Capitalismo vs Socialismo Por Víctor Saltero Dedicado a Álvaro Sánchez-Cervera Serrano, el cual, pese a su espléndida juventud, tiene una gran curiosidad por conocer una parte tan importante de la relación entre las personas como es la economía. La economía tiene una enorme importancia en la historia del hombre; tanto, que no existe ningún otro factor que haya tenido mayor influencia en los cambios sociales y formas de vida que ha ido desarrollando la humanidad a lo largo del tiempo. Entre otras, es la responsable de guerras, revoluciones, miserias, riquezas, e, individualmente, del nivel de bienestar de cada uno de nosotros. Pero, lamentablemente, siendo tan importante apenas somos conocedores de la misma y no solemos, ni siquiera, tener conciencia de su relevancia en nuestras propias vidas. De hecho, solo sabemos si nos va bien o mal, pero casi nunca el por qué. Pues bien, en los últimos dos siglos, la sociedad se mueve entre dos filosofías económicas enfrentadas, capitalismo y socialismo. Para comenzar hay que decir que, curiosamente, la mayor parte de las personas que se alinean con una u otra filosofía –incluso de manera fanática– en realidad no conocen lo que significa ninguna de ellas, y por ende la influencia real que tienen sobre sus propias vidas. Generalmente, se alinean a una u otra por los mismos motivos que se hacen aficionados de un equipo de fútbol. Suele ser la familia y el entorno quien siembra desde la infancia una inclinación concreta, generando un sentimiento ausente de toda razón; lo que, acompañado de nuestra condición gregaria, termina impulsándonos a unirnos a una de ellas sin que intervenga en lo más mínimo el conocimiento o la reflexión. Las personas, una vez afiliadas a una filosofía política concreta –igual que los fanáticos del fútbol hacen con los jugadores de su equipo favorito– tienden a mitificar a todo aquel que comparte sus tesis, y glorificarán aún más a los que predican los defectos del adversario, sean defectos reales o imaginarios. A los cineastas, literatos o filósofos coincidentes con sus simpatías políticas o religiosas los califican automáticamente como genios del cine, de la literatura o de la filosofía respectivamente. Sin embargo, hay que exceptuar de estas actitudes a aquellos que intentan “comer” de la política, pues suelen decidir su filiación por razones prácticas más poderosas: vivir lo mejor posible de ella, y una vez lograda alguna parcela de Poder intentar conservarlo a cualquier precio. Pero unos y otros –los seguidores emocionales y los profesionales–, deciden seguir una opción político-económica sin entender en absoluto lo que significan, y muchas veces incluso sin importarles demasiado ese desconocimiento; cuando en realidad debería ser causa de desasosiego, y más para aquellos que por sus responsabilidades han de tomar decisiones que afectan al resto de ciudadanos. Pero, desdichadamente, no es así, y de esa ignorancia suelen emerger las grandes crisis económicas. Llegados a este punto parece conveniente que comencemos a definir, de forma sintética, lo que hay detrás de cada una de las dos corrientes ideológicas de la economía. Capitalismo: Sistema económico y social basado en la propiedad privada de los medios de producción; en la importancia del capital como generador de riquezas, y en la gente –es decir el mercado– como decisora y correctora del tipo de riqueza que los medios de producción deben crear, porque es lo que desean o necesitan los ciudadanos. Socialismo: Sistema económico y social basado en la propiedad del Estado de los medios de producción, que sin tener en cuenta al mercado –es decir, a los ciudadanos– determina y controla los bienes a fabricar y su distribución. El comunismo es la fase última del modelo socialista. Ambas teorías, socialismo y comunismo, tienen un origen común en los pensadores del siglo XIX, los alemanes Marx y Engels, quienes las dieron a conocer a través de sus obras el Capital y el Manifiesto Comunista. Sólo como aclaración, antes de continuar, es bueno precisar que los Mercados no son un malévolo “señor gordo” fumando un puro. Por definición, son las decisiones de consumo que toman en conjunto las personas individuales que conforman los pueblos, aunque esta definición deja de