PRÓLOGO “¡Sapere aude!” (Atrévete a saber) Horacio. La capacidad expositiva del Prof. Lozano Teruel es realmente fuera de serie. Recuerdo cuando presidí las oposiciones en las que obtuvo la Cátedra de Bioquímica de la Universidad de La Laguna. Hace muchos años. Todo el Tribunal quedó fascinado por la manera en que el joven candidato sabía transmitir sus conocimientos. Durante muchos años, junto a sus excelentes actividades como Catedrático y Rector de la Universidad de Murcia, ha ido publicando, con una perseverancia ejemplar, artículos de divulgación científica. ¡Once volúmenes ya aparecidos! Este es el duodécimo. Puedo asegurarles que vale la pena su lectura. Es un compendio de los artículos del “ciclo divulgativo” 2013-2015. Dice el autor que, “por razones de jubilación”, este será el último volumen. Espero que sea el último volumen… antes de su jubilación. Porque ahora tiene todavía más razones y más experiencia para seguir facilitando de forma simple, imaginativa y atractiva, el “aprendizaje científico” de muchas personas. No sólo son excelentes los artículos que recoge el presente volumen sino que aquellos que lo deseen, pueden ampliar su información gracias a los enlaces por internet. La tecnología digital complementa los magníficos artículos del Prof. Lozano Teruel. He de destacar que en muchas de sus aportaciones no sólo se presentan diagnósticos -que ya es importante -sino propuestas de tratamiento- que es mucho más importante – para hacer frente a tantos desafíos que encara la humanidad en estos albores de siglo y de milenio. Entre ellos, quiero subrayar, por su actualidad y apremio, las “propuestas para la reforma y mejora de la Universidad”. “Mi profesión de científico, escribe, me ha permitido vivir y disfrutar muy próximamente del vertiginoso desarrollo de la ciencia… La ciencia comprende una parte esencial de nuestra cultura”. Esta aseveración es cierta en términos genéricos. Referida individualmente, es auténticamente relevante, y constituye una aspiración a la que tanto contribuyen quienes nos ayudan a “atrevernos a saber”. Profunda y perenne gratitud a los maestros de toda índole que nos ayudan a ser dueños de nosotros mismo, a ser educados, “a dirigir con sentido la propia vida”, como definió magistralmente la educación D. Francisco Giner de los Rios. A principios de la década de los 90 encomendé al Sr. Jaques Delors, a la sazón presidente de la Comisión Europea, que dirigiera una Comisión Internacional de pedagogos, sociólogos, filósofos, padres de familia… con el fin de que, próximo el año 2000, tuviéramos referencias luminosas sobre el proceso educativo en el siglo XXI. En el informe “La Educación encierra un tesoro”, la Comisión plantea 4 grandes pilares para una educación que permita el ejercicio de una ciudadanía plena a los hasta ahora súbditos, invisibles, temerosos, silentes: aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a vivir juntos. Añadí “aprender a emprender”, por considerar que es muy importante atreverse a saber pero no menos importante es saber atreverse, ya que –me gusta insistir en ello- el riesgo sin conocimiento es peligroso pero el conocimiento sin riesgo es inútil. Aprender a ser es la premisa. Cada ser humano único capaz de pensar, de imaginar, de anticiparse, de inventar, de “crear”, es nuestra esperanza. La Unesco, institución intelectual del Sistema de las Naciones Unidas, establece en su clarividente preámbulo que “la humanidad debe ser guiada por “principios democráticos” y, en su artículo primero, proclama, en dos trazos magistrales, en qué consiste la educación genuina: en ser “libres y responsables”. Ser libres, sin adherencia alguna en las alas, para poder volar alto en el espacio infinito del espíritu. Y ser responsable, teniendo permanentemente en cuenta – “fraternalmente” como establece el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos- a los demás, uniendo de esta manera de forma permanente lo personal y lo colectivo. Ser educado es actuar en virtud de las propias reflexiones y no al dictado de nadie. Ser educado consiste en “liberarse del miedo” (preámbulo de la Declaración Universal) para