Antonio Gianelli y la actualidad de su mensaje ¿Qué nos dice hoy a nosotros, cristianos del siglo XXI, un Santo del siglo XVIII? Una aclaración: A los Santos hay que imitarlos en “la santidad de su vida” y no en la forma en que ellos vivieron su camino de encuentro con el Señor, o el método con el que ejercieron su apostolado. No se trata de vivir o hacer como vivía o actuaba Antonio Gianelli, sino preguntarnos ¿cómo encararía hoy, la evangelización en nuestra realidad concreta de Iglesia, de país, de familia, con los problemas concretos y con las posibilidades reales con las que contamos? Los santos no son para copiar, sino para tenerlos como “paradigma” a partir del cual conjugar la vida, el apostolado, la santidad. P. Laín Entralgo escribe: “El santo es un hombre cuya vida debería quitarnos el sueño, el sueño del cuerpo, pero fundamentalmente el sueño del alma”. Pero para sufrir este saludable “insomnio”, es necesario acercarse a los santos, en nuestro caso a Gianelli, no por una mera curiosidad histórica, sino más bien como a un paradigma de vida cristiana, apostólica, misionera, santa. Un acercamiento para buscar inspiración, una aproximación para beber su espíritu. Antonio Gianelli tiene algunas sugerencias interesantes para hacer, al que quiera escucharlo. El es una obra maestra del Espíritu, como lo son todos los santos. Y es necesaria la clave de lectura para entenderlo en su actuar y en sus expresiones. El momento histórico que vivió, forjó su personalidad en lo humano y en lo espiritual. Por intuición y por carisma, encontró el camino para evangelizar la porción de Iglesia que tenía en sus manos. Y ante el mundo nuevo nacido de la Revolución francesa, y en medio de una sociedad convulsionada y confundida, desarrolló sus estrategias pastorales, sin perder de vista el Evangelio. Puso en juego su vida, sin medir esfuerzos, porque la causa por la que luchaba era grande. Nos dejó como herencia la pasión por Dios y por el hombre. El “cromosoma místico”, la pasión apostólica y misionera, modeló su existencia desde muy temprana edad y murió prematuramente, devorado por el fuego que nunca se apagó en su vida. Se identificó con la misión e hizo de ella la esencia de su sacerdocio, hasta el punto de decir que, no tener espíritu de misión era no tener vocación para el sacerdocio. Cristo lo fascinó, lo apasionó y no hubo nada que lo hiciera volver atrás. Sólo así se explica que, en pocos años, realizó tantas expediciones misioneras y recorrió cada rincón de su Parroquia y de su Diócesis. Con originalidad creó modalidades nuevas, y hasta originales, para llegar al mayor número de personas. Usó los todos medios a su alcance y de su tiempo, para lograr sus objetivos. Cuando organizaba una misión, el mismo ofrecía los caballos, el carruaje, buscaba y elegía los lugares para que los misioneros pudieran descansar. Se ocupaba hasta de los últimos detalles. Formó equipos de misioneros que recorrían palmo a palmo, el territorio de la Diócesis y hacían misiones en otras, a pedido de los Obispos. Gianelli da cuenta de esto en una de sus cartas: “... yo he seguido hasta ahora y sigo tomando alguna parte en las Sagradas misiones y dirigiendo a veces los ejercicios espirituales al clero, no sólo en mi Diócesis, sino a menudo también en las Diócesis vecinas y empleo en ello unas veces veinte días, otras un mes, y alguna que otra dos. El fin, aparte del ordinario del bien de las misiones, es también el de animar, ayudar y dar asentamiento a dichas congregaciones y prestar alguna ayuda a mis hermanos Obispos que por salud, edad o extensión de sus Diócesis andan necesitados, mientras que yo gozo de salud, tengo una edad mediana (54 años) y tengo una Diócesis de 49 Parroquias, en todas las cuales se ha dado la misión... “1 Gianelli establecía y consolidaba las comunidades cristianas en puntos estratégicos para que fueran otros tantos focos de irradiación del mensaje evangélico… Animaba a todos a hacerse santos, porque esa es la vocación que todos recibimos con el bautismo y es posible ser santos porque Dios quiere que todos lo seamos y todos podemos si queremos. 