide mirar. Es verdad que de ningún modo es fácil adivinar siempre correctamente el significado inconsciente de un síntoma y que los determinantes inconscientes de aun un síntoma solo pueden ser muchos y muy complejos, de modo que si uno puede acertar debidamente su significado, este es solo una parte y a veces una pequeña parte del conjunto de la verdad. Para nuestro propósito actual, sin embargo, esto no tiene importancia pues simplemente consiste en indicar mediante ejemplos las diversas fuentes de evidencias para nuestra proposición fundamental concerniente a los procesos mentales inconscientes. Aun cuando ahora en visión retrospectiva, podemos apreciar, como en nuestros ejemplos, que hasta sin la ayuda de la técnica psicoanalítica es posible establecer el poder de la actividad mental inconsciente para influir sobre los pensamientos y la conducta consciente de las personas, tanto sanas como enfermas mentalmente, y también en la situación experimental de la hipnosis, debemos recordar no obstante, que fue el empleo de dicha técnica el que originariamente hizo posible ese descubrimiento y que fue esencial para el estudio mas completo de los fenómenos mentales inconscientes. Este estudio convenció a Freud de que en realidad la mayor parte del funcionamiento mental se produce fuera de la conciencia y que esta es de aquel más bien una cualidad o atributo desusado que habitual. Esto se encuentra, claro esta, en neto contraste con el punto de vista que prevalecía antes de la época de Freud acerca de que consciencia y actividad mental eran sinónimos. Hoy creemos que no es así y que la consciencia, aun que es una característica importante de las operaciones mentales, de ninguna manera es necesaria. Creemos que no tiene por qué participar y que a menudo no participa ni si quiera en los procesos mentales que son decisivos en la determinación de la conducta del individuo o a aquellos que son mas complejos y precisos por naturaleza. Tales operaciones aun las complicadas y decisivas pueden ser bien inconscientes. CAPITULO II LOS IMPULSOS Las dos hipótesis que acabamos de discutir son fundamentales para cualquier exposición de teoría psicoanalítica. Forman un cimiento, digamos, sobre el cual descansa todo lo demás., o, si se prefiere una metáfora distinta son guías que orientan y determinan nuestro enfoque al formular todas las hipótesis subsiguientes que conciernen a las diversas partes o elementos del aparato psíquico y su manera de funcionar. Prosigamos nuestro intento de presentar el esquema de la mente que ofrece la teoría psicoanalítica mediante una consideración de las fuerzas instintivas que se estiman que le dan energía y la impelen a la actividad. Las teorías psicológicas que Freud desarrollo estuvieron siempre fisiológicamente orientadas tan lejos como fue posibles llevarlas, sin duda, como sabemos por parte de su correspondencia recién publicada, realizo una ambiciosa tentativa de formular una psicología neurológica a comienzos de 1890 [Freud, 1924]. Se vio forzado a abandonarla pues los hechos no permitían una correlación satisfactoria entre las dos disciplinas, pero Freud compartió por cierto la opinión que suelen sostener la mayoría de los psiquiatras y quizá de los psicólogos no médicos también, de que algún día los fenómenos mentales podrán ser descritos en términos de funcionamiento cerebral. Aun no parece posible cumplir esto en forma satisfactoria aun que se han hecho algunas tentativas interesantes en este sentido. Cuando tendrán éxito dichos intentos es algo que no se puede predecir y, mientras tanto los nexos formales o teóricos entre el psicoanálisis y otras ramas de la biología son pocos. Los dos principales concierne a las funciones psíquicas que están relacionadas con la percepción sensorial y a las fuerzas instintivas denominadas "impulsos", que forman el tema de este capitulo. Primero una palabra sobre nomenclatura. Lo que aquí denominamos impulsos, a menudo se menciona también en la literatura psicoanalítica como instintos. Esta es una palabra mas familiar que impulso en el sentido actual pero en este caso parece preferible la palabra menos familiar, por la razón de que el aspecto del funcionamiento psíquico humano que se desea describir es claramente distinto de los que se denominan instintos en los animales inferiores, aun que sin duda están relacionados con ellos. La distinción a hacer es esta... un instinto es una capacidad o necesidad innata de reaccionar a un grupo determinado de estimulo en una forma estereotipada o constante, una forma que se acepta generalmente como comprendiendo un comportamiento considerablemente mas complejo que aquellos que llamamos reflejo simple, como el reflejo patalear, por ejemplo. No obstante, cual un reflejo simple, el instinto de un animal dotado de un sistema nervioso central se supone que este compuesto de un estimulo, algún tipo de excitación central y una respuesta motora que sigue un curso predeterminado. Lo que llamamos impulso en un hombre, por otra parte no incluye la respuesta motora sin solo el estado de excitación central en respuesta al estimulo. La actividad motora que sigue a este estado de excitación tiene como mediador una parte altamente diferenciada de la mente que en la terminología psicoanalítica se conoce como el "ego" y que permite que la respuesta al estado de excitación que constituye el impulso o tensión instintiva sea modificada por la experiencia y la reflexión en ves de estar predeterminada, como el caso de los instintos de los animales inferiores [Hartmann, 1948]. No debe llevarse demasiado lejos la diferencia entre la vida instintiva del hombre y las manifestaciones similares de los animales inferiores. Es el hombre adulto, por ejemplo, es obvio que existe una conexión intima entre el impulso sexual y ese patrón innato de respuesta que llamamos orgasmo. Podemos agregar que en el caso de un impulso instintivo en el hombre, la respuesta motora esta predeterminada por factores genéticos en una forma general y amplia. Sigue siendo verdad empero, que el grado en que la respuesta queda así determina es mucho menor en el hombre de lo que parece ser en otros animales y que el grado en que los factores de ambiente y de experiencia pueden modificar las respuestas es mucho mayor en el hombre. Por ello preferimos tomar en cuenta estas diferencias y hablar de "impulsos" en ves de "instintos" en el hombre. Un impulso, entonces, es un constituyente psíquico genéticamente determinado que, cuando actúa, produce un estado de excitación psíquica, o como se dice a menudo, detención. La excitación o tención, o gratificación. La primera seria la determinación más objetiva y ultima, la más subjetiva. De este modo vemos que hay una secuencia que es característica de la operación del impulso. Esta secuencia podemos denominarla tensión, actividad motora y cesación de la tensión, o, si lo preferimos, necesidad, actividad motora y gratificación. Aquella terminología deja deliberadamente de lado los elementos de la experiencia subjetiva, mientras que la segunda se refiere a ella en forma explicita. El atributo que poseen los impulsos de impero al individuo a la actividad, a Freud le resulto análogo el concepto de energía física, que claro esta se define como la capacidad de producir trabajo. En consecuencia, Freud supuso que hay una energía psíquica que forma parte de los impulsos o que en cierta forma deriva de ellos. La energía psíquica no ha sido concebida como igual a la energía física en forma alguna. Es meramente análoga a ella en los sentidos que ya hemos mencionado. Nadie ha visto jamás la energía psíquica, y nadie jamás la vera, del mismo modo que nunca ha sido vista ninguna de las formas de la energía física. El concepto de energía psíquica, como el de energía física, es una hipótesis que tiene como objeto servir al propósito de simplificar y facilitar nuestra comprensión de los hechos de nuestra vida mental que podemos observar. Freud continuo la analogía entre sus hipótesis psicológicas y físicas y hablo de cuanto la energía psíquica del que un objeto o persona determinada están investidos. Para este concepto Freud utilizo la palabra alemana Besetzung que ha sido traducida al ingles como la palabra catexis. La definición exacta de catexia es: la cantidad d energía psíquica que esta orientada o unida a la representación mental de una persona o cosa. Es decir, que e impulso o su energía se consideran como fenómenos puramente intrapsiquicos. La energía no se puede fluir a través del espacio y catectizar o unirse al objeto exterior directamente. Claro esta que lo que se catectiza son los diversos recuerdos, pensamientos o fantasías del objeto que comprenden a lo que llamamos representaciones mentales o psíquicas. Cuanto mayor la catexia, mas importante es el objeto, psicológicamente halando y viceversa. Podemos ilustrar nuestra definición de catexia con el ejemplo de una criatura cuya madre es la fuente de muchas gratificaciones instintivas importantes. Como es natural esperar que sea el caso. Con nuestra nueva terminología, expresamos este hecho diciendo que la madre de la creatura es un objeto importante de sus impulsos y este objeto esta altamente caracterizado con energía psíquica. Con esto queremos decir que los pensamientos, imágenes y fantasías del niño que conciernen a la madre, es decir la representación mental de esta en la mente del niño, están altamente catectizados. Volvamos ahora a la cuestión de la clasificación y naturaleza de los impulsos. La hipótesis de Freud acerca de su clasificación se modifico y evoluciono en el curso de unas tres décadas, es decir desde alrededor de 1890 hasta 1920, y otros autores hicieron agregados importantes a su ideas en los últimos diez anos. En su primera formulación propuso dividir los impulsos en sexual y de auto conservación. Pronto abandono la idea de un impulso de auto conservación, pues lo consideraba una hipótesis insatisfactoria, y por muchos años todas las manifestaciones instintivas se consideraron como parte o derivado del impulso sexual. El estudio de diversos fenómenos psíquicos, empero, y en particular los del sadismo y masoquismo, llevaron eventualmente a Freud a revisar una vez mas sus teorías y en mas allá del principio del placer [Freud 1920] formulo la teoría de los impulsos que aceptan hoy en general todos los Psicoanalistas aun que, como veremos no todos la aceptan íntegramente en la forma en que Freud la presento originalmente. En su última formulación Freud propuso responder de los aspectos instintos de nuestra vida mental suponiendo la existencia de dos impulsos, el sexual y el agresivo. Como su nombre lo sugiere el dualismo esta relacionado en una forma muy tosca con lo que queremos decir cuando hablamos de sexo y agresión, pero de hecho no es posible una definición concisa de los dos impulsos. Podemos acércanos un poco mas a lo que queremos decir si expresamos que un impulso da origen al componente erótico de las actividades mentales, mientras que el otro genera el componente puramente destructor. Tal precaución y meticulosidad en el vocabulario es necesaria por que la teoría de Freud supone, y esto es lo mas importante a recordar en la teoría dual de los impulsos, que en todas las manifestaciones instintivas que podemos observar normales o patológicas, participan ambos impulsos, el sexual y el de agresión. Para emplear la terminología de Freud, los dos impulsos están habitualmente "fusionados" aun que no necesariamente en cantidades iguales. Así hasta el acto mas encallecido de crueldad intencional que en su superficie no parece satisfacer más que algún aspecto del impulso de agresión, aun posee algún significado sexual y le proporciona un cierto grado de gratificación sexual inconsciente. Del mismo modo no hay acto de amor por mas tierno que sea que no proporcione simultáneamente un medio inconsciente de descarga del impulso de agresión. En otras palabras, los impulsos que postulamos no son observables como tales en la conducta human en su forma pura y no mixta. Son abstracciones de los datos de la experiencia. Son hipótesis conceptos de trabajo, para emplear un término en uso en la actualidad que consideramos que nos permiten explicar y comprender nuestros datos en la forma más simple y sistemática posible. De modo que nunca debemos esperar o buscar un ejemplo clínico en el cual el impulso de agresión aparezca separado del sexual o viceversa. El impulso de agresión no mas sinónimo de lo que habitualmente se entiende por agresión que cuanto lo pudiere ser el impulso sexual de un deseo de relación sexual. En nuestra teoría actual, distinguimos, entonces dos impulsos. A uno de estos lo llamamos el sexual o erótico y al otro el agresivo o destructor. De acuerdo con esta distinción también suponemos que hay dos clases de energía psíquica, aquella que esta asociada con el impulso sexual y la que esta relacionada con el de agresión. La primera tiene un nombre especial "libido", la otra carece de ese nombre, aun que alguna vez se sugerido que se la denominara "destruido", de destruir y por analogía. Algunas veces se hace referencia a ella simplemente como energía de agresión aun que a veces se le dice "agresión". Este uso no es afortunado pues como ya hemos dicho el significado de la energía agresiva y del impulso agresivo no es el mismo que para la conducta a la que hacemos referencia comúnmente como agresión y usar la misma palabra para ambos solo puede llevar a una confusión innecesaria al tender disimular la distinción importante que debe hacerse entre ellos. También es importante apreciar que la división de los impulsos en sexual y agresivo en nuestra teoría actual esta basado en la evidencia psicológica. En su formulación original, Freud intento relacionar la teoría psicológica de los impulsos con conceptos biológicos más fundamentales y propuso que los impulsos se denominaran, respectivamente, de vida y de muerte. Estos impulsos corresponderían aproximadamente a los procesos de anabolismos y catabolismos, y tendrían una importancia más que psicológicas. SERIAN CARACTERISTICAS instintivas de toda materia viviente, instinto del protoplasma podríamos decir. Por correctas o incorrectas que sean estas especulaciones biológicas de Freud, es cierto que han llevado a un alto grado de confusión. No se insistirá demasiado si se dice que la división de los impulsos que empleamos esta basada en cimientos clínicos y que permanecerá o caerá solo con ellos mismos. Que Freud estuviera acertado o errado en sus ideas sobre impulsos de vida y de muerte nada tiene que ver con la cuestión. De hecho algunos psicoanalistas aceptan el concepto de un impulso de muerte y otros [quizá la mayoría en l actualidad] no lo hacen., pero tanto estos como aquellos están en general persuadidos del valor en un nivel clínico de considerar las manifestaciones instintivas como compuestas de una mezcla de los impulsos sexual y de agresión. Freud definió primero al impulso como un estimulo de la mente proveniente del organismo [Freud, 1905 b] puesto que en ese entonces consideraba solo los impulsos sexuales, tal definición parecía concordar con los hechos en forma satisfactoria. No solo la excitación y gratificación sexual están relacionadas en forma obvia con la estimulación y modificaciones físicas de diversas partes del cuerpo, sino que también las hormonas liberadas por varias glándulas endocrinas tienen un efecto profundo sobre toda la vida y conducta sexual. Sin embargo, en el caso del impulso agresivo, la evidencia de una base somática no es tan clara. En un principio se sugirió que la musculatura podía poseer una relación con este impulso muy semejante a la del impulso sexual con las partes sexualmente excitables del organismo. Puesto que en la actualidad no sabemos de evidencia alguna, fisiológica, química o psicológica, que sostenga esta hipótesis, esta ha sido totalmente abandonada. Parecería suponerse en forma tacita que el sustrato somático del impulso de agresión esta proporcionado por la forma y función del sistema nervioso. Quizás algunos analistas prefieran no ir tan lejos y que se deje la cuestión de la base somática para el impulso de agresión como algo sin respuesta por ahora. Antes de seguir adelante con tales cuestiones teóricas es probable que sea más conveniente volver hacia los aspectos de los impulsos que están en estrecha relación con el hecho observables. Hay muchas formas en las que se puede hacer esto y una tan buena como cualquier otra seria considerar un aspecto de los impulsos que ha demostrado poseer una importancia particular en la teoría y la practica, es decir, su evolución genética. Por razones de simplificación, comencemos con el impulso sexual o erótico, puesto que estamos familiarizados con su evolución y vicisitudes que cuanto lo estamos con su a veces compañero y a veces rival, el impulso agresivo. La teoría psicoanalítica postula que tales fuerzas instintivas ya están en acción en él bebe, influyendo en su conducta y exigiendo la gratificación que luego producen los deseos sexuales en el adulto, con todas sus penas y alegrías. Es indudable que la palabra "postula" es inadecuada, en relación con esto: seria mejor decir que se considera que esta proposición ha sido ampliamente demostrada. Las pruebas existentes provienen de por lo menos tres fuentes. La primera es la observación directa de los niños. Es realmente notable cuan obvias son las evidencias de deseos y conductas sexuales en los niños pequeños si uno habla con ellos con una mentalidad objetiva e imparcial. Lamentablemente, "ahí esta el obstáculo", por que es precisamente a causa de la propia necesidad de cada persona de olvidar y negar los deseos y conflictos sexuales de su temprana niñez que antes de las investigaciones de Freud casi nadie fue capaz de reconocer la presencia obvia de deseos sexuales en los niños que observaba. Las otras fuentes de evidencia sobre este punto provienen de los análisis de los niños y de los adultos. En los primeros se puede ver en forma directa y en los últimos se puede inferir por reconstrucción, la gran importancia de los deseos sexuales infantiles así como su naturaleza. Un punto más hay que aclarar. La similitud entre los deseos sexuales del niño de tres a cinco anos y los del adulto es tan llamativa, cuando se reconocen los hechos, que nadie tiene vacilación alguna en llamarlos por el mismo nombre en el niño y en el adulto. ¿Pero como hemos de identificar las derivaciones o manifestaciones del impulso sexual en una etapa anterior aun? podemos hacerlo observando:1 [que en el curso del desarrollo normal se hacen parte de la conducta sexual del adulto, subordinada y contribuyendo a la excitación y gratificación genital como sucede comúnmente en los besos, miradas, caricias, exhibiciones y de mas, y 2[que en ciertos casos de desarrollo sexual anormal [perversiones sexuales] uno u otro de estos intereses o acciones infantiles se transforma en la fuente principal de gratificación sexual en el adulto [Freud 1905 b]. Estamos ahora en posición de poder describir en una forma esquemática lo que se conoce de la secuencia típica de las manifestaciones del impulso sexual desde la infancia, secuencia que Freud describió en cuanto le es esencial ya en 1905, en sus tres ensayos sobre la sexualidad. El lector debe comprender que las etapas a describir no están separadas en forma tan clara una de otra como podría implicarlo nuestra presentación esquemática. En realidad cada etapa se compenetra con la siguiente de modo que la transición es muy gradual. Por la misma razón los tiempos de duración otorgados a cada etapa deben tomarse como muy aproximados a cada etapa deben tomarse como muy aproximados y de tipo promedio. Durante el primer ano y medio de vida, aproximadamente, la boca, los labios y la lengua son los principales órganos sexuales de la criatura. Con esto queremos decir que sus deseos, así como sus gratificaciones, son primordialmente orales. La prueba de esto es en su mayor parte de tipo reconstructivo, es decir, basada en los análisis de niños mayores y de adultos, pero también es posible observar bastante directamente la importancia que tienen para niños de esta edad, y aun mayores, el succionar, tomar con la boca y morder, como fuentes de placer. En el ano y medio siguiente, el otro extremo del tubo digestivo, es decir el ano, se constituye en el lugar más importante de tensiones y gratificaciones sexuales. Estas sensaciones de agrado y desagrado están asociadas con la expulsión y la retención de las heces, y estos procesos orgánicos, como las heces en si, son los objetos de máximo interés para el niño. Hacia fines del tercer ano de vida el papel sexual principal comienza a ser desempeñado por los genitales y de allí en adelante, normalmente, los conservan. Esta fase del desarrollo sexual se conoce como fálica por dos razones. En primer lugar, el pene es el objeto principal de interés para el niño de uno u otro sexo. En segundo lugar, consideramos que el órgano de la excitación y el placer sexual en la pequeña durante este periodo es el clítoris, el cual embriológicamente en la mujer es análogo al pene. Para mayor confirmación, puede ocurrir que esto siga siendo así durante la vida posterior, aunque habitualmente la vagina remplaza al clítoris en este sentido. Estas son entonces las tres etapas del desarrollo psicosexual en el niño, oral, anal y fálica, la ultima de las cuales penetra en la etapa de organización sexual adulta en la pubertad. Esta etapa adultez se conoce como genital y si se mantiene un uso adecuado se reservara la frase "fase genital" para ella podemos incluir aquí que la distinción entre fase fálica y genital es de fondo y no solo de nombre, puesto que la capacidad para el orgasmo se suele adquirir en la pubertad únicamente. Empero, no siempre se hace un empleo apropiado en este sentido e la literatura psicoanalítica y la palabra "genital" se utiliza con frecuencia en lugar de la correcta que es "fálica". En particular se suele denominar pre genitales en vez de pre fálicas a las faces oral y anal. Además de las tres modalidades destacadas de la sexualidad en el niño que dan nombre a las fases principales que hemos considerado, existen otras manifestaciones del impulso sexual que merecen ser mencionadas. Una de estas es el deseo de mirar que suele ser mas marcado en la etapa fálica, y s contraposición el deseo de exhibir. El niño desea ver los genitales de otros, así como exhibir los propios. Es claro que esta curiosidad y exhibicionismo incluyen otras partes de los organismos y otras funciones orgánicas también. Otro componente de la sexualidad que suelen hallarse presente en el niño es el que esta relacionado con la uretra y la micción. Se denomina erotismos uretrales. Las sensaciones cutáneas también aportan su parte, y además lo hacen el oído y el olfato, de modo que hay oportunidad para una variación individual considerable de niño a otro en este solo terreno. El que las variaciones producidas en la importancia relativa de las distintas modalidades sexuales se deba a diferencias constitucionales en los niños o que su causa este en la influencia del ambiente, seria una cuestión debatible. Los psicoanalistas tienden a suponer, con Freud, que en algunos casos son mas importantes los factores constitucionales y en otros los de ambiente, mientras que en la mayoría de ocasiones cada grupo de factores brinda su aporte al resultado final [Freud 1905 b]. Hemos descrito la secuencia de fases que se produce normalmente durante la infancia como manifestaciones del impulso sexual. Esta secuencia involucra, naturalmente, variaciones en el grado de interés y de importancia que se incorpora en la vida psíquica del niño a los diversos objetos y modos de gratificación del impulso sexual. Por ejemplo, el pezón o el pecho es de una importancia psíquica mucho mayor durante la fase oral, que en la fase anal o fálica, y lo mismo vale para la succión, forma de gratificación que es característica, claro esta, de la primera fase oral. También hemos visto que estas modificaciones se generan en forma gradual y no abrupta, y que los antiguos objetos y modos de gratificación solo se van abandonando de a poco, aun que después de los nuevos hace ya tiempo que están establecidos en su papel primordial. Si describimos estos hechos con los términos de los conceptos recién definidos, diremos que la catexia libidinal de un objeto de una fase previa disminuye al dejar la otra fase y agregaremos que aun que disminuida la catexia persiste por algún tiempo después de haberse establecido la ultima fase y de que los objetos acordes con ella se hallan constituido en los principales de la catexia libidinal. La teoría de la energía psíquica nos proporciona una explicación de lo que ocurre en estas modificaciones que es a la vez simple y concordante con los hechos en la forma en que los conocemos. Suponemos que la libido que catectizo el objeto o modo de gratificación de la fase previa se desprende de el gradualmente y catectiza, en vez, en objeto o modo de gratificación de la fase siguiente. A si como la libido que primero catectizo el pecho o, para ser más precisos, la representación psíquica del pecho luego catectiza las heces y después aun el pene. De acuerdo con nuestras teorías hay un flujo de la libido de objeto a objeto y de uno a otro modo de gratificación durante el curso del desarrollo psicosexual, un flujo que marcha a lo largo de un camino que es probable este genéticamente prescrito en forma amplia pero que puede variar considerablemente de una persona a otra. Tenemos buenas razones para creer, empero, que ninguna catexia libidinal fuerte se abandona jamás por completo. La mayor parte de la libido puede fluir hacia otros objetos, pero una parte por lo menos permanece normalmente unida al original. A este fenómeno, es decir, la persistencia de la catexia libidinal de un objeto de la infancia o de la niñez en la vida posterior, se lo denomina '"fijación" de la libido. Por ejemplo, un niño puede permanecer fijado a su madre y de ese modo ser incapaz en la vida adulta de transferir sus afectos a otra mujer, como debería normalmente ser capaz de hacerlo. Además, la palabra "fijación" puede referirse a un modo de gratificación. Así hablamos de personas que están fijadas a los modos de gratificación oral o anal. El uso del vocablo "fijación" indica o implica por lo común psicopatología. Esto a causa de que la persistencia de las primeras catexias fue primero reconocida y descrita, por Freud y aquellos que le sucedieron en pacientes neuróticos. Es probable, como hemos dicho mas arriba, que sea una característica general de la evolución psíquica. Quizá cuando su proporción sea excesiva resulte mas apto a terminar en consecuencia patológicas, quizás otros factores, aun desconocidos, determinen si una fijación ha de estar asociada a una afección mental o no. Una fijación, tanto a un objeto como a un modo de gratificación, suele ser inconsciente total o parcialmente. Se puede suponer a primera vista que una fijación intensa, es decir la persistencia de una catexia intensa, seria consciente, mientras que otra débil seria consciente, pero en realidad, la mejor evidencia de que se dispone indica que no hay relación entre la intensidad de l catexia persistente y su acceso a la conciencia. Por ejemplo, pese a la intensidad tan grande de sus catexias, los intereses sexuales de la infancia se olvidan habitualmente en su mayor parte al salir de la infancia, como ya lo hemos hecho notar mas atrás en este mismo capitulo. De hecho, la palabra "olvidado" es demasiado débil y pálida para describir en forma adecuada lo que ocurre. Es mas exacto decir que los recuerdos de tales intereses están enérgicamente impedidos de hacerse conscientes y es claro que lo mismo debe ser cierto para las fijaciones en general. Además de cuanto hemos descrito como flujo progresivo de la libido en el curso del desarrollo psicosexual, ambiente puede producirse un reflujo. Para este reflujo existe un nombre determinado, "regresión". Cuando usamos específicamente esta palabra en conexión con un impulso, como lo hacemos aquí, hablamos de regresión instintiva. Este termino señala el retorno a un modo u objeto primitivo de gratificación. La regresión instintiva esta muy relacionada con la fijación, pues de hecho, cuando se produce la regresión, suele ser a un objeto o modo de gratificación al cual el individuo ya esta fijado. Si un placer nuevo resulta insatisfactorio y se abandona, el individuo tiende naturalmente a volverse a aquel que ya ha sido probado y aceptado. Un ejemplo de regresión tal seria la respuesta del pequeño al nacimiento de un hermanito, con quien tendrá naturalmente que compartir el amor y la atención de la madre. Aunque había abandonado la succión de su pulgar, varios meses antes de la llegada de su hermano, volvió a ella después de ese nacimiento. En este caso, el objeto primitivo de gratificación libidinal al que el niño efectuó su regresión fue el pulgar y el modo de gratificación primitivo era la succión. Como nuestro ejemplo lo sugiere, se considera que la regresión aparece por lo general bajo circunstancias desfavorables y aunque no es necesariamente patológica per se, esta con frecuencia asociada a manifestaciones patológicas. En este lugar hemos de mencionar una característica de la sexualidad infantil que es de importancia especial. Concierne a la relación del niño con los objetos [principalmente personas] de sus ansias sexuales. Para tomar un caso muy simple, si el niño no puede tener el pecho de su madre, pronto aprende a tranquilizarse por la succión de sus propios dedos de la mano o el pie. Esta capacidad de gratificar sus propias necesidades sexuales por si mismo, se conoce como autoerotismo. Le da al niño una cierta independencia del ambiente en cuanto se refiere a obtener gratificación y también deja el camino abierto para lo que pueda llegar a ser un alejamiento fatal del mundo de la realidad exterior hacia un interés excesivo o exclusivo en si mismo, como se puede hallar en estados patológicos serios cual la esquizofrenia. Si nos volvemos ahora a una consideración del impulso de agresión, debemos confesar que se ha escrito mucho menos acerca de sus vicitudes que en cuanto respecta al impulso sexual. Claro esta que esto de debe al hecho de que no fue hasta 1920 que Freud considero al impulso agresivo como un componente instintivo, independiente, en la vida mental, comparable al componente sexual ya reconocido y objeto de estudios especiales desde mucho antes. Las manifestaciones del impulso de agresión muestran la misma capacidad de fijación y regresión y la misma transición de oral a anal y a fálica que hemos descrito para las manifestaciones del impulso sexual. Es decir que los impulsos de agresión en la criatura muy pequeña pueden ser descargados por un tipo de actividad oral como serian el morder algo mas tarde el ensuciarse o e retener las heces se torna medios importantes de liberación del impulso de agresión, mientras que en el niño algo mayor el pene y su actividad se emplea o al menos se los concibe [uso en la fantasía] como un arma y un medio de destrucción respectivamente. Sin embargo, esta claro que la relación entre el impulso de agresión y las diversas partes del organismo que acabamos de mencionar no están en relación tan estrecha como en el caso del impulso sexual. El niño de cinco o seis anos, por ejemplo, no usa, en realidad, en gran proporción a su pene como arma., por lo común utiliza sus manos, dientes, pies y vocablos. Pero si es verdad que las armas utilizadas en sus juegos y fantasías, tales como lanzas, flechas, rifles, etc., puede demostrarse mediante el psicoanálisis que representan en su inconsciente al pene. Resulta, por tanto, que en sus fantasías él se lo encuentra destruyendo a sus enemigos con su poderoso y peligroso pene. A pesar de ello, debemos llegar a la conclusión de que el impulso sexual esta mucho mas íntimamente ligado a las zonas erógenas corporales que el impulso de la agresión a la misma o a una parte similar del organismo. Quizás esta distinción no valga para la primera fase, la oral. Es poco lo que el niño de escasos meses utiliza fuera de su boca y podemos suponer que las actividades orales son la salida principal para sus impulsos de agresión [morder] y sexual [succionar, tomar con la boca]. Es interesante que la cuestión de la relación del impulso de agresión con el placer sea aun del mismo dudoso. No tenemos duda alguna en cuanto a la conexión entre los impulsos sexuales y el placer. La gratificación del impulso sexual significa no solo una liberación indiferente de tensión, sino que es además placentera. El hecho de que el placer pueda estar interferido o aun remplazado por sentimientos de culpa, vergüenza o disgusto en ciertas ocasiones, no altera nuestro punto de vista en cuanto concierne a la relación original entre sexualidad y placer. Pero la gratificación del impulso agresivo, o con otras palabras, la descarga de la tensión agresiva, ¡¿también ocasiona placer?!Freud piensa que no [Freud 1920]. Otros escritores mas recientes suponen que si [Hartmann, Kris, Loewnstein, 1949]. Cual es la respuesta acertada es algo que aun no hay forma de decidir. A propósito, una palabra de prevención puede ser útil en cuanto concierne al uso erróneo frecuente en la literatura psicoanalítica de las palabras "libido" o "libidinal". A menudo abra que aceptar que se refieren no solo a la energía del impulso sexual sino también a la del impulso de agresión. E comprensible que esto sea así para la literatura anterior a la época en que se formulo el concepto de impulso de agresión. En ese entonces, "libidinal" era sinónimo de "instintivo". Y el efecto del uso original de esta voz es tan intenso o que aun ahora a menudo debemos comprender que "libido" es usada en forma de incluir la energía de agresión al mismo tiempo que la sexual. CAPITULO III EL APARATO PSIQUICO Preguntemos no ahora: "¿Cual es el cuadro de la mente que hemos obtenido de nuestra consideración de la teoría psicoanalítica?". Al formular la respuesta vemos, en primer lugar que comenzamos con dos hipótesis fundamentales, bien establecidas, que conciernen al funcionamiento de la mente y de un carácter esencialmente descriptivo. Una de ellas era la ley de la casualidad psíquica y la otra, la proposición de que la actividad psíquica es principalmente inconsciente. Sabemos que estas dos hipótesis han de ser nuestros postes indicadores como lo fueron en la consideración posterior de la teoría psicoanalítica. Como acabamos de decir, son de una naturaleza primordialmente descriptiva. Sin embargo en el tema siguiente, los impulsos, nos hallamos de modo inmediato tratando con conceptos que eran, en lo fundamental de tipo dinámico. Tratamos de la energía psíquica que impele al organismo a la acción hasta haber alcanzado la gratificación., del patrón genéticamente determinado de variación de una fase de organización instintiva a otra, a medida que el niño madura., de las variaciones individuales que pueden producirse dentro de los amplios limites de este patrón., del flujo de la libido y de la energía agresiva de un objeto a otro durante el curso del desarrollo., del establecimiento de puntos de fijación., y del fenómeno del retorno de la energía psíquica de esos puntos de fijación que denominamos regresión instintiva. En realidad, es característico de la teoría psicoanalítica que nos de justo ese cuadro dinámico, en movimiento de la mente, y no uno estático sin vida. Procura demostrar y explicar el crecimiento y funcionamiento de la mente, así como las operaciones de sus partes y sus interacciones mutuas y conflictos. Hasta la división de la mete que la toma en varias partes tiene una base funcional y dinámica, como veremos en este capitulo y en los dos subsiguientes, que trataran de lo que Freud denomino los elementos del aparato psíquico. El primer intento publicado que hizo Freud para construir un modelo del aparato psíquico, fue el que apareció en el ultimo capitulo de la interpretación de los sueños [Freud, 1900]. Lo describió como similar a un instrumento óptico compuesto, como un telescopio o un microscopio que esta constituido por muchos elementos ópticos dispuestos en forma consecutiva. El aparato psíquico debía ser imaginado como constituido por muchos componentes psíquicos dispuestos en forma consecutiva y extendiéndose, si se puede emplear esta palabra del sistema perceptivo en un extremo al sistema motor en el otro con los diversos sistemas de recuerdo y asociación de intermedios. Aun en este esquema tan claro de la mente, por tanto, se pueden ver divisiones de tipo funcional. Una "parte" del aparato reaccionaba a los estímulos sensoriales, una parte estrechamente relacionada a activarla, producía el fenómeno de la conciencia, otras almacenaban los trazos del recuerdo y los reproducían, y así sucesivamente. De un sistema al otro fluía una cierta clase de excitación psíquica que a su turno le daba energía a cada uno y que estaba concebida en forma presumiblemente semejante al impulso nervioso. Podemos apreciar con claridad que ya era intenso el énfasis de Freud sobre un enfoque dinámico y funcional. El primer modelo no se desarrollo más. Alrededor de una década mas tarde, Freud hizo un nuevo intento de establecer una topografía de la mente mediante la división de sus contenidos y operaciones sobre la base de que fueran o no conscientes [Freud, 1913 b]. En esta formulación distinguió tres sistemas mentales que denomino "inconsciente", "preconsciente", y "consiente", pero por su abreviatura con el fin de evitar la confusión que ocasionaría el significado habitual de dichas palabras. A primera vista parece que esta segunda teoría de Freud acerca de un aparato psíquico esta lo mas alejada posible de ser dinámica y funcional. Parece hacer una división entre las partes de la mente sobre una base puramente estática y cualitativa: "¿es o no consciente?". En este caso, empero, las apariencias son engañosas y la segunda teoría también es funcional como lo demostrara la consideración siguiente. Freud comenzó por señalar que el mero atributo de consciencia es una base inadecuada para diferenciar entre los contenidos y procesos psíquicos. La razón de ello es que hay dos clases de contenidos y procesos que no son conscientes y que pueden distinguirse unos de otros por criterios dinámicos funcionales. El primero de estos grupos no difiere en nada esencial de lo que pude ocurrir en la consciencia en un momento cualquier. Sus elementos pueden hacerse conscientes por un simple esfuerzo de atención a la inversa, lo que es consiente en un momento deja de serlo cuando la atención lo abandona. El segundo grupo de procesos y contenidos mentales que no son conscientes difieren del primero en que no pueden hacerse consciente por un simple esfuerzo de la atención. Están impedidos de penetrar en la conciencia por el momento por alguna fuerza interna de la mente misma. Un ejemplo simple de este segundo grupo seria una orden dada bajo hipnosis como se describió en el capitulo I, que el sujeto hubo de obedecer después de "despertar" del trance hipnótico, pero del cual se le ordeno que no tuviera un recuerdo consciente. En este caso todo lo que había acontecido durante el trance hipnótico no pudo alcanzar la consciencia por la orden del hipnotizador de olvidar. O para ser mas exactos, el recuerdo de los sucesos del transe fue trabado en su incorporación a la consciencia por la parte de la mente del sujeto que era obediente a la orden de olvidar. Fue sobre esta base funcional que Freud diferencio entre los dos sistemas que denomino Ics y Pcs. A los contenidos y procesos psíquicos impedidos de alcanzar la consciencia los llamo sistema Ics a los que podían alcanzar la consciencia por un esfuerzo de la atención, los llamo Pcs. El sistema Cs designo claro esta lo que era consiente en la mente. A causa de su proximidad funcional se agrupo a los sistemas Cs y Pcs como sistemas CsPcs, en contraposición al Ics. La estrecha relación de Cs y Pcs es fácil de comprender. Un pensamiento que pertenece en este momento al sistema Cs será parte del Pcs unos instantes después cuando la atención se haya alejado de él y ya no sea más consciente. A la inversa, a cada momento pensamientos deseos, etc., que hasta entonces habían pertenecido al sistema Pcs se hacen conscientes y pertenecen por consiguiente al Cs puesto que los procesos conscientes ya habían sido conocido y estudiado por los psicólogos desde hace mucho antes que Freud, fue natural que las contribuciones y descubrimientos principales de este concernieran al sistema Ics. Por cierto que durante muchos anos de su evolución, el psicoanálisis fue denominado con razón "psicología profunda", es decir, psicología del Ics. Era una psicología que trataba principalmente de los contenidos y procesos de la mente que estaban impedidos de alcanzar la consciencia a causa de alguna fuerza psíquica. Al aumentar la compresión de Freud del sistema Ics, empero, se dio cuenta de que sus contenidos no eran tan uniformes como había esperado que lo fueran resulto que existían otros criterios fuera de el de estar activamente impedidos por entrar en la consciencia, los cuales, podían ser aplicados a los contenidos y procesos mentales, puesto que la aplicación de estos nuevos criterios le pareció que redundaba en agrupamientos mas homogéneos y útiles de los contenidos y procesos mentales que los antiguos, Freud propuso una nueva hipótesis con respecto a los sistemas mentales [Freud, 1923]. Esta teoría, la tercera que [publico se cuele conocer como hipótesis estructural para distinguirla de la segunda a ala que se suele hacer referencia como teoría o hipótesis topográfica. La primera teoría no tiene un nombre especial, pero si se hubiera de seguir el mismo criterio honomatologico que para las otras dos, bien podría ser la hipótesis telescópica. La hipótesis estructural, pese a su nombre, se asemeja a sus predecesoras en que intenta agrupar procesos y contenidos mentales que están relacionados funcionalmente y distinguir entre los diversos grupos sobre la base d diferencias funcionales. Cada una de las "estructuras" mentales que Freud propuso en su nueva teoría es en realidad un grupo de procesos y contenidos mentales que están relacionados unos con otros funcionalmente y entre los cuales considero la existencia de tras a los que denomino el ello, el ego, y el superego. Para que podamos obtener una primera orientación aproximada acerca de esta, la tercera y ultima de las teorías de Freud, podemos decir que el ello abarca las representaciones psíquicas de los impulsos; el ego consiste en aquellas funciones que tienen que ver con la relación con el medio, y el superego comprenden los preceptos morales de nuestra mente, así como nuestras aspiraciones ideales. Consideramos, claro esta que los impulsos se encuentran presentes desde el nacimiento, pero esto mismo no vale para el interés en el ambiente o en su dominio por una parte, ni para un sentido moral ni aspiraciones por la otra. Es obvio que ninguno de estos últimos, vale decir ni el ego ni el superego se desarrollan hasta algún tiempo después del nacimiento. Freud expreso este echo estimando que el ello abarca en el nacimiento la totalidad del aparato psíquico, y que el ego y el superego eran originariamente parte del ello que se diferenciaron lo suficiente en el curso del crecimiento como para garantizar el que se los considere como entidades funcionales separadas. Esta diferenciación se produce primero con respecto a las funciones del ego. Es sabido que el niño demuestra un interés por el medio sobre el cual es capaz de ejercer un cierto dominio como mucho antes de que desarrolle sentido moral alguno. En realidad los estudios de Freud le llevaron a afirmar que la diferenciación del superego no se inicia hasta los cinco o seis anos y que es probable que no quede firmemente establecida hasta varios anos después quizá no antes de los diez u once anos. Por otra parte la diferenciación del ego comienza al rededor del sexto u octavo mes de vida y queda bien establecida a la edad de dos o tres anos, aun que esta claro que también antes de esa edad se produce normalmente un gran crecimiento y alteración. A causa de estas diferencias en el tiempo de desarrollo, será conveniente que consideremos la diferenciación del ego y del superego en forma separada y, claro esta, que de acuerdo con dichas diferencias de tiempo se requerirá que comencemos por el ego. Hay un punto que el lector debe tener en cuenta durante la discusión siguiente acerca de la diferenciación y evolución del ego. Que hay muchos aspectos de esta evolución que deben ser considerados y presentados en forma sucesiva en un libro, mientras que en la vida real todo sucede al mismo tiempo y cada uno influye y resulta influido por el otro. Con el fin de obtener una cuadro bastante adecuado de la evolución del ego uno a de estar familiarizado con todos sus aspectos. No hay una forma satisfactoria de presentar solo un aspecto por vez y desentenderse de los otros. Debieran discutírselos todos simultáneamente o, puesto que ello es imposible el lector debe pensar en todos los otros aspectos cuando este leyendo sobre uno en particular a menos que el lector tenga ya un conocimiento previo del material de las consideraciones siguientes, esto significa que habrá de leerlo por lo menos dos veces y probablemente mas todavía. Sera solo en la relectura que comprenderá más claramente las interrelaciones intimas de los diversos aspectos de la diferenciación y evolución del ego. Ya hemos dicho que el grupo de funciones psíquicas que denominamos el ego, comprende a aquellas que se asemejan en que cada una tiene que ver, primordialmente o en grado importante con la relación del individuo y su medio. En el caso de un adulto, es claro, una formulación tan amplia incluye una basta serie de fenómenos: deseos de gratificación, hábito, presiones sociales, curiosidad intelectual, interés ético o artístico, y muchos otros, algunos de los cuales difieren en forma notable mientras que otros se distinguen por el más sutil de los matices. En la infancia, en cambio y particularmente en la primera infancia, no existe tal profusión de interés en el medio, ni su carácter es tan variado ni sutil. La actitud del pequeño es muy simple y eminentemente practica: "¡denme lo que quiero!" o "¡hagan lo que quiero!" en otras palabras, la única importancia subjetiva que originalmente tiene el ambiente para el niño es la de ser una fuente posible de gratificación o descarga para sus deseos, necesidades y tensiones psíquicas que surgen de los impulsos y que constituyen el ello. Si deseamos que nuestra afirmación sea mas completa, debemos agregar también, lo negativo, es decir, el ambiente también es importante como posible fuente de dolor o incomodidad en cuyo caso el niño, como es lógico, trata de evitarlo. Repitiendo el interés originario del niño en su ambiente es como posible fuente de gratificación. Las partes de la psiquis que tienen que ver con la explotación del medio se transforman gradualmente en lo que denominamos el ego. Por consiguiente, el ego es esa parte de la psiquis que concierne al medio con el propósito de obtener el máximo de gratificación o de