Derecho del Trabajo Tomo I Juan Raso Delgue - director Alejandro Castello - coordinador - DERECHO DEL TRABAJO Tomo I conceptos fundamentales sujetos del derecho del trabajo contrato de trabajo FUNDACIÓN DE CULTURA UNIVERSITARIA PREFACIO La idea de abordar la construcción de un texto sobre el Derecho del Trabajo actual nace de la necesidad que profesionales y estudiantes puedan disponer de material razonablemente ordenado sobre una disciplina, que por sus propias características evoluciona y se transforma en el tiempo. Si bien es cierto que la misma se ha desarrollado alrededor de una dogmática y principios propios, que reconocen en la tutela del trabajador su especialidad jurídica, también debe relevarse que han existido profundos cambios en la regulación de los derechos y deberes de los sujetos –individuales y colectivos–, que dificultan muchas veces acceder a una puesta al día completa de los distintos institutos. Cuestiones como la tercerización y su regulación, las nuevas formas contractuales, las recientes leyes sobre temas puntuales como la licencia, los estatutos especiales de algunas categorías de trabajadores, la normativa procesal, las normas de derecho sindical y negociación colectiva, los Consejos de salarios y su rol central en el sistema, y finalmente las diversas soluciones en las que avanza la seguridad social, han marcado el derecho del trabajo nacional de los últimos años. El primer objetivo que se pretende alcanzar con esta obra –prevista en cinco tomos (los tres primeros de derecho individual, administración y proceso; el cuarto sobre derecho colectivo y el último sobre seguridad social)– es ordenar la profusa y rica legislación en la materia, para facilitar el conocimiento de normas, doctrina y jurisprudencia, generalmente estudiadas fragmentariamente en trabajos específicos. Hay en este propósito un sentido pragmático, que pretende hacer de esta publicación un instrumento esencialmente útil para el estudio y la práctica. No hemos prescindido del enfoque académico, ahí donde se requería especialmente una profundización de temas medulares de la disciplina, pero tampoco hemos perdido de vista el propósito de organizar un texto facilitador para la aprehensión de una realidad jurídica cada vez más compleja. En nuestro propósito hemos solicitado la colaboración de varios laboralistas – muchas veces jóvenes– con una trayectoria universitaria y académica ya reconocida en nuestro medio. Sin apartarnos de la idea central de un derecho del trabajo de tutelas, hemos elegido nuestros colaboradores en mérito a sus conocimientos específicos sobre los temas asignados. La opinión de los mismos –seleccionada precisamente por merecer nuestro mayor respeto– no significa necesariamente que coincida con nuestras opiniones personales. Ello también responde a que siempre hemos defendido –porque así nos enseñó Plá Rodríguez– una visión tutelar del Derecho del trabajo, que no prescinda sin embargo del necesario pluralismo de ideas y enfoques sobre la aplicación de la protección. Por eso, en esta obra colectiva se refleja un enfoque amplio y variado sobre los diversos temas que se abordan en la misma. Naturalmente, como toda obra de estas características la misma carece de la sistematicidad que poseen los Cursos, Manuales o Tratados elaborados por un solo académico o a lo sumo un pequeño grupo de investigadores. Sin embargo, en el presente libro, el lector podrá encontrar el examen de una importante cantidad de temas que son trascendentes para la disciplina, abordados los mismos desde un enfoque teórico y práctico, sin ambición de exhaustividad. Confiamos que nuestra propósito de organizar en volúmenes unitarios un material de estudio difuso y modificado por numerosos y recientes cambios, alcance el objetivo que nos hemos propuestos: ser un instrumento didáctico para los estudiantes (que siguen siendo los principales destinatarios de nuestras publicaciones) y un libro de consulta inicial para los operadores jurídicos (jueces, abogados, relacionistas laborales, etc.), que podrán encontrar en los diversos capítulos y en muchas notas a pie de página las indicaciones para profundizar el análisis de sus investigaciones. Juan Raso Delgue - Alejandro Castello PARTE I. CONCEPTOS FUNDAMENTALES Capítulo I. LA FORMACIÓN HISTÓRICA DE LAS RELACIONES INDUSTRIALE S Juan Raso Delgue 1. El trabajo subordinado como expresión reciente de la historia del trabajo Un error que inconscientemente muchos personas pueden cometer es creer que el trabajo subordinado –es decir la principal forma de trabajo (en sus versiones típica y atípica) que hoy conocemos– haya sido una constante histórica. Nada más erróneo: el trabajo subordinado, es decir el trabajo que regula el Derecho del trabajo, es una expresión relativamente reciente de los modos de producir a lo largo de la evolución económica de la humanidad. La economía, la composición de los estamentos sociales, las riquezas mercantiles, las luchas sociales, las revoluciones se nutrieron en gran medida del trabajo y de las formas en que en determinada cultura y época se desarrollaba el mismo, pero no existe en la historia una única forma de trabajo: existió el trabajo de los esclavos que levantaron pirámides y el de los artesanos que se formaron en las corporaciones de los siglos XV y XVI; el trabajo semi-dependiente de la contracto operis y de la contracto operarum de la época romana y el trabajo de los siervos de la gleba del mundo feudal; el de los trabajadores de las fábricas y el del teletrabajo. Cada forma de trabajo tuvo su génesis, su organización, su desarrollo, su decadencia, su contexto político, económico y cultural. El siglo XX vio irrumpir con la fuerza de una violenta explosión el trabajo subordinado. El trabajador de fábrica fue la expresión típica y principal de la actividad laboral del hombre durante la mayor parte del siglo XX y alrededor de este arquetipo se construyó un modelo centrado en la idea del trabajo realizado por hombres en relación de subordinación. Hoy –ya entrado el Siglo XXI– asistimos a la declinación del trabajo subordinado. Vivimos una época de transición entre el trabajo de tipo fabril y las nuevas formas de trabajo. No existen aún nombres claros para identificar los nuevos trabajos, mientras las normas laborales enfrentan el desafío de regular nuevas realidades, diferentes al trabajo típico del industrialismo. Conceptos clásicos del Derecho del trabajo –como empleador, empresa, subordinación– están afectados por las mutaciones económicas y tecnológicas, lo que permite decir a Javillier que los pilares del derecho del trabajo clásico (aquél que nos llega desde el siglo XIX con la fábrica y la lucha de clase), podrían estar tambaleándose, con el peligro de desestabilizar todo el edificio 1. 2. La Primera Revolución Industrial y la cuestión social Las opiniones no coinciden sobre el comienzo de la revolución industrial. Algunos consideran que la primera “revolución” se produjo en el momento que se logró la fusión de los metales, es decir alrededor del 4.000 A.C. en la Mesopotamia, el Oriente Medio y el Egipto. Otros en cambio consideran que ella coincide con la época del mercantilismo (1400-1500 D.C.). El pasaje de la Edad Media a la revolución industrial estaba obstaculizado por la ausencia de un mercado suficientemente grande y por la existencia de las corporaciones que, con sus privilegios, impedían el progreso de la técnica industrial y los nuevos procesos de producción. Según esta tesis, el comienzo de la historia de la industria está marcado por diversos acontecimientos que se registran en los siglos XVII y XVIII: la escisión entre el comercio y la actividad técnico-productiva, debido al nacimiento de una verdadera clase de empresarios comerciales; la división del trabajo, es decir la disgregación del proceso de producción en los laboratorios de los diversos artesanos; el crecimiento del número de los obreros y la introducción de mujeres y niños en la actividad industrial desarrollada a domicilio en el campo, y finalmente las primeras unificaciones nacionales, que creaban un vasto mercado interno 2. Sin embargo la tesis más difundida es la que hace coincidir el comienzo de la historia industrial (la revolución industrial) con la difusión del maquinismo en larga escala. Correspondió a James Watt (1769) introducir la propulsión de la energía del vapor a inventos mecánicos, que ya habían sido experimentados en el siglo anterior. El uso organizado de la máquina trasladó el trabajo de los domicilios obreros a establecimientos centralizados para producir bienes de consumo 3. Nació de esta forma el trabajo subordinado, tal cual lo conocemos en nuestros días, que luego se expandiría y consolidaría con la llamada segunda revolución industrial, a comienzos del siglo XX. La máquina acentuó la brecha entre los empresarios y los obreros, entre aquellos que tenían los medios económicos para poder adquirir los “bienes de producción” y que generalmente no trabajaban y los que trabajaban sin poder acumular suficiente capital para volverse propietarios de esas máquinas. Los capitalistas a su vez, para hacer producir las máquinas debían arrendar fuerza de trabajo y pagar por ella un precio: el salario. La lógica del modelo determinaba que el trabajador no se apropiaba del producto de su trabajo, sino que ese producto pertenecía al dueño de las máquinas, quien pagaba un precio al obrero por la tarea realizada. La distancia entre el empresario/dueño de los medios de producción y el trabajador que enajena su trabajo por un precio, caracterizará la relación de trabajo subordinado desde el siglo XVIII hasta nuestros días: por un lado el capital, que asume los riesgos y la conducción de la empresa, beneficiándose con el lucro que ésta produce; por el otro los trabajadores, que han cedido su fuerza de trabajo por un precio y tratarán que ese precio sea cada vez más alto, más estable y más seguro. La confrontación “capital/lucro trabajo/salario” constituirá la esencia del conflicto entre empresa y trabajadores. La primera revolución industrial se extendió hasta fines del siglo XIX y en ella el capitalismo afirmó su lógica productiva en el sistema de fábrica. Su bandera ideológica fue el individualismo liberal y la existencia de mano de obra barata permitió una explotación en gran escala. Trabajadores de todas las edades y con escasa capacitación cumplían extenuantes jornadas de trabajo, percibiendo empobrecidos salarios. Las corrientes migratorias hacia nuevos países constituían un alivio al desborde de los congestionados mercados de trabajo de las naciones europeas. El Estado, formalmente separado de los intereses del capital, tutelaba sin embargo esos intereses, reprimiendo la protesta obrera. Es ésta una etapa de gran desequilibrio entre clases dominantes y clases dependientes. Las relaciones de trabajo están marcadas por la coacción y el enorme poder del empleador. Como expresa Polanyi la Revolución Industrial del siglo XVIII constituyó un verdadero cataclismo: ella permitió un mejoramiento casi milagroso de los instrumentos de producción, pero ello fue acompañado de una dislocación catastrófica de las vidas de la gente común4. Como señala Barbagelata, citando la investigación de la época realizada por el Dr. Louis René Villermé, a mediados del siglo XIX, las condiciones sociales de los trabajadores eran durísimas: la alimentación era absolutamente insuficiente, las vestimentas de los obreros, obreras y niños se encontraban en estado deplorable, las viviendas eran insalubres y peligrosas. Por otra parte, el esfuerzo exigido a los obreros era excesivo y era causa de su temprana muerte, los salarios paupérrimos, los niños quedaban sometidos a las mismas largas jornadas de trabajo que los adultos, se recurría a castigos corporales para asegurar la disciplina y la productividad en los talleres, los accidentes de trabajo eran frecuentes, la insensibilidad de los empresarios era la norma 5. En este doloroso período de la historia del trabajo se origina lo que se ha dado en llamar “la cuestión social”, punto de partida y eje del pensamiento laboralista original6. Entre los distintos sentidos que puede atribuirse al término, Barbagelata señala que “la expresión cuestión social recoge la convicción de que, ante las condiciones sociales imperantes, resulta inaplazable que se encaren medidas para corregir los abusos y promover propuestas para el mejoramiento de la situación de los obreros, o en términos que por entonces se consideraban equivalentes, de los pobres”7. En Francia la Ley Le Chapelier de 14 de junio de 1791 prohíbe, de conformidad con la supresión de las corporaciones, toda asociación o coalición entre personas que desarrollan una misma actividad. Esta ley seguirá vigente hasta 1884 y será la expresión más relevante de la idea que el sindicalismo era considerado una unión criminal. En la primera parte del siglo XIX aparecen las primeras expresiones de la lucha obrera contra los abusos patronales. En los prolegómenos de la historia sindical, una de las primeras manifestaciones de la protesta obrera se organiza en torno al “ludismo”, nombre que deriva de Ned Lud o Ludd, un obrero de pocas luces que en 1779 habría destruido en Leicestershire unas máquinas para la fabricación de medias. Los ludistas, concentrados en la ciudad de Nottingham, se organizaron en bandas entre 1811 y 1816 para destruir las máquinas fabriles, consideradas responsables del creciente desempleo. La acción sindicalista de la época se impregna de consignas que son más políticas que económicas o sociales, porque las primeras organizaciones de trabajadores consideran que las libertades políticas eran la condición esencial de toda reforma social. Los países europeos donde –por su temprana evolución– aparecen las primeras organizaciones gremiales son Inglaterra y Francia. John Doherty funda en 1829 la Gran Unión de los Hiladores y Tejedores a Destajo de Gran Bretaña, que es considerada la primera central sindical en la historia y en 1833 se reúne la primera unión de organizaciones sindicales inglesas, que organizará en 1934 una huelga reivindicando la jornada laboral de ocho horas. El nombre “sindicato” (correspondiente a la “union” inglesa) nace en Francia, donde a las primeras manifestaciones de protesta a comienzo de la década del ’30, protagonizadas por obreras contra las condiciones de trabajo en los aserraderos de Burdeos y las fábricas textiles de Lyon, sigue la fuerte agitación social del período 1840-1848. En esta época temprana del sindicalismo, los movimientos obreros se divi den según diferentes tendencias: colaboracionistas, reformistas, revolucionarias. Mientras el sindicalismo británico privilegia las reivindicaciones económicas sobre las ideológicas, otras organizaciones obreras en Europa se alinean en posturas radicales contrarias al sistema capitalista y que conformarán las bases del socialismo, con el objetivo de una transformación revolucionaria de la sociedad en la que la clase obrera será el eje central del cambio. En este contexto el movimiento obrero promueve la idea de lucha de clase, que encuentra en la huelga revolucionaria el instrumento para combatir al capitalismo. Sin embargo al interno del socialismo, van apareciendo diversas tendencias –más o menos radicales– que encuentran sus principales ideólogos en Karl Marx y Mijaíl Bakunin, y que concluirán con una fractura en la Primera Internacional (Londres, 28 de setiembre de 1864). En la misma se adoptan la mayor parte de las ideas de Marx y se irán excluyendo los trabajadores anarquistas partidarios de las ideas de Bakunin. La Asociación Internacional de los Trabajadores, –organización que nace precisamente en la Primera Internacional– se trasladará en 1872 a New York, donde desaparecerá en 1876. En 1889 se convoca en París la Segunda Internacional que recomienda la constitución en cada país de secciones autónomas y la organización de un congreso cada tres años. Se aprueba la celebración a partir del 1º de mayo de 1890 del Día de lo s Trabajadores, eligiéndose la fecha en conmemoración de los hechos de Chicago de 1886, que culminaron con una fuerte represión policial del movimiento sindical y la condena a muerte o a la cárcel de sus principales dirigentes. La Segunda Internacional seguirá una tendencia socialdemócrata y operará hasta 1916. A fines del siglo XIX las organizaciones obreras se van alienando en torno a tendencias ideológicas de línea marxista, anarquista y socialdemócratas. En este contexto no debe olvidarse un movimiento de origen cristiano-católico, cuya principal expresión social es la Encíclica De Rerum Novarum del Papa Leon XIII de 1891, que promoverá la creación de círculos obreros católicos, donde convivían empresarios y trabajadores. En los países industrializados de más antigua data (Inglaterra, Estados Unidos) comenzaron a aparecer concesiones a las exigencias de los trabajadores y a producirse modernizaciones en las relaciones laborales. La Fabian Society – fundada en Inglaterra en 1883 y base del futuro partido laborista que nace en 1900– promovería tendencias socialistas no revolucionarias. El nombre de la Sociedad Fabiana deriva del general romano Fabio Máximo, denominado “el contemporizador”, porque había vencido a Aníbal con estrategias de combate que implicaban un uso paciente del tiempo y el desgaste del adversario. Los Fabianos –que luego influirían fuertemente en el sistema de relaciones laborales anglosajón del siglo XX– a diferencia del marximo, predicaban la necesidad de una evolución progresiva de la sociedad hacia el socialismo, y apostaban a las reformas graduales para lograr sus objetivos. 3. La Segunda Revolución Industrial y la construcción del Derecho del trabajo El gran desarrollo del trabajo subordinado –tal cual lo conocemos en nuestros días– se produjo con la segunda revolución industrial, a partir precisamente de comienzos del siglo XX. La utilización de nuevas fuentes de energía (fundamentalmente el petróleo y la electricidad), la invención del motor de combustión interna, la producción del acero, la naciente industria química y –en lo económico– la concentración de capitales y medios de producción impusieron cambios cualitativos en los sistemas industriales. Fruto de esta nueva organización del trabajo y expresión de la segunda revolución industrial fue un modelo de fábrica, cuyo arquetipo es la fábrica fordista. En 1909 Henry Ford anunció la producción del “modelo T”, un automóvil práctico e igual para todos, destinado a ser producido para un mercado masivo. Ford comenzó a producir el modelo en serie sobre líneas de montaje a partir de 1913. El cambio de la primera a la segunda revolución industrial no está solo marcado por la línea de montaje, sino por la introducción en la fábrica fordista de la “organización científica del trabajo”. Fue Frederick Taylor el hombre que supo racionalizar los procesos productivos, buscando mayor regularidad y rentabilidad del trabajo asalariado. Su mayor preocupación era aumentar la producción y elegir la mejor vía –la one best way– para aumentar la productividad de hombres y máquinas. Con Taylor se desarrolla la cuestión central en los modos de producción del siglo XX, que es el aumento de la productividad del trabajo subordinado. Taylor introdujo los conceptos de “justo salario” para un “justo trabajo”. El “justo trabajo” era determinado por un estudio científico de los movimientos del trabajador, que indicaba el método de producir en el menor tiempo posible. La consecuencia sería que el mayor esfuerzo del trabajador se traducía en un aumento del salario. Taylor buscó la optimización del tiempo de trabajo. Tiempos precisos y definidos; ritmos de trabajo constantes; repeticiones cada vez más rápidas. La célebre imagen de Charles Chaplin apretando tuercas en Tiempos Modernos es representativa de esas esquizofrénicas repeticiones. El método taylorista requería que el trabajador realizara en determinado espacio físico (la fábrica) una pequeña tarea en el proceso productivo, repitiéndola al infinito. La organización científica del trabajo se volvió un instrumento de anulación del hombre y de rápido deterioro de su existencia. Taylor pedía a los obreros, que sometía a sus experimentos, que no pensaran mientras efectuaban los movimientos indicados, es decir que les solicitaba el máximo del automatismo. La lógica del sistema taylorista llevaba a la destrucción de los obreros que superaban la edad de la plena actividad muscular. Los diarios europeos reportaron en 1912 que a un ingeniero inglés que visitaba una de las primeras fábricas taylorizadas, le llamó la atención ver sólo obreros jóvenes y vigorosos. Preguntó a Taylor dónde estaban los viejos. Este no contestó. Luego frente a la insistencia del inglés, le ofreció un cigarro y contestó tranquilamente. “Vayamos, fumando, a visitar el cementerio” 8. Es probable que el episodio fue exagerado por la prensa europea, pero documenta la brutalidad de la aplicación del método. Fue también un método que dividió a los trabajadores en categorías rígidas, que los mismos trabajadores décadas más tarde, defenderían. Tiempos de trabajo fijos en tiempos predeterminados se retribuían con estructuras salariales estrictamente proporcionales a las tareas realizadas. El método exigía por otra parte una rígida supervisión y control por parte de los mandos medios y superiores, lo que desarrolló con especial fuerza la idea del poder disciplinario, cuya otra cara era la subordinación. Finalmente esa forma de trabajo –de estructura tan rígida– estaba destinada a continuar, mientras continuara la evolución productiva de la empresa. Por lo tanto el contrato de trabajo por tiempo indefinido completó conjuntamente con la fábrica, la categoría, el salario fijo, la subordinación y el trabajo en tiempos predeterminados, el conjunto de características de la relación laboral en la segunda revolución industrial. Como hemos expresado, en la metodología laboral de Taylor no existía especial preocupación por la integridad física y psíquica del trabajador, motivo por el cual fue creciendo el conflicto social entre las empresas tayloristas y las organizaciones sindicales. De ahí derivó un efecto no deseado del modelo: la expansión y fortalecimiento de la organización sindical. En efecto el sindicato se potenció desde comienzo del siglo XX precisamente como reacción al industrialismo, expresión típica de la segunda revolución industrial. Taylorismo/Fordismo y sindicalismo fueron como hermanos que se odi an: la presencia de uno fue condición del otro. El Taylorismo/Fordismo provocó –sin quererlo– el desarrollo y el éxito del movimiento sindical. El modelo con sus teorías sobre la producción, igualaba a los trabajadores y el sindicalismo supo transformar esa igualdad en solidaridad. En esta lucha no hubo ni vencidos ni vencedores, pero debe destacarse la conclusión de que el taylorismo marcó la forma del sindicalismo9 . Frente al poder del empresario y la hostilidad del Estado, los trabajadores se unieron en categorías y territorios, para dar un efecto multiplicador a sus fuerzas. La fábrica, las categorías, los tiempos de trabajo predeterminados, los salarios fijos, todo ayudó a formar esa conciencia común fortalecida por el efecto nivelador e igualitario del taylorismo10. Dos hechos significativos se producen a comienzo del siglo XX: la primera guerra mundial, que significará también el primer conflicto bélico en los que participarán enormes masas de proletarios (antes las guerras era reservadas a los soldados) y la revolución soviética que, al promover el primer Estado comunista, tiene un fuerte impacto político e ideológico sobre los trabajadores de todo el mundo. El final del primer conflicto mundial significa el retorno y desarme de enormes contingentes de trabajadores, que padecen las dificultades de reinserción en el mundo del trabajo. También en este período se crea la Organización Internacional del Trabajo (1919), organismo internacional que aún opera en nuestros días, caracterizado por el hecho de su gobierno tripartito, compartido por Estados, empleadores y trabajadores. El desarrollo del sindicalismo entre las dos guerras mundiales y a partir de los años ’50 consolidará una división ideológica, que es posible definir en tres grande corrientes internacionales: a) la marxista o comunista, organizada en la Federación Sindical Mundial (FSM); b) la socialdemócrata, constituida en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) y c) los cristianos, reunidos en la Confederación Mundial del Trabajo (CMT)11. El sindicalismo experimenta su gran desarrollo a partir de los años ’50. Mientras que el período que siguió a la primera guerra mundial fue marcado por crisis económicas y pobreza, que darían nacimiento a fenómenos corporativista y nacionalista –como el nacionalsocialismo y el fascismo–, al segundo conflicto mundial sucede una larga época de crecimiento y prosperidad económica, que significará también un fuerte empoderamiento del movimiento sindical. Las organizaciones obreras plantean sus reivindicaciones a través del conflicto. Las empresas –generalmente en una situación de expansión económica– pueden hacer concesiones a las reclamaciones sindicales. Se produce un círculo virtuoso –huelga, mejoras de las condiciones de trabajo, períodos de paz, nuevamente huelgas y nuevas condiciones laborales más favorables– que constituirán el gran pegamento de la representatividad y del poder del sindicato. Este se institucio-naliza en la empresa y en la sociedad, mientras se generalizan las políticas sociales en favor de los trabajadores. Se habla de la existencia de un verdadero pacto entre los actores sociales – Estado, empresa y organización sindical– que permitió el desarrollo de un sistema de relaciones laborales “protegido”. Los trabajadores y sus organizaciones proclamaban los conflictos en reivindicación de aumentos salariales; los empresarios podían satisfacer esos reclamos en la medida que el Estado “protegiera” el traslado del aumento de los salarios a los precios. La protección consistía en asegurar al empresariado la competitividad en el mercado y para ello el Estado debía aplicar altas tarifas arancelarias a los productos importados. Ese círculo virtuoso –conflicto/aumento salarial/traslado a los precios/protección aduanera– que constituyó la base del sistema y de la prosperidad de la “industria nacional”, creció a expensas de una economía en deterioro y de un déficit público que, en el caso de América Latina, se manifestó en el conocido fenómeno de la “deuda externa”. A partir de la década del ochenta los Estados comienzan a nivel mundial un proceso de transformación que los va alejando de esa imagen de Estado protector y mediador en el sistema. El Estado de bienestar social, el Estado asistencial cede ante la concepción de un nuevo Estado que debe retirarse en lo posible del sistema, dejando que el mismo se regule por las leyes naturales del mercado. El modelo de la 2a revolución industrial construyó reglas de tutela del trabajo expresadas en el ordenamiento jurídico laboral. Pero la generalización de la protección fue más allá y sobre la figura del obrero dependiente a tiempo completo se construyó el sistema de seguridad social, cuyo objetivo era en primer lugar proteger a los trabajadores subordinados de los principales “riesgos” a los que se veían expuestos y luego extender esa protección a toda la sociedad (principio de la universalidad subjetiva). El derecho del trabajo –como aún hoy lo conocemos y lo estudiamos– es un derecho inspirado básicamente en el trabajador subordinado del modelo taylorista. El obrero, el blue collar, sigue siendo el referente totémico, alrededor del cual se construyeron los principales conceptos jurídicos de la disciplina: la subordinación, el salario, la categoría, la jornada, los descansos. El trabajo fabril de tipo subordinado determinó verdaderos códigos jurídicos de conducta laboral: el poder disciplinario, el principio de la contratación por tiempo indeterminado, la protección del salario, la limitación de la jornada, la licencia, etc. Como se afirma en los textos universitarios, el derecho del trabajo es aquella disciplina jurídica que regula una forma particular del trabajo: aquél que se realiza bajo órdenes de otro y para ese otro. La dimensión del derecho del trabajo -en su conceptualización clásica– está pues limitada al trabajo subordinado y realizado para otro. El derecho del trabajo no es –como podría creer un observador lego– el derecho que regula todos los trabajos, sino que su objetivo estará limitado a un ámbito especial: el trabajo subordinado. Los “otros trabajos” seguirán en línea general siendo regulados por el derecho civil y comercial. La etapa del desarrollo del sindicalismo y del Welfare State concluirá con un periodo de crisis y cambios, que convencionalmente ubicamos a partir de la crisis mundial del petróleo (1973). A partir de ese momento, la creciente desocupación, la inflación monetaria en muchos países, los grandes cambios tecnológicos provocarán mutaciones en el sistema de relaciones laborales. Podemos hablar de una nueva revolución industrial y en efecto los autores emplean diversas expresiones para referirse a ella: tercera revolución industrial, revolución postindustrial, revolución informática, etc. Las tecnologías del trabajo marcan las formas y la organización del trabajo. Los grandes cambios en la historia de la organización del trabajo son consecuencia de descubrimientos e inventos del ser humano que inciden directamente en las formas de trabajo: desde la piedra a la rueda, desde la máquina a vapor al petróleo y a la electricidad. Los avances tecnológicos que se producen en la segunda mitad del siglo XX transforman los métodos de producción de la 2a. revolución industrial. El chip es el pequeño símbolo de la gran transformación. Las nuevas tecnologías provocan una verdadera revolución en el campo de las relaciones laborales, que podemos resumir en tres aspectos: a) a nivel individual, permiten al hombre multiplicar su capacidad de acción, lo que determinará la sustitución de grandes contingentes de mano de obra por sofisticadas máquinas y la promoción de un reducido número de trabajadores con la suficiente formación y capacitación para operar esas máquinas; b) a nivel colectivo, se produce una fragmentación del sistema: por un lado, ya no será fácil organizar trabajadores con intereses y condiciones económicas muy diferentes; por el otro, existirá una gran movilidad de las empresas en un mercado que premiará aquellas que apostaron a la reconversión industrial y condenará a la quiebra a las que no se adecuaron a los cambios; c) finalmente las nuevas tecnologías y la reconversión promueven nuevas formas de gestión del trabajo, que procurarán fundamentalmente una mayor productividad y competitividad. 4. El nuevo modelo de organización del trabajo Las nuevas tecnologías se desarrollan rápidamente en un contexto cultural muy diferente al que había marcado gran parte del siglo XX. La solidaridad y la homogeneidad –pilares que habían permitido construir el sistema de protección del trabajo– son sustituidos por un exacerbado individualismo y por el culto de la diferencialidad. Se produce una fuerte retroalimentación entre tecnologías de producción y contexto cultural, que determinan acentuados cambios en el sistema. El individualismo encuentra a partir de los años ’80 su soporte ideológico en el neoliberalismo impulsado desde los países anglosajones por la Sra. Thatcher y el Sr. Reagan. Otro evento político incide notablemente en los cambios: el 9 de noviembre de 1989 cae el muro de Berlín y ese hecho tendrá, entre otras consecuencias, la de poner fin a un sistema de equilibrios económicos y sociales que había caracterizado gran parte de la historia del siglo XX. Con la crisis de la ideología marxista-soviética, materializada precisamente en la caída del muro, el neoliberalismo se propaga en el mundo con una aceleración desconocida. Una de las principales consecuencias es la afirmación de la más absoluta libertad de comercio, que a nivel internacional se identifica con el fenómeno de la mundialización o de la globalización de la economía. En un siglo, caracterizado durante muchas décadas por el debate entre una economía protegida de mercado y una economía sometida a un fuerte dirigismo estatal, pocos podían pronosticar que sus últimos años estarían marcados por las viejas ideas de David Ricardo, apenas estudiadas en las clases de economía. La concepción de Ricardo era que el mejor sistema económico es aquél en el que los países consagran sus capitales y su actividad a lo que saben más producir y confían luego al comercio internacional el intercambio de sus productos. Es el principio de los precios comparados, sobre el que se apoya y se justifica el comercio internacional. En una época que fue marcada por el marxismo y otros ismos, el financista inglés difícilmente hubiera imaginado que casi dos siglos después de escribir sus ensayos, sus ideas encontrarían aplicación práctica en la casi totalidad de las economías de la tierra. Se produce en el mundo del trabajo –como ha destacado con acierto Rosenbaum– la confrontación de dos lógicas: “En uno de los extremos, es posible ubicar la concepción del garantismo social, sobre cuyas bases se desarrolló, al impulso de los acontecimientos y efectos que acompañaron la revolución industrial y la consolidación del capitalismo, el proceso formativo del derecho del trabajo... Enfrentada al modelo clásico, se produce el surgimiento de una reacción o contrateoría de diverso signo, que responde a la lógica del liberalismo económico en su versión más radical, que es sustentada modernamente por las concepciones neoliberales. En un contexto en el que predomina la insatisfacción por los resultados de las políticas ensayadas en materia de crecimiento y niveles de empleo, sus orientadores apuntan las baterías contra los excesos del garantismo y las rigideces normativas, impulsando demandas de mayor flexibilización y desregulación de los ordena­mientos laborales”12. Las nuevas tecnologías y la afirmación del neoliberalismo como ideología dominante confluyen en el fenómeno denominado “globalización” o “mundiali­zación” de la economía. Morgado Valenzuela define correctamente la mundiali­zación como “el conjunto de procesos que, a la vez, dan origen y tienen lugar en el nuevo orden económico mundial. En éste se acelera, extiende y profundiza la internacionalización de las economías nacionales, ampliando sus relaciones de interdependencia y de dependencia, a la vez que reduciendo su campo de autonomía y tornando más difusas las esferas de soberanía de los estados nacionales”13. La definición abarca los diversos aspectos de la mundialización, fenómeno que incide no solamente en el derecho del trabajo y de las relaciones laborales, sino que alcanza a la misma soberanía de los Estado y a la identidad nacional de un país. En el pasado esa identidad estaba conformada, entre otros elementos, también por la pertenencia del capital a sus nacionales y por la producción de su “industria nacional”. Hoy los capitales emigran y los productos importados se sustituyen a los nacionales; las empresas extranjeras adquieren las endeudadas fábricas locales; las estrategias comerciales y las reglas de la organización del trabajo son dictadas desde afuera. La lógica de la mundialización es una lógica duramente selectiva. Sólo aquellos que logran gobernar los cambios y dedican sus fuerzas a producir más y mejor, sobrevivirán. En esta lógica, el mercado se volverá el nivelador mundial, premiando a los fuertes y eliminando a los débiles. Bajo el influjo de las nuevas tecnologías y de las nuevas ideas, el modelo de trabajo cambia. Fábricas reducidas, flexibilización de las categorías, expansión del trabajo formalmente independiente y externo a la fábrica son algunas de las principales expresiones de los cambios. En este contexto el sindicato pierde poder, mientras la empresa (que tradicionalmente estaba replegada en estrategias defensivas) comienza a jugar un rol muy activo en el sistema. El generalizado individualismo promueve valores muy distantes de aquéllos que habían marcado la experiencia sindical de la segunda revolución industrial, que se expresan de forma diversa: el éxito individual como elemento ejemplarizante y objeto de admiración, la exacerbación del consumo, el mejoramiento de la calidad de vida, la búsqueda de productos cada vez más diferenciados, el culto narcisista de la imagen y el físico. El héroe de esta cultura (trasladado en las formas más variadas a la literatura, al cine y a la televisión) es el individuo que logra alcanzar el éxito sin ninguna ayuda del grupo. El principio ético del individualismo es “hazlo tú mismo”, que trasladado al sistema de relaciones laborales significa que el individuo debe responsabilizarse de su trabajo y no vivir en dependencia o a expensas de los demás trabajadores o del Estado. El individualismo en materia laboral pregona menor seguridad y mayor responsabilidad, y sobre esa base invoca la legitimación de las políticas de flexibilización. Esta lógica encubre sin embargo una dura realidad: el hombre fuerte triunfa, el débil sucumbe; el trabajador con alta profesionalidad logra el éxito, el descalificado y débi l es marginado. “Al hablar de los cambios en la composición de la fuerza de trabajo –señala Spyropoulos–, no se puede dejar de reconocer que nuevas actitudes y comportamientos individuales ante el trabajo y la vida laboral hacen su aparición bajo el impulso de una mejor educación, de la influencia de los grandes medios de información y de la posibilidad para todos de comunicarse en cualquier instante. Para un número creciente de trabajadores, la acción colectiva que preconizan los sindicatos puede parecer menos atractiva que la satisfacción que procura el éxito profesional individual. El mejoramiento de la calidad de la vida adquiere una importancia creciente. La eficacia que la acción sindical demuestre ante esta evolución será decisiva para el futuro del sindicalismo”14. 5. El futuro del trabajo Como ha señalado Córdova, el derecho laboral históricamente consideró como típico el trabajo asalariado prestado en relación de dependencia o subordinación y alrededor de esa situación fue construyendo el sistema de protecciones, prohibiciones y regulaciones que integra el derecho individual del trabajo. Gradualmente la tutela laboral fue privilegiando una forma de trabajo asalariado y dependiente que se caracterizaba por tres presupuestos adicionales: a) un empleo a tiempo completo dentro de los límites de la jornada máxima; b) un contrato de trabajo de duración indefinida; c) un trabajo prestado para un solo empleador en el centro de trabajo de éste 15. Barbagelata coincidentemente expresa que “dentro de un contrato de trabajo considerado típico, el trabajador desempeña el trabajo durante una jornada completa, normalmente identificada con la jornada máxima legal, mantiene un vínculo por tiempo indefinido con un empleador, en cuyo establecimiento desempeña el trabajo” 16. Como señala Veneziani, las desviaciones del modelo arquetípico se producen porque la crisis económica y el avance tecnológico multiplican las formas atípicas de trabajo. Estas a menudo quedan afuera del dominio de la legislación tutelar y de la negociación colectiva, conformando un mercado de trabajo secundario o marginal, donde coexisten trabajadores a tiempo completo con temporales, según las necesidades de la empresa. Son “ciudadanos del mercado de trabajo sin derechos civiles” 17. Las nuevas modalidades laborales plantean un desafío para el Derecho del Trabajo, nacido como conjunto de normas destinadas a tutelar la relación de trabajo subordinado. Es el desafío de proyectarse hacia nuevas actividades y nuevas modalidades de producción que eran desconocidas en su época de apogeo. Frente a un Derecho del Trabajo destinado a regular y proteger la subordinación, ¿es posible concebir un conjunto de normas cuyo objetivo es el de regular la “coordinación”, en el sentido asignado por Grandi? Las nuevas modalidades de trabajo ponen en discusión la esencia misma del Derecho del Trabajo, su dimensión, su esfera de actuación. Estamos en presencia de una “pluralidad de mundos productivos” que piden respuestas diferentes. Javillier señala que se ha producido una “división de mundos” y constata que el Derecho del Trabajo ya no puede dar cuenta de todas las relaciones de trabajo. El juslaboralista francés expresa que dos cuestiones deben plantearse, cuestiones que están en el corazón de la evolución misma del derecho del trabajo contemporáneo y que sin duda no pueden recibir contestaciones simples y certeras. La primera es la de cuestionar fronteras presentadas muy a menudo como naturales y eternas. La segunda cuestión es aún más importante y se centra en el hecho de verificar la posibilidad de nuevas fórmulas jurídicas –y evidentemente también sociales– inéditas, que consagren no solo un derecho del trabajo, sino también un derecho de la actividad 18. No sólo se cuestiona el sistema tradicional de relaciones laborales –expresa Ermida Uriarte– sino que surge un nuevo paradigma de las relaciones laborales posmodernas. Para el autor, algunas de las características de las relaciones laborales posmodernas serían las siguientes: 1) “descentramiento” del trabajo: con la priorización del capital sobre el trabajo y la sustitución creciente de mano de obra por tecnología; el trabajo es hoy menos necesario; 2) la “segmentación de la mano de obra”: la flexibilidad productiva alienta la descentralización de la organización del trabajo, que tiene a dos grupos bien diferenciados de trabajadores: a) un núcleo de trabajadores estables, protegidos, con buenas remuneraciones y calificaciones, y b) una “periferia” inestable, precaria, tercerizada o informal; 3) la “inestabilidad en el empleo” promovida precisamente por la flexibili-zación o desregulación de la contratación laboral y del despido; 4) la “individualización” de las relaciones laborales, fruto de una mayor autonomía de la voluntad del empleador y del retroceso de las relaciones colectivas de trabajo; 5) el abaratamiento del costo del trabajo, producido por el abatimiento de las medidas legislativas de protección, que se traduce en un descenso del salario en la renta nacional19. Las nuevas modalidades laborales, lejos de poner en crisis un derecho del trabajo, que muchos autores profetizan llegado a su fin, lo revitalizan y actualizan, planteando nuevos retos y desafíos. El campo de batalla –para el derecho del trabajo– se ha ampliado; se ha producido la extensión del espacio de confrontación entre los que ejecutan el trabajo para otros y esos “otros” que se benefician del trabajo ajeno. La llamada crisis del derecho del trabajo no es más que la crisis del concepto de subordinación como criterio esencial de la delimitación de la disciplina. Para los estudiosos del derecho del trabajo se vuelve indispensable el examen de una realidad laboral mucho más vasta y rica, donde la subordinación es tan solo uno de los criterios para establecer ese territorio. La elaboración de un nuevo derecho del trabajo no puede omitir el estudio de las nuevas realidades. Su desafío es precisamente el de superar las fronteras del trabajo típico, para expandirse hacia las nuevas geografías laborales. Para defender y valorizar el derecho del trabajo, es necesario comenzar por conocer el trabajo en sus múltiples formas y en sus diferentes vínculos con el mercado, la sociedad, el individuo. Debemos construir un derecho del trabajo de contenidos y son precisamente las nuevas modalidades contractuales las que dan especificidad a los contenidos. Un derecho del trabajo de axiomas y de fórmulas sin el alimento de las realidades se volverá extremadamente frágil. Pero también es cierto que un derecho del trabajo sin principios tutelares para el contratante más débil, perderá su razón de ser. La amplia gama de los nuevos trabajos muestra realidades diferentes, con disímiles niveles de tutela. Se plantea la cuestión de cuál debe ser el rol del derecho del trabajo como regulador de una realidad tan disímil. ¿Debe aceptarse la realidad de un mercado del trabajo fragmentado (o segmentado, en la expresión de Ermida Uriarte) y buscar respuestas jurídicas diferentes a partir de esa diferencialidad, o debemos mantenernos fieles a un derecho del trabajo único para regular lo que ha sido su objetivo tradicional, el trabajo típico?20 ¿Debemos aceptar un sistema de relaciones laborales con trabajadores diferenciados en sus derechos y obligaciones? La contestación a estas preguntas implica la confrontación de sentimientos de justicia y equidad con criterios de razonabilidad ante la dureza de nuevas realidades. No dudamos que en la esfera del deber ser deberíamos aceptar un derecho del trabajo único, una medida de protección única para todos los trabajadores. En nuestra opinión, la función reguladora del derecho debe ser valorada dentro de límites realistas. El derecho, por sí solo, no puede modificar en forma radical una realidad, que obedece a diversas causas, primera entre ellas la de los cambios tecnológicos. Vivimos en un mundo, en el que se han consolidado formas distintas de trabajo. La fuerza del mercado, la creciente importancia de las estrategias empresariales, la crisis ocupacional, la debilitación del poder sindical, la competitividad estimulada hasta límites antes desconocidos han llevado a la situación actual. Suponer que el derecho del trabajo tenga la fuerza suficiente para incidir de modo significativo en esta realidad no conduciría a concretar mejoras para la generalidad de los trabajadores. El nuevo derecho laboral no podrá ignorar la diferencialidad del trabajo, que se expresa precisamente en modalidades contractuales diferentes. No debe sin embargo extraerse de esta premisa la consecuencia de un derecho laboral despojado de su misión tutelar y de su función equilibradora de las diferencias sociales. Como ha señalado Rosenbaum, “no parece razonable pensar en un equilibrio social impuesto por la vía de la restricción, esto es, a través de la imposición de sacrificios, recortes y reducciones de las protecciones, sin asegurar adecuadamente una contrapartida en la redistribución del crecimiento en valores esenciales para los individuos, como lo son el empleo, el salario y la seguridad social”21. El antiguo conflicto entre el “patrono” y el “obrero” asume nuevas y sofisticadas formas, pero sigue presente en las nuevas modalidades laborales, en las que se acentúa la brecha entre el poder empresarial y la debilidad del trabajador económicamente dependiente. El derecho del trabajo deberá identificar los principales desniveles y buscar los correctivos que permitan equilibrar la desigualdad inicial. En esa tarea deberá actuarse en forma realista, impulsando normas de posible actuación y evitando reglas imposibles – tan comunes en América Latina– asentadas sólo en el papel. En definitiva un nuevo derecho del trabajo con sentido realista, sin perder la firme orientación de los principios. NOTAS 1 JAVILLIER, Jean Claude. Le futur de la subordination dans l’evolution du droit du travail en Le trasformazioni del lavoro, Milán (Italia), 1999, p. 42. 2 BRIATICO, Franco. La rivoluzione industriale dell’800, Cuneo 1959, p. 7 y 8. 3 Idem, p. 10. 4 POLANYI, Karl. La gran transformación. México, D.F., 1992, p. 18 y 45 citado por RAMIREZ BOSCO Luis, SALA FRANCO Tomás y RASO DELGUE Juan, “El Derecho del Tra bajo” en Tratado de Derecho del Trabajo, T. I, dirigido por Ackerman Mario E., Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe (Argentina), 2005, p.71. 5 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Curso sobre la evolución del pensamiento juslaboralista, FCU. Montevideo, 2009, p. 34 a 38. 6 Ídem. 7 BARBAGELATA, Héctor-Hugo, Curso...ob. cit, p. 18 y 19; el autor - para ejemplificar esta equivalencia entre la condición de obrero asalariado y la de pobre -, recuerda los primeros versos de la versión española de “La Internacional”, himno obrero compuesto por Eugéne Pottier en 1871 con música de Adolphe Deguyter: “¡Arriba los pobres del mundo!, ¡De pié los esclavos sin pan!” 8 BRIATICO, Franco, ob. cit., p. 91. 9 RICCIARDI, Mario. El Futuro de los Sindicatos. Conferencia dictada en Cusco (Per ú) el 6.9.1994. 10 Ídem. 11 El 10 de noviembre de 2006 la CIOSL y la CMT se disolvieron para crear integradas la Confederación Sindical Internacional (CSI), a la que adhirieron además otras federaciones nacionales independientes. 12 ROSENBAUM, Jorge W. “El debate contemporáneo sobre reglamentación y desregulación del derecho del trabajo” en rev. RELASUR N° 8, Montevideo 1995, pp, 97 a 99. 13 MORGADO VALENZUELA, Emilio. Las perspectivas del Derecho del Trabajo en un mundo globalizado, disertación en el Seminario Internacional «El Derecho del Trabajo ante el nuevo Milenio», Santo Domingo, Rep. Dominicana, 26 a 28 de abril de 1999. 14 SPYROPOULOS, George. “El sindicalismo frente a la crisis: situación actual y perspectivas futuras” en revista RELASUR, N° 4, Montevideo, 1994, p. 83 15 CORDOVA, Efrain. “Nuevas formas y aspectos de las relaciones de trabajo atípicas” relato general al X Congreso Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (Caracas, setiembre de 1985), publicado en rev. Derecho Laboral, N° 142, p. 247. 16 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T. I, V. 2, Segunda edición actualizada con la colaboración de Rivas D., Montevideo 1999, p. 166. 17 VENEZIANI, Bruno. “The new labor force” en AAVV, Comparative Labor law and industri al relations in industrialized market economies, Deventer-Boston 1989, T. I, p. 64, citado po RACCIATTI, OCTAVIO, El derecho laboral ante los cambios en el mundo del trabajo, en revista Derecho Laboral N° 190, Montevideo 1998, p. 572. 18 JAVILLIER, Jean Claude, ob. cit., p. 43. 19 ERMIDA URIARTE, Oscar, “Globalización y Relaciones Laborales” en Las Relaciones de Trabajo en el Siglo XXI, III Congreso Regional de las Américas de AIRT, Lima (Perú), Setiembre de 1999. 20 RASO DELGUE, Juan. Derecho del Trabajo, Seguridad Social y Relaciones Laborales: hacia una teoría de los círculos en revista Derecho Laboral, T.XLI, N° 190, Montevideo 1998. 21 ROSENBAUM, Jorge W. El debate...ob. cit., p. 127. Capítulo II. DENOMINACIÓN Alejandro Castello La rama del Derecho que se estudia en este libro ha recibido a lo largo del tiempo diversas denominaciones. Sin duda alguna, ninguna disciplina jurídica ha tenido una evolución de su denominación tan rica, compleja y variada como sucede con la que se encuentra bajo examen. Como señala Américo Plá Rodríguez, las diversas denominaciones propuestas difieren entre sí no solo respecto del sustantivo sino también del calificativo o adjetivo. Respecto del sustantivo, las propuestas fueron básicamente dos: denominar a la disciplina como “legislación” o “derecho”. En cuanto al calificativo, las variantes han sido: “industrial”, “obrero”, “nuevo”, “social”, “trabajo”, “laboral”, etc. 1. Enseña Rafael Alburquerque que la primera denominación que se usó en la doctrina francesa (Paul Pic, Henri Capitant y Paul Cuche, André Rouast y Paul Durand) fue la de “legislación industrial”, expresión que a su juicio era doblemente limitada: primero, porque el sustantivo “legislación” da a entender que la materia se limita al estudio de las leyes cuando en realidad refiere a un ordenamiento más rico y amplio; segundo, porque el adjetivo “industrial” no refleja su campo de aplicación, el cual se extiende no solo a la industria sino también al comercio, el campo, los servicios, etc. 2. De ese modo, queda evidenciado que rápidamente se descartó el uso del sustantivo “legislación”, por las limitaciones que representa el mismo, optándose por el empleo del término “derecho”, el cual resulta más amplio ya que evoca la idea de que la disciplina contiene no solamente leyes sino también otras fuentes, nacionales e internacionales, estatales y autónomas, e inclusive principios, amén de que además es el sustantivo más empleado en las demás ramas del Derecho. En tal sentido, como lo hace notar Alice Monteiro de Barros, desde el momento en que la disciplina adquirió autonomía científica, didáctica, metodológica y constitucional, con principios y reglas propias, la denominación más acertada es la de “derecho” y no meramente “legislación”3. Otra expresión que se propuso es la de “derecho obrero”, utilizada por Georges Scelles, la cual también fue considerada por la doctrina como restringida porque la disciplina refiere no solo a los trabajadores obreros, que realizan tareas manuales, sino también a empleados de cualquier categoría, incluyendo a aquellos que realizan tareas técnicas, administrativas o de otro género. Si bien es cierto que las primeras leyes tuvieron como destinatarios primordialmente a los obreros, las mismas rápidamente se extendieron a todos los trabajadores subordinados. Señala Alburquerque que Alfredo Palacios denominó a su libro sobre la materia como “Nuevo Derecho”, término que pretendía hacer énfasis en lo novedoso de la materia, su espíritu y sus principios. La popularidad que alcanzó la obra en su época hizo que se utilizase por algunos autores la expresión “Derecho nuevo” para designar a esta rama del derecho. Sin embargo, era fácil darse cuenta que el mero transcurso del tiempo haría imprecisa y desajustada esta denominación, la cual rápidamente cayó en desuso4. Advierte Mauricio Godinho Delgado que durante el período de la segunda guerra mundial se utilizó la expresión “derecho corporativo”, la cual intentaba evocar al modelo de gestión socio-política que existía en esa época en varios países europeos, en el cual la empresa y las organizaciones colectivas funcionaban como corporaciones 5. Este término ha sido criticado por inadecuado e inconveniente. De hecho, esta expresión no se ha utilizado más desde dicha época. El autor antes mencionado señala que otra expresión utilizada, que gozó de relativo prestigio, fue la de “derecho social”, la que trata de resaltar el contenido social de esta materia. Sin embargo, la misma ha sido criticada por ser demasiada vaga e imprecisa ya que todo el Derecho es social y además no trasmite con claridad cuál es su contenido 6. La voz que se ha impuesto con el paso del tiempo fue la de “derecho del trabajo, con la cual se evoca el objeto de la materia. Sin embargo, como señala Plá Rodríguez esta expresión ha sido criticada porque no todo trabajo7 es objeto de la disciplina, sino sólo aquel que tiene el carácter de subordinado o dependiente 8. Por esa razón, se han propuesto otras denominaciones, siendo la de mayor uso y aceptación la de “derecho laboral”. Dice Plá Rodríguez que esta expresión tiene algunas ventajas notorias en relación a la anterior. En primer lugar, se trata de un adjetivo: “laboral”. En segundo lugar, la palabra revela el contenido de la materia. En tercer lugar, se trata de un término elástico por lo que tanto se amplíe como se restrinja el campo de aplicación de la materia la expresión continuará siendo apropiada 9. En la práctica, ambas denominaciones ha logrado gran arraigo y son utilizadas de forma intercambiable, como sinónimos. Tanto las normas como las diferentes publicaciones especializadas (libros, revistas, tesis, etc.) y las asignaturas de las casas de estudio emplean las denominaciones “derecho del trabajo” o “derecho laboral” para designar el segmento del Derecho que estudia la regulación del trabajo subordinado, tanto en su dimensión individual como denominaciones de forma indistinta. colectiva. En esta obra utilizaremos ambas NOTAS 1 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. Curso de derecho laboral. Tomo I vol. I. Ed. Acali. Montevideo, 1979, p. 11. 2 ALBURQUERQUE, Rafael F. Derecho del trabajo. Tomo I. Ediciones Jurídicas Trajano Potentini. República Dominicana, 2003, p. 1. 3 MONTEIRO DE BARROS, Alice. Curso de Direito do trabalho. 5º edición. Ed. LTR. San Pablo, 2009, p. 91. 4 ALBURQUERQUE, Rafael F. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 2. 5 GODINHO DELGADO, Mauricio. Curso de Direito do trabalho. 6º edición. Ed. LTR. San Pablo, 2007, p. 54. 6 GODINHO DELGADO, Mauricio. Curso de Direito do trabalho, ob. cit. p. 54 -55. 7 Nos advierte Alain SUPIOT que la palabra “trabajo” es polisémica y ambivalente. En la lengua francesa designa el sufrimiento que ha de soportar la mujer en el parto, por lo que designa el acto en que se mezcla el dolor con la creación, evocando a la vez constricción, padecimiento y libertad. Agrega el a utor que en el Derecho del trabajo la palabra “trabajo” no designa todas las formas del trabajo en el sentido amplio del término (por ejemplo no se refiere al trabajo de las amas de casa) ni tampoco todas las formas de la actividad profesional: Crítica del Derecho del trabajo. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Madrid, 1996, p. 19 -20. 8 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. Curso de derecho laboral, tomo I vol. I, ob. cit. p. 14. 9 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. Curso de derecho laboral, tomo I vol. I, ob. cit. p. 16. Capítulo III. PARTES DE LA DISCIPLINA Juan Raso Delgue 1. Introducción Bajo el nombre de Derecho del Trabajo o Derecho Laboral deben distinguirse diversas partes o ramas de la disciplina, algunas de las cuales con las transformaciones del trabajo y de la sociedad han adquirido una importancia tal, que puede justificar su autonomía. A modo de introducción digamos que existen dos partes centrales de la disciplina, que denominamos “Derecho Individual del Trabajo” y “Derecho Colectivo del Trabajo”: la primera, como el nombre lo indica se ocupa del vínculo individual que une contractualmente al trabajador con su empleador. En cambio, la segunda estudia las relaciones colectivas, es decir la interacción entre sujetos colectivos del trabajo, como son la empresa u organizaciones empresariales y las organizaciones sindicales. Pero también debe destacarse que se han desarrollado otras partes del Derecho del trabajo, como el Derecho procesal del trabajo, el Derecho internacional del trabajo, el Derecho administrativo del trabajo y el Derecho de la seguridad social. Sobre cada una de estas partes nos detendremos en los próximos numerales. 2. El Derecho individual del trabajo Esta parte de la disciplina –que algunos consideran “Derecho del trabajo” en sentido estricto– regula los derechos y obligaciones del trabajador individual, contraponiendo el mismo al empleador individual, atento a las posiciones jurídicas que corresponden a cada sujeto del contrato 1. Es la parte más consistente del Derecho del trabajo; constituye su núcleo duro, aunque no necesariamente el originario, porque en diversos ordenamientos jurídicos, la intervención legislativa del Estado comenzó con la regulación de las relaciones colectivas. Sus fuentes normativas son básicamente el contrato, la legislación estatal, pero también, y cada vez más, normas de origen colectivo, cuya elaboración responde a vínculos de derecho colectivo del trabajo entre empleadores y sindicato, pero que se aplican en el ámbito del derecho individual del trabajo 2. La construcción del derecho individual se afirma en la necesidad de mejorar las condiciones de trabajo contenidas en el contrato bilateral, en el que una de las partes –el trabajador– es un contratante débil y por lo tanto dispuesto a aceptar las normas impuestas por su contraparte –el empleador– quien es el contratante fuerte del sinalagma. En torno a los contenidos originales del contrato de trabajo, el Derecho individual del trabajo fue construyendo un sistema de niveles mínimos de derechos y tutelas para compensar la diferencia de poder de los contratantes. Como ha expresado Couture, el Derecho individual del trabajo es “un nuevo derecho, extraño a todos los principios tradicionales, sin exceptuar uno solo de ellos”. Su finalidad –prosigue– es la de establecer mediante una nueva desigualdad, la igualdad perdida por la distinta condición que tienen en el orden económico de la vida, los que ponen su trabajo como sustancia del contrato, y los que se sirven de él para la satisfacción de sus intereses” 3. El propósito del Derecho individual del trabajo es el de proteger a los trabajadores atribuyendo contenidos mínimos obligatorios al contrato de trabajo. Este proceso de dotar al contrato individual de nivel mínimos de tutela se produce por dos vías: a través de normas estatales generalmente de aplicación imperativa y por lo tanto no disponibles por las partes, o a través de normas o reglas de convenios colectivos, donde se expresa la actuación o autonomía colectiva de los trabajadores agrupados 4. Como ha expresado De la Cueva, el Derecho individual del trabajo se vincula a la idea de “generalidad” y marca una “tendencia a devenir el estatuto único para las relaciones de trabajo”: sus reglas de protección “aparecen como reglas de excepción a las reglas generales del derecho civil”, para ser aplicadas a toda prestación de servicio 5. El contenido del Derecho individual del trabajo refiere a condiciones legales mínimas que deben regular el vínculo laboral en los aspectos propios de la prestación individual de trabajo. Por lo tanto esta rama de la disciplina establecerá reglas con relación a la jornada de trabajo, la licencia, los descansos, eltrabajo extraordinario, el salario, la finalización del vínculo laboral, sin perjuicio de establecer normas específicas en determinados contratos, como aquellos que refieren a menores y mujeres, trabajo rural, gente de mar, viajantes y vendedores de plaza, etc. Concluimos expresando que el Derecho individual del trabajo es aquella parte de la disciplina que regula a través de normas etáticas y autónomas los derechos y obligaciones de las partes en la relación individual de trabajo. 3. El Derecho colectivo del trabajo Una de las particularidades del Derecho del trabajo es la de reconocer que las relaciones laborales o industriales son una realidad que se apoya en fuerzas opuestas: trabajadores y empleadores tienen objetivos diferente y por lo tanto sus roles son necesariamente distintos. Por lo tanto la disciplina, con fuertes raíces en la historia y en los conflictos entre empleadores y trabajadores colectivamente organizados, va reconociendo su naturaleza conflictiva, originada en la contradicción de intereses y en la búsqueda de la satisfacción de los objetivos antagónicos de cada parte, pero al mismo tiempo pondera la negociación como forma privilegiada de superación del conflicto. Esta rama del Derecho Laboral refiere precisamente a los sujetos colectivos y a los procesos de interacción que los vinculan, básicamente el conflicto y la negociación. Corresponde por lo tanto al Derecho colectivo del trabajo el estudio de las diversas expresiones del conflicto, como son la huelga y el lock-out (conflicto de los empleadores); analiza sus causas y sus niveles, así como regula la participación de los trabajadores en la huelga; el proceso de decisión del conflicto; los medios de conciliación, mediación y arbitraje; las formas legales o autónomas de regulación del conflicto; los derechos emergentes de la libertad sindical. También estudia los procesos de negociación colectiva, definiendo los sujetos, los contenidos, las funciones, los niveles, para luego examinar el convenio colectivo – producto de esa negociación– como fuente de derecho especial y privilegiada del Derecho del trabajo. Siempre en el ámbito de los procesos de interacción de los sujetos colectivos, esta rama también estudia la participación de los trabajadores a nivel de la sociedad y de la empresa, deteniéndose en fenómenos como el tripartismo, el diálogo social, la concertación. En la doctrina italiana se utiliza generalmente la expresión Diritto Sindacale6, como reminiscencia histórica de Diritto Sindacale e delle Corporazioni de la época fascista, con el alcance amplio que nosotros atribuimos al Derecho colectivo del trabajo. Es importante la aclaración para no confundir la expresión italiana usual en el tema, con el estudio de los derechos sindicales stricto sensu, es decir ese conjunto de libertades o derechos, que al decir de Ricardo Mantero constituyen “un concepto complejo, que no se agota en la mera posibilidad de constitución del sindicato, sino que por el contrario, presupone y posibilita el ejercicio efectivo de la actividad sindical en el ámbito de actuación de la organización profesional”7. En Francia tampoco hay una clara referencia a la expresión “derecho colectivo” y autores como Javillier prefieren hablar de contenidos dividiéndolos bajos los títulos de “Libertad y participación” y “Conflictos y negociación”8 , mientras Camerlink divide su celebre Tratado en cuatro partes (La Empresa, Sindicatos, La Huelga, La Negociación Colectiva), que aparecen como parte del Derecho del Trabajo general9. El Derecho colectivo del trabajo –expresa Ramirez Bosco empleando la terminología más común en Iberoamerica– “no dispone directamente sobre las relaciones entre trabajadores y empleadores, sino que rige los mecanismos para que éstos, colectivamente, sustancien sus diferencias y establezcan las normas que darán contenido a su relación... El Derecho colectivo tiende, por lo menos en los países más desarrollados, a ocupar un espacio creciente de la realidad laboral y por lo tanto una dedicación proporcional por parte de los estudios especializados, hasta el punto de que a veces su tratamiento supera en extensión al del Derecho individual” 10. En Uruguay el Derecho colectivo del trabajo ha tenido un desarrollo importante desde los comienzos de su proceso industrialista en los primeros años del siglo XX y ha mostrado características particulares en materia de derech0o colectivo Entre ellas, siempre fueron destacables la fuerte autonomía en las relaciones colectivas de trabajo; la preeminencia del nivel de actividad; el rol de la doctrina y la jurisprudencia en la integración del derecho autónomo con el heterónomo11 . También en este marco tradicional se ha constatado durante décadas –en lo colectivo– la existencia de pocas normas de altísima jerarquía (Constitución y Convenios Internacionales del Trabajo), reenviándose la regulación puntual a la fuente normativa que emana del acuerdo de las partes. En esa experiencia de una amplia negociación colectiva pura o informal, no regulada, de surgimiento espontáneo y curso discontinuo, impuesta casi siempre por el conflicto y la reivindicación sindical12 , se insertó a partir del año 1943 el régimen de los Consejos de Salarios (con las consabidas suspensiones en los años 1968 a 1985 y 1992 a 2005). En el marco de este modelo colectivo a dos vías, a partir de la asunción la coalición Frente Amplio-Encuentro Progresista en marzo de 2005, se aprobaron una serie de leyes que permiten hablar de un nuevo derecho colectivo del trabajo en nuestro país: entre ellas, se destacan la ley Nº 17.940 sobre libertad sindical y la Ley Nº 18.566 sobre Consejos de salarios y negociación colectiva. 4. Derecho procesal del trabajo Una tercera vertiente tradicional de la disciplina ha sido la del derecho procesal, al que gran parte de la doctrina atribuye características específicas que lo apartarían del derecho procesal común. La idea de un proceso laboral autónomo nace como exigencia para garantizar en la contienda judicial la realización de los derechos laborales, evitando que la particular protección que las normas materiales establecen para el trabajador, se diluya durante el desarrollo de la causa. Como señala Sagardoy, citando a Gallart y Folch, “la jurisdicción civil, complicada, lenta y costosa, y respetuosa a ultranza a la hora de garantizar la igualdad formal de las partes procesales, se mostró desde los albores del sistema capitalista como un cauce inadecuado para sustanciar las pretensiones deducidas por los trabajadores con respecto a los empresarios, y ello porque dado que una buena parte de la masa trabajadora dependía de la contraprestación derivada del contrato de trabajo para su mantenimiento físico, la demora en la solución de sus pretensiones les perjudicaba sin duda, y la situaba en una posición de clara inferioridad frente al empresario demandado, que podía resistir sin excesivo quebranto el formalismo y la rigidez del cauce procesal común”13. Couture traslada al Derecho procesal del trabajo sus ideas sobre las desigualdades compensatorias y expresa: “un nuevo derecho procesal, extraño a todos los principios tradicionales, sin exceptuar uno solo de ellos, ha debido surgir para establecer mediante una nueva desigualdad, la igualdad perdida por la distinta condición que tienen en el orden económico de la vida, los que ponen su trabajo como sustancia del contrato, y los que se sirven de él para la satisfacción de sus intereses” 14. Esta concepción de nivelar desigualdades no significa otra cosa que la de asignar una tutela especial al trabajador que litiga; en otras palabras, la vigencia de la idea de un principio protector o tutelar en el proceso de trabajo. En base a estas premisas, puede definirse el Derecho procesal del trabajo como “el conjunto de normas y principios, que regulan la actividad que deben desplegar las partes, los órganos jurisdiccionales y sus auxiliares, para que se resuelvan, mediante un juicio de autoridad, los conflictos jurídicos laborales”15. Con relación a nuestro derecho interno, una importante corriente doctrinaria y jurisprudencial ha defendido la autonomía del proceso laboral frente al proceso civil. Esta posición tradicional se ha visto enriquecida a partir de la aprobación de la Ley 18.572 de 13.09.2009, que al regular la “abreviación de los procesos laborales”, introdujo por vía legal una construcción del proceso basada claramente en principios específicos laborales, indicados ya en el primer artículo de la ley. 5. Derecho Administrativo del Trabajo Las normas protectoras del Derecho del trabajo han sido acompañadas desde su origen por la coexistencia de reglas administrativas y servicios inspectivos de la Administración, para controlar el efectivo cumplimiento de las mismas. Esta rama o capítulo del Derecho del trabajo regula y estudia temas que refieren a los órganos de la Administración del Trabajo (Ministerio, Inspección y demás entidades administrativas nacionales y departamentales con competencia en materia laboral), el régimen de faltas y sanciones, la documentación, los procedimientos especiales para asegurar el control y el cumplimiento de la normativa laboral. Si bien en nuestro país no acostumbramos hablar de un “Derecho Administrativo del trabajo”, la profusa normativa en la materia amerita estudios particulares sobre la organización y los procedimientos de los controles administrativos del trabajo. 6. Derecho internacional del trabajo La normativa internacional del trabajo tiene un origen prestigioso, que se vincula con la creación de la Organización Internacional del Trabajo en el año 1919. La obra de la OIT y la influencia de los Convenios Internacionales del Trabajo y las Recomendaciones en la construcción y unificación a nivel global del Derecho internacional del trabajo son notorias. Los contenidos de esta parte o rama del derecho laboral se han ido enriqueciendo en el tiempo con la aprobación de Pactos y Cartas internacionales que refieren a reglas mínimas de tutela laboral y con la ratificación de tratados bi o multilaterales especialmente en el área de la seguridad social. También ha existido en las últimas décadas el desarrollo de acuerdos regionales, en los que la materia laboral ha sido una de las cuestiones importantes en la definición de las reglas comunitarias. En los últimos años ha madurado un particular interés en el derecho internacional del trabajo, ya sea porque la doctrina y la jurisprudencia han defendido la aplicación directa de los instrumentos internacionales ratificados por un país a sus conflictos internos del trabajo, ya sea porque se ha desarrollado una nueva visión de las tutelas laborales (bloque de constitucionalidad o jus cogens), que reconocen en el derecho internacional del trabajo la expresión del derecho aceptado y reconocido por la comunidad de estados en su conjunto, y que por lo tanto debe primar sobre las normas nacionales. Esta parte del Derecho del trabajo estudia diversas cuestiones: la jerarquía de las normas internacionales como fuente de derecho y las vías de incorporación en el ordenamiento interno de los Estados; los convenios y recomendaciones de la OIT y a la estructura de la Organización; los sistema regionales de normas internacionales del trabajo; la autoejecutabilidad de la normas internacionales del trabajo; la eficacia, en el orden interno de las normas internacionales del trabajo incorporadas al bloque de constitucionalidad16. 7. ¿Derecho de la Seguridad Social? Nos referimos al Derecho de la seguridad con la inserción dubitativa de los puntos interrogativos. Es indudable que la seguridad social nace como un desprendimiento del Derecho del trabajo. La construcción misma de la seguridad social obedece a un modelo centrado sobre el trabajo subordinado y las contribuciones de empleadores, trabajadores y Estado. El modelo industrialista no solo construyó reglas de tutela del trabajo expresadas en el ordenamiento jurídico laboral. La generalización de la protección fue más allá y sobre la figura del obrero dependiente a tiempo completo se construyó el sistema de seguridad social, cuyo objetivo era en primer lugar proteger a los trabajadores subordinados de los principales «riesgos» a los que se veían expuestos. Posteriormente el desarrollo de la seguridad social ha proyectado esa protección a un universo más vasto con el objetivo de tutelar la entera sociedad (principio de la universalidad subjetiva). La seguridad social y la idea de un Estado de bienestar social –como aún hoy los conocemos y estudiamos– refieren a un conjunto de derechos previsionales inspirado básicamente en el trabajador subordinado del modelo taylorista. Pero esa función central de la seguridad social se ha expandido y a medida que se han producido transformaciones en el mundo del trabajo, también se ha modificado el rol y la importancia de la seguridad social en la época actual, al punto de cuestionarse si en definitiva hoy la seguridad social no constituye un cuerpo de normas autónomas que se ha desgajado del Derecho del trabajo. La doctrina argentina ha expresado en forma contundente que “la seguridad social es una rama autónoma del derecho, ya que posee objeto propio, cual es, el amparo de todos los hombres contra las necesidades emergentes de las contingencias sociales; de ahí que el sujeto específico sea el hombre; tiene además principios particulares y las manifestaciones de esta autonomía se exteriorizan en los ámbitos legislativo, jurisprudencial, doctrinario y científico”17. En forma más moderada y que compartimos, Arenas Monsalve expresa que el debate sobre la autonomía del derecho de la seguridad social o su dependencia del derecho del trabajo sigue siendo un “debate abierto”, donde no es posible señalar conclusiones definitivas. Siguen existiendo fuertes relaciones entre el derecho del trabajo y el derecho de la seguridad social y existen recíprocas influencias entre los dos ordenamientos. Por un lado van apareciendo diferencias cada vez más sustanciales con relación a los sujetos, a las organizaciones intervinientes, a la vocación universal de las contingencias y prestaciones; por el otro, el núcleo central de la seguridad social sigue centrado en gran parte en las contribuciones obrero-patronales18. NOTAS 1 CARINCI, Francesco et. al. Diritto del Lavoro - 2. Il rapporto di lavoro subordinato. 5a Ed., Turín 2003, p. 1. 2 Idem. 3 COUTURE, Eduardo J. Estudios de Derecho Procesal Civil, T. 3, p. 288. 4 RAMIREZ BOSCO, Luis, Apartados I a IV de “El Derecho del Trabajo” en ACKERMAN M. (Director), Tratado de Derecho del Trabajo. T. I., Santa Fe (Argentina), 2005, pp. 85 y ss. 5 DE LA CUEVA, Mario, Derecho Mexicano del Trabajo, 2a Edic., México 1943, pp. 366 a 368. 6 ver el T. 1 de CARINCI, Franco et.al., op. cit, cuyo título es precisamente Diritto Sindacale. 7 MANTERO ALVAREZ, Ricardo. “La protección del militante sindical en el derecho uruguayo” en rev. Derecho Laboral, T. XXVIII, M° 134, Montevideo 1984, p. 377. 8 JAVILLIER, Jean-Claude. Droit du Travail. 5a Edic., París 1996, pp. 381 y ss y 513 y ss. 9 CAMERLYNCK, Guillaume Hubert. Traité de Droit du Travail. Tomos IV, V, VI y VII, Paris, 1966. 10 RAMIREZ BOSCO, Luis, ob. cit., pp. 85 y 86. 11 ROSENBAUM, Jorge, AMEGLIO Eduardo y RASO Juan. “Intervención y autonomía en las relaciones colectivas de trabajo en Uruguay” en AA. VV. Intervención y Autonomía en las Relaciones Colectivas de Trabajo (Coordinador Oscar Ermida Uriarte), Montevideo 1993, p. 275. 12 ROSENBAUM, Jorge, AMEGLIO Eduardo y RASO Juan, ob. cit., p. 296. 13 SAGARDOY BENGOECHEA, Juan Antonio. “El proceso laboral: principios informadores” en AA.VV. Instituciones de derecho del trabajo y de la seguridad social, México, 1977, p. 823. 14 COUTURE Eduardo J. Estudios de Derecho Procesal Civil, T. III, p. 288, citado por Racciatti O., “Trascendencia procesal de los principios del derecho del trabajo” en rev. Derecho Laboral, T. XLII, N° 196, Montevideo 1999, p. 839. 15 OSTOICH, José Vicente M., Derecho Procesal del Trabajo, Córdoba (Argentina), 2000, p. 24. 16 MOLINA M., Carlos Ernesto. Las Normas Internacionales del trabajo y su efectividad en el Derecho colombiano, Bogotá, 2005. Además del examen que el autor hace de las diversas partes del Derecho internacional del trabajo, se destaca el prólogo escrito por Geraldo von Potobsky. 17 HÜNICKEN, Javier, Aspectos doctrinales de la seguridad social, en ALTAMIRA GIGENA, Raúl E. et al., “Manual de derecho de la seguridad social” (Director Javier Hünicken), Buenos Aires 1989, p. 40. 18 ARENAS MONSALVE, Gerardo. El derecho colombiano de la seguridad social. Bogotá, 2006, p. 57 y 58. Capítulo IV. FINES Y FUNCIONES Alejandro Castello El Derecho del trabajo es actualmente un conjunto de instituciones y normas relativas al trabajo subordinado y las relaciones individuales y colectivas que se generan en torno al mismo, ó, más precisamente, como enseñan Manuel Palomeque y Manuel Alvarez de la Rosa, desde una visión formal y meramente descriptiva, se trata de “la ordenación jurídica del trabajo asalariado o prestado por cuenta ajena. De este modo, la noción de esta disciplina se centra en el objeto propio de la regulación jurídica llevada a cabo por la misma, esto es, en las relaciones jurídicas (el contrato de trabajo y las relaciones colectivas de representación y defensa de los intereses de los sujetos de la relación laboral) que se establecen entre quienes realizan un trabajo retribuido y dependiente por cuenta de y para otra persona (trabajadores) y quienes lo retribuyen y hacen suyos los resultados de la actividad laboral contratada (empleadores o empresarios). El Derecho del Trabajo tiene por objeto, así pues, la regulación jurídica del intercambio de trabajo por salario”1. La evolución histórica del Derecho del trabajo demuestra que esta disciplina no es meramente un instrumento regulador de las relaciones laborales sino que, como lo hace notar Héctor-Hugo Barbagelata, “otorga protección al trabajo y al trabajador, lo cual no significa que no tenga consecuencias económicas, sino que las consideraciones de esta índole deben quedar supeditadas al logro de sus fines propios”. Al respecto, el autor agrega que la principal particularidad del Derecho del trabajo tiene que ver con el objeto de su protección “y supone una nueva actitud ante las realidades del mundo del trabajo. Implica, asimismo, desde otro ángulo, un cambio en la forma de concebir la igualdad de las personas, la que –como señalaba Radbruch– “deja de ser así, punto de partida del Derecho, para convertirse en meta o aspiración del orden jurídico”2. Desde esa perspectiva, se hace evidente que los fines y funciones del Derecho del trabajo están indisolublemente ligados a las causas y motivos por los cuales se creó esta rama del Derecho. Como nos recordaba líneas arriba Héctor-Hugo Barbagelata, el Derecho civil trataba a trabajadores y empresarios en un pie de igualdad formal, perdiendo de vista que en la realidad tenían un poder de negociación y concertación de las condiciones de trabajo que era muy diferente, lo que dio lugar a situaciones de abuso del capital sobre el trabajo y de pauperización creciente de los trabajadores. Así, la doctrina ha señalado que “el libre juego del mercado en la determinación del precio y condiciones de la prestación del trabajo produjo, como se ha dicho, una situación de intolerable explotación de las clases asalariadas y el Derecho del trabajo nació como un dique llamado a impedirla o mitigarla. Un dique, en efecto, tutelador de la dignidad del trabajador y de su desvalida posición contractual, pues al establecer un conjunto de normas imperativas mínimas, sustraídas al juego de la autonomía contractual, concederá al trabajador un zócalo de derechos irrenunciables y limitará y ordenará el juego de la autonomía contractual. Esta función primigenia del Derecho del trabajo tiene, en nuestros días, plena vigencia”3. Liberalismo económico, libertad de trabajo, revolución industrial, usina o fábrica, autonomía de la voluntad e igualdad formal de las partes son algunos de los presupuestos históricos que generaron la llamada “cuestión social” y consecuentemente, la necesidad de una reforma social, siendo el intervencionismo estatal y el Derecho del trabajo dos ejes fundamentales de la democratización de las relaciones de trabajo y el mejoramiento de las condiciones en las que se presta el trabajo. Advierten Manuel Palomeque y Manuel Alvarez de la Rosa que el Derecho del Trabajo es, una categoría cultural fruto del sistema de producción capitalista industrial y que constituye una reacción ante el conflicto industrial, el conflicto entre el capital y el trabajo asalariado en la sociedad capitalista industrial, el conflicto que se genera en la “gran industria” del siglo XIX caracterizada por la doble concentración de capitales y de trabajadores. El conflicto industrial no es un conflicto más dentro de una estructura social pluralmente conflictiva, como es la sociedad moderna, sino que se trata del auténtico motor de todas sus contradicciones, de su conflicto central o paradigmático. Para estos autores, “en el sistema de producción capitalista el proceso de producción de bienes y servicios se expresa, a través de la combinación de los diversos factores que intervienen en el mismo, a partir de una relación básica: el intercambio de trabajo asalariado por salario. (…) En la relación de intercambio de trabajo por salario, los sujetos que la protagonizan esgrimen o aportan intereses, no sólo distintos, sino contrapuestos. Es decir, que en la propia raíz de la relación de trabajo asalariado se halla instalado un conflicto social de carácter estructural: la contraposición de intereses entre quienes dominan los medios de producción y quienes aportan exclusivamente trabajo dependiente. Los trabajadores y los empleadores muestran así intereses contrarios dentro de la relación de trabajo, en el sentido de que la plena satisfacción de los de unos ha de ser necesariamente, en su caso, a costa de los propios de la contraparte. Naturalmente, la norma jurídica impide la consecución absoluta de los intereses de parte, imponiendo por el contrario una solución de equilibrio o de compromiso esencial, como se verá más adelante, al Derecho del Trabajo”. Palomeque y Alvarez de la Rosa rematan su pensamiento sobre el punto señalando lo siguiente: “Estructuralmente y en esquema, el interés del empresario en la relación de trabajo coincide en términos absolutos con la prolongación de los tiempos de trabajo, que habrá de redundar en mayor cantidad del producto, y en la moderación de los salarios, con la consiguiente repercusión en la limitación de los costes de producción. Actuando así sobre cantidades y costes del producto, el empresario habrá de conseguir lógicamente mayores beneficios en el mercado. Por el contrario, el interés de los trabajadores se manifiesta en la reivindicación de salarios cada vez mayores, que les permita preservar sus economías familiares de la agresión de la inflación, y de jornadas laborales progresivamente más reducidas, procurando incrementar así los tiempos dedicados al descanso o al ocio. Es evidente, por lo tanto, que ambas posiciones subjetivas son antagónicas en su estructura, con independencia, claro es, de la percepción sicológica del fenómeno por parte de cada una. (…) El conflicto laboral se erige así en el conflicto matriz o arquetipo de la sociedad capitalista, por lo que no existe diferencia cualitativa entre conflicto laboral y conflicto social, en cuanto que las tensiones laborales son siempre expresión de las tensiones sociales y éstas de aquéllas. El conflicto laboral define, a fin de cuentas, la estructura básica de la sociedad capitalista industrial”4. Según la doctrina, los fines del Derecho del trabajo son los objetivos o propósitos del ordenamiento laboral, mientras que las funciones de la disciplina refiere a la contribución que la misma ha aportado a la vida social y su funcionamiento5 . En la práctica, fines y funciones son difíciles de diferenciar tal como se analizará seguidamente. En lo que concierne a los fines del Derecho del trabajo, los autores enumeran varios objetivos o propósitos de la disciplina, que no siempre son coincidentes. Sin embargo, existe completo acuerdo en la doctrina respecto a que el principal fin de esta rama del Derecho es la protección del trabajador. La finalidad tuitiva de la disciplina impregna todos sus institutos pero especialmente revela la filosofía con la que se legisla, interpretan y aplican sus normas. Se señala que “el fin perseguido por el derecho del trabajo es proteger a los trabajadores; se constituye así en un medio –una herramienta-para igualar a trabajadores y empleadores; de esta manera genera desigualdades para compensar las diferencias naturales preexistentes”6. Sobre el punto Américo Plá Rodríguez señala que la filosofía tuitiva de esta rama del Derecho se expresa en el principio protector, el que “se refiere al criterio fundamental que orienta el derecho del trabajo, ya que éste, en lugar de inspirarse en un propósito de igualdad, responde al objetivo de establecer un amparo preferente a una de las partes: el trabajador. Mientras que en el derecho común, una preocupación constante parece ser asegurar la paridad jurídica entre los contratantes, en el derecho laboral la preocupación central parece ser la de proteger a una de las partes para lograr, mediante esa protección, que se alcance una igualdad sustantiva y real entre las partes”. El prestigioso autor agrega que “este principio está ligado con la propia razón de ser del derecho del trabajo” y que el mismo “responde fundamentalmente al propósito de nivel desigualdades” 7. La necesidad de que el Derecho del trabajo proteja a la parte más débil de la relación de trabajo surge de modo evidente a poco que se advierta que la particularidad de la relación o contrato de trabajo es que su objeto es precisamente el trabajo humano, el cual es un bien inseparable de la persona del trabajador. Al respecto, Alain Supiot señala que “hallándose siempre el trabajo humano en el punto de encuentro del hombre y las cosas, el jurista dudará siempre si lo sitúa en el derecho de personas o en el derecho de bienes, y jamás podrá eludir totalmente un aspecto u otro. La conversión total del trabajo en cosa sólo se produce históricamente en las situaciones en que se trata al hombre como si fuese una bestia –por ejemplo, en los campos de concentración nazis-, es decir, en una sinrazón que niega el conjunto de las construcciones jurídicas de Occidente. Cuando nos situamos en el marco de tales construcciones, la caracterización del trabajo ha de tener en cuenta, necesariamente, estos dos aspectos: el del trabajo como bien, como objeto de derecho, y el del trabajador como persona, como sujeto de derecho (…) La historia del derecho del trabajo ha sido la de un redescubrimiento progresivo de la dimensión personal de este bien, lo que conduce a situar en un primer plano, no ya al trabajo como un bien, sino al trabajador como un sujeto de derecho”8. En cualquier caso, parece claro que más allá de que en muchas sociedades pueda registrarse un mejoramiento de las condiciones materiales en que se presta el servicio y una elevación del nivel de vida de los trabajadores, la circunstancia de que el objeto de intercambio con el empleador sea inseparable de la persona del trabajador, justifica plenamente la necesidad de que el Derecho del trabajo proteja los intereses del trabajador y, particularmente, su vida, integridad física, dignidad, libertad y demás derechos fundamentales reconocidos por el “bloque de constitucionalidad” de los derechos humanos. La segunda finalidad de la disciplina que mencionan los autores es la compensadora. En ese sentido, la doctrina señala que la desigualdad de fuerza contractual o poder de negociación de las partes o sujetos de la relación de trabajo genera la necesidad de establecer mecanismos e instrumentos que compensen ese desequilibrio. Ello se debe a que “quienes ofrecen empleo se encuentran normalmente en una situación económica más sólida, que permite una mayor capacidad de maniobra y de resistencia en la negociación del precio y demás condiciones de la prestación de servicios. Quienes demandan empleo lo suelen hacer, en cambio, más apremiados por la necesidad de adquirir medios de vida, y con la presión de una balanza numérica desfavorable por el excedente de fuerza de trabajo”9. Para eliminar o disminuir ese desequilibrio negocial que padece el trabajador como “contratante débil”, es que el Derecho del trabajo aporta varias herramientas: la primera es el establecimiento de condiciones mínimas de contratación (salarios, jornada, descansos, etc.). La segunda son los medios de autonomía colectiva: libertad sindical, negociación colectiva y huelga. La tercera son las vías procesales y administrativas, las cuales suelen contener facilidades, ventajas y mayores beneficios para los trabajadores en comparación con sus empleadores. La tercera finalidad que mencionan algunos autores es la de alcanzar la justicia social. Al respecto, Ernesto Krotoschin señala que al igual que todo el ordenamiento jurídico, el Derecho del trabajo persigue la idea de justicia, pero en este caso más precisamente de “justicia social”, idea que aparece claramente delimitada en el Preámbulo de la Constitución de la OIT (parte XIII del Tratado de Versalles), donde se señala que la paz universal “no puede fundarse sino sobre la base de la justicia social” 10. En igual sentido, el autor menciona que el Derecho laboral persigue como finalidad la plena participación de los trabajadores en los adelantos materiales y espirituales de la sociedad, lo que le otorga una filosofía humanista a la disciplina. Otro objetivo al que hace referencia la doctrina es la de contribuir a la pacificación social11. Si tomamos como válida la premisa de que las relaciones de trabajo se asientan sobre un conflicto subyacente, producto de la contraposición de intereses económicos entre trabajador y empleador, es evidente que el Derecho del trabajo constituye una vía de encauzamiento y racionalización de esa conflictividad, que permite por un lado mantener la economía de mercado pero por el otro, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Como señalan Palomeque y Alvarez de la Rosa “la razón de ser histórica del Derecho del Trabajo como disciplina jurídica independiente es, por ello, la de servir al proceso de juridificación del conflicto entre el trabajo asalariado y el capital, de su canalización, integración o institucionalización por el Estado”12. De allí que la doctrina haga hincapié de forma insistente en el carácter transaccional que tiene esta disciplina, señalándose que se trata de “una legislación de compromiso social y se ha afirmado su marcado carácter transaccional que acaba planteando la exigencia de un esfuerzo de colaboración entre las fuerzas sociales, lo que encuentra su expresión más acabada en el fenómeno de la concertación social” 13. Sobre el carácter conciliatorio de esta rama del Derecho, Mario Deveali señala que el mismo se evidencia no solo en la transacción entre el derecho abstracto y las necesidades concretas de su aplicación, sino especialmente en la transacción entre “los intereses y aspiraciones de los que detienen los medios de producción y cuantos proporcionan su necesario concurso para la explotación de los mismos” 14. La última finalidad o propósito que señalaremos es la conservación del sistema de relaciones laborales. La doctrina ha hecho notar el carácter ambivalente del Derecho del trabajo, ya que por un lado permite mejorar las condiciones de trabajo pero por otro supone la conservación del sistema capitalista 15. Señala Alice Monteiro de Barros que el Derecho del trabajo es un medio utilizado por el Estado para coordinar los intereses contrapuestos entre el capital y el trabajo 16. De igual modo, la doctrina española manifiesta que esta disciplina cumple un rol de gobernabilidad y operatividad del sistema de relaciones laborales, entendido como el conjunto formado por las representaciones profesionales y por las prácticas de negociación o interacción existentes entre las mismas 17. En cuanto a las funciones, señala José Luis Monereo que el Derecho del trabajo tiene por objeto la regulación institucional de las relaciones sociales de producción capitalista, racionalizando el uso de la fuerza de trabajo, permitiendo así el funcionamiento de la economía y el mejoramiento de las condiciones de trabajo. En opinión de este autor español, esta función genérica se puede desdoblar en dos sub-funciones: a) la función de protección del trabajador y b) la función de conservación del sistema social. Señala que desde esta perspectiva el Derecho del trabajo se presenta como “un conjunto sistemático de normas y principios jurídicos que regulan las relaciones sociales de trabajo profesional por cuenta ajena (“perspectiva interna” o técnico-jurídica) y cuya función es la integración del conflicto industrial abriendo cauces institucionalizados para su solución (“perspectiva externa”, funcional y crítica)”, agregando que esta disciplina es un medio para encausar el conflicto industrial18. El autor brasileño Mauricio Godinho Delgado nos habla de una función “central” del Derecho del trabajo, que sería el mejoramiento de las condiciones de concertación de la fuerza de trabajo, la que es acompañada de otras funciones complementarias como la de “modernizar y hacer progresar” las relaciones de trabajo, así como también la función política de “conservación” del sistema social y económico y la función “civilizadora y democrática” de las relaciones individuales y colectivas 19. Alfredo Montoya Melgar expresa que el Derecho del trabajo responde, antes que a un propósito de buena ordenación productiva, a una exigencia, universalmente sentida, de dignificación de las condiciones de vida y trabajo de una capa mayoritaria de la población, la formada precisamente por los trabajadores asalariados 20. Finalmente, Martín Valverde, Fermín Rodríguez-Sañudo y Joaquín García Murcia señalan que el Derecho del trabajo cumple una función de pacificación social, permitiendo la coexistencia de un sector de la sociedad particularmente conflictivo, como suele ser el mundo del trabajo, así como también le adjudican a la disciplina una función integradora de la clase trabajadora en la sociedad 21. NOTAS 1 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo. 15º edición. Ed. Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2007, p. 39. 2 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Los particularismos del Derecho del trabajo y los derechos humanos laborales. 2º edición. FCU, Montevideo, 2009, p. 18-19. 3 RAMIREZ MARTINEZ, Juan M. (Director). Curso de Derecho del trabajo. 17º edición. Ed. Tirant lo Blanch. Valencia, 2008, p. 31. Señala el autor que “el peso de las normas imperativas, limitadoras de la autonomía cont ractual, que parten de la asunción de la condición del trabajador como contratante débil, sigue siendo en nuestro Derecho importantísimo y sólo se ha mitigado significativamente a favor de la autonomía colectiva, es decir, del papel regulador del convenio colectivo. La tutela de la persona del trabajador, por su parte, ha alcanzado con plena afirmación de los derechos humanos en el trabajo en las Constituciones europeas su más alta expresión” (ob. cit. p. 32). 4 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo. 15º edición. Ed. Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2007, p. 40-41. 5 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo. 14º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 2005, p. 57. 6 GRISOLIA, Julio Armando. Derecho del trabajo y de la Seguridad Social. 9º edición. LexisNexis. Depalma. Buenos Aires, p. 6. 7 PLA RODRIGUEZ, Américo. Los principios del Derecho del trabajo. 3º edición. Ed. Depalma, Buenos Aires, 1998, p. 61 y 63. 8 SUPIOT, Alain. Crítica del Derecho del trabajo. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Madrid, 1996, p. 63 64. Dice el reconocido autor francés que el Derecho del trabajo se mueve en la antinomia entre el carácter patrimonial del trabajo y la naturaleza extrapatrimonial del cuerpo humano y que para el análisis contractual, que considera al trabajo como un bien, el derecho del trabajo “consiste en volver a meter este “bien” en su piel, en restaurar la dimensión corporal, y por tanto extrapatrimonial, del trabajo en el juego de las categorías del derecho de obligaciones, y a partir de aquí, en incorporar, por círculos concéntricos, los demás aspectos de la persona del trabajador. El derecho del trabajo surge con esta reaparición de los valores no patrimoniales en un intercambio económico” (ob. cit. p. 89-90). 9 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit., p. 58-59. 10 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Volumen I. 4ª edición. Ed. Depalm a, Buenos Aires, 1987, p. 8-10. 11 GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Fundamentos de Derecho laboral. Ed. LexisNexis. Santiago de Chile, 2008, p. 12. 12 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 41. 13 MONEREO PEREZ, José Luis. Algunas reflexiones sobre la caracterización técnico jurídica del Derecho del trabajo. Ed. Civitas. Madrid, 1996, p. 23. Señala Monereo que “el Derecho del trabajo, lejos de una idílica visión funcionalista e instrumental de regulación jurídica como mero centro de imputación normativa en un determinado ámbito de las relaciones sociales (las relaciones sociales de tipo económico cuyo objeto es el trabajo profesional por cuenta ajena), asume la función esencialmente política (de estricta y deliberada política del Derecho) de legalizar a la clase obrera integrándola jurídicamente en el orden de convivencia imperante en la comunidad política. Se trata pues, de ajustar el ordenamiento jurídico individualista del capitalismo a las exigencias de integració n de la clase obrera y de racionalización de las condiciones de existencia y uso de la fuerza de trabajo en el mundo de las relaciones de producción de base capitalista” (ob. cit. p. 23). 14 DEVEALI, Mario M. Lineamientos de Derecho del trabajo. Ed. TEA. Buenos Aires, 1947, p. 44-45. 15 GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Fundamentos de Derecho laboral, ob. cit., p. 12. El autor señala que la disciplina es funcional al capitalismo porque permite sustentar la permanencia y desarrollo de este sistema de producción y las paredes maestras de la sociedad burguesa. 16 MONTEIRO DE BARROS, Alice. Curso de Direito do trabalho. 5º edición. Ed. LTR. San Pablo, 2009, p. 99. 17 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit., p. 59. 18 MONEREO PEREZ, José Luis. Algunas reflexiones sobre la caracterización técnico jurídica del Derecho del trabajo, ob. cit. p. 13-18. El autor señala que el Derecho del trabajo cumple el rol fundamental de equilibrar el juego de las fuerzas en oposición, asignando un papel propio a cada uno de los protagonistas o agentes sociales, defendiendo así el régimen social establecido y su evolución pacífica (ob. cit. p. 21). 19 GODINHO DELGADO, Mauricio. Curso de Direito do trabalho. 6º edición. Ed. LTR. San Pablo, 2007, p. 5761. 20 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del Trabajo. 28º Edición, Ed. Tecnos, Madrid, 2007, p. 31. 21 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit., p. 60-61. Capítulo V. FUENTES DEL DERECHO DEL TRABAJO Jorge Seré 1. Concepto Adoptando la enseñanza de Barbagelata podemos definir las fuentes del derecho como: “las diversas categorías de principios y disposiciones que dentro de un sistema jerarquizado, producen el derecho, en un país y en un momento determinado”1. Dentro de nuestro ordenamiento positivo deben tenerse presente además las disposiciones de los artículos 72° y 332° de la Constitución de la República que integran, en el plano constitucional, un conjunto de principios generales de derecho, expresión de la conciencia jurídica de la República. El artículo 72° se refiere a los derechos inherentes a la personalidad humana o (que) se derivan de la forma republicana de gobierno 2. El artículo 332° reconoce a los principios generales de derecho, los fundamentos de las leyes análogas y a las doctrinas generalmente admitidas el carácter de fuente subsidiaria, para la efectiva vigencia de los preceptos constitucionales que reconocen derechos a los individuos, así como los que atribuyen facultades e imponen deberes a las autoridades públicas, para el caso de falta de reglamentación de los mismos. Los artículos 72, 332 y demás disposiciones constitucionales referidas a los derechos humanos laborales como los artículos 7, 33 y 36 así como todos los instrumentos universales, regionales y comunitarios componen el llamado “bloque de constitucionalidad”3 que constituye el orden supremo –al de decir de H.H. Barbagelata– del sistema de fuentes formales y materiales de los derechos humanos. Por su parte, el artículo 16 del Código Civil atribuye también el carácter de fuente subsidiaria a los fundamentos de las leyes análogas y “si todavía subsistiere la duda, se ocurrirá a los principios generales de derecho y a las doctrinas más recibidas consideradas las circunstancias del caso”. 2. Particularismos de las fuentes del Derecho del trabajo Tradicionalmente se han dado diversas clasificaciones que, en lo sustancial, dividen las fuentes en directas e indirectas, materiales y formales, nacionales e internacionales, generales y específicas, autónomas y heterónomas, etc. Sin entrar en el estudio de cada una de las clasificaciones conviene sí resaltar que, en materia de derecho del trabajo, existen elementos que particularizan el sistema de fuentes laborales. Señala Babace la existencia de cuatro factores principales: “1) Contenido de las normas (protector e irrenunciable) derivado del compromiso personal y de la dependencia que crea el trabajo. 2) Contenido transaccional o negociado derivado de la subyacencia del conflicto en las relaciones individuales y colectivas. 3) Importancia del fenómeno colectivo y en particular el papel central de la negociación en la regulación de esta rama jurídica. 4) Incidencia cuantitativa y cualitativa de los operadores jurídicos”4. Por lo demás deben agregarse las particularidades que derivan de la coexistencia de una pluralidad de fuentes autónomas y heterónomas, cuya articulación y armonización no es un problema menor. Por último, como expresión distintiva de este particularismo, señalamos las reglas de ordenación jerárquica de las fuentes, correctora de los principios de jerarquía y derogación de las normas, propios del derecho común. 3. Reglas de ordenación de las fuentes 3.1.Clasificación El ordenamiento jerárquico de las fuentes del derecho del trabajo presenta una dificultad inicial, derivada del distinto origen de las mismas. En efecto, en tanto existen fuentes comunes a otras disciplinas (Constitución, leyes, usos y costumbres, jurisprudencia, doctrina, etc.), otras resultan del poder autónomo o específico de las partes de regular el derecho que las rige (convenios colectivos, reglamentos internos o de taller) o, por último, fuentes de origen internacional (Convenios y Recomendaciones Internacionales de Trabajo, Pactos5, Cartas6, Tratados, Protocolos7, Declaraciones8, etc. que ha ratificado nuestro país). En este sentido se afirma que, en el derecho del trabajo, se produce una corrección de la clásica pirámide kelseniana (Constitución, ley, reglamentos, norma i ndividualizada: sentencia, fallo administrativo, contrato, etc.), la cual es modificada por la aplicación del principio de primacía de la norma más favorable al trabajador. Las fuentes, especialmente las que provienen del ordenamiento heterónomo, como la Constitución o las leyes, fijan mínimos indisponibles por las partes y que sólo pueden ser superados pero nunca disminuidos 9. Barbagelata, postula la existencia de dos reglas correctoras del criterio de jerarquía de las fuentes, las que denomina de conservación de las condiciones más favorables y del sobrepujamiento10. 3.2. Regla de la conservación de las condiciones más beneficiosas Previamente cabe consignar que la vigencia del principio ha hecho crisis en las dos últimas décadas. Múltiples factores, entre los que cabe consignar las corrientes flexibilizadoras, han puesto en tela de juicio la regla de la conservación de la condición más beneficiosa, la cual tiene su manifestación palmaria en el rechazo de la “teoría de la incorporación” de las normas de los convenios colectivos –como derechos adquiridos– en los contratos individuales de trabajo. La regla expone que las condiciones más favorables fijadas por una norma subsisten, a pesar de la existencia de otra norma posterior, de igual o superior jerarquía, que fije condiciones menos favorables para el trabajador 11. Esta regla ha sido recepcionada por el artículo 19°, inciso 8° de la Constitución de la OIT, que expresa: “En ningún caso podrá considerarse que la adopción de un convenio o de una recomendación por la Conferencia, o la ratificación de un convenio por cualquier Miembro, menoscabará cualquier ley, sentencia, costumbre o acuerdo que garantice a los trabajadores condiciones más favorables que las que figuren en el convenio o en la recomendación”12 13 14 . Analicemos como opera la regla de conservación de la condición más beneficiosa, en los casos de sucesión de normas autónomas y/o heterónomas.15 3.3. La ley como fuente de las condiciones más beneficiosas La aplicación de la regla de conservación de la condición más beneficiosa en caso de sucesión de normas legales, sólo tiene aplicación si la norma posterior expresamente prevé dicha situación16 17 18. Si un convenio colectivo contuviera condiciones menos beneficiosas que las señaladas en la ley será de aplicación ésta que establece mínimos infranqueables por la negociación colectiva19. Uno de los problemas más actuales está referido justamente a la admisión de la disponibilidad, vía convenio colectivo, de las condiciones más beneficiosas establecidas en la ley. La admisión de tal tesitura supone no sólo el abandono del principio de irrenunciabilidad sino, como señala Mantero, una alteración profunda del sistema de fuentes transformando el ordenamiento jurídico laboral en un sistema negociado 20. 3.4. El convenio colectivo como fuente de las condiciones más beneficiosas Si el desmejoramiento de las condiciones previstas en un convenio colectivo proviniera de una norma legal, que expresamente dejara sin efecto dichas condiciones, será de aplicación ésta, pero sin efectos retroactivos. Acerca del punto cabría plantearnos la duda sobre qué sucede si una ley establece un procedimiento de reajuste salarial distinto del pactado por las partes en un convenio colectivo y que supusiera un desmejoramiento en los niveles salariales para el futuro. Por ejemplo, si las partes acordaron un reajuste salarial sobre la base del índice de precios al consumo y se dictara una ley que ordenara el reajuste de los salarios fijados por convenios colectivos por el índice medio de salarios, índice de carácter político contenido y sujetado por las directivas que los organismos multilaterales de crédito imponen a los gobiernos. ¿Estaríamos ante un acto de injerencia en la vida sindical del poder político? 21. Para el caso de que la desmejora proviniera de otro convenio colectivo posterior22 nos remitimos a lo ya señalado en materia de negociación colectiva in peius 23. Si el desmejoramiento de las condiciones pactadas en el convenio surgiera de un contrato de trabajo las condiciones más favorables convencionales primarían sobre las contractuales atento al efecto forzoso y automático de las cláusulas de los convenios colectivos sobre las estipulaciones de los contratos de trabajo incluidos dentro de su ámbito de imputación24. 3.5. El contrato individual de trabajo como fuente de las condiciones más beneficiosas En este caso si la desmejora proviniera de un convenio colectivo posterior, el punto no ha sido resuelto por la ley. Por nuestra parte mantenemos reserva sobre una solución afirmativa no obstante lo cual existen antecedentes jurisprudenciales que abonan la solución afirmativa25. Si la pérdida de beneficios surge de un contrato posterior, en principio se conservan los beneficios, salvo el caso de que se haya operado una auténtica novación y para el caso, siempre dudoso, que la misma sea procedente en el derecho del trabajo 26. 3.6. Regla del sobrepujamiento La regla del sobrepujamiento de la norma más favorable es una manifestación del principio protector en los casos de concurrencia o sucesión de fuentes. La regla del sobrepujamiento expresa que “una norma posterior, aun de jerarquía inferior, puede introducir válidamente mejoras sobre el régimen resultante de las de superior jerarquía” de lo que resulta que los” niveles de protección del trabajador, ya establecidos, no se abaten, por la introducción de una norma de jerarquía superior menos favorable”. Con relación a la regla del sobrepujamiento, veremos distintas hipótesis en cuanto a su efectiva aplicación práctica: 1) Concurrencia de dos normas de distinto rango jerárquico: En principio es de aplicación la norma de mayor jerarquía de acuerdo a los principios generales, salvo que ésta reserve a la de menor jerarquía la posibilidad de mejorar los niveles de protección por ella establecidos 27. 2) Concurrencia entre normas de igual rango: En estos casos es de aplicación el principio de especialidad. La norma general cede a favor de la norma especial más favorable la regulación de la situación específica. 4. Tipos de fuentes La distinción entre fuentes comunes y especiales no significa establecer un sistema jerárquico entre ellas sino, simplemente, distinguir las comunes a todas las disciplinas jurídicas de las específicas del derecho del trabajo. Todo ello sin dejar de percibir que aquellas también presentan peculiaridades al ser aplicadas en el ámbito de la materia. 4.1. Fuentes comunes Son la Constitución, la ley y los decretos reglamentarios, la costumbre y los usos, la jurisprudencia y la doctrina. Veamos someramente cada una de ella. 4.2. La Constitución28 29 La importancia de esta fuente surge de su ubicación de primer rango en el sistema jerárquico de forma tal que todo el orden normativo inferior se encuentra condicionado por sus preceptos, importancia que se ha visto acrecentada por el llamado proceso de “constitucionalización del derecho laboral”30. La progresiva incorporación de institutos y principios propios del derecho del trabajo al texto constitucional ha constituido desde los albores del siglo XX, un proceso en continuo ascenso. Como señala Ermida Uriarte, más allá de un contenido laboral mínimo de las Constituciones amplias, que incluye la declaración de los derechos y libertades fundamentales, se pueden determinar tres contenidos diferentes, a saber: a) el reconocimiento directo de derechos o institutos específicos, como por ejemplo, la limitación de la jornada31 , la justa remuneración, la independencia moral y cívica, las vacaciones, el descanso semanal, la estabilidad en el empleo, la libertad sindical, etc.; b) el contenido laboral indirecto, constituido por aquellos principios o dispositivos generales que suponen la ampliación por recepción, del contenido laboral de la Constitución: arts. 7, 72 y 332; c) la garantía de eficacia de los derechos reconocidos implica la facultad de interponer las acciones o recursos tendientes a obtener la declaración de inconstitucionalidad de las normas que los menoscaben32. Nuestra Constitución reconoce entre sus preceptos: los derechos de protección del trabajo y el derecho de dedicarse al trabajo, cultivo, industria, comercio, profesión o cualquier otra actividad lícita, salvo las limitaciones que establezcan las leyes: artículos. 7, 33, 36 y 53. El derecho a la no discriminación en el empleo 33 y a condiciones igualitarias de trabajo: artículo 834. El derecho a quién se hallare en una relación de trabajo o servicio a: la independencia de su conciencia 35 moral y cívica; justa remuneración; la limitación de la jornada; el descanso semanal y la higiene física y moral36; la reglamentación y limitación del trabajo de las mujeres y menores de 18 años: artículo 54 37. Distribución imparcial y equitativa del trabajo: artículo 55. Alimentación y alojamiento adecuados en las condiciones que establezca la ley: artículo 56. Estabilidad y promoción en el empleo: artículos 7, 53, 60, 61, 62, 63, 66 y 168 inc. 10. Derecho de asociación, la libertad sindical, la promoción de los sindicatos, la negociación colectiva y la declaración de la huelga como derecho gremial: artículos 39, 57 y 65. Derecho a la Seguridad Social: artículos 44, 45 y 67. Por su parte, dentro del contenido del “bloque de constitucionalidad” se incluyen todos los instrumentos internacionales ratificados por Uruguay relativos a los derechos fundamentales relacionados con el trabajo: I) Protección del trabajo; II) Derecho sin discriminación de ninguna especie a condiciones equitativas y satisfactorias que aseguren, en especial: a) Remuneración justa; b) condiciones de existencia dignas; c) Salud, seguridad e higiene en el trabajo; d) Estabilidad y promoción en el empleo; e) Limitación de la jornada, descanso semanal, vacaciones anuales, así como aprovechamiento y disfrute del tiempo libre; f) Reglamentación y protección especial del trabajo de las mujeres y los menores de 18 años; III) Derecho sindical: a) Libertad sindical; b) Derecho a las diversas manifestaciones de la acción sindical y especialmente a la negociación colectiva y la huelga; IV) Derecho a la seguridad social. 4.3. La ley Las leyes laborales establecen un grado de protección mínima y presentan 4 características principales: a) la condición de orden público social de sus normas y el carácter irrenunciable que le da el grado de protección mínima que alcanzan; b) la primacía en la aplicación de las normas laborales sobre toda otra legislación que sólo será aplicable en subsidio; c) el reconocimiento de su carácter concreto que atenúa la nota de generalidad propia de la ley; d) la tendencia a la consolidación o codificación de sus normas38 39. Actualmente el auge de las políticas de ajuste; los reclamos de mayor productividad y competitividad; la reducción de los costos laborales y desde el punto de vista ideológico, el avance del neoliberalismo, han puesto en el banquillo de los acusados a la legislación laboral.40 En la vía de los hechos, los sucesivos gobiernos han adoptado una marcada tendencia a la abstención legislativa, desde 1985 hasta el año 2005, en dicho período las leyes laborales han sido por demás escasas, más aún, en muchos casos restrictivas de derechos acordados por la legislación anterior. A partir del año 2005 se ha producido una notable reversión de la tendencia abstencionista y es así que se han sancionado nuevas normas –entre otras– sobre protección del fuero sindical (ley 17.940), sobre negociación colectiva (leyes 18.508 y 18.566), modificación de la ley sobre Consejos de Salarios (ley 18.566), sobre Responsabilidad laboral en los Procesos de Descentralización Empresarial (ley 18.251), nuevo Proceso Laboral (leyes 18.172 y 18.572), normas sobre protección del crédito laboral (ley 18.387). 4.3.1. La codificación de las normas laborales América Latina figura entre las primeras regiones en el mundo en materia de esfuerzos de codificación y casi todos los países –salvo entre otros Uruguay– han promulgado códigos o leyes básicas que pueden estimarse equivalentes a una codificación.41 La tradición anti intervencionista del movimiento sindical uruguayo y de parte de la doctrina juslaboralista han conspirado contra la codificación, aunque más no fuera para darle coherencia, sistematización y transparencia a la legislación laboral. 42 . En el derecho laboral uruguayo la necesidad de un código o de una ley general del trabajo parecería, a esta altura de la evolución de la materia, una necesidad impostergable. Un código no conduce necesariamente a la parálisis de la evolución del derecho; tampoco es una panacea sin la cuál el derecho está condenado a su involución, sino simplemente- lo que no es poca cosa- supone la ordenación sistemática de la legislación. Señala Córdova a propósito de las ventajas de la codificación, que la misma entraña no sólo una ocasión inmejorable para la depuración y recuento de las normas sino que , además , implica “una toma de conciencia con la realidad, una identificación de los problemas que es preciso superar y una conjugación de lo que es socialmente deseable con lo que es económicamente posible. En su aspecto técnico, la medida de valor de un código viene dada por el éxito que se tenga en distinguir lo que es codificable y lo que debería ser objeto de reglamentación, así como la pericia que sus autores muestren en darle una secuencia lógica a su articulado”43 . En nuestro país, cuya legislación laboral es cuando menos dispersa y donde muchas de sus normas adolecen de una sustancial tara de inanidad, la sanci ón de un código o de una ley general del trabajo contribuirá a la necesaria sistematización y depuración de sus normas, facilitando su conocimiento, divulgación y estudio por los operadores jurídicos y sociales44 45. Se han elaborado en nuestro país tres proyectos de códigos laborales ninguno de los cuales mereció la consideración legislativa. El último hace ya más de medio siglo 1947- por el Prof. Francisco De Ferrari 46. 4.4. Los decretos reglamentarios Sólo por ley se pueden dictar reglamentaciones que afecten los derechos individuales, entre los que se encuentra el trabajo y ello por razones de interés general (art. 7º de la Constitución). Va de suyo, entonces, que el decreto reglamentario que tiene cabida dentro de la materia es aquél llamado subordinado o de ejecución, destinado a hacer posible la aplicación de las leyes y no tiene más eficacia y vigencia que respecto a la ley que reglamenta, no pudiendo ir más allá de lo que la misma otorga ni contradecir sus postulados. Los decretos reglamentarios de la normativa laboral son de aplicación principalmente en el derecho individual del trabajo pues en materia de derecho colectivo 47 su aplicación es muy restringida atento, a nuestro entender, a que la materia sobre la que trata la negociación colectiva escapa a la regulación heterónoma.48 La reglamentación adquiere en materia de derecho individual del trabajo significativa importancia, en efecto, las normas laborales deben adaptarse a la infinidad de situaciones concretas a las que deben ser aplicadas, atendiendo a las circunstancias de las diversas profesiones y a las condiciones en que las mismas se desarrollan. 4.5. La costumbre y los usos de empresa Son fuentes no escritas o consuetudinarias, aplicándose fundamentalmente para la integración e interpretación del derecho y consisten, desde el punto de vista material, en la repetición reiterada, constante y homogénea de determinados actos o conductas. No es pacífica la distinción entre unos y otros, algunos autores sostienen que difieren en cuanto al elemento psicológico: la costumbre supone la repetición del acto más el convencimiento de la obligatoriedad jurídica; el uso se limita al elemento material y sólo tiene eficacia en cuanto tenga un reconocimiento expreso o implícito por las partes que quieran valerse de los mismos.49 50 Por nuestra parte creemos que incorporar elementos sicológicos, siempre de difícil apreciación, no aporta un criterio de fácil dilucidación. La reiteración de determinadas conductas conlleva siempre cierta convicción en la licitud del acto. Sin embargo los estudiaremos por separado pues, a nuestro modo de ver, pueden constituir fuentes de distinta relevancia. 4.6. La costumbre Participamos de la opinión que identifica la costumbre como un uso normativo caracterizado por abarcar un número indeterminado de trabajadores respecto de los cuales establece un régimen regulatorio de su actividad profesional. 51 La costumbre funciona, en determinados supuestos, como una fuente creadora de derecho objetivo fijando un nivel de protección mínima. El tenor del artículo 19° numeral 8º de la Constitución de la OIT es terminante: “En ningún caso podrá considerarse que la ratificación de un Convenio menoscabará cualquier ley, sentencia, costumbre o acuerdo que garantice a los trabajadores condiciones más favorables...”.52 El artículo determina la aplicación de la norma más favorable al trabajador y la subsistencia de las condiciones más favorables cuando ellas deriven de la costumbre laboral, consagrando normativamente una de las características o peculiaridades del sistema de fuentes del ordenamiento laboral. Algunos autores le niegan su carácter de fuente formal fundamentando el aserto en la exigencia establecida en el artículo 9° del Título Preliminar del Código Civil:” Las leyes no pueden ser derogadas sino por otras leyes; y no valdrá alegar, contra su observancia el desuso ni la costumbre o práctica en contrario. La costumbre no constituye fuente de derecho, sino en los casos en que la ley se remite a ella ( artículo 594 inciso 2°).” (destacado nuestro). Por ello la costumbre sería una fuente material ya que proporciona contenido a la norma sólo cuando la ley se remite a ella. Es la ley la que determina la obligatoriedad de la norma consuetudinaria 53. No obstante debemos recordar que las normas del derecho civil sólo son admisibles en el campo del derecho del trabajo en forma supletoria siempre y cuando no vulneren los principios básicos de la materia 54. La costumbre opera entonces como fuente en el derecho del trabajo, a veces aún cuando la ley no se remita a ella e inclusive contra lo dispuesto en las mismas siempre que, “·no rompa la unidad del ordenamiento jurídico- laboral y no introduzca en él elementos contradictorios (en la medida en que exista tal unidad, no quebrada por la pretensión de legisladores ad- hoc)”.55 4.7. Los usos de empresa 4.7.1. Concepto Los usos convencionales en tanto prácticas de empresa tienen su fuente en el contrato de trabajo y suponen la repetición homogénea de ciertos actos o conductas operando como criterios para interpretar o integrar las disposiciones contractuales. No obstante, como señalan Henderson y Castello, cuando la reiteración de las prestaciones que dan lugar al uso “se prolonguen inveteradamene en el tiempo e inclusive extiendan su ámbito subjetivo podrían llegar a convertirse en una costumbre normativa”.56 57 58 La doctrina ha resaltado el lugar que ocupan los usos profesionales en el desarrollo de los institutos del derecho del trabajo. Muchas normas no hacen sino recoger la práctica preexistente, por ejemplo cuando la ley de horas extras dispuso el pago doble de las mismas no hizo sino recoger lo que ya se había plasmado en numerosos convenios colectivos que recogían documentalmente lo que era un uso profesional en muchas empresas. 4.7.2. Eficacia y utilidad de los usos de empresa Nuestra jurisprudencia ha aceptado la eficacia de las normas consuetudinarias en el entendido que la repetición homogénea, constante de una práctica de empresa -por ejemplo el pago de una gratificación- constituye una fuente de derecho objetivo59. En principio parece correcto sostener que cuando una práctica de empresa sea repetida, continua, previsible, constante, revela una voluntad de las partes de incorporar al contrato de trabajo dicho uso profesional en forma permanente y por ende la posibilidad de reclamar su cumplimiento si dejara de cumplirse.60 Mangarelli exige algo más que la repetición continua. El uso será obligatorio si la intención de las partes fue otorgarlo en forma permanente y no accidental por lo que hay que indagar cual fue la voluntad del obligado.61 En segundo lugar, permiten interpretar la voluntad de los contratantes: el artículo 1291 del Código Civil dispone que los contratos obligan no sólo a lo pactado expresamente, sino también a todas las consecuencias que según su naturaleza sean conformes a la equidad, al uso o a la ley. Finalmente tienen, además, una gran importancia como elemento de integración del contrato de trabajo. Dieste y Rivas reseñan una serie de items donde se revelan las utilidades prácticas de los usos y costumbres profesionales, entre otros: a) en la delimitación de los poderes del empleador en ejercicio del jus variandi 62 ; b) en la prevención de los riesgos industriales por parte del empleador; c) en el cumplimiento por el trabajador de las obligaciones derivadas del contrato de trabajo.63. 4.8. La Jurisprudencia La jurisprudencia en el derecho del trabajo tiene una extraordinaria importancia. En una materia caracterizada por su fragmentarismo y dispersión, la labor jurisprudencial ha servido como elemento de interpretación e integración de las normas64. Es a su vez, a través de la recepción de la doctrina en sus fallos, una fuente creadora de derechos. Si bien no podemos ubicarla dentro de las fuentes formales pues no produce normas de alcance general y abstracto, ni dentro de las fuentes materiales pues no existe disposición alguna en el derecho positivo que le otorgue tal alcance –salvo que consideremos los fallos judiciales como parte de las doctrinas más recibidas– es evidente que dada la lagunosidad propia del derecho del trabajo, su labor de integración del derecho es por demás evidente 65. En un interesante trabajo sobre el tema Bismark Font sostiene: “En nuestro país los enunciados de los artículos 72º y 332º de la Constitución, de los artículos 15º y 16º del Código Civil y de los artículos 14º y 15º del C.G.P constituyen el reconocimiento expreso de que el orden jurídico no está constituido sólo por el derecho positivo, sino que existe un derecho más amplio que el contenido en los textos legales 72º y 332º. Ese orden jurídico se conforma, además, por principios generales, las doctrinas predominantes y la propia jurisprudencia como integrante de éstas últimas”66. Junto a los fallos de los tribunales que entienden en los conflictos individuales de trabajo, debemos señalar las sentencias normativas dictadas para resolver conflictos colectivos de trabajo, por las Tribunales de Conciliación y Arbitraje. 4.9. La Doctrina Tratándose de un derecho de aparición relativamente reciente, es verdaderamente extraordinario el conjunto de trabajos científicos sobre la materia. La doctrina es una fuente de carácter subsidiaria en atención a lo dispuesto por el artículo 332° de la Constitución, relativo a la falta de reglamentación de los preceptos que reconocen derechos a los individuos e imponen deberes a las autoridades públicas; a su vez el artículo 16° del Código Civil permite se acuda a las doctrinas generalmente admitidas en los casos de oscuridad o insuficiencia de la ley67. Así por ejemplo de los pronunciamientos del Comité de Libertad Sindical derivan principios que revisten la calidad de fuente de derecho supletoria (arts 72° y 332°) u obran como doctrina más recibida (art. 16° del Código Civil). 68 5. Fuentes especiales Dentro de las fuentes especiales o propias del derecho del trabajo veremos: los Convenios colectivos de trabajo, el Reglamento de taller y los Convenios Internacionales de Trabajo. Se ha excluido la consideración del contrato de trabajo como fuente de derecho atento a lo señalado en los artículos 1291° y 1294° del Código Civil y las sentencias civiles de acuerdo a lo estipulado en el artículo 218° del C.G.P. 69 5.1. Los Convenios Colectivos de Trabajo Los convenios colectivos de trabajo son acuerdos celebrados entre un empleador, un grupo de empleadores o una entidad gremial de empleadores, con un sindicato o grupo organizado de trabajadores, para fijar las condiciones de trabajo y empleo a las que deben ajustarse los contratos individuales de trabajo así como regular sus relaciones recíprocas. Es una fuente autónoma del derecho del trabajo, en tanto los sujetos negociadores “crean normas de carácter general y abstracto aplicables a un número indeterminado de trabajadores afectados por el convenio”70. Este alcance extensivo del convenio colectivo –efecto erga omnes– ha sido fundamentado, entre otras consideraciones, “en la consideración de los roles y funciones de las organizaciones profesionales en sociedades democráticas y pluralistas, que reconocen a los grupos intermedios la capacidad de autorregular sus propios intereses, sin una directa intervención del Estado y aún con prescindencia del mismo” 71. Sostuvimos, en su momento, la recepción, por parte de nuestro derecho positivo, del carácter de fuente formal objetiva de los convenios colectivos de trabajo. En efecto, el artículo 1º de la ley 13.556 extendía el valor de las cláusulas normativas de los convenios, no sólo a los trabajadores afiliados al sindicato pactante, sino a todos los “trabajadores afectados” por el mismo. La sanción de la ley 18.566 puso fin a toda discusión: “Art. 16º. (Efectos del convenio colectivo). Los convenios colectivos no podrán ser modificados por contrato individual o acuerdos plurisubjetivos en perjuicio de los trabajadores. El convenio colectivo por sector de actividad celebrado por las organizaciones más presentativas es de aplicación obligatoria para todos los empleadores y trabajadores del nivel de negociación respectivo, una vez que sea registrado y publicado por el Poder Ejecutivo”. 