JOSE LUIS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ HACIA EL DESMANTELAMIENTO DE LA VIOLENCIA. UNA APUESTA POR UNA CONSTELACIÓN DE PAZ CRÍTICA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, 17 de noviembre de 2023 HACIA EL DESMANTELAMIENTO DE LA VIOLENCIA. UNA APUESTA POR UNA CONSTELACIÓN DE PAZ CRÍTICA Trabajo de grado presentado por Jose Luis Rodríguez Rodríguez, bajo la dirección del Profesor Luis Antonio Cifuentes Quiñonez, como requisito parcial para optar al título de Filósofo PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, 17 de noviembre de 2023 CARTA DEL DIRECTOR Bogotá, 17 de noviembre de 2023 Profesor LUIS FERNANDO CARDONA SUÁREZ Decano Facultad de Filosofía Pontificia Universidad Javeriana Bogotá Estimado Fernando Reciba un cordial saludo. Tengo el gusto de presentarle el trabajo de grado titulado Hacia el desmantelamiento de la violencia. Una apuesta por una constelación de paz crítica, presentado por el estudiante José Luis Rodríguez Rodríguez, para optar al título de Filósofo. Una vez terminado el texto y sometido a las últimas correcciones, considero que cumple los requisitos que exige la Facultad en estos casos para ser sometido a examen de grado. En su escrito, José Luis investiga acerca de la posibilidad de una idea de paz, basada en la no violencia, tomando como base algunos textos -uno inédito- de Walter Benjamin y en diálogo con Giorgio Agamben, Jacques Derrida y James Martel, entre otros. Desde esta perspectiva, José Luis asume creativamente la perspectiva metodológica de la constelación crítica desarrollada por Benjamin y construye lo que llama “constelación de paz crítica” al explorar la posibilidad de dicha paz entendida como idea crítica, en el sentido del filósofo alemán. Esto, lo expone José Luis en el marco de una forma de vida basada en la experiencia de “hábitos de paz”. Para ello, examina varias experiencias paradigmáticas que se han encaminado en esa dirección, incluidas algunas en Colombia, y que crean formas comunitarias de ir más allá de una solución violenta de los conflictos, sin necesidad de acudir a lo que Benjamin denomina “violencia mítica”. Así, José Luis intenta establecer una idea crítica de paz en oposición a una paz liberal cuya dinámica descansa sobre dicha violencia. El texto de José Luis Rodríguez se destaca por su carácter constructivo y por sus aportes al debate sobre la paz. Por estas razones, considero que el trabajo ya se encuentra en condiciones de ser sometido a examen de grado. Atentamente, LUIS ANTONIO CIFUENTES QUIÑONEZ Profesor DEDICATORIA A Francesco. INDICE CARTA DEL DIRECTOR ................................................................................................ 3 DEDICATORIA ................................................................................................................ 4 INDICE .............................................................................................................................. 5 INTRODUCCIÓN. SOBRE EL DESMANTELAMIENTO DE LA VIOLENCIA: UNA APUESTA POR LO IMPOSIBLE .................................................................................... 7 1. LA VIOLENCIA MÍTICA Y LA PAZ LIBERAL: REFLEXIONES ACERCA DEL LUGAR DE LA NO-VIOLENCIA EN EL CONCEPTO DE PAZ ....................... 14 1.1. Sobre el problema mismo de la comprensión de la paz a partir del Estado y las leyes: el desarrollo del concepto de la paz en la historia de la filosofía............................ 14 1.2. Un manuscrito no publicado de Walter Benjamin: La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s Alas de Nike (1925). Hacia el problema mismo de la concepción liberal de la paz.............................................................................................................. 25 1.3. Hacia la crítica de la violencia (1921): acerca del establecimiento de una tipología de la violencia, la violencia mítica y el archeon ............................................... 33 1.4. “Paz liberal” como figura de la violencia mítica: Huelga general como paradigma de no-violencia .............................................................................................................. 39 2. SOBERANÍA MODERNA, FRAGMENTACIÓN Y SOBREDETERMINACIÓN: LOS HÁBITOS DE PAZ COMO ALTERNATIVA ................... 44 2.1. Acerca de la discusión de la soberanía en el marco de la teología política: entre el “estado de excepción” de Carl Schmitt y el poder de la indecisión del monarca en la lectura del Trauerspiel de Walter Benjamin ................................................................... 45 2.2. Sobre la lectura contemporánea de Giorgio Agamben: nuda vida y las (in)posibilidades de resistencia frente al poder soberano ................................................. 51 2.3. Desestabilización del orden soberano: alternativas a la violencia desde los fenómenos no-violentos y los hábitos de paz. ................................................................. 62 3. POR UNA CONSTELACIÓN DE PAZ CRÍTICA: PRÁCTICAS NO-VIOLENTAS Y MATERIALIZACIÓN DE UNA FORMA DE VIDA PACIFÍSTA ............................. 67 3.1. Fenómenos de paz y resistencia: escenarios de no-violencia en las sociedades contemporáneas ............................................................................................................. 67 3.2. Concepto de paz crítica: hábitos de paz y re-configuración de la experiencia de la paz como forma vida...................................................................................................... 79 3.3. Idea de paz crítica: experiencias ampliadas y paz crítica como imagen dialéctica ……………………………………………………………………………………90 CONCLUSIÓN. UN COMPROMISO CON Y POR LO IMPOSIBLE: LA PAZ COMO MODO DE EXISTENCIA ....................................................................... 98 6 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................ 102 Bibliografía primaria.................................................................................................... 102 Bibliografía secundaria ................................................................................................ 104 INTRODUCCIÓN. SOBRE EL DESMANTELAMIENTO DE LA VIOLENCIA: UNA APUESTA POR LO IMPOSIBLE «Ad haec quid tu?», preguntaba, mirando a través de los lentes. Y no le quedaba más recurso al padre que exhortarle a la plegaria para que consiguiese la paz del corazón: «Ut in aliquen gradum quietis in anima perveniat.» Pero esa «paz» consistía, cuando la obtenía, en un embotamiento completo de la vida personal, la reducía a no ser más que un simple instrumento, era la paz del cementerio, de la que el hermano Naphta podía estudiar los signos exteriores inquietantes en más de una fisonomía de mirada vacía, y que él no conseguía alcanzar más que a costa de la ruina corporal. Tomas Mann – La montaña mágica A la pregunta por el porqué de la presente investigación, se enfrenta una respuesta sencilla y aparentemente escueta: porque me interesa. Aún más, se hace necesario entender de donde surge dicho interese por la necesidad de una verdadera paz y la titánica tarea del desmantelamiento de la violencia, lo cual no deja de ser en últimas, retomando cierto dejo vitalista, la (re)afirmación de una vida que valga la pena ser vivida: una forma de vida pacifista. En este sentido, el contexto colombiano lejos de propiciar la satisfacción de dicho deseo, se configura como un terreno árido, donde la necesidad de pensarse una paz posible esta más que a la orden del día, dejando de lado una vanidad exclusivamente teórica y transformándose en una necesidad práctica. En otras palabras, la presente investigación implica enfrentar el continuum de la violencia, el cual parece no solo fundar nuestro Estado, sino también, definir su destino, lo cual hace necesario preguntarse de manera crítica por la posibilidad de la paz, entendiendo a esta última como un compromiso a múltiples niveles. En últimas, el problema que nos proponemos acá surge, en primera instancia, de una cuestión vital, de una pregunta que afecta cada fibra de la existencia personal, que, si bien se encuentra conmovida y afectada por la violencia infiltrada hasta en sus últimos rincones, se enfrenta a ella, como forma de resistencia, así sea en situación de agonía; la presente investigación es precisamente todo eso, un modesto intento por el desmantelamiento de la violencia como improbable y un constante trabajo por la paz como lo imposible. 8 Ahora bien, no deja de causar extrañeza, cuando menos, el poco desarrollo que existe sobre el concepto de paz en el campo del que-hacer filosófico, en general, y en el panorama académico colombiano de la filosofía, en particular. Sin embargo, esto no se debe más a una pereza intelectual, o incluso, una falta de interés de los investigadores por el tema, que a una herencia intelectual, que no solo inmoviliza al pensamiento, sino también que dificulta su aplicación. En la presente investigación se propone un problema central, más allá de la falta de desarrollo de una línea de investigación de una filosofía de la paz, a saber, la esterilidad en la que ha devenido su manifestación contemporánea principal, la idea liberal de la misma. Si bien dicha idea encuentra en la noción kantiana de la paz perpetua su mayor precursora, la paz liberal llega a unos límites donde se hace imposible pensar una paz exitosa por fuera del Estado. Esto no debe conducirnos por una terquedad hacia el camino institucionalestatal, sino más bien, entender sus limitaciones, condiciones y, en últimas, peligros. Pretender el desmantelamiento de la violencia, implica entender a esta, su relación dialéctica con la idea liberal de la misma, su configuración bajo la soberanía propia del mundo contemporáneo, y en últimas, la formulación de una nueva idea: una constelación de paz crítica. Dicho esto, resulta a primera vista evidente que la tarea de ser crítico con el concepto de paz imperante implica, a su vez, cuestionar los elementos propios de la violencia que fundamentan dicha idea, lo cual demuestra por qué es tan problemático pensar la paz exclusivamente a partir del Estado y la ley, instituciones ya míticas que tienen en su mismo fundamento esquemas necesariamente violentos. Siguiendo esta idea, una preocupación de este tipo debe ser necesariamente no-violenta, debe buscar alternativas que no solo cuestionen la violencia establecida sino que a través de dicha resistencia eviten a toda costa su reproducción, intentando escapar del mito sin convertirse en la protagonista de este. En este sentido, se hace necesario entender como dichas instituciones fantasmagóricas ejercen y fundamentan la violencia y a su vez, establecen una única idea de paz, obligándonos a pensar una idea crítica de ésta, ya no en las antípodas mismas de la violencia y el poder soberano, sino necesariamente desde su interior: desde una situación de vulnerabilidad alarmante donde aún es posible ser 9 la excepción de la excepción. Como ya se sugiere a través del uso de algunos conceptos como constelación, esquema mítico, crítica y dialéctica, el presente trabajo tiene como principal metodología, si se pudiere definir a este acercamiento al pensamiento de esta manera, un aproximación benjaminana, es decir, una investigación que no tiene otra preocupación que la de ir al rescate de los fenómenos, en este contexto, el rescate de los fenómenos propios de la paz. En el Prólogo Epistemocrítico el filósofo alemán Walter Benjamin esboza ya algunas ideas centrales respecto al método, o de manera más precisa, al pensar a partir de constelaciones, donde se parte de una consideración fundamental, a saber, que “la filosofía, no en cuanto introducción mediatizadora, sino en cuanto exposición de la verdad, quiere conservar la ley de su forma, tiene que conceder la correspondiente importancia al ejercicio mismo de esta forma, pero no a su anticipación en el sistema” (2006, pp. 146). En el pasaje anteriormente citado se expone dos elementos centrales en el que-hacer filosófico benjaminiano a emplear, a saber, por un lado, abandonar la idea de una verdad inmutable e imperturbable y por ende, considerar su exposición a partir de su vida histórica particular, y por otro lado, dejar de lado el sistema como eje de articulación del pensar, priorizando otro tipo de aproximación como es la exposición dialéctica de las ideas. Teniendo esto en cuenta, los conceptos se consideran como los encargados de descomponer el fenómeno en distintos elementos, para posteriormente ver la relación entre dichas partes y ubicarlos en el ámbito de la verdad, a saber, en las constelaciones. En otras palabras, los conceptos permiten la descomposición de los fenómenos, para que posteriormente, a partir de la conexión entre sus partes, se llegue al ámbito de la constelación o las ideas, y de este modo, generar una imagen de la verdad (Benjamin, 2006, pp. 151). En este sentido, la ordenación de los elementos [cósicos] propios de los fenómenos que produce el trabajo del concepto es la que permite, de cierto modo, que se consume la salvación de los fenómenos por la mediación de las ideas en el ámbito de la verdad y, por ende, se posicionen en frente de la verdad, a través de los conceptos, en el medio empírico (Benjamin, 2006, pp. 151). 10 Llegados a este punto, es posible afirmar que lo que aquí se entiende por “constelación” corresponde precisamente al virtual ordenamiento objetivo de los fenómenos, en cuanto representación, causando que la idea pertenezca a un ámbito distinto del aprehendido por ella. En palabras de Benjamin (2006): Las ideas son a las cosas lo que las constelaciones a las estrellas. Esto quiere decir, en primer lugar: no son ni sus conceptos ni sus leyes. Las ideas no sirven para el conocimiento de los fenómenos, y éstos no pueden ser criterios para la existencia de las ideas. Más bien, el significado de los fenómenos para las ideas se agota en sus elementos conceptuales (…) Pues las ideas son constelaciones eternas, y al captarse los elementos como puntos de tales constelaciones los fenómenos son al tiempo divididos y salvados. Y, ciertamente, es en los extremos donde esos elementos, cuya separación de los fenómenos es tarea del concepto, salen a la luz con mayor precisión. La idea se parafrasea como configuración de la conexión de lo extremo-único con lo a él semejante. (pp. 151-152). Aún más, expuesto ya el elemento captador de la constelación, es prudente avanzar al considerar que, estrictamente, las “ideas no están dadas en el mundo de los fenómenos” (Benjamin, 2006, pp. 152), empero, esto no implica que la captación de su modo de ser dadas dependa de una suerte de intuición, sino más bien de un penetrar en la verdad y desaparecer de ella. Es decir, el ser de la verdad pertenece, en cierto sentido, al orden de las ideas, por lo cual es posible concebirlas como un momento lingüístico donde éstas poseen el símbolo y por ende, hacen posible, a partir de la fuerza que plasma la esencia de lo real en el ser del nombre, entrar en el dominio de la verdad. En este orden de ideas, una constelación crítica corresponde a dicha exposición de la verdad donde esta se haya saturada de tensiones, debido a la división causada por los conceptos sobre los fenómenos, la cual da lugar a una unión entre dichas partes y, posteriormente, produce un detenimiento en el pensar. Se configura pues a dicha idea como una verdad histórica, entendida como una oportunidad de cambio, realizando necesariamente una ruptura con el curso homogéneo de la historia, y en nuestro caso particular, del continuum de la violencia. Aún más, al adicionarle el carácter crítico a la constelación se está asumiendo un compromiso material, ético y estético, pues no basta únicamente con la construcción de una idea sin más, pues en ésta se vinculan tanto una tarea teórica como una práctica propia del pensador dialéctico, a saber, la redención de ciertos fenómenos, conceptos y en últimas, ideas. En este contexto, 11 procuramos la redención de la paz, para lo cual se hace necesario identificarla como fragmento de algo que tuvo función de un todo en algún tiempo– la paz modernaliberal - pero que actualmente se nos ha impuesto con apariencia de totalidad monódica y única alternativa. En este sentido, a través del pensar en constelaciones, pretendemos destruir y por ende, denunciar la idea de la paz liberal como totalidad engañosa, rechazando por ende su necesidad y proponiendo nuevos fenómenos de la paz misma los cuales escapan a ese esquema y nos permiten formular una constelación crítica de la misma. Esbozado a grosso modo el método a aplicar en la presente investigación, a saber, el propio de la constelación, es necesario exponer bajo que estructura particular se configurará la construcción paulatina de dicha constelación, y por ende, la exposición de una verdad crítica a lo largo de los tres capítulos principales. En el primer capítulo se pretende exponer la introducción a la cosa misma, al objeto de la investigación, a saber, la preponderancia de un concepto de paz particular en la filosofía, a saber, la paz liberal, el cual no solo corresponde a una experiencia reducida de la misma, sino que, a su vez, fundamenta y reproduce distintos esquemas violentos. Para desarrollar esta idea, se emplearán dos textos centrales de Walter Benjamin, a saber, el texto nopublicado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unruh’s Alas de Nike (2007), con el objetivo de exponer el problema mismo de la concepción de la paz ahí ya enunciado, y Hacía una crítica a la violencia (2016), haciendo énfasis en la tipología a la violencia y la violencia mítica, conjunto a su complementación con el establecimiento del archeon a partir de lo expuesto por Jacques Derrida en su obra Fuerza de Ley (2008). Dicho esto, se terminará el primer capítulo haciendo una referencia a los posibles fenómenos no-violentos en dicho contexto, una vez hayamos expuesto el problema de la violencia y su configuración como elemento esencial en el Estado, el derecho y la paz liberal, rescatando particularmente el caso de la huelga general desarrollado por el propio Benjamin en Hacía una crítica a la violencia y su actualización y análisis realizado por el filósofo James Martel en su artículo “Walter Benjamin and the General Strike” (2019). Identificada ya, partiendo de las reflexiones acerca de la tipología benjaminiana de la violencia y la pregunta por la posibilidad de 12 los fenómenos no-violentos en dichos contextos, la necesidad de una noción de paz distinta a la liberal, pasaremos a averiguar cómo se articula dicha tipología de la violencia bajo la noción moderna de soberanía y como esto afecta o no la emergencia de fenómenos no-violentos. En el segundo capítulo, se explora la articulación que tiene la “violencia mítica” en su dimensión práctica, específicamente a partir del concepto de la soberanía moderna, donde se utilizaran como textos centrales El Origen del Trauspiel alemán de Walter Benjamin (2010), como respuesta y hasta cierto punto crítica de lo expuesto por Carl Schmitt en su texto Teología Política (2009), y el libro Divine Violence. Walter Benjamin and the eschatology of sovereignty (2012) de James Martel, siendo la principal guía de interpretación y actualización del problema allí desarrollado. Posteriormente, se ampliará y actualizará lo anteriormente expuesto con dos obras del filósofo italiano Giorgio Agamben, a saber, su obra Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida I (2006), haciendo énfasis en el aumento hiperbólico del poder soberano en el escenario contemporáneo y la posibilidad misma de la resistencia a través de la paz, y su obra Altísima Pobreza. Reglas monásticas y forma de vida. Homo Sacer IV (2013), encontrando en esta una salida al escenario catastrófico planteado en el Homo Sacer I a través de la lectura del caso de la comunidad de monjes franciscanos del siglo XI y XIII como una oportunidad de resistencia frente al poder soberano, desde su seno mismo. Finalmente, el segundo capítulo concluye con un apartado dedicado a la desestabilización del orden soberano, y su concepto correspondiente, a partir de la identificación de alternativas a la violencia propia del archeon a partir de los fenómenos no-violentos anteriormente descritos y aquí ampliados, conjunto a lo que aquí denominaremos “hábitos de paz”. Por último, el tercer capítulo reúne tanto el concepto de violencia, de soberanía, conjunto a los fenómenos de no-violencia y el concepto de hábitos de paz con el objetivo de darle forma a un último concepto central, a saber, el de “forma de vida pacifista” y, en últimas, a la consolidación de una constelación crítica de paz desarrollada a lo largo del texto. Para lograr esto, se expondrá, siguiendo lo propuesto 13 por el filósofo y politólogo Gene Sharp en su obra La lucha política no violenta. Criterios y métodos (1988;2006), los distintos fenómenos de paz y resistencia que han dado lugar a escenarios de no-violencia en las sociedades contemporáneas, enunciando algunos de los casos más relevantes en las últimas décadas. Posteriormente, en el segundo apartado, desarrollados ya los fenómenos y su existencia real en el complejo escenario contemporáneo descrito por Agamben, se le dará forma a un concepto de paz crítica, donde se considera que es necesario que dichos escenarios no-violentos estén anclados con ciertos “hábitos de paz” y su respectiva reconfiguración de la experiencia misma de la paz a partir de la consideración de ésta como forma de vida. Se tratarán dos casos particulares donde dicho concepto encuentra sentido en distintos elementos propios de la vida de dos comunidades particulares, a saber, el caso de los anabaptistas suizos del Siglo XVI y la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, aún vigente, en Colombia. Finalmente, se expone la paz crítica como idea, como una constelación que permite hablar de unas experiencias ampliadas que obedecen a la consideración de la paz como imagen dialéctica, dejando clara la necesidad de un compromiso poiético, estético y material de todas aquellas personas que verdaderamente se preocupen por la paz, aquellas que se comprometan con lo imposible. 1. LA VIOLENCIA MÍTICA Y LA PAZ LIBERAL: REFLEXIONES ACERCA DEL LUGAR DE LA NOVIOLENCIA EN EL CONCEPTO DE PAZ “Acentuar el propio amor por la paz es siempre la principal preocupación de quienes han instigado la guerra. Pero el que quiera la paz debe hablar de la guerra. Debería hablar de la pasada, y, sobre todo, debería hablar de la que viene” Walter Benjamin 1.1. Sobre el problema mismo de la comprensión de la paz a partir del Estado y las leyes: el desarrollo del concepto de la paz en la historia de la filosofía Es posible considerar a Walter Benjamin como uno de los grandes pensadores del Siglo XX, principalmente por su capacidad de analizar críticamente su presente, realizando un ejercicio de exposición de la verdad distinto al de sus contemporáneos. A pesar de que esto sea claro en campos como la historia, la cultura y la estética, el tema de la violencia y su relación con el concepto de “paz” parece estar presente en su obra de manera periférica o marginal, lo cual no significa que este carezca de importancia en la obra del filósofo alemán. Teniendo en cuenta el carácter dialéctico y analítico del concepto benjaminiano de crítica, se hace más que pertinente rastrear el concepto de “paz” en su obra, más aún en la situación contemporánea donde el concepto liberal de paz – heredado principalmente de Kant-, en particular, y la distintas aproximaciones a lo largo de la historia de la filosofía, en general, se han mostrado incapaces de solucionar el conflicto violento, e incluso es posible considerarlos como una de las principales causas de su persistencia 1. No es un misterio para ninguno que la preocupación filosófica por la paz no ha sido uno de los temas a la orden del día del 1 Dicha idea se desarrollará posteriormente cuando se exponga la concepción liberal de paz y su relación con la reproducción de la violencia que le es propia a las leyes y al Estado, así mismo como la configuración de la soberanía moderna. Para profundizar en las críticas a la utilidad de la paz liberal ver: Richmond, O. P. (2009) A post–liberal peace: eirenism and the everyday ; Richmond, O. P. (2011) A post–liberal peace; Selby, J. (2013) The myth of liberal peacebuilding. Conflict, Security and Development. 15 pensamiento filosófico, o al menos, del modo como es planteado por Benjamin y que aquí pretendemos rastrear. En otras palabras, el concepto de la paz siempre ha girado alrededor de su dimensión política, jurídica y estatal, reduciendo este al tópico de la guerra y la pregunta por la legitimidad de la violencia de un poder soberano 2, subsumiendo una posible dimensión ética y subjetiva de la paz a dichos esquemas soberanos de control. Como ejemplo de esto está la revisión histórica realizada por el filósofo Frank Przetacznik (1995) acerca de las ideas básicas del concepto filosófico de la paz, pues éste último siempre ha estado regido por una narrativa estatal, o si se quiere soberana, pues, en palabras del autor: La paz puede definirse en general como la existencia de tranquilidad interna dentro de un Estado basada en el reconocimiento, la garantía y la estricta observancia de los derechos humanos individuales y colectivos de todos los pueblos que viven en él, y relaciones normales entre los Estados, basadas en el reconocimiento mutuo y la estricta observancia de los derechos humanos, los derechos e intereses vitales de cada uno. En consecuencia, para que la paz sea genuina, justa y duradera, deben cumplirse varios requisitos previos para que dicha paz pueda establecerse, mantenerse y preservarse en las relaciones entre los pueblos, las naciones y los Estados (pp. 127, traducción propia). Esta acepción del concepto resulta especialmente problemática, particularmente si se tiene en cuenta los peligros que implica pensar la posibilidad de la paz exclusivamente a partir de los esquemas de lo que Benjamin ya denominaba como violencia mítica en su texto Hacia una crítica de la violencia3. Dicho esto, y teniendo en cuenta el propósito de la presente investigación, realizaremos una breve exposición de algunas de las escasas apariciones del concepto de la paz en la historia de la filosofía, pretendiendo demostrar como estas no se alejan de un marco conceptual estatal- 2 Algunos de los múltiples trabajos recientes que abarcan la relación e importancia del concepto de la violencia en la filosofía son: Miller, S. (1957). Reason and Violence: Philosophical Investigations; Hoffman, P. (1989). Violence in Modern Philosophy; Murcadha, F. (2006). Violence, Victims, Justifications: Philosophical Approaches; Bufacchi, V. (2007). Violence and Social Justice; Bufacchi, V. (2009). Violence: A Philosophical Anthology; Eckstrand, N y Yates, C. (2011). Philosophy and the Return of Violence: Studies from this Widening Gyre; Han, B. (2018). Topology of violence. 3 Los postulados relacionados con el análisis crítico realizado por Benjamin respecto a la tipología de la violencia, y por ende, los problemas de la violencia mítica inscrita en la conformación y actuar del Estado moderno serán desarrolladas con mayor detenimiento en el apartado siguiente del presente capítulo, específicamente a partir de algunas ideas que se pueden extraer del artículo nunca publicado de 1925 de Benjamin titulado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s Alas de Nike. 16 soberano y violento de la paz, y por ende, no permiten la construcción de una idea crítica de la misma. Un ejemplo de dicha falta de desarrollo es precisamente la ausencia de un concepto propio y exclusivo de la paz en la Antigüedad 4, pues en Grecia su homólogo más cercano era el de εἰρήνη, entendiendo a esta como el opuesto convencional de πόλεμος, es decir, la actitud hacia la guerra. En este orden de ideas, el concepto de paz queda relegado a una cultura guerrerista propia del periodo clásico de Atenas, donde la victoria glorificada, los valores heroicos propios de las épicas homéricas, y la exposición de valentía en el campo de combate (ἀνδρεία) correspondían a uno de los elementos más esenciales y profundos de la sociedad griega de ese entonces. Aún más, dichos valores eran tan centrales en la sociedad ateniense que la actitud hacia la guerra, ya identificada por Sócrates en Diálogos como el Ion (513c4), moldeaba una ética particular enfocada hacia ayudar a los amigos y perjudicar a los enemigos5. A pesar de que el mismo Platón critique la tendencia convencional hacia la exaltación de la guerra (República, I.332a–336b; Gorgias 48e–481b), no por esto abandona la importancia de este elemento en la conformación y consolidación de la Polis, llegando a aceptar dicha ética de la violencia hacia los enemigos de manera explícita (Timeo, 17c-18a). Dicho esto, diferentes autores (Baracchi, 2002; Craig, 1994) han considerado la guerra como el tema subyacente a todos los diálogos platónicos, sin embargo, siguiendo una 4 Respecto a este problema específico R. Benítez (2019) siguiere un mapeo semántico como un elemento esencial, pues lingüísticamente, el concepto de la paz, como tantos otros, se ve afectado por distintos factores históricos, culturales y filosóficos, que hacen necesario preguntarse constantemente si se ha mapeado el mismo concepto o no. En palabras del autor, respecto a la pregunta por el homologo griego del concepto de la paz, afirma que: “en primer lugar, no existe ninguna palabra en griego antiguo que sea similar a "paz", por lo que debemos intentar un mapeo semántico de los términos ingleses a los griegos que cubren un territorio similar. En todos estos casos, la superposición es inexacta, y las diferentes extensiones nos hacen reflexionar si hemos mapeado el mismo concepto o no. En segundo lugar, está el hecho de que la paz –cualquiera que sea su concepción específica– no es el tema de ningún diálogo de Platón. Los índices de Platón enumeran la "paz" como el foco de sólo unas pocas discusiones breves dentro de Las Leyes y El Político” (pp.9, traducción propia). 5 Respecto a esta ética particular, estrechamente relacionada con la actitud hacia la guerra en la Polis ateniense, ver: Blundell, M. W. (1989). Helping Friends and Harming Enemies: A Study in Sophocles and Greek Ethics. 