NUMERO: 33 FECHA: Enero-Febrero 1990 TITULO DE LA REVISTA: Desarrollo Regional SECCION FIJA: Bibliografía AUTOR: Alberto Arnaut TITULO: Antonio Azuela, la Ciudad, la Propiedad Privada y el Derecho, El Colegio de México, 1989, 276 pp. TEXTO: Ha sido a veces tan brutal la distancia entre el derecho y la realidad y tan frecuente y convincente la crítica de esa distancia que casi nos convencen de que el derecho nada tenía que aportar a una mejor comprensión y explicación de la realidad, porque -se decíael derecho poco o nada había hecho para conformarla. Exagerando muchísimo podríamos decir que la relación del derecho con el resto de las ciencias sociales es muy conflictiva. Es una relación generalmente basada en la reciprocidad del olvido. A veces se expresa como una especie de parricidio o matricidio individual y colectivo perpetrado contra el derecho por los economistas, los sociólogos y, en menor grado, los administradores públicos y los politólogos. Ese fenómeno es hasta cierto punto necesario y saludable. Corresponde a la progresiva especialización de las disciplinas científicas y a la conformación de diversos campos profesionales. Junto a eso se ha difundido la idea de que la realidad siempre está en otra parte, sobre todo, que la realidad no está donde están los ordenamientos jurídicos: ni en la Constitución y sus leyes, ni en los reglamentos y las circulares de la administración pública. Cuando se le reconoce alguna realidad, los ordenamientos jurídicos existen como un racimo sistemático de buenas intenciones, como bienes simbólicos para las masas o para presumir de instituciones revolucionarias o modernas en el extranjero, o como una maraña que impide o aplaza la solución de los problemas sociales. Al olvido del derecho ha contribuido también el origen revolucionario de nuestro gobierno y de muchas de nuestras instituciones sociales. El dinero y la tierra había que tomarlos de donde los hubiera. Las escuelas y los caminos habla que construirlos donde se pudiera. Había que construir una nación y un poder político nacional en un país informe, diverso y plural, sin importar tradiciones y costumbres de campanario, ni la soberanía de los estados, ni la autonomía municipal, que no eran sino la personificación misma de la soberanía de la ignorancia, el atraso, el conservadurismo y la reacción. Pero resulta que, aun la decisiones más revolucionarias, que contravenían el espíritu y la letra de los ordenamientos jurídicos vigentes, fueron decisiones que pronto se perfeccionaban mediante la reforma legislativa. Así, la legislación agraria convierte a los zapatistas en sujetos de derechos agrarios y a los jornaleros y los peones en solicitantes de tierra, que luego se transforman en ejidatarios y miembros de la CNC. Y en la ciudad, los migrantes pasan progresivamente de invasores o paracaidistas a ilegales, a posesionarios, a colonos cenopistas y a beneficiarios de los programas de regularización de la tenencia del suelo urbano o de la expansión de los servicios públicos. Con suerte, aquellos invasores terminan siendo derechohabientes del ISSSTE o del INFONAVIT. Sin embargo, ahora, la dimensión y el análisis jurídico se incorporan cada vez más en el estudio de los fenómenos sociales y políticos. El derecho se reconoce ya como fuente de legitimidad del Estado, en sus dos acepciones: sustento y programa del Estado o del gobierno. Ahora se sabe que hay que asomarse a los ordenamientos jurídicos y a las instituciones y procedimientos creados por los mismos, porque ellos también son parte de la realidad de diversos fenómenos políticos y sociales y contribuyen a conformarlos. Esa es una de las contribuciones importantes del libro de Antonio Azuela. Comenzamos a descubrir que el derecho especializa la atención de necesidades y demandas sociales; crea y filtra demandas donde sólo había necesidades, muchas necesidades sociales; define a los sujetos con derechos a salvo sobre ciertos bienes y servicios ofrecidos por el Estado; crea o alienta la formación de sujetos sociales y los segmenta y los clasifica; distribuye y redistribuye responsabilidades y competencias entre diversos niveles de gobierno, entre diversas dependencias oficiales y entre el Estado y los particulares; crea arenas de conflicto y conflictos de autoridad; impone plazos y calendarios a los actores políticos, a los gobiernos y a los movimientos sociales; impone límites y formas de organización y de representación a los grupos sociales; impide y permite la solución de los problemas urbanos; define lo solucionable; define los bienes y servicios en disputa y define a los actores y sus formas de organización. Además, hay ordenamientos jurídicos que contribuyen a definir la agenda de problemas sociales y a acotar la toma de posición del Estado sobre los mismos. Y otros que definen quiénes y cómo han de participar en el diseño y la ejecución de la política estatal y quiénes han de ser sus beneficiarios. También hay los jurídicos que se expiden para sustentar y fomentar la planeación pero, en la práctica, la dificultan e incluso la hacen irrealizable. Hay otros más que se expiden para resolver los problemas urbanos y crean instituciones especializadas que a veces funcionan y otras no; o que, conforme pasa el tiempo, se convierten en instituciones que demandan de otros órganos gubernamentales los recursos económicos necesarios para el cumplimiento de su función, hasta casi llegar a confundirse en su pobreza con los grupos a los que tenían la obligación de beneficiar. También existen normas jurídicas que impidieron y bloquearon la centralización política y administrativa del país; y otras que ahora dificultan la descentralización. En fin: el derecho y las instituciones jurídicas permiten ordenar y profundizar la comprensión y explicación de asuntos tan vastos y complejos como el de la propiedad en el medio urbano. Todo eso y más contiene y sugiere el libro de Antonio Azuela, La ciudad, la propiedad privada y el derecho.