descargar para el ello. El ego es el ejecutante de los impulsos. Tal cooperación cordial entre el ego y el ello no es lo que estamos acostumbrados a ver en la labor clínica habitual. Por lo contrario, allí se ven diariamente diversos conflictos graves entre el ego y el ello. Son la materia prima de las neurosis y nuestra preocupación continua obligada por tales conflictos durante nuestra labor de clínicos. Hace que nos resulte fácil olvidar que el conflicto no es la única relación posible entre el ego y el ello, y que no es la primaria, que es más bien de cooperación, como ya hemos dicho. No sabemos en que etapa de la evolución psíquica comienzan a surgir conflictos entre el ego y el ello y a adquirir particular importancia en el funcionamiento psíquico, pero parece probable que esto solo pueda suceder después de un grado sustancial de diferenciación y organización del ego. De cualquier manera, postergaremos la consideración de tales conflictos hasta algo mas tarde en nuestra exposición de la evolución del ego y del ello. Ahora bien, ¿cuales son las actividades del ello con relación a su medio en los primeros meses de vida? A los adultos nos debe parecer casi insignificantes, pero un instante de reflexión confirmara su importancia y estaremos seguros de que a pesar de su aparente insignificancia son mas importantes en la vida de cada uno de nosotros, de cuanto lo serán las adquisiciones subsiguientes. Un grupo obvio de funciones del ego es la adquisición de dominio sobre la musculatura esquelética, a lo que nos referimos habitualmente como dominio o control motor. Igual importancia tienen las diversas modalidades de la percepción sensorial que brindan información esencial acerca del medio. También es importante como parte del propio equipamiento, la adquisición de lo que podríamos denominar una biblioteca de recuerdos para así poder influir sobre el medio en forma efectiva. Es obvio que cuanto mejor sabe lo que ha ocurrido en el pasado y cuantos más "pasados" se han experimentado más capaces será uno de aprovechar el presente. He incidentalmente parece probable que los recuerdos mas primitivos sean aquellos de la gratificación instintiva. Además de estas funciones debe de existir en la criatura algún proceso psíquico que corresponda a lo que en la vida posterior llamaremos afecto. Lo que puede ser tales aspectos primitivos o predecesores de afectos, es el por el momento solo una cuestión interesante que aun no tiene solución. Por fin, en un momento u otro de la primera infancia, debe de surgir la actividad mas distintiva del ego humano: La primera vacilación entre el impulso y la acción, la primera demora en la descarga, que luego evolucionara hacia ese fenómeno enormemente complejo que denominamos el pensamiento [Rapaport, 1951]. Todas estas funciones del ego -control remoto, percepción, memoria, afecto y pensamientos- comienzan, como podemos ver en una forma preliminar y primitiva y solo evolucionan gradualmente a medida que el niño crece. Tal evolución gradual es característica de la funciones del ego en general y los factores responsables del desarrollo progresivo de las funciones del ego su pueden dividir en dos grupos. El primero de ellos es el crecimiento físico, que en este caso significa primordialmente el desarrollo del sistema nervioso central determinado por razones genéticas. El segundo es el de la experiencia o si se prefiere los factores experienciales. Por razones de comodidad nos referimos al primer factor como maduración (Hartmann y Kris 1945). Es fácil de comprender la importancia de la maduración. Una criatura no puede obtener un dominio motor efectivo de sus extremidades, por ejemplo, hasta que los haces corticospinales (piramidales) se hallan mielinizados. Del mismo modo la posibilidad de la visión binocular depende necesariamente de la existencia de mecanismos neurales adecuados para conjugar los movimientos oculares y para la fusión de las imágenes maculares. Tales factores de maduración ejercen con toda claridad un efecto profundo sobre la rapidez y la secuencia de la evolución de las funciones del ego y cuanto mas aprendamos sobre ellos del psicólogo del desarrollo y otros, mejor será. Sin embargo la orientación principal del interés de Freud era hacia la influencia de los factores experienciales sobre la evolución del ego, aunque no ignoraba la importancia fundamental de los factores genéticos. Uno de los aspectos de la experiencia considerados por Freud (1911) como de importancia fundamental en las primeras estepas formación del ego fue, aunque parezca extraño, la relación del niño con su propio cuerpo. Señalo que nuestros propios cuerpos ocupan un lugar muy especial en nuestra vida psíquica mientras conservemos el aliento vital y que comienzan a ocupar esa posición privilegiada desde muy temprano durante la infancia. Sugirió que hay más de una razón para ello. Por ejemplo, una determinada parte del organismo es distinta de cualquier otro objeto del medio por el hecho de dar origen a dos sensaciones en vez de una cuando la criatura la toca y se la lleva a la boca: no solo es sentida, sino que siente, lo que no ocurre con ningún otro objeto. Además, y aun mas impórtate quizá, las partes de su propio cuerpo le proporcionan al niño un medio de gratificación fácil y siempre a su alcance. Por ejemplo, la criatura, como resultado de la maduración, y también de la experiencia en cierto grado suele ser capaz de llevarse el pulgar u otro dedo a la boca ya a las tres o seis semana (Hoffer, 1950) y, por tanto, podrá gratificar su deseo de succionar siempre lo que desee. Creemos que para una criatura tan pequeña nada hay que pueda compararse en importancia psíquica con la gratificación oral que acompaña a la succión. Podemos imaginar que una importancia grande en correspondencia con ello debe atribuirse a las diversas funciones del ego (dominio motor, memoria, cinestesia), que hacen posible la gratificación por succión del pulgar y a los objetos del mismo impulso, los dedos. Mas aun, debemos recordar que los órganos de la succión (orales) también tienen gran importancia psíquica, por el mismo motivo, es decir, por que están íntimamente relacionados con la tan importante experiencia del placer, que es producido por la succión. De modo que ambas partes del organismo la succionada y la succionante, son o resultan ser de gran importancia psíquica, y sus representaciones psíquicas pasan a ocupar una ubicación importante entre los contenidos mentales que se agrupan bajo el encabezamiento de ego. Debemos agregar que algunas partes del organismo pueden adquirir una gran importancia psíquica en virtud de ser fuente con frecuencia de sensaciones dolorosas o desagradables y en razón del factor adicional de que a menudo no se puede huir de dichas sensaciones dolorosas. Si una criatura tiene hambre, por ejemplo, sigue hambrienta hasta que se la alimenta. No puede ―alejarse‖ de la sensación de hambre, como puede alejar su mano de un estimulo doloroso y así interrumpirlo. De cualquier manera el efecto acumulativo de estos factores y quizá de otros mas oscuros para nosotros es que el organismo de la criatura, primero en sus diversas partes y eventualmente también in toto, ocupa un lugar muy importante dentro del ego. Las representaciones psíquicas del cuerpo, es decir los recuerdos e ideas conectados con el con sus catexias de energía impulsiva es probable que constituyan el factor mas destacado en la evolución del ego, en su primerísima etapa. Freud (1923) expreso este hecho diciendo que el ego es ante todo un ego corporal. Aun hay otro proceso que depende de la experiencia y que tiene un papel preponderante en la evolución del ego, que se denomina identificación con los objetos del medio, generalmente personas. Por ―identificación‖ queremos decir el acto o proceso de asemejarse a algo o alguien en uno o varios aspectos del pensamiento o conducta. Freud señalo que la tendencia a asemejarse a un objeto del medio que a uno lo rodea es una parte muy importante de las propias relaciones con los objetos en general y que parece tener un significado particular en la vida muy temprana. Ya a mediados del primer año de vida se pueden hallar pruebas de esta tendencia en la conducta del niño. Aprende a sonreír por ejemplo por imitación del adulto que le sonríe, a hablar por lo que se le dice, y hay una cantidad de juegos imitativos que los adultos suelen practicar con los niños en esta época y que dependen de la misma tendencia la imitación. Basta mencionar el ―palmoteo‖ y las ―escondidas‖ (―hacer tortitas‖ y ―cuco- aquí esta‖, respectivamente, entre nosotros, N. del T.) para recordar que papel notorio desempeña tales juegos en ese periodo de la niñez. Otro ejemplo importante de identificación se puede tomar de la adquisición del habla por parte del niño que claro esta ocurre algo mas tarde. La simple observación nos mostrara que la conquista del lenguaje motor en el niño depende en medida considerable de la tendencia psicológica a imitar un objeto de su circunstancia o, en otras palabras a identificarse con el. Es muy cierto que una criatura no puede aprender a hablar hasta que su sistema nervioso central haya madurado lo suficiente y que la adquisición del conjunto del lenguaje esta bien lejos de no ser mas que un simple proceso de imitación. No obstante, es cierto, que los niños, por lo menos al principio suelen hablar por imitación. Es decir que repiten los sonidos que les oyen a los adultos y aprenden a expresarlos como imitación del adulto, muy a menudo como parte de un juego. Más aun, es instructivo observar que todo niño habla con el mismo ―acento‖ que los adultos y niños que los rodean. Si el oído del niño es normal, este copiara exactamente la entonación, el diapasón, la pronunciación y los idiomas. Tan exactamente, por cierto, que le hacen pensar a uno si lo que se acostumbra a denominar ―sordera tonal‖, es decir la incapacidad de distinguir diferencias relativas de tono, será realmente congénita. Como quiera que sea podemos estar seguros de que la identificación desempeña un papel muy importante en la adquisición de esa función particular del ego que hemos denominado el lenguaje motor. Lo mismo es cierto con los modismos físicos, las inquietudes y ―hoobies‖ intelectuales o atléticos, una tendencia hacia una expresión reprimida de los impulsos instintivos, como los accesos temperamentales, o una tendencia opuesta de refrenar tales expresiones, y mucho otros aspectos de la función del ego. Alguno de estos aspectos son notables, obvios, otros son mas sutiles y menos evidentes, pero tomado en conjunto resulta claro que constituye una parte muy importante del efecto de la experiencia en la formación del ego. Es claro que la tendencia a identificarse con una persona o cosa altamente catequizada de su circunstancia no esta limitada en modo alguno a la primera infancia. Por ejemplo el adolescente que se viste o habla como un ídolo de la pantalla (quizás hoy debiera decirse ―como un ídolo de la televisión‖) o como un héroe deportivo, se ha identificado hasta ese extremo con el mismo. Tales identificaciones de la adolescencia pueden ser transitorias, de importancia solo pasajera, pero no siempre es así. Los educadores han comprendido muy bien verbigracia, que un maestro de adolescentes no solo ha de enseñar bien si no que también debe constituir un ―buen ejemplo‖ para sus estudiantes, lo cual es otra manera de aceptar que estos tienen tendencia a asemejarse a él, es decir a identificarse con su maestro. Por cierto que no siempre estaremos de acuerdo con nuestros amigos los educadores con respecto a lo que pueden constituir un ejemplo conveniente, pero todos concordaremos en que los discípulos tienden a identificarse con sus maestros. Esta tendencia persiste durante toda la vida, pero en los años posteriores por lo menos es más propensa a ser principalmente inconsciente en sus manifestaciones. En otras palabras muy a menudo el adulto ignora que en algunos aspectos de sus pensamientos o conducta o en ambos se esta asemejando, es decir, imitando a otra persona, o de que ya se ha hecho semejante a ella. En la vida más temprana es mas probable que el deseo de parecerse a otra persona sea accesible a la conciencia aunque de ningún modo ocurre siempre así. Un pequeño, por ejemplo, no hace un secreto de su deseo de parecerse al padre, o mas tarde a súper man o roy Rogers, mientras que en la vida posterior se dejara un bigote precisan entre semejante al de su nuevo empleador pero sin estar conscientemente enterado de su deseo de identificarse con el, subyacente en ese dejarse un bigote similar. Lo que hemos considerado hasta aquí es la tendencia ala identificación con personas o cosas de la propia circunstancia que están catequizadas por la libido. Debiera haber resultado autoevidente de dicha discusión que esta tendencia es perfectamente normal, aunque parece destacarse mas y ser relativamente mas importante durante los primeros tiempos de la vida mental. Es interesante consignar que también existe una tendencia a identificarse con aquellos objetos que se encuentran altamente catetizados por la energía agresiva. Esto resulta cierto en particular si el objeto o persona en cuestión es poderoso, un tipo de identificación que ha sido denominado ―identificación con el agresor‖ (A. Freud, 1936). En tales casos es claro que el individuo tiene la satisfacción de participar el mismo, por lo menos en su fantasía, del poder y la gloria que le atribuye a su enemigo es la misma suerte de satisfacción brindada al individuo, niño o adulto, que se identifica con un objeto admirado, catetizado principalmente por la libido. Véanse como ejemplos las identificaciones descritas con padres, maestros, ídolos populares y empleadores. Sin embargo la mejor evidencia que poseemos esta a favor del punto de vista de que la identificación esta conectada solo en forma secundaria con la fantasía de remplazar al objeto admirado con el fin de recibir los derechos y atributos de la persona admirada. No hay duda de que este es un motivo muy poderoso en muchos casos en los que desempeña su papel, pero parece que la tendencia a identificarse con un objeto es simplemente una consecuencia de su catexia libidinal, puesto que se la puede observar en una época de la infancia muy anterior a que un motivo como la envidia o cualquier fantasía de remplazo de la persona envidiada puede ser concebido como factible. Que la identificación puede ser la consecuencia directa de una gran catexia con energía agresiva es una cuestión que esta aun pendiente de respuesta. Freud (1916 a) destaco otro factor que desempeña un papel muy importante en el proceso de identificación. Este factor es la perdida del objeto, con lo que quiso decir la muerte física del mismo o una separación muy prolongada o permanente de él. En tales casos descubrió que existe una fuerte tendencia a identificarse con la persona desaparecida y sin duda la experiencia clínica ha confirmado repetidamente la importancia y lo correcto del descubrimiento de Freud. Los casos apuntados variarían desde el hijo que se convierte en un duplicado del padre después de la muerte de este y prosigue con su negocio como aquel mismo lo hubiera hecho, como si fuera el mismo padre, lo que esta muy cerca de ser, hasta la paciente citada por Freud (1916 a) que se acusaba a si misma de crímenes que en realidad había cometido su padre ya fallecido. Al primero de estos ejemplos debemos considerarlo normal, claro esta, mientras que el segundo se trataba de una paciente que sufría una grave afección mental. Como lo sugieren nuestros ejemplos, la pérdida por fallecimiento o separación de una persona muy catetizada puede tener un efecto crucial sobre la evolución del propio ego. En tales casos queda una necesidad duradera de imitar o de transformarse en la imagen de lo que se ha perdido. Los casos de este tipo que han sido mas estudiados en la practica psicoanalítica son los de depresión, es todo clínico en cuya psicopatología la identificación inconsciente con un objeto perdido suele desempeñar un papel importante. De este modo observamos como la identificación juega una parte en la evolución del ego en más de un aspecto. Ante todo es parte inherente a la relación de uno con el objeto muy catetizado, en particular en las primeras épocas de la vida. Además hemos fomentado la tendencia a identificarse con un objeto admirado aunque odiado, a la cual Ana Freud denomino ―identificación con el agresor‖. Por fin esta el ultimo factor mencionado, el de la perdida del objeto muy caracterizado que lleva a un grado mayor o menor de identificación con el objeto perdido. Pero, cualquiera que sea el modo en que se produce la identificación el resultado es siempre que el ego así se habrá enriquecido para bien o para mal. Deseamos discutir ahora otro asunto que también esta en intima relación con el tema de la diferenciación del ego y del ‗ello‘ entre si. Trataremos de los nodos de funcionamiento del aparato psíquico que denominamos procesos primarios y secundarios (Freud, 1911). El proceso primario fue denominado así en razón de que Freud lo considero el modo origínalo o primario en que funciona el aparato psíquico. Creemos que el ello funciona de acuerdo con el proceso primario durante toda la vida mientras que el ego lo hace durante los primeros años cuando su organización es inmadura y naturalmente aun muy parecida al ello del que acaba de surgir en su funcionamiento. El proceso secundario por otra parte evoluciona gradual y progresivamente durante los primeros años de vida y es característico de las operaciones del ego relativamente maduro. Los términos ―proceso primario‖ y ―proceso secundario‖ se utilizan en la literatura psicoanalítica para referirse a dos fenómenos relacionados pero distintos. ―proceso primario‖ por ejemplo, puede referirse ya a cierto tipo de pensamiento que es característico del niño dl ego aun inmaduro, ya a la forma en que creemos que la energía impulsiva libidinal o agresiva, modifica su orientación y se descarga en el ello o en el ego inmaduro. En forma análoga, ―proceso secundario‖ puede corresponder a un tipo de pensamiento característico del tipo de pensamiento maduro y puede referirse a los procesos de asociación y movilización de energía que se cree que ocurren en el ego maduro. Los dos tipos de pensamiento son de la mayor importancia clínica y son bastante accesibles para su estudio. Las dos formas de tratar con la energía psíquica y de descargarla ocupan un lugar muy importante en nuestra teoría, pero son menos accesibles para su estudio, como ocurre con todas nuestras hipótesis concernientes a la energía psíquica. Consideremos primero a que fenómenos en el manejo de la energía psíquica nos referimos cuando hablamos de procesos primario o secundario. En cuanto al proceso primario, sus características básicas pueden ser descritas en forma simple en términos de nuestras formulaciones teóricas previas con respecto a la energía impulsiva. Sencillamente expresaremos que las catexias impulsivas que están asociadas al proceso primario son muy móviles. Creemos que esta movilidad catectica responde por las dos características notables dl proceso primario: 1) la tendencia a la gratificación inmediata (descarga de catexia) que es característica del ello y del ego inmaduro, y 2) la facilidad con que la catexia puede ser desplazada de su objeto original o de su método de descarga, en el caso de que estos estén trabados o inaccesible para que, en vez, se descargue por una vía similar aun muy diferente. La primera característica, la tendencia a la gratificación o descarga de catexia inmediata es, con toda claridad la dominante en la primera infancia y en la niñez, cuando aun las funciones del ego están inmaduras. Además, es mucho más común en nuestra vida posterior de lo que le agradaría admitir a la vanidad y la investigación de los procesos mentales inconscientes por el método del psicoanálisis, en particular de aquello procesos que denominamos el ello, ha demostrado que la tendencia a la descarga inmediata de la catexia es característica del ello durante toda nuestra vida. En cuanto a la segunda característica, la facilidad con que un método de descarga de catexia puede ser sustituido por otro quizá pueda ilustrarse mejor con algunos ejemplos simples. Se nos ofrece uno en el niño que se succiona el pulgar cuando no tiene el pecho ni la mamadera a su alcance. La catexia de la energía impulsiva asociada al impulso o deseo de succionar esta originariamente orientada hacia las presentaciones psíquicas del pecho o la mamadera. Pero como la catexia es móvil, si la descarga no se puede cumplir por la inaccesibilidad de esos dos elementos, se desplaza al pulgar de la criatura que si es accesible; el niño se succiona el pulgar como remplazo y la descarga de la catexia esta lograda. Otro caso es el del niño que juega con tortas de barro. El jugar con las heces ya no es mas factible como descarga de la catexia, pues a sido prohibido, de modo, que el niño, a causa de la movilidad de la catexia asociada a las representaciones psíquicas de sus heces, puede obtener la misma gratificación desplazando esa catexia hacia el barro y logra su descarga al jugar con el. De igual manera nos son familiares el niño que le pega o molesta su hermano menos cuando esta disgustado con la madre o el padre que les grita a sus hijos por la noche por que durante el día no se atrevió a expresar su rabia al patrón. Cuando nos ponemos a considerar el proceso secundario, cuando nos hallamos con que existe una situación muy distinta. Aquí el énfasis se apoya en la habilidad o capacidad de postergar la descarga de la energía catectica. Podríamos decir que la cuestión parece ser el poder demorar la descarga hasta que las circunstancias sean más favorables. Por cierto que esta es una formulación antropomórfica, pero después de todo estamos hablando del ego, que es anthropos el mismo (Hartmann, 1953 b). De cualquier manera, la capacidad de postergar la descarga es un rasgo esencial del proceso secundario. Otro de sus rasgos esenciales es que las catexias están asociadas en forma mucho mas firme a un objeto particular y método de descarga de catexia que en el caso del proceso primario. Aquí también, como para la primera característica –capacidad de postergar la gratificación- la diferencia entre los procesos primarios y secundarios es más bien cuantitativa que cualitativa. Por esta misma razón, la transición de uno a otro es gradual, tanto desde el punto de vista histórico – al seguir el crecimiento y evolución de un individuo determinado como del descriptivo, al intentar el trazado de una línea que delimite los procesos primarios y secundarios, la estudiar el funcionamiento mental de una persona cualquiera. No suele ser difícil decir si cierto pensamiento o conducta posee tales o cuales trazos de procesos primarios o secundarios, pero ningún hombre puede afirmar: ―Aquí termina el proceso primario y aquí comienza el secundario‖. El cambio de proceso primario a secundario es de tipo gradual, parte de la diferenciación y desarrollo de esos procesos metales que forman lo que denominamos el ego. Como dijimos con anterioridad, los términos primario y secundario también señalan dos tipos o modos distintos de pensamiento. También creemos que el pensamiento de proceso primario aparece en la vida antes que el pensamiento de proceso secundario y que este último se desarrolla en forma gradual como parte o aspecto de la evolución del ego. Si tratamos ahora de definir y describir estos dos modos de pensamiento, comprobaremos que el secundario es más fácil de describir que el primario por que nos es más familiar. Es un pensamiento común. Consciente, como lo sabemos por la introspección, es decir, primariamente verbal y de acuerdo con las leyes de sintaxis y lógica. Es el modo de pensamiento que por lo común atribuimos al ego más bien maduro y puesto que nos es conocido, no necesita una descripción ulterior especial. El pensamiento de proceso primario, por otra parte, es el modo de pensamiento característica de aquellos años de la infancia en que el ego esta aun inmaduro. Difiere en aspectos importantes de las formas familiares del pensamiento consciente que llamamos proceso secundario; tan diferente, por cierto, que el lector puede dudar si el pensamiento del pensamiento del proceso primario tiene cabida en el proceso normal de la mente. En consecuencia es importante destacar que el pensamiento de proceso primario es normalmente la forma normal de pensamiento para el ego inmaduro y que del mismo modo persiste en algún grado en la vida adulta como pronto veremos. Para proseguir ahora con nuestra descripción del pensamiento de proceso primario, podemos tomar una de sus características, que a menudo, produce una fuerte impresión de extrañeza e incomprensión: la ausencia de cualquier tipo de conjunciones modificadoras adversativas condicionales. Solo por el contexto puede determinarse si algo afirmado debe ser comprendido en sentido positivo o negativo. O quizás aun en el condicional u optativo. Los términos antagónicos pueden aparecer unos en lugar de los otros e ideas contradictorias entre si pueden coexistir con toda tranquilidad. Parece que nos costara demostrar que esta forma de pensamiento no es por completo patológica, pero antes de proseguir con la consideración de este punto completemos nuestra descripción de proceso primario como modo del pensamiento. Aquí la representación por alusión o analogía es frecuente y una parte de un objeto, recuerdo o idea puede usarse en vez del conjunto, o viceversa. Mas aun varios pensamientos diferentes pueden estar representados por un solo pensamiento o imagen. La representación verbal no se utiliza en la forma casi exclusiva empleada en el pensamiento del proceso secundario. Las impresiones visuales y también otras sensoriales pueden aparecer en lugar de una palabra o aun en vez de un párrafo o de todo un capitulo. Como característica final podemos añadir que no existe un sentido del tiempo o una preocupación por el; no existe cosa tal como ―antes‖, ―después‖, ―ahora‖, ―entonces‖, ―primero‖, ―posterior‖ o ―ultimo‖, el pasado, el presente y el futuro son todo uno en el proceso primario. Ahora bien, es verdad que el pensamiento de proceso primario es notorio en muchos casos de grave afecciones mentales y pueden constituir una parte tan destacada de la vida mental como para contribuir en forma prominente a los síntomas que manifiestan estos paciente. Este es el caso de los diversos delirios asociados con enfermedades cerebrales u orgánicas, así como en afecciones graves de etiología indeterminada, como la esquizofrenia y la psicosis maniacodepresiva. No obstante de proceso primario no es en si patológico; la anormalidad en tales casos esta dada por la ausencia relativa o desaparición del pensamiento antes que por la presencia del primario: es el dominio o la presencia exclusiva del proceso primario lo que constituye una anormalidad, cuando se produce en la vida adulta a pesar dé la impresión inicial de extrañeza del pensamiento de proceso primario nos causa las siguientes consideraciones pueden contribuir a hacérnoslo mas comprensible aun podría persuadirnos de que nos es en realidad mas familiar de lo que habíamos imaginado la falta de un sentido del tiempo, por ejemplo, podemos relacionarla en forma comprensible con lo que sabemos de la evolución intelectual del niño pequeño. Habrán de pasar varios años antes de que un niño desarrolle una noción del tiempo antes de que pueda captar otra cosa que el ―aquí y ahora‖, de modo que este rasgo del pensamiento de proceso primario no es sino una característica familiar de la primera infancia. Lo mismo vale, claro esta, para la tendencia a representar las ideas en forma no verbal. Esta es, después de todo, la forma pre verbal en que le niño debe pensar. En cuanto a los rasgos sintácticos confusos e ilógicos que hemos decreto, el uso de conjunciones notificadoras y aun de partículas negativas es mucho mas común en el lenguaje escrito que en el hablado, donde tan buena parte del sentido se expresa por la situación, los gestos, la expresión facial y el tono en el que habla. Mas aun cuanto mas familiar y menos formal sea la manera de hablar, mas simple será la sintaxis y mas ambiguas las palabras mismas si se las separa de su contexto. De modo similar la representación de una parte por el todo, o viceversa, o a la representación por analogía o alusión son formas de pensamiento intencionalmente buscadas en poesías y halladas con igual frecuencias en otras producciones mentales menos serias, como los chistes y la jerga popular. Hasta le representación de ideas en una forma no verbal se infiltra a menudo en nuestras vidas conscientes. Hablamos de cuadros que narran toda un historias mejor que cuanto lo podrían hacer las palabras; y aun que los sofisticados en arte existen entre nosotros puedan no tener una gran estimación critica por las pinturas serias que intentan contarnos una historia, todos reconocemos la frecuencia de tales deseos en los dibujos humorísticos e ilustraciones para avisos, verbigracia. Todos estos ejemplos concurren a demostrar que las características del proceso primario no son tan ajenas al, pensamiento de la vida adulta con habíamos supuesto en un principio. Es obvio que persisten durante toda la vida y que siguen desempeñando un papel, bastante importante aun que subordinados. Además, como veremos en capítulos posteriores el ego conserva en forma normal una capacidad de volver temporariamente a los patrones inmaduros que fueron la característica de la infancia. Esto es evidente en particular para los deportes, bromas y juegos de adultos, sazonados o no con alcohol. También ocurre al dormir en los sueños al igual que con el soñar despierto de la vigilia. En todos esos casos se hace notorio un aumento temporario de la importancia del pensamiento del proceso primario en comparación con el secundario, cuyo tipo es normalmente el dominante en la vida adulta, como ya hemos dicho, aun que han quedado incluidos los puntos escánciales de los pensamientos de proceso primario y secundario, hay aun algunos por arreglar que facilitaran al lector el abordaje de la literatura psicoanalítica concerniente a estos temas. En primer lugar, hay un par de términos de uso aceptado en la literatura psicoanalítica para señalar algunos de los rasgos del pensamiento de proceso primario que será conveniente definir. El primero de estos términos es ―desplazamiento‖ y ―condensación‖. Cuando se lo usa en su sentido técnico psicoanalítico, ―desplazamiento‖ se refiere a la representación de una parte por el conjunto a viceversa, o, en general, a la sustitución de una idea o una imagen por otra conectada con ella por asociación. Freud supuso que tales sustituciones eran debidas o dependían de un desplazamiento de la catexia, es decir, de la carga de energía psíquica de uno a otro pensamiento o idea. De allí su elección de la palabra ―desplazamiento‖ lo que se desplaza es la catexia. Coincidentemente este termino ilustra la estrecha relación que existe entre el pensamiento de proceso primario y las formas características de regulación de le energía impulsiva que también se las denomina proceso primario. En este caso, la pronta tendencia al desplazamiento, característica del pensamiento del proceso primario esta relacionado con la movilidad de las catexias que hemos descrito como propia del proceso primario en si. El termino ―condensación‖ se utiliza para indicar la representación de varias ideas o imágenes con una sola palabra o imagen, o con partes de ellas. En este caso la elección de la palabra ―condensación‖ se refiere al hecho de que lo mucho que expresa con poco y no tiene relación con la regulación o descarga de catexias. Existe otra característica del pensamiento del proceso primario que suele considerarse como si fuera separada y especial, aunque parezca más bien un ejemplo de uno de los rasgos que ya hemos discutido, el desplazamiento. Es la que denominamos representación simbólica, en el sentido psicoanalítico de la palabra ―simbólico‖. A poco de iniciado su estudio de los sueños y de los síntomas neuróticos, Freud hallo que algunos de los elementos de los sueños o síntomas tenían un significado que era muy constante de un paciente a otro, que era distinto del significado habitual y, lo mas raro de todo, que era desconocido para el mismo paciente. Por ejemplo, un par de hermanas en un sueño equivalían casi siempre a pensamientos sobre senos, un viaje o una ausencia a muerte, dinero a heces y así sucesivamente. Ocurría como si existiera un lenguaje universal secreto que la gente utilizaba en forma inconsciente, sin ser capaz de comprenderlo conscientemente; y al llamémosle vocabulario de ese lenguaje Freud lo denomino ―símbolos‖. En otras palabras en el proceso primario el dinero puede ser empleado como símbolo, es decir, como equivalente total de heces, viajes se puede usar por muerte, etc., esta es una verdad una situación notable y no es sorprendente que este descubrimiento suscitara un gran interés y del mismo modo una gran oposición. En realidad, es posible que tanto el interés como la oposición se debieran en gran parte al hecho de que muchos objetos e ideas representados en forma simbólica están prohibidos, vale decir, son sexuales o ―sucios‖. La lista de lo que puede ser representado con un símbolo es muy larga; comprende el cuerpo y sus partes, en particular los órganos sexuales, nalgas, ano, aparato digestivo, y urinario, y los senos; los miembros próximos de la familia, como madre, padre, hermana y hermano; ciertas funciones y experiencias orgánicas, como la relación sexual, la micción, defecación, alimentación, llanto, ira y excitación sexual; el nacimiento y la muerte; y algunos otros términos. El lector podrá notar que estas son cosas de gran interés parea la criatura, en otras palabras que son importantes para el individuo en una época en que su ego esta aun inmaduro y el proceso primario desempeña un papel principal en su pensar. Esto contempla nuestra consideración de los procesos primarios y secundarios. Deseamos ahora encararnos con otro aspecto de la teoría de la energía impulsiva que tiene que ver con la diferenciación del ego y del ello y su evolución subsiguiente. El aspecto al cual nos referimos se denomina neutralización de la energía impulsiva. Como resultado de la neutralización, la energía impulsiva que va de otro modo presionaría en forma imperiosa para descargarse lo mas pronoto posible, como todas las catexias del ello, se pone al alcance del ego y a disposición de este para llevar acabo sus diversas tareas y deseos de acuerdo con el proceso secundario. De este modo relacionamos la energía impulsiva no neutralizada con el proceso primario y la neutralizada, con el secundario, aunque no estamos seguros de la relación precisa entre la neutralización y el establecimiento y actuación del proceso secundario. Lo que sabemos es que, primera la neutralización consiste en una transición mas bien progresiva que repentina, y segundo, que la energía que la pone al alcance de las funciones del ego es esencial para el ego. Sin ella, el ego no puede funcionar o no puede hacerlo en forma adecuada (Harmann, 1953). Cuando decimos que la neutralización es progresiva queremos expresar que se produce una neutralización, poco a poco, a lo largo de un extenso lapso. Como los otros cambios que están relacionados con la evolución del ego, se realiza en forma gradual y paralela al desarrollo del ego, al que, como ya hemos dicho, contribuye con un aporte importante. Si tratamos ahora de definir la energía neutralizada, la definición más simple y comprensible que podemos ofrecer es que se trata de la energía que ha sido modificada apreciablemente en su carácter original. Sexual o agresivo. Debemos interpolar aquí en este concepto de desnaturalización de la energía impulsiva fue introducido por Freud cuando el único impulso instintivo que reconocía era el sexual. Como consecuencia, al considerar el proceso al cual nos estamos refiriendo lo denomino desexualizasacion; en años recién ha sido introducida la palabra ―desagresivizacion‖ como compañera de aquella (Harmann, Kris, Lowenstein, 1949), pero por razones de simplificación y euforia parece preferible hablar simplemente de neutralización, trátese de energía sexual o de agresión. El termino neutralización implica que una actividad de un individuo que originalmente le brindaba una satisfacción de los impulsos mediante la descarga de catexia, deja de hacerlo y pasa a ponerse al servicio del ego, casi o por completo independiente, al parecer de la necesidad de gratificación o descarga de catexia en cuanto se parezca si quiera a la forma instintiva original. Quizás el ejemplo siguiente pueda servir par que esto sea comprensible. Los primero intentos del niño para hablar le proporcionan una descarga para varias catexias impulsivas, como lo hace en general las otras actividades del ego inmadura, quizá sea difícil o imposible conocer con exactitud y por completo precisamente que energías impulsivas del pequeño se descargan hablando, pero podemos estar de acuerdo en varias de ellas; de expresión de un sentimiento de identificación de un adulto o un hermano mayor y un juego de obtención de la atención de un adulto. También concordaremos, empero, que con el tiempo el uso del lenguaje comienza a ser independiente en forma amplia de tal gratificación y se dispone de el para la comunicación del pensamiento aun en ausencia de tales gratificaciones directas como las que al principio lo acompañaron: lo que originariamente fue energía impulsiva a sido neutralizada y esta al servicio del ego. Deseamos destacar que la relación entre una actividad tal como el hablar y la satisfacción de los impulsos es normal en las primeras etapas de la vida. Sin la contribución aportada por la energía de los impulsos, la adquisición del lenguaje estaría seriamente dificultada si es que siquiera pudiera producirse. Se pueden ver ejemplos clínicos de este hecho en mutismo de niños psicóticos y apartados que no tienen relación de gratificación con los adultos y cuyo lenguaje retorna o se desarrolla por primera vez solo cuando en el curso del tratamiento recomienzan o comienzan a tener tales relaciones. Por otra partes si la energía impulsiva involucrada no se neutraliza lo suficiente, y si en la vida posterior se anula y el hablar o la energía neutral dispone para ello se reinstintiviza, entonces pueden interferir conflictos neuróticos con los que hasta ahora había sido una función del ego a disposición del individuo indiferente a conflictos interiores. Se nos ofrecen ejemplos de la consecuencia de dicha instintivizacion, en el tartamudeo infantil (neutralización inadecuada) y en la afonía histérica (reintintivizacion). Podemos agregar al pasar que la reinstintivizacion (desneutralizacion) es un aspecto del fenómeno de regresión, al que ya nos hemos referido en el capitulo II y que volveremos a considerar en el capitulo IV. El concepto de que la energía neutralizada esta a disposición del ego para muchas de sus funciones esta de acuerdo con el echo de que estas operaciones del mismo son autónomas en el sentido de que por lo general no las perturba el flujo de los impulsos ni los conflictos intrapsiquiatricos promovidos por los impulsos por lo menos después de la primera infancia (Harmann, Kris, Loewenstein, 1946). No obstante su autonomía es relativa y no absoluta, y como hemos dicho más arriba en algunas actuaciones patológicas la energía a su disposición puede reinstintivizarce y las funciones mismas pueden quedar afectadas o aun a merced de los deseos despertados por los impulsos o por los conflictos acerca de tales deseos. CAPITULO IV EL APARATO PSIQUICO En el capitulo II hemos considerado diversos temas en conexión con la diferenciación del ego a partir de ello, su desarrollo gradual y su funcionamiento. Hablamos de las funciones psíquicas que están agrupas bajo el encabezamiento ―el ego‖, tales como el control motor, la percepción sensorial, la memoria, los efectos y el pensamiento, y hemos llamado la atención sobre el hecho de que los factores que influyen sobre la evolución y de los del ego caen dentro de dos vastas categorías que denominamos madurativa y ambiental o experiencial. Discutimos esta última categoría con alguna extensión y señalamos la importancia excepcional para el desarrollo del ego de uno de los objetos del medio der la criatura, su propio cuerpo. Además discutimos la gran influencia que poseen las personas que rodean al niño sobre el crecimiento y desarrollo del ego por medio del proceso de identificación. Volvimos luego nuestra atención hacia, lo que llamamos el modo de funcionar de diversas partes del aparato psíquico y tratamos de los procesos primario y secundario y los modos del pensamiento correspondientes a dicho proceso. Por fin estudiamos el, papel que en la formación y funcionamiento del ego desempeña la neutralización de la energía psíquica derivada de los impulsos. En este capitulo organizaremos nuestra consideración alrededor de dos temas principales que a su vez están en estrecha relación entre si. El primero concierne a la capacidad del ego para adquirir conocimiento del medio y dominarlo. El segundo trata de las formas complejas y en extremo importantes en que el ego alcanza en grado de regulación y dominio sobre el ello, es decir sobre los deseos y tendencias despertados por los impulsos. Un tema tiene que hacer con la lucha del ego con el mundo exterior en su papel de intermediario entre el ello y el medio, el otro, con el ego en igual lucha pero con el ello mismo, o como podría decirse, con el mundo interior. Comencemos por el primero de estos temas, es decir con el dominio del ego sobre el medio. Esta claro que por lo menos tres funciones de las que hemos considerado previamente son de importancia fundamental en este aspecto. La primera de dichas funciones corresponde a las percepciones sensoriales que informan al ego sobre su circunstancia en primer lugar. La segunda incluye la capacidad de recordar, de comparar y de pensar según el proceso secundario lo que permite un nivel mucho mas elevado de conocimiento acerca del medio del que las elementales impresiones sensoriales solas podrían proveer. La tercera consiste en el dominio y la habilidad motora que permiten al individuo emprender la alteración de sus ambientes físico por medios activos. Como podría esperarse, están mas bien interrelacionadas que separadas. Por ejemplo, la habilidad motora puede ser esencial para ganar impresiones sensoriales, como en el caso de la adquisición de la visión estereoscópica o el uso de las manos en la palpación. Empero, además de estas diversas funciones del ego relacionadas entre si, también distinguimos una particular que desempeña un papel de máxima importancia en la conexión del ego con sus circunstancia y que denominamos criterio de la Realidad (Freud, 1911, 1923). Por criterio de la realidad queremos significar la capacidad del ego para distinguir entre los estímulos o percepciones que nacen del mundo exterior, por una parte, y aquellos que surgen de los deseos e impulsos del ello, por la oirá. Si el ego es capaz de desempeñar esta tarea con éxito, decimos que el individuo en cuestión tiene un sentido de la realidad adecuado o bueno. Si el ego no puede cumplir esta labor, consideramos que su sentido de la realidad es pobre o defectuoso. ¿Cómo se desarrolla el sentido de la realidad? Creemos que evoluciona en forma gradual, como otras funciones del ego, a medida que el niño crece y madura, a lo largo de un período considerable. Suponemos que durante varias de las primeras semanas de vida, la criatura es incapaz de distinguir por completo entre los estímulos de su propio cuerpo y los instintivos con respecto a los provenientes del medio. Desarrolla en forma progresiva su capacidad de lograrlo, en parte como consecuencia de la maduración de su sistema nervioso y sus órganos sensoriales y en parte como resultado de los factores experienciales. Freud (1911) llamó la atención sobre el hecho de que la frustración era uno de estos últimos. En realidad, él consideró que era de gran importancia en la evolución del sentido de la realidad durante los primeros meses de vida. Señaló, por ejemplo, que la criatura experimenta muchas veces que ciertos estímulos, verbigracia, los del pecho y la leche, que son fuentes importantes de gratificación, se hallan ausentes. Como descubre la criatura, esto puede resultar cierto aun cuando algunos estímulos determinados están altamente catectizados, es decir, en este ejemplo, aunque el niño esté hambriento. A tales experiencias de frustración que de modo inevitable se repiten de una manera u otra en diversidad de formas durante la infancia, Freud las consideró un factor de los más importantes en el desarrollo de un criterio de la realidad. A través de ellas, el niño aprende que algunas cosas en el mundo vienen y se van, que pueden estar ausentes o presentes, que ―no están aquí‖ por muchísimo que uno lo desee. Este es uno de los puntos de partida para reconocer que tales cosas (el pecho de la madre, por ejemplo) no son ―sí mismo‖ sino ―fuera de sí mismo‖. A la inversa, existen algunos estímulos a los que el niño no puede obligar a irse. No importa cuánto pueda desear que ―no estén aquí‖, aquí están. Estos estímulos surgen en el seno del organismo y son a su vez puntos de partida para reconocer que tales cosas (un dolor de estómago, por ejemplo) no son ―fuera de sí mismo‖ sino ―sí mismo‖. La capacidad para decidir si algo es ―sí mismo‖ o no, es obvio que forma parte de la función general del criterio de la realidad, a uno de cuyos aspectos nos referimos como establecimiento de límites estables para el ego. En realidad, es probable que fuera más exacto hablar de límites de sí mismo que de límites del ego, pero esta última frase ha quedado por el momento mejor establecida en la literatura. Bajo la influencia de tales experiencias como las que acabamos de describir el ego del niño en crecimiento va desarrollando en forma gradual su capacidad para determinar la realidad. Sabemos que en la infancia esta capacidad ' no es sino parcial y varía de eficacia de una época a otra. I Por ejemplo, sabemos bien de la tendencia del niño a r tomar un juego o una fantasía como algo real, por lo menos mientras dura. Pero además debemos .reconocer que aun en la vida adulta normal nuestra visión de la realidad está influida en forma constante por nuestros propios deseos, temores, esperanzas y recursos. Hay pocos de nosotros, si es que alguno existe, que vean claro el mundo y que lo vean constante. Para la gran mayoría de nosotros la visión del mundo que nos rodea está más o menos influida por nuestra vida interior mental. Para elegir un ejemplo simple, piensen cuán distintos nos parecen algunos extranjeros según que nuestros respectivos países se encuentren gozando de relaciones pacificas o se encuentren en guerra. Se trasforman de personas; agradables, o aun admirables, en gente viciosa y desagradable, ¿Qué es lo que ha causado ese cambio en nuestra estimación de su carácter? Pienso que tenemos que estar de acuerdo en que los factores decisivos en la