5.2. El Reglamento de Taller El reglamento de taller o también llamado reglamento interno, es “la colección ordenada de las reglas especiales relativas al trabajo dentro de un establecimiento y de las sanciones aplicables para el caso de su incumplimiento” 72. La doctrina uruguaya es pacífica en considerar a los reglamentos internos como fuente de derecho de trabajo de origen extraetático, aunque justo es recordar, que tal consideración no es unánime en la doctrina del derecho comparado. En efecto hay autores que lo ubican dentro del derecho individual del trabajo, cuando el mismo se impone unilateralmente por el empresario; otros dentro del derecho colectivo del trabajo cuando es consensuado entre el sindicato y la empresa y algunos dentro de la parte general del derecho laboral cuando se estima que es una fuente de derecho. Ruprecht lo ubica siempre dentro del derecho colectivo cualquiera sea el origen del mismo, pues- sostiene- su contenido siempre es colectivo, reconociéndole en todo caso el carácter de fuente del derecho del trabajo73. El reglamento interno será fuente de derecho, cuando fuere producto de la negociación colectiva. Si por el contrario se negociara con el colectivo de trabajadores en su conjunto, no tendrá la naturaleza jurídica de un convenio colectivo sino de un uso profesional aceptado pacíficamente por los interlocutores sociales a los que va dirigido. Serán por el contrario fuente de obligaciones pero no de derechos, si son elaborados unilateralmente por el empleador, como manifestación del poder de dirección y de la potestad disciplinaria.74 75 Cabe señalar que nuestra jurisprudencia ha señalado que el reglamento internoaún consensuado- no tiene un valor absoluto y no puede entenderse como un salvoconducto patronal siendo reserva de los jueces entender si las cláusulas del mismo han establecido disposiciones, que puedan considerarse privativas de la potestad judicial o contrarias a la ley76. Así por ejemplo la imposición de sanciones establecidas en un reglamento interno no obliga al pretorio, el cuál puede entender que son desproporcionadas para la falta cometida77. 5.3. Los Convenios Internacionales del Trabajo 78 Los Convenios Internacionales del Trabajo son instrumentos internacionales aprobados por la Conferencia General del Trabajo, el órgano más importante de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que, una vez ratificados por el país, operan como una ley si contienen disposiciones que son autoejecutables. 79 80 La autoejecutabilidad de los convenios en el derecho uruguayo está expresamente consagrada a través de lo dispuesto por el artículo 332º de la Constitución, lo que impide que los instrumentos que versan sobre derechos inherentes a la personalidad humana sean considerados un mero cuadro de aspiraciones o principios políticos 81. De todas maneras, incluso aquellos convenios que requieran del Estado la sanción de normas posteriores a su ratificación pueden, pese a ello, crear derechos directamente aplicables a los individuos, en la medida que le reconocen derechos subjetivos, directamente exigibles ante los tribunales. Como es señalado por la doctrina, los convenios internacionales de trabajo constituyen Tratados que, sin dejar de lado su carácter internacional operan como derecho interno de aplicación inmediata.82 83 En su relación con el ordenamiento positivo en el cual se aplican, pueden darse diferentes situaciones: 1) Convenio Internacional de Trabajo y legislación anterior a su ratificación. La ratificación de un CIT no menoscabará las condiciones más favorables establecidas por una norma de derecho interno- Art. 19º. 8º Constitución de la OIT. 2) Convenio Internacional de Trabajo y legislación posterior a su ratificación. Si se sancionaran con posterioridad a la ratificación del CIT leyes que supongan una disminución o menoscabo de las condiciones establecidas por el convenio se abre la polémica: Héctor-Hugo Barbagelata sostiene que, los CIT como los códigos, poseen una mayor “dureza” que la legislación ordinaria de origen interno, una especie de naturaleza consuetudinaria supra legal, por lo tanto, cualquier ley que se sancionara con posterioridad a la ratificación de un Convenio no podría alterar los mínimos establecidos en éste, so pena de violar el principio protector establecido en el artículo 53° de la Constitución.84 Plá Rodríguez expresa que en el orden internacional la aprobación de la nueva ley generará responsabilidad del Estado ratificante ante la Organización Internacional del Trabajo. Desde el punto de vista del derecho interno, la ley que ratifica el Convenio posee la misma naturaleza de la ley ordinaria y por ende su misma jerarquía por lo que el legislador puede derogarla o modificarla, encontrando el principio del mantenimiento de la condición más favorable su límite en la voluntad del legislador 85. Racciatti por su parte señala que el problema del conflicto entre un Convenio Internacional del Trabajo y los de una norma posterior y menos favorable, no es solamente un problema de jerarquía de las fuentes sino además de aplicación de los principios del derecho del trabajo y de sucesión de normas jurídicas en el tiempo. Para el caso de que la norma internacional contenga disposiciones violatorias de principios establecidos constitucionalmente a través del artículo 72° de la Constitución, estaremos ante una ley inconstitucional; si la ley no afecta disposiciones constitucionales el juez deberá aplicarla, más ello no significa que el convenio esté abrogado, permanecerá vigente y el Estado deberá responder por el incumplimiento de la normativa internacional”86 87 . Nuestra Suprema Corte de Justicia- antes de la sanción de la ley 17.940- en un caso de despido de un activista sindical y petición de reinstalación al trabajo del mismo, al amparo del CIT 98°, sostuvo que la ley ulterior inconciliable con un Convenio Internacional supone la derogación de éste. Citando a Supervielle en su obra “De la derogación de las leyes”, Estudios Jurídicos en memoria de Juan José de Amézaga, la Corte expresa: “La doctrina mayoritaria y la jurisprudencia casi uniforme en todos los países, se pronuncia a favor de la aplicación de la ley nacional posterior, a pesar de la contradicción con el tratado”. Aceptar la posición contraria agrega “violaría la Constitución, arts. 83 numerales 1ª y 3º ya que, aprobado un tratado, nuestro parlamento quedaría inhibido de dictar códigos o leyes que no coincidieran plenamente con aquél, y de derogar las anteriores sobre el punto lo que es totalmente inaceptable. Sin perjuicio de las responsabilidades que, en el orden internacional deberá asumir la República, por violar acuerdos concretados con otros países”.88 Modernamente la evolución del derecho internacional del trabajo ha permitido sostener que, aun en los casos en que se trate disposiciones no autoejecutivasprogramáticas de un convenio internacional, en la medida que las mismas sean lo suficientemente claras y concisas, pueden ayudar a resolver un litigio nacional, en tanto las disposiciones internas que la contradigan puedan ser declaradas inconstitucionales o inválidas.89 NOTAS 1 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I. FCU, 1978, p. 81. 2 Francisco GIORGI expresa que “la introducción de derechos no escritos, debe hacerse en total armonía con los que resultan de las disposiciones escritas, a efectos de mantener la debida coherencia propia de todo orden jurídico”: “Los principios generales del derecho y el derecho laboral” en Treinta y Seis Estudios sobre las fuentes del derecho del trabajo. FCU, Montevideo, 1995, p. l9 y ss. 3 Señala H-H. Barbagelata que la expresión “bloque de constitucionalidad”, fue empleada por el Conseil Constitutionel de Francia para comprender dentro de los parámetros de constitucionalidad, no solo el texto de la Constitución propiamente dicha, sino también el Preámbulo y los principios a los que se remite (Derecho del trabajo, ob . cit. p. 5). 4 BABACE, Héctor. “Particularismos de las fuentes del derecho del trabajo” en Treinta y Seis Estudios, ob cit., p. 51. También BARBAGELATA, Héctor-Hugo. El particularismo del derecho del trabajo. FCU. Montevideo, 1995, p. 21 y ss. 5 Entre otros: el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966); el Pacto de San José de Costa Rica (1985). 6 Carta Internacional Americana de Garantías Sociales, Carta de la OEA (1948-1957). 7 Protocolo de San Salvador (1988). 8 Declaración Socio Laboral del Mercosur (1998), Declaración de Querétaro (1974), Declaración Americana de los Derechos del Hombre, Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). 9 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. T. I, Vol. 1. Ed. Acali, Montevideo, p. 165. 10 BARBAGELATA, Héctor-Hugo: encuentra las raíces de los criterios de conservación de las condiciones más favorables y de sobrepujamiento en la Constitución de la OIT. “Sobre el Dere cho el Trabajo y sus fuentes” en Simposio del Derecho del Trabajo, Madrid, 1975, p. 98. 11 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T. 1. FCU, Montevideo, p. 83. 12 DONO, Liliana y FERREIRA, Ma. del Carmen. sostienen que la aplicación de la regla de la conservación de la condición más beneficiosa plasmada en la Constitución de la OIT sólo es válida en caso de que la comparación se hiciera entre una ley y un CIT ratificado, pero no cuando se trata de dos normas de igual jerarquía y origen, donde juegan los criterios de temporalidad y especialidad. “El reglamento interno como fuente de derecho” en Treinta y Seis Estudios ..., ob. cit. p. 434. 13 MANTERO DE SAN VICENTE, Osvaldo. “Cartas de Derechos Sociales y la progresividad” en VII Jornadas Rioplatenses de Derecho del Trabajo, FCU, Montevideo, 1993, p. 268. 14 Cabe destacar que H-H- Barbagelata, a la hora de enumerar los criterios de interpretación del “bloque de constitucionalidad” de los derechos humanos laborales, deriva los criterios de progresividad e irreversiblidad de los mismos en el principio de conservación de las condiciones más beneficiosas consagrado en el art. 8º de la Constitución de la OIT, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el art.2.1 del Pacto Internacional de Derec hos Económicos Sociales y Culturales. 15 Seguiremos en el punto a HENDERSON, Humberto. “La vigencia de la regla de la conservación de las condiciones más favorables” en rev. Derecho Laboral, T. XLI, Nº. 190, p 410 y ss. 16 PEREZ DEL CASTILLO, Santiago cita como ejemplos de normas que contienen la previsión del mantenimiento de las condiciones más beneficiosas, la ley 15.996 sobre horas extras (art. 7º) que dispone: “Las disposiciones....se aplicarán sin perjuicio de la validez de los regímenes específicos e n materia de remuneración de horas extras más favorables para el trabajador establecidos por ley, laudo o convenio colectivo”; la ley 12.840 que generalizó el aguinaldo(art. 5º), también el decreto 615/89 (art. 5º) que prevé la subsistencia de los regímene s más favorables al trabajador en materia de sumas para el mejor goce de la licencia. “La jerarquía de las Fuentes del derecho del trabajo” en Treinta y Seis Estudios.... ob. cit., p. 85-86. 17 ABELLA DE ARTECONA, Martha, señala que el Estado puede modificar una legislación anterior más favorable, incluso con efecto retroactivo sobre las relaciones jurídicas que habían sido regidas por el ordenamiento derogado o sustituido. “Nuevas reflexiones sobre la aplicación de la norma más favorable y la condición más beneficiosa” en rev. Derecho Laboral T. XXXIV, N° 161, p. 138. 18 El Tribunal Constitucional de Perú ha sostenido que una norma interna más favorable prevalece sobre un convenio internacional, en materia de derechos humanos, en aplicación del principio de mantenimiento de la condición más beneficiosa: véase rev. Derecho Laboral, T. LI, Nº 229, p. 81 y ss. 19 Señala RASO DELGUE, Juan que “Un pacto - aún colectivo- que acordara beneficios por debajo de los imperativos legales, sería nulo precisamente por estar estipulado” contra legem”: “El principio de irrenunciabilidad y el convenio colectivo” en Veintitrés Estudios sobre el Convenio colectivo, FCU, 1988, Montevideo, p. 295; RASO DELGUE, Juan. “El conflicto entre la ley y el convenio colectivo” en Treinta y Seis Estudios... ob. cit., replantea el problema de la colisión entre la ley y el convenio en estos términos: “ el planteo no es necesariamente si debe primar la ley o el convenio en caso de conflicto, sino investigar si el sistema actual de derecho labor al no plantea excesivos y a veces innecesarios conflictos entre la ley y el convenio. En otros términos, el debate debe plantearse sobre la cuestión de si la imperatividad legal no está quitando al convenio colectivo un rol importantísimo en el sistema, a saber ajustar criterios básicos a una diferencialidad creciente”, p. 317. 20 Señala Osvaldo MANTERO que la aceptación de la teoría de la flexibilización y la utilización generalizada de la disponibilidad colectiva como vía para lograrla, en un momento de g rave desocupación, puede conducir a que se creen normas negociadas cada vez más favorables a las empresas en progresivo deterioro de las condiciones de vida y trabajo de quienes laboran en ellas” en “Reforma laboral en los países del MERCOSUR” en rev. Dere cho Laboral T. XLIII, Nº 198, p. 274-276. 21 Sería el caso de lo previsto por la ley 17.626 (28/III/03) que dispone un procedimiento de reajuste salarial que eventualmente puede ser menos favorable que el previsto por convenios colectivos. El texto de la l ey en lo que nos atañe dispone: Artículo 1°. Los ajustes salariales de todos los funcionarios públicos, sin excepción, incluidos los de cargos electivos (Presidente y Vicepresidente de la República, Senadores y Diputados), que correspondan en aplicación de normas legales o de convenios salariales se realizarán en las mismas fechas y en el mismo porcentaje de los reajustes generales dispuestos por el Poder Ejecutivo para la Administración Central”. La ley vendría a establecer una disposición de orden público económico que impediría la fijación de salarios por encima de la norma que disciplina una política salarial. 22 Sobre el punto ver: PLA RODRIGUEZ, Américo. La revisión del convenio colectivo para disminuir beneficios in La negociación colectiva en América Latina”. Madrid, 1993, p. 171 y ss. 23 El quiebre de la vigencia del criterio de la conservación de las condiciones más beneficiosas en los casos de sucesión temporal de convenios, es uno de los puntos donde la doctrina y la jurisprudencia uruguaya más re ciente han manifestado un” revisionismo” sobre las posiciones más tradicionales. La regla de conservación de las condiciones más beneficiosas fue producto de un determinado contexto económico y resultó obsoleta al intentar aplicarla sobre una nueva realidad, pero como señala Geraldo Von POTOBSKY, ello no implica que debamos desmantelar la legislación laboral sino adaptarla a los cambios reales conservando su carácter tuitivo: “La normativa laboral frente a la reestructuración, el desarrollo y la globalización de la economía” en revista RELASUR, OIT, Nº 6, pp. 19-20. 24 El artículo 16º de la ley 18.566 establece al respecto: “Los convenios colectivos no podrán ser modificados por contrato individual o acuerdos plurisubjetivos en perjuicio de los trabajadores. El convenio colectivo por sector de actividad celebrado por las organizaciones más representativas es de aplicación obligatoria para todos los empleadores y trabajadores del nivel de negociación respectivo, una vez que sea registrado y publicado por el Po der Ejecutivo”. 25 La Justicia Uruguaya T. CXX, c.13.793. 26 Sobre el punto ver CASTELLO, Alejandro. “Vigencia y alcance del principìo de irrenunciabilidad” en rev Derecho Laboral T. LI, Nº. 229, p. 55 y ss, donde el autor plantea cuales serían los requisi tos para que una novación in pejus pudiera considerarse válida: a) No existencia de una norma legal que prohíba la autonomía individual en el punto; b) Que exista la sustitución de una obligación por otra; c) que no se vulneren normas heterónomas o convenc ionales; d) Que existan motivos serios que ameriten el cambio de la obligación; e) Que exista una contraprestación del empleador; d) Que el trabajador esté debidamente asesorado. Todo lo expuesto supone además la existencia de una auténtica BUENA FE por parte de los contratantes que no vicie el consentimiento en la contratación. 27 FERNANDEZ BRIGNONI, Hugo, señala: “la (norma) de mayor jerarquía se aplica sobre la de menor, salvo que por la materia tratada o la formulación de la ley jerárquicamente mayor, e xista, la posibilidad de una relación de concurrencia no conflictiva, u otra solución de política legislativa” en “Concurrencia y sucesión de normas laborales” in Treinta y Seis Estudios… ob. cit., p. 97. 28 Sobre la importancia de la Constitución como fuente del derecho del trabajo, puede verse: BARBAGELATA, Héctor-Hugo. “Tendencias del derecho de trabajo americano” en rev. Derecho Laboral Año 1, N° 2, pp. 92 y ss; MORGADO VALENZUELA, Emilio. “La constitucionalización del derecho del trabajo y la seguridad social” en rev. Derecho Laboral T. XXIV, N° 124, p. 721 y ss; GAUTHIER, Gustavo. “La Constitución Uruguaya como fuente del derecho colectivo del trabajo” en Treinta y Seis Estudios … ob. cit., p. 130 y ss.; MARQUEZ, Martha y RUSSO, Rosario,” Las normas constitucionales como fuente del derecho individual del trabajo” en Treinta y Seis Estudios… ob. cit. p. 139 y ss; PEREZ TABO, Fernando – GARI, Gloria y GADEA, Elizabeth. “Disposiciones laborales en las últimas Constituciones Sudamericanas” en Treinta y Seis Estudios… ob. cit. p. 121 y ss. 29 Sobre el punto de la importancia del texto constitucional en cuanto al traslado a todo el orden normativo inferior de los principios éticos que lo impregnan y su eficacia directa. CAJARVILLE PELUFFO, Juan Pablo. “Supremacía Constitucional e interpretación” en rev. Derecho Público 1/1992, p.56. 30 Nuestra jurisprudencia ha señalado que el ordenamiento jurídico –integrado por normas constitucionales e infraconstitucionales - constituye un todo coherente pues “la constitución contiene un programa de principios y valores que condicionan el elenco normativo inferior y constituye el fundamento del postulado de la “aplicación constitucionalizante” del ordenamiento jurídico inferior”, sentencia del Tribunal de Apelaciones del Traba jo de 1er. turno publicada en rev. Derecho Laboral T. LIII, Nº. 238, p. 371-372. 31 El derecho a la limitación de la jornada ha sido señalado por la doctrina y la jurisprudencia como un derecho humano laboral específico integrado al bloque de constituciona lidad de los derechos humanos laborales, ver: ERMIDA URIARTE, Oscar. Investigación sobre la aplicación de los principios y derechos fundamentales en el trabajo en Uruguay, OIT. Documento de Trabajo Nº 205, p. 17; BARBAGELATA, H -H. “El Juez de Trabajo y los Derechos Humanos Laborales” en rev. Judicatura Nº. 45, p. 9, cit en sent. TAT 1º publicada en rev. Derecho Laboral T. LII, Nº. 234, p. 366. 32 ERMIDA URIARTE, Oscar. “La Constitución y el Derecho Laboral” en Treinta y Seis Estudios … ob. cit. p. 1l3. 33 Vide: GOLDSTEIN, Eduardo. “La discriminación racial por ascendencia nacional y etnia en el trabajo en Uruguay” en rev Derecho Laboral T. L Nº. 228, p. 847 y ss;, en el mismo número de GIUZIO, Graciela. “Discriminación en el lugar de trabajo y VIH-SIDA”, p. 865 y ss; ERMIDA URIARTE, Oscar. “El Derecho laboral y las mujeres: de la protección a la igualdad en Normas discriminatorias de las mujeres” en Cuadernos de la Facultad de Derecho. Tercera Serie, No. 10, Montevideo 2003; RISSO FERRAND, Martín. Discriminación contra la mujer. Área Académica de Derecho Constitucional y Derechos Humanos, Universidad Católica. 34 MUIÑO FULCO, Ramón. “Principio de la equiparación de salarios” en rev. Derecho Laboral T. XXIV, N° 124, p. 766 y ss; del mismo autor: El principio de igualdad y las fuentes del derecho del trabajo, donde se estudia la constitucionalización del principio de igualdad, su configuración implícita en el artículo 72° de la Constitución y su recepción a nivel de doctrinario, jurisprudencial y en los instrumen tos internacionales, in 36 Estudios...,pp. 35 y ss; también Plá Rodríguez, Américo., Aspectos Laborales de la integración regional, “ Principio de Igualdad en el derecho del trabajo e integración regional”, Ed. Biblioteca de Derecho Laboral Nº 13, Montevid eo 1992. 35 La libertad de conciencia puede ser entendida como el derecho a la libre formación de la conciencia y a la adecuación del comportamiento personal a las propias creencias. El tema adquiere relevancia ante la pregunta de si alguien puede ser exim ido del cumplimiento de alguno de sus deberes constitucionales, legales o contractuales por resultar su cumplimiento contrario a sus convicciones personales. Es ésta la objeción de conciencia una libertad en debate sosteniendo algunos que su recepción pond ría en riesgo de disolución todo el ordenamiento positivo. Por ejemplo una antigua sentencia del tribunal de Milán reconoció que el trabajador de una fábrica de armas tenía derecho a exigir un empleo alternativo compatible con su libertad de conciencia; la jurisprudencia norteamericana, por su parte, no admite la objeción de conciencia salvo que la misma se encuentre vinculada a creencias o prácticas religiosas; sobre el punto ampliamente: VALDES DAL RE, Antonio. “Los derechos fundamentales de la persona de l trabajador” en rev. Derecho Laboral T. XLVI, N° 212, p. 728 –730. 36 El deber del empleador de proteger la salud e integridad psíquica y física de los trabajadores incluye la obligación de tomar las medidas adecuadas impidiendo conductas hostiles de otro s dependientes, tales como el acoso moral al trabajador (mobbing). NICOLIELLO, Ariel - COLOTUZZO, Natalia. “Acoso Moral en el trabajo: prevención y reparación” en rev Derecho Laboral T. L Nº. 226. p. 355 y ss. 37 Un análisis del artículo 54° de la Constitu ción se puede encontrar en el estudio de MARQUEZ, Martha y RUSSO, Rosario. “Las Normas Constitucionales...” en Treinta y Seis Estudios..., p 144 y ss. 38 Hemos seguido los caracteres que BARBAGELATA, Héctor-Hugo, atribuye a la legislación del trabajo, entendida en un sentido amplio, sobre el punto: Derecho del Trabajo, T. I,1ª. Ed. p. 88 -90. 39 Es de destacar la importancia de las primeras leyes laborales del siglo XX que marcaron mojones en el avance de la disciplina, cuando aún el movimiento sindical esta ba en ciernes,así por ejemplo-entre otras- la ley 5.350(8 horas), ley 5.032(accidentes de trabajo) y ley 7318 (descanso semanal). 40 PLA REGULES, María Josefina. “El papel de la legislación a finales del siglo XX” en Treinta y Seis Estudios … ob. cit.. 244. 41 CORDOVA, Efrén. “La experiencia latinoamericana de codificación en su entorno histórico y problemática actual” en rev. Derecho Laboral T. XXXVI, Nº. l71, p. 465 y ss. 42 PLA RODRIGUEZ, Américo. señala que la preocupación por la ordenación de las mater ias y las normas puede llevar a postergar las modificaciones de las mismas: podemos entonces tener un código sabiamente organizado pero anticuado en su contenido. Curso de Derecho laboral, ob. cit., T. I, V. 1, p. 169. 43 Op. cit., p. 482. En una posición similar WACLAV SZUBERT en su informe sobre “La codificación del derecho del trabajo” al IX Congreso Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social señala “Una codificación digna de este nombre constituye, pues, siempre un estimulante del pro greso, no solamente, en materia de técnica legislativa sino también en lo que concierne al fondo de las disposiciones legales”: “La codificación del derecho del trabajo” en rev. Derecho Laboral T. XXI, Nº 112, p. 387. 44 Argumentos a favor y en contra de la codificación ver PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral, ob. cit.... T. I, V. 1, p. 167 y ss. 45 H-H. BARBAGELATA en oportunidad de plantearse cuál era el derecho laboral vigente en Uruguay luego de la ratificación de numerosos Convenios Internacionales de Trabajo por la ley 12.030, sostenía que “la oportunidad parece propicia pues, para replantear ahora con la máxima urgencia, el problema de la codificación del derecho del trabajo. En otros términos, parece llegado el momento de considerar el C ódigo de Trabajo como solución” en rev. Derecho Laboral T. X, p 22. 46 La Comisión de estudio y revisión del proyecto de código de trabajo de De Ferrari integrada por Gamarra, Francisco; Macedo, Alvaro; Miranda, César; De Ferrari, Francisco; Riestra, Ulise s W; Malet, Armando; Plá Rodríguez, Américo y Barbagelata, Héctor-Hugo, manifestaban al aprobar el proyecto que el mismo “contribuirá al adelanto social del país, haciendo más útiles en la práctica muchas conquistas ya alcanzadas en forma imperfecta o frag mentaria y aportando otras a la altura de una tradición que en esta materia, ha permitido considerar al Uruguay entre las naciones que demostraron temprana preocupación por los problemas del trabajo”. El texto y el informe de la Comisión en rev. Derecho Laboral T. VI, N° 34-36, p. 247 y ss. 47 En el derecho colectivo del trabajo los decretos han servido a los gobiernos de turno para menoscabar o poner cortapisas al ejercicio del derecho de sindicación, de negociación colectiva o de huelga. Baste recordar el decreto 622/73 de reglamentación de la actividad sindical o el decreto 512/66 (19/X/66) sobre desocupación de lugares de trabajo; por su parte el decreto 93/68(3/II/68) reglamentario de los CIT 87° y 98° no cumplió con las obligaciones contraídas por Uruguay al ratificarlos. 48 AMEGLIO, Eduardo J. señala que la reglamentación de las condiciones de trabajo mediante decretos constituye la más amplia expresión de autonomía confirmada por la ausencia de los actores sociales en su eleboración y análisis: “Decretos reglamentarios” en Treinta y Seis Estudios ... ob. cit. p. 251 y ss. 49 PLA RODRIGUEZ, Américo, afirma que esta distinción válida en el derecho civil, no lo es en el derecho del trabajo: “toda práctica repetida y continua genera la obligación de no apa rtarse de ella, reduciendo los beneficios que para el trabajador deriva de su aplicación”: Curso de Derecho laboral ... ob. cit. T.I, V. I p. 172; Señala MANGARELLI, Cristina que Plá Rodríguez ha modificado su posición, advirtiendo que debe distinguirse la costumbre del uso, según expresa en su trabajo sobre la “Costumbre como fuente de derecho”, en Treinta y Seis Estudios .... ob. cit. p. 334, nota 24. 50 BARBAGELATA, Héctor-Hugo expresa que atento al particularismo de la costumbre como fuente debe requerirse se reúnan los requisitos materiales y sicológicos. Derecho del Trabajo, T. I, V. I 2ª. Ed. ,p. 148. 51 FERNANDEZ BRIGNONI, Hugo y SOTELO, Ana distinguen entre usos convencionales o negociales destinados a suplir la falta de manifestación de voluntad expresa de las partes en el contrato de trabajo del uso normativo cuyo carácter coactivo deriva del ámbito colectivo en el cual se desarrolla: oficio, profesión, empresa, rama de actividad, etc,: “Los usos y prácticas de empresa. El debate sobre su carácter obligatorio” en rev. Derecho Laboral T. XLIV, Nº201, pp. 145-150. 52 ABELLA de ARTECONA, Martha, parece compartir dicha posición: afirma que a partir de la ratificación de la Constitución de la OIT, el Uruguay habría incorporado la costumbre como fuente fo rmal de derecho (art. 19° numeral 8°) en “Nuevas reflexiones...” ob. cit., Derecho Laboral T. XXXIV, N° 161, p. 139, nota (7). 53 MANGARELLI, Cristina, “La costumbre” ob. cit., p. 346. 54 BARBAGELATA, Héctor-Hugo, expresaba sobre el tema que es hora que lo s laboralistas “renunciemos todos a buscar en tal o cual artículo del Código Civil, el permiso para aceptar un nuevo esquema de las fuentes formales o de las relaciones laborales” en Simposio del Derecho del Trabajo, Madrid 1978, p. 86. 55 ABAL OLIU, Alejandro, refiriéndose al derecho procesal expresa que la costumbre es respetada en el proceso “aún sin ley que se remita a ella, e inclusive es respetada en ciertos casos en que es claramente opuesta a la misma y/o excede el carácter reglamentario de la ley”. Derecho Procesal T. I, FCU, 1999, p. 69 y ss. 56 HENDERSON, Humberto y CASTELLO, Alejandro. “Los usos de empresa” en Treinta y Seis Estudios... ob. cit. 355. 57 MANGARELLI, Cristina. “La costumbre” ob. cit. p. 342. 58 Señala BARBAGELATA, Héctor-Hugo que en la ley argentina Nº 20.744 existía una disposición, hoy derogada que hacía prevalecer los usos y costumbres “sobre las normas dispositivas de la ley, convenciones colectivas y el contrato de trabajo”; también en el Estatuto de los Trabajadores de España figuran como fuentes “en defecto” de otras disposiciones alcanzando plena eficacia normativa en caso de recepción o remisión expresa: El Particularismo... ob. cit. p. 64, nota (15). 59 AJL 1999 c. 1365; AJL 2000 c. 1448. 60 HENDERSON, Humberto y CASTELLO, Alejandro, “Los usos” op. cit, p. 349. 61 MANGARELLI, Cristina, “La Costumbre” op. cit. p. 346. 62 Sobre el punto señalan Fernández y Sotelo que el jus variandi sólo es de aplicación dentro del ámbito del uso convencional no teniendo virtualidad jurídica para operar sobre los usos normativos o costumbres profesionales por el carácter general y abstracto del uso normativo y el fundamento contractual del poder de variar: op. cit, p. 158. 63 DIESTE, Juan F. y RIVAS, Daniel. “Similitudes y diferencias entre el contrato de trabajo y los contratos civiles y comerciales” en rev. Derecho Laboral T. XLIII N° 199, p. 523 -524. 64 Sobre el punto, PLA RODRIGUEZ, Américo, “Algunas reflexiones sobre la jurisprudencia en materia laboral” en rev. Derecho Laboral T. XVI, Nº 90, p. 233 y ss. 65 De FERRARI, Francisco, considera la jurisprudencia dentro de las fuentes formales: Derecho del Trabajo. T. IV. p. 327. 66 FONT BERTINAT, Bismark. “La jurisprudencia laboral como fuente de derecho” en Treinta y Seis Estudios ... p. 371. 67 Sobre el papel de la doctrina como fuente de derecho y sus relaciones con la jurisprudencia puede verse el artículo de Mercedes Metallo en Treinta y Seis Estudios ..., p 357 y ss. 68 MARTINEZ QUEIROLO, Cristina. “Jurisprudencia del Comité de Libertad Sin dical” en Treinta y Seis Estudios ..., p. 408. 69 RIVAS, Daniel, expresa que “Si se admite que la categoría de fuentes está limitada a los actos y hechos normativos que, aunque privados del carácter de la abstracción y de la generalidad, operan sin embargo erga omnes, debe concluirse que el contrato de trabajo no es fuente de derecho del trabajo, porque solamente produce efectos entre las partes y no frente a terceros”: véase: “El contrato de trabajo ¿Es fuente de derecho? en Treinta y Seis Estudios... p. 453-454. 70 SERE, Jorge Ubaldo. “El convenio colectivo como fuente” en Veintitrés Estudios sobre convenios colectivos ... ob. cit. p 65 y ss; SERE, Jorge Ubaldo, SLINGER, Leonardo y GOLDFLUS, Sandra. “El convenio colectivo como fuente de derecho del trabajo” en Treinta y Seis Estudios..., p 305 y ss. 71 ERMIDA URIARTE, Oscar. “El papel de los sindicatos en las sociedades democráticas” en rev. Derecho Laboral T. XXVI, Nº l28 p. 64. 72 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. El Reglamento de Taller. Montevideo. 1951, p. 18. 73 RUPRECHT, Alfredo J. Derecho Colectivo del Trabajo. Madrid, 1977, p. 257 -258 74 DONO, Liliana y FERREIRA, Ma. del Carmen. “El Reglamento Interno como Fuente de Derecho” en Treinta y Seis Estudios ..., p. 437 y 438. 75 La posición de nuestra doctrina se corresponde con Camerlynck-Lyon Caen para quiénes el reglamento interno solo podrá ser considerado como fuente si es el resultado del acuerdo entre el empresario y sus trabajadores: Droit du Travail. 6º Ed. Paris, 1973, p 57-58. 76 Sobre el contenido del reglamento de taller y las facultades del pretorio en el contralor de legalidad de los mismos, véase: revista Derecho Laboral T. 3, N° 17, pp. 309 y ss; también en el mismo número de la revista puede verse una nota del Prof. Barbagelata, Héctor-Hugo: “Contralor administrativo de los Reglamentos Internos”, pp. 313 y ss; sobre el reglamento interno y la configuración de la notoria mala conducta: AJL 2000 c.1106. 77 AJL 1994- 995 c. 1075. 78 RACCIATTI, Octavio, desarrolla el punto referido a la importancia de los Tratados internacionales y sus particularidades como fuentes en Treinta y Seis Estudios… p. 169 y ss. 79 Los temas referidos a la naturaleza jurídica de los convenios, su jerarquía en la escala jurídica nacional, la problemática de la operatividad propia de las normas internacionales y los posibles efectos de tales normas frente al Estado y en el marco de la relaciones individuales de trabajo pueden estudiarse en el trabajo de Geraldo Von Potobsky publicado en el libro de Homenaje al Pro. H-H- Barbagelata, Evolución del Pensamiento Jus Laboralista: “Los Convenios de la OIT: ¿Una nueva dimensión en el orden jurídico interno?” FCU, Mont. 1997, p.577 y ss; también ver en el T. X Nº. 55 de la rev. Derecho Laboral, los artículos de Francisco de Ferrari y H -H- Barbagelata sobre los problemas que planteaba en el derecho positivo uruguayo la ratificación en el año 1953 de veintiocho Convenios Internacionales de la OIT. 80 La doctrina sobre la autoejecutabilidad de los convenios tiene su origen en los EEUU como co nsecuencia directa de la interpretación del juez Marshall sobre la Constitución de 1828, según la cual los jueces deben considerar a un tratado como si fuera una ley “siempre que opere por si mismo sin ayuda de una interpretación legislativa”. Sin embargo, en países puramente monistas, el término autoejecutivo es también usado en un segundo sentido según el cual sería puramente ejecutiva una norma internacional considerada lo suficientemente clara y precisa como para reconocer derechos directamente exigibles ante los tribunales, “incluso en ausencia de legislación nacional que desarrolle su contenido”. Sobre el punto ver: Derecho internacional del trabajo y derecho interno. Manual de formación para jueces, juristas y docentes de derecho bajo la dirección de Xavier Beadonnet, Centro de Formación de la OIT, Turín, 2a. ed., 2010, p. 21. 81 Quedan fuera de esta presunción de autoejecución y autoaplicabilidad aquellas normas internacionales cuya efectiva implementación requiere que el derecho interno ponga en funcionamiento determinados servicios. 82 En la rev. Judicatura Nº. 45/ del 8/2007 en su p. 8ª. cita pié de pág. Nº. 26, el Prof. H -H Barbagelata, enumera las opiniones que adhieren a la posición de que en nuestro derecho los convenios luego de ratificados adquieren la eficacia propia de la ley. No nos resistimos a citar a Justino Jiménez de Aréchaga en su libro La Libertad Sindical, FCU, Mont. 1980, p. 61: “una vez que(los convenios)…han sido ratificados…adquieren la eficacia propia de la ley nacional”. 83 Nuestra jurisprudencia se ha mostrado remisa en la aplicación directa de las normas internacionales. Así por ejemplo la ratificación del CIT 162 sobre protección de los trabajadores en el uso del asbesto o amianto en 1995, no supuso que el Estado prohibiera s u uso. Recién después del decreto del 2002 que reglamentó el convenio, se tomaron medidas para proteger la salud de los trabajadores. El Tribunal de Apelaciones de 2º Turno entendió que al no haber estado reglamentado el convenio internacional no había una “violación de una clara normativa que tuviere preceptividad en ocasión del infortunio”. Vide LJU, caso 15.360. 84 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T. I V. 1 p. 87; asimismo sostiene el doctrino que en materia de derecho humanos por la ratificación se opera la incorporación de instrumentos internacionales sobre derechos humanos de modo tal que la superlegalidad que se atribuye a tales convenios es generalmente entendida como la adquisición de valor constitucional de los principios y disposicio nes correspondientes, vide: “El bloque de constitucionalidad de los derechos humanos laborales” en rev. Derecho Laboral T. XLVII, N° 214, p.219. 85 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de derecho laboral. T. 1 V. II, ob. cit. p l00 -l03; Barbagelata, HéctorHugo critica la posición defendida por Plá Rodríguez ya que- sostiene- un texto jurídico no podría estar simultáneamente vigente en el plano internacional y derogado en el ámbito interno, siguiendo el razonamiento de Kelsen quién expresa: “Una ley ordinaria que contradiga a un tratado internacional anterior es también irregular frente a la Constitución, porque ésta, al autorizar a ciertos órganos a celebrar tratados internacionales hace de los mismos un modo de formación de la voluntad estatal. La Constitución excluye pues...la derogación o modificación de los mismos, por ley ordinaria. Una ley contraria a un tratado es, por consiguiente inconstitucional al menos en forma indirecta” (Escritos sobre la democracia y el socialismo, Madrid, 1998, p. 139-140. Para el desarrollo más extenso de su posición, se remite a Derecho del trabajo, T.I, Vol. I, 3ª ed. FCU, Montevideo, 2002, p. 212 a 218 en “El bloque de constitucionalidad de los derechos humanos laborales” rev. Derecho Laboral T. XLVII, N° 214, p. 219, nota (30). 86 RACCIATTI, Octavio. “Los Convenios Internacionales del Trabajo y las leyes posteriores a su ratificación” en rev. Derecho Laboral T. XXXVII, Nº l73-l74, p. l89 y ss; también del mismo autor: “La regla de la norma más favorable y su aplicación en caso de conflictos de leyes en el espacio” ponencia al X Congreso Iberoamericano de DTSS, Tema I, p. 249 y ss. 87 Sobre los pronunciamientos de la Comisión de Expertos en la aplicación de Convenios y Recomendaciones y del Comité de Libertad Sindical: GIMENO, Gloria- CASTRO, Stella M. “La Comisión de Expertos en Aplicación de convenios y recomendaciones y sus pronunciamientos sobre Uruguay”; MARTINEZ QUEIROLO, Cristina. “Jurisprudencia del Comité de Libertad Sindical” en Treinta y Seis Estudios..., p. 385 y ss. 88 Las sentencias con nota de jurisprudencia de BABACE, Héctor pueden verse en: “Algunas reflexiones acerca de las relaciones entre normas internacionales y el derecho interno desde la perspectiva del derecho del trabajo” en rev. Derecho Laboral T. XXXIII, Nº 158, p. 363 y ss; sobre el punto además sentencias de JLT 9° y confirmatoria TAT1° publicadas in rev. Derecho Laboral T. XLVII, N° 216, p. 744 y ss. 89 Así por ejemplo la Corte Suprema de Costa Rica invalidó (1998) la decisión de disminuir el 85% del Presupuesto de la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas basándose en que el Estado costarricense había aprobado el CIT No. 169 en virtud del cual (art. 4º) los Estados se comprometen a adoptar medidas especiales de protección en beneficio de los pueblos indígenas. Capítulo VI. LOS PRINCIPIOS DEL DERECHO DEL TRABAJO Sergio Gamonal C.* 1. Introducción Los principios del derecho conforman una parte importante del discurso de los juristas y operadores jurídicos. En el caso del derecho laboral latinoamericano, su importancia ha sido central en el desarrollo de esta rama del derecho. Es factible determinar algunos factores que colaboran con dicha centralidad. Desde una perspectiva dogmática e histórica, los primeros laboralistas intentaron delimitar su disciplina y diferenciarla del derecho civil. Desde un enfoque cultural, el derecho laboral implicó un quiebre con una cultura muy formalista y privatista de las relaciones entre particulares, regidas por el sacrosanto principio de autonomía de la voluntad, lo que reforzó los intentos de consolidar un conjunto de principios propiamente laborales. Desde una óptica normativa, la mayoría de los países de nuestro subcontinente han desarrollado mayormente el derecho individual por sobre el derecho colectivo 1, lo que sin lugar a dudas ha reforzado la importancia de los principios del derecho laboral. Si comparamos nuestro derecho con el europeo, el temprano y amplio desarrollo de la autonomía colectiva en este último ha hecho innecesario el desarrollo de principios propios en el ámbito laboral (el actuar sindical se configura más en el ámbito fáctico que en el estrictamente jurídico). Considerando, además, como indica Barbagelata, que la mayoría de los conflictos laborales no se resuelven por la vía jurisdiccional2, podemos aventurar que los sistemas latinoamericanos tienden a una menor eficacia protectora que aquellos con gran desarrollo de la autonomía colectiva. Otro factor que ayuda a la relevancia de los principios está dado por la circunstancia de que el derecho constituye una práctica argumentativa y, como tal, la alusión a “principios” conlleva en alguna medida una carga emotiva e intuitiva que refuerza nuestros argumentos. Cabe recordar, por otra parte, la enorme influencia de la obra Principios de Derecho del Trabajo, del jurista uruguayo Américo Plá Rodríguez, en el derecho latinoamericano del trabajo. Los principios son de enorme importancia en nuestra disciplina. Con todo, su uso y aplicación exigen una labor aclaratoria de su sentido y alcance. Por otra parte, pareciera que, desde una óptica normativa, los mejores sistemas son aquellos donde los textos legales son más claros y unívocos, en base a un sistema de reglas, dado que un sistema de principios, por la textura abierta de los mismos, permite una mayor discrecionalidad judicial y puede afectar la seguridad jurídica. Estos aspectos trataremos de dilucidarlos en las líneas siguientes. Luego expondremos derechamente acerca de los principios del derecho laboral. 2. Principios y reglas en el derecho laboral Cuando se habla o alude a los principios en el derecho, estamos ocupando un concepto de tal amplitud que puede ser utilizado en contextos y situaciones absolutamente diferentes. Tanto los filósofos del derecho como los constitucionalistas destacan el carácter polisémico de la noción de principios en el derecho. Por ejemplo, Guastini hace presente la gran vaguedad de la expresión principios, donde es posible distinguir, a lo menos, los siguientes usos3: 1. Principios fundamentales y generales del ordenamiento, o sea, los valores éticopolíticos que informan el ordenamiento y le dan fundamento o justificación, como por ejemplo, el principio de soberanía popular o el de igualdad. 2. Principios generales de un sector de una disciplina jurídica, entendidos como aquéllos que no informan todo el ordenamiento sino una institución particular o un sector de una disciplina jurídica, como por ejemplo el principio de autonomía privada del derecho civil, el del debido procedimiento en el derecho administrativo, el del “in dubio pro operario” en derecho del trabajo y el del “favor rei” en el derecho penal. 3. Principios fundamentales de una materia determinada, cuyo alcance está circunscrito específicamente a un área, como por ejemplo el urbanismo, la navegación fluvial o el turismo. 4. Principios (sin ulteriores especificaciones) denominándose de esta forma a la ratio, la razón de ser, el objetivo subyacente de una ley o de una disposición normativa. Esta acepción supone que toda disposición normativa tiene una finalidad inmanente susceptible de ser conocida a través de la interpretación y esta ratio es el principio que la justifica. Además, los principios pueden distinguirse externamente hacia afuera de otras pautas de comportamiento que integran el derecho4 . O sea, las normas pueden tener distinta estructura. En este contexto, por ejemplo, Alexy diferencia entre reglas y principios. Ambas son normas, pero las primeras son normas que sólo pueden ser cumplidas o no (por ejemplo el respeto por el conductor de un disco Pare) a diferencia de los principios que son mandatos de optimización, caracterizados por el hecho de que pueden ser cumplidos en distinto grado, en la medida de lo posible (como el principio de no discriminación) 5. Otros autores caracterizan los principios como razones aportativas y no decisivas, ya que tienen una dimensión de peso y las razones basadas en principios deben ser contrastadas con principios contrapuestos 6. En la misma línea Dworkin distingue entre principios y normas 7. Para efectos de nuestro análisis, debemos observar que las normas de las que habla este autor se corresponden con la noción de reglas de Alexy. Para Dworkin los principios son estándares que han de ser observados por una exigencia de justicia o alguna otra dimensión de la moralidad. Por el contrario, las normas son aplicables a la manera de disyuntivas. Si los hechos que estipula una norma (regla) están dados, entonces o bien la norma es válida, en cuyo caso la respuesta que da debe ser aceptada, o bien no lo es, y entonces no aporta nada a la decisión, a diferencia de los principios que tienen una dimensión de peso o importancia. O sea, frente a un conflicto de principios, debe tenerse en cuenta el peso relativo de cada uno, lo cual será esencialmente casuístico y la decisión adoptada al respecto controvertible. Una diferencia importante entre reglas y principios está dada por la colisión de los mismos. La colisión de reglas, entendida como dos reglas contrapuestas o contradictorias que regulan el mismo supuesto fáctico, puede ser resuelta introduciendo en una de ellas una “cláusula de excepción”. Si no es posible operar en este sentido, la colisión o antinomia de reglas implica un problema de validez, que puede ser resuelto por medio de criterios de jerarquía (ley superior deroga la inferior), temporalidad (ley posterior deroga la anterior) o de especialidad (la ley especial prima sobre la general). Por el contrario, estos criterios no son aptos para la resolución de los conflictos de principios. La colisión de principios, a diferencia del caso de las reglas, exige la ponderación o balance de los mismos en el caso concreto para determinar cuál de los principios en juego debe ceder frente al otro (dimensión de peso para Dworkin). Se trata de valorar el peso relativo de ambos y no de un problema de validez como ocurre con las reglas. Por ello, esta ponderación no significa declarar inválido el principio desplazado ni tampoco el establecimiento de una cláusula de excepción, sino tan sólo que en determinadas circunstancias un principio cede frente al otro 8. Por otra parte, la distinción entre principios y reglas no es absoluta y no está exenta de críticas. Se ha indicado que las reglas pueden ser muy imprecisas por la vaguedad de su formulación o por lo sorpresivo e impredecible de las situaciones a las que se aplican. Por su parte, la aplicación de un principio puede ser bastante conclusiva, sobre todo en casos límite9. Hace más de cuarenta años, Carrió criticaba la tesis de Dworkin negando la diferencia lógica entre reglas y principios, precisando que no siempre las reglas se aplican de la manera del “todo o nada”, y los conflictos entre ellas no siempre se resuelven negando la validez de una respecto de la otra, ya que muchas veces la decisión se funda en el peso relativo de una u otra pauta según el contexto10. Más recientemente, se ha destacado que una de las características de las normas (de todo tipo de normas) es su derrotabilidad, entendida en el sentido de que la exigencia que ellas contienen debe ser cumplida en la generalidad de los casos, aunque puede ser derrotada (defeasibility) en otros, o sea, puede haber casos cubiertos por el significado de una regla a los cuales ésta no debe ser aplicada 11. No se trata de que la regla tenga una excepción, caso en el cual no habría problema, sino de que la excepción es creada en la fase de adjudicación, o sea, de aplicación del derecho. Por ello, se destaca la pérdida de protagonismo de la distinción entre principios y reglas, afirmando que “cualquier disposición jurídica puede ser entendida como una regla o como un principio, y eso depende del tipo de razones que son aceptadas en discursos de aplicación” 12. No obstante la pertinencia de estas críticas, estimamos bastante pedagógica la distinción entre principios y reglas. Sin duda, el principio de no discrimi nación opera con bastante diferencia de una regla que dispone, por ejemplo, que un contrato debe constar por escrito. ¿Cómo podemos armonizar lo expuesto con la dogmática de los principios del derecho laboral? En nuestra opinión, cuando se habla de principios del derecho laboral se trata de los principios generales de un sector de la disciplina jurídica; en palabras de Guastini, aquellos principios que informan un sector de una disciplina jurídica, en este caso, el derecho del trabajo. Los principios laborales emanan implícita o explícitamente de las normas positivas. Por tanto, no se trata de principios que emerjan de alguna naturaleza racional o divina, sino que son creación indirecta del constituyente y del legislador y directa del intérprete. Aunque un principio del derecho laboral pueda ser contemplado explícitamente en la legislación o en las leyes laborales, no pierde su calidad de tal 13 y su dimensión de peso o balance, a diferencia del todo o nada de las reglas. Los principios cumplen dos funciones esenciales: interpretativa y de integración. En efecto, los principios orientan la interpretación de los órganos de aplicación del derecho laboral y guían igualmente en el caso de las lagunas. Más discutible es la función informadora de los principios, de inspiración del legislador, como ha postulado la doctrina mayoritaria 14, dado que el legislador podría perfectamente cambiar de orientación hacia un sistema de protección distinto. Por otro lado, un sistema que no protegiera a los trabajadores carecería de legitimidad, por ello la función informadora cumpliría un rol más moral que jurídico. Parte de la doctrina distingue también otras funciones, como la provisión de identidad y autonomía al derecho laboral y la legitimación y limitación de los medios técnicos15. La doctrina enumera diversos principios y no siempre hay acuerdo en el catálogo propuesto16. Por ejemplo, encontramos principios generales que obviamente pueden tener cierta aplicación en el derecho laboral, como el principio de la razonabilidad, en el sentido de que las leyes del trabajo son hechas de manera que las partes procedan a hacer un uso racional de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones tenga el mismo carácter17. El principio de razonabilidad constituye una exigencia propia de la justificación de cualquier decisión interpretativa 18. Otro principio mencionado es el de la dignidad humana o principio del valor humano, enfatizando que el trabajador no es una mera mercancía o elemento de producción19. Del mismo modo, algunos autores señalan los principios de justicia social20 y de equidad21. Otros principios han sido superados por la doctrina, como el del rendimiento, consistente en la afirmación de que ambas partes deben realizar el máximo esfuerzo en aumentar, acrecentar e impulsar la producción nacional, en cuanto dependa de la empresa22; o el de irretroactividad debilitada, dado que muchas veces las normas laborales se aplican retroactivamente a situaciones jurídicas ya constituidas a la fecha de promulgación de aquéllas23; o el principio de la colaboración, en el sentido de que el trabajador no es un engranaje más en la empresa, sino una persona que puede ser un real aporte a la misma24. Algunos de los principios que se citan son más bien procesales o contingentes a la normativa constitucional específica de algunos países, o pueden ser comprendidos dentro del principio de protección, como es el caso del principio de gratuidad de los procedimientos judiciales y administrativos, por medio del cual se busca garantizar a los trabajadores el acceso a la justicia y se basa en la desigualdad económica de los mismos, que dificulta su acceso a los tribunales por otras vías 25, o del principio de autotutela laboral, el cual permite la subsistencia de la negociación colectiva, ya que constituye la garantía de cumplimiento de las convenciones colectivas 26. Otros principios identificados por algunos autores son el de la inalterabilidad contractual lesiva o de intangibilidad contractual objetiva, en el sentido de que las alteraciones favorables al trabajador son siempre permitidas, prohibiéndose las enmiendas en perjuicio del empleado, con excepción del jus variandi 27 y el principio de la intangibilidad o irreductibilidad salarial, por medio del cual se estatuyen diversas garantías jurídicas con el fin de asegurar el valor de la remuneración, su monto y disponibilidad en beneficio del trabajador. Su fundamento radicaría en el carácter alimentario de la remuneración28. Nuestra opinión, frente a este uso desmesurado y disfuncional de la acepción principios29, es más bien restrictiva, en el sentido de que sólo deben contemplarse los principios más propios del derecho laboral, descartando principios generales que igualmente son aplicables al contrato de trabajo, o principios que son redundantes u obsoletos30. Por un lado, estimamos que el gran principio del derecho individual del trabajo es el de protección y que la irrenunciabilidad, la continuidad y la primacía de la realidad son manifestaciones, técnicas o caracteres de este principio más que un principio en sí31, ya que su operativa se acerca a las reglas más que a máximas de optimización. Por otro lado, el principio de libertad sindical constituye el gran eje del derecho colectivo del trabajo. 3. El principio de protección y sus técnicas El derecho laboral tiene una clara vocación de tutela y protección del más débil, el trabajador. En las relaciones sociales se dan vínculos de poder y uno de los más intensos es probablemente el de las relaciones de trabajo. Dejar al trabajador sujeto a la autonomía privada y al mercado implica cosificarlo y convertirlo en un verdadero objeto de derecho, disponible al mejor postor. De hecho, la doctrina ha hecho presente que el contrato de trabajo más que una relación entre iguales encubre una suerte de sujeción del trabajador32, o la sumisión de la voluntad frente al empleador33. En consecuencia, en el contrato de trabajo observamos un ámbito donde la personalidad del trabajador y su interés moral y extrapatrimonial se encuentran especialmente comprometidos y, por ello, se requiere de una intervención legislativa de protección. El principio de protección también es conocido como principio tuitivo, proteccionista o de favor34 y se fundamenta en la falta de libertad inicial y consecuente del trabajador. Esta carencia de libertad -por la necesidad de trabajar- es la causa inmediata de la desigualdad del laborador y explica la protección del derecho del trabajo 35. Con la finalidad de proteger al trabajador, las legislaciones contemplan estatutos con normas de orden público que operan como mínimos irrenunciables, en materia de remuneraciones, higiene y seguridad, descansos, capacidad laboral, feriado, término de contrato, etc. Se trata del derecho individual del trabajo. Además, los ordenamientos generalmente disponen de una judicatura especializada en materia laboral, con un procedimiento especial que busca dar una solución pronta a los conflictos del trabajo. Estamos frente al derecho procesal del trabajo. Asimismo, el legislador reconoce y promociona el momento colectivo cuando los trabajadores se asocian en sindicatos y negocian colectivamente con el empleador. Se trata del derecho colectivo del trabajo. Finalmente, el derecho del trabajo contempla la vigilancia administrativa de la ejecución del contrato por medio de la Dirección o Inspección del Trabajo. Es el derecho administrativo del trabajo. En consecuencia, la orientación, la idea central o línea directriz y matriz del derecho del trabajo es la protección del trabajador. De esta forma el derecho laboral humaniza las relaciones de trabajo. Con todo, esta protección es producto de una transacción política y, por ello, no es absoluta. Además, el derecho laboral requiere que la empresa pueda funcionar económicamente, por tanto la protección siempre tiene en cuenta la continuidad de la empresa y el lucro del empleador. Es en este contexto donde podemos señalar que el derecho laboral junto con proteger al trabajador, también resguarda una serie de derechos del empleador, lo que en palabras de Gérard Lyon-Caen podríamos denominar que conforma una protección flexible del operario 36. El principio de protección tiene manifestaciones concretas, a saber, la regla in dubio pro operario; la irrenunciabilidad de derechos; la continuidad o estabilidad laboral, y la primacía de la realidad. Estas manifestaciones operan como reglas, en el sentido de Alexy, más que como principios (máximas de optimización). Por ejemplo, si el empleador paga menos del salario mínimo vulnera directamente el orden público laboral (irrenunciabilidad) y no resulta pertinente realizar una labor de ponderación del salario dispuesto por el legislador. Lo mismo frente a la transferencia de empresa (continuidad), no estamos ante una máxima de optimización sino frente a una regla: se mantiene la vigencia de los contratos de los trabajadores involucrados. 3.1. La regla in dubio pro operario La doctrina señala dos manifestaciones fundamentales del criterio pro operario: la legal y la judicial. Su manifestación legal implica que es el legislador el que regula la relación de trabajo a fin de equiparar la desigualdad existente entre las partes de la misma, protegiendo al trabajador. La manifestación judicial dice relación con la facultad de los jueces de interpretar la norma según el criterio in dubio pro operario, esto es al existir varias interpretaciones posibles el juez debe seguir la más favorable al trabajador 37. Con todo, esta manifestación no se aplica al establecimiento de los hechos 38. Por tanto, el estándar pro operario puede funcionar al momento de elaborar las normas (al crearlas: criterio pro operario) o al aplicarlas (en su interpretación: in dubio pro operario). En este acápite nos haremos cargo en principio de la segunda de estas acepciones, la judicial (in dubio pro operario). Otra formulación similar a la dada es la de Plá: si una norma puede entenderse de varias maneras, debe preferirse aquella interpretación más favorable al trabajador39. En el fondo esta regla es la adaptación del in dubio pro reo que, en el derecho privado, se manifiesta con la regla de interpretación según la cual los casos dudosos deben resolverse a favor del deudor40. Por el contrario, en el derecho laboral el sujeto débil (el trabajador) siempre es acreedor al demandar, por tanto la regla civil debió ser modificada al tenor de la realidad laboral. No se trata de corregir la norma o de integrarla, sino sólo de determinar su verdadero sentido entre varios posibles. Este criterio debe aplicarse al interpretar tanto la ley, como el contrato individual de trabajo y el reglamento interno, siendo discutible su aplicación al ámbito colectivo 41. Para aplicar la regla in dubio pro operario, debe existir duda sobre el alcance de la norma. Pero esta formulación pareciera ser muy amplia, considerando que lo que se hace por regla general al aplicar el derecho es interpretarlo (resolviendo dudas), dado que incluso las normas más simples requieren de una interpretación de su tenor literal 42. Por ello estimamos que más que la existencia de una duda sobre el alcance de la norma, debe tratarse de casos difíciles o dudosos. Por el contrario, el juez podría siempre estar “corrigiendo” la norma y terminar conformando un sistema arbitrario y deslegitimado. Existe una amplia discusión doctrinaria sobre los casos difíciles y las lagunas del derecho. Un caso difícil o dudoso no es meramente controvertido. En la mayoría de los conflictos u otras situaciones jurídicas a resolver por el juez, por controvertidas que sean, el razonamiento deductivo y el método subsuntivo mantienen un rango importante de aplicación. Por el contrario, un caso difícil implica la imposibilidad de aplicar derechamente en su solución el método deductivo y la subsunción jurídica 43. Estamos frente a un caso dudoso cuando (1) la formulación de la regla es vaga, (2) porque el caso es de tal forma novedoso e imprevisible que se estima que no hay regla que pueda aplicarse o (3) porque simplemente la aplicación de la regla aparece como inicua44. En la hipótesis (1) deberá operar la regla in dubio pro operario. Las hipótesis (2) y (3) son más complicadas. La hipótesis (3) no debiera aceptarse desde una perspectiva positiva clásica del derecho. Su amplitud puede abrir la puerta a todo tipo de discrecionalidades judiciales afectándose, además, la seguridad jurídica. No obstante, debemos admitir que en la práctica y en situaciones límite los jueces eluden aplicar normas que estiman injustas para el caso concreto. En esta hipótesis el juez laboral debiera no perder de vista el carácter protector del derecho laboral y más que el in dubio pro operario regirá a secas el criterio pro operario, ya que no existe en sí una duda interpretativa y el juez crea derechamente una norma para el caso. La hipótesis (2) nos lleva al tema de las lagunas del derecho. La solución será en todo caso similar a la (3), deberá elaborarse por el juez una nueva norma en base al criterio pro operario. En teoría del derecho se distinguen cuatro tipos de lagunas, (1) las de conocimiento en que faltan elementos de las propiedades de hecho del caso, y (2) las de reconocimiento por falta de determinación semántica de los conceptos. Ambos tipos se presentan en la fase de aplicación del derecho 45. Cabe agregar las (3) lagunas normativas46 situación en la cual no es que falte la solución a un caso individual, ya que el legislador dispone normas generales que solucionan un sinnúmero de casos particulares, sino que el ordenamiento no soluciona un caso genérico, y, por último, (4) las lagunas axiológicas47 cuando sí hay una solución pero es axiológicamente inadecuada, porque el legislador no tuvo en cuenta una distinción que debió haber considerado. Tanto en las lagunas normativa como en las axiológica, regirá más bien el criterio pro operario y no la regla el in dubio pro operario, ya que el juez debe “crear y no interpretar” una norma que solucione el problema como lo haría el legislador. En cuanto al contrato de trabajo y a la interpretación de sus cláusulas ambiguas, también el juez deberá interpretarlas según la regla in dubio pro operario. Igualmente se aplicará la regla in dubio pro operario en la interpretación del reglamento interno de orden, higiene y seguridad, y en el contrato o convenio colectivo 48. En consecuencia, podemos recapitular señalando que la regla “in dubio” pro opera de la siguiente forma: 1. Se utiliza en los casos difíciles, cuando se da la imposibilidad de aplicar derechamente, en su solución, el método deductivo y la subsunción jurídica, por vaguedad de la regla u otros motivos. 2. No se utiliza en caso de lagunas normativas y axiológicas, caso en el cual se aplicará el criterio pro operario. 3. El criterio pro operario también debiera utilizarse, con las salvedades enunciadas, cuando la aplicación de la regla aparece como inicua. Cabe hacer presente que el in dubio pro operario es utilizado muchas veces por los jueces no como el criterio decisorio definitivo de la litis, sino tan sólo como argumento de refuerzo que no integra la ratio decidendi de la sentencia 49. En la doctrina laboral muchos autores se refieren a otra regla, la de la norma más favorable, entendida como que, en caso de que haya más de una norma aplicable, debe optarse por aquélla que sea más favorable, aunque no sea la que hubiere correspondido según los criterios clásicos sobre jerarquía de las normas 50. Lo característico del derecho laboral es que cada una de sus normas marca niveles de protección. Dichos niveles son un piso pero no un techo. Nada impide que por encima de los mismos se aprueben otras normas con mejores condiciones de trabajo. El ámbito de aplicación de la norma más favorable excluye la pugna de principios, donde deberá ponderarse el peso relativo de cada uno de ellos en el contexto del caso. En consecuencia, se aplica a las reglas. En cuanto a las reglas, si dos o más regulan la misma materia deberá resolverse el conflicto con los criterios de jerarquía (ley superior deroga la inferior), temporalidad (ley posterior deroga la anterior) o de especialidad (la ley especial prima sobre la general). En este contexto, consideramos que la norma más favorable da cuenta de la técnica regulatoria del derecho laboral, especialmente del carácter unilateral del orden público laboral51. Por lo mismo, estimamos que ha perdido protagonismo en el derecho laboral contemporáneo. Otra regla que se menciona es la de la condición más beneficiosa, en el sentido de que la aplicación de una nueva norma laboral nunca debe servir para disminuir las condiciones más favorables en que pudiera hallarse el trabajador 52. Al dictarse una norma de carácter general, el trabajador mantiene en vigencia las condiciones anteriores que le eran más beneficiosas, a pesar de la nueva norma. La nueva regulación debe respetar, salvo excepción expresa, las condiciones más beneficiosas para los trabajadores interesados 53. Este criterio no es aplicable a las normas de orden público y, en el caso de las meras expectativas, el afectado no puede impetrarlas como condición más beneficiosa, cuando es la ley la que establece una nueva situación jurídica. En otros ordenamientos, como el español, este criterio hace referencia al mantenimiento de las condiciones más beneficiosas reconocidas por negocios jurídicos, contractuales o unilaterales, pero no por normas legales o colectivas 54. 3.2. La irrenunciabilidad de derechos La irrenunciabilidad es otra técnica del principio de protección, generalmente tratada como principio en la doctrina laboral. Esta irrenunciabilidad de derechos implica “la imposibilidad jurídica de privarse voluntariamente de una o más ventajas concedidas por el derecho laboral en beneficio propio”. La renuncia equivale a un acto voluntario por el cual una persona se desprende y hace abandono de un derecho reconocido a su favor 55. El derecho del trabajo se basa en la inferioridad socioeconómica del trabajador subordinado, tutelándolo por medio de diversas fuentes normativas externas -ley y autonomía colectiva- al contrato individual de trabajo, las cuales determinan gran parte del contenido de dicho contrato, sustituyendo de pleno derecho las cláusulas que transgredan la referida protección, sin que por ello el contrato sea invalidado. La irrenunciabilidad se fundamenta en la necesidad de velar, en cada contrato de trabajo, por intereses no sólo circunscritos al trabajador individual sino que tienen, además, una dimensión superindividual56. Las dos principales fundamentaciones de la irrenunciabilidad son la noción de orden público y la doctrina de los vicios del consentimiento 57. El principio de irrenunciabilidad prohíbe toda clase de actos que tengan por objeto disponer de los derechos laborales. Se trata de la renuncia y de cualquier otro negocio jurídico que pueda implicar una renuncia, como es el caso de la transacción, novación y conciliación58. La renuncia debe ser expresa y, por ende, no puede ser tácita. La renuncia no puede presumirse59. El no ejercicio de un derecho no constituye una renuncia tácita, sin perjuicio de que en la práctica puedan llegar a equipararse 60. En cuanto a la renuncia durante el contrato o con posterioridad a él, debemos aclarar que el derecho del trabajo niega rotundamente la posibilidad de renunciar a un derecho laboral antes y durante la vigencia de la relación laboral61. Por el contrario, se discute la admisibilidad de la renuncia posterior a su vigencia. Los actos que atenten contra la irrenunciabilidad son nulos 62. Por excepción, existen algunas normas absolutamente indisponibles, incluso aunque su disposición pueda ir a favor del trabajador. Se trata, por ejemplo, de las normas procesales o las causales de término de contrato. En estos casos, no estamos frente a un beneficio mínimo a favor del empleador o a un derecho irrenunciable en su favor, sino que, por razones de interés general, al Estado le interesa el cumplimiento de la norma tal cual fue legislada 63. Salvo este pequeño grupo de preceptos, las demás normas laborales siempre pueden ser mejoradas en favor de los trabajadores. Cabe preguntarse si ¿es aplicable la irrenunciabilidad a las “mejores condiciones” que se hayan pactado en un contrato individual por sobre las establecidas en los mínimos legales? La opinión mayoritaria sobre la materia es que dichas estipulaciones son renunciables64. Sin embargo, se ha precisado que si estos acuerdos implican un menoscabo o se produce un perjuicio para el trabajador, dicho pacto debe “presumirse viciado” por fuerza o intimidación65. 3.3. La continuidad o estabilidad laboral La estabilidad es básica en la vida del ser humano. Las necesidades básicas de la personas, a saber, de subsistencia, autorrealización, pertenencia y protección66 necesitan de la estabilidad de la fuente laboral, tanto para obtener los recursos para desarrollar una vida digna como para realizarse profesionalmente. Por ello, el derecho laboral busca que las relaciones laborales sean estables. Giugni dice que se ha concebido al contrato de trabajo como una relación jurídica indefinida, estable y de larga duración, de jornada completa, de forma tal que implique una carrera del trabajador dentro de la empresa, para lo cual se ha tutelado la continuidad de la relación laboral, protegiéndola de rupturas e interrupciones y limitando las facultades del empleador de ponerle término67. Por otro lado, esta estabilidad también ha beneficiado a los empresarios, en cuanto recurso estratégico de las organizaciones empresariales para el funcionamiento de la economía. En sus orígenes el derecho del trabajo busca garantizar una cierta seguridad a los trabajadores para que puedan consumir y, de esa forma, beneficiar a la empresa 68. El contrato de trabajo de jornada completa y duración indefinida ha sido el contrato laboral “típico”. Este contrato es de tracto sucesivo, por lo cual la relación laboral no se agota mediante la realización instantánea de ciertos actos sino que dura en el tiempo. Se habla de “continuidad”, “permanencia” o “estabilidad” laboral. Este criterio se proyecta en tres facetas de la relación de trabajo: (1) en la tipología contractual, (2) en el dinamismo contractual y (3) en el término del contrato. En la (1) tipología contractual, encontramos que las legislaciones del trabajo han tenido una clara preferencia por los contratos de duración indeterminada. Este tipo de contratos no implica una suerte de contrato vitalicio, sino un convenio en el cual no se fija su término, pero que puede cesar en cualquier momento por renuncia del trabajador. Por el contrario, un contrato de trabajo de duración “determinada” es aquel que prevé expresamente que sólo durará un cierto tiempo y puede ser a plazo, puede ser por obra o servicio determinado o sujeto a condición69. Dentro de las consecuencias prácticas debemos decir que si nada se dice, se entiende que el contrato es indefinido. Lo contrario debe estipularse expresamente, debe ser la excepción. En los casos dudosos debe preferirse la duración indefinida. Una consecuencia expresamente recogida en algunas legislaciones es la conversión automática en indefinido del contrato de duración determinada, en caso de que se extienda más allá de lo previsto o cuando es renovado por segunda vez70. Lo mismo ocurre frente a una sucesión ininterrumpida de contratos de duración determinada, lo cual suele interpretarse como un contrato de duración indefinida 71. Respecto del (2) dinamismo contractual, este criterio se expresa en cuanto a la amplitud para la admisión de transformaciones del contrato de trabajo, así como en el caso de sustitución de empleador o de transformación de la empresa, situaciones en que el contrato se prolonga. Respecto de la amplitud para admitir modificaciones del contrato, debemos decir que el contrato de trabajo es un contrato dinámico, toda vez que a lo largo de su existencia va sufriendo constantes transformaciones. Las múltiples modificaciones del contrato de trabajo es lo que se ha denominado novaciones objetivas, reservando el nombre de novaciones subjetivas para el caso de sustituciones de sujetos, esto es del empleador, ya que el trabajador es insustituible por el carácter personalísimo de la prestación72. En materia laboral la novación supone el cambio de las obligaciones centrales emanadas del contrato de trabajo, se refiere al contenido de dichas obligaciones más que a su esencia o número, manteniendo intacto el vínculo contractual. Esta novación objetiva inclusive puede ser tácita. A diferencia del derecho civil y por la dinámica del contrato de trabajo, nadie piensa en el efecto extintivo de la novación, sino en la circunstancia de hecho de la continuación de los servicios. Los autores concuerdan en que el contrato de trabajo permite una serie de pactos adicionales modificativos o novatorios, expresos y tácitos, que no perjudican su existencia y vigencia. La extinción del contrato es excepcional73. Sólo en casos muy especiales, la novación es extintiva en materia laboral, cuando las partes dejan constancia expresa de su voluntad a este respecto, por tratarse de un nuevo pacto de naturaleza distinta, y siempre y cuando no se trate de un acuerdo abusivo o fraudulento74. Respecto de la prolongación del contrato en casos de sustitución del empleador, la continuidad de la relación de trabajo se expresa en la tendencia a la inmunidad de la relación laboral respecto de las vicisitudes que afecten al empleador, como la muerte, e, inclusive, ante la empresa considerada autónomamente como un complejo organizado de bienes y de actividades75. Las novaciones subjetivas no dicen relación con el trabajador, dado el carácter personalísimo de sus prestaciones (es intuito personae), sino con el cambio de empleador, lo cual no supone el término del contrato de trabajo. Asimismo, en el caso de transformación de la empresa, es aplicable el mismo criterio. Transformación significa cualquier modificación distinta de la simple sustitución del titular y que se refiera al ordenamiento jurídico, o sea, al aspecto puramente formal de la empresa. Basta que la empresa sustancialmente no cambie 76. Por último, en cuanto al (3) término del contrato, la finalización de la relación laboral por la sola voluntad patronal es excepcional. La estabilidad ha alejado al contrato de trabajo de los principios comunes sobre extinción de los contratos, estableciéndose causales específicas para ponerle fin77. Se ha destacado como “en torno a la figura del contrato de trabajo por tiempo indeterminado, el derecho laboral fue construyendo un sistema de defensas contra la inestabilidad que significaba para el trabajador la rescisión inmotivada del contrato por parte del empleador”78. La rescisión incausada y unilateral de un contrato indefinido, por parte del empleador, da lugar al pago de indemnizaciones generalmente tarifadas 79. Por otra parte, muchas legislaciones estatuyen el pago de la indemnización por años de servicio frente a un despido por razones económicas, aunque se trate de un despido justificado. Podemos distinguir entre estabilidad absoluta y relativa, pudiendo ser esta última propia e impropia. La estabilidad absoluta significa que el trabajador injustamente despedido es efectivamente reincorporado a sus labores una vez declarado nulo el despido. La estabilidad relativa propia estima nulo el despido injustificado pudiendo el trabajador seguir considerándose empleado de la empresa, percibiendo su salario, incluso si el empleador no lo readmite. Por el contrario, la estabilidad relativa impropia no produce la ineficacia del despido, sino que sanciona al empleador por su incumplimiento contractual80. La estabilidad en el empleo es quizás una de las tutelas más cuestionadas por las corrientes flexibilizadoras del derecho laboral81. Con todo, en aquellos países que no cuentan con un sistema de seguro de desempleo sustentable y digno, la centralidad de las normas de despido pareciera fuera de discusión82. En palabras de Ermida, la precarización e inestabilidad de las relaciones individuales de trabajo que fueron impuestas por las reformas desreguladoras, terminaron por provocar la revalorización de la continuidad83. Otras expresiones menores del criterio de continuidad pueden encontrarse en la mantención del contrato pese a los incumplimientos y nulidades. Si una cláusula es nula, la tendencia a la conservación del contrato significa que sea sustituida por otra conforme a la norma que aquella cláusula había infringido, inclusive en casos tan importantes como la fijación de la remuneración84. Si el empleador incurre en infracciones, la tendencia es que el contrato permanezca, conservando el trabajador el derecho de reclamar los beneficios debidos con retroactividad. Tales violaciones no son capaces de extinguir el contrato ni los derechos del trabajador. Además, las interrupciones del contrato se interpretan como simples suspensiones: en el contrato de trabajo hay suspensiones durante las cuales el contrato se mantiene, y las obligaciones principales no son exigibles en forma momentánea 85. De esta forma, la norma laboral interviene a fin de mantener el puesto del trabajador impedido de trabajar86, sin embargo, deben concurrir dos condiciones para este efecto: por un lado, una causa que justifique la imposibilidad de dar cumplimiento con el débito contractual y, por otro, debe ser una situación momentánea. Entre otros, podemos citar los casos de la incapacidad temporal por accidente de trabajo o enfermedad profesional, de la ausencia por enfermedad común, de los permisos relacionados a la maternidad, del cumplimiento de obligaciones militares, de la función sindical, de la suspensión por sanciones aplicadas a la empresa, de la huelga y de la capacitación ocupacional. 3.4. La primacía de la realidad Este criterio protector significa que en caso de discordancia entre lo que ocurre en la práctica y lo que surge de documentos o acuerdos, debe darse preferencia a lo primero, es decir a lo que sucede en el terreno de los hechos 87. Este criterio se fundamenta en la inferioridad del trabajador, quien puede ser objeto de abusos que sólo pueden subsanarse con la primacía de los hechos sobre las formas, las formalidades o las apariencias. En materia laboral importa lo que ocurre en la práctica más que lo que las partes hayan pactado en forma más o menos solemne o expresa, o lo que luzca en documentos, formularios e instrumentos de control88. La principal manifestación de este criterio se da cuando se trata de disimular a un trabajador subordinado bajo la apariencia de ser un trabajador independiente contratado a honorarios. Esto lleva a los tribunales a establecer la verdadera naturaleza de la prestación. Lo mismo ocurre con los fraudes vinculados a los grupos de empresa, donde el derecho laboral recompone, ajusta o amolda su enfoque jurídico para adaptarlo a la realidad, a la verdad sustancial, por encima de la estructura jurídica formal que adopte el empleador89. Los desajustes entre los hechos y la forma pueden tener distintas procedencias 90, como la intención deliberada de fingir o simular una situación jurídica distinta de la real, o provenir de un error, o por falta de actualización de los datos, o falta de cumplimiento de requisitos formales. Demostrados los hechos, no pueden ser contrapesados o neutralizados por documentos o formalidades. ¿Significa esto que las estipulaciones contractuales carecen de valor? No, el aspecto contractual adquiere notoriamente valor para la concertación de la relación laboral (individualización y conexión de las partes) y para la determinación de las condiciones que puedan exceder el mínimo de protección de las normas laborales. Además, las estipulaciones del contrato no son inútiles, ya que ellas cuentan inicialmente con la presunción de reflejar la voluntad común de las partes y, por ende, mi entras no se demuestren los hechos, vale el contrato. ¿Qué ocurre si los hechos no se ajustan al contrato y el trabajador pretende que se cumpla el contrato por serle más favorable? En este caso debemos recordar que este criterio opera en favor del trabajador. La aplicación de la primacía de la realidad no puede justificar, disculpar u homologar el incumplimiento del derecho, invocando la efectividad de la infracción91. Lo anterior debido a que quien domina los hechos es el empleador y no el trabajador. La titularidad de la potestad de mando y disciplinaria recae en el primero y, por ende, si los hechos van en su favor se beneficia de su propio dolo. Por el contrario, si los hechos van en favor del trabajador (sobre quien recae el deber de obediencia) los documentos encubren la realidad y perjudican al débil. 4. El principio de la libertad sindical El otro gran principio del derecho del trabajo, junto con el de protección, es la libertad sindical. La libertad sindical es la base de un sistema democrático de relaciones laborales. Esta libertad ha sido consagrada en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en distintos instrumentos internacionales sobre derechos fundamentales. La libertad sindical comprende tres derechos básicos: la organización sindical, la negociación colectiva y la huelga. Estos tres elementos configuran la denominada visión triangular del derecho colectivo del trabajo92 . Se la puede definir como “derecho de los trabajadores y sus agrupaciones para organizarse y defender sus intereses en común”93. La libertad sindical es un derecho humano esencial y constituye un estándar de democracia en el mundo. Para algunos autores existe una relación entre el principio de protección y el de libertad sindical, en el sentido de que la intervención estatal en las relaciones de trabajo se hace necesaria en la medida que los sindicatos no poseen la fuerza suficiente para proteger a los trabajadores. Se afirma que en los países con economía de mercado, el dirigismo estatal se reduce en relación inversa al fortalecimiento de las organizaciones sindicales 94. Es posible distinguir diversos atributos o sub principios de la libertad sindical 95, que nos permiten caracterizarla y perfilar sus elementos esenciales y que deben ser respetados por el Estado y por los particulares, especialmente los empleadores. Los tres primeros atributos se relacionan con la libertad sindical en su faceta individual y los restantes con su aspecto colectivo. Libertad de constitución: Consiste en la facultad de los trabajadores y empleadores de constituir libremente las organizaciones sindicales que más les convengan. Libertad de afiliación: Los trabajadores, los empleadores y sus respectivas organizaciones, son libres de adherir a la o las organizaciones o agrupaciones que deseen. Libertad sindical negativa: Los trabajadores y empleadores son libres de desafiliarse de la o las organizaciones a que pertenezcan y de no pertenecer a organización alguna, lo que incluso puede garantizarse a nivel legal. Por el contrario, si la legislación establece la afiliación obligatoria se vulnera este atributo y la libertad sindical. Si la legislación nada dice y la sindicación obligatoria es determinada por los actores sociales a través de negociación colectiva, la OIT estima que no se vulnera la libertad sindical. Libertad colectiva de reglamentación: Consiste en la facultad de los sindicatos para dictar sus propios estatutos y reglamentos internos. Si la legislación establece exigencias a los estatutos, éstas deben ser sólo de forma y no pueden quedar sujetos a una aprobación previa, de carácter discrecional, por parte de las autoridades. Libertad colectiva de representación: Los sindicatos son libres de elegir a sus representantes sin injerencia del Estado y con la única limitación de respetar el princi pio democrático. Libertad colectiva de disolución: Los sindicatos sólo pueden ser disueltos o su actividad suspendida por un acuerdo de sus afiliados o por resolución judicial. Jamás podrán ser disueltos o suspendidos por una decisión administrativa. Libertad colectiva de federación: Los sindicatos pueden libremente federarse, confederarse y formar organizaciones internacionales, así como asociarse o desafiliarse de las mismas. Además, las federaciones y confederaciones, por su parte, gozan de los demás atributos de la libertad sindical ya enunciados. Libertad colectiva de actuación sindical: Consiste en el derecho de los sindicatos de estructurar su propio programa de acción, en directa relación con los objetivos de la organización sindical, esto es la defensa de los intereses económicos y sociales de los trabajadores. Se trata del más importante atributo de la libertad sindical, sin el cual no tienen sentido los demás. Elementos esenciales de este atributo son la negociación colectiva y la huelga. 5. Principios generales con incidencia laboral Por último, haremos una breve referencia a dos principios generales que inciden en forma importante en materia laboral. Se trata de la buena fe y de la no discriminación. La buena fe es un principio jurídico fundamental. El trabajador y el empleador deben cumplir su contrato de buena fe y los códigos civiles establecen como norma general que los contratos deben cumplirse de buena fe. La buena fe puede ser objetiva o ser subjetiva o psicológica. La primera consiste en el cumplimiento honesto y escrupuloso de las obligaciones contractuales. La segunda hace referencia al error o falsa creencia. Se ha dicho que no constituye un principio propio del derecho laboral toda vez que es común a todo el derecho. Por el contrario, Plá expresa que la buena fe tiene en la relación laboral un significado especial por el componente personal de este derecho. Se trata no sólo de derechos y obligaciones patrimoniales sino también personales, se trata de una relación estable y continuada que crea confianza recíproca en múltiples planos entre las partes. La buena fe que debe regir como principio del derecho laboral es la objetiva96. Respecto del principio de no discriminación, cabe precisar que, en materia laboral, no deben existir discriminaciones por motivos de raza, color, sexo, idioma, política, etc. Sin embargo, más que una igualdad absoluta, se busca que todo beneficio sea concedido a los que se encuentran en igualdad de condiciones. Una de las proyecciones laborales más importantes de este principio se basa en la igualdad salarial97. El principio de no discriminación informa todo el derecho en general y, en el derecho del trabajo, se encuentra comprendido en el principio protector, una de cuyas finalidades es evitar las discriminaciones arbitrarias respecto del trabajador, parte débil de la relación laboral. NOTAS * Profesor Titular de Derecho del Trabajo, Universidad Adolfo Ibáñez, Chile. 1 Una notable excepción en esta materia ha sido, por ejemplo, el derecho uruguayo. 2 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. El Particularismo del Derecho del Trabajo y los Derechos Humanos Laborales. 2ª edición actualizada y ampliada, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 2009, p. 40. 3 GUASTINI, Ricardo. Distinguiendo, Estudios de teoría y metateoría del d erecho. Gedisa, Barcelona, 1999, p. 152 y 153. 4 ATIENZA, Manuel y RUIZ MANERO, Juan. “Tres enfoques de los principios jurídicos”, Revista de Ciencias Sociales Nº 38, Estudios en Homenaje a Ronald Dworkin, Universidad de Valparaíso, EDEVAL, 1993, p. 333. 5 ALEXY, Robert. Teoría de los Derechos Fundamentales. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001, p. 82 y ss. 6 PECZENIK, Alexander. “Una Teoría acerca de la Doctrina Jurídica” en Sobre el Razonamiento Jurídico, Revista de Ciencias Sociales Nº 45. Universidad de Valparaíso, EDEVAL, 2000, p. 297 y nota 31. 7 DWORDKIN, Ronald. Los Derechos en Serio. Ariel, Barcelona, 1999, p. 72 y ss. 8 ALEXY, op. cit., p. 89. 9 BARROS BOURIE, Enrique. “Reglas y Principios en el Derecho” en Anuario de Filos ofía Jurídica y Social Nº 2, Sociedad Chilena de Filosofía Jurídica y Social, Valparaíso, Edeval, 1984, p. 270. 10 CARRIO, Genaro R. “Principios jurídicos y positivismo jurídico” en Notas sobre Derecho y Lenguaje, 4ª edición corregida y aumentada, reimpres ión, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1994, p. 226. Este trabajo apareció inicialmente en 1970 y reproduce una conferencia del autor en diciembre de 1969. 11 ATRIA, Fernando. “Las Circunstancias de la Derrotabilidad” en Sobre el Razonamiento Jurídico, Revista de Ciencias Sociales Nº 45, Valparaíso, Edeval, 2000, p. 438 y 439. 12 ATRIA, op. cit., p. 464. 13 La doctrina precisa que no es indispensable la recepción de los principios en las normas, vid. NEVES MUJICA, Javier. Introducción al Derecho del Trabajo. Fo ndo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009, p. 126. 14 PLA RODRIGUEZ, Américo. Los Principios del Derecho del Trabajo. 3ª edición actualizada, Depalma, Buenos Aires, 1998, p. 22. 15 ACKERMAN, Mario E. “Los Principios en el Derecho d el Trabajo”, Tratado de Derecho del Trabajo, tomo I (Mario E. Ackerman Director y Diego M. Tosca Coordinador). Rubinzal -Culzoni Editores, Buenos Aires, 2005, p. 323. 16 Como indica Martín Valverde los principios jurídicos, a diferencia de las reglas, surge n de manera más difusa y espontánea en el ámbito de la comunidad de juristas, vid. MARTIN VALVERDE, Antonio. “Principios y Reglas en el Derecho del Trabajo. Planteamiento teórico y algunos ejemplos”, Los Principios del Derecho del Trabajo, Directores: Luis Enrique de la VILLA GIL y Lourdes LOPEZ. Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2003, p. 55. 17 RUPRECHT, Alfredo. Los Principios Normativos Laborales y su Proyección en la Legislación, Zavala, Buenos Aires, 1994, 141. 18 LIZAMA PORTAL, Luis y UGARTE CATALDO, José Luis. Interpretación y Derechos Fundamentales en la Empresa. ConoSur, Santiago, 1998, p. 122. 19 RUPRECHT, op. cit., p. 155. De la Cueva destaca la noción de dignidad humana como base de la Constitución Mexicana de 1917, vid. De la CUEVA, Mario. El humanismo jurídico de Mario de la Cueva, recopilación de escritos de Mario de la Cueva realizada por Ana Luisa Izquierdo y de la Cueva, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 322. 20 KROTOSCHIN, Ernesto. Manual de Derecho del Trabajo. 4ª edición actualizada por el Dr. Gustavo Raúl Meilij, Depalma, Buenos Aires, 1993, p. 15. La noción de justicia social constituye el fundamento de la Declaración de Derechos Sociales de la Constitución Mexicana de 1917, vid. De la CUEVA, op. cit., p. 321. En cuanto a la justicia social como principio filosófico base de la constitucionalización e internacionalización de los derechos sociales, vid. BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Curso sobre la Evolución del Pensamiento Juslaboralista. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 2009, p. 163 y ss. 21 RUPRECHT, op. cit., pp. 165 y ss. 22 PLA RODRIGUEZ, op. cit., p. 386. 23 SAGARDOY BENGOECHEA, J.A. Los Principios de Aplicación del Derecho del Trabajo. ACARL, Madrid, 1991, p. 35. 24 RUPRECHT, op. cit., p. 145. 25 CASTILLEJO de ARIAS, Olga. “Teoría General del Derecho del Trabajo” en Derecho del Trabajo. Director: Carlos A. Livellara, Ediciones Jurídicas Cuyo, Mendoza, 2004, p. 125. 26 PALMA RAMALHO, María do Rosario. Da Autonomia Dogmática do Directo do Trabalho. Almedina, Coimbra, 2000, p. 991. 27 GODHINHO DELGADO, Mauricio. Principios de Direito Individual e Coletivo do Trabalho. 2ª edición, LTR, San Pablo, 2004, p. 96 y ss. 28 GODINHO, op. cit., p. 100. 29 ACKERMAN, op. cit. p. 311. 30 GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Introducción al Derecho del Trabajo. ConoSur, Santiago, 1998, p. 132 y 178. 31 En palabras de Ackerman “medios técnicos”, op. cit., p. 316. 32 KAHN-FREUND, Otto. Trabajo y Derecho, Madrid. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987, p. 48 y 49. 33 SUPIOT, Alain. Crítica del derecho del trabajo. Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1996, p. 133 y 134. 34 De la VILLA, Luis Enrique. “Presentación” en Los Principios del Derecho del Trabajo, Directores: Luis Enrique de la Villa Gil y Lourdes López. Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2003, p. 10. 35 ACKERMAN, op. cit., p. 320 y 321. 36 LYON-CAEN, Gérard. Le Droit du Travail, Une technique réversible. Dalloz, París, 1995, p. 6. 37 ALONSO GARCIA, Manuel. Curso de Derecho del Trabajo. Ariel Derecho, Madrid, 1987, p. 287. 38 DESDENTADO BONETE, Aurelio. “El Principio Pro Operario” en Los Principios del Derecho del Trabajo. Directores: Luis Enrique de la Villa Gil y Lourdes López, Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2003, p. 89. En Argentina el art, 9º de la Ley de Contrato de Trabajo (reformado pro la ley Nº 26.428 de 2008) dispone que, en caso de duda en la apreciación de laprueba en casos concretos, deberá preferirse en el sentido más favorable al trabajador, vid. TOSCA, Diego M. “Aplicación del Principio “Pro Operario” en la Valoración de la Prueba en caso de Duda”, La Relación de Trabajo, (Mario E. ACKERMAN y Alejandro SUDERA Coordinadores), Rubinzal -Culzoni Editores, Buenos Aires, 2009, p. 210 y 211. 39 PLA, op. cit., p. 84 y 85. 40 PLA, op. cit., p. 85. 41 PLA, op. cit., p. 96 y 97. 42 Sin ser exhaustivos, hasta las normas más claras pueden tener problemas semánticos, lógicos y sintácticos, vid. ROSS, Alf. Sobre el Derecho y la Justicia. 3ª edición, Eudeba, Buenos Aires, 2005, p. 158 y ss. 43 STREETER, Jorge. “Casos Difíciles”, Revista de Ciencias Sociales Nº 38, Estudios en Homenaje a Ronald Dworkin. Universidad de Valparaíso, EDEVAL, 1993, pp. 210 y 211. 44 BARROS, op. cit., p. 276. 45 ALCHOURRON, Carlos y BULGYIN, Eugenio. Introducción a la Metodol ogía de las Ciencias Jurídicas y Sociales. 4ª reimpresión, Astrea, Buenos Aires, 2002, p. 63. 46 ALCHOURRON y BYLGYIN, op. cit., p. 59. 47 ALCHOURRON y BYLGYIN, op. cit., p. 158. 48 GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Derecho Colectivo del Trabajo. LexisNexis, Santiago, 2002, p. 477. 49 DESDENTADO, op. cit., p. 78. 50 PLA, op. cit., p. 84 y 99 y ss. 51 GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Fundamentos de Derecho Laboral. LexisNexis, Santiago, 2008, p. 18. 52 PLA, op. cit., p. 84 y 108 y ss. 53 ALONSO GARCIA, op. cit., p. 291. 54 OJEDA AVILES, Antonio. “El Principio de Condición Más Beneficiosa” en Los Principios del Derecho del Trabajo, Directores: Luis Enrique de la Villa Gil y Lourdes López, Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2003, p. 177. 55 PLA, op. cit., p. 118. 56 GHEZZI, Giorgio y ROMAGNOLI. Umberto, Il rapporto di lavoro. 2ª edición, Zanichelli, Bolonia, 1987, p. 330. 57 ALONSO GARCIA, Manuel. La autonomía de la voluntad en el contrato de trabajo. Bosch, Barcelona, 1958, p. 150. 58 GHEZZI y ROMAGNOLIi, op. cit., p. 332 y 333. 59 CAMERLYNCH, G.H. y LYON-CAEN, G. Derecho del Trabajo. Aguilar, Madrid, 1974, p. 111. 60 PLA, op. cit., p. 155 y 156. 61 GHEZZI y ROMAGNOLI, op. cit., p. 332 y 333. 62 RUPRECHT, op. cit., p. 62. 63 PLA, op. cit., p. 170. 64 PERA, Giuseppe. Com pendio di Diritto del Lavoro. Giuffrè, Milán, 1992, p. 249. 65 GOLDIN, Adrián. Contrato de Trabajo y Renuncia de Derechos. Hammurabi, Buenos Aires, 1987, p. 51. 66 MASLOW y MAX-NEEF citados por Mayorga Lorca, Roberto, Naturaleza Jurídica de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. 2ª edición, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1990, pp. 181 y ss. 67 GIUGNI, Gino. Lavoro, legge, contratti. Il Mulino, Bolonia, 1989, p. 307. 68 LOPEZ CUMBRE, Lourdes. “El Principio de Estabilidad en el Empleo” en Los Principios del Derecho del Trabajo, Directores: Luis Enrique de la Villa Gil y Lourdes López, Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2003, p. 335. 69 PLA, op. cit., p. 224. 70 Art. 159 Nº 4 del Código del Trabajo chileno. En el mismo sentido, Plá se refi ere a este efecto en op. cit., p. 227, y en el caso de la omisión de preavisar la finalización del contrato a plazo fijo, MONSALVO, Manuel. “Los principios del Derecho del Trabajo” en Curso de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social. Adrián Goldin (Direc tor) y Jorgelina F. Alimenti (Coordinador), La Ley, Buenos Aires, 2009, p. 127. 71 PlA, op. cit., p. 228 y ss. 72 PLA, op. cit., p. 234 y 235. 73 PLA, op. cit., pp. 236 y 237. 74 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del Trabajo. Tecnos, Madrid, 1981, pp. 376 y 377. 75 GHEZZI y ROMAGNOLI, op. cit., p. 316. 76 BARASSI, Ludovico. Tratado de Derecho del Trabajo. Tomo III, Editorial Alfa, Buenos Aires, 1953, p. 264. 77 GHEZZI y ROMAGNOLI, op. cit., p. 314. 78 RASO DELGUE, Juan. La Contratación Atípica del Trabajo. 2 ª edición ampliada y actualizada, AMF Editorial y Librería Jurídica, Montevideo, 2009, p. 99. 79 RASO DELGUE, op. cit., p. 99. 80 PLA, op. cit., p. 242 y 243. 81 Acerca de la disfuncionalidad económica de la rotativa en el empleo, vid. ERMIDA URIARTE, Ósca r. La Flexibilidad. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 2000, pp. 71 y ss. 82 Sobre la “flexicurity”, sus alcances y limitaciones, y la “flexiprecariedad” imperante, por ejemplo en el caso chileno, vid. GAMONAL CONTRERAS, Sergio. Trabajo y Derecho. AbeledoPerrot Legal Publishing, Santiago, 2010, pp. 191 y ss. 83 ERMIDA URIARTE, Óscar. “Caracteres, Tendencias y perspectivas del Derecho del Trabajo en América Latina y en Europa”, Revista de Derecho Social Latinoamérica, Nº 1, Editorial Bomarzo Latinoamericana, 2006, p. 23. 84 PLA, op. cit., pp. 237 y ss. 85 PLA, op. cit., p. 256 y ss. 86 BARASSI, Ludovico. Tratado de Derecho del Trabajo. Tomo II, Editorial Alfa, Buenos Aires, 1953, p. 200. 87 PLA, op. cit., p. 313. 88 PLA, op. cit., p. 325. 89 CASTELLO, Alejandro. Grupos de Empresa y Derecho del Trabajo. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 2006, p. 86. 90 PLA, op. cit., p. 325 y 326. 91 PLA, op. cit., p. 338 y 339. 92 De la CUEVA, op. cit., p. 675 y ss. 93 GAMONAL, op. cit. “Derecho Colectivo del Trabajo”, p. 60. 94 SUSSEKIND, Arnaldo; DELIO, Maranhäo; SEGADAS, Vianna; y LIMA, Texeira, Instituçiôes de Direito do Trabalho. Vol. 1, LTR, San Pablo, 1997, p. 134. 95 Vid. ERMIDA URIARTE, Óscar. Sindacati in Regime di Libertà Sindacale. Editori ale Scientifica, Nápoles, 1989, p. 35 y ss. 96 PLA, op. cit., p. 393 y 396. 97 RUPRECHT, op. cit., p. 150 y 151. Capítulo VII. DERECHOS FUNDAMENTALES Y TRABAJO José Luis Ugarte Cataldo* 1. La constitucionalizarían del Derecho del Trabajo En los inicios del siglo veinte el recién nacido Derecho del Trabajo y el viejo orden constitucional no tenían punto de contacto. Eran de algún modo dos desconocidos. En la cultura jurídica de la época era absolutamente normal el divorcio absoluto entre el principal instrumento dogmático del nuevo derecho –el contrato de trabajo– y la principal técnica de protección de las individuos del derecho constitucional –las libertades personales–. La explicación histórica de la desvinculación entre derechos o libertades fundamentales y el mundo industrial del trabajo tenía varias razones: Por una parte, la distinción entre derecho público y derecho privado, tan importante para la ciencia jurídica de comienzos del siglo veinte, y la ubicación del contrato de trabajo en esta última área, va a mantener lejos del horizonte conceptual de la regulación de las relaciones laborales, entendidas como un vínculo entre privados, sujetas a principios propios de un negocio contractual, las figuras derivadas de la normativa pública constitucional incluida una de sus más potentes construcciones: las garantías constitucionales o derechos subjetivos públicos. Y por otro lado, la radical distancia entre el prototipo ideológico sobre el que se construirán la regulación jurídica del contrato de trabajo –el obrero industrial– con el de los derechos fundamentales –el burgués liberal– lo que abriría una brecha política-jurídica difícil de cerrar. Las garantías constitucionales como una versión jurídica positiva de los derechos fundamentales eran, antes que todo, prerrogativas que en Estado liberal se acordaban para proteger al comerciante y propietario burgués de la invasión del poder público estatal. Se trataba, en ese sentido, de “derechos del hombre individual, y, por cierto, derechos que él tiene frente al Estado”1. Como lo explica nítidamente Grimm “este nuevo estrato burgués, al que su función había configurado de forma más racional que tradicional, vio obstaculizado el creciente desarrollo de sus potencialidades por un orden basado en los límites estamentales, los vínculos corporativos y feudales y el paternalismo estatal, lo que hizo que comenzase a reflexionarse críticamente” y “sus exigencias, por tanto, podían formularse universalmente: libertad igual para todos”2. Poco o nada, como es fácil advertirlo, tenía que ver con esta matriz ideológica de los derechos fundamentales, el prototipo social base del derecho laboral: primero, el obrero del inicio del industrialismo, después el sujeto que trabaja bajo la orden de otro para sobrevivir. En ese sentido “desde una perspectiva histórica, el derecho del trabajo se fue construyendo alrededor de instituciones y relaciones jurídicas que, en principio, poco o nada tienen nada que ver los derechos fundamentales públicos subjetivos exigibles por los trabajadores en su condición de ciudadanos. El derecho del trabajo era entonces: salario, jornada, descanso, conflicto colectivo”3. Ahora, el cierre de ese divorcio se producirá de la mano de la constitucionalización del derecho en las primeras décadas del siglo pasado. Efectivamente el cruce del derecho constitucional y del derecho del trabajo se registrará en el comienzo del siglo veinte debido al inédito éxito que conseguirá el derecho del trabajo en laboralizar el orden constitucional de la tradición jurídico-continental. Las constituciones decimonónicas que simplemente ignoraban el fenómeno laboral, darán paso, con el inaugural artículo 123 de la Constitución mexicana de 1917 al denominado constitucionalismo social, esto es, la incorporación progresiva de derechos laborales en las normas superiores del sistema legal. Más allá de esta coyuntura histórica, la “constitucionalización del derecho del trabajo” corresponderá a la aplicación de las normas constitucionales en la regulación de las relaciones laborales, especialmente aquellas que configuran derechos subjetivos fundamentales cuya titularidad recae en el trabajador. Y en ese sentido el proceso de constitucionalización está esencialmente ligado con la expansión de la idea de los derechos fundamentales por el ancho y largo del ordenamiento jurídico, en tanto se entiende que ellos “son los componentes estructurales básicos, tanto del conjunto del orden objetivo como de cada una de las ramas que lo integran, en razón de que son expresión jurídica de un sistema de valores, que, por decisión del constituyente, ha de informar el conjunto de las organización jurídica y política” (Tribunal Constitucional de España 53/1985). Y aunque en principio pareciera que se trata de un mismo y sólo proceso, no cabe confundir dos fenómenos jurídicos histórica y normativamente distintos, que concurren rotulados bajo el mismo título de constitucionalización. En efecto, la constitucionalización del derecho del trabajo tiene así dos sentidos distintos según a qué tipo de normas constitucionales se hace referencia y especialmente a qué tipo de derechos fundamentales se refiera: Se habla así, en primer lugar, de constitucionalización del derecho del trabajo para aquellos casos en que derechos de carácter laboral son reconocidos por las normas constitucionales de un determinado ordenamiento jurídico, proceso conocido como el “constitucionalismo social”, pero también, en segundo lugar, para aquellos casos en que las normas constitucionales que estipulan derechos fundamentales no laborales son recepcionadas por la regulación laboral de un ordenamiento jurídico, proceso conocido como de “ciudadanía en la empresa”. 2. El constitucionalismo social: la irrupción del trabajador en el horizonte político Bajo el nombre de constitucionalismo se está haciendo referencia “a las correcciones al liberalismo individualista que cristalizan constitucionalmente en dos importantes textos: la Constitución mexicana de Querétaro (1917) y la Constitución socialdemócrata de la República de Weimar (1919); textos en los que emerge, como nuevo centro de imputación normativa, el trabajo humano y en los que se procede al reconocimiento de los derechos fundamentales, tanto individuales como colectivos, de los trabajadores”4. Este constitucionalismo social significará dos cuestiones relevantes: por una parte una renovación del modelo antropológico de persona tras el texto constitucional –del propietario burgués al ciudadano en sentido amplio? 5– y por otra, una renovación con la igualdad material como objetivo constitucional relevante mediante la estipulación de derechos con contenido social. Esta fase de constitucionalismo social “apareció de la mano de la crisis social de los años 30, y que puede ser considerada como la respuesta política-jurídica frente a un nuevo pico de radicalización social –una forma de evitar lo que ocurría en Europa a partir de la expansión de la ideología y demandas propias del socialismo. En tales textos tendieron a quedar consagrados los derechos del trabajador y sobre las condiciones laborales; protecciones en materia de seguridad social, clausulas sobre los derechos de las organizaciones sindicales, el derecho de huelga y los convenios colectivos de trabajo”6. Este nueva dirección del pensamiento jurídico “se corresponde con una modificación de la realidad social, con el desarrollo de la sociedad industrial, con la aparición progresiva de la clase trabajadora como nueva clase ascendente, con las condiciones económicas, sociales y culturales precarias en que vive, con las duras y penosas dimensiones en que desempeña su trabajo”7. De partida, en primer lugar, se ampliara el modelo antropológico del orden constitucional decimonónico. Este orden supone la “identificación exclusiva del hombre – titular universal de derechos- con el individuo, según la concepción ideológica del liberalismo, y del individuo con el burgués”8. Esa ampliación abrirá ese citado orden a una pluralidad de sujetos anteriormente ignorados –campesinos, asalariados, pobre, infante, etc.– lo que importará en la mayoría de las veces reconocer el derecho de organización de estos nuevos sujetos constitucionales, incluyendo, como caso paradigmático, las organizaciones sindicales. El constitucionalismo decimonónico “presenta para el trabajador en relación de dependencia un déficit político considerable”9. Y ello se debe a su situación de “sirviente, doméstico, no propietario o no contribuyente en la medida exigida por la ley constitucional o la ley ordinaria, con frecuencias no es elector, ni elegible” 10. Aparecerá así por primera vez en las letras constitucionales de la tradición jurídica continental la figura del trabajador asalariado y la de sus organizaciones de defensa de intereses anteriormente proscritas y reprimidas jurídicamente. En España la Constitución de la II República de 1931 “por primera vez en nuestra historia constitucional, se ocupa de un modo expreso y circunstanciado del trabajo asalariado” 11. En el resto de los países el constitucionalismo social ira en la misma dirección: “la primera oleada reformistas apareció de la mano de la crisis social de los años 30, y puede ser considerada como respuesta político-jurídica frente a un nuevo pico de radicalización social”. “En tales textos quedaron consagrados, en ocasiones, los derechos del trabajador y sobre las condiciones laborales, protecciones en materia de vivienda, salud y educación; protecciones en materia de seguridad social; referencias a la protección de la familia, al derecho al descanso y a las vacaciones pagas; disposiciones sobre el derecho de los niños y de los ancianos; clausulas sobre los derechos de las organizaciones sindicales, el derecho a la huelga y los convenios colectivos del trabajo; protecciones contra el despido arbitrario, etc.12”. Y en segundo lugar, el constitucionalismo social revitalizará los “compromisos igualitarios” que el liberalismo había logrado desterrar de los textos constitucionales en desmedro de la libertad. El liberalismo constitucional había sostenido un débil compromiso con la igualdad que se restringía a la “igualdad legal”, esto es a la idea de que la igualdad consistía en ser tratados todos por iguales en la ley. Se dirá, entonces, que “el cambio más significativo del tránsito del Estado de derecho al Estado social de derecho lo constituye la sustitución de una concepción formal por una material de igualdad; la realización de la igualdad ya no queda librada únicamente a las fuerzas del mercado sino que depende de la continua y deliberada intervención de las autoridades públicas para promover personas, grupos y sectores desfavorecidos” 13. Ese compromiso igualitario, ahora reforzado constitucionalmente, se imple-mentará a través de la recepción de los derechos sociales. Estos derechos no encajan con la idea de los derechos como libertad negativa propia del constitucionalismo político decimonónico y su objetivo evidente es aproximarse al ideal de igualdad material. En efecto, dichos derechos –sociales y/o económicos– “ante la desigualdad en el punto de partida, pretende la igualación en el punto de llegada para hacer posible una convivencia igual desde posiciones equiparables en la calidad de vida, en los medios de que disponen, en el ámbito de protección de que cada uno disfruta” 14. Y para esa igualación pretendida por los derechos sociales es imprescindible abordar el problema del trabajo. De acuerdo con “ese modelo originario del derecho social, si el trabajo es el lugar central de integración social, las formas de redistribución de la riqueza deben ir vinculadas a la situación del trabajador asalariado” 15. Por ello, para el logro de esa finalidad redistributiva del nuevo orden constitucional social se erige como pieza fundamental el reconocimiento del derecho a la libertad sindical y los derechos vinculados al conflicto colectivo –negociación colectiva y huelga–. En ese sentido “el nacimiento y desarrollo del derecho social están marcados a fuego por el intento de codificar en términos jurídicos los conflictos relacionados con el trabajo asalariado”16. En el centro de ese constitucionalismo social está, entonces, la libertad sindical y la negociación colectiva. En efecto, “el valor constitucional de la libertad tiene una cualificada expresión laboral, de dimensión tanto individual como colectiva, en la libertad sindical: un derecho éste reivindicado por el movimiento obrero desde sus orígenes. Reconocida en las Constituciones de Querétaro y Weimar y, a partir de ellas en todo el moderno constitucionalismo, la libertad sindical supone un avance trascendental a partir del simple derecho de asociación y reunión contemplado en las viejas constituciones del siglo XIX”17. 3. Constitucionalización y ciudadanía en la empresa Existe además otro proceso de constitucionalización. La combinación de la denominada eficacia normativa de las normas constitucionales –particularmente de las que estipulan derechos fundamentales– y de la eficacia horizontal de dichos derechos entre particulares, particularmente a la relación laboral, gatillarán un segundo cruce histórico entre el orden constitucional y el derecho del trabajo. De ahí que se afirme que “la antigua posición que sólo reconocía eficacia vertical a los derechos fundamentales estaba anclada en el viejo constitucionalismo, en tanto que, en las primeras constituciones, las proclamaciones de esos derechos se efectuaban para proteger al individuo de la tiranía del Estado. En cambio, en las modernas sociedades es claro que junto a un posible Estado agresor del individuo, los grandes núcleos privados de poder económico pueden dar lugar a relaciones de dominación de los individuos, tan intensas o más que las nacidas desde los poderes públicos y respecto de las que también resulta imprescindible defenderse”18. Y el caso paradigmático de ese poder privado es el del empleador en la relación laboral. 3.1. Constitucionalización y derechos fundamentales del trabajador Los procesos de constitucionalización históricamente delineados han dejado para el Derecho del Trabajo la implantación en el centro de las relaciones laborales de una de sus técnicas principales de protección como son los derechos fundamentales. De ahí que –por tratarse de dos fases de constitucionalización distintas– es que hizo fortuna en la doctrina laboral una distinción respecto de los derechos fundamentales sobre la que han girado ambos fenómenos: para el caso del constitucionalismo social se ha hablado de derechos fundamentales específicos, y para el caso de la ciudadanía en la empresa se ha hablado de los derechos fundamentales inespecíficos 19, haciendo girar en relación al sujeto: por una parte “los derechos específicamente laborales de que son titulares los trabajadores asalariados o empleadores en tanto que sujetos de una relación laboral” –paradigmática-mente derecho a la huelga y negociación colectiva– y por otra “los derechos constitucionales de carácter general y , por ello, no específicamente laborales que pueden ser ejercidos, sin embargo, por sujetos de las relaciones de trabajo –los trabajadores en particular– en al ámbito de las mismas, por lo que en tal caso adquieren un contenido o dimensión laboral sobrevenidos”20. Y aunque pareciera lo mismo, ya que al fin y al cabo estamos hablando de derechos fundamentales cuyo titular es el trabajador, cabe destacar relevantes diferencias entre ambas fases de la constitucionalización del derecho del trabajo que van más de allá de la distinción en torno al criterio del carácter de titular exclusivo o no del trabajador. Desde la perspectiva histórica, la recepción de los derechos fundamentales propiamente laborales o específicos será un hecho temprano. El constitucionalismo social, como ya se apuntó, nacerá de la mano del siglo veinte que en sus inicios, tanto en México como en Alemania, incluirá con rango constitucional la libertad sindical y sus consecuencias necesarias como la negociación colectiva y la huelga. La razón de esta temprana recepción dice relación con el denominado “pacto social o keynesiano”. La crisis inicial del capitalismo, provocada en parte por el surgimiento de una clase obrera que impugna sus precarias condiciones de trabajo, exige una solución estatal y defensiva. Esa solución será el reconocimiento jurídico del conflicto laboral. “La regulación keynesiana suponía, de hecho, la institucionalización del conflicto industrial a través de la función de arbitraje y de mediación del Estado contemporáneo, lo que venía a subrayar la complementariedad –o al menos las posibilidades de conciliación– de la acción reivindicativa sindical con el reequilibrio del sistema productivo y la estimulación de la demanda, puntos centrales de la políticas económicas keynesianas”21. Y en ese escenario el Estado interviene en el ámbito económico y en las relaciones laborales que se desarrollan en su interior con el objetivo explícito de dar viabilidad al modelo capitalista: “Esa mezcla de Estado Nacional, reconocedor de fallas de mercado en el ámbito de las relaciones laborales, fundamentó la era del capitalismo corporativista o, si se quiere, de la programación social del conflicto laboral, en el que se instauro una dinámica de cooperación negociada, donde la regulación corporativista del conflicto y el Estado de Bienestar keynesiano se fundieron, en su origen, en un pacto asimétrico, entre capital y trabajo –el famoso pacto keynesiano– presidido por la aceptación inevitable, por parte del trabajo, de la lógica de la ganancia y del mercado como principales guías de la asi gnación de recursos en el ámbito micro, a cambio de participar en la negociación de la distribución del excedente social en al ámbito macro”22. A esa política de intervención estatal le corresponde, en consecuencia, la construcción de un modelo de relaciones laborales donde ocupa un lugar central la organización sindical de los trabajadores y el derecho a negociar colectivamente asociado a ella: “Esta teorización del Derecho del Trabajo refleja un proyecto de reforma social protagonizado por el Estado y su acción de tutela, pero en él se abre un espacio de actuación para las organizaciones sindicales, supeditado a aquél, y que cobra cuerpo especialmente mediante la racionalización de la negociación colectiva. El ejemplo histórico que podría sintetizar los componentes básicos de esta solución se localiza en la República de Weimar”23. Pero será un reconocimiento, en todo caso, condicionado. Esto es, sometido a una estricta regulación legal pública. En efecto, los derechos fundamentales propiamente laborales del trabajador serán tempranamente reconocidos por el Estado dentro del marco de la constitución de las sociedades democráticas industriales de inicios del siglo veinte, pero sometidos, al mismo tiempo, a una profusa y sistémica regulación legal que abarcara las tres puntas más relevantes de esos derechos: la organización sindical, la negociación colectiva y la huelga. La recepción de los derechos fundamentales inespecíficos, en cambio, se producirá recién en la segunda mitad del mismo siglo. De forma progresiva y bajo el alero de la doctrina judicial alemana de la “eficacia horizontal” de los derechos fundamentales: “la teoría de la Drittwirkung, en sus dos modalidades, se construye dogmáticamente por la potente escuela constitucionalista alemana durante la década de los años cincuenta; y es ahí, igualmente, donde se conocen sus primeras aplicaciones” 24. En ese sentido, se afirmará que “la reivindicación de los derechos de la persona del trabajador aparece en momento tardío, en una fase, en efecto, en la que ya han accedido al catálogo de los derechos fundamentales en la mayor parte de las constituciones modernas, de una lado, de las libertades de dimensión colectiva –huelga y sindicación por ejemplo– y, de otro, los derechos de prestación cuya satisfacción requiere la adopción por el legislación de concretas medidas positivas –salario suficiente, jornada de trabajo limitada por ejemplo–“25. De hecho, el legislador laboral ignorará históricamente la recepción de estos derechos fundamentales del trabajador siendo su entrada por la puerta jurisprudencial. Tal como se ha explicado constantemente “con el reconocimiento –frecuentemente, antes por obra de la jurisprudencia constitucional que por las legislaciones– de la eficacia de los derechos y libertades fundamentales en el marco del contrato de trabajo se ha iniciado, con una cronología variable en los países de régimen constitucional, una nueva fase en la constitucionalización del Derecho del Trabajo”26. Esa “cronología variable” dice relación, salvo contadas excepciones, con la nula recepción por la normativa legal de la citada eficacia horizontal en el contrato de trabajo, la que dependerá entonces de su implementación progresiva por decisiones judiciales, especialmente las prevenientes de la justicia constitucional de los distintos países. En efecto, salvo en alguna medida el caso italiano 27, el derecho laboral comparado tendrá en los órganos jurisdiccionales la vía preferente de implementación de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales en el contrato de trabajo. Y esa asimetría temporal en el reconocimiento de ambos costados de los derechos fundamentales del trabajador –los propiamente laborales o colectivos y los constitucionales generales– daría lugar a un curioso cuadro histórico durante buena parte del siglo veinte: trabajadores que simultáneamente dotados de la capacidad de organizarse colectivamente y actuar concertadamente para el logro de sus fines profesionales, mediante el ejercicio de los derechos laborales colectivos ya reconocidos constitucionalmente, se encontraban desprovistos de la garantías propias de un ciudadano apenas traspasaban el umbral de la fábrica, la que, como se ha destacado ampliamente operaba con énfasis feudales 28. Una segunda diferencia relevante entre ambos procesos de constitucio-nalización es una asimetría normativa. En general, el constitucionalismo social no se hará en el vacío sino que vendrá acompañado por regulaciones normativas infraconstitucionales – especialmente legales– que junto con reconocer, regularan el ejercicio de los derechos fundamentales específicos o laborales 29. El legislador laboral prestará significativa atención a la incorporación y al ejercicio de este derecho dentro de la relación laboral. Por sus evidentes implicancias distributivas y políticas, el sistema político junto con reconocer constitucionalmente estos derechos, se preocupará por controlar mediante su regulación los fenómenos colectivos del trabajo. De ahí la existencia en el derecho laboral comparado de regulaciones sistémicas del fenómeno colectivo del trabajo y los derechos fundamentales asociados a ella. Y ahí en ese punto surge una pregunta evidente: ¿existe una regulación legal comparable en el caso de los derechos fundamentales inespecíficos? Dichos derechos fundamentales del trabajador no serán objeto de atención de la regulación legal. Tal como se ha destacado ampliamente en la doctrina, existe “una anomia generalizada en la que han desenvolverse estos derechos. Salvando las excepciones de rigor, las normas típicamente laborales de los distintos ordenamientos laborales rara vez contienen disposiciones que, de manera expresa y directa, reconozcan a los trabajadores la titularidad de los derechos que, como ciudadanos, las normas supremas le confieren”30. De esta manera, como se ha apuntado, “la criticable imprecisión legislativa obliga a una labor creadora, cuasi legislativa, de los tribunales” 31. Y no de cualquier tribunal. En ese sentido, la falta de regulación legal de este tipo de derechos empujará la solución judicial de naturaleza constitucional: “ante la desidia del legislador laboral” “en la protección de los derechos fundamentales en el contrato de trabajo llevaron al Tribunal Constitucional, en una auténtica labor de suplencia a establecer las bases y los instrumentos para asegurar la operatividad de los derechos fundamentales en la empresa y en el contrato de trabajo”32. ¿Qué explica esta diferencia normativa de los ordenamientos laborales en el tratamiento de los derechos fundamentales de los trabajadores? Una explicación razonable para este estado general de “raquitismo legislativo” será la menor importancia político-económica de los derechos fundamentales inespecíficos del trabajador, lo cual reducirá significativamente el interés del sistema político por el control y regulación de ese lado de la constitucionalización. El menor peso político laboral de los derechos fundamentales inespecíficos, o dicho de otro modo, su menor ofensividad político-económica, no dice relación con su carácter de límite del poder empresarial, cuestión que comparte con los derechos fundamentales propiamente laborales, sino el tipo de titularidad que supone –de carácter individual– y la pretensión que protegen –una posición de defensa cuyo correlato por regla general es un deber negativo para el empresa– un no hacer: no invadir el espacio protegido por el derecho fundamental de que se trata–. A diferencia de lo anterior, los derechos fundamentales laborales –particularmente la negociación colectiva y la huelga– son derechos de naturaleza individual, pero de ejercicio colectivo cuya pretensión es positiva: un hacer que consistirá no sólo en la distribución de utilidades, sino del poder al interior de la relación laboral 33. Y se trata de derechos, los fundamentales laborales de carácter colectivo, con una intensa connotación político distributiva que entienden la ciudadanía en la empresa “como recuperación de aspectos económicos y sociales de la misma –es decir a través de la consecución de la igualdad sustancial, no formal– que sólo podía realizarse a través de los colectivo, de la acción de las organizaciones representativas de los trabajadores. El constitucionalismo industrial tiene ese sesgo, la generación de instituciones de contrapoder colectivo. Este es el principio fundante de la democracia industri al, de la democracia colectiva”34. Y en ese sentido dichos derechos son expresión de la institucionalización del conflicto central de las sociedades capitalistas modernas, como lo es el conflicto salarial del reparto de las utilidades sociales agregadas entre los factores del trabajo. De ahí que dicho conflicto aparezca “regulado por un potente aparato normativo, y que da lugar a formas relativamente ordenadas de protesta, enmarcadas en un contexto que tiene como principal referente la negociación colectiva”35. Es evidente la fuerte connotación política que los derechos fundamentales específicos tiene para un sistema de relaciones laborales. Por ello, no es de extrañar que, tal como señalará ampliamente la doctrina, la introducción en el texto constitucional en España de la libertad sindical, la negociación colectiva y la huelga, tendrá una clara consecuencia política– institucional: el establecimiento de un sistema de relaciones laborales democrático. La naturaleza de los derechos fundamentales inespecíficos del trabajador, en cambio, es distinta. Se trata preponderantemente de derechos de titularidad individual cuyo contenido es la protección de un espacio de autonomía frente a terceros y en ese sentido corresponden, técnicamente, a los denominados clásicos derechos de defensa. O sea derechos que “ponen límites al Estado para asegurar espacios individuales de libertad, en consonancia con la concepción liberal clásica de los derechos fundamentales”36. Por ello, pese a su tardía recepción en el derecho laboral a la que hemos hecho referencia antes, se trata de derechos que pertenecen “a la primera generación de derechos fundamentales, aquella que ya quedó plasmada en las manifestaciones más germinales del constitucionalismo moderno, aparecidas a lo largo del siglo XIX” y en ese sentido estos derechos se caracterizan “por reunir un doble requisito de ser derechos de la persona o personalidad, por cuanto pertenecen al trabajador en su condición de tal, aun cuando se ejerzan en el marco del contrato de trabajo, y de ser derechos de libertad, ya que su objeto consiste en la ausencia de intromisiones o interferencias” 37. Dicho de otro modo, los derechos fundamentales no laborales –o inespecíficos–, tales como la privacidad, la honra o la libertad de expresión, buscan limitar, en razón de la libertad y la autonomía personal, el poder empresarial, mientras que los derechos fundamentales propiamente laborales –o específicos– buscan, en razón de la igualdad, repartir ese mismo poder. La evidencia normativa en el derecho comparado es también significativa. En las legislaciones laborales, salvo contadas excepciones, existe una profusa regulación para regular el ejercicio de los derechos fundamentales como la negociación colectiva y la huelga. Ese detallismo legal contrasta con el más acentuado silencio respecto de cómo deben ejercerse –si es que se reconocen– los derechos fundamentales vinculados a la ciudadanía en la empresa. Salvo excepciones para la regulación de situaciones específicas y particulares, como las referidas al derecho a la no discriminación, el acoso sexual o los medios de control de los trabajadores. Así ocurre, por ejemplo, con el artículo 4 del Statuto dei lavoratori –que regula prohibiendo el uso de instalaciones audiovisuales u otros dispositivos de control de la actividad laborativa–38 o la regulación del acoso moral en los artículos 122-49 a 122-53 en el Código del Trabajo francés 39 o, en fin, la regulación del derecho a la no discriminación en el trabajo en el artículo 17 del Estatuto de Trabajadores de España40 o en el artículo 2 del Código del Trabajo de Chile 41. Pero donde se encuentra la diferencia más relevante y ligado con lo anteriormente apuntado, son las consecuencias políticas de ambos procesos: mientras la incorporación de los derechos fundamentales específicos –como la negociación colectiva y la huelga– producen un significativo efecto de reparto del poder empresarial atendido su objetivo explícito de reequilibrar las relaciones laborales, el ejercicio de los derechos fundamentales inespecíficos carece de ese efecto al menos en términos comparables, en cuanto su objetivo explícito es relativamente más modesto: asegurar un espacio de autonomía personal para el trabajador. Y ello porque “el constitucionalismo industrial tiene por tanto ese sesgo, la generación de instituciones de contrapoder colectivo. Este es el principio fundante de la democracia industrial, de la “democracia colectiva”, según el cual la trasposición a los centros de trabajo del sistema de libertades civiles se produce mediante la acción de sujetos colectivos y su “legalización” en la empresa” 42. A diferencia de los derechos fundamentales inespecíficos cuyo objeto es expresar demandas individuales de respeto a la dignidad y autonomía personal –como el derecho a la no discriminación o la privacidad– los derechos fundamentales de contenido laboral tendrán por expreso fin contrarrestar el poder del empleador en las relaciones laborales. 