1 GIANELLI, Antonio, Carta nº 258,p 135-136, vol. II. Para Gianelli, ser santo no era una opción facultativa o un don para algunos pocos elegidos. Es “una obligación para todos; y si estamos obligados a ser santos es necesario que lo queramos y nos lo propongamos en serio”, predicaba a sus feligreses. El Santo, con los medios a su alcance y de su tiempo, fue un excelente comunicador. Escribió infinidad de cartas de todo tipo y estilo. Escribió cartas a Reyes, Obispos, Sacerdotes, amigos… a los responsables de las Comunidades por él visitadas y a todos sus parroquianos, para alentarlos, informar, catequizar, corregir y mantener la comunión y, como podremos ver, en muchas de ellas, pedía oraciones por sus proyectos y “una mano” para seguir adelante. Las Cartas Pastorales, escritas en diversas circunstancias, durante su episcopado, son documentos valiosos para conocer el pensamiento del Santo. Las cartas personales manifiestan su alma, su espíritu, sus aspiraciones, sus preocupaciones, sus enojos, sus alegrías y sus sentimientos de hombre, de cristiano, de padre y de santo. Como respuesta a su pasión interior, preparó numerosos colaboradores – hombres y mujeres - que aseguraran la difusión del Evangelio y la continuidad de la fe en Jesús. Fundó los Oblatos de San Alfonso en Bobbio, los Misioneros de San Alfonso, y las Hijas de María Santísima del Huerto, en Chiávari. Esta Congregación femenina, la única que sobrevivió al Santo, tiene como legado fundacional, trasmitir el espíritu, el estilo, y el carisma de este “gran Obispo de una Pequeña Diócesis”, como lo definió el último de sus biógrafos. Antonio Gianelli, en su ministerio, tenía una preocupación casi obsesiva: no le interesaba hacer conocer una doctrina, sino comunicar la persona de Cristo que lo había llamado y seducido y que, por este motivo, había llegado a ser la razón misma de su existencia. Gianelli podía afirmar con el mismo énfasis que Pablo: "Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia". Su inspiración es el Buen Pastor del Evangelio: “Dios me manda como vuestro Pastor. Se me encomienda, se me encarece e intima la elección de las praderas y de los pastos. Se me intima la guardia, el cuidado, la salud el rebaño. Ay si por descuido mío o por somnolencia mía, por mi pereza o por mi pusilanimidad, una sola de las ovejas que me son encomendadas, acabara faltándome, acabara pereciendo. Se me declarará un mercenario, un traidor, un asesino, un bribón. No puedo ser bueno si no estoy dispuesto a morir por vosotros y por cada uno de vosotros. El Buen Pastor del Evangelio es mi único modelor...”2 Si San Antonio Gianelli viviera hoy, seguiría ardiendo con la misma llama, con el mismo fuego, con la misma pasión, y el mismo celo por Jesucristo, único Salvador del mundo. Cuando misionaba por los pueblos, no se limitaba a dar una charla ocasional, sino que se quedaba todo el tiempo que duraba la misión; preparaba colaboradores: buscaba consenso, intentaba persuadir. Fundamentalmente buscaba, con su predicación, su ejemplo, sus consejos y su oración, convertir a sus oyentes, unirlos a Cristo, llevarlos a una vida plenamente cristiana. Y se marchaba rogando a Dios que su gente perseverara en la enseñanza recibida. Dejaba misioneros itinerantes para que visitaran asiduamente esos lugares donde se había tenido la misión, instruía a los sacerdotes para que continuaran su obra; regresaba a menudo con su palabra y con sus cartas; solicitaba noticias, permanecía espiritualmente unido a ellos y oraba por cada uno de ellos. Se sentía enviado, padre de las almas y estaba dispuesto a entregar su vida por ellas. Lo demuestra claramente en oportunidad del cólera en Chiavari, cuando se ofrece por su pueblo y cuando al término de la procesión de penitencia exclamó: “Castiga al Pastor pero salva al rebaño”. Por intuición y por carisma, descubrió, ya en su tiempo, lo que descubriría la Iglesia un siglo más tarde: la incorporación de los laicos a la Iglesia y a las tareas evangelizadoras. En Bobbio, para la preparación y realización de los Sínodos, convocó a todo el Pueblo de Dios y lo instó a participar activamente en su realización, aportando ideas, sugerencias,... 