El descubrimiento del Ser Por Cecil A. Poole, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. El ser es el microcosmos, que es una réplica o representación de todo el universo como está centrado en un punto de manifestación. Es difícil definir el ser, porque está complicado por la corriente de pensamiento que está constantemente fluyendo y manteniendo la consciencia. Dentro del ser yace la completa expresión y potencialidad de la mente humana (la más íntima de nuestras posesiones). Es el depósito de nuestro ser privado, lo que incluye la memoria, el sentimiento y las potencialidades de la expresión que hacen al ser individual único y separado de otros seres y, sin embargo, estamos hechos para realizar que el ser es parte de una cadena que está inter-conectada con todas las otras cosas vivientes. Como entidad individual, el ser es algo como la luz en una lámpara eléctrica. Es una expresión individual, una expresión que tiene individualidad única y una personalidad específica. Irradia una cierta fuerza o manifestación que es peculiar e individual a sí misma. En ese sentido, es una expresión individualista, y la misma fuerza de vida que causa que sea, que exista, funciona a través del universo y se manifiesta en cada ser, al igual que la corriente eléctrica desde su origen activa cada una de las lámparas que puedan estar conectadas a ese circuito eléctrico en particular. El ser es el centro de toda experiencia humana. En él funcionan todas las cosas que originan la experiencia humana y que el ser humano individual sea una entidad inteligente. Las experiencias que contribuyen a la totalidad de nuestro ser, a la totalidad de nuestro carácter y expresión individual de vida, son traídas a su punto focal en ese ser. A medida que vivimos, encontramos al ser expresando las diferentes emociones y conocimiento que ha aprendido a través de la experiencia y en la que crece. Como el centro de experiencia, todas las experiencias son realizadas y posiblemente hasta cierto grado comprendidas a través del ser. En el ser encontramos esperanza alegría, tristeza, dolor, pena. Todas las emociones que indican la inclinación de la vida y el modo en que la vida está siendo adaptada a sus circunstancias y a su naturaleza, son reflejadas en las experiencias del ser. El concentrar atención y tiempo sobre el ser y el dirigir nuestro tiempo y esfuerzo hacia el desarrollo del ser es, por supuesto, una función que es nuestra responsabilidad en la vida. Al mismo tiempo, el concentrarse en aquel lado del ser que es el ego, intensifica todas las reacciones acompañantes que van junto con la manifestación del ser, y que pueden ser para el bien o detrimento del individuo. La intensificación del ser al punto del egoísmo, sólo exagera el dolor y la desesperanza. Podemos volvernos tan sensibles a las circunstancias a nuestro alrededor que el ser es dañado por las diferentes pruebas y tribulaciones que forman parte del curso de la vida. Tiene que llegar un tiempo en que realicemos completamente las potencialidades y el propósito del ser. Esta realización lo colocará correctamente en relación a todo el esquema de ser o de la vida. Al mismo tiempo, sin embargo, la dirección de nuestra atención al ser debe estar con moderación razonable; de otra manera, lo aumentaremos a un ego avasallador que funcionará nada más que para su propósito y su fin egoísta. La palabra egoísta, en sí, viene de la palabra ego (ser) y trae el significado moderno de exclusividad, es decir, los deseos, esperanzas y necesidades del ser al exclusivo beneficio o satisfacción de uno mismo, sin contemplaciones para el dolor o consecuencias para algún otro. Muchas emociones humanas son intensificadas por el fracaso de un individuo a ajustarse correctamente a las circunstancias en las que vive. Acciones que nosotros podemos hacer inconscientemente o sin cuidadosa consideración, tienen efectos severos sobre la estructura emocional de gente a nuestro alrededor, simplemente porque no tomamos en consideración los efectos de nuestra falta de consideración y el curso de nuestras propias acciones a medida que influyen a otros seres alrededor nuestro. Si el hombre ha de ajustarse al propósito para el que ha sido creado y ha de tener esperanza de reconciliar su ser a los ideales que son representativos en un ser divino, nunca debería perder el hábito de analizar sus pensamientos y acciones en términos de sus efectos sobre los demás. Tomar un curso de acción simplemente porque es más conveniente para nosotros actuar en cierta manera de lo que es en otra, no importe cuáles puedan ser las consecuencias para otro, es afectar drásticamente el ajuste psicológico del otro individuo a las variadas pruebas y tribulaciones de la vida de las cuales nosotros pedimos ser liberados. Si fracasamos en darnos cuenta del efecto de un acto sobre alguien, estamos acumulando dentro de nosotros aquellos atributos egoístas que tienden a impedir la entrada a nuestro propio desarrollo. Podemos pensar que nuestras acciones son independientes de otro ser humano, pero usualmente no lo son. Están relacionadas entre sí, y al igual que la ilustración de la lámpara eléctrica, si una está en cortocircuito puede quemar un fusible que corte la corriente del grupo entero y por lo tanto dejar ese circuito particular en la obscuridad. Así, si a través de nuestras acciones no aumentamos lo suficiente nuestro concepto del ser, como para tomar en consideración el ser de otros individuos y entidades a nuestro alrededor, estamos en cierto sentido haciendo un "cortocircuito" y por la pena y problemas que le ocasionemos a alguien, deberemos pagar recibiendo tratamiento similar en alguna otra oportunidad. Para llegar a conocer eventualmente el ser uno debe a veces olvidarlo. Estamos en un mundo material para experimentar el proceso de vida y comparar nuestros alrededores materiales con las reacciones de nuestro ser a ellos. Tendemos a exagerar la importancia del ser en términos de lo material. Ocasionalmente, el olvidar el ser y vivir para el beneficio de otros seres nos entrena a encararnos con nuestro propio ser interior. La consciencia de la experiencia interior del ser, eleva la consciencia a un nivel donde puede liberarse de las ataduras del mundo material. Somos hechos, entonces, conscientes de Dios dentro de nosotros, como una fuerza existente. El ser sirve como un intermediario y, a través del alma, puede extenderse al Dios que lo creó, el origen de la sabiduría, conocimiento y dirección infinita.