Testimonio remitido en una carta a la Asociación por una de las niñas que se alojaba en la Fonda en los 60: Recuerdo con nostalgia mis días en Cepeda de la Mora, allá por los años 60. Mi padre era cartero, y Correos tenía por aquella época algún tipo de convenio con los propietarios de La Fonda de Santa Teresa, yo acudí con 10 años a las Colonias que hasta allí se desplazaban. No os podéis imaginar que recuerdos tan maravillosos. Fue la primera vez que vi como el campo podía convertirse en un mar dorado cuando el trigo y la cebada, en aquellas fechas estaban crecidos y eran movidos por el viento. Descubrí que se podía uno bañar en un río caudaloso, que a nosotras nos decían que era el maragato. Aprendí a lavar la ropa en el arroyo que pasaba por detrás de la casa y a tender en las plantas al sol. Descubrí las ranitas verdes diminutas que todas nos queríamos llevar a Madrid, pero que el conductor el autocar nos prohibía terminantemente. Recuerdo el fresco de la noche cuando a la intemperie representábamos teatrillos o festivales musicales, en la más absoluta oscuridad que solo se rompía por la luz de la bombilla que había en la fachada principal de la Fonda. Y, sabéis cual era una de nuestras distracciones favoritas, (después, naturalmente, de bañarnos en cualquier sitio en el que se pudiera, en la alberca, en el arroyo, en el Maragato...) pues era ir al pueblo después de la siesta. ¿Os imagináis que valor a las 4 de la tarde ir campo a través para cortar camino, hasta llegar a Cepeda? Pues, lo hacíamos. Y todo para poder comprar unas cuantas chuches y chocolate y galletas. Pero era maravilloso llegar a Cepeda y desperdigarnos por allí a nuestro aire. Los domingos íbamos a la iglesia y recuerdo que me impactaba siempre las tumbas que había en el jardincito a la entrada. Las niñas más mayorcitas iban por la mañana temprano a la era y decían que se subían en el trillo y que se lo pasaban muy bien. Yo no fui nunca. Aquello duró para mi solo dos años, porque al tercer año lo cerraron. Gloria Jiménez Campos (Málaga)