La civilización del antiguo Egipto Unidad Uno: Principios y cronología El Antiguo Egipto, la tierra de los faraones, es una de las civilizaciones más antiguas conocidas. Emergió entre el 3200 y el 3000 a.C., cuando la gran región que se extiende a lo largo del valle del río Nilo y el Delta fue unificada y controlada por un poder centralizado basado en un sistema regio. El Egipto Dinástico se desarrolló aproximadamente durante los siguientes 3000 años, hasta que el cristianismo se extendió y consolidó a lo largo de todo Egipto. Con anterioridad al período Dinástico, en el mismo espacio geográfico, se desarrollaron una serie de culturas que van desde las sociedades cazadoras y recolectoras del Paleolítico a las culturas del Neolítico, cuando se introdujo la agricultura. Estas complejas formas de culturas, en las que grupos humanos se adaptaron al medio y lo alteraron físicamente en su propio provecho, culminaron en el período hoy conocido con el nombre de Período Predinástico, desarrollado aproximadamente entre el 4000 y el 3000 a.C. Durante este gran período de tiempo en el que se desarrolló el Antiguo Egipto, las evidencias arqueológicas son en ocasiones fragmentarias y en otras ocasiones estas evidencias arqueológicas han sido descontextualizadas. Los arqueólogos, y los equipos pluridisciplinares que trabajan con ellos, se enfrentan a la difícil tarea de analizar e interpretar estas evidencias, ofreciendo la explicación más probable para reconstruir un pasado e intentar crear un modelo de sociedad, estudiando sus formas y creencias. Las conclusiones de estos análisis en ocasiones no son aceptadas por toda la comunidad científica, siendo profusamente discutidos y reinterpretados, por lo que estamos en la obligación de advertir la existencia de discrepancias de unos autores a otros. El estudio del Antiguo Egipto, la Egiptología, es una disciplina relativamente reciente. A pesar de que la cultura egipcia ha sido siempre objeto de interés, ya incluso desde la antigüedad clásica, fue esencialmente a partir del Renacimiento europeo cuando el interés por lo egipcio adquirió una especial relevancia, no exento de una cierta aureola de misterio por el desconocimiento de su cultura y sobre todo por el desconocimiento de la lengua jeroglífica. A partir del trabajo de Jean-François Champollion, que puso las bases para la interpretación de los textos jeroglíficos egipcios que hasta la fecha habían sido considerados ideográficos y de contenido mágico y religioso, se inauguró una nueva era en el estudio de la cultura, la religión y la historia del Antiguo Egipto. Cronología del Antiguo Egipto La historia del antiguo Egipto se divide en 31 dinastías, precedidas y seguidas de períodos adicionales. Esta división en dinastías procede de la primera “Historia de Egipto”, escrita por el sacerdote egipcio Manetón durante el reinado de Ptolomeo II, sobre el 280 a.C. Se cree que Manetón (o Maneto) fue sacerdote en Sebenitos (el moderno asentamiento de Samannud), en el Delta. Manetón dividió la historia de Egipto en 31 dinastías, cada una de ellas gobernada por una familia con centro político en una ciudad en particular. Esta división en dinastías realizada por Manetón tenía como base las fuentes escritas egipcias y la tradición y marco histórico contemporáneos. También tenemos referencias a otros trabajos de Manetón de temática religiosa citados por Plutarco, en su “De Isis y Osiris”. Por desgracia, el trabajo de Manetón no sobrevivió. Todo lo que conocemos de su trabajo es poco más que las listas de reyes, recopiladas por autores posteriores, en especial por Flavio Josefo y los cronógrafos cristianos Sextus Julius Africanus y Eusebio (c.260-339 d.C), si bien hay fragmentos de la obra de Manetón preservada en el trabajo de otros autores como el monje bizantino George Syncellus (c 800 d.C.) que utilizó el texto de Manetón (en realidad los epítomes de el Africano y de Eusebio) en su crónica del mundo de Adán a Diocleciano. Ya desde el siglo noveno, las versiones y revisiones del trabajo de Manetón se fueron alejando tanto del original que son prácticamente inútiles, a lo que hay que añadir las copias inexactas e interpretaciones inapropiadas. A pesar de esta distorsión en el trabajo de Manetón, los primeros egiptólogos dieron un gran valor a Manetón, no tenían otra opción. Sin la capacidad de leer los textos jeroglíficos, los textos de Manetón que habían estado disponibles junto al trabajo de otros autores griegos y romanos, desde el renacimiento en adelante, fueron la mayor fuente de cronología del Antiguo Egipto. De hecho, Champollion dio a Manetón una autoridad considerable en 1828 cuando anunció que podría leer los nombres de los reyes egipcios registrados por Manetón en otros monumentos. Estos nombres fueron: Achoris (Hakor), Hepherites (Nefaurud), Psammetichos (Psametic), Osorcho (Osorkon), Sesonchis (Sheshonq), Ramesses (Ramsés) y Tuthmosis (Thutmés/Thutmosis). La lista de Manetón, que además de utilizar las formas griegas de los nombres egipcios de los reyes (en ocasiones de forma confusa e incluso ocasionalmente repitiendo nombres) también omite muchos otros, como por ejemplo en las dinastías 22, 23 y 25. A esto hay que añadir la discrepancia de la duración de los reinados, que raramente coincide en las diferentes versiones. Pero a pesar de toda esta problemática, el sistema de división en dinastías está tan arraigado en la egiptología que es imposible descartarlo e ignorarlo. El desciframiento de la lengua egipcia escrita en jeroglíficos proporcionó una gran cantidad de documentación textual que aportó información relevante a la hora de reconstruir la cronología del Antiguo Egipto. Dada la gran cantidad de información epigráfica, y puesto que en muchas ocasiones está fragmentada, es importante analizar estas evidencias dentro del contexto en el que fueron encontradas. Además de la lista de reyes de Manetón han sobrevivido otra serie de “listas de reyes” hasta nuestros días. La primera de ellas es la llamada “Piedra de Palermo”, llamada así porque actualmente se conserva en un museo de Palermo, Sicilia. La lista de reyes de la Piedra de Palermo fue posiblemente grabada durante la quinta dinastía y recoge no solo los reyes de la primera a la quinta dinastía, sino también los reyes pseudomíticos del final del predinástico; unos reyes que no pueden ser avalados completamente por las evidencias arqueológicas. Aunque menos legible, otra lista de reyes aparece en una piedra reutilizada para realizar la tapa del sarcófago de la reina Ankhenespepy III (una esposa de Pepy II). Aunque la piedra fue descubierta a comienzos de la década de 1930, no ha sido reconocida como tal hasta el año 1993, tras una visita al Museo de el Cairo de los egiptólogos franceses Michel Baud y Vassil Dodrev. Sin embargo, el documento más importante es el Canon de Turín; un fragmento de un papiro actualmente conservado en el Museo Egipcio de Turín. Uno de sus lados recoge la recaudación de tasas, mientras que en el otro aparece una lista de reyes desde el inicio del período dinástico, así como también aparecen los reinados de los “dioses” y “espíritus” de un pasado mítico anterior. Otro documento importante a la hora de reconstruir la cronología egipcia es la llamada “lista de reyes de Sety I”. Esta lista de reyes está grabada en las paredes del templo de Abydos. En esta lista hay ausencias intencionadas de reyes; unos reyes en su época considerados ilegítimos (como es el caso de la reina Hatshepsut o los reyes del Período de Amarna). Estas listas de reyes grabas en templos no deben considerarse como registros históricos en un sentido estricto, sino que se consideran la veneración