vivir el misterio de la existencia humana sin fanatismos, dogmatismos, desvinculados de dioses iracundos propensos al castigo. Aprender a ser para plantearnos las preguntas esenciales, para, aún sabiendo que no habrá respuestas, acercarnos ellas al justo filo de las certezas y de las incertidumbres, de las luces y de las sombras. En esto consiste, precisamente, la libertad intelectual. En esto consiste la grandeza de cada ser humano, “ojos del universo”. Con conocimientos podemos aproximarnos a saber cómo somos y, sobre todo, quién somos. José Luis Sampedro, en su “Canción de aprendizaje”, dirigió este mensaje dedicado especialmente a los jóvenes: “Sea Ulises tu guía/ al viajar por tu vida, compañero./ Tapona tus oídos contra toda sirena,/ átate al duro mástil de tu barca/ y, obediente a la brújula secreta,/ pon rumbo a la aventura irrenunciable:/ el viaje hacia ti mismo”. Este es el más importante recorrido. Conocer y conocerse a uno mismo. Sólo así se puede ser “libre y responsable” plenamente. “Sólo soy porque sé…”, y “sólo sé porque soy”. Ahora, por primera vez en la historia, los seres humanos ya no viven confinados intelectual y territorialmente. Ahora saben lo que acontece en el mundo y adquieren conciencia global. Al poder expresarse de manera irrestricta, la gente podrá tomar progresivamente en sus manos las riendas del destino común. Y la mujer, piedra angular de la nueva era, también por primera vez en la historia, ocupará el espacio que le corresponde en la toma de decisiones. Son necesarias –y ahora factibles, gracias al clamor popular- varias transiciones: 1. Desde una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra (se invierten 3.000 millones de dólares al día en armas y gastos militares al tiempo que mueren de hambre unas 20 mil personas, la mayoría de ellas niñas y niños de 1 a 5 años de edad) a una economía basada en el conocimiento para el desarrollo global, humano y sostenible. 2. Transición desde una cultura de imposición, dominio, violencia y guerra a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz. En síntesis, de la razón de la fuerza a la fuerza de la razón. De la fuerza a la palabra. En esta transición es imprescindible ser y no tener, en contraposición a lo que preconizan los informes que proceden de entidades financieras, como la OECD. Ser responsable y conocer no sólo para asesorar debidamente y en todos los niveles a los gobernantes sino para anticiparse. Ser torre de vigía. Saber para prever, prever para prevenir. Para todo ello es imprescindible ir adquiriendo esta consciencia científica, a la que tanto contribuyen quienes, como el profesor José Antonio Lozano Teruel, son capaces de transmitir la esencia de cuestiones caracterizadas, con frecuencia, por su gran complejidad. Conocimientos que deben aplicarse, muy en particular, en momentos en que la especie humana se halla ya en un contexto vital condicionado por su propia presencia y actividad en la Tierra (antropoceno), porque sería no sólo un desatino sino un delito permitir que se alcanzaran puntos de no retorno en procesos, tanto sociales como ambientales, potencialmente irreversibles. El Presidente Nelson Mandela nos advirtió que “el compromiso supremo de cada generación es la siguiente”. Y el Presidente Obama, ante el desafío del cambio climático, acaba de advertir que “esta generación es la primera que hace frente a este gran reto… y la última que puede resolverlo”. La solidaridad en atención al prójimo, próximo o distante, requiere conocimiento. En el Preámbulo de la Constitución de la UNESCO se dice que la solidaridad, además de material, debe ser “intelectual y moral”. Debemos compartir conocimiento y experiencia. Esto es, precisamente, lo que de manera ejemplar viene haciendo el Prof. José Antonio Lozano Teruel. Quiero, al tiempo que recomiendo la lectura de este libro fascinante, agradecer sinceramente a su autor una obra tan importante y oportuna, reiterándole mi disconformidad en que diga este libro cierra un ciclo. Que sean todavía muchos los años en que el Prof. Lozano pueda vivir para abrir y concluir varios nuevos ciclos. Federico Mayor Zaragora