poderse aplicar –o al menos se puede calificar como mal aplicada– cuando los gobiernos, o el sector financiero, manipulan dichos Mercados, como pasó en la crisis económica mundial del 2008. Pero hablemos ahora de los antecedentes de cada una de estas filosofías. La primera etapa histórica donde encontramos ambas teorías llevadas a la práctica es en la Grecia clásica. Lo primero que conviene precisar es que, en realidad, la Grecia antigua fue un territorio europeo que nunca fue capaz de superar los estrechos límites de las ciudades para convertirse en nación. Dicho territorio estaba compuesto por multitud de ciudades- estados, continuamente en guerras entre ellas. Las de mayor significación fueron, durante mucho tiempo, Atenas y Esparta. En Atenas se practicaba el capitalismo, y en Esparta el comunismo. Comencemos por el sistema capitalista. Como decía, en Atenas, ya cuando Pericles alcanzó el poder –su edad de oro– el régimen era capitalista. La propiedad de la tierra, que en tiempos de los aqueos era del gobierno, pasó a los ciudadanos. Los Bancos, las grandes empresas navieras y las industrias también eran privadas. Al Estado sólo pertenecía el subsuelo, y aun éste no lo administraba directamente sino que lo daba en explotación a particulares. Pero no sería hasta el siglo XIX, como consecuencia de la revolución industrial, cuando el sistema capitalista se comenzó a desarrollar de forma definitiva. Como resultado de dicha revolución la producción de bienes se mecanizó y esto llevó al aumento exponencial de la cantidad de ellos que se fabricaban. Pronto comprendieron los empresarios que necesitaban compradores con dinero para poderlos consumir, y trabajadores especializados para el manejo de las máquinas. Antes de esta época, y fundamentalmente durante la edad media, el artesano, limitado por sus medios tecnológicos, fabricaba solamente cinco platos al día (obviamente nos referimos a platos o a cualquier otro producto). Así que le bastaban nobles y eclesiásticos como únicos clientes para sobrevivir, pues eran los que podían permitirse el lujo de comprarlos. Pero con la mecanización, traída por la revolución industrial, se comenzaron a fabricar mil platos diarios. Eclesiásticos y nobles no podían absorber tal cantidad. Hacían falta mil personas diarias con capacidad para comprarlos y aparecieron los primeros salarios, aunque en principios muy escasos. Pero poco a poco, según el sistema se fue consolidando y extendiendo a todas las ramas de la producción, fueron regulándose y subiendo. Esta necesidad de contar con personas con dinero para comprar los bienes que se fabricaban, y de trabajadores especializados para las fabricas –los esclavos no tenían sueldos y eran mano de obra de muy escasa cualificación profesional– tuvo una enorme relevancia, entre otras, en la decidida aparición de los movimientos abolicionistas de la esclavitud. De hecho, es en este siglo XIX cuando nacieron los movimientos a favor de la prohibición de la misma, y ello no es casual. Fue la economía que surgió tras la revolución industrial quien liberó a los esclavos, porque los volvió innecesarios. Tampoco es casualidad que en la guerra civil americana el norte industrial defendiera la abolición de la esclavitud y el sur agrícola la permanencia de la misma, pues éste necesitaba de la mano de obra barata para seguir explotando el producto de sus campos –fundamentalmente algodón– que vendían a los estados norteños y a Europa, para sus mecanizadas industrias textiles. En cambio, el norte, lo que precisaba era gente con capacidad económica para consumir los bienes industriales que fabricaba y obreros especializados para sus máquinas. Por tanto, no es que la sociedad humana del siglo XIX fuera mejor que la de los siglos anteriores; es que en realidad el esclavo, que había existido desde la noche de los tiempos, dejó de ser rentable. En definitiva, fue la economía surgida de la revolución industrial quien liberó a los esclavos, no la conciencia del hombre; pues, por ejemplo, la propia iglesia católica nunca cuestionó la legitimidad de la esclavitud, sobre todo de las personas negras. Así que, en su evolución, la revolución industrial fue creando asalariados, los cuales, con el paso del tiempo, fueron dando paso a