del rey vivo hacia sus ancestros, a través de los cuales trata de legitimar su propio cargo. Otras listas de reyes más cortas aparecen en determinados documentos reales, en papiros rituales y en capillas de tumbas privadas. Algunos textos también contienen información que puede ser sincronizada con eventos astronómicos, como por ejemplo la ascensión helíaca de Sirio, que permiten datar de forma más precisa el día, mes y año de un reinado en concreto. En el calendario egipcio los años no se contabilizaban a partir de un punto fijo como hacemos en la actualidad. Los años eran numerados a partir del año de ascensión al trono de cada rey. Las fechas eran dadas de la siguiente forma: año, mes, estación y día, del rey “X”. En la actualidad disponemos de otras técnicas de datación para obtener la cronología del material arqueológico, como es el caso de la datación calibrada de radiocarbono y la termoluminiscencia. Sin embargo estas técnicas no pueden corroborar la información que aparece en los documentos, sino la datación de los documentos en sí mismos (cuando estos son orgánicos o cerámicos). La agrupación posterior de las dinastías en grupos se desarrolló de forma gradual por los egiptólogos de los siglos XIX y XX. Esta agrupación establece tres grandes períodos, los llamados “Reinos” o “Imperios” en función de los autores que estudiemos, y los llamados “Períodos Intermedios”. El resultado de esta división y subdivisión es el siguiente: Período Predinástico Período Dinástico Temprano (en libros antiguos es el Período Arcaico) De la Dinastía "0" a la Dinastía 2 De la Dinastía 3 a la Dinastía 6, 7 u 8 Reino Antiguo (o Imperio Antiguo) (depende de la bibliografía que utilicemos) Primer Período Intermedio Reino Medio (o Imperio Medio) De la Dinastía 7/8 a la Dinastía 11 (inicio) De la Dinastía 11 (segunda parte) a la Dinastía 13 Segundo Período Intermedio De la Dinastía 13 a la Dinastía 17 Reino Nuevo (o Imperio Nuevo) De la Dinastía 18 a la Dinastía 20 Tercer Período Intermedio De la Dinastía 21 a la Dinastía 24 (o 25) Época Tardía De la Dinastía (25) 26 a la Dinastía 31 Dinastías Macedonias Dinastías Ptolemaicas Época Romana Período Bizantino o 'Antigüedad Tardía' Conquista Árabe Sin embargo, uno de los puntos más controvertidos de la egiptología aparece a la hora de datar los reinados de los diferentes reyes que aparecen en las listas. A la mayoría de los egiptólogos les gusta citar cronologías de autores relevantes, sin realizar comentarios sobre cómo han sido realizadas. Existen cronologías de la historia de Egipto publicadas que difieren en 250 e incluso 400 años. A inicios de la egiptología, el método más obvio consistía en “estimar” las cronologías simplemente sumando la duración de los reinados. Esto presupone que no hay errores en las duraciones de los reinados y que no existieron corregencias. A mediados del siglo XIX, la datación astronómica fue utilizada para calcular determinadas fechas egipcias. Es el método conocido como “Datación sótica”. A pesar de que algunos eminentes egiptólogos han cuestionado la validez de este sistema, las fechas que utilizamos en la actualidad se han calculado utilizando este método como punto de partida. El siguiente cuadro refleja de una forma clara esta problemática partiendo de fechas clave ofrecidas por diversos egiptólogos. A partir de la dinastía 21 en adelante hay un cierto sincronismo ya que se pueden establecer comparaciones con el oeste de Asia (el Imperio Persa), y algunos egiptólogos identifican al rey bíblico SHisHak con Sheshonq I (dando una fecha en torno al 925 a.C.). Gardiner Brugsch Petrie Moret 1927 Din 1 4400 5546 3315 3100 3150 Din 4 3733 4777 2840 2620 2625 Din 6 fin 3033 4077 ca 2400 ca 2200 2200 Din 12 2466-2233 3579-3368 2000-1785 1991-1786 1991-1785 2 PI 2233-1733 3366- 1961 1786-1575 Grimal 1988 17851580/1552 Din 18 1700-1400 1587-1328 1580-1345 1575-1308 Din 19 1400-1200 1328- 1202 1345-1200 1308-1194 Din 20 1200-1100 1202-1102 1200-1100 1184-1087 1580/521320/1295 1320/12951200/1188 1200/11881113/1069 Como podemos observar, las diferencias son realmente importantes en lo que a la dinastía 1 se refiere. Esto no debe preocuparnos, ya que las cronologías de los primeros egiptólogos no se consideran en la actualidad, pero sí que es importante tener en cuenta que todavía existen (y que podemos encontrar) discrepancias entre diferentes autores. La cronología que a continuación proponemos es la que aparece en The Oxford History of Ancient Egypt, editada por Ian Shaw (2000) si bien estas fechas pueden variar en función de las fuentes con las que trabajemos. Ex Cursus Para datar los sitios y objetos arqueológicos con frecuencia se recurre al análisis del radiocarbono de muestras orgánicas. La datación mediante radiocarbono es el método más frecuentemente utilizado, el cual da un arco de fechas probables AP (antes del presente, siendo el presente tomado para fechar el año 1950 d.C.). Este método puede emplearse en muestras datadas desde unos 50.000/40.000 años atrás, pero no de sitios anteriores. Los yacimientos del Paleolítico Medio y Bajo se han datado utilizando métodos como el de la termoluminiscencia (TL), luminiscencia estimulada ópticamente, resonancia de electrones (ESR), datación de aminoácidos, o métodos absolutos como las dataciones de uranio. Las dataciones mediante Radiocarbono se realizan midiendo el carbono 14 contenido en las muestras. Durante la vida de un organismo, este absorbe dióxido de carbono o compuestos de carbono que derivan del dióxido de carbono atmosférico con aproximadamente una parte por trillón de carbono 14. Este proceso se detiene cuando el organismo muere y empieza a decaer siguiendo una tasa determinada. Esta tasa es medida teniendo en cuenta la vida media del carbono 14 (5.370 años), que es la cantidad de tiempo en la que se reduce la mitad del carbono 14. Las muestras para ser datadas mediante este método tienen que ser cuidadosamente extraídas y conservadas para no ser contaminadas. Otros métodos, como el desarrollado inicialmente por W. F. Libby en la década de 1940, mide el contenido en carbono 14 indirectamente midiendo la reducción de su radiación beta. Las fechas obtenidas a partir del radiocarbono están en años de radiocarbono a.p. (antes del presente), no en fechas a.C. o d.C, ni un número de años concretos. Estas fechas deben ser recalibradas utilizando los anillos de árbol del carbono de una fecha conocida obtenida por dendrocronologistas. Una vez calibrada, la fecha obtenida se da con una horquilla de desviación. Esta curva de calibración no es lineal y en ocasiones dos o más soluciones son posibles, a partir del radiocarbono, y en este punto es el arqueólogo el que decide cual de las dos es más aceptable en función del contexto arqueológico. Métodos más recientes se están utilizando para datar pinturas aplicadas en la roca (petroglifos) cono la analítica de las series de uranio y torio. Este sistema analiza los carbonatos que atrapan el uranio y el torio durante su formación, comportándose como un sistema cerrado para los isotopos de uranio y torio. Una vez cristalizado los carbonatos, el uranio se descompone en isotopos radioactivos. Este sistema está vinculado a momentos climatológicos de pluviosidad y/o humedad significativos, necesarios para la formación de crecimientos calcíticos. La geografía del Valle del Nilo La fuente principal de recursos en Egipto era el Río Nilo. La importancia de la inundación para la vida en el entorno del valle fue reconocida por los propios egipcios, a la que veneraron con el nombre de Hapi, representándola como un ser humano de color azulado. Así mismo, la importancia del propio Nilo