Thompson, Edward P.; LA FORMACION DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA 1, Editorial Crítica, Barcelona, 1989. (Resumen) Cap.X. Niveles y experiencias 1.Consumo El debate sobre los niveles de vida durante la Revolución Industrial han sido más provechosos cuando han centrado su atención en artículos de consumo: alimentación, vestido, hogar, salud y mortalidad. Entre 1790-1840 el producto nacional se incrementó más rápidamente que la población. ¿Cómo se repartió? Existe dificultad para descubrir la parte que fue a parar a los diferentes sectores de la población. El debate en torno a la dieta popular durante la Revolución Industrial nos remite a los cereales, la carne, las papas, la cerveza, el azúcar y el té. Probablemente el consumo de trigo disminuyó desde fines del siglo XVIII a 1840. Salamán (“el historiador de la patata”) habla de la “batalla del pan”, donde los terratenientes, granjeros, gobierno, etc., intentaron forzar a los trabajadores a cambiar su dieta de pan por papas. Las necesidades bélicas van a imponer el criterio de reducir a los pobres a una dieta básica barata. La gran mayoría del pueblo inglés había adoptado el consumo de trigo hacia 1790; el pan blanco era símbolo de su categoría. El jornalero agrícola del sur se negaba a abandonar su dieta de pan y queso, incluso en el límite de la indigencia. Hubo una lucha de clases con expresiones alimentarias. Salaman ve en la papa, un estabilizador social efectivo pues “permitió a los trabajadores...sobrevivir aún con los más bajos salarios” y contribuyó a impedir una revolución sangrienta. La sustitución del pan y la harina por papa era sinónimo de degradación. Durante la Revolución Industrial, el precio del pan y de la harina de avena fue el índice principal de los niveles de vida. La carne también genera sentimientos de categoría. Su consumo disminuyó probablemente entre 1790 y 1840. La carne es un indicador sensible de los niveles materiales, puesto que era uno de los primeros artículos a consumir luego de cualquier aumento real de salarios. Los londinenses tenían normalmente niveles más altos de posibilidades que los jornaleros de las provincias, pero estos últimos despreciaban la alimentación urbana pues los habitantes de las ciudades estaban expuestos a comer alimentos adulterados o en malas condiciones; los riesgos crecieron a medida que creció el número de trabajadores urbanos. El consumo de cerveza por persona disminuyó entre 1800 y 1830, debido al muy impopular impuesto sobre la malta; mientras que creció el de te y azúcar. Entre 1820 y 1840 se produjo un incremento del consumo de whisky y ginebra. La cuestión es tanto dietética como cultural. Todos los trabajadores e faenas pesadas consideraban esencial la cerveza. Su preparación doméstica era fundamental en la economía familiar. El impuesto adicional sobre la cerveza fuerte condujo a una evasión generalizada y a la proliferación de locales de fabricación y consumo clandestinos. El efecto de los impuestos fue reducir considerablemente la cantidad de cerveza fabricada y consumida en la casa; razón por la cual dejó de ser una parte normal en la dieta. El consumo de te aumentó debido a la disminución del de cerveza, sustituyéndola lo mismo que a la leche. Esto prueba el deterioro de las condiciones generales de vida de los pobres. En 1830 el te era una necesidad. También se produjo un considerable aumento del consumo de aguardientes, lo que prueba la necesidad de estimulantes debido al excesivo número de horas de trabajo y a la escasa alimentación. En 50 años de Revolución Industrial la participación de la clase obrera en el producto nacional seguramente disminuyó en comparación con la participación de las clases profesionales liberales y propietarias. El trabajador medio permaneció muy cerca del nivel de subsistencia. El producto de su trabajo pasaba a manos de sus patrones y su participación en los beneficios del progreso económico consistió en más papas, unos pocos artículos de vestir más para su familia, jabón, candiles, un poco de té y azúcar. II. La vivienda Las casas eran mejores que las primeras que ocuparon los inmigrantes del campo. Pero cuando las nuevas ciudades industriales envejecieron, se multiplicaron los problemas de abastecimiento de