3.2. Objeciones a la eficacia horizontal de los derechos fundamentales en el contrato de trabajo. La generalizada aceptación en el Derecho del Trabajo de la eficacia directa o inmediata de los derechos fundamentales del trabajador recién analizada y la denominada “constitucionalización” del contrato de trabajo –esto es, la posibilidad avalada jurisdiccionalmente de que el trabajador pueda oponer sus derechos fundamentales de rango constitucional en contra del empleador– supone enfrentar alguna objeciones relevantes que provienen desde el derecho privado y que dicen relación con la perdida de espacio para la autonomía de las propias partes de las relaciones de trabajo a manos de las normas constitucionales. En efecto, como ya señalamos a propósito de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales, una fuerte resistencia a la constitucionalización del derecho laboral proviene desde la dogmática del derecho privado. Y dice relación con el hecho de que las relaciones jurídicas entre privados, como entre otras la laboral, tienen como axioma regulativo la idea de la autonomía de la voluntad. Y precisamente se alude críticamente a la tensión que esta idea genera con respecto a la autonomía de la voluntad, entendida como “el poder atribuido a los individuos de crear normas jurídicas en determinados campos a ellos reservados”43 y en el entendido que esos sujetos “son libres para celebrar los negocios que tengan por conveniente y establecer a través de ellos cauces idóneos para la realización y consecuencia de sus fines e intereses”44. La objeción a la recepción de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales inter privados sería que “si en el tráfico jurídico privado, los sujetos estuvieran vinculados por los derechos fundamentales en la misma medida en que lo están los poderes públicos, no podrían establecer libremente el contenido de esas relaciones y, por lo tanto, se vulneraría el principio de autonomía de la voluntad” 45. Corre, en ese sentido, “peligro el principio fundamental de nuestro Derecho Privado, la autonomía privada, si las personas en sus relaciones reciprocas no pudieran renunciar a las normas de derechos fundamentales que son indispensables para la acción estatal” 46. Se agrega, entonces por los críticos, que “hay acuerdo doctrinal en que una eficacia horizontal de los derechos fundamentales plena y homogénea sería incompatible con todo sistema de derecho privado: el Estado no puede violar el principio de igualdad, pero los particulares pueden, por ejemplo, contraer matrimonio en función de sus creencias religiosas, testar en función de sus preferencias sexuales o parecidamente, pueden también contratar o asociarse en función de criterios caprichosos que resultarían inaceptables para una administración pública”47. El dogma de la autonomía de la voluntad es sostenido como la proyección jurídica de la libertad individual, verdadero valor detrás de toda la construcción del orden jurídico privado. Se trata, en ese sentido, de una idea que nace del cruce de dos ideas relevantes: la libertad individual y la igualdad formal de los sujetos. En efecto, la autonomía de la voluntad se funda en “a) la igualdad de las partes, situadas ambas en el mismo rango, con iguales posibilidades de exigir y prestar; y b) la libertad plena de ambas que concurren espontáneamente a pactar lo más acorde con sus intereses” 48. En ese sentido, la doctrina privatista decimonónica construirá un postulado fundamental para el derecho privado: si las partes son libres e iguales, entonces, el acuerdo que de sus voluntades nazca será esencialmente justo. Se trata de la idea de libertad negativa proyectada al derecho. Esta idea de la autonomía de la voluntad como proyección de la libertad entendida en su sentido clásico de libertad negativa, será precisamente la que comenzará a decaer en las primeras décadas del siglo XX. Y decaída que sea la idea de libertad negativa como mera ausenci a de restricciones estatales, y recobrada de paso una idea de libertad como no sometimiento o dominación, decaerá consecuencialmente el dogma de la autonomía de la voluntad La expresión jurídica más evidente de esa caída es precisamente el derecho laboral. En efecto, la crítica más relevante al dogma de la autonomía de la voluntad vendría de la exclusión del trabajador como sujeto contractual: “la ausencia de una regulación del contrato de trabajo aparece como la mayor laguna del Código Civil, una carencia que se denuncia por parte de los autores socialistas e incluso desde las filas del individualismo liberal” y en ese sentido, “la regulación del contrato de trabajo se reivindica como primer paso para insertar en el Derecho privado los valores de la justici a y la solidaridad”49. La pregunta que comienza a rondar el derecho privado capitalista de inicios de siglo veinte es: ¿puede ser considerado el trabajador un contratante igual y libre frente a su contraparte el empleador? Y la respuesta va a ser negativa. Ni igual ni libre. De una parte, no existe paridad contractual atendida la diferencia de peso económico y contractual de las partes, pero además no existe libertad en cuanto la empresa capitalista rápidamente se constituirá en un poder social privado que constituirá una relación de sujeción sobre el que vende trabajo. El trabajador asalariado del capitalismo industrial desde ya no es igual a su contraparte el empresario, sino que especialmente no es libre, en cuanto se encuentra en una situación de dominación económica que le impide negociar y contratar como cualquier otro contratante privado, impidiendo entonces considerar que el acuerdo que resulte sea justo. Ante tamaño defecto de la autonomía de la voluntad el derecho se verá obligado a reaccionar reconociendo la debilidad de una de las partes. Y ese primer reconocimiento será el origen del derecho del trabajo como regulación de orden público que no está a disposición de las partes. El Derecho del Trabajo, dirá la justicia constitucional, es un ordenamiento “compensador e igualador en orden a la corrección, al menos parcialmente, de las desigualdades fundamentales” entre las partes, y cuya explicación es “no sólo en la distinta condición económica de ambos sujetos (trabajador y empresario) sino en su respectiva posición en la propia y esencial relación jurídica que los vincula, que es dependencia y subordinación de uno respecto del otro” (STC 3/1983). Y por ello es que la autonomía privada, idea central en la construcción del derecho civil clásico, tiene un rol devaluado en el Derecho del Trabajo, que la somete a una regulación de orden público organizado en torno al canónico principio de irrenunciabilidad de derechos laborales. Así, por el menor afecto que por la idea de autonomía privada tiene el Derecho del Trabajo, no existe mayor sentimiento de pérdida por su reducción por este nuevo límite: el de los derechos fundamentales del trabajador. En efecto, en la regulación laboral la lógica de la autonomía privada y de la igualdad de las partes, principal lanza argumentativa de los partidarios de la eficacia indirecta, viene trastocada desde mucho antes de la constitucionalización del derecho –y de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales–, en razón de haber intentado esta rama del derecho, desde su aparición histórica, la corrección y equilibrio de la situación de poder en que se desenvuelve la relación privada entre empleador y trabajador. Esa relación de poder, qué duda cabe, tiene más parecido a la relación existente entre autoridad y ciudadano, que a la del vendedor y comprador del Código Civil. En ese sentido, se ha señalado que “una visión renovada, y más realista, sobre cómo se desarrolla la vida de los ciudadanos en las sociedades pluralistas y de economía de mercado pone de manifiesto que las relaciones sociales discurren ordinariamente en el seno de unos grupos sociales que generan situaciones de poder. Esta pluralidad de grupos sociales puede llegar a constituir para los derechos y libertades fundamentales un peligro mayor que el propio Estado”50. De este modo, la lógica propia del Derecho del Trabajo no es proteger espacios de autonomía de los privados –como ocurre en el Derecho Civil– sino frenar los eventuales abusos de una situación de poder que se rotula como de mando y de obediencia, y que es precisamente la misma lógica inscrita en el código genético de los derechos fundamentales. De ahí que NIPPERDEY –uno de los articuladores de la eficacia horizontal– señalará que la extensión del circulo de los destinatarios de la norma constitucional se justificaba en la necesidad de proteger al individuo frente a “los poderes sociales o al poder factico, que dimana de grupos, corporaciones o empresas” 51. Por ello, más allá del debate, se ha constatado que en “la doctrina actualmente dominante considera que la eficacia de los derechos fundamentales es distinta según las relaciones privadas sobre las que aquellos se proyectan” y aun cuando es “mínima en el ejercicio de la libertad de testar” o “en el derecho a contraer matrimonio”, es “crucial en el derecho laboral”52. No hay tensión, entonces, en la lógica propia del Derecho del Trabajo y la eficacia horizontal de los derechos fundamentales, sino todo lo contrario: “la doctrina de la Drittwirkung der Grundrecht, de la eficacia pluridireccional de esos derechos, ha madurado y se ha desarrollado, en buena parte, al calor del principio el iusrealismo contractual que impregna todas las secuencias vitales de la relación laboral: la radical asimetría de poder entre empresario y trabajador, y que se expresa, desde luego, en las distintas posiciones jurídicas que cada uno ocupa en la relación laboral” 53. 3.3. La nueva “constitucionalización” del contrato de trabajo y los desafíos de los conflictos de derechos fundamentales entre las partes Una de las cuestionas más relevantes de la nueva constitucionalización del derecho del trabajo será el impacto que ese fenómeno produce en los derechos y obligaciones reciprocas entre el empresario y el trabajador, de ahí que no se haya dudado en hablar de una “recomposición constitucional del contrato de trabajo”54. Esto quedará gráficamente expresado en la célebre expresión del Tribunal Constitucional español de que “la celebración de un contrato de trabajo no implica en modo alguno la privación para una de las partes, el trabajador, de los derechos que la Constitución le reconoce como ciudadano y cuya protección queda garantizada frente a eventuales lesiones mediante la posibilidad de impulso de los oportunos medios de reparación, porque «ni las organizaciones empresariales forman mundos separados y estancos del resto de la sociedad ni la libertad de empresa que establece el art. 38 del Texto constitucional legitima el que quienes prestan servicios en aquéllas por cuenta y bajo la dependencia de sus titulares deban soportar despojos transitorios o limitaciones injustificadas de sus derechos fundamentales y libertades públicas, que tienen un valor central en el sistema jurídico constitucional» (STC 88/1985, fundamento jurídico 2].” ¿En qué sentido impacta la proyección de la eficacia horizontal de los derechos constitucionales en el contrato de trabajo? El impacto será extremadamente significativo, tanto que no dudará en afirmarse que el contrato de trabajo se verá condicionado “más que ningún otro contrato privado por los derechos fundamentales”55. Y básicamente ese impacto se manifestará en “la compleja problemática relativa a discernir en qué medida esos derechos constitucionales afectan la relación existente entre trabajador y empleador” y como la proyección de esos derechos tendrá una capacidad conformadora sobre la relación contractual laboral. Cuestión, como agregará el mismo autor, que “no es sino el corolario lógico de la atribución a los derechos fundamentales de la persona del trabajador de una eficacia horizontal”, siendo el problema “el modo de entender dicha capacidad conformadora”56. De ese modo, trabajador y empresario quedan ligados desde una doble perspectiva: por una parte, la relación laboral que los liga y que genera un entramado de derechos y obligaciones laborales entre ellos, y por otro lado, la relación entre dos ciudadanos vinculados por el ejercicio simultaneo de derechos fundamentales entre ellos. En ese sentido, el proceso de recomposición constitucional del contrato de trabajo anunciado por la doctrina hará referencia a cómo debe solucionarse el cruce entre ambas dimensiones de la relación entre trabajador y empresario. Y ese cruce significa el mutuo acomodo entre el ejercicio de esos derechos fundamentales por parte del trabajador y el cumplimiento de deberes y obligaciones laborales provenientes de la ley y el contrato de trabajo entre las partes. La influencia recíproca entre ambos tipos de relaciones jurídicas entre el trabajador/ciudadano y el empleador/ciudadano ha sido ampliamente destacada por la doctrina: “el que dentro de los límites al compromiso contractual se incluya el respeto de los derechos fundamentales implica elevar de rango esos límites y configurarlos como autentico orden publico constitucional, de modo, que el derecho fundamental operaria frente a la relación de trabajo y fuera de ella, como derecho de defensa frente a limitaciones innecesarias o ilegitimas que puedan sufrir los derechos fundamentales con ocasión del desarrollo del programa contractual”57. En rigor, el núcleo problemático de esta interacción entre derechos fundamentales del trabajador y contrato de trabajo tiene un aspecto relevante: los límites que los derechos fundamentales oponen a los poderes empresariales –derivado de los derechos fundamentales del empleador–. De este modo, la “capacidad conformadora” de los derechos fundamentales en la relación laboral, esto es, las limitaciones de que son objeto los poderes empresariales en su calidad de manifestación de los derechos fundamentales del empresario –libertad de empresa o/y derecho de propiedad– a resultas de la oposición de iguales derechos por parte del trabajador, corresponde a un problema de equilibrio entre derecho de igual relevancia jurídico-formal o jerarquía y que debería ser resuelto mediante alguna técnica de solución de conflictos normativos. En ese sentido, en el futuro, la irrupción de los derechos fundamentales inespecíficos en el marco de una relación laboral gatillará evidentes situaciones problemáticas de adaptación de esos derechos en cuanto no se encuentran específicamente regulados en la ley y generan, por tanto, problemas de ejercicio incompatibles de poderes empresariales adscritos a derechos fundamentales del empleador –libertad de empresa y/o propiedad– con espacios o posiciones del trabajador adscritos a derechos fundamentales del trabajador –vg. intimidad o libertad de expresión. Dicho conflicto entre posiciones jurídicas será –qué duda cabe– el principal desafió para el derecho laboral en los próximos tiempos. Y ahí una posibilidad teórica de solución es entenderlo, como lo ha hecho persistentemente, tanto la doctrina como la jurisprudencia constitucional comparada, como una colisión de derechos fundamentales cuya solución exige un modo especial de aplicación del derecho –la ponderación– y una técnica especial de argumentación –el principio de proporcionalidad–58. 3.4. Ponderación y proporcionalidad en el Derecho del Trabajo Una tesis que comienza a gozar hoy de especial popularidad en nuestra dogmática laboral latinoamericana, es entender que existen genuinas colisiones de derechos fundamentales– como la que precisamente se produce en diversos casos entre derechos fundamentales del trabajador y la propiedad empresarial– y que, además, existiría un modo razonable de solución de esas colisiones. Exige eso sí, un modo de aplicar del derecho distinto al común –la subsunción– que la teoría constitucional denominada ponderación. La razón de ello es que se no se trata de aplicar reglas, sino principios entendidos como “mandatos de optimización” que ordenan hacer algo, a diferencia de las reglas, no de modo definitivo y determinado, sino en la mayor medida fáctica y jurídicamente posible. Y si los derechos fundamentales son principios, entonces, se trata de derechos restringibles que tienen un contenido inicial –o a prima facie– que puede verse transitoriamente restringido si ese derecho colisiona con otro derecho fundamental. La ponderación consiste en la asignación por parte del aplicador del derecho de peso o fuerza a un derecho fundamental por sobre otro derecho fundamental con el que se encuentra en conflicto, mediante el establecimiento de una jerarquía axiológica, cuya aplicación da como resultado que “un principio (el considerado superior en dicha jerarquía valorativa) desplaza al otro (u otros) y resulta aplicable”59. Esa jerarquía axiológica fijada para solucionar un caso de conflicto o colisión de derechos fundamentales, sin embargo, no es permanente sino móvil: “el conflicto no queda resuelto de forma estable, de una vez por todas, haciendo prevalecer sin más uno de los dos principios sobre el otro, la solución del conflicto sólo vale para el caso concreto y, por lo tanto, es imprevisible la solución del mismo conflicto en casos futuros” 60. Así, por ejemplo, en la colisión de derechos fundamentales que se produce entre la facultad de mando y control del empleador, derivada de su derecho constitucional de propiedad, colisiona con la intimidad del trabajador cuando aquel exige conocer los antecedentes criminales del trabajador. Una primera vista del caso, llevaría quizás a sostener que el empleador no puede conocer dichos antecedentes del trabajador porque son irrelevantes para la prestación de servicios contratada –siendo su interés leve– pero afectando seriamente un aspecto sensible de la privacidad de una persona –los errores del pasado–, debiendo ceder la propiedad a favor de la intimidad. Pero esa jerarquía es sólo móvil, depende del caso planteado y no es permanente: ¿qué ocurre si la función del trabajador es el cuidado de niños? Parece obvio que la jerarquía tenderá a invertirse: la intimidad cedería a favor de la propiedad61. La ponderación, dicen sus partidarios, no es una actividad irracional del juez ya que se encuentra metodológicamente gobernada por el principio de proporcionalidad. Y esté, como señala Alexy, puede ser explicado con una simple formula: cuanto mayor es el grado de la afectación de uno de los derechos un juego, tanto mayor debe ser la importancia de la satisfacción del otro. ¿Cómo opera el principio de proporcionalidad? El principio de proporcionalidad, en su versión más sofisticada, implica la realización de tres juicios o sub-principios en el que se ha denominado “test alemán” 62: el de la idoneidad, el de la necesidad y el de la proporcionalidad en sentido estricto. Esto es, para decidir sobre la justificación de una restricción de un derecho fundamental (el del trabajador), que viene impuesta por el ejercicio de otro derecho fundamental (el del empleador), es necesario preguntarse, en orden transitivo, si dicha restricción es idónea, necesaria y proporcional. El juicio de idoneidad exige que la restricción al derecho fundamental de que se trate permita alcanzar efectivamente un fin legítimo, entendiendo por tal, un fin o interés de naturaleza constitucional. La idea relevante en este sub-principio es rechazar, por desproporcionadas, las medidas o conductas inidóneas del empleador. Dicho de otro modo, el juez de tutela debería rechazar las medidas del empleador que persigan un fin constitucional legítimo – protección de derechos fundamentales propios o de terceros– cuando la medida o conducta no contribuye en forma relevante al fin inmediato buscado. En uno de los primeros casos planteados en Chile sobre esta problemática, el denominado caso del polígrafo, fue la pretensión de una empresa aérea de “controlar el consumo y tráfico de drogas al interior de la empresa”, por vía de someter a los trabajadores a un detector de mentira, esta fue rechazada por la autoridad fiscalizadora por considerarla una medida no idónea e inconducente para el fin perseguido, y que afectaba diversas garantías constitucionales del trabajador, entre ellas la intimidad del trabajador. El dictamen 684/50, del 06.02.1997, concluye que “el uso del polígrafo aplicado a la selección de personal, así como a los trabajadores que actualmente se desempeñan en su empresa, para los fines de prevenir delitos, contrabando y tráfico de drogas y estupefacientes, es contrario al orden jurídico laboral chileno” 63. Al juicio de necesidad, por su parte, le importa que la medida o restricción del derecho fundamental sea indispensable para lograr el fin legítimo, no existiendo una alternativa más benigna con el derecho fundamental en cuestión. En ese sentido, será necesaria y proporcionada la conducta del empleador que restringe derechos fundamentales del trabajador sólo cuando no exista un medio menos gravoso de obtener el objetivo perseguido. A veces este juicio parcial de la proporcionalidad ha sido también denominado como “principio de indispensabilidad”, en el sentido de evaluar si la medida empresarial es indispensable para el logro de un fin empresarial legítimo. En el conocido caso “deshuesador de jamones”, un leading case del tema de los derechos fundamentales en España, la exigencia empresarial de que el trabajador permitiera la grabación y difusión por televisión de su trabajo –cortar y trozar jamones ibéricos–, y que derivo en el despido del trabajador ante su negativa, fue considerada lesiva de su derecho a la propia imagen por innecesaria. La razón, en palabras del Tribunal Constitucional español: “los requerimientos organizativos de la empresa que pudieran llegar a ser aptos para restringir el ejercicio de aquéllos (al margen de los conectados de forma necesaria con el objeto mismo del contrato) deben venir especialmente cualificados por razones de necesidad, de tal suerte que se hace preciso acreditar –por parte de quien pretende aquel efecto– que no es posible de otra forma alcanzar el legítimo objetivo perseguido, porque no existe medio razonable para lograr una adecuación entre el interés del trabajador y el de la organización en que se integra” (STC 99/1994). En un interesante caso en Chile, la Dirección del Trabajo evaluó un nuevo sistema informático de control de los trabajadores denominado WIN VNC, que permite el control a distancia de los computadores de los empleados, como si el empleador estuviese delante directamente del computador controlado. Al respecto, dicho organismo de fiscalización lo considera lesivo del derecho de intimidad del trabajador porque: “en virtud de este principio de proporcionalidad, se exige que la medida limitativa, en este caso el control por medio del referido programa computacional, sea la única capaz de obtener el fin perseguido, de forma tal que no exista otra forma de alcanzar dicho objetivo sin restringir el derecho o que fuese menos gravosa, lo que, en la situación en análisis, evidentemente no ocurre, ya que existen variadas otras formas que el empleador puede utilizar para controlar la prestación de los servicios y que son menos restrictivas de los derechos fundamentales del trabajador, especialmente en lo referido al derecho a su intimidad” (3441/072 del 20.08.08). Por último, se utiliza el juicio de proporcionalidad en sentido estricto. Sólo si la restricción es considerada idónea y necesaria, corresponde, y sólo en ese caso, revisar si, además, es proporcional en sentido estricto. Cuando, para el logro de una finalidad legítima derivada de un derecho fundamental, se requiere indispensablemente la restricción de otro derecho fundamental de modo tal que la satisfacción de uno sólo puede realizarse a costa del otro, debe aplicarse el juicio de proporcionalidad en sentido estricto, que en los términos de Alexy puede expresarse, como ya lo habíamos adelantado, en la denominada ley de la ponderación: cuanto mayor sea el grado de no cumplimiento o de no satisfacción de un derecho fundamental, tanto mayor debe ser la importancia del cumplimiento del otro. En el juicio de proporcionalidad en sentido estricto el derecho más importante, de acuerdo al juicio de valor de intensidad efectuado, atendido las premisas normativas y fácticas ya señaladas, desplaza al derecho menos importante para ese caso en concreto. Como lo ejemplifica Bernal Pulido “la afectación de la vida y la salud de una niña, que se origina al permitir a los padres evangélicos no llevarla al hospital, podría catalogarse como intensa, dado el peligro de muerte; de forma correlativa, la satisfacción de la libertad de culto de los padres, que se derivaría de dicha permisión sólo como media o leve”64. Opera, entonces, el núcleo de la ponderación en sentido estricto: la comparación entre el grado de intensidad de la afectación del derecho fundamental, en nuestro caso del trabajador, con el grado de importancia del derecho fundamental en que se sostiene la conducta que genera la colisión, en nuestro caso del empleador. La finalidad de esa comparación es el establecimiento de la relación de “precedencia condicionada”: de precedencia porque un derecho desplaza la satisfacción del otro derecho, y condicionada porque sólo vale para esa colisión en esas circunstancias en concreto. En el caso “kronos”, un caso inaugural de la nueva acción de tutela de derechos fundamentales de la nueva reforma procesal laboral chilena, el juez del trabajo de la ciudad de Copiapó (T-1 del 2008), decidió que el despido fundado en la revisión de las conversaciones de messenger que habían quedado registradas accidentalmente en el disco duro del computador de la empresa, constituía un conducta lesiva del derecho fundamental de privacidad de la trabajadora. La razón era que se trataba de una afectación grave de dicho derecho que no se encontraba compensada por un interés relevante respecto del derecho de propiedad de la empresa, aun cuando dicha revisión le había permitido al empleador determinar que se había enviado documentación de su propiedad a una funcionaria de otra empresa. Esta asignación de peso o importancia de los derechos colisionados, en todo caso, como ya advertimos, corresponde a una relación de precedencia condicionada o de jerarquía móvil, que se construye desde el caso concreto, y no tiene el carácter de absoluta o fija, porque nada impide que en otros casos se revierta la atribución de pesos utilizada, y triunfe el derecho fundamental ahora derrotado. NOTAS * Profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad Diego Portales, Chile. 1 SCHMITT, C. Teoría de la Constitución, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p 170. 2 GRIMM, D. Constitucionalismo y Derechos Fundamentales, Trotta, Madrid, 2006, p 84. 3 ARIAS, A y RUBIO, F. El derecho de los trabajadores a la intimidad, Aranzadi Social, N° 26, Pamplona, 2006, p 17. 4 MONTOYA, A. “El trabajo en la Constitución” en AAVV El trabajo y la Constitución, Estudios en homenaje al Profesor Alonso Olea, Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2003, p 464. Aunque ambos textos constitucionales inauguran la dimensión social del orden constitucional, cabe señalar que sus alcances son diversos: el caso mexicano hay una recepción social mas limitada que el texto al emán, ya que se circunscribe fundamentalmente a la función social de la propiedad especialmente la agrícola (artículo 27), y el reconocimiento de la protección del trabajo (artículo 123). La explicación dice relación con el fuerte influencia del movimiento obrero campesino en la Revolución de 1910, hecho político desencadenante del nuevo orden constitucional. En el caso alemán, la Constitución de Weimar tiene un sentido social amplio que abarcara cuestiones tan diversas como: derecho a la protección al trab ajo (artículo 157), derecho a la seguridad social (artículo 161), derecho a la sindicalización (artículo 159) vivienda digna (artículo 155) y la instalación de Consejos obreros para los trabajadores (artículo 147). 5 En el Congreso constituyente de Querétaro se dirá que “así como Francia, después de su revolución, ha tenido el alto honor de consagrar en la primera de sus cartas magnas los inmortales derechos del hombre, así la Revolución mexicana tendrá el orgullo de mostrar al mundo que es la primera en co nsignar en una Constitución los sagrados derechos de los obreros”, ver GARCIA RAMIREZ, S. “Raíz y horizonte de los derechos sociales en la Constitución mexicana”, Derechos Humanos, México, 2003. 6 GARGARELLA, R. Izquierda y Derecho, Materiales de lectura d el Seminario de Teoría Constitucional y Filosofía Política, inédito, ver en www.seminariogargarella.blogspot.com, p 15. 7 PECES-BARBA, G. “Los derechos económicos, sociales y culturales: su génesis y concepto”, Derechos y libertades, numero 6, Madrid, 1998, p 21. 8 DE LUCAS, J. El desafío de las fronteras. Derechos humanos y xenofobia frente a una sociedad plural, Temas de hoy, Madrid, 1994, p 787. 9 VAZQUEZ VIALARD, A. “Fundamentos constitucionales del Derecho del Trabajo Argentino” en AAVV El trabajo y la Constitución, Estudios en homenaje al Profesor Alonso Olea, Ministerios del Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2003, p 31. 10 SAGÜES, N. “Constitucionalismo social” en AAVV Tratado de Derecho del Trabajo, Vazquez (coord.), Astrea, Buenos Aires, 1982, p 671. La exclusión política y consiguientemente constitucional del trabajador en el siglo XIX vendrá a ser justificada desde la filosofía política liberal como un problema de libertad: “la repetición monótona y alienante de la misma tarea, la falta de educación, la ignorancia, impiden el desarrollo de verdaderos ciudadanos. Además, un pensamiento contraído se domina con mayor facilidad. Es lo que ocurre, precisamente, con la clase obrera, la gran damnificada en el proceso liberador que desata la sociedad come rcial. Si la libertad es ausencia de dominación, el trabajador asalariado no es libre”. AGUIAR, F. “Un Adam Smith republicano?, en AAVV Republicanismo y Democracia, Editorial Mino y Davila, Madrid, 2005, p 115. 11 MONTOYA M, A. Ideología y lenguaje en las leyes laborales de España (1873-1878) Civitas, Madrid, 1992, p 216. 12 GARGARELLA, R. “Injertos y rechazos: radicalismo político y transplantes constitucionales en América”, en AAVV Derecho y Cultura, SELA, Colombia, 2007, p 277. 13 ARANGO, R. Derechos, constitucionalismo y democracia, U. Externado de Colombia, Bogotá, 2004, p 68. 14 PECES-BARBA, G. “Reflexiones sobre los derechos sociales” en AAVV Derechos sociales y ponderación, Fundación Coloquio Jurídico Europeo, Madrid, 2007, p 92. 15 COURTIS, C. “Los derechos sociales en perspectiva”, en AAVV Teoría del neoconstitucionalismo, Trotta, Madrid, 2007, p 187. 16 COURTIS, C. Idem. 17 MONTOYA, A. “El trabajo en la Constitución” en AAVV El trabajo y la Constitución, ob. cit., p 474. 18 PEDRAJAS, A. “Los derechos fundamentales de las persona del trabajador y los poderes empresariales: la Constitución como marco y como límite de su ejercicio”, Actualidad Laboral, N°4, 2000, p 56. 19 Aún cuando existen autores, como OJEDA AVILES, que proponen distinguir dos tipos de derechos fundamentales inespecíficos: los que corresponde a libertades civiles como la intimidad o la libertad de expresión y los que corresponden a libertades políticas como el derecho a votar o a ser candidato, aunque estos últimos no han tenido importancia en términos de litigiosidad porque “los empresarios han respetado razonablemente los derechos de participación en la vida pública de los trabajadores”. OJEDA AVILES, A. “Equilibrio de intereses y bloque de constitucionalidad personal en la empresa”, Derecho Social, N° 35, 2006, p 14. En rigor, no parece clara esta distinción en tanto estos derechos fundamentales políticos no tienen como sujeto pasivo a los empresarios. 20 PALOMEQUE, M. C. “Derechos fundamentales generales y relación laboral: los dere chos laborales inespecíficos”, en AAVV El modelo social de la Constitución, ob. cit. p 229. 21 ALONSO, L.E. Trabajo y ciudadanía, Estudios sobre la crisis de la sociedad salarial, Trotta, Madrid, 1999, p 98. 22 ALONSO, L. E. Ibídem, p 99. 23 BAYLOS, A. El derecho del trabajo: un modelo para armar, Trotta, Madrid, 1997, p 32. 24 VALDES DAL RE, F. “La vinculabilidad jurídica de los derechos fundamentales de la persona del trabajador: una aproximación de derecho comparado”, Derecho Privado y Constitución, N° 1 7, Enero-Diciembre, 2003, p 505. Como explica este mismo autor: “la problemática de la Drittwirkung, alumbrada en Alemania pero convertida en un “artículo de exportación” hacia otros ordenamientos, se desdobla en dos tesis: la de eficacia mediata (mittelba re) y la de la eficacia inmediata (unmittelbare). En un orden cronológico, esta última, aplicada por vez primera por el Tribunal Federal del Trabajo a iniciativa de quien fuera el Presidente de su Sala Primera, el civilista y laboralista H.C Nipperdey, pre cedió a aquella primera, acogida más tarde por el Tribunal Constitucional”. VALDES DEL RE, F. Ibídem., p 503. 25 VALDES DAL RE, F. “Los derechos fundamentales de la persona y el derecho del trabajo” en AAVV XVII Congreso Mundial de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, Montevideo, 2003, p 49. 26 RIVERO LAMAS, J. “Derechos fundamentales y contrato de trabajo: eficacia horizontal y control constitucional”, en AAVV El trabajo y la Constitución, ob. cit. p 491. 27 Como apunta LOY “durante largo tiempo se ha p ensado que muchos de aquellos derechos, de ejercicio pleno en el ámbito público, no podían superar el umbral de la empresa por ser propiedad privada del empresario. Es a partir de la promulgación del Statuto del lavoratori, en 1970, cuando se abandona tal concepción. Gracias a esta ley viene definitivamente abatido –al menos, así se espera- el presupuesto de la teoría de típico signo capitalista según la cual es posible aislar en la empresa un ámbito de relaciones económico -organizativas salvadas de cualquier control político y normativo”. LOY, G. “El dominio ejercido sobre el trabajador” en AAVV El poder de dirección del empresario: nuevas perspectivas, La Ley, Madrid, 2005, p 62. 28 En el mismo sentido el fordismo industrial de la primera mitad del siglo XX suponía –al mismo tiempo y simultáneamente- trabajadores dotados de libertad sindical y de negociación colectiva, que convivía pacíficamente con relatos como este: “Ford tiene un cuerpo de inspectores que controlan la vida de los empleados y trabajadores y les imponen un régimen determinado; controlan hasta la alimentación, la cama, las dimensiones de las habitaciones, las horas de descanso, e incluso asuntos más íntimos; el que no se doblega a esto queda despedido”. GRAMSCI, A. Antología, Siglo XX, México, 1978, p 255. 29 “Del reconocimiento de la libertad sindical –para cuyo desarrollo se dictó la Ley Orgánica 11/1985, de Libertad Sindical- derivó de modo natural una nueva concepción constitucional de la negociación colectiva, exclusivamente vinculada a la autonomía colectiva”. “El artículo 37.1 CE que regula el derecho de negociación colectiva, dispone además que corresponde a la ley garantizarlos. Esta ley no es otra que el Estatuto de los Trabajadores, cuyo titulo III trata precisamente –de la negociación y de los convenios colectivos -, fijando la naturaleza del convenio y reglas sobre legitimación y procedimiento para negociar”. MONTOYA, A. “El trabajo en la Constitución” en AAVV El trabajo y la Constitución, ob. cit. p 487. 30 VALDES DAL-RE, F. Presentación Número Monográfico Nuevas Tecnologías y Derecho del Trabajo, Relaciones Laborales, N° 5-6, 2009, p 4. 31 SALA FRANCO, T. “El derecho a la intimidad y a la propia imagen y las nuevas tecnologías de control laboral” en AAVV., Trabajo y libertades públicas, Madrid, 1999, p 205. 32 RODRIGUEZ-PIÑERO Y BRAVO FERRER, M. “La integración de los derechos fundamentales en el contrato de trabajo”, en AAVV en Modelo Social en la Constitución Española de 1978”, Op. Cit. p 208. 33 RAY señala que: “es un derecho que pertenece a cada asalariado, único titular de este derecho constitucional. Pero si el asalariado hace la huelga él solo, en principio, incurre en culpa porque la huelga tiene que ser ejercida colectivamente”. RAY, J.E. La huelga hoy en el derecho social comparado, Esade, Madrid, 2007, 233. 34 BAYLOS, A. Derecho del Trabajo: un modelo para armar, ob. cit., p 96. 35 ALONSO, L. E. Trabajo y ciudadanía, ob. cit., 1999, p 50. 36 ARANGO, R. El concepto de derechos sociales fundamentales, Legis, Bogota, 2005, p 3 5. 37 VALDES DAL-RE, F. Presentación, Número Monográfico Nuevas tecnologías y Derecho del Trabajo, ob. cit. p 3. 38 Ver FERNANDEZ, S. “Variaciones sobre el poder de control a distancia: el espejo de la madrastra” en AAVV El poder de dirección del empresario: nuevas perspectivas, La Ley, Madrid, 2005, pp 85-93. 39 Ver ZARZALEJO, M. “El acoso moral en la experiencias comparada, internacional y comunitaria: concepto y responsabilidad jurídica” en AAVV Los medios de tutela frente al acoso moral en el trabajo”, Comares, Granada, 2007, pp 1-39. 40 Ver GALIANA, J y CAMARA, A. “Igualdad y no discriminación en las relaciones laborales”, en AAVV El modelo social en la Constitución Española de 1978, MTYAS, Madrid, 2003, pp 329 - 360. 41 Ver CAAMAÑO, E. El derecho a la no discriminación laboral, Lexis Nexis, Santiago, 2007. 42 BAYLOS, A. Derecho del Trabajo: un modelo para armar, Op. Cit. p 96. 43 FERRI, L. La autonomía privada, Editorial Revista Derecho Privado, 1969, p. 88 44 DIEZ-PICAZO, L. Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, Vol. I, Civitas, Madrid, 1993, p. 74. 45 VENEGAS, M. Derechos fundamentales y Derecho privado, Marcial Pons, Madrid, 2004, p. 19 46 HESSE, K. Derecho Constitucional y Derecho Privado, Civitas, Madrid, 1995, p 61. 47 FERRER i RIBA, J. Asociaciones, derechos fundamentales y autonomía privada, Civitas, Madrid, 1997, p 98. 48 LACRUZ, J.L. Manual de Derecho Civil, Bosch, Barcelona, 1984, p 606. 49 VENEGAS, M. Derechos Fundamentales y Derecho Privado, ob. cit., p 89. 50 RIVERO, J. Derechos fundamentales y contrato de trabajo, p 499. 51 Citado en AGUILERA, A. “Prohibición de discriminación y libertad de contratación”, InDret, N° 1, 2009, p 18. 52 FERRER i RIBA, J. Asociaciones, derechos fundamentales y autonomía privada, Civitas, Madrid, 1997, p 99. 53 VALDES DAL RE, F. “La vinculabilidad jurídica de los derechos fundamentales de la persona del trabajador: una aproximación de derecho comparado”, ob. cit., p 502. 54 DEL REY GUANTER, S. “Derechos fundamentales de la persona y contrato de trabajo: notas para una teoría general”, Relaciones Laborales, 1995, I, p 200. 55 ORTIZ, C. “Derechos fundamentales y relación laboral”, Revista Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales, Nº 13, Madrid, 1998, p 48. 56 VALDES DAL- RE, F. “Contrato de trabajo, derechos fundamentales de la persona del trabajador y poderes empresariales: una difícil convivencia”, Relaciones Laborales, 2003, núm. 22, p 91. 57 RODRIGUEZ-PIÑERO y BRAVO-FERRER, M. La integración de los derechos fundamentales en el contrato de trabajo, en AAVV El modelo social de la Constitución Española 1978, ob. cit., p 216. 58 Sobre proporcionalidad y derechos fundamentales del trabajador en un desarrollo más extenso del que aquí efectuaremos ver UGARTE, JL. Tutela de derechos fundamentales del trabajador, Legal Publishing, 2009, Santiago, pp 51-86. 59 Moreso, J. J. Conflictos entre principios constitucionales, Trotta, Madrid, 2000, p. 103. 60 Guastini, R. Distinguiendo, Ariel, 1999, p 34. 61 Esta es precisamente la solución adoptada, previa ponderación, por la D irección del Trabajo en Chile en un caso similar: consultada por la Fundación Coanil sobre la posibilidad de exigir un certificado de antecedentes penales a sus trabajadores que cuidaban niños, y luego de reconocer la aplicación directa en esta materia de los derechos fundamentales a la no discriminación y a la intimidad del trabajador, señalaba que “el único caso en que debe admitirse como lícita la exigencia de un certificado de antecedentes corresponde a aquellas tareas o funciones que, por su naturaleza, exijan de modo indubitado, como parte de capacidad o idoneidad para su ejecución o desarrollo, la ausencia de antecedentes criminales o penales, que en el caso de la recurrente, queda restringido a las tareas del personal que tiene como función principal y directa la atenciónde niños o jóvenes con discapacidad, no pudiendo sostenerse dicha exigencia, en caso alguno, respecto de las restantes tareas o funciones desarrolladas por la fundación empleadora” (Dictamen Nº 3.840/194, del 18.11.02). 62 El principio de proporcionalidad es, en ese sentido, una exitosa construcción teórica alemana que constituye, en palabras de ALEXY, el nudo gordiano de la ponderación, y que ha permitido justificar racionalmente la aplicación de normas que tienen el carácter de principios como las que establecen derechos fundamentales. Especialmente desarrollado por el Tribunal Constitucional alemán, que lo hace derivar de la “esencia de los derechos fundamentales”, ha sido seguido por diversos órganos de justicia constitucional en el derecho comparado, como el español o el italiano. Ver Alexy, R Teoría de los derechos fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 2008. 63 En un interesante caso la Corte Constitucional de Colombia tuvo que decidir si la decisión empresari al de modificar el turno laboral de una trabajadora, incluyendo ahora en su jornada laboral la prestación de servicios en día sábado, lesionaba su libertad religiosa atendido que su credo le impedía trabajar en dicho día. La empresa justificaba el cambio en que con dicha medida aumentaría “la productividad de la empresa” y “el sentido de pertenencia de los trabajadores a la misma”.La Corte consideró desproporcionada la conducta empresarial del cambio porque el “medio elegido no sólo no es necesario para llegar al fin propuesto, sino que puede ser contraproducente. Existen diversas formas de optimizar el desempeño de una empresa, diferentes al simple aumento de las horas que debe laborarse. De hecho, el aumento no tiene necesariamente que hacerse a todos en e l mismo horario del sábado, sin reparar en las diferencias entre los trabajadores, ya que una persona que se sienta violentada en sus convicciones religiosas, obligada a laborar un sábado no dedicará el pleno de sus capacidades, ni hará esfuerzos por mejor ar la productividad. En este sentido la medida puede ser contraproducente. Respecto al otro fin mencionado por el director administrativo (generar sentido de pertenencia y mejorar el trabajo en equipo) considera la Sala que no es claro cómo puede conseguir se este objetivo al añadirse tres horas de jornada laboral adicional los días sábados. Antes bien, también podría llegar a ser una medida contraproducente” (T-982 del 2002). 64 Bernal Pulido, C. Estructura y límites de la ponderación , DOXA, Alicante, 2003 , p 228. Capítulo VIII. APLICACIÓN DE LA LEY LABORAL EN EL TIEMPO Juan Raso Delgue y Alejandro Castello La cuestión de la sucesión de normas en el tiempo, adquiere en el Derecho del trabajo un especial interés, puesto que los criterios generales sobre la aplicación temporal de las normas se deben combinar con los principios propios de la disciplina, en especial la regla de la conservación de la condición más beneficiosa. Además, como bien señalan Alonso Olea y Casas Baamonde, el problema de la sucesión normativa en el tiempo se plantea respecto de normas jurídicas de la misma naturaleza y rango. Si las normas son de diferente rango (ej., una ley y un sucesivo decreto), nos encontraremos con un problema de vigencia simultánea –aunque las normas se hayan promulgado en distintas fechas–, a resolver conforme a los criterios de jerarquía de las normas combinados con el de la norma más beneficiosa 1, según corresponda. Con relación a normas del mismo rango –señalan los autores españoles– se aplican en principio los criterios generales, por lo cual la ley posterior deroga la ley anterior y el convenio colectivo posterior deroga el que lo precede. La derogación puede ser expresa o tácita, total o parcial2. Del mismo modo, Krotoschin enseña que tratándose de normas de origen estatal, las mismas “dejan de existir cuando son derogadas o vence el período de vigencia prefijado. A este respecto rigen las reglas generales del derecho común”3. La cuestión sin embargo no es tan sencilla y como hemos expresado con Garmendia y Rodríguez Azcúe, la aplicación de las normas jurídicas laborales en el tiempo resulta de todos modos una cuestión compleja y extremadamente relevante desde el punto de vista práctico 4. Ante el conflicto de dos normas de la misma jerarquía que se suceden en el tiempo, deberemos manejarnos con principios generales del Derecho, como el de aplicación inmediata de la ley, y conceptos como el de la derogación y de la no retroactividad de la norma 5, sin perjuicio de la aplicación de los principios propios de la disciplina, proyectados en los criterios de la norma más favorable y la condición más beneficiosa. Como señalan Aftalión y Vilanova, en relación a su aplicación temporal las leyes pueden ser divididas en tres grupos: a) leyes retroactivas, que son aquellas que vuelven sobre los efectos ya cumplidos bajo el impero de la ley anterior; b) leyes de aplicación inmediata, que son las que rigen los efectos posteriores a su sanción, aunque sean derivados de una relación jurídica constituida con anterioridad; c) leyes de aplicación diferida, que rigen solamente para las relaciones constituidas con posterioridad a su sanción6. La retroactividad puede darse de dos maneras: a) Cuando la ley se aplica a hechos consumados bajo el imperio de una ley anterior; b) Cuando se aplica a relaciones jurídicas en curso, por lo que toca a los efectos realizados antes de la iniciación de la vigencia de la nueva ley7. Una ley es retroactiva cuando suprime o modifica las consecuencias jurídicas de un hecho ocurrido bajo el imperio de la anterior. En cambio, si la nueva ley se aplica a las consecuencias aún no realizadas de un hecho ocurrido bajo el imperio de la precedente, no tiene efecto retroactivo sino inmediato. A su vez, podemos diferenciar tres diversas situaciones en el que puede plantear el conflicto por la aplicación a determinada situación concreta de normas que se suceden en el tiempo: a) Situaciones que se han producido completamente en el pasado: en estos casos obviamente se aplicará la ley vieja que rigió dicha situación; b) Situaciones jurídicas que nacen con posterioridad al comienzo de la vigencia de la nueva ley. También en este caso la solución es simple: se aplicará la nueva ley vigente al momento de verificarse el suceso; c) Situaciones jurídicas que, en el momento en que comienza a regir la nueva norma, se encuentran en curso de ejecución. A estas situaciones se les suele denominar de derecho transitorio o intertemporales 8. La cuestión de las situaciones en curso de ejecución se presenta con frecuencia en el Derecho del trabajo, porque no debemos olvidad que el contrato de trabajo es de tracto sucesivo y no de ejecución inmediata. Por lo tanto a lo largo de la vida del contrato diversas normas (de origen autónomo o heterónomo) pueden sucederse en el tiempo para regular el mismo contrato. Garmendia Arigón expresa que ante esta compleja cuestión, es posible distinguir una “doctrina clásica” y una “doctrina moderna”9. La doctrina clásica –continúa Garmendia Arigón–, subjetiva, o de los derechos adquiridos (cuyo expositor más destacado fue Merlin10), distinguía la existencia de tres situaciones jurídicas diferentes: a) los derechos adquiridos, b) las meras expectativas y c) las facultades legales. Esta doctrina postulaba la necesidad de diferenciar el pasado en sentido temporal del pasado en sentido jurídico y proponía como solución, que las situaciones en curso de ejecución debían quedar atrapadas por la normativa antigua, que así vendría a proyectar sus efectos hacia el futuro, asumiendo una suerte de ultractividad. De lo contrario, sostenía esta doctrina clásica, se estarían afectando derechos adquiridos 11. Posteriormente, la doctrina moderna u objetiva, también denominada cronológica o temporal, consideró que los hechos ocurridos en el pasado se regulan por la vieja ley, y los hechos acaecidos con posterioridad a la vigencia de la ley, quedarán alcanzados por la nueva norma. Hasta aquí la coincidencia; las posiciones se diferencian al examinar las situaciones en curso de ejecución. Garmendia Arigón recuerda que a partir de los estudios de Paul Roubier12 se vislumbró con claridad la diferencia entre el efecto retroactivo de una norma y el llamado efecto inmediato. Enseña García Máynez, explicando la tesis de Paul Roubier que “las normas legales tienen efecto retroactivo cuando se aplican: a) a hechos consumados bajo el imperio de una ley anterior (facta praeterita); b) a situaciones jurídicas en curso, por lo que toca a los efectos realizados antes de la iniciación de la vigencia de la nueva ley (facta pendentia)”. Continúa señalando el maestro mexicano: “Si la nueva ley se aplica a las consecuencias aún no realizadas de un hecho ocurrido bajo el imperio de la precedente, no tiene efecto retroactivo, sino inmediato”. Y finalmente agrega: “El principio general establecido por el jurista francés se formula diciendo que la ley antigua debe aplicarse a los efectos realizados hasta la iniciación de la vigencia de la nueva ley, en tanto que ésta debe regir los posteriores”13. Garmendia Arigón señala la opinión coincidente de prestigiosa doctrina internacional y en especial latinoamericana. Así, Caldera ha expresado que la aplicación inmediata de la ley laboral es una “cualidad del orden público en que se fundan las disposiciones laborales”14. Por su parte De la Cueva señala que en México el tema fue analizado por la Cuarta Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y “apoyándose en las ideas de Paul Roubier, llegó a la conclusión de que las leyes son de aplicación inmediata, por lo que rigen todos los efectos de los actos jurídicos que se produzcan a partir de su vigencia: un ley es retroactiva, dijo la Corte, si regresa al pasado para juzgar la constitución o extinción de una situación jurídica, o para destruir los efectos jurídicos que ya se hubiesen producido, pero no lo es si estatuye para el futuro, ya la extinción de la relación misma, bien la imposibilidad de que produzca determinados efectos” 15. A partir de allí, la posición del máximo órgano de justicia mexicano fue que “las leyes de trabajo son de aplicación inmediata y rigen la vida y los efectos de las relaciones de trabajo, de las ya formadas y de las futuras, a partir de su vigencia” 16. En nuestro derecho, De Ferrari expresa las leyes laborales “tienen o, más bien, parecen tener, efectos retroactivos” y, por su parte Barbagelata, afirma que las normas laborales “se caracterizan por su vigencia inmediata en la forma más estricta”. Lo mismo enseña Plá Rodríguez, quien atenúa la afirmación solamente “en virtud de la regla de la condición más beneficiosa. Esto ocurriría –dice el autor– en aquellos casos en los que la nueva norma disminuye los beneficios que al trabajador le reportaba la ley anterior y siempre que no conste la voluntad expresa del legislador de que se aplique obligatoriamente ese nivel de protección”17. En consecuencia en la doctrina juslaboralista, tanto extranjera como nacional, se postula como criterio rector el principio de la aplicación inmediata de la norma laboral. El principio general es indudablemente la irretroactividad 18. Otros conceptos jurídicos que intervienen en el tema de la aplicación de la ley en el tiempo, son la derogación, la retroactividad y la anulación de las normas jurídicas. La regla general postula que la ley entra en vigencia una vez que han transcurrido diez días a partir de su publicación en el Diario Oficial, según indica el art. 1 del Código Civil. Excepcionalmente, la propia ley puede establecer a texto expreso una fecha distinta, la que podrá ser anterior o posterior a ese momento. Garmendia Arigón recuerda que una ley deja de producir efectos cuando otra norma posterior en el tiempo (de igual o superior jerarquía) la deroga, de manera expresa, tácita o mixta19. En casos excepcionales, la ley puede consagrar un plazo para su propia vigencia temporal20. Más reducidas son las hipótesis de anulación de las normas jurídicas, que implican la supresión total de la norma, incluso anterior a la anulación. En materia laboral recordamos la Ley 15.738, de 6 de marzo de 1985, que al convalidar como actos legislativos y designarlos como “Decretos-leyes” a las normas emanadas del Consejo de Estado (órgano inconstitucional con funciones parlamentarias en la dictadura), declaró la nulidad absoluta de una serie de normas dictadas por dicho órgano: entre ellas, las llamadas Ley Nº 15.137 sobre asociaciones profesionales, Ley Nº 15.328 y 15.385 sobre convenios colectivos, Ley Nº 15.530 relativa a la huelga, y Ley Nº 15.587 sobre fuero sindical21. Otra noción jurídica que interviene para resolver los conflictos de las normas en el tiempo, es el llamado principio de no retroac-ti-vidad de la ley, que en nuestro ordenamiento jurídico se encuentra recogido en el artículo 7 del Código Civil y, a diferencia de otros ordenamientos jurídicos (ej., México), no está incorporado en la Constitución. El principio por lo tanto no obliga al legislador, que puede apartarse del mismo. Este principio de no retroactividad de la ley en su aplicación al Derecho del Trabajo permite afirmar a Krotoschin que “aun admitiendo que la aplicación inmediata de la norma es frecuente y, en la práctica, casi usual en el derecho del trabajo, por las razones expuestas, la retroactividad propiamente dicha sigue siendo excepcional también en nuestra materia. Para que la norma surta efectos retroactivos, es necesario que la intención correspondiente de la instancia productora de la norma se desprenda claramente, ya sea mediante una declaración expresa o bien en otra forma inequívoca” 22. En resumen, en el Derecho del trabajo la regla de la no retroactividad se combina con la regla o principio de la aplicación inmediata de la ley. La aplicación inmediata ocurre cuando la ley se aplica no solamente a relaciones jurídicas futuras, sino también a los efectos de una situación jurídica creada con anterioridad, pero que se producen después de la entrada en vigor de la ley nueva. En esta disciplina la aplicación inmediata se fundamenta en que las relaciones de trabajo tienden a ser duraderas y las normas laborales generalmente poseen carácter tuitivo, por lo que no tendría sentido aplicar los mejores beneficios únicamente a las relaciones laborales que se constituyan con posterioridad a la entrada en vigor de la ley que los dispuso. En cierto modo, se trata de una retroactividad de alcance medio, en cuanto el criterio consiste en sujetar las relaciones laborales vigentes a la nueva ley, pero sólo en lo que refiere a sus efectos futuros. Por otra parte, con relación a la cuestión de la norma laboral en el tiempo, un debate ha particularmente confrontado la doctrina nacional: si una norma internacional ratificada por el país (por ejemplo, un Convenio Internacional del Trabajo) puede ser derogada por una ley posterior. Barbagelata –defensor del nivel supralegal de los convenios y tratados internacionales– reconoce en los Convenios Internacionales del Trabajo una mayor “dureza” que la legislación ordinaria, por lo que en su opinión cualquier ley que se sancionara con posterioridad a la ratificación de un Convenio, no podría alterar los mínimos establecidos en éste bajo pena de violar el principio protector establecido en el artículo 53 de la Constitución23. Los principales argumentos de Barbagelata son: 1. Salvo una clara decisión de la ley nueva, existe una presunción razonable a favor de la permanencia de las disposiciones de un convenio que manifiestamente no quiere derogar, ya que ni siquiera se ha iniciado el procedimiento para su denuncia. 2. Los convenios internacionales del trabajo tienen –al igual de los códigos– una especie de naturaleza supralegal. 3. El compromiso asumido por el Estado al ratificar un convenio, impide el dictado de normas contrarias al mismo. 4. Los convenios internacionales del trabajo son una forma de efectivizar el principio protector consagrado en la Constitución uruguaya (art. 53). Debe considerarse al convenio como un mínimo universal de protección. Una ley que pretendiera derogar – expresa o tácitamente– los preceptos de un convenio internacional atentaría contra la protección especial del trabajo 24. Por su parte Plá Rodríguez examina en dos niveles la cuestión de la aprobación de una nueva ley, que contenga condiciones menos beneficiosas que las estipuladas en el Convenio Internacional anterior. Desde el punto de vista internacional, expresa que la aprobación de la nueva ley generará responsabilidad en el orden internacional ante la Organización Internacional del Trabajo. “Desde el punto de vista del derecho interno, en cambio –expresa el autor–, creemos que es eficaz. La ratificación del convenio se hizo por medio de una ley, por lo que el convenio en el plano interno tiene la jerarquía de una norma legal. Otra ley posterior que tenga la misma jerarquía normativa puede derogarla o modificarla”25. A partir de su posición, Plá Rodríguez critica la posición de Barbagelata en el sentido que esa tesis llevaría a la consecuencia inadmisible que una norma laboral no podría ser nunca modificada para reducir la protección, lo que llevaría consecuentemente a una congelación legislativa 26. Finalmente Racciatti examina el tema de las relaciones entre los convenios internacionales del trabajo y las leyes posteriores a su ratificación y elabora sus propias conclusiones: a) Los convenios internacionales del trabajo ratificados prevalecen en el orden jurídico interno, en virtud de su condición de normas internacionales que obligan a nuestro país. b) Si el Estado propone desvincularse de dichas obligaciones, deberá acudir al procedimiento previsto para la denuncia del convenio. c) Una ley posterior que no respete los mínimos de un convenio, no desvincula al Estado de sus obligaciones respecto de la OIT. d) El juez deberá interpretar la nueva ley de manera que no afecte lo preceptuado por el convenio internacional. Si, excepcionalmente, existiere incompatibilidad radical y manifiesta con el régimen internacional, el tribunal deberá aplicar la ley nacional, pero ello no supone abrogación del régimen del convenio, ni postular la primacía del orden interno sobre el internacional. En este último caso, Racciatti considera que se configura una hipótesis de responsabilidad internacional27. internacional, a consecuencia de la violación de un convenio A modo de conclusión, corresponde señalar que la cuestión de la aplicación de la norma en el tiempo, debe coordinarse y compatibilizarse con dos reglas del principio protector: a) aplicación de la norma más favorable y b) conservación de las condiciones más beneficiosas. De acuerdo a esta última, las condiciones de trabajo reconocidas al trabajador no puede ser desmejoradas por una disposición posterior en el tiempo. Una aplicación estricta de esta regla llevaría a concluir que los beneficios otorgados constituyen un derecho adquirido, que no puede ser eliminado ni modificado, salvo para aumentarlo. Sin embargo, esa cuestión debe ser mirada con detenimiento en cada caso concreto, ya que según señala Plá Rodríguez esa regla puede ceder ante norma legal expresa que disponga lo contrario (como ha sucedido en Uruguay con las leyes sobre prescripción laboral)28, así como a la luz del principio de autonomía sindical, que otorga a los sindicatos prerrogativa para crear, modificar o extinguir beneficios, creados por ese mismo sujeto. NOTAS 1 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, Emilia. Derecho del Trabajo, 10a edición, revisada, Madrid 1988, p. 701. 2 Idem. Cfr. MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del Trabajo. 12º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 228 y ss. 3 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado práctico de Derecho del trabajo. Vol. I. 4º edición. Depalma, Buenos Aires, 1987, p. 91. 4 RASO DELGUE J., GARMENDIA ARIGON Mario y RODRÍGUEZ AZCÚE Alvaro. Prescripción laboral. F.C.U., Montevideo 2007, p. 129 y ss. 5 JIMENEZ DE ARCHAGA, Eduardo. Introducción al derecho. F.C.U., 1981, p. 137. 6 AFTALION, Enrique y VILANOVA, José. Introducción al Derecho. 2º edición, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1992, p. 892. 7 Eduardo García Maníes, Introducción al estudio del Derecho, Ed. Porrúa, México, 1974, pág. 393. 8 Prescripción laboral… ob. cit., p. 130. 9 Prescripción laboral.. ob. cit., p. 130 y ss. Si bien el libro es fruto de la colaboración de tres autores, debe reconocerse a Garmendia Arigón el estudio de los conceptos que aquì se expresan con relación a la norma en el tiempo y las situaciones en curso de ejecución. 10 GARCIA MÁYNE, EDUARDO. Introducción al estudio del derecho. Ed. Porrúa, México, 1980, p. 390., citado en GARMENDIA ARIGON Mario, en Prescripción laboral, p. 130. 11 Señala MONTOYA MELGAR, Alfredo que “La importancia del Derecho transitorio es especialmente relevante en materia de Seguridad Social, donde la preocupación de no conculcar derechos adquiridos se plasma en la fijación de minuciosas y complejas reglas transitorias”: Derecho del Trabajo, Ed. Tecnos, Madrid, p. 232 en GARMENDIA ARIGON Mario. Prescripción laboral… ob. cit. p. 131 12 Les conflits des lois dans le temps. 2º, edición, París 1959, p. 122, citado por PLA RODRÍGUEZ , Américo. Curso de Derecho Labora. t. I, vol. I, Montevideo, 1979, p. 174). Des conflicts de lois dans le temps, París, 1929, I, p. 574, citado por GARCIA MÁYNEZ, Eduardo. Introducción al estudio… ob. cit., p. 393, GARMENDIA ARIGON Mario, en Prescripción laboral…ob. cit. p. 131. 13 Idem. 14 CALDERA, RAFAEL. Derecho del Trabajo. Buenos Aires, 1960, p. 200 citado por GARMENDIA ARIGON Mario, en Prescripción laboral… ob. cit. p. 133. 15 DE LA CUEVA, Mario. El nuevo Derecho Mexicano del Trabajo. México 1977, p. 149 citado por GARMENDIA ARIGON Mario en Prescripción laboral… ob. cit. p. 133. 16 Idem. 17 DE FERRARI, Francisco. Lecciones del Derecho del Trabajo. T. I, FDCS, p. 387; BARBAGELATA, Héctor Hugo. Derecho Laboral. T. I, vol. 1, FCU, p. 175; PLA RODRIGUEZ, A. Curso de Derecho laboral ... ob. cit., t. I, v. 1, p. 175, citados por GARMENDIA ARIGON Mario en Prescripción laboral… ob. cit. p. 134. 18 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del Trabajo… ob. cit. p. 228. KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado práctico de Derecho del trabajo…. ob. cit. p. 91. ALBURQUERQUE, Rafael F. Derecho del trabajo. Tomo I. Ediciones Jurídicas Trajano Potentini. República Dominicana, 2003, p. 146. 19 Artículos 9, 10 y 11 del Código Civil. 20 Es el caso de la Ley N° 16.824 de 30 de abril de 1997 y Ley N° 17.952 de 9 de enero de 2006. 21 GARMENDIA ARIGON Mario en Prescripción laboral… ob. cit. p. 134 a 136. 22 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado práctico de derecho del trabajo. V. 1. Buenos Aires 195, p. 83, citado por GARMENDIA ARIGON Mario, en Prescripción laboral… ob. cit., p. 136. 23 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. “Sobre la eficacia de los convenios internacionales y problemas conexos” en rev. Derecho Laboral T XVI, Nº 91, Montevideo 1973, p. 601 y ss. 24 BARBAGELATA, Héctor-Hugo, idem; cfr. RACCIATTI Octavio Carlos, “Los convenios internacional del trabajo y las leyes posteriores a su ratificación” rev. Derecho Laboral, T.XXXVII, Nº 174, Montevideo 1994, p. 206 y 207. 25 PLA RODRÍGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. 2a Edición, Montevideo 1980, T. 1 V. II p. l00. 26 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral... ob. cit. T. 1 V. II , p. 101 a 102. 27 RACCIATTI, Octavio Carlos. ob. cit., p. 219 y 220. 28 PLA RODRIGUEZ, Américo. Los principios del Derecho del trabajo. 3º edición. Depalma. Buenos Aires, 2007, p. 108-112. Capítulo IX. LA LEY LABORAL EN EL ESPACIO Juan Raso Delgue y Alejandro Castello 1. Introducción Fenómenos antiguos y nuevos del trabajo humano tienen cada vez mayores proyecciones a nivel internacional y/o trasnacional. Durante gran parte del siglo pasado la problemática internacional del derecho del trabajo estaba limitada fundamentalmente a la cuestión de las migraciones y al estudio de las normas emanadas de la Organización Internacional del Trabajo. En realidad, estas dos situaciones, aunque originadas en el ámbito internacional, seguían perteneciendo a la órbita del derecho interno del trabajo, por lo que mal se las podía elegir como ejemplos de derecho internacional. En el primer caso –el de las migraciones– la problemática se limitaba a la obligación de los Estados de dar a los trabajadores inmigrantes los mismos derechos que tuvieran sus nacionales, Se trataba – en otras palabras– de garantizar al trabajador extranjero la aplicación de las normas de derecho laboral interno del país donde ésta había fijado su nueva residencia. En el logro de este objetivo se agotaba la aspiración social y jurídica de la época. En el segundo caso –los convenios internacionales del trabajo– debe precisarse que estas normas, si bien tienen una fuente internacional, no están destinadas a resolver problemas de derecho internacional del trabajo. La función de la O.I.T es la de desarrollar una obra de uniformización de la legislación laboral en los diversos países miembros, de modo que una determinada situación tenga la misma solución en territorios nacionales distintos. Pero en definitiva, dichas normas regulan la problemática laboral interna de los Estados, sin hacer referencia a cuestiones de relaciones extranacionales. Puede así expresarse que la O.I.T es una fuente internacional de creación de “normas laborales de derecho interno y sustantivo” 1. ¿Cuál es por lo tanto el ámbito del derecho internacional del trabajo propiamente dicho o el derecho de las relaciones de trabajo trasnacionales? Plá Rodriguez lo fija en el “estudio de la determinación de la ley aplicable en aquellos casos en que una relación laboral posee componentes que proceden de más de un país. O sea, los conflictos de leyes laborales en el espacio o los límites de la aplicación de las leyes laborales en el espacio”2. Ermida Uriarte centra su definición en los componentes internacionales que eventualmente conforman la relación de trabajo y denomina derecho del trabajo internacional a la “disciplina jurídica que analiza los problemas planteados por la presencia de elementos internacionales o extranacionales en una relación de trabajo y que busca solucionar, por lo tanto, los conflictos espaciales de leyes laborales” 3. El Derecho de las relaciones de trabajo trasnacionales o internacionales puede tener fuentes de origen internacional (Declaraciones, pactos, tratados bi o multilaterales, acuerdos regionales, etc.), pero también tiene como fuente a las normas internas que determinan la regla aplicable frente a una situación susceptible de ser regulada por sistemas jurídicos distintos. Podría concebirse un país que no hubiera suscrito ningún tratado o acuerdo internacional o regional, pero en ese país no dejarían de suscitarse problemas de derecho internacional del trabajo y no dejarían de tener solución jurídica esas situaciones, por más que hubiera ausencia de textos internacionales. Aun en el caso que se fallara según un criterio estrictamente nacional, esa opción trasuntaría en definitiva la aplicación de un criterio de derecho internacional privado (lex loci executionis). Por otra parte es un hecho notorio que a partir de fines del siglo XX el fenómeno de la globalización, la integración regional, el avance de las comunicaciones, la facilidad de trasladarse de un área geográfica a otra, las hipótesis que ponen en juego problemas internacionales de derecho del trabajo son cada vez más numerosas, y los tratados y otras normas internacionales no son suficientes siquiera para cubrir una parte razonable de las lagunas del derecho internacional del trabajo. Resumiendo, podemos distinguir: 1. Normas internas, que tienen una fuente de rango internacional (Convenios Internacionales del Trabajo, convenios multinacionales, tratados, recomendaciones, que regulan aspectos sustantivos internos de cada país), pero que no regulan fenómenos internacionales sino internos. 2. Normas internacionales, cuya fuente es también de rango internacional, como en el caso anterior, que hacen referencia a problemas de aplicación de la ley laboral en el espacio. 3. Normas internacionales de origen interno, que también fijan soluciones a los conflictos en la aplicación de leyes de países distintos (ejemplo de ello es el apéndice del Título final de nuestro Código Civil). Pese al avance normativo, las situaciones que plantean conflictos de leyes en el espacio son cada vez más frecuentes en tiempos de globalización. A ello obedece no sólo la mayor interrelación económica y social entre los Estados, sino también la movilidad del capital financiero y los siempre presentes fenómenos migratorios que incluyen traslado de mano de obra barata (como en el siglo pasado), pero también una nueva categoría de trabajadores internacionales de alto nivel, que construyen su carrera formativa y profesional transfiriéndose en países, que no son el de su origen. En todas estas situaciones, las normas no siempre aseguran las necesarias tutelas jurídicas. Los acontecimientos intencionales avanzan con más rapidez que las leyes y los tratados y por lo tanto existe un perpetuo desfasaje entre hechos y normas. De ahí que las lagunas del derecho internacional del trabajo sean vastísimas y que muchos de los nuevos planteos encuentran la legislación “impreparada” para resolverlos. Ante un contrato de trabajo en que existen elementos extranacionales (una distinta residencia o nacionalidad de alguna de las partes o un distinto país donde se ejecuta la prestación del trabajo), ¿qué norma deberá aplicarse? El primer paso es acudir a las normas de origen bi o multinacionales; otras veces deberemos aplicar las reglas del derecho interno destinadas a resolver cuestiones internacionales; finalmente –como en los conflictos laborales comunes– quedará una zona reservada a la aplicación de los principios del derecho del trabajo, que proyectados a la esfera internacional, podemos denominar como “Principios del Derecho Internacional Privado del trabajo”. 2. La problemática de las relaciones laborales trasnacionales ¿Cuáles son las principales causas, situaciones y problemas que plantean las relaciones trasnacionales o internacionales del trabajo? En primer lugar, debemos naturalmente referirnos a las migraciones de tipo tradicional. Este fenómeno, fruto de la desocupación que con mayor o menor virulencia se extiende sobre vastas zonas del planeta, sigue aún hoy presentando dimensiones alarmantes. Sin embargo, ha habido –por lo menos en los países más avanzados– una modificación cualitativa del enfoque del problema. Tradicionalmente se estudió la migración, limitada a la relación entre el trabajador migrante y el Estado que lo recibe: se buscaba la integración del emigrante al contexto socio-económico del país de admisión, promoviendo la igualdad de trato entre nacionales y extranjeros y evitando todo tipo de discriminación. Hoy en día el fenómeno de la migración comienza a estudiarse desde la doble perspectiva del país de origen y el país de admisión. No se trata ya solo de hacer menos doloroso el desarraigo para el emigrante y su incorporación a una nueva sociedad, sino que se buscan soluciones que permitan dejar las puertas abiertas al emigrante para que vuelva a su país. Al reconocer esta doble pertenencia del trabajador migrante al país de origen y al de admisión, deberá necesariamente reconocerse como corolario la doble pertenencia a la legislación de esos dos países. Al considerarse el emigrante no en una situación estática (como residente habitual en el país de admisión), sino en una posición dinámica (con posibilidad de trasladarse a otros países y especialmente, regresar a su propio país), la problemática jurídica pasa de ser simplemente interna del país de inmigración, para volverse internacional. En este sentido mucho se ha avanzado en nuestro país y en el mundo en la aprobación de acuerdos bi y multinacionales especialmente en materia de seguridad social. Otro aspecto de la problemática internacional está referido a la proyección geográfica sobre el planeta de las llamadas empresas multinacionales, entendiendo por tales en una acepción amplia, “los conjuntos económico distribuidos internacionalmente” 4. En estos grupos de empresas es común el traslado de trabajadores entre la casa madre y las filiales o entre las filiales de un mismo grupo. Es más, la carrera de un trabajador está generalmente pautada por permanencias en diversos territorios. Por otra parte, las empresas han adoptado en cada país estructuras que les permitan actuar con la mayor libertad posible, por lo que en el plano estrictamente jurídico cada sociedad es independiente de las demás, que pertenecen al grupo. Esto provoca una compleja serie de problemas con relación –entre otros– al cálculo de la antigüedad, los beneficios sociales y laborales, las reglas de ajuste de los salarios, la legitimidad de las cláusulas contractuales, régimen aplicable para la disolución del contrato de trabajo, conservación de los derechos adquiridos en sedes anteriores, etc. No escapan a la problemática del derecho internacional las situaciones relativas a los funcionarios locales de las delegaciones diplomáticas (Embajadas, Consulados, Organismos Internacionales, etc.). Tradicionalmente el régimen de estos trabajadores era más favorable que el de los trabajadores comunes. Sin embargo, cada vez más la posición laboral de estos trabajadores fue equiparándose a la de los demás trabajadores locales y en muchos caso, se volvió menos tutelada. Hoy la aplicación del derecho del trabajo a los trabajadores locales de delegaciones diplomáticas, y de cuál debe ser el régimen aplicable (el derecho local, el del país de la delegación diplomática o el que surge del contrato) es un aspecto muy discutido a nivel teórico y de tribunales. Tradicionalmente los organismos internacionales y las embajadas se escudaban detrás de sus inmunidades, pero la jurisprudencia de los últimos años –a nivel nacional e internacional– ha ido derribando esa barrera y hoy los trabajadores locales de estas instituciones reclaman con regularidad ante los tribunales del trabajo los derechos que correspondan al trabajador común. Otro punto en discusión es el derecho aplicable a las obras binacionales, que si bien son expresión de la integración de los pueblos, originan problemas a nivel del derecho laboral. ¿Deberá ser la ley de cada territorio, la que deberá regular las relaciones de trabajo que en él se ejecutan o la ley del lugar de la contratación o aún deberá establecerse un estatuto especial? El problema se plantea con especial fuerza en relación al pago del salario y de los beneficios que lo acompañan: en efecto, si a igual tarea se paga un idéntico salario en tipo de divisas y valor numérico, esa remuneración podrá tener diferente valor real para el trabajador de un Estado (con moneda subvaluada) y el del otro Estado (con moneda sobrevaluada); por otra parte si se pretendiera corregir esa diferencia, pagando a los trabajadores según los valores habituales de cada Estado, se estaría validando el hecho que personas que realizan una misma tarea a veces en lugares comunes, perciban salarios diferentes. Otra cuestión a destacar es que la integración económica de vasta áreas geográficas ha intensificado el desarrollo de un nuevo tipo de emigración, mucho más fluctuante que la tradicional. Este fenómeno se registra, por ejemplo, con gran intensidad en las áreas regionales (Unión Europea, Mercosur, Nafta, etc.), donde las facilidades para trabajar concedidas a los ciudadanos de los países miembros han favorecido diversos tipo de migraciones temporarias (zafrales, fronterizos, etc.), sin resolver totalmente los problemas jurídicos vinculados al trabajo. También plantean problemas de derecho internacional del trabajo aquellos trabajadores que, trabajando para una sola empresa, deben en función de su tarea viajar. Casos típicos eran los del viajante internacional, los artistas, los transportistas, etc. A estas situaciones se han ido agregando nuevas, que derivan de la propia internacionalización del capital financiero y de la producción, como los representantes de bancos, los agentes que venden productos bursátiles, los auditores de compañías internacionales, y finalmente los nuevos teletrabajadores que trabajan en un país destinando el fruto de su trabajo a empresas instaladas en otros países. También la globalización ha desarrollado particulares actividades que, aunque pueden desarrollarse a nivel local, se ejercen en muchas ocasiones a través de los Estados: es el caso de la gente de mar y de los trabajadores de aerolíneas, cuyo trabajo no solo se ejecuta en diversos países, sino muchas veces para emple-adores con “banderas” que no son ni del país del trabajador, ni del país del empleador. 3. Legislación uruguaya sobre el conflicto de leyes en el espacio Como no es posible en esta exposición abarcar las soluciones que puedan brindar normas bi y multinacionales a casos puntuales, nos referiremos a las soluciones de nuestras normas nacionales en materia de conflicto de leyes en el espacio. La primera cuestión es definir cuándo no encontramos ante una situación que puede plantear este tipo de conflicto. Evidentemente para que ello ocurra, deberá existir un elemento extranacional en determinado contrato laboral celebrado en el país o en el exterior: a este elemento la doctrina llama “punto de conexión”. La lista de estos elementos no es taxativa y a modo de ejemplo indicamos los principales: el lugar de ejecución de la prestación, la nacionalidad o residencia del empleador, la nacionalidad o residencia del trabajador, y el lugar de la celebración del contrato. Ermida Uriarte analiza cuáles son los criterios aplicables a la solución de conflictos espaciales de normas laborales, contestando lo siguiente: “No cabe duda que a esta altura de los desarrollos doctrinarios prevalece la aplicación combinada de la norma del lugar de ejecución del trabajo y de la norma más favorable al trabajador, criterios impuestos por los caracteres y finalidades del derecho laboral y de sus instituciones (…) Las mayores dificultades se plantean cuando la ley de ejecución es inaplicable –o de dificultosa aplicación– dada la imposibilidad de determinar un único lugar de ejecución, problema que se da en aquellas relaciones de trabajo que se desarrollan sucesivamente en varios territorios nacionales o en aguas internacionales. En estos casos, el principio protector revela su máxima utilidad como punto de conexión y recibe el apoyo de la doctrina más recibida: se opta por aplicar la norma más favorable al trabajador, entre las razonablemente aplicables”5. El juslaboralista compatriota agrega: “la aplicación de los criterios de la norma del lugar de ejecución combinada con la norma más favorable, llevaría, en lo fundamental a aplicar los siguientes criterios cuando el conflicto de leyes se plantea respecto de una empresa multinacional: a) tratándose de un trabajador sedentario, se aplica la ley de lugar de ejecución; b) tratándose de un trabajador trasladado de un establecimiento a otro de la empresa multinacional, el trabajador puede reivindicar los beneficios propios del nuevo establecimiento, sin perjuicio de mantener las ventajas adquiridas en el anterior… En todos los casos, el criterio de la aplicación de la norma más favorable jugará un rol fundamental, impuesto por la naturaleza, principios y finalidad del derecho laboral. La aplicación de este criterio recibe el mismo fundamento que el de la ley de ejecución. La imperatividad de las normas laborales determinan la aplicación de la ley del lugar de ejecución; pero esa misma imperatividad de las normas laborales, en cuanto se refiere a los mínimos por ella edictados, justifica la aplicación de la norma más favorable, que supere aquellos mínimos”6. En el mismo sentido señala Nicoliello que “en las relaciones de trabajo, puede ocurrir que el trabajador, que se desempeñaba en un Estado, sea enviado a cumplir tareas en otro Estado, cambiando el lugar de ejecución. Esta mudanza da lugar a un cambio en la legislación aplicable a la relación de trabajo, pero el trabajador conserva las ventajas adquiridas. El traslado no significará, por consecuencia una modificación in pejus de su condición laboral, y se continuará aplicando la legislación del anterior lugar de trabajo, en la medida que le sea más favorable (…) El recurso de los derechos adquiridos, en materia laboral, no necesita, pues, de una norma de DIP que expresamente los reconozca. Se aplica una técnica específica de la disciplina laboral, emanada de los principios, aplicable por vía integrativa: la regla de la condición más beneficiosa, también denominada, por la doctrina francesa, de conservación de las ventajas adquiridas. La estricta territorialidad debe ceder frente a los principios del Derecho del trabajo” 7. En nuestro régimen jurídico no existen normas específicas para resolver los conflictos internacionales de trabajo y/o la aplicación de las leyes en el espacio, motivo por el cual deberá acudirse a las normas del ya citado “Apéndice del Título final del Código Civil”. En especial importa el art. 2401, que expresa: “Son competentes para conocer en los juicios a que dan lugar las relaciones jurídicas internacionales, los jueces del Estado a cuya ley corresponde el conocimiento de tales relaciones”. Por lo tanto de acuerdo a la norma del art. 2401, la jurisdicción internacionalmente competente se determina en virtud de la “ley (nacional) aplicable” a la relación8. El otro artículo del Apéndice, al que debe el intérprete remitirse, es el art. 2399 del Código Civil, que expresa: “Los actos jurídicos se rigen, en cuanto a su existencia, naturaleza, validez y efectos, por la ley del lugar de su cumplimiento, de conformidad, por otra parte, con las reglas del interpretación contenidas en los artículos 34 a 38 inclusive del Tratado de Derecho Civil de 1889”. La jurisprudencia ha expresado desde larga data que “El apéndice del Código Civil somete los actos jurídicos en general a la regulación establecida por los arts. 34 a 38 del Tratado de Derecho Civil de Montevideo de 1889, razón por la cual corresponde determinar dentro de qué categoría de acto jurídico allí prevista corresponde subsumir la relación (de trabajo)”. La misma “no puede ser catalogada dentro de los contratos sobre cosa cierta y determinada o sobre cosas de género ni sobre cosas fungibles; sino que debe ubicarse dentro de la categoría con que posee mayor afinidad, que es la de los contratos de servicios y en ellos, en el literal c) del art. 34 (del Tratado de Montevideo de 1889) tanto porque el servicio no recae sobre cosa (literal a), ni se relaciona su eficacia con algún lugar especial (literal b), cuanto porque en su actividad el barco afecta distintas jurisdicciones nacionales según las aguas que atraviesan; aparte de que si bien el contrato que sirve de fundamenta a la demandada dice que los servicios se prestarán en el buque “X X”, se estipula a continuación “o cualquier otro buque, al cual el empleado sea designado, transferido o enviado por el capitán y/o empleador”, ya de la propia Compañía ya de Compañías Asociadas”9. “Corresponde entonces –prosigue la sentencia– regular la prestación de servicios en estudio por la ley del lugar del domicilio del deudor al tiempo de la celebración del contrato (literal c), lo que plantea determinar que debe entenderse por deudor. Sobre el punto la doctrina nacional unánimemente ha sostenido que cuando se habla de deudor en la legislación en estudio, se hace referencia al deudor de la obligación típica del contrato, esto es al obligado a prestar servicios (Conf.: Alfonsín, Régimen Internacional de los Contrato, pp. 79 y 106). Por consiguiente, estando el deudor de la obligación típica de la prestación de servicios domiciliado en el Uruguay, la aplicable es nuestra legislación; y en mérito a lo dispuesto en el art. 2401 del Código Civil son competentes nuestros Tribunales (Criterio Asser)”10. Racciatti desarrolla el criterio Asser –conocido también como criterio objetivo indirecto o del paralelismo–, que se expresa en la regla que son competentes los jueces del Estado, cuya ley sea aplicable” La primera operación –expresa– es la determinación de la ley aplicable, al caso; una vez determinada ésta, se concluye en que son competentes los órganos judiciales de dicho estado. Así, solo se podrá conocer el tribunal competente, una vez que se conozca cuál es el derecho aplicable”. Este criterio – concluye– determina la competencia de los jueces laborales nacionales cuando la legislación aplicable es la del domicilio del trabajador (deudor de la obligación típica del contrato de trabajo)11. 4. Criterios para resolver los conflictos de leyes en el espacio Finalmente, señalemos que ante la creciente conflictividad en la aplicación de la ley en el espacio debido al aumento incesante de trasnacionalización de las relaciones de trabajo, se advierte que van perfilándose principios y criterio propios de la disciplina proyectados a la esfera global, no siempre coincidentes con las reglas tradicionales que nos vienen del Derecho Internacional Privado. Señalemos los principales: El principio de la territorialidad. Es el principio rector en materia de derecho internacional del trabajo. Se expresa diciendo que en aquellas situaciones susceptibles de ser reguladas por leyes de distintos países, en principio se debe aplicar la norma del territorio donde tiene lugar el cumplimiento de la obligación típica, es decir, la prestación del trabajo. En otras palabras, la residencia laboral en el Estado es siempre un presupuesto que justifica la aplicación de la legislación nacional. Ello se debe a que existe multiplicidad de institutos (horarios, descansos, salarios, seguridad e higiene laboral, etc.) que necesariamente deben regirse por la ley del lugar donde se trabaja, ya que de otro modo sería imposible que la Administración del trabajo vigile su cumplimiento. El principio protector. El principio protector –y las reglas de la norma más favorable y las condiciones más beneficiosas– se va extendiendo al campo de las relaciones laborales internacionales. Este principio se expresa en la regla que cuando a una relación de trabajo es posible aplicar la legislación de dos o más Estados, se preferirá aquella más beneficiosa para el trabajador. El principio de la realidad. La discordancia entre las formas y las realidades se presenta con particular frecuencia en las relaciones laborales con componentes internacionales. En efecto las empresas trasnacionales generalmente asumen identidades jurídicas distintas en los diversos países en que operan; pactan contratos que ocultan o modifican la realidad, para eludir obligaciones laborales del país de origen o de residencia; trabajadores que han prestado su actividad para una sola empresa multinacional, ven fragmentado el vínculo a través de una pluralidad de contratos, etc. El principio de la realidad permite en todos estos casos buscar la realidad subyacente a las formas. El principio de asimilación de territorios. Este principio se define expresando que la residencia de un trabajador en un Estando distinto del de su país de origen, se considerará como “residencia en su propio Estado”, a los efectos de la consecución de determinados derechos o beneficios (antigüedad, seguridad social, etc.). El principio de la acumulación de servicios. Se define afirmando que los períodos en que el trabajador desempeñó sus tareas en un país pueden acumularse a los cumplidos en otro u otros países, a los efectos de la generación de derechos frente al empleador o frente a los organismos de seguridad social. Este principio es hoy aplicado fundamentalmente en materia de seguridad social. Los tratados bi o multinacionales de seguridad social generalmente permiten acumular los servicios prestados en diversos Estados alcanzados por el tratado, y luego cada Estado paga las prestaciones proporcionalmente al tiempo en que el trabajador prestó las tareas en su territorio (principio pro rata tempore). El principio de la nacionalidad. Se expresa diciendo que la ley del país del que es nacional el trabajador –o el empleador en su caso– regulará en determinadas circunstancia la actividad laboral de ese trabajador –o empleador– en el extranjero. Se produce así una verdadera ultraterritorialidad de la ley que emigra al exterior junto al trabajador o a la empresa. Este criterio no es usual en la legislación de los países latinoamericanos, pero se ha aplicado en la Unión Europea (por ejemplo, la ley portuguesa se aplica a las empresas portuguesas que trabajan con obreros de esa nacionalidad en la realización de obras de vialidad en Alemania). De todos estos criterios, los que son usualmente más aceptados en nuestro país, especialmente por parte de la jurisprudencia, son los dos primeros. Ello implica que, si una relación de trabajo se ha desarrollado mayormente en nuestro país o tiene un punto de conexión fuerte con el mismo, lo habitual es que los jueces asuman competencia y apliquen la normativa uruguaya. NOTAS 1 PLA RODRIGUEZ, Américo. “Reflexiones sobre el derecho internacional del trabajo”, en rev. Derecho Laboral, T. XVIII, Nº 100, Montevideo, Diciembre de 1975, p. 621 y ss. 2 Idem. 3 ERMIDA URIARTE, Oscar. Empresas Multinacionales y Derecho Laboral. AMF. Montevideo 1981, p. 161. 4 Esta definición pertenece a PLA RORIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral, 2ª. Edic., Montevideo, 1979, T. 1, V. 1, p. 151 y ha sido recogida por ERMIDA URIARTE, Oscar, ob. cit., p. 107. 5 ERMIDA URIARTE, Oscar. Empresas multinacionales... ob. cit., p. 1 05 a 107. 6 Idem, p. 170 a 172. 7 NICOLIELLO, Ariel. “Alcances de la regla de la norma más favorable en la determinación de la ley aplicable y la jurisdicción competente en el Derecho Internacional del trabajo” en Revista Judicatura Nº 40. FCU, pág. 337 y 343. 8 TAT 2º, Sent, Nº 178 de 07.12.1982, publicada en rev. Derecho Laboral, T. XXVI, Nº 131, Montevideo 1983, p. 768. 9 Idem. 10 idem. Señalemos que esta Sentencia - como la misma lo reconoce - tuvo como “enjundioso” antecedente doctrinario el trabajo de ERMIDA URIARTE, Oscar, “Derecho del trabajo internacional, contrato de ajuste y personería laboral del empleador”, en la revista Derecho Laboral T. XXIV, 121, enero -marzo 1981, Montevideo, p. 91 y ss. 11 Racciatti, Octavio, “Conflicto de leyes y jurisdicciones en materia laboral”, en rev. Derecho Laboral. T. XXXV, Nº 167, Montevideo 1992, pp. 627 a 629, donde el autor desarrolla un extenso comentario sobre el criterio Asser. PARTE II. SUJETOS DEL DERECHO DEL TRABAJO Capítulo X. LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO Juan Raso Delgue 1. La historia de la OIT 1 1.1. Los orígenes La OIT fue creada en 1919, como parte del Tratado de Versalles que terminó con la Primera Guerra Mundial, y reflejó la convicción de que la justicia social es esencial para alcanzar una paz universal y permanente. Su Constitución fue elaborada entre enero y abril de 1919 por una Comisión del Trabajo establecida por la Conferencia de Paz, que se reunió por primera vez en París y luego en Versalles. La Comisión, presidida por Samuel Gompers, presidente de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL), estaba compuesta por representantes de nueve países: Bélgica, Cuba, Checoslovaquia, Francia, Italia, Japón, Polonia, Reino Unido y Estados Unidos. El resultado fue una organización tripartita, la única en su género con representantes de gobiernos, empleadores y trabajadores en sus órganos ejecutivos. La Constitución contenía ideas ya experimentadas en la Asociación Internacional para la Protección Internacional de los Trabajadores, fundada en Basilea en 1901. Las acciones en favor de una organización internacional que enfrentara temas laborales se iniciaron en el siglo XIX, y fueron lideradas por dos empresarios, Robert Owen (17711853) de Gales y Daniel Legrand (1783-1859) de Francia. La fuerza que impulsó la creación de la OIT fue provocada por consideraciones sobre seguridad, humanitarias, políticas y económicas. Al sintetizarlas, el Preámbulo de la Constitución de la OIT dice que las Altas Partes Contratantes estaban “movidas por sentimientos de justicia y humanidad así como por el deseo de asegurar la paz permanente en el mundo...”. Había un verdadero reconocimiento a la importancia de la justicia social para el logro de la paz, en contraste con un pasado de explotación de los trabajadores en los países industrializados de ese momento. Había también una comprensión cada vez mayor de la interdependencia económica del mundo y de la necesidad de cooperación para obtener igualdad en las condiciones de trabajo en los países que competían por mercados. El Preámbulo, al refejar estas ideas establecía: 1. Considerando que la paz universal y permanente sólo puede basarse en la justicia social; 2. Considerando que existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales; y considerando que es urgente mejorar dichas condiciones; 3. Considerando que si cualquier nación no adoptare un régimen de trabajo realmente humano, esta omisión constituiría un obstáculo a los esfuerzos de otras naciones que deseen mejorar la suerte de los trabajadores en sus propios países. Las áreas que enumera el Preámbulo continúan vigentes; por ejemplo: 1. Reglamentación de las horas de trabajo, incluyendo la duración máxima de la jornada de trabajo y la semana; 2. Reglamentación de la contratación de mano de obra, la prevención del desempleo y el suministro de un salario digno; 3. Protección del trabajador contra enfermedades o accidentes como consecuencia de su trabajo; 4. Protección de niños, jóvenes y mujeres. 5. Pensión de vejez e invalidez, protección de los intereses de los trabajadores ocupados en el extranjero; 6. Reconocimiento del principio de igualdad de retribución en igualdad de condiciones; 7. Reconocimiento del principio de libertad sindical; 8. Organización de la enseñanza profesional y técnica, y otras medidas similares. 1.2. El inicio La OIT ha realizado aportes importantes al mundo del trabajo desde sus primeros días. La primera Conferencia Internacional del Trabajo en Washington en octubre de 1919 adoptó seis Convenios Internacionales del Trabajo, que se referían a las horas de trabajo en la industria, desempleo, protección de la maternidad, trabajo nocturno de las mujeres, edad mínima y trabajo nocturno de los menores en la industria. La OIT estableció su sede en Ginebra en el verano de 1920 con el francés Albert Thomas como primer Presidente de la Oficina Internacional del Trabajo, que es la secretaría permanente de la Organización. Con gran ímpetu impulsó la adopción de 16 Convenios Internacionales del Trabajo y 18 Recomendaciones en menos de dos años. Este primer fervor pronto fue moderado, porque algunos gobiernos pensaban que había demasiados Convenios, el presupuesto era excesivo y los informes muy críticos. Sin embargo, la Corte Internacional de Justicia, bajo presión del Gobierno de Francia, declaró que el ámbito de acción de la OIT se extendía también a la reglamentación de las condiciones de trabajo del sector agrícola. En 1925 fue creado un Comité de Expertos como sistema de supervisión de la aplicación de las normas de la OIT. El Comité, que aún existe, está compuesto por juristas independientes responsables del análisis de los informes de los gobiernos y de presentar cada año a la Conferencia sus propios informes. 1.3. La depresión y la guerra El británico Harold Butler, sucesor de Albert Thomas desde 1932, tuvo que enfrentar la Gran Depresión y su consecuencia de desempleo masivo. Al darse cuenta de que para abordar temas laborales necesitaba también de la cooperación internacional, Estados Unidos se convirtió en Miembro de la OIT en 1934, aunque continuaba fuera de la Sociedad de las Naciones. El estadounidense John Winant asumió el cargo en 1939 cuando la Segunda Guerra Mundial era inminente. Por motivos de seguridad trasladó la sede de la OIT en forma temporal a Montreal, Canadá, en mayo de 1940. En 1941 cuando fue nombrado embajador de EE.UU. en Gran Bretaña dejó la Organización. Su sucesor, el irlandés Edward Phelan, había ayudado a escribir la Constitución de 1919 y desempeñó otra vez un papel importante durante la reunión de Filadelfia de la Conferencia Internacional del Trabajo realizada en medio de la Segunda Guerra Mundial, en la cual participaron representantes de gobiernos, empleadores y trabajadores de 41 países. Los delegados aprobaron la Declaración de Filadelfia, incorporada a la Constitución, que constituye aún una Carta de los propósitos y objetivos de la OIT. En 1946, la OIT se convirtió en una agencia especializada de la recién creada Organización de las Naciones Unidas. En 1948, todavía bajo la dirección de Phelan, la Conferencia Internacional del Trabajo adoptó el Convenio No. 87 sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación. 1.4. Los años de la post guerra El estadounidense David Morse fue Director General entre 1948 y 1970, período durante el cual se duplicó el número de países miembros. La Organización asumió su carácter universal, los países industrializados pasaron a ser una minoría ante los países en desarrollo, el presupuesto creció cinco veces y el número de funcionarios se cuadruplicó. La OIT creó el Instituto Internacional de Estudios Laborales con sede en Ginebra en 1960 y el Centro Internacional de Formación en Turín en 1965. La Organización ganó el Premio Nobel de la Paz en su 50 aniversario en 1969. Entre 1970 y 1973, con el británico Wilfred Jenks como Director General, la OIT avanzó en el desarrollo de normas y de mecanismos para la supervisión de su aplicación, en particular en la promoción de la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación. Su sucesor, el francés Francis Blanchard, extendió la cooperación técnica de la OIT con países en desarrollo y logró evitar el deterioro la Organización pese a la pérdida de un cuarto de su presupuesto tras el retiro de EE.UU. desde 1977 hasta 1980. La OIT desempeñó también un papel importante en la emancipación de Polonia de la dictadura, al darle su apoyo total a la legitimación del sindicato Solidarnosc basándose en el respeto del Convenio No. 87 sobre libertad sindical, que Polonia había ratificado en 1957. Michel Hansenne de Bélgica asumió el cargo en 1989 y condujo la OIT después del fin de la Guerra Fría. Puso énfasis en la importancia de colocar la justicia social al centro de las políticas económicas y sociales internacionales. También orientó a la OIT hacia una decentralización, con mayores actividades y recursos fuera de la sede de Ginebra. El 4 de marzo 1999 el chileno Juan Somavia asumió el cargo de Director General. Somavia ha planteado la importancia de convertir el Trabajo Decente en un objetivo estratégico internacional y de promover una globalización justa. También ha destacado el trabajo como un instrumento para la superación de la pobreza y el papel de la OIT en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que incluyen la reducción de la pobreza a la mitad para 2015. 2. La estructura de la OIT 2 La Organización Internacional del Trabajo (OIT) es la única agencia de las Naciones Unidas cuyos mandantes son representantes de gobiernos, empleadores y trabajadores. Esta estructura tripartita hace de la OIT un foro singular en el cual los gobiernos y los interlocutores sociales de la economía de sus 183 Estados Miembros pueden libre y abiertamente confrontar experiencias y comparar políticas nacionales. Un aspecto esencial en las actividades de la OIT es la importancia de la cooperación entre gobiernos y organizaciones de trabajadores y empleadores en la promoción del progreso social y económico. El objetivo de la OIT es responder a las necesidades de los hombres y mujeres trabajadores al reunir a gobiernos, empleadores y trabajadores para establecer normas del trabajo, desarrollar políticas y concebir programas. La estructura de la OIT, en la cual trabajadores y empleadores tienen el mismo derecho a voto que los gobiernos en sus deliberaciones, es una muestra del diálogo social en acción. De esta manera se garantiza que las opiniones de los interlocutores sociales queden fielmente reflejadas en las normas laborales, políticas y programas de la OIT. La OIT fomenta el tripartismo dentro de sus mandantes y Estados miembros, al promover el diálogo social entre las organizaciones sindicales y de empleadores en la formulación –y cuando es pertinente– en la aplicación de las políticas nacionales en el ámbito social y económico, así como respecto a muchas otras cuestiones. La OIT realiza su trabajo a través de tres órganos fundamentales (la Conferencia Internacional del Trabajo, el Consejo de Administración y la Oficina), los cuales cuentan con representantes de gobiernos, empleadores y trabajadores. El Consejo de Administración y la Oficina son asistidos en su labor por comisiones tripartitas que se ocupan de los principales sectores económicos. Además reciben apoyo de los comités de expertos en materia de formación profesional, desarrollo de la capacidad administrativa, seguridad y salud en el trabajo, relaciones laborales, educación de los trabajadores y problemas específicos que afectan a las mujeres y a los jóvenes trabajadores. La OIT organiza periódicamente reuniones regionales de los Estados miembros con el fin de analizar los asuntos que revisten especial interés para las respectivas regiones. Sus principales organismos son la Conferencia Internacional del Trabajo, el Consejos de Administración y la Oficina. La preside un Director General. 2.1. La Conferencia Internacional del Trabajo La Conferencia Internacional del Trabajo, que se reúne una vez al año, establece las normas internacionales del trabajo y define las políticas generales de la Organización. La Conferencia, que con frecuencia es denominada el parlamento internacional del trabajo, es también un foro para la discusión de cuestiones sociales y laborales fundamentales. 2.2. El Consejo de Administración El Consejo de Administración es el órgano ejecutivo de la Oficina Internacional del Trabajo y se reúne tres veces al año en Ginebra. Toma decisiones sobre la política de la OIT y establece el programa y el presupuesto, que después es sometido a la Conferencia para su adopción. 2.3. La Oficina La Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra es la secretaría permanente de la Organización Internacional del Trabajo, su sede operativa, centro de investigación y casa editora. La administración y la gestión se hallan descentralizadas en oficinas regionales, de zona y de correspondencia en más de 40 países bajo la dirección de un Director General. 2.4. El Director General Cada cinco años el Consejo de Administración elige un nuevo Director General. Sujeto a las instrucciones del Consejo de Administración, él/ella es responsable del comportamiento eficaz de la Oficina Internacional del Trabajo y de cualquier otra tarea que le pueda ser asignada. El Director General puede ser reelecto sin límite de veces. 3. Los instrumentos normativos de la OIT. Los convenios y las recomendaciones Las principales normas internacionales que aprueba la Conferencia Internacional del Trabajo son los Convenios y las Recomendaciones. Dichos documentos son así determinados por el art. 19 de la Constitución de la OIT: 3.1. Convenios y Recomendaciones. Decisiones de la Conferencia Cuando la Conferencia se pronuncie a favor de la adopción de proposiciones relativas a una cuestión del orden del día, tendrá que determinar si dichas proposiciones han de revestir la forma: a) de un convenio internacional, o b) de una recomendación, si la cuestión tratada, o uno de sus aspectos, no se prestare en ese momento para la adopción de un convenio. 3.2. Mayoría necesaria En ambos casos, para que la Conferencia adopte en votación final el convenio o la recomendación será necesaria una mayoría de dos tercios de los votos emitidos por los delegados presentes. 3.3. Modificaciones para adaptarse a las condiciones locales Al elaborar cualquier convenio o recomendación de aplicación general, la Conferencia deberá tener en cuenta aquellos países donde el clima, el desarrollo incompleto de la organización industrial u otras circunstancias particulares hagan esencialmente diferentes las condiciones de trabajo, y deberá proponer las modificaciones que considere necesarias de acuerdo con las condiciones peculiares de dichos países. 3.5. Textos auténticos El Presidente de la Conferencia y el Director General autenticarán, con sus firmas, dos copias del convenio o de la recomendación. De estas copias, una se depositará en los archivos de la Oficina Internacional del Trabajo y la otra se enviará al Secretario General de las Naciones Unidas. El Director General remitirá una copia certificada del convenio o de la recomendación a cada uno de los Miembros. 3.6. Obligaciones de los Miembros en cuanto a los convenios En el caso de un convenio: a) el convenio se comunicará a todos los Miembros para su ratificación; b) cada uno de los Miembros se obliga a someter el convenio, en el término de un año a partir de la clausura de la reunión de la Conferencia (o, cuando por circunstancias excepcionales no pueda hacerse en el término de un año, tan pronto sea posible, pero nunca más de dieciocho meses después de clausurada la reunión de la Conferencia), a la autoridad o autoridades a quienes competa el asunto, al efecto de que le den forma de ley o adopten otras medidas; c) los Miembros informarán al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo sobre las medidas adoptadas de acuerdo con este artículo para someter el convenio a la autoridad o autoridades competentes, comunicándole, al mismo tiempo, los datos relativos a la autoridad o autoridades consideradas competentes y a las medidas por ellas adoptadas; d) si el Miembro obtuviere el consentimiento de la autoridad o autoridades a quienes competa el asunto, comunicará la ratificación formal del convenio al Director General y adoptará las medidas necesarias para hacer efectivas las disposiciones de dicho convenio; e) si el Miembro no obtuviere el consentimiento de la autoridad o autoridades a quienes competa el asunto, no recaerá sobre dicho Miembro ninguna otra obligación, a excepción de la de informar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, con la frecuencia que fije el Consejo de Administración, sobre el estado de su legislación y la práctica en lo que respecta a los asuntos tratados en el convenio, precisando en qué medida se ha puesto o se propone poner en ejecución cualquiera de las disposiciones del convenio, por vía legislativa o administrativa, por medio de contratos colectivos, o de otro modo, e indicando las dificultades que impiden o retrasan la ratificación de dicho convenio. 3.7. Obligaciones de los Miembros en cuanto a las recomendaciones En el caso de una recomendación: a) la recomendación se comunicará a todos los Miembros para su examen, a fin de ponerla en ejecución por medio de la legislación nacional o de otro modo; b) cada uno de los Miembros se obliga a someter la recomendación, en el término de un año a partir de la clausura de la reunión de la Conferencia (o, cuando por circunstancias excepcionales no pueda hacerse en el término de un año, tan pronto sea posible, pero nunca más de dieciocho meses después de clausurada la reunión de la Conferencia), a la autoridad o autoridades a quienes competa el asunto, al efecto de que le den forma de ley o adopten otras medidas; c) los Miembros informarán al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo sobre las medidas adoptadas de acuerdo con este artículo para someter la recomendación a la autoridad o autoridades competentes, comunicándole, al mismo tiempo, los datos relativos a la autoridad o autoridades consideradas competentes y las medidas por ellas adoptadas; d) salvo la obligación de someter la recomendación a la autoridad o autoridades competentes, no recaerá sobre los Miembros ninguna otra obligación, a excepción de la de informar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, con la frecuencia que fije el Consejo de Administración, sobre el estado de su legislación y la práctica en lo que respecta a los asuntos tratados en la recomendación, precisando en qué medida se han puesto o se propone poner en ejecución las disposiciones de la recomendación, y las modificaciones que se considere o pueda considerarse necesario hacer a estas disposiciones para adoptarlas o aplicarlas. En el caso de un Estado federal, se aplicarán las siguientes disposiciones: a) respecto a los convenios y recomendaciones que el gobierno federal considere apropiados de acuerdo con su sistema constitucional para la adopción de medidas en el ámbito federal, las obligaciones del Estado federal serán las mismas que las de los Miembros que no sean Estados federales; b) respecto a los convenios y recomendaciones que el gobierno federal considere más apropiados, total o parcialmente, de acuerdo con su sistema constitucional, para la adopción de medidas por parte de los Estados, provincias o cantones constitutivos que por parte del Estado federal, el gobierno federal: i) adoptará, de acuerdo con su constitución o las constituciones de los Estados, provincias o cantones interesados, medidas efectivas para someter tales convenios y recomendaciones, a más tardar dieciocho meses después de clausurada la reunión de la Conferencia a las autoridades federales, estatales, provinciales o cantonales apropiadas, al efecto de que les den forma de ley o adopten otras medidas; ii) adoptará medidas, condicionadas al acuerdo de los gobiernos de los Estados, provincias o cantones interesados, para celebrar consultas periódicas entre las autoridades federales y las de los Estados, provincias o cantones interesados, a fin de promover dentro del Estado federal, medidas coordinadas para poner en ejecución las disposiciones de tales convenios y recomendaciones; iii) informará al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo sobre las medidas adoptadas de acuerdo con este artículo para someter tales convenios y recomendaciones a las autoridades federales, estatales, provinciales o cantonales apropiadas comunicándole al mismo tiempo los datos relativos a las autoridades consideradas apropiadas y a las medidas por ellas adoptadas; iv) informará al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo respecto a cada uno de esos convenios que no haya ratificado, con la frecuencia que fije el Consejo de Administración, sobre el estado de la legislación y la práctica de la federación y sus Estados, provincias o cantones constitutivos, precisando en qué medida se ha puesto o se propone poner en ejecución cualquiera de las disposiciones del convenio, por vía legislativa o administrativa, por medio de contratos colectivos, o de otro modo; v) informará al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo respecto a cada una de esas recomendaciones. 4. La aplicación y promoción de las normas 3 Las normas internacionales del trabajo están respaldadas por un sistema de control que es único en el ámbito internacional y que contribuye a garantizar que los países apliquen los convenios que ratifican. La OIT examina regularmente la aplicación de las normas en los Estados Miembros y señala áreas en las que se podría mejorar su aplicación. Si existe algún problema en la aplicación de las normas, la OIT se dirige a asistir a los países, a través del diálogo social y de la asistencia técnica La OIT ha creado diversos mecanismos de control que permiten hacer un seguimiento de las medidas adoptadas para hacer efectivos los convenios y recomendaciones por ley y en la práctica, tras su aprobación por la Conferencia Internacional del Trabajo y su ratificación por los Estados. 4.1. Mecanismos de control Existen dos tipos de mecanismos de control: 1. Sistema de control periódico: prevé el examen de las memorias que presentan periódicamente los Estados Miembros sobre las medidas que han adoptado para poner en ejecución los convenios a los cuales se han adherido 2. Procedimientos especiales: incluyen un procedimiento de reclamaciones y un procedimiento de quejas de aplicación general, así como un procedimiento especial en materia de libertad sindical 4.2. Mecanismo de control periódico de la aplicación de las normas El mecanismo de control periódico se basa en el examen de las memorias sobre la aplicación por ley y en la práctica que los Estados Miembros envían, así como en las observaciones a ese respecto remitidas por las organizaciones de trabajadores y de empleadores. Dos órganos de la OIT llevan a cabo dicho examen: 1) la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones En 1926, se creó la Comisión de Expertos, con el fin de examinar el creciente número de memorias de los gobiernos sobre los convenios ratificados. Actualmente, está compuesta por 20 juristas eminentes, nombrados por el Consejo de Administración por periodos de tres años. Los Expertos proceden de diferentes regiones geográficas y de diferentes sistemas jurídicos y culturas. El cometido de la Comisión de Expertos es la realización de una evaluación técnica imparcial del estado de la aplicación de las normas internacionales del trabajo. 2) la Comisión tripartita de Aplicación de Convenios y Recomendaciones de la Conferencia Internacional del Trabajo. El informe anual de la Comisión de Expertos, que generalmente se adopta en diciembre, se presenta a la siguiente Conferencia Internacional del Trabajo, en el mes de junio, donde es examinado por la Comisión de Aplicación de Normas de la Conferencia. Esta Comisión, que es permanente, está compuesta por delegados de los gobiernos, de los empleadores y de los trabajadores. Analiza el Informe en un marco tripartito y selecciona del mismo diversos comentarios que serán objeto de debate. 4.3. Procedimientos especiales A diferencia del mecanismo de control periódico, los tres procedimientos enumerados a continuación se basan en la presentación de una reclamación o de una queja: 1) procedimiento de reclamación con respecto a la aplicación de convenios ratificados; 2) procedimiento de queja con respecto a la aplicación de convenios ratificados; 3) procedimiento especial de queja por violación de la libertad sindical: Comité de Libertad Sindical. 5. La Declaración de la OIT relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo (1998) Esta Declaración –aprobada en Ginebra por la Conferencia Internacional del Trabajo el 19 de junio de 1998, por impulso del Director Juan Somavía4– es uno de los textos más importantes de la OIT y tiene como principal objetivo mínimo la ratificación y aplicación efectiva de los 7 Convenios Internacionales del Trabajo considerados fundamentales: libertad sindical y negociación colectiva (núms. 87 y 98), trabajo forzoso (núms. 29 y 105), lucha contra la discriminación (núms. 100 y 111) y edad mínima (núm. 138). La parte central de la Declación expresa: “Premisas (........), La Conferencia Internacional del Trabajo, 1. Recuerda: a) que al incorporarse libremente a la OIT, todos los Miembros han aceptado los principios y derechos enunciados en su Constitución y en la Declaración de Filadelfia, y se han comprometido a esforzarse por lograr los objetivos generales de la Organización en toda la medida de sus posibilidades y atendiendo a sus condiciones específicas; b) que esos principios y derechos han sido expresados y desarrollados en forma de derechos y obligaciones específicos en convenios que han sido reconocidos como fundamentales dentro y fuera de la Organización. 2. Declara que todos los Miembros, aun cuando no hayan ratificado los convenios aludidos, tienen un compromiso que se deriva de su mera pertenencia a la Organización de respetar, promover y hacer realidad, de buena fe y de conformidad con la Constitución, los principios relativos a los derechos fundamentales que son objeto de esos convenios, es decir: a) la libertad de asociación y la libertad sindical y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva; b) la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio; c) la abolición efectiva del trabajo infantil; y d) la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación. 3. Reconoce la obligación de la Organización de ayudar a sus Miembros, en respuesta a las necesidades que hayan establecido y expresado, a alcanzar esos objetivos haciendo pleno uso de sus recursos constitucionales, de funcionamiento y presupuestarios, incluida la movilización de recursos y apoyo externos, así como alentando a otras organizaciones internacionales con las que la OIT ha establecido relaciones, de conformidad con el artículo 12 de su Constitución, a respaldar esos esfuerzos: a) ofreciendo cooperación técnica y servicios de asesoramiento destinados a promover la ratificación y aplicación de los convenios fundamentales; b) asistiendo a los Miembros que todavía no están en condiciones de ratificar todos o algunos de esos convenios en sus esfuerzos por respetar, promover y hacer realidad los principios relativos a los derechos fundamentales que son objeto de esos convenios; y c) ayudando a los Miembros en sus esfuerzos por crear un entorno favorable de desarrollo económico y social. 4. Decide que, para hacer plenamente efectiva la presente Declaración, se pondrá en marcha un seguimiento promocional, que sea creíble y eficaz, con arreglo a las modalidades que se establecen en el anexo que se considerará parte integrante de la Declaración. 5. Subraya que las normas del trabajo no deberían utilizarse con fines comerciales proteccionistas y que nada en la presente Declaración y su seguimiento podrá invocarse ni utilizarse de otro modo con dichos fines; además, no debería en modo alguno ponerse en cuestión la ventaja comparativa de cualquier país sobre la base de la presente Declaración y su seguimiento”. 6. Uruguay y la OIT Nuestro país se coloca entre aquellos que han ratificado un mayor número de Convenios colectivos. El 5 de abril de 1933 se promulgó el Decreto-Ley Nº 8.950 por el que se aprobaron en forma general y sin especiales fundamentaciones los siguientes Convenios Internacionales del Trabajo: 1. Convenio sobre la limitación a ocho horas por día y a cuarenta y ocho horas por semana en los establecimientos industriales, 1919; 2. Convenio sobre la desocupación, 1919, (denunciado el 11.11.1982); 3. Convenio sobre la protección de la maternidad, 1919, (denunciado el 17.10.1955); 4. Convenio sobre el trabajo nocturno de las mujeres, 1919, (denunciado el 17.10.1955); 5. Convenio sobre la edad mínima en la industria, 1919, (denunciado el 17.10.1955); 6. Convenio sobre trabajo nocturno de los menores en la industria, 1919, (denunciado el 17.10.1955); 7. Convenio sobre edad mínima en el trabajo marítimo, 1920, (denunciado el 17.10.1955); 8. Convenio sobre la indemnización por interrupción del trabajo en caso de pérdida por naufragio, 1920; 9. Convenio sobre la colocación de los marinos, 1920; 10. Convenio sobre el mínimo de edad de admisión de los niños en los trabajos agrícolas, 1921, (denunciado el 2.6.1977); 11. Convenio sobre los derechos de asociación y de coalición de los trabajadores agrícolas, 1921; 12. Convenio sobre la reparación de accidentes del trabajo en la agricultura, 1921, (denunciado el 28.7.1978); 13. Convenio sobre el empleo de la cerusa en la pintura, 1921; 14. Convenio sobre la aplicación del descanso semanal en los establecimientos industriales, 1921; 15. Convenio sobre el mínimo de edad de admisión de los jóvenes para el trabajo en calidad de pañoleros o fogoneros, 1921, (denunciado el 2.6.1977); 16. Convenio sobre el examen médico obligatorio de los niños y de los jóvenes empleados a bordo de los buques, 1921; 17. Convenio sobre la reparación de los accidentes del trabajo (denunciado el 28.7.1978), 1925; 18. Convenio sobre la reparación por las enfermedades profesionales, 1925 (denunciado el 17.10.1955); 19. Convenio sobre la igualdad de tratamiento a los trabajadores extranjeros y nacionales en materia de reparación por accidentes del trabajo, 1925; 20. Convenio sobre el trabajo nocturno en las panaderías, 1925, (denunciado el 26.5.1978); 21. Convenio sobre la simplificación de la inspección de los emigrantes a bordo de los navíos, 1926; 22. Convenio sobre el enrolamiento de la gente de mar, 1926; 23. Convenio sobre la repatriación de la gente de mar, 1926; 24. Convenio sobre el seguro de enfermedades de los obreros en la industria, en el comercio y en el servicio doméstico, 1927, (denunciado el 28.7.1978); 25. Convenio sobre el seguro de enfermedades para los trabajadores agrícolas, 1927 (denunciado el 28.7.1978); 26. Convenio sobre la institución de métodos para fijar los salarios mínimos, 1928; 27. Convenio sobre la indicación de los pesos correspondientes a los grandes bultos transportados por barcos, 1929; 29. Convenio sobre trabajo forzoso y obligatorio, 1930, que no fue ratificado por el Decreto-Ley Nº 8.950, sino posteriormente por Ley Nº 16.643 de 08.12.1994; 30. Convenio sobre la reglamentación de la duración del trabajo en el comercio y en las oficinas, 1930; 32. Convenio sobre la protección contra accidentes de los trabajadores ocupados en la carga y descarga de los buques (revisado), 1932; 33. Convenio sobre la edad de admisión de los niños a los trabajos no industriales, 1932, (denunciado el 18.3.1954). Posteriormente por Ley Nº 12.030 de 27.11.1953 se aprueban en bloque los siguientes convenios: 42. Convenio sobre la reparación de enfermedades profesionales, 1934, (denunciado el 28.6.1973); 43. Convenio sobre las horas de trabajo en las fábricas automáticas de vidrio, 1934; 45. Sobre el empleo de mujeres en trabajos subterráneos en las minas de todas clases, 1935, (denunciado el 26.5.1978); 52. Sobre vacaciones anuales pagadas, 1936, (denunciado el 2.6.1977); 54. Convenio sobre las vacaciones anuales pagadas a los marinos, 1936; 58. Convenio sobre la edad mínima de admisión de los niños al trabajo marítimo, 1936, (denunciado el 2.6.1977); 59. Convenio sobre la edad de admisión de los niños en los trabajos industriales, 1937, (denunciado el 2.6.1977); 60. Convenio sobre la edad de admisión de los niños en los trabajos no industriales, 1937, (denunciado el 2.6.1977); 62. Convenio sobre los preceptos de seguridad en la industria de la edificación, 1937, (denunciado el 25.5.2005); 63. Convenio sobre la estadística de los salarios y de las horas de trabajo en las principales industrias mineras y manufactureras, incluidas la edificación, y en la agricultura, 1938; 67. Convenio sobre la reglamentación de la duración del trabajo y de los descansos de los conductores (y de sus ayudantes) de vehículos utilizados en transporte por carretera, 1939, (denunciado el 19.6.1989); 73. Convenio sobre el examen médico de los marinos, 1946; 77. Convenio sobre el examen médico de aptitud para el empleo de niños y adolescentes en la industria, 1946; 78. Convenio sobre el examen médico de aptitud para el empleo de niños y adolescentes en trabajos no industriales, 1946; 79. Convenio sobre la limitación del trabajo nocturno de niños y adolescentes en trabajos no industriales, 1946; 80. Convenio sobre la revisión parcial de los Convenios adoptados por la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo, en sus primeras 28 reuniones, 1946; 81. Convenio sobre la Inspección del Trabajo, 1947; 87. Convenio sobre la libertad sindical y a la protección del derecho sindical, 1948; 89. Convenio (revisado) sobre el trabajo nocturno de las mujeres, 1948, (denunciado el 25.2.1982); 90. Convenio (revisado) sobre el trabajo nocturno de los niños en la industria, 1948; 93. Convenio (revisado) sobre salarios, duración del trabajo a bordo y dotación, 1949; 94. Convenio sobre las cláusulas de trabajo en los contratos celebrados por las autoridades públicas, 1949; 95. Convenio sobre la protección del salario, 1949; 96. Convenio (revisado) sobre las agencias retribuidas de colocación, 1949, (denunciado el 14.6.2004); 97. Convenio (revisado) sobre la contratación, colocación y condiciones de trabajo en los trabajadores migrantes, 1949; 98. Convenio sobre la aplicación de los principios del derecho de organización y de negociación colectiva, 1949; 99. Convenio sobre los métodos para la fijación de salarios mínimos en la agricultura, 1951; 101. Convenio sobre las vacaciones pagadas en la agricultura (denunciado el 2.6.19, 1951); y 103. Convenio (revisado) sobre la protección de la maternidad, 1952. Luego de las ratificaciones aprobadas por la Ley Nº 12.030, nuestro país no ratificará convenios internacionales del trabajo por un extenso período y en lo sucesivo las ratificaciones serán –salvo excepciones– individuales y no en bloque. Los convenios ratificados con posterioridad a la Ley Nº 12.030 son los siguientes: 102. Convenio sobre la seguridad social, 1952, ratificado por Ley Nº 16.609 de 02.10.2009. 105. Convenio sobre la abolición del trabajo forzoso, 1957, ratificado por Ley Nº 13.657 de 16.05.1968; 106. Convenio sobre el descanso semanal, 1957, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.111 de 30.04.1973 108. Convenio sobre los documentos de identidad de la gente de mar, 1958, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.112 de 30.04.1973; 110. Convenio sobre las plantaciones, 1958, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.113 de 30.04.1973; 111. Convenio sobre la discriminación en el empleo y la ocupación, 1958, ratificado por Ley Nº 16.063 de 06.10.1989; 112. Convenio sobre la edad mínima de los pescadores, 1959, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.114 de 30.04.1973; 113. Convenio sobre el examen médico de los pescadores, 1959, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.111 de 30.04.1973; 114. Convenio sobre el contrato de enrolamiento de los pescadores, 1959, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.111 de 30.04.1973; 115. Convenio sobre la protección contra las radiaciones, 1960, ratificado por Decreto-Ley Nº 15.325 de 30.09.1982; 116. Convenio sobre las revisión de los convenios de las primeras 32 reuniones, 1961, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.115 de 30.04.1973; 118. Convenio sobre igualdad de trato en materia de seguridad social, 1962, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.790 de 01.06.1978. Este decreto volvió a ratificarse por Decreto-Ley Nº 15.363 de 30.12.1982, cumpliendo con el requisito de aceptar expresamente las obligaciones impuestas por el Convenio en materia de asistencia médica, prestaciones de enfermedad, prestaciones de maternidad, prestaciones en caso de accidentes del trabajo y de enfermedades profesionales, prestaciones de desempleo y prestaciones familiares; 119. Convenio sobre la protección de la maquinaria, 1963, ratificado por DecretoLey Nº 14.565 de 30.08.1976; 120. Convenio sobre la higiene en comercio y oficinas, 1964, ratificado por Ley Nº 16.643 de 08.12.1994; 121. Convenio sobre las prestaciones en caso de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, 1964, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.116 de 30.04.1973; 122. Convenio sobre la política del empleo, 1964, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.566 de 30.08.1976; 128. Convenio sobre las prestaciones de invalidez, vejez y sobrevivientes, 1967, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.117 de 30.04.1973; 129. Convenio sobre la inspección del trabajo en la agricultura, 1969, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.118 de 30.04.1973; 130. Convenio sobre asistencia médica y prestaciones monetarias de enfermedad, 1969, ratificado por Decreto-Ley 14.119 de 30.04.1973; 131. Convenio sobre la fijación de salarios mínimos, 1970, ratificado por DecretoLey Nº 14.567 de 30.08.1976; 132. Convenio sobre las vacaciones pagas (revisado), 1970, ratificado por DecretoLey Nº 14.568 de 30.08.1976; 133. Convenio sobre el alojamiento de la tripulación, 1970, ratificado por DecretoLey Nº 14.569 de 30.08.1976; 134. Convenio sobre la prevención de accidentes de la gente de mar, 1970, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.561 de 23.08.1976; 136. Convenio sobre el benceno, 1971, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.567 de 30.08.1976; 137. Convenio sobre el trabajo portuario, 1973, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.984 de 24.12.1979; 138. Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo, 1973, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.567 de 30.08.1976; 139. Convenio sobre el cáncer profesional, 1974, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.976 de 14.12.1979 141. Convenio sobre las organizaciones de trabajadores rurales, 1975, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 144. Convenio sobre la consulta tripartita (normas internacionales del trabajo), 1976, ratificado por Ley Nº 15.857 de 25.03.1987; 148. Convenio sobre el medio ambiente de trabajo (contaminación del aire, ruido y vibraciones), 1977, ratificado por Ley Nº 15.965 de 28.06.1988; 149. Convenio sobre el personal de enfermería, 1977, ratificado por Decreto-Ley Nº 14.906 de 02.07.1979; 150. Convenio sobre la administración del trabajo, 1978, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 151. Convenio sobre las relaciones de trabajo en la administración pública, 1978, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 153. Convenio sobre duración del trabajo y períodos de descanso en el transporte por carretera, 1979, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 154. Convenio sobre la negociación colectiva, 1981, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 155. Convenio sobre seguridad y salud de los trabajadores, 1981, ratificado por Ley Nº 15.965 de 28.06.1988; 156. Convenio sobre los trabajadores con responsabilidades familiares, 1981, ratificado por Ley Nº 16.039 de 08.05.1989; 159. Convenio sobre la readaptación profesional y el empleo (personas inválidas), 1983, ratificado por Ley Nº 15.878 de 12.08.1987; 161. Convenio sobre los servicios de salud en el trabajo, 1985, ratificado por Ley Nº 15.965 de 28.06.1988; 162. Convenio sobre el asbesto, 1986, ratificado por Ley Nº 16.643 de 08.12.1994; 167. Convenio sobre seguridad y salud en la construcción, 1988, ratificado por Ley Nº 17.584 de 14.12.2002; 172. Convenio sobre las condiciones de trabajo en hoteles y restaurantes, 1991, ratificado por Ley Nº 16.644 de 09.12.1994; 181. Convenio sobre las agencias de empleo privadas, 1997, ratificado por Ley Nº 17.692 de 26.09.2003; 182. Convenio sobre las peores formas de trabajo infantil, 1999, ratificado por Ley Nº 17.298 de 15.03.2001; 184. Convenio sobre la seguridad y la salud en la agricultura, 2001, ratificado por Ley Nº 17.828 de 15.09.2004. NOTAS 1 Extracto de “La Organización Internacional del Trabajo y la lucha por la justicia social, 1919 -2009” de Gerry Rodgers; Lee Swepston; Eddy Lee y Jasmien van Daele, Ginebra 2009. 2 OIT, “About the ILO: how the ILO works” (versión española), Ginebra 2010. 