queda reflejado en el nombre por el que los antiguos egipcios de Reino Medio designaron a su tierra: Kemet. Kemet quiere decir “la tierra negra”, haciendo referencia a la tierra negra de la llanura inundable en la que cultivaban sus alimentos, en contraste con la “tierra roja” del desierto (Desheret). Toda sociedad está influenciada por los diferentes aspectos del entorno en el desarrollo de sus creencias religiosas y estilo artístico. Hay numerosos factores que difieren considerablemente, incluso dentro del mundo antiguo, del este del Mediterráneo, el oeste de Asia y el norte de África, que van desde la duración del día y sus cambios estacionales, las estaciones en sí mismas, el calor, el frio, la lluvia, la nieve, la aridez, las estaciones secas, los períodos de inundación o monzones. Consecuentemente las sociedades de estas regiones respondieron de forma diferente en la manera en que desarrollaron sus ideas religiosas y su arte. En Egipto el evento anual esencial que dominaba la vida era la inundación. Como es lógico, y como veremos a lo largo del curso, esto tuvo un profundo efecto en las cosmogonías; en las leyendas de la creación del mundo egipcias. El río Nilo que nace en el lago Victoria, en el norte de Tanzania, se le conoce con el nombre de Nilo Blanco, y se calcula que tan solo aporta el 10% del total del agua del río Nilo. Parte de su caudal se pierde en territorio sudanés, en una zona en la que discurre lentamente. La confluencia del Nilo Blanco y del Nilo Azul se produce en Jartum. La mayor parte del aporte de los sedimentos proporcionados en los períodos de inundación procede del Nilo Azul y del Atbara, tal como ha demostrado el geólogo D. E. Stanley que estudió la procedencia de los sedimentos depositados en el Delta. Entre la capital de Sudán, Jartum, y la ciudad del Alto Egipto de Asuán hay seis cataratas numeradas consecutivamente de norte a sur. La zona que ocupan estas cataratas, en realidad zonas rocosas por las que transcurre el río formando rápidos que impiden el tráfico fluvial, es conocida con el nombre de Nubia. Esta característica geográfica limita sustancialmente la productividad agrícola en muchas partes del territorio nubio. Sin embargo, desde Asuán al Delta, el cauce del río Nilo es más homogéneo y no hay “cataratas” que impidan el tráfico fluvial. En épocas antiguas, anteriores a la construcción de la presa de Asuán, el valle del Nilo ofrecía un entorno acotado para la agricultura y la ganadería restringida a la zona inundable. Esta recibía los sedimentos de limo que anualmente aportaba la crecida del río y que hacía más fértil sus tierras. La zona situada más al norte, la zona del Delta, ofrece un entorno muy diferente. Los canales del Nilo proporcionan una zona cultivable mayor, e incluso el ciclo de lluvias del invierno mediterráneo riegan esta zona. En época faraónica el Delta fue utilizado esencialmente para obtener pastos para animales. Las zonas inundables del Delta eran propicias para la ganadería, mientras que los asentamientos se situaban en montículos elevados de arena. El valle del Nilo es un sistema delimitado en el cual la fluctuación del caudal tiene un impacto directo. Esta característica tiene una doble vertiente, por un lado otorga un entorno único para la vida en el norte de África, pero por otro muestra su vulnerabilidad ante las crecidas excesivas o escasas. En cauce del río Nilo ha estado en constante movimiento y fluctuación. El curso actual del río Nilo no es el mismo que el de época faraónica; incluso varió a lo largo del período faraónico. Este fenómeno da como resultado que muchos de los yacimientos queden sepultados bajo la llanura inundable, pero sobre todo debió tener un impacto directo sobre el desarrollo de las zonas rivereñas. Podemos evaluar este impacto desde dos aspectos esenciales: la variación en la producción de alimentos y en la movilidad de la población y sus asentamientos, puesto que esta variación implica irremediablemente que tanto zonas de cultivo como posiblemente también zonas de hábitat, quedasen en determinados períodos de la historia bajo el cauce del Río. En la siguiente imagen, extraída del artículo “The Nile on the Move” (Egyptian Archaeology 32), muestra la posición cambiante del río Nilo a lo largo de los últimos 5.000 años, en relación a la zona de las pirámides, Menfis, Heliópolis, Maadi y el-Cairo. Estos cambios, acusados en la zona del Delta, llegaron a provocar alteraciones en el curso tan grandes que tuvieron como resultado el abandono de algunos núcleos de población. Pero los movimientos del río no se limitan a esta zona. La geología del río Nilo está marcada por meandros que se desplazaban en las zonas más abiertas del vale. Por supuesto este movimiento es menos apreciable en la zona del alto Egipto en su límite con Nubia, donde el estrecho valle, y a la vez encajonado entre las rocas, hace que discurra por un cauce más o menos invariable. Desplazamiento del curso del Nilo en la zona de Giza-Saqqara. De Luteley y Bunbury 2008. Gran parte del territorio del actual Egipto está ocupado por el desierto, pero este desierto no es solo arena y dunas. De hecho, la mayor parte del desierto que rodea el valle del Nilo es rocoso. A lo largo de gran parte de la orilla este del Nilo, las escarpadas colinas rocosas que delimitan el valle son cortadas por los cauces secos de ríos primitivos, lo que hoy conocemos con el nombre de uadi. Al oeste del Nilo, en la meseta del desierto, existen depresiones en el terreno dotadas de agua que favorecen el desarrollo de la agricultura; estas zonas son los oasis de Kharga, Farafra y Bahariya. Pero el tipo de rocas que delimitan el cauce del Nilo no es siempre el mismo. Podemos distinguir dos grandes zonas esencialmente, una en la que predomina la roca arenisca y otra en la que predomina la roca caliza. El cambio entre estas dos grandes zonas se encuentra en la zona próxima a Gebel Silsila. Pero estos tipos de piedras no son los únicos presentes en Egipto. El desierto del este es una fuente de muchos tipos de piedras como por ejemplo el mármol, el granito, la grauvaca y la serpentina. También proceden de esta zona piedras semipreciosas presentes en algunos enterramientos, como la cornalina, el feldespato o el jaspe. Estas fuentes geológicas pusieron en las manos de los antiguos artesanos egipcios un amplio abanico de rocas que explotaron desde temprana edad. El valle del Nilo no tiene recursos minerales. Estos eran obtenidos esencialmente del desierto oriental, o bien eran productos importados. Tanto la malaquita (un mineral de cobre) como la galena (un mineral de plomo) procedían de las minas del desierto del este y del Sinaí. El cobre también procede de estas mismas zonas. El oro, el mineral más importante para los egipcios, era obtenido en el desierto del este, especialmente en la zona del uadi Hammamat y de zonas situadas más al sur, en Nubia. La materia prima más abundante era el limo que estacionalmente se depositaba en la cuenca del río. Este material fue utilizado desde el inicio de la civilización egipcia, no solo como materia prima para la elaboración de cerámica, sino también como material de construcción y como material “económico” con el que replicar los caros objetos de importación o de piedras duras. Ya desde los períodos de formación ya utilizaron este material para revestir y las paredes de sus chozas realizadas con entramados vegetales y conseguir una mayor protección frente a las inclemencias meteorológicas (lluvias ocasionalmente y para proteger del sol implacable habitualmente). Dada la escasez de madera de calidad que pudiera ser utilizada en la construcción, utilizaron tallos de cañas de