generación de ese cambio han sido los procesos psíquicos producidos en nuestro interior. Sin duda que estos procesos psíquicos; son bastante complejos, pero uno puede adivinar con facilidad que uno de los importantes es el nacimiento de odio por el enemigo, un deseo de herirlo o destruirlo, y la culpa resultante, es decir el temor al castigo y al desquite. Es consecuencia de tales sentimientos turbulentos «pe nuestros hasta entonces vecinos admirables devienen despreciables y viciosos ante nuestra vista. Lo deficiente o la imposibilidad de fiar en la capacidad de nuestros egos para un criterio de la realidad se reflejan de este modo en el prevalecimiento de prejuicios como los que acabamos de considerar. También resulta evidente de la creencia difundida y tenaz en las supersticiones y prácticas mágicas, religiosas o no, así como en las creencias religiosas en general. No obstante, el adulto suele alcanzar dentro dé lo normal un grado considerable de éxito en su capacidad para discernir la realidad, por lo menos en las situaciones habituales o cotidianas, capacidad que se pierde o se ve disminuida en forma considerable sólo en casos de enfermedades mentales graves. Los pacientes afectados de tales males tienen perturbaciones mucho más serias en su capacidad para discriminar la realidad, de lo que uno está acostumbrado a ver en las personas normales o neuróticas. Como ejemplo, bastaría citar al enfermo mental que cree que sus ideas delirantes o sus alucinaciones son reales, cuando en realidad tienen su origen primordialmente en los temores y deseos de él mismo. Tanto es así, que una perturbación del criterio de la realidad, rasgo habitual de varias enfermedades mentales graves, se ha constituido en el criterio para el diagnóstico de las mismas. Las serias consecuencias de tal perturbación sirven para hacernos resaltar la importancia de la capacidad de discernir la realidad en el ego en su papel normal de ejecutante del ello. Un sentido de la realidad intacto faculta al ego para actuar en forma eficaz sobre el medio en interés del ello. Constituye así un capital valioso para el ego cuando éste se alía con el ello e intenta explotar el medio con vistas a oportunidades de gratificación. Contemplemos ahora otro aspecto del papel del ego como intermediario entre el ello y el ambiente, y en el cual hallamos al ego postergando, regulando u oponiéndose a la descarga de las energías del ello en vez de estimularla o facilitarla. Del modo que comprendemos la relación entre el ego y el ello, la capacidad de aquél para regular la descarga de las energías de éste es en primer lugar algo necesario o valioso para un aprovechamiento eficiente del medio, como mencionamos más arriba. Si uno puede esperar un poco puede evitar a menudo la consecuencia desagradable de una gratificación o puede aumentar el placer a obtener. Como ejemplo simple, el niño de un año y medio que desea orinar puede ser capaz de evitar el desagrado de un reto si su ego logra postergar la micción hasta llegar al baño, y al mismo tiempo puede ganar un placer extra en forma de elogio y afecto. Además, hemos visto que para el desarrollo del proceso secundario y del pensamiento de proceso secundario es esencial una cierta demora en la descarga de la energía impulsiva, lo cual es por cierto una contribución valiosa al ego para la explotación del medio. Podemos comprender entonces, que el mismo proceso de desarrollo del ego resulte en una cierta proporción de la demora en la descarga de las energías del ello y en cierta medida de la regulación del ello por el ego. Anna Freud (1954 a) expresó este aspecto de la relación entre el ello y el ego por comparación con la relación entre el individuo y los servicios públicos civiles de un estado moderno. Ella señaló que en una sociedad compleja el ciudadano debe delegar muchas tareas a los servidores públicos si desea que se cumplan en forma eficiente y según sus mejores intereses. La creación de un servicio público es, en consecuencia, para ventaja del ciudadano individual y le reporta numerosos beneficios de los que es feliz de poder gozar, pero al mismo tiempo descubre que también hay ciertas desventajas. El servido público es, a menudo, muy lento para la satisfacción de una necesidad determinada del individuo y parece tener sus ideas propias acerca de lo que es mejor para él, ideas que no siempre coinciden con lo que él desea en ese momento. En forma similar, el ego impone una demora a los impulsos del ello, puede defender al medio contra él y aun puede apropiarse para su propio uso de la energía de los impulsos por medio de la neutralización. Podríamos esperar, de lo que hasta aquí hemos aprendido acerca de la relación entre el ego y el ello, que la conexión entre el ego y el medio nunca sea lo bastante fuerte como para forzar al ego a una oposición seria o prolongada a las exigencias instintivas del ello. Después de todo, hemos dicho repetidamente que la relación del ego con la realidad era primordialmente en servicio del ello y podemos esperar en consecuencia que en caso de un conflicto realmente importante entre los deseos del ello y las realidades del medio, el ego se una en forma sustancial al ello. No obstante, lo que hallamos en la realidad es bastante distinto de lo que esperábamos. Comprobamos que el ego puede hasta indisponerse contra el ello y aun oponerse directamente a la descarga de sus energías impulsivas. Esta oposición del ego al ello no se hace evidente con claridad hasta después de haberse establecido un cierto grado de evolución y organización de las funciones del ego, claro está, pero sus comienzos no son posteriores al término del primer año de vida. Un ejemplo simple de tal oposición sería el rechazo por el ego del deseo de matar a un hermanito. Como sabemos, los niños muy pequeños actúan muy a. menudo de: acuerdo con tal deseó mediante el ataque al hermano, pero con el trascurso del tiempo y bajo la presión de la desaprobación ambiente, el ego termina por oponerse y rechaza el deseo del ello, en grado tal que por fin en realidad parece haber dejado de existir. Por lo menos en cuanto concierne a la conducta externa, el ego ha prevalecido y el deseo de matar ha sido abandonado. De este modo vemos que aunque el ego es originariamente el brazo ejecutor del ello y continúa siéndolo en muchos aspectos durante toda la vida, comienza a ejercer un grado creciente de regulación del ello desde temprano y en forma gradual llega a oponerse a algunos intentos del ello y hasta a ponerse en abierto conflicto con ellos. Del sirviente servicial y obediente del ello en todo aspecto, el ego pasa a ser en cierto grado su opositor y aun su amo. Pero esta revisión de nuestro concepto del papel del ego origina, en nuestras mentes muchas preguntas que han de ser contestadas. ¿Cómo hemos dé explicar el hecho de que el ego, una parte del ello que se inició como servidor de sus impulsos, se trasforme en cierta medida en su amo? Además, ¿qué medio particular utiliza el ego para mantener en jaque a los impulsos cuando así logra hacerlo? La respuesta para la primera pregunta reside en parte en la relación del niño con su circunstancia y en parte en ciertas características psicológicas de la mente humana. Algunas de estas características son nuevas y otras ya nos son familiares en razón de las consideraciones previas. Lo que tiene en común es que todas estas están relacionadas con el funcionamiento del ego. Primero, lo del ambiente. Sabemos que el ambiente de una criatura es de especial importancia biológica para ella, o más bien que lo son partes de su ambiente. Sin dichas partes, que al principio son su madre y algo más tarde ambos padres, no podría sobrevivir. No nos sorprende, por tanto, que la dependencia física inusitadamente grande y única en duración de la criatura humana con respecto a sus padres esté seguida en forma paralela por su dependencia psíquica de ellos; pues el niño, como hemos visto, depende para la mayoría de sus fuentes de placer de sus padres y nos damos cuenta, a consecuencia de estos diversos factores, de cómo la madre, por ejemplo, puede devenir un objeto tan importante en el ambiente del niño que en caso de un conflicto entre un pedido de la madre y un deseo directo del ello del niño, el ego se ponga del lado de aquélla en contra de éste. Por ejemplo, si una madre prohíbe una manifestación del impulso de destrucción, como el desgarrar las páginas de un libro, el ego se pondrá a menudo de su parte y en contra del ello. Esta parte de nuestra respuesta es fácil de comprender y no requiere una consideración muy técnica o complicada. Al pasar al resto de la respuesta a la primera de las preguntas formuladas más arriba, tendremos que discutir más de un factor y con cierta extensión. Ante todo podemos volver a destacar que la formación y el funcionamiento del ego utilizan energía que proviene por completo o en gran parte del ello. A menos que acéptenos que el ello es una fuente infinita de energía psíquica, debemos llegar a la conclusión de que el mero hecho de la existencia del ego y de su funcionamiento implica una reducción de la cantidad de energía impulsiva del ello. Parte de ella ha sido utilizada para crear y poner en marcha el ego. Por cierto que al volver la vista hacia algunos (congéneres tenemos a veces la impresión de que no queda nada del ello en algunos miembros de la especie particularmente carentes de pasiones y de que toda su energía psíquica se ha trasfundido en la formación del ego, aunque sabemos que tal situación extrema es imposible. Lo importante, empero, es que el desarrollo del ego determina en forma inevitable un cierto grado dé debilitamiento del ello. Desde este punto de vista uno podría decir que el ego crece como un. parásito a expensas del ello, y esto puede , contribuir en cierta medida ah hecho de que el ego eventualmente sea tan fuerte como para convertirse en amo del ello en vez de ser para siempre y por completo su servidor; aunque, como dijimos antes, parece difícil' que pueda explicar por completo este resultado, . En este punto será provechoso mencionar Varios procesos que son de importancia en la formación y funcionamiento del ego y que contribuyen en modo significativo al proceso de disminución de la energía psíquica del ello y al aumento de la del ego. Uno de tales procesos, que se ha visto que era una parte principal del desarrollo del ego y que debe actuar en la forma recién descrita, es la neutralización de la energía impulsiva. Este proceso de desnaturalización, que hemos descrito con cierta extensión en el Capítulo III, resulta con claridad en una reducción de las energías libidinales y de agresión del ello y en un aumento de la energía a disposición del ego. Otro de los factores que sabemos son importantes en la evolución del ego y que desempeña un papel destacado en el desplazamiento de la energía psíquica del ello hacia el ego es el proceso de identificación. Este también fue estudiado en el Capítulo III y el lector recordará que consiste, esencialmente, en el hacerse el individuo semejante a un objetó (persona p cosa) del mundo exterior psicológicamente importante para él, es decir, muy catectizado con energía impulsiva. El ―hacerse semejante‖, como hemos visto, produce una modificación del ego y una de sus consecuencias es que todas o una parte de las catexias que antes estaban unidas a un objeto externo quedan ahora asociadas a la copia de tal objeto en el seno del ego. El hecho de que algunas de las energías del ello estén unidas entonces a una parte del ego contribuye al enriquecimiento de las energías a disposición de éste a expensas de aquel y a su fortalecimiento frente al mismo. Hay aun otra forma, que merece nuestra atención, por la cual las exigencias del ello se debilitan y de allí que se haga más susceptible dé dominio por el ego; es el proceso de la gratificación por fantasías. Es notable, aunque sea un lugar común, que una fantasía —ya en el soñar despierto o en el dormido— en la. Que uno ó varios deseos del ello estén representados como cumplidos determina de hecho una gratificación parcial de los impulsos del ello que le conciernen y una descarga parcial de su energía. Así por ejemplo una persona sedienta dormida puede soñar que apaga su sed y se siente satisfecha y sigue durmiendo pese a que el grifo del agua se encuentra ahí nomás, en el cuarto vecino. Es obvio, aun después de una breve reflexión, qué el papel desempeñado en nuestras vidas mentales por la fantasía es muy grande y no nos proponemos siquiera trazar aquí un bosquejo de la importancia general de dicha función. Sólo deseamos señalar que un efecto de la fantasía puede ser que un impulso del ello quede tan próximo a estar satisfecho que le resulte relativamente fácil al ego dominarlo o regularlo, y, en consecuencia, desempeña una función para lograr que el ego dómine al ello. Podemos agregar algo que debiera ser obvio, á saber, que tales fantasías se producen con frecuencia en la vida mental normal. Llegamos ahora a la última de las características psicológicas que deseamos discutir como integrante dé la tarea de facilitar al ego su trasformación en cierto grado en el amo del ello. Esta característica es probablemente la decisiva y la verdadera responsable de la capacidad del ego para oponerse y dominar los impulsos del ello en cierta extensión y en ciertas ocasiones. Se trata de la tendencia humana a generar angustia bajo ciertas circunstancias una tendencia qué~ requerirá no sólo una discusión más bien larga y técnica para elucidarla sino también una introducción considerable, puesto que la teoría psicoanalítica corriente de la angustia, no puede ser comprendida sin antes presentar lo que Freud (1911) denominó el principio del placer. Esta hipótesis que aun no hemos discutido será considerada aquí. Expresado en términos simples, el principio del placer afirma que la mente tiende a obrar en forma tal de alcanzar el placer y. de evitar su antagonista. La palabra alemana que Freud utilizó para expresar lo antagónico al placer fue Unlust, que ha sido traducida a menudo como ―dolor‖, de modo que nuestro principio ha sido denominado también principio del placer y dolor. Pero ―dolor‖, a diferencia de Unlust, también denota la sensación física de dolor además de lo opuesto al placer, por lo cual, para evitar la ambigüedad en tal aspecto, algunos traductores más recientes han sugerido que en vez de ―dolor‖ se utilice la palabra unpleasure [implacer], carente de belleza, pero que no da lugar a la ambigüedad. [En castellano usaremos la palabra ―desplacer‖, idiomáticamente correcta y carente de connotación física, como el autor la desea. N. del T.] Freud incorporó al concepto del principio del placer las ideas de que en los muy primeros tiempos de vida la tendencia a obtener placer es imperiosa e inmediata y de que el individuo sólo en forma gradual adquiere la capacidad de posponer el logro, del placer, a medida que se va haciendo mayor. Ahora bien, este concepto del principió del placer suena parecido al concepto del proceso primario que tratamos en el Capítulo III. De acuerdo con el principio, del placer hay una tendencia a obtener placer y a evitar el desplacer, tendencia que en los comienzos de la vida no da lugar a postergaciones. De acuerdo con el proceso primario, las catexias de la energía impulsiva han de ser descargadas lo más pronto posible* y podemos suponer aun que este proceso es el dominante en el funcionamiento mental de esa época de la vida. Además, en conexión con el principio del placer, Freud afirmó que con los años hay un aumento gradual de la capacidad del individuo para postergar la obtención del placer y el alejamiento del desplacer, mientras que en relación con el proceso primario formuló la idea de que el desarrollo del proceso secundario y su aumento de importancia relativa permitía al individuo postergar la descarga de las catexias a medida que se hacía mayor. En lo fundamental, por tanto, el concepto original de Freud del principio del placer se corresponde con el posterior de proceso primario. La única diferencia real, fuera de la terminología, es que el principio del placer está formulado en términos subjetivos mientras que el proceso primario lo está en objetivos. Es decir que las palabras ―placer‖ y ―desplacer‖ se refieren a fenómenos subjetivos, en este caso a afectos, mientras que las frases ―descarga de catexia‖ o ―descarga de la energía impulsiva‖ se refieren al fenómeno objetivo de la distribución y descarga de la energía, en este caso dentro del ello. Debe anotarse, de paso, que de acuerdo con nuestras teorías un afecto o emoción es un fenómeno del ego, por más que dependa, para su génesis de procesos operados en el ello. Freud de ningún modo ignoró la gran similitud entre la formulación del principio del placer y la formulación de ese aspecto del funcionamiento del ello que denominó proceso primario. De hecho, trató de unificar los dos conceptos y es en realidad a causa de que sintió que su intención no tenía éxito que deberemos discutir aquí las dos hipótesis en forma separada. El intento de unificar los dos conceptos se hizo basada en una suposición muy simple, la de que un aumento en la cantidad de catexias móviles no descargadas corresponde O da origen, dentro del aparato psíquico, a un sentimiento de desplacer, mientras que la descarga de tales catexias, con la consiguiente disminución del remanente, lleva a una sensación de placer. En términos más simples pero algo menos precisos podemos decir que Freud (1911) originariamente supuso que un aumento de la tensión psíquica producía desplacer, mientras que una disminución de ella ocasionaba placer. Si esta suposición fuera correcta, el principio del placer y el proceso primario no serían más que formas distintas de expresar la misma hipótesis. El argumento se desarrollaría de la siguiente manera: el principio del placer afirma que en el niño muy pequeño hay una tendencia a lograr el placer mediante la gratificación, que no puede ser postergada. El proceso primario afirma que en el niño muy pequeño hay una tendencia a descargar la catexia, es decir, la energía impulsiva, que no puede ser postergada. Pero, de acuerdo con la suposición original de Freud, el placer de la gratificación es el mismo o es un aspecto de la descarga de la catexia. Si la suposición fuera cierta, por tanto, las dos formulaciones dirían lo mismo con distintas palabras y el principio del placer y el proceso primario no serían sino dos expresiones posibles de la misma hipótesis. Por desgracia para nuestro deseo natural de simplicidad en las teorías, Freud (1924 c) llegó a la conclusión de que aunque el placer acompaña a la descarga de la energía psíquica móvil en la vasta mayoría de los casos, mientras que el desplacer es la consecuencia de la acumulación de tal energía, aun quedan casos importantes en los cuales esto no parece ser así. Hasta afirmó que existían casos en los cuales la inversa es lo cierto. Como ejemplo señaló que por lo menos hasta cierto punto un aumento de la tensión sexual se experimenta como placentero. La decisión final de Freud fue, por tanto, de que las relaciones entre los fenómenos de acumulación y descarga de energía impulsiva móvil, por un lado, y los sentimientos de placer y desplacer, por el otro, no eran simples ni determinables. Adelantó una hipótesis: que la razón y el ritmo de incremento o descarga de catexia podía ser un factor determinante, y ahí dejó la cuestión. Ha habido intentos posteriores de desarrollar una hipótesis satisfactoria sobre la relación entre el placer y la acumulación de descarga de energía de los impulsos, pero ninguna de ellas ' está tan aceptada en la actualidad como para justificar su inclusión aquí (Jacobson, 1953). . La consecuencia de estos hechos es que no podemos aún formular en forma satisfactoria el principio del placer en términos precisos relacionados con la energía psíquica. Debemos por tanto atenemos a la versión primera del mismo, expresada en términos de las experiencias subjetivas de placer y desplacer: la mente, o el individuo en su vida mental, procura la obtención de placer y evita el desplacer. El lector recordará que, para introducir a esta altura una discusión del principio del placer, nuestra razón fue la dé facilitar el camino para el tema de la angustia y es a este asunto que volveremos ahora nuestra atención. La importancia del principio del placer en la teoría psicoanalítica de la angustia se hará visible durante el curso de su consideración. La teoría original de Freud de la angustia era que resultaba del freno y descarga inadecuada de la libido. Que la acumulación anormal de libido dentro de la psiquis fuera el resultado de obstáculos exteriores para su descarga apropiada (Freud, 1895) o que fuera debida a obstáculos interiores, tales como conflictos inconscientes o inhibiciones concernientes a la gratificación sexual, no tenía mayor importancia desde el punto de vista de esa teoría. En ambos casos el resultado era una acumulación de la libido no liberada, que podía transformarse en angustia. La teoría no explicaba cómo ocurría dicha trasformación ni qué factores determinaban el momento preciso en qué debía ocurrir. Es importante, también consignar que de acuerdo con esa teoría el término ―angustia‖ denota un tipo patológico de temor que, por cierto, está relacionado fenomenológicamente con el temor normal a un peligro externo, pero que tiene un origen claramente distinto. El temor al peligro externo es, según se presumía, una reacción aprendida, es decir, una reacción basada en la experiencia, mientras que la angustia es libido trasformada, es decir, una manifestación patológica de la energía de los impulsos. Este fue el status de la teoría psicoanalítica de la angustia hasta 1926. En ese año Freud publicó una monografía que en su versión norteamericana se denominó El problema de la angustia, mientras que en la inglesa fue Inhibición, síntoma y angustia. En esa obra Freud señaló que la angustia es el problema central de la neurosis y propuso una nueva teoría basada en la hipótesis estructural y que resumiremos aquí. "Pero antes de hacerlo será conveniente que consignemos la estrecha relación entre el tema n es decir la segunda teoría de la angustia de Freud y el de dos trabajos anteriores a los que nos hemos referido en el trascurso de los Capítulos II y III, Más allá del principio del placer y El ego y el ello. Estas dos monografías contienen los conceptos fundamentales que diferencian la: moderna teoría psicoanalítica de lo que fue antes. Estos conceptos son, la teoría dual de los impulsos y la hipótesis estructural. Permiten una forma más sólida y conveniente de enfocar los fenómenos mentales de lo que con anterioridad era posible, así como una comprensión de sus complicadas interrelaciones. Las nuevas teorías también facilitaron progresos valiosos en la aplicación clínica del psicoanálisis. Un ejemplo sobresaliente ha sido el desarrollo del análisis del ego y del campo íntegro de la patología psicoanalítica del ego que se ha producido durante los últimos veinticinco años. Freud mismo escribió varios trabajos en los que mostró cómo las nuevas teorías podían rendir frutos cuando eran aplicadas a los problemas clínicos (Freud, 1924 b, 1924 c, 1924 d, 1926). El problema de la angustia es en forma notoria el caso aislado más importante de tal aplicación fructífera; en él Freud adelantó una teoría de la angustia de aplicación clínica, basada en las visiones profundas brindadas por la hipótesis estructural. Para lograr la comprensión de la nueva teoría debemos Además abandonó una parte importante de su teoría primigenia: dejó de lado por completo la idea de que la libido no liberada se trasformaba en angustia. Dio este paso con fundamentos clínicos y demostró la validez de su nueva posición mediante la discusión algo detallada de dos casos de fobias de la infancia. En su nueva teoría Freud propuso relacionar la aparición de la angustia con las que denominó ―situaciones traumáticas‖ y ―situaciones de riesgo‖. A aquéllas las definió como las situaciones en las cuales la psiquis queda abrumada por el influjo de estímulos demasiado grandes para dominarlos o descargarlos. Consideró que cuando se producía esto se desarrollaba en forma automática la angustia. Puesto que es parte de la función del ego tanto el dominar los estímulos sobrevivientes y el descargarlos en forma efectiva, sería de esperar que las situaciones traumáticas se produjeran con más frecuencia en los primeros meses y años de vida, cuando el ego es aún débil y no está desarrollado. Por cierto que Freud consideraba que el prototipo de situación traumática es la experiencia del nacimiento, al ser afectada por él la criatura que asoma a la vida. En ese j « momento el niño está sometido a un influjo abrumador de experiencias externas y sensoriales viscerales y responde con lo que Freud consideró que eran manifestaciones de angustia. El interés principal de Freud en el nacimiento como situación traumática acompañada de angustia residía al parecer en que podía ser contemplada como prototipo para situaciones traumáticas posteriores de mayor importancia psicológica y que de ese modo ajustaba dentro de sus nuevas teorías en forma satisfactoria. Otto Rank (1924) procuró aplicar esta teoría de Freud en la clínica en una forma mucho más audaz que Freud mismo y propuso la noción de que todas las neurosis podían ser atribuidas al trauma natal y que podían ser curadas mediante la reconstrucción de la que dicho trauma podía haber sido y haciendo que el paciente adquiriera conciencia de ello. Las teorías de Rank suscitaron considerable agitación entre los psicoanalistas de la época en que fueron propuestas, pero han sido ya descartadas. En su monografía Freud prestó bastante atención a las situaciones traumáticas que se producen después del nacimiento en la primera infancia. Como ejemplo de tales situaciones eligió la "siguiente: en los primeros tiempos de vida de una criatura depende de la madre para la gratificación de la mayoría de sus necesidades orgánicas y para la obtención de la gratificación que en este período de la vida está primordialmente relacionada con la satisfacción de las necesidades orgánicas, como por ejemplo en el amamantamiento, en el que la criatura experimenta una gratificación oral al mismo tiempo qué él placer de que lo sostengan en brazos, le den calor y lo mimen. La criatura, antes de alcanzar una cierta etapa de su vida, no puede obtener estos placeres, es decir, estas gratificaciones instintivas, por si mismo. Si cuando la madre esta ausente el niño experimenta una necesidad instintiva que solo puede ser satisfecha por aquella, se crea una situación traumática para el niño, en el sentido que Freud le da a esta palabra. El ego del niño no esta bastante desarrollado como para ser capaz de postergar su gratificación mediante la retención de sus de deseos impulsivos y, en cambio, la psiquis del niño queda abrevada por la acumulación de estímulos. Puesto que no puede dominar ni descargar dichos estímulos genera una angustia. Merece consignarse que en nuestro ejemplo, y claro está que en todos los casos que nuestro ejemplo pretende tipificar, el flujo de estímulos que da origen a este tipo primitivo y automático de angustia, es de origen interno. Específicamente surge de la actuación dé los impulsos o con mayor precisión, del ello. Por tal razón, este tipo automático que acabamos de describir ha sido denominado a veces ―angustia del ello‖. Rara vez se utiliza esta denominación hoy día, pues puede dar lugar al concepto erróneo de que el ello es su lugar de asiento. En verdad, según la idea de Freud contenida en su hipótesis estructural, es en el ego que se ubican todas las emociones. El experimentar una emoción cualquiera es función del ego, según Freud, y debe ser cierto también, por tanto, para la angustia. Lo que facilitó el concepto erróneo de que el ello era el lugar de asiento de la angustia de inducción automática fue que el ego apenas si existe como estructura diferenciada, y menos aún integrada, en una etapa tan precoz como la que sirvió para ejemplo en él parágrafo precedente. Las criaturas pequeñas, como ya hemos dicho, tienen sólo unos rudimentos de ego y aun este poco que ha comenzado a diferenciarse del resto del ello apenas si se puede distinguir de éste. No obstante, lo que pueda haberse diferenciado de ego en tan pequeños seres es el lugar de asiento de la angustia generada. Freud creía también que la tendencia o capacidad del aparato mental para reaccionar a un flujo excesivo de estímulos en la forma descrita más arriba, es decir, por generación de angustia, persiste durante toda la vida. En otras palabras, una situación traumática, en el significado especial que Freud da a esta frase, puede generarse a cualquier edad. Seguro que tales situaciones se generarán con mucha mayor frecuencia en los muy primeros tiempos de vida por la razón ya enumerada de que el ego aún no se desarrolló, pues cuanto más evolucionado está el ego tanto mejor será capaz de dominar o descargar los estímulos generados de origen externo o interno, y el lector claro está que recordará que es sólo cuando tales estímulos no pueden ser dominados o descargados en forma adecuada que la situación se trasforma en traumática y se genera la angustia. Si Freud estaba acertado al decir que el nacimiento es el prototipo de las situaciones traumáticas posteriores, entonces el nacimiento es un ejemplo de situación traumática de la infancia provocada por estímulos que son principalmente de origen externo. En otros casos los estímulos ofensivos se originan particularmente en los impulsos, es decir que su origen es interno, como correspondió al ejemplo del niño cuya madre no estaba presente para brindarle la gratificación por la cual clamaba su ello y que sólo la madre podía darle. Por lo que podemos saber, las situaciones traumáticas originadas a consecuencia de las exigencias del ello son las más comunes y también las más importantes en los primeros años de vida. Freud consideraba que tales situaciones surgen también en la vida posterior en aquellos casos que él clasificó como neurosis de angustia ―actuales‖ (ver Capítulo VIII) y que la angustia que padecen estos pacientes está realmente ocasionada por la afluencia abrumadora de estímulos originados por la energía, del impulso sexual que no fue liberada en forma adecuada a causa de impedimentos exteriores. Pero esta suposición de Freud en particular tiene poca importancia práctica, puesto que el diagnóstico de neurosis actual, rara o ninguna vez se hace en la actualidad. Otra aplicación de la misma idea básica ha asumido una importancia clínica mayor: la suposición de que las denominadas neurosis traumáticas de la vida adulta, como por ejemplo las neurosis de guerra y lo que se denominó ―shellshock‖ (choque por conmoción) el resultado de una afluencia abrumadora de estímulos externos que da origen en forma automática a la angustia. Freud mismo sugirió esta posibilidad y subsiguientemente muchos autores al parecer aceptaron que era cierta, o por lo menos que Freud creía que era cierta. En verdad, Freud (1926) expresó su opinión de que una neurosis traumática bien podía no surgir en una forma tan simple, sin lo que él denominó la ―participación de las capas más profundas de la personalidad‖. El concepto de Freud de las situaciones traumáticas y de la generación automática de angustia en las situaciones traumáticas constituye lo que podemos denominar la primera parte de su nueva teoría. Esta parte es la más próxima a su teoría primigenia, aunque difiere en forma sustancial de aquélla en lo que respecta al modo de producción de la angustia. El lector recordará que, según Freud en su punto de vista anterior, la angustia surge por una trasformación de la libido, mientras que según él punto de vista posterior se genera como resultado de una afluencia abrumadora de estímulos que pueden o no provenir de los impulsos. Podemos ahora resumir la primera parte de la nueva teoría de Freud, como sigue: 1) La angustia se genera en forma automática siempre que la psiquis resulta abrumada por una afluencia de estímulos demasiado grande para ser dominada o liberada. 2) Estos estímulos pueden ser de origen externo o interno, pero con mayor frecuencia surgen del ello, es decir, de los impulsos. 3) Cuando de este modo se genera en forma automática una angustia, se dice que la situación es traumática 4) El prototipo de tales situaciones traumáticas es el nacimiento. 5) La angustia automática es característica de la infancia, a causa de la debilidad y falta de madurez del ego en esa época de la vida, y también se halla en la vida adulta en los casos de la así llamada neurosis de angustia actual. La segunda parte de la nueva teoría consiste en que, en el curso del desarrollo, el niño aprende a anticipar o prever la llegada de una situación traumática y a reaccionar ante ella con angustia antes de que se haga traumática. A este tipo, Freud lo denominó angustia de alarma. Se produce por una situación de peligro o por la anticipación del peligro, su producción es función del ego y sirve para movilizar las fuerzas a disposición del ego para enfrentar o evitar la situación traumática inminente. Para ilustrar el significado de las palabras ―situación de peligro‖ Freud retornó al ejemplo de la criatura cuya madre la deja sola. El lector recordará que si estando solo le asaltara al niño alguna necesidad de gratificación que requiera la presencia de la madre, la situación se convertiría en traumática y se generaría la angustia en forma automática. Freud argumentó que después de haber alcanzado una cierta etapa de su desarrollo el ego del niño sabrá reconocer que existe una relación entre la partida de su madre y el engendramiento de un estado de gran desplacer consistente en una angustia inducida en forma automática algunas veces después de haberse ido ella. En otras palabras, el ego sabrá que si la madre está presente no se generará la angustia, mientras que puede ocurrir si ella se va. Como resultado, el ego pasa a considerar la separación de la madre como una ―situación de peligro‖, cuyo peligro reside en la aparición de una exigencia imperiosa de gratificación por parte del ello mientras la madre está ausente, con la consiguiente producción de una situación traumática. ¿Qué hace el niño en una situación de peligro tal? Parte de lo que hace es familiar para quienquiera que haya tenido experiencia con niños. Mediante diversas manifestaciones de malestar el niño procura evitar que la madre se aleje o que retorne si ya se fue. Pero Freud tenía más interés en lo que ocurre intrapsíquicamente en la criatura que en las diversas actividades del ego que tienen por objeto modificar el medio, por importantes que ellas sean. Sugirió que en una situación de peligro el ego reacciona con una angustia que produce él mismo en forma activa y propuso denominarla angustia de alarma; puesto que es generada por el ego cómo un aviso o señal de peligro. Pero antes de proseguir detengámonos un Momento. ¿Cómo es que el ego puede producir una angustia, sea ésta como aviso o con cualquiera otro motivó? La respuesta a esta pregunta dependerá de que recordemos que, después de todo, el ego no es sino un grupo de Sanciones relacionadas. Creemos que en una situación de peligro algunas de estas funciones, verbigracia, la percepción sensorial, la memoria y algún tipo de proceso de pensamiento, están relacionados con el reconocimiento del peligro, mientras que otras partes del ego u otras funciones del ego reaccionan ante el peligro, lo cual se aprecia como angustia. Sin duda que hasta podríamos deducir de nuestra experiencia clínica que la percepción del peligro quizá da origen a una fantasía de la situación traumática y que es esta fantasía lo que produce la angustia de alarma. Aunque esta suposición sea o no correcta, podemos decir que algunas funciones del ego son responsables del reconocimiento del peligro y que otras lo son de reaccionar ante él con angustia. Continuemos ahora con la exposición de Freud acerca, de lo que sucede cuando el ego reconoce-una situación de peligro y reacciona a ella mediante una angustia de alarma. Es en-este .punto que el principio del placer entra en el cuadro. La angustia de alarma es desagradable y cuanto más intensa, mayor el desplacer. Se puede suponer que hasta cierto punto la intensidad de la angustia es proporcional a la estimación del ego de la gravedad o proximidad del peligro, o de ambos factores. De modo que es de esperar que en el caso de cualquier situación de peligro considerable también lo sean la angustia y el desplacer Es este último el-que pone en acción en forma automática al que Freud denominó el "todopoderoso" principio del placer. Es la manera de obrar del principio del placer lo que luego le da al ego la fuerza necesaria para dominar la emergencia o la acción continuada de cualesquiera impulsos del ello que puedan estar dando origen a una situación de peligro. En el caso del niño abandonado por la madre, estos impulsos pueden expresarse por el deseo de ser alimentado y mimado por ella, por ejemplo. Freud trazó una serie de situaciones de peligro típicas que se puede esperar sucedan en una secuencia en la vida del niño. La primera de éstas, cronológicamente, es la separación de una persona que es importante para el niño como fuente de gratificación. A esto suele hacerse referencia en la literatura psicoanalítica como "pérdida del objeto‖ o ―pérdida del objeto amado" aunque; en la edad en que se percibe» como peligro por primera vez, el niño es aún demasiado pequeño para atribuirle una emoción tan compleja como el amor. La situación de peligro típica siguiente en el niño es la pérdida del amor de una persona de su medio, de la que debe depender para su gratificación. En otras palabras, aun cuando, esa persona esté presente, el niño puede temer la pérdida de su amor; esto suele denominarse ―pérdida del amor del objeto‖. La situación siguiente difiere según el sexo. En el caso del varón el peligro reside en la pérdida de su pene, lo que en la literatura psicoanalítica suele referirse como ―castración‖. En el caso de la niña el peligro reside en alguna lesión genital análoga. La última situación de peligro es la de culpado desaprobación castigo dé parte del superego. Podemos considerar que el primero de estos peligros es característico de la primera etapa de evolución del ego, quizás hasta el año y medio, edad a la cual se le suma el segundo, mientras que el tercero no ocupa un primer plano hasta los dos y medio a tres años, y el último, claro está, no adquiere importancia hasta los cinco o seis años, cuando ya ha formado él superego. Todos estos peligros persisten por lo menos en cierto grado durante toda la vida inconscientemente en pacientes neuróticos, en grado excesivo y la importancia relativa dé cada peligrovaría de una persona a otra. Es obvio que tiene la mayor importancia práctica en la labor clínica con el paciente, el saber qué peligro es el principal dentro de los temores inconscientes del paciente. Freud afirmó que la angustia es el problema central en la enfermedad mental y su afirmación es aceptada por la mayoría de nosotros en la actualidad incidentalmente, podemos recordar que no siempre fue así. Antes de la publicación de El problema de la angustia el énfasis principal en la concepción psicoanalítica de las neurosis, en la teoría y en la clínica, recaía en las vicisitudes de la libido, en particular en las fijaciones libidinales. En aquel entonces, como ya hemos dicho, se consideraba que la angustia era libido trasformada como consecuencia de su liberación inadecuada. Era natural, por tanto, que la libido ocupara el primer plano en las discusiones teóricas y que la preocupación clínica principal residiera en deshacer las fijaciones y en general en asegurar Una liberación adecuada de la libido. Esto no pretende implicar que sea menos importante ahora que entonces el eliminar las fijaciones. Sólo se trata de que en la actualidad tendemos a contemplar estos problemas, clínica y teóricamente, desde el punto de vista del ego y del ello, en vez de hacerlo sólo desde el lado del ello. Puesto todo el énfasis de la literatura psicoanalítica corriente sobre la importancia de la angustia en la enfermedad mental resulta fácil perder de vista el hecho de que su papel en la facilitación al ego para dominar o inhibir los deseos o impulsos instintivos que le parezcan peligrosos es esencial en la evolución normal. La función de la angustia de ningún modo es patológica en sí misma. Por lo contrario, se trata de una parte necesaria en la vida y, el desarrollo mental. Sin ella, por ejemplo, sería imposible tipo alguno de educación, en el sentido más amplío de esta palabra. Él individúo estaría a merced de cada impulso a medida que fuera surgiendo en el ello y procuraría gratificar cada uno por turno o a la vez, a menos que de tal intento se produjera una situación traumática y el individuo quedara abrumado por la angustia. Otra cuestión que concierne a la angustia de alarma es esta: es, o debería ser, de mucho menos intensidad que la angustia que acompaña a una situación traumática. En otras palabras, este aviso que el ego aprende a proporcionar en el curso de su desarrolló tiene una intensidad de desplacer menor que la angustia que podría generarse si el aviso no fuera dado y se generara una situación traumática. La angustia de alarma es una angustia atenuada. Recapitulemos ahora ésta segunda parte de la nueva teoría de la angustia: 1) En el curso del desarrollo el ego adquiere la capacidad de producir angustia cuando surge una situación de peligro (amenaza de una situación traumática) y luego, como anticipación al peligro. 2) Á través de la acción del principio del placer, esta angustia de alarma le permite al ego dominar o inhibir los impulsos del ello en una situación de peligro, 3) Existe una serie, o secuencia característica de situaciones de peligro durante la infancia, las cuales persisten como tales en mayor o menor grado o inconscientemente durante toda la vida. 4) La angustia de alarma es una forma atenuada de angustia desempeña un gran papel en la evolución normal y es la forma característica de las psiconeurosis. Hemos completado así nuestra respuesta a la primera de las dos preguntas formulabas en la página 83. Esta inquiría por la explicación del, hecho de qué el ego, aunque se inicia como parte del ello "servidora del resto'," pueda llegar en cierta medida, a dominar al ello con el, tiempo. Deseamos ahora emprender la contestación a la segunda pregunta, formulada en la página 83, a saber, de cómo el ego se las compone para mantener reprimidos los impulsos del ello cuando logra hacerlo así. De nuestra consideración de la angustia comprendemos que cuando el ego se opone a la emergencia de un impulso del ello lo hace así porque considera que la liberación de dicho impulso creará una situación de peligro. El ego produce entonces la ansiedad como señal de peligro, obtiene así la ayuda, del principio de placer es capaz de ofrecer una resistencia exitosa a la salida de los impulsos peligrosos. En la terminología psicoanalítica, hablamos de tal actuación como de la defensa, u operación defensiva del ego. Nuestra pregunta puede encuadrarse entonces de la manera siguiente: ―¿Cuáles son las defensas que el ego posee para enfrentar al ello?‖ La respuesta a esta pregunta es muy simple, aunque muy general. El ego puede utilizar con tal fin todo aquello que esté a su alcance. Cualquier actitud del ego. cualquier percepción, un cambio en la atención, la anteposición de otro impulso del ello que sea más seguro que el peligroso y que compita con él, un intento vigoroso de neutralizar la energía del impulso peligroso, la formación de identificaciones o la ejercitación de la fantasía, todos pueden utilizarse con fines defensivos, aislados o en combinación. En una palabra, el ego puede usar y usa todos los procesos de su formación y función normal con fines defensivos, en uno u otro momento. Además de estas operaciones defensivas del ego, empero, en las cuales el ego hace uso de procesos que ya nos son familiares por su consideración previa, hay ciertos procesos del ego que tienen que hacer originariamente con las defensas del ego contra el ello. A esto- Atina, Freud (1936) les dio el nombre de ―mecanismos de defensa‖ y ellos serán nuestra preocupación principal en la discusión ulterior de as defensas del ego. Cualquier lista que pudiéramos dar de los mecanismos de defensa sería necesariamente incompleta y abierta a las críticas, puesto qué1 aún existen diferencias de opinión entre los psicoanalistas' acerca de qué debiera y qué no debiera ser denominado mecanismo de defensa en oposición a los otros medios que están a disposición del ego para dominar al ello. Lo que haremos, por tanto, es tratar de definir y discutir aquellos mecanismos de defensa que en general se reconocen como tales y que suele admitirse que son de importancia considerable en funcionamiento de la mente. El primer mecanismo reconocido y el que ha merecido la atención mayor en la literatura psicoanalítica es aquel que denominamos represión (Freud. 