Documento 33043

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Fedón, uno de los diálogos escritos por el universal sabio griego Platón, basa su acción en el filósofo Sócrates
(maestro de Platón), quién ha sido condenado a muerte por la polis de Atenas. En sus últimos días sus
discípulos y amigos se han reunido para visitarlo y hacerle compañía. Pero ésta será la última vez, pues la
hora de muerte ya ha sido fijada, y será esa misma noche. Así los amigos, perturbados y tristes, entran a la
celda dispuestos a apoyar a su desgraciado amigo, pero su sorpresa no puede ser mayor al encontrar a su
maestro radiante y absolutamente feliz. Entonces Sócrates les explica el porqué de su estado, hablándoles
sobre su seguridad de la existencia de una vida después de la vida, que será eterna y mejor. Comienza de esta
forma una discusión acerca de la preexistencia e inmortalidad del alma, donde los discípulos plantean sus
dudas y teorías, y Sócrates aclara en forma maestra todo cuanto se le consulta.
En un principio les habla de por qué lo incorrecto del suicidio, argumentando que si los dioses son los que
cuidan y poseen a los seres humanos, lo correcto es que éstos decidan cuándo ellos deben morir; y lo que
sucede cuando uno de ellos se da muerte a sí mismo: los dioses se enojarán con él y le darán algún castigo que
le aplicarían como pena. Después de esto explica en forma más extensa el porqué de su felicidad y ansias
frente a la muerte que se le aproxima, exponiendo que como filósofo llevó una existencia en lo posible en
participación con el alma, y separado del cuerpo, pues la única forma de alcanzar la sabiduría es a través de
los ojos del alma, mientras que el cuerpo y su ruindad nos aleja cada vez más de esta. Por eso, Sócrates afirma
haber renunciado (dentro de lo posible) a los placeres del cuerpo, anulando así los sentidos, única forma de
obtener los verdaderos conocimientos (a través del alma pura). Entonces explica que si luchó siempre por
alejar su alma de su cuerpo, ¿por qué temerle a la muerte, que es donde esta separación deseada se da por
completo y donde se conoce al fin la sabiduría y la realidad en su totalidad?. No sería lógico. Las virtudes, por
su parte, van de la mano de la sabiduría, por lo que el filósofo, quien más se acercó a ésta, es quien en cierto
grado las experimentó más vívidamente.
Luego toman la batuta Cebes y Simias, que comienzan a plantearle sus dudas frente a la preexistencia e
inmortalidad del alma. Así, tras contar un breve y antiguo relato sobre el Hades como residencia de las almas
después de la vida terrena, y de donde volverán para vivir nuevamente; plantea el supuesto de que "todo nace
de su contrario". De esta forma, lo mayor nace de lo menor, lo fuerte de lo débil y la muerte de la vida; y
viceversa, como avanzando en un movimiento circular. De no darse esto,sino que este proceso fuera
rectilíneo, todo concluiría por estar muerto y nada viviría. Por esto es necesario el Hades, lugar al que van las
almas tras separarse del cuerpo para volver, mas tarde, a nacer.
Después, Sócrates comienza a desarrollar otro argumento sobre la inmortalidad del alma, que consiste en que
"aprender no es otra cosa que recordar algún conocimiento pasado". De este modo el aprender se basa en la
semejanza, pues al presentársenos algo (igualdad), lo comparamos con alguna idea que guardamos en la
mente y que entonces se nos viene a la memoria y que es necesario conocerlo de antes (igual en sí), y que nos
parece superior a la igualdad. Estos conocimientos fueron adquiridos antes de nacer, y al nacer los olvidamos
para luego ir "recordándolos" en el transcurso de nuestra vida. Por eso es necesario que el alma exista antes
del nacimiento, pues es cuando adquirimos estos conocimientos.
De este modo Sócrates dejó en claro a sus fieles amigos la preexistencia del alma; pero aún quedaba un
aspecto de sus incógnitas sin explicación: la inmortalidad de ésta.
El primer argumento respecto a esto se refiere a que existen dos clases de seres, visibles e invisibles. Del
mismo modo, el hombre está formado por estos dos tipos, siendo lo visible (y cambiante) el cuerpo, y lo
invisible (e idéntico) el alma. Por esto, el alma es semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme,
indisoluble y siempre idéntico a sí mismo. El cuerpo en tanto es semejante a lo humano, mortal, multiforme,
irracional, soluble y nunca idéntico a sí mismo. Por eso el cuerpo tiende a disolverse tras la muerte, y el alma
a continuar; y por eso también el alma es equivalente con aquello inmaterial e invisible, que se mantiene igual
y puede ser percibida solo por el pensamiento alejado de lo corporal. Entonces afirma que dependiendo del
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comportamiento en la vida terrenal, las almas recibirán una nueva vida; por lo tanto solo las almas puras, las
de los amantes del saber, pueden participar de lo divino, solo ellas se lo "merecen".
Sin embargo, las dudas aún persisten, y Simias compara el alma con una armonía, por las características
incorpórea, invisible, bella y divina. El cuerpo sería la lira. Plantea que el alma es una combinación y armonía
de los diversos factores existentes en el cuerpo; y que por lo tanto en la muerte, ésta muere primero. Luego
toma la palabra Cebes y plantea que el alma, tras pasar por múltiples cuerpos, se agota y concluya finalmente
pereciendo en una de aquellas muertes, la última.
Sócrates, sereno y pensativo, se prepara para responder estas preguntas. A Simias aclara primero que el alma
es algo superior y más divino que la armonía, porque mientras la armonía sigue a la lira, es el alma la que
conduce al cuerpo. Además, el alma es bella y divina, buena y grande por sí misma, por ser inmortal, y es el
cuerpo quien participa de la belleza del alma.
Entonces se dirige a Cebes, y le explica que el alma es inmortal e imperecedera. Plantea la idea que los
contrarios en sí no se aceptan, sino que al venírsele a uno su contrario, perece o se retira. De este modo la
vida, al venírsele la muerte, no la acepta. En el caso del alma, ésta no acepta la muerte ya que ésta se opone a
lo que ella siempre lleva, que es la vida (por eso es inmortal). Así, cuando al ser humano le sobreviene la
muerte, lo mortal en él muere, y lo inmortal en él se aleja cediendo el lugar a la muerte (alma imperecedera).
Tras terminar estas sabias respuestas, Sócrates corona lo expuesto contando y hablando de la creencia
mitológica griega de lo que sucede tras la muerte a las almas, que van a un nuevo mundo, extraño, donde las
almas puras disfrutarán, mientras que aquellas que no se lo merecen sufrirán; pero todos volverán, excepto
aquellos que se han purificado suficiente a través de la filosofía, quiénes vivirán sin cuerpos por el resto del
porvenir.
Así termina Sócrates de hablar, antes de que llegue su hora y con la alegría y templanza de siempre, se
disponga a morir y comprobar personalmente todo aquello recientemente hablado.
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