17 lectura menos radical, como la de Rick Benítez (2019), es posible afirmar que Platón no solo pertenecía a la cultura de la guerra propia de la Atenas clásica, sino que también era un producto de la misma, haciendo posible afirmar que su preocupación por la guerra “es tan generalizada que, en contraste, su preocupación por la paz parece asténica (…) A lo largo de los diálogos utiliza el término πόλεμος (“guerra”) 420 veces y el término εἰρήνη (“paz”) sólo 63” (pp. 11, traducción propia). De este modo, es posible identificar, siguiendo a Benítez (2019), a lo largo de la obra de Platón, específicamente en Las Leyes y La República, una “militarización de la vida”, donde la vida misma de los habitantes de la Polis, y por ende, su educación, se ven configuradas a partir de la idea de la guerra y los valores esenciales del guerrero o guardián (φύλακες). Dicha “militarización de la vida” se puede identificar en lo expuesto por Platón en el Libro XII de Las Leyes, donde el filósofo griego considera que “lo más importante es que nunca nadie, ni varón ni mujer, carezca de jefe, y que el alma de nadie se habitúe a que él haga nada solo y por las suyas (…) en toda ocasión, tanto de guerra como de paz, viva mirando y siguiendo siempre al jefe” (942a8942b3), exponiendo de manera tajante la militarización de la vida como independiente al momento particular, siendo su último objetivo asegurar la integridad entre ciudadano y comunidad (Benítez, 2019, pp. 14). En este orden de ideas, la paz (εἰρήνη) no se entiende como el momento o condición deseable para el desarrollo ideal de los ciudadanos al interior de la Polis, haciendo de la militarización un hábito que permite asegurar la integridad personal y comunitaria, yendo incluso más allá de la dicotomía entre πόλεμος y εἰρήνη. En este contexto, y siguiendo lo expuesto por Benítez (2019), parece que la única paz posible en el Estado ideal platónico es, en el mejor de los casos, una paz negativa entendida como ausencia de actos hostiles, la cual no iría en contravía de una actitud hacían la guerra entendida como una rutina y una preparación militar, pues “parece poco práctico trazar una línea entre el tipo de preparación para la guerra descrita en Las Leyes y la inclinación a la hostilidad” (pp. 14, traducción propia). Frente a este escenario quedan dos posibles caminos, a saber, o, acepar una pesadilla inevitable donde los actos violentos y la guerra están a la orden del día (Baracchi, 2002, pp. 165), o, intentar rescatar a Platón 18 de dicho escenario a partir del análisis de las causas de la guerra y ampliar el espectro de las posibilidades de la paz superando la dicotomía clásica entre πόλεμος y εἰρήνη (Benítez, 2019, pp. 15). Ahora bien, a pesar de que nos decidamos por la segunda opción, ésta procura a partir tanto de la consideración del conflicto ordinario (στάσις) y no la guerra como de la ampliación de los términos que pueden ser homólogos a la paz como la justicia (δικαιοσύνη) considerar la posibilidad de una paz positiva en Platón fundada en la unidad e integridad de la persona donde “sólo cuando los individuos están en paz consigo mismos se puede lograr la paz dentro de la sociedad” (Benítez, 2019, pp. 8). Sin embargo, si bien esta idea añade una dimensión subjetiva y ética crucial, no elimina su relación con los ordenamientos propios de la sociedad y la leyes de la Polis, que de alguna y otra manera, establecen los esquemas míticos de violencia. En este sentido, optar por una verdadera paz individual necesariamente implica alejarse de los modelos militarizados de la misma sociedad, pues, en este sentido, lo espiritual del individuo se disolvería en un ordenamiento social donde priman los valores heroicos necesariamente violentos e inevitablemente una tendencia hacia la guerra. Dicho esto, el desarrollo de un concepto de paz al margen del Estado y de la violencia propia de este no parece estar tampoco al orden del día en la historia de la filosofía medieval, aunque es posible identificar algunos cambios y matices debido a la necesaria convivencia entre los postulados filosóficos y la teología católica imperante de la época. Ahora bien, siguiendo la advertencia ya mencionada de Benítez (2019, pp. 8-9) respecto del mapeo semántico y las múltiples extensiones del concepto de paz, siendo igual de importante para análisis del concepto en el contexto de la Edad Media, es posible identificar en el concepto de “paz universal” elaborado por San Agustín una de las expresiones más importantes de dicha época. Siguiendo a Andreh Zwitter y Michael Hoelzl (2014), es especialmente fructífero interpretar la teoría agustiniana de la guerra y la paz a partir del interpretación de la paz como la “interacción harmónica de los individuos entre ellos mismos, mediada por su relación con Dios” (pp. 317, traducción propia), idea expuesta de manera explícita por San Agustín en su obra La 19 Ciudad de Dios (Civitas Dei). A partir de la consideración de una “paz universal” en términos teológicos, no lejanos de un contexto sociohistórico particular, es posible dejar la creencia común del pensamiento agustiniano como uno exclusivamente dedicado a la teoría de la guerra, pues precisamente en La Ciudad de Dios dicho tópico adquiere una importancia marginal, siendo la paz un tema fundamental en la defensa de la Ciudad de Dios (Civitas Dei) y su importancia vis a vis en la Ciudad del Hombre (Civitas Terrena). En este contexto, ambas ciudades corresponden a su vez a alegorías respecto de la dimensión divina y la terrena, configurando a la Iglesia como una institución mediadora que se encuentra entre ambas dimensiones, siendo fundamental en la posibilidad misma de la paz, pues “sin esta construcción dual de la Iglesia como algo terrestre y celestial en ciernes, la Civitas Dei de Agustín es y fue presa de una comprensión dualista y, por tanto, gnóstica, y finalmente maniquea, de la espiritualidad y la temporalidad” (Zwitter y Hoelzl, 2014, pp. 318, traducción propia). Ahora bien, siguiendo la literatura canónica respecto al tema (Figgis, J, 1921; Russell, F. H, 1975; Stevenson, W. R, 1987; Mattox, J.M, 1997; Mattox, J.M., 2009) existe una separación de La Ciudad de Dios basada en la doctrina de la guerra, comprendido a partir de la división entre ius ad bellum (el derecho a la guerra) y el ius in bello (la ley en la guerra), sin embargo, es posible agregar, siguiendo a Zwitter y Hoelzl (2014), otra dimensión usualmente ignorada, la cual es denominada por los autores como la correspondiente al ius post bellum (la ley después de la guerra). Las primeras dos dimensiones, si bien guardan una aproximación particular donde se establece un énfasis en la relación entre las normativas legales y el derecho con el ejercicio de la violencia y, por ende, la pregunta por la guerra justa, guardando especial cercanía con los postulados platónicos ya expuestos, es importante resaltar la tercera posibilidad pues esta es lo más cercano a un intento distinto de la conceptualización de la paz, a saber, el ius post bellum. Ahora bien, es importante advertir que la posibilidad del ius post bellum no se encuentra bajo ningún concepto desconectada de lo expuesto por Agustín respecto al 20 ius ad bellum y el ius in bello, pues este tipo de escenario es consecuencia de una victoria en una guerra justa, siendo una condición estrictamente necesaria para lo que el filósofo medieval denomina como “paz universal”. Sin embargo, esto no implica que la concepción de la “paz universal” sea un producto sin más de la ausencia de la guerra, pues a diferencia de la concepción platónica tradicional de la actitud hacia la guerra (πόλεμος), existe en La ciudad de Dios una apuesta, aunque modesta y aún insuficiente a juicio personal, por una comprensión compleja de la misma. En el Libro XIX de la obra anteriormente mencionada San Agustín establece que, la paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar (Cap. XIII). Analizando de manera pausada el pasaje anteriormente citado, es posible identificar, entre todos los tipos de paz que son mencionados, dos grandes dimensiones bajo las cuales San Agustín configura la paz, a saber, por un lado, una paz que obedece particularmente a una terreno ético, propio de la lógica o doctrina de las virtudes, y, por otro lado, una paz que obedece a un terreno político y estatal. Respecto a la primera, se habla de la paz como una noción que corresponde a la dimensión interior e individual, específicamente acerca de la harmonía entre el cuerpo y el alma del propio hombre y, posteriormente, entre el hombre y Dios, entendiendo el rol que cumple la ética de manera muy similar a la aristotélica, a saber, como un arte del buen vivir donde es fundamental el actuar interior del individuo para lograr la paz y no únicamente la interacción entre estas dos. Ahora bien, además de la dimensión propia de la virtud ética y la condición teológica para la paz, existe una dimensión política, la cual corresponde al orden correcto de la concordia entre hombre y hombre, la cual no solo se corresponde a una dimensión inter-subjetiva, como lo puede ser la paz domestica al interior de una familia, a una dimensión estatal, como lo es a la paz civil y la regulación 21 de las relaciones que se dan adentro del Estado, sino también a una dimensión interestatal, donde se extiende la paz universal al trato cordial y justo entre reinos (La ciudad de Dios, Libro IV, Cap. 15). En palabras de Zwitter y Hoelzl (2014): Agustín yuxtapone las dos leyes como hombre que vive por el amor de Dios (en ambos sentidos, genitivus subjetivus y genetivus objectivus; por ejemplo, el que ama a Dios y es al mismo tiempo amado por Dios) y vis-á-vis frente al hombre que vive por el amor del hombre (como el amor intersubjetivo) (…) Agustín continúa introduciendo, junto a las virtudes éticas y teológicas de la paz, una dimensión política de la paz: la concordia bien ordenada entre hombre y hombre. Esta concordia bien ordenada es una cualidad que se aplica a diferentes formas de relaciones. (…) Finalmente, Agustín añade la dimensión espiritual a la paz universal, que va mucho más allá de la eudaimonia clásica al ser el “disfrute armonioso de Dios y de los unos a los otros en Dios”. Esta armonía en y a través de Dios abarca la tranquilidad del orden y sólo puede disfrutarse en la tranquilidad del orden. Frente a Dios este orden se basa en la obediencia de la fe y frente al hombre (léase: igual) se basa en la concordia (pp. 321, traducción propia). En últimas, se puede considerar que el concepto de paz agustiniano se configura como un estado de naturaleza, a saber, como un estado en el cual todas las cosas creadas por Dios, y por ende, creadas como buenas, son corrompidas únicamente a partir de las acciones de los otros (Zwitter y Hoelzl, 2014, pp. 321), estableciendo a la guerra como una privación o corrupción de la paz, y por ende, a la paz misma como la naturaleza a la cual deberían tender todas las cosas creadas, y por ende, igualmente el hombre. Ahora bien, si se tiene en cuenta dicha naturaleza como la yuxtaposición de las dimensiones ética, espiritual y política, es posible identificar en esta apuesta por una comprensión compleja del concepto una contradicción vital, a saber, la oposición que puede generar la dimensión política respecto a las otras dos. Es decir, si se entiende a la Iglesia como medio entre lo divino y lo terreno, y a su vez como principal garante de la armonía entre las diversas dimensiones que respectan a la paz, es importante tener en cuenta que ésta corresponde a un poder soberano, el cual ejerce su control no solo a partir de ciertas leyes, sino también de ciertos esquemas de violencia mítica que pueden ser contrarios a los valores éticos y espirituales de la paz. Esto se demuestra de manera clara en algunos casos particulares de comunidades religiosas, como la propia de los monjes franciscanos en los Siglo XI-XIII6, donde se priorizaba ciertas conductas 6 Este caso particular de la comunidad franciscana se desarrollará con mayor profundidad en el Capítulo 2, específicamente en el apartado 2.2 “Sobre la lectura contemporánea de Giorgio Agamben: nuda vida y las (in)posibilidades de resistencia frente al poder soberano”, haciendo hincapié en dicha 22 y reglas al interior de la comunidad las cuales estaban cercanas a la paz espiritual, así estas significaran ir en contravía de los dictámenes de la Iglesia, y por ende, de la dimensión política de la paz. Ahora bien, parece que precisamente en la modernidad existe un retroceso, o cuando menos, una reducción del concepto mismo de la paz, es decir, se subordinó la dimensión ética y espiritual de la paz a la dimensión política de la misma 7. Un ejemplo claro de esto es el ensayo fundacional de la concepción moderna de la paz, a saber, el ensayo Sobre la paz perpetua de Immanuel Kant, donde el filósofo alemán propone el análisis mismo de la paz desde una concepción principalmente jurídica y política de esta, dándole una especial importancia a la dimensión internacional e inter-estatal que esta debería tener. Después de establecer los seis artículos preliminares (Präliminarartikel) donde se definen los mandatos absolutos de lo que “no se debe” permitir en la ley internacional, Kant distingue las tres dimensiones, exclusivamente políticas, de las condiciones de posibilidad de lo que el mismo filosofo denominó la paz perpetua, a saber: a nivel constitucional solo un Estado de carácter republicano puede garantizar la paz (Kant, 1998, pp. 15), a nivel del derecho internacional solo una unión de estados soberanos puede garantizar la paz a través de la protección de la particularidad y soberanía de cada Estado miembro y simultáneamente funcionar como una autoridad colectiva (Kant, 1998, pp. 21), y, a nivel global, solo se puede consolidar la paz si existe una limitación de los derechos civiles universales (Weltbürgerrecht) a partir de las condiciones de la hospitalidad universal (Kant, 1998, pp. 27). desobediencia a ciertos ordenamientos de la Iglesia, ya no como un caso de corrupción de la naturaleza pacífica expuesta por Agustín, sino más bien, como un mecanismo necesario para hacerle frente al poder soberano y sus esquemas de violencia, los cuales impiden poder establecer una verdadera paz. En otras palabras, dicho ejemplo demuestra la profunda contradicción existente entre la dimensión ética y espiritual de la paz, con lo que se denominó como la paz política. 7 Respecto a este tema particular, es posible afirmar que Kant logra resolver la contradicción que ya hemos identificado entre las tres dimensiones agustinianas de la paz, a través de la priorización de la dimensión política, bajo la cual se deben articular y configurar las otras dos. Según de Zwitter y Hoelzl (2014) “Con Kant, y se podría decir con la Modernidad, el agente de pacificación ya no es Dios sino el hombre. Sin embargo, la herramienta del establecimiento de la paz, es decir, la concordia, sigue siendo la misma. La Iglesia, como comunidad simul iustus et peccator (justificada y pecadora al mismo tiempo), temporal y espiritual, en su peregrinación para convertirse en ciudad de Dios y, por tanto, hacia la paz universal inspirada por Dios, se ha transformado en una comunidad global de ciudadanos guiados por la ley moral universal inculcada a través de la razón práctica” (pp. 323, traducción propia). 23 Ahora bien, seria de cierto modo injusto considerar que la dimensión ética y espiritual desaparece del todo en la concepción kantiana de la paz, pues precisamente el filósofo alemán al establecer como condición objetiva de la paz a la naturaleza, y como condición subjetiva la razón práctica, le da una especial importancia al político moral8, el cuál debe seguir las leyes morales a priori de la razón práctica actuando necesariamente adentro de los marcos del poder soberano, pues en este contexto, a diferencia de la situación clásica de las virtudes éticas, “el Estado se considera en Kant como una entidad singular” (Zwitter y Hoelzl, 2014, pp. 323). En este sentido, a pesar de que se considere en la propuesta kantiana que “no puede existir, por tanto, ninguna disputa entre la política, como teoría del derecho aplicada, y la moral, como teoría del derecho, pero teorética” (Kant, 1998, pp. 45), no solo existe un fallo en la concreción práctica de la presupuesta armonía entre moral y derecho, sino también que, en este sentido, y debido a la excesiva importancia que se le da a la dimensión política, la paz se configura únicamente en términos negativos, es decir, como ausencia de guerra (Zwitter y Hoelzl, 2014, pp. 323). Ahora bien, es posible afirmar que en la formulación contemporánea de la idea kantiana de la paz perpetua, a saber, el concepto liberal de la paz, la dimensión ética y espiritual sí desaparece del todo en la noción misma del concepto, entendiendo a la razón práctica ya no como las leyes morales a priori seguidas por el político moral, sino simplemente como el seguimiento de unas leyes jurídicas, estatales y soberanas, ejecutadas por un político a secas. Aún más, no solo se sigue manteniendo una noción negativa de la paz, entendiéndola como pacificación y exclusivamente como ausencia de la guerra, sino que se elimina cualquier dimensión moral, y espiritual, que anteriormente podría procurar guiar el actuar del Estado, borrando de este modo cualquier posibilidad crítica de la constitución de la paz misma. En este sentido, la paz 8 Es importante mencionar que existe un cambio en la propuesta kantiana respecto a la denominada dimensión ética de San Agustín, pues el filósofo alemán hace hincapié en la dimensión práctica de la razón en relación al establecimiento de la paz, por lo cual se habla específicamente de moral, y ya no estrictamente de ética. 24 se convierte en un simple “significante vacío” 9 como pretexto del establecimiento del poder soberano, pues cualquier posibilidad de cuestionamiento ético, moral o espiritual del concepto de paz, presupondría una amenaza para el poder soberano y los esquemas míticos de violencia que garantizan su permanencia. En palabras de Juleus Ghunta (2018): La construcción de paz liberal [también conocida como paz democrática liberal o paz occidental] es la imposición del irenismo kantiano a los estados iliberales por parte de los gobiernos occidentales, las IFI y las ONGs internacionales (Mac Ginty, 2008, pp. 143). A principios de la década de 1990, los defensores liberales de la paz comenzaron a promulgar los méritos de la democratización y mercantilización global con considerable fervor (Paris, 2010, pp. 388). Estos primeros defensores “intentaron unir al mundo bajo un sistema hegemónico que replicaba instituciones, normas y sistemas políticos, sociales y económicos liberales” (Richmond, 2011, pp. 1). Estaban convencidos de su deber de rescatar al Sur Global de sí mismo, incluso si esto, irónicamente, resultaba en el apuntalamiento de estados y hombres fuertes iliberales (pp. 1, traducción propia). En este sentido, los valores morales aún remanentes en la propuesta kantiana se desdibujan en la imposición de un sistema hegemónico, el cual no solo va en contravía de los presupuestos básicos de la concordia y la hospitalidad universal, sino también que permite la consolidación de un continuum de la violencia que hace imposible pensar una alternativa distinta de la paz al interior del Estado, o más puntualmente, del poder soberano y sus esquemas violentos. Es precisamente acerca de este punto donde se hace necesario evaluar las críticas de la filosofía contemporánea respecto al concepto liberal de la paz, y las salidas a la hegemonía estatal del concepto, haciendo posible no solo pensarlo desde otras perspectivas, sino también, practicarlo desde otras realidades. A continuación presentaremos dos posibles salidas al problema, por un lado, la propuesta construida aquí por nosotros a partir de Walter Benjamin y su texto de 1925 nunca publicado titulado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s 9 En este sentido, se considera que el concepto de paz ha cambiado de significado en su acepción liberal, que, siguiendo a Ernesto Laclau, es posible denominarlo como un “signficiante vacio”, es decir, un signficiante sin significado. En palabras de Laclau (1996) “un significante vacío sólo puede surgir si la significación en cuanto tal está habitada por una imposibilidad estructural, y si esta imposibilidad sólo puede significarse a sí misma como interrupción (subversión, distorsión, etc.) de la estructura del signo” (pp. 70). 25 Alas de Nike, y, por otro lado, la propuesta de Emmanuel Levinas consignada en su obra Paz y Proximidad, decantándonos por la primera, pues a pesar de que la repuesta levinasiana sea interesante y digna de estudio más riguroso, el camino benjaminiano, aunque más complejo, permite crear con mayor coherencia un idea de una paz crítica que no solo amplia el concepto mismo de la paz, sino también, nos compromete a un ejercicio práctico y material para garantizar la misma. 1.2. Un manuscrito no publicado de Walter Benjamin: La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s Alas de Nike (1925). Hacia el problema mismo de la concepción liberal de la paz Expuesto ya los problemas de la consideración clásica del concepto de la paz en la historia de la filosofía, y particularmente, el problema de la concepción moderna de la paz predominante en el escenario contemporáneo es pertinente anotar que el concepto kantiano de paz, presente en su idea de una “paz perpetua”, corresponde únicamente a una experiencia moderna y estatal de la paz, la cual no sólo excluye otras posibles paces, sino que desemboca en una idea instrumental de la paz misma. En este sentido, es posible atribuirle el poco éxito de los procesos de paz de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI al concepto mismo que le da origen, evidenciando, por un lado, una falta de conexión en dicho concepto con los hechos históricos violentos acaecidos durante este tiempo, y, por otro lado, la implementación de diversas normas internacionales – vacías, y meramente, instrumentales – como la principal solución a los conflictos violentos que busca garantizar una paz estable y duradera entre los Estados. He aquí donde tropieza un poco la vigencia de la apuesta kantiana, pues, se ha demostrado desde distintas ópticas una tendencia propia de finales del siglo XX y comienzos del XXI, a saber, el incremento considerable de conflictos violentos, ya no bajo la forma de las antiguas guerras propias de la época de Kant, sino más bien, de conflictos interestatales10. 10 Autores como Stathis Kalyvas (2009) han expuesto de manera clara, por un lado, el carácter cambiante de las guerras interestatales desde el comienzo del siglo XIX, relacionada según el autor con el proceso de comprensión intelectual y conceptual de las guerras civiles, y por otro lado, el aumento de dicho tipo 26 Ahora bien, los planteamientos kantianos acerca de la historia y la política, no fueron ajenos a Benjamin, pues en la correspondencia que mantuvo con su amigo Gerhard Scholem, manifiesta la idea de realizar su tesis doctoral acerca de la concepción de historia en Kant, afirmando lo siguiente: “este invierno empezaré a trabajar sobre Kant y la historia. No sé todavía si podré encontrar en el Kant histórico el contenido totalmente positivo que se requiere a este respecto. Que una tesis doctoral resulte de este estudio depende en parte de eso” (Carta de octubre 22 de 1917 a Gerhard Scholem). Posteriormente, Benjamin delimitó su investigación al proyecto kantiano de la “tarea infinita” de la historia, excluyendo parcialmente una preocupación por el tema de la paz, focalizando su crítica en una ausencia de una filosofía de la historia como tal pues, en una carta a Scholem del 23 de diciembre de 1917 manifiesta lo siguiente: En lo que se refiere a la historia de la filosofía de Kant, mis exageradas expectativas se han visto frustradas por haber leído las dos obras principales que tratan específicamente de esto: Ideas para una historia universal... [Ideen zu einer Geschichte] y La Paz perpetua [Zum & Wigen Frieden]. Esto es desagradable para mí, especialmente en vista de mis planes para un tema de tesis, pero en estas dos obras de Kant no encuentro ninguna conexión esencial con las obras sobre filosofía de la historia con las que estamos más familiarizados. En realidad, solo puedo percibir una actitud puramente crítica hacia ellos (Carta de diciembre 23 de 1917 a Gerhard Scholem). A pesar de no contar con un comentario o crítica directa a La Paz Perpetua de Kant, es posible rastrear algunas de las opiniones del propio Benjamin acerca del concepto de paz liberal kantiano, presentes en un manuscrito no publicado, titulado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unruh’s Alas de Nike (1925). Dicho manuscrito corresponde a una reseña literaria del libro Alas de Nike, escrito por el general de caballería y poeta alemán Fritz von Unruh, el cual, tras haber participado en la Primera Guerra Mundial, decidió viajar alrededor del mundo como portavoz de un pacifismo mundial, participando en distintas conferencias y reuniones con diplomáticos alrededor del continente europeo, entendiendo su ejercicio como el de conflictos violentos después de la Guerra Fría. Véase también del mismo autor en: “El carácter cambiante de las guerras civiles. 1800-2009”. 27 propio de un crítico de la guerra y sus circunstancias, idea que sería fuertemente criticada por el propio Benjamin. Ahora bien, esto último no es un hecho marginal en la obra del filósofo alemán como lo consideran algunos comentaristas como Esther Leslie (2007)11 , pues siguiendo la postura de otros comentaristas (Wolfharth 1992; Caygill 1998; Rrenban 2005), los fragmentos no publicados del propio Benjamin son de gran importancia, pues representan una oportunidad para comprender, desde una perspectiva más amplia, el proyecto filosófico benjaminiano. A pesar de la corta extensión del manuscrito, en éste Benjamin analiza el concepto liberal de paz, a través de la figura del general alemán Fritz von Unhruh’s y sus viajes alrededor del globo con el fin de exportar la idea kantiana de paz en toda Europa: La idea kantiana de la paz eterna, imposible durante mucho tiempo en una Alemania espiritualmente en bancarrota, estaba justo en las primeras filas de esos artículos de exportación espiritual. Imparable en su fabricación, un vendedor lento durante los diez años anteriores estaba disponible a precios imbatibles. Fue una oportunidad enviada por el cielo para allanar el camino para una exportación más seria. No se pensó en la calidad genuina de su paz (Benjamin, 2007, pp.59, traducción propia). Aún más, específicamente en los años veinte del Siglo XX en Alemania, el presente kantiano de la paz allí se desdibujaba debido a una fuerte crisis económica y política, donde el ascenso de Adolf Hitler al poder fue una muestra de ello. Dicha apuesta por una paz kantiana había fracasado en Alemania, convirtiendo a esta en una mercancía que pretendía ser vendida al mejor postor, no siendo más que un síntoma de una bancarrota espiritual donde la paz perpetua era un elemento esencial de dicha crisis. 11 Esther Leslie en su obra Walter Benjamin. Overpowering Conformism (2002) reconoce la importancia que tiene dicho manuscrito no publicado debido a la crítica realizada por Benjamin hacia la exportación de la idea kantiana de la “paz perpetua” a manos de von Unruh, entendiendo a esta como un intento de polémica en contra de los ideales comunistas (pp. 28). La importancia de dicho texto para Leslie radica en la contribución benjaminiana a la crítica de la crisis del pensamiento histórico en una guerra civil intelectual, manifestada en el uso de metáforas propias de la guerra empleadas por Benjamin en el campo literario, por lo cual para la comentarista en el manuscrito no-publicado no es posible encontrar, propiamente, una idea benjaminiana de una verdadera paz, y por ende, la crítica a la noción de esta manifestada en la Alemania de su época. Más aun, es posible afirmar que en su texto posterior Walter Benjamin. Critical Lives (2007) Leslie deja de concederle cierta importancia al texto no-publicado aquí analizado, otorgándole un carácter meramente anecdótico y marginal, identificándolo como un producto de las necesidades económicas del filósofo alemán y su inserción momentánea en el terreno de la crítica política. En palabras de la autora: “en Nápoles y Capri escribió [Benjamin] una 'polémica bárbara' contra el libro de viajes 'del pacifista' Fritz von Unruh, Wings of Nike, devorando la “piel y los huesos” del autor. El ataque tenía que ser “formidable”, le dijo a Scholem, porque era para marcar su lugar en The Literary World como crítico político (2007, pp. 68, traducción propia). 28 En otras palabras, Benjamin considera que la noción liberal de la paz devino en una carente de cualquier preocupación material por la violencia, particularmente por las guerras que azotaban en ese entonces al continente europeo, lo cual da cuenta del carácter metafísico de dicha acepción de la paz12. En palabras de Benjamin: En cualquier caso, es muy instructivo examinar más de cerca el pacifismo del señor von Unhruh. Desde que la supuesta convergencia de la idea moral y la de derecho, sobre cuyo presupuesto descansaba la prueba europea del evangelio kantiano de la paz, comenzó a desconectarse en la mente del siglo XIX, la “paz” alemana ha apuntado cada vez más a la metafísica como el lugar de su fundación. La imagen alemana de la paz emana de la metafísica. (…) El señor von Unhruh ha luchado heroicamente para liberarse de la realidad. En cualquier caso, las grandes cenas de gala son los únicos hechos internacionales que tiene en cuenta su nuevo pacifismo. Su nueva internacional se gesta en la paz de la digestión comunal y el menú de gala es la carta magna de la futura paz de las naciones (Benjamin, 2007, pp.60, traducción propia). El manuscrito dedicado a Fritz von Unhruh da cuenta de algunas de las ideas críticas entorno a la paz kantiana, destacando aquí la ausencia de una reflexión que debería dar cuenta, por un lado, del conflicto moral entre un derecho ilimitado y reforzado de la paz con una paz equitativa, y por otro lado, de las diversas maneras en las que el tema de la paz ha sido instrumentalizado en el transcurso de la historia (Benjamin, 2007, pp.60). Es posible percibir, según Benjamin, que la tan anhelada paz, la única existente y vigente para el Estado moderno burgués, es la “paz perpetua” mantenida y gozada por los que han dirigido la guerra y quienes se encargaron de establecer el tono de la conversación internacional en la fiesta de la paz. Lo expuesto en el manuscrito benjaminiano sugiere la necesidad de analizar de manera más detallada las tensiones dialécticas presentes en la noción de una verdadera paz, permitiéndonos de esta manera avanzar en lo que denominaremos en el presente texto una idea de paz crítica. Esto implica un reto, pues en algunos de los textos anteriormente publicados de Benjamin, Se entiende aquí por “carácter metafísico” una crítica a la desconexión existente entre los hechos o fenómenos y el concepto el cual los recoge, siendo este usualmente de carácter esencial e inmutable. Ahora bien, es importante aclarar que en este contexto se crítica a la metafísica en su consideración clásica y ortodoxa, pues si bien Benjamin crítica dicha idea inmutable e imperturbable de la noción clásica de la metafísica, considera como fundamental en el ámbito de la verdad una dimensión metafísica que se configura históricamente y depende de la articulación y conexión puntual entre algunos elementos de los fenómenos en una idea o constelación. De este modo, la verdad metafísica en la propuesta benjaminiana tendría un carácter expositivo y constructivo, mientras que en su consideración clásica correspondería a uno inmutable y necesariamente develativo. 