papiros atados para dar rigidez a las débiles estructuras de barro y ramas. También utilizaron troncos de árboles autóctonos como postes interiores, tal como se ha podido comprobar desde la época de Nagada en las construcciones del cementerio de la élite de Hierakómpolis, el HK6. A lo largo del tiempo se utilizaron estos materiales asequibles, abundantes y de proximidad para la construcción de viviendas, tanto de las clases sociales bajas como de la élite social (incluidos los palacios de los reyes realizados con ladrillos de adobe mayoritariamente). Sin embargo, la arraigada traición funeraria de Egipto con una acusada tendencia a asegurar perdurabilidad de las estructuras funerarias (así como del cuerpo) provocó un trasvase de formas arquitectónicas aplicando materiales “de millones de años”; es decir, la piedra. Así encontramos elementos arquitectónicos realizados en piedra a imitación de sus predecesores realizados con materiales más humildes. Un claro ejemplo lo encontramos en los edificios y estructuras que Imhotep creó para el complejo funerario de su rey, Djeser. Allí los pabellones reproducen la arquitectura tradicional simplemente sustituyendo los materiales perecederos por piedra, mostrando contrafuertes con aspecto vegetal en las esquinas y junto a puertas, reproduciendo vallas, haces de papiros o techos de rollos de madera realizados en piedra. Techo imitando troncos de madera del recinto de Djeser. Fotografía del autor del curso. La monarquía Desde su origen, de igual forma que en otras culturas, la cultura egipcia es el fiel reflejo de la adaptación del hombre al medio. Un medio hostil y con crecidas del caudal del río Nilo, que podían ser escasas o excesivas, y con presencia de peligrosos animales salvajes en los márgenes de las zonas habitables y en los límites del desierto. En este entorno nació la necesidad de controlar el medio, y como resultado final tras el período neolítico nació una monarquía teocrática. Desde el inicio de la historia egipcia, el principal rol del faraón fue el de intermediario entre el cielo y la tierra, erigiéndose como único interlocutor entre ambas esferas. Generalmente la literatura egiptológica se centra en los roles administrativos y bélicos del rey, con importantes actividades religiosas asociadas, relegando a un segundo plano su papel fundamental en el desarrollo del culto a los dioses egipcios. Podemos decir por tanto que el faraón fue un gobernante secular involucrado en actividades administrativas y políticas a diario, pero que estaban incluidas y nunca fuera del contexto religioso. En un sistema así conformado, el rey utilizaba todos los medios a su alcance para organizar y explotar el territorio; tanto el palacio como el templo. El rey, el “faraón” (del egipcio per-aa “la casa grande”, es decir, el palacio), era el centro de la religión y la vida egipcia. En el momento de su coronación el rey recibía diversos nombres que formaban la titulatura real completa. Junto a su nombre de nacimiento, el rey recibía otros cuatro nombres. En su conjunto, estos cinco nombres son: Nombre de Horus (Hr): es el primer nombre título conocido, también conocido como el nombre del “serekh”, que es la forma de denominar la fachada de palacio dentro de la cual solía inscribirse este nombre en sus inicios, y sobre la cual se representaba la imagen de un halcón, el dios Horus. Posiblemente representa la reencarnación del dios Horus en la figura del rey. Nombre de Horus de Oro: a partir de la dinastía III aparece la titulatura del Horus de Oro (Hr bik nbu), una posible alusión a la victoria de Horus sobre Seth, puesto que algunos de los primeros escritores interpretaron el signo del oro (nub) como otra manera de aludir al dios Seth como el Nubty (el de Nubia). Nombre de Rey del Alto y Bajo Egipto: traducción libre del jeroglífico nsw-bity, literalmente “el de la caña y la abeja”, símbolos del Alto y Bajo Egipto. Es el nombre escrito dentro del cartucho, adoptado por el rey en su coronación y que era el nombre principal utilizado durante su reinado. Algunos egiptólogos prefieren denominarlo el “rey de los vivientes y de la muerte”. Nombre de Hijo de Ra: era el nombre personal de nacimiento. Parte de la titulatura de Ramsés II tal como aparece en los arquitrabes del templo de Karnak. En la línea superior aparece el nombre encerrado en el cartucho tras el epíteto de nsw-bity, y en la inferior el nombre del rey aparece tras el epíteto de sa ra (hijo de Ra). Nombre de Nebty: literalmente “de las dos damas” o de las “dos señoras”, haciendo referencia a las diosas buitre Nekhbet del sur y cobra Wadjyt, del norte, como señor de las dos tierras. Detalle del relieve de la capilla blanca de Senusret I en que vemos el epíteto de nebty. Museo al Aire Libre, Karnak. La aparición de estos nombres no fue completa desde el principio; fue un proceso paulatino. El primer nombre conocido fue el del Horus. En la primera dinastía el protocolo real estaba formado únicamente por el “nombre de Horus”, el nombre de “rey del Alto y Bajo Egipto” (en algunos casos solo el epíteto sin nombre asociado) y el Nebty, que precedía al nombre correspondiente (en otros casos los dos nombres eran idénticos). A partir de la tercera dinastía aparece el nombre de Horus de Oro. El nombre de Hijo de Ra (sa ra) vincula al rey con el dios Ra, cuyo culto se potenció en la quinta dinastía, y se otorgaba al rey en el ritual de coronación, junto al resto de la titulatura. Todos estos títulos ponen en relieve que se colocaba al rey en la misma categoría que los dioses, aunque antes de la coronación era considerado un hombre. Sin embargo la concepción del rey no está del todo clara. Hay indicios que nos permiten intuir la naturaleza divina del rey en determinadas épocas, como el Reino Antiguo, mientras que en otras el rey tiene un carácter sagrado en vida y adquiere su carácter divino tras su muerte. Por ejemplo, en los Textos de las Pirámides hacen alusión al destino astral de los reyes, que si bien nacían como hombres, estos morían como dioses. En otros ejemplos, como en la iconografía de teofilia del Reino Nuevo, se muestra al rey como hijo del dios Amón y de la reina o “Gran Esposa Real” del faraón regente. La monarquía egipcia era fundamentalmente hereditaria, pero esta afirmación no refleja la realidad de determinados momentos de la historia de Egipto, como por ejemplo de los llamados Períodos Intermedios, y en períodos de cambio de dinastías. En ocasiones estos cambios de dinastías estaban provocados por el acceso al trono de hijos reales, pero no de la esposa principal del rey (la “Gran Esposa Real”), pero en otros casos este cambio dinástico fue provocado por la no existencia de hijos vivos del rey en el momento de su muerte. Se conoce incluso el asesinato de varios monarcas y revueltas en el seno de la familia real para promover a un descendiente en detrimento del heredero real. El rey tenía unas funciones principales que debería respetar y garantizar. En esencia, el rey debe garantizar el orden universal, la justicia y el equilibrio; un conjunto de principios englobados en el término egipcio de “maat”. Este concepto de maat fue personificado en la diosa del mismo nombre, Maat, representada con una pluma sobre la cabeza. Como garante de la maat debía impedir que el caos imperase sobre el orden, garantizando una crecida anual del caudal del Nilo favorable para la supervivencia del país y también debía proteger a Egipto del peligro exterior. El rey, cuyo poder emanaba de los dioses, era el intermediario entre los dioses y los humanos. A partir de las evidencias arqueológicas, se hace patente que unos faraones gozaron de una mejor reputación