3 OIT, “Aplicación y promoción de los standares internacionales del trabajo”. Ginebra, 2010 4 Juan Somavia - chileno - fue elegido noveno Director General de la Oficina Internacional del Trabajo por el Consejo de Administración de la OIT el 23 de marzo de 1998. Asumió su mandato de cinco años el 4 de marzo de 1999, convirtiéndose así en el primer representante del hemisferio sur en dirigir la Organiza ción. En marzo de 2003, el Sr. Somavia fue reelegido para un segundo mandato de cinco años, y para un tercer mandato el 18 de noviembre de 2008. Capítulo XI. EL TRABAJADOR Juan Raso Delgue y Alejandro Castello 1. Concepto de trabajador En una primera aproximación, podemos expresar que por trabajador entendemos la persona física que realiza tareas manuales o intelectuales para producir bienes o servicios. El concepto de trabajador en sentido amplio incluye todo sujeto, independientemente de la forma de realizar la prestación laboral (subordinado, autónomo, cooperativista, etc.) En la disciplina laboral, la palabra trabajador refiere a una concepción más restrictiva refiriéndose a uno de los sujetos –el que brinda la actividad a cambio de un salario– del contrato de trabajo. Las calificación de un trabajador como sujeto del contrato laboral tiene por lo tanto su raíz en la propia relación de trabajo, en la existencia de subordinación y en la enajenación que el trabajador hace del fruto de su trabajo a cambio de un salario (ajenidad). Doctrinariamente se ha dicho que el trabajador es el principal protagonista del Derecho del trabajo, por ser el destinatario básico de la disciplina, y que desde un punto de visto técnico jurídico puede ser definido como “la persona física que libremente se obliga a trabajar por cuenta y bajo dependencia ajena a cambio de una remuneración, y en virtud de contrato de trabajo”, mientras que desde el punto de vista económico es “toda persona física que realiza una actividad determinada con una finalidad productiva”1. En España, el Estatuto de los Trabajadores, recoge en su artículo 1.1 una definición que puede considerarse universalmente aceptable: son trabajadores asalariados aquellos que “voluntariamente presten sus servicios retribuidos por cuenta ajena y dentro del ámbito de organización y dirección de otra persona, física o jurídica, denominada empleador o empresario”. Según la doctrina española, esta definición comprende tanto el trabajo manual como el trabajo intelectual, tanto los obreros como los empleados, así como todos los niveles de cualificación y las diferentes funciones o categorías laborales, habiendo cuatro notas que caracterizan el concepto legal de trabajador: a) voluntariedad; b) ajenidad; c) dependencia y d) retribución2. Señala Rafael F. Alburquerque que la legislación dominicana define al trabajador como “la persona que presta un servicio en virtud de un contrato de trabajo” (art. 2), siendo la subordinación el rasgo que determina su calidad principal, al punto que cuando se usa el término “trabajador” debe entenderse como tal al “trabajador subordinado” 3. Alice Monteiro de Barros define al trabajador como la persona física que presta servicios de naturaleza no eventual a favor de un empleador, mediante salario y subordinación jurídica, pudiendo ser los servicios de carácter técnico, intelectual o manual, integrando cualquier categoría profesional, lo que coincide básicamente con la definición que abriga el art. 3 de la Consolidación de leyes del trabajo de Brasil 4. Estas premisas nos permiten afirmar que al hablar de trabajador en el derecho laboral, nos referimos a la persona física que presta su actividad, de cualquier tipo, bajo subordinación, dentro de un vínculo laboral en el que su contraparte es el empleador. 2. Denominación y clasificaciones Históricamente han existido diversas formas de nombrar el sujeto trabajador 5. Las primeras normas de nuestra legislación laboral utilizan distintas denominaciones para referirse a él. La Ley Nº 5.032 (prevención de accidentes de trabajo) habla de “operarios” y “personal de trabajo”, la Ley Nº 5.350 (limitación de la jornada) refiere a los “obreros”. “dependientes” y “empleados” y a partir de la Ley 7.318 (descanso semanal) los términos más frecuentes son los de “empleados” y “obreros”. La distinción terminológica entre las dos expresiones refiere al tipo de actividad que realiza el trabajador: intelectual o más intelectual y administrativa el empleado, manual o predominantemente manual el obrero. La diferencia no es meramente terminológica, puesto que el examen de la legislación del trabajo en nuestro país sigue mostrando una diferencia de derechos entre el empleado y el obrero, en beneficio del primero. La jornada laboral, el salario, la indemnización por despido –es decir los institutos centrales del derecho individual del trabajo– establecen diferencias importantes en materia de beneficios para nos u otros trabajadores. La explicación de esta diferenciación que subiste en nuestro dìas encuentra su origen histórico en la mayor aproximación que tenían los empleados administrativos a su patrono, que además los consideraba en cierto modo de su misma clase social. Esto no acontecía con el personal obrero, que seguramente por ese motivo quedó más distanciado del acceso a mayores beneficios de la legislación laboral. Otra denominación que se emplea con relación al trabajo es la de “funcionario”, pero la misma está reservada casi exclusivamente a la actividad pública. Si bien existe una concepción general con vocación de expansión que quiere reunir bajo un mismo “Derecho general del trabajo” a todo trabajador –público y privado–, lo cierto es que siguen existiendo reglas muy diversas entre una situación y otra (se habla de vínculos contractuales en la actividad privada y de una posición estatutaria en el caso de la actividad pública), hecho que se refleja en la denominación: “trabajadores” (o empleados y obreros) en un caso, “funcionarios” en el otro 4 bis . Otra clasificación es la que tiene su origen en el modo en que el trabajador percibe su salario. Se denominará “mensual” al trabajador que percibe un salario fijo a la culminación de cada mes; “jornalero” al trabajador que genera su salario por día trabajado y al que generalmente se le paga al final de la quincena; “destajista” al trabajador que recibe su remuneración en función de las piezas que produce o de los servicios que presta. Las modalidades de “jornalero” y “destajistas” son típicas del trabajo obrero, mientras la percepción mensual del salario es propia de los empleados. 3. Características de la figura del trabajador Si vinculamos al sujeto trabajador con las características principales del vínculo laboral subordinado, podremos definir algunas características del mismo: a) Persona física: el trabajador –a diferencia del empleador– siempre deberá ser un sujeto físico. No se admite que el trabajador sea una personas jurídica: así por ejemplo un conjunto que personas que opere como una sociedad de responsabilidad limitada no podrá ser considerada (ni la sociedad, ni sus socios) “trabajadores” a los efectos del derecho del trabajo. Ello obviamente es así, con la salvedad que la sociedad debe ser real y no la cobertura formal de relaciones subordinadas encubiertas. De todos modos, en este último caso –que se comprobara que la sociedad es sólo una cobertura formal y no una entidad real– las personas que efectivamente realicen el trabajo, serán siempre personas físicas. b) Carácter personalísimo de la prestación: la segunda importante característica de la figura del trabajador es el carácter personal del vínculo. El contrato de trabajo –según expresan coincidentemente doctrina y jurisprudencia– es un contrato “intuitu personae” con relación a la figura del trabajador. Esto significa que el compromiso de trabajo se estipula directamente con la persona del trabajador contratado. Supongamos, a vía de ejemplo, que un trabajador enfermo mande a trabajar a la empresa en su sustitución a un familiar: si el empleador acepta la sustitución, en ese mismo instante nace una nueva relación laboral con el trabajador sustituto, sin posibilidad que éste sea considerado un mero representante de aquél. Esta particular características determina otras dos consecuencias: a) el trabajador no puede imponer al empleador un sustituto, por más habilidoso o competente que fuera (intransferibilidad del contrato de trabajo); b) la muerte del trabajador extingue el contrato de trabajo. 4. El personal de dirección Una cuestión que se debate es si el personal superior o de dirección debe ser considerados “trabajadores” a los efectos del derecho del trabajo y tener las mismas protecciones que el trabajador común. El personal superior ocupa una posición algo híbrida en la estructura de la empresa, porque por un lado está conformado por trabajadores subordinados, como los demás trabajadores, pero por el otro –ya sea por su poder de dirección delegado o por su profesionalidad técnica– ayudan a conformar la voluntad de la empresa: de este modo son en parte trabajadores y en parte delegados o asesores del empleador. Ghezzi y Romagnoli expresan con acierto que lo que caracteriza el personal de dirección es “el poder de orientar con sus propias decisiones la actividad de la empresa, de forma tal para incidir con sus propias decisiones (salvo aquellas que pertenecen exclusivamente al empresario) sobre todo el proceso productivo”6. Muchas legislaciones han resuelto el punto, excluyendo al personal de dirección de todos o parte de los beneficios de la legislación laboral. En nuestro derecho no hay previsiones expresas, salvo algunas normas que refieren al personal de dirección ya sea para excluirlo del beneficio de las horas extra (Decreto 611/980) o incluirlo en el beneficio del descanso semanal (Ley Nº 7.318). Debe también acotarse que en muchos laudos de los Consejos de salario se excluye al personal superior del sistema de mínimos y de ajustes salariales. Lo expresado permite entender por qué en los sistemas de relaciones laborales del mundo se excluye por ejemplo su participación –o es mal vista– en la organización sindical tradicional, que reúne a los trabajadores subordinados normales de la empresa. Los trabajadores dependientes ven al personal superior como expresión de la empresa: el gerente para un trabajador es su empleador, aunque en realidad el gerente es técnicamente tan subordinado como él. Existe una ambivalencia en el personal superior: participa de las decisiones de la empresa, pero a la hora de un conflicto entre èl y la empresa aparece en toda su evidencia el vínculo de subordinación. El debate acerca de si el personal de alta dirección puede ser trabajador subordinado o no, se exterioriza particularmente en la figura de los Directores y Administradores de sociedades. Debe recordarse que para la posición tradicional o clásica, el vínculo entre el Director y la Sociedad se explicaba por la figura de la locación de servicios o el mandato, ya que el art. 405 del Código de Comercio los definía como mandatarios revocables7. Sin embargo, la realidad ha demostrado que es necesario distinguir entre Directores externos, estatutarios, de asiento o societarios, cuya función básica es la de representar y administrar la sociedad (art. 79, 375, 376 y 381 de la Ley Nº 16.060), y Directores internos o ejecutivos, que a las funciones anteriores suman otras de índole operativas o del día a día, según la distribución de áreas o departamentos conforme a las pautas técnicas de la disciplina de organización de la empresa 8. Estos últimos son los que muchas veces revisten la calidad de Director-empleado. Dicha distinción fue advertida en nuestro país por Plá Rodríguez, quien señala que los Directores de sociedades anónimas que tienen ciertas funciones específicas (DirectorGerente, Director Administrativo, Director Contable, etc.), son empleados, diferenciándolos de aquellos que se desempeñan meramente como Directores, los cuales no cabe duda de que en cuanto tales, no son trabajadores, por no estar sometidos a ningún de subordinación9. La jurisprudencia laboral uruguaya, luego de algunas vacilaciones iniciales, actualmente acepta que “no hay razón para rehusarse a admitir en general que una misma persona pueda ostentar la doble condición de Director de una SA y de empleado de la misma, pues por la primera no es otra cosa que titular o soporte de un órgano de una organización jurídica, y por la segunda, titular o centro de imputación de obligaciones y derechos, en forma directa. De modo pues que no tiene la menor justificación decir que en tales circunstancias el trabajador sería empleado de sí mismo” 10, por lo que debe analizarse caso a caso para determinar si se constata “una tarea adicional y diversa a la de Director en el seno de la empresa”11 y a su vez, se configuran los elementos propios de una relación laboral, especialmente la subordinación jurídica 12. 5. Trabajadores independientes Los nuevos modos de producción y las tecnologías han promovido un crecimiento del trabajo independiente a expensas del trabajo subordinado. En general, el trabajo autónomo ha sido definido de forma residual o por oposición al trabajo subordinado. Sin embargo, algunos autores han intentado una conceptuali-zación del trabajo independiente, señalando que son aquellos que “trabajan en utilidad patrimonial propia (y no por cuenta ajena) y (o) en régimen de auto organización (y no bajo dependencia ajena). Tal es el caso de las diversas categorías de trabajadores independientes o autónomos, cuyo trabajo se canaliza jurídicamente no a través del cauce del contrato de trabajo sino a través de negocios jurídicos diversos, como el arrendamiento civil de servicios, las puras y simples ventas de los bienes producidos o las ejecuciones civiles de obras”13. Por regla, el trabajador independiente no goza de los beneficios de la legislación laboral (licencia, aguinaldo, despido, etc.), aunque la seguridad social le ha extendido tutelas en materia de las contingencias de vejez y sobrevivencia, enfermedad, asignaciones familiares, etc. La ausencia de beneficios laborales determina que el trabajo independiente se vuelva “competitivo” frente al trabajo subordinado: en todos los países con legislaciones sociales avanzadas, el trabajo independiente es más barato que el trabajo dependiente. Supiot expresa que la distinción entre trabajo asalariado y trabajo independiente carece de un valor intrínseco y absoluto. La diversidad de las formas de trabajo concreto se manifiesta a través de una diversidad de posibilidades, por lo que determinado trabajo podrá ser tratado como asalariado o como independiente 14. Los menores costos han desarrollado un “falso” trabajo independiente, contratado por empresas que buscan a través de la contratación simulada tres objetivos: menores costos laborales, mayor flexibilidad de la organización del trabajo, eliminación o reducción de la presencia sindical. Entre las dos situaciones –legitimidad y simulación– existen vastas zonas grises, en que se vuelve dificultoso concluir si la presencia de trabajo independiente es una expresión lícita de una nueva concepción del trabajo o si estamos en presencia de las más sofisticadas expresiones de la simulación. La problemática del trabajo independiente se expresa en la preocupación de si su contratación responde a una exigencia real del mercado de los servicios o si, en cambio, es un instrumento patológico que esconde una real relación de trabajo subordinado, sin los costos y las relativas tutelas. 6. El trabajador parasubordinado Se ha venido perfilando especialmente en la doctrina europea la definición de un “tertium genus” para reconocer un trabajo parasubordinado, que no es ni totalmente subordinado, ni totalmente independiente. Giugni había cuestionado la subordinación como criterio formal de individualización del contrato de trabajo y presupuesto del derecho del trabajo. La subordinación –expresa– “ha perdido los caracteres del antiguo droit ouvrier y termina por cubrir un área interclasista: la pequeña burguesía de empleados primero y gradualmente... la nueva clase de managers”, por lo que debajo del concepto de subordinación se colocan trabajadores que tienen condiciones muy distintas entre ellos 15. Como lo señala Giuseppe Ferraro, junto al trabajo dependiente emergen una serie de formas de empleo que acrecientan la potencialidad y discrecionalidad organizativa de las empresas, permitiendo en el ámbito de una única realidad productiva una gama de relaciones jurídicas diferenciadas, metafóricamente definidas por “círculos concéntricos” según la mayor o menor estabilidad del vínculo negocial con la empresa 16. La doctrina italiana ha elaborado la noción de “trabajo continuativo y coordinado, prevalentemente personal, aunque no necesariamente subordinado”. En nuestra doctrina, se afilia a esta posición Fernandez Brignoni, quien expresa: “El criterio de la subordinación jurídica no resuelve un importante número de situaciones donde falta o no se percibe claramente la dependencia jurídica, pero sí la dependencia de tipo económica, idéntica a la que originó el surgimiento del derecho del trabajo, y posteriormente la elaboración de la subordinación como concepto jurídico... Por ello la doctrina ha identificado estas situaciones con el nombre de trabajadores parasubordinados. Se trata del trabajo prestado para otro en forma predominantemente personal, continua y coordinada y con cierta autonomía e independencia jurídica” 17. Frente a la dicotomía trabajador subordinado/trabajador independiente, el derecho alemán ha elaborado la noción de “employee-like persons” para clasificar aquellas personas que son formalmente trabajadores independientes, pero cuya situación económica es más cercana a la del trabajador dependiente que al independiente, y por lo tanto deben extenderse a ellos determinadas tutelas sociales. La dependencia económica y la debilidad contractual a la que está sometido el trabajo parasubordinado, ha generado que tanto desde la doctrina como del sector político se hayan formulado propuestas legislativas para otorgar un marco tutelar mínimo 18. A vía de ejemplo, se ha propuesto redefinir el tipo tradicional de contrato de trabajo para abarcar bajo una misma figura al trabajo autónomo, asociativo y subordinado, estableciendo una protección mínima general y cláusulas de tutela adicional facultativas. Es decir, se reduciría la intensidad de la tutela general para ampliar los sujetos alcanzados por la misma 19. Sin embargo, ante la ausencia de normas concretas que regulen el trabajo parasubordinado, parecería que el mismo debe regirse por las normas, criterios y principios que rigen el trabajo autónomo o el trabajado dependiente, según cada caso concreto. En efecto, ambos comparten la característica de constituir modalidades de trabajo que se ejecutan en régimen de independencia jurídica en relación al comitente o receptor de los servicios, aún cuando pueda existir dependencia económica. 7. Otras situaciones (familiares, socios, etc.) Finalmente, se debate en torno a si puede asumir la calidad de “trabajador”, la persona que presta servicios en el marco de ciertas relaciones jurídicas especiales, como es el caso de los vínculos con familiares (padres, hijos, cónyuges o concubinos, hermanos, etc.) o con socios. En el primer caso, a falta de un texto legal expreso que lo prohíba, la posición que actualmente puede considerarse como predominante es que siempre que se verifiquen todas las notas caracterizantes de la figura del trabajador y de la relación de trabajo, particularmente la subordinación, es posible el surgimiento de un vínculo laboral entre familiares. Naturalmente, el examen de la situación deberá hacerse con especial rigor ya que deberá deslindarse claramente entre el poder de dirección que deriva de un contrato de trabajo, de los derechos y deberes que surgen del status familiar (patria potestad, auxilios y deber de colaboración entre cónyuges, etc.). En el caso de la relación entre cónyuges, la tradicional resistencia a admitir que pueda configurarse una relación laboral entre los mismos ha quedado desvirtuada a partir del reconocimiento legal de que puede configurarse tal relación entre los concubinos. Así, el art. 23 de la Ley Nº 18.246 del año 2007 dispone que “La relación concubinaria no obsta a los derechos derivados de la relación laboral entre los concubinos, siempre que se trate de trabajo desempeñado de manera permanente y subordinada. Se presume dicha relación, salvo prueba en contrario, cuando uno de los concubinos asume ante terceros la gestión y administración del negocio o empresa de que se trate”. Acorde a la misma, si legalmente un concubino/a puede ser trabajador en relación al otro, con más razón podrá serlo un cónyuge. En lo que concierne a la relación entre el socio y la sociedad, la cuestión se encuentra expresamente resuelta en la legislación en el caso de los socios de las cooperativas de trabajo. En tal sentido, el art. 101 de la Ley Nº 18.407 dispone que “Las remuneraciones mensuales de los socios de la cooperativa, a cuenta de los excedentes, no podrán ser inferiores al laudo y demás beneficios sociales que correspondan según la ley o el convenio colectivo aplicable a la actividad económica donde gire la cooperativa, con todos los beneficios sociales que legalmente correspondan. Asimismo, percibirán la cuota parte de los excedentes anuales, en proporción a la cantidad y calidad del trabajo realizado por cada uno durante el ejercicio económico, descontando las remuneraciones percibidas por todo concepto, de acuerdo con lo establecido en el precedente inciso”, mientras que el art. 102 establece que “Serán aplicables a todos los trabajadores, tengan o no la calidad de socios, las normas de protección de la legislación laboral y la previsión social, excepto la indemnización por despido a los socios excluidos”. Si bien para algunos autores dicha norma legal no implica aceptar que los socios cooperativistas sean trabajadores dependientes de la cooperativa 20, ya que la relación entre las partes no nace de un contrato de trabajo sino de un acto cooperativo, lo cierto es que en este caso estamos en presencia de una calificación legal de dependencia, o dicho de otro modo, ante la aplicación de la legislación laboral y social por imperio legal, más allá de que strictu sensu el beneficiario no sea un trabajador subordinado. Por esa razón, habitualmente la jurisprudencia suele aplicar de forma morigerada y flexible la normativa laboral a la situación de los socios cooperativistas (especialmente en materia de horarios de trabajo, descansos, etc.). Respecto a los demás tipos societarios (sociedades anónimas, sociedades de responsabilidad limitada, sociedades de hecho, etc.), la posibilidad de que se trabe un vínculo laboral con un socio o accionista no debe descartarse per se, debiéndose examinar cada caso concreto, tratando de deslindarse cuándo el trabajo responde a una obligación societaria y cuándo a un contrato de trabajo, ya que por regla sucederá lo primero. Si bien no es frecuente que puedan darse relaciones en esos diversos planos de manera simultánea (societario y laboral), en casos excepcionales ello puede ocurrir. En cualquier caso, la situación deberá ser examinada a la luz de los elementos ya mencionados (actividad personal, remuneración, subordinación, etc.) y principalmente de los principios de la disciplina (primacía de la realidad, razonabilidad, buena fe). NOTAS 1 LAS HERAS, Horacio y HIERREZUELO, Ricardo D. Tratado de derecho del trabajo. Tomo I. (Dirigido por Mario E. Ackerman y coordinado por Diego Tosca). Ed. Rubinzal Culzoni. Buenos Aires, 2005, p. 215 -216. 2 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo. 14º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 2005, p. 169-172. 3 ALBURQUERQUE, Rafael F. Derecho del trabajo. Tomo I. Ediciones Jurídicas Trajano Potentini. República Dominicana, 2003, p. 283. 4 MONTEIRO DE BARROS, Alice. Curso de Direito do trabalho. 5º edición. Ed. LTR. San Pablo, 2009, p. 265 266. 4bis Cfr. BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T. I V. 1, 2a edición actualizada y aumentada, FCU, 1995, pp. 105 y ss. 5 Rafael ALBURQUERQUE señala que la doctrina ha utilizado históricamente diversos vocablos como deudor del trabajo, asalariado, jornalero, operario, agente, obrero o empleado, pero el término que se ha impuesto en la práctica es el de “trabajador”: Derecho del trabajo, ob. cit. p. 283. 6 GHEZZI Giorgio y ROMAGNOLI Umberto. Il rapporto di lavoro. Bologna 1989, p. 135. 7 Este artículo del Código de Comercio fue derogado por la Ley Nº 16.060. 8 MATTA y TREJO, Guillermo E. “Las funciones del Director societario. Su distinción de las del Director interno o ejecutivo” en Sociedades Comerciales. Los Administradores y los Socios. Gobierno Corporativo, dirigido por José M. EMBID IRUJO y Daniel ROQUE VITOLO. Ed. Rubinzal- Culzoni, Buenos Aires, 2003, p. 237. 9 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. Tomo I vol. I, Ed. Acali, Montevideo, 1979, p. 126. 10 Anuario de Jurisprudencia Laboral 1992 c. 747. 11 AJL 1994-1995 c. 593. AJL 1996-1997 c. 1610. AJL 2000 c. 575 y 1146. 12 AJL 1993, c. 416 y 417. AJL 2001 c. 910. 13 MONTOYA MELAR, Alfredo. Derecho del Trabajo. 12º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 1991, pág. 275 y ss. 14 SUPIOT Alain, Trabajo asalariado y Trabajo independiente. Informe al VI° Congreso Europeo de derecho del trabajo (Varsovia 13-17 de setiembre de 1999), en Anales del Congreso, p. 143. 15 GIUGNI Gino, Giugni G. “Lavoro (diritto del)” en Enciclopedía del novecento, Roma 1978, Vol. III, , p. 947. 16 FERRARO, Giuseppe. “Del lavoro subordinato al lavoro autonomo” en Giornale di Diritto del Lavoro e d i Relazioni Industriali, Nº 79, anno XX, 1998,3, p. 435. 17 FERNANDEZ BRIGNONI Hugo. “Las empresas unipersonales en perspectiva laboral” en rev. Derecho Laboral N° 184, Montevideo 1996, p. 603, quien cita a RIVAS Daniel. La Subordinación, Criterio distinti vo del contrato de trabajo, Montevideo 1996, p. 61. 18 BIAGI, Marco y TIRABOSCHI, Michele. “Le proposte legislative in materia di lavoro parasubordinato: tipizzazioni di un tertium genus o codificazione di uno Statuto dei lavori” en Lavoro e Diritto, anno XIII, nº 4, autumno 1999, p. 571 y ss. 19 ALLEVA, Piergiovanni. “Ridefinizione della fattispecie di contrato di lavoro. Prima proposta di legge” en La disciplina del mercato del lavoro. Proposte per un Testo Unico a cura di Giorgio Ghezzi, Ed. Ediese, Roma , 1996, p. 187 y ss. 20 Véase más ampliamente: REYES, Sergio, LAMENZA, Alfredo, GUTIERREZ, Danilo y MACHADO, Jorge. Derecho cooperativo uruguayo. FCU, Montevideo, 2011, p. 203 -211 Capítulo XII. EL EMPLEADOR (y sus diversas formas de configuración) Juan Raso Delgue y Alejandro Castello 1. El sujeto empleador El empleador es la persona física o jurídica que contrata la prestación de trabajo subordinado con otro sujeto, denominado trabajador, el cual utiliza y dirige al mismo. A diferencia del trabajador, que es siempre una persona física (el contrato de trabajo es intuitu personae con respecto al trabajador, que siempre debe ejecutar personalmente su prestación), el empleador puede ser una persona física o jurídica, y la evolución de los modos de producción vuelven cada vez más normal que el sujeto empleador tenga la condición de persona jurídica. Además, no se requiere que el empleador persiga fines de lucro. En tal sentido, en muchos casos el receptor de los servicios contratará trabajo para obtener a través de su empresa un lucro, pero ello no es indispensable. Pensemos en las situaciones del trabajo doméstico o de una institución religiosa o política, que contrata a trabajadores dependientes para realizar sus actividades. En estos casos la inexistencia de la finalidad lucrativa no modifica la naturaleza del contrato ni altera la calidad de empleador de aquel que utiliza el trabajo. El empleador –en cuanto tal– asume al contratar al trabajador, la obligación de registrarlo ante la administración de trabajo y de pagarle un salario, conjuntamente con los demás beneficios que establece la legislación laboral, así como también contrae una importante serie de obligaciones en materia de seguridad e higiene laboral, seguridad social, entre otras. Debe también señalarse que el empleador es el sujeto que dirige la actividad laboral del trabajador y la disciplina. En el desempeño de su actividad el empleador utiliza, dirige, organiza y supervisa la prestación laboral de la contraparte, a quien retribuye con el pago de una remuneración. Interesa señalar que, en nuestro país no existe una definición de alcance general sobre la figura del empleador. Apenas pueden mencionarse algunas definiciones de carácter puntual, como es el caso del Decreto de 26 de abril de 1962, reglamentario de la ley N° 12.590 sobre vacaciones anuales, cuyo art. 1 define al empleador como “toda persona física o jurídica, compañía, agencia marítima, armador, patrón de buque, empresa o establecimiento –incluso los dedicados a tareas rurales- aunque no persiga fines de lucro, que emplee uno o más trabajadores”. Ante dicha laguna, ha sido la doctrina y la jurisprudencia las que se han encargado de delimitar la noción de empleador, recurriendo para ello a los elementos recién mencionados: contratación, pago de la remuneración, dirección y organización del trabajo, supervisión de la actividad laboral, etc. El modelo tradicional reconocía un contrato celebrado entre un sujeto emple-ador por un lado y un sujeto trabajador por el otro. Como ha señalado Córdova, el derecho laboral históricamente consideró como típico el trabajo asalariado prestado en relación de dependencia o subordinación y alrededor de esa situación fue construyendo el sistema de protecciones, prohibiciones y regulaciones que integra el derecho individual del trabajo. Gradualmente la tutela laboral fue privilegiando una forma de trabajo asalariado y dependiente que se caracterizaba por tres presupuestos adicionales: a) un empleo a tiempo completo dentro de los límites de la jornada máxima; b) un contrato de trabajo de duración indefinida; c) un trabajo prestado para un solo empleador en el centro de trabajo de éste 1. Barbagelata expresa de manera coincidente que “dentro de un contrato de trabajo considerado típico, el trabajador desempeña el trabajo durante una jornada completa, normalmente identificada con la jornada máxima legal, mantiene un vínculo por tiempo indefinido con un empleador, en cuyo establecimiento desempeña el trabajo” 2. Por lo tanto la idea del empleador, como persona física –o aún jurídica– pero propietaria del lugar de trabajo y parte en el contrato, fue una característica del vínculo bilateral que llamamos “contrato de trabajo típico” y en el que generalmente coincidían las formas con la realidad. Las transformaciones de la organización del trabajo a partir de los años ’80 del siglo pasado ponen en crisis este modelo tradicional y se produce una disociación entre el sujeto que contrata (en calidad de empleador) y la dirección del trabajo. Las nuevas formas de organización de la empresa muchas veces desdibujan u ocultan la figura del empleador real detrás de un empleador formal. En otros casos (subcontratación, intermediación, suministro de mano de obra) asistimos a la aparición de relaciones triangulares de trabajo, en las que además del sujeto trabajador, aparecen dos sujetos (empresa principal y tercerista) que de conforman una unidad compleja. La determinación del sujeto empleador siempre ha sido un punto de especial preocupación para el Derecho del trabajo. De ello dependen aspectos tan esenciales como la percepción del salario, la observancia de las condiciones de trabajo (jornada, descansos, vacaciones, etc.), el respeto y cuidado de la integridad física y moral del trabajador, el cumplimiento de las normas previsionales y la efectividad de los derechos colectivos (libertad sindical, negociación colectiva, huelga). Por regla general, la atribución de responsabilidad laboral recae directa y exclusivamente sobre el empleador, en tanto es éste el que requiere y contrata los servicios del trabajador. El empleador, que puede ser una persona física o jurídica, “es el que organiza y dirige la prestación de aquél, beneficiándose con ella a cambio de una remuneración, al tiempo que asume los riesgos de la explotación” 3. Contratación, remuneración, utilización, dirección y percepción de los beneficios del trabajo son las pautas que permiten identificar a la figura del empleador. Todos estos elementos son los que usualmente utilizan las legislaciones así como la doctrina y la jurisprudencia, para determinar qué sujeto es el que reviste la calidad de empleador, ya muchas veces los datos formales, como quién contrata o quién registra el trabajador ante los Organismos públicos correspondientes, no se corresponde con el sujeto que verdaderamente usa, dirige y se beneficia del trabajo. Al respecto, como lo ha puesto de manifiesto Rodríguez Piñero, la elusión de la condición de empleador es un viejo conocido del Derecho del Trabajo 4, siendo frecuente que la persona que contrata formalmente los servicios del trabajador no sea, en realidad, el sujeto que utiliza y se beneficia de los mismos. Para evitar esa disociación entre la forma y la sustancia y con la finalidad de proteger los créditos del trabajador, el Derecho del trabajo comparado suele cuestionar (limitando y regulando) o derechamente prohibir figuras como el “marchandage”, la cesión de mano de obra o cualquiera otra forma de interposición entre empleador y trabajador. Para estos casos el Derecho del Trabajo acude a sus principios, en especial al de primacía de la realidad, de manera de atribuir responsabilidad al auténtico empleador. Pero también utiliza los recursos del Derecho común, como es el caso de la responsabilidad solidaria. En tal sentido, la solidaridad en las obligaciones laborales también se utiliza para ampliar la responsabilidad laboral a terceros, que aun cuando no revistan formalmente la calidad de empleadores directos del trabajador, sus especiales vínculos con el empleador (comitente principal del trabajo, empresa dominante, adquirente del establecimiento, etc.) o con el trabajador (empresa usuaria de los servicios), constituyen razones que fundamentan que ciertos terceros respondan por los créditos adeudados al trabajador 5. 2. La pérdida de referencia del sujeto empleador en los procesos de tercerización. El conjunto económico En las últimas décadas se ha ido perdiendo la referencia del sujeto empleador a partir de nuevos criterios de organizar el trabajo (empresa sutíl, subcontratación, empresas en red, etc.). El Derecho del trabajo ha reaccionado en la mayoría de los países ante esta situación, prohibiéndola, restringiéndola o simplemente regulándola. En estos últimos casos la regulación ha apuntado –como con la aprobación de las Leyes Nº 18.099 y Nº 18.251 en Uruguay– a extender la responsabilidad a otros sujetos, que no son exclusivamente el empleador directo. Aún así no siempre es fácil determinar la existencia de los diversos sujetos que ocupan el rol de “verdadero empleador”. El mismo sistema de las Leyes Nº 18.099 y 18.251 parte de la premisa que existe un empresario principal que ha actuado de la forma que indican las leyes, es decir ha subcontratado, ha requerido la intervención de un intermediario o a solicitado un trabajador a una empresa de suministro de mano de obra. Pero no siempre los sujetos se conducen como indican las leyes y muchas veces, aún en la actual situación de tutelas laborales, no es fácil determinar quién es el empresario principal, es decir el destinatario final del trabajo realizado en régimen de subordinación. Interesa determinar el empleador, el verdadero empleador, el que aparece en el núcleo central de esa estructura productiva en red, porque como destinatario final y directo de lo producido por el trabajador, puede ser llamado a responsabilidad de las obligaciones que el contrato de trabajo pone a su cargo. La idea de un empleador único que subyace detrás de una pluralidad de empresas formalmente independientes, se consolidó a partir de la publicación del libro de Ermida Uriarte sobre las empresas multinacionales y el derecho laboral. Si bien el enfoque del trabajo apuntaba a las empresas que operan transnacio-nalmente, muchos de los conceptos expresados eran trasladables a todo grupo de empresas, no importando la dimensión geográfica de su acción. En particular Ermida Uriarte expresa que “grupo de empresas” es “el conjunto de empresas, formal y aparentemente independientes, que están, sin embargo, recíprocamente entrelazadas, al punto de formar un todo complejo pero compacto, en cuanto responde a un mismo interés. El poder económico se sitúa a nivel del grupo y no a nivel de cada empresa componente, aun cuando los derechos y obligaciones respecto de los terceros nazcan a nivel de cada una de ellas. Existe una unidad profunda bajo la pluralidad de personas aparentemente distintas. Por ello, el grupo se convierte en definitiva, en la única y verdadera empresa subyacente” 6. La consecuencia de la existencia del conjunto económico es la responsabilidad solidaria de todos los miembros del grupo por las obligaciones contraídas por cualquiera de los componentes del conjunto. La solidaridad se expresa como un efecto de la unidad subyacente “la que, revelada, traída a la superficie, determina la ineludible solidaridad de los sectores aparentemente independientes”7. La tesis del conjunto económico ha sido recibida firmemente por nuestra jurisprudencia, con pronunciamiento al más alto nivel: “Cuando dos empresas aparentemente independientes están vinculadas por un todo complejo, pero integral, entonces nos encontramos frente a una realidad económica, que seguramente es más económica que jurídica, la que ha sido recepcionada, aunque inorgánicamente por el derecho patrio, como lo señala la mejor doctrina nacional (Cf. sentencia N° 93/93 y Ermida Uriarte, Empresas multinacionales y Derecho Laboral, pag. 73)”8. En el año 1981, en un trabajo publicado en España, Plá Rodríguez expresaba que se han propuesto varias definiciones sobre los “grupos de empresas”, pero se inclinaba por la expuesta por el autor francés Champaud: “un conjunto de sociedades aparentemente autónomas pero sometidas a una dirección económica única”. Plá Rodríguez acotaba que a dicha definición solamente le introduciría una modificación, que es sustituir la palabra “sociedades” por “empresas”, ya que en la composición de un grupo pueden entrar empresas unipersonales, por lo que la definición más acertada sería “conjunto de empresas aparentemente autónomas pero sometidas a una dirección económica única”9. En lo que refiere al poder de decisión único, Plá Rodríguez pone de relieve que no toda coordinación entre varias empresas constituye un conjunto económico, como sucede con el trust y el cartel. Si bien no hay formas determinadas de creación de los conjuntos económicos, ya que la variedad de posibilidades es muy grande, lo que identifica al grupo “es el sometimiento de todas las entidades del grupo, o de todas menos una, a un cierto control, expresión que no debe entenderse en el sentido tradicional y policial de vigilancia, sino de posibilidades de sustituir la voluntad de la entidad miembro por otra voluntad” 10. En cuanto al agente de control, Plá Rodríguez plantea que aunque habitualmente se habla de sociedad madre y de filiales, puede que no haya sociedad predominante sino que haya varias más o menos equivalentes, que dependan en definitiva de una persona o de una familia que no está organizada jurídicamente, o que la llamada entidad madre no sea una sociedad sino una empresa unipersonal. Por último, en lo que hace a la determinación de quién es el empleador, Plá Rodríguez sostiene que en base a los principios de primacía de la realidad y protector, dicha calidad deber ser atribuida al grupo como tal, que constituye a su juicio una unidad subyacente pese a la multiplicidad de manifestaciones externas. Según el autor, en realidad existe una unidad formada bajo la pluralidad de personas aparentemente distintas, lo que genera que el grupo sea la verdadera y única empresa subyacente. Por eso, en lo que refiere a la responsabilidad del grupo para Plá Rodríguez no corresponde hablar de solidaridad, sino de derechos y obligaciones directos del grupo ejercitables por y ante cualquiera de sus componentes 11. Por lo general, la existencia de un grupo de empresas no se exterioriza como tal ante terceros; rara vez admite expresamente su propia condición y así se presenta ante la sociedad. Lo normal es que las empresas integrantes del grupo oculten la identidad de la dependencia o dominación de unas sobre otras o en relación a un mismo agente controlante, como forma de eludir los controles y responsabilidades que de la calificación de grupo de empresas se pueden derivar. Por ello, las formas clásicas de adquirir el dominio sobre otra empresa como la adquisición de acciones o participaciones sociales es cada vez menos frecuente, recurriéndose a mecanismos menos visibles como el entrecruzamiento, intercambio o vinculación entre directivos de distintas empresas, la celebración de contratos que implican formas de dependencia económica, el control indirecto, en cascada o mediato, entre otros. Tal circunstancia ha motivado que la doctrina 12, la jurisprudencia y las legislaciones hayan tenido que recurrir a la técnica de los indicios para detectar la existencia de un grupo de empresas. Por lo general, las legislaciones procesales establecen que es carga del reclamante demostrar la existencia de un conjunto económico14, para lo cual se admite pacíficamente que dicha prueba puede estar constituida por indicios15. En nuestro país, los indicios que se suelen manejar son: coincidencia de directores o administradores entre las empresas, identidad de accionistas, lazos de parentesco entre socios, accionistas y directivos de las empresas, confusión patrimonial, utilización de mismo asiento físico y domicilio común, intercambio o utilización común de bienes, maquinarias, útiles de trabajo; identidad de organización administrativa o comercial, trasiego de personal, trasiego de mercaderías, compartir personal común, cumplimiento de tareas indistintamente para varias empresas, pago de deudas de otra empresa del grupo, asistencia financiera entre el grupo y traslado de quebrantos y beneficios entre sí, asesores profesionales y apoderados comunes, representantes comunes, utilización del mismo logo o distintivo, apariencia externa unitaria, aplicación del mismo reglamento de trabajo interno, emisión de instrucciones y directivas de una empresa hacia la otra o de una persona física sobre varias empresas, planificación centralizada de los negocios de todas las empresas, unidad de dirección, similitud, analogía o identidad de giros por concomitancia o sucesividad o giros complementarios, recepción de órdenes laborales por parte de varias empresas de forma indistinta 16. Naturalmente, la técnica de los indicios solamente es aplicable en forma residual, es decir, cuando no existen pruebas directas de la existencia del grupo económico. Así, a vía de ejemplo, si una empresa posee participación en el capital social de otra empresa en cantidad suficiente para asegurarle el control y conducción de la misma, carece de sentido analizar elementos indiciarios, indirectos y residuales como los expuestos precedentemente17, ya que en tal caso la presencia de la dirección unitaria se presume. Será carga de la empresa controlante demostrar que no ejerce el poder de dirección que le confiere su posición de dominio, lo cual constituiría un hecho extraordinario y excepcional. Por tratarse de una técnica indiciaria y residual, para dar por válida la existencia de un conjunto económico no alcanza con la acreditación de elementos o indicios aislados y solitarios, sino que éstos deben hacerse presentes en cantidad y calidad significativa. Como lo han evidenciado Mancini y Pizarro, la determinación de los extremos que configuran el grupo económico constituye una cuestión de hecho que no está sujeta a pautas rígidas y que requiere de prudencia y realismo por parte del juzgador, siendo elementos reveladores, además de la tenencia de capital, aquellas circunstancias que transparenten con suficiente grado de certidumbre la existencia de influencia dominante y de correlativa subordinación económica entre los sujetos 18. La detección del grupo de empresas a través de la técnica de los indicios debe hacerse de forma prudente, cautelosa y rigurosa. No debe perderse de vista que la determinación de la existencia de un conjunto económico puede traer consecuencias patrimoniales para sus integrantes. Por ello, deben recabarse datos y elementos en cantidad suficiente para conformar un cuadro agudo probatorio, que genere la convicción sobre la existencia del grupo en grado de razonable certeza. Á su vez, no todos los indicadores tienen la misma relevancia o significación probatoria de la presencia del grupo. Existen indicadores que pueden ser considerados principales o prioritarios, y otros que son secundarios, complementarios o accesorios. Son indicios principales aquellos que demuestran la dominación y dirección de una empresa sobre otra, como es el pago de deudas ajenas sin posterior reintegro de su deudor, la asistencia financiera, la asunción de la calidad de garante de las deudas de otra empresa, presentarse ante terceros como un “grupo”19, el trasiego y utilización en común de personal, maquinaria y herramientas de trabajo entre empresas, la existencia de una planificación general y centralizada de los negocios de las empresas, la emisión de órdenes e instrucciones perentorias de una empresa hacia otra. En cambio, son en nuestro concepto indicadores complementarios, secundarios o accesorios la utilización de un mismo asiento físico, la contratación de asesores comunes (abogados, escribanos, contadores), los lazos de parentesco entre directores o administradores, la complementariedad, identidad o sucesividad de los giros de las empresas. Normalmente la jurisprudencia laboral hace hincapié en este tipo de indicios para la detección del grupo, ya que son los elementos que se exteriorizan más fácilmente. Sin embargo, los mismos pueden resultar confusos (o neutros) en tanto pueden originarse en causas distintas a la existencia de dominación y control entre empresas. Por ello, el juez debe esforzarse por indagar en la realidad económica para determinar si se verifican los elementos distintivos del grupo. Paralelamente a la consolidación de los “grupos económicos”, se han ido desarrollando modernas formas de división del trabajo, que se han expresado en la presencia de una empresa central propietaria del “núcleo duro” de la producción (know how, diseño, marketing, etc.) que contrata empresas externas para la ejecución práctica de segmentos del producto. 3. La cuestión de la personería laboral del empleador La determinación del empleador ha sido una preocupación constante de la doctrina nacional y muchas de las ideas y criterios expresados en el pasado, no solo conservan plena actualidad, sino que complementan todo lo que podremos expresar en las páginas siguientes. Por lo tanto importa recordar estos antecedentes, no solo para reconocer el aporte de los diversos autores, sino porque –pese a las transformaciones de los modelos de producción– siguen conservando pleno interés y vigencia. Una creación doctrinaria y jurisprudencial muy novedosa ha sido la teoría de la personería laboral del empleador. En un inicio, la noción de personería laboral del empleador fue utilizada para resolver aquellos casos en que existía discordancia entre la razón social de la empresa y su denominación comercial, y el trabajador demandaba como su patrono a esta última. Como enseña Plá Rodríguez, muchas veces el trabajador ignora quién es el verdadero propietario y cuál es su razón social, por lo que acciona judicialmente contra la empresa identificándola mediante su nombre comercial. Para que esa discordancia no tenga efectos perjudiciales para el trabajador en el ámbito jurisdiccional, la jurisprudencia ha dicho que los actos procesales deben validarse cuando han cumplido su fin, aceptándose así el emplazamiento judicial aun cuando se haya emplazado a la empresa por su nombre fantasía 20. Sin embargo, con el paso del tiempo la teoría de la personería laboral del empleador comenzó a extenderse a supuestos distintos al del mero desconocimiento o error sobre quién es el verdadero empleador y en su mérito, convalidar el emplazamiento judicial21. Como señala María Josefina Plá Regules, en el ámbito del Derecho del trabajo la jurisprudencia ha edificado un concepto propio y original de la figura del empleador, que no necesariamente coincide con el que deriva de las formas y conceptos derivados del Derecho civil y comercial. Para ello se ha recurrido a la autonomía de la disciplina y a la aplicación de sus principios propios, alegándose que el Derecho del trabajo tiene la suficiente autonomía como para otorgar personería laboral a determinadas realidades, sin que esto importe otorgársela a todos los efectos jurídicos, y puede también descartar dentro del campo laboral, privándola de efectos, la personería derivada de otras ramas jurídicas que, trasladada al Derecho del trabajo, originaría serios perjuicios al trabajador. Señala Plá Regules que los casos dudosos sobre quién es el verdadero empleador, deben ser resueltos en materia laboral con un criterio uniforme derivado de los principios propios de la disciplina, especialmente el de primacía de la realidad, buena fe, dignidad de la actividad humana y desigualdad de las partes 22. En el año 1988, María Josefina Plá Regules analizó la evolución que había tenido hasta ese momento en la jurisprudencia el concepto de personería laboral del empleador, advirtiendo que esta noción abarcaba realidades tan distintas como la de las variaciones sucesivas de empresas, la existencia de una persona jurídica ficticia, la empresa suministradora de mano de obra temporal, la subcontratación, la empresa multinacional y el conjunto económico. En esos casos la jurisprudencia suele invocar que si en estas situaciones el Derecho laboral no otorgase una personería diferente de la derivada del Derecho civil o comercial, muchas veces “se pulverizaría de una plumada todas aquellas elaboraciones doctrinarias protectoras (...) negando incongruentemente los principios que unánimemente se aceptan y dan por reconocidos originándose gravísimos perjuicios al trabajador”23. Entre los fallos pioneros en la construcción de esta noción de personería laboral del empleador se suele identificar al pronunciado por Odriozola en el año 1949, en el que se señalaba que “La teoría de la empresa que analizamos es típica y privativa del derecho del trabajo: nace en el ámbito de este derecho y para este derecho, respondiendo a las particularísimas modalidades de la relación laboral (...) destacándose la vinculación preponderante del trabajador con la empresa, con abstracción de la persona del empresario”24. En el mismo camino se encuentra la sentencia de Hilda Moltedo de Espínola del año 1975, en la que se hace referencia a la noción de personería laboral señalando que “el concepto civilista acerca de la persona no tiene aplicación en el ámbito del derecho laboral, donde rige el principio de la primacía de la realidad según el cual en caso de discordancia entre lo que ocurre en la práctica y lo que surge de documentos o acuerdos, debe darse preferencia a lo primero, es decir, a lo que sucede en el terreno de los hechos”25. En los últimos 20 años la teoría de la personería laboral del empleador se siguió consolidando y ensanchando. Así, a vía de ejemplo, la jurisprudencia apunta actualmente que si bien el Derecho mercantil dispone de formas societarias que limitan la responsabilidad al patrimonio social, los principios del moderno Derecho laboral (protector, ajenidad, irrenunciabilidad) han servido para crear mecanismos de defensa o autodefensa como es el caso de la teoría de la personería laboral del empleador, a través de la cual se busca descubrir al verdadero empleador y al que se beneficia de los frutos del trabajo subordinado26. También se sostiene que en materia laboral la personería del empleador no debe encararse con las severidades formales que se hace en materia civil, desde que esta rama del derecho no puede permitir que un excesivo formalismo lo torne inoperante y haga ilusoria la aplicación de la legislación de la materia 27. El Tribunal de Apelaciones del Trabajo de 3º turno ha emitido un concepto claro sobre el contenido y finalidad del instituto de la personería laboral del empleador: “Las formas jurídicas que adopten los empleadores no pueden imponerse a la realidad y los conflictos entre trabajadores y empleadores deben resolverse en torno a los principios que rigen la materia y no de acuerdo al derecho civil o comercial. El contencioso laboral implica demasiadas dificultades para el trabajador como para agregar todavía, la derivada de la forma jurídica que pueda asumir el empleador. Y precisamente en aplicación del instituto de la personería laboral del empleador, se ha dicho que para el trabajador, empleador es quien ostensiblemente se presenta como tal, le contrata, le da órdenes, le paga su salario debiendo imperar los principios de razonabilidad y de primacía de la realidad a los efectos de que los derechos del trabajador no se desvirtúen frente a situaciones difusas”28. La noción de personería laboral del empleador se aplica además, a los casos de transferencia de bienes de una empresa a otra realizada de forma simulada o fraudulenta, con finalidad de evitar a los acreedores laborales. Al respecto, la jurisprudencia entiende que “si en un mismo establecimiento hay propietarios diversos o se forman diferentes sociedades, tal hecho comercial no debe impedir que el trabajador haga efectivos sus créditos llegado el caso, en los propios elementos con los que trabaja, aunque alguno o parte de los mismos haya cambiado de dueño”29. Del mismo modo la jurisprudencia sostiene que en las sustituciones de empleador (cesión, transferencia, cambio de firma y situaciones equivalente), debe aplicarse el criterio amplio en relación con la personería del empleador, desde que los trabajadores son ajenos a los cambios empresariales, a las mutaciones que en la esfera empresarial y comercial se operen30. Se incluyen en tal calidad los casos de fusión societaria 31. Otras proyecciones de la teoría de la personería laboral del empleador se ven en relación al concepto de empresa, entendiéndose por tal a toda unidad económica de producción de bienes o servicios “con independencia de su estructura jurídica o formal” 32; la conceptualización del suministro de mano de obra como una suerte de “empleador complejo”33; la sucesión de empresas como forma de empleador único que responde solidariamente ante el trabajador34; la imputación de la calidad de patrono a un grupo de personas físicas o un grupo familiar que utiliza indistintamente los servicios del trabajador35. Inclusive, en solución que en nuestro concepto no se encuentra exenta de críticas, en algún caso la jurisprudencia ha aplicado la noción de personería laboral del empleador para responsabilizar a un director de una sociedad anónima por deudas laborales de ésta, debido a que aquel se exteriorizaba ante terceros como el verdadero empleador y dueño del establecimiento 36, así como también ha atribuido responsabilidad a una sociedad de responsabilidad limitada y sus socios, más allá de los rubros de naturaleza salarial37, por entender que la primera era un mero instrumento técnico al servicio del patrón, condenando a todos los demandados por la totalidad de los rubros 38. 4. La idea del “empleador complejo” en la doctrina y la jurisprudencia También corresponde indicar que en las últimas dos décadas –y con anterioridad a la aprobación de las leyes vigentes sobre tercerizaciones– la doctrina nacional produjo numerosos trabajos, unidos por el objetivo común de traer a responsabili dad a los diversos empleadores –reales y ficticios– que actúan en situaciones, en que esa responsabilidad parece diluirse: conjunto económico, subcontratación, situaciones de empleador aparente, etc. En la producción nacional destacamos la obra colectiva del grupo de investigación dirigido por Plá Rodríguez Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del trabajo, publicada en el año 2000 40. Entre las ideas que ha manejado la doctrina, deben destacarse las siguientes: a) La necesidad de recurrir a los principios propios del Derecho del trabajo, en especial el protector, el de primacía de la realidad y el de la razona-bilidad, para extender la responsabilidad en situaciones de intermediación, interposición, fraude y otras formas de encubrimiento de la figura del empleador. b) La necesidad de establecer una noción amplia del sujeto empleador, que no está definido o regulado en normas legales, a partir de la idea de que por encima del empleador formal, que es aquel que contrata al trabajador y figura como tal en la documentación oficial, debe buscarse al empleador real o sustancial, que es quien realmente dirige y se beneficia del trabajo. c) El fundamento de la solidaridad de las obligaciones laborales se basa en la voluntad de evitar las prácticas de elusión, simulación y fraude laboral que pueden instrumentar las empresas, así como reforzar la posibilidad de cobro de los créditos laborales, incorporando a la relación jurídica otros sujetos obligados al pago de los mismos. d) El derecho laboral debe responsabilizar tanto al empleador directo como al mediato, es decir a todos aquellos sujetos que integren el proceso global de producción y de un modo u otro se beneficien del trabajo 41. Pero existe otra situación: aquella que se plantea cuando un empleador contrata a un subcontratista, y comienza a dirigir o a interferir en el poder de dirección y organización del trabajo del subcontratista. En este último supuesto el subcontrato se desdibuja para dejar paso a la aparición de un nuevo empleador directo (el contratista) quien al dirigir y controlar las tareas del trabajador, comparte con el subcontratista la misma posición jurídica de empleador. Por lo tanto no negamos la figura del subcontratista o del intermediario o de otras situaciones en que aparecen supuestos de empleo triangular. Pero lo que aquí tratamos es otra cosa: ¿quién es el empleador, cuando diversos sujetos intervienen dirigiendo la labor del trabajador? En muchos casos resultará que lo que aparentemente es una relación entre contratista y subcontratista o entre empresa principal y empresa cliente, es en cambio la relación entre un trabajador y dos o más empleadores. La consecuencia será que todos los empleadores –como se verá– responderán en forma conjunta por las obligaciones laborales que les competen, y no en virtud de una solidaridad no siempre fácil de justificar desde el punto de vista legal, sino por responsabilidad propia y directa de cada sujeto empleador. Así acontecerá, por ejemplo, cuando una empresa contrata a otras empresas para la promoción o venta de sus productos. Tal situación es lícita y puede perfectamente existir independencia entre las dos empresa. La situación sin embargo cambia, cuando la empresa que produce los bienes, comienza a dirigir directamente la promoción o venta de sus productos a través de reuniones con vendedores y promotoras en sus propios locales y con su propio personal que los adiestra. Aunque las empresas sean independientes, ambas comparten la dirección y los provechos del trabajo subordinado de los vendedores y promotores.42 5. Criterios para determinar la existencia de un empleador o una pluralidad de empleadores El modo de organizar la empresa en la fase actual del modo de producción capitalista dificulta muchas veces la determinación de quien es el empleador en determinada realidad laboral. Enfrentamos cada vez más situaciones muy sofisticadas en las que se diluye la figura del sujeto empleador o donde aparece más de un empleador. También aumenta la geografía de las zonas grises y se multiplican las situaciones borrosas. La determinación del empleador es una antigua y nueva quaestio facti del derecho del trabajo: como en el caso de la subordinación, nos enfrentamos a una caza de indicios en la que debemos, a partir de indicadores empíricos, alcanzar una idea de la realidad concreta. El empleador es uno de los dos sujetos del contrato de trabajo: aquél que adquiere el uso –y por lo tanto se apropia del resultado del trabajo– de su contraparte, el sujeto trabajador, obligándose como contraprestación a pagar por ello un precio (el salario). ¿Cómo determinar la existencia de una conjunción de empleadores en las nuevas formas de organización del trabajo? ¿Qué criterios y que principios deberemos aplicar? Es evidente que en la tarea de la determinación del empleador deberemos básicamente recurrir –como ya hemos dicho– al principio de la primacía de la realidad, aunque no deberemos descartar otros principios básicos del derecho del trabajo: el principio protector, el de la continuidad, el de la buena fe que debe presidir toda contratación. Pero también deberemos referirnos a los criterios que nos permitan calificar a determinado sujeto como empleador. Plá Rodríguez ya enseñaba en su obra El Salario en el Uruguay que “debe ser considerado empleador el destinatario de los servicios, o sea, el que, en realidad recibe y se beneficia con los servicios prestados en régimen de subordinación laboral con prescindencia de que haya sido o no quien contrató los servicios y de que sea o no el propietario de la empresa”43. En la definición del juslaboralista uruguayo se engloban dos criterios –el criterio de la subordinación y el de la ajenidad– al que, a nuestro juicio debe agregarse el criterio de la dependencia económica. Anticipamos que estos criterios operan con diversa intensidad y en diferentes situaciones. Se ha dicho que la subordinación jurídica es el rasgo distintivo del contrato de trabajo. En tal sentido, empleador es quien da al trabajador las órdenes, las directivas de cómo realizar el trabajo. El concepto de subordinación se ha desarrollado enormemente en doctrina y jurisprudencia, pero atribuimos este fenómeno al hecho que la subordinación –de todos los aspectos de la relación laboral– es quizás el más significativo, el más ostensible y el que puede probarse con más claridad. El criterio de la subordinación es indudablemente el criterio por excelencia. “La subordinación –expresa nuestra jurisprudencia–, considerada como criterio básico para calificar la relación laboral, es simplemente un poder (Barbagelata, Especialidades y Modalidades de los Contratos de trabajo, p.157) o como enseñaba De Ferrari, nada más que la posibilidad que tiene una de las partes de imprimir cuando lo crea necesario, una cierta dirección o sentido determinado a la actividad ajena (Derecho del Trabajo, T. 1, p. 291)”44. Por lo tanto y en la medida que se compruebe que existe un poder directo sobre la actividad del trabajador por parte de más de una empresa, deberemos concluir que nos encontramos ante una conjunción de empleadores. Lo que en cambio debemos señalar es que en las nuevas modalidades de la producción la subordinación no aparece siempre definida, no existe siempre un contacto directo entre todos los posibles empleadores y el trabajador. Se ha señalado que “cada vez resultan más frecuentes, formas de prestación de trabajo en las que la subordinación, como criterio distintivo del contrato de trabajo no resulta suficiente” 45. Para aclarar muchas situaciones, habrá que ampliar la investigación y extenderla a otros criterios, sin perjuicio de un control mínimo (es decir un poder de dirección compartido) de todos los empleadores con relación a la actividad del sujeto trabajador. De ahí que sea necesario recurrir a los otros dos criterios concurrentes de la ajenidad y de la dependencia económica. Si bien la subordinación es la característica más visible del contrato de trabajo, la ajenidad probablemente sea su rasgo esencial. En el contrato de trabajo –ha expresado Alonso Olea– la atribución de los frutos del trabajo al empleador es inicial y originaria: “la ajenidad consiste precisamente en esto: ab initio, desde el momento mismo de su producción, los frutos son del ajeno, no del trabajador” 46. La ajenidad –precisa el Maestro español– refiere a “la utilidad patrimonial del trabajo”, constituye una apropiación de los bienes materiales, inmateriales o servicios procesados por el trabajador 47. En nuestra jurisprudencia se utiliza también el concepto de “destinatario final del trabajo”, similar al de ajenidad: así el TAT 2° ha expresado que la condición de ser destinatario final del trabajo prestado por el trabajador, transforma al sujeto en empleador y por lo tanto en responsable principal48. Por lo tanto la ajenidad –unida a la subordinación, en los casos en que ésta no se expresa con toda nitidez– es otro criterio que permite caracterizar el contrato de trabajo, ayudando también a determinar el sujeto empleador, es decir el “otro”, el “ajeno” que utiliza patrimonialmente el trabajo. En la determinación de la condición de empleador o de coempleador en una relación laboral compleja deberá acudirse a uno o más de los criterios o indicadores. En algunos casos uno u otro de estos criterios serán suficientes para individualizar a los empleadores, en otros casos será el juego de más de un criterio o la combinación de todos, lo que permitirá arribar a una conclusión. De todos modos existirán siempre dos momentos en el proceso de determinación del empleador: a) un primer momento de aproximaciones empíricas, de búsqueda de indicadores, en definitiva de pruebas sobre hechos concretos; b) luego un momento de elaboración y conclusiones teóricas a través de la valoración e interpretación de los hechos, que deberá realizarse a través de la aplicación de los principios del derecho laboral. Dieste, al señalar la necesidad de “delimitar la potestad organizativa de la empresa comitente”, establece una serie de límites, concluyendo: “si mediara una injerencia claramente invasora del poder organizativo, directivo o disciplinario de la principal sobre el ámbito de actuación de la tercera, de tal forma que el personal de ésta responde indistintamente a las directivas de una u otra, entonces estamos ante una situación de hecho (de empresa dominante o única, de empleador múltiple o de grupo económico) que justificaría una hipótesis de responsabilidad solidaria” 49. Entre los indicadores de la posible “injerencia invasiva” (indicadores en definitiva de la superposición de empleadores), el autor señala: a) dictar de un modo continuo y sistemático instrucciones sobre la forma de organización del trabajo; b) sustituir el poder directivo de la empresa que opera como tercero; c) autoatribución de cómo deben graduarse los insumos en el desarrollo de la actividad delegada; d) intervención decisiva en la política de remuneraciones y en las relaciones colectivas de trabajo; e) fijación del número de trabajadores a utilizar por la comisionada en cada oportunidad; f) determinación de los trabajadores de la empresa tercera que deban prescindirse en caso de disminución del ritmo de actividad; g) imposición más o menos permanente de objetivos o metas a cumplir por los dependientes de la sociedad tercerizada”50 . Finalmente señalamos como indicadores el hecho que la empresa principal provea el transportes, hospedaje, herramientas, equipos y/o recursos humanos a la empresa dependiente; el uso de logos o marcas comunes; realización en forma continua y permanente de las operaciones de carga y descarga de productos de la empresa A por parte de la empresa B. 6. Nuestra jurisprudencia y la noción de empleador complejo Existe unanimidad en nuestros Tribunales sobre la validez de la noción de empleador complejo para traer a responsabilidad a otros sujetos, que no sean únicamente el empleador directo del vínculo laboral. El análisis de la jurisprudencia demuestra que la misma ha elaborado una nueva herramienta de extensión de responsabilidad laboral a empresas que formalmente no figuraron como empleadoras del trabajador, pero que, en la realidad, se comportaron como tales, atribuyéndosele a esa nueva teoría la denominación de “empleador complejo”51. Se ha dicho que si bien los contornos de esa nueva figura recogida en algunos fallos no es muy nítida o definida, se podría afirmar que se trata de una figura afín pero distinta de la del “conjunto económico” y que la misma se ha aplicado en supuestos en los que se ha detectado una pluralidad de empresas que organizan, dirigen y se benefician simultáneamente de los servicios de un trabajador, pero que en principio carecen de lazos de dependencia entre sí y no están sometidas a un mismo centro de dirección, lo que las aleja de la figura del conjunto económico. Por esa razón se ha dicho que “En el estado actual del pensamiento, sólo puede indicarse que con esta nueva noción la jurisprudencia pretendería responsabilidad solidariamente a todas las empresas que aun no siendo formalmente empleadores del trabajador, son receptores y usuarios de los servicios que éste cumple. Frente al trabajador, todas las empresas que lo ordenan e instruyen se exteriorizan como empleadores y tienen atributos propios de esta figura, lo que determina que pueda hablarse de empleador plural o complejo”52. En lo que refiere a la jurisprudencia, nuestros tres Tribunales de Apelaciones del Trabajo han reconocido la figura del conjunto económico en diversos pronunciamentos, que básicamente siguen los lineamientos de las primeras sentencias que introdujeron esta nueva teoría. Así, el Tribunal de Apelaciones del Trabajo de 1º turno ha señalado, en un caso muy similar al que refiere el caso bajo examen, ya que se trataba de una empresa forestal que contrataba a una empresa dedicada al servicio de poda en campos de propiedad de la primera, que la noción de empleador complejo se edifica sobre los principios protector y de primacía de la realidad, constituyendo “una postura positivista a ultranza, paradigma de tiempos perimidos y el desconocimiento de las bases constitucionales protectoras que han dado origen y desarrollo a la disciplina” el objetar la figura bajo el expediente de inexistencia de norma legal que la consagre (Sentencia Nº 171 de 26 de agosto de 2008). En igual dirección, el mismo Tribunal, ante un caso en el cual una empresa forestal optó por tercerizar las tareas de mantenimiento, limpieza, control de plagas, hormigas, raleos, etc. que se realizan en sus campos, dijo que ambas empresas configuraban un empleador complejo porque “más de un sujeto, a pesar de las formas, se beneficia directamente con el trabajo humano o servicio prestado por un trabajador”, agregando que en esos casos existe una relación mixta, una estructura negocial trilateral, donde aparece una empresa que proporciona la mano de obra, una empresa que saca provecho de ello y uno o más trabajadores (Sentencia Nº 199 de 16 de setiembre de 2008). De igual modo, el Tribunal de Apelaciones del Trabajo de 2º turno ha expresado que “este nuevo concepto no es más que una derivación del criterio doctrinario y jurisprudencial que ha dibujado el concepto de personería laboral del empleador, en el sentido de separarlo de figuras recogidas legalmente, para hacerlo un concepto realista, de aplicación en aquellos casos que escaparían a la figura, también de creación doctrinaria y jurisprudencial (más allá de ciertos reconocimientos legales, aplicables para otras ramas del Derecho) del conjunto económico, dado que la experiencia de lo que ocurre en los hechos, perfiló la aparición de fenómenos que no podían encuadrarse dentro de aquella figura, pues no aparecía el punto que era determinante para darlo por configurado, es decir, la unidad de dirección y el interés común. No hay duda que esa figura tiende a no permitir el desamparo de los derechos del trabajador, cuando las realidades formales determinarían tal conclusión, pero la obtención de beneficios por una empresa, en principio ajena a la empleadora, determina que al momento de afrontar las deudas que la prestación de la actividad generó, pueda encontrarse un responsable que a su vez no resultó ajeno a la obtención de ese beneficio que se generó permitiendo la satisfacción de los derechos del trabajador” (Sentencia Nº 78 de 14 de mayo de 2009). Similares conceptos se pueden ver también en la sentencia Nº 74 de 13 de marzo de 2007 del mismo Tribunal). Por su parte, el Tribunal de Apelaciones del Trabajo de 3º turno ha dicho que la figura del empleador complejo se configura en aquellos casos en que una pluralidad de empresas organiza, dirige y se beneficia del trabajo pero sin constituir un conjunto económico, en cuyo caso corresponde una responsabilidad de carácter solidario (Sentencias Nº 402 de 6 de noviembre de 2007 y Nº 454 de 5 de diciembre de 2007, entre otras). Estos casos fallados por el Tribunal también referían a tercerizaciones en el sector forestal con fuerte injerencia de la empresa comitente respecto a los obreros de la contratista. En el ámbito de la doctrina, Juan Raso Delgue ha analizado en profundidad y detalle la figura del empleador complejo o como también lo denomina el autor, “conjunción de empleadores” o “co-empleadores”, señalando que “en la moderna organización del trabajo aparece cada vez con más frecuencia la siguiente situación: una pluralidad de empleadores –independientes y separados– que se benefician en forma conjunta de la prestación del trabajo. Los anglosajones hablan de joint-employero “empleador conjunto”; en nuestra doctrina y jurisprudencia se emplean las expresiones “empleador complejo”, “empleador múltiple”, “empleador plural”, agregando que se trata de casos en que “dos o más sujetos independientes entre sí, quienes actúan contemporáneamente como empleadores en un único contrato de trabajo”. El autor explica que esta figura es diferente de la subcontratación e intermediación laboral, pero en aquellos casos en que el contratista comienza a dirigir o a interferir en el poder de dirección y organización del trabajo del subcontratista, el subcontrato se desdibuja “para dejar paso a la aparición de un nuevo empleador directo (el contratista) quien al dirigir y controlar las tareas del trabajador, comparte con el subcontratista la misma posición jurídica de empleador”53. Todo lo que se viene de exponer evidencia, a nuestro juicio, que la figura del empleador complejo ha ganado terreno y adeptos en nuestra doctrina y jurisprudencia, fundándose la misma en la autonomía de la disciplina y los principios propios de la misma, especialmente los principios de primacía de la realidad y protector. Dicha teoría, que es diferente de la noción de conjunto económico, ya que no requiere de la presencia de control o dominación societaria o económica entre las empresas así como tampoco de una dirección unitaria en la gestión de las mismas, tampoco queda subsumida o se confunde con la nueva regulación de la subcontratación, intermediación o suministro de mano de obra, fenómenos regulados en las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251. A esta altura parece existir consenso en cuanto a que la figura del empleador complejo queda reservada para aquellos casos en que dos o más empresas dirigen, conducen, organizan, supervisan o fiscalizan los servicios de los trabajadores contratados formalmente por una sola de ellas. En estos casos, existe una disociación entre la relación jurídica derivada del contrato de trabajo y la relación económico material que implica la prestación de servicios por parte del trabajador. En cierto modo, existe una interposición de un tercero formalmente ajeno al contrato de trabajo, que en realidad es quien recibe y se beneficia en última instancia del trabajo. En este caso, las obligaciones laborales se constituyen ex lege en relación de la empresa principal debido a que se verifica en relación a la misma el supuesto básico de aplicación de la legislación laboral: la subordinación jurídica. La figura del empleador complejo trata entonces de reconstruir los efectos jurídicos derivados de la trilateralidad del vínculo jurídico laboral que se traba entre el empleador formal, el empleador real o sustancial y los trabajadores. De esta manera, se consagra un equilibro entre la libertad empresarial, en cuya virtud se permite que la empresa adopte la mejor forma de organización de sus actividades empresariales, y la protección del trabajo, en cuyo mérito se trata de garantizar la percepción del salario por parte del trabajador, protegiéndole ante la posible insolvencia de su empleador formal, cuando el verdadero beneficiario de sus servicios no figura como contratante. Para detectar el empleador complejo serán muy útiles los criterios como: la ausencia de una estructura organizativa con gestión del propio riesgo por parte del proveedor; la insuficiencia de medios técnicos, económicos, financieros y humanos para realizar la actividad; la falta de patrimonio, capital, instrumentos, maquinaria y organización jerárquica propia por parte del contratista; la exclusividad; la injerencia del comitente en los poderes laborales de la empresa proveedora. NOTAS 1 CORDOVA Efrén. “Nuevas formas y aspectos de las relaciones de trabajo atípicas” relato general al X Congreso Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (Caracas, setiembre de 1985), publicado en rev. Derecho Laboral, N° 142, p. 247. 2 BARBAGELATA Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T. I. V. 2. Segunda edición actualizada con la colaboración de Rivas D. FCU, Montevideo 1999, p. 166. 3 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de Derecho del trabajo y de la seguridad social. 5 º edición, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2004, p. 147. 4 RODRÍGUEZ PIÑERO y BRAVO FERRER, Manuel. Prólogo del libro de ponencia del X Congreso Nacional de Derecho del trabajo y de la seguridad social, Zaragoza, 1999, Colección informes y estudios, Serie Relaci ones Laborales nº 28, p. 15. 5 HIERREZUELO, Ricardo y NÚÑEZ, Pedro. Los autores apuntan que la solidaridad en el Derecho laboral es una clara manifestación del carácter tuitivo de la especialidad, pero no es necesariamente cierto que sea una técnica tendiente a evitar sólo situaciones simuladas: Responsabilidad solidaria en el contrato de trabajo. Vol. 1. Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 2003, p. 632. 6 ERMIDA URIARTE, Oscar. Empresas Multinacionales y Derecho Laboral, Montevideo 1981, p. 73. 7 Idem, p. 82. 8 SCJ, Sent. N° 330 de 15.10.97 en AJL 1996-97 caso 227. 9 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. “Los grupos de empresas” en Revista Civitas, nº 6, abril -junio 1981, Madrid, p. 187. 10 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. “Los grupos de empresas” ob. cit., p. 188. 11 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, “Los grupos de empresas” ob. cit., pág. 192. 12 Jorge SERE señala que la prueba de la existencia de un grupo de sociedades es una tarea ardua para el trabajador, por lo que deberá recurrir a una serie de indicios entre los que señala: dirección única , identidad patrimonial, intercambio o trasiego de trabajadores, identidad de domicilio comercial o fiscal, similitud o analogía de giros, utilización común de maquinarias, talleres o locales, existencia de directores o accionistas o asesores legales o con tables comunes, pago o condonación de deudas en forma indistinta: Curso de Derecho laboral, tomo I. Ediciones Del Foro, Montevideo, 2004. p. 67 y ss. 14 En Uruguay esta es la solución contenida en el artículo 139 del C ódigo General del Proceso. 15 TAT 3º sent. 298 de 20 de junio de 2003. 16 CASTELLO, Alejandro. Grupo de empresas y Derecho del trabajo. FCU. Montevideo, 2006, p. 189. 17 En tal sentido, el Tribunal de Apelaciones del Trabajo de 1º turno entendió que existía conjunto económico entre varias empresas debido a que una de ellas era la propietaria del 100% del paquete accionario de las restantes: sentencia nº 444 de 20 de agosto de 2003. 18 MANCINI, María del Pilar y PIZARRO, Ramón Daniel. “Algunas reflexiones en torno a las obligaciones solidarias en el Derecho del trabajo” en Revista de Derecho Laboral, 2001 -1, Ed. Rubinzal-Culzoni, Buenos Aires, p. 95. 19 Siempre que esta “apariencia de unidad” signifique generar la convicción en los contratantes de que el grupo responderá mancomunadamente. 20 PLA RODRÍGUEZ señala que un fallo pionero en esta materia fue el dictado por el Dr. Héctor Luis Odriozola, en un caso en el que el obrero había demandado a La Tribuna Popular que era el diario donde trabajaba, en lugar de a la Sucesión Juan Antonio Lapido que era la propietaria de dicho diario: Curso de Derecho Laboral. Tomo I vol. 1. Ed. Acali. Montevideo, 1986, p. 149. 21 La jurisprudencia señala reiteradamente que “el trabajador no tiene por qué saber quién es jurídicamente el dueño de la empresa, ni tampoco su naturaleza jurídica. Para el obrero, lo es ostensiblemente quien se presenta como patrono, le contrata, le da órdenes, le paga el salario”: AJL 1994 -1995 c. 940. 22 PLA REGULES, María Josefina, “La personería laboral del empleador” en revista Derecho L aboral, tomo XIX, nº 101, enero-marzo 1976, Montevideo, p. 131. 23 PLA REGULES, María Josefina. “La personería laboral del empleador. Análisis de la jurisprudencia” en Cuadernos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, segunda serie, nº 6, Montevideo 1988, p. 13. 24 Publicada en revista Derecho Laboral, tomo V, nº 25, Montevideo, 1950, p. 32 y ss. 25 Publicada en revista Derecho Laboral, tomo XIX, nº 101, enero -marzo 1976, Montevideo, p. 131 y ss. 26 AJL 1992 c. 1137. AJL 1998 c. 696. AJL 1999 c. 961. 27 AJL 1992 c. 1142. 28 AJL 2002 c. 471. 29 AJL 1993 c. 705. 30 AJL 1993 c. 707. AJL 1994/1995 c. 945, 946, 947. AJL 1996/1997 c. 1367. 31 AJL 2000 c. 965. 32 AJL 1994/1995 c. 941 y 943. 33 AJL 1994/1995 c. 943. 34 AJL 1994/1995 c. 948. AJL 1996/1997 c. 1370, 1371 y 1374. AJL 1999 c. 965 y 967. AJL 2000 c. 964. AJL 2001 c. 769 y 770. 35 AJL 2000 c. 963. AJL 2001 c. 771. 36 AJL 2001 c. 776. 37 Cabe recordar que el art. 12 del Decreto ley 14.188 establece la responsabilidad solidaria de los socios de las sociedades de responsabilidad limitada por las deudas salariales contraídas con los trabajadores. 38 AJL 1999 c. 963. Situación similar puede verse en: AJL 1996/1997 c. 1367. 39 AJL 1996/1997 c. 1369. AJL 2002 c. 468. AJL 2001 c. 773. TAT 1º sent. nº 412 de 7 de agosto de 2003. TAT 3º sent. nº 167 de 5 de mayo de 2003 y nº 388 de 8 de agosto de 2003. 40 AA. VV. Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del Trabajo. FCU, Montevideo 2000. 41 CASTELLO Alejandro. Responsabilidad solidaria en el Derecho del trabajo, Montevideo, 2004, p. 135 a 138. 42 Ver sobre este punto JLT 7°, Sent. N° 20 de 16.4.98, en AJL 1998, caso 609. 43 PLA RODRIGUEZ, Américo. El Salario en el Uruguay, T. II, Montevideo 1956, p. 427 44 TAT 3°, Sent. N° 279 de 2.8. 00, en AJL 2000 c. 1324. 45 SOARES NETTO, Esther, GIUZIO, Graciela y RUSSO, Rosario. “Tercerización - Subcontratación. Una mirada a la jurisprudencia” en Cuarenta y dos estudios ...ob. cit., p. 374. 46 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, María Elena. Derecho del Trabajo. 10a edición, revisada, p. 29 y 30. 47 Idem 48 TAT 2°, Sent. N° 112 de 14.4.00 en AJL cit. 2000, caso 818; ver también del mismo Tribunal la Sent, 218 de 3.10.2001 en AJL 2001, caso 453. 49 DIESTE, Juan Francisco.“Responsabilidad laboral derivada de las distintas formas de tercerización del trabajo”, en Cuarenta y dosestudios ...ob. cit., p. 326. 50 DIESTE, Juan Francisco, ob. cit., p. 327 51 CASTELLO, Alejandro.Responsabilidad solidaria en el Derecho del trabajo, ob. cit. p. 125 -126. 52 CASTELLO, Alejandro. Responsabilidad solidaria en el Derecho del trabajo, ob. cit. p. 125. 53 RASO DELGUE, Juan. La contratación atípica del trabajo. Segunda edición ampliada y actualizada con comentarios de las Leyes Nº 18.099 y 18.251. Ed. AMF, Montevideo, 2009, p. 274. Capítulo XIII. TERCERIZACIÓN Alejandro Castello 1. Concepto, grados y formas de tercerización La externalización, exteriorización, descentralización, outsourcing o como se suele denominar en Latinoamérica “tercerización”1, es un fenómeno nuevo en su intensidad y en algunas de sus formas, pero no en cuanto a su esencia. Tradicionalmente, han existido actividades (de apoyo, de distribución, de comercialización, de servicios conexos) que no son realizados por la empresa principal, y que son encargados a otras empresas o trabajadores independientes. Según Rivero Lamas, la descentralización productiva supone una forma de organizar el proceso productivo para la obtención de bienes y servicios, basada en una técnica de gestión que consiste en contratar con proveedores externos ciertas fases o actividades de la empresa no consideradas competencias básicas de ésta, con independencia de que con anterioridad las viniera o no desempeñando 2. También se ha dicho que “consiste en una forma de organización de la actividad empresarial, en virtud de la cual una empresa –“empresa principal”– decide no realizar directamente ciertas actividades, optando, en su lugar, por desplazarlas a otras empresas o personas individuales –“empresas auxiliares”– con quienes establece a tal efecto contratos de variado tipo, civiles o mercantiles”3. Para López Sánchez, la descentralización productiva o outsourcing “es un fenómeno económico que comporta la redefinición del ciclo productivo de la empresa para encomendar a terceras empresas la realización de una parte de su actividad de producción de bienes o servicios (…) no es un fenómeno uniforme sino que acoge en su seno una tipología muy variadas de supuestos de gran complejidad, caracterizados porque en ellos se opera una reducción o desmembramiento de la empresa como consecuencia de decisiones de táctica empresarial”4. Como pone de manifiesto Salvador Del Rey Guanter, “pocas decisiones empresariales importante presentan en la que externalización los o fenómenos desplazamiento actualidad de una problemática jurídico-laboral más descentralización productiva, esto hacia entidades empresariales es, toda autónomas o independientes de funciones o actividades del ciclo productivo que previamente se desarrollaban por una misma empresa”5. También se señala que la descentralización productiva incluye dos ideas centrales: a) por un lado, una división del trabajo entre empresas, y b) por otro lado, la exteriorización (o externalización) de funciones que una empresa podría realizar, pero que para desarrollarlas decide recurrir a una cooperación interempre-sarial 6. En un inicio se consideró que la tercerización solamente podía recaer en actividades secundarias, accesorias o de apoyo (externalización de primera generación). Así, Pérez del Castillo señalaba que la descentralización o tercerización consiste en “descargar sobre pequeñas unidades independientes, el peso de la gestión en campos periféricos de la empresa principal”7. En Brasil, con base en las leyes Nº 6.019 sobre empresas de trabajo temporal y Nº 7.102 sobre trabajo de vigilantes en los establecimientos bancarios y el transporte de valores, la doctrina desarrolló el concepto de actividades-medio y actividad-fin para distinguir entre tercerización lícita e ilícita. Godinho Delgado apunta que las “actividades medio” son aquellas que se caracterizan por la circunstancia unívoca de ser funciones que no se ajustan al núcleo de las actividades empresariales del tomador del servicio, no se relacionan con el núcleo de la dinámica empresarial de éste, ni contribuyen para la definición de su posicionamiento en el contexto empresarial y económico más amplio. Son por lo tanto actividades periféricas a la esencia de la dinámica empresarial del tomador de los servicios, como son los casos del transporte, conservación, custodia, operación de elevadores, limpieza y otras tareas asimiladas, o también actividades meramente instrumentales, de estricto apoyo logístico al emprendimiento, como es el caso del servicio de alimentación de los empleados. Por su parte, “actividades fin” son conceptuadas como funciones y tareas empresariales y laborales que se ajustan al núcleo de la dinámica empresarial del tomador de servicios8. Sin embargo, como lo hace notar Toledo Filho, la distinción entre actividades medi o y actividades fin no es sencilla ya que no se trata de conceptos precisos, sino de connotaciones dudosas y equívocas, señalando que en Brasil se presenta el mismo problema que acontece en España y Argentina con la interpretación del giro “actividad normal y específica del establecimiento”. Así, Toledo Filho señala que el servicio de limpieza no podrá ser considerado como actividad medio cuando se trata de un hospital, del mismo modo que no lo será la vigilancia en un establecimiento bancario 9. A falta de barreras jurídicas y económicas las empresas también han exteriorizado su núcleo o corazón (externalización de segunda generación), por lo que en la actualidad la descentralización empresarial puede recaer en actividades secundarias o principales, más allá de la eventual responsabilidad patrimonial que pueda atribuirse a la empresa principal en función de la verdadera naturaleza jurídica de los vínculos que se trabe con las empresas auxiliares10. Al respecto, Plá Rodríguez ha señalado que inicialmente se consideraban las tareas centrales como no susceptibles de descentralizarse. Pero las continuas transformaciones tecnológicas producidas en todos los planos hicieron ver que, incluso, en ese núcleo central había empresas especializadas que podían producir mejor o más rápido, por lo que la esta línea divisoria empezó a relativizarse y la frontera entre lo central y lo periférico perdió nitidez y aptitud para distinguir las formas legítimas y las formas ilegítimas11. En igual sentido, Raso Delgue anota que “si bien el outsourcing se refiere normalmente a actividades secundarias, no excluimos la posibilidad de tercerizar segmentos de la actividad principal de la empresa. Creemos que el criterio actividad principal / actividad secundaria es un criterio destinado a perimir en el tiempo y responde más a la valorada actitud de poner un dique de contención a la tercerización, que a razones jurídicas que legitimen el trazado de esa línea divisoria”, concluyendo que “puede externalizarse cualquier tipo de actividad, en la medida en que la empresa principal conserve el control del proceso productivo”12. Igual aspecto hace notar Bronstein, quien señala que en un primer momento la externalización se limitaba a actividades internas de la empresa, no consideradas como centrales o propias del giro específico, para luego comprender también a otras difícilmente separables del cometido principal13. Las ideas de Plá Rodríguez son especialmente aplicables a la realidad uruguaya. En efecto, ante la ausencia de normas legales que restrinjan la descentralización productiva al ámbito de las actividades secundarias o complementarias de la empresa y en atención a que nuestra Constitución reconoce la libertad de industria y comercio y el derecho a organizar la empresa y su actividad (arts. 10 y 36), no parece posible sostener válidamente que la tercerización de actividades centrales o neurálgicas es ilegítima, ilícita o fraudulenta, siempre que se trate de contratación con empresas auténticas (es decir, que tengan una “razón propia de negocio” y no sean un simple vehículo para evadir las regulaciones legales de cualquier índole). A la misma conclusión arriban Hierrezuelo y Nuñez, para quienes el empresario en ejercicio del poder organizacional plasmado bajo diferentes fórmulas en las constituci ones nacionales, tiene libertad para determinar las distintas actividades que desarrollará y cuáles externalizará, contratando o subcontratando con terceros la realización de trabajo propios del giro normal o de carácter periférico, con la única restricción de que la medida tomada sea lícita y sin perjuicio de la responsabilidad que la ley pueda imponerle, con respecto a los trabajadores dependientes de las empresas con las que haya contratado 14. Una evolución más reciente, demuestra que en ciertos sectores de actividad, especialmente de naturaleza industrial y con utilización de alta tecnología, las empresas no solamente organizan su producción delegando en proveedores formalmente externos parte de sus operaciones centrales, neurálgicas o esenciales, sino que, además, en ciertos casos las mismas son ejecutadas dentro del ámbito espacial (locales y establecimientos) de la propia empresa comitente o principal (externalización de tercera generación). De esta forma, la empresa principal se convierte en una especie de “Terminal de aeropuerto”, bajo cuyo espacio físico convive multiplicidad de empresas que ejecutan una parte de una actividad o proceso único y mayor. En estos casos, si la empresa auxiliar o proveedora pierde sus poderes de dirección y control sobre sus trabajadores y utiliza medios o recursos de la empresa comitente, se configura una relación triangular de trabajo que generalmente ameritará en la legislación comparada algún tipo de responsabilidad laboral sobre esta última. De Luca Tamajo y Perulli explican que durante la mayor parte del siglo XX la empresa se conceptualizaba como un cuasi-Estado cerrado y dotado de mecanismos de autoridad y mando, que poseía una tecno-estructura concentrada con la que llevaba a cabo la totalidad del proceso de producción. De esa forma, la empresa se asemejaba a un edificio único y vertical o a una pirámide, en la que por una puerta entraba la materia prima y por la otra salía el producto acabado 15. En cierto modo, la empresa suponía una forma centralizada y concentrada de capital y trabajo, autosuficiente y autónoma, que controlaba la totalidad de su ciclo productivo. La nueva tendencia consiste en concentrarse en las actividades en las cuales la empresa tiene ventajas comparativas tecnológicas, y en establecer convenios subcontratando empresas especializadas para trabajos relacionados con servicios16 . Por eso, la tercerización es contrapartida de la focalización. Ésta supone concentrar las actividades en el negocio central de la empresa, en lo que ésta sabe hacer, diferenciándose de los competidores. La idea básica es el máximo aprovechamiento de las ventajas que surgen de la especialización. Lo que está fuera de ese “foco” puede en principio ser tercerizado 17. En igual dirección, Oscar Ermida y Natalia Colotuzzo señalan que “la necesidad de adaptar las estrategias de gestión empresarial a un contexto cada vez más inestable y competitivo ha propiciado la adopción de una nueva forma de organización basada en la segmentación de los procesos de producción y la colaboración entre organizaciones empresariales en principio o aparentemente independientes unas respecto de otras”, agregando que “la consecuencia más importante de ello en el ámbito laboral, es sin lugar a dudas, que desaparece o se enturbia la coincidencia entre empleador y empresa, desdibujándose así la figura del empleador, por lo que resulta una ardua tarea la de intentar detectar cuál de las empresas intervinientes reviste la calidad de empleador formal”18. El fenómeno de la descentralización genera que la organización contemporánea de la empresa adopte formas inimaginables en el pasado. Rifkin pone como ejemplo paradigmático de descentralización a la empresa Nike, a la que denomina “empresa virtual”, ya que pese a ser la primera empresa mundial fabricante de calzado deportivo, Nike no posee ninguna fábrica, ni máquinas, ni equipamiento ni bienes inmobiliarios. Esta compañía ha establecido una amplia red de proveedores-productores, que producen las formas físicas de sus conceptos. Nike es solamente dueña de las ideas y las imágenes que son lo que realmente se compran y se venden en la nueva economía-red19. Señala Juan Raso Delgue que “los proceso de descentralización productiva nos muestran una nueva división del trabajo, asentada no ya en la segmentación de la cadena productiva del modelo industrial y en las categorías propias de los distintos trabajadores, sino en un nuevo modo de pensar y dividir el trabajo. La fábrica y la cadena de montaje han sido sustituidas por el modelo de una fábrica en red con una cabeza de reducidas proporciones y terminales productivas conectadas y coordinadas entre sí” 20. Como consecuencia de la transformación de la organización y actividad de la empresa, el empleador inmediato de los trabajadores no se corresponde necesariamente con el verdadero centro de decisión del conjunto de la actividad económica de la empresa, como normalmente sucedía en el pasado. Según lo hace notar Pierre Verge, la entidad que se presenta como empleador directo del trabajador ya no es más la que decide el curso de actividad a la cual se va a dedicar éste. La empresa posmoderna tampoco tiene ya la integridad patrimonial del empleador clásico (unitario), lo que ofrece menos garantías para la ejecución y cumplimiento de las obligaciones económicas derivadas de las relaciones de trabajo 21. En ese sentido, el desprendimiento de actividades económicas (externali-zación) se traduce en una reducción de los activos tangibles de la empresa, que se obtienen mediante el concurso de la colaboración de terceros, lo que disminuye la solvencia material de la empresa. La tercerización se relaciona también con la competitividad. La referida concentración o focalización de actividades permite un mejor aprovechamiento de ventajas técnicas y productivas, que se traducen en una mayor rentabilidad. Desde el punto de vista económico, se señala que la flexibilidad en la organización del proceso productivo permite enfrentar un ambiente económico incierto y elevar la capacidad competitiva en un mercado que es cada vez más difícil y exigente. Stolovich, Lescano y Morales anotan las siguientes ventajas: a) se trabaja en una mejor escala de producción (que varía de acuerdo a cada proceso productivo): las fases que no reúnen las escalas de producción mínimas pueden ser tercerizadas; la tercerización sería un modo de adecuar la relación entre el volumen producido y la ganancia obtenida en cada fase del proceso productivo; b) las distintas actividades se independizan, se especializan y operan a escalas más adecuadas; c) la empresa que terceriza requiere menos capital: el capital fijo (inversiones) pasa a ser capital variable (compras), ganándose en flexibilidad; d) se tiende a disminuir la diversidad de formas organizacionales, facilitando la gestión empresarial; e) frecuentemente, se logran reducciones de costos, puesto que, en general, en las empresas “terceras” se pagan salarios inferiores o muy inferiores a los de la empresa “madre”, no se cumplen otras prestaciones laborales y no se aporta a la seguridad social22. Dieste destaca “la mayor flexibilidad de la pequeña empresa para adaptarse a las nuevas condiciones de un mercado cada vez más competitivo, en el cual el ciclo de vida de los productos y de los métodos de producción se abrevia siempre más” 23. En el marco de la Unión Europea, el Libro blanco sobre Crecimiento compe-titividad y empleo24 hace notar –en cuanto al mundo de la empresa se refiere– el movimiento de descentralización que se observa en las PYMES, “pues encarnan una flexibilidad, una disponibilidad operativa, una capacidad de interacción que intentan actualmente imitar las unidades que componen las grandes empresas; los sistemas lineales y jerarquizados son sustituidos por organizaciones interactivas”. Se agrega que ello implicará un mayor desarrollo de las PYMES, que son calificadas como “modelos de flexibilidad para las grandes sociedades”, y que son cada vez más un factor de competitividad para éstas a través de la externalización de servicios y la subcontratación. 2. Objeto de la tercerización: operaciones y trabajo El proceso que se ha descrito hasta el momento refiere fundamentalmente a la expulsión de actividades o funciones que realiza una empresa (comitente o principal), las cuales son cedidas a entidades externas (empresa proveedora o auxiliar) que pasan a realizar las actividades con sus propios recursos humanos, materiales, financieros y técnicos. Naturalmente, no ingresan en esa categoría todas aquellas formas o modalidades que impliquen un desplazamiento ficticio o artificioso de actividades hacia un tercero, que sólo es autónomo en el plano formal (empresa vehículo). En efecto, si la empresa deja de realizar una actividad que pasa a ser ejecutada por una entidad “vehículo” que se crea exclusivamente a tales fines y con el único objetivo de evadir regulaciones laborales, fiscales o de otra índole, estaremos en presencia de situaciones fraudulentas que nada tienen que ver con la descentralización legítima o auténtica. Estaremos en presencia entonces de una externalización de operaciones o actividades cuando una empresa comitente o principal, confíe o encargue a otra empresa auxiliar o proveedora, a través de un arreglo o acuerdo civil o comercial, la realización de una obra o servicio (o parte de las mismas), la cual será ejecutada con su propia organización de medios económicos, materiales, técnicos y humanos, asumiendo su propio riesgo empresarial. En la práctica, la externalización de operaciones se instrumenta a través de una extensa gama de contratos comerciales o civiles, como por ejemplo, outsourcing, franchising, asistencia técnica, agencia, transferencia de tecnología, suministro de bienes y servicios, distribución, almacenaje y logística, arrendamiento de obra, transporte, así como también de contratos de colaboración o cooperación empresarial de tipo asociativo (joint venture, consorcios, cadenas productivas, grupos de interés económico, uniones temporales de empresas). Algunos autores identifican la externalización de operaciones con la subcontratación. Así, Ugarte señala que la subcontratación implica una situación en la que “una empresa, dueña de una obra o faena, contrata a otra empresa, denominada contratista, mediante un contrato civil o comercial, para que ejecute a su cuenta y riesgo, con sus propios trabajadores, un determinado trabajo o servicio, pudiendo esta última a su turno, contratar a otra empresa denominada sub-contratista, para que lleve a cabo el trabajo o servicio requerido”25. En cambio, existirá externalización de mano de obra o de trabajo cuando lo que se confía a un tercero es solamente la contratación de la fuerza de trabajo, que es utilizada y dirigida directamente por la empresa comitente. En cierto modo, en estos casos lo que se externaliza es la función de búsqueda, selección, contratación y administración o gestión de la mano de obra, ya que la relación de trabajo real, sustantiva o económica, se sigue trabando con la empresa comitente (denominada “usuaria”, “receptora” o “cliente” en los casos de simple suministro de mano de obra). En esta categoría ingresan todas aquellas formas de contratación de trabajo a través de Empresas de Trabajo Temporal (ETT), los casos de cesión y préstamo de mano de obra entre empresas y cualquier otra modalidad de relacionamiento empresarial en virtud del cual exista separación formal entre la empresa que contrata y provee el trabajador y la empresa que efectivamente utiliza, dirige y se beneficia de los servicios del trabajador, lo que dará lugar a una relación triangular de trabajo conformada por dos vinculaciones de diferente naturaleza: una relación jurídica de trabajo y una relación económica de trabajo. Desde el punto de vista jurídico, la externalización de mano de obra queda inserta en la figura de la intermediación laboral. Habrá externalización de mano de obra toda vez que se verifique una subordinación fáctica o real entre el trabajador y una empresa que organiza, dirige y utiliza su trabajo, sin ser formalmente su empleador. La distinción entre la externalización de operaciones y la externalización de mano de obra resulta de especial interés práctico pero también jurídico, fundamentalmente por el diferente régimen de responsabilidad laboral que suele existir entre una modalidad y la otra. En un plano estrictamente teórico, la diferencia sustancial se encuentra en el hecho de que en la externalización de operaciones el comitente encarga a la empresa auxiliar una obra o servicio, que ejecuta con sus propios recursos y bajo sus propios riesgos, aun cuando según veremos luego, en algún caso pueda ser cumplido en el ámbito espacial del comitente. En esta modalidad de externalización la empresa auxiliar aporta un quid pluris, un valor añadido, respecto a la sola puesta a disposición de su personal. Para ello se requiere que la empresa proveedora o auxiliar organice, coordine y dirija sus propios trabajadores. No debe existir relación económica de trabajo entre la empresa comitente o principal y los trabajadores de la empresa auxiliar. Por el contrario, en la externalización de mano de obra la empresa auxiliar (rectius: intermediario) se limita a contratar personal que luego coloca o pone a disposición de la empresa comitente (usuaria), que utiliza y dirige el trabajo. En la primera modalidad el trabajador no se inserta en la estructura organizativa de la empresa comitente, por lo que no se debe verificar una relación de dependencia fáctica. En la segunda, los poderes de dirección y control del trabajo están en manos de la empresa comitente o usuaria o al menos los comparte con la empresa intermediaria o auxiliar, generándose así una relación triangular de trabajo (intermediario o auxiliar –trabajador– empresa comitente o usuaria). Ugarte señala que la subcontratación (externalización de operaciones) y el suministro de mano de obra (externalización de mano de obra) se diferencian en dos grandes aspectos: a) en la subcontratación la potestad de mando es ejercida efectivamente por la empresa contratista o subcontratista, mientras que en el suministro dicho poder es ejercido por la empresa usuaria y b) en la subcontratación el objeto del contrato civil o comercial entre las empresas es la ejecución de una obra o servicio, mientras que en el suministro la relación empresarial sólo tiene por objeto la puesta a disposición o cesión de los trabajadores 26. 3. Fines de la tercerización En cuanto a los objetivos que se persiguen con el proceso de externalización, Rifkin señala tres aspectos importantes, que son plenamente aplicables a las empresas uruguayas. En primer término, la externalización permite que la empresa se centre más en lo que hace para obtener el lucro y deje que otros manejen las funciones de apoyo que, aunque son básicas en el mantenimiento de la organización, no son productoras intrínsecas de beneficio empresarial. En segundo lugar, al externalizar ciertas operaciones, las empresas consiguen acceder a proveedores que debido a su especialización pueden ofrecer servicios a costos reducidos, evitando la adquisición de infraestructura para realizar operaciones periféricas. Por último, la externalización dota a las empresas de la flexibilidad que se precisa en mercados muy cambiantes y que se caracteriza porque los productos tienen cada vez ciclos de vida más cortos27. López Sánchez expresa que la externalización tiene como fundamento la necesidad y ventaja que supone para el empresario el que la aportación de trabajo no se lleve a cabo solo de forma directa, sino también utilizando la mediación de otro empresario, que no se apropia de la totalidad de la utilidad patrimonial de la prestación de trabajo, ni ejercita la plenitud de las facultades directivas y de organizaci ón del trabajo, porque unas y otras, en diferente grado y régimen, pertenecen al empresario principal 28. De modo similar, Hierrezuelo anota que la descentralización productiva le permite a la empresa llevar a cabo sus procesos productivos, ya no contratando a trabajadores sino a otras empresas, por lo general pequeñas (aunque no necesariamente), mediante las cuales obtiene el mismo resultado productivo, aunque sin llegar nunca a ser empleador de quienes realizan estos trabajos29. 4. La regulación legal uruguaya sobre los aspectos laborales de la tercerización La tercerización plantea importantes consecuencias, retos y desafíos para las relaciones de trabajo, tanto en su dimensión individual como colectiva. En particular, este fenómeno económico obliga a encontrar un equilibrio adecuado entre la libertad organizativa del empresario y la protección de los intereses de los trabajadores. Las normas no pueden prohibir, restringir u obstaculizar los procesos económicos y la búsqueda de la competitividad empresarial, pero estos objetivos no pueden implicar la admisión de formas de precarización del trabajo humano. En ese contexto, en los años 2007 y 2008 entraron a regir en Uruguay las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, las que vienen a actualizar el régimen de responsabilidad laboral de las empresas en el marco de los procesos de descentralización30, estableciendo herramientas que funcionan como un antídoto normativo capaz de inmunizar a los trabajadores atrapados en esos procesos, fundamentalmente frente al problema de la alteridad jurídica formal de quien implementa la tercerización, haciendo co-responsable al beneficiario del servicio externalizado, inclusive más allá de todo mecanismo de imputación directa de las relaciones de trabajo. La nueva normativa legal reconoce, implícitamente, que el fenómeno económico de la externalización constituye una forma legítima que tiene la empresa de organizar su funcionamiento, consagrando medidas alternativas de tutela de los trabajadores que prestan sus tareas en régimen de intermediación, suministro de mano de obra o subcontratación. La principal medida es la instauración de un régimen de responsabilidad compartida entre el empleador directo y la empresa principal o usuaria. La responsabilidad será subsidiaria si esta última ejerció su facultad de requerir información a la empresa proveedora, sobre el estado de cumplimiento de sus obligaciones laborales y previsionales. Será solidaria si no hizo ejercicio de tal derecho. La responsabilidad prevista en dichas leyes únicamente rige para los casos de relaciones triangulares de trabajo, por lo que se excluyen las relaciones con empresas unipersonales o profesionales universitarios que no ocupen personal. En efecto, del artículo 1º de la Ley Nº 18.099 se desprende que la responsabilidad o garantía que consagra sólo surge cuando existen al menos tres sujetos de derecho: a) un “patrono o empresario”, “empresa comitente” o “empresa usuaria”; b) un “intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra”, y c) un trabajador, que formalmente está vinculado a alguno de estos últimos 31. De acuerdo a la nueva legislación, en los casos de suministro de mano de obra y de intermediación, el objeto de la vinculación entre empresa usuaria o principal y el intermediario o suministrador de mano de obra, está constituido, al menos de manera predominante, por la colocación, cesión, préstamo o puesta a disposición de trabajadores que serán utilizados y dirigidos por la primera. En este caso se genera una relación de trabajo mediata entre trabajador y empresa usuaria. En cambio, en el proceso de subcontratación la empresa principal encarga a la empresa subcontratista o auxiliar la realización de una obra o servicio, que ejecuta con sus propios recursos y bajo su propio riesgo. De esa forma, el objeto del contrato no es la mera puesta a disposición de mano de obra sino que tiene un componente diferente: aportar una obra o servicio. Sin embargo, como se verá más adelante, con arreglo a las leyes Nº 18.099 y Nº 18.099, no toda forma de dele-gación de actividades o encargo de obras o servicios a una empresa proveedora o auxiliar, pueden ser considerados como una modalidad de subcontratación laboral. También es importante destacar que, la consagración de un régimen de responsabilidad trasmitida (solidaria o subsidiaria), implica admitir y consentir que el empleador directo del trabajador es la empresa intermediaria, suministradora de mano de obra o subcontratista, siendo la empresa comitente o tomadora de los servicios un codeudor (solidario o subsidiario), que responde por el pago de ciertos créditos laborales y previsionales por expresa disposición legal, por lo que no necesariamente se lo mira o contempla como un co-empleador. Las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, parecen partir de la premisa de que la empresa principal irrumpe en la relación laboral, no como un co-titular de la misma sino como un garante o fiador de obligaciones contraídas por un tercero, con el cual mantiene especiales vínculos civiles o comerciales que derivan en formas de intermediación o subcontratación. De igual modo, resulta trascendente resaltar que la nueva legislación no distingue, como por ejemplo sí lo hace el ordenamiento brasileño, entre modalidades lícitas o auténticas de tercerización y aquellas que pueden resultar ilícitas, fraudulentas o ilegítimas. Alcanza con que se verifiquen los supuestos previstos en las leyes (intermediación, suministro de mano de obra o subcontratación) para que nazca la responsabilidad de la empresa principal, comitente o usuaria, sin importar las causas o motivos de la contratación empresarial o las características que reviste la empresa a la cual se delegó o confió el encargo, esto es, si es un “testaferro” u “hombre de paja” o una entidad real e independiente. Si bien desde una perspectiva teórica los supuestos de interposición laboral e intermediación ilícita (marchandage), deberían tener como consecuencia jurídica la imputación directa de la relación laboral al verdadero empleador (empresa principal o empresa tomadora de servicios), en la práctica la solución será la misma que en los demás casos que prevén las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251: se adjudicará a todos los sujetos que intervinieron en la relación triangular no permitida una responsabilidad de naturaleza solidaria32. 5. Aplicación a las actividades pública y privada En lo que refiere al ámbito personal de aplicación de las leyes bajo examen, el primer aspecto a destacar es que las mismas rigen tanto para las empresas del sector privado, como para las entidades públicas y paraestatales que utilicen intermediarios, suministradores de mano de obra o subcontratistas. En efecto, el inciso 2º del art. 1º del texto legal dispone expresamente su aplicación al “Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, los organismos comprendidos en los artículos 220 y 221 de la Constitución de la República, las Intendencias Municipales, las Juntas Departamentales y las personas públicas no estatales”. La redacción es sumamente amplia, por lo que abarca cualquier clase de organismo o entidad pública, estatal o no, incluyendo a las entidades paraestatales. La inclusión del Estado (en su más amplia acepción) en el régimen de responsabilidad consagrado en las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, resulta un avance legislativo importante para nuestro país. Sobre el punto, téngase presente que debido a restricciones presupuestales, especialmente en lo que refieren al ingreso de personal permanente a su plantilla, ha sido cada vez más frecuente que el Estado recurra al concurso de los particulares para el desenvolvimiento de sus funciones, los cuales aportan obras y servicios pero también trabajo a favor de la Administración. En la práctica, las tercerizaciones en el ámbito público generaron una importante precarización de las condiciones de trabajo de los trabajadores contratados por las empresas proveedoras o auxiliares del Estado. Por esa razón, la Ley Nº 18.098, sancionada de complementarias forma de contemporánea protección de a la Ley Nº 18.099, consagró medidas los trabajadores frente a los procesos de descentralización a nivel público 33. De acuerdo a la Ley Nº 18.098, las entidades públicas o paraestatales que contraten la ejecución de servicios a su cargo con terceros, deberán establecer en los pliegos de bases y condiciones particulares que la retribución de los trabajadores de la empresa adjudicataria, asignados al cumplimiento de dichas tareas, deberá respetar los laudos salariales establecidos por los Consejos de Salarios. Su inobservancia será causal de rescisión del contrato por responsabilidad imputable del adjudicatario. A ello hay que agregar que, en los pliegos se deberá incluir una cláusula por la cual la autoridad pública contratante se reserva el derecho de exigir a la empresa privada la documentación que acredite el pago de salarios y demás rubros emergentes de la relación laboral, así como los recaudos que justifiquen que está al día en el pago de la póliza contra accidentes de trabajo así como las contribuciones de seguridad social, como condición previa al pago de los servicios prestados. Asimismo, se incluirá una cláusula en la que se deje constancia de que la autoridad pública contratante tiene la potestad de retener de los pagos debidos en virtud del contrato, los créditos laborales a los que tengan derecho los trabajadores de la empresa contratada. Es importante hacer notar que, la Ley Nº 18.098 no viene a consagrar un régimen de responsabilidad laboral para el Estado, en caso de incumplimiento de los laudos de los Consejos de Salarios o cualquier otra normal legal laboral por parte de la empresa adjudicataria. El texto legal no faculta a los trabajadores de esta última, a reclamarle a la entidad pública el pago de créditos laborales omitidos por su empleador. Esa consideración es válida aún, para el caso de que el Estado haya incumplido con la obligación legal de incorporar en los pliegos y contratos de adjudicación, una cláusula sobre la obligatoriedad del cumplimiento de la legislación laboral por parte de la empresa proveedora34. En todo caso, dicha omisión podría generar responsabilidad administrativa del jerarca y/o entidad pública, pero no una acción directa del trabajador contra el Estado. De todos modos, esta situación tiene poca trascendencia porque la Ley Nº 18.099 sí consagra la responsabilidad laboral del Estado, cuando se dan los supuestos de intermediación, suministro de mano de obra y subcontratación en el relacionamiento con empresas que le brinden obras, servicios o trabajo. 6. Sujetos y relaciones empresariales alcanzadas por la responsabilidad laboral El art. 1º de la Ley Nº 18.099 dispone que “Todo patrono o empresario que utilice subcontratistas, intermediarios o suministradores de mano de obra, será responsable solidario de las obligaciones laborales de éstos hacia los trabajadores contratados, así como del pago de las contribuciones a la seguridad social a la entidad provisional que corresponda, de la prima de accidente de trabajo y enfermedad profesional y de las sanciones y recuperos que se adeuden al Banco de Seguros del Estado en relación a esos trabajadores”. Uno de los aspectos centrales o neurálgicos que presentó esta ley al momento de su sanción, fue la determinación de los supuestos en los que se debía aplicar el régimen de responsabilidad laboral solidaria establecido en la misma, o dicho de otra forma, cuáles eran las relaciones o vinculaciones empresariales que hacían nacer dicha responsabilidad. La Ley Nº 18.099 no definía, de forma deliberada 35, qué debía entenderse por intermediación, subcontratación y suministro de mano de obra, así como tampoco brindaba una noción sobre los sujetos que participaban de esos procesos, pese a que eran nombrados a lo largo de su texto: “patrono”, “empresario”, “subcon­tra­tistas”, “intermediarios”, “suministradores de mano de obra”, “empresas suministradoras de mano de obra temporal”. El texto legal ni siquiera ofrecía al intérprete parámetros, pautas o elementos que permitiese delimitar con mayor o menor precisión dichas figuras. Posteriormente, la Ley Nº 18.251 vino a llenar el vacío que padeció la Ley Nº 18.099, ofreciendo una definición de las tres figuras y estableciendo una serie de relaciones, procesos y situaciones que se consideran excluidas del régimen de responsabilidad amplificada, acotando de esa manera el ámbito de esta última. Veamos brevemente cada una de las definiciones. 