Andreas abrió los ojos lentamente, quebrando la fina capa de escarcha de nitrógeno que los había recubierto durante la hibernación. Suaves chorros de aire cálido y dulce ,perfumado con aromas cítricos, le golpeaban el rostro y el cuerpo desde dentro de su traje espacial. El ordenador de la nave le había hecho dormir en su largo viaje. Así no se daría cuenta de cuanto había tenido que viajar, ni de lo lejos que había llegado. Lo primero que pensó Andreas era que echaba de menos a sus papás. Alargó el brazo, que le pesaba todavía de sueño, y activó su tableta de control, que flotó para colocarse en el aire delante de él. Enseguida saltaron mensajes de su mamá, diciéndole que estaban en camino, que les escribiera nada más despertar del sueño -hibernación y que se abrigara bien, que en el planeta podía hacer frío. Andreas sonrió; el traje espacial se adaptaba a cualquier temperatura, pero su mamá siempre quería cuidarle un poco más. O, para Andreas, un poco de más. Se desperezó y abrió la cápsula de descanso. El nitrógeno se le despegaba de la piel como un fino vaho, que le recordó a su aliento en invierno. En el planeta en el que nació Andreas, Ursa Gelia, el invierno duraba seis meses y el verano sólo dos, sin primavera ni otoño. En realidad Andreas no había conocido la primavera hasta el año anterior, porque la academia de pioneros estaba en Ursa Tebia, otro planeta de ese sistema con un clima mucho más agradable. Pero Ursa Gelia era un mundo lleno de minerales valiosos, y fue su mamá a quien enviaron allí como pionera cuando tenía diez años, la edad que Andreas tenía ahora. Los niños y niñas entrenados como pioneros eran los héroes de la humanidad, a lo largo de toda la Vía Láctea. Todos conocían la antigua historia. Hacía muchísimo tiempo, la humanidad entera vivía en un solo mundo, llamado simplemente la Tierra, porque no conocían ninguna otra. A medida que había más y más gente, se fueron acabando los recursos del mundo entero: los árboles y su madera, el hierro y todos los metales, y hasta el aire se ensució y contaminó. No había dónde vivir, y el mundo mismo estaba enfermo sin remedio. A Andreas le costaba imaginarlo. No quedó más remedio que viajar en naves al espacio, a nuevos planetas de los que arrancar sus recursos para que los seres humanos pudieran seguir viviendo. Así dejaron atrás su mundo y buscaron nuevos hogares. Pero los nuevos planetas eran difíciles de hábitar, aunque la tecnología pudiera ayudarles muchísimo. 1 Algunos mundos eran enormes, y en ellos un adulto se volvía tan pesado que le costaba caminar. En otros el aire, aunque lo filtraran, olía a productos químicos y hacía que te pícara la piel. ¿Cómo podrían instalarse allí los humanos? Las máquinas terraformantes podían arreglar esas cosas, pero les tomaba meses y necesitaban que una persona las supervisara. Fue entonces cuando la famosa científica turca, la profesora Demir, inventó el Suero del Pionero, una poción que permitía adaptarse mucho mejor a cualquier entorno difícil. Pero no funcionaba en el cuerpo ya completo de un adulto, pero sí con los niños y niñas, que están aún creciendo y pueden llegar a ser cualquier cosa. Así se creó la academia de pioneros, y por muchas generaciones ellos eran los primeros en llegar a un mundo nuevo. Andreas estaba muy emocionado, y más porque lo que iba a hacer él era único. Sería un pionero de pioneros. El mundo al que dirigía estaba ya a la vista. Andreas corrió a la cabina: no quería verlo en un monitor, sino en persona. En cuanto lo vio le pareció bellísimo; a través de su atmósfera blanca vislumbró un radiante azul, y cuando la nave bajó más allá de las nubes y flotó escaneando el planeta, Andreas observó boquiabierto llanuras y selvas; montañas de cumbre cubierta de nieve, y otras de árboles verdes e inmensos. Los océanos se agitaban, con los sensores descubriendo criaturas marinas como Andreas sólo había visto en los registros. Andreas, aunque quería seguir viendo todas aquellas cosas maravillosas, se obligó a dar media vuelta y revisar la tableta de control, que para su alivio indicaba que todo estaba operando correctamente. A lo largo de cientos de años, se habían enviado sondas y dispositivos que habían iniciado un proceso muy complicado, pero que gente de toda la galaxia había estado dispuesta a apoyar. Andreas inició la activación de las sondas, que habían estado esperando su llegada. Se iluminaron por todo el relieve de los continentes que el ordenador de a bordo estaba mapeando. Ahora, todo lo que la academia le había enseñado entró en acción. Andreas equilibró los datos y, después de meditarlo un buen rato, escogió un primer proyecto. El primero de muchos para cumplir el sueño más antiguo de la humanidad: corregir su mayor error. 2 La ciencia había logrado al fin la capacidad de restaurar los mundos que habían consumido. Y el primero con el que debían empezar a devolver la deuda que tenían solo podía ser este: el primero, el planeta donde nació la humanidad. Y así Andreas, pionero de poneros, comenzó la tarea de salvar a la Tierra… el mundo de mundos. 3