y un mejor recuerdo que otros. Esto se refleja en la continuidad de su culto funerario, prolongado durante cientos de años; un culto que exaltaba la figura del rey más allá de la esencia divina de la institución y que reforzada a la propia institución real. El rey era la cabeza del estado. A su sombra se desarrollaba una compleja administración encabezada por la figura del visir (en egipcio tajtj zab tjatj), que era el representante del rey específicamente encargado de la administración de justicia (una de sus funciones más conocidas, a pesar de que el poder legislativo pertenecía al rey), pero cuyas competencias reales variaron con el paso del tiempo. Muchas de las personas que ostentaron el cargo de visir eran miembros de la familia real, al menos en los inicios del cargo, pero estas se fueron desvinculando de la familia real. Sin embargo, en ocasiones el rey otorgaba funciones específicas del visir a otras personas y en otras ocasiones fueron los visires y sus familias los que apoyaron al sistema de gobierno, al margen de la propia monarquía, como sucedió en el Segundo Período Intermedio. Las funciones del visir incluyeron, además de la administración de justicia ya mencionada, el control de la administración central; tanto el personal como las finanzas, que incluían el control de los tributos, el control de la producción agrícola y ganadera así como también la supervisión de los trabajos edificatorios reales y el aprovisionamiento del ejército y los templos. Habitualmente había un único visir, aunque es en el Reino Nuevo cuando el cargo se desdobla de forma continua en dos; uno para el Alto Egipto y otro para el Bajo. El sistema social egipcio se basaba en el aprovechamiento agrícola y ganadero, y por tanto se apoyaba de manera directa en masa social destinada a la agricultura y a la ganadería. Esta masa social sustentaba a una serie más acomodada; unas personas que ostentaban una serie de títulos en ocasiones difíciles de interpretar. Estos cargos estaban asociados no solo con la administración, sino también con los templos y el ejército, que estaban igualmente estratificados. La masa social destinada a la agricultura y a la ganadería, la más numerosa, era analfabeta. Los testimonios indirectos que disponemos de ellos proceden esencialmente de aquellas personas de las que dependían y por tanto deben ser interpretados con cautela. Dentro del conjunto de la sociedad egipcia, los sacerdotes, adscritos a los numerosos dioses y templos, suponían un grupo privilegiado muy importante. Estos, junto a sus familias, formaban un entramado que controlaba la explotación de las tierras adscritas a los templos. En determinados momentos de la historia de Egipto, los sacerdotes apoyaron el ascenso de determinados reyes favorables o maleables a sus intereses. Incluso en determinados momentos la acumulación de títulos llegó a tal punto que el cargo de Visir del Alto Egipto y el de Primer Profeta de Amón llegaron a recaer en la misma persona; hecho que le otorgó un impresionante poder religioso y ejecutivo. Esta administración tan jerarquizada necesitaba un cuerpo muy nutrido de escribas. Junto a ellos, una serie de cargos notables formaban una red de poder que controlaba todos los aspectos de la vida en el Antiguo Egipto desde los templos y desde el palacio. Socialmente, por debajo de ellos, se encontraban los artesanos. La transmisión del oficio de forma hereditaria en el seno de la unidad familiar era un hecho muy habitual. Ellos fueron los encargados de dejar constancia de sus creencias, de su administración, de su religión,… en definitiva de las evidencias arqueológicas que han hecho posible nuestro conocimiento de la fascinante cultura egipcia. En la base del sistema social egipcio se encontraban los agricultores y ganaderos, que normalmente no solían ser los propietarios de las tierras que trabajaban. A esta masa de población hay que añadir a los extranjeros. Estos eran de muy diversa índole, pudiendo ser prisioneros de guerra o no. Escena de agricultores aventando el grano. Tumba de Nakht, orilla occidental de Luxor, Reino Nuevo. Una de las mejores fuentes literarias del Antiguo Egipto con información sobre los diferentes oficios y ocupaciones es un grupo extenso de textos análogos denominados por los egiptólogos “la sátira de los oficios” o “sé un escriba”. En la mayoría de los casos, los textos o versiones de ellos que disponemos son ejercicios de escribas. Esto nos permite entrever su intención de adoctrinamiento ensalzando el oficio de escriba, de personal de la administración, frente al resto de profesiones habituales. Para los antiguos egipcios no existía el arte, con la acepción que tenemos actualmente; todo objeto tenía que obedecer a una finalidad práctica o religiosa. Por ese motivo, los artesanos responsables de crear tan ingente cantidad de objetos de calidad no pasaron de ser considerados simples obreros especializados. No se valoró la calidad del trabajo individual, de hecho, la mayoría de los objetos que vemos en los museos procedentes del antiguo Egipto proceden de talleres en los que cada persona se encargaba de un trabajo en concreto. Otra evidencia de esta consideración es que de los objetos que han llegado hasta nuestros días prácticamente ninguno fue firmado por su autor. Este hecho lo encontramos en otros campos del “arte”, como en los relieves o en la pintura, en los que a partir del trabajo de los escribas del contorno se daba paso a los especialistas que pintaban y esculpían los relieves. El sacerdocio Desde el inicio de la historia egipcia, el principal rol del faraón fue el de sacerdote, desarrollando el culto a los dioses, y como único intermediario válido entre el mundo de los dioses y el de los vivos. El rey, ante la imposibilidad física de estar presente en todos los templos del país para la realización del culto, delegaba sus funciones a los sacerdotes principales de cada templo, que ostentaban el cargo de Primer Profeta. Prueba de ello es que, puesto que el rey era quien teóricamente realizaba los rituales en todos los templos, las escenas de rituales de los templos muestran al faraón en lugar de los sacerdotes como figuras principales de las escenas, junto con los propios dioses. Con esta delegación de funciones, el rey se convertía de facto en el jefe de todos los sacerdotes del país bajo su reinado. Puesto que la historia del Antiguo Egipto abarca un período de unos tres milenios, debemos matizar la naturaleza cambiante del cargo con el transcurso del tiempo; si bien se mantuvo como un elemento clave en la élite y en la administración del país. En los llamados “Papiros de Abusir” hay evidencias del carácter eventual del cargo de sacerdote, sirviendo al templo en rotaciones de un mes de cada cinco. Este sistema aparentemente se mantuvo hasta que en el Reino Nuevo encontramos un sacerdocio permanente, ya especializado desde su fase formativa. A pesar de esto, podría ser erróneo ver el sacerdocio separadamente del conjunto de la estructura de la élite egipcia. La gran cantidad de evidencias disponibles procedentes de los monumentos del Reino Nuevo muestran, de forma clara, que aunque los cargos hereditarios eran un ideal, y que el sacerdocio podría haber sido hereditario, las familias de la élite no eran únicamente “sacerdotes”, sino también miembros del “cuerpo civil” de la administración. Aunque enfatizamos sobre la importancia de la tendencia a hacer los cargos hereditarios, la ascensión de sacerdotes, especialmente del Primer Profeta, estaba en manos directas del rey. El Reino Nuevo vio muchos cambios en las prácticas religiosas, con un énfasis creciente en los templos de culto, en detrimento de