7. Intermediación laboral El art. 1º de la Ley Nº 18.251establece en su art. 1º que “a los efectos de la Ley Nº 18.099, de 24 de enero de 2007”, se entiende que “intermediario es el empresario que contrata o interviene en la contratación de trabajadores para que presten servicios a un terceros. No entrega directamente los servicios u obras al público, sino a otro patrono o empresario principal”. En la Exposición de motivos de la Ley Nº 18.251, se señala que esta noción es recogida de la caracterización que realiza Américo Plá Rodríguez sobre la figura del intermediario en su obra “El salario en el Uruguay. Su régimen jurídico, t. II, p. 428”. La definición que trae la ley presenta algunos puntos claros y otros que resultan más difícil de interpretar. Por un lado, hace referencia a las situaciones en que una empresa contrata trabajadores para que “presten servicios a un tercero”, lo cual según se verá seguidamente, forma parte de la noción clásica o tradicional de intermediación. Pero, por otro lado, hace mención a los empresarios que “intervienen” en la contratación de trabajadores para que presten servicios a un tercero, hipótesis que sería diferente ya que el intermediario no contrataría a su nombre sino que solamente “intervendría” en el reclutamiento de trabajadores por parte de un tercero. Es difícil imaginarse una hipótesis de “intervención” de un tercero en la contratación de trabajadores por parte del empleador, que tenga como consecuencia la configuración de una relación triangular de trabajo. En efecto, para que surja esta última se requiere que el intermediario contrate el trabajador y lo ceda o envíe a trabajar para el tercero, disociándose así la relación de trabajo formal con la sustancial. La primera hipótesis de intermediación que plantea la definición refiere a los casos en que un empresario “contrata” trabajadores para que presten servicios para un tercero. Ello implica que el intermediario busca, selecciona, recluta y vincula formalmente a los trabajadores a su propia empresa, pero luego los hace prestar servicios directamente para un tercero, denominado por la Ley Nº 18.251 como “empresa principal”, pero usualmente también conocida con otras denominaciones como “empresa tomadora de los servicios”, “empresa receptora”, “empresa usuaria”, entre otros. En este proceso el intermediario figurará formalmente como empleador, encargándose de registrar al trabajador ante los diversos organismos correspondientes (BSE, BPS, etc.) y de pagarle los salarios devengados, pero en los hechos las tareas serán realizadas por el trabajador a favor y en beneficio de un tercero (empresario principal), aun cuando las mismas puedan no realizarse dentro del ámbito físico (establecimiento) de este último. En el Derecho del trabajo usualmente se entiende por “intermediario” a todo aquel que contrata trabajadores con el objeto de colocarlos, cederlos, prestarlos o proveerlos a una empresa, que es quien dirige, controla y se beneficia efectivamente del trabajo. El intermediario contrata los servicios de un trabajador en su propio nombre, paga su remuneración y lo reconoce y registra formalmente como tal, pero en la realidad esas funciones las hace por cuenta y/o en beneficio directo y principal de un tercero. En el proceso de intermediación laboral tradicional, el objeto de la relación entre la empresa principal y el intermediario, se circunscribe a fórmulas que implican cesión, puesta a disposición o suministro de mano de obra, que es dirigida, controlada y utilizada por el primero, o al menos ese debe ser el objeto predominante de la relación civil o comercial que se traba entre las partes. De esa forma, desde el punto de vista jurídico laboral se crea una relación jurídica triangular36, que vincula a tres sujetos: dos empresas (una que figura como empleador directo y otra que se transforma en la usuaria o tomadora del servicio) y un trabajador dependiente. En este supuesto, el fundamento de la res-ponsabilidad laboral del tercero que formalmente no se presenta como empleador, radica en que la relación de trabajo debe imputarse al sujeto que verdaderamente utiliza y dirige el trabajo, ya que surge una relación de dependencia de facto o de hecho entre el trabajador que presta el servicio y la empresa que recibe los mismos, verificándose así la premisa o condición necesaria para que se aplique la legislación laboral. Esta modalidad de utilización del trabajo humano sin figurar como contratante directo, tiene larga tradición en el Derecho del trabajo, siendo muy difundida en sectores y tareas de poca calificación como la agricultura 37, forestación, industria de la vestimenta y el calzado, construcción, estiba portuaria, etc. Desde el punto de vista económico, la intermediación constituye una forma de externa-lización de mano de obra, es decir, una modalidad de externalizar las funciones de selección, contratación y gestión administrativa del trabajo encargándolas a un tercero. En muchos casos la intermediación constituye una forma de aproximación rápida y eficaz entre la oferta y la demanda de trabajo. Ello ocurre principalmente en las actividades zafrales, transitorias, por temporada, etc. en las cuales el empleador enfrenta dificultades materiales para encontrar mano de obra, a cuyos fines contrata con personas físicas o jurídicas que se encargan del reclutamiento del personal. La inexistencia de servicios públicos de empleo suelen fomentar el recurso a estas modalidades de contratación. En otros casos, la externalización de mano de obra responde a necesidades de especialización productiva o de organización interna de la empresa usuaria. Pero en otras situaciones, la intermediación persigue una finalidad directamente fraudulenta, como la elusión de las responsabilidades laborales por parte de quien utiliza los servicios de los trabajadores pero sin figurar como empleador, o la desaplicación de beneficios laborales que rigen la actividad de la empresa usuaria. En estos casos, el intermediario no es empleador más que en apariencia, constituyéndose en un testaferro u hombre de paja, consistiendo su actuación solamente en prestar su personalidad para tratar de desplazar hacia él las responsabilidades laborales que corresponden a la empresa tomadora del trabajo (empresa principal), que en aplicación estricta de los principios que rigen en el Derecho del trabajo se lo puede considerar como el verdadero empleador, al recibir directamente los servicios de los trabajadores contratados por el intermediario. Si bien algunos autores distinguen entre los supuestos de intermediación, que se verificaría cuando una persona contrata trabajadores con vistas a proporcionarlos a una empresa, de los casos de interposición, que consistiría en interponer un tercero entre el trabajador y el empleador real con la finalidad de que éste eluda su responsabilidad laboral38, en la práctica es muy difícil distinguir ambas figuras ya que en su esencia más íntima se trata de formas de lucrar (directa o indirectamente) con el trabajo. Hasta hace algunos años, la intermediación laboral se daba habitualmente a través de la contratación con personas físicas, sin estructura empresarial, que reclutaban trabajadores para que realizaran tareas a favor de un empresario que no deseaba figurar como empleador. El intermediario obtenía su ganancia, en la diferencia entre la retribución que pagaba a los trabajadores y el precio que recibía del empresario. En estos casos, el intermediario era considerado por el Derecho del Trabajo como un testaferro u hombre de paja, atribuyéndosele la responsabilidad laboral al verdadero empleador, sin perjuicio de la responsabilidad que recaía sobre el intermediario por prestarse al fraude y beneficiarse con él. Como acertadamente señalan Martín Valverde, Rodríguez-Sañudo y García Murcia, en los supuestos en los cuales una empresa se limita a suministrar mano de obra a otras organizaciones, estaremos ante un caso de “interposición en el contrato de trabajo, en el que un titular ficticio (en este supuesto, el que quiere aparecer como contratista) se introduce entre los titulares reales de la relación (el empresario principal y los trabajadores), usurpando la posición jurídica de quien recibe efectivamente la prestación laboral”39. Dichos autores señalan que la jurisprudencia española sostiene que existe un supuesto de cesión ilegal de trabajadores, prohibida por el art. 43 del Estatuto de los Trabajadores, cuando se trata de una empresa aparente o ficticia, sin estructura ni identidad propias ni verdadera organización patronal y su objeto no es otro que el de proporcionar mano de obra a otros empresarios. Lo mismo ocurre cuando la empresa contratista no pone en juego su organización empresarial, tratándose entonces de una mera exteriorización del empleo por parte de la empresa principal 40. Cuando la contratación de un trabajador supone la mera interposición de un tercero que carece de organización empresarial y de actividad legítima propia, la legislación laboral desde hace larga data ha reaccionado estableciendo que la relación de dependencia es con el sujeto que se beneficia o aprovecha del trabajo y determina la solidaridad de las obligaciones laborales entre el intermediario o tercero interpuesto (hombre de paja) y el empresario principal (verdadero emple-ador). Para ello, el Derecho del trabajo acudió a sus principios, especialmente al protector y al de primacía de la realidaLd. as ideas expuestas anteriormente se adaptan perfectamente a aquella parte de la definición contenida en el art. 1º de la Ley Nº 18.251, que dispone que se considera intermediario al empresario que “contrata” trabajadores “para que presten servicios a un tercero”. De esa manera, la noción recoge no solamente una opinión doctrinaria y jurisprudencia consolidada en nuestro país, sino también una tendencia claramente arraigada en el Derecho comparado. En dicha definición, quedará incluida no solamente la intermediación que pueda tener una causa o motivo de índole económico, tecnológico u organizativo, sino también las modalidades de interposición en las cuales el “intermediario” se transforma en un mero testaferro u hombre de paja, que se coloca justo en medio de la relación de trabajo material entre el trabajador y el empresario, con la única finalidad de evadir la legislación laboral, como se acaba de ver. Asimismo, corresponde significar que en dicha definición de intermediario no solamente se incluyen aquellos casos en los que una persona física o jurídica contrata trabajadores con el propósito exclusivo y específico de colocarlos o cederlos a un tercero, que es quien ejerce en la realidad los poderes propios del empleador, sino también aquellas situaciones en que sin haber sido esa la finalidad inicial y/o principal, en los hechos esa terminó siendo la situación material bajo la cual se desenvuelve la relación de trabajo. En esa categoría podrían ingresar los casos de traspaso, cesión o préstamo de trabajadores entre empresas que no tienen como giro o actividad principal la intermediación laboral, aun cuando el envío se realice a título gratuito y con carácter temporal. Las prácticas de colaboración y cooperación empresarial llevan muchas veces a soluciones como la anteriormente señalada, cuya consecuencia será la aplicación del régimen de responsabilidad solidaria o subsidiaria, por el período que dure la práctica de intermediación. En los hechos, este tipo de intermediación muchas veces es considerada por la jurisprudencia laboral uruguaya como una forma de configuración de un empleador complejo, ya que las dos empresas se comportan como empleadores ante el trabajador. La oración final del literal B del art. 1º de la Ley Nº 18.251 dispone que el intermediario “No entrega directamente los servicios u obras al público sino a otro patrono o empresario principal”. Este giro tampoco resulta sencillo de interpretar en el contexto de la ley, especialmente porque el literal A define la subcontratación como el proceso en el cual una empresa “se encarga de ejecutar obras o servicios, por su cuenta y riesgo y con trabajadores bajo su dependencia, para una tercera persona física o jurídica, denominada patrono o empresa principal”. A nuestro modo de ver, esta hipótesis se circunscribe a los casos en que el intermediario se identifica con una pequeña unidad productiva, con baja, escasa o nula infraestructura técnica, material y económica, y que por lo tanto no realiza las obras y servicios con independencia y autonomía funcional en relación al empresario principal 41. Un ejemplo de ello son los pequeños talleres que ejecutan ciertas parcelas de la actividad productiva de la empresa principal, cuya reducida dimensión e importante dependencia económica y funcional respecto de esta última, los acerca más a la figura del mero intermediario y los aleja del contratista (subcontratista) independiente que actúa por su cuenta y riesgo (figura que es regulada en el literal A del art. 1º de la Ley Nº 18.251). En virtud de todo lo anterior, se verificará intermediación laboral toda vez que: a) una empresa contrate trabajadores para proporcionarlos, cederlos, transferirlos o hacerlos trabajar directamente para una empresa principal o tomadora de servicios, con la cual el trabajador mantendrá una relación material, real o económica de trabajo, al ser esta última la que dirigirá y se beneficiará principalmente de sus servicios; b) una empresa utilice, organice, supervise y controle de manera permanente o constante el trabajo de empleados de otra empresa (con la cual no conforma un conjunto económico), aun cuando la finalidad de esta última (rectius: intermediario) no haya sido necesariamente contratar trabajadores con ese objetivo específico. En este supuesto ingresarían todos aquellos fenómenos de cesión no profesional de mano de obra, los cuales son frecuentes o usuales en los mercados de trabajo más desarrollados, como manifestación de complejas modalidades de colaboración o cooperación interempresarial, como son los casos de los consorcios, grupos de interés económicos, franquicias, polígonos y distritos industriales, entre otros; c) una empresa de reducidas dimensiones, importante fragilidad patrimonial y evidente dependencia económica y funcional en relación a la empresa principal, ejecute pequeñas obras o servicios encomendados por esta última, a cuyos fines contrata personal que si bien formalmente se registra como propio, en los hechos su trabajo beneficia primordialmente a quien externalizó la operación (empresa comitente o principal); d) un tercero se interponga fraudulentamente en la relación laboral entre la empresa principal y el trabajador. En tal condición se incluye a los casos en que el verdadero empleador, para evadir su responsabilidad laboral, crea o contrata a una empresa cuya única función es figurar como emple-ador, pero en la realidad no realiza ninguna actividad empresarial propia o autónoma 8. Suministro de mano de obra La segunda modalidad de relacionamiento empresarial cuya verificación hacer nacer la responsabilidad consagrada en las Leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, es el suministro de mano de obra. De lo expresado en el capítulo anterior, se extrae fácilmente que esta forma de vinculación entre empresas queda inmersa en el concepto de intermediación laboral, por lo que de haberse omitido su inclusión en los textos legales la consecuencia jurídica hubiese sido la misma. El art. 1º de la Ley Nº 18.251 define en su literal C la noción de “Empresa suministradora de mano de obra”, en los siguientes términos: “Agencia de empleo privada o empresa suministradora de mano de obra es la que presta servicios consistentes en emplear trabajadores con el fin de ponerlos a disposición de una tercera persona física o jurídica (empresa usuaria), que determine sus tareas y supervise su ejecución”. Según se establece en la Exposición de motivos de la ley antes mencionada, la definición fue tomada del Convenio Internacional del Trabajo Nº 181 sobre Agencias de empleo privadas. Si bien la cesión de trabajadores puede ser realizada por cualquier tipo de persona física o jurídica, constituyéndose así en un “intermediario”, desde hace varias décadas han aparecido empresas que realizan está operativa de modo organizado y profesional, a las cuales se las conoce como Empresas de Trabajo Temporal (ETT), Empresas de Servicios Eventuales o Transitorios o según ha preferido el legislador patrio, “Empresas Suministradoras de Mano de Obra”. Inicialmente, el funcionamiento de este tipo de empresas fue visto con fuerte recelo por el Derecho del trabajo. Es así que una importante cantidad de países prohibieron durante mucho tiempo su funcionamiento (a vía de ejemplo Italia, España, Alemania, Francia), en tanto que otros impusieron una densa reglamentación (Argentina, Venezuela, Brasil, Turquía, etc.), que usualmente incluía la responsabilidad solidaria entre ETT y empresa usuaria. Inclusive, a nivel de la OIT, la actitud frente a estas empresas ha ido variando a lo largo del tiempo, partiendo de normas que no dejaban espacio para su funcionamiento (CIT Nº 34 de 1933), pasando por una postura más flexible (CIT Nº 96 de 1949), para terminar en una orientación abiertamente permisiva de las agencias privadas de empleo temporal (CIT Nº 181 de 1997). A diferencia de la legislación argentina 42 o la chilena43, que al definir a las Empresas Suministradoras de Mano de Obra se hace referencia expresa a que su actividad debe limitarse a cubrir necesidades de empleo que sean transitorias, ocasionales, temporarias o eventuales, restringiendo así el ámbito de actuación de este tipo de empresa en el mercado de trabajo, la definición por la que optó el art. 1º de la Ley Nº 18.251 no hace mención alguna a ese extremo. A nivel doctrinario, la ETT ha sido definida como aquella empresa que se dedica a colocar trabajadores en otra (denominada “usuaria” o “receptora”), para atender necesidades temporales de ésta y asumiendo el pago de los créditos que se generen44, lo que coincide básicamente con la definición que trae la Ley Nº 18.251. Como se viene de explicar, existe acuerdo en que el único ámbito en que puede aceptarse la actuación de este tipo de empresa es el del trabajo interino, temporal o provisorio (suplencias, trabajo eventual u ocasional, zafral, etc.). La contribución que harían estas empresas al mercado de trabajo consistiría en la respuesta rápida y eficaz que podrían darle a los empleadores que tienen necesidades imprevistas y extraordinarias de trabajo, suministrándoles un trabajador que revistaría en su lista de aspirantes o bolsa de trabajo. Además, la ETT se encargaría de la etapa de reclutamiento, selección, entrenamiento y calificación del trabajador, con lo cual las empresas ahorrarían costos y tiempo. Al tratarse de una modalidad de intermediación laboral, no cabe duda de que el funcionamiento de la ETT produce una relación triangular: 1) se genera una relación civil o comercial entre la ETT y la empresa usuaria, en virtud de la cual la primera se compromete a suministrar un trabajador obteniendo su ganancia en la diferencia entre lo que percibe como “precio” y lo que paga por costos asociados al trabajo y su administración; 2) se perfecciona un contrato de trabajo entre el trabajador y la ETT, que no utiliza de forma directa sus servicios sino que los pone a disposición de la usuaria; y 3) paralelamente, se traba una relación de trabajo real y directa entre el trabajador y la empresa usuaria. Como se suele hacer notar, el accionar de la ETT se diferencia de las agencias de colocación y servicios de empleo en que éstos solamente acercan a las partes de la relación laboral, las ponen en contacto, pero no participan de ella, por lo que la relación de trabajo se traba formal y sustancialmente con el empleador que utiliza y recibe los servicios. Por su parte, la ETT en lugar de distanciarse del trabajador colocado en una empresa usuaria o receptora, se atribuye y reclama formalmente para sí la calidad de patrono, cumpliendo para ello con las cargas formales que se derivan de tal condición (registración ante organismos públicos, pago de salarios, contratación de seguro de accidentes de trabajo, etc.). La Ley guardia silencio sobre otros aspectos que usualmente se regulan en la legislación comparada, como es el caso del plazo máximo de suministro de mano de obra. El silencio legislativo antedicho, no hace dejar de lado la opinión consolidada respecto a que la ETT solamente puede proporcionar trabajadores eventuales, lo que implica que la finalidad del suministro solo puede ser cubrir trabajos transitorios, extraordinarios y ocasionales. Al respecto, el criterio que ha seguido buena parte de la jurisprudencia uruguaya, es que si la ETT actúa en forma disfuncional, es decir, opera fuera del marco natural de proporcionar trabajadores para tareas transitorias por un plazo razonable (el cual es determinado caso a caso), el trabajador se convierte en estable o permanente, con la consiguiente responsabilidad indemnizatoria para el caso de desvinculación no imputable al trabajador. El art. 5 de la Ley Nº 18.099 dispone que “Los trabajadores provistos por empresas suministradoras de empleo temporal no podrán recibir beneficios laborales inferiores a los establecidos por laudos de los consejos de salarios, convenios colectivos o decretos del Poder Ejecutivo para la categoría que desempeñen y que corresponda al giro de actividad de la empresa donde los mismos prestan sus servicios”. La norma legal viene a consagrar así un viejo criterio reclamado en la doctrina laboral uruguaya, que consiste en la paridad o igualdad de trato laboral entre el trabajador eventual y el trabajador contratado directamente por la empresa usuaria. Según el texto legal, el principio de paridad de trato presenta varias particularidades en su aplicación. En primer lugar, se requiere que se trate de un supuesto de suministro de mano de obra. Por lo tanto, queda claro que dicho principio no es aplicable a los casos de subcontratación e intermediación. En segundo lugar, el nivel de equiparación o igualdad de trato se circunscribe a los beneficios laborales establecidos en laudos, convenios colectivos o decretos. La enumeración es de carácter taxativa, por lo que el trabajador suministrado no tendría derecho a reclamar el pago de beneficios o niveles salariales mayores que rijan en la empresa, siempre que provengan de otras fuentes de obligaciones que no sean mencionada por la ley, como pueden ser las prácticas profesionales, usos y costumbres, contrato individual de trabajo, entre otros. Acorde a lo anterior, entendemos que la Ley Nº 18.099 recogió una forma o modalidad de equiparación de carácter relativa. En tercer término, los beneficios laborales a los cuales tiene derecho a acceder el trabajador suministrado, son aquellos que provengan de laudos, convenios colectivos o decretos, que resulten aplicables a la actividad o giro de la empresa usuaria. Ello significa que lo que debe mirarse no es la regulación que rige la actividad de la ETT, si no de la empresa que contrata sus servicios. En cuarto lugar, la paridad de trato refiere a “beneficios laborales”, expresión que resulta comprensiva no solamente de retribuciones salariales previstas en laudos, decretos o convenios colectivos, sino también de cualquier otra prestación salarial, sea en dinero o en especie. En quinto lugar, el criterio contenido en el art. 5 de la Ley Nº 18.099 ofrecerá especiales dificultades (y distorsiones) cuando se trate de aplicar a la actividad pública. En efecto, según quedó dicho la norma legal remite a los niveles de beneficios consagrados obligatoriamente para el “giro de actividad de la empresa” donde los trabajadores prestan sus servicios y para “la categoría que desempeñen”. En el caso de las entidades estatales, los beneficios laborales no provienen de laudos de consejos de salarios ni de convenios colectivos, sino fundamentalmente de leyes. En especial, los niveles salariales de cada cargo son asignados por leyes de presupuesto y de rendición de cuentas, más allá de los incrementos porcentuales fijados por Decreto. En virtud de lo anterior, la regla de trato paritario o equiparación resultará excepcionalmente aplicable a los casos de suministro de mano de obra cuyo sujeto receptor sea una entidad estatal 45. 9. Subcontratación laboral El tercer sujeto al cual hace referencia el art. 1º de la Ley Nº 18.099, cuya contratación por parte de una empresa hace nacer un régimen de responsabilidad solidaria o subsidiaria según el caso, es el denominado “subcontratista”. La Ley Nº 18.251 reconoce que la subcontratación es una manifestación de la exteriorización de operaciones de una empresa y no constituye un simple aporte de mano de obra a un tercero, al definirla de la siguiente manera: “A) (Subcontratista): Existe subcontratación cuando un empleador, en razón de un acuerdo contractual, se encarga de ejecutar obras o servicios, por su cuenta y riesgo y con trabajadores bajo su dependencia, para una tercera persona física o jurídica, denominada patrono o empresa principal, cuando dichas obras o servicios se encuentren integrados en la organización de éstos o cuando formen parte de la actividad normal o propia del establecimiento, principal o accesoria (mantenimiento, limpieza, seguridad o vigilancia), ya sea que se cumplan dentro o fuera del mismo”. Afirma Juan Raso Delgue que “la diferencia entre la subcontratación y la intermediación radica en que en el primer caso la empresa principal contrata obras o servicios acabados y realizados por trabajadores de otra empresa bajo la dirección de esta última. Es decir que la empresa principal celebra con el subcontratista un contrato de tipo “llame en manos”, por lo cual éste con sus propios trabajadores y bajo su gerenciamiento, riesgo y responsabilidad se compromete a realizar una obra o prestar un servicio a la empresa principal. En el caso de la intermediación, se verifica lo que también se califica como subcontratación de trabajo. El intermediario es quien contrata formalmente trabajadores como propios, pero que desarrollarán su actividad bajo la dirección de la empresa principal”46. Para que exista subcontratación la Ley Nº 18.251 exige la concurrencia de los siguientes elementos: a) la existencia de un acuerdo contractual cuyo objeto es el encargo de ejecución de obras o servicios (requisito negocial); b) el subcontratista debe ser una empresa auténtica, que posea una organización productiva propia de medios y recursos materiales, técnicos, económicos, financieros y humanos, los cuales utilizará y dirigirá con autonomía jurídica y funcional (requisito subjetivo); c) las obras o servicios encomendados deben tener una especial relación con la organización y actividad que cumple la empresa principal o comitente (requisito objetivo). El primer requisito que debe verificarse para que exista subcontratación, es la presencia de un “acuerdo contractual” entre una empresa principal (empresa comitente) y un subcontratista (empresa auxiliar o proveedora), cuyo objeto sea el encargo de ejecución de obras o servicios. Según se dijo, este elemento es el que le otorga tipicidad a la subcontratación, diferenciándolo de la mera intermediación laboral y ubicándolo en el terreno de la externalización de operaciones. A través de ese arreglo contractual la empresa principal obtiene el concurso, cooperación y colaboración de empresas proveedoras o auxiliares, lo que le permitirá cumplir con su ciclo productivo. El “acuerdo contractual” constituye el mecanismo jurídico por el cual se viabiliza el proceso de tercerización, externalización o descentralización empresarial, siendo además la antesala jurídica del proceso de exteriorización laboral. De forma acertada, la ley no exige que el acuerdo contractual revista determinadas formalidades o solemnidades, por lo que alcanza con que se haya concertado de forma verbal. Tampoco exige que el acuerdo adopte determinado tipo o naturaleza jurídica. Por ello, bien podría tratarse de un contrato civil o comercial, así como también de Derecho público47. Sin embargo, la circunstancia de que el objeto del arreglo sea el encargo de ejecución de “obras o servicios”, hace que las estructuras contractuales más idóneas para instrumentar la externali-zación sean el arrendamiento de obra y el arrendamiento de servicios, ya que en este tipo de negocio jurídico entre empresas está implicada la presencia de prestaciones de trabajo. El segundo elemento que debe estar presente para que exista subcontratación, es que la empresa proveedora o auxiliar que se encarga de ejecutar las obras o servicios encomendados, debe actuar “por su cuenta y riesgo y con trabajadores bajo su dependencia”. Este elemento es el que permite distinguir con mayor nitidez los supuestos de intermediación y subcontratación definidos en el art. 1º de la Ley Nº 18.251. En efecto, cabe recordar que en la definición de intermediario se incluye la posibilidad de que éste entregue servicios u obras al “patrono o empresa principal”. La exigencia de que el subcontratista desarrolle su actividad “por su cuenta y riesgo y con trabajadores bajo su dependencia”, implica que debe contar necesariamente con una organización empresarial propia, autónoma y diferenciada de la que posee la empresa principal o comitente. En tal sentido, se ha señalado que organización empresarial “es aquella que posee una organización instrumental de medios personales, materiales e inmateriales, ordenados bajo una dirección para el logro de fines económicos o benéficos, en el marco de la cual ésta inserta el trabajo como un medio productivo, lo ordena y dirige a fin de prestar un servicio o producir un bien, aprovechando sus beneficios a cambio de un salario”48. Para que una empresa actúe “por su cuenta y riesgo” es imprescindible que tenga su propia organización de medios y recursos económicos, materiales, técnicos y humanos, incluyendo locales, herramientas de trabajo, cuentas bancarias, servicios administrativos, marcas, logos, distintivos, etc., los cuales deben ser organizados, utilizados y dirigidos con autonomía técnica y funcional y sin injerencia permanente y determinante de la empresa principal. En esa dirección, si bien nada impediría que esta última pueda establecer ciertas pautas, condiciones y parámetros sobre la forma en que deberán ejecutarse las obras y servicios encomendados, las mismas no pueden tener un grado de intensidad que impliquen la pérdida de autonomía funcional por parte del subcontratista. Asimismo, en lo que refiere al plano laboral, los trabajadores del subcontratista o empresa proveedora deberán trabajar bajo la dirección y conducción directa de ésta y no de la empresa principal o comitente. El tercer requisito que exige el art. 1º de la Ley Nº 18.251 para que exista subcontratación, es que las obras o servicios que ejecute la empresa proveedora o auxiliar, constituyan una parte o parcela de las actividades o funciones de la empresa comitente, sean éstas principales o accesorias: a) las obras o servicios deben encontrarse integrados en la organización de la empresa principal; b) las obras o servicios deben formar parte de la actividad normal o propia del establecimiento de la empresa principal; ó, c) deben forma parte de la actividad principal o accesoria (mantenimiento, limpieza, seguridad, vigilancia) de dicha empresa. El primer criterio, relativo a que las obras o servicios “se encuentren integradas en la organización” del empresario principal, no reconoce recepción en el Derecho positivo extranjero ni tampoco antecedentes en nuestro país, lo que dificulta su interpretación y aplicación. Una primera lectura de la norma legal podría hacer pensar que la “integración” hace referencia a un requisito espacial: que las obras o servicios se ejecuten dentro del establecimiento o local del empresario principal. Sin embargo, esa lectura sería equivocada por superficial, ya que el texto legal dispone que la subcontratación se configura tanto en el supuesto de que los trabajos se realicen dentro del local del comitente como fuera del mismo. ¿Qué significa entonces que las obras o servicios “se encuentren integrados en la organización” del empresa principal? Parecería que la intención de la Ley Nº 18.251, fue incluir en el concepto de subcontratación, a aquellas operaciones desplazadas por el empresario principal hacia una empresa auxiliar o proveedora, siempre que las mismas sean imprescindibles y de primordial importancia para la realización de su ciclo productivo o de la actividad para la cual fue creada. La “integración” de las obras o servicios implica que las mismas formen parte de la organización de la empresa principal o se encuentren añadidas, insertadas, incorporadas o incluidas en la misma. De allí que pueda entenderse que existiría “integración” en la organización empresarial del comitente, cuando las funciones descentralizadas o exteriorizadas sean reputadas inherentes a la actividad central de la misma. Para Juan Raso Delgue, por obras y servicios integrados en la organización de la empresa principal “debemos entender situaciones, que no formen parte de la común actividad de la empresa principal, pero que al mismo tiempo integran plenamente la actividad de la misma”49. Para Garmendia y Gauthier “ya sea que se trate de incorporar actividades anteriormente desarrolladas con personal y recursos propios, como recurrir a terceros para obtener el concurso de obras o servicios nuevos, el requisito de la integración a la organización debe ser entendida en el sentido que tanto las obras como los servicios pasan a formar parte en un todo complejo, armónico e interdependiente que constituye la organización de la empresa principal” 50. Por su parte, para Eduardo Ameglio “los servicios u obras integrados son aquellos que necesariamente debe contratar la empresa principal para llevar adelante su explotación. En este sentido nos inclinamos a pensar que servicios u obras integrados serían sinónimo de accesorios” 51. El segundo criterio de configuración de la subcontratación, es que las obras o servicios “formen parte de la actividad normal o propia del establecimiento”. En la legislación Argentina el art. 30 de la Ley de Contrato de Trabajo utiliza la expresión “actividad normal y específica propia del establecimiento”, que es muy similar a la empleada por el art. 1º de la Ley Nº 18.251. En dicho país la doctrina y la jurisprudencia se encuentran divididas en torno al alcance de dicho giro. Por un lado, existe una corriente de opinión que sostiene que ingresan en ese concepto las operaciones vinculadas tanto al giro principal como al de carácter accesorio o secundario de la empresa principal, por lo que toda obra o servicio confiados a un tercero que sean necesarias para el cumplimiento de la finalidad del comitente, dan lugar a responsabilidad. Por otro lado, otros autores entienden que solamente quedan alcanzados en tal concepto, aquellos servicios o trabajos que están íntimamente relacionados con la actividad de la empresa, y que no se pueden escindir de la misma sin alterar el proceso productivo. En España sucede algo similar. Como señala Del Rey Guanter, en este país el concepto de “propia actividad” del empresario principal que encarga la obra o servicio a la empresa auxiliar, exhibe un nivel muy escaso de consenso en lo que refiere a su interpretación. Para una posición cabe realizar una interpretación amplia, según la cual “propia actividad” equivale a toda actividad que para la empresa principal sea “indispensable”, de manera que forma parte de la misma además de las actividades que constituyen el ciclo de producción de la empresa, todas aquellas que resulten necesarias para la organización del trabajo. Según esta interpretación, actividades que pueden considerarse como instrumentales respecto a ese ciclo, pero de una u otra forma son precisas para su realización, han de ser incluidas en el ámbito de responsabilidad del art. 42 del Estatuto de los Trabajadores, como es el caso de la limpieza, seguridad y mantenimiento. Por otro lado, existe una interpretación restrictiva, según la cual “propia actividad” hay que asimilarla a actividades inherentes, entendiendo por tal “sólo las tareas que corresponden al ciclo productivo de la empresa principal”. Según esta posición, aquellas actividades instrumentales estarían excluidas, por más que puedan ser consideradas como indispensables o imprescindibles para dicho ciclo 52. Según el autor, en la nueva jurisprudencia el Tribunal Supremo del Trabajo distingue entre actividades “indispensables” e “inherentes”, constituyendo “propia actividad” únicamente las últimas. Para el Tribunal Supremo las actividades inherentes serían aquellas que corresponden al ciclo productivo de la empresa y se refieren a su objeto social. Las actividades que sean consideradas indispensables en cuanto instrumental para el desarrollo del ciclo productivo, pero no sean inherentes, no ingresarán en el art. 42 del ET. Así, la limpieza puede ser indispensable pero no inherente. En nuestra doctrina se ha sostenido que cuando el art. 1º de la Ley Nº 18.251 refiere a la “actividad normal o propia del establecimiento”, apunta a las funciones u operaciones que son habituales, privativas, específicas, exclusivas y que forman parte del corazón o centro neurálgico de la empresa principal. Se trataría de aquellas operaciones (obras o servicios) que son inherentes o están indisolublemente vinculadas a la actividad para la cual fue constituida la empresa principal. Por tal razón, consideramos que lo importante no es definir si la obra o servicio encomendados son necesarios o no para la actividad de la empresa principal, sino si pertenecen al ciclo productivo de la empresa principal, definido éste como su objeto social53. El tercer criterio es que las obras y servicios formen parte de la actividad principal o accesoria (mantenimiento, limpieza, seguridad, vigilancia) del establecimiento de la empresa principal. Respecto al concepto de “actividad principal”, indudablemente refiere a aquellas funciones que constituyen el centro, la sustancia o la razón de ser de la empresa comitente, o dicho de otro modo, la función o materia a la cual se dedica preferentemente la empresa principal (por ej: si se trata de una institución médica su actividad principal es la atención de la salud; en una planta embotelladora de bebidas su giro central es la procesamiento y embotellamiento del líquido; para una empresa de transporte de carga su actividad neurálgica es el transporte de mercaderías, etc.). Sobre el punto, Juan Raso Delgue señala que “entendemos por actividad principal el conjunto de elementos que conforman los objetivos y la propia gestión de la empresa”, agregando que “por accesorio deben entenderse aquellas actividades que aunque vinculadas a la actividad normal o propia del establecimiento, no integran las actividades centrales del emprendimiento”54. En lo que concierne a las actividades “accesorias”, el legislador limitó el concepto de subcontratación a cuatro casos concretos: mantenimiento, limpieza, seguridad o vigilancia. En efecto, a nuestro juicio la referencia entre paréntesis a esas cuatro actividades tiene carácter taxativo y no enunciativo, por lo que se trata de un caso de numerus clausus. Nada indica que el legislador haya tenido la intención de hacer referencia a esas funciones a vía meramente abierta y ejemplificativa. Por el contrario, la interpretación restrictiva que propugnamos va en línea con el espíritu de la norma legal, que ha sido establecer un alcance amplio pero limitado de los supuestos en los cuales una empresa es responsable laboralmente por las operaciones que encarga a un tercero. Dicha opinión es compartida por Juan Raso Delgue, quien señala que tratándose de actividades accesorias, “solo el mantenimiento, la limpieza, la seguridad o vigilancia (según indica la norma entre comillas) estarán alcanzadas por el régimen legal. Por lo tanto el principio es que la normativa refiere a la actividad principal, mientras en el caso de las actividades accesorias, las situaciones se limitan a las cuatro hipótesis legales. Nuestra afirmación supone que la redacción de la norma indica una enumeración de carácter taxativo. El texto no incluye ninguna expresión que permita inferir que esa enumeración es expresada a vía de ejemplo”55. De igual modo, Octavio Racciatti señala que la Ley “no trata de responsabilizar en el plano laboral por todos los contratos que celebre una empresa. En consecuencia, se limita la responsabilidad laboral por las contrataciones “mantenimiento, limpieza, seguridad o vigilancia”56. accesorias a las de Por lo demás, de los antecedentes de las leyes que se comentan surge con claridad que la preocupación de legislador fue contemplar en el régimen de responsabilidad solidaria o subsidiaria, a las situaciones de contratación con empresas de limpieza, vigilancia y seguridad, lo que reafirma cuál es el alcance de la redacción que tiene el texto legal. La posición contraria ha sido sostenida por Garmendia y Gauthier, quienes señalan que la enumeración que realiza el legislador no es contraria ni contradictoria con la existencia de otros servicios igualmente accesorios, susceptibles de integrarse a la organización de la empresa principal, invocando además a favor de la tesis amplia el principio protector57. Finalmente, corresponde significar que la definición contenida en el literal A del art. 1º de la Ley Nº 18.251, considera subcontratación tanto a las obras o servicios ejecutados dentro del establecimiento del propio subcontratista, como los realizados en el local de la empresa principal. En consecuencia, el ámbito físico donde se ejecutan los trabajos por parte de los operarios del subcontratista, no constituye un elemento tipificante de esta modalidad de exteriorización empresarial. 10. Exclusiones de responsabilidad Los arts. 2 y 3 de la Ley Nº 18.251 contemplan dos casos que se consideran excluidos del alcance de las definiciones estudiadas precedentemente. La primera situación refiere a “las obras o los servicios que se ejecutan o prestan de manera ocasional. El concepto de obra o servicio ocasional no incluye el trabajo zafral o de temporada el que será regido por las normas generales”. La exclusión antedicha se aplica únicamente a las definiciones de intermediación y subcontratación. Por lo tanto, aunque el suministro de mano de obra se realice de forma esporádica, casual o eventual, se aplicará el régimen de responsabilidad subsidiaria o solidaria previsto en la normativa bajo examen. El texto legal no establece qué debe entenderse por obras o servicios “ocasionales”. Evidentemente, esa condición no hace referencia a la temporalidad de la vinculación del trabajador con el intermediario o subcontratista, sino a la duración y permanencia de la relación comercial o civil entre la empresa principal y estos últimos. No basta, así pues, con que una empresa principal o tomadora de servicios encargue la ejecución de una obra o servicio a un tercero para que quede configurada una hipótesis de intermediación o subcontratación laboral, sino que es preciso que el relacionamiento inter-empresarial adquiera carácter estable o permanente. Al respecto, Juan Raso Delgue señala que el trabajo ocasional se caracteriza por dos notas: a) precariedad del vínculo y b) no pertenencia al giro normal de la empresa, puntualizando que “esto significa que una empresa que subcontrata a trabajadores por breves períodos para realizar tareas que pertenecen al giro de la misma, serán alcanzadas por las normas sobre responsabilidad que establecen las leyes que comentamos”58. En consecuencia, se excluyen las vinculaciones de cooperación o colaboración empresarial que puedan ser fortuitas, accidentales, episódicas o de breve duración. Incumbe dicha calificación a nuestros tribunales, los cuales deberán aplicar los principios de razonabilidad y primacía de la realidad y tener en cuenta el tipo de operación delegada, su importancia económica y la periodicidad con que se presta, entre otros datos. La segunda exclusión alude al “proceso de distribución de productos”, el cual se rige por los arts. 1 a 7 inclusive del Decreto ley Nº 14.625 de 4 de enero de 1977. El art. 1º dispone que “se entiende por proceso de distribución toda forma de desplazamiento o circulación de productos desde cualquiera de los locales de las empresas productoras o importadoras hasta su entrega a otras personas físicas o jurídicas. Dicho proceso comprenderá operaciones tales como las de almacenaje, transporte, venta y entrega”. Dicho Decreto Ley establece que la empresa distribuidora será la única responsable por las obligaciones de seguridad social vinculadas a sus empleados, cuando se acredite la celebración de un contrato de distribución de productos con la empresa productora, el que deberá contener una serie de requisitos formales previstos expresamente en la norma (art. 5). Conviene hacer notar que, la sustracción del proceso de distribución del régimen de responsabilidad previsto en las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, refiere no solamente a las obligaciones de carácter previsional a las que hace referencia el Decreto ley Nº 14.625, sino también a cualquier clase de obligación establecida en dichas leyes (laborales, seguro de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, recuperos del Banco de Seguros del Estado, deberes en materia de seguridad e higiene, etc.). Una opinión distinta es sostenida por Juan Raso Delgue, quien señala que si bien la redacción de la ley parecería inducir al intérprete a considerar que el contrato de distribución está excluido del alcance de las leyes bajo estudio, “ello no es así. En efecto, la norma no dice que el proceso de distribución no está comprendido (como claramente indica en los casos del art. 2) sino que afirma que el mismo se rige por los artículos 1 a 7 del Decreto ley Nº 14.625. pero en realidad estos artículos no hacen ninguna referencia a la cuestión de la tercerización, es decir a la hipótesis de triangulación entre una empresa principal, una empresa distribuidora y los trabajadores de esta última (…) pero de la lectura de sus normas no puede derivarse que las mismas alcancen a los fenómenos de tercerizacion. Entendemos por lo tanto que la actividad de distribución está alcanzada por las Leyes Nº 18.099 y 18.251 y solo podrán excluirse aquellos casos concretos, en que se entienda –en virtud de los criterios generales expuestos– que la misma no forma parte de la actividad normal o propia del establecimiento”59 . Igual posición es sostenida por Garmendia y Gauthier60 y por Eduardo Ameglio 61. 11. Responsabilidad subsidiaria o solidaria El art. 3 de la Ley Nº 10.449 establecía un régimen de responsabilidad subsidiaria en materia de salarios mínimos para el empresario que utilizara intermediarios y subcontratistas. En cambio, el art. 1º de la Ley Nº 18.099 consagró un régimen de responsabilidad solidaria pasiva, al establecer que “Todo patrono o empresario que utilice subcontratistas, intermediarios o suministradores de mano de obra, será responsable solidario de las obligaciones laborales de éstos hacia los trabajadores contratados, así como del pago de las contribuciones a la seguridad social a la entidad provisional que corresponda, de la prima de accidente de trabajo y enfermedad profesional y de las sanciones y recuperos que se adeuden al Banco de Seguros del Estado en relación a esos trabajadores”. Con la sanción de la Ley Nº 18.251, se modificó parcialmente el régimen anterior ya que en su artículo 6º incorporó un régimen de responsabilidad subsidiario para el caso de que la empresa principal hubiere hecho ejercicio del derecho a exigir información al intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra, en relación al estado de cumplimiento de las obligaciones laborales, previsionales y las correspondientes al seguro de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, manteniendo el régimen de responsabilidad solidaria cuando no ejerció efectivamente dicho derecho de información. En virtud de lo anterior, el elemento clave que sirve para determinar cuál es el régimen de responsabilidad aplicable a la empresa principal o usuaria, es si ejerció o no de su derecho a exigir información al intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra. A tales efectos, el art. 4 de la Ley Nº 18.251 otorga a la empresa principal el derecho a exigir la exhibición de una serie de documentos, que son demostrativos del estado de cumplimiento de las obligaciones laborales y previsionales por parte del intermedio, subcontratista o suministrador de mano de obra: A) declaración nominada de historia laboral y recibo de pago de cotizaciones al organismo previsional; B) certificado que acredite situación regular de pago de las contribuciones a la seguridad social a la entidad previsional que corresponda; C) constancia del Banco de Seguros del Estado que acredite la existencia del seguro de accidentes del trabajo y enfermedades profesionales; D) planilla de control de trabajo, recibos de haberes salariales y, en su caso, convenio colectivo aplicable. Asimismo, dicha norma establece que la empresa principal o usuaria estará facultada para requerir los datos personales de los trabajadores comprendidos en la prestación del servicio, a efectos de realizar los controles que estime pertinentes. En la mecánica de la ley (art. 6º), la empresa principal no tiene obligación de controlar si el intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra cumplen adecuada y regularmente con sus obligaciones laborales y previsionales en relación a sus trabajadores. Sin embargo, si así lo hace, se verá beneficiado al aplicársele un régimen de responsabilidad patrimonial un poco más benigno. En cierto modo, la ley busca premiar a la empresa que actúa con la diligencia de un buen hombre de negocios, la que se manifiesta a través del ejercicio de potestades de contralor sobre los terceros con los que se vincula en el marco de los procesos de descentralización, así como también persigue elevar los niveles de cumplimiento de la legislación laboral y previsional, trasladando la carga de fiscalización a la empresa principal o usuaria. Como señala Mario Garmendia, el empleo de este mecanismo de información no constituye una obligación para la empresa principal sino un imperativo de su propio interés o carga62 . Para dicho autor, “la mutación de la naturaleza de la responsabilidad que le incumbe (de solidaria a subsidiaria)” se verifica por la sola circunstancia de que la empresa principal ejerza efectivamente su derecho a ser informada, aclarando que “esto significa que a tales efectos no es necesario que la empresa demuestre que efectivamente ha controlado la documentación recibida para verificar que el subcontratista, intermediario o suministrador de mano de obra realmente ha cumplido con las obligaciones a su cargo”63. Sin dejar de reconocer que el punto es dudoso y opinable, nos inclinamos por sostener que para que sea procedente la aplicación de la responsabilidad laboral subsidiaria, la empresa principal o usuaria deberá no solamente requerir la exhibición o presentación de la documentación, sino demostrar que ha realizado un examen razonable (control) de la misma. De modo pues, que será carga de la empresa principal demostrar en un proceso jurisdiccional que ejerció su derecho a ser informada sobre el estado de cumplimiento de las obligaciones laborales y previsionales, lo cual implicará no solamente aportar los documentos mencionados en el art. 4 de la Ley Nº 18.251, sino también acreditar que ha realizado un control razonable de los mismos. Así, a vía de ejemplo, dicha circunstancia surgirá debidamente probada en los casos en que se haya intimado al intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra a regularizar su situación, o se haya rescindido tempestivamente el contrato civil o comercial a causa del incumplimiento. La norma legal tampoco regula con qué periodicidad o frecuencia se debe haber ejercido el derecho de información, para que se repute cumplido el requisito que exige el legislador para aplicar el régimen de responsabilidad subsidiaria. En nuestra opinión, una vez más la solución debe buscarse a la luz del principio de razonabilidad. Si la finalidad que busca la ley es mejorar la posición de la empresa que actúa con la diligencia de un buen hombre de negocios, no puede considerarse suficiente que ésta haya requerido información una única vez durante una prolongada relación de intermediación, subcontratación o suministro de mano de obra. A su vez, resultaría absurdo e ilógico exigir que el derecho de información haya sido puesto en práctica todos y cada uno de los meses en que estuvo en vigencia dicha vinculación. El art. 5 de la Ley Nº 18.251 dispone que “cuando el subcontratista, el intermediario o la empresa suministradora no acredite oportunamente el cumplimiento de las obligaciones laborales y previsionales y del seguro de accidentes del trabajo y enfermedades profesionales en la forma señalada, el patrono o empresario principal podrá retener de las obligaciones que tenga a favor de aquél o aquéllos, el monto correspondiente. El mismo derecho tendrá el contratista respecto de sus subcontratistas”. La retención no constituye un deber u obligación sino una potestad, por lo que podrá ser ejercida o no libremente por la empresa principal. Evidentemente, la posibilidad de retener los pagos adeudados para aplicarlos a satisfacer las obligaciones incumplidas implica, necesariamente, que la empresa principal haya ejercido previamente su derecho de información y, a su vez, haya examinado la documentación y verificado que existe una situación irregular en la observancia de la legislación social. Ahora bien, una vez que la empresa principal hizo uso de dicha potestad de retención, la ley le impone la obligación de destinar el dinero a pagar los créditos adeudados al trabajador, a la entidad previsional acreedora y/o al Banco de Seguros del Estado, según corresponda. El texto legal no establece ningún orden de prioridad ni de distribución o prorrateo entre dichos acreedores, por lo que la empresa principal tendrá libertad para decidir de qué forma aplica el dinero retenido. Naturalmente, si no existía ningún incumplimiento y la empresa principal retuvo indebidamente el pago de sus obligaciones, podrá verse expuesta a pagar dos veces la misma deuda. Asimismo, el art. 5 de la Ley Nº 18.251 aclara que “En todo caso, el patrono o empresario podrá pagar por subrogación al trabajador, a la entidad previsional acreedora o al Banco de Seguros del Estado”. 12. Alcance material y temporal de la responsabilidad Hasta la sanción de las leyes que Nº 18.099 y 18.251, el régimen de responsabilidad laboral del empresario en los casos de subcontratación e intermediación, se limitaba a los salarios mínimos adeudados a los trabajadores (art. 3 de la Ley Nº 10.449). La nueva legislación sobre tercerización amplía considerablemente la responsabilidad, ya que el art. 1º de la Ley Nº 18.099 dispone que la empresa comitente o usuaria será responsable de las “obligaciones laborales” contraídas por los intermediarios, suministradores de mano de obra o subcontratistas con sus trabajadores, así como del “pago de las contribuciones a la seguridad social a la entidad previsional que corresponda, de la prima de accidente de trabajo y enfermedad profesional y de las sanciones y recuperos que se adeuden al Banco de Seguros del Estado en relación a esos trabajadores”. Por su parte, el art. 7 de la Ley Nº 18.251 dispone que las obligaciones laborales a que refiere el art. 1º de la Ley Nº 18.099 comprende también “el deber del patrono o empresario principal de colaborar en la aplicación de las medidas previstas en el art. 1º de la Ley Nº 5.032 de 21 de julio de 1914, sus decretos reglamentarios y convenios internacionales del trabajo vigentes”. En concreto entonces, la responsabilidad abarca el siguiente ámbito objetivo o material: a) obligaciones laborales; b) contribuciones a la seguridad social; c) prima de accidente de trabajo y enfermedad profesional adeudada al Banco de Seguros del Estado; d) recuperos decretados por el Banco de Seguros del Estado; y, e) deber de colaborar en la aplicación de las medidas de prevención de riesgos laborales y de seguridad e higiene. Además, el art. 7 de la Ley Nº 18.251 aclaró y complementó varios aspectos. En primer lugar, siguiendo la interpretación mayoritaria que se había realizado sobre el alcance de las obligaciones previstas en el art. 1º de la Ley Nº 18.099, aclaró que “las obligaciones previsionales respecto del trabajador contratado comprenden las contribuciones especiales de seguridad social (patronales y personales) excluyendo las multas, los recargos, los impuestos y adicionales recaudados por los organismos de seguridad social”. En segundo lugar, circunscribió la responsabilidad material a una serie de fuentes jurídicas expresamente enumeradas en dicha norma legal, las cuales tienen como característica común tratarse de fuentes de conocimiento que son públicas y accesibles: normas internacionales ratificadas, leyes, decretos, laudos, decisiones de Consejos de Salarios, convenios colectivos registrados y la información que surja de la planilla de control de trabajo y recibos de haberes salariales. El primer inciso del art. 1º de la Ley Nº 18.099 establece que la responsabilidad solidaria alcanza a las “obligaciones laborales”, sin hacer precisión o distinción de ninguna clase. Acorde a ello, podría entenderse que la garantía de la empresa comitente o usuaria se extiende a cualquier tipo de obligación laboral, sea ésta de dar, hacer o no hacer. En ese sentido, hubiese sido preferible que el legislador acotara la responsabilidad a las “obligaciones de dar”, tal como se hace en la legislación chilena (art. 183-A del CT). Tratándose de obligaciones de dar y más precisamente de pagar la remuneración, la responsabilidad consagrada en la Ley no presenta mayores dificultades en su aplicación, en la medida en que se trata de prestaciones que son generalmente susceptibles de apreciación pecuniaria y se resuelven en el pago de una suma de dinero. En tal sentido, ingresaría en el régimen de responsabilidad laboral todo tipo de crédito laboral, sea salarial o indemnizatorio, sin distinción alguna. En cambio, cuando se trata de obligaciones de hacer o no hacer la aplicación de la responsabilidad podrá encontrar importantes dificultades de implementación e inclusive, restricciones de orden constitucional. Así, a vía de ejemplo, no resulta fácil de instrumentar que la empresa comitente pueda controlar y hacerse responsable de deberes como el respeto de la dignidad o intimidad del trabajador, la obligación de otorgar un ascenso de categoría o la interdicción de prácticas de acoso moral en el lugar de trabajo, especialmente cuando las tareas se realizan fuera de su establecimiento y por ende, fuera de su alcance material de supervisión o fiscalización. En todos los casos se trata de obligaciones laborales que sólo pueden ser cumplidas por el empleador directo, que es el intermediario, subcontratista o suministrador de mano de obra. Una interpretación racional, teleológica y sistemática de la normativa legal bajo examen permitiría sostener que la responsabilidad sólo alcanza a las obligaciones laborales de dar que pueda haber contraído el intermediario, suministrador de mano de obra o subcontratista con sus trabajadores. Solo podría extenderse la responsabilidad a obligaciones de hacer o no hacer, cuando las mismas dependan directamente en su ejecución e implementación de la propia empresa principal o usuaria. En estos casos, al tener ésta la calidad de guardián material podrá ser responsabilizada por esa clase de obligación laboral. Este temperamento se ve reforzado por la circunstancia de que el art. 7 de la Ley Nº 18.251, vino a aclarar que la empresa principal también es responsable por “el deber de colaborar en la aplicación de las medidas previstas en el art. 1º de la Ley Nº 5.032, sus decretos reglamentarios y convenios internacionales del trabajo vigentes”. Entendemos que la consagración a texto expreso del deber de la empresa principal de colaborar en la aplicación de las medidas de prevención de riesgos laborales y de seguridad e higiene en el lugar de trabajo, constituye un reconocimiento de que la responsabilidad solamente alcanza a las obligaciones laborales de dar (pagar u otorgar beneficios y prestaciones económicas), excluyéndose por lo tanto las obligaciones de hacer o no hacer, con excepción del deber de prevención antes mencionado. De lo contrario, no hubiese sido necesario que el legislador consagrara a texto expreso el deber de colaboración en materia de prevención de riesgos laborales, ya que el mismo estaría comprendido en el alcance genérico de la expresión “obligaciones laborales” consignada en el art. 1º de la Ley Nº 18.099. Posición diferente ha sido sostenida por otros autos. Así, Juan Raso Delgue sostiene que “el texto de la ley es amplio y claro, por l oque la responsabilidad del empresario principal por las “obligaciones laborales” alcanza las obligaciones de dar, como las de hacer, al no establecer la norma ningún elemento que permita excluir estas últimas”64. Por su parte, Mario Garmendia dice que la dificultad de control que por su naturaleza pueden presentar las obligaciones laborales de hacer, no necesariamente habilita a sostener su exclusión de la responsabilidad regulada por las leyes, aplicándose en todo caso el régimen de resarcimiento de los daños y perjuicios cuando las obligaciones no puedan ser ejecutadas in natura65. El art. 1º de la Ley Nº 18.099 refiere al pago de las “contribuciones a la seguridad social a la entidad previsional que corresponda”. La norma legal se refiere exclusivamente a las contribuciones a la seguridad social, sin hacer mención a otros accesorios que puedan adeudarse a la entidad previsional, como es el caso de las multas, recargos, intereses, etc. que generalmente acompañan la obligación tributaria adeudada. Para disipar algunas dudas que se habían suscitado respecto al alcance de la responsabilidad, el art. 7 de la Ley Nº 18.251 aclaró que “las obligaciones previsionales respecto del trabajador contratado comprenden las contribuciones especiales de seguridad social (patronales y personales), excluyendo las multas, los recargos, los impuestos y adicionales recaudados por los organismos de seguridad social”. En estos casos el sujeto legitimado para accionar en base a la solidaridad prevista en el art. 1º de la Ley Nº 18.099 no es el trabajador, sino precisamente la entidad previsional. Asimismo, esta ley dispone que la responsabilidad comprende a la “prima de accidente de trabajo y enfermedades profesionales” que se adeude al Banco de Seguros del Estado. Como se sabe, la Ley Nº 16.074 establece que el empleador se encuentra obligado a contratar el seguro de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales respecto de su personal dependiente, aun cuando se trate de aprendices o trabajadores a prueba, con o sin remuneración. El art. 67 de dicha ley establece que el Banco de Seguros del Estado fijará las primas del seguro, las que deberá revisar periódicamente, haciéndolo por lo menos una vez cada dos años, las que podrán variar en función de la peligrosidad del riesgo para las diversas actividades laborales y aun para los diversos establecimientos dentro de cada actividad. La responsabilidad establecida por la Ley Nº 18.099, abarcaría no solamente los casos de no contratación del seguro de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales (trabajador no registrado o informal), sino también aquellas situaciones en que habiendo sido contratado el seguro, posteriormente el intermediario, suministrador de mano de obra o subcontratista no pagó la prima acordada o surgieron diferencias en su cálculo debido a la subdeclaración de remuneraciones. Interesa señalar que, en estos casos, el acreedor no será el trabajador sino el propio Banco de Seguros del Estado, quien tendrá derecho a accionar frente a la empresa principal o usuaria, siempre que demuestre que existe un supuesto de intermediación, suministro de mano de obra o subcontratación en los términos establecidos en los arts. 1 a 3 de la Ley Nº 18.251. El último concepto sobre el cual el art. 1º de la Ley 18.099 establece la responsabilidad trasmitida son los recuperos adeudados al Banco de Seguros del Estado. Dichos recuperos, que en la práctica son bastante comunes, pueden provenir de diversas fuentes. Una de ellas es que el accidente de trabajo o enfermedad profesional, hayan sido ocasionados por dolo o culpa grave del patrono en el incumplimiento de normas sobre seguridad y prevención. De acuerdo al art. 7 de la Ley Nº 16.074, en estos casos el BSE podrá aplicar sanciones como la pérdida del seguro, multas y recuperaciones de gastos como atención médica y rentas pagadas al trabajador. De igual modo, cuando el patrono haya omitido la contratación del seguro, igualmente el BSE otorgará la asistencia médica y abonará las indemnizaciones correspondientes (en este caso tomando como base el valor de la Base de Prestaciones y Contribuciones), para posteriormente exigir a la empresa los reembolsos pertinentes (art. 8). Interesa precisar que las liquidaciones que practique el BSE por capitales necesarios para servicios de rentas, indemnizaciones temporarias, gastos de asistencia médica, primas de pólizas y adicionales, constituirán título ejecutivo. Al igual que en el caso anterior, la titularidad de la acción que confiere la responsabilidad se encuentra únicamente en cabeza del Banco de Seguros del Estado. El art. 7 de la Ley Nº 18.251 condiciona la responsabilidad de la empresa principal o usuaria, a que las obligaciones surjan de alguna de las siguientes fuentes formales de derecho: a) normas internacionales ratificadas, b) leyes, c) decretos, d) laudos o decisiones de los Consejos de Salarios, y, e) convenios colectivos registrados. A su vez, la norma también incluye a las obligaciones que se desprendan de la planilla de control de trabajo y los recibos de haberes salariales. De ese modo, resulta claro que la intención del legislador ha sido circunscribir la responsabilidad a aquellas obligaciones que surjan de fuentes formales que pueden ser de fácil acceso y conocimiento para la empresa principal, de manera de poder conocer y medir cuál es el riesgo laboral que asume y las medidas de control que debería adoptar, para que la empresa auxiliar o proveedora cumpla con la legislación social. Ello implica que aquellas obligaciones que surjan de otras fuentes que no son las enumeradas taxativamente en el art. 7 del la Ley Nº 18.251, no ingresan en el ámbito de responsabilidad establecido por las leyes. Tal sería el caso de las obligaciones (premios, gratificaciones, incentivos, etc.) cuya fuente es el contrato individual de trabajo o la voluntad unilateral del intermediario, subcontra-tista o suministrador de mano de obra, salvo que los beneficios estén registrados en la planilla de control de trabajo o recibos de haberes salariales. En la misma condición estarían las partidas provenientes de usos y costumbres profesionales, los convenios colectivos que no se encuentren registrados en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social66 y las normas internacionales que no hayan sido “ratificadas” por nuestro país. De igual modo, quedan excluidos del ámbito de responsabilidad los salarios y demás partidas que puedan ser abonadas por el empleador, pero que no han sido declaradas y registradas en la documentación correspondiente (registro de historia laboral, recibos, planilla de control de trabajo, etc.). Así, a vía de ejemplo, si el empleador evadiendo sus obligaciones legales subdeclara los niveles retributivos del trabajador, la empresa principal responderá por los montos mínimos salariales que surgen de las fuentes de derecho enumeradas en la Ley Nº 18.251 (laudos o decisiones de los Consejos de Salarios, decretos, convenios colectivos registrados, etc.), mientras que el empleador directo responderá patrimonialmente por la totalidad del salario realmente abonado al trabajador. En cuanto al alcance de la responsabilidad, el inciso final del art. 1º de la Ley Nº 18.099 disponía que “la responsabilidad solidaria queda limitada a las obligaciones devengadas durante el período de subcontratación, intermediación o suministro de mano de obra”. El art. 8º de la Ley Nº 18.251 sustituye este texto, estableciendo que “La responsabilidad queda limitada a las obligaciones devengadas durante el período de subcontratación, intermediación o suministro de mano de obra, por el personal comprendido en cualquiera de las modalidades de contratación referidas. Cuando se trate de obligaciones que se determinen en función de períodos mayores al de la subcontratación, intermediación o suministro, la cuantía máxima por la que responderá el patrono o el empresario principal o la empresa usuaria no podrá exceder el equivalente de lo que se hubiera devengado si los operarios trabajasen en forma directa para el mismo”. Como señala Hugo Fernández Brignoni, “con respecto a la indemnización por despido, el artículo 8 de la ley 18.251 corrigió una de las imprevisiones de la ley 18.099, que a la postre había derivado en la interpretación que el empresario principal debiera soportar la responsabilidad, en aquel momento solo solidaria, por el monto total de la indemnización por despido generada por toda la antigüedad del trabajador en la empresa subcontratista o intermediaria, a pesar de haber mantenido una relación de trabajo con el empresario principal limitada a un tiempo menor a la antigüedad total del trabajador”, agregando que la nueva norma legal establece que el monto máximo por el que responderá el empresario no podrá exceder el equivalente de lo que se hubiera devengado trabajando en forma directa para el mismo 67. 13. Otros aspectos de las leyes sobre tercerización Para concluir el estudio de las leyes Nº 18.099 y Nº 18.251, corresponde hacer referencia a algunos aspectos adicionales. En primer lugar, el art. 3 establece que “En ningún caso podrán emplearse las modalidades de contratación referidas en el artículo 1º de la presente ley para reemplazar trabajadores que se encuentren amparados al subsidio por desempleo por la causal de suspensión parcial o total de trabajo o en conflicto colectivo, sin perjuicio de las disposiciones especiales que rigen los servicios esenciales”. La norma legal prevé entonces la restricción de la facultad del empleador de sustituir trabajadores propios mediante el recurso de modalidades de externalización, en dos casos distintos: a) cuando el trabajador se encuentre amparado al subsidio por desempleo y b) cuando el trabajador se encuentre en estado de conflicto colectivo. De esta manera, la legislación exhibe una preferencia por el mantenimiento del empleo interno y directo en la empresa, en lugar del empleo indirecto o mediato, que generalmente presenta condiciones inferiores de protección laboral y social. Respecto a la primera inhibición, la misma alcanza únicamente a los casos de suspensión de la relación laboral, sea de forma parcial o total (art. 5 literales b y c del Decreto ley Nº 15.180). Queda excluida la situación de amparo al sistema por la causal de despido, cualquiera sea el motivo que haya originado éste (reestructura, mejora de servicio, etc.). En lo que refiere a la segunda hipótesis, esto es, la prohibición de reemplazo de trabajadores en conflicto colectivo mediante las modalidades de intermediación, suministro de mano de obra o subcontratación, se trata de una medida habitual y corriente en el Derecho comparado. Con la misma se busca evitar que los medios de autotutela se vacíen de contenido. Como señala BAYLOS GRAU, “ya desde los primeros tiempos de libertad de huelga, las normas reguladoras de dicha medida de presión colectiva incluían la prohibición del esquirolaje, entendiendo por tal el uso de la libertad de contratación del empleador para sustituir a los trabajadores en huelga y de esa manera impedir el efecto paralizador de la producción que la huelga perseguía” 68. Interesa señalar que, la prohibición cede ante las regulaciones específicas que refieran a los servicios esenciales. De esa manera, el art. 3º de la Ley Nº 18.099 trae a escena a los arts. 4 y 5 de la Ley Nº 13.720, los que establecen que en caso de interrupción de servicios esenciales, la autoridad pública podrá disponer las medidas necesarias para mantener dichos servicios, recurriendo incluso a la utilización de bienes y la contratación de prestaciones personales indispensables para la continuidad de los mismos, sin perjuicio de aplicar, al personal afectado, las sanciones legales pertinentes”. En consecuencia, cabe entender que tratándose de servicios esenciales el empleador podrá recurrir a las modalidades de intermediación, suministro de mano de obra y subcontratación, si los huelguistas interrumpen los servicios mínimos, sin infringir por ello a la prohibición establecida en el art. 3 de la Ley Nº 18.099. En segundo lugar, el artículo 4º de la Ley Nº 18.099 dispone que “Todo trabajador contratado mediante alguna de las modalidades previstas por esta norma será informado previamente por escrito sobre sus condiciones de empleo, su salario y, en su caso, la empresa o institución para la cual prestará servicios”. El art. 9 de la Ley Nº 18.251 aclaró y complementó dicha obligación, estipulando que “el empleador deberá dejar constancia de que, en forma previa al inicio de la actividad laboral, ha informado al trabajador de las condiciones de empleo, el salario y, en su caso, la institución, la empresa o titular de la misma para la cual presta servicios. En oportunidad de abonar la remuneración, el empleador entregará al trabajador un detalle escrito de la información referida”. Si bien la previsión legal tiene vocación de aplicación para los casos de intermediación, suministro de mano de obra y subcontratación de manera indistinta, su giro final parecería indicar que la obligación de informar regiría únicamente para los dos primeros casos. Ello se debe a que sólo en esas modalidades de relacionamiento empresarial, el trabajador prestará servicios para una “empresa o Institución” que no es su contratante. Además, en la práctica la obligación de informar solamente cobra sentido cuando se trata de un suministro de mano de obra. En efecto, resulta razonable que al trabajador eventual se le indique cuáles serán las condiciones de la misión que realizará. En cambio, la medida parece impracticable cuando se trate de la ejecución de obras o servici os por parte de una empresa proveedora o auxiliar que realiza sus actividades en su propio establecimiento (art. 1º literal A de la Ley Nº 18.251). En cuanto al contenido de la obligación de informar, las leyes prevén que contemple el monto del salario y las condiciones de empleo, debiéndose entender por estas últimas a variables como el tiempo de trabajo, la categoría y la duración del contrato. En la mayoría de los casos, la obligación se reputará cumplida con la suscripción de un contrato de trabajo escrito, que contenga dichos requisitos. Finalmente, el art. 6 de la Ley Nº 18.099 establece que la misma “es de aplicación inmediata y de orden público”. A ello hay que agregar que, el art. 2º de la Ley antes citada estipula expresamente que los pactos o contratos entre empresarios no son oponibles a los trabajadores. El texto legal habilita que los contratos civiles o comerciales celebrados entre las empresas, establezcan la forma en que se dividirán las deudas laborales entre ellas, así como la posibilidad de exigirse las garantías que estimen convenientes, lo cual en ningún caso puede alterar el derecho del trabajador a reclamar contra cualquiera de las empresas la totalidad de la deuda. La Ley Nº 18.251 guarda silencio sobre la naturaleza de sus reglas. Sin embargo, partiendo de la premisa de que el principio general es que legislación laboral es de orden público, sólo puede concluirse que esa calidad también la posee la nueva ley. Por lo tanto, carecerían de toda validez aquellos acuerdos celebrados entre trabajador y empleador cuyo contenido implique una regulación diferente del régimen de responsabilidad previsto en la Ley Nº 18.251, salvo que el mismo sea más favorable al trabajador. NOTAS 1 Mauricio GODINHO DELGADO explica que la expresión “tercerizaci ón” es un neologismo oriundo de la palabra “tercero”, entendido como intermediario o interviniente, habiéndose construido esa expresión por el área de administración de empresas, fuera de la cultura del Derecho, buscando enfatizar la descentralización empr esarial de actividad para otro, que es un “tercero” en relación a la empresa: Curso de Direito do Trabalho. 6º edición. LTR, San Pablo, 2007, p. 430. 2 RIVERO LAMAS, Juan. “La descentralización productiva y las nuevas formas organizativas de trabajo” en el X Congreso Nacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Zaragoza, 1999, Asociación Española de Derecho del trabajo y de la Seguridad Social, Colección informes y estudios, Serie relaciones laborales nº 28, p. 23. 3 TERRADILLOS, Edurne. La representación colectiva de los trabajadores en los grupos de empresas. Consejo Económico y Social, Madrid, 2000, p. 33. 4 LOPEZ SANCHEZ, María Caridad. El empleador en las organizaciones empresariales complejas. Consejo Económico y Social, Colección Estudios Nº 197, Madrid, 2007, p. 37. 5 DEL REY GUANTER, Salvador. Prólogo al libro “Descentralización productiva y relaciones laborales: problemática jurídica actual”. Ed. Lex Nova, Valladolid, 2001, p. 17. En relación a la noción de tercerización, sus causas, grados, formas y consecuencias en las relaciones laborales véase más ampliamente: ROSENBAUM, Jorge y CASTELLO, Alejandro. Régimen jurídico de la subcontratación e intermediación laboral. 2º edición. FCU, Montevideo, 2008, p. 21 y ss. 6 HIERREZUELO, Ricardo. “La organización de la empresa y las responsabilidades laborales” en Tratado de Derecho del trabajo, Tomo I, Mario E. Ackerman (Director), Diego Tosca (Coordinador), Ed. Rubinzal -Culzoni, Buenos Aires, 2005, p 250. 7 PEREZ DEL CASTILLO, Santiago. “La subcontratación y otras formas atípicas de aportar trabajo a la empresa” en Anales de Jurisprudencia Uruguaya; Fallos de casación civil 92 -93. Tomo I, Vol. II, Ed. Del Foro, Montevideo, 1994, p. 301. 8 GODINHO DELGADO, Mauricio. Curso de Direito do Trabalho, ob . cit., p. 442. 9 TOLEDO FILHO, Manoel Carlos. “Intermediação de mão de obra e solidaridade: o sistema brasileiro” en XVIII Jornadas Uruguayas de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Colonia del Sacramento, 20 y 21 de octubre de 2007, Ed. FCU, p. 168. 10 RACCIATTI, Octavio. “Tercerización: exteriorización del empleo y descentralización productiva” en revista Derecho Laboral, tomo XL, Nº 185, enero-marzo 1997, Montevideo, p. 162 y ss. 11 PLA RODRIGUEZ, Américo. “La descentralización empresarial y el Derecho del trabajo” en Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del trabajo. AAVV. FCU, Montevideo, 2000, p. 17. 12 RASO DELGUE, Juan. “La descentralización empresarial y el Derecho del trabajo” en Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del Trabajo. AAVV. FCU, Montevideo, 2000, p. 41. 13 BRONSTEIN, Arturo. “La subcontratación laboral” en revista Derecho Laboral, tomo XLII, Nº 195, julio setiembre 1999, Montevideo, p. 427. 14 HIERREZUELO, Ricardo y NUÑEZ, Pedro. Responsabilidad solidaria en el contrato de trabajo. Vol. 1: Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 2003, p. 600. 15 DE LUCA TAMAJO, Rafaelle y PERULIi, Adalberto. Informe General del Tema II “Derecho del trabajo (en sus dimensiones individuales y colectivas) y descentralización productiva”, XVIII Congreso Mundial de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Paris, 5 al 8 de setiembre de 2006. GODINHO DELGADO, Mauricio. Curso de Direito do Trabalho, ob. cit., p. 434. 16 GODIO, Julio. “Empresas transformadas y estrategia sindical en América Latina”, en AAVV. Sindicalismo latinoamericano entre la renovación y la resignación (coord.: María Silvia Portella de Castro y Achim Wachendorfer), ILDES-FES (Brasil), Nueva Sociedad, Caracas, 1995, p. 59. 17 STOLOVICH, Luis, LESCANO, Graciela y MORALES, Silvia. Calidad total ¿Maquillaje o transformación real?. CIEDUR, FESUR, Montevideo, 1995, p. 157. 18 ERMIDA URIARTE, Oscar y COLOTUZZO, Natalia. Descentralización, tercerización, subcontratación. OIT. 2009, p. 85-87. 19 RIFKIN, Jeremy. La era del acceso, La revolución de la nueva economía. Ed. Paidós, Barcelona, 2000, p. 74. 20 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo. 2º edición. Ed. Amalio Fernández, Montevideo, 2010, p. 252. 21 VERGE, Pierre (Avec la participation de Mc. Sophie Dufour). Configuration diversifiée de l’entreprise et droit du travail. Les Presses de L’Université Laval, Québec, 2003, p. 22. 22 STOLOVICH, Luis, LESCANO, Graciela y MOREALES, Silvia. Calidad total ¿Maquillaje o transformación real?, ob. cit. , p. 157. 23 DIESTE, Juan Francisco. Relaciones laborales en las pequeñas y medianas empresas. Ed. B de F, Montevideo - Buenos Aires, 1995, p. 43. 24 Crecimiento, competitividad, empleo. Retos y pistas para entrar en el sig lo XXI. Libro blanco. Editado por la Comisión de las Comunidades Europeas, Brus elas, diciembre 1993, p. 13-14. 25 UGARTE, José Luis. “Relaciones laborales triangulares: la subcontratación y el suministro de trabajadores en la nueva ley chilena” en Revista do Tribunal Regional do Trabalho da 15º Regiao Campinas, Nº 30, 2007, p. 122. 26 UGARTE, José Luis. “Relaciones laborales triangulares…” ob. cit., p. 122. 27 RIFKIN, Jeremy. La era del acceso, ob. cit., p. 71. 28 LOPEZ SANCHEZ, María Caridad. El empleador en las organizaciones empresariales complejas, ob. cit., p. 37. 29 HIERREZUELO, Ricardo. “Intermediación e interposición laboral y descentralización productiva”, , ob. cit., p. 238. 30 Hasta ese momento la responsabilidad de las empresas que contrataba a s ubcontratistas e intermediarios estaba regulada en el art. 3 de la Ley Nº 10.449, la cual establecía que el primero respondía subsidiariamente por los salarios mínimos adeudados por los segundos. 31 Según Octavio RACCIATTI, las relaciones triangulares surg en de formas de actuación empresarial (interempresarial) y suponen (a) un poder de organización de la producción compartido o superpuesto entre dos empresas; o (b) la corresponsabilidad laboral (presente, virtual o eventual) de las empresas que forman par te del proceso descentralizado: “Exteriorización del empleo: las relaciones de trabajo triangulares en la Ley 18.099” en XVIII Jornadas Uruguayas de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Colonia del Sacramento, 20 y 21 de octubre de 2007, FCU, p. 90. 32 Cabe acotar que, dicha responsabilidad nunca podría ser subsidiaria porque se trataría de una situación de fraude laboral, por lo que en esos casos no correspondería analizar si la empresa usuaria o comitente controló o no el cumplimiento de las norm as laborales y previsionales por parte del tercero interpuesto (testaferro u hombre de paja). 33 La Ley Nº 18.098 recoge y aplica varios preceptos contenidos en el Convenio Internacional del Trabajo Nº 94 de la OIT relativo a las cláusulas de trabajo en los contratos celebrados por las autoridades públicas. 34 Véase más ampliamente: MOREIRA ROCCA, Danubio. “Ley Nº 18.098 de empresas que contratan con el Estado” en Cuarenta Estudios sobre la Nueva Legislación Laboral Uruguaya. Ed. FCU, Montevideo, 2010, p. 1 27 y ss. 35 DELGADO SOARES NETTO, Fernando. “La Ley 18.099 como respuesta protectora ante el adelgazamiento de la responsabilidad empresarial y el fraude laboral” en XVIII Jornadas Uruguayas de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social”, Colonia del Sacramento, 20 y 21 de octubre de 2007, FCU, p. 80. Según el autor la omisión fue deliberada y constituyó una decisión de política legislativa, basada en la idea de que las nociones debían decantarse a través de la doctrina y la jurisprudencia. 36 RODRIGUEZ MANICNI, Jorge. Curso de Derecho del trabajo y de la seguridad social. 5º edición, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2004, p. 149 y ss. El autor señala que en base a lo dispuesto por el art. 29 de la Ley de Contrato de Trabajo, los trabajadores contratados por terceros con vistas a proporcionarlos a las empresas, serán considerados empleados directos de quien utilice su prestación, lo que desestimula el fraude o interposición laboral ya que frustra el resultado esperado, que es la evasión de las normas laborales, pu esto que el empresario que utiliza los servicios del trabajador contratado por el intermediario es considerado empleador directo. 37 Carlos CASALAS señala que esta modalidad de contratación es muy frecuente en el sector citrícola, la cual se da a través de operativas conocidas como “pandillas”, “comparsas” o “lechuzas”: “La tercerización en la agroindustria cítrica” en Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del trabajo. Ed. FCU, Montevideo, 2000, p. 338 y ss. 38 HIERREZUELO, Ricardo, “Intermediación e interposición laboral y descentralización productiva” en Tratado de Derecho del Trabajo, tomo II, Mario Ackerman (Director), Ed. Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2005, pág. 156 y sigs. Con base a la legislación argentina, Hierrezuelo señala que la intermediación laboral es perfectamente lícita porque el verdadero empleador es la empresa que se beneficia con el trabajo, pero el tercero que contrata los trabajadores para otro, mantiene una responsabilidad solidaria por las oblig aciones laborales y previsionales (art. 29 de la LCT), mientras que la interposición consiste en una maniobra por la que una seudo empresa o persona física contrata trabajadores para proveerlos al beneficiario, con el único propósito de que el verdadero em pleador se exima del cumplimiento de la legislación laboral. 39 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, 14º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 2005, p. 232. 40 Derecho del trabajo, ob. cit., p. 232 y 233. 41 ROSENBAUM, Jorge y CASTELLO, Alejandro. Régimen jurídico de la subcontratación e intermediación laboral, ob. cit., p. 115 y ss. 42 El art. 2 del Decreto Nº 342/92 reglamentario de la Ley Nº 24.013, define a este tipo de empresa como “la entidad que, constituida como persona jurídica, tenga por objeto exclusivo poner a disposición de terceras personas –en adelante usuarias - a personal industrial, administrativo, técnico o profesional, para cumplir, en forma temporaria, servicios extraordinarios determinados de antemano o exigencias extraordinarias y transitorias de la empresa, explotación o establecimiento, toda vez que no pueda preverse un plazo cierto para la finalización del contrato”. 43 El art. 183 F del Código del Trabajo, en redacción dada por la L ey Nº 20.123 de 2007, la Empresa de Servicios Transitorios es “toda persona jurídica, inscrita en el registro respectivo, que tenga por objeto social exclusivo poner a disposición de terceros denominados para estos efectos empresas usuarias, trabajadores p ara cumplir en estas últimas, tareas de carácter transitorio u ocasional, como asimismo la selección, capacitación y formación de trabajadores, así como otras actividades afines en el ámbito de los recursos humanos”. 44 ERMIDA URIARTE, Oscar y CASTELLO, Alejandro. “Las Empresas de Trabajo Temporal” en Cuarenta y dos estudios sobre la descentralización empresarial y el Derecho del Trabajo. AA.VV, Ed. FCU, Montevideo, 2000, p 414. 45 Interesa señalar que para algunos comentaristas la previsión bajo estudio no resulta aplicable al Estado. Así, Liliana DONO señala que “el art. 5 no hace mención a este sector por lo que se podría entender que está excluido”: “El alcance del art. 5 de la Ley 18.099” en XVIII Jornadas Uruguayas de Derecho del Trabajo y de la Seguri dad Social, Colonia del Sacramento, 20 y 21 de octubre de 2007, Ed. FCU, pág. 64. 46 RASO DELGUE, Juan. “Las leyes sobre tercerización: sujetos y relaciones jurídicas” en Cuarenta Estudios sobre la Nueva Legislación Laboral Uruguaya. Ed. FCU, Montevideo, 2 010, p. 113. 47 Sobre el régimen de los contratos de la Administración y el procedimiento de contratación, véase más ampliamente: DELPIAZZO, Carlos. Derecho Administrativo uruguayo. Ed. Porrúa, México, 2005, pág. 203 y sigs. El autor analiza la multiplicidad de procedimientos de selección del co-contratante de la Administración, tales como la licitación abreviada, licitación privada, contratación directa, remate, iniciativa privada, licitación pública, entre otros. La existencia de esa clase de procedimiento no impide la formación de un “acuerdo contractual” entre el Estado y los particulares, por lo que nada obsta a que pueda configurarse un supuesto de subcontratación en el ámbito estatal. 48 HIERREZUELO, Ricardo. “Intermediación e interposición laboral y descentralización productiva”, ob. cit., pág. 163. 49 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo; 2º edición, ob. cit, p. 336. 50 GARMENDIA ARIGON, Mario y GAUTHIER, Gustavo. Tercerizaciones. Ed. FCU, Montevideo, 2008, p. 86. 51 AMEGLIO, Eduardo J. “Segunda ley de protección de los derechos del trabajador ante los procesos de descentralización empresarial” en revista Derecho Laboral, tomo LI, Nº 231, julio -setiembre 2008, p. 471. 52 DEL REY GUANTER, Salvador. “Los requisitos subjetivo, negocial y objetivo previstos en el art. 42.1 del Texto Refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores” en el libro “Descentralización productiva y relaciones laborales: problemática actual”, Ed. Lex Nova, Valladolid, 2001, p. 25. 53 ROSENBAUM, Jorge y CASTELLO, Alejandro. Régimen jurídico de la subcontratación e intermediación laboral, ob. cit., p. 130 y ss. 54 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo; 2º edición, ob. cit, p. 340. 55 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo; 2º edi ción, ob. cit, p. 340. 56 RACCIATTI, Octavio. “La ley 18.251: el retorno a la responsabilidad subsidiaria en las relaciones laborales triangulares” en revista Derecho Laboral, Tomo LI, Nº 229, enero -marzo 2008, p. 173. 57 GARMENDIA ARIGON, Mario y GAUTHIER, Gustavo. Tercerizaciones, ob. cit. p. 77-78. 58 RASO DELGUE, Juan. “Las leyes sobre tercerización: sujetos y relaciones jurídicas”, ob. cit., p. 115. 59 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo; 2º edición, ob. cit, p. 406. 60 GARMENDIA, Mario y GAUTHIER, Gustavo. Tercerizaciones, ob. cit., p. 101-103. 61 AMEGLIO, Eduardo J. “Segunda ley de protección de los derechos del trabajador ante los procesos de descentralización empresarial”, ob. cit., p. 475-476. 62 GARMENDIA ARIGON, Mario. “Carga de la empresa usuaria que pretenda responder subsidia-riamente en casos de subcontratación, intermediación o suministro de mano de obra” en Cuarenta estudios sobre la Nueva Legislación Laboral Uruguaya. Ed. FCU, Montevideo, 2010, p. 120 y ss. 63 GARMENDIA ARIGON, Mario, “Nuevo régimen de responsabilidad en subcontratación, intermediación y suministro de mano de obra. (Comentarios sobre las leyes Nº 18.099 y 18.251)”, publicado en Tribuna del Abogado, Nº 156, enero-febrero 2008, Montevideo, p. 22. 64 RASO DELGUE, Juan. La Contratación atípica del trabajo; 2º edición, ob. cit, p. 395. 65 GARMENDIA ARIGON, Mario. “Subcontratación, intermediación y suministro de mano de obra. Alcance material de la responsabilidad” en Primera jornada chileno -uruguaya de Derecho del trabajo y de la seguridad social. Montevideo, 6 de junio de 2008, p. 2. 66 El art. 438 de la Ley Nº 16.170 declara obligatoria la inscripción y registro de los convenios colectivos de trabajo celebrados de conformidad a lo dispuesto por el art. 1º de la Ley Nº 13.556, lo que ha sido reglamentado por e Decreto Nº 555/991, que establece que a inscripción debe realizarse en el plazo de 30 días hábiles siguientes a su celebración. 67 FERNANDEZ BRIGNONI, Hugo. “El régimen jurídico sobre subcontratación e inte rmediación laboral. Leyes 18.099 y 18.251” en revista Derecho Laboral, tomo LI, Nº 231, julio -setiembre 2008, p. 495. 68 BAYLOS GRAU, Antonio. “Continuidad de la producción o del servicio y facultades empresariales en caso de huelga” en Estudios sobre la huelga, AAVV, Ed. Bomarzo, Albacete, 2005, p. 92. PARTE III. CONTRATO DE TRABAJO Capítulo XIV. EL CONTRATO DE TRABAJO (y sus modalidades) Juan Raso Delgue 1. Relación de trabajo y contrato de trabajo El concepto de relación de trabajo fue incorporado en nuestra doctrina por De Ferrari, quien con esta expresión se refiere a una situación de hecho –la efectiva realización de trabajo subordinado– independientemente de la existencia de un contrato de trabajo: “Los actos materiales relacionados con la realización del trabajo –expresa– integran la relación de trabajo, que se establece por la efectiva prestación del servicio” 1. “La prestación efectiva del servicio –agrega el juslaboralista uruguayo– da lugar a un hecho material que está relacionado con el contrato, pero que no es ni el contrato, ni su objeto. Ese hecho por su repetición y por estar vinculado a la vida de la sociedad, tiene una gran importancia y da lugar a reglamentaciones especiales, que encaran generalmente la vida del trabajador y las necesidades económicas de la sociedad”2. Y para graficar el concepto, aclara: “Esta relación es más importante que el contrato como fenómeno propio de las grandes sociedades contemporáneas, del mismo modo que en un plano inferior es más importante el tránsito que el contrato de transporte, o el espectáculo, que la venta de la entrada que permite presenciarlo”3. Como señala Plá Rodríguez, “la relación de trabajo no se refiere al cumplimiento del contrato, sino a la ejecución material del trabajo” 4. La concepción de De Ferrari conserva toda su vigencia en la actualidad y la jurisprudencia recurre a ella cuando deben probarse vínculos de hecho, que no aparecen regulados contractualmente o subyacen ocultos bajo formas contractuales diferentes (como el arrendamiento de servicios)5. El contrato de trabajo es en cambio –como veremos a continuación– el acuerdo de voluntades por el cual una persona pone su actividad a disposición de otro a cambio de un salario. 2. Concepto de contrato de trabajo En el contrato de trabajo existe una voluntad explícita de las partes –no necesariamente documentada en un acuerdo escrito–, cuyo objeto es el intercambio de una prestación de trabajo por una retribución. El mismo De Ferrari definía este contrato como “aquel por el cual una persona se obliga a trabajar por cuenta y bajo la dependencia de otra o a estar simplemente a sus órdenes, recibiendo como compensación una retribución en dinero”6. Para el juslaboralista compatriota es conocida la posición de que el trabajador no debe necesariamente realizar las actividades por la que fue contratado, sino que alcanza que se ponga a disposición de la contraparte, para que exista un contrato de trabajo. El estrecho vínculo entre los conceptos de relación de trabajo y contrato de trabajo están presentes en la noción de Barbagelata, para quien la relación de trabajo “que da en llamarse contrato de trabajo, puede definirse como producida por un acto, técnicamente voluntario, del obrero o empleador, por el que promete ingresar y efectivamente ingresa o permanece en esa situación bajo determinadas condiciones, que está correspondido por un acto coincidente y contrario de una persona o entidad que aspira a beneficiarse de los servicios ofrecidos a cambio de ciertas prestaciones”7. Alonso Olea define el contrato de trabajo a partir de la nota característica que el autor español asigna al mismo: la ajenidad. El trabajador es originariamente dueño del producto de su trabajo y por vía del contrato laboral enajena ab-initio (es decir desde antes de haberlos producido) los frutos de su trabajo a otro sujeto, quien paga como contraprestación una retribución llamada salario. Por lo tanto el “contrato de trabajo es el que liga al trabajador que voluntariamente preste sus servicios retribuido por cuenta ajena y dentro del ámbito de organización y dirección de otra persona, física o jurídica, denominada empleador o empresario”8. Finalmente Plá Rodríguez define al contrato de trabajo como “aquel por el cual una persona se obliga a prestar una actividad en provecho y bajo la dirección de otra y ésta a retribuirla”9. 3. Elementos típicos del contrato de trabajo Plá Rodríguez individualiza una serie de elementos que tipifican el contrato de trabajo y que define como aquellas notas que necesariamente debe contener la relación jurídica para que quede conformado dicho contrato y que son la actividad personal, la subordinación, la onerosidad y la durabilidad 10. El elemento actividad personal indica que el trabajo comprometido por el contrato debe ser necesariamente la actividad personal, el “hacer humano” del trabajador. El trabajo a realizar debe ser estrictamente personal, no pudiendo, por ejemplo, celebrar el contrato del lado trabajador una persona jurídica o una asociación civil. Esto es lo que permite expresar que el contrato de trabajo es “intuitu personae”, es decir que el contrato se hace en función de una determinada persona física trabajadora, que no puede ser reemplazada por otra11. De existir un reemplazante, surgirá un nuevo contrato de trabajo con el trabajador reemplazante, como acontece en los contrato de suplencia. El segundo elemento –“el más típico”– que identifica el contrato de trabajo es la subordinación. Plá Rodríguez expresa que esta noción es algo imprecisa y es posible distinguir por lo menos cuatro concepciones diferentes: 1) Subordinación técnica: supone la efectiva dirección del empleador en las tareas, indicando como deben cumplirse y controlándolas. Es una concepción primitiva de cuando el empleador sabía más que el trabajador sobre determinado trabajo12. 2) Subordinación jurídica: es la posibilidad contractual de una de las partes (empleador) de imprimir, cuando lo crea necesario, una cierta dirección a la actividad de la otra (trabajador)13. 3) Subordinación económica: se da cuando el trabajador tiene como única o principal fuente de ingresos el trabajo que le proporciona el empleador, y por lo tanto depende económicamente del empleador. En aquellos casos en que jurídicamente no aparece evidente la subordinación jurídica (por ejemplo, cuando una empresa unipersonal celebra un contrato de arrendamiento de servicios), la subordinación económica puede ser un indicio de la existencia de un contrato de trabajo 14. 4) Subordinación social: es un concepto más bien sociológico que indica la condición social de los trabajadores frente a la condición social de los empleadores 15. El tercer elemento es la onerosidad: es de la esencia del sinalagma contractual que el trabajador cambie el fruto de su trabajo por un beneficio (salario), generalmente (pero no necesariamente) en dinero. Quedan por lo tanto excluidos de la noción de contrato de trabajo los contratos gratuitos, como por ejemplo el trabajo que se brinda voluntariamente en instituciones religiosas o políticas 16. El cuarto elemento es la durabilidad: en la voluntad del trabajador y del empleador de vincularse el uno con el otro a través del contrato laboral subyace la idea de que exista cierta durabilidad en la ejecución de las prestaciones. Este elemento excluye las prestaciones ocasionales o accidentales de servicio, aunque sean onerosas (ejemplo, una changa): “una sola prestación o varias prestaciones, sin continuidad en el tiempo, no configuran la estabilidad exigida como elemento del contrato de trabajo” 17. 4. El contrato típico y la expansión de las atipicidades Como ha señalado Córdova, el derecho laboral históricamente consideró como típico el trabajo asalariado prestado en relación de dependencia o subordinación y alrededor de esa situación fue construyendo el sistema de protecciones, prohibiciones y regulaciones que integra el derecho individual del trabajo. Gradualmente la tutela laboral fue privilegiando una forma de trabajo asalariado y dependiente que se caracterizaba por tres presupuestos adicionales: a) un empleo a tiempo completo dentro de los límites de la jornada máxima; b) un contrato de trabajo de duración indefinida; c) un trabajo prestado para un solo empleador en el centro de trabajo de éste 18. Barbagelata coincidentemente expresa que “dentro de un contrato de trabajo considerado típico, el trabajador desempeña el trabajo durante una jornada completa, normalmente identificada con la jornada máxima legal, mantiene un vínculo por tiempo indefinido con un empleador, en cuyo establecimiento desempeña el trabajo” 19. Como señala Veneziani, las desviaciones del modelo arquetípico se producen porque la crisis económica y el avance tecnológico multiplican las formas atípicas de trabajo.20 Las atipicidades –precisa Barbagelata– son desviaciones que se observan respecto de los elementos típicos: “ciertamente –expresa el autor– algunas desviaciones existen desde siempre en el derecho del trabajo, pero su diversidad e intensidad configuran un fenómeno novedoso, que ha conducido a crear una nueva tipología: la de los contratos de trabajo atípicos”21. Clasifica las atipicidades en: a) desviaciones relativas al tiempo de trabajo que se identifican con los contratos a tiempo parcial, en los que la jornada es notoriamente inferior a la jornada a tiempo completo; b) desviaciones relativas a la estabilidad del vínculo, que ven la proliferación de los contratos por tiempo determinado; c) aumento de nuevas modalidades de trabajo a domicilio relacionadas con el desarrollo de nuevas tecnologías (v.g., el teletrabajo); d) relacionamiento simultáneo del trabajador con varios empleadores (v.g., contratación a través de empresas suministradoras de trabajadores temporarios, subcontratación de la prestación de servicios o de mano de obra)22. 5. El contrato de trabajo y el contrato de arrendamiento de servicios Antes de que el Derecho del trabajo adquiriera una relevancia y un perfil propios, la actividad laboral estaba regulada en lo códigos napoleónicos que recogían las soluciones romanas sobre la locatiooperis y la locatiooperarum. A diferencia de la locatio operis, en la que el trabajador –generalmente un artesano autónomo– ofrece en el mercado el fruto de su trabajo (bien o servicio) a cambio de un precio (asumiendo todos los riesgos de su producción), en la locatio operarum el ejecutor de la prestación pone su energía a disposición de otro. El arrendamiento de servicios se inscribe en la concepción civilista de la locatio operarum y por este contrato el prestador de trabajo arrienda a otro sus energías, siendo el cliente el beneficiario del uso de esa energía. Si bien el cliente puede sufrir las consecuencias de la “mala calidad” de la energía arrendada, el prestador del trabajo asumirá los riesgos que pueden derivar de la imposibilidad de cumplir con su obligación. La aparición del contrato de trabajo es posterior a las normas civilistas sobre el arrendamiento de obra y de servicios y es sabido que el régimen jurídico aplicable a cada una de esas figuras es distinto, motivo por el cual se vuelve absolutamente imprescindible diferenciar una figura contractual de otra 23. La diferencia entre el arrendamiento de servicios y el arrendamiento de obra –a partir de la lectura del art. 1776 del C.C.– radica en que en el arrendamiento de obra importa el trabajo atendiendo a su resultado y colocando en segundo plano la actividad laboral, mientras que en el arrendamiento de servicios lo que se arrienda es la actividad en sí, prescindiendo del resultado, lo que ha permitido hablar de contrato de resultado y contrato de actividad24. 5.1. La vigencia de ambas figuras contractuales La historia del derecho del trabajo ha sido fundamentalmente la historia de la transformación del arrendamiento de obra y de servicios en el contrato de trabajo, regulado y protegido por la legislación laboral. Por lo tanto su aparición es posterior y se basa en el rasgo definidor de la subordinación. Ésta constituye –expresa Gamarra– “una categoría que no coincide con las anteriores, sino que se superpone a éstas, por cuya razón el contrato de trabajo podrá ser tanto un arrendamiento de servicios como un arrendamiento de obra, y este rasgo típico (subordinación) aparece como conforme con el aspecto tuitivo, de protección del trabajador, que impregna la legislación laboral” 25. El desarrollo del derecho laboral significó la promoción del contrato de trabajo típico, a expensas del arrendamiento de servicios, que fue volviéndose una figura residual reservada a un particular tipo de servicios prestados generalmente por contratantes “fuertes” (profesionales universitarios, asesores, etc.). En 1978 Plá Rodríguez en su Curso hacía referencia al arrendamiento de servicios a los solos efectos de diferenciarlo con el contrato de trabajo y concluía señalando que la subordinación distinguía las dos figuras: el arrendamiento de servicios es “una prestación de servicios que se prolonga en el tiempo, pero sin que exista subordinación” 26. El insigne juslaboralista consideraba en esos años que el arrendamiento de servicios era una figura excepción y concluía con palabras de Martins Catharino, en el sentido que “la locación de servicios es una especie contractual amenazada de extinción” 27. Pese a vaticinios de tan prestigiosos juristas, las dos últimas décadas del siglo XX verán el increíble resurgimiento de este contrato, lo que permitirá a Martín Valverde hablar del “discreto retorno del arrendamiento de servicios”28. Señala el autor español que “el arrendamiento de servicios aparece como el origen o arranque de una evolución normativa de gran extensión e intensidad que ha transformado profundamente la regulación de los distintos segmentos del trabajo por cuenta ajena. Hasta tal punto ha llegado esta transformación que en el momento actual el arrendamiento de servicios aparece al mismo tiempo como el “antecedente” y como la “contrafigura” del contrato de trabajo, que es, como se sabe, la institución que le ha sustituido en el papel de regulación común del trabajo asalariado”29. “Este retorno discreto del arrendamiento de servicios –prosigue el autor– no se ha debido a una concesión de los jueces a los vientos de liberalismo económico que han soplado fuertemente en estos últimos años... responde a determinadas transformaciones efectivas del sistema productivo y de la estructura ocupacional que han ampliado sensiblemente el área del trabajo autónomo... El retorno del arrendamiento de servicios ha puesto en evidencia que las notas de ajenidad y dependencia que caracterizan el contrato de trabajo suelen aparecer entrelazadas en las relaciones de trabajo, pero pueden también figurar separadamente. Cabe hablar así de trabajo autónomo por cuenta ajena (y de trabajo dependiente por cuenta propia), en ruptura de la correlación natural que mantienen los términos de estas clasificaciones... Estas notas no son las dos caras de una misma moneda, sino determinaciones diferenciadas del trabajo humano” 30. 5.2. La subordinación como criterio distintivo entre ambas figura contractuales. La subordinación es el criterio distintivo fundamental entre el contrato de trabajo (implícitamente referido al “trabajo subordinado”) y el arrendamiento de servicio. Como señala la SCJ (Sent. Nº 181 del 29.8.05), la subordinación o dependencia es “la situación en que se encuentra el trabajador que tiene que obedecer o acatar las órdenes que le imparta su empleador o quien lo represente, dentro de los límites del contrato de trabajo (C. Guillermo Cabanellas, Compendio de Derecho Laboral, T. I, pag. 398)... Es decir que la esencia de la relación de trabajo estriba en la facultad que posee el patrono de disponer en todo momento de la fuerza de trabajo de sus obreros, según convenga a los fines de su empresa (De la Cueva, Derecho Mexicano del Trabajo, pag. 407)... Lo que interesa fundamentalmente en el contrato de trabajo es que el servicio, cualquiera sea su naturaleza, se preste en forma subordinada (cf. Nicoliello en RDL, t. XIV, pag. 252)”31. La determinación de si determinado trabajo es subordinado, y por lo tanto alcanzado por el derecho del trabajo, o independiente es una quaestio facti, que por lo tanto deberá definirse a través de las pruebas aportadas al proceso, que –como indica el TAT 2º (Sent. Nº 375 del 18.12.2000)–, “han de versar sobre hechos capaces de configurarla”. La jurisprudencia ha señalado aquellos hechos o indicadores que permiten confirmar o excluir la existencia de un contrato de trabajo, o por el contrari o, presumir la legitimidad de un arrendamiento de servicios. Debe señalarse –en términos generales– que nunca un solo elemento, de los que indicaremos a continuación, define la existencia o ausencia de la subordinación. Es la suma de varios elementos, el peso específico de los mismos en la relación, la ponderación de los indicadores excluyentes con los de signo opuesto, lo que en definitiva permitirá concluir sobre la naturaleza de la relación. Entre los principales indicadores a favor de la subordinación, señalamos: a) La forma periódica y regular de pago de la retribución32. b) La fijación del horario y/o la jornada de trabajo 33. c) El pago de los beneficios laborales, como la licencia, el salario vacacional y el aguinaldo34. d) La fijación de aumentos salariales según criterios de la actividad subordinada (ley, convenios colectivos, etc.)35. e) El hecho de prestar funciones en locales de la empresa 36. f) El pago al actor de los gastos de alojamiento y traslado.37. g) El control horario y el marcado de tarjeta38. h) La exclusividad de la prestación para un único empleador 39. i) La expedición de facturas correlativas para una única empresa 40. j) La entrega de herramientas, uniforme, materiales para cumplir la función, etc. 41. k) La no asunción de riesgos42. l) La aplicación de sanciones4. m) El hecho que la documentación del vínculo esté en la administración de la empresa44. n) Los llamados “criterios complementarios”, es decir una suma de diversos indicios ambiguos (continuidad, profesionalidad, inserción en la organización del empresario, etc), cuya coexistencia es indicadora de la relación subordinada 45. A continuación señalamos algunos de los indicadores que los jueces toman en cuenta como indicios de trabajo independiente, y por lo tanto excluyentes de un contrato de trabajo subordinado: a) La inexistencia de una contraprestación de tipo salarial46. b) La no reclamación durante un extenso período de beneficios laborales 47. c) La afiliación durante un largo tiempo como empresa independiente 48. d) Ausencia de contrato de arrendamiento de servicios registrado en el BPS 49. e) El desempeño contemporáneo de otro trabajo 50. f) La facturación del Impuesto al Valor Agregado 51. g) La no inclusión de determinado tipo de tareas en un convenio colectivo, que enumera distintas tareas y categorías52. h) La falta de órdenes o directivas para la realización de las tareas 53. i) El no cumplimiento de horarios.54. j) Tener vehículo y hacerse cargo de los gastos del mismo 55. k) Compartir consumos con la empresa donde se presta el trabajo (ej., pagar a medias los gastos de luz, agua y teléfono)56. l) No entregar herramientas al trabajador57. 6. Tipos contractuales: el contrato a plazo, de zafra, de suplencia 6.1. Los contratos de trabajo a plazo Como hemos expresado, la nota característica del contrato de trabajo es su duración por tiempo indeterminado. Las partes acuerdan el contrato –generalmente en forma verbal- con la idea inicial que sus recíprocas prestaciones (trabajo por salario) se perpetuarán en el tiempo, mientras no cambien las causas que dieron origen al vínculo. En torno a la figura del contrato por tiempo indeterminado el derecho crea sistemas de estabilidad, como por ejemplo las prestaciones indemnizatorias a pagar por parte del empleador que rescinde sin justa causa el contrato de trabajo. Estas indemnizaciones generalmente guardan proporción con el salario y la antigüedad del trabajador. En el caso de los contratos con plazo, la extinción del vínculo no se produce por despido, sino por términos o condiciones previstos de antemano por las partes. Por tal motivo se admitió como criterio general que los contratos temporales no generan el pago de una indemnización por despido. Plá Rodríguez expresa que “los contratos de duración determinada son aquellos cuya duración se establece en el momento de celebrarse el contrato”. El plazo puede ser cierto (determinado tiempo, ej. un año, o determinada fecha de terminación) o incierto (hasta que concluya una obra o mientras esté ausente un titular a quien se suple) o sometido a condición (hasta que se designe nuevo titular por concurso o mientras el trabajador no se reciba)58. Según la naturaleza del plazo, es posible clasificar los contratos en: a) contratos con plazo cierto: son aquellos en que al momento de acordar el vínculo, se determina la fecha de extinción del mismo, ya sea indicando una fecha cierta o un plazo cierto (“por un mes”, “por un año a partir de la fecha”, “hasta el 31.12.2012”). b) contratos con plazo incierto: el vencimiento del contrato coincide con el cumplimiento del objeto contractual (ej., una determinada obra) o el advenimiento de una condición (por ejemplo, el reingreso del trabajador titular en el caso de una suplencia)59 . El trabajador temporal tiene los mismos derechos laborales que el trabajador por tiempo indeterminado, salvo la limitación de la indemnización por despido. Por lo tanto, aún en el caso que fuera contratado por un período muy breve (por ejemplo, solo pocos días), tendrá derecho a la cuota correspondiente de licencia, salario vacacional y aguinaldo. Su estatuto jurídico estará conformado no sólo por las normas de origen estatal, sino también por aquéllas de origen convencional que el sindicato hubiera pactado en el ámbito de la empresa o de la actividad o por lo laudado en el ámbito de los C onsejos de Salarios. El régimen de descansos, horas extras, primas, etc. seguirá las reglas generales, ya sea legales o convencionales. En cuanto a su posición frente a los organismos de previsión, sus aportes se regularán de igual modo que las contribuciones de los demás trabajadores. Los contratos temporales son de excepción y por lo tanto siguen la regla general que deben ser probados prioritariamente por escrito. Excepcionalmente, la prueba puede derivar de la naturaleza del trabajo mismo (la realización de un trabajo típicamente zafral) o del uso y costumbre de realizar determinada actividad a término (ejemplo, el contrato de obra en la industria de la construcción). La extinción del contrato se produce naturalmente por vencimiento del plazo o por la terminación de la obra. Cuando en cambio una de las partes pone fin ante tempus al contrato temporal, surge la cuestión de determinar las responsabilidades por incumplimiento contractual. La jurisprudencia en forma constante ha sostenido la necesidad de que sea el empleador quien pruebe el agotamiento del término previsto en el contrato. Así lo recuerda el TAT 1° en Sent. N° 19 del 12.3.9860 . El caso que plantea especial conflictividad y que es muy común en la industria de la construcción se refiere a aquellas situaciones en que la obra concluye por etapas. Como ha expresado Plá Rodríguez, en este caso –en que la extinción del contrato se produce por avance de obra– debe entenderse por terminación “no la totalidad objetiva proyectada por el empleador sino la parte que subjetivamente corresponda al respectivo trabajador dentro de aquella”61, posición que ha sido aceptada por la jurisprudencia 62. Cuando en cambio estamos ante una rescisión unilateral, anticipada e inmotivada de un contrato con plazo, tendremos que recurrir a las reglas generales del derecho privado la reparación del daño. En particular el art.1839 del Código Civil dispone que los menestrales, artesanos y demás trabajadores asalariados por cierto término no pueden despedirse ni ser despedidos antes del cumplimiento del contrato sin justa causa. El contraventor responderá de los daños y perjuicios. “Se confía, pues –señala Plá Rodríguez–, al criterio judicial el examen de si ha existido o no justa causa de despido y la regulación de los daños y perjuicios sufridos”63. Castello y Henderson han señalado que el art. 1839 del C.C. no indica los actos, hechos o circunstancias que constituyen justa causa que habilite a la rescisión unilateral, por lo que la determinación de la misma queda librada a la apreciación del juez, quien deberá evaluar “el especial comportamiento de los contratantes o aquel elenco de inconductas, incumplimientos o faltas graves intencionales de cualquiera de las partes que hacen absolutamente insostenible la relación contractual o que generen absoluta incompatibilidad de permanencia”64. En cuanto a la liquidación del daño, los criterios difieren en doctrina y jurisprudencia. Castello y Henderson enumeran cuatro distintos criterios para la liquidación del daño por ruptura ante tempus: a) aplicación de la indemnización por despido prevista por las leyes de 1944, equiparando la ruptura anticipada al despido común en caso de contrato por tiempo indefinido. b) aplicación de las reglas del derecho civil en materia indemnizatoria. c) aplicación de un mecanismo combinado, que deja a opción del trabajador solicitar cualquiera de las dos indemnizaciones anteriores. d) posibilidad de una reparación acumulativa, es decir indemnización por despido más resarcimiento por daños y perjuicios 65. Los tres primeros criterios han sido aplicados alternativamente en nuestra jurisprudencia, mientras que el cuarto se ha planteado en la práctica judicial, cuando el trabajador fundamenta la solicitud de la indemnización por despido como un piso mínimo legal, que en caso de no cubrir la totalidad del daño, acumula con la solicitud de daños y perjuicios66. Como ejemplo de la primera posición, señalamos la Sent. N° 15 del 23.4.97 del TAT 1°, que consideró de aplicación las normas sobre despido 67. El segundo criterio ha sido aplicado por el TAT 2° (Sent. Nº 199 de 30.8.96) quien ha sostenido la posición que la ruptura anticipada del contrato de trabajo temporal genera daños y perjuicios “cuyo modo de calcular o estimar a nuestro juicio será el pago de los salarios de los meses que falten para vencer el plazo contractual”68. El TAT 2° ha aceptado la posibilidad de opción del trabajador entre los daños y perjuicios y la indemnización por despido 69, aunque luego ha afirmado que la ruptura anticipada debe repararse exclusivamente con los jornales caídos70. También debe señalarse que el TAT 3º ha considerado acumulables los salarios caídos y la indemnización por despido 71. Corresponde indicar que la SCJ ha aplicado el criterio de los daños y perjuicios del derecho común: deberá cuantificarse el daño producido por la rescisión ante tempus, pero al mismo tiempo deberán descontarse las sumas que el trabajador hubiera percibido en otros trabajos durante el período a considerar72. Castello y Henderson concluyen que la reparación de los daños y perjuicios que causa la ruptura ante tempus del contrato debe ser de carácter “integral y real”. Deberán tenerse en cuenta no sólo los sueldos y jornales caídos, sino también otros rubros salariales que pudiese haber generado el trabajador, quedando la posibilidad de efectuar deducciones de conformidad con la prueba que pueda aportar el empleador 73. Un problema que plantean los contratos temporales deriva de la concurrencia del vencimiento del plazo o condición con una situación legal de estabilidad, como las previstas en los arts.16 y 17 de la Ley Nº 11.577 (gravidez y maternidad), en el art. 23 del Decreto-ley Nº 14.407 (enfermedad común) o en el art. 69 de la Ley Nº 16.074 (accidentes de trabajo y enfermedad profesional). La cuestión es determinar qué derecho asiste al trabajador contratado temporalmente, cuando al vencimiento del contrato, la ley le reconoce un período de estabilidad, garantizado por una indemnización especial, como en el caso de accidente, enfermedad o embarazo. Con relación a los accidentes de trabajo y a la enfermedad común, en general la jurisprudencia se ha pronunciado en el sentido que el vencimiento del plazo o condición se impone sobre el hecho del accidente o la enfermedad, por lo cual el contrato se extinguirá por su agotamiento y no estará amparado por los plazos especiales de estabilidad74. En cambio en el caso de la mujer que durante un contrato temporal entra en estado de gravidez, la jurisprudencia es contradictoria. El TAT 3º (Sent. Nº 551 de 7.12.05) – refiriéndose a una trabajadora a prueba– considera en conceptos trasladables a todo contrato a plazo que de considerarse que la voluntad de la partes (expresada en el contrato a prueba) prima sobre el régimen especial de la Ley 11.577 limitaría la aplicación de la indemnización especial solo a los contratos por tiempo indeterminado, lo que no es posible, porque “donde el legislador no distingue, no cabe al intérprete hacerlo” 75. Pero el TAT 2º (Sent. Nº 232 de 7.6.04) expresa que “nuestra jurisprudencia y doctrina se han pronunciado en forma pacífica en el sentido de la procedencia de la indemnización especial aun cuando no corresponda la indemnización común, siendo las únicas excepciones la ignorancia del empleador y la notoria mala conducta” 76. 6.2. El contrato de zafra El contrato de zafra, denominado también de temporada o estacional, es una de las variantes de los contratos temporales y su duración está ligada a la periodicidad que tienen determinadas actividades, vinculadas básicamente a ciclos de la naturaleza. Es un contrato de antigua data –común en la actividad agropecuaria y turística-, que sin embargo cobra actualidad como una herramienta más de flexibilización o precarización del empleo. Fernández y Difiuri recuerdan que los trabajos de duración limitada, antes marginales, van adquiriendo cada vez más relevancia en la oferta de empleo. “Se produce –agregan– un cambio de calidad en la idea del trabajo temporal: el mismo deja de ser una opción voluntaria del trabajador, de suerte que el trabajo estacional responde –aunque parcialmente– a la demanda de mayor cantidad de trabajo, determinada por el crecimiento de los niveles de desempleo”77. Plá Rodríguez ha expresado que son zafrales “aquellos trabajos que sólo duran cierta parte del año y que se repiten periódicamente todos los años en la misma época”, llamados también por la doctrina “trabajos de temporada o estacionales” 78. Por su parte, Barbagelata ha definido a los trabajadores zafrales como aquéllos “que sufren una paralización total o casi total, en períodos fijos y regulares del año”79. Ameglio distingue los trabajadores propiamente zafrales (“aquéllos cuyas tareas están directamente vinculadas a los ciclos de la naturaleza y que cumplen sus actividades preferentemente en el área de la agropecuaria”), de los trabajadores por temporada (“empleados en actividades que por lo general son permanentes, pero que regularmente en determinada época del año tienen un incremento evidente, como hotelería, heladerías, etc.”). Destaca el autor que la nota común de esta modalidad de trabajo está dada por el hecho que la actividad se paraliza o decrece regularmente en determinado período del año, repitiéndose el fenómeno en forma cíclica en razón de la naturaleza de la explotación80. Lo que caracteriza la zafralidad no es la mera interrupción del trabajo en determinados períodos. “Hay, desde luego –señala De Ferrari–, muchos trabajadores al servicio de actividades que sufren interrupciones continuas o esporádicas, pero, como es sabido, la ley no se refiere a ellos. Los obreros ocupados en la industria de la construcción, por ejemplo, trabajan en general en forma discontinua, pero la interrupción de las actividades en las que están ocupados no se produce regularmente en un período del año, no tiene siempre el mismo carácter ni ocurre necesariamente en forma general... En consecuencia, por trabajos de zafra no debe entenderse aquellos que carecen de la continuidad y regularidad propia de las actividades laborativas en general, sino aquéllos que regularmente cesan o declinan notablemente, en forma general, en un período del año que se conoce anticipadamente”81. A nivel jurisprudencial, la SCJ (Sent. Nº 809 del 16.8.96) ha definido al trabajador zafral como “aquél que se ocupa en una actividad que, por su naturaleza, se interrumpe de manera normal y constante en un período fijo y determinado del año laboral en el que regularmente y por circunstancias propias o inherentes a la actividad en cuestión, se sabe, anticipadamente, que la misma cesa o declina casi totalmente” 82. Este contrato laboral –en nuestro país vinculado tradicionalmente a actividades rurales o agroindustriales y solo marginalmente al turismo– se ha extendido en los últimos años precisamente a raíz del crecimiento de la actividad terciaria vinculada al turismo. Es notorio, a vía de ejemplo, que la mayor parte de la actividad laboral del departamento de Maldonado está regulada por contratos de tipo zafral. Como ha expresado el TAT 3º (Sent. Nº 154 de 2.5.07), “el contrato de zafra, denominado también de temporada o estacional, es una de las variantes de los contratos temporales y su duración está ligada a la periodicidad que tienen determinadas actividades, vinculadas básicamente a ciclos de la naturaleza” 83. Un tema de discusión se ha planteado en torno a la cuestión de si la sucesión de zafras origina en el trabajo un derecho al despido. Es común que una empresa contrate habitualmente a los mismos trabajadores en cada zafra o temporada. El principio de la continuidad aplicado a los contratos temporales indica que la sucesión de contratos transforma la relación en permanente, originando el derecho al despido en caso de extinción del vínculo por decisión del empleador. En el tema del trabajo zafral la cuestión plantea dudas, porque a texto expreso el art. 1 de la Ley Nº 10.570 excluye de los beneficios del despido precisamente a los trabajadores zafrales. De Ferrari ha sostenido una posición peculiar sobre los trabajadores zafrales, afirmando que los mismos no celebran un contrato a término. Cuando concluye la zafra, ninguna de las partes entiende despedirse o desvincularse a la finalización de la zafra y “ambos –obrero y patrono– aguardan con el mismo interés y el mismo propósito el fin del acontecimiento que ha creado una perturbación en el modo de ejecutar el contrato... En las zafras sucesivas, el empleador siempre, o casi siempre, utiliza la misma mano de obra en razón de su especialización”84. Pese a tal criterio, concluye afirmando que los trabajadores zafrales siempre son excluidos del derecho a indemnización por despido en virtud de la previsión de la Ley Nº 10.570: “no tienen nunca derecho a una indemnización por despido ni aún en los casos en que se prescinde de los servicios del obrero antes de la terminación de la zafra”85. Plá Rodríguez –siguiendo a Deveali– ha sostenido en cambio que no existe esa virtual obligación de contratar a los mismos trabajadores en las zafras siguientes y que por lo tanto “el trabajador zafral celebra en cada zafra un contrato independiente, desligándose ambas partes al final de la zafra”86. En opinión de Ameglio, las dos posiciones de los laboralistas nacionales no son excluyentes. “La aplicación de una u otra –expresa– dependerá de la situación de hecho que tienda a ser regulada. Cuando un trabajador es contratado por primera vez para desempeñar tareas en una actividad típicamente zafral, finalizada la zafra o temporada se consumó el objeto del contrato y la consecuencia natural es la extinción de la relación... Pero si este mismo trabajador es contratado a lo largo de sucesivas zafras o temporadas bajo las órdenes del mismo empleador, el vínculo obligacional original que ligaba a las partes se transforma”. Concluye el autor que en la hipótesis de sucesión de contratos de zafra y en base a los principios de estabilidad y de continuidad, los períodos de inactividad entre zafra y zafra deberán considerarse como suspensiones de una única relación de trabajo”87 Por su parte Barbagelata ha expresado que “el trabajador zafral contratado para una zafra determinada debe entenderse comprendido en la situación común de los trabajadores a término” en la medida que no tiene una vinculación estable con la empresa. En cambio, el trabajador zafral con vinculación estable en la empresa que lo contrata, se convertiría en un trabajador contratado por tiempo indefinido, con derecho a indemnización en caso de no ser contratado en las nuevas zafras 88. A partir de estas posiciones, se plantean dos líneas antagónicas de razonamiento: a) considerar que la sucesión de zafras vincula en forma permanente a las partes, pero no se debe la indemnización por despido en virtud de la excepción del art. 1 de la Ley Nº 10.570; b) sostener que el contrato es a término y concluye con la finalización de la zafra: en el caso que la renovación de las zafras transforme la relación en un contrato permanente, el mismo deja de ser zafral, generando por lo tanto el derecho al despido. En el segundo caso, se plantea la cuestión de determinar cuando se produce la mutación del contrato. Es evidente –así lo ha señalado Ameglio– que las situaciones extremas son claras, pero existe “una amplia zona intermedia donde la única herramienta que tiene el intérprete es recurrir a criterios de razonabilidad y a las particulares circunstancias accesorias de cada caso concreto”89. Las diferentes opiniones sobre el régimen del trabajador zafral en cuanto a la estabilidad del vínculo laboral se trasladan a nuestra jurisprudencia, que ha sostenido y sostiene las dos posiciones antagónicas. Los fallos son numerosos. Entre ellos destacamos la opinión de la Suprema Corte de Justicia de 1996, que consideró que el trabajador zafral –aún en el caso de reiteradas zafras– no tiene derecho a la indemnización por despido, porque tal conclusión “violenta claramente lo estatuido por el art. 1 de la Ley 10.570... Los obreros que toma la empresa por el período en que su actividad se produce, destinados exclusivamente a esa específica actividad y que cesan al terminar la misma, son obreros zafrales. Aun cuando el trabajador concertara con un mismo empleador sucesivos contratos de trabajo zafral, ello no implica la transformación jurídica del vínculo convirtiéndolo en un obrero permanente y no zafral”. Y más explícitamente la Corte expresa: “No existe una continuidad de la relación laboral, como sucede en los contratos a término reiterados, en tanto la duración limitada de cada uno de ellos no obedece a circunstancias propias de la actividad sino a las de la voluntad de una u otra parte... Dicho con otras palabras; el obrero no deja de ser zafral por la circunstancia de que labore varias zafras consecutivas en una misma empresa90. El TAT 1º (Sent. 202 de 11.10.02) afirmaba que “la circunstancia de haber sido contratados varias zafras sucesivas no lo transforma en un trabajador permanente, pues cada contrato zafral es un negocio jurídico independiente... En el caso del trabajador zafral no hay ni despidos ni suspendidos”91. El mismo Tribunal (Sent. Nº 228 de 25.9.06) rectifica posteriormente el criterio y afirma que “la reiteración y consecutividad de contratos por aproximadamente seis años conducen a concluir que se trataba en el caso del actor de un trabajador permanente 92. El TAT 2º (Sent. 279 del 22.7.04) expresa que “en caso en que el trabajador trabajare durante varias zafras para un mismo empleador en forma consecutiva, adquiere calidad de trabajador permanente. Si un trabajador tiene vinculación con la empleadora en forma continua por un lapso considerable, aunque su calidad sea zafral, debe considerarse su relación permanente”93. Más compleja es la posición del TAT 3º que concluye que aún en caso de una sucesión de zafras, el trabajador no tiene derecho a indemnización por despido. Esta posición sin embargo se flexibiliza, porque el Tribunal está atento en todos los casos a la eventual existencia de indicadores, que permitan concluir que no se está en presencia de una verdadera zafra, sino ante una zafra atípica o una forma reiterada de trabajo eventual, que habilitan a considerar el trabajo como permanente, y por lo tanto generador de despido94. En nuestra opinión la reiteración de zafras modifica la naturaleza misma del contrato y por lo tanto el trabajador adquiere el derecho a ser indemnizado. Consideramos en efecto que cuando un trabajador durante diversos años ha trabajado en todas las temporadas de un hotel en Punta del Este o siempre, en determinada estación, en la misma planta agroindustrial, ya no es posible considerarlo trabajador zafral o de temporada. Ese trabajador trabaja en una “zafra”, pero en virtud del principio de la continuidad ha dejado de ser un “zafral”: Se ha transformado en un trabajador permanente de zafras o temporadas. 6.3. El contrato de suplencia El contrato de suplencia es aquél que vincula a un trabajador en forma provisoria con un empleador durante la ausencia de un trabajador titular. Es un contrato, cuyo término coincide con el regreso del titular. Esta noción, por cierto muy limitada, en realidad no llega a cubrir la gran variedad de situaciones que se plantean en la realidad. Como ha expresado Plá Rodríguez, las situaciones de suplencias pueden ser infinitas: “Tanto reciben el nombre de suplentes las personas que van supliendo, por ejemplo, a cada titular en ocasión de su licencia y que suelen trabajar lo mismo que un titular, pero reemplazando a cada uno de ellos, como aquellas personas que están en un vigésimo quinto puesto en una lista de suplentes y que nunca llegan a trabajar porque los que están colocados antes en la lista acaparan las convocatorias” 95. Mientras las situaciones de convocatorias, ligadas a sistemas de bolsas de trabajo, son hoy excepcionales, ha aumentado en el sistema la situación de trabajadores que en forma permanente realizan suplencias en determinadas empresas. Así en la salud (médico suplente), en el trabajo marítimo (marino relevante) y en las normales actividades de servicios donde generalmente existen uno o más trabajadores, de conocimiento de la empresa, a los que se confía habitualmente las suplencias. Es evidente que siguiendo el principio de la continuidad –que está marcando claros límites a toda la contratación temporal– la sucesión de suplencias transforma la relación de trabajo en permanente, según veremos más adelante. Es de esencia del contrato de suplencia la transitoriedad de las tareas. Según expresáramos, el trabajador suplente ingresa a la relación de trabajo en forma provisoria y el término de la relación coincidirá con el retorno al trabajo del titular. “El suplente – expresa el TAT único (Sent. N° 242 de 31.5.89)– se incorpora a su puesto de trabajo provisionalmente, su contrato de trabajo no tiene duración indefinida, sino claramente determinada: mientras dura la ausencia del titular. Cuando éste se incorpora, el contrato de trabajo concluye, tal como lo habían previsto las partes al celebrarlo. No hay en este caso ruptura unilateral del contrato”96. El JLT 6º (Sent. Nº 40 del 18.6.03) ha expresado que el suplente es un trabajador que por su propia denominación “suple o sustituye ocasionalmente a otro dependiente, por lo general titular efectivo del cargo”. Por lo tanto es un suplente pero entre comillas, el trabajador que trabajó siempre de corrido durante seis años. Ante situaciones tales resulta aplicable el principio de la realidad que impone, conjuntamente con el de protección, concluir que el trabajador, independientemente de su calificación otorgada por la empresa, revestía la calidad de titular y como tal le son aplicables todas las normas sin que proceda la distinción”97. Por su parte el JLT 14º (Sent. Nº 18 del 28.2.03) considera que “la calidad de suplente se caracteriza porque la actividad sea transitoria (conf. Plá Rodríguez, Curso, T. II, Nº 124), razón por la cual dicha condición debió ser plenamente demostrada por quien la alegara, lo que indudablemente no aconteció en la especie”98. Y el JLT 2º (Sent. Nº 65 de 30.6.04) considera que “la calidad de trabajador suplente deriva de la situación de cubrir a otro empleado. Tal es la definición que el diccionario de la Real Academia Española da a la palabra suplente: es el que suple, suplir es ponerse en lugar de otro. En la especie, la empleadora no justificó este extremo por lo que se estima que la relación se desarrolló en forma estable y permanente. la falta de convocatoria al trabajo por parte de la empleadora puede asimilarse a una situación de despido” 99. El TAT 3º (Sent. Nº 240 del 12.6.02), con relación a la situación jurídica del trabajador suplente que es contratado en reiteradas oportunidades, admite “la calidad de permanente en dicho trabajador y la viabilidad del concepto indemnizatorio por despido”. Agrega que el hecho que la actora fuera convocada en reiteradas oportunidades a prestar servicios propios de su profesión, torna el vínculo laboral en permanente y consecuentemente, habilitante a una pretensión indemnizatoria por despido 100. El TAT 1º (Sent. de Nº 89 de 12.3.04) confirma el criterio que el trabajador suplente se vuelve un común trabajador dependiente por la realización de suplencias durante un periodo superior a dos años: “La Sala ha sostenido en forma reiterada que el rótulo con que se mantiene a un trabajador en determinado puesto de trabajo por necesidades empresariales, no puede violentar la real situación; es de aplicación el principio de la realidad”. La reclamante trabajó “en forma continua, cada vez que era convocada” 101 A su vez el TAT 2º (Sent. Nº 161 del 9.6.05) excluye la posibilidad que puedan existir suplencias “permanentes”: “cuando existe una continuidad en la relación laboral esta tiene calidad de definitiva y para nada importa la categorización que se le trate de dar de otra forma”. El suplente es un trabajador eventual que realiza tareas de carácter transitorio, por lo cual cuando es permanente contratado de una “lista de suplentes” durante un prolongado período de ocho años, la naturaleza de su vínculo se modifica 102. Como todo contrato temporal, el contrato de suplencia debe ser considerado de excepción y por lo tanto deberá ser probado por quien lo invoque. El TAT 1º (Sent. de Nº 89 de 12.3.04) señala que “la parte empleadora debió instrumentar en debida forma el contrato. La omisión en este aspecto fundamental, opera como elemento desfavorable a su posición”103. En principio, el contrato escrito constituirá la mejor prueba de la relación, aunque en nuestro criterio –y en situaciones muy notorias– no deben descartarse otros elementos que lleven a la inequívoca conclusión que el trabajador fue contratado para cubrir una suplencia y que estaba en conocimiento de ese hecho. Ese conocimiento del trabajador es importante para determinar si ambas partes, al celebrar el contrato, sabían cuál era el alcance del mismo. La prueba no escrita de la suplencia deberá acreditar una serie de circunstancias (notoriedad de la ausencia del trabajador permanente y de las causas de la misma, desempeño de tareas similares, ocupación del mismo lugar de trabajo). La falta de una adecuada acreditación de la suplencia, tendrá como inevitable consecuencia que al no probarse la excepcionalidad de la situación, la relación de trabajo estará alcanzada por la normativa sobre el despido. En cuanto al régimen laboral aplicable al suplente, éste será el común de todos los trabajadores, con excepción de la indemnización por despido. Es decir que el suplente percibirá los diversos beneficios sociales (licencia, salario vacacional, aguinaldo, etc) y deberá ser denunciado a los organismos de la seguridad social. Nada impide que el salario del suplente pueda ser inferior al del trabajador que se suple, mientras se respeten los mínimos de la categoría y la actividad. En efecto, aunque se realicen idénticas o similares tareas, el suplente no tiene la antigüedad, profesionalidad y habilidades que probablemente tenía el trabajador permanente, experimentado en su tarea. El contrato de suplencia –como todo contrato temporal– puede extinguirse durante la vigencia del contrato o en el momento de la reincorporación del trabajador titular. Barbagelata ha señalado que en las situaciones de extinción normal del contrato de suplencia, el empleador no tendrá responsabilidades por el despido, siempre que se cumplan los extremos legales exigidos. Estos requisitos –expresa el juslaboralista– figuran en el art. 11 de la Ley Nº 11.577, que expresa que en la contratación de un suplente el empleador deberá notificarle las condiciones de admisión104. Es por lo tanto obligación del empleador prevenir al suplente de la relación que asume. Surge en cambio un derecho a la indemnización cuando el suplente es conservado en el empleo, luego del reingreso del titular, puesto que en ese caso el contrato de suplencia se transforma en un contrato por tiempo indefinido, y en el caso de ser despedido antes de la reincorporación del titular, se hará acreedor de la respectiva indemnización105. Compartimos el criterio que la permanencia del suplente, luego del reingreso del titular, quita al contrato el elemento de temporalidad, transformándolo en contrato por tiempo indefinido. En cambio, en el caso de rescindirse el contrato antes de la conclusión del término, deberá seguirse la regla general prevista en el artículo 1839 del Código Civil. En este caso el empleador deberá daños y perjuicios cuando la rescisión del vínculo se produjo “sin justa causa”. Como hemos expresado, la actual jurisprudencia aplica las reglas de la reparación integral del daño y no las normas sobre despido. Cuando en cambio el contrato, al reingresar el titular, se extingue por haber cumplido su objeto, el suplente en principio no tendrá derecho a indemnización alguna. Como se ha expresado, la extinción del vínculo se produce por una condición que las partes habían previsto al celebrar el contrato. Barbagelata señala sin embargo que la situación puede volverse más compleja en virtud de diversos motivos, como por ejemplo la duración de los servicios prestados o la permanencia del trabajador dentro del establecimiento. Evidentemente no es lo mismo una suplencia de tres meses, que otra que tenga una duración de dos años. El autor uruguayo alerta también sobre el hecho que en cada caso concreto de despido de suplente deberá determinarse “si no se trata de alguna forma abusiva fraudulenta de violar la legislación sobre despido, fraguando falsas condiciones de precariedad o de licencia”. Asimismo agrega el laboralista que deberá verificarse si “por la duración de los servicios, la remuneración recibida y las tareas realizadas, no ha nacido efectivamente un cierto derecho a la permanencia en el establecimiento, y, por ende, si el despido, en el caso de extinción normal de la suplencia, debe o no ser indemnizado”106. La noción de suplencia lleva implícita la transitoriedad de la tarea que debe cumplir el trabajador suplente. En la práctica se plantean diversas situaciones en las que se reiteran las suplencias de un mismo trabajador, el cual va adquiriendo la paradójica condición de “suplente permanente”. El mecanismo de utilizar siempre al mismo suplente puede adquirir la nota de abusividad y por lo tanto de ilicitud, que desvirtúa el sistema. Consideramos que el contrato de suplencia no escapa a la regla general de los contratos temporales y por lo tanto la sucesión de suplencias transformará la naturaleza del vínculo, el que se volverá permanente. Esta posición sin embargo no está consolidada en la jurisprudencia, donde persiste la idea que la sucesión de pequeñas suplencias, no transforma el vínculo en permanente. Para la jurisprudencia no es suficiente la reiteración de suplencias (especialmente si éstas son de breve duración) para considerar que el trabajador adquiere la nota de permanente. La jurisprudencia requiere una vinculación más firme entre el trabajador y el empleador, firmeza que es posible detectar en la sucesión continua (es decir sin interrupciones o interrupciones muy breves) entre una y otra suplencia 107. NOTAS 1 DE FERRARI, Francisco. Derecho del Trabajo. V. II. 2a. edic., Ediciones Depalma. Buenos Aires, 1969, p. 114. 