12 29 específicamente en Hacia la crítica de la violencia, parece existir una frontera insalvable entre una noción de paz relacionada estrictamente con la guerra y otra, supuestamente concreta y política, de la cual se habla en la paz perpetua de Kant, y es que la palabra «paz» designa, cuando es correlato de la palabra «guerra» (hay otro significado completamente distinto, que no es metafórico ni político, el significado en el que Kant pudo hablar de la «paz perpetua»), la sanción de la victoria necesaria e independiente de todas las situaciones jurídicas restantes. Dicha sanción consiste en que la nueva situación es reconocida como nuevo «derecho», al margen de que, de facto, pueda o no precisar de alguna garantía para subsistir (Benjamin, 2016, pp. 189). Ahora bien, a pesar de que en la cita anterior Benjamin parezca considerar a la paz perpetua kantiana como una verdadera paz, esto no representa un problema, sino más bien, una oportunidad, pues parece que la doble noción de paz presente en Hacia la crítica de la violencia, ensayo publicado en 1921, da cuenta del cambio en la opinión del filósofo alemán respecto a la propuesta kantiana en torno a la paz. En 1921 Benjamin considera la “paz perpetua” como un intento válido de establecer una noción concreta y ética de paz, la cual atendería a las exigencias delimitadas como necesarias por el mismo autor, sin embargo, el manuscrito “La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s Alas de Nike” de 1925, evidencia como dicha noción devino históricamente en una noción de paz relacionada estrictamente con la guerra y asuntos jurídico-estatales, abandonando su posible impacto material en la construcción de una verdadera paz, de carácter práctico y no-violento. Dicho esto, identificamos, pues, un cambio en el pensamiento de Benjamin el cual se debe a que un análisis crítico del concepto de paz obliga a comprender que el sentido concreto y ético detentado por Kant en la paz perpetua, el cual paradójicamente tiene un origen altamente metafísico, le dio vía libre a una noción de paz relacionada con la guerra. En otras palabras, es posible pensar que la experiencia vacía de la paz liberal presente en La Paz Perpetua, no solo permite considerar un concepto de la paz, entendida como derecho, relacionado estrictamente con la guerra, sino también, que es uno de los fundamentos de la continuación de la violencia. Esto adquiere aún más sentido si se analiza la relación que tiene dicho concepto moderno de paz con una concepción moderna de la historia, pues al considerar de manera historicista el 30 transcurrir del tiempo, la paz kantiana se entiende tanto lineal como eucronicamente. En ese sentido, la paz perpetua correspondería a un punto de la historia lejano de tanta violencia que, gracias a la naturaleza humana, los Estados deciden pactar ciertas normas que garanticen una paz perpetua (Kant, Sobre la Paz Perpetua, Art. 3, Sup. 1, pp. 41)13, que, sin embargo, teniendo en cuenta los postulados de Benjamin, se convertirían en excusa para instrumentalizar la paz y fortalecer la violencia ejercida por el Estado y el derecho. Ahora bien, la crítica benjaminiana hacia el concepto kantiano de la paz y la paz liberal, entendida como su único sucesor, no es la única importante a destacar en la filosofía contemporánea, pues es posible identificar una formulación distinta de la crítica benjaminiana a la paz liberal y la necesidad de una paz crítica en algunos postulados del filósofo Emmanuel Levinas, presentes en su texto Paz y proximidad. En dicho texto, el filósofo lituano parte de la necesidad de un concepto de paz ampliado, diferente a la paz liberal, considerando esta última como una paz, cuya contrapartida es la guerra, que únicamente promueve una justicia para preservar el comercio pacífico entre miembros de la sociedad. Aún más, si se asume el compromiso por una apertura total hacia el otro14, la justicia liberal se muestra como la menos indiciada, pues “la 13 Esto es precisamente lo que Alexis Philonenko (2005) denomina como el carácter asintótico de la historia de Kant, pues a pesar de que el filósofo alemán nunca pierde de vista la finitud humana, pues no se puede pasar de una historia dialéctica a una no dialéctica, en la medida en que la humanidad es una idea trascendental de la razón ésta define un fin último al que podemos aproximarnos asintóticamente (pp. 143-144), siendo de éste modo lo asintótico un camino hacia lo mejor, el cual más allá de su tendencia hacia dicho fin, no es posible alcanzarlo. 14 Es importante tener en cuenta que el pensamiento levinasiano respecto a la necesidad de una paz distinta a su formulación de la paz está estrictamente relacionado con su pensamiento ético, específicamente al respecto de sus conceptos de diferencia y alteridad. En su obra Totalidad e Infinito (2012) el filósofo lituano considera que, partiendo desde un fundamento ético, es necesario denunciar el “olvido hacia el Otro” como un resultado catastrófico para la humanidad, pues la desaparición de la alteridad implicaría la irrupción de la barbarie: la negación de la diferencia. En este sentido, un compromiso con una apertura total hacia el otro implica la recuperación de la alteridad sin negar la exterioridad, tarea la cual, necesariamente, requiere pensar en el “Infinito”, pues este representa una apuesta por la trascendencia de las concepciones ontológicas totalizantes y permitiendo, de este modo, evitar la reducción y la violencia hacia lo diferente, al Otro, sin dejar al Mismo de lado (Levinas, 2012, pp. 10). En últimas, dicha apertura total hacia el otro implica reconocerse a uno mismo como otro, sin que esto implique la perdida de la individualidad, pues, se configura una noción de multiplicad donde existe ya una noción de singularidad individual, pues, “el pluralismo implica una alteridad radical del Otro” (Levinas, 2012, pp. 121). En este contexto se entiende la unidad de la pluralidad como la paz (Levinas, 2012, pp. 345), por lo cual una paz que, como la liberal, excluye distintos expresiones de la 31 unidad política con las instituciones y las relaciones que se instauran en ella a partir de entonces, siempre están a punto de retener en ellas mismas su centro de gravedad y de pesar por su cuenta en el destino de los hombres como fuente de conflictos y violencias” (Levinas, 2006, pp. 150). Siguiendo la lectura de Victoria TahmasebiBirgani (2014) respecto a una idea de la paz conforme a la diferencia y sus correspondientes políticas de la no-violencia en la obra de Levinas, el problema levinasiano con el liberalismo, su política y su noción de paz, es precisamente el ya expuesto por Benjamin en Hacia la crítica de la violencia, a saber, su fundamento en el poder de la violencia preservadora de ley y la amenaza constante de la violencia creadora de ley (2016, pp. 205). Para el caso de Levinas, compartiendo la necesidad benjaminiana de una noción de la paz distinta a la liberal, es primordial configurar un concepto de paz que se corresponda con una apertura total al otro y una proximidad radical, la cual permita asegurar, de cierto modo, una relación con una alteridad irreductible a un género común en el que no sea más que alteridad relativa (Levinas, 2006, pp. 147). Dicha noción de paz, conforme a los objetivos levinasianos, es denominada por el mismo autor como “paz ética”, definiendo a esta como, independiente de cualquier pertenencia a un sistema, irreductible a una totalidad, refractaria a la síntesis. Proyecto de una paz diferente de la paz política de la que hablábamos más arriba [paz liberal]. ¡Relación ética que, así́, no sería una simple deficiencia o privación de la unidad de lo Uno reducido a la multiplicidad de individuos en la extensión de un género! Aquí́, en la paz ética, la relación sería, más bien, con el otro inasimilable, con el otro irreductible, con el otro, único. ¡Sólo el único es irreductible y absolutamente otro! (Levinas, 2006, pp. 147). Si bien la “paz ética” propuesta por Levinas resulta útil para entender de qué manera la acepción liberal de la paz no solo fundamenta un régimen político violento sino también que necesariamente se configura a partir de la erradicación de la alteridad, y por ende, del Otro, su propuesta se aleja de lo que aquí consideramos como un elemento central en la búsqueda de una verdadera paz y la desarticulación de la violencia, a saber, la naturaleza violenta del Estado y los esquemas jurídicos propios misma y desconoce al Otro no correspondería a una verdadera paz, lo que permite concluir que un compromiso con la paz es, a su vez, una compromiso con la apertura hacia la diferencia. 32 de este. En tal sentido, si bien la crítica se dirige a un problema similar, tanto para el caso benjaminiano como para el levinasiano, este último no considera que el problema mismo sea la naturaleza violenta del Estado y la ley, sino su configuración moderna y su orientación liberal en el escenario contemporáneo, considerando no solo como posible la paz a partir del Estado (Levinas, 2006, pp. 143), sino también como necesaria, particularmente a través de una transformación estatal donde a partir de la adquisición de consciencia se logre instaurar una unicidad del Rostro y del amor (Levinas, 2006, pp. 150). Teniendo esto en cuenta, si bien es importante considerar que la propuesta levinasiana representa una crítica contemporánea al concepto liberal de la paz y la reproducción de la violencia a partir del mismo, pero este autor no cuestiona de manera directa el origen necesariamente violento de instituciones soberanas como el Estado y la ley, las cuales tendrían un lugar en el desarrollo de la “paz ética”. En este orden de ideas, a pesar de rescatar la apuesta de Levinas, optaremos en la presente investigación por el acercamiento benjaminiano, identificando en este elementos que pueden permitir un análisis más profundo y complejo del problema. En últimas, las reflexiones benjaminianas en torno al concepto de paz, no solo sugieren la cercana relación dialéctica entre violencia y paz, sino también la necesidad de considerar una paz crítica que sea la encargada de marcar la tensión y resistencia, tanto a la guerra, como al uso de la violencia propio de la instrumentalización de la paz. En suma, la apuesta de la presente investigación, no es solo exponer la manera bajo la cual se configura la idea liberal de paz15 conforme al Estado y el poder soberano y sus funestas consecuencias, sino también, siendo este el aspecto central, proponer una “constelación de paz crítica” que permita pensar verdaderamente una paz ajustada a los hechos y necesidades materiales presentes tanto en los tiempos de Benjamin, como en los presentes. Para cumplir con dicho objetivo, y siguiendo la noción de constelación, así como su orden procedimental, expuesto por el propio Benjamin en El Origen del Trauspiel alemán, es necesario, en primera instancia, delimitar los tipos 15 Lo expuesto hasta este punto bajo la noción de paz liberal o paz kantiana se expondrá en el próximo apartado como un producto de la violencia mítica y la sobre-determinación de la soberanía moderna. 33 de violencia, su relación con el concepto liberal de paz y la consecuente reproducción y fundamentación de dicha violencia, con el fin de establecer una constelación de paz crítica que haga frente a dicha tipología de la violencia, para así poder identificar los fenómenos que corresponden a una verdadera paz, llegar a una concepto crítico de la misma, y en últimas, a un constelación de esta. 1.3. Hacia la crítica de la violencia (1921): acerca del establecimiento de una tipología de la violencia, la violencia mítica y el archeon En su obra Hacia la crítica de la violencia (1921) Benjamin realiza diversas reflexiones acerca de su situación histórica particular, específicamente, la relación que tiene la violencia con el Estado y el derecho, y como esto se manifiesta de diversas maneras en un capitalismo creciente, en el liberalismo político y, en últimas, en el fascismo. Dichas reflexiones tienen como anclaje principal una tipología particular de la violencia, donde se destaca la importancia de la violencia mítica 16 y su relación estricta con los fenómenos analizados. Según Benjamin, dicho tipo de violencia, en la que es su forma prototípica, la violencia mítica es una mera manifestación de los dioses. Sin duda no es un medio de sus fines, y apenas es manifestación de su voluntad, sino manifestación de su existencia. La leyenda de Níobe contiene así un ejemplo destacado de ello. Es verdad que podría parecer que la acción de Artemis y de Apolo es sólo un castigo. Pero su violencia instaura un derecho, y ello sin castigar la transgresión de un derecho existente (2016, pp. 200). En otras palabras, la violencia mítica corresponde a la manera, en la cual, el poder político se ha insertado en toda la vida humana, proyectando una forma de autoridad hacia el mundo y aceptando un mundo altamente modificado como la realidad misma (Evans, 2020). En este orden de ideas, el carácter mítico de la violencia radica en la ausencia de una base ontológica real para el poder del liberalismo o del capitalismo, los cuales autoproclaman su derecho a gobernar, y de esta manera, naturalizando dicho 16 Es importante mencionar que para Benjamin el carácter mítico de la violencia no corresponde a una cuestión arcaica sino precisamente a un elemento constitutivo de la violencia aún superviviente en la modernidad. En este sentido, si bien dicho elemento mítico adquiere una configuración particular en su consideración clásica, este perdura, aunque con ciertas particularidades históricas, en su configuración moderna y sus propias estructuras míticas. 34 discurso, se consideran como necesarios e inevitables. Su violencia radica pues, en la ausencia de una base para su autoridad, haciéndose necesaria su constante iteración con el objetivo de (re)establecer constantemente su poder, e incluso, su realidad. Ahora bien, es importante aclarar que aquí el término violencia (Gewalt) no se reduce exclusivamente a la violencia física per se, sino que, también, está relacionada con las nociones de fuerza y el modo en que estas se proyectan en la realidad. En este sentido, la violencia mítica correspondería, por un lado, a la existencia efectiva de una violencia directa o literal y, por otro lado, a un tipo de estructuras y comportamientos que no son necesariamente violentos en una dimensión estrictamente física17. En últimas, las diversas instancias de la violencia mítica evidencian una complejidad y profundidad de la violencia misma, siendo la violencia física o directa, únicamente, el último recurso de su repertorio (Evans, 2020). Ahora bien, como una primera respuesta frente a la presencia de la violencia mítica en el mundo contemporáneo, Benjamin no descarta la posibilidad de que los ciudadanos y comunidades utilicen, en ciertos casos, la violencia física como respuesta al esquema mítico de la misma. Con el fin de ilustrar la posibilidad de dicha acción violenta, el filósofo alemán reflexiona acerca del mandamiento “no mataras”, considerando que, la pregunta de «¿Puedo matar?» se responde con el inmutable mandamiento de «No matarás». Dicho mandamiento se halla situado ante la acción como Dios ante el hecho de que esa acción suceda. Pero, por más que no pueda ser el miedo al castigo lo que obliga a cumplir el mandamiento, éste es inaplicable, inconmensurable, puesto ante la acción ya realizada. Pues del mandamiento no se sigue un juicio respecto de la acción. Y así, no se puede predecir ni el juicio divino sobre ella ni su fundamento. Por lo dicho, no aciertan quienes basan en este mandamiento la condena de cualquier muerte violenta de una persona a manos de otra. El mandamiento no es criterio del juicio, sino sólo una pauta de conducta para la comunidad o la persona que, en solitario, tiene que arreglárselas con él y, en casos tremendos, asumir la responsabilidad de no observarlo (2016, pp. 203-204). 17 En este orden de ideas la violencia mítica correspondería a una noción compleja de la violencia, donde se tienen en cuenta su manifestación en distintos niveles. La complejidad de la violencia propuesta por Benjamin y la consideración de sus posibles diversas dimensiones, puede entenderse a través de la tipología contemporánea de la violencia realizada por Johan Galtung (2003), donde partiendo de la complejidad del fenómeno, distingue entre la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural (pp. 10-12), siendo estas dos últimas aquellas que se denominaron como otros tipos de estructuras y comportamientos que van más allá de la violencia directa o física. 35 El considerar la posibilidad de la violencia directa como una pauta de conducta mantenida históricamente no significa que corresponda a un criterio del juicio, siendo posible considerar que debemos luchar con el significado del mandamiento de manera tanto individual como colectiva, así mismo como decidir en ciertas ocasiones abandonarlo o ignorarlo, es decir, responder a la violencia mítica con violencia directa o física como producto de una decisión propia y no como obediencia a una orden o un dictado divino de Dios o cualquier tipo de autoridad trascendente (Evans, 2020). Más aún, teniendo en cuenta la multidimensionalidad de la violencia, en este caso, bajo su configuración mítica, y frente a la suposición de un ataque hacia esta a través de la violencia directa, es necesario considerar que, por un lado, tanto el Estado como el capitalismo no siempre operan a través de la violencia física, sino que también existen distintos niveles de violencia bajo los cuales ellos operan, y, por otro lado, que la resistencia a dicho tipo de violencia mítica -ejercida por el Estado y el capitalismopuede ser contrarrestada a partir de una resistencia que, en ciertas ocasiones, implica una violencia física. Ahora bien, la violencia física no agota los repertorios de resistencia a las formas modernas de la violencia mítica, pues la clave de dicha resistencia no radica en la violencia física per se, sino más bien, en proyecciones del algún tipo de fuente externa de autoridad, la cual se convierta en la base de nuevas formas de control (Evans, 2020). Dicha fuente se puede encontrar, de cierta manera, en formas locales y momentáneas de decisión colectiva, correspondientes a una dimensión de los “puros medios”, es decir, formas de política que no están relacionadas a fines específicos o a ciertas teologías que son, inevitablemente, míticas. Respecto a este tema particular es útil retomar algunos postulados del filósofo James Martel (2019), pues es prudente considerar la violencia mítica en su manifestación normativizada e invisible en la que sucede la político, tomando una forma ubicua e inevitable, como arquismo. Ahora bien, la violencia mítica entendida en tanto arquismo 18 no depende de sí misma, sino más bien, está basada en un archeon, es decir, 18 Por “arquismo” se podría entender cualquier de las dos dimensiones del término griego ἀρχή, a saber, por un lado, la expresión o manifestación del origen o principio de la realidad, o, por otro lado, la dimensión normativa y de orden proveniente. En este contexto particular, Martel (2019) se refiere 36 “el lugar en el cual su poder y posición excepcional es generado”; empero, “el arquismo es altamente adaptativo y resiliente, sin embargo, no puede vivir sin un archeon” (pp.14). En su libro Archive Fever: A Freudian Impression Jacques Derrida (1996) ahonda en esta temática, estableciendo que: El significado de “arquismo”, su único significado, viene del griego arkheion: inicialmente una casa, un domicilio, una dirección, la residencia de los magistrados superiores, los arcontes, aquellos encargados de comandar. Se consideraba que los ciudadanos que así detentaban y significaban el poder político poseían el derecho de hacer o representar la ley. Por su autoridad públicamente reconocida, es en su casa, en aquel lugar que corresponde a su casa (casa privada, casa familiar o casa de los empleados), donde los documentos oficiales son diligenciados. Los arcontes … no solo deben asegurar la seguridad física de lo depositado y del sustrato, ellos son también se les reconoce el derecho y la competencia hermenéutica. Tienen el poder de interpretar el arquismo (pp. 2, traducción propia). Ahora bien, el archeon no representa exclusivamente un lugar material, sino también un lugar en el cual se da un repositorio de la ley y la autoridad, y, por ende, se constituye en la fuente de ambas cosas. Siguiendo lo expuesto por Martel, es posible entender el archeon como algo único, como un lugar o un punto de vista que está más allá de cualquier alcance, una fuente la cual no puede tener para ella misma otra fuente, es decir, es el origen de la ley, del mandato, de la autoridad y del poder (2019, pp. 16). En este sentido, el concepto de archeon permite comprender, por un lado, la violencia mítica presente en toda las formas de ley y política que están basadas en una proyección vacía y una autoridad que no tienen ninguna base ontológica verdadera para sus demandas y, por otro lado, la dimensión particular que tiene el término violencia (Gewalt) en la crítica benjaminiana, yendo más allá de su dimensión física y dándole un peso especial a su similitud con las nociones de fuerza o hegemonía. Más aún, Jacques Derrida (2008) amplifica el problema benjaminiano y sus límites, pues haciendo referencia explícita al texto de Benjamin (Hacía unca crítica de la violencia) establece que la crítica realizada por el filósofo alemán no es sólo hacia la violencia en general, sino particularmente a la violencia mítica, es decir, a la violencia entendida como poder legítimo, autoridad o fuerza pública o de ley (pp. 17). En otras palabras, para Derrida (2008) la palabra alemana Gewalt, empleada por Benjamin, es tanto precisamente a dicha segunda dimensión, entendiendo por arquismo la manifestación del poder político que produce la dimensión normativa y un cierto orden que se pretende mantener a través de este. 37 violencia como poder legítimo, empero, se refiere específicamente a la fuerza de ley de un poder legítimo y la supuesta violencia originaria que debe establecer una autoridad, la cual no pudo ser autorizada por una legitimidad anterior (pp. 17-18). A este tipo violencia se le opone otro tipo fundamental expuesto por Benjamin, a saber, la violencia divina, aquella que corresponde a los puros medios y se sitúa por fuera del Estado y el derecho. Aún más, considera que este tipo de violencia no se manifiesta exclusivamente en las tradiciones religiosas, sino que también es posible identificarla de manera consagrada en la vida actual. En palabras del filósofo alemán este tipo de violencia se caracteriza por su forma consumada en tanto violencia educadora, fuera del derecho, definida por “momentos de consumación incruenta, consumación fulminante y redentora. Y también, finalmente, por la ausencia de toda posible instrucción de derecho” (Benjamin, 2016, pp. 203). En otras palabras, la violencia divina actúa de manera diametralmente distinta a la de carácter mítico, pues no solo opera por fuera de cualquier marco jurídico, sino que, además, no depende de una acción humana caracterizada por su consumación progresiva y usualmente cruenta. En este sentido, esta violencia es solo destructiva de manera relativa, pues se da en relación con los bienes, del derecho o la vida, y no de manera absoluta en relación con “el alma de lo vivo”, configurándose como una dimensión pura de la violencia y necesariamente opuesta a la violencia mítica y jurídica ejercida por el Estado. En palabras de Benjamin: Lejos de abrir una esfera más pura, la mítica manifestación de la violencia inmediata se nos muestra ya idéntica la violencia jurídica, y hace de la intuición de su problemática la certeza de la corruptibilidad de su función histórica, cuya aniquilación se convierte en tarea. Y precisamente esta tarea plantea en última instancia, una vez más, la pregunta por la violencia inmediata pura que se vea capaz de poner coto a la violencia mítica (…) En concreto, sin duda, la violencia divina es lo contrario de la violencia mítica en todos los aspectos. Si la violencia mítica instaura derecho, la violencia divina lo aniquila; si aquella pone límites, ésta destruye ilimitadamente; si la violencia mítica inculpa y expía al mismo tiempo, la divina redime: si aquella amenaza, ésta golpea; si aquella es letal de manera sangrienta, ésta viene a serlo de forma incruenta (2016, pp. 202). Ahora bien, una respuesta directa a la violencia mítica, y en este caso particular, a la instrumentalización de la paz a través de la continuación de la violencia jurídica bajo 38 el poder del Estado, es la violencia divina, sin embargo, una característica esencial de esta última es que no depende de la voluntad humana y no se puede conocer exactamente y en cuanto tal, pues “la fuerza redentora propia de la violencia no se halla a la vista de los hombres” (2016, pp. 206). De este modo, es posible considerar que la violencia divina cuenta a su disposición con las formas eternas que el mito “bastardeó” con el derecho y que incluso se pueden manifestar en la auténtica guerra, empero, no es la única que le debe hacer frente a la violencia mítica, lo que llevaría a una inacción humana entendida como “resistencia” a este tipo de violencias 19. En otras palabras, si bien la violencia divina hace frente a la violencia mítica, se hace necesario otro tipo de acción o “violencia” que impida la reproducción del ciclo de la violencia mítica, es decir, aquella operación bajo la cual nuevas violencias, o las antes oprimidas, vienen a derrotar la violencia que instauraba hasta ese entonces el derecho, y de ese modo, fundamenten un nuevo derecho para una nueva decadencia 20. Teniendo esto en mente, Benjamin al final de su crítica expone la posibilidad de una violencia revolucionaria, entendiendo a ésta como la suprema manifestación de la violencia pura del ser humano, aquella encargada de aprovechar la estructura quebradiza de la violencia jurídica, caracterizada por su división entre violencia instauradora de derecho y violencia mantenedora de derecho, para ejecutar una efectiva desmantelación de la misma 21. En este orden de ideas, la violencia 19 Precisamente en el Fragmento Teológico-político, escrito por Benjamin según Gershom Scholem y Rolf Tiedemann entre 1920 y 1921, el filósofo alemán hace referencia a esta idea de la posible relación entre lo profano y lo divino respecto a la historia, afirmando que “si una flecha indica donde está la meta en que actúa la dynamis de lo profano, y otra nos indica la dirección de la intensidad mesiánica, la búsqueda de la felicidad de la humanidad en libertad se alejará de dicha dirección mesiánica; pero así como una fuerza que recorre su camino puede promover una fuerza en su dirección contraria, también el orden profano de lo profano puede promover la llegada del mesiánico Reino” (2016, pp. 207). 20 Persiste en esta idea del ciclo de la violencia una comprensión romántica del tiempo según Benjamin, pues éste se conforma de manera cíclica, con tres momentos puntuales: a saber, nacimiento, auge y decadencia. Dicho esto, se hace necesaria una acción que sea capaz de interrumpir dicho movimiento cíclico de la violencia, por lo cual también debe hacerse a partir de una consideración particular del tiempo, que escape a su definición temporal, eucrónica y en últimas romántica. Más adelante, específicamente en el Capítulo 3, en el último apartado dedicado a la idea de paz crítica como imagen dialéctica se exploran las distintas comprensiones del tiempo que implica dicha apuesta. 21 Aún más, siguiendo lo expuesto por Peter Fenves (2021) en la introducción a la edición crítica en inglés de Hacia la crítica de la violencia de Benjamin, es importante resaltar que el anterior título de dicha obra era Abbau der Gewalt, es decir, La Desmantelación de la Violencia, dando cuenta desde su título el objetivo principal del texto, sin embargo, dicho título sería cambiado por la palabra Crítica 39 revolucionaria debería ser pues aquella propia de una época que desafíe a la violencia mítica, es decir, un tipo de violencia propio de una nueva época, definida por el filósofo alemán como aquella “que se alza así sobre la quiebra de este ciclo – uno que, sin duda, está hechizado por las míticas formas de derecho-, sobre la suspensión pues, del derecho y de la violencia en la que se basa (como ellas en él); una violencia que es, sin más la violencia del Estado” (Benjamin, 2016, pp. 205). Ahora bien, una lectura superficial permitiría entender a dicha violencia revolucionaria, por un lado, como una violencia aniquiladora del Estado en un sentido destructor, comprendiéndola como simple violencia directa en contra de las instituciones jurídicas y estatales o, por otro lado, como una violencia ejercida dentro del mismo Estado que conduzca a un imposible cambio desde su interior22, empero, esto último está muy lejos de la propuesta benjaminiana. Por contradictorio que parezca, el propósito de la violencia revolucionaria encuentra sus acciones más poderosas precisamente en la acción noviolenta, es decir, en aquellas acciones que sin inscribirse en una relación directa con la violencia mítica permiten hacer resistencia frente a ella de modo directo. 1.4. “Paz liberal” como figura de la violencia mítica: Huelga general como paradigma de no-violencia En su artículo “Walter Benjamin and the General Strike” James Martel identifica al concepto benjaminiano de huelga general proletaria como el paradigma de la debido a la influencia que tenía el pensamiento kantiano en esta etapa puntual de la obra benjaminiana (pp.17-18). 22 Algunos autores como Enrique Dussel (2016) han interpretado a la violencia revolucionaria como el establecimiento de un Estado revolucionario, a pesar del carácter propiamente mítico de dicha institución, argumentando que “el nuevo orden (y todo orden fue en el comienzo un nuevo orden) no es fruto necesario de la violencia como fundamento de un poder instituyente, porque la coacción legítima de los oprimidos que organizan dicho nuevo orden no fue violencia. El fundamento de la legitimidad (no digo de la legalidad, que viene después) es el consenso crítico de los oprimidos, y no una violencia instituyente. Por ser legítimo el nuevo orden, lo son igualmente sus instituciones legítimas coactivas, como por ejemplo la policía” (pp. 215). Dicha posición, no solo parte de una idea reduccionista de la violencia como coacción a los derechos del otro (pp. 214), diferente a la comprensión compleja de la violencia expuesta por Benjamin, sino también ignora por completo el fundamento mítico, independientemente de cualquier ideología o pretensión, del Estado y de la ley. Aún más, dicha concepción no solo ignora el fundamento violento de estas instituciones, por más que operen bajo un nuevo consenso crítico de los oprimidos y un tipo de acto violento denominado por Dussel como coacción legítima, sino también la incompatibilidad entre la ley y el poder soberano con la justicia y una verdadera revolución, pues “la crítica de la violencia, así construida [benjaminiamente], se expresa a sí misma como un manifiesto a favor de una no-violencia total” (Fenves, 2021, pp. 28, traducción propia). Ver más de esta crítica en: Fenves, 2021, pp. 6. 