los complejos mortuorios de los Reinos Antiguo y Medio. Hubo un incremento en el número y tamaño de estos templos, y consecuentemente un incremento en el número de sacerdotes a su cargo, y un aumento de su poder. Tras el Reino Nuevo hay gran cantidad de evidencias de la región tebana que detallan el sacerdocio del Tercer Período Intermedio y Períodos Tardíos. La transmisión de los cargos de forma hereditaria era habitual, aunque no necesariamente de padres a hijos mayores. Los cargos podrían haber sido considerados como un privilegio familiar a preservar. Las inscripciones conocidas como “los anales sacerdotales de Karnak” recogen la instalación de sacerdotes en el templo en el Tercer Período Intermedio. Da fechas de instauración y el nombre del padre y del abuelo del sacerdote, indicando la importancia de lo heredado. En este sentido, el escritor clásico Heródoto narra que los sacerdotes en Egipto formaron una casta “separada”. Esto es probable y no estrictamente exacto, al menos no a lo largo de toda la historia del Antiguo Egipto. El sistema hereditario, ayudado por una disminución paulatina en la intervención real en los nombramientos, podría haber favorecido la instauración del sacerdocio como un elemento separado de la élite. Los templos estaban estructurados de forma jerárquica. Cada templo tuvo su propio Primer Profeta, con un número de asistentes que estos variaron en función del tamaño y estatus del templo. Estos sacerdotes principales eran los hem netjer, literalmente “sirviente del dios” (frecuentemente traducido como “profeta”, del griego prophetes, aunque no tiene las implicaciones de los profetas bíblicos). El “profeta mayor” fue llamado hem netjer tepy traducido como “profeta mayor” o “primer profeta”. El primer profeta de algunos de los centros de culto más antiguos tienen títulos distintivos específicos. El primer profeta de Ra en Iunu (Heliópolis) fue el wer maau “el más grande de los videntes”; el de Path en Menfis era wer kherep hemut “jefe controlador de los artesanos” (un título anterior era “el más grande de los maestros artesanos”); y el de Thoth en Khemenu (Hermópolis) era el wer diu “el grande de los cinco”, aludiendo a Thoth y los cuatro pares de dioses que constituían la Ogdoada (como veremos más adelante). Bajo los profetas estaban los rangos menores del hem netjer, y dos clases de sacerdotes, los it netjer, “padre del dios” y el menor, el wab. Wab significa en egipcio “puro”. Este tipo de sacerdotes eran rangos menores de sacerdotes iniciados, algunos de los cuales podrían posteriormente avanzar puestos. Estos sacerdotes menores podían manipular objetos sagrados e instrumentos de culto, pero no entrar en el santuario y acceder a la imagen del dios. Otro título sacerdotal era el “sacerdote lector”, hery heb. Este era el responsable de la liturgia. El sacerdote hem ka, literalmente el “sirviente del ka”, era el encargado de llevar los alimentos, y en ocasiones las ofrendas funerarias. Además de los sacerdotes vinculados directamente al templo podemos encontrar otros sacerdotes con funciones más desvinculadas al templo. Entre ellos encontramos al sacerdote sem, que estaba asociado al ritual de la Apertura de la Boca; un ritual muy importante en las ceremonias funerarias. Los “sacerdotes Horus” fueron astrónomos responsables de calcular que hora del día o de la noche era (no era una tarea fácil en el Antiguo Egipto) y por tanto eran los responsables de establecer cuando deberían celebrarse los rituales. Otro cargo sacerdotal interesante era el “Líder del Festival”, cuya función se limitaba precisamente a eso, a liderar los festivales religiosos. Hasta ahora solo hemos hecho referencia a “sacerdotes”, sin embargo no todos los cargos sacerdotales estaban en manos masculinas. A pesar de la bien atestiguada igualdad de género en el Antiguo Egipto, la mujer no jugó un papel tan activo como el hombre en los estamentos religiosos de los templos. Ya en el Reino Antiguo, un título común fue el de “Sirvienta”, hemet netjer, de Hathor (en ocasiones de la diosa Neith), pero es un título que decae en el Reino Medio. Se cree que no había sacerdotes wab femeninos en el Reino Antiguo, pero el papiro de Abusir muestra que algunas mujeres desempeñaron las mismas funciones y recibieron el mismo pago. En el Reino Nuevo, la función femenina del culto se asocia con el canto en los rituales. Esta función la desarrollaban las cantoras, shemayet. Estas solían ser esposas de sacerdotes y otros altos cargos de la administración, por lo que el círculo de personas vinculadas al templo se limitaba a unas pocas familias. Su rol consistía en mecer el sistro y cantar. Estaban organizadas bajo la supervisión del “supervisor de las cantoras”, que podía ser tanto hombre como mujer. Un título religioso femenino que alcanzó gran importancia religiosa y política es el de “esposa del dios”. Hay evidencias claras del uso de este título desde el Reino Medio y en la dinastía 18 el cargo se estableció en Tebas. Este cargo parece que fue creado para la reina Ahmés-Nefertari. En una estela se recoge como la reina renunció al cargo que ostentaba de Segundo Profeta de Amón (se desconoce exactamente cómo y por qué) y recibió a cambio el título de Esposa del Dios y otros beneficios. Este cargo continuó vinculado a las esposas e hijas de faraones. El cargo cesó con la ascensión de Amenhotep III, pero fue renovado a comienzos de la dinastía 19, siendo de nuevo ostentado por esposas reales hasta el reinado de Ramsés VI, cuando el cargo fue ocupado por su hija Isis. Desde ese momento, el cargo fue ostentado por hijas del faraón. Generalmente se cree que eran una especie de “vírgenes vestales”, aunque no hay evidencias directas que sugieran que ningún nivel sacerdotal fuera célibe. Al final del Período Libio la Esposa del Dios fue una de las figuras claves en la región Tebana; un cargo que incrementó su importancia incluso tras la conquista kushita (ca 740 a.C.), momento en el que el rey kushita Kashta, hizo que la Esposa del Dios del momento, Shepenwepet I, adoptara a su hija como su heredera. Desde este momento en adelante la Esposa del Dios adoptó a sus sucesoras que ostentaban el título de “Adoradora del dios” (o divina adoratriz) y “Mano del Dios”, que eran también parte de la titulatura de la Esposa del Dios. Económicamente fueron extremadamente importantes, y sus mayordomos tienen las más grandes tumbas de la región Tebana. Su función religiosa fue actuar en los rituales que permitían al dios creador rejuvenecer y recrearse a sí mismo. El cargo llegó a su fin con la invasión persa en el 525 a.C. Podemos encontrar en el Período Ptolemáico un cargo similar que fue ostentado por las esposas del Primer Profeta de Path en Menfis. Imagen de Shepenwpet, en su capilla en el templo de Medinet Habu. Sobre el cartucho de la derecha con su nombre podemos leer el título de esposa del dios, hmt ntjr. Fotografía del autor del curso. Ex Cursus Los festivales religiosos Además de los ritos diarios dedicados esencialmente al mantenimiento del culto de los dioses, y al mantenimiento de los propios dioses, los antiguos egipcios desarrollaron una serie de festividades mayores, los llamados festivales, que potenciaban determinados aspectos de las divinidades, y lo más importante, acercaban el culto de los dioses (y a los reyes) a la población. Entre el amplio abanico de festivales destacan los desarrollados en la zona tebana, especialmente durante el Reino Nuevo, y entre estos destacan “el festival de Opet” y la “bella fiesta del valle”. El festival de Opet Este festival se desarrollaba entre los templos de Luxor y Karnak, en el decimoquinto día del segundo mes de la