Poder y violencia no son lo mismo; el primero es más que el segundo. A diferencia de la violencia, el poder no es unitario y su ejercicio binario; es interactivo; una parte muy importante de la lucha por el poder es la rivalidad por el reconocimiento. En las sociedades democráticas modernas, el aspecto de violencia del poder está disminuyendo y dando paso cada vez más al papel del reconocimiento racional en la formación del poder. Los principales recursos del poder ya no se tratan solo de la capacidad militar o económica de uno mismo, se trata más de cuán convincente es para que otros acepten y, al final, qué tan bien el poder de uno es reconocido y recibido por otros. En su ensayo Sobre la violencia, Arendt resume su explicación de la relación entre violencia y poder de la siguiente manera: “En resumen: políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia no son lo mismo. El poder y la violencia son opuestos; donde uno gobierna absolutamente, el otro está ausente. La violencia aparece donde el poder está en peligro, pero dejada a su suerte termina en la desaparición del poder. Esto implica que no es correcto pensar en lo opuesto a la violencia como no-violencia; hablar de poder no-violento es en realidad redundante. La violencia puede destruir el poder; es completamente incapaz de crearlo.” (Arendt, 1970, 56), Como deja claro este resumen, Arendt no se limita a afirmar que los términos "violencia" y "poder" significan cosas diferentes o que sus referentes no son idénticos. Ella está haciendo la afirmación más fuerte de que el poder y la violencia son, en virtud de su naturaleza, incompatibles o al menos en tensión entre sí. El poder es esencialmente noviolento ya que la violencia es, por su propia naturaleza, incapaz de crear poder. Arendt caracteriza el poder como "la capacidad humana no sólo para actuar, sino para actuar en acuerdo" (Arendt, 1970, 44). Esta habilidad emerge cuando los agentes constituyen cooperativamente una forma de vida compartida a través de reglas e instituciones. Si bien el discurso y la acción no son lo mismo, la acción colectiva se basa en el discurso: los que participan en la acción colectiva tienen que comunicarse entre sí para discutir sus ideas y problemas, persuadirse unos a otros, hacer planes en conjunto, ponerse de acuerdo sobre las normas que regir sus actividades conjuntas e interpretar dichas normas. Como se puede observar claramente en su obra, Ardent cree que para ejercer el poder las personas necesitan reunirse y actuar en grupo. Como ella dice: “El poder corresponde a la capacidad humana no solo de actuar sino de actuar en concierto. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y permanece en existencia solo mientras el grupo se mantiene unido”. La capacidad de actuar concertadamente se basa en las relaciones comunicativas entre quienes deliberan y actúan juntos. Es decir, un solo individuo no genera poder; El poder es la fuerza agregada de todos los individuos de un grupo. Así que el ejercicio del poder está precondicionado con números. A diferencia del poder, la violencia no requiere números o grupos para ser violencia. Más bien, depende de implementos para “multiplicar la fuerza, hasta el punto en que puedan reemplazarla” (Arendt, 1970, 145), en lugar de convertirse en poder. La violencia está diseñada y aplicada para expandir la fuerza física de uno que es totalmente instrumental y siempre un medio para un propósito determinado; pero el poder en sí mismo puede servir como fin. Por supuesto, los ejercicios de poder no necesitan ser puramente verbales. Por ejemplo, Arendt considera que la Guerra de Independencia de los Estados Unidos fue un ejercicio de poder contundente con graves consecuencias materiales. De hecho, el uso de la violencia puede justificarse en circunstancias limitadas, por ejemplo, para proteger a una comunidad de amenazas externas (Arendt, 1970, 51). El poder se genera comunicativamente y cualquier ejercicio continuado del poder también se basa en las relaciones comunicativas. En palabras de Arendt, el poder puede "actualizarse sólo donde palabra y acción no se han separado”. Arendt insiste en que la violencia no genera poder porque cree que en la violencia se pierde el reconocimiento social. Cuando el poder se toma como una combinación de fuerzas coercitivas y racionales, puede entenderse como una relación de reconocimiento mutuo entre un grupo de personas respaldado por las amenazas potenciales que cada uno tiene para los demás. Por tanto, la reproducción del poder incluye naturalmente intentos de ocupar la mayor cantidad de recursos posible para una mayor capacidad coercitiva; es indispensable y más importante ganar el reconocimiento de los demás. Si la coerción autoritativa es una fuente de poder, no es la única fuente. El reconocimiento racional también genera poder. El poder de un gobierno se confiere a través del reconocimiento del pueblo, o, dicho de otro modo, la fuerza coercitiva del gobierno es acordada por el pueblo. Cuando se aplica en el nivel micro, también se puede afirmar que el poder entre los individuos no surge solo en el atractivo de los intereses o en la constricción de la violencia, sino que descansa en el reconocimiento de la voluntad y la autoridad de los demás sobre uno mismo. Solo cuando existe tal reconocimiento, la voluntad puede implementarse sin ejecución y el poder se convierte en poder en lugar de violencia. Por el contrario, lo que concierne a la violencia es cómo se alcanzan los propios fines a través de medios de fuerza. La violencia es siempre destructiva pero nunca constructiva. Los ataques terroristas no aumentan el poder de los terroristas, crece la intimidación y los controles; mientras tanto, le da poder al gobierno para hacer lo que no pudo hacer en el pasado y expandir su esfera de influencia. La violencia refuerza el poder estatal y hace necesaria más violencia para mantener y reproducir la violencia. Cuando el poder es percibido bajo la teoría de la violencia, el hombre debe ser controlado y manipulado, instrumentalizado en una relación sujeto-objeto que se trata de que uno intente dominar al otro en las luchas por los recursos de poder, para preservar el poder y oprimir a otros para que no lo tomen. El poder en ese sentido equivale a la violencia, que se observa a lo largo de la historia. Así, visto en un contexto racional, el hombre se convierte en un interlocutor en el diálogo con la coexistencia de la competencia, el compromiso y la cooperación. El reconocimiento del desequilibrio entre las personas, particularmente de aquellas sobre las que se ejerce el poder, legitima el poder y lo diferencia de la violencia.