1915 b). La represión consiste en una actividad del ego que aleja de la conciencia el impulso no deseado del ello o cualquiera de sus derivados, sean recuerdos, emociones, deseos o fantasías. En lo que concierne a la vida consciente del individuo es como si todos ellos no existieran. Un recuerdo reprimido es uno olvidado desde el punto de vista subjetivo del individuo en el cual se produjo la represión. Podemos agregar entre paréntesis que no estamos seguros de que exista otro tipo de olvido que el de la represión. El acto de represión da origen dentro de la mente a una oposición permanente o prolongada entre el ego y el ello en el asiento de la represión. Creemos que por una parte el material reprimido continúa cargándose con cierta catexia de energía impulsiva que presiona en forma constante en busca de satisfacción, mientras que por otra parte el ego mantiene la represión por el gasto constante de una porción de la energía psíquica, a su disposición. Esta energía se denomina contracatexia, puesto que tiene la función de oponerse a la catéxia de energía impulsiva con que está cargado el material reprimido. El equilibrio entre catexia y contracatexia jamás es de tipo fijo, estático. Es el resultado de un equilibrio entre las fuerzas antagónicas y puede desplazarse según las ocasiones. Mientras la contracatexia gastada por el ego sea más fuerte que la catexia del material reprimido, éste permanece en tal situación. Pero si la contracatexia se debilita, el material reprimido tiende a asomar en la conciencia y en la acción. Es decir, que la represión comenzará a fallar, y lo mismo ocurrirá si la intensidad de la catexia de los impulsos aumenta sin un crecimiento paralelo de la contracatexia. Quizá valga la pena ilustrar estas posibilidades. La contracatexia opuesta por el ego puede ser disminuida en varias formas. Parece ocurrir esto, por ejemplo, en muchos' estados tóxicos o febriles, de los que es muy conocida la intoxicación alcohólica. En estado de beodez una persona puede mostrar en su conducta o lenguaje tendencias libidinosas o agresivas que él mismo ignora estando sobrio, y lo mismo vale para otros estados tóxicos. Durante el sueño • parece producirse una reducción comparable de la contracatexia, con bastante frecuencia, como veremos en el Capítulo VII, con el resultado de que los deseos y recuerdos reprimidos pueden aparecer en forma consciente en los sueños de un modo tal que sería por-completo imposible durante la vigilia de ese soñador. Por lo contrario, tenemos buenas razones para creer que en la pubertad, por ejemplo, existe un aumento en la energía a disposición del ello, de modo que en esa época de la vida las represiones que fueron bastante, firmes durante varios años pueden destruirse en parte o por completo. Además, suponemos que la falta de gratificación tiende a aumentar la potencia de los impulsos del ello. Así como el hombre hambriento comerá alimentos que habitualmente le disgustarían, lo mismo ocurre con el, individuo que se ha visto muy privado sexualmente, por ejemplo, el cual se verá más propenso a que sus represiones fallen que si no hubiera estado privado tanto tiempo o en forma tan marcada. Otro factor que es probable que debilite las represiones por aumento de la intensidad de los impulsos del ello es el de la seducción o tentación. Debemos- señalar también que si una represión se debilita o está por fracasar, o aun fracasa en cierto grado, ello no significa "que haya terminado necesariamente la lucha entre el ego y ello que acerca de esos determinados impulsos y que los impulsos tendrán desde entonces acceso bastante directo y libre a la conciencia, así como la ayuda del ego en-la obtención de gratificación. Clavo está que este resultado es posible. En la transición de la infancia a la edad adulta, por ejemplo, es necesario en nuestra sociedad actual que muchas represiones sexuales sean revocadas por completo o en parte para que él ajuste, sexual del adulto sea normal. Pero también es frecuente otro resultado. Tan pronto como el impulsó del ello comienza a abrirse paso hacia la conciencia y su satisfacción, el ego reacciona ante eso como ante un nuevo peligro y una vez más genera la angustia de alarma, movilizando de este modo fuerzas nuevas para una defensa renovada contra el impulso indeseado y peligroso. Si él intentó del ego resulta exitoso, se restablece una defensa adecuada, sea por represión o de alguna otra manera,-lo que a su vez requiere nuevo gasto de energía contracatéctica para su mantenimiento. Con respecto a la posibilidad de desplazamientos del equilibrio entre el ego y el ello que existe en la represión, debemos agregar que es posible (Fvoúd. 1926) que exista una cosa tal como la represión totalmente exitosa de un deseo que resulte en la desaparición efectiva del deseo y la abolición de su catexia, o por lo menos en la desviación completa de su catexia hacia otros contenidos mentales. En la práctica no sabemos de ejemplo alguno de represión tan idealmente completa. En realidad, en nuestra labor clínica tratamos principalmente con casos en los cuales la represión ha sido notoriamente inexitosa, con el resultado de la generación de síntomas psiconeuróticos (Capítulo VIII). De cualquier manera, los únicos casos de los cuales tenemos un conocimiento positivo son aquellos en los cuales s) material reprimido continúa siendo catectizado por la energía de los impulsos, la que debe en consecuencia ser antagonizada por una contracatexia. Hay dos puntos más por aclarar con respecto al mecanismo de represión. El primero de ellos es que todo el proceso se produce en forma inconsciente. Lo inconsciente no es sólo el material reprimido. Las actividades del ego que constituyen la represión son igualmente inconscientes. Uno no se da más cuenta de que está ―reprimiendo‖ algo que de si lo está olvidando. Lo único que uno puede apreciar es el resultado. Sin embargo, hay una actividad consciente que es bastante análoga a la represión. Esta actividad suele conocerse como supresión en la literatura psicoanalítica. Es la conocida decisión de olvidar algo y de no pensar más en ello. Es más que probable que haya intermedios entre la represión y la supresión y es posible que no exista una línea neta de demarcación entre ambas. Empero, cuando usamos la palabra ―represión‖ queremos decir que el impedimento de acceso a la conciencia y la erección de una contracatexia durable se han producido en forma inconsciente. El segundo de estos puntos finales es que cuando se reprime algo no basta decir que se ha impedido por la fuerza su ingreso a la conciencia; tiene tanta importancia como eso el comprender que lo reprimido se ha separado funcionalmente del ego y que ha pasado a ser parte del ello. Tal afirmación requiere alguna explicación. Hasta ahora en nuestra consideración de la represión hemos hablado de una oposición o conflicto entre el ego por una parte y un impulso del ello por la otra. Por cierto que no tendría mayor sentido decir que la represión hace que un impulso del ello sea parte del ello. Lo que debemos comprender en conexión con esto es que los recuerdos, fantasías y emociones que están íntimamente asociados con el impulso del ello en cuestión comprenden muchos elementos que formaban parte del ego antes de que se produjera la represión. Después de todo, antes de la represión las funciones del ego estaban al servicio de este impulso particular del ello como también lo estaban al servicio de otros, de modo que el impulso del ello y las operaciones del ego formaban más bien un conjunto armónico antes que dos partes antagónicas. Cuando se produjo la represión resultó reprimido el conjunto, con la consecuencia de que en realidad se sustrajo algo de la organización del ego y se le agregó al ello. Es fácil comprender, si se tiene en cuenta este hecho, que un grado indebido de represión es perjudicial para la integridad del ego. Podemos apreciar ahora que cada represión disminuye efectivamente la extensión del ego y lo hace, por tanto, menos efectivo de lo que ha sido. Podemos añadir, como un método adicional por el cual la represión reduce la eficacia o "fuerza" del ego, que cada represión requiere del ego un gasto nuevo de su cantidad limitada de energía, con el fin de mantener la contracatexia necesaria El segundo mecanismo de defensa que consideraremos será el denominado formación de reacción. Este es un mecanismo por el cual una de un par de actitudes ambivalentes, verbigracia, el odio, se hace inconsciente y permanece inconsciente por la exageración de la otra, que en este ejemplo sería el amor: De este modo el odio aparece cómo remplazado por el amor, la crueldad por la gentileza, la obstinación por la condescendencia, el goce de la suciedad por la prolijidad y limpieza, y así sucesivamente, aun cuando la actitud ausente persista en forma inconsciente. Aunque estamos más acostumbrados a pensar en formaciones de reacción como las mencionadas más arriba, que actúan en el sentido de que el individuo abandona alguna forma de conducta inaceptable para la sociedad por una conducta que es más aceptable para los padres y maestros, también es perfectamente posible que ocurra lo inverso, es decir que el odio aparezca como una formación de reacción contra el amor, la obstinación en vez de la condescendencia, y demás. Lo que es decisivo en la determinación del carácter preciso de la formación de reacción en cada caso particular, es la respuesta a esta pregunta: ―¿Qué es lo que el ego teme como peligro y a lo cual reacciona, por tanto, con la señal de angustia?‖ Si por alguna razón el ego teme el impulso al odio o, para mayor exactitud, teme los impulsos asociados con el odio, entonces la actuación del mecanismo de defensa de formación de reacción dominará aquellos impulsos y los mantendrá dominados por la acentuación y fortalecimiento de la actitud de amor. Si el amor fuera lo temido, entonces se produciría la situación inversa. Por ejemplo, una persona puede generar una actitud de gran ternura y afecto hacia los seres humanos o los animales con el fin de dominar y mantener inconscientes los impulsos muy crueles y aun sádicos hacia ellos. A la inversa, puede ocurrir en el curso de un tratamiento psiquiátrico o psicoanalítico que la ira consciente del paciente hacia el terapeuta esté originariamente motivada por la necesidad inconsciente de su ego de defenderse contra la salida de sentimientos y fantasías de amor hacia ese profesional. Una consecuencia de nuestro conocimiento de la actuación de este mecanismo de defensa es que siempre que observemos una actitud de este tipo que sea irreal o excesiva, debemos meditar si no estará tan exagerada como defensa contra la antagónica. Así podríamos esperar que un devoto pacifista o antiviviseccionista, por ejemplo, tenga fantasías de crueldad y odio que a su ego se le aparecen como particularmente peligrosas. Estimamos que la formación de reacción se produce en forma inconsciente, como dijimos antes que es el caso de la represión, y como por cierto es la situación con la mayoría, si no todos, los mecanismos de defensa del ego. Pero también aquí hay alguna ventaja en reconocer las analogías con la formación de reacción que existen en nuestras vidas mentales conscientes. Lo que en modo inconsciente ocurre en la- formación de reacción es por lo menos similar a lo qué se produce en forma consciente en la mente del sicofanta, del hipócrita o aun, bajo ciertas circunstancias, del buen huésped. Cada uno de éstos se dice a sí mismo: ―Simularé que me agrada esta persona, aunque mis sentimientos verdaderos o profundos hacia él sean distintos, o hasta directamente opuestos‖. Lo que debemos evitar es el confundir similitud con identidad. Cuando se produce un procesó así ello significa un mero ajuste temporario. La verdadera formación de reacción, por lo contrario, altera en forma permanente al ego y al ello del individuo en que se produce, en forma muy igual a aquella en que lo hace la represión. Antes de pasar al siguiente de los mecanismos de defensa, deseamos hacer una observación final que servirá para ilustrar la complejidad y la interrelación de las actividades del ego en general, así como las dificultades que yacen en el camino de cualquier intento de simplificar la discusión de los mecanismos de defensa del ego procediendo en forma más bien esquemática. Consideremos el caso de un niño de dos años cuya madre dé a luz un hermano. Sabemos que un resultado inevitable de tal experiencia es que el niño de dos años procure liberarse del niño que a sus ojos lo está privando del amor y las atenciones que desea obtener de su madre. Ese deseo hostil se puede manifestar de palabra o de hecho en medida reconocible o aun puede resultar un grave peligro para el bebé. Pero el niño descubre pronto que su hostilidad hacia el hermano es de sumo desagrado para la madre y la consecuencia habitual es que se defienda contra la aparición de esos impulsos hostiles a causa del miedo a perder el amor de la madre. Puede ser que la defensa empleada por el ego sea la represión. En-ese caso estimamos que los impulsos hostiles y sus derivados quedan excluidos del ego, se unen al ello y su acceso a la conciencia queda impedido por una contracatexia permanente. Además de la desaparición de la conciencia del niño con respecto a los impulsos hostiles hacia su hermano, no es raro observar un cierto grado de amor hacia el hermano, que puede variar mucho en su intensidad, pero que con seguridad podemos adjudicárselo también a las actividades de defensa del ego, en particular a una formación de reacción. Parece que el ego se ha valido de dos mecanismos para defenderse contra los impulsos hostiles del ello que le atemorizan y claro está que esos dos son la represión y la formación de reacción. En realidad nuestra experiencia clínica nos dice que los mecanismos de defensa rara vez se emplean en forma aislada o siquiera de a pares. Por lo contrario, se utilizan muchos a la vez, aunque en un caso puedan ser uno o dos los mecanismos más importantes o primarios. Pero esto tampoco considera en forma exhaustiva las complicaciones inherentes a nuestro ejemplo simple. Comprendemos muy bien que al reprimir su hostilidad el niño reaccionara como si la madre le hubiera dicho: ―No te amaré si odias a tu hermanito‖. Su respuesta habría sido: ―No odio a ese niño y por tanto no tengo por qué temer que no me ames‖. La frase ―no odio a ese niño‖ es la manifestación verbal de lo ejecutado por la represión. Para evitar la posibilidad de una incomprensión de esto haremos notar entre paréntesis que no queremos implicar que tal conversación se produzca en efecto entre la madre y el niño, sino sólo que el efecto es como si esa conversación hubiera existido. Aunque las palabras mismas jamás hubieran sido pronunciadas, los pensamientos expresados por las palabras se corresponden con lo sucedido en realidad. Pero los vocablos que hemos empleado hasta ahora tienen que ver sólo con la represión, y, como hemos visto, la formación de reacción también forma parte de la defensa del niño. Mediante esta formación de reacción el niño dijo: ―No odio a ese niño, lo amo‖. ¿De dónde proviene ese ―lo amo‖? Por cierto que experimentamos enfáticamente que posee un valor defensivo interior pues es mucho más difícil admitir sentimientos de odio hacia quien manifestamos amar que hacia quien miramos con indiferencia. Por cierto aun, que muchas madres no dicen sólo que ―Tú no debes odiar a tu hermano‖, sino que dicen con toda claridad que ―Tú debes amar a tu hermano‖, de modo que para ese niño es lógico que amar al hermano sea una seguridad contra el temor de perder el amor de la madre. Pero la experiencia psicoanalítica enseña además que, cuando un niño de dos años ―ama al bebé‖ lo hace sólo en una forma muy especial y plena de significaciones. Actúa como si él mismo fuera la madre y la imita en sus actos y actitudes hacia la criatura; en otras palabras, se identifica inconscientemente-con la madre. Con lo que hemos sido llevados a una conclusión inesperada: que el proceso de identificación puede ser parte de una formación de reacción o quizás un preludio necesario para ella y nos hace meditar si los mecanismos de defensa no podrían ser de dos tipos, aquellos que son elementales o no reductibles y aquellos que son reductibles a lo que podríamos denominar los mecanismos elementales. Esta es una cuestión que aún aguarda la respuesta definitiva. Anna Freud (1936) en su trabajo clásico sobre El ego y los mecanismos de defensa se refirió: a la sugerencia de algunos autores, de que la represión es el mecanismo de defensa básico y que todos los otros mecanismos o refuerzan una represión o entran a actuar cuando fracasa una represión. Anna Freud misma propuso como implicación el valor de estudiar y probablemente de clasificar los mecanismos de defensa sobre una base genética o evolutiva, es decir comenzando por los mecanismos de defensa más primitivos o hasta quizá por los precursores de los mecanismos de defensa propiamente dichos y trabajando paso por paso llegar hasta los mecanismos de defensa .finales, de relativa gran evolución. Es interesante que esta sugerencia, que parece como tal ser estimulante, no haya sido aún aceptada y seguida, por lo menos de lo que se puede apreciar por la literatura. Sin embargo, volviendo por ahora a la sugerencia de que la represión es el mecanismo de defensa y que todos los otros son a lo sumo auxiliares de la represión, debemos confesar nuestra incapacidad para llega): a una decisión final sobre esta cuestión. La dificultad surge de nuestra imposibilidad de caracterizar o describir la represión excepto en términos de su resultado. Es claro que el resultado consiste en que algo es ―olvidado‖, es decir, impedido su acceso a la conciencia. También es cierto para cualquier otro mecanismo de defensa que impide que algo alcance la conciencia. Que también sea cierto para estos otros mecanismos "de defensa el que los detalles del proceso de trabar el acceso a la conciencia y los detalles del resultado final sean igualmente lo bastante similares a los detalles correspondientes del mecanismo que hemos acordado denominar por el nombre especial de represión, es algo que no podemos asegurar aún. Prosigamos con nuestro catálogo de los mecanismos de defensa. La palabra aislamiento ha sido usada en la literatura psicoanalítica para designar dos mecanismos de defensa que no son del todo similares, aunque ambos son característicos de pacientes con un tipo particular de síntoma neurótico que se suele denominar obsesivo. El significado más común de esta palabra es un mecanismo que Freud denominó originariamente aislamiento del afecto, pero que podríamos nombrar mejor como represión del afecto o represión de la emoción. En tales casos una fantasía relacionada con un deseo o recuerdo crucial del pasado puede tener fácil acceso a la conciencia, pero la emoción por lo general dolorosa que suele estar relacionada con aquélla no logra, en cambio, el acceso a la conciencia. Más aún, tales pacientes suelen componérselas para evitar el sentir demasiada emoción de tipo alguno. Este proceso de represión de la emoción comienza como un impedimento del acceso a la conciencia de las emociones de dolor o temor, es decir, que actúa con claridad en interés del principio del placer y en muchos casos no va más allá de esto. Sin embargo, en algunas personas desdichadas esto va tan lejos que al final no experimentan emociones de ninguna clase y parecen una caricatura de aquella ecuanimidad que los antiguos filósofos proponían como un ideal. El otro significado de la separación corresponde a un mecanismo mucho más raro que Freud consideró en la sección de El problema de la angustia (1926) que corresponde a la psicopatología de las obsesiones. Es un proceso inconsciente por el cual un pensamiento determinado queda literalmente separado-de los pensamientos que le precedieron y de los que le siguen mediante un breve período en blanco. Al privar así al pensamiento aislado de toda conexión por asociación en la mente, el ego tiende a reducir al mínimo la posibilidad de su reingreso a la conciencia. El pensamiento se considera como ―intocable‖. Como hemos dicho, ambos tipos de aislamiento es característico hallarlos en asociación con los síntomas de obsesión. Otro mecanismo de defensa que está relacionado en forma característica con tales síntomas es el de la anulación: Este consiste en Una acción que tiene el propósito de desaprobar o deshacer él daño que el individuo en cuestión imagina en forma inconsciente que puede haber causado con sus deseos, sean éstos sexuales' u hostiles; Por ejemplo, un niño cuyos deseos hostiles hacia el hermano menor podrían producirle una gran angustia si se hicieran conscientes, puede experimentar en vez un deseo inconsciente y fuerte de salvar animales enfermos o heridos y cuidarlos y sanarlos. En el caso citado el niño, con sus esfuerzos para curar está en forma inconsciente anulando el daño a su hermano que sus deseos hostiles pueden causarle en fantasía. Muchos casos de comportamiento ritual en los niños y en los adultos poseen elementos que se pueden explicar sobre esta base, es decir, que están tratando en forma consciente o inconsciente de anular los efectos de algún impulso del ello que el ego considera peligroso. A veces el significado del ritual es obvio. Hasta puede ser casi o del todo consciente en el paciente mismo. Con mayor frecuencia no es fácil descubrir el significado del mecanismo de anulación porque ha sido distorsionado y disfrazado, como en el ejemplo citado más arriba, antes de permitir que se haga consciente. Hay algo que puede decirse a este respecto y es que toda la idea de la anulación es de tipo mágico y es probable que tenga su origen en aquellos primeros años de la infancia donde las ideas mágica.' minan tanto la vida mental. Otro mecanismo de defensa importante es el de la negación. Anna Freud (1936) usó esta palabra para referirse al rechazo de una porción de realidad externa indeseada o no placentera, sea por medio dé una fantasía complaciente o de la conducta. Por ejemplo, un niño que tenga miedo a su padre puede decir- de sí mismo que es el hombre más fuerte del mundo y que acaba de ganar el campeonato mundial de los pesos pesados y andar por toda la casa con el cinturón correspondiente al campeonato obtenido. En este ejemplo lo que el niño rechaza son sus propias dimensiones reducidas y su debilidad en relación con su padre. A estos hechos de la realidad los rechaza y remplaza por una fantasía y conducta que gratifican los deseos del niño de una superioridad física sobre el padre. El término ―negación-‖ parece haber sido usado también para referirse a una actitud similar hacia los datos de la experiencia interior, es decir, hacia la realidad interior. En el ejemplo antecitado se puede afirmar que el niño negó su propio miedo. Este uso de la palabra ―negación‖ no parece deseable, puesto que el emplearlo en este sentido lo hace muy similar al concepto de supresión que hemos definido con anterioridad o, quizá, lo hace en esencia un paso en el camino a la represión. El significado original de ―negación‖ se refiere más bien al bloqueo de ciertas impresiones sensoriales provenientes del mundo exterior. Si no se les niega efectivamente el acceso a la conciencia, por lo menos se les presta tan poca atención como sea posible y las consecuencias dolorosas de su presencia quedan anuladas en parte. Otra confusión que surge a veces en conexión con el uso de la palabra ―negación‖ en las-consideraciones de los problemas de defensa, se debe al hecho de que la naturaleza misma de la- defensa reside en que algo está siendo negado, así como lo más común en el carácter de la defensa es que a algo se le impide el acceso a la conciencia. El ello dice ―sí‖ y el ego dice ―no‖, en todo acto de defensa. No obstante, no parece muy justificado inferir de esto, como lo han hecho algunos autores, que el mecanismo específico que Anna Freud describió como negación en la fantasía esté involucrado en la actuación de todo mecanismo de defensa. Podemos agregar que el mecanismo de defensa de la negación está bastante relacionado con ciertos aspectos del juego y del soñar despierto o que desempeña un papel importante en estas dos actividades durante toda la vida. El concepto íntegro de actividades de recreación como medio de evasión de los cuidados y frustraciones dé nuestras vidas diarias es obvio que‘ se aproxima a la actuación de la negación como mecanismo de defensa. El mecanismo siguiente que deseamos discutir es el de la llamada proyección. Este es uní mecanismo de defensa que resulta en la atribución individual de un impulso o deseo que le pertenece a sí mismo, a alguna otra persona o, con la misma razón, a algún objeto impersonal del mundo exterior. Un caso patológico notorio sería el del enfermo mental que proyecta sus impulsos de violencia y que en consecuencia, por error, se creyera a sí mismo un peligro físico por parte de la policía, los comunistas o el vecino, según el caso. Tal paciente se clasificaría comúnmente en la clínica como afectado por una psicosis paranoidea. Es importante consignar, sin embargo, que aunque la proyección desempeña un papel tan importante en las psicosis paranoideas, actúa también en las mentes de personas que no están mentalmente enfermas La experiencia psicoanalítica ha mostrado que muchas personas atribuyen a otras los deseos e impulsos que les pertenecen, que no les parecen aceptables y de los que inconscientemente tratan de desprenderse, mediante el mecanismo de proyección. Es como si tales personas dijeran en forma inconsciente: ―No soy yo el que tuvo esos malos deseos (o peligrosos), sino él‖. El análisis de estos individuos nos ha demostrado que los crímenes y vicios que atribuimos a nuestros enemigos en tiempos de guerra, los prejuicios que poseemos contra los extraños, contra los extranjeros, o contra .aquellos de piel de distinto color de la nuestra, y muchas de las supersticiones y creencias religiosas son a menudo, íntegramente o en parte, el resultado de una proyección inconsciente de deseos e impulsos propios. Por estos ejemplos podemos comprender que si se utiliza la proyección como mecanismo de defensa en una extensión muy grande en la vida adulta, la percepción en quien así lo haga de la vida externa quedará seriamente distorsionada o, en otras palabras, la capacidad de su ego para el criterio de la realidad estará muy disminuida. Sólo un ego que pueda abandonar con facilidad su capacidad de discernir la realidad sin error se podrá permitir el uso extenso de esta defensa. Estas mismas observaciones valen con respectó al empleo de la negación como mecanismo de defensa en la vida adulta. La proyección es, por tanto, un mecanismo de defensa que normalmente desempeña su papel destacado durante los primeros años de vida. Con toda naturalidad la criatura muy pequeña atribuye a otros, personas, animales o aun a objetos inanimados, los sentimientos y reacciones que él mismo experimenta, hasta cuando no está comprometido en una lucha defensiva contra sus propios sentimientos y deseos, y la tendencia a repudiar la conducta o los impulsos indeseados mediante su atribución a otros es obvia en esos primeros años. Sucede a menudo que el niño, cuando se lo acusa o se lo reta por alguna travesura, dice que no fue él sino otro chico, con frecuencia imaginario, el que en realidad lo- hizo. Como adultos nos inclinamos a estimar una excusa así como un engaño consciente de parte del niño, pero los psicólogos infantiles nos aseguran que el niño muy pequeño acepta su proyección como verdadera y espera que sus padres o niñeras hagan lo mismo. Podría ser oportuna una palabra final acerca del posible origen del mecanismo de proyección. Se ha sugerido (Stárcke, JL920; van Ophuijsen, 1920: Arlow, 1949) que el modelo para el mecanismo psicológico de separar de los pensamientos y deseos propios alguno y proyectarlo hacia el mundo exterior es la experiencia física de la defecación, que le es familiar al niño desde su más tierna infancia. Sabemos por observaciones orientadas psicoanalíticamente que el pequeño considera a sus heces como una parte de su propio cuerpo y parece que cuando emplea, la proyección como mecanismo de defensa procura, en forma inconsciente, desprenderse de los contenidos mentales como si lo fueran intestinales. Otro mecanismo de defensa es el volver un impulso instintivo contra uno mismo que, más brevemente, es volverse contra si mismo. -Podemos indicar lo que esto significa por un ejemplo tomado de la conducta infantil, puesto que la infancia es una época en que este mecanismo, como la proyección y la negación, se observan con facilidad en la conducta pública. El niño que siente ira hacia otro, por ejemplo, pero que no se atreve a expresarla contra el objeto original, puede en vez pegarse, golpearse o lesionarse a sí mismo. Este mecanismo, como la proyección, pese a su aparente extrañeza, desempeña más de un papel en la vida mental normal de lo que suele reconocerse, Se acompaña con frecuencia de una identificación inconsciente con el objeto del impulso contra cuya emergencia el individuo se defiende. En el ejemplo antecitado, por ejemplo, es como si el niño al castigarse estuviera diciendo: ―¡Yo soy él, y así es como le pego!‖ ‗ El lector recordará que ya hemos tratado con alguna ex-tensión, en el Capítulo-III, el proceso de identificación y que allí lo consideramos un factor dé suma importancia en la evolución del ego. La identificación se utiliza con frecuencia con propósitos de defensa, pero no existe en general un acuerdo acerca de si ha de ser clasificada como mecanismo de defensa en cuanto tal, o si es más correcto contemplarla como una tendencia general del ego que se utiliza con frecuencia con fines defensivos. En este sentido podemos repetir lo que dijimos al comienzo de nuestra discusión dé los mecanismos de defensa del ego: que el ego puede emplear y emplea como defensa cualquier elemento a su alcance que le ayude a disminuir o a evitar el riesgo surgido de las exigencias de un impulso instintivo indeseado. Cuando el ego utiliza la identificación como método defensivo lo modela a menudo según el acto físico de comer o deglutir. Esto quiere decir qué la persona que utiliza el mecanismo de identificación en forma inconsciente se imagina que está comiendo o siendo comido, por la persona con quien se identifica. Tal fantasía es el reverso de la asociada con el mecanismo de proyección, que el lector recordará que como modelo inconsciente aparenté tenía el de la defecación. Los términos introyección e incorporación también se hallan en la literatura empleados para; designar la fantasía inconsciente de unión con -otro por ingestión. Algunos autores han intentado hacer distinciones entre estos diversos términos, pero en el uso común son en esencia sinónimos del término identificación. Debemos mencionar aún otro mecanismo que ocupa una posición importante entre las operaciones defensivas del ego, que es la regresión. Sin embargó, pese a su importancia como defensa, la regresión y la identificación son mecanismos de importancia más amplia que el mecanismo de defensa; en sí. Podemos suponer que la tendencia a la regresión es una característica fundamental de nuestras vidas instintivas y, como tal, ya la hemos mencionado en el Capítulo IÍ. La importancia de la regresión instintiva como defensa reside en que frente a conflictos graves sobre deseos de la fase fálica del desarrollo instintivo, por ejemplo, se puede abandonarlos por completo o en parte para retornar o regresar a los fines y deseos de una etapa previa, anal u oral, y evitar así la angustia que sería causada por la persistencia de los deseos fálicos. En algunos casos tal regresión instintiva que, incidentalmente, es con mas frecuencia parcial que completa, basta para solucionar el conflicto entre el ego y el ello a favor del primero, de donde resulta un equilibrio intrapsíquico relativamente estable sobre la base de que los deseos de los impulsos pre fálicos han sido sustituidos en forma más ó menos completa por los fálicos. En otros casos la regresión fracasa en la intención de lograr sus fines defensivos y en vez de un equilibrio relativamente estable se obtiene un conflicto renovado, esta vez a un nivel pre fálico. A tales casos, en los cuales se ha producido un grado considerable de regresión instintiva sin alcanzar una resolución a favor del ego en el conflicto intrapsíquico, es habitual, que se los halle clínicamente entre los casos más graves de' enfermedad mental. Una regresión de este tipo en la vida instintiva se presenta acompañada en muchos casos por un cierto grado de regresión también en el funcionamiento o en la evolución del ego. Cuando una regresión tal .del, funcionamiento del ego constituye una característica prominente en la vida mental de un individuo que persiste en la edad adulta, ha de ser considerada siempre como patológica. Esto completa la lista de mecanismos de defensa que hemos de estudiar: represión, formación de reacción, aislamiento de afecto, aislamiento propiamente dicho, anulación, negación, proyección, vuelta, contra sí mismo, identificación o introyección y regresión. Todos actúan en mayor o menor grado en la evolución psíquica normal, en su funcionamiento y en diversos estados patológicos. Unido a ellos, aunque distinto, está el mecanismo mental que Freud (1905 b) denominó sublimación. Como se la concibió originariamente, la sublimación era la contraparte normal de los mecanismos de defensa, considerados entonces estos últimos como en relación con una disfunción psíquica. Hoy decimos más bien que el término sublimación expresa un cierto aspecto de la función normal del ego. Hemos dicho repetidas veces en el Capítulo IV y en éste que las funciones normales del ego están orientadas hacia la obtención del máximo de satisfacción de los impulsos que pueda coexistir con las limitaciones impuestas por el medio. Para ilustrara el concepto de sublimación, tomemos como ejemplo, el deseo infantil de jugar con las heces, que es, claro esta, un derivado de los impulsos. En nuestra civilización este deseo se ve opuesto intensamente por los padres o los sustitutos. Sucede a menudo que el niño abandona el jugar con las haces y se pone en vez a jugar con tortas de barro. Mas tarde esto podrá ser remplazado por el modelado de arcilla o plastilina, y en casos excepcionales esa persona podrá hacerse en la vida adulta escultor aficionado o aun profesional. La investigación psicoanalítica indica que cada una de estas actividades sustitutivas brindan un cierto grado de gratificación infantil del jugar con sus heces. No obstante, en cada una de esas ocasiones la actividad deseada originaria se ha modificado en el sentido de la aceptación y aprobación social. Más aun, el impulso original, como tal, se ha hecho inconsciente en la mente del individuo, ocupado por el modelado o esculpido de arcilla o plastilina. Por fin en la mayoría de tales actividades sustitutas el proceso secundario representa un papel mas importante que en el deseo o actividad infantil original. Por cierto que esto es obvio en el ejemplo que hemos elegido y no así en el caso de una persona que se ha hecho especialista en parásitos intestinales en vez de escultor. Lo que denominamos sublimación es esa actividad sustitutiva, que al mismo tiempo se adapta a las exigencias del medio y da una medida dé gratificación inconsciente al derivado de un impulso infantil qué fuera repudiado en su forma original. En nuestros ejemplos, el jugar con tortas de barro, modelar, esculpir y estudiar los parásitos intestinales son todas sublimaciones del deseo de jugar con las heces. Podemos decir del mismo modo que son todas manifestaciones, a distintas edades del funcionamiento normal del ego, que actúa para armonizar y satisfacer las exigencias del ello y del medio en la forma más completa y eficiente posible. CAPITULO V EL APARATO PSIQUICO (Conclusión) En este capítulo final sobre la llamada hipótesis estructural del aparato psíquico discutiremos algunos aspectos de la relación individual con las personas de su medio y también el tema del desarrollo del su pe regó. Como de costumbre, procuraremos comenzar con la situación existente en los muy primeros tiempos de la vida para proseguir luego con el asunte durante el trascurso del desarrollo del niño y en la vida posterior. Freud fue el primero en dar un cuadro claro de la gran importancia que para nuestra vida y evolución psíquica tiene la relación con las otras personas. Las primeras, claro está, son los padres; relación que en un principio está reducida primordialmente a la madre o al sustituto de la madre. Un poco más tarde se entra en relación con los hermanos, o compañeros muy próximos, y con el padre. Freud señaló que las personas a las que el niño está unido en sus primeros años ocupan una posición en su vida mental que es única en cuanto a influencia concierne. Esto es verdad tanto cuando la unión del niño a esas personas es por lazos de amor, de odio o de ambos, y esto último es por mucho, lo más habitual. La importancia de esas primeras adhesiones puede deberse en parte al hecho de que esas relaciones iniciales influyen durante la evolución del niño, cosa que no pueden hacer las relaciones posteriores en la misma proporción en virtud del mismo hecho de que son posteriores. También se debe en parte al hecho de que es en los primeros años de vida que el niño está indefenso, y en consecuencia depende del medio para su protección, para su satisfacción, y para la vida misma durante un período mucho más prolongado que cualquier otro mamífero. En otras palabras, los factores biológicos per se desempeñan un gran papel en la determinación de la importancia, así como la naturaleza de nuestras relaciones interpersonales, puesto que ellas resultan en lo que podríamos denominar metalización post partum prolongada, característica de nuestra evolución como seres humanos. En la literatura psicoanalítica, el término ―objeto‖ se utiliza para designar personas o cosas del ambiente exterior que tienen importancia psicológica en la vida psíquica de uno, sean tales ―cosas‖ animadas o inanimadas. Del mismo modo, -la frase ―relaciones con el objeto‖ se refiere a la actitud y comportamiento con respecto a tales objetos. Por conveniencia usaremos dichos términos en la consideración siguiente, Suponemos que en las primeras etapas de la vida, como lo hemos dicho en el Capítulo III, el niño ignora los objetos como tales y que sólo en forma gradual aprende a distinguirse a sí mismo del objeto durante los primeros meses de su desarrollo. También hemos afirmado que entre los objetos más importantes de la infancia están las diversas partes del cuerpo del mismo niño, verbigracia, sus dedos y su boca. Todos ellos son en extremo importantes como fuentes de gratificación y de allí, presumimos, que están muy catectizados por la libido. Para ser más precisos debiéramos decir que las representaciones psíquicas de esas partes del cuerpo del niño están muy catectizadas, pues ya no creemos más, como algunos psicoanalistas lo hicieron, que la libido es como una hormona que puede trasportarse a cualquier parte del organismo y fijarse allí'. Este estado de libido orientada hacia sí mismo Freud lo denominó narcisismo, por aquel joven griego de la leyenda, Narciso, que se enamoró de sí mismo. La ubicación actual del concepto de narcisismo: en la teoría psicoanalítica es relativamente incierta. Esto se debe, a que ese concepto fue creado antes de que Freud hubiera formulado su teoría dual de los impulsos. Como consecuencia, sólo el impulso sexual halló un lugar en el concepto de narcisismo, y éste nunca ha sido puesto explícitamente de acuerdo con la teoría dual de los instintos o con la hipótesis estructural. ¿Debemos considerar, por ejemplo, que la energía autodirigida que surge del impulso sexual es también parte del narcisismo? ¿Qué parte del aparato psíquico está catectizado por la energía impulsiva de carácter narcisista? ¿Es el ego mismo, o son partes del ego, o aun quizá son otras partes del aparato psíquico .aún no definidas? Estas son preguntas que no han recibido todavía respuesta definitiva. Sin embargo, a pesar del hecho de que el concepto de narcisismo no ha sido puesto aún al día, por así decir, sigue siendo una hipótesis de trabajo útil y necesario en la teoría psicoanalítica. En general, el término se utiliza para indicar por lo menos tres cosas algo distintas, aunque relacionadas, cuando se lo aplica a un adulto. Ellas son: 1) una hipercatexia de sí mismo; 2) una hipocatexia de los objetos de la circunstancia, y 3) una relación patológicamente inmadura con esos objetos; Cuando se aplica el término a un niño,-¡claro está, indica por lo general lo que, consideramos que es una etapa normal o característica de los primeros, tiempos del desarrollo. Pudiera valer la pena añadir que Freud consideraba que la mayor porción de la libido permanecía narcisista, es decir, autodirigida, durante toda la vida. Esto suele mencionarse como narcisismo ―normal‖ o ―sano‖. También consideró que esas fuerzas libidinales que catectizaban las representaciones psíquicas de los objetos mantenían la misma relación con el cuerpo principal de la libido narcisista que los seudópodos de una ameba con su cuerpo. Es decir que la libido objetiva deriva de la libido narcisista y puede retornar a ella si más tarde el objeto fuera abandonado por alguna razón. Volvamos ahora a la cuestión del desarrollo de las relaciones con los objetos. La actitud del niño hacia los primeros objetos de los que toma conocimiento es auto centrada de forma exclusiva, como es natural. El niño al principio solo esta interesado por las gratificaciones que el objeto le brinda, es decir, con el aspecto del objeto que podríamos nombrar satisfacedor de las necesidades. Es de suponer que al principio el objeto solo esta catectizado cuando el niño comienza a experimentar alguna necesidad que puede ser satisfecha por o mediante el objeto, que en otro sentido no existe psíquicamente para el niño. Consideramos que solo en forma gradual se desarrolla una relación continua, es decir, una catexia objetiva persistente aun en ausencia de una necesidad inmediata que el objeto pueda satisfacer. Podemos expresar la misma idea en términos más subjetivos al decir que es en forma gradual que niño desarrolla un interés por los objetos de su circunstancia que persiste aun cuando no consigue placer o gratificación de parte de ellos. En un comienzo la madre interesa al niño solo cuando este tiene hambre o la necesita por alguna otra razón, pero luego la madre se hace psicológicamente importante sobre una base continua y no en forma episódica. No conocemos bien los modos precisos en que se establece una relación de carácter continuo, con el objeto o las etapas por las que pasa, en particular las primeras etapas. Es digno de mencionar el hecho de que los primeros objetos son los que denominamos objetos parciales. Lo cual significa, por ejemplo, que pasa un buen tiempo antes de que la madre exista como un solo objeto para el niño; antes de eso, su pecho, o la mamadera, su mano, su cara, etc., son objetos separados en la vida mental del niño; y puede que hasta distintos aspectos de lo que físicamente es el mismo objeto sean también objetos diferentes para el niño, en vez de estar unidos y relacionados. Por ejemplo, el rostro sonriente de la madre puede ser al principio para el niño distinto de su aspecto irritado o de reproche, su voz amante puede ser un objeto distinto de la que regaña, etc., y puede ser que sólo después de un tiempo esas dos caras o esas dos voces sean percibidas como un solo objeto. Creemos que es probable que sólo a fines del primer año de vida, se establezca una relación continua con el objeto. Una de las características importantes de tales relaciones con el objeto es el alto grado de lo que denominamos ambivalencia. Es decir, que sentimientos de amor pueden alternar con igual intensidad con los de odio, según las circunstancias. Hasta podemos dudar que las fantasías o deseos destructores para con el objeto que se puede aceptar que se presentan a fines del primer año han de ser considerados de intención hostil. Por cierto que podrían terminar en la destrucción del objeto si se llevaran a cabo, pero el deseo de un pequeño o su fantasía de deglutir el seno de la madre puede ser tanto una represión primitiva de amor como de odio. Sin embargo, no hay duda de que alrededor del segundo año de vida el niño comienza a experimentar sentimientos de rabia como de placer con respecto al mismo objeto. La ambivalencia precoz persiste normalmente en cierta extensión durante toda la vida, pero por lo común es mucho menor aún hacia el término de la niñez que del segundo al quinto año de vida, y aun menor en la adolescencia y en la vida adulta. Por cierto que la disminución de la ambivalencia es más aparente que real. Los sentimientos conscientes con respecto al objeto reflejan a menudo una mitad de la ambivalencia, mientras que la otra mitad se mantiene inconsciente, aunque no por ello menos poderosa en, su efecto sobre la vida mental del individuo. Tal persistencia de la ambivalencia está asociada a menudo con graves conflictos y síntomas neuróticos, como se podría esperar. Otra característica de las relaciones nuevas con el objeto es el fenómeno de la identificación con el objeto, lo cual ya lo hemos estudiado en el Capítulo III. Allí señalamos la gran importancia de la parte desempeñada por la identificación en el complejo proceso de la evolución del ego. Aunque existen muchos motivos de identificación, afirmamos que cualquier relación con el objeto lleva en sí una tendencia a identificarse con él, es decir, a asemejarse al mismo; y cuanto más primitivo el estado de desarrollo del ego, más pronunciada la tendencia a la identificación. Podemos comprender, por tanto, que las relaciones con el objeto desempeñan en los primeros tiempos de vida un papel de suma importancia en el desarrollo del ego, puesto que cierta parte del ego es en cierto modo un precipitado de esas relaciones. Además se ha destacado en años recientes que las relaciones inadecuadas o insatisfactorias con los objetos, es decir con el medio, en los primeros tiempos de vida pueden dificultar el desarrollo apropiado de aquellas funciones del ego que hemos discutido en el Capítulo IV: el criterio de la realidad y el dominio de los impulsos (Spitz, 1945; Beres y Obers, 1950). De este modo se puede en el comienzo del ciclo vital preparar la escena para la producción de graves dificultades psicológicas en la infancia o en la vida adulta (Hartmann, 1953 a). Como dijimos en el Capítulo III, durante toda nuestra vida persiste inconscientemente, en todos nosotros una tendencia a identificarnos con los objetos muy catectizantes, aunque normalmente no ocupa la posición predominante en las relaciones con los objetos, durante la vida posterior, que es característica de la temprana infancia. Esta persistencia inconsciente de la tendencia a identificarse con el objeto no es sino un ejemplo de un atributo general de muchos modos o características precoces del funcionamiento mental que, excedidos en cuanto a la vida mental consciente concierne, siguen existiendo sin que nos demos cuenta de su existencia y actuación continua. No obstante, si la identificación prosigue desempeñando un papel importante en las relaciones con los objetos en la vida adulta, consideramos que es una evidencia de mal desarrollo del ego lo bastante grave como para considerarla patológica. Los primeros ejemplos notables de tal desarrollo incorrecto fueron comunicados por Helene Deutsch (1934), que las denominó personalidades ―como si‖. Estas eran personas cuyas personalidades variaban según sus relaciones con los objetos en una forma camaleónica. Si una persona tal estaba enamorada de otra intelectual, su personalidad y sus intereses se adaptaban al tipo intelectual. Si entonces abandonaba esa relación y se unía a un gánster, se adaptaba de todo corazón a su actitud y modo de vida. Como se podría esperar de acuerdo con nuestras consideraciones previas, Helene Deutsch comprobó que las primeras relaciones con los objetos, es decir sus relaciones con los padres, habían sido ampliamente anormales. Desde entonces se han comunicado casos similares de desarrollo inadecuado o detenido del ego, v.gr., Anna Freud (1954 b). Las primeras etapas de las relaciones con los objetos que hemos intentado caracterizar hasta aquí suelen conocerse como relaciones pre genitales con los objetos, o en forma más específica, relaciones anales u orales con los objetos. Precisamente, el uso acostumbrado de la palabra ―pre genital‖ en conexión con esto es inexacto; el término apropiado seria el de ―pre fálico‖. De cualquier manera, en la literatura psicoanalítica, la relación del niño con el objeto suele denominarse de acuerdo con la zona erógena que está desempeñando el papel principal en su vida erótica, en ese momento. Tal designación tiene por cierto una importancia histórica. Freud estudió las etapas del desarrollo erótico antes de estudiar los otros aspectos de la vida mental de esas primeras épocas y fue el primero en aclararlas, de modo que es natural que los nombres de las etapas del desarrollo libidiano se utilizaran luego para caracterizar todos los