agua, sanidad, superpoblación y uso de viviendas para servicios industriales. La aglomeración propiciaba la extensión de epidemias, el hedor de los desperdicios industriales y las alcantarillas abiertas. Los niños jugaban entre la basura. Esta degradación del medio ambiente es una de las consecuencias más desastrosas de la Revolución Industrial. Un encuestador de 1843 repartía las culpas entre el terrateniente, el pequeño capitalista (prestamista a alto interés) y los pequeños especuladores de la construcción. Los precios eran altos debido a los impuestos sobre los materiales de construcción. En los barrios más miserables (slums), los dueños de posadas, tabernas, pensiones y pequeños tenderos, fueron dueños de verdaderas conejeras humanas. Fue un proceso en el cual unos hombres fueron capaces de enriquecerse a costa de las necesidades de los otros. Dicen los Hammond que las peores condiciones se daban en las ciudades más industrializadas. Las condiciones de degradación más atroces – amontonamiento, cuartos-calabozos, atmósfera irrespirable-, se daba en los distritos textiles y en las ciudades más expuestas a la inmigración irlandesa (Liverpool, Manchester, Leeds, Preston,etc.). Los slums, los ríos contaminados, la degradación de la naturaleza y los mayores horrores arquitectónicos se deberían a que todo sucedió descontroladamente debido a la presión demográfica inmensa, sin precedentes experiencias; pero las causas de la miseria fueron la avaricia y la ignorancia. Los trabajadores estaban confinados en sus hediondos enclaves, mientras que las clases medias se marchaban a los espacios más abiertos; todo lo lejos que permitía el transporte ecuestre. La tasa de aumento de la población (sin precedentes) y de concentración en las áreas industriales creó graves problemas en una sociedad cuyas motivaciones fundamentales era el afán de lucro y odio contra toda planificación. También dio lugar a la decadencia de la sensibilidad estética y de la responsabilidad civil. III. La vida La explosión demográfica que se dio en Gran Bretaña entre 1780 y 1820 fue un fenómeno general europeo (Francia, España e Irlanda). Y el factor causante fue el aumento de la tasa de nacimientos, mas que una disminución de la tasa de mortalidad. Un aumento de la tasa de natalidad se puede deber a la ruptura de los modelos tradicionales de comunidad y familia, y nunca puede ser tomado como prueba de un aumento de los niveles de vida. Los avances de la medicina solo repercutieron mínimamente en las expectativas de vida de los trabajadores y su familia, antes de 1800. Es posible que se produjese una disminución de la mortalidad a mediados del siglo XVII en Londres y otras ciudades artesanales debido a la disminución del consumo de ginebra y los primeros esfuerzos de carácter sanitario en general. El inicio del crecimiento coincidió con un período de buenas cosechas y mejora de los niveles de vida durante los primeros años de la Revolución Industrial. Pero con el avance de ésta, las condiciones de amontonamiento y desmoralización de las grandes ciudades en rápida expansión, deterioraron gravemente la salud de las poblaciones urbanas. La tasa de mortalidad infantil en 1830-40 fue mucho más alta en las ciudades industriales nuevas que en las áreas rurales. El 20% de la tasa global de defunciones se debió a la tisis, asociada a la pobreza y el hacinamiento. Disminuyeron las muertes por parto. La mortalidad infantil era alta; el periodo crítico para la vida del niño no era de 0-1, sino de 0 a 5 años. Las cifras del Informe del Registro General de 1839 subestimaban la tasa real de la mortalidad de los niños, porque a los centros industriales afluían constantemente masas de inmigrantes adultos, entonces la muerte de los inmigrantes diluyó el verdadero rostro de la mortalidad infantil. En los centros industriales de salarios altos se engendraron generaciones de niños, de los cuales más de la mitad murió antes de los dos años, mientras que, en las comarcas rurales con sus bajos salarios, los niños sobrevivían gracias a las contribuciones de pobres y a la emigración adulta a las ciudades. La condición de los operarios de fábricas de algodón mejoró entre 18101830, especialmente al limitarse la jornada de trabajo, al acondicionamiento de