ECONOMÍA LA HORA DE LA DESTORCIDA Por Adriana La Rotta Otro Stephen King, un economista cuyas historias no tienen nada de ficción, y sin embargo pueden ser más asustadores que los del conocido bestseller de novelas de terror, acaba de lanzar un libro en el que vaticina tiempos negros para la economía mundial en las próximas décadas. Stephen D. King es un economista inglés de 50 años, quien desde hace más de una década comanda a los analistas económicos que el banco británico HSBC tiene repartidos por todo el mundo. Su juventud no debe engañar a nadie. King tiene un conocimiento enciclopédico de la historia económica de la humanidad, que sumado a multitud de pares de ojos y oídos instalados inclusive en los lugares más remotos, le dan una perspectiva como tienen pocos. Su libro Perdiendo Control, publicado en el 2010 cuando ya la actual crisis económica estaba bien establecida, anunciaba el fin histórico de la supremacía occidental por cuenta de la competencia con las naciones emergentes, especialmente China e India. King acaba de lanzar otro libro cuyo contenido, comenzando por su título, compite con las historias de terror narradas por su archifamoso homónimo: Cuando el Dinero se Acaba - El Fin de la Afluencia de Occidente. El punto central del nuevo thriller de King es que la actual desaceleración mundial no es circunstancial – un desvío temporal de la ruta de la bonanza permanente– sino la nueva realidad. Según el economista, la edad de oro que empezó en 1950 se acabó al final del siglo, y así lo demuestran las estadísticas. Mientras en la década transcurrida entre 1993 y 2003 las economías de Occidente crecieron en promedio un 30 por ciento, en la década siguiente el aumento del Producto Interno Bruto combinado apenas llegó al 4 por ciento. En ingresos per cápita, el contraste es aún más dramático: el crecimiento de ese indicador fue de apenas 0,9 por ciento en los primeros diez años del siglo XXI, o sea menos de la mitad del que se registró entre 1980 y el 2000, y menos de la tercera parte del que hubo entre 1950 y 1960. Entender los factores que originaron esa bonanza de medio siglo, ayuda a explicar por qué llegó a su fin. El primer factor, según King, fue la vitalidad del comercio entre las economías desarrolladas, y también entre Oriente y Occidente. Además contribuyeron la entrada de la mujer a la fuerza laboral, el boom demográfico, y el valor que producía tener educación superior en un mundo en el que había pocos profesionales. Como ninguno de esos elementos está presente hoy en día –sólo hay que ver los ejércitos de graduados que no encuentran trabajo en su especialidad- lo lógico es que el crecimiento vuelva a los niveles anteriores a la época de las vacas gordas. El problema es que el período de prosperidad fue tan prolongado, que todo el mundo, desde los diseñadores de políticas públicas hasta los consumidores, creyó que iba a durar indefinidamente. “Estábamos tan confiados en que el progreso económico sería continuo, que podíamos educarnos ayer, consumir hoy, jubilarnos mañana, tener excelente cobertura médica pasado mañana y crear un futuro para nuestros hijos, mientras ahorrábamos muy poco”, dice King. Acostumbrado a la noción de que la calidad de vida mejora con el paso de las generaciones, Occidente se enfrenta ahora a una nueva realidad que no sólo desinfla las que hasta hace poco eran legítimas expectativas, sino que profundiza la brecha entre ricos y pobres, creando el riesgo de un retorno al nacionalismo y el proteccionismo característicos de comienzos del siglo XX. Esta es la hora de la destorcida y la cuenta la costearán las nuevas generaciones. “(Los jóvenes) no sólo desembolsan más por su educación, sino que más adelante tendrán que pagar más impuestos para sostener a quienes hicieron apuestas basados en nuestros escasos recursos”, anticipa King. Como del desencanto económico a la inestabilidad política no hay sino un paso, las nuevas generaciones también sufrirán los efectos del mayor populismo gubernamental y el aumento del extremismo político producto de la quiebra en la confianza. “La confianza es el pegante que le da cohesión a las sociedades y que permite que los mercados funcionen bien. Cuando ésta se quiebra, hay cosas que se corroen, como el espíritu emprendedor”, dice King, quien sugiere que en el caso de Estados Unidos, por ejemplo, el “Sí se puede” de Barack Obama está siendo remplazado por un “Tal vez no se puede”. Para disminuir el impacto King aconseja a Occidente –entre otras cosas– reducir los beneficios como pensiones y seguro médico a que están acostumbradas las generaciones actuales, en beneficio de más inversión en educación e infraestructura para las generaciones futuras. Hacer lo contrario, advierte el analista, tendrá un efecto negativo en el crecimiento a largo plazo. También sugiere a los gobiernos dejar de aplicar estímulos fiscales que en lugar de producir crecimiento crean distorsiones financieras, y recomienda a los políticos crear una narrativa que en lugar de prometer un futuro ficticio, logre explicar la realidad. King no parece muy incómodo en su papel de profeta del desastre, pero admite que tanto a él como a sus colegas, les cabe una dosis de autocrítica por no haber anticipado la frenada brutal que se venía encima. “Los economistas cometimos el terrible error de enfocarnos en modelos matemáticos totalmente desconectados del mundo real. Pretendimos anticipar lo que iba a pasar basándonos en datos que se remontaban a 10 ó 20 años, ignorando importantes episodios de la historia económica anterior”. El analista advierte sin embargo, que el futuro económico podría ser un poco menos asustador para los países en desarrollo, los que en contraste con el agotamiento del Primer Mundo, todavía tienen la alternativa de relacionarse entre sí y beneficiarse de los flujos comerciales y migratorios. Las nuevas generaciones harán bien en mirar al sur y entender cómo sacar provecho de nuevas oportunidades que por el momento, no son tan obvias. Predecir el futuro económico no es tarea fácil ni debe ser gratificante cuando en el panorama sólo se ven nubes negras. Stephen D. King, sin embargo, lo hace con erudición y agudeza, lo cual ayuda a pasar mejor el trago amargo de sus vaticinios. Dsatacados: El período de prosperidad fue tan prolongado, que todo el mundo, desde los diseñadores de políticas públicas hasta los consumidores, creyó que iba a durar indefinidamente. Occidente se enfrenta ahora a una nueva realidad que no sólo desinfla las que hasta hace poco eran legítimas expectativas, sino que profundiza la brecha entre ricos y pobres.