SOBRE EL SENTIMIENTO MORAL La obra El texto que vamos a

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Roser Llop i Francisca Navarro Conde: Filosofía Moderna: Hume. El “Abstract” y “Sobre el
sentimiento moral”. Boreal Libros, València, 2009, pàgs. 44-49.
SOBRE EL SENTIMIENTO MORAL
La obra
El texto que vamos a analizar es el Apéndice I titulado "Sobre el sentimiento
moral", contenido en su obra mayor Investigación Sobre los Principios de la
Moral. Recordemos que esta obra, publicada en 1751, procede a su vez de una
refundición del Libro III de su anterior Tratado de la Naturaleza Humana, y es,
según el propio Hume, la mejor de todas sus obras, tanto por el contenido
como por la forma. Sobre el sentimiento moral es como una especie de diálogo
argumentativo –ficticio, inventado por Hume para dar dinamismo y hacer más
amena la obra– entre los defensores del racionalismo ético y el propio Hume.
En este imaginario diálogo, nuestro autor reta constantemente a los
racionalistas –y al lector– a sopesar las pruebas y a concretar, pensar y
examinar cada una de sus afirmaciones e hipótesis.
El objetivo de este apéndice es, según el autor, "examinar en qué medida la
razón o el sentimiento entran en todas las decisiones de alabanza o de
censura", es decir, intentar dilucidar el grado de implicación e importancia de la
razón y del sentimiento en el universo de los juicios y acciones morales. Para
ello recurre a multitud de argumentos, análisis, comparaciones y ejemplos
gracias a los cuales consigue aclarar los campos de acción de cada uno de
estos dos ámbitos, dejando patente que abarcan esferas distintas y que, por
tanto, no se solapan ni se interfieren entre ellos. Es por eso que no puede
haber lucha, ni malentendidos, entre ambos conceptos –razón y sentimiento–
ya que sus objetivos y campos temáticos son distintos.
Los temas principales de su filosofía en relación con el texto
a) La filosofía moral como ciencia. Los juicios morales
Como hemos visto anteriormente, el objetivo de Hume es estudiar la naturaleza
humana mediante la observación y la experiencia y, para ello, intenta
responder a cuestiones del tipo: ¿cómo conocemos?, ¿por qué creemos?, etc.
Ahora bien, este estudio no tiene por qué circunscribirse al ámbito del
conocimiento teórico o epistemología, puesto que también puede abarcar el de
la moral, ya que ambos forman parte intrínseca de lo humano. Hume continúa,
por tanto, en el campo de la ética, la senda abierta en su investigación sobre el
conocimiento, mostrando así una total coherencia en todo su planteamiento
filosófico.
Su punto de partida lo constituye el hecho probado empíricamente de que el
ser humano, además de moverse en el plano teórico o del entendimiento, es
decir, además de pensar, demostrar o creer, también se mueve en el plano
práctico o de la moral, o sea, también valora, elige y actúa. Es en este campo
de las valoraciones, donde Hume observa la continua utilización de distinciones
y juicios morales para hablar sobre lo que está bien o está mal desde el punto
de vista ético. En este sentido, señala que, con la expresión "juicios morales"
nos referimos a frases que engloban simultáneamente un doble significado: el
de las valoraciones éticas y el de las obligaciones morales, como "robar está
mal", "ayudar a los demás es admirable" o "lo que has dicho me parece
injusto". Esta doble dimensión de los juicios morales –valorar y, de alguna
manera, obligar– pone de manifiesto que lo que se pretende al hacer uso de
semejantes juicios es realmente influir en las conductas de los demás,
mostrando lo que debería o no debería hacerse y motivando u obligando
implícitamente a que se cumplan sus dictados; por ejemplo, "robar está mal",
se interpreta como "yo creo o valoro que robar está mal" pero también como
"no se debe robar", "nadie debería robar" o, claramente, “no debes robar". Así,
frente al mundo descriptivo, del es de la epistemología, la moral pertenece a lo
que se llama mundo prescriptivo o del deber ser.
Ahora bien, ¿cuál es el fundamento y el origen de estos juicios? ¿en qué nos
basamos para afirmar tales cosas? ¿cómo distinguimos lo que está bien de lo
que está mal? ¿qué criterios seguimos para realizar las valoraciones? En un
primer momento, Hume se pregunta por la posibilidad de que el racionalismo
esté en lo cierto y que estas proposiciones morales procedan exclusivamente
de la razón. Para descubrir si esta postura está justificada es necesario
investigar si tales distinciones entre bueno o malo derivan de alguno de los dos
únicos modos que, según hemos visto, posee la razón para conocer algo; es
decir, hay que averiguar si se obtienen o elaboran a partir de relaciones de
ideas, o bien a partir de cuestiones de hecho.
¿Son los juicios morales una relación entre ideas?
Como ya sabemos, las relaciones de ideas establecen conexiones necesarias
entre las mismas; es decir, son proposiciones cuya negación es una
contradicción. Ejemplos de estos juicios son "2+2: 4", "el doble de 10 es la
mitad de 40" o "el triángulo tiene tres ángulos". Aunque estas ideas tienen su
base en las impresiones, la relación entre ellas es independiente del mundo de
los hechos; es decir, no hace falta referirse a la experiencia para conocer o
comprobar que lo que afirman es verdad; simplemente basta con utilizar la
razón, con entender los términos y observar que la relación entre ellos es
apropiada. Sin embargo, los juicios morales, tales como "ayudar a los demás
está bien", no establecen relaciones entre ideas de este tipo, ya que su
negación, "ayudar a los demás no está bien sino que está mal", no cae en
ninguna contradicción lógica; nos puede parecer mejor o peor que la anterior,
pero no es contradictoria.