inundación. Tenía una duración de unos once días, aunque se fue ampliando hasta los veintisiete días de época ramésida. El festival tenía gran importancia para Amón, o Amón-Ra, puesto que consideraban que al final del año el dios estaba exhausto, próximo a la muerte, y a través del festival aseguraban su renacimiento, restaurando el poder creador y el orden del cosmos. Pero además, el propio rey aprovechaba la fuerza regeneradora y el rey, identificado con el ka real, renovaba su derecho a gobernar. Escena del festival de Opet, templo de Luxor. Fotografía del autor del curso. El festival podría haber comenzado en la zona este del templo recinto de Karnak, en el akh-menu (levantado por Thutmés III) desde donde un pequeño grupo de sacerdotes encabezados por el rey partían llevando la estatua del ka del rey en su barca hacia el santuario en el que se encontraba la estatua del dios. Desde allí la procesión continuaba con las barcas por la ruta procesional flanqueada por esfinges hacia el templo de Mut y desde allí al templo de Luxor, recorriendo una distancia aproximada de dos kilómetros y medio. Todo el camino estaba flanqueado por esfinges. Una vez en el templo de Luxor, ya fuera del alcance del público, se desarrollaban los rituales de renovación. Tras estos ritos, las estatuas eran depositadas de nuevo en las capillas con forma de barca y trasladadas de nuevo al templo de Luxor. La vuelta seguramente se hacía por vía fluvial, hasta el embarcadero del templo de Karnak. La bella fiesta del valle Junto al festival de Opet, era el otro gran festival anual desarrollado en la zona tebana. Se cree que era más antiguo que el festival de Opet (cuyas primeras evidencias datan del reinado de Hatshepsut), ya que podría remontarse a inicios del Reino Medio. El festival comenzaría con la luna llena, con una procesión que partiría de la orilla oriental del Nilo hacia la orilla occidental para visitar las tumbas y los templos mortuorios y lugares de culto de los dioses, terminando en el santuario de la diosa Hathor en Deir el Bahari. En la dinastía decimonovena se modificó el festival, y los dioses adorados en Karnak (Amón, Mut y Khonsú) tomaron parte visitando todos los templos funerarios que estaban en activo, antes de su llegada al santuario de Hathor. Allí, las estatuas de los dioses descansaban toda la noche, y mientras los sacerdotes estaban en el templo realizando los rituales, las familias tebanas estaban en las capillas de las tumba de sus familiares difuntos guardando vigilia. En la madrugada, las estatuas de los propietarios eran sacadas y las antorchas que habían estado encendidas toda la noche se apagaban en cuencos con leche como símbolo de renacimiento. Cosmogonías En el Antiguo Egipto la forma de entender el universo, y en especial el momento de su creación, estaba relacionado de forma directa con la religión y con el medio. Dada la trascendental importancia del río Nilo en el Antiguo Egipto, no es de extrañar que el punto común entre las distintas cosmogonías no sea otro que las aguas primordiales, que según las diferentes cosmogonías contenían la esencia de la vida y a partir de las cuales emergió el universo. A estas aguas primordiales las denominaron nun. Tal como podemos leer en los textos de las pirámides, la aparición del demiurgo creador se situaba: «Antes de que el cielo existiera, antes de que la tierra existiera, antes de que existieran los hombres, antes de que existiera la muerte» (Textos de las Pirámides, 41466). La llegada a la existencia del demiurgo creador tiene lugar en un punto concreto del Nun. Se trata, evidentemente, de un «centro o eje del mundo», que cada templo identificaba según sus creencias religiosas locales. En el antiguo Egipto no hay un único mito cosmogónico. Las principales fuentes para el conocimiento de las cosmogonías son los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos y el Libro de los Muertos. A estos hay que añadir la Piedra de Shabaqa, el Papiro Bremner-Rhind, el Papiro de Leiden, el Papiro de Berlín 1303, así como los tardíos textos de los templos de Dendera y Edfú, sin olvidar otras referencias sueltas en ciertos himnos y preces. A través de dichos textos se encuentran un conjunto de elementos comunes, o diferenciadores, que conforman los diferentes aspectos de la idea de la Creación, tanto de los dioses como del Mundo, y sólo tardíamente, de los hombres. Los principales mitos cosmogónicos son la cosmogonía heliopolitana, la menfita y la hermopolitana, si bien no debemos olvidar la existencia de otras cosmogonías como la de Edfú o la de Tebas. La cosmogonía heliopolitana: fue desarrollada en la ciudad de Heliópolis, ciudad solar por excelencia y sede de uno de los centros religiosos más importantes del Antiguo Egipto. Como cabría esperar, el demiurgo creador tiene un carácter solar. Este demiurgo creador según la tradición heliopolitana fue Atum. Según la teoría heliopolitana, en el principio el dios Atum estaba en el nun, inerte como este, cuando todavía no existía nada, sumido en la más absoluta oscuridad; pero una oscuridad que no era la de la noche, pues esta, al igual que el día, todavía no habían sido creados. Según los Textos de las Pirámides (TP 1146) Atum se define como “una serpiente de numerosas colas”. Atum se distingue de los otros dioses por haberse creado a sí mismo y por haber iniciado el proceso de la creación del resto de los dioses tan pronto como emergió de las aguas del nun la colina primigenia. Atum creó a la primera pareja de dioses Shu (aire) y Tefnut (humedad), sobre cuya concepción encontramos diferentes versiones en los textos del Antiguo Egipto. Según un papiro procedente de Tebas y escrito en el siglo cuarto a.C. (actualmente en el British Museum, BM 10188), en el tercer capítulo se dice: “Yo pensé en mi corazón, examiné con mi vista y yo solo hice todas las formas, antes de estornudar a Shu, ante de escupir a Tefnut, antes de que llegase a la existencia cualquier otro que pudiera actuar conmigo” Pero los Textos de las Pirámides ofrecen una versión sensiblemente diferente del proceso de concepción de esta primera pareja divina. El pasaje del TP 1248 nos dice: “Atum es aquel que (una vez) vino a la existencia se masturbó en Iunu (Heliópolis). Él cogió su falo para conseguir el orgasmo por medio de él, y así nacieron los gemelos Shu y Tefnut”. Shu y Tefnut engendraron a Nut (el cielo o la bóveda celeste) y Geb (la tierra). Con ellos se inicia el ciclo creador que llevaría a engendrar “multitudes en esta tierra” (BM 10188). Simbolizan por tanto el germen vital y la fertilidad, pero al mismo tiempo Geb (la tierra) y Nut (el cielo o bóveda celeste) simbolizan los límites inferior y superior entre los cuales lo creado encuentra su lugar. El propio Ra (como forma de Atum) sintió celos de Nut y pidió a Shu que impidiera la unión con Geb, separándolos mediante un soplo de aire. A pesar de ello, burlando esta prohibición, Geb y Nut engendraron a dos parejas de dioses Isis, Osiris y Neftis y Seth. Con ellos se completa la Enéada de la cosmogonía Heliopolitana. Nut, representada de forma estrellada simbolizando la bóveda celeste, está separa por Shu, que la sostiene con sus brazos, de Geb, representado tendido con el brazo extendido. Papiro funerario de Djedkhonsuiefankh, Museo Egipcio de el Cairo (fuente wikimedia). La cosmogonía menfita: fue desarrollada en la ciudad de Menfis y tiene un desarrollo más estructurado, incorpora elementos no tangibles como la palabra y el pensamiento. Esta teoría tuvo su mayor desarrollo durante el Reino Nuevo. En esta teoría menfita de la creación, el dios demiurgo pasa a ser Ptah, que a diferencia de Atum (o Ra) relacionados