fenómenos de ese período de la vida del niño. Cuando se trata de las relaciones con los objetos, el uso de la terminología erótica tiene más que el mero valor histórico. Sirve para recordarnos que después de todo son los impulsos y quizá, principalmente, el impulso sexual, los que buscan los objetos en primer lugar, pues es sólo a través de los objetos que se puede lograr la descarga o gratificación. La importancia de las relaciones con los objetos está determinada primordialmente por la existencia de nuestras exigencias instintivas y la relación entre impulso y objeto es de importancia fundamental durante toda la vida. Subrayamos este hecho porque se trata de algo que a veces se pierde de vista frente a las conexiones descubiertas más recientemente entre las relaciones con los objetos y el desarrollo del ego. Cuando el niño tiene de dos y medio a tres años y medio, entra dentro de lo que suele transformarse en las relaciones con los objetos, más intensas y plenas de destino de toda su vida. Desde el punto de vista de los impulsos, como el lector recordará por nuestra discusión del Capítulo II, la vida psíquica del niño se trasforma a esta edad del nivel anal al fálico. Esto significa que los impulsos y deseos principales o más intensos que el niño experimenta con respecto a los objetos de su vida instintiva serán fálicos de ahí en adelante. No es que el niño abandone rápida o totalmente los deseos orales y anales, que dominaron su vida instintiva en las etapas previas, sino por lo contrario, como dijimos en el Capítulo II, que esos deseos pre fálicos persisten bien dentro de la etapa fálica misma. Pero durante esta etapa desempeñan un papel subordinado y no predominante. La etapa fálica es distinta de las anteriores desde el punto de vista del ego al igual que con respecto a los impulsos. En el caso del ego, sin embargo, las diferencias se deben al desarrollo progresivo de las funciones del ego que caracteriza todos los años de la infancia y, muy en especial, los primeros, mientras que las modificaciones de la vida instintiva, es decir en el ello, de orales a anal y a fálica se deben principalmente, estimamos, a las tendencias biológicas heredadas. El ego del niño de tres o cuatro años está más experimentado, más evolucionado, más integrado y en consecuencia más diferenciado en muchas formas del ego del niño de uno a dos años. Estas diferencias se aprecian en ese aspecto del funcionamiento del ego con el cual estamos más relacionados en este momento, es decir en las características vinculadas al ego, de las relaciones del niño con los objetos. Si se ha desarrollado en forma normal, ya el niño no posee más a esta edad relaciones parciales con objetos: las diversas partes del cuerpo de la madre, sus distintos temperamentos y sus papeles antagónicos de la madre ―buena‖ que gratifica los deseos del niño y de madre ―mala‖ que los frustra, todos, los reconoce el niño a esta edad como formando un solo objeto denominado madre. Más aún, las relaciones del niño con los objetos han adquirido ahora un grado considerable de permanencia o estabilidad. Las catexias orientadas hacia un objeto persisten a pesar de la ausencia temporaria de necesidad de ese objeto, cosa que no es cierta para las muy primeras etapas de evolución del ego. Hasta persisten a pesar de una ausencia prolongada del objeto mismo. Además, ya en la época en que la fase fálica está bien establecida, el niño es capaz de distinguir bastante claramente entre sí mismo y el objeto y puede concebir los objetos como personas semejantes a él mismo con sentimientos y pensamientos similares. Por cierto que este último proceso va tan lejos como para ser algo irreal, a causa de que tanto los animales como los juguetes se toman como humanos y porque los propios pensamientos e impulsos del niño pueden ser proyectados hacia otra persona en forma incorrecta, como hemos visto en el Capítulo IV. Pero lo que aquí deseamos establecer es que la evolución del ego del niño ha alcanzado un nivel en la etapa fálica donde las relaciones con los objetos son factibles en un terreno comparable coa el de los años posteriores de la infancia y de la edad adulta, aun cuando no sean semejantes a ellos en todo sentido. La naturaleza de la propia conciencia y de la percepción de los objetos en el niño de cuatro o cinco años es tal que hace posible la existencia de sentimientos de amor u odio hacia un objeto determinado así como dé sentimientos de celos, temor y rabia hacia un rival que contienen todas las características esenciales de tales sentimientos en la vida posterior. Las relaciones mas importantes con el objeto en la fase fálica son aquellas agrupadas como complejo de Edipo. Por cierto que el periodo de vida de alrededor de dos años y medio a los seis años se denomina fase édípica o período edipico tan a menudo como se lo nombra etapa o fase fálica. Las relaciones con los objetos que abarca el complejo de Edipo son de máxima importancia tanto para la evolución normal como patológica. Freud considero que los hechos de esta fase de la vida son cruciales (Freud, 1924 a) y yunque ahora sabemos que hechos aun anteriores puedan ser cruciales para algunos individuos, de modo que en ellos los sucesos del período edípico tienen menos importancia que los del período pre fálico o preedípico, todavía parece probable que los acontecimientos del período edípico son de importancia crucial para la mayoría de las personas y de muy grande importancia para casi todos. Nuestro conocimiento del complejo de Edipo evolucionó en este sentido. Freud descubrió bastante pronto la presencia habitual en las vidas mentales inconscientes de sus pacientes neuróticos de fantasías de incesto con respecto al progenitor del sexo opuesto, combinadas con celos y rabia homicida, hacia el progenitor del mismo sexo. A causa de la analogía entre tales fantasías y la leyenda griega de Edipo, el que mató por ignorancia a su padre y se casó con su madre, fue que Freud denominó a esa constelación el complejo de Edipo (Freud, 1900). En el trascurso de los primeros diez o quince años de este siglo se hizo evidente que el complejo de Edipo no era sólo una característica de la vida mental inconsciente de los neuróticos, sino que por lo contrario se hallaba también presente en las personas normales. La existencia de tales deseos en la infancia y los conflictos a los cuales pueden dar origen son en realidad una experiencia común a toda la humanidad. Es verdad, como lo aclararon muchos antropólogos, que en culturas distintas de las nuestras existen diferencias con respecto a la vida mental y los conflictos de la infancia, poro la mejor evidencia disponible por el momento habla en favor de la existencia de impulsos incestuosos y parricida* y de conflictos en torno de ellos en todas las culturas que conocemos (Róheim, 1950). Además de la comprensión de que el complejo de Edipo es universal, nuestro conocimiento de los deseos edípicos mismos aumentó durante las dos primeras décadas de este siglo para incluir los que en un principio fueron denominados deseos adípicos inversos o negativos, es decir, fantasías de incesto con el progenitor del mismo sexo y deseos homicidas con respecto al del sexo opuesto. A su vez, se consideró al principio que esta constelación de fantasías y emociones era excepcional, pero con el tiempo se reconoció en cambio, que era general. En breve resumen puede decirse entonces que lo que denominamos complejo de Edipo es una actitud doble con respecto a ambos padres: por una parte un deseo de eliminar al padre odiado por celos y tomar su lugar en una relación sexual con la madre, y por otra parte un deseo de eliminar a la madre odiada por celos y de tomar su lugar con el padre. Veamos si podemos darle un significado más real a esta formulación en extremo condensada mediante el intento de trazar el desarrollo típico del complejo de Edipo en forma esquemática. Pero antes de comenzar, una palabra de advertencia. El hecho aislado más importante a tener en cuenta acerca del complejo de Edipo es la intensidad y la fuerza de los sentimientos involucrados. Es un verdadero romance. Para muchas personas, el más intenso de toda su vida, pero en cualquier caso tan intenso como cualquiera otro que el individuo pueda experimentar jamás. La descripción que sigue no puede comenzar por llevar al lector lo que éste debe tener en su mente al comenzar a leerlo: la intensidad de la tempestad de pasiones de amor y odio, de ansias y celos, de furia y temor que ruge dentro del niño. A esto es que nos referimos al tratar de describir el complejo de Edipo. Al comienzo del período edípico el pequeño, varón o mujer, suele tener con la madre su relación objetiva más fuerte. Con esto queremos decir que las representaciones psíquicas de la madre están más catectizadas que cualesquiera otras, excepto las del propio niño y principalmente su cuerpo. Como veremos más tarde, ésta es una excepción importante. El primer paso claro hacia la fase edípica, entonces es el mismo para ambos sexos, en cuanto conocemos, y consiste en una expansión o extensión de la relación ya existente con la madre para que incluya la gratificación de los deseos genitales que despiertan en el niño. Al mismo tiempo se desarrolla un deseo de su amor y admiración exclusivos, lo que es presumible que esté conectado con el deseo de ser grande y de ―ser papito‖ o de ―hacer lo que papito hace‖ con la madre. Claro está que lo que ―papito hace‖ es algo que el niño a esta edad no comprende con claridad. No obstante, por sus propias reacciones físicas, sin considerar cualquier oportunidad que pudiera haber existido de observación de los padres, debe relacionar sus deseos con las sensaciones excitantes en sus genitales y, en el caso del varón, con la sensación y fenómeno de la reacción. Como lo descubrió Freud ya muy temprano en su trabajo sobre pacientes neuróticos, el niño puede desarrollar una o varias fantasías acerca de las actividades sexuales de sus padres, que él desea repetir con la madre. Por ejemplo, puede llegar a la conclusión de que van al cuarto de baño juntos, o que se miran mutuamente los genitales, o que se llevan a la boca el del otro, o que se los tocan cuando están juntos en la cama. Estas conjeturas o fantasías del niño, como se pudo ver, están en general relacionadas con las experiencias placenteras del niño con adultos con las que ya estaba familiarizado o con sus propias experiencias autoeróticas. No puede haber duda alguna, además, de que al pasar los meses y los años, las fantasías sexuales del niño crecen con su experiencia y conocimiento. Debemos añadir también que el deseo de darle hijos a la madre, como lo hizo el padre, es uno de los deseos edípicos más importantes y que las teorías sexuales de este período están muy relacionadas con el problema de cómo se hace esto, así como en qué forma salen los niños cuando se los hace. Junto con los deseos sexuales hacia la madre y de ser el único objeto de su amor se presentan los deseos de la anulación o desaparición de cualquier rival, suelen serlo el padre y los hermanos. Se admite que la rivalidad entre los hermanos tiene más de una fuente, pero es seguro que la principal es el deseo de posesión exclusiva de uno de los progenitores. Estos celos homicidas despiertan graves conflictos dentro del niño, en dos terrenos. El primero es el temor obvio por el castigo de parte del padre, en particular, al que a esa edad el niño parece considerarlo como verdaderamente omnipotente. El segundo es que están en conflicto con los sentimientos de amor y admiración y, muy a menudo, con sentimientos de extrañamiento y dependencia concurrentes con respecto al padre o al hermano mayor, y también con el miedo a la desaprobación paterna por el deseo de destruir a un hermano menor. En otras palabras, el niño teme tanto al castigo como a la pérdida del amor corno consecuencia de sus sentimientos de celos. Desde este punto, nos resultará conveniente considerar en forma separada la evolución del complejo de Edipo en la niña y en el varón. Comenzaremos con este último. La experiencia de los psicoanálisis de numerosos adultos y niños, así como la evidencia proveniente de la antropología, los mitos religiosos y populares, las creaciones artísticas y varias otras fuentes, han demostrado que el castigo que el niño teme como consecuencia de sus deseos edípicos por la madre, es la pérdida de su propio pene. Es lo que se conoce en la literatura psicoanalítica como castración. La evidencia de por qué el niño ha de temer esto, sin considerar el ambiente individual o cultural de la infancia, ha sido presentada o formulada en forma distinta por diferentes autores, y no necesitamos preocuparnos por una discusión al respecto en este lugar. Para nuestros propósitos bastará con saber que el hecho es así. La observación que hace el niño de que hay en realidad personas que no poseen penes, es decir, las niñas o mujeres, le convence de que su propia castración es una posibilidad real y el temor de perder su muy apreciable órgano sexual precipita un intenso conflicto sobre sus deseos edípicos. Este conflicto puede llevar al repudio de tales^ deseos; en parte quedan abandonados y en parte, reprimidos; es decir, que son remitidos a los rincones más recónditos de la mente inconsciente del niño. La situación se complica por el hecho de que el pequeño está agitado por celos rabiosos contra su madre por el rechazo de sus deseos de posesión exclusiva de sus caricias y de su cuerpo, y esto o refuerza aquéllos o da origen a un deseo de liberarse de ella (de matarla) y de ser amado en vez por el padre. Puesto que esto también lleva al temor de la castración, una vez que ha aprendido que ser mujer es carecer de pene, estos deseos pueden verse reprimidos. De este modo vemos que tanto los deseos masculinos como femeninos del período edípico despiertan la angustia por la castración y puesto que el niño no está ni física ni sexualmente maduro, sólo puede resolver los conflictos agitados por sus deseos ya por el abandono de los mismos, ya por el mantenerlos dominados mediante los diversos mecanismos de defensa y otras operaciones defensivas del ego. En el caso de la niña la situación es algo más complicada. Su deseo de hacer el hombre con la madre no se funda en el temor a la castración, ya que claro está que no posee un pene que pueda perder. Termina por lamentarse de no estar equipada de esa manera y esa apreciación trae apareados sentimientos intensos de vergüenza, inferioridad, celos (envidia del pene) y rabia contra la madre por haber permitido que ella naciera sin pene. En su rabia y desesperación se vuelve normalmente hacia su padre como objeto principal de amor y espera tomar el lugar de la madre junto a él. Cuando también estos deseos se ven frustrados, como debe ocurrir en el trascurso habitual de los acontecimientos, la niña puede volver a su anexión primera con la madre y permanecer reducida en su conducta sexual de toda la vida al deseo de poseer un pene y de ser un hombre. Más normalmente, sin embargo, la niña rechazada por el padre en su deseo de ser su único objeto sexual, se ve forzada a renunciar a sus deseos edípicos y reprimirlos. Lo que en la niña corresponde a la angustia por la castración del varón —tan importante como determinante poderoso del destino de los deseos edípicos del niño—, es primero la mortificación y los celos conocidos por ―envidia del pene‖ y, segundo, el temor a la lesión genital que está de acuerdo con el deseo de ser penetrada y fecundada por su padre. El lector comprenderá que esta presentación tan condensada de lo esencial del complejo de Edipo es de tipo muy esquemático. En realidad, la vida mental de cada niño durante este período es única para él o ella y está profundamente influida tanto por las experiencias de los dos primeros años de vida, que precedieron al período edípico, como por los acontecimientos del período edípico mismo. Por ejemplo, uno puede imaginarse cuán inmensas pueden ser las consecuencias de la enfermedad, ausencia, o muerte de un padre o de un hermano, o por el nacimiento de un nuevo hermano, la observación de la-relación sexual entre sus padres u otros adultos, o por la seducción sexual del niño por un adulto o por un niño mayor, si cualquiera de estos hechos se produjera durante el período edípico. Además de estos factores de su ambiente, consideramos que es factible que los niños varíen en sus capacidades o predisposiciones constitucionales. Freud (1937) mencionó las variaciones que pueden producirse de la herencia instintiva, por ejemplo, en la tendencia a la bisexualidad es decir, en la predisposición del niño hacia la femineidad y de la niña hacia la masculinidad. El afirmó, y la mayoría de los psicoanalistas están de acuerdo en ello, que cierto grado de bisexualidad existe normalmente en la esfera psíquica de todo ser humano. Este es por cierto el corolario del hecho de que el complejo de Edipo incluye en forma normal fantasías de unión sexual con arabos padres. Está claro, no obstante, que las variaciones de la intensidad relativa de los componentes masculinos y femeninos del impulso sexual pueden influir en forma considerable en la relativa intensidad de los diversos deseos edípicos. Por ejemplo, una tendencia constitucional, desusadamente fuerte, hacia la femineidad en un varón podría esperarse que favorezca el desarrollo de una constelación edípica en la cual el deseo de tomar el lugar de la madre en unión sexual con el padre sea más intenso que el deseo de ocupar el lugar del padre junto a la madre. También puede ser cierta la inversa en el caso de una tendencia constitucional, desusadamente fuerte, hacia la masculinidad en una niña. Que esto sea o no el resultado efectivo en un caso determinado, dependerá naturalmente de cuánto la tendencia constitucional haya sido favorecida o antagonizada por los factores ambientales. Más aún, cuál puede ser la importancia relativa de la constitución y del ambiente es algo que aún no hay forma de estimar en modo satisfactorio. En realidad, en nuestra labor clínica por lo general ignoramos los factores constitucionales y tendemos por tanto a perder de vista su posible importancia comparada con los factores ambientales, que suelen ser más obvios y por ello más impresionantes. Existe por lo menos otro aspecto importante de la fase edípica que aún no hemos mencionado y que no debemos pasar por alto. Se trata de la masturbación genital que suele constituir la actividad sexual del niño durante este período de vida. Tanto la actividad masturbatoria como las fantasías que la acompañan sustituyen en gran parte la expresión directa de los impulsos sexuales y agresivos que el niño experimenta hacia sus padres. El que esta sustitución mediante la fantasía y la estimulación autoerótica de las acciones reales con personas reales sea a la larga más beneficiosa o más perniciosa para el niño depende en parte de qué normas valorativas elija uno, pero de cualquier, manera la cuestión parece ser ociosa. La sustitución es inevitable, porque en último análisis es impuesta al niño por su inmadurez biológica. Con el abandono de la fase edípica, suele dejarse la masturbación genital o disminuye muchísimo, y no reaparece hasta la pubertad. Las fantasías edípicas originales son reprimidas, pero versiones disfrazadas de las mismas persisten en la conciencia, en el soñar despierto peculiar de la infancia y continúan ejerciendo una influencia importante sobre casi todos los aspectos de la vida mental: sobre las formas y objetos de la sexualidad adulta; sobre la actividad creadora, artística, vocacional y otras formas sublimadas; sobre la formación del carácter; y sobre cualesquiera síntomas neuróticos que el individuo pueda desarrollar. Esta no es la única forma en que el complejo de Edipo"' influye sobre la vida futura del individuo, no obstante. Tiene además una consecuencia específica que tiene una importancia muy grande sobre la vida mental subsiguiente y que nos proponemos considerar a continuación. Esta consecuencia es la formación del superego, la tercera del grupo de funciones mentales que Freud postuló en su llamada hipótesis estructural del aparato psíquico. Corno dijimos en el Capítulo III, el superego corresponde en una forma general a lo que solemos denominar la conciencia. Comprende las funciones morales de la personalidad. Estas funciones incluyen l) la aprobación o desaprobación de los actos y deseos sobre la base de la rectitud; 2) la auto observación crítica: 3 la exigencia de reparación o de arrepentimiento por el mal hecho, y 4) la propia estimación o el propio amor como recompensa por los pensamientos o actos virtuosos o deseables. Contrariamente al significado habituar de ―conciencia‖, consideramos qué las funciones del superego son a menudo inconscientes en gran parte o por completo. Es cierto dé este-modo, como Freud lo dijo (1933), que mientras, por una parte, el psicoanálisis demostró que los seres humanos son menos morales de lo que ellos mismos habían creído que eran —mediante la demostración dé la existencia de deseos inconscientes en cada individuo que éste repudia y niega conscientemente^ ha demostrado, por otra parte, que existen más exigencias y prohibiciones morales, y más estrictas, en cada uno de nosotros de cuanto sabíamos en forma consciente. Para volver al tema del origen del superego, suele haber acuerdo en la actualidad que sus tempranos comienzos, o quizá como podríamos decirlo mejor, sus precursores, se encuentran presentes en la etapa pre fálica o preedípica. Las exigencias y prohibiciones morales de los padres, o de las criadas, gobernantas y maestros; que pueden actuar como sustitutos de los padres, comienzan a tener influencia en la vida mental del niño desde muy temprano; su influencia es aparente al término del primer año. Podemos mencionar al pasar que las exigencias morales de este período son bastante simples, si las juzgamos desde nuestras normas de adultos. Entre las más importantes se cuentan las relacionadas con su disciplina con respecto a las evacuaciones. Ferenczi denominó a estos precursores del superego la ―moral del esfínter‖. Empero, en la fase preedípica el niño trata a las exigencias morales que se le hacen como á parte del ambiente. Si la madre, o algún otro árbitro moral, se halla presente en persona y el niño desea complacerla, evitarán la trasgresión. Si está solo o si está disgustado con la madre no hará lo que ella desea o accederá sólo por temor al castigo. Durante el trascurso de la etapa edípica misma, las cosas comienzan a cambiar en este sentido, y alrededor de los cinco a seis años la moralidad comienza a ser una cuestión interior. Es entonces, creemos, que el niño comienza por primera vez a sentir las normas morales y la necesidad de que las culpas se castiguen, que haya un arrepentimiento y que se las borre, proviene de adentro y no de otra persona a quien debemos obedecer. Además estimamos que no es hasta los nueve o diez años que este proceso de interiorización se ha hecho lo bastante estable como para ser permanente por esencia, aunque esto normalmente esté aún sujeto a agregados y modificaciones durante toda fa adolescencia y en cierto grado quizás aún en la vida adulta. ¿Qué es lo que ocurre para determinar esta interiorización fatal En cuando podemos comprenderlo, en el CUBO del abandono y represión o repudio en alguna otra forma de los deseos incestuosos y homicidas que constituyen el complejo dé Edipo. Las relaciones del niño con los objetos se trasforman en grado considerable en una identificación con ellos. En vez de amar y odiar a los padres, que él supone que se opondrían y castigarían tales deseos, se toma igual a sus padres en el repudio de esos mismos deseos. Así el núcleo original de prohibiciones del superego es la exigencia de que el individuo repudie los deseos incestuosos y hostiles que correspondieron a su complejo de Edipo. Más aún, esta exigencia persiste durante toda la vida, inconscientemente claro está, como la esencia del superego. Vemos, por tanto, que el superego tiene, una relación particularmente íntima con el complejo de Edipo y que está formado como consecuencia de las identificaciones con los aspectos morales y prohibitivos de los padres, identificaciones que nacen en la mente del niño en el proceso de disolución o alejamiento del complejo de Edipo. El superego, podríamos decir, consiste originariamente en las imágenes interiorizadas de los aspectos morales de los padres en la fase fálica o edípica. Examinemos ahora con cierto detalle algunos aspectos de este procesó dé identificación. Al hacerlo debemos tener presenté que la función principal del ego en el momento en qué se producen tales identificaciones es la lucha en defensa contra los empeños edípicos. Sabemos que el temor: que motiva principalmente esta lucha es la angustia por la castración en el varón y sus análogos en la niña y que la lucha misma ocupa el centro de la escena de la vida psíquica del niño a esta edad. Todo lo demás es por parte de ella, consecuencia de ella o dependiente de ella. Desde el punto de vista del ego el establecimiento de las identificaciones que forman el superego es una ayuda muy grande para sus esfuerzos defensivos contra 1os impulsos del ello que él procura dominar. Significa que las prohibiciones paternas se han instalado en la mente en forma permanente, y desde allí pueden vigilar al ello. Es como si, al identificarse de este modo con los padres, el niño pudiera asegurarse de que ellos están presentes siempre de modo que cuandoquiera que un impulso del ello amenaza con hacerse valer los padres están a mano, listos para reforzar su exigencia de que se lo repudie. Podemos ver que las identificaciones del superego son una ventaja para el ego desde el punto de vista de la defensa. Hasta podríamos ir más lejos y decir as si e apoyo esencial para el ego en este sentido. No obstante desde el punto de vista de la independencia del ego y de su libertad para disfrutar de la gratificación de los instintos, las identificaciones del superego son una gran desventaja. Desde la época de formación del superego, el ego pierde una buena porción de su libertad de acción y permanece de allí en adelante sometido a la dominación del superego. El ego ha adquirido no sólo un aliado con el superego, sino también un amo. Desde entonces las exigencias del superego se suman a as del ello y a las del ambiente, ante las cuales el ego debe inclinarse y entre las cuales debe procurar ser el mediador. El ego es capaz de participar del poder de los ¡adres mediante la identificación con ellos, pero sólo a osta de permanecer en cierto grado sometido a ellos en firma permanente. Freud (1923) formuló otras dos observaciones concierne antes a la formación de estas identificaciones, que interesa conocer aquí. La primera de estas observaciones es que el niño experimenta las prohibiciones de sus padres en gran parte como ordenes o reproches verbales. La consecuencia de esto es el superego mantiene una estrecha relación con los cuerdos auditivos y en particular con los recuerdos de la palabra hablada. Alguna percepción intuitiva de este hecho isla posible responsable de la frase hecha común que habla de las ―voces de la conciencia‖' En estados de regresión psicológica, tales como los sueños (Isakower, 1954) y ciertos tipos de enfermedades mentales graves (Freud, 1923) el funcionamiento del superego se percibe bola forma de palabras habladas que la persona experimenta como provenientes de una fuente exterior a él, tal como lo hicieron las órdenes de sus padres cuando era acuño. No se debe suponer, no obstante, que el superego está en relación exclusiva con las percepciones o recuerdos auditivos. Los recuerdos de otras percepciones sensoriales, tales como las visuales o táctiles, también están relacionados con él. Por ejemplo, un paciente muy asústate le sus propias fantasías hostiles, al llegar al máximo de un ataque de angustia aguda sentía que le abofeteaban el rostro cuandoquiera que pensaba en ponerse iracundo. En este caso el superego al obrar era experimentado como un castigo físico que provenía del exterior, del mismo modo en que se lo había castigado en su infancia. La segunda de las observaciones de Freud (1923) fue que en gran medida las imágenes paternas introyectadas para formar el superego eran aquellas correspondientes a los superegos de los padres. Es decir, suele ocurrir que los padres, al educar a sus hijos, tienden a darles una disciplina muy semejante a la que ellos recibieron de sus propios padres durante su infancia. Sus propias exigencias morales, adquiridas durante la vida temprana, las aplican a sus hijos, cuyos superegos en consecuencia reflejan o se asemejan al de sus padres. Esta característica tiene una consecuencia social importante, como lo señaló Freud (1923). Determina la perpetuación del código moral de una sociedad y es responsable en parte del conservadorismo y de la; resistencia a modificar las estructuras sociales. Consideramos ahora algunos aspectos de la formación del superego que suelen estar más conectados con el ello que con el ego. Como Freud lo señaló (1923), las identificaciones del superego son en cierto grado la consecuencia del abandono de las relaciones incestuosas con el objeto, correspondientes al complejo de Edipo. En este sentido estas identificaciones son en parte la consecuencia de la pérdida del objeto. El lector recordará que cuando se retiran las catexias instintivas del objeto original, su búsqueda constante de otro objeto lleva a la formación de una identificación con el objeto original dentro del ego mismo y a la que entonces se unen las catexias. Las que eran catexias objetivas se convierten en narcisistas. En el caso en que ahora estamos interesados, claro está, las identificaciones que se constituyen de esta manera dentro del ego comprenden esa parte especial del ego que se denomina el superego. Así, desde el punto de vista del ello, el superego es el sustituto y el heredero de las relaciones edípicas, con el objeto. Es por este motivo que Freud lo describió como dueño de raíces arraigadas en la profundidad del ello. Vemos, además, que la formación del superego determina la trasformación de una cantidad sustancial de catexias objetivas en auto entadas o narcisistas. Por lo común son las catexias más abiertamente sexuales y las más directa o violentamente hostiles las que son así abandonadas, mientras que los sentimientos de ternura y de hostilidad meaos violenta continúan unidos a los objetos originales. Es decir que el niño conserva sus sentimientos de cariño y de rebelión u odio menos violento hacia los padres. Para evitar las confusiones, debemos aclarar que de ninguna manera abandona el niño todos los impulsos incestuosos u homicidas con respecto a sus padres; por lo contrario, por lo-menos una porción de ellos, y en muchas (quizás en una mayoría de las personas), una porción considerable de los mismos están nada más que reprimidos, o existe alguna otra defensa contra ellos. Esta porción continúa viviendo en el ello, como lo hacen otros deseos reprimidos, orientada aun hacia los objetos originales y evitada su expresión abierta por actos o pensamientos y fantasías conscientes sólo por la oposición constante de las contracatexias que el ego dirige contra ella. No obstante, estos deseos edípicos reprimidos, con sus catexias, no contribuyen a la formación del superego (Freud, 1923). Por tal motivo han sido omitidos de estas consideraciones pese a su importancia obvia. Es un hecho sorprendente, pero de fácil observación, que la severidad del superego de una persona no está al forma necesaria ni habitual relacionada con la severidad con que los padres se opusieron a sus deseos instintivos cuando era niño. Esto es lo que podíamos haber esperado de acuerdo con lo visto hasta aquí. Puesto que el superego es el padre introyectado, podríamos esperar que el niño de padre severo tuviera un ego severo y viceversa. En cierta extensión esto es, sin duda, cierto. Es muy probable que las amenazas de castración directas formuladas a un niño durante el período edípico, por ejemplo, o amenazas similares a una niña de la misma edad tiendan a originar la formación de un superego indeseablemente severo y, en consecuencia, una prohibición indeseable y severa de la sexualidad y de la agresividad, o de ambas, en la vida posterior. No obstante, parece que otros factores distintos de la severidad de los padres desempeñan el papel principal en la determinación de la severidad del superego. El factor principal sería la intensidad del componente agresivo de los propios deseos edípicos del niño. En forma más simple, aunque con lenguaje menos exacto, podemos decir que es la intensidad de los propios impulsos hostiles del niño hacia sus padres durante la fase edípica la que constituye el factor principal en la determinación de la severidad del1 superego, antes que el grado de hostilidad o de severidad de los padres con respecto al niño. Creemos que es posible comprender o explicar esto de la siguiente manera. Cuándo se abandonan los deseos edípicos y se los remplaza por las identificaciones del superego, la energía impulsiva que antes catectizaba dichos objetos pasa a ponerse por lo menos parcialmente a disposición de la parte recién establecida del ego que denominarnos el superego. De este modo la energía agresiva a disposición del superego deriva de la energía agresiva de las catexias objetivas edípicas y las dos son por lo menos proporcionales, sino iguales en cantidad. Es decir, cuanto mayor sea la cantidad de energía agresiva en las catexias objetivas edípicas, mayor será la cantidad de tal energía que está subsiguientemente a disposición del superego. Esta energía agresiva puede volverse entonces contra el ego cuandoquiera que surja la ocasión de reforzar la obediencia a las prohibiciones del superego o de castigar al ego por sus trasgresiones. En otras palabras, la severidad del superego está determinada por la cantidad de energía agresiva a su disposición y ésta, a su vez, mantiene una relación mas estrecha con las catexias agresivas de los impulsos edípicos del niño hacia los padres que con la severidad de las prohibiciones de los padres durante la fase edípica de ese niño. El pequeño cuyas fantasías edípicas sean particularmente violentas y destructoras tenderá a poseer un sentido de culpa más fuerte que uno cuyas fantasías sean menos destructoras. Nuestro comentario final sobre la formación del superego desde el punto de vista del ello es éste. Una forma de expresar los conflictos del período edípico es la de dedique los impulsos del ello asociados a los objetos de ese período, a los padres, se le presentan al niño como exponiéndolo al peligro de una lesión orgánica. En el caso de un varón el temor es por la posibilidad de perder el pene. En el caso de la niña se trata de un temor análogo de lesión genital, o una intensa sensación desagradable de mortificación a causa de la falta de pene, o ambos. De cualquier manera, existe un conflicto entre las exigencias de las catexias objetivas por una parte y por otra, de las autocatexias o catexias narcisistas. Es instructivo consignar que la cuestión se resuelve en favor de las catexias narcisistas. Las peligrosas catexias objetivas quedan reprimidas o abandonadas, o resultan dominadas o repudiadas de otra manera, mientras que las catexias narcisistas, permanecen intactas en esencia. De este modo se nos recuerda una vez más el hecho de que el componente narcisista de la vida instintiva del niño es normalmente más fuerte que la parte que concierne a las relaciones con los objetos, aun cuando éstas son mucho más fáciles de observar y por consiguiente más propensas a ocupar nuestra atención. No podemos abandonar el tema de la formación del superego sin discutir algo sus modificaciones y acrecentamientos producidos posteriormente en la infancia, en la adolescencia y aun en cierto grado durante la vida adulta. Cada uno de estos agregados y alteraciones resulta de una identificación con un objeto del ambiente del niño o del adulto, o más bien, con el aspecto moral de tal objeto. Al principio, tales objetos son exclusivamente personas cuyo papel en la vida del niño es similar al de sus padres Como ejemplos de tales personas, tenemos a los maestros, educadores religiosos y personal doméstico.; Más tarde el niño puede introyectar personas con las que no tenga contacto personal y aun personajes históricos o de ficción. Tales identificaciones son comunes en particular en la pre-pubertad y en la adolescencia. Modelan el superego individual en el sentido de una aceptación de las normas e ideales morales de los grupos sociales a los que pertenece. Cuando nos detenemos a pensar las diferencias considerables qué se hallan entre los códigos morales de los diversos grupos sociales, apreciamos que una gran parte del superego del adulto es el resultado de estas identificaciones posteriores. Pueden producirse modificaciones en el superego durante la vida adulta, como ocurre por ejemplo como consecuencia de una conversión religiosa. No obstante, el núcleo original formado durante la fase edípica sigue siendo siempre la parte más firme y efectiva. Como consecuencia, las prohibiciones contra el incesto y el parricidio son las partes de la ética de la mayoría de las personas que están mejor interiorizadas o, a la inversa, que son las menos propensas a ser trasgredidas. Otras prohibiciones del superego son más susceptibles de trasgresión si existe una oportunidad particularmente favorable o una tratación demasiado fuerte. Deseamos discutir ahora algunos aspectos del papel que desempeña el superego en el funcionamiento del aparato psíquico una vez que se ha formado. En general podemos decir que una vez trascurrida la fase edípica es el superego el que inicia y refuerza las actividades defensivas contra los impulsos del ello. Tal como el niño en el período edípico temía que sus padres lo castraran y reprimía o repudiaba sus deseos edípicos con el fin de evitar ese riesgo, del mismo modo el niño o el adulto en el período post-edípico teme en forma inconsciente a las imágenes paternas introyectadas, es decir, al. Súper ego y domina los impulsos del ello con el fin de evitar el riesgo de disgustar al superego. La desaprobación de parte del superego toma así su lugar como última de la serie de situaciones dé riesgo ante las cuales el ego reacciona con angustia, como lo hemos discutido en el Capítulo IV (Freud, 1926). Para repetir y completar la lista de aquel capítulo, desde el punto de vista cronológico la primera de las situaciones de riesgo es la pérdida del objeto; luego, la pérdida del amor del objeto; la tercera, el temor a la castración o una lesión genital análoga; y la última consiste en la desaprobación por parte del superego. Como el lector recordará, estas situaciones diversas de riesgo no desaparecen sucesivamente a medida que aparece la siguiente. Se trata más bien de que cada una desempeña por turno el papel principal como fuente de angustia y como ocasión para que el ego emplee medidas defensivas contra cualesquiera impulsos del ello que precipiten o amenacen precipitar una situación de peligro. La desaprobación de parte del superego tiene algunas consecuencias que son conscientes y que por tanto nos resultan familiares y otras que son inconscientes y por lo cual sólo se hacen aparentes como resultado de una investigación psicoanalítica. Por ejemplo, todos conocemos la sensación dolorosa de tensión que se denomina culpa o remordimiento, y no vacilamos en conectarla con la actuación del superego. No obstante, existen otros fenómenos psíquicos igualmente familiares cuya relación con el superego es menos obvia, pero también estrecha. Así, como Freud (1933) lo señalara, la causa más común de sentimientos de inferioridad dolorosos y en apariencias inexplicables es la desaprobación por el superego. Por razones prácticas, a tales sentimientos de inferioridad se los denominan sentimientos de culpa. Es obvio que éste es un punto de considerable importancia clínica, pues nos dice que un paciente con apreciables sentimientos de inferioridad o autoestima disminuida está probablemente acusándose en forma inconsciente de alguna iniquidad, sin tomar en consideración que razones conscientes pueda aducir para explicar sus sentimientos de inferioridad. Tal como la desaprobación del ego por parte del superego da origen a sentimientos de culpa o inferioridad, igual pueden los sentimientos de goce o felicidad o autosatisfacción ser el resultado de la aprobado n por parte del superego de [¡alguna conducta; o actitud del ego. Ese resplandor ‗‗virtuoso‖, como su antagonista, la sensación de culpa es un fenómeno familiar, claro esta, y ambos sentimientos o estados mentales pueden compararse con facilidad con la situación mental del pequeño cuyos padres lo alaban y aman por su conducta, o lo reprenden y castigan. Lex talionis significa en un modo simple que el castigo por alguna iniquidad o crimen ha de pagarse con que el malhechor sufra la misma lesión que infligió. Esto se expresa en forma más familiar en la exigencia bíblica de ―ojo por ojo y diente por diente‖. Este es un concepto de justicia primitivo en dos sentidos. El primer sentido corresponde a que se trata de un concepto de justicia que es característico de las estructuras sociales históricamente viejas o primitivas. Sin duda que este hecho es de gran importancia, pero no nos concierne por el momento. El segundo sentido, que sí nos concierne, es que la ley del talión es en esencia el concepto de justicia de los niños. La cuestión interesante e inesperada acerca de ello es el grado en que este concepto persiste en forma inconsciente en la vida adulta y determina el funcionamiento del superego. Las penalidades y castigos inconscientes que el superego impone se comprueba en el psicoanálisis que se adaptan en numerosas ocasiones a la ley del talión, aun cuando la persona haya superado ya desde mucho antes la actitud pueril en cuanto concierne a la vida mental consciente. En cuanto a la falta de discriminación entre deseo y hecho, es un lugar común en la investigación psicoanalítica que el superego amenaza con un castigo casi tan severo a uno como al otro. Resulta claro que no sólo el hacer algo está prohibido por el superego; es también el deseo o el impulso mismo lo interdicto o castigado, según cuál sea el caso. Estimamos que esta actitud del superego es una consecuencia del hecho de que un niño de cuatro o cinco años, o menor, distinga entre sus fantasías y sus acciones con mucha menor claridad que durante la vida posterior. Está dominado en gran parte por la convicción de que ―con desearlo basta para hacerlo‖ y esta actitud mágica se perpetúa en la actuación inconsciente del superego en la vida ulterior. Otra característica de la manera de obrar inconsciente del superego es que puede resultar en una necesidad también inconsciente de expiación o autocastigo. Tal necesidad de castigo es en sí misma inconsciente y sólo puede descubrirse por lo común mediante el psicoanálisis. No obstante, una vez que uno sabe que tal cosa existe y está a la expectativa, halla evidencias de su presencia mucho más frecuentemente de lo que podría imaginarse. Por ejemplo, es muy instructiva en este sentido la oportunidad, como psiquiatra de una prisión, de leer los registros oficiales sobre las formas en que se capturan los presos. El propio deseo inconsciente de castigo en el criminal es con frecuencia de máxima ayuda para la policía. A menudo el criminal, en forma inconsciente, provee a la policía de pistas que él mismo sabe que lo llevarán a ser descubierto y capturado. Por Cierto que no suele ser posible psicoanalizar a un criminal, pero en algunos casos los simples datos del prontuario pueden bastar papa poner las cuestiones en claro. Por ejemplo, cierto ratero actuó con éxito durante más de un año de la siguiente manera. Frecuentaba distritos de viviendas de clase media inferior, en los que la entrada a cualquier departamento podía efectuarse con toda facilidad por la puerta ó escalera traseras. Con vigilar durante la mañana hasta que el ama de casa saliera a hacer sus compras, podía entonces forzar su entrada al piso vacío y, como no dejaba impresiones digitales y sólo robaba dinero en efectivo, la policía no tenía manera de dar con él. Era obvio que ese ratero sabía lo que hacía y durante meses la policía fue incapaz de impedir sus actividades en forma concreta alguna. Parecía que sólo la mala suerte fuera capaz de poner término a su carrera. De pronto alteró sus costumbres: en vez de robar sólo dinero sé llevó también alhajas y las empeñó por una suma relativamente pequeña en una casa de empeños cercana, y en pocos días cayó en manos de la policía. En muchas ocasiones anteriores había dejado alhajas sin tocar, que eran tan valiosas como las que por fin robó, precisamente porque sabía que le resultaría difícil disponer de ellas sin que la policía lo descubriera tarde o temprano. Parece inevitable la conclusión de que este criminal dispuso en forma inconsciente su propio arresto y encarcelamiento. En vista de cuanto sabemos hoy acerca de las formas inconscientes de obrar de la mente, podemos decir que su motivo para proceder de esa manera fue su necesidad inconsciente de ser castigado. Claro está que la necesidad de ser castigado no necesita estar conectada con malas acciones reales, como en el caso recién descrito. También puede ser la consecuencia de fantasías o deseos conscientes o inconscientes. Sin duda que como Freud (1924 c) lo señaló, la carrera criminal de una persona puede comenzar como consecuencia de su necesidad de ser castigado. Es decir, la necesidad inconsciente surgida de los deseos edípicos reprimidos puede determinar la realización de un crimen cuyo castigo sea seguro. A tal persona suele conocérsela como criminal por sentimiento de culpa. Empero, debemos añadir que la necesidad inconsciente de castigo no resulta necesariamente en acciones criminales que sean castigadas por alguna autoridad legal. Se puede disponer en vez otras de sufrimiento o autoinjuria, tales como el fracaso en la carrera (la llamada ―neurosis de destino‖), lesiones físicas ―accidentales‖, y similares. Se puede comprender con facilidad que un superego que insista en el autocastigo o en la autolesión se tome en un peligro, desde el punto de vista del ego. No nos sorprenderá, por tanto, el aprender que el ego puede emplear contra el superego mecanismos de defensa y otras operaciones defensivas que son por entero análogas a aquellas que habitualmente emplea contra el ello. Quizás el ejemplo siguiente pueda servir para aclarar lo que queremos decir con esto. Pero este comentario se hace más bien desde el punto de vista de la lucha defensiva, o conflicto; entre el ello y el ego antes que de un conflicto entre el ego y el superego. Desde este último punto de vista podemos decir dos cosas. En primer lugar, el sentimiento de culpa que hubiera sido, consciente en la infancia cómo consecuencia de contemplar cuerpos desnudos no era aparenté cuando miraba figuras sin ropas durante la vida adulta. Su ego había tenido éxito en impedir que sentimiento de culpa alguna tuviera acceso a su conciencia y lo había proyectado en cambio sobre otros. Eran entonces otras