Viaje a Rusia literaria y desconocida (agosto 2009). He aceptado gustosa el encargo de hacer esta crónica de este viaje por un motivo fundamental, el de dar cuenta de la estupenda experiencia de convivencia amistosa que durante ese viaje se creó. Desde el primer momento se produjo entre los miembros del grupo un clima de buen entendimiento, aprecio mutuo, sentido del humor compartido, curiosidad y admiración por las actividades y circunstancias personales de unos y otros... “Éramos un grupo tan apegado que comprobamos que la unión hace la fuerza, por lo que de este viaje volvimos todos mucho más fuertes” me decía sentenciosa nuestra compañera Graciela. El grupo era perfecto por el número, doce en total, diez curiosos viajeros y nuestra pareja dirigente, Gala y Gerardo. De los diez, tres matrimonios y cuatro mujeres. En cuanto a su vinculación con “Estudio”: tres ex-alumnos, tres antiguos profesores, una pareja padres de alumno, otros sin ninguna relación directa con el colegio. ¿Cabe atribuir la buena sintonía surgida en este grupo a eso que en tiempos se llamaba, no sin cierta sorna, “el espíritu de Estudio”? No sé...Sí que es verdad que durante los largos recorridos en autobús por los bosques y llanuras rusas cantábamos entusiasmados las canciones del Auto. El viaje fue un éxito rotundo, el itinerario bien pensado y planeado por nuestros expertos guías, que previamente nos habían orientado con lecturas preparatorias sobre la historia y la cultura rusas. El baile de Natasha, libro imprescindible, especialmente aconsejado por Gerardo, nos dio mucho que hablar. No se ve, por ejemplo, con los mismos ojos Yasnaya Polyana, la casona de Tolstoi, después de haberlo leído. Asimismo nos fue de gran ayuda un utilísimo y pulcro cuadernillo confeccionado por Galyna Lazaryeva & Gerardo Guinea con informaciones de muy diverso orden, sobre aspectos políticos, geográficos, artísticos, económicos e históricos de Rusia, con referencias a los hechos y circunstancias contemporáneos de nuestra historia, así como con oportunas indicaciones prácticas. En la presentación de esta personalizada guía declaraban los autores, con humor, su deuda con la familia Google, pero es bien evidente que sólo la dilatada experiencia, los amplios conocimientos y el buen sentido de ambos estaban detrás. El recorrido lo realizamos en diversos medios de transporte: avión, autobuses, trenes, incluso paseos en barco... lo cual favoreció el conocimiento de la vida rusa y enriqueció las perspectivas. 1 No sólo visitamos museos, monasterios, iglesias, fortalezas, palacios... de altísimo interés turístico, tuvimos además experiencias excepcionales, al margen del turismo convencional. De notable interés fue una escapada que hicimos unos cuantos, guiados por una de nuestras compañeras, bien informada, al Narkomfin, interesante edificio moscovita, modelo del constructivismo ruso de finales de los años veinte, realizado con el objetivo de que la vida de sus ocupantes fuera acorde con el ideario socialista, y que en la actualidad, por los avatares de las luchas ideológicas y los consecuentes cerrilismos, se encuentra en el más lamentable abandono. Otra vivencia impagable, sólo posible por haber sido conducidos por una natural del lugar – una encantadora profesora de francés amiga de Gala -, fue la visita a un barrio popular de San Petersburgo; entramos en un patio de viviendas, e incluso en el interior de una de ellas, lo cual nos permitió ver de cerca la vida cotidiana de aquellos cordiales vecinos. Inolvidable fue la comida en un restaurante de carretera, ya próximo a San Petersburgo, que había abierto poco antes una amiga de Gala. El personal salió en grupo a esperarnos con bandejas de vasos de vodka que, entre risas, nos echamos al coleto de un trago, a la usanza de allá; varios repitieron hasta dos, tres, cuatro...qué sé yo… animados por la envolvente música del acordeón. Tras la opípara comida la animación creció, la alegría y exaltación del acordeonista eran cada vez más contagiosas, y en un cierto momento se produjo en nuestro colectivo hispano algo semejante al impulso que removió los sentimientos populares de la condesita de Guerra y Paz: todos salimos a bailar al ritmo de los pegadizos sones de las típicas melodías rusas. En un viaje de dos semanas siempre hay anécdotas divertidas. Yo recuerdo dos, de manera especial. 1) Tras una noche de tren, procedentes de Moscú, llegamos por la mañana a Novgorod – ciudad monumental, la más antigua de Rusia –. Cuando nos reunimos en el andén y comprobamos que nos faltaba una pareja, vimos desconcertados como el tren continuaba su marcha para encerrar en la cochera - eso lo supimos luego –, llevándose a nuestros compañeros que se habían quedado dormidos. Sólo tras alguna gestión los pudimos rescatar; llegaban asustados, avergonzados, somnolientos... Nos contaron su susto y las dificultades para entenderse con los empleados. Ni qué decir tiene que el incidente fue motivo de risas durante varios días. 2) En el trayecto que recorrimos en autobús entre la ciudad septentrional de Pskov, donde habíamos visitado su Kremlin de cinco murallas, y San Petersburgo, el conductor 2 se perdió por carreteras solitarias, sin indicación ninguna; cuando tras kilómetros y kilómetros, entre bosques, sin rastro de vida humana, nos topábamos alborozados con algún caminante o conductor de otro vehículo, al ser interpelado por el nuestro o por la guía, se manifestaban igualmente despistados y desconocedores del terreno. (Parece que esto no es insólito en aquellas tierras). Según iban transcurriendo las horas e íbamos sintiéndonos más hambrientos e inquietos, el ambiente fue haciéndose progresivamente menos festivo, las bromas más escasas y de tono más cáustico o desesperado, pero no perdimos la compostura... Cuando por fin llegamos al destino, todos estuvimos de acuerdo en que fue una suerte inmensa el habernos perdido, gracias a ello vimos todos aquellos paisajes bellísimos e ignorados de la Rusia profunda. He prescindido en estos breves apuntes personales de hablar de cosas famosas como la impresionante Plaza Roja de Moscú, a la que inevitablemente desembocábamos en nuestros paseos por la ciudad, o de la belleza y elegancia de las calles y canales de San Petersburgo, o de otros destinos menos consabidos pero interesantísimos, como Izborsk del siglo XI o el monasterio de Pechory del XV... El objetivo de mi “crónica” no es - ya lo he dicho – más que ofrecer a los lectores de Cuadernos de ADANAE una visión impresionista del viaje, del ambiente amistoso y cordial que en él se creó, favorecido y estimulado, naturalmente, por la belleza y el interés de los lugares visitados. Milagro Laín (promoción 1952) 3