2 GIANELLI, Antonio, Cartas Pastorales, p. 25. Junto con su pasión misionera, nuestro santo nos dejó como legado la devoción mariana. Recomendaba siempre al finalizar las misiones y en sus homilías, el recurso confiado a María como a “la más tierna de las madres….” Con una increíble espontaneidad fundó asociaciones laicales. Se hizo presente y colaboró personal y económicamente a favor de los afectados por las pestes que masacraban los pueblos. Y para asegurar la evangelización, revitalizó los seminarios y emprendió la renovación del Clero. No había tarea o necesidad que no afrontara con coraje y para cada caso tenía alguna respuesta oportuna. El sentido de Dios y la intuición del Espíritu lo llevó a vivir lo que dejó después como legado a sus seguidores: el CARISMA DE LA CARIDAD EVANGELICA VIGILANTE. ¿A qué invita hoy Gianelli a sus seguidores? Fundamentalmente a ser cristianos, que es lo mismo que ser apóstoles y santos. Todo cristiano huertano gianellino tiene la vocación explícita de evangelizar, donde está y como puede. Tiene que evangelizar: anunciar a un Dios al que llamamos Padre o a un Padre al que llamamos Dios. Todo lo demás sobra por interesante que parezca, o por lo menos sobra como cuestión prioritaria para la vida cristiana y para el apostolado. Gianelli sabe que cuando no existe la pasión y cuando la misión no inquieta el corazón, todo se aplana y destiñe miserablemente y pierde calor y color. Y quiere a sus seguidores, con el fuego de la pasión encendido: “... quien tiene poco celo en su casa, quien es frío, quien es lánguido, quien es indiferente en su casa, así es también o algo más en misión, y muy a menudo, en vez de cooperar a la conversión de las almas, coopera a estropear la misma misión. Encendamos, pues, en nosotros el verdadero anhelo de la divina gloria y de la salvación de las almas y entonces seremos verdaderos, celosos, activos misioneros”3 Siempre recomendó estar presentes en toda realidad de sufrimiento y de ignorancia. Por esto, enseñar en la universidad o escribir en un periódico, o predicar la Palabra o escribir una carta...era para el Santo, una oportunidad para evangelizar. Dejó escrito que cada persona, cada alumno, cada enfermo, cada prójimo encontrado en el camino, es una responsabilidad ineludible que el Señor pone en el camino del cristiano. Y en quererlos a todos con todo el corazón y con toda la inteligencia, radica el mejor ejercicio del apostolado y de la vocación cristiana. Por todas estas razones, un hombre de humilde origen, sacerdote, Obispo, Santo, Fundador, quedó entronizado en el corazón de muchos, como dice el Padre Dasso en el Elogio fúnebre de Gianelli: “... mi corazón lo amó en todo tiempo, con una mezcla de reverencia, de veneración y de filial ternura; lo amó en un principio yo diré casi por fuerza, y como prendido de aquel su celo ilimitado, infatigable y santo en Dios, al que servía; lo amó luego al verlo desplegado en mil pruebas de caridad, de fortaleza, de oposiciones, de angustias; y lo amó al fin, en cierto modo, por fascinación; pues una virtud superior tiene ella también su fascinación, intensamente sentida, arcanamente imperiosa, invencible... lo amó porque fue sencillamente bueno y misericordioso....”4 GIANELLI VIVE! Hoy cuando la Iglesia ha llegado a formular, con plena conciencia, que la evangelización es su esencia profunda y su necesidad más urgente, desde el CARISMA de la CARIDAD EVANGELICA VIGIANTE, los laicos gianellinos están llamados a estar presentes en el corazón y en la punta misma del camino de la comunidad humana hacia el Reino. 3 GIANELLI, Antonio, Carta nº 249, p. 118-119, vol. II. 4 GIANELLI, Antonio, Cartas Pastorales, p. 255-258.