personas las culpables de voyerismo o, con mayor precisión, las que eran malas y debían ser castigadas por sus deseos y acciones voyeurísticas. Además, el ego de nuestro hombre había establecido una formación de reacción contra su sentimiento de culpa, de modo que en vez de una sensación consciente de culpa se sentía conscientemente superior y en especial virtuoso por su interés absorbente por la indagación y descubrimiento de figuras de cuerpos desnudos. No sabemos si las defensas del ego contra el superego son un fenómeno constante, pero no hay duda que pueden producirse y por lo menos en algunos individuos son de considerable importancia práctica (Fenichel, 1946). Existe una relación importante entre el superego y la psicología del grupo que en una monografía sobre ese tema señaló Freud (1921). Ciertos grupos por lo menos se mantienen unidos en virtud del hecho de que cada uno de sus miembros se ha identificado o ha introyectado a la misma persona, que es el jefe de ese grupo. La consecuencia de esta identificación es que la imagen del jefe se hace parte del superego de cada uno de los miembros del grupo. En otras palabras, los diversos miembros del grupo tienen en común ciertos elementos del superego. La voluntad del jefe, sus órdenes y sus preceptos se tornan así en leyes, morales de sus sucesores. Aunque la monografía de Freud fue descrita mucho antes del advenimiento .al poder de Hitler, su análisis de este aspecto de la psicología de grupos, explica muy bien las alteraciones extraordinarias que la influencia de Hitler produjo en las normas morales de los millones de alemanes que fueron sus partidarios. Es probable que en los grupos y sectas religiosas esté involucrado un mecanismo similar. En tales casos los diversos miembros del grupo tienen una ética común, es decir elementos del superego comunes que derivan de la identificación con el mismo dios o jefe espiritual. Aquí el dios desempeña el mismo papel psicológicamente hablando, que el jefe o el héroe del grupo no religioso. Esto no constituye una sorpresa, por cierto, en vista de la estrecha relación que sabemos existía en forma consciente, en las mentes de los pueblos entre sus dioses y héroes, aun en pueblos tan civilizados, como los romanos del imperio, que deificaban a sus emperadores como cosa normal. Quizá podríamos finalizar nuestro estudio, del superego mediante la anotación de lo esencial de su origen y naturaleza. Surge como consecuencia de la introyección de las prohibiciones y exhortaciones paternas de la fase edípica y durante toda, la vida su esencia inconsciente sigue siendo la prohibición de los deseos sexuales y agresivos del complejo de Edipo, pese a las numerosas alteraciones y agregados que sufre más tarde durante la infancia, en la adolescencia y aun en la vida adulta. CAPITULO VI LAS PARAPRAXIAS Y EL INGENIO En este capitulo y en los dos subsiguientes aplicaremos a ciertos fenómenos de la vida mental humana en el conocimiento del funcionamiento mental que hemos adquirido por nuestras consideraciones anteriores. Los fenómenos que hemos elegido con tal fin son: primero, los deslices, errores, omisiones o algunas de la memoria que nos son familiares a todos y que Freud (1904) agrupó como psicopatología de la vida cotidiana; segundo, el ingenio; tercero, los sueños, y cuarto y último, las psiconeurosis. Estos tópicos han sido seleccionados porque se encuentran entre los que podríamos denominar temas clásicos de la teoría psicoanalítica. Han sido objeto de estudios durante muchos años, primero por Freud y luego por otros psicoanalistas, con el resultado de que nuestro conocimiento de ellos es bastante amplio y fundado. Además, el tema de las psiconeurosis es de gran importancia práctica, puesto que estas enfermedades mentales constituyen el objeto principal de la terapéutica psicoanalítica. Comenzaremos con la psicopatología de la vida cotidiana. Este incluye los lapsos verbales, escritos, de la memoria y muchos de los inconvenientes que por lo común atribuimos al azar y denominamos accidentes. Aun antes de las investigaciones sistemáticas de Freud de estos fenómenos, existía una vaga noción en la mente popular de que tenían algún fin y de que no eran cosas del azar. Por ejemplo, existe un viejo proverbio que dice: ―El error de la lengua delata la verdad de la mente‖. Mas aun, no todos esos errores eran tratados como accidentales. Aun antes de los tiempos freudianos, si el señor Smith se olvidaba el nombre de la señorita Jones o la llamada señorita Robinson ―por error‖, la señorita Jones reaccionaba por lo común ante ello como ante un desaire intencional o un signo de desinterés, y era difícil que el señor Smith fuera contemplado con simpatía por ella. Para ir un paso más allá, si un súbito olvidaba una regla de etiqueta el dirigirse a su soberano, era castigado a pesar de que alegara que era accidental. La autoridad le atribuía intencionalidad a sus actos, aun cuando él la desconociera. Del mismo modo, cuando hace unos 300 años se imprimió un ejemplar de la Biblia en el cual en uno de los mandamientos decía por error el imperativo afirmativo en vez del imperativo negativo, el impresor fue severamente castigado, cual si hubiera intencionalmente deseado ser sacrílego. No obstante, tales fenómenos se atribuyen o al azar o, en los supersticiosos, a la influencia de espíritus malignos, como los demonios de los impresores, que tomaban los tipos que el impresor había dispuesto en forma correcta y atormentaban al pobre hombre mezclándolos e introduciendo toda clase de equivocaciones en los mismos. Fue Freud el primero que de modo serio y fundamental sostuvo que los lapsos y los fenómenos conexos son el resultado de una acción intencional, con un propósito, de la persona afectada, aunque la intención sea desconocida para ella misma o, en otras palabras, sea inconsciente. El mas simple de comprender de estos actos fallidos o parapraxias, como a veces se los denomina [nombre propuesto por E. Jones N del T.] es el olvido. Tales lapsos son muy a menudo la consecuencia directa de la represión, que recordará el lector es uno de los mecanismos de defensa del ego estudiados en el Capitulo IV. Se lo puede observar en su forma más sencilla y obvia durante el trascurso de un psicoanálisis, cuando ocurre a veces que un paciente olvida de un minuto al otro algo que considera importante y que en forma consciente desea recordar. En tales casos el motivo del olvido puede ser también aparente, aunque los detalles específicos de la motivación pueden variar de un caso a otro, es básicamente la misma en todos ellos, es decir, el evitar la posibilidad de la generación de una angustia o de una culpa, o de ambas. Como ejemplo, acababa de aclarársele a un paciente psicoanalizado que durante años él había evitado sentirse asustado y avergonzado por ciertos aspectos de su conducta sexual merced a u complicado sistema de racionalizaciones. Al mismo tiempo el paciente adquirió la conciencia de cuando miedo y vergüenza habían en realidad estado asociados a su conducta sexual en su propia mente, aunque de ninguna manera experimentó esas emociones en forma más completa ni más intensa en ese entonces. Quedó muy impresionado por esta nueva visión interior, que estimó de gran importancia para la comprensión de sus síntomas neuróticos, como sin duda lo era. Uno o dos minutos después, mientras estaba hablando de lo valiosa que era dicha visión interior, de pronto, ¡se dio cuenta de que ya no podía recordar lo que era ni lo que se había hablado durante los cinco minutos anteriores! Este ejemplo ilustra en forma bien objetiva la capacidad por lo general insospechada de la mente humana de olvidar, o, con mayor precisión, de represión. Resulta algo que las mismas fuerzas intrapsíquicas del paciente que durante años habían impedido con éxito la emergencia de vergüenza y temor por su conducta sexual eran también las responsables de la rápida represión de su visión interior reciente de que su comportamiento realmente le asustaba y avergonzaba. Podemos añadir que en este caso las contracatexias represivas del ego estaban orientadas más bien contra el superego que contra el ello. Es decir, el ego del paciente reprimió los recuerdos auditivos y los pensamientos recientes que temía pudieran llevarle a la emergencia posterior de sentimientos de vergüenza y del miedo de ser sexualmente anormal. En otros casos, claro está, las contracatexias están orientadas primordialmente contra ello. Puede parecerle al lector que el ejemplo que acabamos de dar es excepcional en vez de típico y que los casos ―comunes‖ de olvido de hacer algo que uno pensaba hacer o el olvidar un nombre o un rostro familiar pueden ser bien distintos. Es fácil ver porque el paciente de nuestro ejemplo olvidó lo acontecido, pero ¿por qué habría uno de olvidar algo de lo que no hay razón alguna para olvidarlo? La respuesta es que esa razón en la mayoría de los casos es inconsciente. Por lo común solo puede ser descubierta por medio de la técnica psicoanalítica, es decir, con la cooperación total de la persona que cometió el olvido. Si se puede contar con su cooperación y es capaz de manifestar libremente y sin selección consciente todos los pensamientos que se le ocurren en conexión con un lapso, entonces estaremos en condiciones de reconstruir su finalidad y motivación. De otro modo debemos depender del azar para entrar en posesión de datos suficientes que nos permitan adivinar con mayor o menor precisión el ―significado‖ o motivos inconscientes que produjeron ese acto fallido. Por ejemplo, un paciente no podía recordar el nombre de un amigo, que le era muy familiar, cada vez que se encontraban en una reunión social. Este episodio de olvido hubiera sido imposible de comprender sin las propias asociaciones del paciente al respecto. Al hablar de esa cuestión, surgió que el nombre de su amigo era el mismo de otro hombre al que conocía y hacia quien experimentaba intensos sentimientos de odio, que le hacían sentirse muy culpable al hablar de ellos. Además, menciono que su amigo era lisiado, lo que le recordaba sus deseos de herir y lesionar al tocayo que odiaba. Con esta información brindada por las asociaciones del paciente, fue posible reconstruir cuanto le ocurría al fallarle la memoria. La vista del amigo lisiado le recordaba en forma inconsciente al otro hombre homónimo, al que odiaba y deseaba lesionar o lisiar. Con el fin de evitar el acceso a la conciencia de sus fantasías destructivas, que le hubieran hecho sentirse culpable, reprimió el nombre que hubiera establecido la conexión entre los dos. En este caso, por tanto, la represión fue instituida para evitar la entrada a la conciencia de las fantasías destructivas que constituían una parte del ello y que hubiera llevado a un sentimiento de culpabilidad si se hubieran hecho conscientes. En los ejemplos que acabamos de dar la perturbación o ―lapso‖ de la memoria fue la consecuencia de la actuación de un mecanismo de defensa, la represión. Puesto que la motivación de la represión, como su misma actuación, eran ambas inconscientes, el sujeto no podía acertar a explicarse su falla de la memoria y solo la podía atribuir a mala suerte, fatiga o cualquiera otra excusa que prefiera. Otros lapsos pueden ser la consecuencia de mecanismos mentales algo distintos. Su causa, no obstante, es similar en cuanto a que son inconscientes. Por ejemplo, un lapsus linguae o lapsus calami es a menudo la consecuencia de una falla en la represión completa de algún pensamiento o deseo inconsciente. En tales casos, el que habla o escribe expresa lo que en forma inconsciente deseaba decir o escribir, pese a su deseo de mantenerlo oculto. A veces el significado oculto se expresa en forma abierta en el acto fallido, es decir, que resulta claramente inteligible a quien lo escucha o lo lee. En otras ocasiones, el resultado del lapso no es inteligible y solo se puede descubrir el significado oculto por las asociaciones de la persona que cometió el error. Como ejemplo de un caso de lapso de significado claro podemos citar el siguiente. Cierto abogado se estaba jactando de las confidencias que le hacían sus clientes y quiso expresar que le contaban ―los problemas más íntimos‖; pero en cambio, lo que dijo fue que le narraban ―los problemas más interminables‖. Al cometer esta equivocación reveló a quien lo escuchaba algo que deseaba ocultar, el hecho de que a veces lo que sus clientes le contaban sobre sus problemas le aburrían y deseaba que no hablaran tanto de si mismos y no le robaran tanto tiempo. De este ejemplo, el lector quizá podría llegar a la conclusión de que si el significado de un lapso es claro, el pensamiento o el deseo inconsciente que revela es uno reprimido con no mucha fuerza y que, por lo contrario, solo en forma temporaria actuaba inconscientemente en la mente del sujeto y podía ser admitido a la conciencia con poca perturbación en el sentido de miedo o culpa. En realidad, de ninguna manera es esa la situación. Por ejemplo, un paciente puede sin querer, durante la primera entrevista con el psicoterapeuta, llamar madre a su esposa, pero al hacérselo notar no logra sacar conclusión alguna l respecto. Hasta señala in extenso y con lujo de detalles cuan distintas son en realidad su madre y su esposa. Es sólo después de meses de psicoanálisis que ese paciente es capaz de reconocer conscientemente que en su fantasía la madre estaba representada por la esposa y que era aquella a la que él había querido para casarse cuando años atrás estaba desarrollado al máximo su complejo de Edipo. En un caso así, un acto fallido revela con claridad un contenido del ello contra el cual el ego durante años mantuvo una contracatexia en extremo intensa. Debemos añadir que no importa cuán claro pueda parecer un lapso y que la interpretación del oyente o del lector de su significado inconsciente nunca puede pasar a ser una conjetura mientras no este apoyada por las asociaciones libres de la persona que cometió la equivocación. Más aún, la conjetura puede estar firmemente sostenida por evidencias confirmatorias, tales como el conocimiento de las circunstancias en que se produjo el lapso y la personalidad y la situación vital del sujeto, de modo de presentarse como irrefutable. No obstante, en principio el significado de un acto fallido solo puede establecerse firmemente por las asociaciones del sujeto. Esta dependencia de las asociaciones del sujeto es obvia y absoluta en el caso de aquellos lapsos orales o escritos que no son inteligibles de modo inmediato. En ellos, un proceso mental inconsciente interfiere los deseos del sujeto de hablar o escribir de modo tal que resulta una omisión, inserción o distorsión de una o más silabas o palabras con un resultado en apariencia sin significado. Entre aquellos que no ignoran por completo, ni de manera total están informados en lo que respecta a la explicación de Freud de estos fenómenos, tales lapsos se consideran excepciones a la afirmación de que ellos tienen un significado. Tales personas hablan de los actos fallidos inteligibles como ―freudianos‖ y de los no inteligibles como ―no freudianos‖. En realidad, empero, el uso de una técnica apropiada de investigación, es decir, del método psicoanalítico, revelará la naturaleza y la importancia de los procesos mentales inconscientes subyacentes en un lapso inteligible, como también de los relacionados con otro inteligible. La producción de lapsus linguae o calami suele atribuirse a la fatiga, falta de atención, apresuramiento, excitación o algo por el estilo. El lector podría preguntarse si Freud consideró que tales factores pudieran desempañar algún papel en la determinación de los actos fallidos. La respuesta es que les asigno un papel puramente accionario o coadyuvante en el proceso. Consideraba que tales factores podrían, en ciertas ocasiones, facilitar la interferencia de los procesos inconscientes en el intento consciente de decir o escribir una determinada palabra o frase, con el resultado de que entonces el lapso se producirá, lo que no hubiera hecho si el sujeto no hubiera estado cansado, desatento, apurado, etc. Consideraba que el papel principal en la generación de un acto fallido lo desempeñaba, no obstante, el proceso mental inconsciente del sujeto. Para ilustrar esta cuestión hizo la siguiente analogía. Si un hombre fuera asaltado y robado en una calle oscura y solitaria, no diría que lo robaron la oscuridad y la soledad. Le robo un ladrón, al que ayudaron esa oscuridad y soledad. En esta analogía el ladrón corresponde al proceso mental inconsciente responsable del lapso, mientras que la soledad y la oscuridad corresponden a factores como la fatiga, la falta de atención, etc. Si deseamos emplear un lenguaje más formal, podemos decir que el proceso mental inconsciente en cuestión constituye la condición necesaria en todos los casos para que se produzca el acto fallido. En algunas ocasiones puede ser también condición suficiente, pero en otras puede ser insuficiente por sí y quizá requiera la ayuda de factores generales, como los que estuvimos considerando, con el fin de interferir el intento consciente del sujeto en grado adecuado para producir el lapso. Ninguna discusión de los lapsus linguae o calami quedaría completa sin que se hiciera alguna mención a la parte desempeñada por el proceso primario en su elaboración. Por ejemplo, al hablar del interés que en su juventud sentía por la cultura física un paciente cometió un lapso y dijo ―cultura fisible‖. Cuando se le hizo notar su error se le ocurrió decir que ―fisibles‖ sonaba como ― visible‖. Sus asociaciones lo llevaron luego hasta el deseo inconsciente de mostrar su cuerpo desnudo a los demás así como haber a su vez el de los demás. Estos deseos habían sido un factor importante, aunque inconscientes en su interés por la cultura física. No obstante, el punto sobre el cual deseamos llamar la atención en este momento es la forma del lapso, que se produjo por la interferencia momentánea de los deseos, exhibicionistas y de ver (―voyeuristiecos‖) inconscientes del paciente en su intención de decir la palabra ―física‖; lo que resulto fue un vocablo hibrido que combinaba ―física‖ y ―visibles‖. Las dos palabras se condensaron en una, todo lo contrario a la regla lingüística que caracteriza el pensamiento por proceso secundario. El lector recordara por nuestra consideración del capitulo III de los modos de pensamiento que denominamos proceso primario y secundario, que una de las características del pensar según el proceso primario es la tendencia a la condensación. Es justo la característica que consideramos responsable de la combinación de ―física‖ y ―visible‖ en ―fisible‖. En otros lapsos hallaremos la evidencia de otras características del pensamiento por proceso primario: desplazamiento, presentación del conjunto por la parte o viceversa, representación por el antagonista, y símbolo en el sentido psicoanalítico. Cualquiera de estas características, o varias de ellas a la vez, pueden determinar la forma de un lapso. Debemos añadir aquí, que la participación o actuación del pensamiento de proceso primario de ninguna manera esta limitada a las equivocaciones orales o escritas. Aunque resulte mas obvia en ellas, se produce también y es igualmente importante en las otras parapraxias. Por ejemplo, en el caso del hombre que olvidaba el nombre de su amigo, citado en la página 163, el lector recordará que una razón para la falla de la memoria fue que el amigo era lisiado, lo que le recordaba al sujeto el deseo inconsciente y culpable de lesionar al otro hombre del mismo nombre. En realidad el amigo ´presentaba un brazo más corto y en parte paralizado como consecuencia de una lesión sufrida durante el parto. Por otra parte lo que el sujeto deseaba en forma inconsciente era cortarle el pene al tocayo de su amigo. Por lo que en este caso la deformación braquial simbolizaba la castración. Consideremos ahora la clase de parapraxias que por lo común se denominan desgracias accidentales, sea que le ocurre a uno mismo o a otro como resultado del propio ―descuido‖. Debemos aclarar desde el principio que los únicos accidentes que aquí nos conciernen son aquellos que el individuo provoca por sus propias acciones, aunque, claro esta, no tenga la intención consciente de determinarlos. Un accidente que este más allá del dominio del sujeto no nos interesa en esta discusión. Suele ser fácil decidir si el sujeto ha sido responsable del accidente considerado, pero de ninguna manera es fácil hacerlo siempre. Por ejemplo, si se nos cuenta que una persona fue herida por un rayo durante una tormenta eléctrica, por lo común podemos estar seguros que fue por completo accidental y que no pudo existir la intención inconsciente en la victima de que se produjera. Después de todo, ¿quién puede predecir donde cae un rayo?. No obstante, si nos enteramos de que la victima estaba sentada bajo un árbol alto y solitario, junto a una gruesa cadena de acero que colgaba desde una de las ramas hasta pocos pies del suelo, entonces bien podemos empezar a preguntarnos si la victima era o no consciente, antes del accidente del gran peligro del que a una persona en tal situación la hiriera un rayo. Si entonces descubrimos que la victima lo sabía y si, al recuperarse de su accidente niega honradamente la intención consciente de poner su vida en peligro, podemos llegar a la conclusión de que esta persona accidentada estuvo deliberada, aunque inconscientemente, tratando de que el rayo la hiriera. Desde el mismo modo un accidente automovilístico puede deberse solo a una falla mecánica y no tener nada que ver con una intención inconsciente del conductor, o puede, por otra parte, haber sido o directamente causada o posibilitada por el conductor con actos intencionales e inconscientes de comisión u omisión. El lector podría preguntar si lo que proponemos es el punto de vita de que toda desgracia que pudo haber sido causada o facilitada por un intento inconsciente de parte del sujeto estaba en realidad así determinada. ¿Es que no cabe la imperfección humana?. ¿Debemos suponer, por ejemplo, que nadie tuvo jamás un accidente automovilístico sin haberlo deseado en forma inconsciente? La respuesta a esta pregunta es, en principio, inequívoca. Mientras un accidente previsible haya sido causado por una ―imperfección humana‖ en la realización de algún acto, suponemos que existió la intención inconsciente en que efectuó esa acción. Es verdad, claro esta, que la fatiga, el aburrimiento inducido por la monotonía y otros factores similares pueden aumentar la frecuencia de tales desgracias en una mayor o menor extensión, pero estamos aquí en la misma posición que habíamos tomado contra los errores verbales o escritos. La condición necesaria para un accidente de esa suerte, que a menudo es también condición suficiente, es la intención inconsciente de que se produzca. La fatiga, el aburrimiento, etc., son simplemente factores accesorios o coadyuvantes. Si el lector preguntara ahora como podemos estar tan seguros de que los accidentes bajo control del sujeto eran en realidad causados por él en forma inconsciente, contestaremos que esta conclusión es una generalización hecha sobre la base de casos accesibles para su estudio. Aquí también, como en el caso de las otras parapraxias, el estudio directo significa la aplicación de la técnica psicoanalítica. Si se puede obtener la colaboración del sujeto, sus asociaciones llevaran a la comprensión de los motivos inconscientes que le indujeron a causar el accidente que a primera vista parecía por completo casual. Sucede no sin cierta frecuencia que, en el curso del análisis de tal percance, el sujeto recuerda que el supuso por un momento que se iba a producir el ―accidente‖, justo antes de ejecutar la acción que lo produciría. Como es obvio, él podía saber que iba a ocurrir solo porque esa era su intención; este conocimiento parcial de la intención suele ser reprimido, es decir, olvidado, justo antes o durante el percance y solo vuelve a la memoria consciente si se analiza el accidente. De este modo, sin el análisis el sujeto mismo puede quedar convencido del carácter puramente accidental de su percance, que en realidad el provoco intencionalmente. Naturalmente que es en el transcurso de la terapia psicoanalítica que surge la oportunidad mas frecuente para estudiar en forma directa dichos percances, en oposición al mero especular acerca de ellos en una forma más o menos convincente sobre la base de la evidencia externa y circunstancial. La mayoría de nuestros ejemplos derivaran en consecuencia de esa fuente, aunque de ninguna manera son tales percances mas frecuentes en la vida de los pacientes psicoanalíticos que en las vidas de otras personas. En una ocasión un paciente, mientras manejaba en dirección a su trabajo, debió girar a la izquierda en una intersección de transito bastante intenso. A causa del número de peatones que estaba cruzando había disminuido la marcha hasta cinco millas por hora, cuando de pronto choco aun hombre mayor que su guardabarros delantero izquierdo y lo volteo. Según la noción consiente del suceso cuando por primera vez lo narro el paciente no había visto en absoluto a ese hombre. Pero más tarde fue capaz de recordar que no le había sorprendido sentir que su auto golpeaba algo. En otras palabras, en forma vaga tenía conciencia de su intención inconsciente de embestir al hombre con su guardabarros en el momento del ―accidente‖. Sobre la base de sus asociaciones con las diversas circunstancias de lo que había sucedido fue posible descubrir que el principal motivo inconsciente del percance era el deseo del paciente de destruir a su padre. En realidad, éste había fallecido hacía varios años, pero el deseo, muy activo durante la fase edípica del paciente, había sido reprimido con energía en esa época y desde entonces había vivido en su ello. Podemos comprender que este deseo sufrió un desplazamiento, en forma característica al proceso primario, hacia un hombre mayor y desconocido que se puso en el camino del automóvil del paciente y que fue en consecuencia la víctima de lo que en apariencia era un accidente. Se comprende también que a pesar del hecho de que la víctima no presentó lesión alguna y de que el paciente tenía seguro total, éste no obstante se sintió culpable y asustado hasta un punto por completo desproporcionado con la naturaleza en realidad trivial del accidente. Conociendo los motivos inconscientes que lo llevaron a chocar a ese hombre, podemos comprender que fueron ellos las fuentes importantes de los temores subsiguientes del paciente. En otras palabras, su reacción ante el accidente sólo en apariencia fue desproporcionada: estaba bien en relación con su deseo reprimido de destruir al padre. Otro ejemplo, tan trivial que apenas si merece el nombre de percance es el mencionado en el Capítulo I. Es el caso del joven que al manejar camino de la casa de su novia se detuvo ante una luz verde y no se dio cuenta del error hasta que se trasformó en roja. En este caso las asociaciones del conductor llevaron al descubrimiento de sentimientos inconscientes de repugnancia con respecto a seguir adelante con su matrimonio, los que se debían principalmente a la culpa y al medio vinculado a ciertas fantasías sexuales inconscientes de carácter sádico e incestuoso, es decir, edípico. En el primero de los dos ejemplos recién enunciados el percance se debió a la represión inadecuada o incompleta de un impulso hostil del ello. Esta escapó en parte a la represión, como suele expresarse en los escritos psicoanalíticos. En el segundo, la parapraxia fue el resultado de una defensa contra ciertos impulsos del ello o de una prohibición del superego orientada contra ellos a aun, quizá, de ambas, puesto que en esta oportunidad no es fácil distinguir con certeza entre las dos. La actividad inconsciente del superego desempeña con frecuencia una parte importante en la producción de parapraxias de este tipo. Muchos percances tienen la intención inconsciente de determinar la propia pérdida o lesión. En la motivación de tales casos juega un papel primordial la necesidad inconsciente de castigo, de sacrificio o de reparación por algún acto o deseo previo. Todos estos motivos pertenecen al superego, como el lector recordará. Como ejemplo de tal motivo podemos citar el caso siguiente. El paciente de nuestro primer ejemplo, al estacionar, rozó con la rueda derecha delantera el cordón de la vereda y destruyó la goma más allá de toda posible reparación. Un accidente así es raro en un conductor experimentado y en éste fue más sorprendente por el hecho de que ocurrió frente a la propia casa del paciente, ante la cual tantas veces había estacionado antes. No obstante, su propia asociación aclaró lo sucedido. Cuando ocurrió el percance el paciente volvía de visitar la casa de su abuelo en la mañana siguiente al fallecimiento del mismo, después de varios meses de enfermedad. Inconscientemente el paciente se sentía culpable, como resultado de la muerte del Abuelo, por sus propios deseos hostiles hacia el anciano, deseos que eran en grado considerable la contraparte de deseos inconscientes similares para con su padre. Destrozó la goma contra el cordón para satisfacer la exigencia inconsciente del ello de que fuera castigado por haber deseado la muerte de su abuelo en sus fantasías inconscientes. A veces un accidente combina el crimen y el castigo, como podríamos sospecharlo en el ejemplo reciente, donde una fantasía reprimida de destrozar al padre obtuvo una gratificación simbólica o por desplazamiento en la acción del paciente de llevar su coche contra el cordón. Pero en nuestro ejemplo particular, las asociaciones del paciente no apuntaron en ese sentido, de modo que no queda más que una sospecha o conjetura, mientras que en otros casos no cabe duda de que crimen y castigo están contenidos en una sola acción. Una paciente, por ejemplo, mientras manejaba el automóvil del esposo se detuvo en medio del tránsito en forma tan súbita que el coche que la seguía la atropelló y le destruyó un guardabarros posterior. El análisis de ese percance reveló un conjunto complicado de motivos inconscientes. Al parecer había tres distintos, aunque relacionados entre sí. Por una parte, la paciente estaba inconscientemente muy disgustada con el esposo porque la había tratado mal; según lo expresó ella, la tenía siempre a los empellones. De donde, el chocar el auto fue una expresión inconsciente de la ira que era incapaz de desplegar en forma abierta y directa contra él. Por otra parte, se sentía muy culpable como resultado de lo que en su ira había deseado hacerle al esposo y había dañado el coche de él como un medio excelente de lograr que la castigara. Tan pronto como se produjo el accidente, ella supo que se lo merecía. En tercer lugar, la paciente tenía intensos deseos sexuales Que el esposo era incapaz de satisfacer y que ella misma había reprimido con fuerza. Esos deseos sexuales inconscientes se gratificaron en forma simbólica haciendo que un hombre ―le embistiera la cola‖, como ella se expresó. No intentemos enumerar ni ilustrar todos los tipos de parapraxias que podrían distinguir sé, pues las causas y los mecanismos subyacentes son los mismos para todos, o por lo menos muy semejantes. Interesa consignar que no es fácil el trazado de una línea precisa de distinción entre las parapraxias y los denominados acontecimientos psíquicos normales. Por ejemplo, un error verbal por cierto que es muy distinto de una metáfora que se buscó en forma consciente y deliberada; pero hay metáforas u otras formas del lenguaje que aparecen en la conversación sin que se las busque a conciencia plena. Saltan en forma espontánea, por así decir, a veces para deleite del que habla, otras veces para su congoja y otras, por fin, sin otra reacción particular que la de su aceptación rutinaria como de ―lo que quería expresar‖. De este modo vemos que aunque son fáciles de separar la metáfora de selección deliberada y el error verbal, también hay casos intermedios. ¿Cómo separar la metáfora inesperada de la que quien habla se retracta con un ―oh, no; no era eso lo que quise decir‖, de un lapsus linguel Del mismo modo, por cierto que consideraríamos parapraxia que una persona doble en sentido equivocado durante un paseo acostumbrado y se halle marchando en sentido contrario al de su destino consciente. Empero a veces uno varía un paseo acostumbrado, sin la intención consciente de hacerlo, al tomar una ruta menos conocida para llegar al mismo destino. ¿Debemos llamarlo una parapraxia? O también puede uno variar la ruta favorita sin motivo alguno consciente para ello, de modo que lo que era un camino habitual se convierte en otro inusitado. ¿Dónde trazar la línea entre lo para práctico y lo normal? Las diferencias son de grado, no de calidad. Los motivos e impulsos inconscientes que surgen del ello y de las partes inconscientes del ego y del superego, desempeñan un papel en la producción y conformación de tales hechos psíquicos normales no menor que en la generación de las parapraxias. En el primer caso, no obstante, el ego es capaz de mediar entre las diversas influencias conscientes de modo de dominarlas y combinarlas en forma armoniosa entre sí como con los factores ambientales, con el resultado de que lo que emerge en la conciencia se presenta como una totalidad aislada e integral antes que como lo que en realidad es, un compuesto de numerosas tendencias diversas provenientes de varias fuentes distintas. En el caso de las parapraxias, por otra parte, el ego no ha tenido éxito en la perfecta integración de las diversas fuerzas mentales en actividad inconsciente en el momento en que se produce la parapraxia, con el resultado de que una o varias de estas fuerzas alcanzan en forma independiente algún grado de expresión motora. Cuando más cercanas al éxito las actividades integradoras del ego, más próximo a lo ―normal‖ el resultado psíquico. A la inversa, cuanto menos exitosas tales actividades integradoras, más obviamente para práctico el resultado. Si procuramos ahora resumir nuestro conocimiento de las parapraxias de la vida cotidiana, diremos que son provocadas por una falla parcial del ego en la integración en un todo armonioso de las diversas fuerzas mentales activas en un momento dado. Las fuerzas psíquicas inconscientes que en mayor o menor grado resisten la integración y que alcanzan cierto grado de influencia directa, independiente sobre el pensamiento o la conducta en una parapraxia, nacen a veces del ello, otras del ego, algunas del superego y, por fin, de dos o de todos juntos. Un observador puede ocasionalmente adivinar con acierto la naturaleza específica de estas fuerzas inconscientes sobre la base de sólo la evidencia externa. No obstante, en la mayoría de los casos es necesaria la cooperación activa del sujeto en la aplicación del método psicoanalítico para descubrir qué fuerzas inconscientes actuaron. Más aún, hasta en aquellos casos en que fue posible una presunción convincente, es solo por medio de la aplicación del método psicoanalítico que se puede estar seguro si la presunción fue acertada y completa o no. A continuación deseamos aplicamos a la consideración del ingenio. Como las parapraxias, el ingenio es un fenómeno familiar en la vida cotidiana al que Freud dedicó su atención desde muy temprano en el curso de sus investigaciones psicoanalíticas (Freud, 1905 a). Logró demostrar tanto la naturaleza como la importancia de los procesos mentales inconscientes que forma parte de la formación y del goce de los rasgos de ingenio y adelantó una teoría que explicaba la fuente de la energía psíquica descargada al reír cuando un chiste es ―de los buenos‖. Freud demostró que en toda frase ingeniosa el pensamiento por proceso primario desempeña un papel principal. Esto lo logró en forma muy hábil. Tradujo la frase ingeniosa al lenguaje del proceso secundario sin cambiar su contenido, con lo que el rasgo de ingenio desaparecía por% completo. Lo que restaba al reconstruir la frase podía ser interesante, inteligente, cáustico, cínico o inadecuado según las conveniencias, pero ya no era ingenioso. Por ejemplo, tomemos el epigrama político, ingenioso y bien conocido que dice: ―Un liberal es un hombre con sus pies firmemente apoyados en el aire‖. Podría no resultar aparente a primera vista que en esta afirmación se ha utilizado principalmente un pensamiento de proceso primario, pero veamos lo que sucede si volvemos a expresarlo más con un lenguaje de estricto proceso secundario. Al hacerlo nuestro epigrama se trasformará en algo así: ―Un liberal trata de ser firme y práctico, pero en realidad no es ni uno ni otro‖, lo cual es una crítica, pero ya no ingeniosa. Ahora que hemos expresado nuestro epigrama en un lenguaje que pertenece exclusivamente al modo del proceso secundario, veamos de inmediato que en la forma original su significado serio estaba expresado en el modo del proceso primario. Es decir que el original, en forma explícita y por la vida de un pensar por proceso secundario, sólo lleva el lector una imagen o concepto de un hombre marcado como ―liberal‖, que- está de pie en medio del aire. Es por medio de la analogía que el lector u oyente entiende que ―un hombre firmemente asentado sobre sus .pies‖ significa ―un hombre firme o de decisiones‖ y que ―un hombre en el aire‖ quiere decir ―un hombre no práctico e indeciso‖. Además la forma original del epigrama carece por completo de1 las palabras explicativas y de relación que aparece en la re confección de la frase, como ―trata de ser‖ y ―pero en realidad‖. Como el lector recordará del Capítulo III, la representación por analogía y la tendencia a la simplificación extremada de la sintaxis, con omisión de palabras explicativas y de relación, son características del pensamiento según el proceso primario. Claro que otras pruebas de ingenio ejemplifican varias otras características del pensamiento de proceso primario, como el desplazamiento, condensación, representación del todo por la parte o viceversa, equivalencia de los antagonistas y simbolismo en el sentido específicamente psicoanalítico de la palabra. Además, puesto que el ingenio es principalmente un fenómeno verbal es posible ver a menudo en el análisis de los diversos rasgos de ingenio las distintas formas en que pueden utilizarse las palabras en el pensamiento de proceso primario. Por ejemplo, pueden unirse partes de palabras distintas para formar una palabra nueva que tenga el significado de ambas palabras primitivas. Podemos considerar que éste es un pro-ceso de condensación aplicado a las palabras. También puede usarse parte de una palabra para representar la totalidad, o el significado de una palabra puede ser desplazado a otra que por lo común significa algo completamente distinto de la primera palabra, pero que se le asemeja en el sonido o apariencia. Todas estas características del proceso primario están incluidas en lo que denominamos ―juegos de palabras‖ o retruécanos. El doble sentido, considerado habitualmente como una de las formas inferiores de ingenio, es el más conocido de tales juegos de palabras; pero en realidad, pese a ese estigma sobre su valor, el doble sentido aparece en muchas frases ingeniosas de gran excelencia. Podríamos recordar que desde el punto de vista de la evolución, el proceso primario es la forma de pensamiento característica de la niñez y que sólo en forma gradual se ve remplazada con el tiempo por el tipo secundario. Desde este punto de vista podemos decir que una actividad como la del ingenio involucra para el autor y su auditorio, para ambos, la reposición parcial y temporaria del proceso primario como forma de pensamiento predominante o, en otras palabras, una regresión parcial y temporaria del ego. En el caso del ingenio es el ego mismo el que inicia la regresión o que por lo menos la estimula. Kris (1952) se ha referido a tales procesos como regresiones al servicio del ego y regresiones reguladas, con el fin de diferenciarlas de los diversos tipos de regresiones patológicas que pueden producirse en forma incontrolable y muy en detrimento de la eficiencia funcional del ego o aun de su misma integridad. Para resumir lo expuesto hasta aquí, podemos decir que el autor de un dicho ingenioso, por medio de una regresión parcial, expresa una idea según el proceso primario. La imagen o concepto resultante se pone luego en el lenguaje del proceso secundario, es decir, se expresa con palabras. A la inversa, el auditorio entiende el dicho ingenioso Por una regresión temporaria a un pensamiento de proceso primario. El lector debe comprender que estas regresiones se producen en forma bien automática y sin llamar la atención del autor o de sus oyentes. Por ejemplo, en el caso del ejemplo usado más arriba, el autor del epigrama, quienquiera que fuese, quiso expresar en forma chistosa que un liberal trata de ser firme y práctico, pero que no es ni una ni otra cosa. Por medio de una regresión parcial al pensamiento de proceso primario se expresó esta idea mediante el concepto de un hombre parado en el aire con sus pies firmemente apoyados. Esta idea, expresada en palabras, constituye el dicho ingenioso. A la inversa, el oyente o el lector capta el significado por la vía del proceso primario, como consecuencia de su propia regresión parcial. Esto en cuanto a las características formales del ingenio. Constituyen, como Freud lo demostró con numerosos ejemplos, una condición necesaria para un dicho ingenioso, puesto que si se las elimina también desaparece la calidad de ingenio. Por ejemplo, retruécanos complejos y múltiples pueden parecer ingeniosos a muchas personas por la simple razón de su técnica o de su excelencia formal. No son ―simples retruécanos‖, son retruécanos de gran inteligencia en mérito sólo a su forma y de allí que merezcan el nombre de ―ingeniosos‖. La estrofa siguiente puede servir para ilustrar este punto. There was a young man named Hall Who died in the spring in the fall. Twould have been a sad thing If he'd died in the spring, But he didn't, he died in the fall1, Más aún, un comentario puede producir una sensación de gracia considerable en virtud del hecho de que el auditorio esté muy predispuesto a divertirse. Como todo narrador sabe, una vez que un auditorio se ha puesto a reírse con ganas, casi con nada bastará para producirle más risa, aun con algo que ese mismo auditorio hubiera recibido sin una sonrisa si hubiera estado sobrio. Del mismo modo, el grado de ingestión de alcohol de los oyentes puede a menudo dar la sensación de que aumenta la gracia del que habla. A la inversa, cuando una persona ―no está en situación‖, nada le parecerá chistoso. Pero estas excepciones, si el lector estuviera de acuerdo en que son excepciones, son de importancia mínima. Las características formales descritas son necesarias, pero no constituyen en sí una condición suficiente de ingenio. Como Freud lo señaló, también el contenido es importante. Es característico que el contenido consista en pensamientos sexuales u hostiles contra los que se defiende en forma más o menos firme el ego en el momento en que se dice o escucha el dicho ingenioso. En este respecto, la palabra ―sexual‖ se utiliza en el sentido psicoanalítico. Es decir que incluye los componentes anal y oral de la sexualidad, así como el fálico y genital. La técnica de lo chistoso sirve por lo general para liberar o descargar las tendencias inconscientes que de otra manera no se podrían expresar, o por lo menos no en forma completa. Para ilustrar esto podemos ofrecer esta frase muy ingeniosa corriente en 1930 y atribuida a un famoso hombre de ingenio de la época: ―If all the girls at the Yale prom were laid end to end, I wouldn‘t be a bit surprised‖ . El contenido del dicho resulta claro: ―No me sorprendería en lo más mínimo si todas las muchachas de Yale mantuvieran relaciones sexuales durante su estadía allí‖. Expresar este contenido en forma tan directa en una reunión social provocaría un cierto grado de condenación de parte del superego en las mentes de los oyentes. Es probable que consideraran al autor y a su frase como vulgares y que no experimentaran placer alguno en conexión con cualesquiera fantasías o deseos sexuales que pudieran haberse agitado en sus mentes ante lo escuchado. En cambio, el mismo contenido expresado en forma ingeniosa es mucho más probable que no reciba la condenación del superego y que la excitación sexual vaya acompañada de placer y no de desagrado. En otras palabras, la técnica del dicho ingenioso permite una cierta cantidad de gratificación sexual de otra manera imposible bajo esas circunstancias. Del mismo modo, si volvemos a nuestro epigrama sobre el liberal, vemos que mediante la técnica de la frase ingeniosa el autor puede castigar a los liberales que desprecia con mayor seguridad de recibir la aprobación de su auditorio que si lo hiciera directamente. Por cierto que con la ayuda del proceso primario puede parecer que estuviera elogiando a los liberales en vez de injuriándolos, hasta la última de las palabras de la oración. Aquí también, desde el punto de vista del auditorio, los impulsos que de otro modo hubieran sido prohibidos alcanzan un grado de gratificación o descarga placentera. En este caso, claro está, los impulsos en cuestión eran hostiles. Lo que contribuye más a una mayor participación en el goce del dicho ingenioso es el placer derivado de los de otra manera impulsos prohibidos, sean ellos agresivos, sexuales o ambos. Para ser realmente buena una frase ingeniosa debe ser además de ingeniosa, aguda. Con la única excepción quizá del gustador de retruécanos, rara vez la excelencia formal es un sustituto satisfactorio del contenido o significado. En otras palabras, el placer derivado de la parte técnica del chiste es raro que sea tan grande como el que resulta de la liberación de algún impulso prohibido por la presión de las defensas del ego contra el mismo. No obstante, pese a la disparidad en proporción, debemos reconocer que en realidad el placer del ingenio deriva de dos fuentes separadas. La primera de ellas es la sustitución regresiva del pensamiento de proceso secundario por el de proceso primario, que hemos visto que es la condición necesaria. Será razonable suponer que el placer derivado de esta regresión es un caso especial del placer que en general proviene de retornar a la conducta infantil y de arrojar por la borda las restricciones de la vida adulta. La segunda fuente de placer, como hemos dicho, es la consecuencia de la liberación o escape de impulsos que de otro modo hubieran sido dominados o prohibidos. De las dos, la última es la fuente más importante del placer, mientras que la primera es esencial para alcanzar el efecto que denominamos ingenio. El lector reconocerá que la discusión teórica contenida‖ en los últimos párrafos ha sido formulada en términos subjetivos, es decir, en términos de experiencia de placer. En su monografía sobre el chiste, Freud procuró ir un paso más allá y explicar la risa y el placer que acompañan al chiste, sobre la base de la descarga de energía psíquica. Su formulación fue la siguiente. La sustitución del proceso secundario por el primario es en sí misma fuente de ahorro de energía psíquica que queda entonces disponible para su descarga bajo la