la maquinaria, ventilación, etc. La alta mortalidad infantil entre los hijos de los trabajadores puede atribuirse a las condiciones sanitarias generales del medio ambiente, a la debilidad de los niños nacidos de madres que trabajaban hasta la última semana del embarazo, pero especialmente, a la falta de atenciones apropiadas al recién nacido, pues las madres volvían a la fábrica a las tres semanas del parto por temor al perder el empleo, llevándose a los recién nacidos a la fábrica. Las mujeres jóvenes carecían de formación doméstica, había gran ignorancia de cuidados médicos, padres supersticiosos y utilización de narcóticos (láudano) para callar a los niños. La mayoría de los operarios hilanderos varones eran despedidos al llegar a la edad adulta: En 1830 se daba por supuesto que el obrero industrial medio tenía truncado su desarrollo físico e intelectual. En el norte industrial y cuencas mineras, la mortalidad infantil aumentó y la vida fue más corta y penosa, lo que provocó el aumento del consumo de alcohol y narcóticos. La miseria contribuyó a elevar los nacimientos. Una sustancial disminución de la mortalidad y un aumento de las expectativas de vida entre varios millones de personas de la clase media y aristocracia ocultaron el empeoramiento entre las clases trabajadoras en general, donde la mortalidad era mayor y la edad promedio de un obrero rondaba los 21 o 22 años. Los datos brutos pueden hacer creer que la sociedad mejora gradualmente su condición física y social, cuando en realidad la clase más numerosa puede haberse estancado y sufrir un proceso de deterioro. IV. La infancia Entre 1780-1840 se intensificó la explotación de la mano de obra infantil. Los propios operarios eran los que más cruelmente trataban a los niños. La alarma sobre esta situación la dieron los terratenientes hostiles a los fabricantes, los sindicalistas que querían reducir su propia jornada de trabajo, los intelectuales de la clase media y la creciente humanidad de las clases patronales. La forma predominante del trabajo infantil había sido desde siempre en casa o en el marco de una economía familiar. Existía una incorporación progresiva al trabajo, guardando cierta relación con la edad y capacidad del niño; el trabajo era variado y no era continuado, con tiempo para jugar. El trabajo se efectuaba en el seno de la familia y de la economía familiar. No fue solamente la factoría la que condujo a la intensificación del trabajo infantil entre 1780 y 1830. En primer lugar fue la especialización, la creciente diferenciación de los roles económicos y la ruptura de la economía familiar y en segundo término, la quiebra del humanitarismo del siglo XVIII y el clima contrarrevolucionario de la época de las guerras que alimentó el dogmatismo de la clase patronal. Los niños estaban en manos de los intermediarios, entre propietarios de minas y mineros (butties) que los controlaban y no les pagaban. Se les daban faenas especiales a destajo que requerían de 10 a 12 horas de trabajo monótono. El crimen del sistema de fábrica consistió en heredar los peores rasgos del sistema doméstico en un contexto donde no existían compensaciones caseras. En la fábrica la maquinaria dictaba las condiciones, la disciplina, velocidad y regularidad, así como la jornada de trabajo, tanto para el fuerte como para el débil. Muchedumbres de niños entraban en las fábricas de madrugada hasta las 7/8 de la noche. En las fábricas rurales movidas por energía hidráulica eran frecuentes las jornadas de 14 a 16 horas. Los jornales de los niños eran esenciales en los ingresos globales de la familia. La reivindicación de menos de 12 horas de trabajo, adulto o infantil era necesaria pues ambos trabajaban en un mismo proceso productivo. La única forma de garantizar la limitación de la jornada era parar las máquinas. Muchos de los que trabajaron a favor de los niños obreros en los primeros tiempos sufrieron vejaciones, pérdidas personales y el desprecio de su clase. Los metodistas tuvieron una misión específica, actuar como apologistas del trabajo infantil, mientras que el clero anglicano, en tanto cuerpo, no quiso hacer nada. La explotación de los niños, a esa escala e intensidad constituye uno de los acontecimientos más vergonzosos de la industrialización.