40 resistencia no-violenta, es decir, uno de los mecanismos que el mismo Benjamin considera como ejemplo de una forma política de formas locales y momentáneas de decisión colectiva que podrían hacer frente a la violencia mítica. Dicho esto, el filósofo alemán en Hacia la crítica de la violencia define, retomando la distinción de Sorel, la huelga general en oposición a lo que podría ser una huelga política: Por cuanto respecta a las luchas de clases, bajo ciertas condiciones hay que considerar sin duda la huelga como medio puro. Tenemos por tanto que describir con detalle dos tipos de huelga que son esencialmente diferentes, y cuya respectiva posibilidad ya hemos mencionado (…) En efecto, Sorel los contrapone en calidad de huelga general política, de un lado, y huelga general proletaria, de otro. Pero, en concreto, su contraposición se refiere también a la violencia (…) «La huelga general política ... muestra cómo el Estado no pierde en ella nada de su fuerza, cómo el poder se puede transmitir entre unos y otros privilegiados, y cómo el pueblo de los productores cambiará de amos simplemente». Frente a esa huelga general política (cuya fórmula parece ser, por lo demás, la de la pasada revolución alemana), por su parte la huelga general proletaria se propone como única tarea la eficaz destrucción del poder del Estado (2016, pp. 196-197). En otras palabras, la huelga estrictamente política corresponde a un escenario donde los trabajadores intentan derrotar al Estado en su propio juego, chantajeando a éste o a la entidad corporativa enfrentada por los trabajadores con el fin de llegar a una concesión (Martel, 2019, pp. 13). De esta manera, los trabajadores negocian por un mejor trato sin que esto signifique un reto o resistencia al sistema capitalista, siendo la huelga general el caso totalmente opuesto, pues ésta representa un rechazo radical del capitalismo en todas sus formas, identificándola como una política en la dimensión de los “puros medios”, siendo naturalmente no-violenta. En palabras de Benjamin: Mientras que la primera de estas formas de interrupción del trabajo es ya violencia [huelga política], por cuanto causa solamente una exterior modificación de las condiciones de trabajo, la segunda [huelga general] carece de violencia, es decir, es un medio puro. Pues ésta no se da con la intención de reanudar el trabajo nuevamente tras obtener concesiones exteriores junto a concretas modificaciones de las condiciones de trabajo, sino con la decisión de reanudar un trabajo completamente transformado; uno no forzado por el Estado (un cambio radical que este tipo de huelga no provoca, sino que sólo consuma) (2016, pp. 197, cursivas propias). En este sentido, la huelga general representa un vehículo crítico frente a la posibilidad de la no-violencia humana, siendo una respuesta particular de resistencia frente al escenario de un mundo marcado por falsa autoridad y múltiples acciones represivas cometidas por un Estado asesino (Martel, 2019, pp. 15). De este modo, a pesar del 41 panorama desesperanzador propio de las formas modernas de la violencia mítica, Benjamin considera, no solamente posible, sino necesaria, una regulación no-violenta de los conflictos (2016, pp. 194-195), siendo la huelga general uno de los casos en lo que esto se expresa. Dichas posibilidades del acuerdo no-violento no sólo son realizables, sino que han estado presentes en diversos espacios a lo largo de la historia, esencialmente al margen del derecho, pero, con más claridad que en las luchas de clases más recientes, en la historia milenaria de los Estados se han formado medios para llegar a acuerdos sin violencia. La tarea de los diplomáticos solamente consiste rara vez en modificar ordenamientos jurídicos preexistentes, y bien al contrario, en lo que es esencial, ellos resuelven en paz y sin tratados los conflictos entre Estados, por analogía con los acuerdos entre personas privadas (2016, pp. 198-199). Teniendo en cuenta el pasaje citado anteriormente, es posible considerar que hasta cierto punto existiría una aparente cercanía con Kant respecto a la importancia de la diplomacia y los diálogos entre Estados en la resolución de conflictos violentos, empero, existen dos elementos importantes que permiten anular dicha cercanía, a saber que, por un lado, dicha resolución no-violenta igual tendría a la base unas estructuras inherentemente violentas, a saber, el Estado y la ley, y por otro lado, como ya se expuso anteriormente, en el manuscrito no publicado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unhruh’s Alas de Nike Benjamin identifica como estos tipos de acciones devinieron como unas que precisamente refuerzan la violencia mítica propia del Estado. Ahora bien, la existencia de dichas acciones no-violentas, localizadas por Benjamin en espacios privados donde los individuos se relacionan sin una intervención directa del Estado, no están adscritas a una regulación jurídica, pues estas descansan en hábitos y comportamientos que no necesitan de ningún sistema legal para su funcionamiento y vigencia. En Hacia la crítica de la violencia Benjamin expone dos ejemplos particulares donde se dan dichas resistencias no-violentas a las formas modernas de la violencia mítica, particularmente la del Estado y a la del capitalismo, a saber: evitar cualquier sanción a la mentira y evitar la figura legal de los contratos en el espacio privado – identificando a estos últimos como una forma de violencia 42 codificada (2016, pp. 193)23. Estos dos ejemplos no sólo dan cuenta de la posibilidad de prácticas no-violentas fuera del paradigma de la huelga general, sino también de su existencia efectiva en acciones consideradas como ordinarias, pues, siguiendo lo planteado por Martel (2019), es precisamente en la cotidianidad donde se encuentra el germen de una resolución no-violenta de los conflictos. En otras palabras: Estos dos ejemplos (también hay algunos más) de cómo se ve la política no-violenta ayudan a pensar más claramente sobre los resultados que surgen del vaciado del arqueon, sobre cómo la no-violencia, no solo es posible, sino que, en realidad es algo que todos practicamos todo el tiempo (Benjamin habla repetidamente del comportamiento no-violento entre personas privadas). Estas sugerencias ayudan a mostrar que la huelga general, que es una acción extraordinaria, puede complementarse con muchas acciones ordinarias que ya sabemos hacer. En la medida en que los actos de violencia divina que describe Benjamin no están en el futuro, sino que se encuentran tanto en el pasado como en el presente, ya que se nos ha dado el tiempo y el espacio para practicar el anarquismo (y en consecuencia ya lo hemos estado haciendo) (Martel, 2019, pp. 28, traducción propia). En este sentido, y separándonos de la propuesta de Martel (2019), interpretamos aquí como anarquismo la crítica radical a la existencia del Estado y sus esquemas míticos de violencia y no un compromiso ideológico de las acción no-violenta con modelos anarquistas. Si bien existe una crítica a la violencia inherente en el Estado y la ley, el compromiso con acciones no-violentas no depende de su destrucción efectiva, sino más bien, de crear un lugar alternativo donde ellos sean inoperantes. Más adelante en el Capítulo 3 expondremos qué consecuencias tiene adoptar la lectura anarquista de Martel o la lectura de una paz crítica mantenida en el presente texto respecto a la posibilidad misma de la paz. Dicho esto, es necesario pensar las relaciones que pueden tener dichas prácticas noviolentas, no sólo como resistencia a las formas modernas de la violencia mítica, sino como prácticas configuradoras de lo que podría denominarse paz crítica. En este sentido, es posible identificar una dimensión política, condicionada por el Estado y los marcos jurídicos, y una dimensión radical o no-violenta, en torno al concepto de paz, 23 En este punto se resalta la importancia de encontrar una alternativa a la paz liberal, pues ésta además de reproducir y fundamentar los esquemas de violencia mítica, tiene su manifestación moderna en la formulación de contratos o “tratados de paz” sustentados en un corpus jurídico, siendo de este modo un intento de fundamentar la paz a partir de una forma de codificación inherentemente violenta. 43 siendo la primera la más cercana a la paz perpetua - paz liberal - postulada por Kant, criticada por el mismo Benjamin. Más aun, parece que la crítica de fondo presente en el artículo benjaminiano no publicado respecto a la inutilidad del concepto kantiano, y su sucesor de la paz liberal, respecto a la resolución efectiva del conflicto violento está relacionada, precisamente, con la distinción entre una resistencia que igualmente reproduce la violencia, evidente en la huelga política, y una resistencia no-violenta, ejemplificada tanto en la huelga general como en el evitar tanto cualquier sanción a la mentira como la figura legal de los contratos en la resolución de conflictos. En otras palabras, de manera homóloga a la huelga política, la paz liberal se configura como un mecanismo violento que, más que proveer espacios para la emergencia y la consolidación de prácticas no-violentas, pretende hacer natural la violencia, dando un lugar para su institucionalización ajena a la realidad violenta manifiesta, y en últimas, a la construcción de una verdadera paz (Benjamin, 2007, pp. 60). En suma, no es sólo posible, sino también, necesario, identificar las distintas prácticas y hábitos no-violentos que permitan, por un lado, hacer resistencia a la violencia mítica expresada en la paz liberal -siendo esta una de sus formas modernas-, y por otro lado, consolidar un concepto de paz crítica que permita la construcción de espacios donde emerja una paz, que lejos de ser perpetua, se consolide a partir de una constante oposición a la violencia omnipresente en las sociedades contemporáneas. Dicho esto, se hace necesario identificar los retos a los cuales dicha paz crítica debe enfrentarse, a saber, aquellos propios de la soberanía moderna y su configuración particular en la situación contemporánea. 2. SOBERANÍA MODERNA, FRAGMENTACIÓN Y SOBREDETERMINACIÓN: LOS HÁBITOS DE PAZ COMO ALTERNATIVA “Lo que podemos hacer (y hacemos) a diario se convierte, a través de la huelga general, en una forma de vida, una forma de resistencia que es inherentemente noviolenta y que daña al máximo el arquismo en todas sus innumerables formas” James Martel Expuestas las implicaciones teóricas de la violencia mítica, su articulación con el archeon y el dominio de dichos esquemas míticos, así como la necesidad de crear un repertorio de acciones no-violentas que nos permitan hacer frente a dicha situación, se hace prudente mencionar de qué manera la autoridad soberana y la violencia estatal contienen en su despliegue contradicciones imperantes que deben ser aprovechadas para su desmantelación. En este sentido, la violencia mítica, el arquismo y el archeon, deben entenderse ahora en un plano material a partir del concepto de soberanía, es decir, teniendo en cuenta los elementos de dominación que permiten la reproducción y conservación de las condiciones modernas de un orden político y jurídico sustentado en la violencia. En otras palabras, es posible entender a la soberanía moderna como la forma bajo la cual la violencia mítica y el archeon se despliegan hacia el mundo a través de una sobre-determinación causada por el poder o el ejercicio mismo de la autoridad. Más aun, siguiendo la idea de David Pan (2009) expuesta en su artículo “Against Biopolitics: Walter Benjamin, Carl Schmitt, and Giorgio Agamben on Political Sovereignty and Symbolic Order”, es posible entender la crítica benjaminiana al planteamiento de la soberanía moderna al considerar que “el supuesto detrás del objetivo de romper el continuum histórico a través de un momento de trascendencia es que este continuo extiende una regla de poder que socava la pretensión de la ley existente de manifestar un principio superior” (pp. 43, traducción propia). 45 Dicho esto, para Benjamin la única manera de escapar a este mundo determinado por el poder y la sobredeterminación causada por la soberanía moderna sería saltar a través de un desplazamiento conceptual hacia una perspectiva que niegue la necesidad del poder y, por lo tanto, trascienda a su facticidad apelando a un nuevo espíritu (Pan, 2009, pp. 43). Es precisamente dicho salto conceptual el que se hace necesario analizar, pues habiendo detectado la existencia de mecanismos no-violentos como lo es la huelga general proletaria, lo prudente es identificar de qué manera estos se pueden insertar precisamente en las contradicciones que le son propias a la soberanía del Estado moderno. Ahora bien, esto no solo tiene que ver con la ley y su relación con la violencia – ya expuesta en el capítulo anterior-, sino también con un modelo teórico que va más allá de lo político y hunde sus raíces en cimientos teológicos. Respecto a esto último el raigambre teológico corresponde específicamente a consideraciones escatológicas, es decir, al análisis de las consideraciones respecto sobre las “realidades últimas” y el destino de la humanidad desde una doctrina religiosa específica y su relación con el establecimiento de un orden político y un modelo particular de soberanía que corresponde a la estructura sostenida en dichas consideraciones teológicas. Es precisamente éste último elemento el que determina, ya sea, partiendo de una escatología cristiana, un falso dilema entre anarquía y soberanía – como el mantenido por Carl Schmitt- o, desde una escatología judía, una ruptura e interferencia con la producción de una autoridad soberana – como lo es considerado por Benjamin. Dicho esto, profundizaremos en los argumentos de ambos filósofos, así como en la acepción contemporánea del problema realizada por Giorgio Agamben, con el fin de identificar elementos relevantes para la desestabilización del orden soberano y las alternativas a la sobre-determinación a partir de los actos no-violentos y la consolidación de hábitos de paz. 2.1. Acerca de la discusión de la soberanía en el marco de la teología política: entre el “estado de excepción” de Carl Schmitt y el poder de la indecisión del monarca en la lectura del Trauerspiel de Walter Benjamin En su ensayo Teología política (1922), Carl Schmitt identifica una idea central que sería también seguida por el mismo Benjamin, a saber, la dimensión teológica que 46 existe en la política, en general, y en la soberanía, en particular, además del papel fundamental que desempeña el estado de excepción en su carácter jurídico dentro de la soberanía. Ahora bien, a pesar de esta idea en común, las aproximaciones de ambos autores son radicalmente diferentes, pues Schmitt se acerca al problema de la soberanía desde una consideración “limite”, definiendo el ejercicio de esta a partir de lo anómalo o no establecido -jurídicamente- con anterioridad, mientras que Benjamin parte de una consideración donde dicho límite se encuentra disipado, señalando una coexistencia de creencias escatológicas diversas que dan lugar a un panorama hibrido y hasta cierto punto indeterminado. Ahora bien, explorando un poco más en detalle ambas propuestas, comenzaremos con la definición schmittiana de la soberanía a partir de su consideración límite y su expresión en la figura del soberano. Según Schmitt (2009), Soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Sólo esta definición puede ser justa para el concepto de soberanía como concepto límite. Pues concepto límite no significa concepto confuso, como en la impura terminología de la literatura popular, sino concepto de la esfera más extrema. A él corresponde que su definición no pueda conectarse al caso normal, sino al caso límite. De lo que sigue se verá que aquí por «estado de excepción» se entenderá un concepto general de la doctrina del Estado, no un decreto de necesidad cualquiera o un estado de sitio (pp. 13). Partiendo de esta consideración, y retomando lo expuesto por el filósofo James Martel (2012), identificamos aquí un en escenario donde el propio Schmitt configura el problema de la soberanía a partir de una dicotomía o trampa, en la cual se toma una falsa opción entre la anarquía – decidir en contra de la decisión- o la soberanía -asumir la decisión externa-, enmarcándose ambas en una escatología cristiana que no permite una verdadera salida del problema (Martel, 2012, pp. i). Ahora bien, es posible encontrar en Benjamin una alternativa distinta al dilema de la soberanía propuesto por el mismo Schmitt; aún más, esto no es una simple posibilidad sino una confrontación directa con la noción schmittiana, que el mismo Benjamin elabora en El Origen del Trauspiel alemán (1925), publicado tan solo tres años después del ensayo de Schmitt. Dicha confrontación se da bajo el marco de la reflexión benjaminiana sobre el momento histórico propio del Trauerspiel, cuando convivían de manera simultánea el 47 nacimiento de la soberanía moderna y la incompletitud del desarrollo de dicha soberanía. Teniendo esto en mente, el filósofo alemán caracteriza dicho periodo por una simultaneidad entre la creencia cristiana y el secularismo creciente, generando el escenario propicio donde diversas fuerzas teológicas y políticas devinieron en la consolidación de la soberanía moderna (Martel, 2012, pp. 55). En palabras de Benjamin: De entre las épocas más desgarradas y escindidas de la historia europea, el Barroco es la única en coincidir con un período de hegemonía absoluta del cristianismo. La vía medieval de la rebelión, a saber, la herejía, le estaba vedada; en parte precisamente porque el cristianismo afirmaba con fuerza su autoridad, pero sobre todo porque el fervor de una nueva voluntad mundana no podía expresarse ni aun remotamente en los matices heterodoxos de la doctrina o del modo de vida (2010, pp. 284, cursivas propias). Ahora bien, el análisis del desarrollo del cristianismo en el época barroca es de suprema importancia, pues en ella, debido al enfrentamiento entre las autoridades soberanas por cuestiones político-religiosas, se da una división en la cual el cristianismo se fraccionó en diversos Estados europeos cristianos, generando, en primera instancia, una división de bandos entre católicos y protestantes y, en última instancia, una ausencia de una reclamación de integración al proceso de la redención (Martel, 2012, pp. 55). En este contexto, si partimos de la consideración bajo la cual existe una relación directa entre el orden escatológico imperante y un ordenamiento político de la soberanía particular, es posible identificar un híbrido entre creencias escatológicas que no remplazan totalmente las otras, y por ende, una soberanía incompleta aún en desarrollo. Es precisamente una consideración de este tipo la que le permite a Benjamin identificar que “no hay en efecto una escatología barroca; y justamente por ello sí hay un mecanismo que reúne y exalta todo lo nacido sobre la tierra antes de que se entregue a su final” (2010, pp. 269). Dicha ausencia, e incluso, en algunos casos, rechazo de una escatología propia, tiene como fundamento una crítica a una falsa organización de los objetos del mundo, tanto espacial como temporalmente, la cual da cuenta de un poder soberano fraccionado que pretende mostrarse como unidad. 48 En otras palabras, en el drama barroco se manifiesta un rechazo a una escatología idólatra en la cual se produciría un falso sentido de unidad, priorizando un escenario en el cual “los objetos del mundo estaban relativamente desordenados, no siendo sujetos a un gran orden de significado” (Martel, 2012, pp. 55, traducción propia), y, por ende, a un gran poder soberano. En últimas, Benjamin considera al barroco como un momento en el cuál los dramaturgos se comportan de manera inocente frente a las formas de escatologías totalizantes que sobreescriben la vida política que toma lugar en la sombra, generando una suerte de cancelación entre lo teológico y lo político en dicho momento particular. En este punto es importante detenernos brevemente en la noción de política aquí empleada, pues esta tiene un uso ambiguo en la obra benjaminiana, por lo cual en el presente texto sugerimos interpretar dicha ambigüedad bajo una doble dimensión, a saber, una que corresponde a los distintos tipos de políticas, ordenamientos jurídicos y mecanismos de control del poder soberano, y otra, que se podría entender como la dimensión negativa al concepto, a saber, aquella que se preocupa por la vida en comunidad bajo ciertos parámetros de justica y mínimos éticos. En este sentido, las obras del Trauspiel reflejan, por un lado, una crítica a la sobre determinación a la vida política propia de los mecanismos de control del poder soberano y, por otro lado, una vida verdaderamente política, la cual genera precisamente la interrupción del control que pretende establecer al barroco alemán como una unidad totalizante. Lo dicho hasta el momento, permite identificar un alto valor político en las obras propias del Trauerspiel alemán, no debido a una intención particular consciente, sino más bien, por lo único de su contexto histórico temporal, siendo este uno de ruptura e interferencia con la producción de una autoridad soberana. En este contexto, el análisis benjaminiano de dicho género literario va más allá de una cuestión estética, pues en él se encuentra la decadencia propia de la soberanía bajo la cual se configura el Estado moderno, identificando no solo al Trauspiel sino a la soberanía con una crisis teológico-política. Ahora bien, parecería, pues, un ejemplo lejano a las circunstancias propias tanto de la contemporaneidad de Benjamin como de la nuestra, empero, siguiendo a Martel (2012), existen dos opciones a la hora de consolidar la actualidad 49 de dicho análisis: o, por un lado, los tiempos actuales corresponden, de manera similar al barroco alemán, a un momento de transición, donde el desarrollo de la autoridad soberana se interrumpe de manera relativa, o, por otro lado, a una situación en la cual cualquier momento puede ser una inspiración o un elemento disruptivo para otros (pp. 56), respuesta la cual según el comentarista corresponde a la respuesta propiamente benjaminiana. Tomando esta consideración en cuenta, Benjamin asume el objetivo de desestabilizar el efecto totalizante de la soberanía a partir de una consideración temporal particular de las constelaciones, permitiéndole establecer conexiones entre su tiempo y los siglos XVI y XVII, y, de alguna manera, ella hace posible incluir nuestra propia contemporaneidad 24. Dicha conexión, no sólo da cuenta de la concepción benjaminiana de la historia, sino también de la continuación del problema propio de la soberanía, pues la resistencia a la soberanía proviene en este caso no de los propios dramaturgos, sino que es inherente a sus propios textos, a los objetos materiales de sus obras y a su fracaso general para producir obras trascendentes y "redentoras". El hecho mismo de que estos textos existan como testimonios de un tiempo diferente trae algo de ese espíritu a nuestro propio tiempo; en la medida en que estos textos permanezcan a nuestra disposición, permanecerá el desafío que plantean a la soberanía (Martel, 2012, pp. 56, traducción propia). En este sentido, el énfasis hecho sobre los dramaturgos del Trauspiel alemán, le es funcional a Benjamin para identificar diversas estrategias que pueden llegar a ser exitosas en una interrupción de los principios escatológicos de la época del drama barroco, entendiendo a las obras propias de dichos dramaturgos como un hecho en el cuál la acción humana se encuentra con la violencia divina haciendo frente a la idolatría propia del soberano. Ahora bien, el potencial de dichas obras no recae en un alcance trascendental o un posible carácter redentor, sino más bien, en su ineptitud y fracaso, los cuales, ya sea accidentalmente, socavan la soberanía en un doble vía, a saber, tanto hacia el Dios cristiano como hacia el nuevo orden secular del mundo. En 24 Es posible identificar una coincidencia entre la época contemporánea, el expresionismo el cual identifica Benjamin y el Trauspiel, respecto a su relación con la soberanía, ya no desde su decadencia, sino más bien, desde las posibles resistencias a la soberanía misma. Respecto al caso contemporáneo esto se expondrá en detalle en el Capítulo 3: Hacia una constelación de paz crítica: prácticas noviolentas y materialización de una forma de pacifista. 50 otras palabras, en las obras del Trauerspiel se manifiesta una incapacidad de plantear un escenario donde sea posible decidir entre las dos alternativas propuestas por Schmitt al dilema de la soberanía, gestando un escenario donde existe una simultaneidad escatológica- que da cuenta de la figura de los estados de excepción como un problema central que refleja la crisis de las bases cambiantes e inestables de la autoridad y el poder político modernos. Pues, una de las temáticas más recurrentes en estas obras correspondía a los monarcas y la vida de la corte en su constante enfrentamiento a diversos retos, evidenciando que, en últimas, el “cometido del tirano es restaurar el orden en el seno del estado de excepción: una dictadura cuya utopía siempre consistirá en sustituir el errático acontecer histórico por la férrea constitución propia de las leyes naturales” (Benjamin, 2010, pp. 277). Ahora bien, esta misma función de una restauración del orden por parte del tirano es lo que las mismas obras del Trauerspiel socavan. Benjamin establece dicha característica como central en la respuesta más directa al planteamiento de Schmitt, pues, siguiendo a Martel (2012), vemos que, ante el creciente decisionismo de la autoridad soberana moderna, los soberanos retratados en estas obras son casi patológicamente indecisos. En una obra, por ejemplo, Benjamin hace que el soberano se equivoque al matar a un sujeto, diciendo: "Bueno, entonces déjala vivir, déjala vivir, pero no, sí, sí, ella vivirá"… No, no, morirá, perecerá, que la maten. … Vete, entonces, ella vivirá’. (…) Para Benjamín, el soberano es “el señor de las criaturas, pero sigue siendo una criatura”. La soberanía es, por lo tanto, portadora de una especie de trascendencia universal incluso cuando está fuertemente localizada, convertida literalmente en no excepcional. El Trauerspiel barroco hace así legibles las demandas imposibles que se imponen a esta figura; muestra la imposibilidad de soportar los “dos cuerpos” (para citar a Kantorowicz) que lleva en su persona (2012, pp. 57-58, traducción propia). Según Benjamin, en dichas obras se encuentra un retrato claro del soberano y su autoridad política como tal, donde a su vez se evidencia la profunda contradicción de la soberanía en sí misma, siendo el fracaso de su objetivo, a saber, demostrar la invencibilidad del soberano, su mayor virtud. Dicho esto, a pesar de que el retrato de los soberanos presente en las obras invierta, y de cierta manera, cuestione el escenario schmittiano de una decisión única y radical, en las obras del Trauerspiel se echa en falta una instancia divina, un sentido de fe o inevitabilidad. Se hace claro como en este 51 tipo de obras, se encuentra lo que Benjamin apreciaba de la literatura de Kafka, a saber, que los ídolos u objetos que debían representar y a la vez promover el poder soberano se volvían en contra de este mismo, socavando la idolatría que deberían fomentar. En últimas, en el Trauerspiel alemán se produce en una atmosfera de ruptura y derrota de la ambición totalizante de la soberanía misma, donde ni Dios ni el rey son capaces de establecer un camino definitivo para la autoridad soberana, planteando un posible escenario para lo que, en términos contemporáneos, parece imposible: una política así como una paz crítica- que no esté sobre-determinada por la soberanía, es decir, una zona que efectivamente “no conoce ninguna escatología” (Martel, 2012, pp. 59). 