forma de risa. Pero aun queda disponible una cantidad mucho mayor de energía psíquica merced a la derogación temporaria de las defensas del ego como resultado de la cual los impulsos otrora prohibidos de los cuales hablamos más arriba quedan por el momento liberados. Freud sugirió que es específicamente la energía que por lo común el ego gasta como contracatexia frente a esos impulsos la que de súbito y en forma temporaria se libera en el chiste y queda disponible entonces para su descarga en la risa. Podemos concluir este capítulo con una comparación entre lo que hemos aprendido sobre los chistes y las parapraxias. Que existen similitudes entre ambos tipos de fenómenos está claro. En ambos casos hay una emergencia momentánea de las tendencias de otro modo inconscientes y en ambos el pensamiento de proceso primario desempeña en forma característica un papel importante o esencial. No obstante, en el caso de las parapraxias la salida de una tendencia inconsciente se debe a la incapacidad temporaria del ego de dominarla o de integrarla en su forma normal con las otras tendencias psíquicas en acción en ese momento en la mente. Una parapraxia se produce a pesar del ego. En el caso del chiste, por otra parte, el ego produce o permite en forma voluntaria una regresión parcial y temporaria al proceso primario y así estimula una derogación provisional de las actividades defensivas fue permite la emergencia de los impulsos de otra manera inconscientes. El ego produce o da la bienvenida al chiste-. Otra diferencia podría ser que una tendencia inconsciente de aparición temporaria en una parapraxia puede provenir del ello, del ego o del superego; mientras que en el chiste dicha emergencia es habitualmente un derivado del ello. CAPITULO VI LOS SUEÑOS El estudio de los sueños ocupa una posición especial en el psicoanálisis. La interpretación de los sueños (Freud, 1900) fue para la psicología una contribución tan revolucionaria y monumental como El origen de las especies para la biología, medio siglo antes. Aún en 1931, Freud mismo escribía, en un prólogo a la tercera edición de la traducción al inglés de Brill de La interpretación de los sueños: ―Contiene aún según mi apreciación actual, el más valioso de todos los descubrimientos que mi buena fortuna me permitió efectuar. La visión interior requerida llega a uno, sólo una vez en la vida‖. Más aún, su éxito en la comprensión de los sueños fue para él una inmensa ayuda* durante los primeros años de este siglo, cuando su trabajo profesional tenía que realizarlo en un aislamiento total de sus colegas médicos. En esa época difícil luchaba por comprender y aprender a tratar con éxito las neurosis que sus pacientes padecían. Como sabemos a través de sus carias (Freud, 1924) se vio a menudo desalentado y a veces desesperado. Pero, por desalentado que estuviera, pudo retomar fuerzas gracias a los descubrimientos que realizó acerca de los sueños. Con ello supo que se hallaba sobre terreno firme y este conocimiento le dio la confianza que necesitaba para seguir adelante (Freud, 1933). Freud tenía mucha razón al valorar en tanto su trabajo sobre los sueños. En ningún otro fenómeno de la vida psíquica normal se revelan con tanta claridad y en forma tan accesible para su estudio los procesos mentales inconscientes. Los sueños son sin duda el camino real hacia los dominios inconscientes de la mente. Pero aun esto no agota ¡as razones de su importancia y valor para el psicoanalista. El hecho es que el estudio de los sueños no lleva sólo a una comprensión de los procesos y contenidos mentales inconscientes en general. Lleva en particular a aquellos contenidos mentales reprimidos o excluidos en alguna forma de la conciencia y de su descarga por las actividades defensivas del ego. Puesto que es precisamente la parte del dio cuyo acceso a la conciencia está trabado la involucrada en los procesos patogénicos determinantes de la neurosis y quizá también de las psicosis, se puede comprender con facilidad que esta característica de los sueños es otra razón muy importante para la ubicación especial del estudio de los sueños en, el psicoanálisis. La teoría psicoanalítica de los sueños puede formularse en la forma siguiente. La experiencia subjetiva que aparece en la conciencia durante el sueño y que, al despertar, el que dormía la denomina sueño es sólo el resultado final «Je una actividad mental inconsciente durante ese proceso fisiológico que, por su naturaleza o intensidad, amenaza con interferir el mismo acto de dormir. En vez de despertar, el que duerme sueña. A la experiencia consciente durante el sueño, que el soñador puede o no recordar al despertar, la denominamos el sueño manifiesto. Sus diversos elementos se conocen como el contenido manifiesto del sueño. Los pensamientos y deseos inconscientes que amenazan con despertar al que sueña los denominamos contenido latente del sueño. Las operaciones mentales inconscientes por las que el contenido latente se trasforma en sueño manifiesto se denominan trabajo del sueño. Es de máxima importancia conservar estas distinciones en la mente con toda claridad. Un fracaso en cuanto a lograrlo constituye la fuente mayor de la confusión e incomprensiones frecuentes que surgen alrededor de la teoría psicoanalítica de los sueños. En sentido estricto, la palabra ―sueño‖ (en la terminología psicoanalítica) debiera usarse sólo para designar el fenómeno total, del cual son partes integrantes el contenido latente del sueño, el trabajo del sueño y el sueño manifiesto. En la práctica, en la literatura psicoanalítica, ―sueño‖ se usa a menudo para nombrar al ―sueño manifiesto‖. Por lo común el hacer esto no lleva a una confusión del lector si éste se encuentra ya bien al tanto de la teoría psicoanalítica de los sueños. Por ejemplo, la afirmación ―el paciente tuvo el siguiente sueño‖, seguida del texto verbal del sueño manifiesto, no deja duda en la mente del lector informado acerca de que la palabra ―sueño‖ fue utilizada para referirse al ―sueño manifiesto‖. Pero es esencial para el lector que aún no se halla en su ambiente en el terreno de la teoría de los sueños que se pregunte a sí mismo qué quiso decir el autor con la palabra indeterminada ―sueño‖ siempre que la halle en la literatura psicoanalítica. Otra frase que conviene definir aquí y que en la práctica se puede hallar en la literatura es ―el significado del sueño‖ o ―un sueño significa‖. Si se habla con propiedad, el significado de un sueño puede referirse sólo al contenido latente del sueño. En nuestra discusión del tema procuraremos conservar la terminología precisa con el fin de evitar cualquier confusión. Ya definidas las tres partes componentes de un sueño, pasemos a considerar esa parte del sueño que estimamos que es la que inicia el proceso de soñar, el contenido latente del sueño. Este contenido se puede dividir en tres categorías principales. La primera categoría es obvia. Comprende las impresiones sensoriales nocturnas. Tales impresiones están actuando en forma continua sobre los órganos sensoriales del que duerme y, a veces, algunas de ellas toman parte en la iniciación de un sueño, en cuyo caso forman parte del contenido latente del sueño. A todos nos son familiares los ejemplos de tales sensaciones: el sonido de un despertador, la sed, el hambre, el deseo de orinar o defecar, el dolor por una lesión o un proceso nosológico, o una posición incorrecta del cuerpo o el calor o frío incómodos pueden formar parte del contenido latente de un sueño. A este respecto es importante tener en cuenta dos factores. El primero es que la mayoría de los estímulos sensoriales nocturnos no perturban el dormir, ni siquiera al grado de participar en la formación de un sueño. Por lo contrario, la gran mayoría de los impulsos de nuestro aparato sensorial no tienen un efecto discernible sobre nuestra mente durante el dormir. Esto es verdad hasta para sensaciones que durante la vigilia calificaríamos de bastante intensas. Existen personas que pueden dormir durante una fuerte tormenta sin despertarse ni soñar, pese al hecho de que su sentido del oído sea normal. El segundo factor es que una impresión sensorial perturbadora puede tener el efecto de despertar directamente al que duerme, sin sueño alguno, por lo menos en lo que uno puede afirmar. Esto es obvio en particular en aquellas ocasiones en que dormimos ―con el oído despierto‖ o ―con un ojo abierto‖, como en el caso de los padres que tienen un hijo enfermo. En tal caso alguno de los padres puede despertarse inmediatamente al primer sonido perturbador que provenga del niño, por ligero que sea en su intensidad. La segunda categoría del contenido latente del sueño comprende pensamientos e ideas conectados con las actividades y preocupaciones del soñador en su vida habitual de vigilia y que mientras duerme permanecen activos en su mente en forma inconsciente. A causa de su continua actividad tienden a despertar al que duerme del mismo modo en que tienden a hacerlo los estímulos sensoriales. Si el que: duerme en vez de despertar sueña, tales pensamientos e ideas actúan como contenido latente del sueño. Los ejemplos son innumerables. Incluyen toda la variedad de los intereses y recuerdos a los que habitualmente tiene acceso el ego, con todos los sentimientos de esperanza o temor, orgullo o humillación, atracción o repugnancia que suelen acompañarlos. Pueden ser pensamientos relacionados con una fiesta de la noche anterior, pueden referirse a una tarea inconclusa, pueden anticipar algún acontecimiento feliz futuro o cualquier otra cosa que uno quiera imaginar que sea de interés corriente para el que duerme. La tercera categoría comprende uno o varios impulsos del ello que, por lo menos en su forma original e infantil, están impedidos por las defensas del ego en su acceso a la conciencia o a la gratificación directa durante la vigilia. Esta es la parte del ello que Freud denominó ―reprimida‖ en su monografía sobre la hipótesis estructural del aparate psíquico (Freud, 1923), aunque luego se inclinó por el punto de vista, ahora aceptado por la generalidad de los psicoanalistas, de que la represión no es la única defensa que el ego emplea contra los impulsos de! ello que no pueden ser admitidos en la conciencia. No obstante, la palabra original, ―reprimido‖, sigue siendo de uso común para denominar esa parte del ello. Aceptado esto podemos decir que la tercera categoría del contenido latente del sueño en un determinado sueño es un impulso o impulsos provenientes de la parte reprimida del ello. Puesto que las defensas más importantes y de mayor alcance del ego contra el ello son aquéllas instituidas durante el período preedípico y edípico en la niñez, se deduce que el contenido principal del ello reprimido son los impulsos de los primeros años. De acuerdo con esto, la parte del contenido la-tente del sueño que deriva de lo reprimido suele ser pueril o infantil, es decir, que consiste en un deseo que nace de la primera infancia y que es apropiado para ella. Como podemos ver, esto contrasta con las dos primeras categorías del contenido latente del sueño que comprendan, respectivamente, las sensaciones corrientes y preocupaciones corrientes. Naturalmente que en la infancia lo ¡pueril y lo corriente coincidirán. Pero en lo que respecta a los sueños de los últimos tiempos de la infancia y de la vida adulta, el contenido de los mismos tiene dos fuentes, una en el presente y otra en el pasado. Como es natural, deseamos conocer cuál es la importancia relativa de las tres partes del contenido latente y si han de hallarse las tres en el contenido latente de todo sueño. En cuanto a la primera cuestión, Freud (1933) declaró en forma inequívoca que la parte esencial del contenido latiente es la que proviene del ello reprimido. Consideraba que ésta es la parte que hace el aporte mayor de energía psíquica necesaria para soñar y sin cuya participación no puede haber sueños. Un estímulo sensorial nocturno, por intenso que sea, debe contar —según lo expresó Freud— con la ayuda de uno o más deseos del ello reprimido para que pueda dar origen a un sueño, y lo mismo vale para las preocupaciones del período de vigilia, por compulsivas que puedan ser en la atención y en el interés del que duerme. En cuanto a la segunda cuestión, se deduce de nuestra contestación a la primera que la parte esencial del contenido latente de todo sueño está constituida por uno o más deseos o impulsos de lo reprimido. También parece ser verdad que por lo menos algunas preocupaciones del período de vigilia habitual forman parte de todo contenido latente de los sueños. Las sensaciones nocturnas, en cambio, no pueden ser demostradas en ese contenido latente, aunque desempeñan un papel conspicuo en algunos sueños. Deseamos ahora considerar la relación entre el contenido latente y el sueño manifiesto o, para ser más específicos, los elementos y el contenido manifiesto del sueño. Según el sueño, la relación puede ser muy simple o muy compleja, pero hay un elemento que es constante. El contenido latente es inconsciente, mientras que el contenido manifiesto es consciente. Por tanto, la relación más simple posible entre ambos sería la de que el contenido latente se hiciera consciente. Es posible que esto ocurra a veces en el caso de los estímulos sensoriales durante el dormir. Por ejemplo, una persona puede enterarse por la mañana, al despertar, de que durante la noche, mientras dormía, pasaron las autobombas y entonces podrá recordar que oyó una sirena de bomberos durante el lapso en que estuvo dormido. Pero quizá debiéramos inclinarnos a considerar a una experiencia de ese tipo como de transición o limítrofe entre la percepción ordinaria de la vigilia y un sueño típico, en vez de considerarla como un sueño verdadero. Aun podríamos sospechar que el durmiente despertó por un instante al oír el toque de la sirena, aunque debemos admitir que esto no puede ser más que una suposición nuestra. De cualquier manera, para nuestros propósitos actuales haremos mejor en confinarnos a la consideración de fenómenos que sean sueños en forma incuestionable.. De éstos, es en sueños de la primera infancia que hallaremos la relación más simple entre el contenido latente y el manifiesto. Por un motivo, en tales sueños no es preciso distinguir entre preocupaciones habituales e infantiles: son uno y lo mismo. Por otro motivo, no existe aún una distinción clara entre ello reprimido y el resto, puesto que el niño muy pequeño no tiene todavía su ego desarrollado al punto de haber erigido defensas permanentes contra cualquiera de los impulsos del ello. Tomemos como ejemplo el sueño de un niño de dos años cuya madre acaba de volver del hospital con un nuevo bebé. A la mañana siguiente del retorno de la madre el niño informa de un sueño suyo con este contenido manifiesto: ―Vi nene irse‖. ¿Cuál fue el contenido latente de ese sueño? Por lo común se trata de algo que sólo podemos determinar por las asociaciones del soñador, es decir por el empleo del método psicoanalítico. Es natural que un niño de dos años no pueda comprender ni cooperar en forma consciente en una empresa tal. Pero en este caso podemos tomar justificadamente la propia conducta y actitud del niño para con su hermanito, que eran hostiles y de repulsa, como los equivalentes de las asociaciones al contenido manifiesto del sueño. Si lo hacemos podemos llegar a la conclusión de que el contenido latente era un impulso hostil hacia el recién nacido y un deseo de destruirlo o librarse de él. Ahora bien, ¿qué relación existe entre el contenido latente y el manifiesto en el sueño de nuestro ejemplo? La respuesta parece ser que el contenido manifiesto difiere del latente en los siguientes aspectos. Primero, como ya lo hemos dicho, en que aquél es inconsciente y éste es consciente. Segundo, el contenido manifiesto consiste en una imagen visual, mientras que el latente es algo así como un deseo o un impulso. Por fin, el contenido manifiesto es una fantasía que representa al deseo o impulso latente gratificado, es decir, que se trata de una fantasía que es en esencia la gratificación de un deseo o impulso latente. Podemos decir entonces que en el caso que hemos elegido como ejemplo, la relación entre el contenido latente y el manifiesto es que el sueño manifiesto es una fantasía consciente de que el deseo latente ha sido o está siendo gratificado, expresada bajo la forma de una imagen o experiencia visual. En consecuencia, el trabajo del sueño en este ejemplo consistió en la formación o selección de una fantasía cumplimentadora del deseo y su representación en forma visual. Esta es la relación que se produce entre el contenido latente y el manifiesto de todos los sueños de la temprana infancia, en cuanto podemos saber. Más aún, es el patrón básico seguido en los sueños de la infancia posterior y en la vida adulta, aunque en los sueños más complejos de estas edades el patrón es más trabajado y complicado por factores que pronto discutiremos. Antes, empero, debemos consignar que el proceso de soñar es en esencia un proceso de gratificación de un impulso del ello en una fantasía. Ahora podemos comprender mejor cómo ocurre que un sueño haga posible a un durmiente el seguir durmiendo en vez de despertarse por la actividad mental inconsciente y perturbadora. Es a causa de que el impulso o deseo perturbador del ello, que forma parte habitual del contenido latente del sueño, se ve gratificado en una fantasía y de ese modo pierde por lo menos algo de su urgencia y, por tanto, de su poder para despertar al durmiente. A la inversa, comprendemos que el hecho de que el sueño suela ser una satisfacción de un deseo se debe a la naturaleza del contenido latente, que después de todo es el iniciador del sueño así como su fuente principal de energía psíquica. El elemento del ello que desempeña este papel en el contenido latente puede sólo presionar constantemente en busca de gratificación, pues es la naturaleza misma de los impulsos instintivos de los que deriva. Lo que sucede en un sueño es que se logra una gratificación parcial por medio de la fantasía, ya que la gratificación total mediante la acción apropiada está imposibilitada por el hecho de dormir. Puesto que la movilidad está impedida se emplea la fantasía como sustituto. Si expresamos la misma idea en términos de energía psíquica, diremos que la catexia asociada al elemento del ello en el contenido latente activa el aparato psíquico para llevar a cabo el trabajo do! sueño y logra una descarga parcial por medio de la imagen de fantasía que satisface el deseo y que constituye el sueño manifiesto. En este punto debemos tomar en cuenta el hecho obvio de que el contenido manifiesto de la mayoría de los sueños de los últimos tiempos de la niñez y los de la vida adulta no son en absoluto reconocibles como un cumplimiento de deseos a primera o siquiera a segunda vista. Algunos sueños tienen, por cierto, como contenido manifiesto imágenes tristes o aun aterradoras, y este hecho ha sido citado repetidas veces en los últimos cincuenta años como argumento contra la afirmación de Freud de que todo sueño manifiesto es el cumplimiento en fantasía de un deseo. ¿Cómo se puede explicar esta discrepancia aparente entre nuestra teoría y los hechos obvios? La respuesta a este interrogante es muy simple. Como hemos dicho, en el caso de los sueños de la primera infancia el contenido latente da origen, por medio del trabajo del sueño, al sueño manifiesto, que es una fantasía de la satisfacción del deseo o impulso que constituye el contenido latente. Esta fantasía la experimenta el soñador bajo la forma de impresiones sensoriales. La misma relación obvia entre el contenido latente y el manifiesto de un sueño se encuentra a veces en los sueños de la vida posterior. Estos sueños se asemejan mucho a los simples de la primera infancia. No obstante, es más frecuente el caso de que el contenido manifiesto de un sueño en estos años posteriores sea la versión disfrazada y distorsionada de una fantasía ejecutora de un deseo, experimentada en forma predominante como una imagen visual o una serie de imágenes visuales. El disfraz y distorsión a menudo son tan grandes que el aspecto de satisfacción del deseo en el sueño manifiesto es por completo irreconocible. Sin duda, como todos sabemos, el sueño manifiesto es a veces un almodrote o mezcla' confusa de elementos en apariencia no relacionados y que no parece tener sentido alguno y menos aún constituir la representación del cumplimiento de un deseo. Otras veces, el disfraz y la distorsión se hallan presentes en tan alto grado que el sueño manifiesto se experimenta en realidad como atemorizante y no bienvenido, en vez de poseer el carácter placentero que podríamos esperar que tuviera una fantasía ejecutora de un deseo. Es el trabajo del sueño el que crea el disfraz y la distorsión que son características prominentes de los sueños manifiestos de la segunda infancia, y de la vida adulta. Estamos interesados en saber qué procesos están involucrados en el trabajo del sueño y cómo cada uno de ellos contribuye a disfrazar al contenido latente de modo que ya no es reconocible en el sueño manifiesto. Freud pudo demostrar que existen dos factores principales a considerar en conexión con el trabajo del sueño y que también hay otro factor subsidiario. El primer factor principal, que es sin duda la esencia misma del trabajo del sueño, consiste en que se trata de una traducción al lenguaje del proceso primario de aquellas partes del contenido latente que no están ya expresadas en ese lenguaje, seguida de una condensación de todos los elementos del contenido latente en una fantasía ejecutora del deseo. El segundo factor, principal está integrado por las operaciones defensivas del ego, que ejerce una influencia profunda sobre el proceso de traducción y de formación de la fantasía, influencia que Freud asemejó con la de un censor de noticias con amplios poderes para suprimir los términos objetables. El tercer factor subsidiario, es lo que Freud denominó elaboración secundaria. Consideremos ahora estos factores en forma sucesiva. En primer lugar, como hemos dicho, el trabajo del sueño consiste en una traducción al lenguaje del pensamiento de proceso primario de esa parte del contenido latente del sueño que se expresa originariamente según el proceso secundario. Por lo general esto incluirá lo que hemos denominado preocupaciones e intereses de la vida diaria. Más aún, como Freud lo señaló, esta traducción se produce en una determinada manera. El la expresó diciendo que existe un miramiento por la posibilidad de expresar el resultado de la traducción bajo la forma de una imagen visual, plástica. Este miramiento por la representatividad plástica, claro está, corresponde al hecho de que el sueño manifiesto consiste principalmente en tales imágenes. Un miramiento semejante se ejerce conscientemente en algunas actividades de la vida normal en la vigilia, como por ejemplo en las charadas y en la realización d(e jeroglíficos e historietas mudas. Otra consideración que sin lugar a duda afecta este proceso de traducción en el trabajo del sueño es la naturaleza de los elementos del sueño latente que ya se encuentran en el lenguaje del proceso primario, es decir, los recuerdos, imágenes y fantasías asociados al deseó o impulso proveniente del ello reprimido. Al mismo tiempo, de las diversas, o quizá de las muchas fantasías de gratificación que están asociadas al impulso reprimido, el trabajo del sueño elige aquella que con mayor facilidad pueda ponerse en conexión con las preocupaciones corrientes traducidas de la vigilia. Todo esto es una forma necesariamente burda de decir que el trabajo del sueño realiza una aproximación lo más estrecha posible entre los diversos elementos latentes del sueño en el curso de la traducción al lenguaje del proceso primario de aquellas partes del contenido latente que necesitan ser traducidas, mientras que al mismo tiempo crea o elige una fantasía que representa la gratificación del impulso del ello reprimido que .es sólo una parte del contenido latente. Como dijimos en el párrafo previo, todo esto se hace atento a la representatividad visual. Además, el proceso de aproximación que acabamos de describir hace posible que una sola imagen represente en forma simultánea varios elementos latentes del sueño. Esto determina un alto grado de lo que Freud denominó ―condensación‖, lo cual es decir que, por lo menos en la vasta mayoría de los casos, el sueño manifiesto es una versión sumamente condensada de los pensamientos, sensaciones y deseos que constituyen el contenido latente del sueño. Antes de proceder a una discusión del papel desempeñado en el trabajo del sueño por las defensas del ego, debemos hacer una pausa para inquirir si esa parte del trabajo del sueño que ya hemos estudiado es responsable en alguna extensión del disfraz y la distorsión que como hemos dicho son características de la mayoría de los sueños manifiestos y, si así fuera, qué importancia posee dicha parte en ese sentido. Es comprensible que la expresión de las preocupaciones cotidianas de la vigilia en el lenguaje del proceso primario deba resultar en un grado considerable de distorsión de su significado y contenido. Pero el lector podría muy bien preguntar por qué esta operación psíquica debe ejercer el efecto de hacer que el resultado final sea incomprensible para el que sueña. Después de todo, la persona que crea una historieta, una charada o un jeroglífico puede comprender el significado de sus imágenes, pese al hecho de que su significado ha sido expresado en el lenguaje del proceso primario. En realidad, el significado de estas creaciones lo captan mejor muchas personas que el mismo creador. Más aún, las ideas expresadas en el lenguaje del proceso primario nos resultan inteligibles en otras situaciones, como por ejemplo en el caso de los chistes, como vimos en el capítulo VI. ¿Por qué, entonces, debe un sueño manifiesto ser ininteligible sólo por el hecho de que contiene ideas expresadas por medio del proceso primario? Una parte de la respuesta a este interrogante surgirá de lo que sigue. Los chistes, las historietas, los jeroglíficos y hasta las charadas se crean con Un requisito especial, el de que sean inteligibles. Deben comunicar un significado a un auditorio real o posible, si es que han de ser ―buenos‖. Un sueño manifiesto, en cambio, no está sometido a tal restricción. Es el mero resultado final de un proceso que tiende a la gratificación de un deseo en una fantasía o, expresado de otra manera, a la descarga de suficiente energía psíquica asociada al contenido latente del sueño como para evitar que este contenido despierte al que duerme. No sorprende, por tanto, que el sueño manifiesto no sea en general comprensible de inmediato ni siquiera para el mismo que lo soñó. Empero, el segundo de los factores principales que hemos mencionado como participantes en el trabajo del sueño desempeña un papel mucho más importante en el disfraz del contenido latente del sueño y en el hacer que el sueño manifiesto sea ininteligible. Este segundo factor, como el lector recordará, es la actuación de las defensas del ego. Podemos consignar de paso que la primera descripción de Freud de este proceso precedió en mucho a su formulación de la hipótesis estructural del aparato psíquico, de la que formaron1 parte los términos ―ego‖ y ―defensas‖. Por tal razón tuvo que crear un término para el factor en cuestión y el nombre que eligió fue el de ―censor onírico‖ o censura, que es un término propicio y evocativo. Con el fin de comprender con claridad la manera de obrar de las defensas del ego en el proceso de la formación del sueño manifiesto debemos reconocer que afecta las distintas partes del contenido latente del sueño en distinto grado. La parte del contenido latente que consiste en las sensaciones nocturnas no está por lo general sometida a la actuación defensiva del ego, a menos, quizá, que debamos considerar que el ego intenta negar todas esas sensaciones como consecuencia de su deseo de dormir. Empero, no estamos en realidad seguros de si esta actitud del que duerme con respecto a las sensaciones nocturnas es una defensa del ego en el significado habitual del vocablo y podemos, con tranquilidad, dejarlo a un lado para finalizar esta discusión. En contraste marcado con las sensaciones nocturnas, la parte del sueño latente que consiste en los deseos e impulsos del ello reprimido está directamente antagonizada por las defensas del ego. Sabemos que esta oposición es prolongada y de esencia permanente y que su presencia es la razón de que hablemos de ―lo reprimido‖. No tenemos dificultad, por tanto, en comprender que las defensas del ego tienden a oponerse a la aparición de esa parte del contenido latente del sueño en el sueño manifiesto, consciente, puesto que están en forma permanente antagonizadas en cuanto a su aparición en la conciencia también durante la vigilia. Es esta oposición de las defensas del ego a dicha I parte del contenido latente la que es responsable principal del hecho de que el sueño manifiesto sea tan a menudo incomprensible como tal y por completo irreconocible como imagen de fantasía ejecutora de un deseo. La porción restante del contenido latente del sueño es la que corresponde a las preocupaciones corrientes de la vida diaria y ocupa una posición con respecto a las defensas del ego que es intermedia en relación a las dos partes que acabamos de discutir. Muchas preocupaciones de la vida diaria son inobjetables para el ego, excepto, quizá, como perturbadoras potenciales del dormir. A algunas el ego las considera hasta placenteras y deseables. Pero existen otras preocupaciones habituales que son directamente desagradables para el ego como fuentes de angustia o de sentimiento de culpabilidad. Durante el sueño, por tanto, los mecanismos de defensa del ego intentan impedir el acceso a la conciencia de estas fuentes de desplacer. El lector recordará de nuestra discusión del Capítulo IV que es el desplacer, o la perspectiva de desplacer, lo que en general hace entrar en acción las del ego. En el caso de elementos latentes del sueño como los que estamos considerando, creemos que la intensidad de la oposición inconsciente del ego a ellos es proporcional a la intensidad de la angustia o de la culpa, es decir, del desplacer que está asociado a los mismos. Vemos entonces que las defensas del ego se oponen con fuerza a la entrada a la conciencia de la parte del contenido latente del sueño que deriva de lo reprimido y se oponen con mayor o menor fuerza, según el caso, a las diversas preocupaciones de la vigilia que también forman 'parte del contenido latente. No obstante, por definición, las sensaciones, esfuerzos y pensamientos inconscientes que denominamos el contenido latente del sueño tienen en realidad éxito en alcanzar la conciencia, donde aparecen en forma de sueño manifiesto. El ego no puede evitarlo, pero puede influir sobre el trabajo del sueño y lo hace para que el sueño manifiesto quede distorsionado en forma irreconocible y, por consiguiente, ininteligible. Así, la falta de comprensión de la mayoría de los sueños manifiestos no se debe sólo al hecho de que se expresan en el lenguaje del proceso primario sin preocupación por la inteligibilidad. La razón principal para que no sean comprensibles es que las defensas del ego los hacen así. Freud (1933), denominó al sueño manifiesto ―formación de compromiso‖, con lo que quiso decir que sus diversos elementos podían ser pensados como compromisos entre las fuerzas opuestas del contenido latente, por una parte, y de las defensas del ego, por la otra. Como veremos en el Capítulo VIII, un síntoma neurótico es, del mismo modo, una formación de compromiso entre un elemento del ello reprimido y las defensas del ego. Quizás un ejemplo simple puede ser útil en este punto. Supongamos que quien sueña es una mujer y que la parte del contenido latente del sueño derivada de lo reprimido es un deseo de relación sexual con el padre, originado en la fase edípica de la soñadora. Esto pudiera quedar representado en el sueño manifiesto —de acuerdo con una fantasía apropiada para ese período de la vida— por una imagen de la mujer y de su padre luchando entre sí, acompañada de una sensación de excitación sexual. No obstante, si las defensas del ego se oponen a esa expresión indisimulada del deseo edípico, la excitación sexual puede no lograr acceso a la conciencia, con el resultado de que el elemento del sueño manifiesto se reduce a una mera imagen de la lucha con el padre, sin excitación sexual concomitante. Si aun esto se halla demasiado próximo a la fantasía original para que el ego lo tolere sin angustia o culpa, puede no aparecer la imagen del padre y sí, en vez, una imagen de la que sueña luchando con algún otro, verbigracia, su propio hijo. Si la imagen de pelear estuviera aún demasiado • próxima a la fantasía original podría ser remplazada por alguna otra actividad física como, por ejemplo, bailar, de modo que el contenido manifiesto del sueño será la mujer que sueña bailando con el hijo. Si hasta esto le pareciera objetable al ego podría, en vez, aparecer en el sueño la imagen de una mujer desconocida con un niño que sea el hijo y en una habitación de piso lustrado. Debiéramos concluir esta serie de ejemplos con las palabras ―y así sucesivamente‖, puesto que las posibilidades de disfrazar la verdadera naturaleza de cualquier elemento del contenido latente del sueño son prácticamente, infinitas. En realidad, claro está, es el equilibrio entre la intensidad de las defensas v. la del elemento latente lo que determina cuán próxima o cuán distante sea la relación entre el sueño latente y el manifiesto, esto es, cuánto disfraz se haya incorporado al elemento del sueño latente durante el trabajo del sueño. Precisamente, en el ejemplo del párrafo anterior, el lector debe comprender que cada una de las imágenes manifiestas del sueño descritas es una posibilidad aparte que puede aparecer en un determinado sueño bajo circunstancias adecuadas. El ejemplo no pretende implicar que en un sueño determinado primero se pruebe el contenido manifiesto ―A‖; luego, si el ego no tolera el ―A‖, lo sustituye por el ―B‖; si el ―B‖ no aparece en el sueño manifiesto, entonces el ―C‖, etc. Como podía esperarse, nuestro ejemplo no trató en forma exhaustiva, ni siquiera sugirió, la diversidad de ―formaciones de compromiso‖ factibles entre la defensa y el contenido latente. Cualquier cosa que se aproxime a una lista completa de tales posibilidades estaría más allá del panorama de este capítulo, pero hay algunas importantes o típicas que deben ser mencionadas. Por una parte, lo que puede estar asociado en el contenido latente puede aparecer en el contenido manifiesto ampliamente separado en partes. Así, la soñadora de nuestro ejemplo puede verse luchando con alguien en alguna parte del sueño manifiesto mientras el padre se halla presente en otra cualquiera distinta. Tales desdoblamientos o multiplicaciones de las conexiones son resultados comunes en el trabajo del sueño. Otro fenómeno de ―compromiso‖ común es que una parte, o aun todo el sueño manifiesto sea muy vago. Como Freud lo señaló, esto indica en forma invariable que la oposición de las defensas a los elementos correspondientes del sueño latente es muy grande. Es verdad que las defensas no fueron bastante fuertes como para evitar que aun esa parte del sueño manifiesto apareciera en la conciencia, pero fueron lo bastante fuertes como para impedir que fuera más que semiconsciente o vaga. Los afectos o emociones que pertenecen al contenido latente del sueño también están sometidos a una diversidad de vicisitudes por el trabajo del sueño. Ya hemos ilustrado la posibilidad de que una emoción tal, que en el caso de nuestro ejemplo fue la excitación sexual, puede no aparecer en absoluto en el contenido manifiesto. Otra posibilidad es que la emoción pueda aparecer muy disminuida en su intensidad o alterada en su forma. Así, por ejemplo, lo que fuera ira en el contenido latente puede aparecer como fastidio o como un moderado disgusto en el contenido manifiesto, o aun puede estar representado por una noción de no estar fastidiado. En estrecha relación con esta última alternativa está la posibilidad de que un afecto perteneciente al contenido latente del sueño puede estar representado en el contenido manifiesto por su antagonista. Un deseo latente puede, por tanto, aparecer como una repugnancia manifiesta o, viceversa, el odio puede aparecer como amor, la tristeza como alegría y así sucesivamente. Tales cambios, claro está, representan un ―compromiso‖, en el sentido freudiano de la palabra, entre el ego y el contenido latente e introducen un enorme elemento de disimulo en el sueño manifiesto. Ninguna consideración acerca de los afectos en los sueños estará completa si no incluye ese sentimiento particular de la angustia. Como mencionáramos con anterioridad en este capítulo, algunos de los críticos de Freud han intentado negar su afirmación de que todo sueño manifiesto es la satisfacción de un deseo sobre la base de que existe todo un grupo de sueños en los cuales la ansiedad es un carácter prominente del contenido manifiesto. En la literatura psicoanalítica se suele conocer a estos sueños como sueños angustiosos. En la literatura no analítica se denominan pesadillas a aquellos más graves. El estudio psicoanalítico más extenso de estas últimas lo realizó Jones (1931). En general podemos decir de los sueños angustiosos que señalan un fracaso de las operaciones defensivas del ego. Lo que ha sucedido es que un elemento del contenido latente ha tenido éxito, pese a los esfuerzos de las defensas del ego, en forzar su camino hacia la conciencia, esto es, hacia el contenido manifiesto del sueño, en forma que es demasiado directa o demasiado reconocible para que el ego lo pueda tolerar. La consecuencia es que el ego reacciona con angustia. Sobre esta base podemos comprender, como Jones lo señaló, que las fantasías edípicas aparezcan en el contenido manifiesto de la clásica pesadilla con relativamente escaso disfraz y que, por cierto, la gratificación sexual y el terror no sea raro que se presenten juntos en la porción manifiesta o consciente de tales sueños. Hay otra clase de sueños que está estrechamente relacionada con los sueños angustiosos y que suelen conocerse como sueños punitivos. En estos sueños, como en muchos otros, el ego anticipa la culpa —la condenación del superego— si la parte del contenido latente que deriva de lo reprimido debiera hallar una expresión demasiado directa en el sueño manifiesto. En consecuencia, las defensas del ego se oponen a la emergencia de esta parte del contenido latente, lo que tampoco difiere de lo que ocurre en la mayoría de los otros sueños. No obstante, el resultado de los llamados sueños punitivos es que el sueño manifiesto, en vez de expresar una fantasía más o menos disfrazada de la ejecución de un deseo reprimido, expresa una fantasía más o menos disimulada del castigo por el deseo en cuestión: un ―compromiso‖ por cierto extraordinario entre el ego, el ello y el superego. En este punto debemos plantear una cuestión que pudiera ya habérsele ocurrido al lector. Hemos dicho que en sueños un deseo o impulso inconsciente del ello reprimido aparece en la conciencia, más o menos disfrazado, como una imagen fantástica satisfactoria del deseo que constituye el sueno manifiesto. Ahora bien, por definición, esto es precisamente lo que un impulso perteneciente a lo reprimido no puede hacer. Es decir, hemos definido ―lo reprimido‖ como comprendiendo aquellos impulsos del ello y sus fantasías y directamente asociados y demás cuyo acceso directo a la conciencia traban en forma permanente las defensas del ego. ¿Cómo puede entonces lo reprimido aparecer en la conciencia en un sueño? La respuesta a esta cuestión yace en la psicología del dormir (Freud, 1916). Al dormir, quizá a causa de que la traducción en movimiento está impedida en forma eficaz, la intensidad de las defensas del ego disminuye en forma considerable. Es como si el ego dijera: ―No tengo que preocuparme por esos impulsos objetables: nada pueden hacer mientras yo esté dormido y en la cama‖. Por otra parte, Freud supuso que las catexias de los impulsos a disposición de lo reprimido, es decir, la intensidad con que presionan para hacerse conscientes no se reduce en modo apreciable durante el sueño. Así el dormir tiende a producir un relativo debilitamiento de las defensas contra lo reprimido, con el resultado de que éste tiene una probabilidad mejor de hacerse consciente durante el dormir que durante la vigilia. Debemos comprender que esta diferencia entre dormir y estar despierto es de grado y no de clase. Es verdad que al dormir un elemento de lo reprimido tiene una oportunidad mejor de entrar en la conciencia que durante la vigilia, pero como hemos visto, en muchos sueños las defensas del ego introducen o imponen un grado tan alto de distorsión y disfraz durante el trabajo del sueño que el acceso de lo reprimido a la conciencia apenas si es muy directo en aquellos casos. A la inversa, bajo ciertas circunstancias, elementos de lo reprimido pueden ganar acceso bastante directo a la conciencia durante la vigilia. Por ejemplo, en el Capítulo VI, en el caso del paciente que ―accidentalmente‖ volteó a un anciano por medio de su coche en una esquina de mucho tránsito ilustra cómo un impulso edípico de lo reprimido puede por un momento dominar la conducta y así lograr su expresión directa durante la vigilia. Puesto que no son raros otros fenómenos que ilustran este mismo tema, resulta claro que no podemos enfrentar directamente el sueño y la vigilia en ese sentido. No obstante, sigue siendo cierto que lo reprimido aparecerá en un sueño manifiesto más directamente de lo que puede hacerlo en un pensamiento consciente o en la conducta durante la vigilia. Como hemos dicho, existe aún otro proceso, mucho menos importante que los dos discutidos hasta ahora, que contribuye a la forma final del sueño manifiesto y que puede contribuir a su falta de inteligibilidad. Este proceso bien puede considerarse la fase final del trabajo del sueño, aunque Freud prefirió separar a ambos. A este proceso final lo denominó elaboración secundaria. Con él quiso expresar los intentos de parte del ego de modelar el sueño manifiesto en una apariencia de lógica y coherencia. Puede decirse que el ego procura ―hacer sensible‖ al sueño manifiesto y al mismo tiempo tratar de que ―tengan sentido‖ cualesquiera impresiones que entren en sus dominios. Deseamos ahora decir unas pocas palabras acerca de una característica del sueño manifiesto a la que ya nos hemos referido varias veces y t que, en un plano puramente descrito, es su rasgo más típico. Se trata del hecho de que un sueño manifiesto consiste casi exclusivamente en impresiones visuales; por cierto que no es raro que sean exclusivas tales impresiones. No obstante, también pueden percibirse otras sensaciones como parte del sueño manifiesto. En el sueño manifiesto siguen, en frecuencia, a las experiencias sensoriales visuales las auditivas y, ocasionalmente, puede aparecer cualquiera de las otras modalidades de sensación. Tampoco es raro en modo alguno que pensamientos, o trozos de pensamientos, puedan aparecer como parte de un sueño manifiesto en la vida adulta como, por ejemplo, cuando el que soñó informa que ―vio a un hombre con una barba y que iba a visitar a un amigo suyo‖. No obstante, cuando tales pensamientos se presentan en un sueño manifiesto ocupa casi siempre una posición subordinada a las impresiones sensoriales. Como todos sabemos por nuestra propia experiencia, las impresiones sensoriales de un sueño manifiesto nos merecen un crédito absoluto mientras dormimos. Nos son tan reales como nuestras sensaciones de la vigilia. En este sentido los elementos del sueño manifiesto son comparables a las alucinaciones que se hallan a menudo como síntomas en casos de graves afecciones mentales. Por cierto que Freud (1916 b) se refirió a los sueños como psicosis transitorias, aunque no existe duda de que los sueños no son en sí fenómenos patológicos. El problema, por tanto, surge de responder por el hecho de que el resultado final del trabajo del sueño, es decir, el sueño manifiesto sea esencialmente una alucinación, aunque normal durante el dormir. En su primera formulación de la psicología del sueño, Freud (1900) explicó esta característica del sueño manifiesto en términos de lo que hemos sugerido en el Capítulo III que podía denominarse teoría telescópica del aparato psíquico. De acuerdo con esa teoría el curso normal de la descarga psíquica era del extremo perceptivo del aparato al extremo motor, donde la energía psíquica involucrada se descarga en forma de acción. Esta formulación estaba basada, sin duda, sobre el modelo del arco reflejo, donde el curso del impulso nervioso es desde el órgano sensorial, a través de las neuronas centrales, y al exterior por la vía motora. Freud sentó la proposición de que, puesto que la descarga motriz está bloqueada cuando se duerme, la vía que a través del aparato psíquico toma la energía psíquica del sueño es necesariamente invertida, con el resultado de que el extremo perceptivo del aparato concluye siendo activado en el proceso de la descarga psíquica y en consecuencia aparece una imagen sensorial en la conciencia, tal como lo hace cuando el sistema perceptivo es activado por un estímulo externo. Es por esta razón que una imagen sensorial de un sueño manifiesto le parece tan real al que la soñó. En términos de la teoría psicoanalítica actual —la llamada hipótesis estructural— tendríamos que formular nuestra explicación del hecho de que el sueño manifiesto es esencialmente una alucinación de la manera siguiente. Durante el sueño muchas de las funciones del ego quedan suspendidas en mayor o menor proporción. Como ejemplo ya hemos mencionado la disminución de las defensas del ego y el cese casi completo de la actividad motriz voluntaria. Lo que importa para esta argumentación es que durante el sueño hay también un impedimento marcado de la función del ego de análisis de la realidad, es decir, de su capacidad para diferenciar entre los estímulos de origen interno y externo. Además, también se produce durante el sueño una profunda regresión del funcionamiento del ego a un nivel característico de la vida muy temprana. Por ejemplo, el pensar se hace al modo del proceso primario antes que del secundario y hasta es esencialmente pre verbal, esto es, que consiste en su mayor parte en imágenes sensoriales, con un neto predominio de las visuales. Quizá la pérdida del criterio de la realidad es una mera consecuencia de la regresión de largo alcance del ego que se produce al dormir. Es entonces, de cualquier manera, que existe tanto una tendencia del pensamiento a ser de tipo pre verbal, principalmente de imágenes visuales, y una incapacidad de parte del ego de reconocer que estas imágenes surgen más bien de estímulos internos que de los externos. Es como resultado de estos factores, creemos, que el sueño manifiesto consiste en esencia en una alucinación visual. Un hecho de fácil observación que habla en favor de esta explicación basada en la hipótesis estructural en oposición a la explanación