2 Idem, p. 119. 3 Idem, p. 114. 4 PLA RODRIGUEZ, Américo.Curso de Derecho Laboral. T. II. V.1.Acali Editorial, Montevideo, 1978, p. 11. 5 Anuario de Jurisprudencia Laboral 2006, c. 362; AJL 2007, c. 528; 6 DE FERRARI, Francisco, Derecho... V. II, ob. cit. p. 73. 7 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T.I, V. 2. 3a. edic. FCU, Montevideo, 2007, p. 180. 8 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE María Emilia. Derecho del Trabajo.10a. Edic. revisada (reimpresión), Universidad de Madrid. Facultad de Derecho. Sección de Publicaciones, Madrid, 1988, p . 43. 9 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, Curso... ob. cit., T. II, V. 1, p. 7. 10 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, Curso... ob. cit., T. II, V. 1, p. 19. 11 Idem, p. 20. 12 Idem, p. 22. 13 Idem, p. 23. 14 Idem, p. 26. 15 Idem, p. 28. 16 Idem, p. 30. 17 Idem, p. 31 y ss. 18 CORDOVA, Efrén.“Nuevas formas y aspectos de las relaciones de trabajo atípicas”, relato general al X Congreso Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (Caracas, setiembre de 1985), publicado en revista Derecho Laboral, N° 142, p. 247. 19 BARBAGELATA, Héctor-Hugo, Derecho... ob. cit ,T. I, V. 2, p. 185. 20 VENEZIANI, Bruno.“The new labor force”, en AAVV, Comparative Labor law and industrial relations in industrializedmarketeconomies, Deventer-Boston 1989, T. I, p. 64, citado por RACCIATTI, Octavio, “El derecho laboral ante los cambios en el mundo del trabajo”, en revista Derecho Laboral N° 190, Montevideo, 1998, p. 572. 21 Barbagelata Hector-Hugo. Derecho... ob. cit., T. I, V. 2, p. 185. 22 Idem. 23 GAMARRA, Jorge. Tratado de Derecho Civil Uruguayo, T. I, 4a. edición, 1a. reimpresión, Montevideo 1989,p. 250. 24 Idem. 25 GAMARRA, Jorge, Tratado, ob. cit., p. 251. 26 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, Curso... ob. cit., T. II, V. 1, p. 60. 27 MARTINS CATHARINO, José. Compendio Universitario de Direito do Trabalho, San Pablo 1972, T. I, p. 278, citado por PLA RODRÍGUEZ, A., Curso... ob.cit., T. II, V. 1, p. 61. 28 MARTIN VALVERDE, Antonio. “El discreto retorno del arrendamiento de servicios”, en Montoya Melgar, Martín Valverde y Rodríguez-Sañudo (Coordinadores), Cuestiones Actuales de Derecho del Trabajo. Estudios ofrecidos por los catedráticos de Derecho del Trabajo al Profesor Manuel Alonso Olea, Madrid 1990. 29 MARTIN VALVERDE, Antonio, ob. cit., p. 214. 30 MARTIN VALVERDE Antonio, ob. cit., p. 235 y 236. 31 AJL 2005, c. 643. 32 AJL 1994-1995, c. 1227; AJL 1994-1995, c. 1267; AJL 2004, c. 50; AJL 2005, c. 46;AJL 2007, c. 555. 33 AJL 1994-1995, c. 1227; AJL 1994-1995, c. 233; AJL 1998, c. 890; AJL 1994-1995; c. 1772;AJL c. 2002, c. 583;AJL 2006, c. 421; AJL 2005, c. 46; AJL 2007, c. 642. 34 AJL, 1994-1995, c. 228; AJL 1994-1995, c. 233; AJL 1994-1995, c. 1267; AJL 1996-1997, c. 1774; AJL 2002, c. 563; AJL 2002, c. 599. 35 AJL, 1994-1995, c. 233. 36 AJL, 1994-1995, c. 96; AJL, 1994-1995, c. 231; AJL 2006, c. 421. 37 AJL, 1994-1995, c. 228; AJL 1996-1997, c. 1774. 38 AJL 1998, c. 787; AJL 2003, c. 987; AJL 2005, c. 46. 39 AJL 1998, c. 787; AJL 2005, c. 46. 40 AJL 2005, c. 350; AJL 2006, c. 421. 41 AJL 1998, c. 889; AJL 1998 c. 800; AJL 2005, c. 46. 42 AJL 1998, c. 457; AJL 2005, c. 350. 43 AJL 2003, c. 989, AJL 2003, c. 987. 44 AJL 2006, c. 421. 45 AJL 1996-1997, c. 1772;AJL 1998, c. 891; AJL 2000, c. 1324; AJL 2006, c. 359 46 AJL 1996-1997, c. 1776; La Justicia Uruguaya T. 121, Enero-Febrero 2000, caso 13.892; AJL 1996-1997, c. 888; AJL 2002, c. 597; AJL 2003, c. 982; AJL 2003, c. 985; AJL 2005, c. 656;AJL 2005, c. 346; AJL 2007, c. 642. 47 AJL 1994-1995, c. 1215; AJL 1996-1997, c. 1775; AJL 1998, c. 888;AJL 1998, c. 799; AJL 1996 -1997, c. 1585;AJL 2000, c. 1328; AJL 2005, c. 657; AJL 2007, c. 642;AJL 2003, c. 968; AJL 2007, c. 640;AJL 2004, c. 810. 48 AJL 1994-1995, c. 1215; AJL 2003, c. 520. 49 AJL 2003, caso 970; AJL 2005, caso 767. 50 AJL 1994-1995, c. 1215; AJL 1996-1997, c. 1775; AJL 2003, c. 966; AJL 2003, c. 978; AJL 2005, c. 651; AJL 2007, c. 640. 51 AJL 1994-1995, c. 1215; AJL 2003, c. 991; AJL 2005, c. 671; AJL 2005, c. 643 52 AJL 1994-1995, c. 1215. 53 AJL 1994-1995, c. 1221; AJL 1998, c. 891. 54 AJL 2003, c. 968. 55 AJL 1994-1995, c. 231; AJL 2005, c. 346; AJL 2006, c. 426. 56 AJL 2005, c. 642. 57 AJL 2005, c. 764. 58 PLA RODRÍGUEZ, Américo.Curso... ob. cit., T. II, V. I, p. 200. 59 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. Curso...ob. cit., T. II, V. I, p. 200. 60 AJL 1998, c. 149. 61 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, Curso... ob. cit., T.II, V. I, pp. 200 y 201. 62 AJL 2007, c. 140. 63 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, “Indemnización por despido de los jornaleros y destajistas”, en revistaDerecho Laboral N° 1, Montevideo 1948, p. 23. 64 CASTELLO, Alejandro y HENDERSON, Humberto.“La ruptura ante tempus del contrato de temporada por el empleador” en revista Derecho Laboral, N° 177, Montevideo 1995, pp. 155 y 156. Ver: AJL 1992, c. 308; AJL 1994 1995, c. 1141; AJL 2006, c. 85. 65 CASTELLO, Alejandro y HENDERSON, Humberto, ob. cit., p. 162. 66 CASTELLO, Alejandro y HENDERSON, Humberto, ob. cit., p. 167. 67 AJL 1996-1997, c. 1651. 68 AJL 1996-1997, c. 469. 69 AJL 1993, c. 183; AJL 1996-1997, c. 469. 70 AJL 2004, c. 137. 71 AJL 2007, c. 134. 72 AJL 1996-1997, c 468. 73 CASTELLO, Alejandro y HENDERSON, Humberto, ob. cit., p. 173. 74 AJL 1996-1997, c. 315;AJL 1996-1997, c. 318; AJL, 1996-1997, c. 322; AJL 2003, c. 357;AJL 2004, c, 268; AJL 2007, c. 225; AJL 2003, c. 377. 75 AJL 2005, c. 266. 76 AJL 2004, c. 309. 77 FERNANDEZ, Hugo y DIFIURI, ALVARO. “Contrato de temporada”en revista Derecho Laboral, N° 177, Montevideo 1995, p.128. 78 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo.“Indemnización por despido de los jornaleros y destajistas” en revista Derecho Laboral N° 1, Montevideo 1948, p. 32. 79 BARBAGELATA, Héctor.-Hugo. Manual de Derecho del Trabajo,T. I. Montevideo 1965, , p. 316. 80 AMEGLIO, Eduardo. Las empresas suministradoras de mano de obra temporal. AMF.Montevideo 1984, p. 33. 81 DE FERRARI, Francisco.“El plazo del contrato en los trabajos de zafra” en revista Derecho Laboral, T. I, Montevideo, 1948, p. 143. 82 AJL 1996-1997, c. 1875. 83 AJL 2007, c. 667. 84 DE FERRARI, Francisco, “El plazo...” ob. cit., p. 145. 85 DE FERRARI, Francisco, “El plazo...” ob. cit., p. 149. 86 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo, Curso...ob. cit., Tomo II, Vol. 1, p. 206. 87 AMEGLIO, Eduardo. Las empresas..., ob. cit., p. 35. 88 BARBAGELATA, Héctor Hugo. Derecho del Trabajo, T. II,Montevideo 1981, pp. 25 y 26. 89 AMEGLIO, Eduardo. Las empresas..,ob. cit., nota 22, p.35. 90 AJL 1996-1997, c. 1875. 91 AJL 2002, c. 698; la posición fue reiterada en Sent. Nº 263 de 24.6.2004, AJL 952. 92 AJL 2006, c. 86. 93 AJL 2004, c. 954; AJL 2007, c. 666. 94 AJL 2002, c. 701; AJL 2007, c. 668; AJL 2007, c. 667. 95 PLÁ RODRÍGUEZ, Américo. Curso...ob. cit., T.II., V.1, p. 20, nota 278. 96 AJL 1988-1991, c. 1198. 97 AJL 2003, c. 1174. 98 AJL 2003, c. 1175. 99 AJL 2004, c. 945. 100 AJL 2002, c. 694. 101 AJL 2004, c. 813. 102 AJL 2005, c. 811. 103 AJL 2004, c. 813. 104 Ley Nº 11.577, art. 11, inc. 2: «En la toma del pers onal a que se refiere este artículo (se refiere al suplente de un trabajador accidentado), el patrono le notificará las condiciones de admisión». 105 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Especialidades...ob.cit., p. 10. 106 BARBAGELATA, Héctor-Hugo.“Sobre el despido de un suplente” en revista Derecho Laboral N° 4, Montevideo 1948, p. 254. 107 AJL 1996-1997, c. 1871; AJL 1996-1997, c. 1873; AJL 1998, c. 936; AJL 2002, c. 236. Capítulo XV. CONTRATOS ATíPICOS Juan Raso Delgue 1. Introducción En el presente capítulo examinaremos algunas formas de contratación atípica del trabajo, que guardan relación con las transformaciones del trabajo en las últimas décadas y que en muchos casos han sido estimuladas por las nuevas tecnologías. Ya habíamos visto en el capítulo anterior “atipicidades”, pero las mismas de algún modo pueden considerarse más comunes, que las que examinaremos en el presente capítulo, que aparecen a partir de cambios profundos en los modos de producir. En general apuntan hacia una “deslaboralización” de la relación de trabajo, que promueven modalidades de trabajo independiente o asociado (teletrabajo, cooperativas, etc), concepciones nuevas de ofertas de trabajo en equipo (staff leasing, pay-rolling, etc.) y la presencia manifiesta o encubierta de intermediarios (tercerización o outsourcing). Las nuevas modalidades laborales plantean un desafío para el Derecho del Trabajo, nacido como conjunto de normas destinadas a tutelar la relación de trabajo subordinado con sus típicas características. Es el desafío de proyectarse hacia nuevas actividades y nuevas modalidades de producción que eran desconocidas en la época de apogeo de la disciplina laboral. Javillier señala que se ha producido una “división de mundos” y constata que el Derecho del Trabajo ya no puede dar cuenta de todas las relaciones de trabajo. El juslaboralista francés expresa que dos cuestiones deben plantearse, cuestiones que están en el corazón de la evolución misma del derecho del trabajo contemporáneo y que sin duda no pueden recibir contestaciones simples y certeras. La primera es la de cuestionar fronteras presentadas muy a menudo como naturales y eternas. La segunda cuestión es aún mas importante y se centra en el hecho de verificar la posibilidad de nuevas fórmulas jurídicas –y evidentemente también sociales– inéditas, que consagren no solo un derecho del trabajo, sino también un derecho de la actividad 1. La elaboración de un nuevo derecho del trabajo no puede omitir el estudio de las nuevas realidades. Su desafío es precisamente el de superar las fronteras del trabajo típico, para expandirse hacia las nuevas geografías laborales. Para defender y valorizar el derecho del trabajo, es necesario comenzar por conocer el trabajo en sus múltiples formas y en sus diferentes vínculos con el mercado, la sociedad, el individuo. En nuestra opinión, la función reguladora del derecho debe ser valorada dentro de límites realistas. El derecho, por sí solo, no puede modificar en forma radical una realidad, que obedece a diversas causas, primera entre ellas la de los cambios tecnológicos. Vivimos en un mundo, en el que se han consolidado formas distintas de trabajo. La fuerza del mercado, la creciente importancia de las estrategias empresariales, la crisis ocupacional, la debilitación del poder sindical, la competitividad estimulada hasta límites antes desconocidos han llevado a la situación actual. Suponer que el derecho del trabajo tenga la fuerza suficiente para incidir de modo significativo en esta realidad no conduciría a concretar mejoras para la generalidad de los trabajadores. El nuevo derecho laboral no podrá ignorar la diferencialidad del trabajo, que se expresa precisamente en modalidades contractuales diferentes. No debe sin embargo extraerse de esta premisa la consecuencia de un derecho laboral despojado de su misión tutelar y de su función equilibradora de las diferencias sociales. Como ha señalado Rosenbaum, “no parece razonable pensar en un equilibrio social impuesto por la vía de la restricción, esto es, a través de la imposición de sacrificios, recortes y reducciones de las protecciones, sin asegurar adecuadamente una contrapartida en la redistribución del crecimiento en valores esenciales para los individuos, como lo son el empleo, el salario y la seguridad social”2. En el nuevo modelo el contrato de trabajo típico es generalmente reservado para los trabajadores estables del núcleo duro de la empresa, mientras hacia el exterior se multiplican las nuevas formas contractuales, lo cual permite decir a Seré con cierta irónica acidez que “conviven bajo el mismo proscenio, trabajadores tercerizados, externalizados, subcontratados, subordinados, parasubordina-dos, autónomos, semi-autónomos, temporales, permanentes, suplentes, eventuales, ocasionales, a prueba, arrendadores de servicios, becarios, pasantes, públicos, privados, de empresas paraestatales, teletrabajadores, cooperativistas y pseudo cooperativistas, de empresas suministradoras de mano de obra temporal, de empresas suministradoras de mano de obra permanente, empresarios unipersonales, informales, etc.”3. Entre las nuevas formas de trabajo cobran importancia modalidades de trabajo autónomo, que sin embargo se realizan de forma más o menos continua para un tercero. Aparece la nueva figura del trabajador independiente integrado en forma más o menos permanente en una organización empresarial ajena, donde se desdibujan los criterios tradicionales de la subordinación. En la dialéctica clásica entre “subordinación” y “autonomía” surge una nueva realidad más compleja y ambigua de situaciones de trabajo –el trabajo “coordinado”– necesitadas de protección, pero en las que está ausente toda tutela sustancial 4. Por su parte Martín Valverde recuerda que la aplicación de nuevas tecnologías, la transformación de los valores y de los modos de vida de amplios sectores de la población y la configuración de un nuevo sistema de necesidades sociales han generado nuevas ocupaciones, nuevas formas de empleo de la fuerza de trabajo y nuevas modalidades de intercambio de servicios”5. Otros autores hablan de trabajo “sansphrase” o “senzaaggettivi” (sin adjetivos) para hacer referencia a aquellas expresiones de trabajo que no se ajustan fácilmente a las categorías “autónomo” o “subordinado” 6. En Italia la reforma laboral de 2003 (Legge Biagi) introdujo dos modalidades de trabajo “parasubordinado”: el trabajo a proyecto y el contrato para trabajo ocasional. El primero de ellos reúne diversas expresiones del arrendamiento de servicio desarrollado en forma personal en el ámbito de una relación de colaboración con la empresa comitente. El segundo se refiere a trabajos domésticos de breve duración, incluyendo el cuidado de niños, ancianos y discapacitados, jardinería y mantenimiento de edificios. Estos trabajadores han recibidos beneficios propios del derecho del trabajo en materia de seguridad e higiene, salud, acceso al procedimiento laboral7. El derecho alemán elaboró la noción de “employee-likepersons” para clasificar aquellas personas que son formalmente trabajadores independientes, pero cuya situación económica es más cercana a la del trabajador dependiente que al independiente. Los individuos son económicamente dependientes y necesitan cierta extensión de protección social si su perfil reúne las siguientes condiciones: en primer lugar tienen que cumplir sus tareas contractuales por sí solos, sin ayuda de empleados; en segundo lugar, la mayor parte de su trabajo es realizada para una persona o institución o más de la mitad de sus ingresos es paga por una persona o institución. A partir de 1974 los “employeelikepersons” pueden estar incluidos en convenios colectivos, es decir cuerpos normativos que en principio solo cubren a los trabajadores subordinados 8. En los últimos años el derecho fue otorgando a esta categoría de trabajadores cierta protección, concediéndoles beneficios como licencia, feriados, protección frente a actos de acoso, derecho a participar en la negociación colectiva de las empresas para las que trabajan, derecho a gozar de las medidas de promoción en materia de empleo para las personas con discapacidad severa y protección en materia de seguridad laboral9. En los Países Bajos se ha instituido una figura similar a la parasubordinación cuando una o dos personas prestan servicios en forma personal y continua para hasta un máximo de dos empleadores10. Pero el caso más interesante es el Estatuto del Trabajador Autónomo de España (Ley 20/2007 del 11.07.2007), que constituye la culminación de un arduo debate sobre el tema que estamos discutiendo en este evento. El Estatuto dedica su Cap. III al “Régimen profesional del trabajador autónomo económicamente dependiente”: esta categoría incluye aquellos trabajadores que “realizan una actividad económica o profesional a título lucrativo y de forma habitual, personal, directa y predominante para una persona física o jurídica, denominada cliente, del que dependen económicamente por percibir de él, al menos, el 75 por ciento de sus ingresos por rendimientos de trabajo y actividades económicas o profesionales” (art. 11.1). Examinaremos en los próximos numerales expresiones de contratación atípica que van adquiriendo carta de ciudadanía en el mundo laboral, reservando la cuestión de la tercerización a un capítulo especial. 2. El teletrabajo A partir de los años ’70, la revolución tecnológica dio nacimiento a una sociedad informática y a nuevas formas de trabajo externo a la empresa. El teletrabajo es el nombre utilizado para designar los nuevos modos de trabajo a distancia: el neologismo recoge precisamente la raíz griega tele, que significa lejano, a distancia. Diversas razones han promovido la expansión de esta nueva modalidad de trabajo. Para la empresa, el teletrabajo significa diversas ventajas: ahorra en alquiler de oficina y en los costos fijos para mantenerlas, mejora su imagen institu-cional porque contribuye a disminuir la contaminación ambiental, aumenta la productividad, puede incorporar en forma más flexible a trabajadores muy capacitados, que de otro modo no hubiera podido contratar y, finalmente, significa una reducción de los costos laborales. La mayor flexibilidad y los menores costos –en lo laboral– se acentúan cuando el vínculo contractual se establece con un teletrabajador independiente. El teletrabajo proporciona ventajas también al trabajador: posibilidad de trabajar sin descuidar otras obligaciones sociales (ej., madre con niños); mayor autonomía y posibilidad de acceder a diversos trabajos, reconocimiento que siente por la confianza que en él se deposita, horarios flexibles, mayor autonomía. Los partidarios del teletrabajo dicen además que el teletrabajo es una oportunidad de empleo en un mercado laboral deprimido. En tal sentido nace la nueva expresión “autoempleo” –neologismo con contenido semántico similar al de “trabajo autónomo”– que indica la posibilidad de que un trabajador se dé trabajo a sí mismo. Pero a esas ventajas, se contraponen también desventajas: jornadas extensas de trabajo, estancamiento profesional, pagos a destajo, aislamiento, generalmente falta de protección social. Los detractores del teletrabajo expresan que aquellos teletrabajadores que no cuentan con un estudio o espacio propio en su domicilio sufrirán además prolongaciones de jornadas por continuas interrupciones y superposiciones con tareas hogareñas. Finalmente, la prolongada exposición a la computadora (instrumento utilizado en la mayoría de los teletrabajos) puede perjudicar la interacción social con amistades, compañeros de trabajo, etc. y además provocar enfermedades a la vista. El concepto de teletrabajo aparece por primera vez en Estados Unidos en los años ’60. Como consecuencia de los trabajos de Norbert Wiener sobre cibernética. Recién en 1976 otro norteamericano, Jack Nillesen, divulga el término “telecommuting” para aludir al trabajo realizado por una persona desde su domicilio gracias a las posibilidades que ofrecen las tecnologías de las telecomunicaciones y la informática 11. A partir de esa expresión, se multiplica la terminología y se habla de electroniccottage, flexi -place, networking, electronichomeworking, telehomeworking, etc. Los autores españoles González Molina y López Ahumada definen el teletrabajo como “toda actividad que se realiza fuera de los locales de trabajo de la empresa –el concepto de lugar de trabajo tradicional como entidad espacial fija y estable desaparece– a través del uso generalizado de aparatos informáticos y de las telecomunicaciones”12. Gauthier señala dos características del teletrabajo: a) la posición distante del trabajador respecto de la sede de la empresa, que puede ser en cualquier lugar del mundo y b) la utilización por éste de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación para desarrollar su trabajo. “Lo típico en el fenómeno –expresa– no radica en la verificación de los anteriores extremos en forma aislada, sino que el particularismo de la figura está dado cuando ambos factores se presenten en forma simultánea: el trabajo a distancia llevado a cabo por medios informáticos y de telecomunicación” 13. Debemos precisar que aunque muchas tareas de teletrabajo utilizan pantallas de visualización, el mismo no se agota en prestaciones realizadas ante la pantalla de una computadora. Pertenecen al mundo del teletrabajo otras actividades que no utilizan pantallas, o solo lo hacen excepcionalmente: el caso más notorio es el telemarketing – probablemente la forma de teletrabajo más difundida en nuestro país– que se realiza básicamente por vía telefónica. En conclusión y más allá de las limitaciones propias de toda definición, corresponde expresar que “dos son esencialmente los elementos que presiden el concepto de teletrabajo: en primer lugar, el teletrabajador permanece separado, con carácter permanente o temporal, de su unidad de trabajo (empresario, compañeros), y, en segundo lugar, aquél se vale para la realización y/o transmisión del resultado de su trabajo de medios informáticos y de las telecomunicaciones”14. La primera cuestión que plantea el teletrabajo es si la realización del mismo justifica hablar de una nueva categoría de trabajadores con determinados niveles de protección, o la atipicidad de este trabajo pone a sus ejecutores al margen ya sea de un estatuto autónomo o de las normas tradicionales en materia de trabajo. “No estamos –expresa Sánchez Rodas-Navarro– ante una nueva categoría legal, sino que se trata de una nueva forma de organización del trabajo que se desarrolla extramuros de las instalaciones de la empresa y que puede revestir una pluralidad de modalidades” 15. De todos modos, si por una parte el teletrabajo significa una nueva oportunidad de empleo, y como tal encuentra su propia justificación en un mercado de trabajo saturado, por otra debe considerarse que existen razones para establecer reglas de tutela mínima en torno a dicha actividad. Señalemos que a nivel de derecho comparado, en la mayoría de los países no existen normas especiales para el teletrabajo, y las reglas aplicables surgen de la adaptación de las normas generales o de lo pactado en contratos individuales o convenios colectivos. Sin perjuicio de ello, amplias franjas de teletrabajo constituyen una expresión más del trabajo en negro, fuera de cualquier regulación contractual o legal. Nuestro país sigue la regla general, no existiendo normas específicas al respecto. Es cierto que esta modalidad laboral es en muchos aspectos similar a la del trabajo a domicilio, y por lo tanto las normas reguladoras de éste podrán invocarse para regular algunas cuestiones del teletrabajo, pero existen aspectos intelectuales, tecnológicos, psicológicos que alejan el teletrabajo del tradicional trabajo a domicilio. El teletrabajo –como las demás modalidades atípicas de trabajo– no es ontológicamente una modalidad de trabajo subordinado. Es posible concebir formas de teletrabajo autónomo o independiente; es más, muchas expresiones de teletrabajo hacen presumir su carácter independiente (libertad de horario, lugar externo a la empresa, etc) y serán otros indicadores, los que descubrirán la eventual existencia de una relación de trabajo subordinado. En esta modalidad tan atípica de trabajo, se plantean los mismos problemas de otras prestaciones laborales que oscilan entre la autonomía y la subordinación: una nueva zona gris, entre tantas. En tal sentido la Fundación Europea para la mejora de las condiciones de vida y de trabajo ha expresado que el teletrabajador puede ser clasificado como trabajador a domicilio, aunque con características especiales, y por lo tanto dependiente, pero también puede ser considerado como un trabajador independiente regulado por la normativa civil. Si el trabajo se desarrolla en condiciones de subordinación, como es el caso de trabajadores que operan bajo el poder de dirección y el control del empleador, estaremos ante un empleado dependiente; de no existir ese poder de dirección y control, la situación será de un trabajador autónomo o autoempleado (selfemployed). Por lo tanto es extremadamente importante esta distinción: en el caso de la subordinación, será aplicable la legislación laboral con su paraguas protectivo de niveles mínimos laborales y tutela de la seguridad social. En el caso de autónomos, las escasas protecciones derivarán del derecho civil y de las eventuales cláusulas contractuales16. La cuestión más aguda es la de determinar si es posible ejercer un verdadero poder de dirección sobre una modalidad de trabajo tan peculiar. En el teletrabajo desaparece el control directo, físico, “corporal”. No existe, en principio, un control sobre el modo-lugar de trabajo-duración, parámetros clásicos del control empresarial17. González Molina y López Ahumada no dudan sin embargo de la existencia de ese control y hablan de “telesubordinación” y “poder de dirección virtual”. “Si bien es cierto –expresan– que en el teletrabajo el componente tecnológico modifica el contenido de la relación laboral, no lo hace hasta el extremo de suprimir la posición subordinada del trabajador respecto del empresario y, por tanto, no excluye la capacidad de control de éste respecto del cumplimiento de la prestación. Es más, se da la paradoja de que en el teletrabajo el uso de la propia informática y las telecomunicaciones ofrece al empresario nuevas posibilidades de control a distancia del trabajador. Los elementos controlados por este medio son más numerosos, detallados y precisos, hasta el punto que el trabajador se convierte en un sujeto pasivo constante de control: cuando hace uso del ordenador, cuándo no lo emplea, la frecuencia y duración de las pausas realizadas. La transparencia es pues, casi absoluta”18. Es oportuno diferenciar tres situaciones distintas de teletrabajo: a) El teletrabajo on line, donde el control se produce constante y contemporáneamente a la tarea realizada: existe una conexión entre el ordenador del trabajador y la empresa. En este caso la subordinación es intensa, por lo que es de plena aplicación lo expresado en el numeral anterior. Pérez de los Cobos ha expresado que “el control llevado a cabo por el empresario pasa de ser un control periférico, discontinuo y parcial realizado por la jerarquía humana, a ser un control centralizado y objetivo (en cuanto que incorporado a la máquina) que se verifica en tiempo real” 19. Pizzi, por su parte, expresa que en esta modalidad el trabajador se integra en la organización empresarial en los mismos términos que un trabajador que desarrolle su actividad en la propia empresa. El teletrabajador está “virtualmente” presente en la empresa, al punto de permitir una sujeción al poder de dirección similar a la que tiene el trabajador que está en contacto físico con el empleador20. b) El teletrabajo off line es aquél en el que no existe una interacción entre el trabajador y la empresa, hecho que impide a ésta controlar a aquél durante el desarrollo de la actividad, desplazándose el control hacia el momento de la entrega de la información requerida comprobando la adecuación de ésta a lo exigido por el empresario. Es el caso, por ejemplo, de un trabajador que realice en su computadora la impresión de recibos o la traducción de un texto. La intervención del empresario se limita a un control de resultado por lo que la subordinación se da de forma más atenuada, ya que el trabajador no recibe órdenes en sentido estricto, sino indicaciones de la direcci ón de la empresa. c) El teletrabajo oneway line: en este caso la conexión se efectúa en forma unidireccional, por lo que la facultad disciplinaria y de control estará más o menos limitada dependiendo de la dirección de la comunicación. Si la dirección es desde el ordenador del trabajador al de la empresa, ésta puede conocer cada movimiento del trabajador de la misma manera que sucedía en el teletrabajo on line, mientras que si la dirección es desde la empresa hacia el trabajador, nos encontraremos ante una situación similar a la del teletrabajo off line. ¿Cómo regular jurídicamente el teletrabajo, en países como el nuestro donde no existen previsiones expresas? La primera consideración que viene a la mente es si son aplicables a dicha relación, por analogía, las normas sobre trabajo a domicilio. Frente a tal planteo, debemos proceder a excluir dos situaciones: 1) El teletrabajo que se realiza en forma autónoma e independiente: en tal circunstancia no se aplican las normas del derecho del trabajo, ni por ende las del trabajo a domicilio. 2) El teletrabajo se desempeña en situación de subordinación, pero en un lugar distinto del domicilio del trabajador (ej., telecentros). En tal situación, nos encontramos ante una relación de trabajo subordinada por lo que serán de aplicación las normas del derecho del trabajo, excluyendo las reglas sobre trabajo a domicilio. Finalmente, nos queda la tercera situación, es decir aquella de teletrabajo subordinado realizado en el domicilio del trabajador. En tal circunstancia ¿deben aplicarse las normas nacionales sobre trabajo a domicilio? La Ley 9.910 de 5.1.1940 fue concebida para regular un especial tipo de trabajo: el trabajo manual, obrero que se realiza en el domicilio del ejecutante. Este tipo de trabajo – generalmente con retribuciones modestas– ha tenido históricamente una gran importancia en el sistema de relaciones laborales nacional. Es a partir de fines del siglo XIX que surgen en diversas actividades –carpintería, textiles, confección, etc.– expresiones del trabajo a domicilio. La regulación del trabajo a domicilio estuvo siempre referida a trabajo obrero. La Ley 9.910 habla de “trabajo manual para realizarse por cuenta del establecimiento en el domicilio del obrero”, “piezas de trabajo”. La misma ley piensa en un trabajador muy modesto, en cuanto expresa que deberá existir una constancia de la remuneración del obrero con “la firma de éste, o su impresión digital si no supiere firmar”. El decreto reglamentario del 19.VII.1940 se refiere a su vez a “trabajo industrial” y reitera los conceptos de “trabajo manual” y de la condición obrera del trabajador. Estas consideraciones nos permiten afirmar que nuestra legislación sobre trabajo a domicilio no es, en principio, aplicable al teletrabajo, porque existe una profunda diferencia entre la actividad regulada por la ley y la desarrollada en el teletrabajo. En un caso –el trabajo a domicilio– estamos ante trabajo típico del sector secundario, con niveles de protección mínimos, generalmente inferiores a los del trabajo en general. En otro caso –el teletrabajo– enfrentamos una de las más sofisticada formas de trabajo, en la que el componente intelectual del trabajador es en general superior a las normales exigencias del trabajador terciario: “el trabajo a domicilio se concibió, originariamente, para la protección social e integración de los trabajadores manuales. Es por ello que su regulación actual resulta, en algunos aspectos, desfasada frente a la nueva realidad a la que nos enfrenta el teletrabajo”21. Las consideraciones que efectuamos se refieren a “nuestra” legislación, lo cual no excluye la pertinencia de otras normas elaboradas a partir de una concepción moderna del trabajo a domicilio. Así por ejemplo, el Convenio Internacional de la OIT N° 177 sobre trabajo a domicilio de 1996 –no ratificado– que define al mismo como el trabajo “que una persona, designada como trabajador a domicilio, realiza en su domicilio o en otros locales que escoja, distintos de los locales de trabajo del empleador, a cambio de una remuneración con el fin de elaborar un producto o prestar un servicio conforme a las especificaciones del empleador, independientemente de quién proporcione el equipo, los materiales u otros elementos utilizados para ello, a menos que esa persona tenga el grado de autonomía y de independencia en virtud de la legislación nacional o de decisiones judiciales”. Sin perjuicio de esta apreciación, es posible por analogía recurrir a las normas del trabajo a domicilio, toda vez que ellas se refieran al lugar de trabajo. Así el art. 3 que vuelve aplicables las disposiciones legales o administrativas sobre higiene y seguridad, el art 4° que prohibe realizar trabajo en habitaciones donde viva una persona atacada de enfermedad transmisible, el mismo art. 4 cuando expresa que los inspectores de trabajo no tendrán acceso a los domicilios, salvo noticia fundada de infracciones y con autorización especial. Concluimos que son aplicables al teletrabajo idénticas consideraciones que a las prestaciones laborales que oscilan entre la autonomía y la dependencia, según consignamos en el capítulo segundo. En definitiva, la eventual situación de dependencia y por lo tanto de aplicabilidad de la legislación laboral dependerá del conjunto de indicadores que hagan presumir esa presencia o, por el contrario, lleven a concluir sobre la existencia de una prestación independiente. Hemos visto que algunas expresiones del teletrabajo (v.g., el teletrabajo on-line) facilitan la individualización de la dependencia; en otras, habrá que indagar sobre los diversos aspectos que conforman la relación y elementos como la continuidad, exclusividad, el carácter personal, la inserción de la teleactividad en una organización empresarial, etc. 3. Las cooperativas El modelo cooperativo de trabajo tiene raíces en el siglo XIX y parece extraño incluirlo entre las modalidades atípicas de contratación. La cuestión es que a partir de los años ’90 esta figura contractual comenzó a insertarse en nuevas modalidades de gestión del trabajo, que las consideraron instrumentos ventajosos para reducir costos laborales y fiscales. Las cooperativas –en particular a partir de experiencias latinoamericanas en los años ’90 (Cooperativas de Trabajo Asociado de Colombia, Cooperativas laborales en Perú, etc.)– se vuelven una modalidad para externalizar de la empresa a colectivos de trabajo subordinado. Henderson ha señalado que “como consecuencia de las carencias de empleo, las sociedades cooperativas –en particular las de producción o trabajo– están siendo utilizadas como una alternativa más contra el desempleo, y por ende como verdaderas generadoras de rentas, pero al mismo tiempo, pueden ser otro instrumento más de precarización de las condiciones de trabajo, reimpulsado por las más recientes tendencias de la descentralización productiva o empresarial”22. Las cooperativas tradicionalmente se rigen por una serie de principios aprobados por la Alianza Cooperativa Internacional y recogidos por la Recomendación de la OIT N° 193. Ellos son: a) la adhesión abierta y voluntaria de todas las personas sin ningún tipo de discriminación; b) la gestión democrática de sus miembros; c) la participación económica de los miembros, debiendo contribuir todos ellos de manera equitativa a la formación y al control del capital de la cooperativa; d) autonomía e independencia, siendo organizaciones de ayuda mutua que deben ser controladas por sus miembros; e) educación, formación e información de sus miembros, dirigentes y empleados; f) cooperación entre cooperativas, contribuyendo a fortalecer el movimiento cooperativo; g) compromiso con la comunidad, pudiendo ampliar sus servicios a los no socios de la cooperativa23. Durante muchos años el régimen cooperativo fue regulado por la Ley Nº 13.481 de 23.6.1966 que estableció el marco jurídico de las llamadas cooperativas de producci ón. La ley fue derogada casi cuarenta años más tarde por la Ley Nº 17.794 de 22.7.2004, que amplió el espectro de posibles actividades a realizar por las “cooperativas de producción o trabajo asociado”. Esta ley estableció que cualquier iniciativa de trabajo asociado –y no solo las de producción de bienes– podría perfeccionarse a través de la constitución de una cooperativa. Esa expresión tan breve –trabajo asociado– significó de por sí un cambio importante en el sistema legal de las cooperativas en Uruguay, porque a partir de la vigencia de la Ley Nº 17.794, los trabajadores que desearan asociarse para realizar una actividad no productiva –v.g. comercial– podían constituirse en una cooperativa de trabajo asociado. La nueva modalidad de cooperativismo marcó un cambio radical, puesto que se pasó de las tradicionales cooperativas obreras de producción a nuevas formas de trabajo asociado, en el cual las cooperativas podrían no solo dedicarse exclusivamente al sector de los servicios, sino intervenir además en operaciones contractuales de intermediación. En efecto –siguiendo el antecedente de la Ley Nº 17.794– la Ley Nº 18.407 no prohíbe la realización de actividades de intermediación, como en cambio la originaria Ley Nº 13.481. Con la Ley Nº 17.794 se entra en una etapa de cooperativismo “terciario” tan diferente del cooperativismo de cuño típicamente industrial, proceso que se consolidará con la aprobación de la Ley Nº 18.407. Recordamos –para entender mejor la filosofía que acompañó el cambio– las expresiones del Dr. Alvaro Faedo, Asesor letrado de la FCPU e integrante de la Comisión Jurídica de la Confederación Uruguaya de Entidades Cooperativas (CUDECOOP), en oportunidad de presentarse el proyecto de la Ley Nº 17.794. “La Ley N° 13.481 de junio de 1966 –expresaba en tal oportunidad–, estableció en un tiempo histórico determinado, una caracterización de las cooperativas de producción (trabajo) que, teniendo como imagen las cooperativas obreras de la doctrina y el Derecho Positivo francés, las ligaba claramente a entidades de tipo industrial... Hoy, los integrantes de una cooperativa de asesores en informática o de profesionales técnicos, universitarios o de servicios de limpieza, etcétera, no tienen por qué poseer ninguna ligazón a través de la propiedad de los medios de producción ni menos aún de un establecimiento de mediano o de gran porte en materia industrial; el intangible que compone su calificación intelectual y profesional es su rasgo distintivo. Con las características de ese rasgo distintivo, se incorpora al mercado, intermedia en él y allí vende sus servicios” 24. A la regulación novedosa de la Ley Nº 17.794 se sumó la aprobación de la Ley Nº 17.978 de 26.06.06, que introdujo la posibilidad di constituir cooperativas sociales, entendiendo por tales “aquellas cooperativas de trabajo que tienen por objeto proporcionar a sus miembros un puesto de trabajo para el desarrollo de distintas actividades económicas, agropecuarias, industriales, comerciales o de servicios, con el fin de lograr la inserción social y laboral de los jefes y jefas de hogares pertenecientes a sectores con necesidades básicas insatisfechas, jóvenes, discapacitados, minorías étnicas y todo grupo en situación de extrema vulnerabilidad social”, que también se regirían por la Ley Nº 17.794, pero beneficiándose de un régimen fiscal más generoso. El proceso de cambio se consolida finalmente con la aprobación de la Ley Nº 18.407 de 24.10.2008, que deroga las leyes anteriores. La nueva ley estableció un verdadero estatuto del cooperativismo al definir una “regulación general de su funcionamiento”, con el objetivo de disciplinar “la constitución, organización y funcionamiento de las cooperativas y del sector cooperativo” (art. 1). Se establece el principio que las cooperativas podrán desarrollar “cualquier actividad económica lícita” (art. 4, inc. 2) y deberán observar los ya indicados principios del cooperativismo (art. 7). El art. 9 define los “actos cooperativos” como “los realizados entre la cooperativa y sus socios, por éstas y los socios de sus cooperativas socias, o por las cooperativas entre sí cuando estuviesen asociadas bajo cualquier forma”. La misma norma expresa en su último inciso que “los vínculos de las cooperativas con sus trabajadores dependientes se rigen por la legislación laboral”. Reordenando y ampliando lo ya expresado en las Leyes Nº 17.794 y 17.978, la ley establece tres clases de cooperativas: las cooperativas de trabajo, las cooperativas sociales y las nuevas cooperativas de artistas y oficios conexos. Son cooperativas de trabajo aquellas que “tienen por objeto proporcionar a sus socios puestos de trabajo mediante su esfuerzo personal directo, a través de una organización conjunta destinada a producir bienes o servicios, en cualquier sector de la actividad”. La ley recoge los criterios generales de este contrato societario, por los cual – como apunta Casalás – deben diferenciarse las relaciones jurídicas entre socios, denominadas societarias, de los vínculos propiamente laborales con los trabajadores dependientes de la cooperativa: éstos no podrá exceder el 20% de los socios, con un mínimo de dos. A los socios se les reconocen los beneficios de la normativa laboral, con excepción de la indemnización por despido, aclarando que su remuneración “a cuenta de los excedentes” no puede ser inferior al salario mínimo establecido y demás beneficios legales que correspondan por ley o convenio colectivo en la actividad económica donde gire la cooperativa (art. 100 y 101)25. El art. 104 establece un procedimiento para la recuperación por parte de los trabajadores de empresas en proceso de liquidación, en cuyo caso y mediante el voto de ¾ partes de los socios de la cooperativa, será posible suspender la aplicación del laudo de la rama de actividad en que gire la misma (art. 105). Las cooperativas sociales son reguladas por los arts. 172 y ss. de la ley, que recogen conceptos y criterios establecidos en la Ley Nº 17.978 de 26 de junio de 2006. Se trata de cooperativas que reúnen a trabajadores pertenecientes a sectores vulnerables de la sociedad (“jefes y jefas de hogares pertenecientes a sectores con necesidades básicas insatisfechas, jóvenes, discapacitados, minorías étnicas y todo grupo en situación de extrema vulnerabilidad social”), para permitir su inserción social y laboral. Para poder ser calificada como social, la cooperativa deberá cumplir, según lo dispone el art. 174, con diversos requisitos: a) los eventuales excedentes de los ejercicios económicos, deben destinarse a crear reservas o a la consolidación y mejora del servicio prestado o hasta un 20% a fines de progreso social, educativo y cultural de sus integrantes y en ningún caso pueden ser repartidos entre los socios; b) los cargos de dirección se ejercerán con carácter gratuito; c) Las retribuciones de los socios trabajadores y de los trabajadores no socios no podrán superar las retribuciones que, en función de la actividad y categoría profesional, establezca el convenio colectivo aplicable; d) un mínimo de 75% de los socios deberá pertenecer a sectores en situación de vulnerabilidad social. Finalmente la ley introduce como categoría nueva las cooperativas de artistas y oficios conexos, que define como aquellas cooperativas de trabajo “constituidas por personas físicas calificadas como artistas, intérpretes o ejecutantes, así como por aquellas que desarrollen actividades u oficios conexos a las mismas” (art. 180, inc. 1). Sus integrantes deberán estar inscriptos en el Registro Nacional de Artistas y Actividades Conexas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (Art. 180, inc. 2). Las normas deben ser complementadas con la Ley Nº 18.384 que establece el Estatuto del Artista y Oficios Conexos26. Como recuerda Barretto Ghione al referirse a la Ley Nº 17.794 –con conceptos trasladables a la Ley Nº 18.407– “se abre la posibilidad de participación del sector cooperativo en actividades que antes le estaban vedadas, como el caso de los servicios... Ahora las cooperativas... no tributarán en ningún caso los aportes jubilatorios patronales por sus socios trabajadores, con lo cual este significativo beneficio las hará especialmente aptas para competir con el resto del sector privado en el universo de actividades económicas, salvo en las expresamente excluidas (servicios financieros y las que realicen la actividad reguladora de acuerdo a lo establecido en el artículo 2º de la Ley Nº 16.426, de 14 de octubre de 1993)”27. ¿Cuáles son los beneficios tributarios de las cooperativas? Los arts. 102 y 103 de la Ley Nº 18.407 establecen que las cooperativas de trabajo estarán exoneradas de los aportes patronales a la seguridad social y de todo tributo nacional. Las excepciones a esta amplia exención impositiva son algunos tributos indicados a texto expreso (IVA, e IMESI), los aportes al Fondo Nacional de Salud de los trabajadores socios y no socios y el aporte jubilatorio patronal por los trabajadores dependientes. Con relación al IRPF, las cooperativas serán agentes de retención de las utilidades repartidas a sus socios, porque las mismas son consideradas rentas de trabajo. Creimer –al comentar las exoneraciones tributarias dispuestas por la similar norma de la derogada Ley Nº 17.794– valoraba con cautela esta amplia exoneración, concluyendo que “si se extendiera esta forma empresarial –real o simuladamente–, supondría una competencia desleal para los empresarios que pagan sus impuestos, creando un efecto distorsionante disvalioso. La competencia desleal es ilegítima, de acuerdo a lo establecido en el art. 14 de la ley N° 17.243 de 29 de junio de 2000” 28. Los beneficios de las cooperativas sociales en materia tributaria son aún más importantes. En efecto el art. 178 de la Ley Nº 18.407 expresa: “Se declara de interés general el fomento de las cooperativas sociales. Las mismas quedan exoneradas de todo tributo nacional, incluido todo aporte patronal a la Seguridad Social y el correspondiente al Fondo Nacional de Salud”. El texto claro de la norma permitiría sostener que sus socios están excluidos aún de tributos como el IVA y el IRPF. Son precisamente esta serie de cambios profundos en el modelo cooperativo que podrán por un lado beneficiar a los emprendimientos cooperativos legítimos, pero por el otro los volverán un instrumento de tercerización y de precarización del trabajo, porque las empresas podrán desplazar hacia las cooperativas segmentos de su producción, evitando –como ya dijimos– costos fiscales y laborales. 4. El Franchising Continúa a difundirse en el mundo y en nuestro país la modalidad de trabajo, denominada franchising. La misma se inserta en la ya apuntada tendencia de una empresa central “magra” y una red periférica de unidades habilitadas por la empresa principal. Pérez del Castillo señala precisamente, al referirse a empresas multinacionales con plantillas reducidas, que “una estructura esquelética resulta suficiente para operar en todo el mundo a través de concesionarios y contratos de franchising”29. Etimológicamente, el término se refiere a la concesión por parte de una persona a otra de un derecho especial, de una autorización o un privilegio, a cambio de una contraprestación generalmente en dinero30. Como señala Merlinski, el franchising constituye “una nueva modalidad en la circulación de los bienes y/o servicios del productor (o prestador, en el caso de servicios) al consumidor... Integra el circuito de distribución de un bien, un producto o un servicio, al consumidor. Por otra parte, se trata de una forma de cooperación entre empresas”31. El autor define al contrato como “aquél acuerdo de carácter oneroso entre el franchisory el franchisee, que establece una relación comercial estable y permanente entre ambos, en virtud de la cual surge el siguiente haz obligacional: a) El franchisor otorga al franchisee la autorización para fabricar en todo o en parte, y/o distribuir y comercializar con carácter exclusivo determinados productos o servicios dentro de una zona territorial delimitada, con el derecho de uso del nombre, marca u otros elementos distintivos frente al público del producto o servicio del que se trate y, por lo general, en un establecimiento comercial propio del franchisee, pero que forma parte de una cadena formal, con otros de iguales características individualizados por los mismos signos distintivos. b) El franchisor traspasa al franchisee los conocimientos tecnológicos y comerciales para ejercer su actividad con eficacia, como las pautas que él mismo impone como características de los establecimientos. c) Como contrapartida el franchisee queda obligado a abonar al franchisor determinada cifra, además de un porcentaje de sus beneficios o ganancias (a veces de sus ingresos según facturación)”32. El franchising es en definitiva el instrumento contractual moderno para que la tradicional “cadena” de tiendas –que conformaba una sola unidad empresarial– se disgregue en una red de sucursales autónomas, independientes de la empresa central. No estamos en presencia de un conjunto económico, porque en el conjunto existe bajo una multiplicidad aparente, una única realidad empresarial. En el caso del franchising la multiplicidad no es aparente, es real: cada franchisee es una contraparte independiente del franchisor, con patrimonio y titularidad separada. El problema que se plantea en el derecho del trabajo es si existe una responsabilidad laboral de la empresa principal (franchisor) frente a los trabajadores de la empresa franqueada (franchisee), en especial a la luz de las Leyes Nº 18.099 y 18.251. Una segunda cuestión se refiere a los casos en que el franchising es sólo una relación formal, aparente, que encubre una unidad productiva: en este caso el franchisee (trabajador) es un dependiente del franchisor (empleador), que actúa al frente de una franquicia, que en realidad es solo la sucursal de la empresa principal. Ante estas situaciones, como la más vasta fenomenología de la tercerización, no es posible establecer a priori conclusiones y deberá verificarse la forma como se implementa el franchising. Así, por ejemplo, en el caso en que la empresa que otorga la licencia no tenga otra vinculación con la empresa franqueada que la concesión de esa licencia y el control sobre las condiciones en que se vende el servicio y el producto, manteniéndose en todo lo demás la independencia entre las dos empresa, no existirán responsabilidades comunes entre ambas con relación a los haberes laborales. Será la empresa franqueada la única responsable de esas obligaciones. La situación, en cambio, se desdibuja y puede llegar a establecer una corresponsabilidad solidaria, cuando la empresa principal no solo controla el producto final, sino que da órdenes e instrucciones a los trabajadores de la empresa franqueada, estableciendo un vínculo de subordinación directa entre el franchisor y los trabajadores del franchisee, quien se vuelve un mero intermediario de aquél. Cuando un contrato de franchising vincula a dos empresas totalmente independientes en principio no se producen situaciones de corresponsabilidad. La empresa franquiciada puede haber adquirido solo el nombre y el know-how de la empresa franquiciante y seguir siendo el único empleador para sus trabajadores. No debe por lo tanto considerarse empleador a la empresa franquiciante, cuando ésta no tiene ingerencia en la contratación y control del personal de la empresa franquiciada, porque –como expresa la jurisprudencia– “se probó la ausencia de subordinación, elemento típico que caracteriza la relación laboral, así como la ajenidad, ya que los excepcionantes no tenían injerencia alguna con el personal contratado por S. Srl., con la que mantenían una vinculación de corte comercial”33. Pero en la medida que en la franquicia se comprueben nuevos elementos que unen a la empresa franquiciante y franquiciada (profesionales comunes, administrador contable común, pago de la franquicia a través de ganancias compartidas), va surgiendo una nueva realidad: la realidad de dos empleadores –independientes entre sí– que comparten la conducción de trabajo y reciben en forma conjunta el resultado del trabajo subordinado que contrató uno de ellos34. Entramos –como dice Goldflus y Gadea– en una zona gris “a la luz de la injerencia que podría llegar a tener el franquiciante sobre la forma de gerenciamiento del personal de las empresas franquiciadas” 35. Otra situación, que ha merecido el análisis de nuestra jurisprudencia, es la que se produce cuando una parte de la empresa (generalmente una sucursal de la misma) se desprende de la empresa principal, instaurando un nuevo vínculo a través de un contrato de franchising. La sucursal de la empresa principal se independiza (generalmente un ex trabajador de la sucursal se vuelve el titular de la nueva empresa), pero el cambio operado no es suficiente para modificar la realidad laboral de los trabajadores de la ex sucursal. En la presente hipótesis el TAT 2° –en sentencia revocatoria de primera instancia– considera que existe corresponsabilidad entre la empresa principal y la empresa franqueada. “Se trata –expresa el Tribunal– de una modalidad contractual conocida como “franchising” en el que el franquiciante otorga una licencia a otra empresa para que venda productos o servicios de su titularidad. Pero ello, no obsta el derecho del trabajador a reclamar a la empresa a la que considera su empleadora. Como dice María Josefina Plá, analizando las variaciones del empleador (casos de sustituciones de empleador): “En esta materia donde se ha manifestado claramente el principio de continuidad, la relación laboral ha persistido y se ha entendido clara la responsabilidad y aún la solidaridad del sucesor” (La personería laboral del empleador, Cuadernos, N° 6, p. 16)”. El TAT 2° agrega: “No puede admitirse que la sustitución de patrono perjudique los derechos del trabajador a percibir lo que se le debe por prestación de sus servicios. Cabe consignar que si esta nueva modalidad de comercialización entre empresas, o cualquier otra modalidad que la realidad mercantil pueda hacer surgir, pudiera afectar los derechos de los trabajadores, nada quedaría del derecho del trabajo y de los derechos de los trabajadores asalariados. Este argumento es compartible puesto que la venta de la marca (razón social de la empleadora), no puede impedir a la empleada que no lo sabía, cobra r sus haberes laborales”. El Tribunal concluye declarando que “es solidariamente responsable la empresa adquirente de otra –en el caso por la modalidad de franchising– respecto de los haberes generados con anterioridad a la negociación realizada entre ambas empresas”36. En base a lo expresado por la doctrina y la jurisprudencia, consideramos que en principio el franchising es una situación contractual que excluye la responsabilidad de la empresa que otorga la franquicia sobre las deudas laborales del sujeto que explota la franquicia. Pero también es cierto que esta forma tan particular de contratación que descarga de toda responsabilidad al franquiciante resulta ser una figura proclive a la realización de maniobras fraudulentas 37. Una vez más será el examen de los hechos que rodean el vínculo y la prestación del trabajo, el que permita establecer si estamos ante una verdadera franquicia con una clara separación de empresas, o si entre la empresa franquiciante y la franquiciada existen vínculos que permiten suponer la existencia de una intermediación (regulada por las Leyes Nº 18.099 y 18.251) o un empleador complejo, es decir un único empleador. 5. Nuevas formas contractuales de gestión: pay-rolling y staff-leasing En los últimos años se ha extendido la práctica de empresas (generalmente extranjeras), que arriendan trabajo permanente a través de empresas suministradoras. Esta práctica –en definitiva una expresión más de la tercerización– responde a criterios gerenciales que buscan la mayor reducción posible de trabajadores en planilla. Cuando las necesidades de la empresa requieren trabajadores, “alquilan” trabajo a suministradoras para evitar la incorporación de nuevo personal. En la organización interna de la misma el trabajador suministrado por otra empresa no significará un costo estrictamente laboral, sino el pago de un servicio más, proporcionado por un tercero (la empresa suministradora). Un paso más en los diversos sistemas de suministro y/o intermediación laboral lo constituyen modalidades contractuales por las cuales un empleador directo pone a disposición de una empresa principal o usuaria no solo el trabajo de esos dependientes, sino la estructura organizativa del trabajo: son fórmulas de trabajo organizado para otros. Estas modalidades ya difundidas ampliamente en el exterior llevan por ello nombres exóticos como pay-rolling, staff leasing o lavoro in affitto, entre otras designaciones. En el caso del pay-rolling (arrendamiento de planilla) la empresa intermediaria ofrece su planilla para que la empresa principal coloque en ella a los trabajadores contratado de hecho por la principal. La diferencia con la intermediación “pura” es sutil: en la intermediación el intermediario es quien elije y contrata a los trabajadores para ponerlos al servicio de otros; en el pay-rolling la empresa principal contrata a los trabajadores, acuerda con ellos el salario, las modalidades de trabajo etc. y solicita al intermediario que le alquile su planilla de trabajo a los efectos de incluir en ella los trabajadores que originariamente contrató. Según esta modalidad, las obligaciones de la empresa “arrendadora de planilla” son: a) incorporar en su planilla a los trabajadores indicados por el cliente; b) inscribir a los trabajadores indicados por el cliente en los institutos de seguridad social y en el Banco de Seguros del Estado y efectuar los correspondientes aportes y/o pagos como trabajadores dependientes propios; c) efectuar las liquidaciones y pagos de haberes por concepto de sueldo y demás beneficios sociales. Estas situaciones deben considerarse en el derecho nacional una modalidad legítima de actividad e ingresan en la regulación de las Leyes Nº 18.099 y 18.251, como una hipótesis de intermediación. En el staff leasing –otra modalidad de suministro organizado de trabajadores– la empresa suministradora proporciona a la empresa cliente la totalidad del personal necesario para ella o para algunos sectores de la producción y el know-how de como gerenciar determinada actividad específica. A la empresa cliente es confiada la di rección y el control general sobre los resultados de la prestación laboral, mientras la contratación del trabajador, la organización del trabajo y el poder de despido queda en manos de la suministradora. Un ejemplo de staff-leasing lo encontramos en los aeropuertos internacionales, donde muchas veces el personal que atiende a los pasajeros de una compañía de aviones, no pertenece a esa compañía, sino a una empresa local cuya especialidad es organizar un “mostrador de compañía aérea”, entrenando adecuadamente a sus propios trabajadores y arrendando ese servicio a compañías, que no desean enfrentar el gasto de organizar su propio “mostrador” en aeropuertos lejanos. Estas modalidades –pese a su carácter novedoso para estas latitudes– están en nuestro país legitimadas y alcanzadas por las reglas de las Leyes Nº 18.099 y 18.251, que adjudican a la empresa que solicita el servicio de planilla o de un staff, responsabilidad solidaria con las suministradoras de estas prestaciones. NOTAS 1 JAVILLIER, Jean-Cleaud. Derecho del trabajo. FCU, Montevideo, 2007, p. 43. 2 ROSENBAUM, Jorge W. “El debate contemporáneo sobre reglamentación y desregulación del derecho del trabajo” en revista RELASUR N° 8, Montevideo 1995, p. 127. 3 SERÉ, Jorge Ubaldo.“La Negociación Colectiva y su posible articulación” ponencia presentada en XIII Jornadas Rioplatenses de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Paraná (Argentina) 26 a 28 de agosto de 2004 (soporte informático). 4 GRANDI, Mario.“Il problema della subordinazione tra attualitá e storia”, en Le trasformazioni del lavoro, Milán (Italia), 1999, p.13. 5 MARTIN VALVERDE Antonio.“El discreto retorno del arrendamiento de servicios”, en Montoya Melgar, Martín Valverde y Rodríguez-Sañudo (Coordinadores), Cuestiones Actuales de Derecho d el Trabajo. Estudios ofrecidos por los catedráticos de Derecho del Trabajo al Profesor Manuel Alonso Olea, Madrid 1990, p. 232. 6 CARINCI Franco, DE LUCA TAMAJO Raffaele, TOSI Paolo y TREU Tiziano. Diritto del Lavoro. T. 2 Il rapporto di lavoro subordinato, 5a. edic., Turín, 2003, p. 37. 7 RAMIREZ-GASTON, Germán.“ ¿Quo vadis... derecho social? Entre el trabajo autónomo económicamente dependiente y la flexiseguridad” en Relaciones Laborales en el Mundo, 43 Estudios en homenaje al Prof. Luis Aparicio Valdez, Lima (Perú) 2008, p. 638 y 639. 8 WEISS, Manfred. “The evolution of the concept of subordination.The german experience” en Le trasformazioni... ob. cit., p. 60 y 61. 9 RAMIREZ-GASTÓN, Germán, ob.cit. p. 639. 10 Idem. 11 GONZALEZ MOLINA, María Dolores y LOPEZ AHUMADA, José Eduardo. El teletrabajo y la privacidad del trabajador, ponencia presentada en el X Congreso Nacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Zaragoza, 28 y 29 de mayo de 1999, p. 2. 12 GONZALEZ MOLINA, María Dolores y LOPEZ AHUMADA. José Eduardo. El teletrabajo y la privacidad del trabajador, ob. cit., p. 3. 13 GAUTHIER, Gustavo. Teletrabajo. FCU, Montevideo, 2006, p. 21. 14 GONZALEZ MOLINA, María Dolores y LOPEZ AHUMADA, José Eduardo. El teletrabajo y la privacidad del trabajador, ob. cit., p. 4. 15 SANCHEZ-RODAS NAVARRO, Cristina. “Teletrabajo y poder de dirección: el control a distancia” ponencia presentada en el X Congreso Nacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Zaragoza, 28 y 29 de mayo de 1999, p.2. 16 Fundación Europea para la mejora de las condiciones de vida y de trabajo. The Social Implications of Teleworking. Dublin, 1999, p. 2. 17 GONZALEZ MOLINA, María Dolores y LOPEZ AHUMADA, José Eduardo. El teletrabajo y la privacidad del trabajador, ob. cit., p. 8. 18 GONZALEZ MOLINA, María Dolores y LOPEZ AHUMADA, José Eduardo. El teletrabajo y la privacidad del trabajador, ob. cit., p. 9. 19 PÉREZ DE LOS COBOS ORIHUEL, Francisco. “Nuevas tecnologías y relación de trabajo”, Valencia, 1990, p. 72, citado por SANTOS FERNANDEZ, María Dolores, “El poder disciplinario en el teletrabajo”, ponencia al X Congreso Nacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Zaragoza, 28 y 29 de mayo de 1999, p. 7. 20 PIZZI, Paolo. “l Telelavoro nella Contrattazione Collettiva” en Santoro Passarelli G. (Coord.), Flessibilitá e Diritto del Lavoro, Turín 1997, p. 239, citado por SANCHEZ-RODAS NAVARRO, Cristina, ob. cit., p. 12 y 13. 21 SANCHEZ-RODAS NAVARRO, Cristina. Teletrabajo y poder de dirección: el control a distancia, ob. ci t., p. 10. 22 HENDERSON Humberto. “Cooperativas de Producción” en Cuarenta y dos estudios sobre la Descentralización empresarial y el Derecho del Trabajo. FCU, Montevideo, 2000, p. 163. 23 HENDERSON, Humberto. “Cooperativas de Producción” ob. cit., p. 164 y 165 y BARRETTO GHIONE HUGO. “Régimen jurídico del trabajo asociado en cooperativas en la ley N° 17.794”, en revista Derecho Laboral, Tomo XLVII, N° 215, Montevideo, 2004. 24 FAEDO, Alvaro, disertación del 30.7.02. 25 CASALÁS, Carlos. “Regulación del trabajo en la ley de cooperativas” en revista Derecho Laboral, T.LI, Nº 232, Montevideo, 2008, ob. cit., pp. 910 y 911. 26 BARRETTO GHIONE, Hugo. “Brevísima descripción del Estatuto del artista y oficios conexos. Una valoración de tres asteriscos”, en revista Derecho Laboral Tomo LI, Nº 232, Montevideo 2008, p. 799 y ss. 27 BARRETTO GHIONE, Hugo. Régimen jurídico, ob.cit., p. 476 y 477. 28 CREIMER, Israel. “La Cooperativa de trabajadores” en Tribuna del Abogado. N° 139, Agosto/Setiembre 2004, p. 26. 29 PEREZ DEL CASTILLO, Santiago. “La subcontratación y otras formas atípicas de aportar trabajo a la empresa”, en revista Fallos de Casación 92-93. Montevideo, 1994, p. 301, nota n° 6. 30 MERLINSKI, Ricardo.“Sobre algunas nuevas modalidades contractuales en el derech o comercial moderno”, en Anuario de Derecho Comercial - Año 1986, p. 145, 31 Idem. 32 MERLINSKI, Ricardo. “Sobre algunas nuevas modalidades contractuales en el derecho comercial moderno”, ob. cit., p. 146. 33 JLT 1°, Sent. N° 143 de 7.12.2000, en Anuario de Jurisprudencia Laboral 2000, caso 643. 34 Ver con otro enfoque la sentencia del TAT 2° N° 188 de 5.8.98 en AJL 1998, caso 486, que declara la responsabilidad solidaria entre la empresa franquiciante y la franquiciada. 35 GOLDFLUS, Sandra y GADEA, Elizabeth. “El contrato de franchising”, en Cuarenta y dos estudios... ob. cit., p. 223. 36 AJL 1998, caso 486. 37 HIERREZUELO, Ricardo C. y NUÑEZ Pedro F. Responsabilidad solidaria en el contrato de trabajo. Buenos Aires, 2003, p. 203. Capítulo XVI. OBLIGACIONES DE LAS PARTES Alejandro Castello 1. El poder de dirección del empleador y los derechos del trabajador Actualmente nadie pone en tela de juicio que el empleador, además de ser acreedor del trabajo, lo que le confiere el derecho a que el trabajador preste el servicio en las condiciones acordadas, también es titular del poder de organización de las actividades de la empresa, que incluye la facultad de ordenar y disciplinar el trabajo dependiente. En tal sentido, Alfredo Montoya Melgar señala que “la satisfacción del genérico derecho de crédito del empresario exige que éste, por imperativo de la naturaleza de la relación laboral, ostente un haz de poderes destinados a la organización general de la empresa y a la ordenación de las prestaciones laborales (poder de dirección) y a la represión de las conductas laboralmente ilícitas del personal de la empresa (poder disciplinario). Esta suma de poderes constituye la contrapartida de la situación de sujeción o dependencia a que se encuentra sometido el trabajador”1. El debate se centra en cuál es el contenido, alcance y límites de ese poder, ya que ello nos lleva de la mano a la esfera de derechos del trabajador que deben ser respetados por el empleador, así como cuál es su fundamento de dicha potestad empresarial. Respecto al primer punto, existe acuerdo en que se trata de un poder complejo, compuesto de varias atribuciones o facultades que son necesarias para conducir el establecimiento, la actividad productiva y ordenar el trabajo. En ese orden, Jorge Rodríguez Mancini señala que el poder de dirección del empleador “consiste en el conjunto de atribuciones, en virtud de cuyo ejercicio el empleador dispone del trabajo realizado bajo su dependencia, ordenando las prestaciones laborales de cada uno de los trabajadores y organizando el trabajo en la empresa”. Según dicho autor, en el poder de dirección se incluyen atribuciones como dar órdenes e instrucciones a los trabajadores; verificar y controlar el cumplimiento de sus directivas y, en general, el cumplimiento por parte del trabajador de todas sus obligaciones; el derecho a introducir variaciones en las modalidades de la prestación del trabajo a fin de adecuarlas a las necesidades cambiantes de funcionamiento de la empresa (ius variandi); el poder reglamentario, que implica la facultad de crear reglamento internos sobre la forma de realizar las tareas; el poder disciplinario, que atribuye al empleador la posibilidad de aplicar sanciones como forma de corregir y enmendar la conducta del trabajador ante sus incumplimientos contractuales2. En igual dirección, Antonio Martín Valverde, Fermín Rodríguez-Sañudo y Joaquín García Murcia expresan que el poder de dirección del empleador es de contenido complejo y está constituido por distintas facultades interrelacionadas entre sí, entre las que se encuentra la facultad de dar instrucciones generales sobre la organización y el funcionamiento de la empresa y sobre la prestación laboral en ésta y potestades de disposición sobre la cuantía y composición de la plantilla de trabajadores (selección, contratación, despido). Para dichos autores, “complemento lógico del reconocimiento de la facultad de dictar instrucciones generales y particulares es la de controlar su efectivo cumplimiento por el trabajador”, así como también las facultades disciplinarias con aplicación de sanciones al trabajador y en algunos casos, sometidos a determinadas condiciones objetivas de procedimiento, el empleador puede modificar el contenido pactado de la prestación laboral3. En cuanto al fundamento del poder de dirección, como explica Jorge Rodríguez Mancini, el mismo se ha basado en argumentaciones diferentes. Para una corriente de opinión, se trata de un poder que deriva directamente del derecho de propiedad sobre los bienes, útiles y medio de la empresa, es decir, se funda en la titularidad del capital. Para otra corriente de opinión, tal poder encuentra su fundamento en la calidad de responsable de la empresa que tiene el empleador, quien además asume los riesgos de la explotación, por lo que requiere de amplias facultades de organización para poder alcanzar los fines de la empresa, la cual es considerada como una institución. Para una tercera postura, las prerrogativas del empleador surgen del contrato de trabajo, pues como consecuencia de éste el trabajador acepta someterse a los poderes jerárquicos del empresario, a cambio de una retribución4. En igual sentido, Antonio Martín Valverde, Fermín Rodríguez-Sañudo y Joaquín García Murcia señalan que “al reconocimiento de la titularidad jurídica de la empresa sigue necesariamente el de las facultades precisas para asegurar su funcionamiento y la consecución de los objetivos propuestos: lanzamiento de bienes o servicios al mercado y, normalmente, obtención de un beneficio económico. Por lo que al trabajador en concreto se refiere, el poder de dirección nace por el contrato de trabajo suscrito entre ambos sujetos; ello quiere decir que el trabajador, en virtud del contrato de trabajo y en el cumplimiento de la prestación laboral, entra en una esfera sometida a un poder de dirección cuyo titular es la persona para la que se trabaja. No es él mismo el facultado para decidir cómo debe realizarla, qué medios va a utilizar para ello ni qué resultados debe conseguir: todas estas decisiones pertenecen al ámbito de las facultades directivas del empresario, que ordena y dirige el contenido de la prestación laboral” 5. Alice Monteiro de Barros enseña que han existido tres corrientes de opinión para fundamentar la existencia del poder de dirección del empleador: la teoría de la propiedad privada, la teoría institucionalista y la teoría contractual. Los adeptos a la primera sostienen que el poder directivo se basa en el derecho de propiedad, es decir, el empleador dirige porque es propietario. La segunda teoría se funda en que la empresa es una comunidad de capital y trabajo, siendo el empleador el jefe y responsable de la misma, por lo que es indispensable que detente poderes organizativos. Por su parte, la tercera posición funda los poderes del empleador en el contrato de trabajo. A cambio del salario el trabajador acepta someterse a la dirección del empresario 6. Más allá de las diferentes posturas doctrinarias que existen sobre el fundamento del poder de dirección del empleador, en el presente parece claro que la justificación normativa de esta potestad radica, desde el punto de vista estrictamente jurídico, en la libertad de empresa, reconocida bajo diferentes fórmulas en las Constituciones de los países con economía de mercado, no siendo nuestro país la excepción (art. 36 de la Constitución), lo que eleva a dicho poder al rango de derecho fundamental. Al respecto, Antonio Martín Valverde, Fermín Rodríguez-Sañudo y Joaquín García Murcia manifiestan que el poder de dirección del empleador “encuentra su fundamento último en la libertad de empresa reconocida por el artículo 38 CE; libertad que comprende, en primer lugar, la de su creación y establecimiento y también, como lógica consecuencia de ello, la de organizarla y dirigirla”7. De manera más explícita, Daniel Martínez Fons expresa que “existe consenso básico en la doctrina especializada en concretar el contenido esencial del derecho a la libertad de empresa en tres “sub-libertades”. Dichas expresiones de libertad se identificarían con un mínimo de libertad en el acceso y en el abandono de la actividad económica, así como en su organización. La acabada de citar libertad de organización –o de ejercicio de la libertad de empresa, en otra de las terminologías utilizadas- acostumbra a completarse con la exigencia a un mínimo de libertad en la gestión de la empresa, sin la cual, no puede hablarse de iniciativa privada”. Daniel Martínez Fons continúa explicando que la libertad de organización, viene individualizada en la potestad para organizar libremente el proceso de producción, para planificar el sistema de objetivos empresariales, combinar los factores productivos e imponer condiciones de actuación a las personas que colaboran en la actividad empresarial8. Haciendo referencia específica al Derecho del trabajo español, Santiago González Ortega sostiene que los poderes empresariales en el contexto de la relación laboral se configuran a partir del reconocimiento de un poder general de organización y dirección de la empresa, fundado en el art. 38 de la Constitución de su país, el cual se diversi fica en numerosos y variados poderes que van desde el poder de organización productiva hasta el poder de dirección, pasando por las más específicas potestades de variación, modificación y extinción del contrato de trabajo, finalizando en los poderes de vigilancia y control de la actividad productiva y el disciplinario 9. Esas potestades se confieren al empleador para dirigir el establecimiento y utilizar los servicios que se obliga a prestar el trabajador en virtud del contrato de trabajo. Son por lo tanto la contracara de la subordinación laboral y la obligación de trabajar, que es el deber más típico que contrae el trabajador. Ese deber es acompañado de otra seria de obligaciones que son connaturales y complementarios al mismo: el deber de obediencia, que es una evidente manifestación del estado de sujeción a los poderes del empleador; el deber de diligencia, que refiere al rendimiento, atención y cuidado exigibles al trabajador; el deber de buena fe, que se vincula con la rectitud y honradez con que debe cumplirse la tarea y el deber de fidelidad, que se desgrana en una serie de manifestaciones como no hacer concurrencia desleal, no revelar secretos, etc. A su vez, los poderes atribuidos al empleador (dirección, fiscalización, supervisión, disciplina, control, etc.) tienen una serie de límites que constituyen obligaciones para el empleador y, como contracara de ello, derechos del trabajador. En tal sentido, en el estado actual de evolución del Derecho laboral existe acuerdo respecto a que además de retribución el trabajo, el empleador contrae una serie de obligaciones muy importantes, entre las que destacan en primer lugar el respecto de los derechos fundamentales del trabajador (dignidad, intimidad, honor, propia imagen, libertad de pensamiento, no discriminación, etc.), lo que se complementa con otros deberes como ofrecer ocupación efectiva, suministrar los medios para cumplir la tarea, cuidar la integridad física y moral del trabajador, entre otros. Naturalmente, las obligaciones que contraen las partes en el marco de la relación de trabajo no se agotan en las enunciadas precedentemente. Por el contrario, como enseña Américo Plá Rodríguez las obligaciones de las partes son innumerables e indeterminadas ya que pueden provenir de fuentes muy variadas: internacional (convenios, pactos, tratados, etc.), constitucional, estatal o heterónoma (ley, decreto, etc.), autónoma (convenios colectivos, laudos, etc.) o del propio contrato de trabajo. En este último caso, los derechos y obligaciones pueden ser estipulados de forma expresa por las partes, con el único límite de que se respete el orden público laboral, o pueden derivar de la naturaleza misma del contrato, porque como dice el artículo 1291 del Código Civil, los contratos “obligan no sólo a los que en ellos se expresa, sino a todas las consecuencias que, según la naturaleza, sean conformes a la equidad, el uso o a la ley” 10. Además, debe tenerse presente que como señala Alfredo Montoya Melgar, “siendo el contrato de trabajo fuente de una relación jurídica sinalagmática y onerosa, las posiciones de crédito y débito de las partes se corresponden bilateralmente: el crédito del trabajador coincide con el débito del empresario y viceversa. Efectivamente, el deber retributivo y los restantes deberes contractuales del empresario son el reverso de otros tantos derechos del trabajador”11. En los párrafos que siguen estudiaremos las obligaciones que emergen para las partes en virtud del contrato de trabajo y poseen carácter o alcance genérico, es decir, que están presentes en todas las modalidades de vinculación laboral dependiente por ser consustanciales al contrato de trabajo, por lo que surgen para las partes con independencia de que hayan sido pactadas o no de que se encuentren contempladas o no a texto expreso por la legislación. En efecto, veremos que muchas de las obligaciones y deberes de las partes no están recogidos de manera expresa por la legislación, fundamentalmente por la razón de que nuestro país carece de un Código o Ley general del trabajo, pese a lo cual nadie duda de que esas obligaciones nacen igualmente para las partes. Por lo tanto, dejaremos fuera de nuestro estudio las obligaciones especiales, previstas en leyes, convenios, laudos, etc., las cuales son objeto de estudio en otros capítulos de esta obra (nos referimos a los derechos y obligaciones que refieren a la regulación de la prestación de trabajo: jornada, descansos, vacaciones, etc.). 2. Obligaciones del empleador Si bien no existe acuerdo entre los autores en relación a la nómina o elenco de obligaciones genéricas (e implícitas) que contrae el empleador en virtud del contrato de trabajo, existe un grupo de deberes que son frecuentemente mencionados por la doctrina, que pueden resumirse del siguiente modo: a) pagar el salario; b) respetar los derechos fundamentales del trabajador; c) respetar la dignidad, intimidad, honor y libertad de pensamiento; d) proporcionar trabajo efectivo; e) suministrar los elementos para realizar la tarea; f) garantizar la higiene, seguridad y moralidad del ambiente de trabajo; g) debe de proporcionar o facilitar la formación o capacitación. Veamos sucintamente cada uno de ellos. 2.1. Obligación de pagar la remuneración Indudablemente la obligación más típica que tiene el empleador como consecuencia de la relación de trabajo es la de pagar la remuneración. Tratándose de un contrato de carácter sinalagmático, es evidente que la contraprestación natural del servicio prestado es la obligación de pagar la retribución pactada o la fijada por la legislación. No es este el lugar de la obra para analizar las características y modalidades que debe revestir esa obligación, lo cual es estudiado en el capítulo referido al “salario” y su protección. No obstante ello, en esta parte abordaremos solamente algunos aspectos concretos, como es el caso de cuándo surge la obligación de pagar el salario, o lo que es lo mismo pero mirado desde la esfera del trabajador, cuándo nace el derecho a percibir la remuneración. Este punto ha sido acertadamente desarrollado y analizado por Américo Plá Rodríguez, quien se interroga “¿Cuándo surge esta obligación de pagar el salario? ¿Desde que se presta realmente el servicio o desde el momento en que el trabajador se coloca a la orden del empleador?”, respondiendo lo siguiente: “Creemos que, en principio, la obligación de pagar el salario se corresponde con la prestación del trabajo. Como dice Riva Sanseverino, hay una correlatividad esencial entre el cumplimiento de las dos obligaciones principales emanadas del contrato de trabajo: a la obligación de trabajar, corresponde la obligación de abonar el salario y viceversa”. El prestigioso autor agregar que “Uno de los rasgos más típicos del salario es su carácter sinalagmático, o sea, que es la contrapartida del trabajo prestado. De acuerdo con esta concepción, el salario es la prestación suministrada por el empleador en contrapartida del trabajo cumplido en su provecho. La prestación del trabajo es la causa jurídica del salario, cuyo pago justifica y cuya medida determina. El trabajador no tiene derecho al salario si la prestación de trabajo no ha sido cumplida en los términos convenidos por el contrato o la costumbre. Todo trabajo merece su retribución, o sea, el derecho a salario. Pero paralelamente, toda interrupción en el trabajo provocará en perjuicio del trabajador, una pérdida de remuneración. Esto es verdad tanto en la hipótesis de una interrupción voluntaria, como la que acompaña un movimiento de huelga o la que resulta de una ausencia injustificada, como en el caso de que la interrupción sea impuesta por la empresa bajo la forma de una reducción de las horas de trabajo o de un cierre temporario del establecimiento, sin perjuicio de la eventual responsabilidad por ruptura del contrato. Esta estricta correlación entre el salario y el trabajo es mencionada, a veces, en los laudos y convenios colectivos. La cifra del salario deriva directamente del número de horas durante las cuales el trabajador ha estado a disposición del empleador o de la cantidad de trabajo producida por el trabajador. El trabajador sólo tiene, pues, derecho al salario (y el empleador la obligación de pagarlo) cuando la prestación del trabajo ha sido cumplida”12. Sin embargo, como lo hace notar Plá Rodríguez, “esa correlatividad no es absoluta. No hay una correspondencia estricta, paralela y material, al estilo de un aparato de taxímetro; sino una equivalencia general en el conjunto. Como consecuencia de la prestación de una serie de tareas se obtienen una serie de beneficios, sin que pueda buscarse una correlatividad particular entre cada tarea y cada beneficio, o entre cada momento en que se prestan servicios y cada momento en que se disfrutan de esas ventajas. Se considera que el salario no constituye la contrapartida –apreciada matemáticamente– del trabajo humano, sino la obligación que contrae el empleador en virtud de un contrato que genera para el obrero la obligación principal de trabajar. Esta tesis explica el carácter retributivo y salarial de los pagos hechos al trabajador, incluso en períodos o momentos en que no se trabaja”13. Quiere decir que la regla general es que el empleador sólo tiene el deber de pagar la retribución cuando el trabajador ha cumplido previamente con la tarea encomendada, en tiempo y forma. Sin embargo, hay casos en los cuales no existe prestación efectiva del trabajo pero el derecho a cobrar el salario se genera igualmente. Veamos esos casos especiales y extraordinarios. La primera excepción está constituida por aquellos casos en que una norma legal o convencional ordena el pago de la remuneración al trabajador aunque no haya trabajado, como sucede por ejemplo, con las leyes que establecen las vacaciones anuales remuneradas, los feriados pagos, las licencias especiales, etc. La segunda excepción ocurre cuando el empleador se rehúsa a recibir los servicios que presta el trabajador, configurándose lo que se denomina como “mora del empleador”. En otros casos, la obligación de pago cesa, transfiriéndose a un tercer ámbito, el de la Seguridad Social, la que se encarga de servir una prestación dineraria (subsidio) con carácter sustitutivo del salario que el empleador no está obligado a abonar (por ejemplo en los casos de enfermedad, accidente de trabajo, desempleo, maternidad, etc.). La tercera excepción, que es la más compleja de delimitar, refiere a lo que generalmente se conoce como “estar a la orden” o “puesta a disposición del empleador”. Se trata de una situación residual y excepcional, por lo que su interpretación y aplicación debe ser estricta, es decir, sólo puede generarse derecho a cobrar salario si verdaderamente se demuestra que el trabajador perdió su libertad de actuación y disposición y debió quedar aguardando la instrucción de su empleador. Cuestión diferente es cómo se debe remunerar este tiempo. Dicho concepto es aludido en nuestra legislación a raíz de la regulación de la jornada de trabajo. En efecto, el concepto de trabajo a la orden es importante para determinar el cómputo de la jornada de trabajo, lo que en ciertos casos puede tener repercusión en materia de horas extras. En esa dirección, cabe recordar que el Decreto de 29 de octubre de 1957, mediante el cual el Poder Ejecutivo reglamentó la Ley Nº 5.350, entre otras normas, dispone lo siguiente: “A los efectos del cómputo de las horas de trabajo se considera trabajo efectivo todo el tiempo en que un obrero o empleado deja de disponer libremente de su voluntad o está presente en su puesto respectivo o a la disposición de un patrono o superior jerárquico, salvo las excepciones expresadas en los artículos siguientes, a lo que dispongan reglamentos especiales en materia de trabajos de temporada o estación o intermitentes, que pueda dictar el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social” (art. 6). De acuerdo a la definición antedicha, el “trabajo efectivo” se configura cuando se verifica alguna de las siguientes situaciones: (a) el trabajador está presente en su puesto de trabajo; (b) el trabajador deja de disponer libremente de su voluntad; (c) el empleado se encuentra a disposición del patrono. Por lo general, se entiende que un trabajador puede disponer libremente de su voluntad (y consecuentemente no existe trabajo efectivo porque no se coloca a la orden), cuando tiene el derecho de destinar su tiempo a actividades personales, sin estar sujeto al cumplimiento de órdenes del empresario. Quiere decir que, cuando se suspende el estado de sujeción o subordinación laboral en relación a su empleador porque el trabajador no está obligado a acatar órdenes, el trabajador no está “a la orden” y no se devenga la obligación de pagar salario. A través del concepto de “trabajo a la orden” se abarcan entonces todas aquellas situaciones en las que si bien no existe materialmente la realización de una tarea, igualmente el trabajador se encuentra a disposición del empleador porque puede ser convocado a trabajar en cualquier momento, teniendo la obligación de presentarse inmediatamente si ello sucede. En estos casos el trabajador no está prestando la energía de trabajo, pero permanece “a la espera” de que el empleador utilice la misma, sin importar si el mismo se encuentra en el establecimiento donde habitualmente desempeña tareas o en otro lugar, teniendo la obligación de responder prestamente al llamado, bajo pena de aplicársele una sanción. Un ejemplo de esto se da en el caso del denominado régimen de trabajo “de guardia médica externa” -o guardia “retén”- bajo el cual, si bien el médico puede encontrarse en su domicilio o en cualquier otra parte (pero fuera del establecimiento del empleador), tiene la obligación de responder rápidamente al llamado o convocatoria que se le realiza para cumplir con una tarea de su profesión. Cuando se verifica la situación que se viene de relatar surge entonces la obligación para el empleador de pagar la remuneración (y correlativamente un derecho para el trabajador a reclamarla) ya que el trabajador pierde su libertad personal al tener que quedar sometido a los poderes organizativos del empleador, aún cuando no exista trabajo efectivo. Sin embargo, es preciso reiterar que esta situación es de carácter excepcional por lo que su apreciación debe ser estricta o rigurosa y deben comprobarse todos los elementos mencionados (especialmente la permanencia de la obligación de prestar el servicio, si el empleador así lo requiere de forma preceptiva). 2.2. Respeto de los derechos fundamentales del trabajador Las obligaciones de contenido económico y patrimonial, como es el caso del deber de remunerar que viene de analizarse, constituyen el núcleo central de la relación de trabajo, ya que las mismas forman parte de la causa y objeto por los cuales las partes deciden vincularse: el trabajador, para obtener un ingreso que le permita satisfacer sus necesidades personales y familiares; el empleador, para obtener una prestación personal que le permita elaborar y ofrecer sus bienes y servicios. Sin embargo, existe una esfera no patrimonial que integra la relación de trabajo, la cual desde hace algunos años es fruto de una importante revalorización por parte de la doctrina y jurisprudencia universales, la cual implica el reconocimiento de que existe un grupo de derechos fundamentales de los cuales es titular el trabajador en todas las facetas de su vida social, incluyendo el centro de trabajo. Esos derechos constituyen una limitación y freno importante al ejercicio del poder de dirección y control por parte del empleador y una democratización de las relaciones en la empresa. Así, existe acuerdo en que un primer límite es la propia relación de trabajo: el empleador sólo puede ejercer dichos poderes dentro del ámbito de la relación laboral, por lo que está fuera de su alcance la denominada “conducta extralaboral del trabajador” 14. El segundo límite claro es el respeto a los derechos y libertades del trabajador, entre los que se encuentran la dignidad, libertad, igualdad, no discriminación, intimidad, etc. El tercer límite es el que marcan las normas sobre realización de la prestación laboral (condiciones de trabajo, condiciones de seguridad e higiene, etc.). Al respecto, Alfredo Montoya Melgar refiere a límites externos e internos del poder de dirección y control. Respecto de los primeros, señala que son aquellos impuestos por los derechos que la Constitución, leyes, convenios y contratos reconocen a los trabajadores, por lo que las órdenes patronales que contraríen tales derechos serán nulas. A su vez, los límites internos refieren a que el poder de dirección debe ser ejercido de forma regular, lo que implica que las órdenes que emite el empleador no puede ser abusiva, no puede imponer conductas antijurídicas o nocivas. Por su parte, en lo que concierne específicamente al poder de vigilancia y control que se le reconoce al empleador, el autor señala que las medidas que adopte éste deben respetar la dignidad, honor e intimidad del trabajador15. Actualmente se reconoce pacíficamente que, sin perjuicio de la necesaria compatibilización con los intereses y derechos legítimos del empresario, esos derechos fundamentales16 son ejercitables en el seno de la empresa. Juan Sagardoy enseña que “se trata de derechos atribuidos con carácter general a los ciudadanos que, al propio tiempo, son trabajadores y, por lo tanto, se convierten en verdaderos derechos laborales por razón del sujeto y de la naturaleza de la relación jurídica en que se hacen valer, en derechos constitucionales laborales inespecíficos. Son derechos del ciudadano- trabajador, que ejerce como trabajador-ciudadano, es decir, derechos de la persona, que están impregnados por la relación laboral”17. Según dicho autor, en caso de colisión de los derechos fundamentales del trabajador y los intereses organizativos del empresario, el Tribunal Constitucional de España “vela para que los derechos de una y otra parte no sufran una restricción injustificada o desproporcionada. El punto de partida de la jurisprudencia constitucional es que los derechos de una de las partes de la relación laboral no pueden menoscabar, de forma indebida, los derechos de la contraparte. Así, por un lado, el empresario no puede ampararse en la libertad de empresa para hacer ilusorios los derechos fundamentales del trabajador. Pero, por otro, la invocación de los derechos fundamentales del trabajador no puede justificar la imposición de modificaciones de la relación laboral, la ruptura del marco normativo de la misma o el incumplimiento de los derechos laborales que incumben al trabajador: el ejercicio de los derechos fundamentales por parte del trabajador no puede implicar una modificación unilateral de las obligaciones asumidas en el contrato, porque los derechos fundamentales no son ilimitados y el ejercicio de los mismos ha de llevarse a cabo sin rebasar los límites que para ellos se establezcan”18. En el presente existe acuerdo en cuanto a que cuando el trabajador ingresa a la empresa, lleva consigo esos derechos que son inherentes a su persona, los que son previos al contrato de trabajo que concierta, de superior rango y valor a los que pueda haber acordado19 y su contenido esencial es resistente a la acción legislativa 20. Sobre el punto, Daniel Martínez Fons expresa que “es indudable que el trabajador trae consigo, en la actividad de trabajo, no sólo la fuerza de trabajo sino que al mismo tiempo resulta afectada su propia individualidad como persona”, acotando que se entiende pacíficamente que el trabajo es inseparable de la persona que trabaja, no sólo como trabajador sino como ciudadano y que la proyección de los derechos fundamentales, en particular sobre la potestad de control, no solamente permite superar una visión patrimonialista de la relación de trabajo, puesto que en el control la implicación de la persona lo es de grado primario o esencial casi inescindible de la propia actividad de control, sino que sitúa la actividad de contralor en sus justos términos 21. De forma coadyuvante con lo anterior, el Grupo de Trabajo sobre Protección de datos Artículo 2922 de la Carta europea de Derechos Fundamentales, señala en el Documento de trabajo relativo a la vigilancia de las comunicaciones electrónicas en el lugar de trabajo, aprobado el 29 de mayo de 2002, que “Los trabajadores no dejan su derecho a la vida privada y a la protección de datos cada mañana a la puerta de su lugar de trabajo. Esperan legítimamente encontrar allí un lugar de privacidad, ya que en él desarrollan una parte importante de sus relaciones con los demás. Este derecho debe, no obstante, conciliarse con otros derechos e intereses legítimos del empleador, en particular, su derecho a administrar con cierta eficacia la empresa, y sobre todo, su derecho a protegerse de la responsabilidad o el perjuicio que pudiera derivarse de las acciones de los trabajadores. Estos derechos e intereses constituyen moti vos legítimos que pueden justificar la adopción de medidas adecuadas destinadas a limitar el derecho a la vida privada de los trabajadores. Los casos en que el empleador es víctima de un delito imputable a un trabajador constituye el ejemplo más claro”. El reconocimiento de la Ciudadanía laboral en la Empresa, implica aceptar que los derechos humanos inespecíficos no solamente tienen una eficacia vertical, entendida como límite del Estado frente a las libertades del ciudadano, sino también una eficacia horizontal entre particulares23 , como es el caso de la vigencia de los derechos fundamentales no laborales frente al empleador. En consecuencia, resulta claro que los trabajadores no dejan su derecho a la vida privada y a la protección de datos personales cada mañana a la puerta de su lugar de trabajo. Como lo expresa José Luis Ugarte, “los derechos inespecíficos (intimidad, integridad, libertad de expresión, no discriminación), atribuidos al trabajador en su calidad de ciudadano, han permitido buscar al interior de las empresas un trato digno y acorde con un miembro de una sociedad democrática” 24. Por ello, parece evidente que el trabajador, cualquiera sea su categoría, jerarquía, nivel retributivo o de formación y sin importar en qué etapa de la relación laboral se encuentre (precontractual, desenvolvimiento del vínculo, extinción del mismo, etc.) no puede abdicar, de forma directa o indirecta, de sus derechos fundamentales no laborales o derechos inespecíficos, entendidos éstos como libertades públicas o derechos civiles y políticos (intimidad, dignidad, libertad de pensamiento, igualdad, no discriminación, honor, etc.). 2.2.1. Respeto de la dignidad del trabajador Una primera manifestación de la vigencia de los derechos fundamentales en el ámbito de la relación de trabajo es el deber de respeto de la dignidad del trabajador, lo que según enseña Barbagelata “impone al patrono un trato correcto con exclusión de todo acto que, de alguna manera, pueda afectar los derechos fundamentales de la persona. No se trata solamente de que el empleador no deba incurrir en actos que puedan reputarse ilícitos o contrarios a la moral y las buenas costumbres, sino además de su obligación de abstenerse de aquellos otros que sean simplemente poco delicados, o que perjudiquen el prestigio del trabajador ante los clientes o su reputación profesional”, obligación que según el autor se extiende a “todo el personal que ejerce potestades de dirección o representativos del empleador” el que deberá proceder en la misma forma 25. Del mismo modo, Américo Plá Rodríguez señala que “el respeto a la dignidad personal del trabajador determina distintas exigencias y prohibiciones sin que pueda establecerse un catálogo preciso de conductas impuestas o excluidas. El significado de la expresión es suficientemente claro y fecundo como para permitir valorar frente a eventuales hechos o actos del empleador si ha actuado con el debido respeto a la dignidad personal del trabajador. El trabajador debe se tratado por el empleador con el mismo respeto con que el trabajador debe tratar al empleador. Son diversas las implicaciones que tiene esta afirmación. Una de ellas tiene que ver con el trato personal que tanto por el lenguaje como por el tono empleado debe ser correcto y considerado (…). Otra es la relativa a la reserva de la intimidad del trabajador: no tienen por qué hacérsele preguntas ni investigaciones ni hacérsele llenar formularios sobre su comportamiento familiar o su conducta privada”26. En el respecto de la dignidad del trabajador queda incluido también la protección contra cualquier forma de acoso u hostigamiento en el trabajo, ya sea de índole sexual como también de origen racial, religioso, edad, etc.27 Ello supone no solo que el empleador debe abstenerse de realizar cualquier forma o medida de acoso, sino además que tiene la obligación de vigilar que los demás trabajadores tampoco lo hagan, adoptando para ello las medidas que sean pertinentes (inclusive disciplinarias) para erradicar cualquier forma de agresión a la dignidad del trabajador. 2.2.2. Derecho a la intimidad – privacidad Otra derivación del concepto de “ciudadanía laboral” es el deber de respeto de la intimidad del trabajador, lo que implica preservar la esfera espiritual, afectiva e intima de la persona de éste en el ámbito del centro de trabajo. Dicho deber abarca aspectos tan variados como la protección de la propia imagen del trabajador, sus datos personales, sus comunicaciones y su libertad de pensamiento. En cuanto al concepto de privacidad o intimidad, como bien apunta Américo Plá Rodríguez “hay cierto acuerdo global –con límites variados e imprecisos- sobre lo que significa este derecho; pero no hay una fórmula verbal definitoria en que todos coincidan. La propia falta de una norma legal específica, lo que obliga a remitirse a los principios o disposiciones muy genéricas, contribuye a ello”28. Señala José Ramón Agustina que una de las construcciones teóricas sobre la noción de privacidad o intimidad es la denominada “teoría de las esferas”, la que sostiene que la privacidad puede verse como las distintas formas de proporcionar protección en los diferentes círculos concéntricos de actividad de la persona, apuntando que “1) el núcleo duro o círculo más estrecho afecta al interior de cada persona y a su vida íntima, donde debe existir el derecho de toda persona a resistirse a cualquier tipo de revelación. La vida íntima debe, pues, poder reservarse para uno mismo o revelarse únicamente a aquellos que la persona libremente decida. En el siguiente círculo concéntrico, 2) se encuentra la esfera relativa a la vida social del individuo, en la que se incluye su entorno laboral o profesional. En este ámbito, las revelaciones que pudieran razonablemente exigirse debería de estar relacionadas con aspectos específicos de aquellas ocupaciones que se tienen entre manos, es decir, que están en el origen de la relación laboral o profesional. De esta forma, el empresario tiene un acceso legítimo a datos del trabajador en carácter reservado, ámbito que la doctrina jurídica italiana denomina “riservatezza” (…) en tanto que el tercer círculo concéntrico, 3) es aquella esfera que abarca la actividad de la persona en el ámbito público. En el espacio de dominio público la persona ostenta, ciertamente, un menor control sobre qué otras personas se puede encontrar en sus interacciones sociales, y si éstas van a tener diferentes convicciones personales, valores o actitudes”29. El autor concluye diciendo que desde la óptica de la teoría de las esferas, la privacidad tiene tres círculos concéntricos que pueden sintetizarse de la siguiente forma: a) el núcleo duro o círculo más estrecho afecta al interior de cada persona, a su vida íntima, donde debe existir el derecho de toda persona a resistirse a cualquier tipo de revelación; b) la esfera relativa a la vida social, en la que se incluye su entorno laboral o profesional y sólo se admiten revelaciones que tengan relación directa con el origen de la relación laboral y c) la esfera de la dimensión pública, donde el individuo ostenta un menor control sobre su vida privada, pero igualmente requiere de formas de protección30.En el caso de nuestro país, como expresan acertadamente Martha Abella de Artecona y Graciela Giuzio “existe consenso doctrinario respecto a la existencia del derecho a la intimidad, aún cuando el texto constitucional no lo reconozca explícitamente”, fundándose el mismo en los arts. 72 y 332 de la Constitución que incorporan al bloque de constitucionalidad no sólo los derechos expresamente consagrados en el texto, sino también aquellos que son inherentes a la personalidad humana, entre los que indudablemente se encuentra el derecho a la intimidad. Según dichas autoras, la delimitación del contenido de ese derecho corresponde a cada individuo, que dentro de su esfera de autodeterminación debe establecer por sí solo los hechos, relaciones o datos sobre los que autorice o prohíba la intervención de terceros 31. En España, la jurisprudencia ha elaborado un concepto sumamente amplio sobre el derecho a la intimidad o privacidad. En efecto, para frenar, impedir o restringir el uso inadecuado e inapropiado de las tecnologías de la información y las bases de datos, la doctrina y la jurisprudencia española han ido elaborando un concepto abierto, flexible y extenso sobre el derecho a la intimidad, que supone tanto una dimensión negativa o defensiva como otra de carácter positivo o afirmativo. Así, el Supremo Tribunal Constitucional de España ha dicho que este derecho supone “la facultad de exclusión de los demás, de abstención de injerencias por parte de otro, tanto en lo que se refiere a la toma de conocimiento intrusiva, como a la divulgación ilegítima de esos datos” (Sent. 186/2000)”32. Según dicho Tribunal, en su dimensión negativa o defensiva el derecho de intimidad consistente en proteger a la persona frente a cualquier invasión que pueda realizarse en el ámbito de la vida personal y familiar que la persona desea excluir del conocimiento ajeno y de las intromisiones de terceros en contra de su voluntad. En su dimensión positiva o afirmativa, la privacidad se manifiesta en lo que el Supremo Tribunal Constitucional de España ha denominado como “libertad informática” o autodeterminación informativa, que “confiere a su titular un haz de facultades que son elementos esenciales del derecho fundamental a la protección de datos personales, integrado por los derechos que corresponden al afectado a consentir la recogida y el uso de sus datos personales y a conocer los mismos”, los cuales se hacen efectivos a través de otra serie de garantías instrumentales como son el “derecho a ser informado de quién posee sus datos personales y con qué finalidad, así como el derecho a oponerse a esa posesión y uso exigiendo a quien corresponda que ponga fin a la posesión y empleo de tales datos” (sent. 290/2000)33. En igual sentido, Ferrán Camas Roda señala que la doctrina científica sostiene que “el alcance de la noción de “vida privada” en la relación laboral (que se asimila a estos efectos a la noción de privacidad, de raíz anglosajona), ampararía tanto la protección de las cuestiones pertenecientes a la vida “no-laboral” del trabajador, como también, frente a determinadas injerencias de la vida laboral ya que éstas podrían ser invasoras per se del derecho al respeto de la vida privada del trabajador. La “vida privada”, como objeto de protección, constituye así un ámbito que no solo engloba lo más íntimo y personal sino que lo supera, ya que se asienta sobre el marco de relación del trabajador y que le hace adoptar un método, una conducta o una forma de actuar en el seno de la empresa. Y aún más, partiendo de la base de que los casos sometidos ante la Corte Europea de Derechos Humanos y el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea, sostienen que el derecho al respeto a la vida privada se extiende también a las actividades profesionales, hay que incluir dentro de ellas no solo a los documentos o correspondencia que se mantengan por dichas actividades, o a las correspondientes conversaciones telefónicas sino que también la mensajería electrónica o Internet deben ser cubiertas por aquel derecho” 34. En definitiva, puede concluirse que la intimidad refiere a esferas infranqueables a terceros, círculos intangibles o inviolables, así como también al derecho a no ser molestado, indagado y examinado. Constituye un ámbito propio y reservado frente al conocimiento de los demás e incluye la dimensión positiva y negativa que pregonan la doctrina y jurisprudencia española. En tal sentido, como señala Barbagelata “el respeto de la dignidad del trabajador impone al empleador el deber de respetar la esfera privada del trabajador. Esta se integra con derechos de diferentes contenidos, que refieren al derecho del trabajador de adoptar decisiones sobre aspectos personalísimos, al derecho a disponer de su comportamiento extra-laboral sin injerencia alguna y tal derecho de ser protegido frente al avance de la tecnología”35. En la misma dirección, Plá Rodríguez manifiesta que el empleador debe reservar la intimidad del trabajador y “no tienen por qué hacérsele preguntas ni investigaciones ni hacérsele llenar formularios sobre su comportamiento familiar o su conducta privada”36. En muchos casos surgirán conflictos entre el ejercicio del poder de dirección y control por parte del empleador, con el derecho a la intimidad de la que es titular el trabajador. La posición de la doctrina y jurisprudencia que se puede considerar actualmente como la más recibida, es aquella que sostiene que debe buscarse un equilibrio justo entre el derecho de intimidad y privacidad del trabajador, con el derecho a organizar y controlar el trabajo, tratando de que ninguno de estos derechos sea completamente vaciado y desconocido por la aplicación del otro. Por tratarse de un conflicto entre libertades y derechos fundamentales, los cuales se caracterizan por ser universales, indisponibles, imprescriptibles y regirse por la regla de la mínima injerencia o intervención de terceros, el criterio más utilizado para analizar la legitimidad y licitud de la medida de control implementada por el empleador suele ser el de someter la misma al test de proporcionalidad. Para comprobar si la medida restrictiva de un derecho fundamental supera el test de proporcionalidad, el tribunal debe analizar si el mecanismo de control (por ejemplo, el uso de cámaras, audio, software, etc.) cumple con tres requisitos o condiciones: a) es idónea, b) es necesaria y c) es ponderada o equilibrada. El juicio de idoneidad refiere al análisis de si la medida adoptada por el empleador es susceptible de conseguir el objetivo propuesto. En el caso específico del control que se ejerce de forma tecnológica, la idoneidad apunta a determinar si la medida es adecuada para poder conocer el comportamiento del trabajador y verificar la forma en que éste utiliza las herramientas confiadas para el cumplimiento de la tarea. El juicio de necesidad se dirige a apreciar si la medida es imprescindible y por ende, no existe otro mecanismo o recurso más moderado e igualmente eficaz para obtener el mismo resultado. Si la medida no es estrictamente indispensable entonces puede entenderse que la limitación del derecho o libertad del trabajador (privacidad o intimidad) es ilegítima. El juicio de ponderación o equilibrio apunta a determinar si existe una relación razonable entre los beneficios y perjuicios que ocasiona la medida. Esto es, se analizan las ventajas que genera para el empleador y los daños que ocasiona a los derechos y valores del trabajador. Además, para apreciar la forma en que el empleador ha hecho uso de su potestad de dirección y control, se debe tener en cuenta el principio de buena fe. De ese modo, se busca apreciar cuáles son las razones que llevaron al empleador a adoptar un recurso de control pero también cómo utilizó el mismo en el caso concreto. Así, a vía de ejemplo, como regla general no será considerado de buena fe implementar medidas ocultas y clandestinas de fiscalización de la conducta del trabajador. En base a dicho principio también se entiende que el empleador tiene interdictado colocar sistemas de control en lugares ajenos al cumplimiento del trabajo en sentido estricto, como es el caso de vestuarios, comedores y baños. Por regla general, el empleador debe comunicar previamente a los trabajadores la existencia de mecanismos de contralor y monitoreo (cámaras, audio, ordenadores, comunicaciones telefónicas, etc.) y explicitar claramente la política empresarial sobre el uso de los medios tecnológicos mencionados. La excepción a la comunicación previa referida en los dos casos anteriores, se da cuando existe una sospecha cierta acerca de incumplimientos graves o fraude por parte del trabajador. En tal sentido, Daniel Martínez Fons señala que la transparencia en el ejercicio de los poderes empresariales se ha conectado con un deber de información acerca de las técnicas de control utilizadas y de las circunstancias concurrentes, tales como los trabajadores sometidos a control, su duración, etc., por lo que existe un principio de interdicción del control oculto. Sin embargo, el autor español puntualiza que “la presencia de circunstancias excepcionales permiten, de acuerdo con la jurisprudencia, excepcionar el mencionado principio. Se trata de aquellos supuestos en que la vigilancia de la actividad del trabajador tiene lugar en relación con el proceso de investigación de actividades fraudulentas que se producen en la empresa. Así, inicialmente se admitió el control oculto de los trabajadores fuera de la empresa y por personal ajeno a la organización, así como el control oculto a través de videocámaras en el lugar de trabajo. Admitiendo que la verdad no puede conseguirse a cualquier precio, la mencionada jurisprudencia se construye sobre dos elementos: en primer lugar, la existencia de indicios que permiten sospechar que el trabajador o trabajadores realizan actuaciones fraudulentas, y, en segundo término, la imposibilidad de acudir a otros medios que permitan obtener el conocimiento de la actividad del trabajador. El autor concluye que “a nuestro parecer, el control oculto únicamente debe ser considerado legítimo si existe una sospecha cierta acerca de incumplimientos graves que afecten a bienes de relevancia constitucional y que se produzcan con ocasión del desarrollo de la prestación del trabajador vigilado” 37. Por su parte, otro autor español, Ferrán Camas Rodas, señala que la justicia española ha admitido el control audiovisual en los centros de trabajo, en la sentencia Nº 186/2000, reconoce que al filmar el empresario la prestación laboral del trabajador en el cumplimiento de sus funciones, puede haberse entrometido en el derecho a la intimidad que a éste le ampara, pero en el caso concreto deniega el amparo al trabajador ya que la medida empresarial observó estrictamente el principio de proporcionalidad, dado que la empresa demostró que tenía sospechas fundadas sobre la comisión de actos delictivos por parte de los empleados, para lo cual instaló un sistema de grabación de imágenes para comprobar las mismas. En ese caso, el Supremo Tribunal Constitucional consideró que la medida era proporcional porque la grabación de imágenes se limitaba a la zona de la caja y con duración temporal limitada)38. 2.2.3. El derecho a la igualdad y no discriminación Otra esfera importante que debe respetar el empleador es el derecho a la igualdad y la prohibición de toda forma de discriminación. Ambos derechos están recogidos en los arts. 8 y 72 de nuestra Constitución así como también en innumerables Pactos, Convenciones, Tratados, Declaraciones y especialmente Convenios de la OIT, entre los que destacan los Convenios Nº 100 sobre igualdad de remuneración entre hombres y mujeres y el Nº 111 sobre prohibición de toda forma de discriminación en el empleo 39. En lo que concierne a la discriminación, el Convenio Internacional del Trabajo Nº 111 define la misma como “cualquier distinción, exclusión o preferencia basada en motivos de raza, color, sexo, religión, opinión política, ascendencia nacional u origen social que tenga por efecto anular o alterar la igualdad de oportunidades o de trato en el empleo y la ocupación....., agregando que “las distinciones, exclusiones o preferencias basadas en las calificaciones exigidas para un empleo determinado, no serán consideradas como discriminación”. En virtud de lo anterior, a través de la noción de “no discriminación” se proscriben las distinciones por motivos o causas consideradas no admisibles por el ordenamiento jurídico, entre los cuales destacan las razones de género, raza, religión, opiniones políticas o filosóficas, ascendencia nacional, origen social y actividad sindical. Respecto del principio de igualdad, el art. 8 de la Constitución enuncia que “todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos y las virtudes”. Como sostiene Plá Rodríguez, por medio de estas dos palabras –talentos y virtudes- se abre un abanico indefinido de variedades, distinciones o diferencias justificadas, que no contrarían el principio de igualdad ni tampoco el de no discriminación40. De igual modo, en el Preámbulo de la Constitución de la OIT se consagró el principio de un “salario igual por un trabajo de igual valor”, agregando que las mujeres deben percibir la misma remuneración que los hombres por un mismo trabajo, lo que luego fue ratificado y ampliado por la Declaración de Filadelfia de 1944, lo que significa que todo trabajo que posea igual valor debe tener la misma remuneración. Asimismo, el Pacto Internacional relativo a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 recoge el principio de “un salario equitativo e igual por trabajo de igual valor, sin distinciones de ninguna especie”. Muchas veces suele confundirse dentro de la misma denominación dos conceptos vinculados pero diferentes: el de la no discriminación y el de la igualdad propiamente dicha o equiparación. La “igualdad” o “equiparación” constituye un postulado que persigue una finalidad más amplia, en el sentido de conceder a todo trabajador, la misma ventaja o beneficio que percibe otro trabajador que realiza labores equivalentes o del mismo valor. La opinión que actualmente es aceptada es aquella que sostiene que nuestro ordenamiento jurídico no ha consagrado el principio de la equiparación salarial absoluta, sancionando únicamente la discriminación fundada en motivos ilícitos. En tanto se respeten los mínimos salariales correspondientes a la categoría del trabajador respectivo, el empleador podrá pactar diferencias salariales entre dependientes que realicen igual o similar tarea. Al respecto, Plá Rodríguez ha señalado que: “surge de la letra de los convenios internacionales que lo que se prohíbe es la discriminación injustificada, o sea, la distinción, exclusión o preferencia basadas en motivos ilegítimos (raza, color, sexo, religión, opinión política, ascendencia nacional, origen social)”. El autor concluye que la normativa internacional “no habilita para la equiparación salarial en todo caso de diferencia”41. Asimismo, Plá Rodríguez señala que “más allá de las dificultades inherentes a la determinación de dos trabajos de igual valor, hay aquí un obstáculo para su admisión en la propia naturaleza de las normas laborales”, agregando que “si todo beneficio que se concediera a un trabajador, debiera extenderse a todos los demás, no habría límites mínimos, sino que habría niveles únicos o comunes a todos los trabajadores” 42. Alonso Olea y Casas Baamonde afirman que el “salario mínimo” constituye un “suelo de contratación”, por debajo del cual no es ilícito trabajar por cuenta de otro. En su país, aquel salario es fijado generalmente por el Estado (salario interprofesional general), pero puede no ser el realmente pagado, en tanto es posible fijar por convenio colectivo, un salario mínimo superior; en ese caso, el salario mínimo convenido colectivamente es tan obligatorio como el mínimo oficial y por ello, a todos los efectos prácticos, es el verdadero mínimo para los trabajadores y empresarios comprendidos en el ámbito de aplicación del convenio. A su vez, el salario convenido colectivamente puede o no ser realmente pagado; no lo es cuando por contrato de trabajo, singularmente para un trabajador, o por una mejora voluntaria concedida por el empresario, se hayan fijado salarios reales superiores. De hecho, la existencia de aumentos colectivos o individuales voluntariamente concedidos es muy frecuente, resultando de ello que los salarios reales pueden en mucho exceder de los fijados por normas estatales y colectivas. Dichos autores señalan que es nulo el convenio colectivo que pretenda prohibir la percepción por trabajadores individuales, de salario superior al en aquél pactado, lo que evidencia que no rige en su país el principio de equiparación absoluta sino de carácter relativa43 Los propios Convenios Internacionales del Trabajo que regulan la fijación de salarios mínimos, reconocen espacio al mejoramiento salarial diferenciado. Al respecto el CIT Nº 26 (ratificado por Ley Nº 8.950), dispone que los Estados se obligan a establecer o mantener métodos que permitan la fijación de tasas mínimas de los salarios, por medio de contratos colectivos u otro sistema, sobre la base de la regla prohibitiva de que las mismas, en tanto se tornen obligatorias para los trabajadores y empleadores interesados, no podrán ser rebajadas por medio de un contrato individual (art. 3.2, num. 3). Otro tanto prevé el CIT Nº 131 (ratificado por Decreto-ley Nº 14.567), al disponer que los salarios mínimos tendrán fuerza de ley, y no podrán reducirse (art. 2.1). Ello equivale a admitir que, en cambio, sí podrán ser mejorados o superados por cualquier vía (regla del sobrepujamiento). Por tanto, resulta admisible en nuestro país y en la mayor parte del mundo, el reconocimiento de diferencias salariales entre los trabajadores del establecimiento, aun cuando ocupen una misma categoría, en tanto las mismas carezcan de un sentido o finalidad discriminatoria. Lo que el empleador está obligado es a no realizar prácticas discriminatorias en el trato hacia sus trabajadores. Siguiendo a la doctrina mayoritaria, la jurisprudencia ha sostenido que “....nuestro sistema no recibió el principio de la equiparación salarial absoluta; lo que resulta ilícito es la desigualdad entre trabajadores en virtud de causales prohibidas por el ordenamiento jurídico. No puede considerarse que otorgar una mayor remuneración por encima del mínimo salarial, en base a circunstancias objetivas como la antigüedad en el cargo, la eficacia de los servicios y otras parecidas, suponga un trato discriminatorio prohibido”44. La Suprema Corte de Justicia también ha dicho que “En nuestro derecho el empleador es libre de discriminar salarialmente a sus trabajadores y sólo podrá reclamar quien no percibe el salario mínimo correspondiente a su categoría....” 45. Comentando esta corriente jurisprudencial, Mario Garmendia ha señalado que: “es posible establecer que en el espíritu de todas estas normas, se encuentra plasmada la idea de amparar el principio que podría enunciarse como “igual salario por trabajo de igual valor”. Esta máxima no consagra una equiparación salarial absoluta para quienes desempeñan el mismo trabajo, sino que admite la posibilidad o licitud jurídica de que se introduzcan distinciones en la retribución, a partir del valor concreto que posea el trabajo desarrollado por cada persona”46. En definitiva, como señala Juan Ramírez Martínez, la legislación actual no impone la igualdad a ultranza sino sólo y estrictamente la prohibición de la discriminación, es decir, tratar desigualmente en base a alguna de las causas prohibidas por el Convenio Internacional del Trabajo Nº 111 o la legislación interna, por lo que “de este modo, respetando los mínimos legales y convencionales, el empresario puede establecer diferencias de trato salvo que la misma tenga carácter discriminatorio porque su causa se funde en alguna circunstancia enumerada en los preceptos antidiscriminatorios (como, por ejemplo: menor salario por razón de sexo, o en atención a la edad o a la afiliación sindical)”47. En tal sentido, Antonio Vázquez Vialard, sostiene que “resulta discriminatoria toda diferencia por razones de sexo, religión, raza o cualquier otro criterio, que no responda a causas objetivas fundadas en ‘principios de bien común”, pero una igualdad que excluya toda posibilidad de diferenciación, “....nos introduciría a un crudo igualitarismo que no responde a nuestros principios, ni a una sana convivencia” 48. Como consecuencia de ello, quien alega la discriminación debe probar los motivos ilegítimos de una presunta diferencia salarial. Bien sea de la discriminación o de la conducta injustificada del empleador hacia el trabajador. En nuestro medio, aún quienes han defendido la vigencia de la igualdad como principio general en el Derecho del Trabajo, al referirse a su aplicación respecto de las condiciones de trabajo y salarios en una empresa, afirman que “el principio igualitario no implica que aquellos que tienen mayores aptitudes, mayor laboriosidad, eficacia y contracción a sus tareas, puedan ser mejorados tanto en sus ascensos, remuneraciones, etc.”49. 2.2.4. Libertad de opinión, pensamiento y la independencia de su conciencia moral y cívica. Aunque resulte obvio, el respeto de los derechos fundamentales del trabajador también incluye “el respeto específico de la independencia de la conciencia moral y cívica, que lleva consigo la exclusión de todo género de presiones directas o indirectas, para imponer o propiciar comportamientos de los trabajadores en las áreas señaladas” 50. En cuanto a la obligación de respetar la independencia de la conciencia moral y cívica, Plá Rodríguez expresa que “esta obligación que deriva de la propia naturaleza del contrato de trabajo –y, en cierto modo, es extensión de la anterior– está respaldada en nuestro país por la norma constitucional contenida en el artículo 54 de la Carta, según la cual “la ley ha de reconocer a quien se hallare en una relación de trabajo o servicio, como obrero o empleado, la independencia de su conciencia moral y cívica” 51. 2.3. Obligación de suministrar ocupación efectiva La tercera obligación del empleador sobre la cual existe coincidencia doctrinaria es la de suministrar trabajo o tareas, esto es, proporcionar ocupación efectiva. Ello significa que como regla general, el empleador no cumple con sus obligaciones contractuales solamente pagando la remuneración convenida sino que tiene el deber de dar tareas al trabajador, salvo que exista una razón justificada que se lo impida. Sin embargo, esta conclusión no fue siempre pacífica sino que fue fruto de una evolución. En tal sentido, Ernesto Krotoschin señala que “anteriormente no se reconocía un deber del empleador de proporcionar trabajo efectivo al trabajador contratado, excepto ciertos casos en que este deber resultara del contrato, expresa o implícitamente (contrato a prueba o de aprendizaje), pero también cuando era evidente el interés del trabajador con la ocupación efectiva, p. ej., en caso de artistas de teatro o cine, redactores de periódicos, inventores o investigadores, deportistas profesionales, etc., que por su trabajo efectivo esperan lograr no sólo ventajas materiales (promoción), sino también ideales (reputación, fama, deseo de ampliar o simplemente conservar y practicar conocimientos o experiencias adquiridos, mantener contactos)”. El prestigioso autor antes mencionado señala seguidamente que “Hoy día se admite generalmente el deber de ocupación en todos los contratos de trabajo. Se considera que no se justifica e incluso es contrario a la buena fe no hacer uso de la fuerza de trabajo que el trabajador pone a disposición del empleador”, agregando que “la ocupación efectiva debe ser, además, aquella que corresponda a la calificación o categoría profesional del trabajador para la cual hubiese sido contratado (o a la superior a la que hubiese sido promovido), salvo que el incumplimiento responda a motivos fundados que impidan la satisfacción de este deber”52. De forma coincidente, Alfredo Montoya Melgar señala que “El trabajador está obligado al cumplimiento de su prestación; pero también tiene derecho a que el empresario no obstaculice ni impida tal cumplimiento. Paralelamente, el empresario no se libera de su débito por el puro hecho de pagar el salario convenido; además está obligado a cuidar de que el trabajo pueda prestarse de modo efectivo. La “ocupación efectiva” es, de este modo, un derecho del trabajador (art. 4.2.a ET) con el que se corresponde un paralelo deber del empresario a garantizarlo” agregando que “El deber de ocupación sólo puede ser incumplido lícitamente por motivos ocasionales e irresistibles (fuerzas mayores)” y que “Ha de tenerse, además, muy en cuenta que el respeto a la dignidad del trabajador veda por sí mismo al empresario la posibilidad de negarle la ocupación efectiva con fines vejatorios”53. De igual modo, Palomeque y Alvarez de la Rosa enseñan que el trabajador tiene derecho a ejercer la función para la cual fue contratado, a desarrollarla efectivamente, lo que es muy importante “para la dignidad y la carrera profesional del trabajador, que es posible, sin ninguna violencia interpretativa, aunarlo con los objetivos constitucionales que hace del Derecho del Trabajo una disciplina jurídica igualadora y compensadora de diferencias originarias” ya que “la ocupación efectiva es la traducción legal del derecho constitucional al trabajo y forma parte de su contenido esencial, siendo irreconocible si en el desenvolvimiento del contrato de trabajo el trabajador se viera privado de toda actividad profesional”54. También la doctrina chilena ha dicho que el trabajar tiene derecho a “exigir a su empleador que le proporcione los elementos necesarios para la prestación de los servicios y le impone una prohibición al empleador de dejarlo inactivo, salvo que exista caso fortuito o fuerza mayor u otra causa eximente de responsabilidad” 55. En doctrina uruguaya Barbagelata señala que el empleador tiene el deber de “proporcionar al trabajador, ocupación efectiva en la calidad y cantidad que corresponda en cada situación, cuando la no realización de tareas del cargo, afecte su buen nombre, su prestigio dentro o fuera del establecimiento, perjudique la cualificación o impida adquirirla o superarla, y en toda otra situación que afecte sus derechos sindicales, o lo dañe moral o patrimonialmente”56. Por su parte, Américo Plá Rodríguez señala que “hay varias situaciones en las que el trabajador, puede invocar un interés legítimo de trabajar efectivamente, por lo que deben presentarse como excepciones al principio general recién expuesto: a) Contrato con período de prueba. b) Contrato de aprendizaje. c) Cuando la falta de trabajo atenta contra la formación y el perfeccionamiento profesionales. d) Los tipos de trabajo en los que importa la notoriedad del ejercicio del mismo, porque su falta de práctica disminuye el prestigio o la nombradía de los trabajadores. Entre los ejemplos clásicos que se citan están los actores, redactores, relatores de radio, etc. e) Cuando la falta de trabajo atenta contra la dignidad del trabajador o puede significarle una forma de vejación. f) Cuando la retribución se fija en función de la cantidad de trabajo realizado”57. En síntesis, como se dijo al inicio, en el presente es pacíficamente aceptado que el principio general es que el empleador tiene el deber de proporcionar tareas al trabajador, en calidad y cantidad adecuadas a su categoría laboral, no siendo suficiente el pago de la remuneración acordada para el empleador se libere de sus obligaciones contractuales. Naturalmente, si el empleador carece de trabajo por razones económicas, tecnológicas o de cualquiera otra índole justificada, se libera de dicho deber (aunque no necesariamente de la obligación de pagar el salario, extremo que se analizó líneas arriba). 