2.2. Sobre la lectura contemporánea de Giorgio Agamben: nuda vida y las (in)posibilidades de resistencia frente al poder soberano Ahora bien, la obra Homo Sacer I del filósofo italiano Giorgio Agamben permite, no solo actualizar el problema de la soberanía moderna en el mundo contemporáneo, identificando una soberanía cada vez más irresponsable que reduce lo humano a la nuda vida, sino que, también, reconoce un peligro importante en la ausencia de una política libre de cualquier escatología, a saber, el control del Estado sobre la mera vida haciendo del campo de concentración ya no una excepción sino el modelo de la política (Martel, 2012, pp. 4). Si bien Benjamin en Hacia la crítica de la violencia ya había determinado una distinción entre la vida natural y la mera vida, identificando a ésta última como aquella donde “cesa el dominio del derecho sobre los seres vivos” (2016, pp.203), sin embargo, esto no significa que la violencia mítica no afecte a la misma, pues el desencadenamiento de la violencia jurídica deriva de la inculpación de la vida natural, redimiendo al culpable no de culpa per se sino del derecho. En otras palabras, para Benjamin la violencia mítica es “violencia sangrienta sobre la mera vida a causa de la violencia que le es propia; la violencia divina pura es, por su parte, ya violencia sangrienta sobre toda la vida, justamente a causa de lo vivido” (2016, pp. 203). Aún más, la distinción no acaba allí, pues más adelante, en el mismo texto, el filósofo alemán realiza una distinción entre mera vida y el elemento sagrado de la vida misma, pues, 52 el hombre no coincide en modo alguno con la mera vida que es la suya: tampoco con la mera vida en él, ni con ningún estado o propiedad; ni coincide tampoco, tan siquiera, con la unicidad de su persona. Aunque el ser humano sea sagrado (o también la vida en él, idéntica en la vida terrenal, en la muerta y en la vida ultraterrena), no lo son sus estados, ni tampoco su vida corporal, vulnerable por los demás seres humanos (…) Y, por último, habría que pensar que lo que aquí se da como sagrado es, de acuerdo al pensamiento mítico, el portador de la inculpación, esto es: la mera vida (2016, pp. 205). En otras palabras, según Benjamin, la vida del hombre no es equivalente a la mera vida, pues si bien en la segunda se encuentra un elemento de carácter sagrado y portador de la inculpación, no agota la totalidad de la primera. Sin embargo, siguiendo lo propuesto por el propio Agamben, es posible afirmar que este problema en su consideración contemporánea va más allá de la distinción benjaminana, no solo por su poco desarrollo en la crítica de Benjamin hacia la violencia, sino también por un posible error en la distinción misma. En palabras de Agamben: Aquello que queda apresado en el bando soberano es una vida humana a la que puede darse muerte pero que es insacrificable: el homo sacer. Si llamamos nuda vida o vida sagrada a esta vida que constituye el contenido primero del poder soberano, disponemos también de un principio de respuesta a la interrogación benjaminiana sobre «el origen del dogma de la sacralidad de la vida». Sagrada, es decir, expuesta a que se le de muerte e insacrificable a la vez, es originariamente la vida incluida en el bando soberano, y la producción de la nuda vida es en este sentido, la contribución originaria de la soberanía. La sacralidad de la vida, que hoy se pretende hacer valer frente al poder soberano como un derecho humano fundamental en todos los sentidos, expresa, por el contrario, en su propio origen la sujeción de la vida a un poder de muerte, su irreparable exposición en la relación de abandono (2006, pp. 109). En esta sentido, y teniendo en consideración la idea de la mera vida o nuda vida como esencial para la noción moderna de soberanía, Agamben equipara la mera vida con la vida sagrada, eliminando así cualquier distinción y elemento sagrado que previniera la reducción del hombre a su mera vida, pues el homo sacer se conforma como la figura originaria de la vida apresada bajo el domino soberano, conservando de este modo una memoria de la exclusión originaria a través de la cual se constituye históricamente la dimensión política (Agamben, 2006, pp. 108). Dicho esto, se entiende al espacio político constituido por la soberanía como aquel que se ha constituido a través de una doble excepción configurando una zona de indiferencia entre sacrifico y homicidio, entre lo profano y lo religioso. De este modo, se muestra una consideración límite de la soberanía, donde la violencia mítica y su ejercicio a través de la soberanía llega a 53 una situación crítica, ya no de una mayor determinación de la vida, sino de un sobredeterminación radical de la vida misma en el mundo contemporáneo, desdibujando la diferencia entre la mera vida y el elemento espiritual. Expuesto esto, y siguiendo lo planteado por David Pan (2009) respecto a la propuesta de Agamben, la exclusión de la distinción entre mera vida y vida sagrada solo obedece a un comprensión conceptual que excluye cualquier tipo de interpretación de la soberanía moderna en términos de un sistema cultural (pp. 51), sin embargo, yendo más allá de lo expuesto por el comentarista, identificamos aquí una comprensión teórica más detallada que permite tanto superar la estructura política de la soberanía moderna conectada directamente con la nuda vida, como superar a la ley misma y la violencia jurídica propia de esta. Ahora bien, imaginar las características propias de un nuevo orden más allá de la violencia jurídica y la ley resulta especialmente complicado, pues, si bien el mismo Benjamin expone algunos ejemplos de acciones no-violentas mantenidas en diversas tradiciones culturales – como la huelga general, ya expuesta en el primer capítulo-, la configuración contemporánea de la soberanía moderna, tal como la entiende Agamben, parte de una radicalización de la idea benjaminiana de la relación entre ley y violencia, pues según el filósofo italiano el soberano expresa “el punto de indiferencia entre violencia y derecho, el umbral en que la violencia se hace derecho y el derecho se hace violencia” (2006, pp. 47). En este sentido, si no existe diferenciación alguna entre ley y violencia, la idea agambeniana de política es construida a partir de la noción de nuda vida despojada de cualquier vestigio o marca cultural, considerando que “solo la nuda vida es auténticamente política desde el punto de vista de la soberanía” (Agamben, 2006, pp. 138). En este orden de ideas, en la propuesta de Agamben el homo sacer se convierte en paradigma de cualquier tipo de política, pues en éste se presenta un escenario en el cual, según Pan (2009), “la nuda vida biológica y la vida política colapsan entre ellas, pues la “inclusión de la nuda vida en el domino político constituye el núcleo – si está oculto- del poder soberano”” (pp. 52). En este sentido, se toma un camino decantado hacia un extremo del dilema schmittiano, es decir, la imposibilidad de escapar a la 54 decisión externa del poder soberano, que se configura dentro de la estructura misma de la nuda vida. Ahora bien, frene a este escenario Pan (2009) afirma la imposibilidad de escapar al poder soberano y la sobre-determinación de la vida que este causa, pues si la soberanía y la nuda vida corresponden a dos caras de un mismo fenómeno y si la primera es la encargada de declarar la vida a la nuda vida en la misma acción que se establece así misma, el panorama de resistencia resulta poco esperanzador. En otras palabras, al considerar agambenianamente la decisión soberana como un acto inmediato y violento, luego, esto es suficiente para establecer un orden previo a cualquier mediación cultural, permitiendo afirmar, siguiendo a Pan (2009), que la falta de una noción de mediación cultural de la política en el análisis de Agamben significa que sólo hay violencia pura, y la biopolítica se convierte en una cuestión de causa y efecto, cálculos instrumentales divorciados de cualquier sentido de principios éticos. Aunque Agamben es crítico con esta situación, su teoría implica que no hay escape de ella. Pues ha purgado la huida benjaminiana hacia la violencia divina de los vestigios culturales particulares que impedirían que la nuda vida y la decisión soberana se convirtieran en opuestos complementarios que se determinan en una lógica de pura violencia (pp. 52, traducción propia). Ahora bien, otros autores como James Martel (2015), a pesar de que reconocen el panorama desalentador expuesto por Agamben en el Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida I, consideran que sí es posible identificar modelos de resistencia frente a esta situación en la obra misma del filósofo italiano. Por un lado, Martel identifica en el mismo Homo Sacer I un primer modelo de resistencia cuando se hace referencia a la posibilidad de la nuda vida respecto a los ejemplos de vidas que se dan al margen o en el límite de la soberanía, más no de lo político (pp. 194), siendo “el Musulmán”25 el ejemplo crítico. Según el mismo Agamben, esta figura se caracterizó por su ser al que la humillación, el horror y el miedo le causaron la privación de cualquier tipo de consciencia y personalidad, llevándolo al extremo de una apatía absoluta (2006, pp. 25 La figura del Musulmán desarrollada por Agamben es tomada de Primo Levi, el cual siguiendo la jerga empleada en los campos de concentración denominaba como tal a cierto tipo de individuos que habitaban el campo de concentración, caracterizados por su absoluta apatía y una situación particular de existencia. En palabras de Agamben (2006): “Primo Levi ha descrito la figura del «musulmán», según se le llamaba en las jergas del campo nazi, un ser al que la humillación, el horror y el miedo habían privado de toda conciencia y toda personalidad, hasta llevarle a la más absoluta apatía (por eso, su irónica denominación). (…) Mudo y absolutamente solo, ha pasado a otro mundo, sin memoria y sin lamento. Se le puede aplicar literalmente la afirmación de Hölderlin de que «en el límite extremo del dolor no subsiste nada que no sean las condiciones del tiempo y del espacio»” (pp. 234-235). 55 235), siendo excluido no solo de sus compañeros en el campo de concentración y el contexto económico y social común al cual pertenecía, sino también de cualquier dimensión humana y del mundo propio de los hombres, incluso del mundo precario de los otros habitantes de los campos de exterminio. De este modo, esta figura se sitúa por fuera de cualquier límite soberano, pues, en palabras de Agamben: Mudo y absolutamente solo, ha pasado a otro mundo, sin memoria y sin lamento (…) En el ya no hay, empero, nada «natural» o «común», nada instintivo o animal. Junto a su razón, sus instintos han sido eliminados también. Antelme nos refiere que el habitante del campo ya no era capaz de distinguir entre las dentelladas del frío y la ferocidad de las SS. Si le aplicamos al pie de la letra esta afirmación ( «el frio, SS»), podemos decir que el musulmán se mueve en una absoluta indiferencia entre hecho y derecho, vida y norma, naturaleza y política (2006, pp. 235). Dicho esto, la figura del Musulmán, reducido a una masa inherente que no refleja la vida humana presente aún en él, encarna la resistencia a la violencia y al Estado, pues habiendo sido víctima de lo peor que se podía hacer con él se convierte en resistente a cualquier evento futuro (Martel, 2015, pp. 194), causando que el guardia se reconozca como impotente y carente de autoridad frente a él. En este sentido, al no ser capaz de diferenciar entre el daño que le es causado por el frío y el mundo material a su alrededor, o el proveniente del ejercido sobre él por un ser humano, en este caso por miembros de la SS, el comportamiento del Musulmán es considerado por Agamben como “una forma inaudita de resistencia” (2006, pp. 235). Este primer caso sería, pues, el de una resistencia producto del rechazo, la exclusión y la sobre-determinación del homo sacer, siendo ésta una resistencia puramente corporal que se configura como una respuesta de la mudez de su cuerpo frente a cualquier amenaza, haciendo de éste un ser inmune a la violencia del Estado. Ahora bien, esta forma de resistencia corporal tiene su único fundamento en una manifestación de una subjetividad que no requiere ningún tipo de contenido o de bios, incluso aquel mínimo de la afirmación de la existencia propia, haciendo de la mera existencia, la nuda vida, la única afirmación implícitamente no-violenta posible (Martel, 2015, pp. 195). Lo dicho anteriormente y siguiendo lo expuesto por Martel (2015) resulta altamente problemático, pues, si el Musulmán es el único modelo frente al poder soberano y la 56 violencia propia de éste, las opciones de resistencia son desesperanzadoras, siendo la mera existencia la única opción y, por ende, el hecho de que el cuerpo existe es el único indicio de que resistimos. En este orden de ideas, el hecho de saber que somos seres capaces de resistir, o, mejor aún seres resistentes, no es suficiente para hacer frente a la soberanía moderna, el Estado y la violencia mítica ejercida sobre nosotros, ya que si el homo sacer no está en posición de hacer nada más que esto, no hay posibilidad ninguna de resistencia no-violenta activa más allá de la nuda vida y, en últimas, de ningún tipo de paz. Afortunadamente, esta no es la única alternativa de resistencia a la soberanía moderna presente en la obra de Agamben, pues, aunque sea diametralmente diferente a las situaciones expuestas en el Homo Sacer I, siguiendo a Martel (2015), es posible identificar en la obra Altísima pobreza. Reglas monásticas y forma de vida. Homo sacer, IV, 1, específicamente en el caso de los frailes franciscanos de la Edad Media26, una forma compleja de resistencia a la soberanía. Si bien es importante considerar la idea agambeniana de que todos tendemos hacia el homo sacer, vetados y vulnerables frente al Estado de excepción, es importante identificar las diversas formas que puede tomar la resistencia cuando no se ha sido formalmente vetado, o incluso, cuando se está adentro mismo del poder soberano y la violencia (Martel, 2015, pp. 196). Teniendo esto claro, el caso de los monjes franciscanos expuesto en la Altísima pobreza (2013) refiere directamente a una comunidad que logró resistir a diversas formas bajo las cuales tanto la Iglesia como el Estado intentaron obrar sobre ella, es decir, una comunidad que resistió estando indiscutiblemente bajo el control de un aparato de violencia mítica y dentro de los confines del mismo poder soberano al cual se resistían (Martel, 2015, pp. 196). Aún 26 A pesar de identificar en el caso de los monjes franciscanos otra lectura de la posibilidad de resistencia frente al poder soberano en la obra de Agamben, es importante entender las diferencias existentes entre los frailes y los casos expuestos anteriormente, pues, según Martel (2015): “su posición es, sin embargo, críticamente diferente a los [casos] descritos por Agamben en el Homo Sacer. Estos frailes no son homini sacri. No están al otro extremo de una prohibición. A pesar de que Agamben nos advierta de no comprender al homo sacer como un ser fuera de la soberanía, podemos decir con seguridad que los friales que describe en la Altísima pobreza están más adentro que el homo sacer” (pp. 196, traducción propia). 57 más, es posible considerar este caso exitoso, parcialmente, en la interrupción de los principios escatológicos de su época, logrando interrumpir de manera relativa la autoridad soberana, sin que esta última se percatara del todo de dichas acciones. La comunidad franciscana está anclada en una forma de vida particular orientada hacia el “vivir bien”, configurando al monasterio como el lugar ideal para realizar la perfección de la vida cenobial (2006, pp. 23), siendo ésta un vida que, necesariamente, es de carácter comunitario. Es precisamente la forma de vida de los frailes la cual los hace, en el mejor de los casos, inmunes al poder soberano, o, por lo menos, capaces de resistirlo en formas que no son reconocidas por la misma autoridad como amenazantes o peligrosas para el orden establecido, logrando de esta manera esconderse a plena vista del orden político y teológico imperante en su época, que tenía como principal preocupación consolidarse para así asegurar su propio poder y autoridad. Más aún, a pesar de que el caso puntual de los monjes franciscanos corresponda al contexto histórico de los Siglos XI al XIII y las obras del Trauspiel mencionadas por Benjamin al Siglo XVI y XVII, en ambos casos existe una resistencia a un orden soberano (sea este incompleto o establecido), ya sea de manera inintencionada como en el caso de los dramaturgos o como un factor esencial a una forma de vida, aparentemente contraria a lo estipulado por el orden soberano, en el caso de los frailes. Se da de este modo, por un lado, una resistencia de carácter negativo, es decir, aquella que tiene bajo su fundamento una forma de vida como elemento esencial, y otro de carácter positivo, pue la forma de vida desplegada en lo real, así sea con una intención de alagar o apoyar el poder soberano, tiene como efecto contrario la muestra precisamente de su debilidad. Expuesto esto, se hace claro que lo que corresponde a la fuente de la resistencia negativa en el caso de los monjes franciscanos es precisamente su forma de vida, materializada en ciertas prácticas, alejadas de las mantenidas tradicionalmente en su época en otros tipos de monasterios, las cuales hacen posible una resistencia encarnada. Aún más, Martel (2015) indica que, respecto a la idea de la resistencia encarnada, sí es posible establecer un paralelo entre el caso de los monjes franciscanos y la figura del Musulmán expuesta en el Homo Sacer I, pues, “para Agamben, la forma de vida en sí misma es una fuente de resistencia. Esto no es del 58 todo diferente a su punto sobre el Musulmán. A pesar de que no se puede decir que los últimos [los Musulmanes] tengan ninguna “forma de vida”, tanto los franciscanos como los musulmanes practican una especie de resistencia encarnada” (pp. 196). En este orden de ideas, la resistencia adquiere un carácter corporal importante, evidente en el Musulmán e inscrito necesariamente en las prácticas de los frailes. Dicho esto, es importante comprender cuáles eran dichas prácticas propias de la comunidad franciscana, las cuales, según Agamben, se encontraban desemarcadas de discusiones teológicas, dogmáticas y exegéticas propias de la época, sin que esto se tomara como una oposición a la ideología imperante en la época y, por ende, fueran una amenaza al orden soberano y su apartado de violencia mítica. En palabras del filósofo italiano: La reivindicación de la pobreza, que está presente en todos los movimientos y que en sí no es nueva, no es sino un aspecto de este modo o forma de vida, que sorprende particularmente a los observadores (nudipedes incedebant; pecunias non recipiunt; neque peram neque calciamenta neque duas túnicas portabant [andaban descalzos; no reciben dinero; no llevaban ni morral ni calzado ni dos túnicas], ibíd., p. 74); sin embargo, esta no representa, como ocurría en la tradición monástica, una práctica ascética o de mortificación para obtener la salvación, sino que ahora es parte inseparable y constitutiva de la vida “apostólica” y “santa”, que declaran practicar en perfecta leticia (2013, pp. 131). En este orden de ideas, la forma de vida monástica consiste en un conjunto de prácticas las cuales definen, por ellas mismas, el obrar de los frailes, por lo cual “su propias acciones se convierten en su forma de resistencia, una encarnación, no una contraideología, sino más bien un practica alternativa que pasó inadvertida al radar de la vigilante Iglesia alerta a cualquier amenaza” (Martel, 2015, pp. 197, traducción propia). Aún más, incluso en el caso de que hubieran existido algunos encuentros no gratos con la Iglesia, estos se expresaron en nuevas formas que no implicaban un riesgo para la existencia de la comunidad o las maneras tradicionales que tenía el poder soberano para lidiar con dichas situaciones. Es por esto por lo que, según Agamben, los franciscanos, a pesar de llevar una forma de vida practicada con rigor por una comunidad con un alto nivel doctrinal lo cual necesariamente llevó a desacuerdos y choques con la Iglesia, pudieron continuar su vida monástica, haciendo por primera 59 vez manifiesto que lo que estaba en juego en los desacuerdos con la Iglesia no era ya un regla o su aplicación, sino una forma de vida: la habilidad de vivir gozosamente y abiertamente una forma de vida (2013, pp. 132). Dicho esto, es importante resaltar que en este contexto la noción de práctica adquiere una carácter particular, pues estas últimas no deben ser entendidas como un conjunto de reglas sino más bien como conjunto de hábitos los cuales implicaron retos para las prácticas propias de la Iglesia de la época. Un claro ejemplo de esto se encuentra en la consideración de la posible excepción del hábito franciscano a caminar descalzos, pues siguiendo el comentario de un monje de la época, usar calzado depende de una dispensa propia de la regla en caso de necesidad, mientras que no usar calzado alguno es una forma de vida (2013, pp. 153-154). En este caso particular se entiende a la regla impuesta, ajena a las propias de la comunidad, como una situación ocasional o una excepción momentánea de una forma de vida, por lo cual la desviación del poder soberano radica precisamente en esto último y no en lo primero, permitiendo concluir que el no usar calzado no involucra la ejecución de una regla sino más bien la realización de dicha forma de vivir. Partiendo de estas ideas Agamben concluye que la necesidad del hábito de caminar descalzo no solo dispensa a los frailes de la regla, sino que de cierto modo les restaura a ellos una ley natural (2013, pp. 163-164), considerando que por fuera del estado de necesidad – en las ocasiones puntuales donde deben usar calzado-, no mantienen ningún tipo de relación con la ley, y por ende, con el poder soberano y la violencia jurídica ejercida por éste. En este orden de ideas, lo que es normal y propio del orden soberano para el resto de población se convierte en excepción para los frailes franciscanos y, por ende, lo que es excepción para el resto es precisamente lo que constituye la forma de vida propia de su comunidad. Precisamente la idea de que la forma de vida puede llegar a interrumpir el poder soberano y de alguna manera le permite configurarse como “la excepción de la excepción” le permite Martel (2015) concluir que “las prácticas monásticas de los franciscanos son precisamente el opuesto de la manera en que Agamben [en el Homo Sacer I], vía Schmitt, caracteriza la experiencia contemporánea 60 donde la excepción -y por ende, la regla- es ubicua” (pp. 197, traducción propia). A pesar de no ser una manifestación propiamente contemporánea, presente en la expresión moderna y radical de la soberanía, sí se da en un contexto de una hegemonía organizada de la Iglesia como poder soberano, por lo que sí es posible identificar en su forma de vida una resistencia a la sobre-determinación de la vida, e incluso, la usurpación de esta a manos del aparato de violencia mítica de la época. De este modo, la vida franciscana, sus prácticas y hábitos se posicionan en un dominio diferente al propio de la forma de lo divino de la Iglesia Romana, lo que de algún modo explica hasta cierto punto la ausencia de un conflicto constante entre el poder soberano y la comunidad franciscana. Todo lo dicho hasta el momento permite considerar al caso de la comunidad franciscana en la Edad Media como un tipo de excepción de la excepción misma (Martel, 2015, pp. 198, traducción propia), configurándose como un estado de resistencia que existe en medio de una autoridad soberana, un archeon vigente y un aparato de violencia mítica consolidado, situación cercana a la idea benjaminiana de un escenario de simultaneidad escatológica que da cuenta de la figura de los estados de excepción y un reflejo de una posible crisis de las bases cambiantes e inestables de la autoridad y el poder político. Aún más, el desafío promovido por la comunidad franciscana que representa esta forma de vida al poder soberano no es proporcional a la soberanía misma, sino más bien, es un desafío verdaderamente político y esencialmente no-violento. De este modo, se considera que el caso de los monjes franciscanos corresponde al de una resistencia que ancla su forma de vida en una resistencia existencial, en hábitos y prácticas que van más allá de la regla y permiten escapar a lo inevitable, a la soberanía moderna que fantasmagóricamente aniquila cualquier tipo de esperanza. A pesar de que el propio Agamben considere que el caso expuesto, si bien demuestra un modelo de resistencia complejo, no es suficiente para considerarlo como una verdadera ruptura con las prácticas soberanas de Occidente (2013, pp. 205-206), sin embargo, es fundamental ir más allá de la lectura agambeniana, pues el caso de los 61 monjes franciscanos no es el único que permite demostrar la existencia de una vida fuera de la ley que nos permita no hacer uso de las cosas sino apropiarnos de éstas: una resistencia verdadera y existencial a la autoridad soberana fundamentada en la noviolencia. En últimas, en palabras de Martel, “es posible argumentar que la existencia del experimento franciscano en el seno de la entidad soberana es ya una forma de resistencia, una amenaza y una alternativa que está ocurriendo aquí y no en otro terreno” (2015, pp. 198)27. Dicho movimiento hacia otro terreno criticado por Martel, y seguido por nosotros, corresponde a uno que se encuentra frecuentemente en Agamben, a saber: “sugerir algo radical, muy compatible a las lecturas benjaminas, pero posteriormente diferir las implicaciones de dicha radicalidad a otro plano” (Martel, 2015, pp. 198, traducción propia). En este orden de ideas, siguiendo lo expuesto por Martel, es posible leer la propuesta de Agamben desde una perspectiva más benjaminiana si se considera que la presencia del experimento franciscano, justo en el seno del poder soberano, es ya en sí misma una forma de resistencia, lo cual permitiría considerar que no es necesario acudir a otro terreno o dimensión para identificar la amenaza que plantea el archeon y sus esquemas míticos de violencia, la cual se configura como una amenaza de carácter existencial (Martel, 2015, pp. 198, traducción propia). Ahora bien, dicha forma de resistencia presente en las acciones de las comunidades, las cuales se configuran bajo una idea particular de forma de vida, no debe ser entendida exclusivamente como una forma de vida anarquista como lo sugiere Martel (2015), sino más bien, precisamente, como una forma de vida que, al criticar de manera directa el poder soberano y su fundamentación en esquema de violencia mítica, necesariamente debe corresponder a una forma de vida pacifista y no-violenta. En este sentido, consideramos que Martel (2012) al delimitar la paz únicamente a una 27 Más aun, Martel (2015) crítica de manera severa la tendencia de Agamben a referirse a la posibilidad de resistencia y cambio en otro terreno, refiriéndose de cierto modo a un plano trascendental o metafísico, difiriendo las alternativas radicales y sus respectivas implicaciones a otro plano. En palabras del autor: “Agamben también nos dice que “los franciscanos intentaron, ciertamente de manera insuficiente, romper [el molde de la dominación occidental] y confrontar dicho paradigma” pero de hecho puede ser que el “paradigma de operatividad demanda que la confrontación decisiva deba ser trasladada a otro terreno” (HP 145)” (Martel, 2015, pp. 198, traducción propia). 62 dimensión divina de la violencia (pp. 115) cae en el mismo desplazamiento agambeniano que él crítica, pues, desconocer los casos existentes donde se mantiene una paz crítica como forma de resistencia al poder soberano y relegarlos a una dimensión divina no hace otra cosa que mover las implicaciones radicales de la resistencia a la soberanía a otro terreno. Dicho esto y tomando en cuenta las reflexiones del propio Martel (2012; 2015) respecto a la dislocación del poder soberano y la búsqueda de formas de resistencia frente a este, consideramos que se hace necesario superar su postura anarquista, rescatando los fenómenos no-violentos y experiencias críticas de paz a partir de la construcción de una constelación que evite que estos sean trasladados a otro terreno donde se hace imposible pensar un concepto de paz en una dimensión humana expuesta a una soberanía asfixiante y unos esquemas míticos de violencia cada vez más omnipresentes. Para cumplir con dicha necesidad, expondremos a continuación algunas de las alternativas a la violencia soberana y la consolidación del archeon presente en esta a partir de los fenómenos no-violentos y lo que aquí denominaremos hábitos de paz. 2.3. Desestabilización del orden soberano: alternativas a la violencia desde los fenómenos no-violentos y los hábitos de paz. Expuestos ya tanto el esquema y las problemáticas respecto a la soberanía moderna, como su radicalización en la contemporaneidad y las formas de resistencia probables, se hace necesario considerar a éstas últimas en términos de alternativas no-violentas de desestabilización del orden soberano que procuren una noción de paz que sea capaz de escapar a los esquemas de violencia mítica y, de este modo, operar por fuera tanto de la soberanía como de la ley. Teniendo esto en cuenta, dicha noción de paz necesariamente debe ser concreta y verdaderamente política, dejando por fuera cualquier noción que considere la paz a partir de su relación con la guerra y el ejercicio del Estado moderno, es decir, del archeon mismo y la violencia mítica reproducida por éste. Dicho esto, una noción crítica de paz corresponde, retomando lo expuesto por Benjamin en su texto no publicado La mercancía de la paz, a una noción que implica, por un lado, un compromiso material de denuncia directa de la violencia mítica y su noción de paz liberal y, por otro lado, un repertorio de acciones de resistencia y 63 prácticas o hábitos que le hagan frente al poder soberano y su archeon, siendo de este modo capaces de operar en el seno mismo de dicho esquema. Dicho esto, se hace evidente que de los dos casos expuestos en el apartado inmediatamente anterior, a saber, la figura del Musulmán y el caso de los frailes franciscanos de la Edad Media, únicamente nos es útil el segundo, siendo el caso expuesto por Agamben en el Homo Sacer I el primero a descartar. En primer lugar, pese a su carácter no-violento y la importancia que tiene su resistencia de carácter corporal, la figura del Musulmán no implica una crítica directa al orden soberano, sino, más bien, es el producto más repudiable de este, la transformación de la vida humana en un cuerpo que ha sufrido lo peor y no es capaz de crítica alguna. Aún más, su única manifestación de resistencia es la propiamente corporal, pues, aunque no sea algo despreciable, no corresponde a una de carácter activo y crítico, sino más bien a un vestigio inmediato de la capacidad de resistencia propia a cualquier ser humano. En segundo lugar, esta figura se encuentra por fuera de cualquier mundo humano, incluso del más precario experimentado por los otros habitantes del campo de exterminio, lo que implicaría hacer resistencia a la violencia desde la exclusión absoluta y un sometimiento a la humillación, el horror y el miedo, haciendo posible únicamente la paz a partir de la reducción de la vida a la mera existencia y, en últimas, a la inacción. Aún más, esta figura podría corresponder al “gesto” no-violento sin más criticado por Benjamin en uno de sus fragmentos nunca publicados, escrito durante 1920, titulado “Del derecho al empleo de violencia: hojas para el socialismo religioso I”, en el cual considera la inacción como una manifestación del martirio, un intento estéril de resistencia en términos materiales y ausente del carácter moral presente en otras acciones de tipo no-violento (2017, pp. 139). Aún más, Benjamin en su crítica al “anarquismo ético” como programa político expone el carácter esencialmente moral de la acción no-violenta acudiendo al caso de los judíos galtizanos exterminados en ambas guerras mundiales, afirmando que, 64 por el contrario (por más débil que el «anarquismo ético» resulte en lo que hace a la acción política), sin embargo, una acción conforma a él puede (…) elevar la moralidad del individuo o de la comunidad que lo ejercite a la máxima altura donde sufran porque la violenta resistencia no parezca que les haya sido ordenada por la divinidad. Cuando comunas de judíos galtizanos se dejan masacrar sin defender al interior de sus sinagogas, eso no posee relación con el mentado «anarquismo ético» como programa político concreto, sino que en ese caso el ejercicio de una «no resistencia frente al mal» viene a emerger a la luz sagrada en su condición de acción moral (2017, pp. 140). Ahora bien, a pesar de la existencia de sufrimiento en ambos casos ya expuestos, la situación de los judíos galtizanos es distinta a la del Musulmán, pues la no-acción frente a las acciones violentas de la masacre de los primeros se enmarca como una acción moral entendida como un ejercicio de “no resistencia frente al mal”, mientras que la no-acción del segundo no corresponde a ningún tipo de acción moral, sino más bien a un producto de la exclusión total de cualquier tipo de dominio humano. En este orden de ideas, la no-acción en el caso de los judíos galtizianos no debe entenderse siempre como una inacción total, pues en este caso la no resistencia implica de fondo una acción ética, crítica de algún modo, en este caso teológico, de la violencia imperante presente en el plano terrenal. Aún más, es importante entender que las acciones y prácticas no violentas – como la “no resistencia frente al mal” de la comunidad judía galtizana y la huelga general proletaria realizada por los trabajadores alemanes, expuesta en el primer capítulo del presente texto28- tienen sentido en tanto correspondan, no solo a una acción moral, sino también a una forma de vida que implique un deseo existencial de una vida buena, pues según Benjamin “no se puede, propiamente hablando, contemplar in abstracto una decisión que sea objetiva de reivindicación o de renuncia al ejercicio de la acción violenta, pues sin duda una decisión verdaderamente subjetiva solamente parece imaginable en relación a determinados objetivos propios del deseo” (2017, pp. 140). Dicho objetivo propio del deseo es lo que se manifiesta en la importancia que tiene la forma de vida en el caso de los frailes franciscanos, pues a pesar de que Benjamin hable de una decisión verdaderamente subjetiva, en este caso particular dicha decisión 28 Posteriormente, en el primer apartado del tercer capítulo se expondrán otros fenómenos de noviolencia presentes en la época contemporánea, posteriores a la obra de Benjamin, e igualmente importantes en la construcción de una constelación crítica de paz. 65 individual adquiere necesariamente una dimensión comunitaria, manifestada en el deseo común de realizar la perfección de la vida cenobial. De este modo, las acciones o prácticas no-violentas propias de una paz crítica deben estar insertadas en dicho objetivo propio del deseo, en este caso, en una forma de vida “pacifista”, volcada hacia la denuncia de la guerra y la consolidación de prácticas o hábitos de resistencia frente a cualquier manifestación de la violencia mítica y los fantasmas archeonistas del poder soberano: en últimas, en la consolidación de hábitos de paz. Ahora bien, dichos hábitos de paz deben entenderse de manera similar a las prácticas de los monjes franciscanos, a saber, que no corresponden propiamente a una regla o acciones puntuales, sino más bien a una forma de vida que adquiere sentido en un plano existencial, o incluso, fenomenológico. Aún más, a pesar de que la noción de práctica en la propuesta de Agamben corresponda a una noción ampliada y compleja de la misma, no es del todo adecuada para el caso de la constelación de paz crítica, pues las acciones no-violentas no garantizan necesariamente un compromiso con la crítica y transformación de las instituciones del poder soberano y el orden mítico impuesto por la violencia, por lo cual adquieren un sentido diferente cuando se adscriben a una forma de vida pacifista. Es precisamente respecto de este punto que surge la necesidad de optar por la noción de hábitos sobre la de prácticas, pues las primeras no solo incluyen a las segundas, sino que, en términos fenomenológicos, implican, pues, una inserción de las prácticas y acciones no-violentas en la experiencia de la vida misma, por lo cual un acto reflexivo previo a la acción no se hace ya del todo necesario. En otras palabras, y siguiendo a Merleau-Ponty (1993), el hábito “expresa el poder que tenemos de dilatar nuestro ser-del-mundo, o de cambiar la existencia anexándonos nuevos instrumentos” (pp. 160), siendo dichos instrumentos las acciones y prácticas no-violentas, empleadas con el fin de cambiar nuestra propia existencia, es decir, de expresar existencialmente una forma de vida pacífica. Llegados a este punto se hace menester considerar tanto las prácticas y acciones presentes en los hábitos de paz existentes en el mundo contemporáneo, así como los casos que evidencian la posibilidad efectiva de una forma de vida pacífica y portavoz 66 de un concepción crítica de la paz. Como se verá a continuación las acciones y fenómenos no-violentos no corresponden a una anomalía en el escenario contemporáneo, pues estos aún mantienen su vigencia e importancia en diversas sociedades alrededor del mundo, empero, como ya se dijo anteriormente, no basta con la mera existencia de este tipo de fenómenos. Es por esto último que se hace necesario considerar de qué manera se configuran dichas acciones en hábitos, por lo cual se expondrán dos casos en los cuales es posible identificar una forma de vida pacifista, tanto en el Siglo XVI, como en el Siglo XX-XXI, situando la constelación de paz crítica lejos del otro terreno agambeniano-marteliano y cerca a nuestras realidades más cotidianas. En últimas, estos ejemplos desarrollados en el capítulo siguiente son más que un anecdotario de la posibilidad de una verdadera paz, estos corresponden a fenómenos históricos que no solo demuestran la existencia de este tipo de paz, conjunto a la configuración de la paz crítica como imagen dialéctica, sino también, como la necesidad de comprometernos de manera material y efectiva con este tipo de fenómenos. 