la clase media. Esto tuvo amplias repercusiones en las sociedades más avanzadas, creando estabilidad, y evitando las tormentas sociales que nacían en aquellas que tenían grandes desigualdades económicas entre los ciudadanos. Estas desigualdades suelen impulsar a los que no tienen nada que perder, salvo la miseria, a seguir a cualquier loco que les cree alguna esperanza, por disparatada que sea. En cambio, las sociedades cuyo mayor porcentaje lo integran las clases medias tienden a ser más estables, pues ellas sí tienen mucho que perder con la aparición de los extremismos populistas, tanto de derecha como de izquierda. Pero sigamos hablando del capitalismo. Conviene precisar que su filosofía y aplicación no es homogénea, porque existen diversas formas a la hora de llevarlo a la práctica. Por un lado está la tendencia representada por Keynes, economista Británico. Este proponía básicamente que, cuando los mercados fallasen, el estado debería convertirse en el gran comprador e inversor, con el fin de estimular el consumo para generar empleo. Teoría que encuentra sus mayores seguidores en los partidos socialistas –no marxistas– europeos, y en Estados Unidos en el partido demócrata. En oposición a esta teoría –pero también dentro del capitalismo– está la de Milton Friedman, norteamericano y premio nobel de economía. Rotundo defensor del liberalismo económico, que, cuando las ideas keynesianas cobraron mucha popularidad después de la II Guerra Mundial, fue de los pocos que defendió con firmeza las ideas de Adam Smith –considerado el padre de la economía moderna–, criticando con dureza el gran tamaño adquirido por el sector público en los países occidentales. Los Estados Unidos de Ronald Reagan, y el Reino Unido de Margaret Thatcher, llevaron a la práctica esta filosofía económica. Por otro lado, en su relación con la política, existen también dos tipos de capitalismo: el capitalismo democrático, por ejemplo el de Estados Unidos; y el capitalismo autocrático, por ejemplo el de la China actual. El autocrático suele criticar al democrático su falta de eficacia por la cantidad de debate interno que generan las democracias, a veces con perversos efectos paralizantes. Y el democrático reprocha al capitalismo autocrático la falta de libertad para los ciudadanos. Sin entrar en esta polémica, es conveniente señalar, observando la historia reciente, que es un error muy frecuente en los países occidentales exigir a otras naciones la democracia política antes que el cambio en la economía. La historia demuestra, de manera irrefutable, lo errado de este método de evolución. La antigua Unión Soviética, que supone uno de los casos más significativos al respecto, intentó un cambio político antes que el económico – pasar de una economía socialista a una capitalista– y sus resultados fueron, y siguen siendo, lo más parecido a un desastre. En cambio China tras la muerte de Mao –igual que España hace decenios tras su guerra civil–, implantó un capitalismo autocrático que está creando la clase media china, lo que le deberá permitir, como sucedió en España, pasar con éxito en el futuro a un capitalismo democrático cuando dicha clase media se convierta en mayoritaria. Pero deberá hacerlo sin precipitaciones, pues aún sigue teniendo sumergida a más de un tercio de su población en la pobreza absoluta, porque no toda China es Shanghái o Pekín. Por otro lado, tenemos la otra filosofía económica importante de nuestro tiempo, el socialismo. Podemos situar su origen histórico, como antes dijimos, en Esparta, pues ésta desarrolló una especie de comunismo, subordinando por ley todos los intereses privados al bien público. Es decir, al gobierno. Impusieron una estructura social modelada sobre la vida militar, e, incluso, la educación de los jóvenes –por tanto la manipulación del pensamiento– estaba encomendada al propio Estado, y era obligada la sobriedad en la vida privada. En la época actual la antigua Unión Soviética, China, Cuba, Venezuela y Corea del Norte son naciones que implantaron el socialismo. La primera se hundió por problemas económicos generados por el propio sistema. China abrazó, muerto Mao, el capitalismo autocrático para salir de la miseria. Y, actualmente, Cuba, Venezuela y Corea del Norte continúan