2.4. Obligación de suministrar las herramientas y medios de trabajo Vinculado a la obligación anterior, normalmente se acepta que el empleador tiene el deber de proporcionar las herramientas, útiles, materiales y demás medios e infraestructura necesarios para llevar adelante la tarea para la cual fue contratado el trabajador. Esa conclusión parece lógica a poco que se piense que el empleador es el titular del establecimiento en el que se realiza el trabajo y quien tiene derecho a percibir los frutos de la actividad. Por esa razón, por regla general el trabajador no está obligado a aportar los medios necesarios para cumplir sus servicios. La excepción son aquellas profesiones y actividades en las cuales es costumbre que sea el trabajador suministre sus propias herramientas para cumplir la tarea (vehículo, equipos médicos, herramientas de albañilería, etc.), en cuyo caso es usual que el empleador reintegre y resarza los gastos que ello implica. Sobre el punto, Ernesto Krotoschin señala que “el deber de ocupación comprende el de procurar la herramienta y la materia prima necesarias y, de manera general, todos los instrumentos indispensables para el trabajo”58. Para Américo Plá Rodríguez la obligación bajo estudio está directamente relacionada con el deber de suministrar ocupación efectiva, al punto que “uno queda comprendido dentro del otro. Si no existe la obligación de proporcionar trabajo, no tiene sentido establecer esta otra obligación que está encaminada a cumplir el trabajo” 59. 2.5. Obligación de garantizar la seguridad, salubridad y medio ambiente de trabajo Otra obligación sobre la que existe pleno acuerdo doctrinario y jurisprudencial es la de garantizar la seguridad, salubridad y medio ambiente de trabajo, lo que implica que el empleador debe tomar todas las medidas necesarias y conducentes para poner a buen resguardo la integridad física y moral del trabajador. Sobre el punto, Ernesto Krotoschin señala que “los deberes de protección del empleador consisten en que debe tomar medidas adecuadas, conforme a las condiciones especiales del trabajo, para evitar que el trabajador padezca daños en su persona o en sus derechos o bienes, coinciden muchas veces con otras tantas obligaciones que la legislación del trabajo impone al empleador mediante normas de derecho público, dictadas en ejercicio del poder de policía del trabajo, cuyo cumplimiento es vigilado por los inspectores de trabajo, amén de la vigilancia ejercida por las asociaciones profesionales, representantes del personal en las empresas, etc., y sancionado con penas de carácter administrativo-penal”. El autor agrega que “En cuanto el deber de previsión se presenta como resultante del respeto y de la consideración que se debe a la persona del trabajador, tampoco este argumento hace más que afirmar el principio protectorio que, en la concepción moderna del contrato de trabajo, abarca muy especialmente la persona del trabajador”60. En igual sentido, Sergio Gamonal y Caterina Guido señalan que “El deber de seguridad del empleador implica obligaciones de cuidado, en cuanto su objeto es la preservación de la integridad del trabajador y de su personalidad. En efecto, se precave que el trabajador no sufra riesgos que le causen minusvaloración, debiendo desarrollarse su labor dentro de horarios, en lugares adecuados, con ayuda efectiva para afrontar los casos de accidentes o impedimentos, e, inclusive, se reconoce su integridad moral y su personalidad, tutelándolo a hechos que afecten su dignidad”61. Este deber se encuentra expresamente consagrado y desarrollado en diversas normas internacionales, legales y reglamentarias que rigen en todos los ordenamientos jurídicos, las que concretan el alcance y contenido del mismo. En el caso de Uruguay, son numerosos los textos normativos que imponen la obligación de garantizar la seguridad, higiene y la moralidad de los lugares de trabajo, siendo de especial relevancia la Ley Nº 5.032 de 1914, la que establece que los empresarios “quedan obligados … a tomar las medidas de resguardo y seguridad para el personal de trabajo, a efecto de evitar los accidentes originados en la utilización de máquinas, engranajes, etc. así como para deficiencias en las instalaciones en general” (art. 1). A ello hay que agregar una importante cantidad de Convenios Internacionales del Trabajo, como son los casos, a vía de ejemplo, de los instrumentos Nº 148, 155, 161, 167 y 184, así como también de normas reglamentarias, entre las que destaca especialmente el Decreto Nº 406/988 sobre seguridad, higiene y salud ocupacional en la industria y el comercio, el Decreto Nº 89/995 en materia de seguridad e higiene en la industria de la construcción y el Decreto Nº 372/999 sobre igual materia en el sector forestal. Más recientemente, el Decreto Nº 291/007 estableció formas de gestión de la prevención de los riesgos laborales a nivel de las empresas. La normativa reglamentaria, aplicable a todos los establecimientos de los sectores comercial, industrial, rural y de servicios, tengan o no fines de lucro, excluyéndose únicamente la industria químicas y la construcción, consagra la obligación de las empresas de garantizar la salud y seguridad de los trabajadores, asumiendo a su propio costo la implementación de las medidas directamente relacionadas con la seguridad y salud en el trabajo. El aspecto más importante del Decreto Nº 291/007 es el referido a la obligación de la empresa de crear una instancia “interna” de cooperación y participación de los trabajadores, con el objetivo de planificar la prevención de riesgos laborales, evaluar nuevos riesgos surgidos de la innovación tecnológica, colaborar en la planificación de la capacitación dirigida a trabajadores para la prevención de riesgos, entre otras finalidades. La norma establece que esa “instancia” de cooperación, puede consistir en la instauración de una Comisión bipartita de seguridad o la designación de un delegado de seguridad del Personal, pero deja abierta la puerta para que existan otras formas de colaboración que elijan las partes, como por ejemplo modalidades de información y consulta. 2.6. Obligación de facilitar la formación profesional Como lo ha hecho notar Héctor-Hugo Barbagelata, actualmente existe la “convicción de que no hay futuro para los individuos ni tampoco para las naciones, si no se alcanzan niveles siempre más elevados de educación y de formación. Por otro lado, se acrecienta la esperanza en que el desarrollo de la formación ayude a controlar la desocupación, subocupación y precariedad, mejorando la situación de los grupos particularmente desfavorecidos y convirtiéndose en un instrumento para la generalización del trabajo decente y el combate de la miseria”. El autor citado, que es uno de los estudiosos más importantes en materia de formación profesional, señala que la formación debe ser continua y para toda la vida y que, sin perjuicio de reclamarle la misma al Estado u otros entes públicos, también existe la posibilidad de exigirla individual o colectivamente al propio empleador, ya sea para que la proporcione el éste o facilite las vías para obtenerla 62, señalando que el empleador tiene la “obligación de proporcionar formación profesional y facilitar la formación permanente”63. En dirección similar, Mario Garmendia Arigón manifiesta que “la titularidad del trabajador del derecho subjetivo a la formación profesional genera la correlativa obligación empresarial de no interferir u obstaculizar su legítimo ejercicio, traduciéndose en consecuencia, en una primera y elemental obligación de no hacer. Esta obligación patronal, consistente en desarrollar un comportamiento respetuoso hacia el legítimo ejercicio por parte del trabajador de su derecho a formarse, debe ser interpretada siempre con un criterio amplio y en el que, en todo caso habría de primar una suerte de criterio hermenéutico de favorecer el desarrollo de la meta formativa”. Sin embargo, a juicio del autor, no existe un deber positivo o de hacer, consistente en proporcionar formación profesional al trabajador, salvo que exista una previsión normativa o convencional expresa que así lo establezca. Para Mario Garmendia, “visto desde otra perspectiva, no sería jurídicamente viable –ni tampoco razonable- que un trabajador se considerara indirectamente despedido invocando el incumplimiento del empleador de la obligación de proporcionarle una formación profesional a la que no se había comprometido expresamente y que ninguna norma jurídica le atribuye imperativa­mente” 64. En posición más amplia, Hugo Barreto señala que la formación profesional no solo constituye un deber del Estado, sino además “una obligación del empleador que se despliega junto al resto del haz emergente de la relación individual de trabajo” 65. De igual modo, Sergio Gamonal y Caterina Guido señalan que el empleador tiene un deber de capacitación y educación, que pasó de ser un elemento accesorio a uno absolutamente relevante en la sociedad del conocimiento 66. También Alfredo Montoya Melgar comparte que “al empresario corresponde facilitar al trabajador la adquisición de esa formación profesional que, a su vez, propicie su progreso o promoción laborales” 67. En todo caso, lo que parece claro es que todos los autores coinciden en que el empleador tiene en el presente la obligación o deber de facilitar la obtención de formación profesional por parte de los trabajadores, absteniéndose de desarrollar cualquier clase de medida que pueda obstaculizar u obstruir la misma. 3. Obligaciones del trabajador El elenco de obligaciones que asume el trabajador cuando contrae un vínculo laboral, es notoriamente más reducido que el que recae sobre el empleador. Ello es esperable y lógico a poco que se piense que todo el andamiaje del Derecho del trabajo se asienta sobre el principio de protección al trabajador, de lo que se deduce fácilmente que son muchos los deberes y obligaciones que el ordenamiento pone a cargo del empleador. A diferencia de las obligaciones del empleador, que en buena medida consisten en obligaciones de dar, en el caso del trabajador se tratan de obligaciones de hacer o de conducta, incluyendo obligaciones de no hacer. La obligación principal que asume el trabajador como consecuencia del contrato de trabajo, es obviamente prestar el servicio comprometido, ya que esa es la causa y objeto por las cuales el empleador se obliga a pagar una remuneración. Conjuntamente con la obligación de prestar el servicio, el trabajador adquiere otros deberes, entre los que destacan los siguientes: a) acatar las órdenes impartidas por el empleador (deber de obediencia); b) deber de colaboración; c) deber de buena fe y d) deber de fidelidad 68. 3.1. Obligación de prestar el servicio. Deber de diligencia. Invenciones del trabajador. En virtud de la celebración del contrato de trabajo, el trabajador se constituye en deudor del empleador: debe prestar os servicios comprometidos, realizándolos por cuenta y bajo la dependencia organizativa del empleador, en la categoría asignada y en el lugar y tiempo inicialmente acordados. Según enseña Barbagelata, “se entiende que está comprendida en este rubro la asiduidad y puntualidad convenidas o de práctica y el aviso en caso de impedimento”69. Como el trabajo es personalísimo, el mismo debe ser cumplido directa y exclusivamente por el trabajador, sin poder delegarlo o encargarlo a un tercero, salvo que el empleador así lo autorice. En tal sentido, como señala Américo Plá Rodríguez, “de este carácter personal de la prestación surgen una serie de consecuencias: 1) El trabajador debe efectuar la tarea en persona y no puede hacerse reemplazar en la ejecución del contrato. Se plantea el problema de la sustitución. Sólo es posible con el consentimiento del empleador o, por lo menos, cuando la costumbre o el uso lo autoricen. 2) A la inversa, el trabajador que se encuentra en la imposibilidad de ejecutar la prestación del trabajo no está obligado a conseguir reemplazante. 3) Una situación similar a la del reemplazo se plantea con los ayudantes. En principio, ningún trabajador puede hacerse ayudar por otras personas; salvo que cuente con autorización, explícita o implícita, del empleador. 4) La obligación de suministrar trabajo no es trasmisible a los herederos en caso de fallecimiento del trabajador. El empleador no puede exigir a sus herederos la ejecución del contrato. De igual modo, los herederos del trabajador no pueden tomar el sitio del fallecido en la relación laboral que éste tenía”70. La doctrina reconoce pacíficamente que el trabajador no cumple con su obligación y se hace acreedor de la remuneración acordada únicamente colocándose a disposición del empleador, sin importar la calidad y cantidad de trabajo que realice. Por el contrario, se entiende que el trabajador debe cumplir sus tareas con una diligencia normal o media o como hubiese actuado un buen padre de familia. Se obliga a un rendimiento mínimo y estándar. La dificultad surge a la hora de medir o determinar el rendimiento medio exigible al trabajador. Existen algunos trabajos, fundamentalmente aquellos de carácter manual, que en ciertos casos pueden medirse de forma objetiva. En cambio, otras tareas como son todas aquellas de carácter predominantemente intelectual que no son medibles materialmente. Para la determinación del rendimiento medio o estándar debe estarse a los reglamentos internos, los convenios colectivos o los usos y costumbres. En cualquier caso, ante la ausencia de criterios objetivos y predeterminados, lo usual es acudir a criterios negativos, tales como la culpa, negligencia e impericia del trabajador. Así, una disminución voluntaria del rendimiento, la omisión inexcusable en la ejecución de las tareas encomendada, la falta de atención grosera, la imprudencia, la falta de colaboración, etc., son todos elementos que pueden servir para determinar si el trabajador cumplió o no el servicio con la diligencia media exigible. Al respecto, Martín Valverde, Rodríguez Sañudo y García Murcia señalan que “Normalmente, cuando se reflexiona sobre el deber de diligencia y se quiere comprobar su cumplimiento por parte del trabajador, se acude al rendimiento o resultado tangible del trabajo realizado, pero ello no puede agotar el contenido del deber: en una consideración más en profundidad, parece claro que el núcleo de la diligencia se encuentra, más que en el resultado concreto y medible del trabajo, en el comportamiento o modo de actuar, en la atención y cuidado exigibles en la realización del trabajo; si esa atención se presta, normalmente se obtendrá el resultado esperado y, al contrario, cuando el trabajo se presta negligentemente, el resultado no se obtiene o es menor del exigible. Esta acepción de la diligencia como modo correcto del cumplimiento permite su aplicación tanto a tareas en las que es posible la medida exacta del resultado realizado –elaboración de piezas o unidades, venta de productos, realización de operaciones, entre otras muchas- como a aquellas otras en las que tal medida no es factible o no lo es de la misma manera – trabajos directivos, de gestión o de vigilancia, por ejemplo-. El trabajador ha de trabajar, no de cualquier modo, sino precisamente de aquel que garantice el mejor cumplimiento de su obligación y con ello la mejor satisfacción del interés del empresario como acreedor”71. Con la misma claridad conceptual, Alfredo Montoya Melgar ha hecho notar que “No existe, pues, un deber de trabajar, por un lado, y un deber de ser diligente, por otro, sino que la obligación del trabajador es, indisolublemente, la de trabajar con diligencia; el trabajo prestado sin tal diligencia hace incurrir al trabajador, no en el mero incumplimiento de su deber de diligencia, sino, más radicalmente, en el incumplimiento o cumplimiento defectuoso de su prestación laboral. En resumen, la diligencia es un requisito esencial de esta prestación, de la cual no puede disociarse en cuanto que el cumplimiento ha de ser, precisamente, un cumplimiento diligente. De aquí la afirmación legal de que es deber del trabajador cumplir sus obligaciones “de conformidad a las reglas de la […] diligencia” (art. 5.a ET)”72. Aunque para algunos autores se trata de una obligación independiente, desde una perspectiva amplia puede entenderse que en el deber de diligencia queda incluida la obligación de no causar perjuicios al empleador, lo que se abarca aspectos como “no realizar, durante o fuera del horario de labor, actos que causen daños o pongan en peligro la integridad física de las personas que trabajan, perjudiquen los útiles, maquinarias, materias primas, productos elaborados, etc., o deterioren el prestigio o el buen nombre del empleador”73. Por otra parte, aunque resulte obvio corresponde destacar que el resultado del trabajo es propiedad del empleador o de quien éste indique. La subordinación y ajenidad del trabajo tienen como contracara la titularidad de los frutos del trabajo en cabeza del empleador. Tal circunstancia ha llevado a que las legislaciones hayan tenido que regular el régimen de las “invenciones laborales” y el disciplinamiento de los derechos de autor y la propiedad industrial, ya que muchas veces el trabajador es contratado precisamente para realizar tareas de investigación e invención, en tanto que en otros casos puede suceder que en ocasión del cumplimiento de las tareas se realicen inventos. Señala Jorge Rodríguez Mancini que “la doctrina tradicional, de origen germánico, ha distinguido tres tipos de invenciones. 1) Las invenciones de servicio o contractuales, que son las realizadas por trabajadores destinados al estudio o la investigación para obtenerlas. Se trata de investigaciones previstas o programadas, cuya titularidad económica pertenece al empleador, como prestación objeto del contrato, aunque el inventor conserva el derecho moral (de ser nombrado como autor). 2) Las invenciones de explotación o de empresa que son aquellas para cuya realización han predominado el proceso, las instalaciones, los métodos y procedimientos de la empresa, sin distinción particular de persona alguna. Se considera que estas invenciones son anónimas, es decir que no se pueden imputar a un sujeto concreto, sino al procedimiento y a la organización productiva del empresario, que las han hecho posible. La propiedad de estas invenciones corresponde también al empleador. 3) Las invenciones libres, en las cuales predomina la personalidad del trabajador, aunque hayan nacido con motivo de su actividad laboral. Estas invenciones pertenecen al trabajador, aunque a veces la doctrina o la legislación reconocen un derecho de preferencia al empleador para la adquisición de su titularidad” 74. En la similar dirección, la doctrina española expresa que reciben el nombre de “invenciones de servicio” aquellas que realiza el trabajador durante la vigencia del contrato de trabajo como fruto de una actividad de investigación, explícita o implícitamente constitutiva del objeto de su contrato, a la cuales la ley española le concede la titularidad al empresario, sin que el trabajador tenga derecho a remuneración suplementaria. Son “invenciones libres” aquellas que no son fruto del trabajo de investigación, por lo que según la normativa española pasan a manos del trabajador. En tanto que son “invenciones de explotación” o “de servicio” las que se deben al conocimiento y experiencia adquiridos por el trabajador en la empresa o porque el trabajador aprovecha los medios e instalaciones empresariales. En este caso la titularidad es del empresario pero el trabajador tiene derecho a recibir una “compensación económica justa”75. En igual sentido, Mercedes Metallo señala que como autor de la invención, el trabajador tiene derecho moral o intelectual de rango constitucional, imprescriptible e inalienable, que ampara a todo creador, esté o no en una relación de trabajo. En cambio, el derecho de propiedad sobre la explotación de esa creación es transferible por contrato, herencia o legado76. En nuestro país, los derechos de autor se encuentran regulados por la Ley Nº 9.739 (con modificaciones introducidas por las leyes Nº 17.616 y Nº 17.805) mientras que el régimen laboral de las invenciones se encuentra regulado por la Ley Nº 17.164 de 2 de setiembre de 1999, por la que se regulan los derechos y obligaciones relativos a las patentes de invención, los modelos de utilidad y los diseños industriales. El texto legal fue reglamentado por el Decreto Nº 11/000 de 13 de enero de 2000 77. La ley distingue el derecho moral de los inventores y diseñadores, de los derechos patrimoniales que emergen de invenciones, modelos de utilidad y diseños industriales. El derecho moral a ser reconocido como autor de una invención o creación es inalienable e imprescriptible y se trasmite a los herederos (art. 2, inc. 1). Siguiendo la práctica tradicional, la ley establece tres tipos de invenciones del trabajador: a) las invenciones realizadas en cumplimiento de un contrato de trabajo, obra o servicio, cuyo objeto -total o parcial- sea la actividad de investigación. (art. 17); b) las invenciones realizadas en relación con la actividad profesional del trabajador en la empresa, cuando: (i) existe influencia predominante de conocimientos adquiridos en la empresa o utilización de medios proporcionados por ella; y (ii) el trabajador no está obligado a realizar tareas de investigación (art. 18); c) las invenciones realizadas durante una relación de trabajo que no están comprendidas en los casos precedentes (art. 19). El art. 18 inciso final de la ley establece que “Se presumirá como desarrollada durante la relación de trabajo toda invención cuya solicitud de patente haya sido presentada dentro del año posterior al cese”. En el caso de las invenciones realizadas en cumplimiento del contrato de trabajo, salvo disposición contractual en contrario, la ley establece que el derecho a la patente que emerge de la invención le pertenece al empleador (art. 17, inc. 1). Sin embargo, el propio texto legal dispone que el trabajador tendrá derecho a una remuneración suplementaria cuando: (a) el aporte personal del trabajador o (b) la importancia de la invención para la empresa excedan de manera evidente el contenido explícito o implícito del contrato o de la relación de trabajo (inc. 2 del art. 17). A su vez, cuando se trata de una invención en relación con la actividad profesional del trabajador en la empresa, éste debe comunicarlo por escrito a su empleador. Si este último le notifica por escrito su interés en la invención dentro de los 90 días siguientes, el derecho a la patente les pertenecerá en común. Finalmente, el art. 19 de la ley dispone que “las invenciones realizadas durante una relación de trabajo no comprendidas en los artículos precedentes, pertenecerán exclusivamente al autor de las mismas”. 3.2. Deber de obediencia Como quedó dicho al comienzo de este capítulo, el poder de dirección del empleador incluye un haz de potestades que se le reconocen por el ordenamiento jurídico para poder organizar el trabajo y desarrollar la actividad económica. Entre esas potestades se encuentra la de dirigir e instruir al trabajador, lo que tiene como correlato la obligación de éste de acatar las órdenes emitidas por el empleador. En cierto modo, el deber de obediencia es una emanación del estado de subordinación en que se encuentra el trabajador a raíz de la relación de trabajo. Para Ernesto Krotoschin, el deber de obediencia es un “deber específico del trabajador dependiente que es paralelo al deber de prestar trabajo e inviste el contrato de trabajo de su carácter típico, introduciendo aquel elemento jurídico-personal del cual se ha hablado al tratar del concepto de dependencia en general”78. En la misma dirección, Américo Plá Rodríguez señala que “si el empleador es el que organiza la empresa, debe asumir la responsabilidad de su dirección. Por consiguiente, debe poder organizar, coordinar, dirigir el trabajo de todos los que actúan en la empresa. Resulta, entonces, que esa obediencia no proviene de una superioridad del patrono ni deriva del derecho de propiedad de éste, sino de la necesidad de organizar el trabajo y de que haya una conducción responsable y coherente”. Para el prestigioso autor antes mencionado la obligación de obediencia incluye los siguientes aspectos: “a) acatar la disciplina interna del establecimiento; b) respetar las normas del reglamento interno y demás disposiciones similares; c) cumplir las órdenes e indicaciones concretas del empleador; d) cumplir las órdenes e indicaciones concretas de los otros trabajadores en quienes el patrono ha delegado funciones de dirección y contralor. En otras palabras: el trabajador debe cumplir las decisiones de sus superiores jerárquicos” 79 . El problema jurídico más importante es el que refiere a la determinación de los límites del deber de obediencia. Obviamente, el trabajador sólo debe obedecer las órdenes del empleador que se encuentren dentro del marco del ejercicio lícito de su potestad de dirección. La inobservancia de una orden regular y legítima constituye un acto de indisciplina o insubordinación que da lugar al ejercicio del poder disciplinario 80. Si bien existe una suerte de “presunción de legitimidad” de las instrucciones impartidas por el empleador, por lo que el principio general es que el trabajador está obligado a acatar las órdenes, existe acuerdo en que ese deber cesa cuando las órdenes es ilegal, puede causar perjuicio al empleado o resulta abusiva. Sobre el punto, puede considerarse que las órdenes son ilegítimas cuando son arbitrarias, refieren a aspectos extralaborales, son ilegales, abusivas, entrañan peligro para la seguridad o salud del trabajador, son contrarias a los derechos fundamentales o se encuentran fuera del ámbito de actuación del empleador. En tal sentido, a vía de ejemplo, Plá Rodríguez señala que constituyen limitaciones al deber de obediencia: a) las órdenes sobre tareas o actos ilícitos; b) órdenes cuyo cumplimiento encierra un grave peligro para el propio trabajador o para terceros. c) órdenes prácticamente imposibles de cumplir. d) órdenes cuyo cumplimiento compromete su responsabilidad técnica. e) órdenes emanadas de un subordinado que implica una violación de otras órdenes superiores. El autor antes mencionado agrega que “el trabajador tiene derecho a resistir el cumplimiento de órdenes o indicaciones que violen esos límites; pero asume la responsabilidad de demostrar que la orden es ilegítima e incumplible o contraria a órdenes superiores”81. Del mismo modo, Jorge Rodríguez Mancini expresa que el deber de obediencia debe corresponderse con órdenes legítimas y que la legitimidad de las órdenes del empleador se debe entender en un doble aspecto: subjetivo y objetivo. La legitimidad subjetiva implica que la orden haya sido dada por quien está facultado para ello, mientras que “la legitimidad objetiva significa que el contenido de la orden debe ser lícito, y ello en los siguientes planos: 1) moral (no debe atentar contra la moral y las buenas costumbres); 2) penal y administrativo (no puede constituir un delito o infracción), y 3) laboral (no puede afectar los derechos subjetivos del trabajador, reconocidos por el contrato, los usos y costumbres, el convenio colectivo, etcétera)”82. Por su parte, Alice Monteiro de Barros señala que el deber de obediencia solo nace cuando las órdenes son lícitas, emanadas de quien está legitimado para emitirlas, no son contrarias a la salud, la vida o la dignidad del trabajador ni versan sobre aspectos ajenos al contrato de trabajo83. Según Montoya Melga, “asimismo es lícita la llamada desobediencia técnica, esto es, el incumplimiento de órdenes claramente infundadas desde el punto de vista técnico, cuya ejecución llevaría a un resultado dañoso y atentaría además contra el prestigio profesional del trabajador”84. No obstante todo lo que se viene de decir, siguiendo a Manuel Palomeque y Manuel Alvarez de la Rosa cabe recordar que, las órdenes empresariales revestirán normalmente una apariencia de legalidad y sólo en situaciones razonablemente límites cabe la desobediencia, lo que en última instancia será evaluado por la justicia caso a caso, tomando en cuenta el tipo de trabajo, el momento, origen y contenido de la orden85. 3.3. Deber de colaboración Vinculado con el deber de obediencia, parte de la doctrina identifica también un deber de colaboración del trabajador. Así, Héctor-Hugo Barbagelata señala que se trata de una obligación que tiene como contenido “la conservación de la seguridad, higiene y moralidad en los lugares de trabajo y, en general, al cumplimiento estricto de la legislación laboral y especialmente de las medidas de prevención” 86. En el mismo sentido, Jorge Rodríguez Mancini señala que “La participación en una tarea en común y el aspecto personal de la relación hace indispensable cierta solidaridad entre los integrantes de la empresa. Según señala la doctrina, esta solidaridad implica, por un lado, que cada parte se sienta responsable (comprometida con el objetivo empresario) en el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes como la mejor forma de posibilitar que la empresa cumpla sus fines; y, por otro, que no se descuide el bien individual de sus integrantes, para lo cual se ha de procurar que el trabajo se realice en condiciones dignas y que los trabajadores encuentren en la empresa el ambiente adecuado (orden, respeto mutuo, promoción, etc.) que permita su perfeccionamiento como seres humanos”87. Ejemplos típicos en los cuales el trabajador debe colaborar con el empleador son los casos en que se exigen horas extraordinarias porque existe riesgo inminente para instalaciones o herramientas del establecimiento; la comunicación a las autoridades de la empresa sobre el conocimiento de hechos que pueden constituir delitos o irregularidades contra la empresa o sus integrantes; la realización de tareas de otra categoría inmediata superior, inferior u horizontal, siempre que exista un motivo justificado y transitorio para ello –como son los casos de ausencia del titular del cargo– y no implique un perjuicio a la profesionalidad del trabajador; rendir cuentas al empleador sobre las tareas ejecutadas en virtud del contrato de trabajo; proporcionar información en las investigaciones internas que realice el empleador para esclarecer hechos de apariencia irregular; la utilización de los medios e instrumentos de protección personal para evitar accidentes; el cumplimiento de las medidas de seguridad e higiene; entre otros. Sobre el punto, Américo Plá Rodríguez explica que el deber de colaboración puede sintetizarse en la idea de cumplir todos aquellos actos que tiendan a la protección de los intereses del empleador, los que se manifiestan en situaciones como: 1) poner en conocimiento inmediato del empresario cualquier entorpecimiento que observara para la ejecución de su trabajo, como faltas o defectos en las instalaciones, en los instrumentos, en las materias primas, etc.; 2) evitar los peligros que afecten a la empresa o a la vida o integridad del empleador o de sus compañeros de trabajo; 3) denunciar la comisión de actos delictuosos que se cometen en perjuicio de los intereses de la empresa; 4) comunicar a la empresa faltas justificadas de trabajo para que se tomen las providencias del caso a fin de evitar los perjuicios o trastornos que esa ausencia origina; 5) de realizar auxilios y trabajos impostergables en caso de urgente necesidad para evitar males inminentes a la empresa. Dichas tareas deben efectuarse aun cuando no correspondan a la categoría que se desempeñe; y, 6) de trabajar horas extras en caso de necesidad88. 3.4. Deber de buena fe Otro de los deberes importantes que asume el trabajador es el de actuar de buena fe, deber que se extiende no solo al contrato de trabajo sino a todos los contratos en general (art. 1291 del Código Civil)89. Si bien no se trata de un deber específico del trabajador, ya que rige también para el empleador, no cabe duda de que el mismo es exigible al empleado en la ejecución de las restantes obligaciones laborales, el relacionamiento con la empresa, sus integrantes, proveedores y clientes. Según Jorge Rodríguez Mancini, el deber de buena fe comprende “la buena fe subjetiva (creencia o confianza) que orienta a las partes a actuar de acuerdo con lo que verosímilmente entendieron o pudieron entender, como a la buena fe objetiva (lealtad y probidad) que requiere un cumplimiento honesto de las obligaciones contractuales. El deber de buena fe que caracteriza al contrato de trabajo es igual, en su naturaleza, al que existe en otras vinculaciones jurídicas, pero, en cambio, lo excede en extensión y en intensidad. En efecto, la buena fe tiene un campo de aplicación muy grande y una especial significación en la relación de trabajo, pues ella implica –como ya sabemos- una vinculación personal, que se prolonga en el tiempo. Es necesario, entonces, que haya mutua confianza y lealtad entre los contratantes, para lograr un desarrollo normal y armonioso de esa relación”90. La buena fe impregna todas las obligaciones del trabajador. Supone, entre otras cosas, cumplir el trabajo con lealtad, probidad, eficiencia y rendimiento adecuado. La buena fe es un elemento que sirve para interpretar la conducta del trabajador, especialmente a la hora de ejercer el poder disciplinario. La buena fe implica cumplir fiel y honestamente aquello que le corresponde con el contrato, ajustando su conducta a una norma de rectitud y honradez, en lo que ingresa la obligación de mantener los secretos relativos a la explotación y negocios del empresario, tanto durante la relación laboral como después de su extinción. Sobre este punto, José Manuel Lastra afirma que la buena fe es un faro orientador e iluminador que induce el camino de los deberes y obligaciones recíprocas honestas con probidad y rectitud, apuntando que la cohesión social, la conciencia del deber, la honestidad, la rectitud, la mutua confianza, tienen un trasfondo que se descubre a través de la buena fe 91. Al respecto, Manuel Palomeque y Manuel Alvarez de la Rosa dicen que “la buen fe es, además de un elemento integrador e interpretador, un deber jurídico que acompañará siempre a la forma de prestar el trabajo; hay una obligación recíproca de cumplir con lealtad y buen fe el contenido del contrato (…) Actuar con buena fe, prestar el trabajo debido con esta actitud, es hacerlo con una conducta presidida por directivas equivalentes a lealtad, honorabilidad, probidad, confianza”92. La doctrina española también señala que no debe confundirse el deber de buena fe con un genérico deber de lealtad, entendido este último como sujeción del trabajador al interés empresarial, el cual no es aceptado por la jurisprudencia. La buena fe es entendida por los tribunales españoles como deber de cumplir fiel y honestamente aquellos que le corresponde por el contrato 93. Para Cristina Mangarelli, todas las obligaciones del trabajador se basan en el principio de buena fe. Así, para la autora, la buena fe se proyecta en el deber de fidelidad, a causa de lo cual el trabajador no puede recibir propinas sin el consentimiento del trabajador, no puede realizar competencia desleal ni revelar secretos. También alcanza al deber de colaboración y al deber de cumplir el trabajo con eficiencia 94. Para una corriente de opinión, el deber de buena fe se concreta en un deber de no hacer, consistente en la obligación del trabajador de abstenerse de todo tipo de medida que pueda causar un perjuicio a la empresa, así como también en un deber de hacer, que es adoptar las medidas necesarias para evitar daños y perjuicios al empleador. Así, a vía de ejemplo, se señala que en virtud del deber de buena fe el trabajador está obligado a informar al empresario cualquier entorpecimiento que observe en su trabajo, como son la falta de materia prima y los defectos en el funcionamiento de las máquinas; no ocasionar daños; no aceptar propinas, regalos o ventajas que constituyan soborno para hacer incumplir deber contractuales; conservar los secretos relativos a la explotación y negocios del empresario, lo que rige aún luego de extinguido el contrato de trabajo; no hacer concurrencia desleal; permanecer en la empresa (no renunciar) en ciertos casos especiales95. Si bien estos deberes son clara proyección del deber genérico de buena fe, por la importancia que poseen los mismos tanto desde el punto de vista jurídico como práctico, hemos optado por tratarlos de forma independiente, bajo el concepto de “deberes de fidelidad”, resaltándose así la importancia que tiene el contenido ético en el contrato de trabajo. Desde una perspectiva amplia, el deber de actuar de buena fe también incluye otras obligaciones que muchas veces se exponen en forma autónoma, pero que por razones didácticas hemos preferido incluir en el deber que estamos estudiando. Tal es el caso de lo que Américo Plá Rodríguez identifica como “obligaciones morales”, las cuales según el autor implican que “el trabajador debe respetar y guardar la debida consideración tanto al empleador como a sus superiores y compañeros de trabajo. Ello se traduce en la prohibición de cualquier gesto, actitud o comportamiento que pueda considerarse atentatorio contra las buenas costumbres”96. Del mismo modo, Héctor-Hugo Barbagelata refiere a una “obligación de urbanidad”, que “se reconoce existente respecto de la dirección del establecimiento y personal jerárquico, y también de los compañeros de trabajo, clientes o terceros que los trabajadores deban tratar con motivo de la relación de trabajo. En cuanto a las expresiones de lenguaje utilizadas, deben considerarse en función a la educación de quien las emplea, de la oportunidad y lugar en que son proferidas, así como de los usos y prácticas en relación con el cargo desempeñado y el establecimiento” 97. 3.5. Deber de fidelidad Por último, analizaremos otros deberes básicos del trabajador, que son todos aquellos vinculados a la confianza que deposita el empleador en sus colaboradores, la necesaria protección que debe otorgarse a los bienes, información y otros intereses relevantes de la empresa y la conducta que se exige al trabajador frente a todos ellos. Enseña Alice Monteiro de Barros que el contrato de trabajo genera derechos y obligaciones no solo de cuño patrimonial, sino también de carácter personal, en el que se inserta el aspecto ético de la relación de trabajo, cuyo deber de fidelidad es una de sus manifestaciones. Este deber exige una conducta honrada y que vele por los intereses del empleador y que respete la armonía que debe existir en la organización de trabajo. El deber de fidelidad se exterioriza en por manifestaciones positivas caracterizadas por obligaciones de hacer, como comunicar al empleador los peligros y anormalidades que se verifican en el establecimiento, y por obligaciones negativas, de no hacer, que imponen al trabajador la obligación de abstenerse de comportamientos perjudiciales: no ocasionar daños, no divulgar secretos, no aceptar sobornos, no hacer concurrencia desleal98. De manea coincidente, Américo Plá Rodríguez señala que la obligación de fidelidad ha sido puesta especialmente en evidencia por la doctrina alemana, proviene de que el contrato de trabajo no origina solo efectos patrimoniales sino también relaciones personales, traduciéndose en tres deberes negativos o de abstención: “1) No aceptar gratificaciones, regalos o ventajas de terceros que trabajan con la empresa en que se actúe, sin conocimiento del empleador (…) 2) No revelar secretos de los que se haya enterado como consecuencia del trabajo, tanto que se refieran a la explotación en sí (procedimiento de fabricación) como a los negocios (aspectos comerciales). 3) No hacer concurrencia desleal ni colaborar con quienes la hagan” 99. Por su parte, Jorge Rodríguez Mancini afirma que el deber de fidelidad representa un papel importante en el contrato de trabajo, “en razón del lugar que ocupa el trabajador en la empresa, debido a que el empleador le confía el manejo de máquinas, otros instrumentos de trabajo o materiales costosos, tolera que tenga acceso a secretos o informaciones confidenciales, dirija o instruya a otros subordinados y, en la medida en que ello ocurre, puede esperar que el trabajador respete sus intereses, es decir que observe ciertas reglas de diligencia, colaboración y fidelidad”. Para dicho autor, “este deber tiene un contenido amplio, e incluye tanto obligaciones de hacer, como –sobre todo– de no hacer (abstenerse). Entre sus manifestaciones más importantes –algunas de ellas consagradas legislativamente en ciertos ordenamientos– podemos mencionar las siguientes obligaciones del trabajador. 1) Avisar de inmediato al empleador acercad de los entorpecimientos que observara para la ejecución de su trabajo o el desarrollo de la producción. 2) No causar perjuicio en los locales, materiales, etc., y conservar en buen estado los instrumentos que se le provean. 3) Abstenerse de pedir o aceptar regalos o ventajas que constituyan soborno (…) 4) Guardar secreto de las informaciones reservadas, a las cuales tenga acceso, cuya divulgación pueda ocasionar un perjuicio al empleador. Este deber se extiende aún más allá de la extinción del contrato y, por cierto, no comprende el encubrimiento de actos ilícitos o delictivos del empresario. 5) No hacer competencia al empleador. El trabajador tiene, en principio, derecho a pluriemplearse –es decir, a trabajar simultáneamente para varios empresarios, en virtud de varios contratos de trabajo–, salvo que haya convenido lo contrario con su empleador (pacto de dedicación exclusiva). Sin embargo, este derecho cede cuando el desempeño de otra actividad pueda producir perjuicios al empleador (competencia o concurrencia desleal). Esto ocurre, por ejemplo, cuando se desvía clientela del empresario a favor de un tercero (o del propio trabajador), o cuando se cumplen funciones que, por su especialización, pueden implicar la transferencia de secretos; en este último caso, se conectan la prohibición de competencia y la obligación de secreto” 100. En cuanto al deber de no aceptar propinas, regalos o cualquier otra ventaja económica de terceros, se entiende que la misma solo quebranta el deber de fidelidad cuando su aceptación tiene como contrapartida incumplir los deberes contractuales. Por lo tanto, no quedan incluidos en la prohibición aquellas propinas, regalos o ventajas que de acuerdo a los usos y costumbres recibe el trabajador (mozos, camareras, acomodadores, etc.) sin que ello implique ninguna clase de gratificación indebida (soborno). Respecto al deber de no revelar secretos, supone la obligación de abstenerse de poner en conocimiento de terceros, cualquiera sea la forma o la vía que se utilice para ello, de toda clase de información que se repute de índole reservada o confidencial, cualquiera sea el medio por el cual haya tomado conocimiento el trabajador, ya sea que se vincule con los negocios del empleador, sus proveedores, clientes o su personal. Así, a vía de ejemplo, en el deber de confidencialidad ingresa la información de carácter técnico, comercial, financiero, organizativo o de cualquier otra especie. Obviamente, este deber no cesa con la finalización de la relación de trabajo sino que rige aún después de su extinción. El incumplimiento de este deber normalmente es considerado como una falta gravísima, que justifica la sanción máxima, sin perjuicio de las demás implicancias civiles y penales que puede llegar a tener la revelación de información confidencial. Otra proyección del deber de fidelidad es indudablemente la obligación de no hacer concurrencia contra el empleador. Dice Américo Plá Rodríguez que “por concurrencia se entiende la dedicación a actividades laborales de la misma naturaleza o rama de producción de las que se están ejecutando en virtud del contrato de trabajo siempre que las mismas, al generar intereses contradictorios para el trabajador, perjudiquen al empresario. Este elemento de perjuicio real o potencial, esta colisión de intereses contrarios entre los que deben elegirse, es imprescindible para que haya concurrencia desleal”101. Como lo señala la doctrina, no está prohibido el pluriempleo sino que el trabajador preste servicios para una empresa competidora, si ello puede ocasionar perjuicios al empleador. De ahí que no todo tipo de actividad laboral o empresarial que realice el trabajador, ya sea como dependiente, autónomo o empresario, constituya per se una forma de competencia desleal. Para que la actividad laboral (en sentido amplio) que realice el trabajador constituya una violación del deber de fidelidad se requiere la verificación de varios elementos, de manera simultánea. Primero, que la actividad sea igual o similar a la que realice el empleador. Segundo, que la actividad paralela que realiza el trabajador provoque al empleador un perjuicio o daño, real o potencial, pero serio y tangible. Tercero, que no haya sido autorizado por el empleador, ya sea de manera expresa o tácita. Cuarto, por tratarse de una excepción a la libertad de trabajo su interpretación y aplicación debe ser estricta. En esa dirección, la doctrina española señala que “elemento esencial del concepto de la concurrencia prohibida por la Ley –concepto que, por cierto, ésta no da- es desde luego la realización de una actividad coincidente con la de la empresa para la que se trabaja. Parece exigible también que esa actividad perjudique al empresario y que se realice utilizando medios irregulares desde el punto de vista de la competencia industrial o mercantil: este último elemento permite defender que la concurrencia que la ley prohíbe es la que se puede calificar propiamente como “competencia desleal”, esto es, la que es contraria al juego limpio y honesto en el tráfico económico” 102. Un aspecto complejo de dilucidar refiere a cuál es el alcance temporal de esta prohibición. No cabe duda de que la misma rige durante la vigencia de la relación de trabajo. En cambio, por regla general este deber no se podrá exigir una vez que se extinga la relación de trabajo, ya que en esa oportunidad el trabajador recobrará plenamente sus libertades de trabajo y de dedicarse a la actividad productiva empresarial que considere conveniente (art. 7 y 36 de la Constitución). Se debate acerca de si es admisible una excepción a esa regla, cuando existe un pacto expreso entre el empleador y el trabajador que tenga como contenido la prohibición de trabajar para una empresa competidora, una vez finalizada la relación de trabajo. En algunos casos, como aquellos en que el trabajador tiene acceso y manejo de importante información confidencial comercial de la empresa que es fundamental para la competencia en el mercado, se suele pactar con el empleado, que normalmente ocupa un cargo de alta dirección, la prohibición de vincularse con las empresas competidoras durante cierto período luego de extinguido el vínculo contractual. En algunos países, como es el caso de España, este tipo de pacto de no concurrencia postcontractual es válido y eficaz. En tal sentido, Manuel Palomeque y Manuel Alvarez de la Rosa señalan que el art. 21.1 del Estatuto de los Trabajadores exige la verificación de tres requisitos concurrentes: a) un interés industrial o comercial; b) que se satisfaga al trabajador una compensación económica adecuada y c) que tenga una duración determinada, que no podrá ser superior a dos años para los técnicos y seis meses para los demás trabajadores. Los autores advierten que el requisito esencial de validez y licitud del pacto de no competencia postcontractual es la fijación de la compensación económica. Si dicho requisito no concurre el pacto no es válido 103. En nuestro país, Américo Plá Rodríguez señala que para determinar el alcance la prohibición de hacer concurrencia, debe analizarse si la situación se produce durante el contrato o después de terminado el mismo. Durante el transcurso del contrato de trabajo, el respeto de esta prohibición está impuesto por un deber elemental de probidad. No se puede servir simultáneamente a dos empleadores con intereses contrapuestos. En cambio, “con posterioridad a la vigencia del contrato de trabajo, la prohibición de trabajar en el mismo ramo debe estipularse expresamente ya que no surge directamente del contrato de trabajo como surge, en cambio, la prolongación de la prohibición de revelar secretos”. El autor se interroga entonces si “ese pacto por el que se extiende en el tiempo la prohibición de la concurrencia al empleador ¿es lícito? En un primer momento se resistieron estos pactos por ser contrarios a la libertad de trabajo que tiene profunda raigambre constitucional e internacional. Pero luego se fue acostumbrando en los contratos de trabajo “que colocan al empleado en situación de conocer la clientela del patrono o de penetrar en el secreto de sus negocios que las partes convinieran que a la conclusión del contrato, el empleado no pueda hacer en nombre propio competencia a su patrono ni trabajar en otra casa de actividad similar ni siquiera interesarse como socio o a otro título”. Plá Rodríguez agrega que “Caldera –que se plantea el problema en Venezuela, donde no hay reglamentación legal al respecto- inserta una serie de requisitos fundados en consideraciones racionales por lo que son perfectamente aplicables en nuestro país: a) Que exista una razón justificada suficiente para que se exija la cláusula. Esta justificación derivará de la naturaleza del trabajo, de la importancia del trabajador y su vinculación con la clientela o los secretos del patrono, o de otras circunstancias como podría ser el caso de un técnico extranjero traído especialmente para iniciar una industria nueva. b) Que exista prueba inequívoca de la estipulación de la cláusula. c) Que se haya limitado equitativamente la cláusula en cuanto al objeto, en cuanto al tiempo y en cuanto al espacio”. Américo Plá Rodíguez concluye, en opinión que compartimos, señalando que “De Ferrari cree que las cláusulas de no concurrencia no son lícitas. Y que lo que está prohibido es la comisión de actos de concurrencia desleal, lo que no requiere estipulaciones contractuales expresas. Pensamos que no habiendo ninguna prohibición expresa, no pueden considerarse proscritos los pactos respectivos, especialmente si por su carácter restringido no le quitan al trabajador toda posibilidad de sustento” 104. Por último, se plantea en la práctica si es lícito que las partes acuerden un período mínimo de permanencia del trabajador en la empresa, cuya violación puede traer aparejada la obligación de resarcimiento por parte del trabajador. Juan Raso anota dos sentencias que tuvieron que resolver sobre la validez de un pacto en virtud del cual, las partes se comprometían a un plazo de cuatro años y en caso de rescisión anticipada, se obligaban a pagar una indemnización importante. El pacto había sido firmado por las partes con asistencia de abogados. En ambas instancias los tribunales laborales confirmaron la validez del acuerdo, señalándose que el mismo fue fruto de la autonomía de la voluntad, que actuaron en pie de igualdad y con asesoramiento105. Fuera de este caso excepcional, en la práctica se suelen celebrar acuerdos de permanencia cuando la empresa subsidia, en todo o en parte, cursos de formación del trabajador. En esas situaciones es habitual que la empresa exija al trabajador un cierto período de permanencia en la empresa, que si no es observado tiene como consecuencia que el trabajador deba reintegrar todo o parte del apoyo económico brindado. Este tipo de pacto suele ser considerado válido y eficaz, siempre que se presenten simultáneamente varios requisitos: a) que se trate de un puesto técnico o jerárquico; b) que el curso de formación subsidiado tenga una duración importante y represente una erogación significativa para el empleador; c) que el compromiso de permanencia se haya pactado por escrito; d) que la consecuencia de la inobservancia de este compromiso se haya estipulado expresamente; e) que la desvinculación del trabajador sea voluntaria. NOTAS 1 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del trabajo. 12º edición. Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 350. Señala Montoya Melgar que la atribución de poderes no es un capricho o una decisión contingente del legislador, sino que encuentra su fundamento en la exigencia de organización del trabajo en l a empresa, ya sea que la misma sea capitalista, una cooperativa de trabajadores o una empresa de economía socializada. 2 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social. 5º edición, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2004, p 240 a 254. 3 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo. 14º edición, Ed. Tecnos, Madrid, 2005, p. 236 y ss. Los autores señalan que correlato del poder de dirección del empleador es el deber de obediencia del trabajador, así como también un conjunto de deberes y responsabilidad que asume el propio empleador frente a trabajador. 4 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge, Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit., p. 240. Para el autor habría una cuarta posición intermedia entre la denominada contractualista y la llamada institucionalista, cuyo fundamento sería complejo porque el poder de dirección derivaría de no solo por el hecho de que el empleador es el responsable de la comunidad y el trabajador acepta someterse a la jerarquía del empresario, sino que además habría un reconocimiento del Estado sobre dichas prerrogativas, por estar interesado el bien común. 5 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit., p. 237. 6 MONTEIRO DE BARROS, Alice, Curso de Direito do Trabalho. 5º ed., Ed. LTR, Sao Paulo, 2009, p. 583 y 584. Según la autora el poder de dirección es un derecho potestativo que comprende tres funciones: a) ejecutivas, que refieren a la organización del trabajo; b) de instrucción, que se exteriorizan por medio de órdenes; c) de control, que consiste en la facultad del empleador de fiscalizar las actividades de sus empleados. 7 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit., p. 236. 8 MARTINEZ FONS, Daniel. El poder de control del empresario en la relación laboral, Colección Estudios, nº 120, Consejo Económico y Social, Madrid, 2002, p. 44 y 45. El autor agrega que entre los poderes de organización que corresponden al empresario en cuanto empleador, y las facultades que concurren en garantía de la actividad económica, se sitúan facultades relativas a la libertad de contratación y al poder de control y vigilancia para verificar el cumplimiento por el trabajador de sus obligaciones y deberes laborales (ob. cit., p. 45 a 47). 9 GONZALEZ ORTEGA, Santiago. “La informática en el seno de la empresa. Poderes del empresario y condiciones de trabajo” en Nuevas Tecnologías de la información y la comunicación y Derecho del trabajo; Manuel Alarcón y Ricardo Esteban (coordinadores), Ed. Bomarzo, Alicante, p. 36 y 37. 10 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ed. Idea, Montevideo, 1987, p. 139. 11 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del trabajo. 28º edición. Ed. Tecnos, Madrid, 2007, p. 312. 12 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral, tomo II vol. I, ob. cit. p. 157 -158. 13 Ibidem, p. 158-159. 14 Véase: MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín, Derecho del trabajo, ob. cit., p. 239. Los autores señalan que la interdicción de las facultades del empleador en el ámbito de la vida extralaboral del trabajador puede encontrar algunas excepciones, como aquellos casos en los que la conducta de éste pueda perjudicar los intereses de la empresa, como es el caso del piloto de líneas aéreas que se embriaga en sus horas libres o el cajero de banco que frecuenta lugares de juego. 15 MONTOYA MELGAR, Alfredo, Derecho del trabajo, ob. cit., p. 352. El au tor expresa que el art. 20.3 del Estatuto de los Trabajadores autoriza al empresario a adoptar las medidas que estime más oportunas de vigilancia y control para comprobar el cumplimiento por los trabajadores de sus obligaciones, acotando que el art. 18 imp one como límite que toda medida de control debe respetar la dignidad e intimidad de los trabajadores. 16 Javier JIMENEZ CAMPO señala que los derechos fundamentales son aquellos resistentes, en su contenido esencial, a la acción legislativa, lo que implica que todos los poderes públicos quedan vinculados por esos derechos y libertades, sólo por ley puede regularse el ejercicio de los mismos y debe respetarse su contenido esencial: Derechos fundamentales. Concepto y garantías. Ed. Trotta, Madrid, 1999, p. 26 y 28. 17 SAGARDOY BENGOECHEA, Juan A. Los derechos fundamentales y el contrato de trabajo. Cuadernos Civitas, Ed. Thomson – Civitas, Madrid, 2005, p. 13. El autor señala que esos derechos fundamentales inespecíficos implican un reencuentro de los trabajadores con su propia individualidad, durante largo tiempo oculta tras la larga sobre, primero del sujeto político triunfante de la revolución burguesa, del ciudadano, y más tarde del sujeto político claudicante de las revoluciones sociales de finales del XIX y principios del XX: la clase obrera. 18 SAGARDOY BENGOECHEA, Juan A. Los derechos fundamentales y el contrato de trabajo, ob. cit. p. 38, 39 y 40. 19 Sobre la vigencia, aplicación y proyección de los denominados “derechos fundamentales inespecíficos” en el ámbito de la relación individual de trabajo véase más ampliamente: VALDES DAL RE, Fernando; “Los derechos fundamentales de la persona del trabajador”, Informe general del Tema II del XVII Congreso Mundial de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, 2 al 5 de setiembre de 2003, Montevideo, Libro de Informes Generales, p. 37 y ss. De la RIVA, Amalia: “Protección de los derechos humanos fundamentales inespecíficos” en XV Jornadas Nacionales de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, 4 y 5 de dicie mbre de 2004, Salto, Ed. FCU, p. 9 y ss.; SOTELO MARQUEZ, Ana: “Protección de los derechos fundamentales inespecíficos” publicado en la misma obra antes citada, p. 47 y ss.; ECHEVESTE COSTA, José; “¿Es necesario distinguir derechos fundamentales específico s e inespecíficos del trabajador?” en la misma obra, p. 89 y ss. 20 JIMENEZ CAMPO, Javier; Derechos fundamentales. Concepto y garantías. Ed. Trotta, Madrid, 1999, pág. 27. 21 MARTINEZ FONS, Daniel, El poder de control del empresario en la relación laboral, ob. cit. pág. 53 y 54. 22 El Grupo de Trabajo se creó en virtud del art. 29 de la Directiva 95/46/CE, tratándose de un órgano consultivo de la Unión Europea sobre protección de datos y la vida privada. 23 GAMONAL CONTRERAS, Sergio y GUIDI, Caterina. Fundamentos de Derecho laboral, Ed. LexisNexis, Santiago de Chile, 2008, pág. 53 y ss.. Del mismo autor puede verse: Ciudadanía en la empresa o los derechos fundamentales inespecíficos, Ed. FCU, Montevideo, 2004. 24 UGARTE CATALDO, José Luis; “La tutela de derechos fundamentales del trabajador: notas a propósito del nuevo procedimiento” en revista Derecho laboral, tomo XLIX, Nº 221, enero -marzo 2006, p. 84. 25 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I volumen 2. 3º edición. Ed. FCU, Montevideo, 2007, p. 189. 26 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral, tomo II vol. I, ob. cit. p. 169. 27 Sobre el concepto de acoso laboral y las formas de prevención del mismo véase más ampliamente: MANGARELLI, Cristina. “Acoso laboral. Concepto y prevención” en revista Derecho Laboral, tomo L, Nº 225, eneromarzo 2007, p. 99 y ss. 28 PLA RODRIGUEZ, Américo. “La protección de la intimidad del trabajador” en revista Derecho Laboral, tomo XXXVIII, Nº 179, julio-setiembre 1995, Montevideo, p. 609. El prestigioso autor señala que existe varios factores que dificultan elaborar una definición universalmente aceptada sobre la intimidad o privacidad, términos a los cuales les atribuye idéntico sentido o significado: a) la amplitud de aspectos que comprende este derecho; b ) la confusión con conceptos próximos o afines como el de dignidad; c) la sensibilidad y subjetivismo de la persona afectada; d) la colisión con otros derechos. 29 AGUSTINA SANLLEHI, José Ramón. Privacidad del trabajador versus deberes de prevención del de lito en la empresa. Ed. BdeF, serie Europa-América, Madrid-Buenos Aires, 2009, p. 6 a 9. 30 Ibidem, p. 165 a 167. El autor expresa que la teoría de las esferas también dibuja una intersección de esferas entre el reconocimiento de privacidad en el ámbito la boral como la última defensa (last defense) y el derecho del empresario, derivado de su responsabilidad ante la sociedad en general. 31 ABELLA de ARTECONA, Martha y GIUZIO, Graciela. “El derecho a la intimidad del trabajador”, Informe nacional uruguayo al III Congreso Americano de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social celebrado en Monreal en mayo de 1995, en revista Derecho Laboral, tomo XXXVIII, Nº 179, julio -setiembre 1995, Montevideo, p. 489 a 492. Las autoras señalan que se trata de una noción de cuño individualista y civilista, que estará condicionada por o que la ley determine en función de otros derechos igualmente reconocidos por la Constitución que respondan a otros intereses particulares igualmente protegidos. 32 GOÑI SEIN, José Luis. “Vulneración de derechos fundamentales en el trabajo mediante instrumentos informáticos, de comunicación y archivo de datos” en Nuevas Tecnologías de la información y la comunicación y Derecho del trabajo; Manuel Alarcón y Ricardo Esteban (coordinadores), Ed. Bo marzo, 2004, Alicante, p. 53 y ss. 33 Manifiesta José Luis GOÑI SEIN que esta dimensión de la protección frente al procesamiento de datos personales se la ha llamado libertad informática, porque tradicionalmente se ha relacionado con los datos insertos en un programa informático, pero ese entendimiento se ha ido ampliando de forma que en la actualidad abarca un concepto jurídico más extenso, que comprende un poder de control sobre cualquier soporte en donde conste la información, sea automatizado o manual (por ejemplo un fichero elaborado con hojas de papel): “Vulneración de derechos fundamentales …”, ob. cit., pág. 53. 34 CAMAS RODA, Ferrán. “La intimidad y la vida privada del trabajador ante las nuevas modalidades de control y vigilancia de la actividad laboral” en Nuevas tecnologías de la información y la comunicación y Derecho del Trabajo, Ed. Bomarzo, Albacete, 2004, p. 164 y 165. El autor expresa que el derecho a la intimidad tiene un contenido relativo, variable y evolutivo, que en España se ha ido del imitando a partir de los fallos del Tribunal Constitucional y los tribunales europeos, así como también de la normativa supranacional europea que reconoce expresamente ese derecho (art. 8 del Convenio Europeo para la protección de los Derechos humanos y li bertades fundamentales. 35 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 190. 36 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral, tomo II. vol. I, ob. cit. p. 169. 37 MARTINEZ FONS, Daniel, El poder de control del empresario en la relación la boral, ob. cit., p. 102 a 104. 38 CAMAS RODA, Ferrán, “La intimidad y la vida privada del trabajador ante las nuevas modalidades de control y vigilancia de la actividad laboral” ob. cit., p. 166-168. 39 En cuanto al contenido de estos dos Convenios se pued e consultar más ampliamente: BARBAGELATA, Héctor-Hugo. “Los Convenios 100, 111 y 156 ratificados por la ley Nº 16.063 y la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación” en Cuadernos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Nº 15, Montevideo, 1990, p. 159 y ss. 40 PLA RODRIGUEZ, Américo. Los principios del Derecho del trabajo. 3º edición actualizada, Ed. Depalma, Buenos Aires 1998, p. 411. 41 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. Tomo III, vol. 2. Ed. Acali, Montevideo, 1994, p. 111. 42 PLA RODRIGUEZ, Américo. Los principios del Derecho del trabajo, ob. cit. p. 413. 43 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, María Emilia. Derecho del Trabajo. 10º Edición. Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1985, p. 288 y ss. 44 Suprema Corte de Justicia. Sentencia Nº 68 de 2/4/97. Publicada en Anuario de Jurisprudencia Laboral 1996-1997, caso 953. 45 Publicada en Anuario de Jurisprudencia Laboral, 2003, caso 536. 46 GARMENDIA ARIGON, Mario. “Reflexiones acerca del principio de igualdad aplicado a la materia salarial» en revista Derecho Laboral, tomo XLII, Nº 194, abril-junio 1999, p. 381 y ss. 47 RAMIREZ MARTINEZ, Juan M. Curso de Derecho del trabajo. 17º edición. Ed. Tiran lo Blanch. Valencia, 2008, p. 466-467. 48 VAZQUEZ VIALARD, Antonio. Derecho del Trabajo y la Seguridad Social. Tomo I. 7º. Ed. Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 440. 49 MUIÑO FULCO, Ramón. “El principio de igualdad y las fuentes del Derecho del Trabajo” en Treinta y seis Estudios sobre las Fuentes del Derecho del Trabajo. FCU, Montevideo, 1995, p. 44. 50 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 191. 51 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 170. 52 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Volumen I. 4ª edición. Ed. Depalma, Buenos Aires, 1981, p. 251-252. 53 MONTOYA MELGAR, Alfredo, Derecho del trabajo, ob. cit., p. 397. 54 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo. 15º edición. Ed. Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2007, p. 603-604. 55 GAMONAL CONTRERAS, Sergio y GUIDI, Caterina. Fundamentos de Derecho laboral, ob. cit. p. 54. 56 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 190. 57 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 165-166. 58 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Volumen I. ob. cit. p. 260. 59 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 168. 60 KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Volumen I. ob. cit. p. 265-268. 61 GAMONAL CONTRERAS, Sergio y GUIDI, Caterina. Fundamentos de Derecho laboral, ob. cit. p. 103. 62 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Formación y legislación del trabajo. Nueva edición revista y a ctualizada. OIT. CINTERFOR. Montevideo, 2003, p. 139-141. 63 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 193. 64 GARMENDIA ARIGON, Mario. Derecho del trabajo y formación. OIT. CINTERFOR. Montevideo, 2003, p. 88-92. 65 BARRETTO GHIONE, Hugo. La obligación de formar a cargo del empleador. Una relectura del derecho del trabajo en clave de formación. FCU, Montevideo, 2001, p. 60. 66 GAMONAL CONTRERAS, Sergio y GUIDI, Caterina. Fundamentos de Derecho laboral, ob. cit. p. 107. 67 MONTOYA MELGAR, Alfredo, Derecho del trabajo, ob. cit., p. 398. 68 Señala Mauricio GODINHO DELGADO que el carácter fiduciario del contrato de trabajo se refleja en distintas obligaciones de conducta que asume el trabajador, como por ejemplo, actuar de buena fe, cumplir el t rabajo diligentemente y con asiduidad, no hacer concurrencia desleal y conducirse con fidelidad, guardando los secretos de la empresa: Curso de direito do trabalho. 6º edición. LTR. San Pablo, 2007, p. 308 -309. 69 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I volumen 2, ob. cit. p. 195. Dice el autor que en virtud del contrato de trabajo el empleado contrae la obligación de trabajar lo que debe hacerse con una “diligencia razonable”. 70 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 141-142. 71 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 564. 72 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 318. 73 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I vol. 2, ob. cit. p. 196. 74 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit., p. 239. 75 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 642-643. 76 METALLO, Mercedes. “Las invenciones laborales” en revista Derecho Laboral, tomo XLI, Nº 190, abril -junio 1998, Montevideo, p. 477-491. 77 Véase más ampliamente: LAMAS, Mario Daniel. “Los derechos de propiedad intelectual en las relaciones laborales” en revista Derecho Laboral, Tomo XLIX, Nº 223, julio-setiembre 2006, p. 547 y ss. 78 KROSTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Volumen I, p. 208. El autor critica la denominación “deber de obediencia” señalando que “en vista de que ese elemento personal también tiende a la colaboración dentro de una comunidad técnica y sociológica (la empresa), tal vez la palabra “obediencia” no fuera la más adecuada para designar una situación de colaboración jerarquizada más que de sujeción estricta”. 79 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 147. 80 MONTEIRO DE BARROS, Alice, Curso de Direito do Trabalho, ob. cit. p. 616. 81 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 148. 82 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit., p. 265 -266. 83 MONTEIRO DE BARROS, Alice, Curso de Direito do Trabalho, ob. cit. p. 613 -615. La autora manifiesta que el trabajador no está obligado a cumplir órdenes que puedan generar grave e inminente peligro para su salud o que lo exponga a situaciones indignas o vejatorias, así como tampoco aquellas que refieran a las costumbres familiares, amistades, posiciones políticas, creencias religiosas, libertad de pensamiento, etc. (ibidem p. 613). 84 MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 367. Dice Montoya Melgar que el trabajador también está legitimado para desobedecer las órdenes que rebasen de modo patente el “ejercicio regular” de las funciones de mando del empresario, como por ejemplo, cuando imponga al trabajador una conducta manifiestamente ilegal (p. ej., comisión de un delito o falta). 85 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 606. Los autores señalan que la justicia española ha aceptado que, ante órdenes irregulares, el trabajador cumpla la misma y luego la impugne, recurriendo a los tribunales, o directamente se resista a cumplir la misma, pero señalan que esta segunda alternativa debería ser la excepción. El ius resistenciae sólo se justificaría cuando las órdenes vulneren derechos irrenunciables o derechos fundamentales o entrañen riesgo para la integridad física o moral del trabajador. 86 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I vol. 2, ob. cit. p. 195. 87 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit. p. 237. 88 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 51 -152. 89 Cabe recordar que, el art. 1291 del Código Civil establece que los contratos “deben ejecutarse de buena fe y por consiguiente obligan, no sólo a lo que en ellos se expresa, sino a todas consecuencias que según la naturaleza sean conformes a la equidad, al uso o a la ley” 90 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit. p. 234 -235. 91 LASTRA LASTRA, José Manuel. “La buena fe en el trabajo: ¿un principio que se difuma?” en revista Derecho Laboral, tomo XLV, Nº 206, abril-junio 2002, p. 277, 278 y 296. 92 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 605. Los autores señalan que “en las normas laborales se encuentran manifestaciones concretas del deber de buena fe, aunque es conveniente señalar que la actitud de cumplir con sus compromisos, con la conducta socialmente aceptable, es una pauta interpretativa del propio contrato”. 93 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 565. Dicen los autores que “el trabajador, como cualquier otro contratante, debe ajustar su conducta a una norma de rectitud y de honradez frente a la otra parte, con realización de todo lo que contribuya al mejor cumplimiento de la relación y abstención de comportamientos desleales”. 94 MANGARELLI, Cristina. “La buena fe en el derecho del trabajo” en revista Derecho Laboral, tomo LII, Nº 234, abril-junio 2009, p. 326-327. 95 RAMIREZ MARTINEZ, Juan M. Curso de Derecho del trabajo, ob. cit. p. 490 -494. 96 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 152. 97 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo I vol. 2, ob. cit. p. 196. 98 MONTEIRO DE BARROS, Alice, Curso de Direito do Trabalho, ob. cit. p. 618. 99 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 148-149. 100 RODRIGUEZ MANCINI, Jorge. Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social, ob. cit. p. 267 -268. 101 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 150. 102 MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín y GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del trabajo, ob. cit. p. 566-567. 103 PALOMEQUE LOPEZ, Manuel y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo, ob. cit. p. 608. 104 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho laboral. Tomo II vol. I, ob. cit. p. 150-152. 105 RASO DELGUE, Juan. “Responsabilidad patrimonial del trabajador por violación contractual: un pronunciamiento judicial inédito” en revista Relaciones laborales. Nº 7, abril de 2005, Montevideo, p. 213 a 229. Capítulo XVII. LA DISTINCIÓN ENTRE TRABAJO SUBORDINADO Y AUTÓNOMO Daniel Rivas 1. Introducción El trabajo subordinado es la realidad social diferenciada, objeto de la protección del Derecho Laboral. La sujeción del trabajador a la autoridad del empleador fue el dato real que justificó el tratamiento protector. Al margen se mantuvo el trabajo realizado con autonomía o independencia respecto del comitente, no obstante la situación económica o social de quien asumía la prestación laboral. Esta última circunstancia fue considerada, en la mitad del camino recorrido por el Derecho Laboral, con el fin de extender la protección a algunas formas de trabajo independiente como el trabajo a domicilio. En los años setenta, algunas normas de protección alcanzaron a trabajadores autónomos que realizan una prestación predominantemente personal, continua y coordinada para el comitente, conocidos en Italia como los “parasubordinados”. En las postrimerías del primer siglo, mientras el legislador italiano trata de delimitar mejor el ámbito de protección de los “parasubordinados”, con el fin de evitar la expulsión desde los territorios cubiertos por el Derecho Laboral, en España se crea un estatuto del trabajo autónomo, dentro del cual los “trabajadores autónomos económicamente dependientes” reciben un tratamiento especial. Durante este periplo, la distinción entre el trabajo subordinado y el trabajo autónomo en la práctica jurisprudencial no ha dejado de ser una cuestión compleja. Como fue advertido por Barassi 1, “no obstante la limpidez del criterio de diferenciación”, a menudo en la práctica es difícil distinguir una forma de la otra, debido a que estas relaciones raramente se presentan en “sus formas primordiales más simples, así como el criterio enunciado lo indica”, sino que las “múltiples necesidades de una vida cotidiana febril, como la actual, ha insinuado en cada una de éstas algunos elementos, diría cuasi perturbadores, que turban la simplicidad del tipo, y hacen de aquellas relaciones a menudo algo de indefinido y de híbrido”. El resultado de la labor jurisprudencial abre o cierra la llave de paso a la aplicación del Derecho del Trabajo. La prestación de trabajo subordinado (II) se deduce en el contrato de trabajo. Sea que exista una definición legal o una tipificación doctrinaria del trabajo subordinado, del trabajador subordinado, del contrato de trabajo o de la relación de trabajo, la calificación de la relación concreta depende del modelo jurisprudencial de referencia y de la utilización de indicios que la experiencia ha ido decantando. La prestación de trabajo autónomo (III) se deduce en una variedad de contratos, sin que la autonomía o independencia sea un criterio que permita configurar una determinada categoría o tipo contractual. La imputación al autónomo del resultado del trabajo y de los riesgos, tampoco es un criterio absoluto. La existencia del trabajo autónomo en el caso concreto, surge de la presencia de un conjunto de indicios que sirvieron para descartar la existencia del trabajado subordinado. 2. El trabajo subordinado y el contrato de trabajo El contrato de trabajo es la forma jurídica del trabajo subordinado 2 y marcó la órbita del derecho del trabajo3. Es el instrumento jurídico de la relación de trabajo 4, sin perjuicio de la posibilidad que los efectos reconocidos al contrato, o efectos análogos, se reconozcan a otras figuras contractuales 5. Los esfuerzos por sustituir el esquema contractual como núcleo central del derecho del trabajo6 no lograron enervar la superioridad del contrato de trabajo que, al mismo tiempo, es el fundamento de la subordinación y fija sus límites según los principios relativos al objeto del contrato, conforme a los cuales la subordinación es un modo de ser de la prestación de trabajo y no un status personal del trabajador 7. El contrato de trabajo se define como “aquel por el cual una persona se obliga a prestar una actividad en provecho y bajo la dirección de otra y ésta a retribuirla” 8. Los elementos típicos del contrato de trabajo son la actividad personal, la subordinación y la remuneración9. Plá Rodríguez10 agrega la durabilidad, entendida como la voluntad de las partes de vincularse de manera durable, en una relación que se prolonga en el tiempo. Sin embargo, la tipicidad del elemento es negada por De Ferrari 11, para quien constituye una “circunstancia de hecho”, y por Barbagelata 12, que lo considera inherente al concepto de relación entendida como “situación dotada de cierta estabilidad”, excluyente de situaciones que se agotan en la “realización de un acto concreto y breve.” El trabajador debe desempeñar personalmente el trabajo, que puede ser de cualquier naturaleza. El carácter personal de la prestación excluye la posibilidad del trabajador de utilizar ayudantes o sustitutos en la ejecución del trabajo. La presencia de ayudantes o sustitutos, cuando existe autorización del empleador no constituye una excepción al carácter personal de prestación, sino que genera una nueva relación de trabajo entre el empleador y el “ayudante” o el “sustituto”13. El trabajador asume una obligación de actividad o de comportamiento, para cuyo cumplimiento es necesario y suficiente la adecuación del comportamiento a las determinaciones del empleador, permaneciendo ajenos al contenido de la obligación los efectos ulteriores de la actividad, y en particular la utilidad económica que de ella obtiene este último14. La subordinación, entendida en sentido jurídico 15, es el criterio que distingue al contrato de trabajo16. En la doctrina laboral predomina la idea de que la subordinación característica del contrato de trabajo implica que el trabajador se obliga a prestar el trabajo bajo la dirección del empleador. El ejercicio del poder directivo solamente individualiza el comportamiento debido por el trabajador y las modalidades de ejecución de la prestación, sin modificar la situación jurídica preexistente. La dirección de la actividad ajena se refiere, entonces, a la determinación por el empleador de las modalidades, lugar y tiempo de ejecución de la prestación de trabajo. El trabajador debe obedecer las órdenes e instrucciones que permiten la ejecución del trabajo en el sentido querido por aquél. La subordinación, en esta perspectiva, concierne al modo de ser de la actividad laboral que debe realizar el trabajador17. Luego, el trabajador debe realizar las tareas que el empleador, en ejercicio del poder de dirección, individualice en cada oportunidad entre aquéllas comprendidas en la calificación contractual. Las tareas así especificadas debe realizarlas según la modalidad dispuesta por el empleador, sin perjuicio de las modalidades impuestas por una determinada técnica profesional. Durante el desarrollo del trabajo, el trabajador está sujeto a las modificaciones que el empleador pueda introducir relativas a la elección realizada así como a las modalidades, al lugar y al tiempo de la prestación. Cuando el trabajo se realiza en una organización de trabajo, la prestación del trabajador es coordinada por el empleador con la de otros trabajadores a los fines de la organización. El empleador puede controlar la conformidad de la ejecución del trabajo a las órdenes e instrucciones previamente dadas. Sin embargo, la sujeción al poder de contralor debe distinguirse de la subordinación. El incumplimiento del trabajador hace surgir su responsabilidad disciplinaria. El empleador, mediante el ejercicio del poder disciplinario, puede determinar las sanciones y aplicarlas al incumplidor18. La posición del trabajador frente al poder de dirección del empleador configura a la subordinación como un elemento flexible. Ésta existirá siempre que el empleador tenga el poder de dirigir el trabajo ajeno, sin que se requiera el ejercicio efectivo del mismo 19, y se manifestará con “una notable elasticidad” según circunstancias diversas, concernientes a la naturaleza de la prestación, a la capacidad técnica del trabajador o al ámbito espaciotemporal donde el trabajo se realice 20. La remuneración es un elemento indispensable para la configuración del contrato de trabajo21. El concepto de remuneración o salario es amplio. La Constitución califica normativamente a la remuneración como justa, el legislador la ha definido y la negociación colectiva la ha desarrollado en términos de suficiencia. La remuneración suficiente, se configura como un carácter fundamental del derecho de crédito del trabajador dentro del contrato de trabajo. El ordenamiento jurídico le asigna una función de sustento del trabajador y no sólo de correlativo de su prestación22. La falta de estipulación expresa de la obligación remuneratoria, no determina la nulidad del contrato, ni excluye que la relación deba calificarse como contrato de trabajo 23, pues existe una presunción relativa de onerosidad 24. La tipificación abstracta del contrato de trabajo, cualquiera sea su origen, se integra con una ulterior tipificación jurisprudencial, mediante el empleo de criterios prácticos de distinción entre el trabajo subordinado y trabajo autónomo 25. La búsqueda se orienta a partir de la consideración de los elementos típicos del contrato de trabajo: la prestación personal de servicios, la subordinación y la remuneración26. En esa búsqueda la jurisprudencia, debido a variedad de factores, pero fundamentalmente a la debilidad económica y social de quien busca empleo y a la desconfianza en la sinceridad de la voluntad de los interesados, preocupados, por un lado, en obtener un empleo y, por otro, de proporcionarlo al más bajo costo, examina la relación en su desarrollo, con prescindencia de la calificación dada por las partes y de la reglamentación que puedan haber previsto. La atención puesta en las condiciones de ejecución del trabajo, no implica desconocer la voluntad contractual sino que es una forma de resolver la discordancia entre lo que surge de documentos o acuerdos y aquella realidad, dándole preferencia “a lo que sucede en el terreno de los hechos”27. La voluntad de las partes se manifiesta en sus comportamientos, no sólo en el momento de la celebración del contrato sino también durante la relación. De este modo se realiza una interpretación cabal de la relación considerándola en su totalidad y no en uno de sus aspectos. La subordinación, entendida como sujeción del trabajador al poder de dirección del empleador que da las órdenes concernientes a la ejecución del trabajo, controla el cumplimiento y verifica los resultados, es el criterio dominante 28. La existencia del vínculo de subordinación se busca mediante pruebas directas sobre la existencia de los poderes de dirección, de contralor, de fiscalización y disciplinario del empleador, y de pruebas indirectas cuando la atenuación de las directivas y los poderes funcionales del empleador puede justificarse por la especial naturaleza intelectual o de alta especialidad de las tareas desarrolladas. La ausencia de la subordinación en la relación concreta determina su exclusión del ámbito del Derecho del Trabajo29. La falta de remuneración es un indicio que excluye la calificación laboral de la relación30. Como la subordinación no es rígida ni depende de una definición “a priori”, y en algunas circunstancias no se percibe con nitidez, para la tipificación de la relación se recurre a otros indicios31. De la observación de la realidad del trabajo subordinado predominante en la sociedad y de la disciplina normal de la relación, la jurisprudencia ha deducido una serie de indicios, positivos, negativos y neutros. Ninguno puede ser por sí suficiente para revelar la existencia de una relación de trabajo, pero cada uno contribuye a formar el contorno de la figura típica disciplinada por el derecho del trabajo 32. Aparecen así, con diferente intensidad distintiva, la continuidad de la relación o de a prestación33, la profesionalidad34, la exclusividad35, la ajenidad36, la inserción en una organización creada por el empleador37, la dependencia económica 38. La ausencia de estos elementos indiciarios puede señalar la inexistencia del contrato de trabajo39. Finalmente, la sujeción a horarios 40, la forma y modalidades de la retribución41, la distinción entre actividad y resultado 42 y el cumplimiento de obligaciones formales 43 son indicios con menor valor distintivo. El modelo jurisprudencial de referencia constituye uno de los términos de la comparación; el otro es la relación jurídica que se ha desarrollado en la realidad. La calificación se opera mediante un juicio de reconducibilidad o no de la relación al modelo típico, en razón de su mayor o menor aproximación al mismo 44. La operación jurisprudencial, sin embargo, no está exenta de contradicciones 45. En 2006, la O.I.T., consciente de “las dificultades que supone determinar la existencia de una relación de trabajo cuando no resultan claros los derechos y obligaciones respectivos de las partes interesadas, cuando se ha intentado encubrir la relación de trabajo, o cuando hay insuficiencias o limitaciones en la legislación, en su interpretación o en su aplicación” aprobó la Recomendación 198 sobre la relación de trabajo, cuyo capítulo II refiere a la “Determinación de la existencia de una relación de trabajo”. La Recomendación recogió la experiencia doctrinaria y jurisprudencial de varios países miembros46. Ermida Uriarte estima que la “aplicación jurisprudencial de los criterios e indicios de esta recomendación constituiría un importante factor de avance y de eficacia del Derecho del Trabajo”47. Barretto considera que se asiste al “fin del discurso único de la subordinación”, al perder este criterio el “protagonismo que en algunos sistemas presenta”48. La Recomendación ordena los criterios pero no parece que haya innovado en la siempre dificultosa tarea de calificación de la relación jurídica concreta que existió entre las partes. 3. El trabajo autónomo y los contratos 49 El trabajo autónomo50, a diferencia del trabajo subordinado, no se deduce en un único contrato sino en diversos tipos contractuales, que tienen en común “las diferentes formas en que puede manifestarse el trabajo (prestación de una actividad)”51. Se trataría de contratos en los que se deduce una prestación de actividad -que, de regla, no es personalísima-, por cuenta propia, con independencia, a cambio de una remuneración. Si bien la consideración de la persona que realiza la actividad tiene relevancia, a diferencia de lo que ocurre en el contrato de trabajo, la prestación carece del carácter personalísimo, aunque determinados contratos puedan estipularse intuitu personae. De allí que, salvo en estos casos o cuando medio una prohibición expresa, se admita que el trabajador pueda sustituir, ceder el contrato o celebrar un subcontrato. La prestación remuneratoria, correspectiva del trabajo autónomo, es objeto de una obligación de dar y, por ello, considerada una prestación neutra, puesto que el pago del precio en dinero integra otros contratos nominados y no permite caracterizar los contratos en los que se deduce una prestación de trabajo independiente. Sin embargo, a diferencia de la remuneración debida al trabajador dependiente, no se califica como justa ni suficiente y su fijación no tiene que adecuarse a tales requisitos. En su fijación o determinación no intervienen organismos especializados ni la negociación colectiva. La prestación de trabajo se realiza por cuenta propia, aunque también puede ser realizada por cuenta ajena. La prestación de trabajo autónomo normalmente se realiza por cuenta propia, en el sentido que los frutos del trabajo se atribuyen inicial y directamente a quien lo realiza 52. La atribución de los frutos, que por actos sucesivos el ejecutor del trabajo haga a terceros, no le hace perder su calidad de tal al trabajo por cuenta propia. De esta característica deriva una consecuencia también típica del trabajo autónomo, a saber, el trabajador soporta el riesgo de la utilidad del trabajo y el riesgo de la imposibilidad del trabajo. Sin embargo, no todas las modalidades del trabajo autónomo son por cuenta propia. Así, sostiene la doctrina española que el arrendamiento civil de servicios el trabajo es por cuenta ajena, pues al igual que en el contrato de trabajo, los frutos son atribuidos inicial y directamente a un tercero 53. De donde, si se admitiera dicho temperamento, resultaría que el carácter por cuenta propia sería meramente indicativo de la existencia de trabajo autónomo, pero no esencial. La autonomía o independencia, implica que quien realiza el trabajo también se encarga en forma exclusiva de la organización interna de la prestación, permaneciendo el comitente, en el ejercicio de su poder de especificación, en la última zona de la elección o individualización de la obra o la actividad requerida al trabajador. Más allá de este umbral, esto es sobre el modo de la ejecución de la obra o de la prestación del servicio, el comitente no tiene posibilidad alguna de injerencia54. La obra o el servicio son el resultado del comportamiento discrecional del deudor, y los poderes atribuidos al acreedor de la obra o del servicio, en relación con la determinación y el control de las modalidades de la ejecución de la prestación, tienen por fin exclusivo garantizar el interés del comitente en el resultado pactado y no un interés en el comportamiento del obligado en sí mismo considerado 55. Esto no excluye que el trabajador autónomo coordine las modalidades, el tiempo y el lugar de ejecución del trabajo, eventualmente, su disponibilidad cuando el comitente demande el cumplimiento de la prestación debida 56. Se trata de una coordinación de la prestación laboral en el espacio y en el tiempo, de carácter activo, a diferencia de la que caracteriza al trabajo subordinado, de carácter pasivo, pues en este último caso la coordinación compete exclusivamente al empleador. Aunque se ha señalado que la autonomía con que se realiza el trabajo es el elemento común y diferenciador respecto del trabajo subordinado 57, la noción de trabajo autónomo, a diferencia de la de trabajo subordinado, no cuenta en la realidad con un dato de base unitario sobre el cual configurar una categoría, pues la nota de la autonomía, referida al trabajo, posee una escasa capacidad representativa, que podría caracterizarse negativamente con la expresión “no subordinado”58. A diferencia del trabajo subordinado, que se configura como una categoría unitaria, con contenido relativamente indeterminado y abierto, en la variada tipología de relaciones ajenas al trabajo subordinado, los contenidos y las modalidades de ejecución de las prestaciones de actividad solamente tienen una importancia parcial o indirecta y no permiten configurarlo como una categoría unitaria 59. La calificación de la relación concreta como trabajo autónomo es, normalmente, el resultado de un proceso laboral o contencioso administrativo en el que se cuestionó la existencia de un contrato de trabajo. En la doctrina europea y la jurisprudencia uruguaya se mencionan los elementos que caracterizan al trabajo autónomo y los indicios que permiten identificarlo. En Alemania, en posición controvertida, Wank 60 considera que, conforme a la concepción del legislador alemán, si el trabajador autónomo, a diferencia del trabajador subordinado, está en condiciones de asumir todo riesgo, entonces del contrato deben surgir los elementos concretos que indican que un sujeto actúa de manera empresarial. En primer lugar, solamente quien puede influir sobre los indicios de la iniciativa empresarial puede actuar de manera empresarial; luego, quien puede influir sobre decisiones relativas a las compras (precios, mercaderías, proveedores, calidad), a las ventas (iguales criterios), a la organización (contratación de colaboradores, oficinas, actividades de producción, establecimientos de producción) actúa de manera empresarial. Asimismo, el resultado empresarial derivado de estas decisiones se imputa a quien las adoptó. Luego, la presunción de la autonomía se configura con los dos presupuestos referidos: la libertad de adoptar decisiones empresariales y la imputación económica del resultado a quien las adopta. Sobre la base de la libertad empresarial, el trabajador autónomo tiene la posibilidad de realizar ganancias y de proveer lo necesario para gestionar su vida. La posibilidad de asumir el riesgo empresarial es el otro lado del poder de adoptar decisiones empresariales. El riesgo empresarial debe ser tomado en consideración solamente en el momento en el cual el contrato atribuye contextual-mente un margen de libertad empresarial con la consiguiente posibilidad de realizar ganancias. El trabajador autónomo es aquel que goza de la libertad de adoptar decisiones empresariales, sobre quien recaen los resultados de las decisiones y, en consecuencia, asume el riesgo de la actividad empresarial. En Francia, Chauchard61 menciona como indicios del trabajo autónomo: a) la participación en los beneficios y en los riesgos de la actividad; b) la propiedad de los instrumentos de trabajo (en el caso de los artesanos); c) tener y elegir una clientela (comerciantes, profesionales liberales –abogados, médicos); d) emplear personal propio, que lo pueda sustituir (en el caso de los comerciantes y profesionales liberales); e) ausencia de control por el dador de órdenes; f) ausencia de horarios fijos; g) autonomía en la organización del trabajo; h) ausencia de directivas particulares por parte del cliente. En la jurisprudencia laboral uruguaya se ha caracterizado al trabajador autónomo como aquel “que realiza su trabajo por cuenta propia, es decir, en forma independiente, fuera del ámbito de organización y dirección de quien paga las remuneraciones, de manera habitual, personal y directa y asumiendo el riesgo económico de la aplicación de su capacidad de trabajo.”62. Los tribunales han considerado como elementos indiciarios del trabajo autónomo, conducentes a descartar la existencia de un contrato de trabajo, que el trabajador: a) disponga de los medios de producción63; b) cree la organización de trabajo, utilice ayudantes o sustitutos64; c) obtenga para sí los beneficios del trabajo 65; d) fije el horario en que realiza la actividad 66; e) asuma los riesgos del trabajo 67; f) esté registrado ante organismos públicos como empresario o trabajador independiente 68; g) no se integre en la organización del empleador69; h) no reciba órdenes, coordine su actividad con el comitente y no esté sujeto a su contralor ni a su poder disciplinario 70; i) no exista continuidad, ni exclusividad, ni profesionalidad, ni dependencia económica71; j) facture sus servicios72; k) no perciba rubros salariales, licencia, salario vacacional o aguinaldo, o no hayan sido reclamados73. 4. Conclusión Al cabo de un siglo de existencia del Derecho del Trabajo, la distinción, en abstracto y en concreto, entre el contrato de trabajo y otras figuras contractuales en las que una parte se obliga a realizar una prestación de trabajo, continúa fundándose en el criterio de la subordinación. Criterio de gran amplitud, en la medida que basta la existencia de la posibilidad jurídica de dirigir la actividad ajena, variable en el tiempo y en el espacio, debido a la variabilidad de las condiciones concernientes a la manera de prestar los servicios, cuyas manifestaciones concretas actualmente conocidas no agotan el repertorio de sus posibles manifestaciones futuras. Sin embargo, en los casos difíciles, la jurisprudencia recurre a criterios concernientes a la relación, como la continuidad del vínculo o la continuidad de la prestación, la exclusividad, la profesionalidad, la forma y modalidad de la remuneración, el contenido de la prestación, y a criterios exteriores a la relación, omo la ajenidad, la dependencia económica, la inserción en una organización ajena. Criterios que en sí mismos carecen de aptitud distintiva, pero que, según diversas combinaciones, examinados en su conjunto, han servido como indicios de la subordinación cuando la presencia de ésta última no ha podido verificarse directamente. La calificación, en definitiva, depende de la labor del Juez, quien deberá tener, sin duda, “un cierto tacto, una cierta fineza de intuición jurídica” 74 para aplicar los criterios prácticos de distinción. El rol del juez es capital, pues la calificación del contrato de trabajo es un cerrojo que no podrá abrir sin riesgo de precipitar fuera de toda protección a millares de trabajadores. NOTAS 1 BARASSI, Ludovico. Il contratto di lavoro nel Diritto positivo italiano. 1ª ed., Milano, Società Editrice Libraria, 1901, p. 29 y 31. 2 Es el trabajo libre, por cuenta ajena, oneroso y subordinado (véase PLA RODRÍGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. T. I., vol. I, Montevideo, ACALI, 1980, p. 92 -96; BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. t. I, vol. 1, Montevideo, FCU, 2002, p. 97-110 3 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. T.II, V. I, Montevideo, Acali, 1978, p. 9. 4 DE FERRARI, Francisco. Derecho del Trabajo. T. II, 2ª ed. Buenos Aires, Depalma, 1971, p. 94; PLA RODRIGUEZ, Curso… ob. cit., T.II, V.I, p. 9 y ss.; BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. T.I, vol. 2, 3ª edición, Montevideo, FCU, 2007 p. 161 y ss.; KROTOSCHIN, Ernesto. Tratado Práctico de Derecho del Trabajo. Tomo I. Buenos Aires, Depalma, 1981, pp.170, 171 (nota 4) y 172; LYON -CAEN, Antoine. “Actualité du contrat de travail”, rev. Droit Social, nº7-8, 1988, p. 540 y ss; MENGONI, Luigi. “L’influenza del diritto del lavoro su diritto civile, diritto processuale civile, diritto amministrativo. Diritto civile”, Giornale di Diritto di Lavoro e di Relazioni Industriali, XII, n º 45, 1990, 1, ps. 6 y ss.; PERSIANI, Mattia. “Considerazioni sulla nozione e sulla funzione del contrato di lavoro subordinato”,en Rivista Italiana di Diritto del Lavoro, 2010, Nº 1, p. 455. 5 MAGRINI, Sergio. “Lavoro (contratto individuale di)” en Enciclopedia del Diritto, Milano, Giuffrè, 1973, 373; SANGUINETI RAYMOND, Wilfredo. El contrato de locación de servicios frente al derecho civil y al derecho del trabajo. Lima, Cultural Cuzco, 1988, p. 119. OJEDA AVILES, Antonio. “Il diritto del lavoro oltre il contratto di lavoro subordinato” en GDLRI, nº 95, 2003, p. 471-472. La Ley de Contrato de Trabajo argentina, luego de definir el contrato de trabajo (art. 21), considera que “Habrá relación de trabajo cuando una persona realice actos, ejecute obras o preste servicios en favor de otra, bajo la dependencia de ésta en forma voluntaria y mediante el pago de una remuneración, cualquiera sea el acto que le dé origen.” (art. 22). 6 Véase la exposición de las teorías anticontractualistas y mixtas en PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., T.II, v. I, p. 79 y ss.; en su mayoría, no descartan la presencia del contrato, pero resaltan su insignificancia frente al fenómeno de la relación de trabajo o de la incorporación en la empresa. A la “relación de trabajo o servicio” como núcleo de atracción de la protección especial de la ley se refiere la Constitución uruguaya (art. 54), pero ello no importa un pronunciamiento sobre la fuente de dicha relación ni un argumento anticontractualista. En Italia, donde la corriente contractualista no ha dejado de imperar (GRANDI, “Rapporto...”, p. 316 y ss), SCOGNAMIGLIO, Renato. Lezioni di Diritto del Lavoro. Parte Generale, 1ª ed., 1969, (reimpresión de la 1ª ed., Diritto del Lavoro. Parte Generale, Bari, Cacucci, 1982, pp. 101 y ss), considera que la noción de co ntrato no puede explicar la naturaleza de la relación de trabajo (pp. 101, 102, 104) y recurre a la noción de “relación de trabajo”, entendida “en el sentido lato, comunmente recibido en el lenguaje jurídico, del instituto que se refiere a un hecho de la vida de relación, y asume importancia tal por su contenido”. Tal hecho es el trabajo subordinado que, “por su esencia y finalidad trasciende los límites de la relación individual entre trabajador y empleador, para expandirse sobre diferentes planos, y según múltiples dimensiones, en las que se realiza el rescate del mundo del trabajo de su natural condición de inferioridad” (p.105). La relación de trabajo es solamente el modelo fundamental o el objeto típico y exclusivo del derecho del trabajo y “representa el punto de derivación y confluencia de sus múltiples disposiciones e institutos” (p.105). Esta perspectiva, permite “proceder luego, en las sedes competentes (del tratamiento especial de la materia) a la identificación y calificación de los múltiples modelos y situaciones efectuales, que emergen en el seno del derecho del trabajo; sea que repropongan, pero adecuándose a sus peculiares razones, las figuras del derecho común (contratos, obligaciones, etc.), sea que asuman a su vez un contenido y formas originales.” (p. 106). V. “Lavoro subordinato e diritto del lavoro alle soglie del 2000”,en Argomenti di Diritto del Lavoro, Nº 2, 1999, p. 274-276; y “La disponibilità del rapporto di lavoro subordinato” en Rivista Italiana di Diritto del Lavoro, nº 2, 2001, p. 108 y ss. PEDRAZOLLI, Marcello. Democrazia industriale e subordinazione. Poteri e fattispecie nel sistema giuridico del lavoro. Milano, Giuffrè, 1985, capítulos primero, quinto y sexto [resumido en GAROFALO, Mario Giovani. “Recensioni, Marcello Pedrazzol i, Democracia...” en GDLRI, IX, 36, 1987/4, 895]; PESSI, Roberto. Contributto allo studio della fattispecie lavoro subordinato. Milano, Giuffrè, 1989, 19; D’ANTONA, Massimo. “Los cambios del derecho del trabajo y el problema de la subordinación en el derec ho italiano” en Debate Laboral, II, nº 4, 1989, 75 a 77) reconstruye un modelo fundamental del trabajo subordinado, cualquiera sea su origen, donde pretende integrar el momento individual de la subordinación con la instancia colectiva de la participación d e los trabajadores. 7 MENGONI, “L’influenza...”, p. 7; MAGRINI, “Lavoro...”, ps. 373 y 378 -379; A. LYON-CAEN, “Actualité...”, pp.540-541; REVET, Thyerry, “L’objet du contrat de travail”, Droit Social, nº 11, 1992, pp. 859 -860. RESCIGNO, Pietro, “Obbligazioni (diritto privato)” en Enciclopedia del Diritto, t. XXIX, pp. 156 y 157, señala que “el esquema contractual, y precisamente, el contrato de cambio, venciendo los equívocos ilusorios propuestos con la idea de la estructura asociativa, es el más idóneo para proporcionar al trabajador una sólida garantía en cuanto al objeto, las modalidades y los límites de la colaboración y del compromiso de diligencia que de él puedan pretenderse.” 8 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral, t. II, vol. I., p. 7, p ropuesta como definición nominal para iniciar la búsqueda de la definición real derivada de la sustantividad de la correspondiente relación. DE FERRARI, Francisco. Derecho del Trabajo, II, p. 73, recuerda la definición dada por el art. 6º de su proyecto de Código de Trabajo del Uruguay de 1947 (ver: rev. Derecho Laboral VI, pp. 217 y ss.); BARBAGELATA, “Régimen jurídico de los jugadores profesionales de fútbol” en rev. Derecho Laboral II, nº 8, 1949, p. 88, se sirvió para su análisis de aquella definición; luego, en Panorama de la Legislación del Trabajo, Montevideo, FUECI, 1953, propone su definición que mantiene actualmente (Manual, 1965, p. 252; Derecho, T. I, vol. 2, p.162; “Uruguay” en R. Blanpain (Director), International Encyclopedia of Labour Law, Deventer, Kluwer, 1991, nº 202, p. 111). 9 DE FERRARI, Derecho del trabajo, ob. cit., II, pp. 73 y ss., 97, 98 y ss.; BARBAGELATA, Derecho del trabajo, ob. cit., t. I, vol. 2, pp. 163 y ss.; PLA, Curso… ob. cit., II, v. I, pp.199 y ss. 10 Curso … ob. cit., II, v.I, pp. 19 y 31 y ss., seguido por Santiago PEREZ DEL CASTILLO. Manual básico de normas laborales. 2ª ed., Montevideo, ACALI, 1981, p. 14, y Oscar ERMIDA URIARTE, “El concepto de subordinación o dependencia en el derecho laboral y de la seguridad social” en Revista Tributaria, nº 52, p. 7. 11 Derecho… ob. cit., II, p. 82. 12 Derecho… ob. cit., t. I, vol. 2, p.166. 13 PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., II, v. I, pp.141 y 142; GRANDI, Mario, “Rapporto di lavoro” en Enciclopedia del Diritto, T. XXXVIII, Milano, Giuffrè, 1987, p. 352 14 MAGRINI. “Lavoro”, 379; PESSI, R. Contributo allo Studio Della fattispecie lavoro subordinato, Milano, Giuffrè, 1989, p. 50; GRANDI. “Rapporto”, p. 350. 15 DE FERRARI, Derecho… ob. cit. , II, pp. 98 y ss.; PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., II, v.I, p. 30; ERMIDA URIARTE. “El concepto...”, p. 9 y ss. 16 BARBAGELATA. Derecho… ob. cit., t. I, vol. 2, p. 165, no define la subordinación y en su lugar señala que las condiciones concernientes a la manera de prestar los servicios y los res ultados de la actividad desarrollada, son “cambiantes por factores sociales y económicos tanto como jurídicos, lo que frustra los mejores intentos de caracterizar, en una fórmula simple, el concepto de dependencia. Por ello, los criterios de la subordinaci ón técnica, económica y social, “son válidos..., si se interpreta la presencia de algunos y sobre todo de varios de ellos, en la relación, como síntoma de la existencia de un contrato de trabajo.” 17 DEVEALI, Mario L.”La subordinación en el contrato de fil mación” en rev. Derecho del Trabajo (Argentina), 1942, p. 166; en la nota “Acerca de la subordinación del viajante de comercio”, en rev. D.T., 1943, p. 363, afirma que “el contrato de trabajo tiene un contenido patrimonial y no personal, y que el dador de trabajo puede mandar a sus empleados como acreedor y no como dueño.” (recopilados en DEVEALI, Mario L. El derecho del trabajo en su aplicación y sus tendencias. T. I, Buenos Aires, Astrea, 1983, p. 208 y 185); PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., II, v.I, p. 21; PERSIANI, Mattia. Contratto di lavoro e organizazzione, Padova, CEDAM, 1966, p. 194; SAVATIER, Jean. “La liberté dans le travail” en Droit Social, 1990, nº 1, p. 76, considerándola como una renuncia del trabajador a una cierta libertad, a una cierta autonomía en la conducción de su persona, advierte que el trabajador no enajena su persona ni la abandona a la dirección del empleador, sino que el sometimiento a la voluntad ajena es exclusivamente “para el cumplimiento de la tareas definidas por el contrato.” MASCARO NASCIMENTO, A. Curso de direito do trabalho, pp. 301 y ss.; SAYÂO ROMITA. A subordinaçao no contrato do trabalho (cit. por MASCARO NASCIMENTO. Curso… ob. cit, p. 304). 18 La sujeción al poder disciplinario ha sido considerada ajena a la subordina ción (BARBAGELATA, “De las suspensiones como sanción” en rev. Derecho Laboral, t. II, 1949, p. 369; PERSIANI. Contratto, pp. 195). 19 PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., II, v. I, p. 25; DE FERRARI, en rev. Derecho Laboral, II, 1948, p. 54; Derecho… ob. cit., I, p. 312 y 316; PERSIANI. Contratto, p. 207; SANTORO-PASSARELLI, Giusseppe. Il lavoro “parasubordinato”. Milano, Franco Angeli, 1979, p. 45; MONTOYA MELGAR, Alfredo. Derecho del Trabajo. 5ª edición, Madrid, Tecnos, 1984, p. 38; SANGUINETI RAYMOND. El contrato… ob. cit, p. 174, 175 y 178. 20 BARASSI. Il contratto di lavoro nel Diritto positivo italiano. t. I, 2ª edición, Milano, Società Editrice Libraria, 1915, p. 633 y 634, señala que aún la máxima subordinación no puede jamás llegar a suprimir, aunque sea en una limitadísima parte, la iniciativa y la autonomía del trabajador, pues un exceso de subordinación podría constituir una lesión a la dignidad del trabajador; KROTOSCHIN. Tratado… ob. cit., I, p. 109; DE FERRARI. Derecho… ob. , I, p. 316; PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit, II, v. I, p. 25; SANGUINETI RAYMOND. El contrato… ob. cit., pp. 175 y ss. 21 PLA RODRIGUEZ. Curso… ob. cit., II, v.I, p. 31; BARBAGELATA. Derecho… ob. cit., t. I, vol. 2, p. 163. 22 GHERA, Edoardo. Diritto del lavoro. Il rapporto di lavoro, Bari, Cacucci, 1989, p. 214. 23 BARBAGELATA, Héctor-Hugo.”Agentes, viajantes, placistas y otros trabajadores a comisión” en rev. Derecho Laboral XVII, nº 96, 1974, p. 717. 24 GAMARRA, Jorge. Tratado de Derecho Civil Uruguayo, t. XIV, 2ª ed. FCU, Montevideo, 1976, p. 170 y 171, señala que se trata de una excepción a los principios que exigen que el objeto esté determinado o sea determinable, bajo pena de nulidad, impuesta por exigencias prácticas, razones de justicia y técnica jurídica, que “aconsejan co nservar la validez del negocio, teniendo en cuenta que una de las prestaciones ya ha sido ejecutada y no puede ser restituida.” 25 MAGRINI. “Lavoro...”, 380; BARBAGELATA. “Diferent cattegories of worers” en Blanpain, Roger (Editor), Comparative Labour Law and Industrial Relations, Deventer, Kluwer, 1982, p. 320, señala que la distinción del contrato de trabajo de otras relaciones voluntarias en las cuales los servicios son prestados a cambio de retribución no está determinada por un único criterio. 26 Véase en Francia, PÉLISSIER, Jean, SUPIOT, Alain, JEAMMAUD, Antoine. Droit du travail, 23º ed., Paris, Dalloz, 2006, pp. 316 y ss. En Italia, DEL PUNTA, Riccardo. Lezioni di diritto del lavoro. Milano, Giuffrè, 2006, pp. 286 y ss. En Alemania, BRUCHNER, Herbert. “Ridifinire la nozione di subordinazione? Il dibattito in Germania”, en Giornale di diritto del lavoro e di relazioni industriali, Nº 86, 2000, 2, p. 345 y ss. En España, RIVERO LAMAS, Juan, MONEREO PEREZ, José, OJEDA AVILES, Antonio. “Trabajo asalariado y trabajo autónomo: las nuevas fronteras del Derecho del Trabajo”, en “Du travail salarié au travail indépendant: permanences et mutations”, Collana di diritto comparato e comunitario del lavoro e Della sicurezza sociale, Bari, Cacucci, 2003, pp.127 y ss. En Portugal: RIBEIRO LOPES, Fernando. “Trabalho subordinado ou trabalho autónomo: um problema de qualificaçao”, en Revista de direito e de estudos sociais, XXIX (II da 2ª Serie), nº 1, janeiro-março, 1987, p. 63 y ss. En Inglaterra, DAVIES, Paul y FREEDLAND, Marck. Labour law, pp. 82 y ss., esp. p. 85 y ss., quienes señalan que los jueces victorianos se conformaron con ver las relaciones de trabajo caracterizadas por la subordinación (p. 83). Los AA. consideran, en cambio, que el uso de una estructura económica de referencia provee la mejor chance de llegar a un método científico de clasificación (p. 89). BENVENUTI, Maria Ilda. “Il problema della qualificazione del rapportto di lavoro nell’ordinamento inglese. Profili comparatistici” en RIDL, I, 1994, pp. 101 y ss. En Argentina, VAZQUEZ VIALARD, Alfredo. “El concepto de `dependencia laboral’ frente a nuevas prácticas contractuales, ¿Debe desaparecer o transformarse? en XII Congreso nacional de derecho del trabajo y de la seguridad social, Córdoba, setiembre 1995; GUISADO, Héctor. “Relación jurídica Individual” en Jorge RODRIGUEZ MANCINI (Director). Curso de derecho del trabajo y de la seguridad social. Buenos Aires, Astrea, 1993, p.123; FULVIA ALIMENTI, Jorgelina. “Perfiles y perspectivas de la dependencia la boral” en XII Congreso nacional de derecho del trabajo y de la seguridad social, Córdoba, setiembre 1995; RAGUSA, Beatríz. “La relación de dependencia en la prestación de servicios médicos”, en XII Congreso… ob. cit. En Uruguay: BARBAGELATA. Derecho del Trabajo, ob. cit. t I, vol. 2, pp. 166 y 167; PLA RODRIGUEZ, A. “Criterios prácticos de distinción entre el corredor a comisión empleado y el autónomo”, en rev. Derecho Laboral, II, pp. 379 y ss; Curso de Derecho Laboral, tomo II, vol. II, pp. 242 y 243; ERMIDA URIARTE, Oscar. “El concepto de subordinación o dependencia en el Derecho Laboral y de la seguridad social” en Revista Tributaria, Nº 52, 1983, p. 15; RIVAS, Daniel. La subordinación. Criterio distintivo del contrato de trabajo. Montevideo, 1996, pp. 1 55 y ss. RASO DELGUE, Juan. La contratación atípica, 2ª edición, Montevideo, AMF, 2010, ps. 70 -96 27 PLA RODRIGUEZ, A. Los Principios del Derecho del Trabajo, 3ª edición actualizada, Buenos Aires, Depalma, 1998, p. 313. 28 Suprema Corte de Justicia, Sentencia Nº 126, 20/5/2009, en Anuario de Jurisprudencia Laboral 2009, c. 533; TAT 2º, Sentencia Nº 208, 7/10/2009, AJL 2009, c. 514; TAT 3º, Sentencia N1 428, 14/10/2009; TAT 1º, Sentencia Nº 210, 19/8/2009, c. 531; SCJ, Sentencia Nº 108, 26/5/2008, en Anuario de Jurisprudencia Laboral 2008, c. 434; TAT 1º, Sentencia Nº 14, 15/2/2008, c. 436; TAT 2º, Sentencia nº 47, 11/3/2008, AJL 2008, c. 428; S.C.J., Sentencia Nº 120, 10/8/2007, Anuario de Jurisprudencia Laboral 2007, c. 555; Tribunal de Apelaciones del Trab ajo de 1º turno, Sentencia Nº 11, 7/2/2007, AJL 2007, c. 556; TAT 2º turno, Sentencias Nros. 70, 12/3/2007; 277, 15/8/2007, Anuario de Jurisprudencia Laboral 2007, casos 528 y 530; TAT 3º, Sentencia Nº 5, 1/2/2007, AJL 2007, c. 541. 29 TAT 2º, Sentencia Nº 182, 16/9/2009, AJL 2009, c. 516; TAT 3º, Sentencia Nº 15, 3/2/2009, AJL 2009, c. 517; TAT 1º, Sentencia Nº 131, 23/7/2008, AJL 2008, c. 441; TAT 1º, Sentencia Nº 48, 28/2/2007, AJL 2007, c. 543; TAT 2º, Sentencia Nº 25, 14/2/2007, AJL 2007, c. 558; 30 TAT 1º, Sentencia nº 219, 2/2/2009, AJL 2009, c. 534; TAT 2º, Sentencia Nº 54, 6/3/2007, AJL 2007, c. 533; TAT 3º, JLT 7º, Sentencia Nº 42, 29/4/2005, AJL 2006, c. 651. 31 Véase BARBAGELATA. Derecho del trabajo, ob. cit. t. II, p. 147 y ss., donde analiza lo s criterios utilizados para distinguir el profesional-empleado del profesional-libre. La subordinación es entendida como “una residual acumulativa de elementos de hecho” exteriores, opuestos a los descritos en relación con la figura del profesional liberal , tales como la estabilidad del vínculo, especialmente, con una organización empresarial, permanencia de los servicios propios de su profesión, cumplimiento de horarios fijos y prolongados, en la sede que se le establezca y remunerado en forma análoga a la de otros miembros del personal, pero que “sirven de punto de partida para descubrir el elemento psicológico”, que obliga a indagar si el profesional “entiende situarse en la relación de dependencia característica del contrato de trabajo, o sea, si tal persona se considera obligada por reglamentos u órdenes emanados de la dirección, si sitúa su función en condiciones de ser dirigida si, en suma, entiende estar en relación con un empleador o patrono y no con uno de sus clientes” (p. 149 y 150). 32 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. “Agentes, viajantes…” ob. cit., p. 718, señala que los criterios “deben ser considerados indicios que sirven de punto de partida para el razonamiento (presunsiones judiciales). En cuanto tales, están implicando una pluralidad integrada, capaz de crear convicción.” 33 TAT 3º, Sentencia Nº 235, 14/6/2007, AJL 2007, c. 537; referidas a la continuidad de la relación, TAT 3º, Sentencia Nº 5, 1/2/2007, AJL 2007, c. 541 y SCJ, Sentencia Nº 120, 10/8/2007, AJL 2007, c. 555. 34 TAT 3º, Sentencia Nº 5, 1/2/2007, AJL 2007, c. 541 35 TAT 3º, Sentencia Nº 5, 1/2/2007, AJL 2007, c. 541; Sentencia nº 114, 29/3/2007, AJL 2007, c. 553; SCJ, Sentencia Nº 120, 10/8/2007, AJL 2007, c. 555. 36 TAT 1º, Sentencia Nº 17, 7/2/2007, AJL 2007, c. 542; ajenidad de los m edios de producción, TAT 1º, Sentencia Nº 11, 7/2/2007, AJL 2007, c. 556; TAT 3º, Sentencia Nº 114, 29/3/2007, AJL 2007, c. 553; Juzgado Letrado del Trabajo de 1º turno, Sentencia Nº 10, 15/2/2005, AJL 2005, c. 660. 37 TAT 1º, Sentencia Nº 57, 2/4/2008, AJL 2008, c. 454; TAT 3º, Sentencia Nº 5, 1/2/2007, AJL 2007, c. 541; TAT 1º, Sentencia Nº 165, 31/5/2007, AJL 2007, c. 546; Sentencia Nº 235, 25/9/2006, AJL 2006, c. 374; TAT 2º, Sentencia Nº 146, 2/10/2006, AJL 2006, c. 361; JLT 3º, Sentencia Nº 10, 7/3/20 05, AJL 2005, c. 760. 38 TAT 1º, Sentencia Nº 101, 16/4/2007, AJL 2007, c. 564. Sin embargo, la inserción de un técnico en una organización no es suficiente para concluir en la existencia de un contrato de trabajo (TAT 2º, Sentencia Nº 253, 25/11/2009, AJL 2009, c. 532). 39 TAT 1º, Sentencia Nº 48, 28/2/2007, AJL 2007, c. 543; TAT 2º, Sentencia 178, 30/5/2007, AJL 2007, c. 566; TAT1º, Sentencia Nº 180, 7/5/2007, AJL 2007, c. 557; TAT 3º, Sentencia Nº 324, 27/8/2007, AJL 2007, c. 559; TAT 1º, Sentencia Nº 280, 29/11/2006, AJL 2006, c. 375. 559 40 TAT 2º, Sentencia Nº 229, 29/9/2008, AJL 2008, c. 443; TAT 3º, Sentencia Nº 114, 29/3/2007, AJL 2007, c. 553; TAT 1º, Sentencia Nº 235, 25/9/2006, AJL 2006, c. 374; JLT 9º, Sentencia Nº 143, 7/11/2005, AJL 2005, c. 7 63. TAT 2º, Sentencia Nº 128, 28/7/2009, AJL 2009, c. 537, 41 TAT 1º, Sentencia Nº 11, 7/2/2007, AJL 2007, c. 556; TAT 3º, Sentencia Nº 114, 29/3/2007, AJL 2007, c. 553; SCJ, Sentencia Nº 120, 10/8/2007, AJL 2007, c. 555 42 JLT 9º, Sentencia Nº 143, 7/11/2005, AJL 2005, c. 763 43 TAT 3º, Sentencia Nº 183, 16/5/2007, AJL 2007, c. 532; TAT 3º, Sentencia Nº 114, 29/3/2007, AJL 2007, c. 553 44 CARINCI, Franco, DE LUCA TAMAJO, Paolo, TOSI, Paolo, TREU, Tiziano. Diritto del lavoro. 2. Il rapporto di lavoro subordinato, Torino, UTET, 1985, p. 22. SPAGNUOLO VIGORITA. L. Subordinazione e diritto del lavoro. Profili storico-critici, Napoli, 1967, pp. 137 y ss. (cit. por PESSI, Contributo.., p. 13 y por ICHINO, Pietro. “Libertà formale e libertà materiale del lavoratore nella qualificazione della prestazione come autonoma o subordinata” en Rivista Italiana di Diritto del Lavoro, II, 1989, p. 76), al considerar la dificultad de construir una noción general y completa de subordinación -y, luego, un criterio de calificación que garantice la coincidencia plena entre el caso concreto y el modelo abstracto como una imposibilidad, se justifica el cambio radical del método de calificación. El procedimiento de la subsunción es sustituido por un juicio de aproximación del hecho concreto respecto de un modelo abstracto de trabajo subordinado, entendido como el conjunto de los elementos descriptivos del tipo. Así, se procede a individualizar una serie de “indicios de subordinación” y correspondientes “indicios de autonomía”, para proceder luego a la valoración sobre el predominio en el caso concreto de los unos o de los otros. 45 Véase las sentencias sobre los “guardahilos” contratados por ANTEL, considerados empleados por JLT 1º, Sentencia Nº 10, 15/2/2005, AJL 2005, c. 660; TAT 1º, Sentencia Nº 11, 7/2/2007, AJL 2007, c. 556; considerados trabajadores independientes por JLT 14º, Sentencia Nº 1, 2/2/2005, AJL 2005, c. 757 46 La Recomendación aconseja que, A) se deben considerar “principalmente” “los hechos relativos a la ejecución del trabajo y la remuneración del trabajador”, dándosele preferencia sobre cualquier acuerdo contrario entre las partes. (Numeral 9). B) “definir con claridad las condiciones que determinan la existencia de una relación de trabajo, por ejemplo, la subordinación o dependencia” (Numeral 12). C) “definir…indicios específicos” como los siguientes: (a) el hecho de que el trabajo: se realiza según las instrucciones y bajo el control de otra persona; que el mismo implica la integración del trabajador en la organización de la empresa; que es efectuado única o principalmente en beneficio de otra persona; que debe ser ejecutado personalmente por el trabajador, dentro de un horario determinado, o en el lugar indicado o aceptado por quien solicita el trabajo; que el traba jo es de cierta duración y tiene cierta continuidad, o requiere la disponibilidad del trabajador, que implica el suministro de herramientas, materiales y maquinarias por parte de la persona que requiere el trabajo, y (b) el hecho de que se paga una remuner ación periódica al trabajador; de que dicha remuneración constituye la única o la principal fuente de ingresos del trabajador; de que incluye pagos en especie tales como alimentación, vivienda, transporte, u otros; de que se reconocen derechos como el desc anso semanal y las vacaciones anuales; de que la parte que solicita el trabajo paga los viajes que ha de emprender el trabajador para ejecutar su trabajo; el hecho de que no existan riesgos financieros para el trabajador.” (numeral 13). 47 ERMIDA URIARTE, Oscar. “La recomendación de la OIT sobre la relación de trabajo (2006)”, en rev. Derecho Laboral, t. XLIX, nº 223, 2006, p. 683. 48 BARRETTO GHIONE, Hugo. “La determinación de la relación de trabajo en la Recomendación 198 y el fin del discurso único de la subordinación jurídica” en rev. Derecho Laboral t. L, Nº 225, 2007, p. 96 y ss. 49 Véase: AMEGLIO, Eduardo J. y VILLASMIL, Humberto. “Subordination, Parasubordination and Self Employment: A Comparative Overview in Selected Countries in Latin America and the Caribbean”, in CASALE, Giuseppe (Edicted by), The Employment Relationship, Oxfor and Portland, Hart Publishing, Geneva, ILO, 2011, p. 69 y ss.; MANGARELLI, Cristina. “Descentralización empresarial y responsabilidad laboral en Uruguay”, en SALA FRANCO, Tomás, MANGARELLI, Cristina y TAPIA GUERRERO, Francisco J.. (Coordinadores). La descentralización empresarial y la responsabilidad laboral en América Latina y España. Valencia, TIRANT LO BLANCH, 2010, p. 317 y ss.; RODRÍGUEZ AZCÚE, Alvaro. “Empresas unipers onales: ¿modificación o extinción?” en XXI Jornadas Uruguayas de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Montevideo, FCU, 2010, p. 101 y ss; RASO DELGUE, Juan. “Trabajo autónomo inserto en una hetero-organización”, en XXI Jornadas Uruguayas … ob. cit., pp. 117 y ss; LÓPEZ LÓPEZ, Adriana. “Empresas unipersonales: ¿modificación o extinción?” en XXI Jornadas Uruguayas… ob. cit., pp. 137 y ss; BABACE, Héctor, “Derogación o modificación. Comentario” en XXI Jornadas Uruguayas… ob. cit., pp. 127 y ss; PÉREZ DEL CASTILLO, Santiago. “La subsistencia de las empresas unipersonales” en XXI Jornadas Uruguayas…, ob. cit., pp. 145 y ss. RODRÍGUEZ AZCÚE, Alvaro. “La ampliación de la cobertura en materia previsional: la regulación de los regímenes no contributivos y la inclusión obligatoria de los trabajadores independientes” en IV Encuentro Peruano Uruguayo de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Montevideo, 2010 (en pdf. en DVD). 50 GRZETICH LONG, Antonio. Trabajo informal. Un enfoque jurídico laboral. AMF, Montevideo, 1992, pp. 36 y 37. 51 GAMARRA, Jorge. Tratado de Derecho Civil Uruguayo, t. I, 3ª edición, FCU, Montevideo, 1977, p. 250. 52 ALONSO OLEA, Manuel. Introducción al Derecho del Trabajo. 4ª edición, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1981, p. 33. Señala el A. que “la expresión “fruto” debe ser entendida en el amplio sentido de abarcar toda resultante del trabajo productivo del hombre, intelectual o manual, tenga valor por sí mismo o lo tenga asociado al resultado del trabajo de otros hombres, consista en un bien o consista en un servicio; de ahí que pueda afirmarse que la ajenidad refiere a la “utilidad patrimonial del trabajo”. 53 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, Ma. Emilia. Derecho del Trabajo. 10ª ed., Universidad Complutense, Madrid, p. 46; MARTIN VALVERDE, Antonio. “El discreto retorno del arrendamiento de servicios” en MONTOYA MELGAR, MARTIN VALVERDE Y RODRIGUEZ-SAÑUDO (Coordinadores), Cuestiones actuales de Derecho del Trabajo. Estudios ofrecidos por los catedráticos españoles de Derecho d el Trabajo al profesor Manuel Alonso Olea, MTSS, Madrid, 1990, p.227 y 236; MARTIN VALVERDE, Antonio, RODRIGUEZ-SAÑUDO, Fermín, GARCIA MURCIA, Joaquín. Derecho del Trabajo. Tecnos, Madrid, 1991, p. 31 y ss. En la jurisprudencia laboral uruguaya se afirmó que “el agente autónomo ejerce su actividad en beneficio propio y a su propio riesgo, aunque obre por cuenta de otro” (Anuario de Jurisprudencia Laboral, 1984, c. 50). 54 SANTORO-PASSARELLI, G. Il lavoro... ob. cit., p. 67. 55 MAGRINI, Sergio, “Lavoro (contrato di)”… ob. cit., p. 381; SANTORO-PASSARELLI, Giusseppe, Il lavoro parasubordinato… ob. cit. p. 46; PESSI, R. , Contributo… ob. cit. p. 51; KROTOSCHIN, Ernesto, Tratado práctico de derecho del trabajo… ob. cit. vol. I, p. 109. 56 SANTORO-PASSARELLI, G. Il lavoro parasubordinato,.. ob. cit. p. 67. 57 El elemento que distingue el trabajo autónomo está constituido por la autonomía del trabajador, entendida como la concentración en el trabajador de la organización del trabajo, con la consecuencia de que el t rabajador autónomo, a diferencia del trabajador subordinado, permanece completamente fuera de la “esfera de dominio del acreedor”. (NAPOLETANO, Domenico. Il lavoro subordinato, Giuffre, Milano, 1955, p. 214). 58 SCOGNAMIGLIO, “Lavoro subordinato e diritto del lavoro alle soglie del 2000” ob. cit., p. 304. Oscar ERMIDA URIARTE caracterizó al trabajador autónomo por esta nota negativa del trabajo independiente en “El concepto de subordinación o dependencia en el Derecho Laboral y de la Seguridad Social en Revista Tributaria, n° 52, 1983, p. 12: “...para el derecho laboral, todo lo que no esté en régimen de subordinación, queda al margen (en principio y salvo excepciones, como la del trabajo a domicilio).” Para “el derecho laboral existe una clara dicotomía que se produce en torno al eje “subordinación”: se distingue entre trabajo subordinado y no -trabajador subordinado” (p. 12 y 13). 59. SCOGNAMIGLIO. “Lavoro subordinato e diritto del lavoro alle soglie del 2000…” ob. cit., p. 304; MENGONI, “Il contratto individuale di lavoro” ob. cit. en GDLRI, n. 86, 2, 2000, p. 197. 60 . WANK, Rolf. “Ridifinire la nomine di subordinazione? Il dibattito in Germania” en GDLRI, Nº 86, 2000, 2, p. 337 y ss. 61 CHAUCHARD, Jean-Pierre. “Les avatars du travail indépendant” en Droit Social, Nº 11, Novembre 2009, p. 1072. 62 Tribunal de Apelaciones del Trabajo, sentencia nº 135 de 29 /4/1988. 63 La utilización de vehículo propio (AJL 1976, c.1132, JLT2º; AJL 1984, c.49 y 984, TAT; SCJ, Sentencia Nº 126, 20/5/2009, AJL 2009, c. 557); aportar herramientas; instrumental y material (AJL 1978, c.47, y 1536 [aunque también usaba herramientas de la empresa] TAT; c.51, JLT4º;AJL 1982, c.1172, JLT3º; AJL 1984, c.1092, JLT2º; S.135, 29/4/88, TAT); actuar en su consultorio particular (AJL 1982, c.185, TAT; AJL 1984, c.256...); propietario de capital propio (AJL 1980, c.503, JLT 5º); el actor era arrendatario de un camión del demandado, abonándole el precio, que surgía del reparto de utilidades que obtenía con fletes (AJL 1982, c.201, JLT4º); propie tario de vehículo con el que cumplía la tarea de distribución de correspondencia, encomiendas, giros, etc.” (TAT 1º, S. 211, 25/9/2006, AJL 2006, c. 373; JLT 4º,s. 85, 20/9/2005, AJL 2005, c. 648); desarrollaba su tarea en vehículo propio, …, siendo partic ularmente extraño que no reclame en este momento por los gastos originados por el uso de ese vehiculo, dado que es muy difícil sostener que un trabajador use un vehículo de su propiedad para realizar el trabajo y no reclame por los gastos generados por éste que en ningún caso podrían ser cubiertos por él.” Asimismo, “adquiría los repuestos para heladeras, de donde puede inferirse que los gastos de las reparaciones corrían por su cuenta.” (TAT 1º, S. 280, 29/11/2006, AJL 2006, c. 375). Sin embargo, también s e ha visto en el arrendamiento del uso de las herramientas de trabajo por el trabajador, para el cumplimiento de las tareas para las cuales fue contratado [fisioterapeuta], una prestación accesoria que no desvirtúa el contrato de trabajo, sino que forman p arte del salario debido por el empleador (AJL 1984, C.258, JLT 4º). 64 Reclutar y pagar al personal necesario para cumplir la obligación a su cargo (AJL 1976, c.34, TAT;AJL 1977, c.32, JLT1º; c.34, TAT; c.37,...;AJL 1978, c.47 y 1536, TAT; c.51, JLT4º; c.1 561, JLT3º; AJL 1980, c.200, TAT; AJL 1982, c.59; c.1172, JLT3º; AJL 1984, c.69; S.272, 3079/91, TAT1º; S. 179, 23/5/88, TAT. En algunos casos, sólo se hace referencia a la presencia de ayudantes (AJL 1980, c.201, TAT; AJL 1984, c.1083, TAT [menor que trab ajaba con el actor]; S.135, 29/4/88, TAT); “la posibilidad de sustitución o de colaboración contradice la esencia del contrato de trabajo” (AJL 1980, c.198, TAT). En algunas oportunidades, las tareas de limpieza eran cumplidas por otras personas designadas por el accionante y no por la accionada, circunstancia que actúa contra el carácter personal de la prestación del trabajador (S. 291, 2/12/94, TAT2º). El jardinero era ayudado “en su tarea por su hijo y/o un amigo” (TAT 3º, s. 100, 29/3/2005, AJL 2005, c. 666). La periodista que conducía un programa de radio, registrada como empresa unipersonal, “…en las dos oportunidades que se ausentó por viaje al exterior,…, propuso sustituto a quien se le abonaron los servicios prestados en lugar de la accionante y mediante la presentación de la factura correspondiente…, lo cual es un indicio relevante, en contra de la aducida relación de subordinación,…” (JLT 11º, S. 3, 21/2/2005, AJL 2005, c. 671). El agente guardahilo “…puede, bajo su responsabilidad, obtener la cola boración de personas de su confianza a cuyo respecto es de su cuenta y cargo el cumplimiento de las normas sociales y de previsión vigentes.” Se trata de “un elemento que resulta definitorio y que demuestra que el vínculo, …, era […] un contrato de arrenda miento de servicios regido por el derecho público o privado.” (JLT 14º, s. 1, 2/2/2005, AJL 2005, c. 757). Sin embargo, en ocasiones la presencia de ayudantes no excluye la existencia de un contrato de trabajo. Así, se consideró que los “agentes [que tenía el cobrador] eran meros colaboradores ocasionales, encargados de seguir la gestión de cobranza en algunas localidades, no constituyendo una organización ni empresa” (S. 72, 14/8/91, JLT 7º; S. 176, 27/8/92, TAT 2º). Aunque la actora no cumplía íntegramente y en forma personal todos los viajes, porque era ayudada en su trabajo por su padre y por su esposo, es evidente que la demandada tenía conocimiento de ello y, luego, tal elemento no permite negar la relación de trabajo (S. 188, 26/7/93, TAT 2º). 