apoyada en la hipótesis telescópica es el siguiente. Durante muchos sueños no se pierde por completo el criterio de la realidad. El soñador tiene noción en cierto grado, hasta cuando está soñando, de que lo que está experimentando no es real, que es ―soñó un sueño‖. Tal conservación parcial del criterio de la realidad es difícil de conciliar con la dilucidación sostenida por la hipótesis telescópica. Es, no obstante, perfectamente compatible con la fundamentada en la hipótesis estructural Con esto concluye lo que tenemos que decir acerca de la teoría psicoanalítica de la naturaleza de los sueños. Hemos discutido las tres partes del sueño, es decir, el contenido latente, el trabajo del sueño y el contenido manifiesto, y hemos procurado indicar cómo actúa el trabajo del sueño y qué factores influyen en él. En la práctica, claro está, cuando uno intenta estudiar un sueño en particular, afronta un sueño manifiesto y tiene entonces la labor de dar con cuál pueda ser el contenido latente. Cuando se tiene éxito y se es capaz de descúbralo, se puede decir que se ha interpretado el sueño o descubierto su significado. La tarea de interpretar sueños está bastante limitada a la terapéutica psicoanalítica, puesto que por lo general requiere la técnica psicoanalítica. No discutiremos aquí la interpretación de los sueños porque es, en realidad, un procedimiento técnico y más apropiadamente una parte de la práctica psicoanalítica que de su teoría. CAPITULO VIII PSICOPATOLOGIA Las teorías psicoanalíticas concernientes a los trastornos mentales han variado y evolucionado en el curso de los últimos sesenta anos, tal como ocurrió con las teorías de los impulsos y del aparato psíquico. En este capitulo bosquejaremos esa evolución desde sus orígenes hasta la actualidad y condenaremos de un modo general los fundamentos de la teoría psicoanalítica de las perturbaciones mentales en su estado actual. Cuando Freud comenzó a tratar a sus pacientes mentalmente enfermos, la psiquiatría si había pasado su infancia. acababa de introducirse en la literatura psiquiátrica la denominación diagnostica de demencia precoz; neurastenia era la etiqueta aplicada de preferencia a la mayoría de los estados que hoy denominaríamos psiconeurosis; Charcot había recién triunfado en demostrara que los síntomas histéricos podían ser eliminados o inducidos mediante hipnosis; y se creía que la constitución neuropatía era la causa principal de toda enfermedad mental, adecuadamente favorecida por los esfuerzos y tenciones anormales por el andar frenético de la vida civilizada, es decir, la industrializada y la urbana. El lector recordara del capitulo I que la primera afección a la que Freud dedico su interés fue la histeria. Siguiendo una sugerencia de Breuer, trato varios casos de histeria mediante una forma modificada de terapia hipnótica que se denomino método catártico. Sobre la base de sus respectivas combinadas, llego a la conclusión de que los síntomas histéricos eran causados por los recuerdos inconscientes de sucesos que habían producido emociones intensas que por uno u otro motivo no pudieron ser expresadas o descargadas en forma adecuada en el momento mismo de producirse el hecho. Mientras esas emociones estuvieran impedidas de su expresión normal, persistiría el síntoma histérico. En esencia, por tanto, la teoría de histeria inicial de Freud, consistía en que los síntomas eran el resultado de traumatismos psíquicos, al parecer en individuos neurópatas congénitos o hereditarios. Como el mismo lo señalo, esta era una teoría puramente psicológica de la etiología. Por otra parte como resultado de la experiencia con otro grupo de enfermos mentales, a los que diagnostico como neurasténicos, desarrollo una teoría bien distinta sobre la etiología de esta afección, a la que considero que era exclusivamente la consecuencia de prácticas sexuales no higiénicas [1895]. Estas prácticas eran de dos clases y cada clase, según Freud, resultaba en un síntoma o grupo de síntomas distintos. La masturbación excesiva o las poluciones nocturnas correspondían al primer grupos de anomalías sexuales patogénicas. Producían síntomas de fatiga, indiferencia, flatulencia, constipación, cefalalgia y dispepsia. Freud propuso que el termino "neurastenia" se limitara a este grupo solo de pacientes. El segundo tipo de noxas sexuales comprendía cualquier actividad sexual que produjera un estado de excitación o estimulación sexual sin una liberación o descarga adecuada, por ejemplo, el coito interruptor o el cotejamiento sin satisfacción sexual. Tales actividades producen estados de angustia, mas típicamente bajo la forma de ataques de angustia, y Freud propuso que se diagnosticara ese estado como neurosis de angustia. Aclaro bien, aun hasta 1906, que consideraba que los síntomas de neurastenia y de neurosis de angustia eran las consecuencias de los efectos somáticos de perturbaciones del metabolismo sexual y creía que los estados en si eran trastornos químicos de la naturaleza de la tirotoxicosis y la deficiencia cortico adrenal. Con el fin de destacar su carácter especial, propuso que se agrupara la neurastenia y la neurosis de angustia como neurosis propiamente dichas, en oposición a la histeria y a las obsesiones, a las que propuso denominar psiconeurosis. El lector apreciara que las clasificaciones propuestas por Freud estaban básicamente basadas en la etiología y no solo en la sintomatología. Es mas, menciono en forma especifica, que un caso de neurastenia tenia que diagnosticarse solo cuando los síntomas típicos se acompañaran de una historia de excesiva masturbación o poluciones, puesto que sin tal antecedente podría tratarse de otra causa, por ejemplo, una parecía general o histeria. Es importante hacer resaltar este hecho por la razón de que aun hoy las habituales clasificaciones psiquiátricas de los tratarnos mentales que no son consecuencia de una enfermedad o lesión del sistema nervioso central están basadas en la sintomatología. Estas se conocen como clasificaciones descriptivas y en psiquiatría, como en cualquier otra rama de la medicina, las clasificaciones descriptivas de las enfermedades o trastornos son de relativamente escaso valor, puesto que un tratamiento apropiado depende de un conocimiento de la causa de los síntomas antes que de su naturaleza, y los mismos síntomas en dos pacientes distintos pueden tener causas por completo distintas. Es por tanto interesante consignar que desde sus primeros anos de labor con enfermos mentales, Freud intento ir mas allá de una clasificación peramente descriptiva para determinar categorías de trastornos mentales que se asemejan entre si por tener una causa común o, por lo menos, un mecanismo mental, subyacente, común. Mas aun hasta la época actual a continuado caracterizando a las teorías psicoanalíticas de las perturbaciones mentales su interés por la etiología y la psicopatología, antes que su mera sintomatología descriptiva. Desde 1900 en adelante, el mayor interés clínico de Freud indicio sobre aquellos trastornos mentales que denomino psiconeurosis, y las otras, las neurosis reales, dejaron de ser objeto de sus estudios. No obstante en su monografía sobre la angustia refirmo su convicción de que la clasificación de neurosis de angustia era valida (no menciono la neurastenia) y que estaba causada por una excitación sexual falta de su correspondiente satisfacción. Empero, ya no sostuvo que la neurosis de angustia era en esencia una perturbación endocrina, bioquímica. Atribuyo en vez la atribución de la angustia, que constituía el síntoma principal de la neurosis y que le daba nombre, a un mecanismo puramente psicológico. Supuso que las energías de los impulsos, que debían haber sido descargadas en un clímax sexual pero no lo fuero creaban un estado de tensión psíquica que eventualmente podía hacerse demasiado grande como para que el ego pudiera dominarla, con el resultado de que se generara en forma automática la angustia, como lo describimos en el capitulo IV. Es algo fácil establecer cual es el consenso de los psicoanalistas de hoy acerca de la neurastenia y la neurosis de angustia tales como Freud las describió. Se las estudiaba como identidades genuinas en el libro de texto habitual del psicoanálisis clínico (Fenichel, 1946), aun que rara vez se las menciona en la literatura periódica de psicoanálisis y no ha habido comunicaciones de casos clínicos desde la descripción original de Freud. Parece justo decir que en la práctica, de cualquier manera la categoría de las neurosis actuales ha dejado de formar parte significativa de la nosología psicoanalítica. El caso es bien distinto con respecto a la categoría de la psiconeurosis. Las primeras teorías de Freud concernientes a estos trastornos sufrieron una constante expansión y revisión que se prolongo por un periodo de treinta años. Estas alteraciones de la formulación teórica fueron siempre el resultado de nuevos datos con respecto a su psicopatología provenientes del tratamiento psicoanalítico de pacientes, método que por su misma naturaleza es al mismo tiempo el mejor que haya sido creado hasta ahora para la observación del funcionamiento mental. Las alteraciones y los agregados fueron muchos y rápidos durante los primeros años. Lo primero fue el reconocimiento de la importancia del conflicto psíquico en la producción de síntomas psiconeuróticos. El lector recordara que la conclusión de Freud en su trabajo con Breuer fue que los síntomas histéricos, y podríamos agregar que también los obsesivos, eran causados por algún suceso pasado y olvidado cuya emoción concomitante jamás se había descargado en forma adecuada. Pronto añadió a esto la formulación basada en nuevas observaciones y reflexiones de que para que un hecho o experiencia psíquicos sean patógenos deben repugnar al ego en forma tal que este trate de evitarlos o defenderse contra ellos (Freud, 1894 y 1896). El lector debe de tomar en cuenta que las palabras "ego" y "defensa" son los mismos vocablos que Freud uso treinta años mas tardes para formular la hipótesis estructural del aparato psíquico, pero querían decir algo muy distinto en su primera formulación. en ese entonces "ego" significaba el ser consiente y en particular sus normas éticas y morales, mientras que la palabra "defensa" tenia mas bien el significado de un repudio consiente antes que la importancia tan especial que se le asigno en la teoría posterior y que estudiamos en el capitulo IV. Freud considero que esta hipótesis se sostenía bien en los casos de histeria, obsesiones y, como él lo expreso, en "muchas fobias", y propuso por tanto que se agruparan tales casos como "psiconeurosis de defensa". Vemos aquí otra instancia del esfuerzo constante de Freud por establecer un sistema de clasificación de base etiológica en vez de uno que estuviera basado en la descripción de los síntomas mentales morbosos. Esta tendencia resulta particularmente clara en la presente ocasión, pues en aquel entonces Freud creía que algunas fobias, como por ejemplo, la agorafobia, y algunas obsesiones, como la manía de duda, eran síntomas de la neurosis de angustia misma, y que se debían por tanto a la descarga inadecuada de la excitación sexual, como una perturbación consiguiente del metabolismo sexual orgánico, en vez de un mecanismo puramente psicológico, como la defensa contra una experiencia repugnante. La incorporación siguiente a las formulaciones de Freud concernientes a la psicopatología de la psiconeurosis fue el resultado de su experiencia de que la búsqueda del hecho patógeno olvidado lleva en forma regular hasta un acontecimiento de la infancia del paciente relacionada con su vida sexual (Freud, 1896,1898). Propuso por tanto la hipótesis de que estas enfermedades mentales eran la consecuencia psíquica de una seducción sexual en la infancia por un adulto o un niño mayor. Sobre la base de su experiencia sugirió también que si el paciente había desempeñado un papel activo en la experiencia sexual patógena, o como luego se la denomino, traumática, su sintomatología psiconeurotica posterior seria la obsesiva. Si, por otra parte, su papel en la experiencia traumática había sido pasivo, sus síntomas posteriores serian de histeria. Esta es la teoría-que postula un determinado acontecimiento psíquico traumático de la infancia como la causa habitual de los síntomas psiconeuróticos de la vida posterior- que tanto aman los escritores de Hollywood, Broadway y de los "best-sellers". Por cierto que en tales versiones ficticias suele ignorarse el requisito teórico adicional de que la experiencia traumática sea sexual, y ello en deferencia hacia los múltiples perros guardianes de nuestra moral publica. Freud nunca abandono la idea de que las raíces de cualquier psiconeurosis de la vida posterior tiene su asiento en una perturbación de la vida sexual de la infancia y por cierto que este concepto sigue siendo hoy en día la piedra angular de la teoría psicoanalítica de estas afecciones. Sin embargo, pronto se vio forzado Freud a reconocer que en muchas ocasiones a las historias que sus pacientes les narraban de haber sido sexualmente seducidos en la infancia, eran, en realidad, fantasías y no recuerdos reales, aun cuando ellos mismos creyeran que eran ciertas. Este descubrimiento fue en un principio un golpe aplastante para Freud, quien se reprocho el haber sido la crédula victima de sus pacientes neurópatas y, en su desesperación y vergüenza, estuvo pronto a abandonar todas sus investigaciones psicoanalíticas para retomar el cálido regazo de la sociedad médica legal de la que sus inquisiciones lo habían excluido. uno de los grandes triunfos de su vida es el qu3e su desesperación fuera de corta duración y que haya podido ser capaz de rexaminar sus datos a la luz de nuevos conocimientos, y que en vez de abandonar el psicoanálisis diera un paso tan grande hacia adelante al reconocer que lejos de estar limitados en la infancia a sucesos traumáticos excepcionales como la seducción, los intereses y actividades sexuales formaban una parte normal de la vida psíquica humana desde la muy primera infancia (Freud, 1905). En una palabra, formulo la teoría de la sexualidad infantil que hemos estudiado en el capitulo II. Como resultado de su descubrimiento, la importancia de las experiencias traumáticas puramente accidentales en la etiología de las psiconeurosis disminuyo en forma importante y aumento la importancia de la constitución y herencia sexual del paciente como factor etiológico. Freud supuso en realidad, que los factores constitucionales y experienciales contribuían todos a la etiología de las psiconeurosis y que en algunos casos predominaban unos y en algunos casos, los otros (Freud, 1906). Este sigue siendo su punto de vista durante toda su vida y es la opinión que en general aceptan los psicoanalistas de hoy. Debemos agregar empero, que aunque las observaciones psicoanalíticas han aumentado desde 1906 nuestro conocimiento de esos factores etiológicos de tipo experiencial, la naturaleza misma de tales observaciones ha impedido que aumentara en forma sustancial nuestra noción de los factores constitucionales. Estudios recientes sobre el desarrollo del niño (Fries, 1953), han tenido por fin dilucidar la naturaleza de tales factores constitucionales, pero apenas si han pasado hasta ahora de su etapa de exploración. El descubrimiento de que la sexualidad infantil es un fenómeno normal llevo también a otros conceptos nuevos e interesantes. Por una parte, llevo a estrechar la distancia entre lo normal y lo psiconeuróticos; y, por otra, dio origen a una investigación concerniente a los orígenes de las perversiones sexuales y su relación con lo normal y lo psiconeuróticos. La formulación de Freud fue que en el curso del desarrollo normal de un individuo eran reprimidos algunos de los componentes de la sexualidad infantil que hemos estudiado en el capitulo II, mientras que el resto se incorporaba e la pubertad a la sexualidad adulta bajo la primacía de los órganos genitales. En la evolución de aquellos individuos videos que luego se tornarían psiconeuróticos el proceso de represión iba demasiado lejos. La represión excesiva se presume que crea una situación inestable que en la vida posterior, como resultado de un acontecimiento desencadenante, provoca el fracaso de la represión de la cual escapan los impulsos sexuales, infantiles, indeseados, por lo menos en parte, y dan origen a los síntomas psiconeuróticos. Por fin, en el desarrollo de esos individuos que se toman pervertidos sexuales, existe una persistencia anormal en la vida adulta de algún componente de la sexualidad infantil, como por ejemplo, el exhibicionismo o el erotismo anal. Como resultado, la vida sexual del pervertido adulto está dominada por ese componente particular -de la sexualidad infantil, en vez de los deseos genitales normales (Freud, 1905 b y 1906). El lector observará dos puntos en estas formulaciones. El primero es que ya expresaban la idea de que la represión es una característica de la evolución psíquica tanto anormal como la normal. Esta es una idea a la que nos hemos referido repetidas veces en el Capítulo IV, no sólo con respecto a la represión, sino también acerca de los otros mecanismos de defensa del ego. El segundo punto es que el concepto de un i impulso reprimido que escapa a la represión para crear un síntoma psiconeuróticos es muy similar al concepto que vimos en el Capítulo VII de un impulso del ello reprimido que durante el sueño escapa a las defensas del ego lo bastante como para generar un sueño manifiesto. Claro está que Freud tenía noción plena de esta similitud y de acuerdo con ella propuso la formulación de que un síntoma psiconeuróticos, como un sueño manifiesto, se trata de una formación de compromiso entre uno o más impulsos reprimidos y aquellas fuerzas de la personalidad que se oponen a la penetración de tales impulsos en el pensamiento y la conducta conscientes. La única diferencia reside en que el deseo instintivo latente de un sueña puede o no ser sexual, mientras que lo son siempre los impulsos reprimidos que producen los síntomas neuróticos. Freud fue capaz también de demostrar que los síntomas psiconeuróticos, como los elementos del sueño manifiesto tienen un significado, es decir, un contenido latente o inconsciente. Se podía demostrar que tales síntomas eran la expresión disfrazada y distorsionada de fantasías sexuales inconscientes. Esto llevó a la formulación de que una parte o toda la vida sexual del paciente psiconeurótico estaba expresada en sus síntomas. Hasta aquí hemos seguido la evolución hasta 1906 de las ideas de Freud concernientes a los trastornos mentales. Fue tal el genio de ese hombre y tan fructífero el método psicoanalítico que había creado y utilizado como técnica de investigación, que sus teorías en ese entonces contenían ya, en germen o totalmente desarrollados, los elementos principales de las formulaciones actuales. Como hemos visto, comenzó sus estudios con los conceptos corrientes en el pensamiento psiquiátrico de su tiempo, de acuerdo con el cual los trastornos mentales eran enfermedades de la mente que nada tenían en común con el funcionamiento mental normal, se los clasificaba sobre una base sintomática, descriptiva, y sus causas o se admitía francamente que eran ignoradas o se contestaba con factores vagos y generales como las tensiones de la vida moderna, el esfuerzo o la fatiga mental y una constitución neuropática. Hacia 1906 había triunfado en comprender los procesos psicológicos que subyacían en muchos trastornos mentales en grado tal que pudo clasificar a éstos sobre la base de la psicología o, si así lo deseáis, de su psicopatología en ves de hacerlo sobre la sintomatología. Más aún, había reconocido que no existía un amplio abismo entre lo normal y lo psiconeurótico, sino que, por lo contrario, las diferencias psicológicas entre ambos eran más bien de grado que de clase. Por último, dio un paso hacia la comprensión psicológica de las alteraciones del carácter, ejemplificadas en las perversiones sexuales, y comprendió que estos trastornos psíquicos también estaban relacionados con lo normal, en vez de estar neta y cualitativamente separados de él. Los estudios de Freud posteriores a 1906, así como los de otros investigadores, sirvieron en esencia para completar y revisar sus teorías de entonces concernientes a la psicopatología de los trastornos mentales con respecto a muchos detalles importantes. Sin embargo, no dieron origen a modificaciones de principios o de orientación fundamental. Aun hoy los analistas dirigen su atención a las causas psicológicas de un síntoma antes que al síntoma en Sí, aún piensan en tales causas en términos de conflicto psíquico entre las fuerzas instintivas y anti instintivas, y aún ven los fenómenos del funcionamiento y conducta mental humana como oscilando de lo normal a lo patológico en una forma muy semejante al espectro de un sólido incandescente en el cual no existe una línea neta que separe un color del siguiente, desde el rojo al violeta. Por cierto que hoy sabemos que algunos, por lo menos, de los que Freud denominó síntomas y conflictos psiconeuróticos se hallan presentes en todo individuo denominado normal. La ―normalidad‖ psíquica sólo puede definirse en forma arbitraria en términos relativos y cuantitativos. Por último, y en particular, los analistas contemplan aún la infancia toda en busca de hechos y experiencias responsables directos de los trastornos mentales de la vida posterior o coadyuvantes por lo menos de su desarrollo. En términos de la teoría psicoanalítica moderna, los que clínicamente denominamos trastornos mentales pueden ser mejor comprendidos y formulados como evidencias del mal funcionamiento del aparato psíquico en grados diversos y en varias formas. Como de costumbre, nos orientaremos mejor si adoptamos un enfoque genético. De lo que hemos dicho en los Capítulos II-IV está claro que existen muchas posibilidades de perturbaciones en el curso de los primeros años de la infancia, cuando las diversas partes o funciones del aparato psíquico están en su proceso de desarrollo. Por ejemplo, si se priva al niño de la estimulación y manejo físico normal de parte de la figura materna, en su primer año de vida, muchas de las funciones de su ego fracasarán en desarrollarse apropiadamente y su capacidad para relacionarse y tratar con su circunstancia exterior puede estar impedida en forma tal que se trasforme en un débil mental (Spitz, 1945). Luego, aún después del primer año de vida el desarrollo de las necesarias funciones del ego puede estar dificultado por un fracaso en el desarrollo de las identificaciones precisas, debido a una frustración excesiva o a una sobre indulgencia, con el resultado de que el ego es incapaz de ejecutar de la mejor manera su tarea esencial de mediador entre el ello y el medio con todo lo que esto implica en cuanto a dominar y neutralizar los impulsos, por una parte, y en cuanto a explotar al máximo las oportunidades de placer, por la otra. Si contemplamos las mismas dificultades desde el punto de vista de los impulsos, comprenderemos con facilidad que deben estar adecuadamente dominados, pero no es exceso. Muy escaso dominio de los impulsos producirá un individuo inadaptado o incapaz de formar parte de la sociedad a la que habitualmente pertenece el hombre. Por otra parte, la supresión excesiva de los impulsos llevará a resultados que en su modo también son indeseables. Si se suprime demasiado el impulso sexual y, en particular, sí esto ocurre demasiado pronto, el resultado es probable que sea el de un individuo cuya capacidad de gozar esté seriamente impedida. Si el impulso dominado en exceso es el agresivo, entonces el individuo puede ser incapaz de defender su propio derecho en lo que consideramos competencia normal con sus congéneres. Además, a causa de que la agresión no puede manifestarse contra los demás puede volverse contra sí mismo, y tornarse autodestructiva en forma más o menos abierta. También es posible que fracasen los procesos normales de formación del superego. Es decir, la compleja revolución psicológica que pone fin al período edípico puede descarriarse en alguna forma y en consecuencia, el superego será por demás riguroso, en exceso complaciente, o una mezcla inconsistente de ambos. De hecho todas estas posibilidades son reales y se producen. Claro está que en nuestro bosquejo hemos sido por demás esquemáticos. Por ejemplo, si se dominan muy Poco los impulsos, esto significa naturalmente que existen deficiencias concurrentes en las funciones del ego y del superego. En cambio, si el dominio de los impulsos es demasiado rígido, entonces es de presumir que el ego sea muy temeroso y el superego demasiado severo. Como dijimos en el Capítulo III, muchos de los intereses del ego, es decir, muchas de las actividades que elija como escapes para la energía impulsiva y como fuentes de placer, están seleccionados sobre la base de la identificación. Sin embargo, existe otro factor que a veces puede ser de importancia aún mayor que la identificación en la selección de una determinada actividad de este tipo. La elección en tales casos está determinada por un conflicto instintivo. Así, por ejemplo, el interés de un niño por el modelado o la pintura puede estar determinado por un conflicto particularmente urgente con su deseo de pincelar con sus heces y no por la necesidad o el deseo de identificarse con un pintor. En forma similar, la curiosidad científica puede derivar de una intensa curiosidad sexual de la infancia, y así sucesivamente. Los dos ejemplos que acabamos de dar podemos, como es natural, considerarlos favorables en cuanto concierne al Desarrollo del individuo. Son ejemplos de ese resultado del conflicto de los instintos que estudiamos en el Capítulo IV con el nombre de sublimación. No obstante, puede suceder que un conflicto instintivo se resuelva o, por lo menos, se tranquilice por una restricción o inhibición de la actividad del ego en vez de por una ampliación de ella como ocurre en la sublimación. Un ejemplo simple de esto lo da la incapacidad del niño, por otra parte brillante, para aprender aritmética, porque hacerlo sería competir con el hermano mayor dotado en esta determinada dirección. La inhibición autoimpuesta sobre su actividad intelectual lo protege de algunos de los sentimientos dolorosos que surgen de la rivalidad por celos con su hermano. Tales restricciones de los intereses o actividades del ego pueden tener poca consecuencia en la vida de un individuo o pueden, en cambio, ser en extremo deletéreas. No es raro, por ejemplo, que un individuo resista en forma inconsciente el éxito en la vida con tanta resolución como el niño del ejemplo anterior se resistía a la aritmética y por la misma razón esencial, es decir, de poner término de una vez por todas al conflicto instintivo que de otra manera sería intensamente desplacentero. Además las severas restricciones del ego sirven para satisfacer la exigencia del superego de castigo o penitencia. Y para complicar aun más la cuestión, no todas las restricciones del ego que surgen por conflictos instintivos ponen al niño en desacuerdo con su ambiente, como podría hacerlo su incapacidad para la aritmética. Por ejemplo, la conducta ejemplar de un niño pequeño puede ser un intento desesperado, autoimpuesto, de ganar el amor de quienes lo rodean en vez de seguir sufriendo el continuo desplacer de estar en violento conflicto con ellos. ¿Es esto malo o bueno para el niño y en qué difiere de la buena conducta normal? El mismo tipo de preguntas surge en relación con las regresiones y fijaciones que pueden producirse en la esfera del ello, del ego o de ambos. Por ejemplo, en un determinado individuo la resolución del complejo de Edipo puede cumplirse sólo a expensas de una regresión parcial de su vida instintiva a un nivel anal, con el resultado, digamos, de que permanece durante toda su vida con un interés inusitado por sus propios procesos y productos anales, así como con una tendencia a recoger y acumular todo lo que se pone a su alcance. Como hemos dicho en el Capítulo II, tales regresiones instintivas suelen llegar a un punto de fijación previa y consideramos que la fijación facilita efectivamente la regresión. En nuestro ejemplo, hemos supuesto que la analidad del sujeto era regresiva. En otro caso puede, en vez, deberse a una fijación, con el mismo resultado final en esencia. Como otro ejemplo, esta voz en la esfera del ego, puede haber una regresión parcial, como resultado de los conflictos edípicos, en la relación del ego con los objetos, de modo que desde ese momento los objetos de su circunstancia sólo son importantes para él en cuanto puedan gratificar sus deseos, con el resultado de que ningún objeto tiene una catexia permanente o muy duradera. En este ejemplo, como en el primero, el mismo resultado puede ser en otro caso la consecuencia de una fijación en vez de regresión. Tales restricciones del ego, así como tales fijaciones y regresiones de tanto el ego como el ello cual las que acabamos de describir, producen rasgos del carácter que tenderemos a denominar normales si no interfieren en forma indebida con el placer en extensión apreciable y no ponen al sujeto en conflicto con su circunstancia. Aquí hemos de volver a destacar que no existe una línea divisoria neta entre lo normal y lo anormal. La distinción tiene sólo un carácter pragmático y la elección de por dónde deberá trazarse es necesariamente una distinción arbitraria. Por ejemplo, consideramos que la formación del superego es una consecuencia natural de los severos conflictos instintivos de la fase edípica y, sin embargo, será justo por cierto caracterizar un aspecto de la formación del superego como una imposición permanente de ciertas inhibiciones o restricciones sobre tanto el ego como el ello con el fin de poner término a una situación de peligro surgida de los conflictos edípicos. Desde un punto de vista puramente teórico podríamos evitar la acusación de arbitrariedad con sólo considerar todas las posibilidades que hemos discutido en los últimos párrafos como formas distintas en las que el aparato psíquico puede evolucionar y funcionar, sin intentar caracterizarlas como normales o anormales. Sin embargo, el clínico, consultado por personas acongojadas o en conflicto con su circunstancia, debe arriesgar el ser calificado de arbitrario y ha de trazar una división en algún punto entre lo que considera normal y lo que es patológico, y que requiere o no su preocupación y tratamiento, según sea el caso. Como ya hemos dicho, la distinción entre lo normal y lo patológico, entre los patrones de desarrollo y funcionamiento que hemos discutido a lo largo de las últimas páginas o tiende a hacerse sobre la base de cuánto esté restringida la capacidad individual de placer y de cuán seriamente impedida esté su capacidad de adaptación al medio. En cuanto a la terminología, cuando se considera anormal un patrón de funcionamiento psíquico del tipo que hemos estado discutiendo, suele clasificárselo en la jerga clínica como trastorno del carácter o neurosis de carácter. Tal ubicación suele referirse a un tipo ~ de funcionamiento del aparato psíquico que se considera que es lo bastante desventajoso para el individuo corno para ser considerado patológico, pero que representa, no obstante, un equilibrio relativamente fijo y estable dentro de la psiquis en la que se desarrolló, como debe hacerlo todo equilibrio intrapsíquico, por la interacción de las diversas fuerzas existentes en la psiquis y aquellas que presionan desde el exterior durante el curso del crecimiento. Los diversos así llamados trastornos del carácter o neurosis del carácter varían en forma considerable en su respuesta al tratamiento. En general, cuanto mal joven el paciente y cuanto mayores sus inconvenientes por ese rasgo particular o estructura del carácter, es más probable que sea eficaz la terapéutica empleada. Debemos confesar, no obstante, que no tenemos aún para tales casis un criterio de pronóstico de confianza. Llegamos ahora al tipo de perturbación del funcionamiento del aparato psíquico con el cual se familiarizo Freud a consecuencia de sus primeros estudios sobre la histeria y otras ―neuropsicosis de defensa‖. En tales perturbaciones se produce la siguiente secuencia de acontecimientos. Primero se produce un conflicto entre el ego y el ello durante la primera infancia, característicamente dentro de la fase edípica o preedípica. A este conflicto lo resuelve el ego en el sentido de que es capaz de establecer un método eficaz y estable de dominar los derivaos peligrosos de los impulsos en cuestión. El método suele ser complejo e involucra tanto defensas como alteraciones del ego, cual las identificaciones, restricciones, sublimaciones y, quizá, la regresión. Cualquiera que sea el método actúa en forma satisfactoria durante un período más o menos largo hasta que algún acontecimiento o serie de acontecimientos destruye el equilibrio y torna ya incapaz al aparato del ego para dominar los impulsos en forma eficaz. Que nosotros sepamos, no tiene consecuencia alguna el que las circunstancias desencadenantes actúen reforzado e intensificando los impulsos o debilitando al ego. Lo que sí importa es que el ego quede relativamente debilítalo, lo bastante como para impedir su capacidad de dominar los impulsos. Cuando esto sucede, los impulsos, o, para ser más exactos, sus derivados, amenazan irrumpir en k conciencia y traducirse directamente en una conducta alerta a pesar de los esfuerzos del ego por contenerlos. Surge entonces un conflicto agudo entre el ego y el ello, con el ego en relativa desventaja y resulta una formación de compromiso con la que nos familiarizamos en el Capítulo VII. Este compromiso se denomina síntoma psiconeurótico. También se lo llama con frecuencia síntoma neurótico, como lo hizo el mismo Freud en sus escritos posteriores, pese al hecho de que nada tiene que ver con su concepto de las neurosis reales y sí con lo que él denominó psiconeurosis. En el tipo de funcionamiento psíquico incorrecto que acabamos de describir, entonces, existe una falla de las ―defensas del ego, cualesquiera que sean las razones precipitantes, como resultado de la cual ya no puede dominar más en forma adecuada los impulsos del ello, como antes % hiciera. Se produce una formación de compromiso que expresa en forma inconsciente tanto el derivado del impulso como la reacción de defensa del ego y de temor y culpa ante el peligro representado por la irrupción parcial de los impulsos. Tal formación de compromiso se denomina síntoma psiconeurótico o neurótico y, como Freud señaló hace muchos años, es muy análogo a un elemento o a un sueño manifiesto. Unos pocos ejemplos ayudarán a ilustrar lo que querednos decir. Tomemos primero un caso de vómitos en una mujer joven. Al analizarla surgió que la paciente tenía un deseo reprimido, inconsciente, de ser preñada por el padre. El deseo y la contracatexia se originaron durante su período edípico de vida. La solución relativamente estable jue había logrado establecer para este y otros conflictos idípicos en la infancia funcionó en forma satisfactoria hasta que sus padres se divorciaron y el padre volvió a asarse cuando ella estaba en sus veinte años. Estos acontecimientos reactivaron sus conflictos edípicos y perturbaron el equilibrio intrapsíquico, establecido años antes, con el resultado de que las fuerzas de su ego no pudieron ya dominar en forma adecuada sus impulsos edípicos. En este caso, una de las formaciones de compromiso resultantes fue el síntoma de los vómitos. Este representaba en forma inconsciente la gratificación del deseo edípico reprimido de quedar embarazada por el padre, como si la paciente estuviera diciendo con sus vómitos: ―Vean, soy una mujer embarazada con vómitos matutinos‖. Al mismo tiempo, el sufrimiento causado por los vómitos y la angustia que los acompañaba eran la expresión del temor y la culpa inconscientes del ego, asociados al deseo en cuestión. Además, el ego fue capaz de mantener el grado suficiente de represión como para que el contenido infantil no se hiciera por completo consciente. La paciente no tenía conocimiento consciente del hecho de que el vomitar era parte de su fantasía de estar embarazada, y mucho menos de estarlo por el padre. En otras palabras, la disfunción del aparato psíquico que dio origen al síntoma de los vómitos brindó una descarga para la energía impulsiva con la que el deseo estaba catectizado, pero una descarga que estaba sustancialmente disfrazada y distorsionada por las operaciones defensivas del ego y que dio origen a un desplacer y no a placer. Debemos añadir que los síntomas psiconeuróticos suelen estar ―sobre-determinados‖, es decir, que por lo común surgen de más de un conflicto inconsciente entre el ello y el ego. En este caso, por ejemplo, contribuían al síntoma descrito el deseo expresado por la fantasía ‗‗Mamá ha muerto, o se ha ido, y yo he tomado su lugar‖, así como el temor y la culpa que de ella surgen. Otro ejemplo es el de un joven con el síntoma siguiente. Siempre que dejaba su casa tenía que asegurarse de que todas las lámparas quedaban desenchufadas. La fantasía atemorizante que servía para racionalizar esa conducta era que si no estaban desconectadas, podía producirse un corto circuito mientras él estaba ausente y podía quemarse la casa. Aquí también el conflicto original era edípico. Sin embargo, en este caso nunca había sido muy estable la solución del conflicto edípico y las defensas y mecanismos reguladores del ego fallaron al producirse las tormentas psíquicas de la pubertad, de modo que las formaciones de compromiso o síntomas psiconeuróticos fueron conspicuos en su funcionamiento psíquico desde ese entonces. En el curso del análisis apareció que el síntoma tenía el siguiente contenido inconsciente o latente, inconscientemente el paciente deseaba tomar el lugar del padre junto a la madre; en su fantasía inconsciente eso se podía cumplir de la siguiente manera: la casa se quemaría, el padre se vendría abajo por la pérdida de la casa y se dedicaría a la bebida, y como no podría trabajar tendría el paciente que tomar su lugar como jefe de la familia. En este caso la irrupción del deseo del ello está representada por dos hechos: 1) la preocupación frecuente con esa parte de la fantasía de desplazar al padre que tenía permitido el ser consciente, es decir, el que la casa se quemara, y 2) e! hecho de que en sus vueltas antes de dejar la casa el paciente no sólo desenchufaba lámparas, sino que también las enchufaba, con lo que expresaba su deseo de que la casa se quemara, pese a su preocupación consciente de la necesidad de evitar el desastre. Por otra parte, también es clara la participación del ego en el síntoma: reparación, represión, angustia y culpa. Un tercer ejemplo sería el del joven con un temor patológico al cáncer. Aquí también el conflicto infantil fue edípico, mientras que el factor precipitante fue la terminación exitosa de sus estudios profesionales y sus perspectivas de casamiento, las cuales le significaron en forma inconsciente la gratificación de peligrosas fantasías edípicas. El síntoma del paciente expresaba la fantasía edípica, inconsciente, de ser una mujer y de ser amada y preñada por el padre. El temor de padecer una enfermedad mortal, que formaba una parte de su síntoma, simbolizaba la fantasía de ser castrado y transformarse en mujer, mientras que la idea de que algo se desarrollaba en su cuerpo, que formaba el resto del síntoma, expresaba la fantasía de estar preñado y con un niño en desarrollo en su seno. Al mismo tiempo, claro está, la reacción del ego ante estos deseos inconscientes producía la represión del contenido infantil de la fantasía, puesto que el paciente carecía de toda conciencia sobre deseo alguno de ser mujer o de tener un hijo de su padre, y también era responsable del temor que acompañaba al síntoma. Freud acuñó dos términos en relación con la formación de síntomas psiconeuróticos. Ellos son, respectivamente, ventaja primaria y secundaria de la enfermedad o formación de síntoma. Veamos ahora que quiso decir Freud al expresar que el individuo obtenía una ventaja real como resultado de la formación del síntoma. Freud consideraba que la ventaja primaria de este proceso consistía en una abolición o disminución del temor o culpa. Esto puede parecer extraño de decir en vista del hecho de que la angustia acompaña con" tanta frecuencia a los síntomas neuróticos y puede, por cierto, desempeñar parte prominente en ellos; pero la paradoja es más aparente que real. Freud lo concibió de esta manera. La debilidad relativa del ego amenaza permitir la irrupción a la conciencia del contenido infantil íntegro del impulso del ello. Si así ocurriera, esto se acompañaría de toda la culpa y terror infantil que originariamente había producido el impulso en cuestión. Al permitir una emergencia parcial y disfrazada del derivado del impulso por la vía de la formación de compromiso que denominamos síntoma psiconeurótico, el ego es capaz de evitar parte o todo el desplacer que de otra manera se generaría. Aquí vemos cuán similar es un síntoma psiconeurótico a esa otra formación de compromiso que denominamos sueño manifiesto. En el sueño manifiesto el ego, en modo semejante, es incapaz de Evitar la aparición en la conciencia del impulso de lo reprimido, pero al permitirle una gratificación o descarga en fantasías, adecuadamente disfrazada y distorsionada, puede evitar el desplacer de experimentar la angustia o de despertar. Visto desde el lada del ello, por tanto, un síntoma neurótico es una gratificación sustitutiva de los de otro modo deseos reprimidos. Visto desde el lado del ego, es una irrupción a la conciencia de deseos peligrosos y no queridos cuya gratificación sólo puede dominarse o prevenirse en forma parcial, pero es al menos preferible y no tan des- placentera como la emergencia de tales deseos en su forma original. La ventaja secundaria no es sino un caso especial de los esfuerzos incesantes del ego por explotar las posibilidades de gratificación placentera que estén a su alcance. Uñar vez establecido un síntoma, el ego puede descubrir que trae ventajas apareadas. Para tomar un ejemplo extremo, el combatiente que en tiempo de guerra desarrolla un estado de angustia tiene una ventaja real sobre los demás soldados: se lo evacúa a la retaguardia, donde hay menor peligro de que lo maten. Por cierto que este ejemplo no es el mejor, aunque superficialmente sea obvio, puesto que la misma generación del estado de angustia puede estar influida en forma inconsciente por el conocimiento de que lo llevaría a la seguridad. Pero existen muchos casos donde no hay tal probabilidad y en los cuales la neurosis adquiere cierto valor para el individuo sólo después de haberse producido. Desde el punto de vista de la teoría de los síntomas psiconeuróticos, la ventaja secundaria ni se aproxima en importancia a la primaria. Desde el punto de vista de su tratamiento, empero, puede ser muy importante, pues un alto grado de ventaja secundaria puede dar por resultado que el paciente prefiera, en forma inconsciente, conservar Su neurosis en vez de perderla, pues sus síntomas han adquirido un valor para él. El tratamiento de la obesidad grave, por ejemplo, es siempre una cuestión difícil, pero si la paciente es la mujer gorda de un circo y ése es su medio de vida, entonces es imposible. En los ejemplos que dimos de formación de síntomas psiconeuróticos no incluimos uno que ilustrara la posibilidad, antes mencionada, de que una de las defensas del ego pudiera ser una regresión de tanto las funciones del ego como de los impulsos. Una vez más, desde un punto de vista teórico, la regresión no .es sino una de las muchas maniobras defensivas que el ego puede emplear. Sin embargo, según sus consecuencias prácticas, es una de las más Serias. Cuanto mayor el grado de regresión más seria es la sintomatología resultante, más pobre es la perspectiva de éxito en el tratamiento y mayor la probabilidad de que el paciente requiera su internación. Otro punto que deseamos tocar sobre el tipo de mal funcionamiento que puede resultar de una falla de las defensas del ego es éste. Ese mal funcionamiento del que hablamos como síntoma psiconeurótico suele ser lo que el ego del individuo considera como extraño a él, o desplacentero, o ambos. El joven que tenía que verificar todas las lámparas antes de salir de su casa, por ejemplo, no deseaba hacerlo. Por lo contrario, no podía evitarlo. Tenía que verificarlos. Su síntoma, en otras palabras, lo percibía como ajeno a su ego y al mismo tiempo como no placentero. En cambio, la joven de los vómitos no consideraba que su síntoma le fuera extraño; para ella no cabía duda' de que era su estómago el que estaba enfermo, tal como si la náusea se hubiera debido a alguna infección aguda; pero su síntoma era claramente desagradable. Ahora bien, existen formaciones de compromiso que resultan de un fracaso en el establecimiento o mantenimiento de un método estable de dominio de los impulsos. Debidas a la debilidad relativa del ego, que no son ni ajenas ni desagradables para el ego. Los casos más graves y obvios son los de abandono y perversión sexual. Dos observaciones corresponde hacer sobre tales casos. En primer lugar, es obvio que son intermedios entre lo que denominamos trastornos del carácter y los denominados síntomas psiconeuróticos y no pueden diferenciarse netamente de ninguno de ellos. En segundo lugar, las gratificaciones de los instintos que constituyen la perversión o adicción, según sea el caso, puede utilizarlas el ego en forma defensiva para dominar otros derivados de los impulsos cuya emergencia y gratificación sea demasiado peligrosa como para que el ego la permita. Estas formaciones de compromiso, desde el punto de vista del ego, son ejemplos del uso de un derivado de un impulso para ayudar a dominar a otro y en este sentido son similares al mecanismo de defensa de formación de reacción, que discutimos en el Capítulo IV. El lector notará que esto constituye una enmienda importante de la afirmación original de Freud de que la perversión sexual es la inversa de una neurosis, a la que nos referimos con anterioridad en este mismo capítulo (Freud, 1905 b). Estaría más allá del ámbito de nuestra presentación el discutir en detalle qué conflictos intrapsíquicos específicos y qué formaciones de compromiso dan origen a la variedad de síntomas conocidos clínicamente como histéricos, obsesivos, fóbicos, maniacodepresivos, esquizofrénicos de perversión, y así sucesivamente. Nuestro objeto ha sido más bien el de dar al lector la comprensión de las formulaciones teóricas, fundamentales y generales que son comunes a todas estas subdivisiones clínicas o que pueden utilizarse para hacer entre ellas amplias distinciones psicopatológicas. Por sobre todo, hemos procurado dejar claro el hecho de que no existe una diferencia neta o indiscutible entre lo que puede considerarse normal o patológico en el ámbito del funcionamiento de la mente. Lo que denominamos normal y lo que llamamos patológico ha de ser comprendido como consecuencia de diferencias en el funcionamiento del aparato psíquico de un individuo a estiro, diferencias que son de grado y no de naturaleza.