aplicando esta filosofía. Pero, no obstante los repetidos fracasos de este sistema económicopolítico, analizando los sucesos acaecidos durante el siglo XIX, alcanzamos a encontrar explicación al éxito del mismo en algunas partes del mundo. Parece indudable que fue una consecuencia de los dubitativos e irregulares comienzos de la Revolución Industrial, los cuales fueron muy duros para mucha gente, como siempre sucede con los cambios sociales importantes. De hecho, la relación entre capital y trabajo fue muy similar, al inicio de esta revolución, a la que durante siglos había existido entre los nobles con sus siervos, tal vez por inevitables inercias y costumbres. Un claro ejemplo de esta dureza fue la construcción del canal de Suez en el siglo XIX. Surgió la idea como resultado de la revolución industrial, pues su objetivo era acercar los mercados de Europa y Asia. Para la realización de esta enorme construcción, la mayor parte de los trabajadores empleados fueron egipcios arrancados por la fuerza de sus casas y granjas, a los que se les pagaba un salario mísero, y que trabajando diez y ocho horas diarias murieron por accidentes laborales más de veinte mil de ellos. El impulsor, y quien buscó el capital para esta enorme obra de ingeniería, fue Ferdinand de Lesseps, un diplomático y aristócrata Francés, comportándose con los trabajadores como hasta entonces había hecho la aristocracia con sus siervos. Es en este entorno y momento histórico donde aparecieron los alemanes Marx y Engels con su teoría socialista. Como es natural, estaban muy influenciados por los dramas que veían a su alrededor en la relación del capital con el trabajo. Pero esta relación, con el tiempo –cosa que ellos no previeron– se fue volviendo más equilibrada, llegando a convertirse los trabajadores en clase media, sobre todo a partir de mediados el siglo XX, no encontrándose ya identificados con las descripciones que de ellos, como clase proletaria, hacía el marxismo. De hecho esta clase media, según se convertía en la capa social mayoritaria, fue aumentando enormemente su capacidad de influencia política, contribuyendo de forma muy significativa a la estabilidad de los países. El tiempo, que es el único juez irrefutable, ha demostrado que el capitalismo, en sus diversas variables, es más beneficioso y eficaz para el ciudadano normal que el socialismo marxista, ya que éste, además de pobreza, tiende a crear tiranías políticas; porque el poder concentrado en unas pocas manos –el político y el económico– lo hace inevitable. Y, en otro plano, otra de las razones del fracaso del socialismo nace de que atenta contra la propia naturaleza humana al pretender limitar, o incluso suprimir en según qué países, la propiedad privada, cuya existencia es imprescindible para el buen funcionamiento de las sociedades, pues satisface el humano deseo de poseer bienes para el disfrute de las personas, así como también para alentar y estimular la superación en la vida y el trabajo. En definitiva, analizando el desarrollo histórico de cada uno de estos dos sistemas económicos enfrentados, se puede observar que el socialismo –como predijeron sus teóricos– evoluciona hacia el comunismo casi inevitablemente, porque los estados poderosos tienden a ir aumentando su poder al no tener ningún control por parte de sus ciudadanos, los cuales, con este sistema, tienen muy poco peso en las decisiones que sus gobiernos toman. De hecho, una de las frases acuñada por los pensadores de esta tendencia política-económica lo expresa con nitidez: “gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo”. En contraposición a esto, la misma historia nos demuestra que el capitalismo autocrático suele evolucionar hacia la democracia porque al crear clase media, ésta, siempre termina reclamando participación en la gestión pública, al tomar conciencia de que es ella misma quien la financia a través de los impuestos que paga al estado. En conclusión, y tras todo lo analizado, parece bastante sensato establecer nuestras simpatías políticas a partir del conocimiento sobre las repercusiones económicas que puedan tener para la vida, y no basándonos en la misma emoción que nos lleva a convertirnos en seguidor de un equipo de fútbol. Víctor Saltero Marzo 2021