65 TAT 2º, S.116, 2/8/90. No sólo habitaba en la vivienda que usufructuaba sino que “además [la] explotaba en la realización de una labor independiente, a la que acudían terceros por sus trabajos (S.74, 22/9/89, TAT2º). La circunstancia de que el importe total de la retribución que abonaba el cliente por el servicio de los mozos fuera distribuido “íntegramente ente éstos, no quedando ninguna ganancia para la empresa”, descarta desde el punto de vista económico que se trate de dependientes (S. 75, 24/8/92, JLT 7º). Aunque esta circunstancia no ha tenido relevancia en otros casos para descartar la relación laboral. “Tampoco es relevante que la empresa no percibiera suma alguna por lo que el cliente pagaba por el servicio de mozos, ya que el beneficio de la misma esta ba constituido por su prestigio que ofrecía un servicio con mozos incluidos, constituido por un equipo estable, que evidentemente debía ser controlado por el dueño de la confitería, al punto que una sola queja de un cliente de la misma determinó el cese de l actor.” (S. 204, 2/8/93, TAT2º). No desvirtúa la relación laboral “...la tenencia de vacunos por parte del actor, y la comercialización de leche en beneficio propio...Debe suponerse, asimismo, que parte de los cultivos que efectuaran los actores pudieron ser para el consumo propio,...pero [también] existió el aprovechamiento que [por parte del demandado] hacía del producto del trabajo de los actores.” (TAT2º, s.117, 20/6/91). 66 Horario determinado por el trabajador y sin relación con el cumplido por el p ersonal de la empresa (AJL 1984, c.1083, TAT); el actor se autoimponía un horario (AJL 1982, c.59,...); elegía el horario para hacer los exámenes (AJL 1984, c.256, JLT2º). La actora tenía un horario adaptado a su conveniencia, que nadie se lo controlaba a pesar de que cobraba por hora (TAT 2º, Sentencia Nº 128, 28/7/2009, AJL 2009, c. 537). 67 (AJL 1977, c.37, JLT1º; AJL 1984, c.749, JLT3º); o la participación indirecta en los riesgos de empresa (AJL 78, c.275, TAT). “…de acuerdo al principio de ajenidad de l riesgo, mal puede creerse que un trabajador dependiente acepte hacerse cargo de los consumos de la empresa” –se trataba de un socio de una sociedad- (JLT 14º, S. 23, 11/3/2005, AJL 2005, c. 641). Compraba la mercadería a precio de mayorista y luego la ve ndía por su cuenta,…” (TAT 2º, s. 230, 19/7/2007, AJL 2007, c. 549). SCJ, Sentencia nº 126, 20/5/2009, AJL 2009, c. 557: el accionante cobraba el 7% sobre las ventas realizadas por la empresa con su intervención (sin otro tipo de remuneración fija y perman ente), en ese caso “mas que una comisión es una participación en los resultados de la empresa, ya que depende de las entradas brutas del empleador”, circunstancia, ésta que descarta la hipótesis de ajenidad en los riestos, y, en consecuencia, repele la existencia de la relación laboral –el actor si no vendía, asumía el riesgo de no cobrar, que no es propio de una relación de dependencia.” 68 Inscripción como comerciante en el Registro Público de Comercio (AJL 1984, c.50,...); en la DGI y en el RUC (AJL 1978, c.1536, TAT; AJL 1979, c.504, JLT5º;AJL 1982, c.203, JLT 1º; [para la demostración de]”...la autonomía del trabajo realizado...[son] particularmente relevantes los recaudos que justifican su inscripción como empresa, en los servicios de seguridad social, así como las facturas...que hacen descartar la posibilidad de un vínculo laboral” (S.462, 25/10/88, TAT); S.188, 2677/93, TAT2º; TAT 3º, Sentencia Nº 215, 21/5/2009, AJL 2009, c. 543. Periodista que conduce un programa de radio, registrada como empresa un ipersonal, facturaba por sus servicios durante siete años de vinculación, con numero de RUC y constancia de IVA al día incluido en el importe de cada factura (JLT 11º, s. 3, 21/2/2005, AJL 2005, c. 671); el Ingeniero “aportaba a la Caja de Profesionales Un iversitarios, por diez largos años nunca exigió que se lo incorporara al personal de la empresa, sino que facturaba honorarios más IVA que se le pagaban regularmente.” (TAT 2º, S. 25, 14/2/2007, AJL 2007, c. 558). La relatividad del indicio se manifiesta, sin embargo, cuando se afirma que la afiliación del actor al BPS, no transforma la realidad de la relación laboral (AJL 79, c.894, TAT); o cuando se enfrenta a otros que lo contradicen: “...no es nada convincente la perfección documental y el cumplimiento minucioso de las obligaciones fiscales por parte de quien, ha quedado demostrado..., era una persona de escasos recursos que prácticamente vivían en la indigencia. [acto tenía] humilde condición que no condice con la del más modesto empresario.” (TAT, s.351, 5/8/88). 69 No se da la inserción en la organización del dador de trabajo, en el sentido espacial de la no concurrencia al domicilio de la empresa (AJL 1984, c.49,....; c.256,...;AJL 1978, c.1536, TAT; [cotidianamente], AJL 1980 c.1286, JLT 4º; AJL 1984, c.889, TAT; c.254, JLT 1º). En algunos casos en que existe trabajo en el local del empresario, otros elementos conspiran contra la existencia del contrato de trabajo (S. 372, 20/11/91, TAT 1º). En sentido funcional: “...las tareas realizadas [por el actor] no estaban insertas dentro de la organización laboral de la empresa[...], cuyo giro es el de Barraca, en tanto el reclamante fabricaba bloques para [aquélla] (AJL 1984, c.1083, TAT; en el mismo sentido, AJL 1980, c.201, TAT). No integra el organigrama de la empresa (AJL 2007, TAT 1º, c. 543). 70 AJL 1977, c.34, 174 y 791, TAT; c.179, JLT4º; AJL 1980, c.180, 1276 y 1304, TAT; AJL 1982, c.185, TAT; c.653, JLT1º; AJL 1984, c.254,...; 984, 1083, 1173, TAT; S.272, 30/9/91, TAT1º; S. 78, 16/12/92, SCJ; S. 55, 28/6/94, JLT 8º; AJL 2007, TAT 1º, c. 543; AJL 2007, TAT 2º, c. 558; AJL 2006, TAT1º, c. 375; AJL 2005, JLT 14º, c. 641; TAT 2º, Sentencia Nº 182, 16/9/2009, AJL 2009, caso 516. Incluso, se ha señalado que directivas establecidas en un convenio marco, auditorías del exterior e internas, no indican claramente la existencia de subordinación, pues “el hecho de que el actor [empresa unipersonal] recibiera indicaciones de alguien del Ministerio –que no precisa- o tuviera que rendir informes –que no individualiza a quién- no es decisiva para determinar la naturaleza laboral de la relación, pues también en una relación comercial entre empresas o en un arrendamiento de servicios, como la sstenida por la parte demandada es de entender que se reciban instrucciones o i ndicaciones de la tarea u obra o servicio que se encomienda y se quiere obtener.” (TAT 3º, Sentencia Nº 419, 23/9/2008, AJL 2008, C. 453). 71 Falta la continuidad, referida a la corta duración de la relación, aunque los períodos que se consideran pueden variar de días a meses (AJL 1980, c.201, TAT;AJL 1982, c.1071, JLT5º; AJL 1984, c.259; AJL 2007, c. 543, TAT1º; AJL 2007, TAT 2º, c. 566), o entendida como falta de periodicidad y uniformidad de las tareas, propias del giro y modalidad de la empresa, respecto al factor tiempo (AJL 1977, c.40, TAT; AJL 1984, c.1083, TAT). No se da la exclusividad cuando existe prestación de servicios para varias personas aun coetáneamente, por un precio determinado (AJL 1984, c.1167, JLT1º; S.135, 29/4/88, TAT); existían relaciones con otras empresas a las que hacía trabajos como tallerista relojero desde su propio domicilio (AJL 1978, c.1536, TAT)). S. 31, 12/4/91, JLT7º; S. 78, 16/12/92, SCJ; S. 118, 26/7/93, TAT 2º; AJL 2007, c. 557, TAT 1º; AJL 2007, TAT 3º, c. 559). No exi ste la profesionalidad (AJL 1980, c. 201, TAT). No se manifiesta la subordinación económica, pues existía equilibrio económico con la contraparte (AJL 1976, c.1097, TAT); la inferioridad [psiquiátrica], y también...económica, ... hace poco creíble la posib ilidad de que el demandado asumiera la calidad de patrono respecto de su hermana (AJL 1984, c.1082, JLT1º); no era el vínculo con la demandada el único modo de vida del actor (AJL 2007, TAT 3º, c. 559). 72 TAT 1º, Sentencia Nº 43, 4/3/2009, AJL 2009, c. 53 6; TAT 2º, Sentencia Nº 253, 25/11/2009, AJL 2009, c. 530; SCJ, Sentencia nº 108, 26/5/2008, AJL 2008, c. 434; TAT2º, Sentencia Nº 308, 16/12/2008, AJL 2008, c. 445. 73 SCJ, Sentencia Nº 108, 26/5/2008, AJL 2008, c. 434; TAT 3º, Sentencia Nº 419, 23/9/2008 , AJL 2008, c. 453; TAT 2º, Sentencia Nº 128, 28/7/2009, AJL 2009, c. 537; TAT 2º, Sentencia 253, 25/11/2009, AJL 2009, c. 530; TAT 2º, Sentencia nº 308, 16/12/2008, AJL 2008, c. 445. 74 Barassi, Il contrato, (1901), p. 31. Capítulo XVIII. EL CONTRATO DE TRABAJO A PRUEBA María del Luján Charrutti 1. Introducción a su estudio El contrato de trabajo a prueba o ensayo como también lo ha denominado la doctrina, es una modalidad contractual caracterizada en nuestro país por ser una construcción doctrinaria y jurisprudencial, aunque existe alguna referencia expresa en la normativa sobre accidentes de trabajo, ley 16.074 art. 4to. No se encuentra una regulación normativa específica que defina y reglamente esta figura contractual, como sucede en el derecho comparado; así la forma o el tiempo de su duración ha sido objeto de una amplia construcción doctrinaria y jurisprudencial la que ha permitido establecer algunas pautas referenciales a la hora de contratar a prueba a un trabajador. Muy incipientemente se ha visto la figura regulada por algún convenio colectivo. Por lo general, es potestad del empleador la decisión de contratar a prueba o a término a un trabajador. La elección de la figura contractual queda bajo la órbita de decisión del poder de dirección y de organización de la empresa que ostenta el empleador. La intervención de la jurisprudencia opera pura y exclusivamente a efectos de corregir abusos que puedan ocasionarse cuando el empleador oculta una relación indefinida, con la finalidad de vulnerar la normativa sobre derecho a la indemnización por despido o a efectos de no abonar ciertos beneficios o diferencias de salarios que puedan encontrarse establecidos por convenios colectivos exclusivamente para el trabajador estable en la empresa. El objeto del contrato a prueba debe ser exclusivamente el comprobar si su personalidad y forma de trabajo puede insertarse dentro de la organización de la empresa; en caso contrario el contrato debe poder resolverse en forma inmediata sin preaviso y sin costos para la empresa. De allí que la regulación jurídica del período de prueba está hecha con un concreto objetivo: que cualquiera de las partes pueda durante la duración de la prueba resolver el contrato, sin explicación alguna, sin preavisar y sin derecho a indemnización1. La prueba busca constatar respecto del trabajador la motivación para el trabajo, un mínimo de aptitud, capacidad de ajustarse a las reglas, capacidad de obtener un rendimiento con ciertos niveles mínimos de cantidad y calidad, apariencia personal adecuada según costumbre, relación apropiada con superiores y compañeros de trabajo, capacidad de concentración y aislamiento en el trabajo.2 No es posible estudiar esta modalidad sin conectarla con el derecho del trabajador a la estabilidad en el empleo, puesto que desde el momento que el empleador decida contratar a prueba a un trabajador lo hace con la convicción de que el mismo deberá insertarse a la empresa en forma definitiva; de allí que el período de prueba se compone de la evaluación de otros componentes que no solo tienen relación directa con la formación profesional del contratado o sus habilidades técnicas, sino otros parámetros atinentes a su inserción dentro de la empresa, como su receptividad a las órdenes, la aptitud para el trabajo en equipo, la lealtad, la responsabilidad, la experiencia o la pronta resolución o respuesta ante situaciones conflictivas o de difícil solución. El estudio de estas modalidades contractuales, como lo es el contrato de trabajo a prueba, hace varios años venía conjuntamente analizado con el estudio de las contrataciones atípicas, aquellas que desvirtuaban al contrato de trabajo clásico o indefinido. Hoy es posible afirmar que el lenguaje normativo laboral se encuentra nutrido de referencias a la estabilidad en el empleo desde un punto de vista reconstructivo, es decir, desde la necesidad de volver a dotar a las relaciones de trabajo de un marco de continuidad y seguridad. De allí que doctrinariamente se afirma que el fin de la estabilidad en las relaciones de trabajo parece haber dado un giro, centrándose ahora en el análisis de los instrumentos normativos para recuperar aquella estabilidad. Esta preocupación de sacar de la precariedad a muchos trabajadores constituye una preocupación en la que han convergido los interlocutores sociales3. Nuestro país no ha sido ajeno a esta reconstrucción puesto que desde 2005 con la convocatoria a los Consejos de Salarios, los interlocutores sociales se han ocupado de encaminar la negociación colectiva evitando el abuso de figuras contractuales que precaricen las relaciones laborales, por ende disminuyan la sindicalización. También la jurisprudencia no ha sido ajena a esta reconstrucción sino que también se conduce a evitar el abuso de los plazos extensivos a prueba como se desarrollará más adelante. 1.1. La utilización de esta figura contractual Cabe advertir que conforme a nuestro derecho positivo, la figura contractual es utilizada fundamentalmente para los trabajadores con remuneración mensual ya que el trabajador jornalero según la ley 10.570 de 15.12.44 tiene un periodo de carencia de 100 jornadas en el establecimiento, para tener derecho a la indemnización por despido. El trabajador mensual, salvo que ingrese a trabajar bajo alguna de las modalidades atípicas (prueba, término, por obra o condición), es un trabajador contratado en forma indefinida, es decir, en caso de prescindir de él deberá abonarse la indemnización por despido correspondiente aunque haya trabajado solo un día o una horas. De allí que las empresas cuando van a contratar a un trabajador, deciden contratarlo bajo alguna de estas figuras: a prueba si prefieren evaluarlo por un tiempo determinado; a término si es para ejecutar un trabajo específico o por suplencia, en caso de que el puesto de trabajo este vacante en forma temporal por ausencia de su titular. También esta modalidad contractual puede ser utilizada a los efectos de probar a un trabajador estable, sin distinguir si es mensual o jornalero, para ocupar una vacante vacía de superior categoría. La doctrina laboral considera que puede plantear dudas la utilización de esta figura en estos casos; no obstante deberían darse dos condiciones en caso de admitirse su validez dentro de un contrato efectivo: 1. el nuevo cargo debe justificar la realización de la prueba, extremo que en definitiva deberá resolverse con el criterio de la sana critica; 2. la eventual rescisión del contrato solo significará retrotraer las obligaciones contractuales de las partes a la época y al cargo anterior, en el cual el trabajador ya había adquirido estabilidad4; podría agregarse una tercera condición considerando que pueden existir situaciones donde la vacante a cubrir sea temporal, pero extensa en casos de suplencias de trabajadores que se encuentren amparados por el seguro de enfermedad o accidente de trabajo y su convalecencia requiera de una ausencia superior a la normalmente prevista, la empresa debería considerar a ese trabajador y darle prioridad para ocupar el cargo cuando esta vacante sea definitiva. Esta práctica no debería calificarse en forma negativa sino como un derecho al ascenso del trabajador inserto en toda relación laboral. Todo trabajador tiene derecho a la promoción y al ascenso enraizado dentro del derecho a la formación profesional, tiene la expectativa de ocupar dentro de la empresa un puesto de mayor cualificación. No obstante, el convenio colectivo debería ser el instrumento necesario para canalizar esta tipo de modalidades como orientador de las relaciones laborales, no solo para encauzar el derecho a la formación y al ascenso que tiene todo trabajador, sino también para protegerlo en casos de que el ascenso no haya sido precedido de una adecuada capacitación para el cargo y su falta de calificación o bajo rendimiento puede llegar a significarle la pérdida de su fuente de trabajo. 1.2. Concepto Doctrina y jurisprudencia se han ocupado de conceptualizar a esta modalidad contractual, coincidiendo en que cualquiera de las partes puede desvincularse sin explicación de causa alguna. Para Plá Rodríguez –concepto que ha sido recogida por la mayoría de la jurisprudencia nacional– es aquel contrato que se celebra para establecer un período dentro del cual el trabajador ha de demostrar su aptitud profesional así como su adaptación a la tarea encomendada, y durante el cual cualquiera de las dos partes puede hacer cesar la relación que los vincula 5. Barbagelata expresa que el contrato de trabajo a prueba o con prueba es aquél en el cual durante un término o hasta el vencimiento de un plazo, destinado al conocimiento laboral de las partes, el contrato de trabajo no se reputa definitivamente concertado. 6 Para De Ferrari, es una modalidad de contrato a término, cuya finalidad es comprobar si ambas partes están conformes en llegar a una vinculación definitiva, se trata de un régimen beneficioso para patrones y trabajadores ya que permite a los primeros aquilatar las aptitudes de los segundos; y a éstos informarse sobre las condiciones en que habrá de desenvolverse la prestación antes de unirse de modo permanente 7. En el derecho comparado, el Estatuto de los trabajadores de España en su art. 14 contiene una minuciosa reglamentación de esta figura contractual. La doctrina española ha señalado que un contrato de trabajo válidamente constituido puede ser sometido a prueba, por decisión bilateral de las partes. Ha de ser una expresa manifestación del consentimiento concorde de las partes (ni es decisión unilateral, ni pacto que siempre haya de existir) que sólo puede emitirse a la hora de concluir el contrato de trabajo escrito o de iniciarse la relación laboral8. Por su parte Alonso Olea y Casas Baamonde afirman que durante el período de prueba, trabajador y empresario están obligados a realizar las experiencias que constituyan el objeto de la prueba. No se dice cuáles sean los efectos del incumplimiento de esta obligación ni se percibe con claridad cuáles directos puedan ser. Como el objeto del período de prueba es entre otros la demostración de que el trabajador tiene, en efecto la aptitud que dice tener, no cabe, expirado el período, un despido por ineptitud puesto que este pudo y debió ser constatado mediante la realización de la experiencia. 9 La jurisprudencia del Tribunal Constitucional español también ha sido conteste al respecto al pronunciarse: “Durante el período de prueba el trabajador tiene los mismos derechos y obligaciones que si el contrato se hubiera celebrado en firme o el período de prueba transcurrido. Durante el período de prueba el contrato puede ser resuelto, a instancia de cualquiera de las partes. Aquí se encuentra la esencia del período de prueba como tiempo inicial de la duración del contrato durante el cual ambas partes pueden resolverlo libremente. ..Si la prueba fracasa es que han fracasado las expectativas que una y otra parte esperaban de este conocimiento, lo que se demuestra de suyo por la exteriorización de la voluntad de resolver sin alegación de causa. (Sentencia del Tribunal Constitucional de España 196/2004)10. 1.3. Derechos y obligaciones de las partes en el contrato de trabajo a prueba Mientras el contrato esté vigente las partes tienen los mismos derechos y obligaciones que cualquier contrato de trabajo, es decir, correspondientes al puesto de trabajo que esté desempeñando como si fuera un trabajador indefinido, a excepción de los derivados de la resolución del contrato, la que puede producirse a instancia de cualquiera de las partes, sin derecho a indemnización por despido para el trabajador. El trabajador deberá cumplir con todas las obligaciones emergentes del contrato de trabajo: deber de trabajar, fidelidad, lealtad, etc y el empleador deberá abonar el salario conforme al cargo y categoría desempeñada, aportar a los organismos de la seguridad social desde el primer día de trabajo, deberá cumplir con el convenio colectivo del sector que se encuentre vigente salvo que alguna disposición haga referencia que determinado beneficio11 solo es obligatorio para trabajadores de la plantilla estable de la empresa. Deberá también percibir su cuota parte de licencia, salario vacacional y aguinaldo generados y en caso de que el empleador decida incorporarlo en forma definitiva a la empresa, le corresponde su antigüedad desde el primer día del comienzo de la prueba. Si el contrato a prueba es para evaluar al trabajador en una categoría específica, el empleador debe abonar los salarios correspondientes a la misma, salvo que el convenio colectivo del sector determine lo contrario. También es común que suceda que el trabajador pueda ser probado en más de una categoría; en ese caso debería abonarse el salario correspondiente a la categoría desempeñada en el mayor horario, aunque puede suceder que esto haya sido establecido antes en el mismo contrato a prueba. De igual modo, deberá respetarse la carga horaria legalmente establecida; que el trabajador se encuentre en período de prueba no significa que se pueda vulnerar la normativa en lo que refiere al máximo legal permitido conforme a la actividad (industria, comercio, servicio), también deberán respetarse los descansos semanales, así como el descanso intermedio. En cuanto a la normativa sobre higiene y seguridad en el trabajo, esta debe respetarse y el trabajador a prueba deberá tener el uniforme adecuado para desempeñar la tarea así como los elementos de protección; el hecho de que se encuentre a prueba no significa que no deba llevar el uniforme completo o que pueda no usar los elementos apropiados conforme a la normativa de seguridad. En lo que respecta al manejo de maquinaria o la utilización de elementos que puedan ser perjudiciales para la salud del trabajador, este debe estar protegido como si fuera un trabajador más de la empresa, no se le pueden asignar tareas que estén por encima de su preparación o que puedan menoscabar su categoría para la cual fue contratado, los límites al poder de dirección del empleador también operan en caso de contratos a prueba. No olvidemos que el trabajador es poseedor de derechos fundamentales en razón de su persona llamados derechos fundamentales inespecíficos, es decir son derechos que anteceden a la relación laboral y que forman parte de su personalidad por tanto no se suspenden durante la ejecución del contrato de trabajo aunque este sea a prueba. El trabajador a prueba también tiene derecho a la libertad sindical positiva y negativa, tiene derecho a afiliarse a una organización sindical o a desafiliarse. El empleador no podrá discriminarlo en caso de que el trabajador decida afiliarse a la organización sindical de empresa o rama, no obstante tal condición no le da derechos a permanecer en la empresa. El empleador podrá resolver el contrato a prueba sin que esto implique discriminación de especia alguna, salvo que el trabajador haya sido desvinculado por esta causa, o por cualquier causa que implique discriminación, no obstante creemos que una reinstalación en estos casos operará solo a los efectos que el trabajador demuestre sus aptitudes para el puesto objeto de su contrato a prueba. 2. Particularidades 2.1. Forma En cuanto a su forma de instrumentación, el contrato debe ser otorgado por escrito, siendo esto condición indispensable a los efectos de probar la existencia del mismo. La no celebración por escrito es normalmente considerada como ausencia de voluntad de las partes de realizar un período de prueba. La jurisprudencia nacional es unánime al respecto: las partes deben expresar su voluntad por escrito12, primando por ende el contrato de trabajo por tiempo indeterminado, en caso de carecer de demostración escrita del período de prueba. La legislación comparada, como es el caso de España, lo prevé expresamente en su legislación pero en nuestro país es ya posición firme y consolida por parte de la doctrina y la jurisprudencia. 2. 2. Plazo o duración Si el contrato de trabajo establece un prueba, la misma no puede ser indefinida y tampoco puede tener un plazo tan extenso que desvirtúe la contratación. La doctrina y jurisprudencia en nuestro país han establecido un plazo máximo de tres meses; de pactarse uno mayor deberá tener una justificación basada en la complejidad de las tareas a evaluar. El criterio general será entonces que el contrato de trabajo a prueba no deberá sobrepasar los 90 días como máximo. Así se ha indicado por parte de la jurisprudencia que “el plazo debe ser razonable y prudencial”, “…el período de prueba o ensayo debe ser fijado en un plazo razonable y prudencial. Un período como el de autos (6 meses), parece excesivo con el fin de evaluar la aptitud del trabajador como chofer. Incluso la propia accionada reconoce que el actor tenía experiencia en el manejo de camiones en campaña, por lo que no puede decirse que el accionante desconociera completamente su labor, aunque fuera diferente, en tanto se refiere al manejo de automóviles en la ciudad. ..Carece de relevancia el argumento utilizado por el apelante en el sentido que el plazo no era caprichoso, sino que respondía a la necesidad de evaluar una aptitud especial13. También dependerá de la tarea para la cual fue contratado el trabajador, señalándose que “… el plazo de 180 días resulta un plazo verdaderamente excesivo para un contrato de trabajo a prueba, máxime en tareas tan sencillas y sin especialidad alguna como lo es la de mucama de hotel, bastando claramente un periodo de 30 días para lograr un aprendizaje y proporcionar al empleador un panorama acerca de si su empleado le resulta o no conveniente…”14. Sin lugar a dudas el principio de razonabilidad será de aplicación en estos casos, sumado a las características especiales de las tareas a desempeñar y a la categoría laboral que se quiere evaluar al trabajador contratado. No obstante, el contrato a prueba al ser por escrito debería especificar los motivos que dan lugar al plazo menor a 90 días o el mayor, describiendo en la medida de lo posible las aptitudes a evaluar y la especificidad de la tareas. En la legislación comparada podemos encontrar referencias normativas que instrumentan el contrato de trabajo a prueba estableciendo en las mismas una duración del plazo conforme a la titulación o no de trabajador o ligado también al número de trabajadores que componen la plantilla efectiva de la empresa. 15 No obstante es recomendable de no haber normativa al respecto como es el caso de nuestro país, que el mismo sea establecido en un convenio colectivo, las partes de común acuerdo conociendo la actividad y el sector considerarán con un criterio más aproximado a la realidad el factor tiempo que lo que pueda hacer la jurisprudencia con una visión limitada al hecho argumentado por las partes. 2.3. Retribución La retribución deberá ser la misma fijada para el cargo o categoría que desempeña un trabajador contratado en forma indefinida en la empresa, salvo que el convenio colectivo o laudo dispongan lo contrario. Es práctica frecuente que en algunos convenios colectivos, se fijen beneficios menores para trabajadores que recién ingresan o también establezcan gratificaciones solo para trabajadores que constituyen la plantilla estable de la empresa. Es común que aquellos trabajadores que revistan cierta antigüedad en la empresa gocen de determinados beneficios salariales, tales como retribución mayor, gratificaciones, carné de salud pago, canastas, ticket alimentación, etc. El trabajador contratado a prueba lo único que no percibirá conforme a la ley es la indemnización por despido; deberá abonársele al finalizar el vínculo la liquidación correspondiente a las partidas de aguinaldo, licencia y salario vacacional generado hasta la fecha, salvo que el trabajador haya sido confirmado en la empresa y continúe trabajando es este caso. Si la relación continúa, la fecha de ingreso deberá computarse a todos los efectos desde el inicio de la prueba y las partidas correspondientes al aguinaldo, la licencia y salario vacacional deberán ser abonadas conforme a la normativa legal prevista. El salario y demás rubros salariales deben abonarse conforme a lo dispone la normativa general; lo que no admite legalidad es el pago fraccionado mes a mes del aguinaldo, licencia y salario vacacional. 2.4. Protección de la seguridad social El trabajador contratado a prueba debe ser ingresado de alta a los organismos de seguridad social desde el primer día de trabajo; el ingreso a la seguridad social le permitirá el acceso a la protección para el caso de enfermedad común, accidente de trabajo, licencia por maternidad, etc. 2.5. Causales de extinción La extinción del contrato a prueba es lo que más problemas plantea dado que son los casos que llegan a la órbita judicial. Estimamos que hay dos grandes causales de desvinculación: la primera y principal es la finalización de la prueba (hasta determinado tiempo pactado o por determinado tiempo pactado), y una segunda, que es el incumplimiento del empleador. 2.5.1. Finalización de la prueba establecida en el contrato Si en el contrato se estableció un período de prueba de hasta 90 días, significará que el empleador pueda rescindir el mismo en cualquier momento. El contrato de trabajo puede tener implícito un período de prueba y un término para la misma, pero por lo general los contratos de prueba o ensayo señalan que el término de la prueba será de 90 días. Esto nos plantea la cuestión de si cuando la prueba concluye antes de finalizados los noventa días que establece el término contractual, es posible reclamar daños y perjuicios al no estar concluido el término pactado. Entendemos que pueden darse dos situaciones diferentes. La primera, cuando en el contrato a prueba se pacta un término fijo de 90 días, en tal caso el empleador deberá respetar tal término y no deberá concluir antes la prueba, salvo que la relación se extinga por notoria mala conducta del trabajador. Y si decide extinguir la relación antes de finalizado el término pactado, deberá resarcirlo con daños y perjuicios equivalentes a los días que le faltan para concluir el término, dado que el trabajador tenía la expectativa de ser probado para el puesto durante todo ese tiempo. No creemos que se deba la indemnización por despido tarifada prevista en las leyes de 1944, al ser la misma legalmente establecida para el trabajador contratado en forma indefinida. Distinto es el caso de que el trabajador haya sido contratado hasta por 90 días de prueba, el empleador podrá prescindir de él en cualquier momento, es el contrato de trabajo a prueba puro que no reviste ninguna otra condición resolutoria más que el cumplimiento de la prueba, en el contrato a prueba por determinado tiempo debe esperarse que se cumpla la otra condición resolutoria, el transcurso del plazo pactado.16 2.5.2. Por incumplimiento del empleador Esta modalidad contractual, como se ha hecho referencia, despliega todas las obligaciones para ambas partes: el empleador deberá abonar el salario y los rubros salariales y estará obligado a cumplir toda la normativa laboral. El trabajador deberá cumplir con las tareas comprometidas y observar todos los deberes inherentes a su condición (fidelidad, colaboración, respeto, etc.). Si el empleador incumple sus obligaciones principales de forma grave, como por ejemplo el retraso en el pago de los salarios, según la jurisprudencia el trabajador tendría derecho a considerarse indirectamente despedido: “la actora expresó…que antes de finalizado el periodo de prueba (de 90 días) se consideró despedida por la existencia de adeudos de naturaleza salarial no regularizados. La accionada hace caudal en el contrato de prueba, pero la ruptura del contrato provocada por un grave incumplimiento del patrono en lo convenido determina la existencia de hipótesis de despido indirecto” 17 . 2.6. La rescisión del contrato a prueba en situaciones especiales amparadas por la ley. Durante el desarrollo del contrato a prueba el trabajador puede enfermarse, tener un accidente de trabajo, quedar embarazada, etc., lo que abre la duda sobre la aplicabilidad de los períodos especiales de estabilidad laboral que normalmente consagra la normativa para proteger a los trabajadores. 2.6.1. Accidente de trabajo durante la prueba La ley Nro. 16.074 sobre accidentes de trabajo establece en su art. 4 que la ley es aplicable a los aprendices y al personal a prueba, lo que genera dudas en cuanto a si el trabajador a prueba debe ser reintegrado por 180 días luego de dado de alta (art. 69). Al respecto hay posiciones diferentes en la doctrina y la jurisprudencia. En doctrina Héctor-Hugo Barbagelata sostiene que el accidente de trabajo sobrevenido durante el periodo de prueba causa todos los efectos previstos por la ley de la materia, afirmando que en todos los casos el trabajador debe ser readmitido en el mismo cargo y deberá respectarse el plazo de estabilidad de 180 días, que instituye la ley para el trabajador accidentado que ha sido reintegrado a su cargo. Afirma que no cabe duda de su aplicación para el caso de ser reintegrado un trabajador a prueba, puesto que conforme al principio general las cláusulas de un contrato no pueden quitar efecto a lo dispuesto por una ley de orden público 18. En posición contraria, Cristina Mangarelli sostiene que con relación a los contratos a prueba, no hay derecho al reclamo a una indemnización especial (equivalente al triple de la indemnización común o tarifada) en razón de que conforme al texto legal una indemnización (la especial) depende de la otra (la tarifada), de tal modo que el triple de cero da un resultado de cero. Y para el caso, la contratación a prueba no da derecho al cobro de indemnización por despido, por lo que no puede tener derecho a la indemnización triple. Con referencia al reintegro y la aplicación del plazo de estabilidad (180 días) al contrato de trabajo a prueba, dicha autora afirma que debe considerarse lo mismo que para el trabajador por obra determinada o con un contrato a término (plazo, condición, zafra, eventual, etc.): si la obra terminó no tendrá derecho a un período de estabilidad porque no se puede desvirtuar la naturaleza del contrato temporal y crear estabilidad donde no la hay19. En el derecho comparado vemos que se ha dado una solución a estas situaciones especiales, suspendiendo el plazo de prueba, por causales de enfermedad, incapacidad temporal, maternidad o adopción. Así, una vez finalizada la causa que dio lugar a la suspensión del plazo de prueba, la misma continúa tal cual había sido convenida antes por las partes20. En nuestro país, la jurisprudencia se ha manifestado a favor de la suspensión del plazo de prueba, al afirmar que “El contrato a prueba recobra su plena vigencia luego que estuvo suspendido, y puede ser disuelto en cualquier momento sin que el trabajador tenga derecho a indemnización, común ni especial, y tampoco nace para él ese derecho a estabilidad por 180 días que le permita pretender salarios caídos, por cuanto esa estabilidad no es de la esencia del contrato celebrado, sino todo lo contrario. Estando dentro del período de prueba acordado el empleador estaba habilitado para rescindir el contrato unilateralmente sin obligación de pagar indemnización o resarcimiento alguno. Lo mismo puede decirse del trabajador jornalero que no tiene derecho a indemnización por despido en razón de no completar el número mínimo de jornales trabajados requerido legalmente”21. Nuestra jurisprudencia, en la mayoría de los casos, ha argumentado considerando la no aplicación del plazo de estabilidad previsto en el art. 69 de la ley 16074: “El hecho de despedir al trabajador antes de concluidos los noventa días pactados de prueba, no genera responsabilidad para la accionada, (cláusula 3 del contrato) ni significa ello rescisión anticipada del mismo. Habiendo sufrido la parte actora un accidente de trabajo durante la vigencia del período de prueba convenido la cobertura del siniestro fue realizada por el Banco de Seguros del Estado, conforme a lo legislado por la Ley Nº 16.074 de 10/10/89. Pero si la consecuencia jurídica que prevé la norma para la no readmisión del trabajador es el pago de una indemnización triple de lo establecido por las leyes laborales vigentes, en caso de que el trabajador no tenga derecho a cobrar indemnización por despido, no recibirá tampoco la indemnización prevista por este art. 69 de la Ley Nº 16.074” 22 . También ha dicho que “Al haberse celebrado un contrato de trabajo a prueba no se puede por vía indirecta u oblicua (lo que sucedería de admitirse la aplicación del art. 69 de la ley 16074) transformarlo en otro por tiempo indeterminado, alterando lo que las partes han pactado”23 y que “...habrán de desestimarse los agravios deducidos atento que en tales circunstancias no resulta de aplicación lo previsto por el art. 69 de la ley 16074, habida cuenta que contraría la ratio legis de la norma pretender la extensión del plazo por 180 días de un contrato de trabajo sometido a condición resolutoria expresa” 24. 2.6.2. Enfermedad del trabajador durante la prueba Similar postura ha manifestado la jurisprudencia con relación al trabajador que se enferma durante el período de prueba, afirmando consecuentemente que no genera derecho a despido si es cesado dentro de los 30 días siguientes al alta médica. Sobre el punto ha dicho que “El presupuesto tenido en cuenta por la ley 14.407 para generar el derecho del trabajador es el despido (…) el contrato a prueba sin que importe analizar su naturaleza jurídica se caracteriza porque producida la decisión por el empresario no hay en ningún caso despido. Aunque la enfermedad del actor era conocida por la patronal, aunque resulte sumamente sugerente que se resuelva el contrato a menos de veinte días de acordado….habrá de decidirse declarando que lo actuado por ella no es pasible de revisión en la sede judicial”25. No obstante, el plazo de prueba debería quedar en suspenso y una vez reintegrado el trabajador podría retornar a su puesto a efectos de demostrar su aptitud durante el saldo del plazo. 2.6.3. Trabajadora grávida o que ha dado a luz durante la prueba La normativa aplicable que protege a la mujer grávida o que ha dado a luz (ley Nro. 11.577) no distingue sobre el tipo de relación contractual que une a la trabajadora con su empleador; de allí que la protección no excluye a la contratación a prueba, por lo que debería respetarse la estabilidad laboral prevista en la norma legal. No obstante, el motivo de desvinculación de la trabajadora debe atenerse exclusivamente a razones que tengan relación directa con la prestación de la tarea, es decir, las aptitudes para desempeñar el cargo. Así lo sostiene la jurisprudencia al afirmar: “Teniendo en cuenta que la norma invocada por la actora y al amparo de la cual en la recurrida se concedió el pago de la indemnización por despido, tiene su razón en el otorgar a la mujer embarazada garantías especiales de que no perderá su empleo por estar embarazada, corresponde expedirse sobre su aplicación en el caso del contrato a prueba. No se advierte ninguna norma que excluya su procedencia…la empleadora deberá probar la existencia de otra causa que no sea la gravidez”26. La jurisprudencia va orientada cada vez más hacia la máxima protección de la trabajadora grávida, señalando que “..El derecho a la protección a la maternidad tiene su fuente en el bloque de constitucionalidad de los derechos humanos laborales. Ello por cuanto no sólo se encuentra reconocido en el art. 54 de la Carta a través de la garantía de protección especial del trabajo de la mujer y por los arts. 40 y 41 que refieren a la familia y a los hijos sino también en un elenco de instrumentos internacionales que, por contener valores y principios que forman parte del jus cogens…El contenido del derecho refiere a una especial protección de la trabajadora madre que engendra a un hijo o que ya lo ha alumbrado y en este caso durante un tiempo razonable. Esta especial protección importa no solo los cuidados a la salud de la madre y del hijo, sino también del empleo de la madre de donde provienen los medios económicos que necesita para vivir y sostener la maternidad”27. 2.7. Efectos posteriores a la prueba El contrato de trabajo a prueba se convierte en contrato indefinido o por tiempo indeterminado, en caso de que el empleador una vez finalizado el periodo de prueba, comunica al trabajador su decisión de incorporarlo en forma efectiva en la empresa. También puede suceder que transcurrido el plazo el trabajador no reciba aviso ninguno por parte del empleador y continúe trabajando; en este caso, al otro día de cumplido el período de prueba pactado el trabajador pasa a ser efectivo de la empresa. Es decir, de no comunicarse la rescisión de su contrato de trabajo o la conclusión de la prueba en tiempo y forma, el empleador deberá abonarle la indemnización por despido. Sin embargo la jurisprudencia ha admitido que el contrato que inicialmente fue a prueba podrá convertirse en un contrato por tiempo determinado o con plazo, sin que por ello exista una vulneración a las leyes que establecen la indemnización por despido, o el principio de continuidad de la relación. Y esto es lo que ha sustentado la jurisprudencia al dictaminar que en función del principio de autonomía de voluntad de las partes, el empleador durante la vigencia del contrato a prueba, si entiende que el trabajador superó la prueba y en caso de que hubiera convenido dilatar el contrato por un tiempo preciso más, puede respetar lo acordado y mantener el vínculo contractual hasta dicho plazo convenido: el trabajador será a término y el plazo de su contratación se computará desde que se inició la prueba; también admite una segunda variable: el empleador durante la vigencia del contrato a prueba, si entiende que el trabajador superó la prueba y en caso de que no se hubiere convenido dilatar el contrato por un tiempo adicional, puede antes de finalizado el periodo de prueba concertar un contrato a término y el plazo de su contratación se computará desde que se inició la prueba 28. A nuestro juicio, esto puede llegar a considerarse legítimo siempre y cuando no sea utilizado para vulnerar la legislación laboral en materia de despido; si bien podría admitirse que un contrato a prueba tenga una función introductoria o preparatoria de un contrato a término o plazo, el plazo debería ser acordado en el contrato de trabajo a prueba, de manera que el trabajador tenga conocimiento de lo convenido y no tenga expectativas de que una vez finalizada la prueba sea convertido en trabajador efectivo de la empresa29. NOTAS 1 PALOMEQUE, Manuel Carlos y ALVAREZ de la ROSA, Manuel. Derecho del Trabajo. Décimosexta edición. Ed. Ramón Aceres, España, 2008, p. 580. 2 Word and Human Behaviour, 2da. ed. 1977. Citado por ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, María Emilia. Derecho del Trabajo. Vigésimo cuarta edición Ed. Thomson Civitas, España 2006, p. 268. 3 PEREZ REY, Joaquín. Estabilidad en el empleo. Ed. Trotta, Madrid, 2004, p. 19. 4 RASO DELGUE, Juan. La contratación atipica del trabajo. Ed. AMF. Montevideo, 2000 p. 99. 5 PLA RODRIGUEZ, Américo. Curso de Derecho Laboral. Tomo II. V.2 Ed. Idea. Montevideo, 1989, p. 43. 6 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo II. FCU. Montevideo, 2004. 2da. Edición, p. 40. 7 De FERRARI, Francisco. Derecho del Trabajo. Tomo II. 2da. Edición. Buenos Aires, 1969, pág. 33. 8 PALOMEQUE, Manuel Carlos y ALVAREZ de la ROSA, Manuel, Derecho del trabajo, ob. cit ..p. 579. 9 Alonso Olea, Manuel- Casas Baamonde, M. Emilia. Derecho del trabajo, ob. cit. …p. 267. 10 ALONSO OLEA, Manuel y CASAS BAAMONDE, María Emilia. Derecho del trabajo, ob. cit. .p. 268. 11 El convenio colectivo del Grupo 24 Forestación (cuarta ronda 2010) en la cláusula décimo sexta est ablece: “Ropa de trabajo: tendrán derecho a recibir este beneficio aquellos trabajadores que tengan una antigüedad de 100 jornadas continuas efectivamente trabajadas”; También el convenio colectivo del Grupo 1 subgrupo 12 capitulo Panaderías dice: cláusula sexta: “Uniformes de trabajo: corresponderá a trabajadores con un mínimo de 6 meses de antigüedad en la empresa”. 12 En el Anuario de Jurisprudencia Laboral 2008 c. 108 se puede leer que “…El contrato a prueba que intenta acreditar la demandada se ve frustrada en virtud de que el correspondiente documento del que se hace caudal al respecto, no está firmado por el actor….fluye claramente que debe tenerse al actor como trabajador permanente y al ser cesado luego de haber sido reintegrado con posteriori dad al accidente laboral, corresponden los salarios caídos hasta completar los 180 días” (TAT 2° Sent. 121 del 27. 5. 2008. Keuroglian, Tosi, Echeveste). 13 AJL 1996-1997 c. 303. 14 AJL 1998 c. 139. 15 El art. 14 del Estatuto de los Trabajadores español establece: “…En defecto de paco en Convenio, la duración del período de prueba no podrá exceder de seis meses par los técnicos titulados, ni de dos meses para los demás trabajadores. En las empresas de menos de veinticinco trabajadores el p eríodo de prueba no podrá exceder de tres meses para los trabajadores que no sena técnicos titulados. ..” 16 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo II, ob. cit. p. 40. El autor señala que “…Tal período de ensayo da un color especial a la relación mientras se está en curso. Su principal consecuencia sería análoga a la del contrato a término o con plazo, e incluso podría llegar a confundirse con éste, como ocurre con la fórmula mixta del contrato en el que se acuerda un plazo determinado co n la intención de que sirva para la prueba de las aptitudes requerida. Es decir que puede haber un tipo de contrato con prueba por establecer un período irreductible para la duración de esta, queda subsumida en el esquema de los contratos con plazo.” 17 AJL 1996-1997 c. 302. 18 BARBAGELATA, Héctor-Hugo. Derecho del Trabajo. Tomo II, ob. cit. p. 54. 19 MANGARELLI, Cristina. La seguridad social en el Uruguay. AAVV. 2da edición, FCU, Montevideo, 1991, p. 384. 20 Es la normativa establecida por el Estatuto de los Trabajadores de España, que en su art. 14 dispone. “Las situaciones de incapacidad temporal, maternidad y adopción o acogimiento que afecten al trabajador durante el período de prueba, interrumpen el cómputo del mismo siempre que se produzca acuerdo entre ambas partes. 21 AJL 2007 c. 125. 22 AJL 2007 c. 124. 23 AJL 2003 c. 174. 24 AJL 2002 c. 111. 25 AJL 1996-1997 c. 293. 26 AJL 2008 c. 109. 27 AJL 2008 c 194. 28 AJL 1999, c. 168. 29 En AJL 1992. c 307 la jurisprudencia ha dicho que ante “un contrato de embarque o enrolamiento sostuvo que el mismo contenía dos cláusulas incompatibles entre sí, Por una se establece que el plazo del contrato es de doce meses, y por la otra parte que habrá un período de prueba de tres meses. No es pertinente sostener que la cláusula del periodo de prueba sea una especificación de la otra, porque en derecho laboral ambos plazos tienen un sentido, alcance y efectos totalmente diversos, pues en uno se vincula la fuerza de trabajo y en el otro la vincula sometida a observación, inspección y discrecionalidad evaluativa del patrón. La presencia de cláusulas incompatibles se debe resolver por la aplicación del principio de la norma más favorable, que es sin duda la del plazo firme”. Capítulo XIX. PODER DE DIRECCIÓN Y PODER DISCIPLINARIO Juan Raso Delgue 1. La dirección del trabajo Todo accionar colectivo humano requiere un centro directivo que encauce, organice, de un criterio y un fin a ese accionar. En la actividad empresarial la dirección del trabajo es un fenómeno que por su misma naturaleza no puede suprimirse. La realidad de este hecho –evidente en una economía de mercado– es también reconocida por Marx, para quién el trabajo de dirección es un trabajo productivo que debe ser ejecutado en toda modalidad de producción combinada 1. Esta premisa nos parece indispensable para adelantar que en nuestra opinión el poder de dirección en el ámbito de la empresa es un hecho, que está firmemente ligado a la realización del trabajo en conjunto. Es más, si consideramos desde un punto de vista laboral a la empresa como la organización de trabajo subordinado 2, vemos que el poder de dirección es un elemento esencial de la misma, que se confunde con su misma definición al ser la condición primera para dar cohesión a esa yuxtaposición de trabajo subordinado. En el mismo sentido, Montoya Melgar expresa que la empresa es la organización de trabajo colectivo subordinado. La existencia de una pluralidad de trabajadores subordinados debe estar organizada, porque ese trabajo no tiene valor autónomo3. La anterior afirmación lleva a concluir que el poder de dirección está más allá de eventuales valoraciones ideológicas sobre el mismo4. “Sea que se la tome como unidad económica o como célula social –expresa Catalá– es claro que la empresa no puede durablemente funcionar si no es puesta bajo la autoridad de un jefe investido de poderes necesarios para organizarlas y dirigirla”5. Esos poderes empresariales pueden orientarse a la organización general de la empresa (poder reglamentario), a la represión de las conducta ilícitas del personal (poder disciplinario) o a la ordenación de las prestaciones laborales (poder de dirección) 6. Refiriéndose al poder de dirección del empleador, Montoya Melgar expresa que éste tiene por contenido tres diferentes tipos de funciones. La primera y más enérgica de las manifestaciones del poder de dirección se refieren a la función de decisión ejecutiva: el empresario organiza el trabajo a través de actos puramente constitutivos (fija turnos, horarios, dispone traslados, etc.). El empresario no está ordenando inmediatamente ninguna conducta a los trabajadores, sino que crea nuevas situaciones jurídicas7. El segundo tipo de función, que el autor español llama de instrucciones u ordenadoras, tiende a la organización del trabajo a través del dictado de órdenes e instrucciones. Estas facultades son de ejercicio continuo. Mientras los actos de ejecución son actos constitutivos, los de instrucción y ordenación son declaraciones cuya real eficacia dependen del cumplimiento del destinatario. Son decisiones que imponen o prohíben conductas concretas a cada trabajador8. Finalmente, integra el poder de dirección la función de control y vigilancia, que se expresa en la comprobación y vigilancia de la realización del trabajo. Es una actividad de verificación, Dentro de esta función pueden distinguirse dos aspectos: una genérica función de control para comprobar que los trabajadores se encuentran trabajando en sus respectivos lugares y un control técnico, que el empresario ejerce sobre la forma concreta en que el trabajo se está realizando 9. 2. Poder de dirección y trabajo subordinado No existe una necesaria correlación lógica entre el trabajo subordinado y la empresa: cualquiera de estos conceptos pueden existir independientemente del otro. La empresa puede utilizar para funcionar, otros contratos y por supuesto existen trabajadores subordinados fuera del ámbito empresarial. Sin embargo es de toda evidencia que es en la empresa donde los fenómenos e institutos del derecho laboral asumen una relevancia propia que los perfilan con características muy especiales 10. No puede dejarse de señalar que ha existido una evolución en el tiempo en lo que se refiere a las personas físicas que actúan en el ámbito de la empresa. Si la figura del trabajador queda sustancialmente idéntica en el pasaje desde el taller artesanal a la empresa capitalista, la del empleador ha sufrido profundos cambios determinados por la estructura jerárquica y el consiguiente poder jerárquico 11. El concepto unitario de propiedad se ha desmembrado bajo el impulso de la necesidad de una función de mando, que el propietario no quiere o no está ya en condiciones de controlar directamente 12. La dirección del trabajo –como señala Enrico Lucifredi– se ha vuelto una actividad ligada objetivamente a un rol y no subjetivamente al titular de determinados derechos: la autoridad se ha vuelto atributo de una función y no de una persona13. Lo que realmente importa para la formulación de un concepto moderno de empresa es el elemento empresarial, es decir, la persona (empresario) o conjunto de personas (consejo de administración) que detenta la efectiva dirección del trabajo. La propiedad de la empresa podrá recaer en éstas u otras personas (v.g., los accionistas de una sociedad anónima), que en definitivas ejercerá el control último de la gestión. Pero las relaciones entre propiedad y empresa más que a nuestra disciplina, interesan a otras ramas jurídicas (derecho civil, comercial, etc.)14. Históricamente, la división entre la dirección del trabajo y la propiedad se produce con el desarrollo de las técnicas cada vez más sofisticadas de producción. En efecto, al comienzo del desarrollo capitalista, el poder de dirección se limitaba a tareas de control y a conservar la disciplina: no exigiéndose particulares condiciones o conocimientos para su ejercicio, era el mismo propietario quien lo aplicaba. Con la evolución de las técnicas de producción, la dirección se orienta más que a los aspectos disciplinarios, a la organización del trabajo, que requiere una capacitación especial para resolver científicamente los problemas que dicha organización plantea. El propietario –que muchas veces desconoce esto aspectos técnicos– delega sus poderes de dirección a un gestor o grupo de gestores, que viven dentro de la empresa y que constituyen su núcleo de gobierno 15. Puede por lo tanto concluirse, antes de entrar a considerar los fundamentos y el alcance del poder de dirección, que ha habido cambios profundos en los sujetos que lo ejercen. El antiguo propietario-director tenía responsabilidades, funciones e intereses distintos de los actuales managers. Es evidente que los propietarios sin dirección y los dirigentes sin propiedad no sólo son distintos en su formación, sino que constituyen grupos con intereses opuestos. El poder del capitalista-propietario está ligado a su patrimonio, mientras que el del director a sus conocimientos técnico-organizativos. En definitiva, y como ha recogido la jurisprudencia, el poder de dirección es la contracara de la subordinación. Existe poder de dirección en la medida que existe subordinación y este “poder de dirección se manifiesta externamente en la potestad de impartirle órdenes al trabajador sobre cómo y cuándo efectuar el trabajo, controlarlo durante su desarrollo y aplicarle correctivos de tipo disciplinario cuando la actuación del asalariado no sea satisfactoria, suministrar las materias primas necesarias para la realización del trabajo, entre otras potestades”16. La estrecha interdependencia entre el poder de dirección y la subordinación ha determinado que el ejercicio de este poder se vuelve un indicador cada vez más relevante de la existencia de un contrato de trabajo o de la presencia de una pluralidad de empleadores (empleador complejo), cuando el poder de dirección es compartido entre diversos sujetos. En tal sentido, Castello, en posición recibida por la jurisprudencia nacional, expresa que cuando existe una pluralidad de empresas que organizan, dirigen y se benefician simultáneamente de los servicios de un trabajador, una de ellas asumirá una responsabilidad directa con relación al trabajador17. 3. Poder de dirección y responsabilidad patronal Admitido el poder de dirección y determinado su ámbito, es necesario precisar sus responsabilidades, su fundamento y sus límites. La primera consideración a realizar es que el poder de dirección es una potestad reconocida al empresario para la organización técnica de su empresa. Hablamos de potestad y no de derecho. El titular de un derecho tiene plena libertad para ejercerlo o no, y la omisión de su ejercicio no le apareja ninguna responsabilidad o sanción: es más, puede hacer perecer ese derecho por su no ejercicio. La potestad es en cambio un atributo, una expresión de soberanía, cuya titularidad otorga facultades pero también crea responsabilidades. Los ejemplos abundan fuera del ámbito empresarial, desde las potestades de los Poderes de un Estado hasta la potestad otorgada a los padres sobre sus hijos: todas estas potestades participan de esa característica recién apuntada. Otorgan facultades, que deben ser ejercidas puesto que su no uso hace nacer responsabilidades en su titular. Así incurrirá en responsabilidades el Presidente de un Estado que no hace uso de sus poderes reglamentarios, o los padres que no ejercieran su patria potestad. Esta primera reflexión ayuda de por sí a encuadra el poder de dirección dentro de un contexto de responsabilidades sociales, sustrayéndolo al ámbito de la pura discrecionalidad privada. Krotoschin percibió claramente este aspecto, al señalar que “el empleador tiene el derecho de organizar técnicamente la empresa y el deber de hacerlo de tal manera que no se lesionen derechos personales y patrimoniales del trabajador, tampoco su seguridad o integridad psicofísica. Pertenece a este deber el de procurar que el trabajador no incurra en responsabilidades, ni frente al empleador, ni frente a tercero, por haberse omitido la cooperación necesaria que evite, en lo posible, falta de dependiente”18. La principal expresión del poder de dirección es –como anticipáramos– la organización técnica del trabajo. Visto desde este ángulo, el poder de dirección es la potestad de elegir, de organizar, de acondicionar técnicamente el lugar de trabajo, de decidir los cambios necesarios que impongan las circunstancias a lo largo de la vida de la empresa19. Para dirigir, para organizar, el empresario deberá optar entre técnicas y decisiones diversas. Es por lo tanto importante destacar que en la raíz del ejercicio de cada acto de dirección existe una elección, y el empresario es jurídicamente el responsable de esa opción, pues a él se le ha reconocido la titularidad de su ejercicio. No puede por lo tanto el empresario alegar la incapacidad del trabajador como justa causa de un despido, pues ese trabajador no le fue impuesto, sino que él lo eligió; no podrá invocar la crisis financiera de la empresa para retrasar el pago de los salarios, puesto que las elecciones financieras fueron por él determinadas en uso de sus facultades; tampoco podrá invocar la falta de culpa en un accidente de trabajo, puesto que su responsabilidad objetiva es la contrapartida del amplio margen de elección que se le brinda en materia de seguridad industrial. Por lo tanto el poder de dirección se proyecta a todos los aspectos organizativos de la empresa, al modo en cómo administrar la misma, a las decisiones sobre los costos laborales y las cargas que derivan de otros agentes (DGI, BPS, etc.). La contracara de este poder, es el riesgo que el empleador asume al dirigir la empresa, que no es trasladable al trabajador. El empleador dirige la empresa y –para bien y para mal– debe atenerse a las consecuencias del ejercicio de ese derecho que tiene. 4. Fundamentos del poder de dirección Es inevitable al abordar el tema en estudio, referirse a los fundamentos jurídicos en que se asienta esta potestad reconocida a una sola de las partes en el contrato de trabajo, máxime, si nos enfrentamos a un ordenamiento como el nuestro en el que no existen previsiones sobre el poder de dirección del empresario. Para la doctrina clásica, el poder de dirección está constituido por un conjunto de derechos derivados de la propiedad y el contrato, frente a trabajadores contratados en virtud de un arrendamiento de servicio, cuyo criterio es la subordinación jurídica 20. Frente a una fundamentación tan fría y privada de todo contenido social, se ha tratado de fundamentar el poder de dirección en criterios distintos del que la ese poder con la titularidad de los medios de producción. En nuestro derecho, Barbagelata ha expresado que “el establecimiento es una organización social destinada al logro de uno o varios objetivos económicos. Como organización supone un cierto orden, conforme al cual se reglará la actividad de los agentes destinados a dar cumplimiento a sus fines”. Dicho orden tiene su fuente en un poder de dirección21. En su aparición histórica –agrega Barbagelata– el poder de dirección está ligado al “patrono-empresario” que al instalar su fábrica o comercio y al contratar su personal, se reserva –como lógica consecuencia– la dirección del establecimiento. Por lo tanto, el poder de dirección sería una consecuencia del contrato 22. Para Durand, la empresa es una comunidad organizada y jerarquizada, cuyos miembros colaboran bajo la autoridad natural de su jefe. “El empleador dispone, como jefe de la empresa de tres prerrogativas: de un poder legislativo, de un poder de dirección y de un poder disciplinario. El fundamento de las prerrogativas del jefe de empresa se encuentra en las responsabilidades que asume. En nuestra organización económica, el empresario se encarga de asegurar la producción y el intercambio, corre con los riesgos de la explotación y debe asegurar el bien común de los miembros de la empresa” 23. Esta posición podría calificarse de “funcionalista”, al considerar que el poder de dirección es un poder funcional del jefe jerárquico de una comunidad. Camerlynck y Lyon Caen critican la posición de Durand, que califican de neopaternalista. En la empresa –expresan– no existe una verdadera comunidad: no hay una solidaridad sentida y aceptada entre el personal y los dirigentes. El empleador no es, bajo ningún título, el gerente de una empresa comunitaria, dotado de un poder funcional y obligado a rendir cuentas del mismo al juez o a la colectividad obrera. Admitido y despedido discrecionalmente, subordinado jurídicamente, de hecho el asalariado no forma parte de la empresa: está a si servicio 24. Para estos autores “como consecuencia del propio dinamismo del vocablo empresa, ésta exige desde el principio y para su funcionamiento una voluntad, un poder supremo de dirección, que asume al mismo tiempo, la responsabilidad de ésta”. Y agregan con cierta dosis de sarcasmo: “Si bien se exigen diplomas universitarios, exámenes o concursos para ser veterinario o perito contable, para dirigir un navío o para mandar una sección de operarios, cualquier individuo puede convertirse en jefe de empresa sin ningún título particular, sin garantía moral y sin competencia jurídica o técnica”25. Montoya Melgar descarta también las pociones que intentan fundamentar este poder en ese “vago carácter institucional o comunitario que algunos atribuyen a la empresa, explicaciones éstas de alcance más político-social que jurídico y actualmente en franco y justificado declive”. El autor pone como fundamento del poder de dirección la “satisfacción del genérico derecho de crédito del empresario capitalista” que exige por imperativo de la naturaleza de la relación laboral, la existencia de un haz de poderes destinado a la organización general de la empresa. Esa suma de poderes es la contrapartida de la situación de sujeción en la que se encuentra el trabajador 26. Rosenbaum considera que el poder disciplinario encuentra su fundamento en la “autonomía colectiva”, que se sitúa entre la autonomía individual (por ella limitada) y la ley, a la cual se subordina. En estos grupos existen manifestaciones de poder, que obligan a los miembros en virtud de su pertenencia al grupo y se legitiman en las necesidades de cohesión y supervivencia del grupo. De tal forma –concluye Rosenbaum– el poder disciplinario es un complemento del poder directivo, a través del cual se actualiza la coercibilidad de las normas y órdenes derivados de su ejercicio 27 Alonso Olea fundamenta el poder de dirección en la causa misma del contrato. Del trabajo productivo del hombre –expresa– resultan ciertos frutos que al decir de Adam Smith, son su recompensa natural: en el estado original de las cosas, estos pertenecían al ejecutor del trabajo. El derecho del trabajo toma como base una realidad contraria, es decir una realidad social en la cual los frutos son atribuidos ab initio a persona distinta de quien los produce. El “ajeno” que recibe los frutos y remunera al trabajador, tiene el derecho de impartir órdenes sobre el lugar, el tiempo y el modo de producción, y sobre la clase y cantidad de los frutos cuya titularidad le corresponde 28. La posición del autor español tiene el mérito de prescindir de toda consideración institucionalista o comunitaria, para atenerse estrictamente a lo que surge de la relación promovida por un contrato de trabajo. La ajenidad en los frutos se vuelve en definitiva el fundamento del poder de dirección, y será este mismo fundamento el que justificará la ajenidad del trabajador en los riesgos de la empresa. Con lo cual llegamos nuevamente a la conclusión esbozada en el numeral anterior, en el sentido que quien asume la dirección de la empresa es el único responsable de sus riesgos. Consideramos por nuestra parte que la fundamentación de Alonso Olea, jurídicamente ajustada, tiene sin embargo el inconveniente de dar al poder de dirección una extensión extremadamente amplia, pudiendo justificarse en esa relación de cambio muchos excesos patronales. Consideramos que esa fundamentación debe ser matizada, atenuada con la consideración de elementos teleológicos, que no pueden ser sacrificados en aras de una abstracta juridicidad. Es por eso que concluimos considerando que el poder de dirección se fundamenta en una relación de cambio, por la cual el trabajador enajena el fruto de su trabajo a favor de un empleador quien se obliga a dirigir este trabajo, encuadrando su poder de dirección en el marco de la organización de la actividad productiva de la empresa. La organización de la actividad productiva se vuelve así el fin y el límite del ejercicio del poder de dirección. Una de las más importantes proyecciones del poder de dirección es el conjunto de facultades disciplinarias que el mismo otorga al empleador, y que examinaremos a continuación. 5. El poder disciplinario El derecho del trabajo se caracteriza por poseer criterios e institutos que a veces resultan paradójicos. Hay en esta disciplina y en la realidad social que ella regula fuerzas contradictorias, que determinan precisamente las paradojas de las que hablamos. Es así –por ejemplo– que en el derecho del trabajo tiene especial importancia el principio protector. La esencia misma de la disciplina es la de establecer tutelas especiales para el trabajador, que compensen la desigualdad inicial que es típica del contrato laboral. Sin embargo –y he aquí la paradoja– el empleador, es decir la contraparte más fuerte en el contrato, es titular de un poder de coacción sobre el trabajador, desconocido en el derecho común y que le permite, al decir de Rosenbaum, “ser juez y parte en una causa propia”29. El empleador en uso del poder disciplinario, puede autocalificar determinada conducta como “falta” y aplicar la sanción que él considere conveniente, sin –en principio– ningún control externo. Los controles recién podrán venir luego, cuando ya la calificación se hizo y la sanción se aplicó. Esto sería impensable en otras relaciones contractuales: sería inadmisible, por ejemplo en el derecho de los arrendamientos, que el propietario pudiera juzgar la conducta del inquilino y en base a esa calificación proceder a la expulsión del mismo de la finca, sin ningún control jurisdiccional previo. Pese a tal paradójica realidad, en el mundo del derecho del trabajo, los juslaboralistas en general no discuten la existencia y legitimidad del poder disciplinario, como consecuencia de ese poder de dirección, cuyos fundamentos están consignados en los numerales anteriores. Castello recuerda que nuestro país carece de normativa legal que regule de manera expresa y sistemática la potestad disciplinaria del empleador. Sin embargo pueden señalarse algunas normas que de manera indirecta, parcial o lateral hacen referencia a la misma, lo que evidencia que la existencia de esta facultad no es totalmente extraña o desconocida por nuestro ordenamiento jurídico laboral 30. El autor señala diversos ejemplos: el decreto de 26.04.1963 (arts. 30 y 50) reglamentario de la ley de licencia (Ley Nº 12.590), el decreto-ley 15180, art. 4, literal C relativo al régimen de seguro de desempleo y en su decreto reglamentario Nº 14/1982 art. 9, lit. C, en el decreto-ley 14.407 art. 31, num. 6 sobre enfermedad común, el Decreto Nº 89/995 relativo a seguridad e higiene en la industria de la construcción31. 6. Los límites del poder disciplinario El poder, como todo poder, tiene siempre un elemento de tensión en su base: existe por parte de quien lo ejerce una tendencia natural a la expansión, mientras que quien debe acatarlo, trata de resistirlo, exigiendo límites al mismo. Esta comprobación se aplica también al poder disciplinario en la relación de trabajo. La primera importante precisión es que el poder disciplinario no es absoluto. “El poder disciplinario –expresa nuestra jurisprudencia– no es irrestricto y con ello no se desconoce su existencia, sino su alcance, dado que además ningún derecho es absoluto, todos ceden ante el interés ajeno lesionado o el interés común que es superior al individual... Como tal derecho puede ejercerse en forma correcta o abusivamente (art. 1321 C. Civil), pues según Josserrand (“Del abuso de los derechos y otros ensayos”, pág. 26 y siguientes) el ejercicio de un derecho no es de ningún modo incompatible con la noción de culpa, pues debemos ejercer aquellos de forma prudente, porque cada derecho tiene una misión, una razón de ser, por lo que ese fin y móvil constituirán el centro nervioso de la teoría del abuso, permitiendo la moralización del derecho y en el tema que nos interesas ello significa que las medidas disciplinarias deben estar justificadas objetivamente (Krotoschin, Tratado Práctico de Derecho del Trabajo, vol. 1, pág. 328)” 32. En otro fallo se consigna que “la potestad disciplinaria del empleador no es un poder absoluto, sino que tiene límites y es susceptible de revisión judicial”33. Castello señala que la jurisprudencia, ajustándose a los criterios indicados, atribuye importancia también “a la finalidad u objetivo que debe perseguir el empleador cuando ejerce la potestad disciplinaria. Al respecto puede afirmarse que existente una tendencia consolidada que señala que las sanciones solamente son legítimas si tienen como finalidad corregir, enmendar o encausar la conducta del trabajador en la empresa” 34. Otro aspecto que se destaca es que la potestad disciplinaria tiene por finalidad mantener un clima de mutuo respeto en la comunidad laboral, sancionando la indisciplina y el desorden incompatibles con el efectivo rendimiento de los trabajadores 35. Afirmar que el poder disciplinario no es absoluto significa reconocer la existencia de límites. Surge pues la cuestión de determinar cuáles son esos límites. Para ello debemos reconocer que el poder, todo poder, tiene siempre un elemento de tensión en su base. Existe por parte de quien lo ejerce una tendencia natural a la expansión, mientras que quien debe acatarlo, trata de poner límites al mismo. Esta comprobación puede perfectamente aplicarse al poder de dirección y al poder disciplinario. Es más, podría decirse que la historia del trabajo a partir de la revolución industrial hasta nuestros días, ha sido y es la lucha entre un empleador que quiere expandir sus poderes y el colectivo de trabajadores que quiere limitarlos. Al hablarse de límites del poder disciplinario, podemos hacer una primera clara diferenciación entre límites internos o funcionales y límites externos o normativos. Los primeros tienen una fundamentación principista, basada más que en normas concretas, en la concepción que una colectividad dada tiene del trabajo y de la actividad productiva. Cierto grado de indeterminación que está a la base de estos límites, hace que sean más imprecisos y presenten muchas veces dificultades de prueba al ser invocados. La doctrina afirma que están tácitamente incluidos en el contrato de trabajo, pero si eso puede ser cierto, lo será en la medida que se considere que determinadas concepciones básicas de la colectividad forman tácitamente parte integrante de todo contrato. Los segundos –los límites externos o normativos– nacen, como la misma definición lo señala, de normas expresas (legales o convencionales). En este caso no hay nada librado a la intervención de los principios o a reglas tácitas: existe una norma que objetivamente fija un límite, una prohibición al poder de dirección, más allá de cualquier tipo de valoración. Consideramos que existen fundamentalmente dos límites internos o funcionales al poder de dirección en la empresa: a) El desarrollo de la actividad productiva: algunos autores, como Plá Rodríguez, individualizan este límite definiéndolo como el interés objetivo de la empresa 36. Nosotros preferimos circunscribir ese interés abstracto de la empresa a una finalidad más concreta: la actividad productiva de la misma. A través del contrato de trabajo, el trabajador se inserta en una organización empresarial técnica y administrativa y se subordina a un orden de dirección que precisamente debe “organizar” ese trabajo. El “interés objetivo de la empresa” parece confundirse con el interés del empresario, mientras que el desarrollo de la actividad productiva es un elemento finalista que al englobar la gestión empresarial en su conjunto, se proyecta sobre todas las partes. Un ejemplo muy simple podrá ayudar a clarificar el punto: el traslado de un establecimiento cerca del domicilio del empresario o en la localidad donde residen los miembros del consejo de administración de una empresa, podría ser invocado como interés objetivo de la empresa. Sin embargo, esa circunstancia no justifica tal medida, si luego se comprueba que ella redunda en perjuicio de la actividad productiva. Por lo tanto, con Suppiej, afirmamos que debe considerarse ilegítimo todo uso del poder de dirección destinado a finalidades distintas del desarrollo de las actividades productivas37. b) La condición humana del trabajador. El segundo límite interno o funcional deriva de la condición humana mismo del trabajador. Hay que encauzar el poder de dirección en un clima de respeto a la dignidad y de la libertad humana en los lugares de trabajo, evitando además que el mismo se concrete en situaciones antijurídicas que lesionen la seguridad y la salud del trabajador38. Este imperativo tiene en nuestro derecho rango constitucional, en cuanto el art. 54 de la Carta expresa que la ley deberá “reconocer a quien se hallare en una relación de trabajo o servicio, como obrero o empleado, la independencia de su conciencia moral y cívica, la justa remuneración, la limitación de la jornada; el descanso semanal y la higiene física y moral”. En esta óptica el poder de dirección es antijurídico no sólo cuando causa un perjuicio directo al trabajador, sino también en muchas otras situaciones: así por ejemplo, cuando se pone potencialmente en peligro la salud del trabajador tomando medidas inadecuadas sobre condiciones de higiene y seguridad en los lugares de trabajo; cuando se impide la existencia de un clima de respeto que permita efectivizar su independencia moral y cívica; cuando se utiliza el poder de dirección para obstaculizar o impedir el ejercicio de los derechos gremiales del trabajador, cuando finalmente, bajo pretexto de dar una orden, se está atacando y ofendiendo la dignidad de ese trabajador. En lo referente a los límites externos, es decir aquellas prohibiciones objetivas, independientes de todo tipo de valoración, podemos distinguir: a) Las normas de origen etático. Son limitaciones que las leyes, los decretos y demás normas de origen etático ponen al poder de dirección el empresario. Toda vez que determinada norma reconoce un derecho del trabajador, estará limitando las facultades del empleador, Así, cuando se establece una limitación de horario, cuando se legisla sobre nocturnidad, cuando se establecen regímenes de licencia o cuando se estatuye sobre la estabilidad del trabajador (y la lista podría seguir con muchos otros ejemplos), en realidad se está limitando la potestad del empleador en esos distintos campos. En algunos casos las prohibición es total, en otros se sanciona al empleador con multas, en otros finalmente (como el despido en nuestro país) se crea una astricción al poder de dirección (el empleador puede despedir, pero debe pagar una indemnización). b) Las normas de origen colectivo. Los convenios colectivos se proyectan con fuerza de ley sobre el poder de dirección, limitándolo en la medida en que reconocen nuevos derechos a los trabajadores. c) El reglamento interno. Pese a su nombre, el reglamento interno –que es dictado en uso de los poderes de dirección– constituye un límite externo y objetivo a las facultades del empresario. Mediante el reglamento interno, el empresario exige determinadas conductas. Estas exigencia estarán limitadas por los límites interno (no deberán ser contrarias al desarrollo de la actividad productiva y a la salud y dignidad del trabajador) y externo (las normas legales y colectivas): una vez superado este examen y plasmado en normas, el reglamento interno se vuelve a su vez un límite externo (es decir objetivo y extraño a todo tipo de valoración ) al poder mismo del empleador, que no podrá exigir conductas distintas de aquellas que exigió en las normas del reglamento. d) El contrato de trabajo. Finalmente, el contrato de trabajo expresamente suscrito por las partes constituye un límite externo al poder de dirección del empleador. Si éste se obligó a través del contrato a hacer o no hacer determinadas cosas, deberá respetar lo pactado, porque en caso contrario el ejercicio de su poder de dirección deberá considerarse antijurídico. Repetimos que en nuestro concepto sólo el contrato de trabajo escrito puede considerarse un nuevo límite externo al poder de dirección del empresario. El contrato tácito limitará ese poder de dirección, pero no directamente, sino a través de los ya examinados límites internos o funcionales y externos o normativos. 7. Las faltas y las sanciones En nuestro derecho no existe un código de conducta y sanciones en materia laboral. Podemos afirmar que hay prácticamente una ausencia total de previsiones en lo que se refiere a la determinación de las faltas y de las sanciones y a la fijación de un procedimiento destinado a articular la defensa de un trabajador y salvaguardar sus intereses. 7.1. Las faltas Sin definición legal, pueden conceptuarse como inobservancia de cualquier obligación laboral o la resistencia a las órdenes impartidas por el jefe. La gama de faltas es amplísima. A vía de ejemplo, podemos señalar las más comunes como ser inasistencias, llegadas tarde, daños intencionales, disminución voluntaria del rendimiento, peleas, embriaguez, etc. Si bien no hay normas legales sobre cómo deben valorarse las faltas, podemos indicar algunas reglas que han recibido la conformidad de la doctrina y la jurisprudencia: • La falta debe ser voluntaria, intencional. Por ejemplo, un obrero que resulta inepto en el nuevo puesto que le adjudican, no puede ser sancionado 39. • No deben efectuarse discriminaciones al calificar la conducta que se considera falta. • Debe transcurrir un período razonablemente breve entre la falta y la comunicación de la sanción. • Como reiteraremos más adelante, por una misma falta, no deben aplicarse dos tipo de sanciones diferentes (non bis in idem). 7.2. Las sanciones La sanción disciplinaria es el instrumento a través del cual se materializa el ejercicio de la potestad disciplinaria. Si el poder disciplinario no pudiera aplicar sanciones, sería un mero poder moral que no suscitará obediencia y no un poder jurídico para castigar y corregir los incumplimientos. Como ha expresado la doctrina, la sanción disciplinaria es aquella medida del empleador dirigida al mantenimiento del orden productivo de la empresa, que supone una disminución punitiva de algún bien jurídico del trabajador individual en cuestión. Puede ser considerada una pena privada de naturaleza punitiva y desde el momento en que se ha reconocido que el empresario al sancionar ejerce una potestad privada, no parece posible otra solución que aceptar la naturaleza de la sanción disciplinaria40. Castello por su parte expresa que “la justicia laboral acepta un elenco bastante amplio de sanciones disciplinarias, que van desde las consideradas como más leves o menos gravosas para el trabajador, como serían la aplicación de observaciones verbales y de amonestaciones por escrito, pasando por un grado intermedio que estaría constituido por la aplicación de una suspensión del trabajo por tiempo determinado, hasta llegar a la sanción máxima que sería el despido por notoria mala conducta”.41 Examinemos a continuación los distintos tipos de sanciones posible y cuáles ha aceptado por nuestra jurisprudencia. 7.2.1. Sanciones morales Son sanciones leves. Las más comunes son la advertencia y la amonestación o apercibimiento (en este ultimo caso se advierte al trabajador que de reiterarse la falta, se aplicará una sanción más grave). 7.2.2. Suspensiones Las suspensiones disciplinarias son interrupciones del trabajo impuestas por el empleador a los efectos de sancionar determinada conducta del trabajador y que tiene como consecuencia la pérdida del salario durante el período de dicha interrupción. La jurisprudencia considera que sancionar con una suspensión en ejercicio prudente y mesurado del poder disciplinario, es lícito pero, como tal potestad ni puede ser aplicada en forma antojadiza o arbitraria, la aplicación de las sanciones debe responder a criterios de gradualidad y razonabilidad 42. En otras palabras, el empleador ante determinada falta puede aplicar legítimamente una suspensión, aunque también el posible que los jueces la atemperen, porque el plazo de suspensión se consideró excesivo. Con relación al término de la suspensión la jurisprudencia ha aceptado el criterio de los 15 días como límite máximo de las suspensiones, que fue difundido hace décadas por el antiguo Instituto Nacional del Trabajo y se ha transformado en un verdadero uso en las relaciones laborales. La posibilidad de aplicar suspensiones está implícitamente reconocida por la Ley Nº 12.590 que, entre los días no descontados a los efectos de la licencia, señala “la paralización de los trabajos no imputable al trabajador”, de lo cual se desprende a contrario la existencia de paralizaciones imputables al trabajador. El decreto reglamentario de la Ley Nº 10.684 era más explícito al expresar que se consideraba causa imputable al trabajador las sanciones disciplinarias. La extensión de la suspensión depende de varios factores, como son la entidad de la falta, los antecedentes del trabajador, la categoría laboral, la posición jerárquica, las costumbres del establecimiento. Siempre con relación a la extensión de la suspensión, el Tribunal de Apelaciones del Trabajo ha entendido que una suspensión sin establecer fechas –es decir, una suspensión sine die– es un despido tácito43. Pero cabe preguntarse si es lícito suspender a un trabajador hasta que se produzca el cumplimiento de una condición que forma parte de su obligación laboral, como por ejemplo usar la corbata por las particularidades del ambiente laboral (un banco, un estudio de profesionales, etc.). ¿Podría decirse “Ud. está suspendido hasta que no concurra a trabajar con corbata”? Una vieja sentencia de 1947 del Juzgado de Paz de las 3a sección expresaba que “debe admitirse que por vía de sanción disciplinaria la empresa puede suspender a sus servidores hasta tanto éstos den cumplimiento a órdenes suyas perfectamente legítimas”44. Otra cuestión que se plantea es si cabe distinguir entre la suspensión normal –con la consiguiente privación del salario– y la suspensión que significa una separación del cargo sin pérdida del salario. Parece evidente que en el primer caso deberán examinarse con mayor severidad todos los elementos que rodean la suspensión, aunque no debe excluirse que en el segundo caso la medida puede provocar daños inmateriales tanto o más graves que la pérdida del salario. Una suspensión que se verifica con cierta frecuencia en nuestro sistema y que generalmente supera el plazo de los 15 días, es la suspensión preventiva del sumario. La doctrina parece coincidir en el hecho que el sumario constituye una garantía para el trabajador. Por lo tanto si no se comprueba la notoria mala conducta del mismo, deberá abonársele el salario íntegro de los días de suspensión, si el sumario solo aplica una suspensión, deberá procederse a descontar los días de suspensión determinados por el sumario de la suspensión preventiva y abonarse la diferencia. En el caso en cambio que se comprobara la notoria mala conducta, parecería lícito retrotraer la fecha del despido al momento en que el trabajador fue suspendido provisionalmente, y en tal caso no debería abonarse los salarios perdidos por la suspensión. 7.2.3. Multas Son sanciones de tipo económico que consisten en la retención por parte del empleador de parte o todo el salario que corresponde al trabajador, como castigo por una conducta indebida o por perjuicio que esa conducta aparejó para el empleador. El caso es pues distinto del de la suspensión: la privación del salario por los días de suspensión no es multa, porque en este caso no hay salario ni trabajo, mientras que en la hipótesis de la multa hay trabajo sin retribución o con retribución parcial, puesto que la ganancia del trabajador debe ser entregada al empleador en concepto de sanción. La Constitución de Querétaro, en la Fracción XVIII del art. 123, expresa que son condiciones nulas en el contrato de trabajo “las que permitan retener el salario en concepto de multa”. En nuestro derecho el art. 1, Lit. D de la Ley Nº 9.910 (trabajo a domicilio) dispone que “en ningún caso se permitirá la aplicación de multas a los obreros”. Debemos también recordar la prohibición genérica establecida en la Ley Nº 3.299 de 25/VI/1908 que prohíbe la retención de sueldos. Hay normas de nuestro ordenamiento positivo –caídas en desuso– que contienen previsiones expresas sobre la posibilidad de aplicar multas. Así la Ley Nº 5.350 y el Decreto de 29/X/57 establecen que el empleador exigirá al trabajador al ingresar al establecimiento declaración escrita de si trabaja o no en otro establecimiento y en caso afirmativo al número de horas que lo hace. Si el trabajador suscribe una declaración falsa, se lo penará con multa de hasta el exceso de salario de un mes. Por su parte, el Decreto 281/980 de 20 de mayo de 1980 dispone que las faltas disciplinarias cometidas a bordo por lo tripulantes serán sancionadas con multas que dispondrá el capitán o patrón. Estas multas –sujetas a revisión por un procedimiento administrativo en el Tribunal de Faltas de Prefectura– son en unidades reajustables y su producido debe ser vertido por el Armador a la Prefectura. La aplicación de la multa –se aclara– no trae aparejada “bajo ningún concepto” la suspensión del tripulante en sus funciones. Pese a las normas comentadas, Castello destaca que “basándose en el principio de la intangibilidad del salario, la jurisprudencia se ha manifestado de manera uniforme en cuanto a rechazar las multas como forma de sanción disciplinaria. Las mismas suponen una privación del salario pese a que el trabajador brindó sus servicios, convirtiéndose de esa forma en una retención o descuento indebidos en la medida que no existe ley, laudo o convenio colectivo que los habilita, tal como lo prescribe el Convenio Internacional de Trabajo Nº 95, en su art. 8”45. 7.2.4. La revisión del contrato En algunos países se ha admitido la modificación del contrato (traslado, reducción de categoría, cambio de funciones) como sanción disciplinaria. En otros países, como Argentina, se ha excluido a texto expreso esa posibilidad: en efecto, el art. 69 de la Ley de Contrato de Trabajo (Ley Nº 20.074) dispone que “no podrán aplicarse sanciones disciplinarias que constituyan una modificación del contrato de trabajo”. Estas sanciones, en principio, no son admitidas por nuestra doctrina y por la jurisprudencia. Sin embargo, debe destacarse que el convenio colectivo que suscribió el 20 de agosto de 1986 A.E.B.U. y la Asociación de Bancos se preveía expresamente como sanciones la rebaja de calificación, el traslado y la rebaja de grado. Esta posibilidad de revisión del contrato como sanción disciplinaria sigue hoy incluida en la mayoría de los convenios suscritos en forma separada entre A.E.B.U. y las diversas instituciones bancarias. Evidentemente la calidad y el poder de los sujetos que intervienen en nuestro sistema de relaciones laborales en el sector bancario legitiman un tipo de sanción, que apriorísticamente podría rechazarse en el plano teórico, y que en la práctica pueda significar para el trabajador –ante una grave falta– un “mal menor” que el despido. 7.2.5. El despido El despido es la máxima sanción y como establece nuestro ordenamiento jurídico, cuando se produce por notoria mala conducta del trabajador, no debe ser indemnizado. De todos modos la opinión que el despido es una sanción, si bien mayoritaria, no es unánime. Se apartó en efecto de este criterio el TAT 1º, en integración Keuroglián, De Paula y Perez Brignani y posteriormente De Paula Perez Brignani y Morales, que consideró que el despido no es una sanción en sí mismo, sino que es una rescisión que puede originarse en el incumplimiento grave del trabajador, por lo cual nada impide que el despido haya sido precedido por una suspensión46. Determinar si el despido es o no una sanción importa a los efectos de la aplicación en la materia que nos ocupa del principio non bis in idem. La jurisprudencia considera que no pueden aplicarse dos sanciones diferentes ante una misma falta invocando precisamente dicho principio: por ejemplo ante una inconducta del trabajador, la empresa no puede aplicar una sanción de 14 días y en el momento en que éste retorna, despedirlo por notoria mala conducta: ello en virtud precisamente del principio “non bis in idem”, que si bien no tiene fundamento expreso en textos legales, debe ser aplicado al juzgar el poder disciplinario 47. La indicada opinión minoritaria del TAT 1º de no considerar el despido una sanción, lleva implícita una conclusión contraria: al no considerar el despido una sanción, es posible sancionar al trabajador con una suspensión y –si existieron los elementos constitutivos de la notoria mala conducta– despedirlo. En el planteo del TAT 1 no se viola el principio del non bis in idem, porque no se está ante el caso de dos sanciones. La posición de todos modos es minoritaria y no ha sido seguida por jurisprudencia posterior del Tribunal con una distinta integración. 8. El sumario El sumario constituye un procedimiento por el cual el empleador investiga si el trabajador ha incurrido en determinada falta y constituye al mismo tiempo una garantía para el trabajador. Aunque en muchos casos se lo conceptualiza como un castigo aplicado al trabajador, su finalidad es la de esclarecer la verdad y tutelar los derechos del trabajador. Santana expresa que “el sumario consiste en la regulación del ejercicio del poder disciplinario por el empleador, reflejo de la función pública proyectado en la actividad privada. Se trata de un medio auxiliar para ejercer dicho poder con justicia. El sumario no se hace para sancionar, sino para determinar el por qué de las cosas. La sanción puede ser una de las consecuencias de esa averiguación”48. En general el sumario se aplica en los casos en que normas expresas lo establecen por lo que, en la actividad privada, se cumple en los casos en que existan previsiones en los convenios colectivos o en los estatutos de las sociedades empleadoras. Como indicamos al hablar de las suspensiones, en muchos casos durante la realización del sumario no se le abona al trabajador el salario. Eso obliga a realizar el sumario en tiempos muy breves, puesto que se le está privando al trabajador de su salario, sin haber definido su eventual responsabilidad en los hechos investigados. El TAT 1º ha dicho que “el sumario, que es una garantía, debe tener una duración razonable. La duración excesiva causa perjuicio, que el dependiente no está obligado a tolerar” 49. Agrega Santana que “la sumariedad significa que debe realizarse en un plazo razonable, evitando dilaciones innecesarias. La documentación escrita facilita el adecuado y posterior contralor judicial. Por último la sanción debe responder a los incumplimientos constatados en el expediente, sin que en la resolución sancionatoria quepa adicionar nuevos hechos incriminantes”50 Para que el sumario tenga garantías de imparcialidad y objetividad, Santana considera que la persona que lo tramita no puede ser quien tiene atribuido el poder disciplinario51. También deben existir mínimas garantías de defensa para el trabajador sumariado y el presunto infractor debe poder oponer cuantas alegaciones y pruebas sean susceptibles de destruir la realidad de los hechos que se le imputan o su participación en los mismos52. 9. Derecho Disciplinario Un tema teórico pero con importantes repercusiones prácticas es determinar si en nuestro ordenamiento jurídico podemos hablar de la existencia de un derecho disciplinario. Requisitos de este posible derecho es la necesidad que la persona que es objeto de la sanción, tenga la posibilidad de saber los motivos por los que se la sanciona y la posibilidad de articular su defensa. La realidad demuestra que no hay reglas escritas y en la generalidad de los casos la comunicación de las faltas y la defensa del trabajador, dependen más de la buena fe del empleador que de normas que determinen determinado procedimiento. En nuestro sistema de relaciones laborales por lo tanto el empleador decide por sí mismo y sin recurso posible, incluso sin convocar al interesado para escuchar sus descargos. Sin perjuicio de ello en la valoración de la prueba los jueces estarán atentos a todo elemento que muestre la correcta y justificada comunicación de la sanción y la oportunidad de defensa del trabajador, que a veces se concreta simplemente en asentar sus descargos en la hoja en la que le comunican la sanción y los motivos. De todos modos –y esto nos permite reconocer a lo sumo un rudimentario derecho nacional en materia de poder disciplinario– el problema central es que toda revisión judicial solo puede ser hecha a posteriori de la aplicación de la sanción. No existe ningún procedimiento preventivo que asegure un control inicial sobre la justeza de las causas y motivaciones de una sanción. Sólo excepcionalmente, los convenios colectivos prevén la instrucción de sumarios. Evidentemente son innegables los inconvenientes del control judicial posterior. En primer lugar, este control sólo opera en el caso que el trabajador recurra a la Justicia, hecho poco frecuente por la complejidad del procedimiento laboral y por el temor al despido (si la sanción fue, por ejemplo, de suspensión). En segundo lugar, aún de recurrir a la justicia, se traslada el trabajador a una importante cuota de la carga de la prueba, especialmente en aquellas situaciones en que existe abuso del poder disciplinario. Pese a la ausencia de normas disciplinarias, podemos afirmar que –por impulso de la doctrina y la jurisprudencia– se ha ido delineando en el país un código de prácticas disciplinarias, que podemos resumir en las siguientes reglas: • Debe existir proporcionalidad entre la falta y la sanción. • Las sanciones deben ser graduadas, progresivas. • Las suspensiones no deben superar un máximo de 15 días. • Toda sanción para que tenga efectos relevantes debe ser comunicada por escrito al trabajador. • La comunicación escrita tiene especial importancia, cuando se le reconoce al trabajador el derecho de hacer sus descargos. • No existe en cambio ninguna norma habilitante, ni práctica reconocida de comunicar las sanciones al Ministerio de Trabajo. 10. Poder Disciplinario y Derecho Sindical El poder disciplinario y el derecho sindical tiene dos momentos importantes de interferencia. El primero se refiere al hecho que la huelga como “alteración del contrato de trabajo” constituye en si un incumplimiento contractual, es decir una falta, que sin embargo el derecho legitima como expresión de la libertad sindical. Lo cual significa que no es indiferente establecer si determinada ausencia del trabajador responde a una huelga: para que la conducta sea legítima, debe existir una huelga; en caso contrario podría argumentarse que el trabajador se ha ausentado ilegítimamente del trabajo o ha hecho abandono del mismo. La segunda situación de interferencia entre el poder disciplinario y el derecho sindical radica en el hecho que una de las formas más notorias de persecución sindical es precisamente la aplicación de sanciones disciplinarias. Diversas pueden ser las expresiones de esta tensión entre dos derechos: la convocatoria de una comisión disciplinaria (o la instrucción de un sumario, agregamos nosotros) inmediatamente después de declararse una huelga 53 ; la suspensión y/o la aplicación injusta de otras sanciones disciplinarias54; los cambios de tareas u horarios, la rebaja de remuneración55 ; el descenso de grado y/o la postergación en la carrera 56; los traslados con la finalidad de perseguir a militantes sindicales 57. Evidentemente cuando la medida disciplinaria obedece a la encubierta finalidad de perseguir a un militante sindical, operará la Ley Nº 17.940 que tutela precisamente la libertad sindical y el juez deberá anular el acto sancionatorio. 11. Conclusiones No podemos desconocer el hecho que si bien doctrina y jurisprudencia van perfilando concepciones en las que el poder de dirección y la potestad disciplinaria – además de un derecho– son fuente de responsabilidad patronal, la realidad no siempre se ajusta a estos criterios. Para muchos empresarios el poder de dirección, más que fuente de responsabilidades, es considerado como la herramienta fundamental para imponer la propia voluntad a los subordinados, al margen de cualquier consideración teórica. El empresario usa –y muchas veces abusa– de su poder de dirección, porque sabe que son muy pocas las oportunidades que tiene el trabajador para oponerse a dicho poder, sin hacer peligrar la relación e trabajo. El temor de perder el empleo en sociedades condicionadas por el espectro de la desocupación constituye el aliado más poderosos del poder de dirección: el trabajador acata ordenes, justas o injustas, porque sabe que de no existir previsiones especiales en el ordenamiento jurídico, su oposición a la orden generará sanciones o el despido. Por cada caso de uso indebido del jus variandi que llega ante los magistrados, por cada despido indirecto motivado en una desviación del poder de dirección, existirán miles de situaciones de acatamiento resignado que nunca llegarán a los estrados. Frente a esta realidad, es necesario crear –allí donde no existen– los instrumentos jurídicos necesarios para reglamentar el poder de dirección y ejercer el control sobre él; control que deber ser ejercido no en el momento de la crisis laboral (v.g., despido), sino durante la normal relación de trabajo. Es por otra parte evidente que algo tan consustanciado con la vida de trabajo en la empresa como es la relación de tensión entre el poder de dirección y la subordinación, no puede ser reglamentado abstracta y teórica, sino que debe surgir de una precisa valoración de los hechos. En este contexto consideramos que toda reglamentación del poder de dirección deberá partir de un examen del equilibrio o desequilibrio existente entre este poder y las posibilidades de resistirlo lícitamente. En aquellas sectores donde una fuerte organización sindical permite ejercer un control sobre el poder de dirección, el legislador deberá limitarse a reglamentar las áreas donde el ejercicio de ese poder es legítimos; en aquellas colectividades, donde en cambio no existen posibilidades reales de oposición por parte del trabajador al poder de dirección del empresario, la legislación deberá establecer normas que conduzcan a un equilibrio de las partes en el contexto de la relación laboral. En tal sentido una legislación que favorezca el fortalecimiento de la organización sindical y el acceso de representantes de los trabajadores a los métodos de gestión de la empresa, parece ser indispensable para un control real del poder de dirección. También debe reconocerse que el vacío legal ha sido integrado –como en tantos otros institutos laborales– por una rica construcción doctrinaria y jurisprudencial. Es precisamente la existencia de un derecho disciplinario de origen extra-legal que permite ajustar con sentido plástico las mutaciones de las transformaciones del trabajo a las necesidades de la dirección de las empresas y a la tutela de los derechos del trabajador. Todo ello atempera las críticas sobre la inexistencia de normas definidas y constituye un desafío para la doctrina y la jurisprudencia para seguir integrando el derecho, ajustándose a las realidades de las relaciones laborales de cada época. NOTAS 1 MARX Carlos, El Capital, Libro III, Sección V, Fondo de Cultura Económica, México 1971, p. 367. 2 RASO DELGUE Juan y MANGARELLI Cristina, “Apuntes sobre la noción de la empresa en el Derecho del Trabajo”, en revista Derecho Laboral, T. XXI, Nº 110, Montevideo 1978, p. 163. 3 MONTOYA MELGAR Alfredo, El poder de dirección del empresario, Madrid 1965, pp. 103 y 22. 4 ENRICO LUCIFREDI Clara, Evoluzione del Potere Direttivo nel rapporto di lavoro, Milano 1977, p. 17. 5 CATALÁ Nicole, “L’Entreprise” en Traité de Droit du Travail, dirigido por CAMERLINCK Guillaume Hubert, París 1982, p. 179. 6 MONTOYA MELGAR Alfredo, ob. cit. pp. 43, 142 y 152. 7 Idem, p. 147. 8 Idem, p. 148. 9 Idem, p. 152. 10 ENRICO LUCIFREDI Clara, ob . cit., p. 2. 11 Idem, p. 3. 12 Idem, p. 3. 13 Idem, p. 4. 14 RASO DELGUE Juan y MANGARELLI Cristina, ob. cit., p. 163. 15 ENRICO LUCIFREDI Clara, ob . cit., p. 2. 16 AJL 2003, c. 829 17 CASTELLO, Alejandro, Responsabilidad solidaria en el Derecho del trabajo, p. 125 y 126 18 KROTOSCHIN Ernesto , “Deberes de diligencia del empleador” en revista Derecho del Trabajo, Año XXXV, Nº 4, Buenos Aires 1975, p. 283. 19 CATALÁ Nicole, ob. cit., p. 188. 20 CAMERLINCK Guillaume Hubert y LYON CAEN Gerard, Derecho del Trabajo , Madrid 1974, p. 267. 21 BARBAGELATA Héctor-Hugo, El reglamento de Taller, Montevideo 1951, p. 25. 22 Idem, p. 26 23 DURAND Paul, Droit du Travail, citado por CAMERLINCK Guillaume Hubert y LYON CAEN Gerard, ob. cit., p. 268. 24 CAMERLYNCK Guillaume Hubert y LYON CAEN Gerard, ob. cit., p. 264 y 265. 25 idem, p. 257. 26 MONTOYA MELGAR Alfredo, Derecho del Trabajo, 2a Edic., Madrid 1978, pp. 317 y ss 27 ROSENBAUM RIMOLO, Jorge, “El poder disciplinario” en Catorce Estudios sobre la Empresa, Acali Editorial, Montevideo 1984, p. 243. 28 ALONSO OLEA Manuel, Derecho del Trabajo, 6a Edic., Madrid 1980 p. 12 y ss. 29 ROSENBAUM RIMOLO, Jorge, ob. cit., p. 238. 30 CASTELLO, Alejandro, “Criterios jurisprudenciales sobre la potestad disciplinaria del empleador”, en revista Derecho Laboral, t. XLIV, Nº 202, abril-junio 2001, p. 332. 31 CASTELLO, Alejandro, “Criterios... cit., p. 332 y 333. 32 AJL 2003, c. 833. 33 AJL 2004, c. 651 34 CASTELLO Alejandro, “Criterios... cit., pp. 335 (negritas del texto original); el autor remite a las sentencias en AJL 1992, c. 1147 y AJL 1994/1995, c. 963. 35 idem, TAT 3º, Sent. Nº 2 del 2.2.2000. 36 PLÁ RODRÍGUEZ Américo, Curso de Derecho Laboral, T. II, V. 1, Montevideo, 1978, p. 186. 37 SUPPIEJ Giuseppe, Il potere direttivo dell’imprenditore e i limiti derivanti dallo Statuto dei Lavoratori, Milano, 1972, p. 26 38 idem, p. 23 y 24. 39 AJL 1976, c. 1247. 40 SANTANA, Ricardo, El poder disciplinario del empleador en la empresa privada, FCU, Montevideo 2001, p. 101 41 CASTELLO, Alejandro, “Criterios..., p. 336 42 AJL 2006, c. 306. 43 AJL 1977, c. 391. 44 Sent. de 2 de octubre de 1947, publicada en la revista Derecho Laboral, T. I, pp. 184 y 185. 45 CASTELLO Alejandro, “Criterios... cit., p. 337 (negrita en el original); el autor cita la Sent. 106 del JLT 14 de 17.9.1999 y la Sent. Nº 347 de 13.12.1995 del TAT 2º 46 AJL 2004, c. 655 y AJL 2007, c. 449. 47 AJL 2004 c. 654, y AJL 2006, c. 307. 48 SANTANA, Ricardo, ob. cit., p. 159. 49 AJL 2004, c. 653. 50 SANTANA, Ricardo, ob. cit., p. 162. 51 SANTANA, Ricardo, ob. cit., p. 159. 52 idem 53 OIT, La libertad sindical, 3a edición, Ginebra 1985, caso 555 54 ERMIDA URIARTE, Oscar, La protección contra los actos antisindicales, Montevideo 1987 , p. 47 55 idem 56 OIT, La libertad ... cit., casos 544 y 556. 57 OIT, La libertad ... cit., cas o 556. Capítulo XX. NOVACIÓN Alejandro Castello 1. Introducción La durabilidad del contrato de trabajo hace que éste se vea sujeto a las presiones del contexto ambiental para introducir cambios. En muchos casos la válvula de escape se encuentra a través del ejercicio del jus variandi. De ese modo, el empleador puede adaptar las obligaciones de las partes en cuanto al tiempo (horario), espacio (lugar en el que se trabaja), tareas (asignación de nuevas funciones que no impliquen perjuicio profesional ni salarial) y hasta con ciertos límites la retribución (por ejemplo cambiando la forma de retribución, si no causa daño). En otras ocasiones, la alteración debe recaer sobre aspectos vedados (ajenos) a la potestad unilateral del empleador de variar las condiciones laborales. Se trata de cambios que afectan aspectos principales o centrales de la relación de trabajo, como es el caso del nivel de la retribución, la carga horaria de trabajo o la categoría que desempeña el empleado, entre otros. Naturalmente, la cuestión no ofrece dificultad cuando se trata de acuerdos que mejoran la situación económica o profesional del trabajador, sino cuando traen como resultado un empeoramiento de las condiciones bajo las cuales cumple su trabajo. Esta última situación se ve con mayor frecuencia y adquiere especial significación jurídica cuando la empresa se encuentra en fase de crisis y por ende, la necesidad de alterar y ajustar las condiciones esenciales de la relación de trabajo no obedece al capricho o antojo del empresario, sino a una necesidad económica de mantener la actividad de la empresa y conservar los puestos de trabajo. Nace entonces la interrogante de si la autonomía individual de la voluntad, en su modalidad adaptativa de las condiciones de trabajo, puede funcionar válidamente a través del instituto de la novación. En estos casos muchas veces entran en juego (ya sea oponiéndose o alineándose) diversos intereses y principios como el poder de dirección del empresario, la conservación del empleo, la irrenunciabilidad de los derechos, la intangibilidad e irreductibilidad del salario, el mantenimiento de la unidad productiva útil, entre otros. Veamos cómo se desenvuelve cada uno de ellos en el ámbito del Derecho del trabajo y su incidencia en la validez o no del institución de la novación en esta disciplina. 2. Autonomía de la voluntad e irrenunciabilidad La irrenunciabilidad de los derechos laborales hunde sus raíces en los fundamentos más profundos de la disciplina y constituye un elemento central de la protección que el Derecho laboral confiere al trabajador, ya que sería un contrasentido que el ordenamiento reconociese un derecho o beneficio y simultáneamente admitiese la facultad de éste para disponer del mismo1. Según señala Ferro con gran propiedad, el principio de irrenunciabilidad es uno de los paradigmas fundamentales del Derecho del trabajo y “a su alrededor se ha construido trabajosamente el andamio de la indisponibilidad de los derechos que protegen al trabajador, de la imperatividad de las normas laborales y del concepto de orden público inherente a buena parte de los institutos propios del Derecho del trabajo” 2. Prueba de su trascendencia es que este principio ha sido recogido en trece constituciones de Latinoamérica3, aunque con distinto alcance y eficacia. Luego de la Revolución francesa y antes de la creación del Derecho del trabajo, la regulación del trabajo humano dependiente se regía, según enseña Rafael Alburquerque, por cinco principios jurídicos básicos: a) la libertad de trabajo, en virtud del cual el trabajador era “libre” para emplearse y prestar servicios a cualquier empleador; b) la prohibición de grupos profesionales con el objetivo de preservar la libertad de los individuos (Ley Le Chapelier); c) asimilación del contrato de trabajo al arrendamiento de servicios; d) la aplicación del derecho común a las relaciones de trabajo, lo que según dicho autor “significa el sometimiento del contrato al principio de la autonomía de la voluntad. Por consiguiente, las condiciones en que se ejecutará el trabajo y la cuantía del salario serán fijadas libremente por las partes. En los hechos, este contrato resultó ser un contrato de adhesión en que el empleador impone las condiciones y la remuneración del trabajo, las que serían muy limitadas con la finalidad de reducir al mínimo las cargas; y, e) la desigualdad entre el empleador y el trabajador”4. En ese contexto, el Derecho del trabajo nace como un desprendimiento del Derecho civil, con la finalidad de atender la especial problemática que se planteaba para el trabajador en su relación con la empresa, ya que esta última disciplina, basada en el principio irrestricto de la autonomía de la voluntad, no estaba en condiciones de regular adecuadamente. En efecto, en tales situaciones, una de las partes, el prestador del trabajo, dada su debilidad económica y su necesidad de obtener y asegurar un puesto de trabajo que le permita proveer a su subsistencia y a la de su familia, no disfruta efectivamente de la posibilidad de concertar libremente y en igualdad de condiciones los términos de su trabajo, sino que se ve constreñido a aceptar las unilateralmente impuestas por el patrono, con el consecuente resultado de injusticia social. Según pone de manifiesto Alain Supiot, “los hechos desmienten la total libertad de consentimiento de quien se compromete en el contrato de trabajo. La única libertad –no es poca– del trabajador en tal marco jurídico es la libertad de elegir el empresario al que subordinarse, e incluso esto depende del estado del mercado de trabajo. Parafraseando a Marx, puede decirse que el trabajador, que solo tiene una cosa que vender para vivir, y en un único mercado, no puede abandonar a la clase entera de los compradores sin renunciar a vivir”5. Frente a ello, la sociedad reaccionó de diversas formas. Una de ellas, fue el nacimiento de un nuevo instrumento jurídico, que hoy conocemos como Derecho del trabajo, identificado con la modalidad de trabajo industrial6, cuya misión principal era mejorar y compensar la posición de desventaja social y económica que el trabajador tenía frente a su empleador. La herramienta que se utilizó fue entonces la intervención del Estado, fundamentalmente mediante la aprobación de leyes que fijaban condiciones de trabajo y empleo bajo las cuales podía ser contratado el trabajo dependiente. Sin embargo, la sola sanción de normas laborales no fue mecanismo suficiente para garantizar la protección del trabajo subordinado. En virtud del principio de autonomía de la voluntad, el empleador podía pactar con el trabajador, en el marco del contrato de trabajo, el apartamiento de la normativa estatal, fijando condiciones económicas contemplativas de sus intereses, tornando así ilusoria la red de protección laboral. Por esa razón, para la corriente de opinión más aceptada el Derecho del trabajo se caracteriza (desde sus orígenes) por ser de orden público, lo que implica que la mayor parte de las reglas no pueden ser descartadas por contratos individuales y ni siquiera por convenios colectivos7. Al respecto, Javillier señala que las leyes sociales poseen carácter imperativo, lo que no impide la vigencia de normas más favorables 8. De ahí que el orden público social sea de carácter relativo, en tanto es compatible con la posibilidad de superación de los mínimos legales a través de normas autónomas (colectivas o individuales). De igual modo, de la Cueva manifiesta que el Derecho del trabajo forma parte del Derecho imperativo, ya que “la existencia de las relaciones entre el capital y el trabajo no depende de la voluntad de trabajadores y patrones, sino que tiene su carácter de necesidad. El liberalismo estimó que su regulación se debía dejar a la voluntad de cada trabajador y patrono, y por eso consignó en e Código Napoleón el principio de la autonomía de la voluntad. La injusticia y desigualdad social que produjo esta pretendida autonomía de la voluntad hicieron que el Estado interviniera para garantizar a los trabajadores un mínimo de vida”9. Actualmente se acepta que la noción de orden público va más allá de la mera imperatividad (obligatoriedad) de las normas legales. Al respecto, Garmendia explica que superada la asimilación del orden público con la eficacia imperativa de ciertas normas, se advierte la existencia de determinados valores que son válidos por sí mismos, y cuya vigencia y efectividad debe preservarse con independencia del reconocimiento explícito por la norma positiva. Para el autor citado, “los valores inmanentes a la condición humana, poseen su propio fulgor, y el mismo les perite alcanzar operatividad jurídica inmediata y una calidad trascendente respecto del Derecho positivo”, lo que lo lleva definir al orden público como “el conjunto de valores de la vida que por la especial trascendencia que asumen en determinado estadio de la evolución social, pasan a integrar la conciencia jurídica colectiva y se constituyen en objetos de tutela privilegiada por parte del Derecho”10. Pero la aspiración de alcanzar la igualdad y la libertad del trabajador en su relación con la empresa requirió limitar aún más la autonomía de la voluntad, criterio rector del régimen liberal del trabajo y del Derecho Civil. En la mayor parte de las legislaciones se fue admitiendo, aún en ausencia de un texto legal expreso, que el trabajador no podía privarse voluntariamente de derechos patrimoniales (beneficios, ventajas, créditos, prestaciones, condiciones de trabajo) que le eran concedidos no solo por la normativa estatal (Constitución, leyes, decretos) sino también por instrumentos internacionales (Convenios de OIT, Pactos, Tratados, Declaraciones, Cartas Sociales, etc.) convenios colectivos, usos y costumbres y hasta en ciertos casos, el propio contrato de trabajo. De ese modo, se le restaba a la voluntad abdicativa del trabajador toda eficacia y validez jurídicas, cualquiera fuese la fuente (estatal o autónoma) del derecho subjetivo. Este tendencia ha sido bien explicada por Sarthou, quien señala que el Derecho del trabajo establece limitaciones de la voluntad que son consecuencia de la especialidad de esta rama jurídica, entre las que se encuentran las cláusulas normativas de los convenios colectivos, que no pueden ser renunciadas por el trabajador, y la subordinación a la que se encuentra sometida el trabajador durante la relación de trabajo, que provoca que su voluntad no sea libre sino coaccionada, lo que resta valor a toda renuncia o modificación11. Durante el período en que el trabajador se encuentra a disposición de su patrono, su libertad negocial (autonomía de la voluntad) se encuentra limitada en la medida en que debe obedecer las órdenes de éste. Mientras el Derecho común reposa sobre el principio de igualdad de las partes y el principio de libertad contractual, el Derecho del trabajo se organiza sobre la idea de sumisión de la voluntad del trabajador. Como lo hace notar Alain Supiot, el contrato de trabajo incorpora una antinomia que percibió del derecho romano, “al resistirse a admitir que un hombre libre pudiera seguir siéndolo cuando se ponía al servicio de otro. El derecho del trabajo se ha alimentado de esta tensión entre la idea de contrato, que postula la autonomía de las partes, y la idea de subordinación, que excluye esa autonomía”12. La renuncia implica un acto voluntario por el cual un sujeto se desprende y hace abandono de un derecho subjetivo reconocido a su favor. En el Derecho común la posibilidad de abdicar de un derecho es casi ilimitada y constituye una derivación natural del principio de autonomía de la voluntad. La autonomía de la voluntad significa que la voluntad libre del individuo extrae de ella misma su fuerza creadora de obligaciones. En el Derecho del trabajo, la regla es la inversa: el trabajador no tiene la posibilidad jurídica de privarse voluntariamente de los derechos patrimoniales que le son concedidos. Esa imposibilidad refiere tanto a derechos ya adquiridos como aquellos que son futuros o están en curso de adquisición. En su formulación más aceptada, el principio de irrenunciabilidad se expresa como “la imposibilidad jurídica de privarse voluntariamente de una o más ventajas concedidas por el derecho laboral en beneficio propio”13. 3. Principio de irrenunciabilidad y novación Plá Rodríguez examina un variado elenco de dificultades que genera la irrenunciabilidad, como por ejemplo la determinación de cuáles son las normas irrenunciables (¿todas las normas laborales están fuera del alcance de la autonomía de la voluntad?), su compatibilidad con otros institutos jurídicos como es el caso de la transacción, la prescripción y la caducidad, si su vigencia se acota al período de vigencia de la relación de trabajo o inclusive con posterioridad a su terminación, su relación con la autonomía colectiva y la distinción con figuras afines como la renuncia al empleo, el desistimiento y la novación. Veamos entonces la conexión entre irrenunciabilidad y novación en el ámbito de la relación de trabajo. La renuncia supone un acto unilateral de desprendimiento o abandono de un derecho, en virtud del cual éste se extingue. El ejemplo típico de renuncia es la que se consigna en un recibo por saldo o finiquito, en el que el trabajador declara o manifiesta haber quedado satisfecho con una suma de dinero cobrada y no quedar pendiente de cumplimiento ningún crédito contra el empleador14. Sin embargo, en la práctica la renuncia de un derecho no suele instrumentarse como una mera expresión de voluntad unilateral del trabajador, en la que el empleador simplemente actúa como sujeto pasivo receptor de ese consentimiento, sino a través de acuerdos que se celebran entre las partes que modifican los términos de la relación de trabajo, dando paso a una nueva condición. En otros casos la renuncia del derecho subjetivo no es realizada por el trabajador, sino por la organización sindical a través de la autonomía colectiva, lo que conduce a particulares problemas sobre la relación entre autonomía individual y autonomía colectiva y la licitud de la disponibilidad de derechos individuales por el sindicato, extremo sobre el cual no incursionaremos en esta parte de la obra. La novación supone la sustitución de una nueva obligación a la antigua que se extingue. La novación tiene una cara extintiva o liberatoria y otra creadora: se suprime o modifica una condición de trabajo dando lugar a una nueva. Ojeda Avilés señala que debe diferenciarse entre la simple renuncia y la novación. Mientras en la renuncia existe la voluntad de desprenderse de un derecho, en la novación la intención es la de reemplazar el derecho por uno nuevo15. Como ya se dijo, en el ámbito del Derecho laboral la novación cuya validez y eficacia requiere ser analizada a la luz de cada legislación y sus principios, es aquella que puede recaer sobre elementos esenciales de la relación laboral, como es el caso de la carga horaria de trabajo y la remuneración, y que puede significar una reducción o eliminación de los mismos ya que si implicase una modificación con resultado claramente más favorable al trabajador, ello no plantearía dificultad jurídica alguna. Sobre el punto, Plá Rodríguez plantea la interrogante de si mediante el acuerdo del trabajador, es posible proceder a la rebaja del salario. El autor responde que en el Derecho italiano la ley disponía la inderogabilidad in peius de sus disposiciones, asimilando a éstas las normas consuetudinarias y contractuales, lo que llevó a la doctrina italiana a sostener que el trabajador no podía, en absoluto, renunciar a ninguno de los derechos que posee durante el tiempo que dura la relación de trabajo. Pero señala Plá Rodríguez que fuera de Italia, en general se admite la validez de esas modificaciones contractuales, siempre que la rebaja salarial no vulnere el mínimo impuesto oficialmente, ya que el trabajador tiene la opción de rechazarlas reclamando el mantenimiento del contrato o el pago de la indemnización por despido correspondiente 16. En esa dirección, una corriente de pensamiento sostiene que es perfectamente válido que el trabajador acuerde sobre derechos cuya fuente es el contrato, incluyendo a aspectos remuneratorios y condiciones de trabajo, siempre que se respeten los mínimos imperativos de origen legal o convencional. En ese orden, Ferro sostiene que no puede sostenerse a priori “que en virtud del nivel de desigualdad en que el trabajador se encuentra frente a su empleador, su consentimiento se encuentra afectado. Si bien la motivación interna del trabajador puede provenir de la incertidumbre por la conservación del empleo o por su ulterior desarrollo o promoción al interior de la empresa, ello por si mismo no descalifica las decisiones que pueda adoptar respecto a su remuneración o categoría”17. De forma coincidente, González Hunt expresa que no existe razón para sostener que las remuneraciones y beneficios previstos en el contrato de trabajo y superan los mínimos establecidos por normas legales y convencionales, se encuentren afectados por el principio de irrenunciabilidad y no puedan ser modificados a través del acuerdo “…debido a que, según se ha afirmado, el principio de irre-nun-cia-bilidad impide la afectación de derechos nacidos de normas indisponibles y el contrato de trabajo no crea normas jurídicas, sino obligaciones. En este sentido, al tratarse de obligaciones acordadas libremente por las partes, debe admitirse la posibilidad de que ellas mismas modifiquen, en cualquier sentido las obligaciones que hubiesen podido crear. Cabe anotar aquí que, en nuestra opinión, este mismo carácter puede predicarse de las remuneraciones y beneficios establecidos por la “voluntad unilateral del empleador”, toda vez que al crearlos el empleador está modificando el contrato de trabajo de manera unilateral en ejercicio de la facultad premial que, en contraposición al poder de dirección, le confiere al ordenamiento”18. En nuestro país, esta posición ha sido sostenida por Ameglio y Slinger, para quienes las condiciones o beneficios que emanan del contrato individual pueden ser válidamente renunciables o pueden ser modificadas por mutuo acuerdo, siempre que superen los niveles mínimos establecidos por el orden público laboral. Señalan que “en esta esfera el ordenamiento jurídico le reconoce a las partes vinculadas por un contrato de trabajo la capacidad para contraer obligaciones que están por encima de lo que dispone la ley laboral y, por ende, le debe reconocer también la capacidad jurídica para derogar o modificar estas mismas obligaciones. En este terreno la validez o no de estos acuerdos dependerá exclusivamente de la autenticidad o no del consentimiento de las partes”19. La posición contraria a los acuerdos laborales (y consecuentemente a la novación) que impliquen una modificación in peius de aspectos esenciales de la relación laboral se funda en el carácter adhesivo del contrato de trabajo, la capacidad contractual disminuida del trabajador, su debilidad económica, la desigualdad intrínseca entre las partes, el principio de igualdad y el derecho a la justa remuneración. En tal sentido, se ha señalado que el contrato de trabajo es un contrato de adhesión en el que una de las partes impone las condiciones contractuales, sin que el otro contratante tenga la posibilidad de negociarlas por su debilidad económica, por lo que una renuncia o disminución de beneficios o condiciones provenientes del contrato de trabajo sin obtener contraprestación económica alguna, no puede considerarse válida 20. También se ha dicho que “nos parece razonable extender la irrenunciabilidad a los beneficios de origen contractual. Esta irrenunciabilidad se deriva de la necesidad de limitar la autonomía individual durante la relación de trabajo, para garantizar la igualdad sustancial de las partes y proteger al trabajador (art. 8, 53 y 332 Const.)” 21. En la misma dirección, se ha señalado que el campo de la autonomía de la voluntad del trabajador en el contrato de trabajo se limita a su celebración, la extinción por renuncia y la aceptación de acuerdos que mejoren las condiciones de trabajo establecidas en la ley, de lo que se deriva que el consentimiento del trabajador debe reputarse ineficaz, toda vez que recaiga sobre condiciones menos beneficiosas que las que se habían pactado 22. En nuestra opinión, cuando salimos del campo de la heteronomía e ingresamos al del contrato de trabajo, debe reconocerse un margen para el gobierno de los propios intereses individuales. Dicho margen debe ser necesariamente estrecho porque la relación entre trabajador y empleador no es paritaria. En ese orden, en la determinación de la validez de la novación que recae sobre elementos esenciales del contrato de trabajo debe tenerse en cuenta, en primer lugar, si se trata de una iniciativa propia, auténtica y exclusiva del trabajador o si, por el contrario, su origen se ubica en la esfera del empleador. En este último caso, la posibilidad de que la novación sea válida y eficaz es más excepcional (aunque no imposible). En segundo lugar, habrá que examinar el interés que pueda tener el trabajador en modificar ese derecho y sustituirlo por otro. En tercer lugar, la nueva situación que generará para el trabajador la modificación del derecho. En ciertos casos podría implicar una desmejora económica pero un mejoramiento de otros aspectos cualitativos de su posición. En cuarto lugar, la justificación o motivo de la modificación. Tratándose de un hecho anormal, la alteración solo puede fundarse en una razón seria y fundada (familiar, profesional, etc.). Por último, habrá que indagar sobre la autenticidad de la voluntad del trabajador, lo que supone analizar si su consentimiento es libre y espontáneo. No debe perderse de vista que en una sociedad marcada muchas veces por el desempleo y la inestabilidad laboral, para la inmensa mayoría de los trabajadores la verdadera libertad es una mera ilusión. En síntesis, la aceptación de la licitud de la novación en el campo del Derecho del trabajo supone la observancia de varios requisitos: a) el primero es que la legislación no la prohíba. Esto es precisamente lo que sucede en Uruguay, donde no existe norma legal que restrinja la autonomía de la voluntad individual en ese ámbito; b) el segundo es que exista una sustitución de una obligación por otra. La novación no es tal si esconde una renuncia lisa y llana de un derecho; c) el tercero es que el acuerdo de voluntades no puede vulnerar normas heterónomas o convencionales; d) el cuarto es que deben examinarse los motivos y causas que originan la necesidad de ajustar o moldear la relación de trabajo a la realidad. Sólo puede admitirse un desmejoramiento de las condiciones pactadas si existe un motivo serio y fundado; e) el quinto es que el trabajador debe recibir alguna ventaja a cambio del abandono de un beneficio. Debe existir una contraprestación del empleador, aunque naturalmente no será equivalente o del mismo valor que la ventaja alterada. En algunos casos la contrapartida será el mantenimiento de la fuente de trabajo. En otros podrá ser una compensación económica por el derecho extinguido. Si no hubiese contraprestación el trabajador no tendría provecho alguno, lo que podría viciar el acuerdo por ausencia de causa para contratar; f) finalmente, en el análisis de la validez y legitimidad de la novación habrá que determinar otros aspectos como la autenticidad de la voluntad del trabajador, quién tuvo la iniciativa (el trabajador o el empleador), la existencia de asesoramiento previo por parte del empleado y las circunstancias que rodearon al mismo. 4. Novación y consentimiento tácito El último punto a abordar refiere a si la novación puede configurarse mediante consentimiento tácito. El silencio del trabajador (continuar trabajando sin consignar reclamo o protesta alguna), ha sido considerado en algunos casos, como indicio de que existió aceptación del cambio en las condiciones de trabajo, aún cuando la modificación sea peyorativa, descartándose por esa vía una violación de principio de irrenunciabilidad. En los casos en que prosperó esa opinión la modificación se había producido mucho tiempo antes de plantearse una reclamación retroactiva. Tratándose la novación de un instituto excepcional en el Derecho del trabajo, la admisión de su conformación por vía de un consentimiento tácito debe quedar reservada para situaciones en las que el comportamiento del trabajador haya demostrado, de forma inequívoca, que su voluntad fue aceptar el cambio propuesto. De lo contrario, se estaría admitiendo por vía indirecta la alteración del contrato de trabajo por la sola voluntad del empleador, saneándose el incumplimiento por el mero paso del tiempo, al margen de la prescripción o caducidad (que en principio deberían ser los únicos institutos aplicables a esta situación). En la valoración del consentimiento “tácito” debe entrar a jugar el principio de buena fe. Existe acuerdo en que el principio de buena fe se aplica a ambas partes de la relación laboral durante su ejecución, concretándose en un comportamiento honesto, escrupuloso, leal, sincero, fiel a la palabra empeñada, solidario con los intereses de los restantes sujetos con los que se entró en una determinada. La buena fe hace referencia inmediata al vínculo que se instaura entre dos sujetos y sanciona o neutraliza cualquier conducta que bajo la apariencia (formal) de un correcto comportamiento, solo persiga la obtención de una ventaja con daño a la otra parte. La buena fe objetiva tiene como finalidad hacer prevalecer la sustancia sobre la forma. Una de las proyecciones de la buena fe es la denominada doctrina del acto propio (venire contra factum propium). Esta situación se presenta cuando se pretende ejercitar algún derecho o facultad en contradicción con anteriores conductas de relevancia jurídica y que también choquen con la buena fe. Es decir, cuando se adopta una conducta diametralmente opuesta a su propia conducta anterior, ello colide con el principio de buena fe Esta teoría exige no separarse del valor de significación que la propia conducta puede atribuirle la otra parte, hace inadmisible la invocación de vicios de forma o defectos por quien con su conduct