3. POR UNA CONSTELACIÓN DE PAZ CRÍTICA: PRÁCTICAS NO-VIOLENTAS Y MATERIALIZACIÓN DE UNA FORMA DE VIDA PACIFÍSTA “Pero, perdóneme, ¿qué paz están viviendo ustedes acá con los actores armados rodeándolos?” El líder contestó: No vamos a esperar que los actores [armados] se pongan de acuerdo. [...] Vamos a ser un ejemplo de paz si nos respetan o no nos respetan, que sí es posible. Si la espera de ellos es un problema. Día a día, no se necesita que los actores armados se pongan de acuerdo”. Líder de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y Christopher Courtheyn 3.1. Fenómenos de paz y resistencia: escenarios de no-violencia en las sociedades contemporáneas Si bien ya se expusieron previamente algunos escenarios de no-violencia y sus formas de resistencia a esquemas de violencia mítica y el control del poder soberano, a saber, la huelga general proletaria y la “no resistencia frente al mal” de la comunidad judía galtizana, es importante considerar las nuevas formas de prácticas no-violentas que han tenido lugar históricamente en la contemporaneidad. Es posible afirmar que después la Primera Guerra Mundial el uso de acciones y repertorios de prácticas noviolentas en conflictos sociales y civiles ha aumentado, específicamente desde la década de los treinta del siglo pasado 29, expresados en diversos casos exitosos donde esta forma de resistencia se convirtió en una de las más efectivas. Ahora bien, teniendo 29 Dentro de los múltiples casos de acciones y repertorios de prácticas no-violentas durante el Siglo XX y lo transcurrido del Siglo XXI los más destacados por su importancia práctica han sido las siguientes: las diversas acciones que se configuraron bajo la campaña de independencia india del colonialismo británico liderada por Mahatma Gandhi a finales de 1920 y comienzos de 1930, las acciones noviolentas en contra del abuso policial y los crímenes relacionados con la segregación racial en Estados Unidos dados en el marco de la lucha por los derechos civiles de la población norteamericana en la década de 1950, la lucha del activista Nelson Mandela en contra del apartheid en Sudáfrica, en la década de 1960, la ocupación del Bosque de Hambach por activistas ecologistas alemanes, la cual inició en 2012 y concluyo ocho años después, en 2020, la revolución sudanesa de finales de 2018, la cual tuvo como objetivo forzar la renuncia del presidente Omar al-Bashir y generar un cambio radical en las condiciones de vida de la ciudadanía sudanesa y las protestas en Irán por la muerte de Mahsa Amini en 2022, este último caso se expondrá con más detalle en el presente apartado del tercer capítulo. 68 en cuenta lo expuesto en los dos capítulos anteriores, es menester identificar las prácticas más recurrentes en estos casos contemporáneos, así como sus consecuencias directas en la resistencia a la violencia mítica, procedente de la ley y del Estado, en el escenario contemporáneo. A pesar de la existencia de diversas acciones y escenarios de no-violencia30, el filósofo estadounidense Gene Sharp (1988) clasifica las múltiples acciones bajo tres categorías principales, a saber, protestas y persuasión no-violenta, no-cooperación e intervención no-violenta, definiendo a cada una de éstas de la siguiente forma: Existen en la técnica tres clases amplias de métodos. 1) Donde el grupo no-violento usa acciones simbólicas amplias, ya sea intentando persuadir al oponente, o a alguien más, o para expresar su desaprobación y disenso, este comportamiento se puede llamar protesta y persuasión no-violenta. En esta clase se encuentran manifestaciones tales como marchas, desfiles y vigilias. Estos métodos particulares pueden usarse en un intento de cambiar opiniones o expresar desacuerdo, o ambos. 2). Cuando el grupo no-violento actúa en gran parte retirándose o rehusándose a la cooperación social, económica o política, su comportamiento puede describirse como no-cooperación. Esta clase contiene tres sub-clases que incluyen la no cooperación social, la no cooperación económica (boicots económicos y huelgas) y la nocooperación política. 3). Cuando el grupo no-violento actúa en gran medida por intervención directa, su acción puede denominarse intervención no-violenta. El grupo no-violento de esta clase claramente toma la iniciativa por medios tales como sit-ins (plantones sentados), obstrucción no-violenta, invasión no-violenta y gobierno paralelo. La técnica puede ser aplicada por individuos, por grupos pequeños o grandes y por masas de personas (Sharp, 2006, pp. 68-69, traducción propia)31. Ahora bien, expuesta ya la tipología de Sharp ahora desarrollaremos únicamente un acción o táctica de cada uno de los grupos expuestos; específicamente, aquellas que sean consideradas como las más exitosas y populares dentro de su categoría. En primer lugar, respecto a los métodos de la primera categoría, a saber, la protestas y persuasión no-violenta, es importante aclarar que estos son principalmente actos simbólicos, por lo cual las diferencias entre las técnicas radican precisamente en la 30 En su texto The Politics of Nonviolent Actions (1973) Gene Sharp identifica ciento noventa y ocho métodos de acción no-violenta de manera detallada, exponiendo la basta variedad de acciones de este tipo, así como su presencia a lo largo de la historia de la humanidad. 31 A pesar de la existencia de una traducción al español de esta obra de 1988 a cargo editorial CESOC, se usaran tanto la versión en inglés (2006) como la traducción al español a discreción propia, pues la traducción castellana no cuenta con la versión completa del texto original, por la cual se excluyen algunos apartados que consideramos importantes. 69 manera en que se pretende comunicar el mensaje. De las cincuenta y cuatro acciones típicas de este grupo y sus clasificación en diez sub-grupos, descritas por Sharp (1988, pp. 44-46), resalta como las más empleadas en los diversos escenarios de no-violencia el sub-grupo de las procesiones, es decir, marchas, desfiles o peregrinajes que se diferencian en el sentido particular de la acción así como el lugar en el que se realizan. Ahora bien, el tipo de acción particular a desarrollar con mayor detenimiento es lo que Sharp denomina marchas a un punto significativo, pues esta modalidad cuenta en diversas ocasiones con un impacto simbólico mayor, pues el hecho de referirse a un lugar específico permite transmitir el mensaje de manera más directa, así como usar referentes geográficos colectivos importantes para un grupo particular y el desacuerdo que los convoca. Un ejemplo de este tipo de acciones fueron las reiteradas marchas realizadas en 2021 en el marco del Paro Nacional en Colombia, específicamente, las de la ciudad de Bogotá que tenían como destino final el Monumento a los Héroes ubicado en la capítal colombiana. Tenían como principal objetivo denunciar los reiterados casos de violencia policial en contra de los asistentes a las manifestaciones sociales, así como el incremento de los asesinatos a líderes sociales en el país. Ahora bien, siguiendo lo expuesto por Lizeth Sanabria (2021), el Monumento a los Héroes adquirió un significado especial como destino final de estas marchas, pues dicho monumento simboliza la consolidación de una historia oficial de Colombia como Estado moderno (pp. 26-27), en otras palabras, es la representación de la autoridad soberana y de su relato mítico a lo largo de la historia, evocando los héroes de la campaña libertadora. De este modo, tener dicho espacio como punto final de dichas marchas implica, de manera directa, un crítica al archeon mismo en dos dimensiones: por un lado, un crítica inmediata al archeon, a las manifestaciones violentas del poder soberano en un momento histórico puntual, y, por otro lado, una crítica más profunda respecto al fundamento de dicho archeon, donde el objeto criticado es la violencia misma, es decir, el origen mítico de los esquemas tanto legales como estatales. En este contexto, los jóvenes estudiantes colombianos y otros grupos convocados a las marchas demuestran una crítica a “los horizontes de pensamiento impuestos por las lecturas 70 hegemónicas, en este caso, de la construcción de Nación y de las implicaciones de la formación del Estado como un constructo propio de la forma de dominación colonial/moderna” (Sanabria, 2021, pp. 27). En últimas, se manifestó la necesidad de construir una memoria crítica de la historia oficial y su perspectiva eminentemente violenta (Sanabria, 2021, pp. 28). En este caso particular las marchas hacia el Monumento de los Héroes estuvieron acompañadas de otro tipo de acciones no-violentas, siendo las comunicaciones, representaciones y actos públicos artísticos unas de las más importantes32. Estos otros tipos de acciones permitieron la construcción de un sentido común crítico, respecto, por un lado, de la violencia ejercida por el Estado y su mala gestión a nivel político, un incremento de la violencia policial y un control excesivo provocado por la emergencia sanitaria, producto de la pandemia y de la ineficiencia de las instituciones políticas; y, por otro lado, una crítica profunda que cuestionaba la naturaleza violenta del Estado, sus instituciones, la perpetuación de una sobre-determinación de la vida, producto de los mecanismos de la soberanía contemporánea ejercida hacia la ciudadanía colombiana, en general, y hacia las víctimas de la historia violenta del país, en partícular (Sanabria, 2021, pp. 34). Expuesto esto, el ocupar un lugar de la ciudad como el Monumento a los Héroes, que tiene un significado histórico particular y buscar resignificarlo a partir de manifestaciones artísticas, representa, pues, una acción de noviolencia que no solo cuestiona estos lugares que exaltan la violencia del Estado, sino también que, las protestas buscaban intervenirlos desde un discurso crítico de resistencia: como una alternativa a los esquemas de violencia mítica y del poder soberano responsable del control violento. En últimas, la ocupación no-violenta del Monumento de los Héroes por parte de los manifestantes puede entenderse a partir de un doble objetivo, o de crítica, a saber, un 32 Para profundizar acerca del rol del arte en las resistencias no-violentas y la construcción de paz ver: Mitchell, J. et. al (Ed). (2020) Peacebuilding and the Arts, Kim, S. et al (Ed). (2015) Mediating Peace: Reconciliation through Visual Art, Music and Film, Mkwananzi, F y Melis Cin, F (Ed). (2022) PostConflict Participatory Arts: Socially Engaged Development y Premarantna, N. (2018) Theatre for Peacebuilding: The Role of Arts in Conflict Transformation in South Asia. 71 lugar de manifestación concreto el cual era susceptible al discurso conservador, expresión de la historia oficial, mantenido por el gobierno de ese entonces, así como un lugar que simbolizaba la fundación misma del Estado colombiano, entendiendo de manera crítica la idea de la necesidad de la violencia como fundamento y causa de la existencia misma del poder soberano. Más aún, la ocupación de ese lugar podría entenderse como la manifestación de una verdadera realidad, una en la cual la idea de la naturalización de la violencia se ve enfrentada a un ejercicio de la soberanía contrario a los deseos de un amplio sector de la sociedad colombiana, el cual resistía no solo ante el incremento de la violencia, en especial en el año 2021, sino también a un relato mítico anterior, a la idea de la necesidad de una violencia que había sido considerada como esencial a la fundación del Estado mismo. En este orden de ideas, no sorprende la constante resistencia del poder soberano en Colombia a evitar a toda costa la ocupación del monumento, pues no estaba en juego únicamente el relato gubernamental del momento, sino la legitimidad misma del Estado y sus esquemas de violencia mítica: se estaba desestabilizando el archeon mismo, no ya por su propia ley, es decir, la propia de la violencia, sino por su antagonista por excelencia, la noviolencia. Ahora bien, respecto a los métodos de la segunda categoría de acciones no-violentas enunciados por Sharp (1988), a saber, la no-cooperación, junto con sus tres subdimensiones, a saber, la social, la económica y la política, dicho conjunto se caracteriza por dos elementos esenciales a sus acciones: el boicot, entendido como el no participar, pertenecer o acudir, etc., y la huelga, entendida como el no ayudar, no trabajar, no dar recursos, etc. (Sharp, 1988, pp. 48). En este orden de ideas, la diferencia entre estos tipos de acciones radica en el objetivo a criticar y desarticular, es decir, el elemento particular del orden soberano a desafiar a partir del no hacer parte o rehusarse a realizar acciones que reproduzcan dicho orden, convirtiendo de este modo una acción simbólica también en una acción con consecuencias materiales directas33. Ya habiendo 33 Se podría incluir en esta categoría el caso benjaminiano de la huelga general proletaria, sin embargo, es importante considerar que ésta escapa a su definición como una huelga de no-cooperación económica, pues aquella es expuesta por el propio Benjamin como una huelga que a pesar de tener elementos propios de la no-cooperación política y siendo más cercana a esta técnica, trasciende estos 72 explorado algunos de los elementos propios de la huelga en el primer capítulo, bajo la figura de huelga general proletaria como la propia de una constelación de paz crítica, es prudente exponer el elemento restante esencial a los métodos de no-cooperación, a saber, el boicot. Uno de los principales sub-grupos de este elemento corresponde a las alternativas ciudadanas a la obediencia, donde se incluye una de las acciones que ha tenido más atención, tanto teórica como práctica, en los fenómenos de resistencia no-violenta, a saber, la desobediencia civil de leyes ilegítimas: esta es una acción deliberada, abierta y pacífica (Sharp, 1988, pp. 55). En uno de los ensayos más importantes respecto a la materia, Del deber de la desobediencia civil, el filósofo Henry David Thoureau la define como una acción de resistencia frente a la injusticia estatal y su respectiva legalidad, con el fin de fomentar una actitud crítica, siendo la primera y única obligación de los ciudadanos la de hacer en todo momento lo que se considera como justo (Thoureau , 2008, pp. 16-17); es decir, se busca poner a la justicia por encima de la autoridad soberana y sus esquemas míticos de violencia jurídica. En este orden de ideas, la desobediencia de las leyes implica un acto ético de resistencia, donde la acción contraria a la ley expresa que la justicia debe ser anterior al control del Estado soberano. Con ello se hace evidente, por un lado, la importancia de la idea benjaminiana de la violencia adscrita ya en la ley y, por otro lado, una superioridad ética del individuo sobre el poder soberano; pues “en todas partes el ciudadano ordinario tiene un código moral muy superior al del gobierno al que debe fidelidad” (Thoureau, 2008, pp. 9). Uno de los casos más significativos de este tipo de acción corresponde a la resistencia pasiva de Gandhi, implementada en la Marcha de la Sal en 1930, donde se protestó contra el impuesto que el gobierno británico imponía sobre la sal de la India, además de la prohibición mediante la ley de la producción de ésta por los habitantes indios, límites y se configura como una crítica al poder soberano como tal. Más, aún, Sharp (2006) incluye un caso similar al caso benjaminiano de la huelga genera proletaria, a saber, la huelga general británica de 1926, pues a pesar de no estar planeada con el objetivo de buscar una huelga revolucionaria para derrotar al poder soberano, devino históricamente como tal (pp. 432). 73 obligándolos a comparar la sal británica34. Después de veinticuatro días de caminata el líder indio, al lado de distintas personas que se iban sumando a la marcha, llegaron hasta el mar para extraer sal tras la evaporación del agua marina y, de esta modo, poder recoger sal de manera gratuita y desobedecer la prohibición de la soberanía colonial a la producción de sal a manos de ciudadanos indios. A pesar de que algunos autores como Henry Miller (2008) consideraran que este caso representa la última muestra genuina de desobediencia civil (pp. 4), esto no es del todo correcto, pues, si bien la situación contemporánea se configura dentro de unos marcos de soberanía moderna caracterizados por una mayor sobre-determinación de la vida y aumento radical de la violencia, como ya se expuesto a partir de la propuesta de Agamben, esto no es suficiente para impedir la resistencia a partir de la desobediencia civil, siendo las protesta en Irán por Masha Amini en el 2022 una muestra de su vigencia. El 16 de septiembre de 2022 murió Mahsa Amini, una mujer iraní de 22 años, tras ser detenida y posteriormente golpeada por la Policía de la Moralidad Iraní debido a una infracción de la ley que declara como obligatorio el uso del hiyab en el país. Su muerte provocó un impacto profundo en los ciudadanos iraníes, específicamente en las mujeres, pues, tras su muerte, centenares de ellas desafiaron dicha ley al quemar los hiyabs y cortarse el pelo en público, exigiendo el fin del régimen teocrático en Irán. Ahora bien, a diferencia del caso de Gandhi, donde únicamente fueron detenidos tras llegar al mar y recoger la sal de éste, estos actos de desobediencia civil se caracterizaron por un aumento radical de la violencia policial, donde la represión hacia las manifestantes fue cada vez mayor, llegando incluso al límite del asesinato de cientos de mujeres. A pesar de esto, las protestas continuaron, pues más allá del desafío puntual hacia la ley de la obligatoriedad del uso del hiyab, en este acto de desobediencia civil se encarnaba una crítica radical al poder teocrático soberano y su fundamentación en un sistema jurídico mítico inherentemente violento. 34 Sobre el caso de la Marcha de la Sal y la importancia de las acciones no-violentas y la desobediencia civil ver: Weber, T. (1997) On the Salt March: The Historiography of Gandhi’s March to Dandi y Cody Kimmel, E. (2014) Gandhi and the Great Salt March. 74 Según Kasra Aarabi y Jemima Shelly (2022) la oposición al uso obligatorio del hiyab representa una crítica a la República Islámica y sus fundamentos, expresada en la persecución y control violento hacia las mujeres iraníes, siendo estas el objetivo principal del proyecto de “islamización” del régimen clerical (pp. 9). De manera similar al caso de la huelga general proletaria expuesto por Benjamin, lo que está en juego en esta situación no es una modificación en la ley misma del Estado iraní, sino la búsqueda de la destrucción de dicha teocracia y el rechazo radical de este poder soberano en todas sus formas35, haciendo posible considerar a estas acciones como una praxis política que se efectúa en la dimensión de los puros medios, y por ende, siendo necesariamente no-violenta. En otras palabras, “la eliminación del uso obligatorio del hiyab no solo se convirtió en símbolo de cambio de régimen (…) el pueblo iraní es claro en que sus demandas no se pueden actualizar bajo la República Islámica por las fundamentaciones religiosas e ideológicas de éste” (Aarabi, Shelly, 2022, pp. 22, traducción propia). Aún más, este caso particular adquiere especial relevancia para la resistencia a la violencia mítica y la autoridad soberana moderna en la situación contemporánea, pues dichas acciones de desobediencia civil se enmarcan en la existencia efectiva de acciones ordinarias, configurando la resistencia bajo un cambio de la cotidianidad misma, siendo posible identificar aquí lo que Martel (2019) denominaba el verdadero germen de la resolución no-violenta de los conflictos (pp. 28). En tercer, y último lugar, acerca de los métodos de la intervención no-violenta propios de la tipología realizada por Sharp (1988), estos corresponden a acciones que intervienen de manera directa para cambiar la situación de dos modos posibles, a saber, a través de una “intervención negativa” – interrupción o destrucción de patrones de comportamiento, instituciones y políticas- o de una “intervención positiva” – establecimiento de nuevos patrones de comportamientos, instituciones y políticas 35 Según el estudio realizado por Aarabi y Shelly (2022), el 84% de los iraníes que están en contra del uso obligatorio de hiyab también desean un cambio de régimen (pp. 22). Ahora bien, es importante tener en cuenta que si bien dicho régimen corresponde a uno de naturaleza teocrática, y por ende, diametralmente distinto a los contenidos de un régimen liberal tradicional, este sigue siendo un Estado moderno, pues no solo tuvo un ascenso democrático al poder, sino que también tiene como forma un fundamento en un esquema mítico de violencia y un sistema legal que sostiene dicho archeon. 75 (Sharp, 1988, pp. 57). A diferencia de las dos categorías anteriores, la intervención noviolenta y las acciones que la componen se caracterizan por su carácter directo e inmediato, por lo cual son tanto más difíciles de sostener y aguantar a través del tiempo, como víctimas de una represión más rápida y severa. Aún más, Sharp (1988) divide estos métodos en dos tipos, a saber, aquellos de carácter defensivo, preocupados por mantener comportamientos, instituciones e iniciativas, y los de carácter ofensivo, preocupados por llevar la crítica y resistencia al terreno del adversario, incluso en ausencia de provocación por parte de este último (pp. 57). Sharp identifica cuarenta acciones posibles de este tipo, además de dividirlas en cinco sub-grupos, donde se destacan como las más exitosas y usadas aquellas acciones denominadas como intervención física, donde el acto no-violento cambia por la manera en que se ejecutan los plantes, los “ataques” no-violentos y las obstrucciones u ocupaciones 36. Ahora bien, hay un tipo de acción particular dentro de esta categoría que es digna de un análisis más detallado, específicamente por la importancia que puede tener en el enfrentamiento hacia el orden mítico establecido por la autoridad soberana, a saber, el establecimiento de doble soberanía y gobiernos paralelos (Sharp, 1988, pp. 60). Sharp (2006) define este método como aquel que necesariamente involucra la creación de un gobierno alternativo, o una lealtad continuada hacia un gobierno rival existente distinto del gobierno cuestionado, considerando que si dicho gobierno paralelo logra contar con un apoyo popular considerable puede incluso llegar a remplazar al gobierno establecido (pp. 423). Ahora bien, dicho método puede estar presente en diversas situaciones como parte de un escenario más amplio, pues cuando una revolución noviolenta busca la abolición de un régimen37, y no una reforma de éste, y cuenta con el 36 Estos métodos fueron cruciales en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos en la década de los cincuenta, un ejemplo icónico del éxito de este tipo de acciones fueron los famosos plantones sentados en medios de transporte o boicot a los autobuses en Montgomery, Alabama. Una figura importante en estos hechos fue la de la activista afroamericana Rosa Parks, ya que el 1 de diciembre de 1955 se negó a ceder su asiento a un pasajero blanco, siendo el detonante de una seguidilla de platones en el servicio público de transporte en Alabama y posteriormente, a lo largo de diversas ciudades de Estados Unidos. Ver más en: Parks, R. y Reed, G. (1994). Quiet Strength: The Faith, the Hope, and the Heart of a Woman Who Changed a Nation. 37 En este tipo de escenarios la revolución no-violenta puede enfrentarse con otros grupos, usualmente al margen de la ley, que pretenden igualmente crear un nuevo gobierno pero a través del uso de la 76 apoyo popular necesario, dicho método en un momento maduro del proceso “amenaza la estabilidad del antiguo régimen privándolo de la obediencia y cooperación de la población” (Sharp, 2006, pp. 423, traducción propia). En este orden de ideas, si dicha revolución busca ser exitosa debe, necesariamente, contar con el cambio de la lealtad de la población hacia la nueva autoridad, además de la creación y aceptación de un gobierno paralelo, entendiendo a este último como un producto de la cooperación desarrollada entre la población responsable de la resistencia y la amplificación del impacto de la no-cooperación y el enfrentamiento hacia el antiguo poder soberano en el resto de la población. De cierto modo, un nuevo gobierno comienza a reemplazar al ya establecido, poniendo en práctica nuevas estructuras sociales y políticas que involucran las demandas de la población que apoya dicho gobierno paralelo, sin embargo, es importante tener en cuento que dicho proceso no necesariamente siempre sucede de manera consciente, pues se puede manifestar sin que los líderes de la resistencia deliberen sobre el intento de establecer una estructura paralela para avanzar en sus políticas propias. A pesar de que Sharp (2006) considere que este tipo de fenómenos de resistencia noviolenta no son un producto exclusivo de las revoluciones del siglo XX 38, uno de los casos más destacados de dicho método se dio precisamente en los años treinta de ese siglo, a saber, la emergencia de gobiernos paralelos a nivel local en el contexto de las luchas indias durante las campañas de resistencia no-violenta en 1930-1931. En los últimos días del mes de abril de 1930, luego de que dos escuadrones del régimen violencia, lo cual no solo complejiza el escenario, sino que provoca una situación complicada respecto a la soberanía mantenida, pues las contradicciones propias del poder soberano, ya enunciadas en el capítulo anterior, son aprovechadas por otros actores que no tienen interés alguno en la resistencia a dicho poder a través de la no-violencia, articulando su revolución a partir de un intento de apropiación de los esquema míticos de violencia y un configuración propia del archeon. Dicha situación es evidente en el caso colombiano, sin embargo, a pesar de la dificultad que eso representa no elimina la posibilidad de la resistencia no-violenta, solo modifica las condiciones y los modos de resistencia bajo los cuales esta ópera. Esto lo expondremos, por un lado, a través del análisis del caso de la Comunidad de Paz en San José de Apartado, Colombia, expuesto en el apartado 3.2, y por otro lado, en el desarrollo de dicha idea en el apartado 3.3 donde se explora la idea de la paz crítica como imagen dialéctica y su consecuencia en la ampliación de la experiencia misma de la paz. 38 Más aún, la mayoría de los ejemplos citados por Sharp (2006) no corresponden al siglo XX, de los cuales cabe la pena resaltar: la lucha neerlandesa en 1575 en contra del reinado español y el conflicto entre Charles y el Parlamento Long en 1640 en Inglaterra. 