Impresiones y recuerdos de mi viaje a Rusia en Agosto 2008 por Cristina Molina Tras dos años de mi viaje a Rusia promovido por ADANAE, viaje tan deseado, queda la esencia, las emociones, los momentos divertidos y llenos de sorpresas…Recuerdos a veces sin mucho rigor histórico de fechas o de nombres, pero un fascinante encuentro con Rusia y su cultura. Madrid, Moscú el Hotel Kosmos, turistas de todo el mundo entrecruzándose en el gran hall (en sí mismo un espectáculo) bellísimas bailarinas promocionando su actuación vespertina. Las mujeres rusas son tan hermosas (pelo rubio, ojos tristes y agresivos a la vez, de un sinfín de azules) piernas de vértigo formadas como bailarinas. El Metro de Moscú, enorme, con pasillos de mármol y lámparas propias de teatro de ópera, los vagones repletos de gente trabajadora, todo un movimiento tan rápido, cada minuto (es la frecuencia de los trenes) se abrían y cerraban sus puertas…Todo era magnífico, la Plaza Roja con su centenarias murallas, la Iglesia de San Basilio, Nª Sra. de Kazán, el inigualable edificio de los grandes almacenes GUM, de finales del siglo XIX. Y el suelo de la plaza reluciente tras el chaparrón caído. En las iglesias, al oír el coro de voces masculinas, de pronto el llanto fue incontenible. Otro día…los jardines y la casa de Tolstoi, con sus abedules plateados que me atrajeron a uno de sus troncos para abrazarlo. El museo de Pushkin, la Galería Tetriakov, del millonario que coleccionó centenares de cuadros de pintura exclusivamente rusa… La noche en el tren a San Petersburgo con la asistenta del coche, una ”matrioshka” enorme uniformada que nos despertó en la cabina con un desayuno muy ruso (“blinis”, especie de pancakes, con caviar rojo, té negro en vaso de cristal en recipiente metálico, tallado, precioso, y…una botellita de vodka inmejorable, que ponía en marcha el motor energético para todo el día. En San Petersburgo nos alojamos en un hotel más íntimo. Viajamos por los canales de la ciudad recorriendo, a sus orillas, los grandiosos edificios rodeados de árboles, castaños, robles, abedules. Una inmensa riqueza forestal propiciada por su clima húmedo. El museo del Ermitazh resulta imposible relatarlo con calma, hubiera hecho falta visitarlo durante, al menos, una semana. Pero lo que pude contemplar en sus dos visitas no podía ser más interesante. El Palacio de Catalina la Grande, en Pushkin, a 20 kilómetros de San Petersburgo, con su esplendor de azules y oros, quizás excesivamente francés, casi abrumador. Un bellísimo parque rodea el Palacio. Bandas de música recibiendo a los turistas, numerosísimos. En el palacio Nikolayevsky, antigua demora noble, donde más tarde Lenin fundara sus sindicatos, un espectáculo de bailes y canciones del folklore ruso más tradicional. La visita a Novgorod, con el parque que alberga las casas de arquitectura de madera de varias generaciones, traídas de todas partes de Rusia, visita en la que nos acompañó un tiempo magnífico. Fueron dos semanas tan ricas en contenido que, aún ahora en la distancia, continúan emocionándome y enriqueciéndome. Me sentí cuidada y motivada por el grupo (éramos 12 personas) y, sobre todo, por los organizadores, Galyna y Gerardo, que en todo momento se sintieron disponibles y cariñosos. Cristina Molina (promoción 53)