con el sol, tiene un carácter ctónico. De todos los documentos que aluden a este mito de creación, el más conocido es la Piedra de Shabaqa, si bien la versión más completa se recoge en un papiro del Museo de Berlín (Papiro de Berlín 3048). Según se desprende del Papiro de Berlín 3048, Ptah representa a aquel que estaba en el momento de la creación y que dio forma a todo lo que vino tras él. Como Atum en la cosmogonía heliopolitana, Ptah también se hizo a sí mismo, y se especifica además que no tenía “padre que le engendrara ni madre que le pariera”. De igual forma que Atum en la teoría heliopolitana, el origen remoto de Ptah se sitúa en el nun. Piedra de Sabaqa, tal como la podemos ver en el Museo Británico. El estado de conservación del texto es deficiente, puesto que épocas pasadas llegó a ser utilizada como piedra de molino. British Museum EA498. (fuente wikimedia) Según la piedra de Sabaqa, aunque fuera el corazón de Ptah el que idease las formas, estas eran creadas por la palabra. Por tanto, Ptah es, en esencia, un principio intelectual. “Los dioses que vinieron a la existencia por Ptah, (son) Ptah sobre el gran trono; Ptah-Nun, el padre que hizo a Atum; Ptah Nunet, la madre que dio nacimiento a Atum, Ptah el grande, que es el corazón y la lengua de la enéada… Estos tomaron forma en el corazón (de Ptah) y tomaron forma en la lengua (de Ptah), en la forma de Atum, pues Ptah es el más grande, que da (vida) a todos los dioses… por medio de su corazón y de su lengua, en el que Horus ha tomado forma como Ptah y por la que Thot ha tomado forma como Ptah …” “…La Enéada es, ciertamente, los dientes y los labios de esta boca que pronunció el nombre de todas las cosas, de la que Shu y Tefnut nacieron y la que hizo nacer a la Enéada…” La cosmogonía hermopolitana: desarrollada en la ciudad de Hermópolis (la Khemenw egipcia, literalmente quiere decir “la ciudad de los ocho”), se diferencia de las anteriores en que los demiurgos responsables de la creación son cuatro parejas de dioses en lugar de un único dios. Los dioses de la ogdóada lo forman cuatro parejas de divinidades, una masculina y la otra femenina. Estos eran: Nun y Naunet, que simbolizaban las aguas primordiales; Amón y Amonet, las fuerzas de lo oculto y lo que no es visible; Hehu y Hehet, el espacio ilimitado; Kek y Keket, la oscuridad en su calidad dual. A partir de los Textos de las Pirámides y de los Textos de los Sarcófagos podemos ver la parte central de esta teoría cosmogónica. Estos dioses fueron creados en el nun y que tan pronto comenzaron a actuar, crearon el huevo primordial de donde nació todo lo creado posteriormente. Otra versión de este mito cosmogónico habla de una isla que surgió de entre las aguas del Nun. Dicha isla era el hogar de los cuatro pares de la ogdóada, los cuales habitaban en un estanque de aguas del propio Nun. En el agua de este estanque flotaba un loto sobre el cual derramaron su esperma las cuatro deidades masculinas. A la mañana siguiente, cuando el loto abrió sus pétalos, surgió un niño que actuaría como demiurgo, creando todos los seres y las cosas de este mundo. La ogdóada hermopolitana representada con cuatro figuras con cabeza de rana y cuatro de serpiente. Lepsius 1856 pl.I. La cosmogonía tebana: desarrollada en la ciudad de Tebas, cuyo dios principal es Amón. Sus teólogos desarrollaron un mito cosmogónico propio para ensalzar y fortalecer a su dios patronímico. Para ello utilizaron elementos propios de su tradición y de otras cosmogonías. Los sacerdotes tebanos incrementaron la importancia de Amón, elevándole de ser uno de los primeros ocho dioses según la tradición heliopolitana a dios creador. El mito cosmogónico tebano de nuevo hace referencia a que en un principio existía el nun. De este surgió la serpiente Kamutef que concibió a la serpiente Irta (aquella que ha hecho a la tierra), y esta engendró a la ogdoada primigenia (arrebatando el origen primordial de la ogdoada a Hermópolis). Establecieron después que las corrientes del nun arrastraron a la ogdoada a Hermópolis, donde crearon a Atum-Ra. Tras este acto de creación, los dioses regresaron a nado a Tebas, donde murieron y fueron enterrados junto con la serpiente Kamutef. Cada diez días el Amón creador (Amón de Luxor, es decir Irta) se desplazaba desde su residencia a unirse con los ocho dioses primigenios y a presentarles ofrendas para fomentar su papel como responsables de la salida diaria del sol y del fluir de las aguas. Otra interpretación de este peregrinaje hace referencia a la existencia de un lugar de descanso de Amón en el lugar donde fueron enterrados los dioses primigenios, que coincide con el emplazamiento del templo de Medinet Habu; aceptándose por tanto la posibilidad del cansancio de los dioses y de su mortalidad. Por tanto, según la cosmogonía tebana, es la fuerza creadora inicial, en su forma de Amón-Kamutef, que una vez pasado su tiempo se regenera en Irta que a su vez creó a la ogdoada. Además, Amón aparece entre los dioses primigenios de la ogdóada de Hermópolis, junto a su paredro Amonet, más tarde asimilada a Mut. Otra versión de este mito de la creación tebana, Amón aparece asociado a su animal representativo, el ganso, el del “gran graznido”, el cual a través de su sonido provoca que el universo latente se ponga en marcha. El “gran Graznador”, al ser el portador del nuevo cósmico, representa la energía creativa. La cosmogonía de Esna: el templo principal de Esna, conocida también por su nombre de tradición griega Letópolis, la Iunit egipcia, estaba consagrado a Khnum. En la cosmogonía de Esna es su dios principal el demiurgo. El dios representado por un carnero dio forma a los dioses y a los hombres. En los textos en los que se narra esta cosmogonía se dice: “Tú eres el gran dios que vino a la existencia en el principio, aquel al que acompaña la diosa uraeus; eres el misterioso cuya forma nadie conoce, el dios secreto cuya apariencia nadie conoce, aquel que salió del nun, que aparece en el horizonte como una llama, aquel bajo cuyos pies emana la inundación desde dos cavernas […] Tú iluminas las Dos Tierras con tus dos ojos. Su ojo derecho es el sol, su ojo izquierdo la luna. Él ha creado a los seres (en el cielo) y en la tierra, en la duat y en el nun”. Se dice de Khnum que vino como padre y madre de todos los dioses. Es interesante la coincidencia con Atum en su descripción cuando se dice que nadie conoce su forma o su aspecto. Es una característica del demiurgo, pues ningún otro dios le acompañaba en el nun ni podía por tanto conocer su forma. El método utilizado por Khnum para llevar a cabo la creación es por medio del trono de alfarero. Khnum dando forma con el torno de alfarero junto a Heket. Dendera. En definitiva, las variantes cosmogónicas desarrolladas en centros religiosos importantes, son una muestra de la complejidad de la religión egipcia ya desde la propia concepción de la creación del mundo. Podemos interpretar esta variedad de mitos cosmogónicos como un intento de incrementar el poder de determinados centros religiosos al colocar a su propio dos principal como dios primigenio, y reclamar de este modo que a ciudad y a su templo como lugar en el que emergió la primera colina primigenia, en egipcio antiguo benben. Bibliografía Bard, K. A., 2015. An Introduction to the Archaeology of Ancient Egypt. Willey Blackwell. Hefny, M. y El-Din-Amer, S. 2005, “Egypt and the Nile Basin”, en Aquatic Sciences, vol.67. Lull, J., 2006. La astronomía en el antiguo Egipto. Universitat de Valencia Luteley, K. y Bunbury, J., 2008, “The Nile on the Move”, en Egyptian Archaeology 32. Sauneron, S., 2000. 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