77 Garhwali se negaran a apoyar a la policía contra los voluntarios no-violentos, las tropas fueron retiradas por completo de la ciudad de Peshawar, causando que el comité del congreso asumiera virtualmente el control de la ciudad, incluida la emisión de instrucciones en el territorio, el patrullaje de las calles durante nueve días e incluso la recaudación de impuestos que anteriormente se debían al gobierno a manos de organizaciones locales no-violentas (Sharp, 2006, pp. 423). De este modo, la autoridad de los antiguos panchayats fue restaurada en muchos lugares para reemplazar el sistema judicial británico, expresándose en diversas acciones como el establecimiento de un programa de educación nacional como alternativa a las antiguas escuelas británicas, la organización de cuerpos de voluntarios para la dirección de tráfico y labores anteriormente desarrolladas por la policía, la creación de un nuevo esquema de impuestos a manos del Comité del Congreso local de Bombay e, incluso, la imposición de multas a aquellos ciudadanos que estaban en contra de las políticas de dicho nuevo gobierno. En palabras H. N. Brailsford (1931), un testigo de este método no-violento experimentado en la ciudad india: Bombay, como se percibió rápidamente, tenía dos gobiernos. Al Gobierno británico, con todo su aparato de legalidad y poder, le seguía siendo leal la población europea, los cipayos indios que vestían su uniforme, y la generación mayor de la minoría musulmana. El resto de Bombay había transferido su lealtad a uno de los demasiado numerosos prisioneros de Su Majestad. En nombre de Mahatma Gandhi, el Congreso gobernó esta ciudad. Su más ligero asentimiento fue obedecido. Podía llenar las calles, cuando quisiera, y tan a menudo como quisiera, con decenas de miles de hombres y mujeres, que gritaban sus consignas. Con una palabra podría cerrar las persianas de todas las tiendas del bazar. Cuando proclamó un hartal (día de luto), cosa que hizo casi todas las semanas, a modo de protesta contra algún acto del otro gobierno, el silencio se apoderó de las calles, y hasta las fábricas cerraron sus puertas (pp. 13, traducción propia). En este sentido, lo experimentado en distintos pueblos indios así como en la ciudad de Bombay no solo demuestra la existencia de este tipo de fenómenos, sino también su realidad como programas que lograron construir una alternativa a los esquemas de violencia mítica imperantes, logrando establecerse como un reto importante al poder soberano anteriormente establecido (Sharp, 2006, pp. 433). Este tipo de acción realizada bajo la doctrina de Gandhi no representaban acciones violentas, por más que fueran catalogadas de ese modo por el poder soberano británico, pues “ningún gobierno paralelo debería fundamentarse en los poderes úsales coercitivos del 78 gobierno, sino en métodos estrictamente no-violentos y en el apoyo popular de la población” (Sharp, 2006, pp. 433, traducción propia). Ahora bien, es importante resaltar que a pesar de la existencia y relativo éxito de este fenómeno de acciones noviolentas, como de los otros expuestos a lo largo del presente apartado, estos no muestran suficiente efectividad para asegurar unas prácticas no-violentas, entendidas como los hábitos de paz necesarios para la consolidación de un concepto de paz crítica, pues dichas acciones no siempre están enmarcadas bajo un deseo común de paz y un tipo de forma de vida pacifista. En palabras del mismo Sharp (2006): La acción no-violenta no es sinónimo de “pacifismo”. Tampoco es idéntica a los sistemas religiosos y filosóficos que enfatizan en la no-violencia como una cuestión de principio moral. Los adherentes a algunos de estos sistemas de creencias pueden ver la acción no-violenta como compatible con sus convicciones e incluso como un cumplimiento de ellas en los conflictos. Los adherentes a ciertos otros credos que también enfatizan la no-violencia pueden, sin embargo, encontrar esta técnica demasiado “mundana” o “coercitiva” para ellos. Por el contrario, la acción no-violenta a menudo ha sido practicada, y en la mayoría de los casos dirigida, por no-pacifistas que la vieron solo como un medio efectivo de acción. La creencia popular de que solo los pacifistas pueden practicar efectivamente la acción no-violenta, una opinión que a veces los propios pacifistas refuerzan con considerable presunción-, simplemente no es cierta (pp. 68, traducción propia). Teniendo en cuenta lo expuesto anteriormente respecto a la diferenciación entre acción no-violenta y pacifismo, si bien Sharp tiene razón al considerar que la acción noviolenta no necesariamente involucra un tipo de vida pacifista y que todos estamos en capacidad de practicar dicho tipo de acciones dando lugar a fenómenos no-violentos de resistencia en nuestras sociedades, se equivoca acerca de la importancia que puede llegar a tener la articulación de dichas acciones, métodos y fenómenos, con una forma de vida particular, en este caso, con una forma de vida pacifista. Es en dicha articulación donde se hace posible resistir de manera efectiva al poder soberano 39, 39 Dicha articulación con la forma de vida permite que las acciones y fenómenos no-violentos no se subscriban a los esquemas del poder soberano, sino más bien, se configuren como una resistencia y crítica radical a los esquema de la violencia mítica. En este orden de ideas, se excluirían las acciones no-violentas que se dan bajo los marcos jurídicos de la autoridad soberana, pues pretenden una reforma a la soberanía mas no una crítica y rechazo a esta. Más aún, Negri y Hardt (2002) han identificado en este tipo de comprensión de la forma de vida como un acto de resistencia, entendido desde un enfoque fenomenológico a partir del concepto de la chair, uno de los tres elementos de contrapoder que permiten hacerle frente a las cadenas de la “razonabilidad”, y en últimas, a la modernidad misma. En palabras de los autores: “La materia prima del contrapoder es la chair, la sustancia viva común en la cual coinciden lo corporal y lo espiritual (…) Ella es pura potencialidad, el elemento aún informe de la vida, un elemento del ser. No debemos sin embargo confundir la chair con cualquier noción de vida desnuda 79 configurando a los hábitos de paz, precisamente, a partir de una técnica mundana que según él es rechazada por este tipo de formas de vida. Al contrario, se hace prudente mostrar de qué manera la consolidación de acciones y prácticas no-violentas bajo una forma de vida, es decir, a través de hábitos de paz, puede significar la reconfiguración de la experiencia de la paz y, en últimas, una oportunidad para poder resistir al archeon, los esquemas de violencia mítica y todos los fantasmas propios del poder soberano contemporáneo. 3.2. Concepto de paz crítica: hábitos de paz y re-configuración de la experiencia de la paz como forma vida Expuestos diversos fenómenos de no-violencia propios de las sociedades contemporáneas, así como su articulación con distintos métodos de resistencia frente al poder soberano y sus esquemas de violencia mítica, ahora es necesario fundamentar el concepto de paz crítica, para lo cual estableceremos la relación de dichos fenómenos tanto con un deseo de paz, en un sentido colectivo, como con una forma de vida. Dicho esto, es importante exponer que para Benjamin el concepto, cualquiera que sea, no está configurado de manera absoluta e inmóvil, como generador de una verdad metafísica, todo lo contrario; pues, de manera muy propia, el filósofo alemán considera que “ser dialéctico significa captar en las velas el viento de la historia. Las velas son los conceptos. Pero no basta con poseer velas. El arte de saber colocarlas es decisivo” (2005, pp. 476). En este sentido, es fundamental exponer la concepción particular benjamina de los conceptos, expuesta de manera directa en el Prólogo Epistemocrítico (2006), donde se entienden a estos como un elemento fundamental en la forma de disección de la realidad misma más no como su centro, otorgándole una función subordinada y no determinante de la comprensión misma de la realidad, criticando de manera directa la concepción decimonónica del concepto como elemento organizador del el sistema filosófico. En palabras del filósofo alemán: que designaría una forma viviente desprovista de sus cualidades, una especie de límite negativo de la vida. La chair apunta a otra dirección: hacia la plenitud de la vida. No permanecemos chair. La chair sólo es un elemento del ser. Hacemos permanentemente de nuestra propia carne una forma de vida” (pp. 165, cursivas propias). 80 La alternativa a la forma filosófica que plantean los conceptos de doctrina y de ensayo esotérico es lo que ignora el concepto decimonónico de sistema. En la medida en que es determinada por este, la filosofía corre el peligro de acomodarse a un sincretismo que intente atrapar la verdad en una tela de araña tendida entre distintos conocimientos, como si aquella viniera volando de fuera. Pero su aprendido universalismo queda lejos de alcanzar la autoridad didáctica de la doctrina. Si la filosofía, no en cuanto introducción mediatizadora, sino en cuanto exposición de la verdad, quiere conservar la ley de su forma, tiene que conceder la correspondiente importancia al ejercicio mismo de esta forma, pero no a su anticipación en el sistema (Benjamin, 2006, pp. 146). En este orden de ideas, se deja atrás la idea de la subordinación de los fenómenos a los conceptos, entendiendo a estos últimos bajo un rol de mediadores los cuales permiten a los primeros participar del ser de las ideas, siendo fundamentales en la exposición de las ideas mismas, pues estas “no se exponen en sí mismas, sino única y exclusivamente en la ordenación de elementos cósicos que se da en el concepto” (Benjamin, 2006, pp. 151). En este sentido, la noción benjaminiana del concepto es cuando menos particular, pues su significado no es rígido y experimenta cambios, considerando a los conceptos en constante transformación y relación con lo real. De acuerdo con Michael Opitz y Erdmut Wizisla (2014), el ejercicio filosófico benjaminiano “no consiste en dominar lo que ya ha sido pensado; sin osadas ampliaciones del pensamiento -y, junto con este, del aparato conceptual -, la búsqueda de la verdad y el conocimiento es un empeño vano” (pp. 7-8). En este sentido, tanto el concepto como la verdad se configuran bajo un constante movimiento y tensión dialécticas, siendo necesariamente histórica su conformación, haciendo posible afirmar que el pensamiento filosófico de Benjamin es anticonvencional, se deja conducir por lo descaminado. Hurga en las zonas marginales de la cultura y la cotidianidad, se dedica con intensidad a las anomalías, a cosas que se contraponen con lo que en general se considera (…) Benjamín se sirve con predilección de formulaciones metafóricas o alegóricas. Sus conceptos tienden a la expresión figurada. Donde, de acuerdo con las expectativas, correspondería una definición, Benjamin sorprende con una paráfrasis. Es propia de los conceptos una amplitud de significado (…) En el rechazo hacia una unilateralidad errónea y en la invitación a descifrar las imágenes se manifiesta la estructura dialógica de este pensamiento (Opitz y Wizisla, 2014, pp. 8-9). En este sentido, podríamos pensar un concepto de paz crítica como aquel que, a través de una configuración particular, pueda dar cuenta de una verdadera paz, aquella diametralmente opuesta a la noción liberal, una que se encuentre precisamente en las zonas marginales de la cultura y la cotidianidad; aquella anomalía de la excepción de la excepción en el mundo de la sobre-determinación de la vida causada por el archeon 81 vigente y el agonizante poder soberano. Dicho esto, resulta de utilidad acudir a situaciones históricas donde dicho concepto se presentaría como un objeto histórico, es decir, en cuanto se le enfrenta al pensador dialéctico como mónada, esto sería posible cuando precisamente en estas situaciones de paz crítica se “reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o, dicho de otro modo, de una oportunidad revolucionaria dentro de la lucha por el pasado oprimido” (Benjamin, 2008, pp. 317). En este orden de ideas, las situaciones de paz crítica a exponer, debido a su carácter monadológico que puede adquirir, corresponden precisamente a un momento en el cual se interrumpe el relato histórico soberano de la paz liberal, rompiendo el curso homogéneo del archeon vigente y ampliando el horizonte de resistencia. Dicho esto, expondremos dos situaciones de momentos históricos diferentes, en las cuales, lo que ya denominamos en el capítulo anterior hábitos de paz, no solo representan una amenaza latente al poder soberano, sino también, se sitúan bajo una forma de vida pacifista entendida como una crítica y eliminación, aunque sea momentánea, de los esquemas de violencia mítica, encontrando en ella una verdadera paz. La primera situación a analizar es la forma de vida pacifista propia de la comunidad menonita, específicamente, su desarrollo temprano en las posturas anabaptistas sobre Cristo, la no-resistencia y el pacifismo. Siguiendo lo expuesto por el teólogo Layton Boyd Friesen en su obra Secular Nonviolence and the Theo-Drama of Peace (2022) existe una tensión permanente dentro de la vida menonita entre el pacifismo, entendido como un acto de participación con Cristo que produce una comunidad de discípulos, y el pacifismo, entendido como una forma de civismo que produce ciudadanos productivos de la vida moderna. El primero, es un pacifismo de carácter eclesial, bíblico y espiritual, y el segundo, es de carácter instrumental, racional e igualitario (pp. 27). Aunque ambos sean no-violentos, el primer tipo de pacifismo, esencial en la forma de vida menonita, corresponde al origen de su comunidad en el Siglo XVI40 en Europa, entendiendo a la no-violencia y al fortalecimiento de hábitos de paz como un acto de 40 No es gratuita la coincidencia histórica entre este caso particular y el correspondiente al Trauspiel alemán expuesto por Benjamin, pues, se demuestra como en dicha situación particular de la soberanía existió un caso propio de una idea crítica de paz. 82 la unión con Jesús, mientas que el segundo tipo corresponde a su transformación en el escenario de una sociedad moderna con altos niveles de violencia y una configuración puntual de la soberanía anteriormente mantenida. Dicho esto, consideremos únicamente el primer tipo, pues en este se establecen las bases del carácter pacifista originario de la forma de vida menonita. Ahora bien, las acciones no-violentas y la actitud de no-resistencia no fue la convicción general de todas las comunidades anabaptistas sino, más bien, se generalizó a todas las comunidades como un producto de debates, catástrofes y la eliminación y persecución de ciertos sectores de la comunidad que contaban con posiciones particulares (Boyd, 2022, pp. 28), siendo la Confesión de Schleitheim de 1527, una confesión de fe de los anabaptistas suizos del siglo XVI, un momento decisivo para la adopción radical del pacifismo en la forma de vida de la comunidad. Siguiendo lo expuesto por Boyd, es posible considerar que: La Confesión [de Schleitheim] puede constituir una forma de entrada para ver cómo se posicionó y defendió el pacifismo en esta etapa inicial. Específicamente, podemos observar la forma en que se usa la escritura para exponer el argumento sobre la espada en la Confesión. En lugar de apelar a los mandamientos de Jesús contra la venganza que se encuentran en el Sermón de la Montaña, Sattler se refiere a la manera del Cristo encarnado en relación con el mundo que lo rodea. ¿Deberían los cristianos involucrarse en el uso de la violencia para proteger el bien por amor al prójimo? Sattler responde: «Cristo nos enseña y nos manda a aprender de Él, porque Él es manso y humilde de corazón, y así encontramos descanso para nuestras almas (Mateo 11:29). Ahora, Cristo dice a la mujer que fue sorprendida en adulterio, no que sea apedreada según la ley de su padre … sino con misericordia, perdón y la amonestación de no pecar más dice: “Vete, no peques más”. Exactamente así debemos proceder también nosotros, según la regla de la prohibición» (Boyd, 2022, pp. 29). En este caso particular, se evidencia como el actuar de los anabaptistas, de manera similar al caso de la práctica de andar descalzos propia de los franciscanos, procede al margen de “la ley del padre”, a saber, la ley ordinaria y su castigo correspondiente, la cual considera que apedrear a la mujer adultera corresponde a la pena correcta. En este sentido, el apelar a la Sagrada escritura tiene como objetivo encontrar el fundamento de la forma de vida del creyente, es decir, observar en el comportamiento y vida de Cristo un ejemplo de la vida que debe ser mantenida por la comunidad, asumiendo, pues, una unión entre la vida del creyente y Cristo, la cual determina el lugar del creyente en el mundo del poder maligno y la violencia (Boyd, 2022, pp. 30). En otras 83 palabras, el actuar de la comunidad se define, pues, según su forma de vida, contraria en muchos casos a los ordenamientos del poder soberano y sus esquemas míticos de violencia, siendo esto último uno de los elementos que, según Foucault (1996), corresponde a un cambio entre la Edad Media y la Modernidad, a saber, un desplazamiento de moralidad y penalidad, pues anteriormente el control de la moralidad dependía de la comunidad religiosa propia de los miembros, así esto implicara un desafío o reto al orden soberano. En otras palabras, “mientras que en un comienzo el grupo [religioso] trataba de hacer reinar un orden moral diferente de la ley que permitiese a los individuos escapar a sus efectos, a finales del siglo XVIII estos mismos grupos —controlados y animados ahora por aristócratas y personas de elevada posición social— se dan como objetivo esencial obtener del poder político nuevas leyes que ratificaran ese esfuerzo moral” (pp. 9697). Aún más, en la Cuarta Conferencia de La verdad y las formas jurídicas (1996) Foucault menciona que estos grupos religiosos de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, identificados por él como “pequeño-burgueses”, se organizaban entre si como modo de imponer su propio orden, siendo esto “una forma de escapar al poder político, pues éste contaba con un instrumento formidable, temible y sanguinario: su legislación penal” (pp. 96). De este modo, se considera la conformación de estas comunidades o sociedades de reforma moral y su escape de la acción del poder judicial como grupos de autodefensa contra el derecho, siendo el refuerzo de la penalidad autónoma una manera de escapar a la penalidad del poder soberano (Foucault, 1996, pp. 96). En otras palabras, el actuar de la comunidad se define pues, según su forma de vida, contraria en muchos casos a los ordenamientos del poder soberano y sus esquemas míticos de violencia, lo cual se evidencia de manera más clara con relación a la pregunta por la posibilidad de la actividad estatal o gubernamental por parte de los miembros de la comunidad. Dicha tensión entre el ordenamiento jurídico y las prácticas éticas guardadas al interior de las comunidades se evidencia de manera clara en la pregunta por la posibilidad de la actividad estatal o gubernamental por parte de los miembros de la comunidad. 84 Respecto a dicha pregunta en el caso puntual de la comunidad anabaptista del siglo XVI Boyd afirma lo siguiente: Cristo no quiso decidir ni juzgar entre hermano y hermano acerca de la herencia, pero rehusó hacerlo (Lucas. 12:13). Así también debemos hacer nosotros. ¿Deben los cristianos asumir cargos políticos? Cristo fue hecho para ser Rey, pero huyó y no discernió [en esto] la ordenanza de Su Padre. Por lo tanto, también debemos hacer como Él hizo y seguirlo. ... Pedro también dice: “Cristo padeció (no gobernó) y nos ha dejado un ejemplo, para que sigáis sus pasos” (Pedro 2:2141). (Settler citado por Boyd, 2022, pp. 30). En este orden de ideas, ambos casos expuestos permiten considerar que el pacifismo propio de la vida menonita tienen su fundamento en la idea de Nachfolge Christi, es decir, en la imitación, participación y solidaridad del cuerpo de Cristo con el Cristo manso y encarnado, configurando a la no-resistencia expuesta en la Confesión de Schleitheim de 1527 como la “demanda de una postura contemplativa vis-à-vis Cristo, esto es, una postura de atención e imitación a través de una unión espiritual con el Señor retratada en la escritura” (Boyd, 2022, pp. 30, traducción propia). Más aún, autores como C. Arnold Snyder (1983) han expuesto que este tipo de prácticas y en últimas, la forma de vida anabaptista, son una extensión y traducción de valores monásticos, particularmente benedictinos, siendo el pacifismo de dicha comunidad, más que una práctica, el objetivo principal de la misma, pues “el punto no es simplemente la renuncia al matar. Más fundamental que el mandamiento de no matarás es el seguir la vida de Cristo, idea que descansa al fondo del corazón de la vida monástica” (pp. 17, traducción propia)42. En este sentido, a diferencia del caso de los 41 La cita bíblica empleada por Settler cuenta con algunas modificaciones en su traducción, sin embargo, el significado sigue siendo el mismo. La traducción canónica al español consignada en la Biblia de Jerusalén versa de la siguiente manera: “Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas” (Biblia de Jerusalén, 1998, Pedro 2:21). 42 Es posible identificar una idea similar en la doctrina católica del siglo XV del canónigo agustino Tomás de Kempis, específicamente en su obra “La imitación de Cristo” (2013), donde la vida de Cristo se expone como paradigma y ejemplo a seguir en la vida espiritual de todos los monjes y friales cristianos. En palabras del canónigo: “Mas acaece que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quiera entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con Él toda su vida” (pp. 4). 85 monjes franciscanos, el deseo común no es ya la realización de la vida cenobial sino la realización de una vida buena a partir de la imitación y participación de la vida de Cristo, lo que para los anabaptistas necesariamente implica la no-violencia, noresistencia, y en ultimas, el pacifismo como central en su idea de una vida buena. En este sentido, la forma de vida pacifista en el caso de los anabaptistas del Siglo XVI radica pues en la imitación y participación de la vida encarnada de Cristo, la cual necesariamente implica una postura no-violenta que va mucho más allá de la inacción o contención y de una simple ética del amor. En otras palabras, dicha forma de vida “da como resultado que el espíritu imite la manera de Cristo en asuntos de fuerza, impidiendo el uso de las armas en beneficio de las Iglesias” (Boyd, 2022, pp. 32, traducción propia). Ahora bien, la forma de vida de esta comunidad se configura, pues, como una crítica directa al poder soberano, la cual se debe principalmente a la configuración de sus prácticas y hábitos como parte fundamental de su forma de vida, considerando el incumplimiento de las reglas de la Iglesia como una manera radical de fortalecer su relación con Cristo y su objetivo común: en este caso particular, la excepción de la excepción se fundamenta en la paz como una excepción de los esquemas de la violencia mítica propios del poder soberano, en este caso, de la Iglesia. Aún más, es fundamental considerar que la vida de la comunidad anabaptista no se dio por fuera o en el límite de la prohibición, sino, de una manera análoga al caso expuesto por Agamben en la Altísima pobreza, dicha comunidad estaba en el seno mismo del poder soberano. Un claro ejemplo de esto es la renuncia de esa comunidad a participar en la Liga Esmalcalda de 1530, en la cual las iglesias luteranas de Estrasburgo y Augsburgo participaron en contra del Emperador Carlos V, fundamentando su acción violenta como una defensa evangélica de la fe. Años después, sin que dicha renuncia a participar en estos enfrentamientos le implicara represalias a la comunidad, uno de los primeros teólogos de la comunidad anabaptista, Pilgram Marpeck, escribió una carta llamada La profunda humildad de Cristo, justo en el momento en el que la Liga Esmalcalda experimentaba su derrota final. En dicha carta, enviada a pequeñas comunidades anabaptistas a lo largo del territorio suizo, 86 Marpeck criticó fuertemente la conformación de dicha liga, no por los resultados obtenidos, sino precisamente por lo tan opuesta que era dicha defensa violenta evangélica de la fe al espíritu de Cristo (Boyd, 2022, pp. 33). De manera más específica, dicha crítica la realiza a través de la descripción del descenso de Cristo al infierno, descartando su interpretación como un descenso de carácter triunfal, sino más bien, que “el Hijo venció el pecado de muchos precisamente por este descenso a las profundidades, esta humildad altísima con la que se humilló ante el Padre y por la que el Padre afligió y humilló al Hijo” (Marpeck en Klassen and Klaassen, 2000, pp. 434). Es precisamente el significado del uso del descensus ad infernos el que expone de manera clara el fundamento pacifista de la vida anabaptista, defendida por el propio Marpeck, pues siguiendo al teólogo Neal Blough (2007), la salvación obrada por Cristo es entendida a partir de su muerte histórica, narrativa y concreta, pues en últimas, dicha altísima humildad experimentada por Cristo en el infierno hace posible afirmar que “la redención se cumple en verdad en el tiempo y en la historia” (pp. 200). En otras palabras, el caso anabaptista puede ser interpretado como uno donde se ejerce un concepto crítico de paz, donde la salvación, entendida a partir de una vida pacifista, no solo es posible adentro del seno del poder soberano, sino también en un mundo terrenal mítico y violento donde existieron gérmenes de una verdadera paz. Los casos exitosos ya expuestos de resistencia al archeon y sus esquemas de violencia mítica, dados dentro del seno mismo de la autoridad soberana, corresponden particularmente a un periodo histórico entre los siglos XI y XVII, empero, los fenómenos no-violentos presentes en nuestra sociedad contemporánea son pues un indicio de la posibilidad, aun existente, de resistencia en el escenario de una soberanía crítica y sobre-determinada expuesta por Agamben. Más aún, a pesar de que el contexto contemporáneo sea más complejo que el propio de los siglos XI al XVII y efectivamente exista una tendencia hacia el homo sacer, es posible identificar el desarrollo de los gérmenes ya identificados de una verdadera paz crítica, incluso bajo una tierra casi estéril para la paz erosionada por el poder soberano y sus esquemas míticos de violencia omnipresentes. Podemos traer el ejemplo de la Comunidad de Paz de San José Apartadó en Colombia como un caso exitoso de una paz crítica en nuestro 87 contexto contemporáneo, la cual no solo desafía al poder soberano, sino también, hace posible pensar en una alternativa a la formulación liberal de la paz. Dicha comunidad ubicada en el municipio de Apartadó, al norte del departamento de Antioquia, fue capaz de liberar su territorio de cualquier escatología, haciendo de este un lugar ubicado a las antípodas del archeon, donde la ruptura con el poder soberano y la violencia a partir de su forma de vida hizo posible su resistencia, haciendo de esta su tierra prometida43. A diferencia de los casos de los monjes franciscanos y la comunidad anabaptista, los cuales operaban sin mayores inconvenientes a la luz del poder soberano, la Comunidad de Paz de San José de Apartadó resiste en medio de un punto neurálgico de violencia, ejercida tanto por el Estado como por otros actores armados ilegales que encontraron en esta apuesta por un gobierno paralelo un objetivo militar, pues dicha zona “ha sido parcialmente ocupada y controlada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército Popular de Liberación (EPL), las Fuerzas del Ejército de Colombia y un poco más adelante por grupos paramilitares como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)” (Movimiento Regional por la Tierra, 2017, pp. 1). Si bien cada grupo armado tiene sus lógicas violentas de aniquilación y dominación, es indudable que la población de dicho territorio, desde aproximadamente 1970, ha sido objeto de una violencia extrema, llegando a un límite donde los alternativas para sus pobladores no solo eran pocas sino también fatales, pues según Brígida Gonzáles, una de las líderesas más importantes de la Comunidad de Paz, “solo nos dejaban tres opciones: irnos, vender o morir” (Gonzáles en Movimiento Regional por la Tierra, 2017, pp. 2). Precisamente estas fueron las tres opciones tomadas por los pobladores de dicho territorio durante más de tres décadas, hasta que el 23 de marzo de 1997 decidieron fundar la Comunidad de Paz en San José de Apartadó, pudiendo identificar aquí un rechazo la figura del campesino como una cercana a la del Musulmán de Agamben, pues, su resistencia no-violenta sería la única alternativa a ser reducidos por el poder soberano y los grupos al margen de la ley en víctimas de lo peor; un masa 43 En el dialecto propio del pueblo Embera Katío el significado del nombre de la región de Apartadó corresponde o puede ser traducido como “tierra prometida”. 88 inherente despojada de cualquier rastro de lo humano. Ahora bien, dicha comunidad entendió la paz de una manera distinta, lejana al archeon y su idea liberal de la misma, consideramos, pues, que aquí la comunidad configura una paz crítica que, a pesar de la constante represión violenta e intentos de dominación mítica, logró resistir, pues siguiendo lo expuesto por Javier Giraldo (2010), el asesinato de más de doscientas personas en San José a manos de los paramilitares, el ejército Nacional y las guerrillas, no fue suficiente para eliminar este desafío al poder soberano. Aún más, es importante tener en cuenta que a pesar de las distintas aproximaciones a la idea de paz que tiene cada uno de los miembros de la comunidad en las once veredas donde aún resisten, existe una idea general entre todos sus participantes, a saber, la importancia de mantener una forma de vida común, pues la paz es vida. En palabras de un miembro de la comunidad entrevistado por Christopher Courtheyn (2016): “antes de entrar a la Comunidad [...] la vida mía era otro, ¡otro mundo! El mundo mío era seguir esa ideología capitalista. [....] La paz no es hablar. Sino es vivirla” (pp. 65). Dicho esto, se hace evidente como dicha forma de vida campesina de los miembros de la Comunidad de Paz es posible gracias a su concepción de la paz como una vida que necesariamente radica en un deseo común, mayor que cualquier deseo personal y permite, de este modo, una alternativa de vida distinta en dicho territorio, en otras palabras, una alternativa distinta de la paz. En palabras de Courtheyn (2016): Insistir en que la paz es vida, refleja la posición racializada44 de la cual la Comunidad de Paz actúa y habla. En lugar de hablar desde la perspectiva de la sociedad civil, es decir, de cómo se puede fortalecer o ‘reconstruir’ la sociedad colombiana, ellos hablan desde una posición de exclusión y nonbeing (Fanon, 2008). La paz como la vida se define en oposición a la guerra colonial-moderna que los desplaza y asesina. La paz como la vida depende, por tanto, del fin de la guerra del Estado, pero este grupo de miembros descarta cualquier esperanza utópica de poner fin a esa guerra. La Comunidad de Paz está siendo atacada precisamente porque representa una ‘amenaza’ para el Estado, como una alternativa política, pero también están siendo amenazados por el Estado (Goldberg, 2009) a causa de denunciar la ‘supuesta’ autoridad del Estado para legítimamente hacer la guerra contra sus súbditos (Finn, 2013) (…) 44 Según el propio Courtheyn (2016), existe un componente racial de suma importancia en la comprensión que tiene dicha comunidad de la paz, pues a pesar de que la mayoría de los miembros de ésta sean campesinos, cuentan con raíces indígenas del pueblo Embera Katio. En este orden de ideas, su configuración como comunidad preserva aún comportamientos, ideas y cosmovisiones indígenas las cuales, bajo la idea de un deseo de comunidad armoniosa entre sus miembros y entre estos y la naturaleza, afectan de igual modo la concepción que se tiene de la vida misma, y por ende, de la paz. 89 esto también representa una denuncia del mundo moderno y sus conceptos de paz, tanto de la ‘paz negativa’ que parece ser inalcanzable, como de la ‘paz positiva’ enraizada en una ‘sociedad civil’ que por naturaleza excluye a estos campesinos de descendencia indígena. Es como si ellos dijeran: ‘¡No hay paz en este sistema para nosotros!’ (pp. 63-64). Ahora bien, es fundamental comprender que los hábitos de paz que sustentan la experiencia de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó no solo son no-violentos, por principio (Courtheyn, 2016, pp. 65), sino que hunden sus raíces en sus acciones cotidianas, en una resistencia desde el diario vivir campesino, pues, en palabras de un miembro de la comunidad: “Nosotros, la Comunidad de Paz, tenemos [...] el trabajo comunitario, que es todo. Y el trabajo en grupo. Esos son los compromisos” (Fragmento entrevista en Courtheyn, 2016, pp. 66). En este orden de ideas, los hábitos de paz son todas aquellas acciones realizadas por la comunidad, no únicamente aquellas propias del comunitario semanal y las tareas de los grupos del trabajo, son sus peregrinaciones para conmemorar a sus víctimas, sus prácticas de memoria de sus muertos, su relación con la biosfera, la producción de cultivos de cacao (Courtheyn, 2016, pp. 65-68): sus hábitos de paz corresponden al perseguir de las avispas de un niño. Según una descripción de un acompañante internacional de la jornada de trabajo comunitario semanal de la Comunidad de Paz, retomado y traducido por Courtheyn (2016), en el marco de la reparación de un camino de San José a La Unión realizado por hombres, mujeres y niños de la comunidad, le impresionó una actividad particular, a saber que: “¡había un chico cuyo trabajo específico era perseguir avispas! Tenía un palo, y [un miembro] le echó gasolina y el niño estaba persiguiendo a las avispas [...] y ese era su trabajo específico” (pp. 66). En otras palabras, la forma de vida de los campesinos de la comunidad encarna en cada acción su convicción por lograr una verdadera paz, por una “paz otra” (Courtheyn, 2016), o, como consideramos en el presente texto, una constelación de paz crítica, su denuncia y rechazo al Estado, a los grupos al margen de la ley y, en últimas, al orden mítico del mundo. Ello es muestra de una genuina resistencia a la violencia que aún los azota y los obliga a hacerse una vida propia fuera de ésta; la comunidad se vio obligada a procurarse su propia paz, 90 pues, aunque la autoridad soberana siga intentando dominarlos, su vivir constante implica la manifestación misma de una noción de paz necesariamente crítica 45. 3.3. Idea de paz crítica: experiencias ampliadas y paz crítica como imagen dialéctica Llegados a este punto de la argumentación, consideramos importante identificar en los casos anteriormente expuestos una idea de paz particular, distinta a la idea liberal predominante, en la cual las acciones no-violentas y los hábitos de paz, insertados en una forma de vida pacifista, dan lugar tanto a una recuperación como a una ampliación de la experiencia de la paz. Si bien Benjamin había advertido en su texto de 1933 Experiencia y pobreza la decadencia de la experiencia en la sociedad contemporánea, la idea de paz crítica toma fuerza precisamente como una alternativa a la sobresaturación causada por el poder soberano y el cansancio, producto del actuar de los esquemas de violencia mítica, entendiendo a dicha idea no como una añoranza de una experiencia nueva (2007, pp. 221), sino más bien, como un reaparecer de experiencias que nos liberan de dicho archeon. Precisamente aquí radica el elemento crítico de dicha idea, pues siguiendo lo expuesto por María Inés Grimoldi (2010), la recuperación y el reconocimiento de dichas experiencias surgen como una interrupción o desplazamiento, vinculando el pasado con el presente, ofreciendo una nueva imagen, en esta caso, una nueva imagen de la paz, dando lugar a una dimensión creativa o poiética en la cual “ya no se trata de resguardar el vínculo alienado del sujeto con el mundo, sino que, por el contrario, es en esta segunda acepción donde surge la conciencia y la capacidad crítica del individuo” (pp. 3). Ahora bien, la posibilidad de configurar una constelación de paz crítica tiene como principal objetivo la necesidad fundamental expuesta ya por Benjamin en el Prólogo Epistemocrítico, a saber, la salvación de los fenómenos en la ideas, en este caso En palabras de una integrante de la Comunidad de Paz: “tenemos (…) las alternativas de vivir. [...] Hay una paz en nuestro interior, en nuestro entorno. [...] Si nosotros nos unimos, luchamos, sembramos, trabajamos y tenemos el pancoger diario, ahí va a haber una paz. Una paz, aunque, atacados por el Estado” (Miembro de la comunidad en Courtheyn, 2016, pp. 68) 45 91 particular, el rescate histórico de los fenómenos no-violentos y el rechazo a la violencia mítica en lo que hasta ahora hemos denominado idea de paz crítica. En este orden de ideas, dicho rescate de los fenómenos de otras paces corresponde también necesariamente a la exposición de la idea de una verdadera paz, entendiendo precisamente a ésta no solo como el rescate de unas experiencias y fenómenos puntuales, sino también como una vinculación particular entre el pasado y el presente, donde la paz se manifiesta precisamente como un tipo de imagen particular: una imagen dialéctica. En otras palabras, si entendemos la idea de paz crítica, en cuanto imagen, no solo deja a la luz las contradicciones entre la autoridad soberana y la posibilidad de resistirla, sino también una manera crítica de mirar a la historia, encontrando en las experiencias de los siglos XI al XVII tanto una alternativa a la escatología predominante como una manifestación crítica de resistencia a la violencia mítica a partir de la no-violencia y una forma de vida pacifista. Ahora bien, es imperativo tener en cuenta que las ideas, en su concepto benjaminiano, no existen con una realidad propia, por lo que se hace necesario mostrarlas históricamente como producto de la tensión en la que se manifiestan ellas y, por ende, posibilitar su exposición a la manera de una verdad histórica construida. Dicho esto, entender, como es nuestra propuesta, la idea de paz crítica como imagen dialéctica implica ir más allá de la consideración de esta como un conjunto de casos o experiencias reunidas; es decir, se entiende a dicha imagen como un modo del conocer bajo el cual el tiempo negado, aquellas experiencias anteriormente no reconocidas, se configuran como un impulso dialéctico de un movimiento intensivo, es decir, como “la integración de la vida en la percepción de la actualidad política” (Hillach, 2014, pp. 644). De este modo, la idea de paz crítica que hemos defendido, la entendemos como una praxis constitutiva del tiempo-ahora46, es decir, un acto de toma de conciencia, como es el propio de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, donde 46 Según Jessica Dubow (2007) en este elemento radica la importancia de la imagen dialéctica, pues “como metodología, la imagen dialéctica, en este sentido, es irreductible ya sea a estilo o género, pero implica al presente como actividad” (pp. 834, traducción propia). Se entiende pues dicha praxis constitutiva del tiempo-ahora como la dimensión necesariamente práctica de la imagen dialéctica, haciendo manifiesta que una idea de paz crítica se configuraría teóricamente a partir de un que-hacer material y práctico, ya enunciado en los primeros dos apartados del presente capítulo. 92 se expresa el deseo vivo por cierto tipo de paz, donde en cada acción realizada por los miembros de la comunidad está encarnada una comprensión no-violenta y pacifista de la existencia. En dicho caso, su actuar se configura como el propio de un momento del tiempo decisivo, donde las semejanzas con experiencias de siglos atrás adquieren relevancia y son fundamento para un horizonte esperanzador. Ahora bien, lo dicho anteriormente no garantiza la vigencia de una paz crítica, pues como lo muestra de manera clara Ansgar Hillach: “la imagen dialéctica es, como materia gráfica del autor, antes que nada una imagen en la que la dialéctica se encuentra suspendida de manera inestable y, por cierto, condicionada por una percepción perturbada por algo incierto” (2014, pp. 655). Más aún, ese “algo incierto” corresponde en este caso particular a la posibilidad misma de dicha paz crítica en el contexto contemporáneo de una soberanía caracterizada por su alta sobre-determinación, haciendo imperativo el apoyo a dichos contextos donde los hábitos de paz se consolidan en una eternidad histórica, a saber, los colectivos, pues retomando lo expuesto por Hillach (2014) estos últimos “"habitan" las cosas, en la medida en que al mismo tiempo les dan nombres o resignifican sus nombres previos, dándoles un sentido subversivo” (pp. 658-659). En este sentido, expuesto el significado general de la imagen dialéctica, es necesario exponer, brevemente, su función esencialmente crítica, y por ende, como se configura su operación. En primer lugar, es necesario partir de la idea de que la imagen dialéctica no se encuentra dada en la realidad como objeto, sino que, necesariamente, requiere de una construcción bajo un sentido crítico, es decir, la imagen dialéctica se encuentra en el momento en el que se identifican elementos en tensión de los fenómenos analizados. Para nuestro caso particular, observamos en la Comunidad de Paz de San José de Apartadó una imagen dialéctica en el momento en que comprendemos que sus prácticas se pueden entender como intentos de cambiar la idea de paz liberal mantenida por el Estado, poniendo en cuestión, no solo el orden establecido, sino también, una comprensión oficial de la historia. En segundo lugar, teniendo en cuenta el carácter crítico que podemos otorgarle a las prácticas de esta comunidad, estas, interpretadas aquí como hábitos de paz, entran en una tensión crítica con los elementos de los fenómenos no-violentos, los esquemas míticos de violencia y la pretensión de control 93 absoluto de la vida por el poder soberano en el escenario contemporáneo, configurándose como una oportunidad de resistencia, más no como la erradicación absoluta de la violencia: la tensión dialéctica aquí expuesta queda abierta y no se resuelve, empero, dicho enfrentamiento directo con el orden establecido, es pues, la forma propia de su quehacer crítico y la responsable de su capacidad de resistencia. Dicho esto, es posible considerar que son precisamente los hábitos de paz aquellas acciones que le dan un sentido subversivo y pacifista al que-hacer diario de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, pues en ella identificamos como el colectivo se configura como el sujeto histórico de una subversión dialéctica donde se manifiesta un ejercicio crítico de decisión de una actualidad del pasado reconquistada (Hillach, 2014, pp. 663); precisamente en casos como el de dicha comunidad se manifiesta un florecimiento de fenómenos no-violentos de antaño que han hecho posible una vida y una existencia verdaderamente pacífica. En este sentido, consideramos que en la Comunidad de Paz de San José de Apartadó es posible encontrar en su idea de paz una imagen desiderativa, una imagen bajo la cual buscan tanto superar como transfigurar los esquemas míticos de la violencia, así como del archeon pretendido por el poder soberano, expresando una crítica directa a la inmadurez del producto social y las carencias propias de la vida contemporánea. En palabras de Jessica Dubow (2007), la imagen dialéctica va más allá de una ruptura de la experiencia mental del tiempo, más bien “ impulsa la identidad, el atractivo de la identificación empática, fuera del centro de cualquier forma, y con ella la ilusión de que algo parecido a una continuidad podría existir entre el pensamiento y su objeto, parte y todo, pasado y presente” (pp. 825). Ahora bien, dicha imagen, que tiene a la acción como fundamento, necesariamente implica una tensión dialéctica con otros fenómenos, en nuestro caso particular, con un poder soberano contemporáneo el cual constantemente pretende reducir al ser humano al homo sacer, una situación donde la violencia mítica configura a la paz liberal como la única posible, haciendo manifiesto que la idea de paz crítica entendida tanto como imagen dialéctica, metodología y experiencia, es viable solo en tanto compromiso con lo imposible, como un seguro de la ruptura del continuum de la violencia. 94 En este sentido, la resistencia no-violenta y la configuración de modelos de resistencia propios de una paz crítica en el mundo contemporáneo, así como la desmantelación de la violencia y el ataque a todas sus mistificaciones y fantasmas del poder soberano, implica necesariamente tener en cuenta la pérdida como parte de su proceso (Dubow, 2007, pp. 836), la violencia como un constante a desafiar que amenaza latentemente la vida misma. Dicha idea de paz se muestra como una amenaza directa e imperante al orden soberano establecido, haciendo de su qué-hacer uno posible y necesario, pero no por eso exento de peligro; por lo cual, necesariamente, la idea de paz crítica se muestra como una unidad de dialéctica en suspenso, es decir, como aquella que debe ser percibida con miras de establecer una nueva tarea esencial para el pensamiento, a saber, consolidar en la realidad concreta una verdadera paz: hacer realidad lo que el mundo sueña desde hace mucho, una paz que requiere de un cobrar conciencia para poseerla en realidad47. Más aún, el entender dicha paz crítica como imagen dialéctica implica entender a esta como dialéctica aplicada, una bajo la cual tiene como acerbo todos aquellos fenómenos no-violentos y formas de vida pacifista ya mencionados, siendo las prácticas de los monjes franciscanos en los Siglos XI-XIII, los textos de los dramaturgos alemanes del Trauspiel de los Siglos XV-XVI y la forma de vida de los anabaptistas en los Siglos XVI-XVII, una carga explosiva que hace posible la búsqueda y consolidación de más comunidades de paz crítica como aquella aún (re)existente en San José de Apartadó. La tarea no es otra diferente a la de una penetración dialéctica en contextos pasados y su respectiva capacidad dialéctica para hacerlos presentes, es decir, seguir construyendo una constelación de paz crítica impulsando a la acción, a una forma de vida pacifista que permita el desmantelamiento de la violencia, logrando una creciente integración de la realidad donde todos los fenómenos no-violentos pasados, junto con las formas de vida propias resistentes al poder soberano, puedan lograr un grado de 47 Esta idea marxista, sostenida igualmente por Benjamin, considera que la imagen dialéctica implica necesariamente un despertar, idea la cual estará presente de manera directa en sus reflexiones acerca del surrealismo y posteriormente, en su proyecto inconcluso de Los Pasajes. 95 actualidad superior al propio de su momento de existencia. Siguiendo a Hillach (2014), una verdadera imagen dialéctica es aquella en el cual “el modo en que se adapta a este su propio grado de actualidad superior, determina y produce la imagen por la que y en la que se lo entiende. — Tratar el pasado — o mejor: lo que ha sido- siguiendo un método político, y no histórico, como hasta ahora” (pp. 689). En este contexto, pensar una idea de paz crítica como la ha aquí propuesta a la manera de una imagen dialéctica implica generar una apertura del pasado de los distintos fenómenos de dicha constelación, yendo más allá de una mera enunciación de los casos exitosos hacia una ampliación de la experiencia misma de la paz, es decir, encontrar y proponer modelos de resistencia que puedan complementarse entre sí para hacerle frente a un contexto contemporáneo marcado por una violencia ubicua y una soberanía sobredeterminadora cada vez más omnipresente. En últimas, la constelación de paz crítica entendida como imagen dialéctica adquiere la aptitud para, a través de la movilización de todas las fuerzas de la fantasía, la creación y su influencia en las posibles formas de resistencia, gestar a partir del camino de la recopilación y la diferenciación un proceso simultaneo de búsqueda y consolidación de una verdadera paz, lo cual no se puede hacer sin tener en cuenta un proceso similar sobre la misma historia y la actualidad en la cual se condensa la realidad de la resistencia. De este modo, una constelación de paz crítica es dialéctica en la medida en que, por un lado, abre el pasado, exponiendo nuevos fenómenos de resistencia no-violenta, haciendo accesible dicho pasado, exponiendo los hábitos de paz y su materialización en formas de vida pacifistas, y en ultimas, colocando dichas experiencias en relación con el presente, haciendo posible un proceso fundante de actualidad donde se pueda establecer un despertar crítico de la paz misma. Llegados a este punto, y retomando algunas ideas de Dubow (2007) respecto a la importancia de la imagen dialéctica en la actualidad, es importante mencionar que esta se sustenta solo en la contradicción, además de que su potencial crítico se libera solo cuando sus referentes y sus relaciones son arrancados de su obviedad para convertirse ya no en un modelo histórico explicativo de los principios de la historia social, sino 96 más bien un medio para destruir su apariencia de perpetuidad (pp. 835-836). Es decir, que a pesar de los distintos esfuerzos por desmantelar la violencia, ésta, probablemente, seguirá presente por mucho tiempo, sin embargo, esto no implica que una idea de paz crítica tomada no solo como imagen dialéctica sino como modelo y medio de resistencia, permita interrumpir la apariencia de perpetuidad del mítico continuum de esta. Como metodología, concepto, constelación, y en últimas, como experiencia, la paz crítica queda viable solo en tanto figura como un seguro, como una forma de vida que está en constante riesgo y a su vez en constante construcción, es una apuesta por lo míticamente imposible, es un compromiso con el despojo de la violencia en la historia y el establecimiento de un largo horizonte de resistencia, uno que sea capaz de hacerle justicia al misterio de la paz. Una apuesta por el desmantelamiento de la violencia, no implica contemplar un escenario donde esta deje de existir, sino precisamente, contemplar uno donde existan distintos escenarios, prácticas y hábitos que nos permitan resistir frente a la misma. Nuestro compromiso con una idea de paz crítica nos permitió enfrentar, en una primera instancia, el problema mismo de la concepción de la paz, en general, y de su acepción liberal, en particular, encontrando a través de las reflexiones benjaminianas en torno a este tema a la violencia mítica y el archeon como principales obstáculos para siquiera contemplar una paz formulada desde el Estado moderno, desde una violencia fundadora y fundante. Sin embargo, a pesar de encontrar en la paz liberal una figura de la violencia mítica y uno de las múltiples causas de la ininterrupción de un continuum de la violencia, la esperanza de una paz otra allí afloró, pudiendo encontrar en la misma propuesta benjaminiana un paradigma de la no-violencia, a saber, la huelga general proletaria. Ahora bien, identificar una posibilidad de la noviolencia no asegura del todo la permanencia de una verdadera paz, lo que nos obligó, en segunda instancia, a enfrentarnos a la soberanía moderna desde su fundamento teológico, pues ésta parecía erradicar cualquier alternativa a la violencia mítica, situándonos en un falso escenario schmittiano de decisión entre la anarquía o la soberanía, evitando una verdadera salida al problema. Empero, en el mismo escenario adverso fue posible encontrar salidas, pues a pesar de encontrar en la lectura 97 contemporánea de Agamben una aparente imposibilidad de resistencia frente al poder soberano y una tendencia casi inevitable a la nuda vida, acudiendo al mismo Agamben, conjunto algunas reflexiones de Benjamin y Martel respecto al poder soberano, fue posible identificar en la idea de forma de vida no solo una alternativa a la violencia desde los fenómenos no-violentos y los hábitos de paz, sino también, una posibilidad de desestabilizar al orden soberano mismo. Trazados algunos elementos de dichos objetos, la constelación de una paz otra, de una idea crítica de la paz, comenzaba a tomar forma bajo las tensiones ya expuestas, las cuales hicieron posible, en última instancia, salvar algunos fenómenos de paz y de escenarios de no-violencia en las sociedad contemporáneas, obligándonos a crear un concepto de paz crítica que nos permitiera dividir dichos fenómenos, y de este modo, a través de los hábitos de paz, reconfigurar la experiencia de la paz, entendida ahora como forma de vida. Los casos de la comunidad anabaptista suiza del siglo XVI conjunto a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, aún vigente, nos permitieron construir la paz como imagen en un sentido crítico, encontrando en sus prácticas intentos de cambiar la paz misma a través del cuestionamiento del orden soberano establecido, la cual a su vez, nos permitió comprender de manera crítica la historia. Este ejercicio dialéctico, arduo, constante y por momentos, oscuro, permitió construir dicha idea de paz crítica como imagen dialéctica, como una tensión dialéctica, que si bien queda abierta e irresuelta, nos permiten ver las posibilidades de resistencia que se esconden en dicho aspecto dialéctico: logramos ver las prácticas de manera crítica, haciendo de estas hábitos que aunque no necesariamente sean inmanentes en la vida de las comunidades, nos dan una idea de la paz como hecho, como una realidad más que real, como un compromiso con una idea de paz crítica. Nos encontramos aquí con una constelación que, más allá de construir históricamente la posibilidad de una paz verdadera, nos arroja a un compromiso aún más importante, reconocer, salvaguardar y seguir construyendo dicha paz, haciendo posible identificar en nuestra vida cotidiana un potencial de resistencia, de vida, y en ultimas, de una interrupción momentánea del continuum del violencia, aunque eterna en su espacio: en el espacio de la paz. CONCLUSIÓN. UN COMPROMISO CON Y POR LO IMPOSIBLE: LA PAZ COMO MODO DE EXISTENCIA ¿En qué consiste esta paz hasta ahora no habida, cuya consecución es hoy exigencia del momento, dintel para la continuación de la historia, la paz de la que la suerte del mismo planeta depende? (…) No ha tomado cuerpo la paz como estado permanente ni definitivo. Ha aparecido como empresa utópica. No sabemos los humanos todavía que es la paz una realidad tan real como el hecho de que todos nosotros tenemos un cuerpo con el que nos movemos en el espacio y en el tiempo (…) El estado de paz no puede ser otro que el de la rectificación de una historia tal, de cuya perdición pueden emerger algunas islas, aunque no queden a salvo del todo del arrastre de la guerra, del arrastre de esa guerra que cada hombre lleva dentro de sí. María Zambrano – La educación para la paz. Llegados a este punto, no solo hemos enfrentado a los fantasmas del poder soberano, sus esquemas míticos de violencia y su gobierno casi absoluto en lo que compone nuestra realidad misma, sino también hemos navegado en el profundo mar de la imposibilidad, de la sobre-determinación, de la nuda vida y del aparente inescapable fracaso. Sin embargo, una constelación de paz crítica no es otra cosa que un mapa, bosquejado de manera apresurada, donde se identifican algunas de esas pequeñas islas que situadas en las antípodas de la violencia y a la vez bajo la amenaza constante del poder soberano, logran emerger, dando lugar a una realidad otra, más que real; la realidad de la paz. Ahora bien, como ya se dijo anteriormente, la apuesta por la creación de una constelación propia de una paz crítica es apenas el comienzo, pues más que asegurar dicha paz, esta impone retos, compromisos y dificultades, partiendo del supuesto de que cada una de estas islas de esperanza esta al constante arrastre de la guerra, de la violencia y del poder soberano. Aún más, continuar con la tarea infinita de su investigación no es más que una de las múltiples acciones para que estas se mantengan a flote. En otros términos, pensar de manera crítica el nuevo concepto de paz aquí expuesto no implica, únicamente, una empresa heroica por el descubrimiento de nuevas islas, sino también, explorar las ya encontradas, sus yacimientos de resistencia, conjunto a sus depredadores incansables y los barcos reales que pretendan 99 su extinción. Frente a la primera isla, a saber, la propia de la posibilidad de los fenómenos no-violentos, ya sean de antaño o propios de las sociedad contemporáneas, y su posibilidad en el contexto propio de la soberanía contemporánea, nos enfrentamos a dos retos importantes. Por un lado, el riesgo de considerar dichos fenómenos no-violentos de modo desarticulado de unos hábitos de paz y la forma de vida que estos exigen, nos puede llevar a entender la paz precisamente como un imposible propio de la dimensión divina, donde nuestras acciones en contra de los esquemas de violencia mítica sean entendidos como un anarquismo, como un ir en contra de dichos fantasmas como el Estado moderno y su idea liberal de paz, más no como una construcción constante y ardua de una paz, que no solamente es real, sino viviente. En este punto, es necesario sepáranos de la visión de de James Martel (2012; 2015), donde, pesar de ser sumamente útil para identificar el problema de la violencia mítica y su articulación con el poder soberano y una escatología política imperante, considera a la paz únicamente como utopía en un contexto donde impera la violencia y se postula la paz exclusivamente como tarea propia de la voluntad divina cuando la soberanía misma sea levantada de la esfera humana y retorne a Dios (2012, pp. 115). En otras palabras, lo que Martel (2015) denomina “la vida anarquista que ya vivimos” no corresponde a otras cosa que precisamente a la comprensión de la paz como una realidad más que real, pretendida en el presente texto, permitiendo considerar que el desmantelamiento de la violencia necesariamente implica la destrucción de su exposición como una unidad inevitable, en este caso particular, de la soberanía como un continuum eterno, infinito e incapaz de interrupción, idea aquí fuertemente criticada. Aún más, se hace importante pensar que retos impone el concepto de paz crítica a la concepción de la soberanía moderna, sin que esto implique ignorar todos los problemas que su situación contemporánea conlleva. Por el otro lado, se erige un riesgo relacionado con el anterior y es precisamente la creencia de que los escenarios no-violentos y los hábitos de paz, si bien se deben dar al límite del Estado moderno como figura del poder soberano, conjunto a sus diversos 100 esquemas míticos de violencia, dependen necesariamente de la erradicación del Estado y la soberanía para poder existir de manera real. Si bien este tipo de consideración va de la mano con el razonamiento “anarquista” propuesto por J. Martel, el cual desconoce la existencia misma de los fenómenos de la paz crítica aquí ya expuestos, plantea una cuestión interesante y es precisamente la que versa sobre la posible relación [dialéctica] entre una paz crítica y la permanencia de la violencia bajo la forma del Estado moderno, el sistema jurídico y el archeon mismo que este encarna. Valdría la pena investigar, partiendo del supuesto de que el éxito de una idea crítica de la paz mantenida por las comunidades no depende de las transformaciones en los sistemas jurídicos que ejercen control y violencia sobre ellas, sí es posible que el poder soberano, conjunto al archeon, reduzcan los repertorios que le dan razón a su poder. Es decir, cuestionar si aquellos esquemas pueden procurar una reducción de la violencia, intentado generar un cierto “respeto” por esos territorios donde precisamente se les cuestiona; abandonando su excepción y reconociendo en la paz crítica una excepción legítima aunque problemática para su existencia. De algún modo esto, si bien implica desconocer la posibilidad de que el Estado moderno se proponga incluso una paz crítica y sea el responsable de su éxito, genera la necesidad de la pregunta por un archeon que no encuentra ya su poder en el exacerbación de la violencia, sino en la reducción de la misma. Finalmente, es posible considerar que el trazo de la presente constelación deja otra gran isla, expuesta ya en el tercer capítulo, que no solo debe ser protegida sino también explorada, inquietud que parte principalmente a partir de la consideración de la paz crítica como imagen dialéctica. En este sentido, y teniendo en cuenta que la paz crítica debe articularse con una forma de vida pacifista, con un modo de ser, con un “estado de paz” que compromete tanto la existencia individual como la colectiva, es esencial reconocer la importancia que tiene la dimensión creativa o poiética, y en últimas, una dimensión estética de la paz misma, pues de esta depende el surgimiento de la conciencia y la capacidad crítica de la persona comprometida con el desmantelamiento de la violencia. Criticar la idea del continuum de violencia y del poder soberano que la da vigencia como necesario, implica a su vez superar la dicotomía moderna entre 101 paz liberal y violencia, y por ende, la alienación que esta idea genera en la percepción misma de la paz, lo que impone dar cuenta del posible fetichismo que existe en la consideración de la paz como mercancía 48 que, de cierto modo, fundamenta y reactiva los poderes míticos del archeon en fantasmagorías como el Estado moderno y la paz liberal configurada por este. En este sentido, ampliar la experiencia de la paz implica a su vez ampliar la percepción misma de la realidad, de los hábitos mismos que le dan fundamento a una forma de vida pacifista, y en últimas, hacen posible despertar del sueño colectivo de la inevitabilidad de la violencia y de este modo, a partir de la experiencia, cuestionar la percepción general de la vivencia cotidiana y las posibilidades de acción permitiéndonos así asumir un compromiso con y por lo imposible: un compromiso con una verdadera paz. 48 No es del todo gratuito que uno de los textos centrales de Walter Benjamin empleados en la presente investigación, a saber, el manuscrito no-publicado La mercancía de la paz. Crítica a Fritz von Unruh’s Alas de Nike, se identifique a la paz liberal, en la que devino la idea kantiana de la paz perpetua, propiamente como una mercancía. Aún más, se considera a este tipo de paz como una de las pocas mercancías exportadas en la bancarrota espiritual de la Alemania de inicios del siglo XX, lo que sugiere la necesidad de un análisis más minucioso de la idea de paz crítica desde los postulados propios de la crítica de la mercancía conjunto a su dimensión estética desarrollada por el propio Benjamin en la obras de Los Pasajes. BIBLIOGRAFÍA Bibliografía primaria Agamben, G. (2006). Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. I. (Trad. Antonio Gimeno Cuspinera). Ed. Pre-Textos. Valencia. Agamben, G. (2013). Altísima pobreza. Reglas monásticas y forma de vida. Homo Sacer, IV, I. (Trad. Flavia Costa y María Teresa D’Meza). Ed. Adriana Hidalgo. Buenos Aires. Benjamin, W. (1995). Para una crítica de la violencia. (Trad. Héctor A. Murena). Ed. Leviatán. Buenos Aires. Benjamin, W. (2005). Libro de los pasajes. (Trad. Luis Fernández Castañeda, Isidro Herrera y Fernando Guerrero). Ed. Akal. Madrid. Benjamin, W. (2006). 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