Un segundo aspecto a tener en cuenta es que cuando hablamos de bondad o
maldad sólo nos referimos a la acción humana y no a lo que ocurre en la
Naturaleza o en el mundo animal; así, un árbol que al crecer destruya a su
padre, no es juzgado de la misma manera que un hombre que mate al suyo. De
semejante hombre diríamos, entre otras cosas, que moralmente es un
malvado; en cambio, la acción del árbol no recibiría este calificativo. Si la moral
consistiese en la relación entre ideas, un mismo hecho debería ser valorado de
igual manera para todos los seres, en cualquier circunstancia,
independientemente de las características de sus protagonistas. Pero no es
así. Por tanto, esas diferencias en la valoración de dos hechos con el mismo
resultado, la muerte del padre, nos inducen a pensar que las distinciones
morales no se obtienen al conocer los vínculos o relaciones entre ideas; es
decir, no las adquirimos por el pensamiento o la razón.
Así pues, descartado que los juicios morales tengan su origen en esa relación,
cabe preguntarse ¿serán una cuestión de hecho?
¿Son los juicios morales una cuestión de hecho?
Recordemos que una cuestión de hecho se refiere a expresiones donde se
relacionan o describen hechos como "está lloviendo", "se me ha caído el
bolígrafo", "el agua hierve a 100 grados" o "mañana saldrá el sol". Estas
proposiciones informan y amplían nuestro conocimiento, y para conocer su
verdad o falsedad es necesario remitirse a la experiencia, a las impresiones.
Como puede apreciarse en las frases anteriores, las cuestiones de hecho
simplemente se limitan a constatar hechos, a describirlos, pero no entran a
valorarlos, a decidir si una acción está bien o mal desde el punto de vista
moral. Así, por ejemplo, "se ha producido un robo" es una cuestión de hecho:
simplemente se constata que ha ocurrido un robo. Pero si decimos "es de
malvados robar", entonces estamos afirmando que ese hecho es reprobable,
malo o injusto; por tanto, este tipo de juicios no pertenece al mundo de los
hechos, de lo verdadero y lo falso, del es, sino que pertenece al ámbito de la
moral, es decir, de lo que debería ser.
Del mismo modo, si analizamos una acción moral que hemos calificado de
"malvada", como la del robo, y pasamos a examinar y describir
minuciosamente los hechos que la conforman, podremos contemplar
movimientos, colores, sonidos y otras impresiones, pero por más que miremos
y remiremos, jamás aparecerá –afirma Hume– ningún hecho concreto al que
podamos calificar de malo o injusto. Esto ocurre, según Hume, porque las
distinciones morales no se hallan en los hechos; la bondad o maldad no son
hechos que residen en la acción. Por lo tanto, analizado desde la razón, nada
hay en un hecho o comportamiento que nos permita alabarlo o censurarlo. Así,
podemos concluir que los juicios morales no son tampoco cuestiones de hecho.
Pero incluso sabiendo que no son relaciones de ideas ni cuestiones de hecho,
cabe aún preguntarse si los conceptos de bien o mal, justo o injusto, agradable
o desagradable, que son la base de los juicios morales, se derivan de alguna
impresión.
¿De qué impresión procede la idea de bien o la idea de mal?
Ya sabemos que Hume, como buen empirista, afirma que todo contenido de la
mente tiene su origen en las impresiones. Pero, ¿de qué impresión se derivan
conceptos como bien o mal? Como acabamos de comprobar, no localizamos
esta impresión ni en los hechos ni en las relaciones, y esto sucede porque,
según Hume, hemos estado mirando en la dirección equivocada. Por mucho
que indaguemos, nunca encontraremos ninguna impresión a la que
corresponda el bien o el mal. El motivo por el cual la razón no capta cualidades
morales ni en los objetos ni en las acciones es porque el bien y el mal no son
ideas que se deriven de ninguna impresión externa de sensación, no son
cualidades de los objetos, sino que son ideas que derivan de impresiones de
reflexión, por las cuales captamos nuestros estados internos: emociones,
pasiones, etc. (Ver apartado (c): Los elementos del conocimiento: impresiones
e ideas). Las impresiones de reflexión son, como hemos visto, un tipo de
impresiones secundarias, vivas y fuertes, en tanto que impresiones; pero
secundarias, en tanto que derivan de nuestras ideas, del pensamiento o
reflexión.
Así, volviendo al ejemplo anterior, cuando contemplamos una acción humana
como la de robar estamos recibiendo una impresión compleja de sensación,
una impresión primaria, de cuyo análisis sólo obtenemos un tipo de datos como
lugar, tiempo, formas, colores, movimientos. Pero esta impresión compleja
permanece en nuestra mente (imaginación, memoria) como una idea compleja
y, al pensar en ella, producirá en nosotros una nueva impresión, una impresión
secundaria o de reflexión, una pasión o sentimiento de desagrado que nos
llevará a formular el juicio: "robar no es bueno" o "el robo no es una acción
correcta".
Hemos de tener en cuenta que en Hume el término "pasión" no tiene el
significado de una emoción descontrolada sino que con él se refiere a las
emociones, sentimientos y afectos en general. Pues bien, es desde la pasión
así entendida, desde donde van a surgir los juicios morales, juicios de
aprobación o reprobación de las acciones humanas.
b) Sentimiento y moralidad
La moral no se fundamenta en la razón
Siguiendo el discurso de Hume, se puede afirmar que la ética y la moral, los
juicios y conceptos morales, no pueden derivar ni del conocimiento de
relaciones de ideas ni del conocimiento de hechos, por tanto ni derivan de la
razón, ni son verdaderos o falsos. Así, sigue argumentando nuestro autor,
mientras en las relaciones de ideas o cuestiones de hecho siempre surge o se
investiga una relación nueva o desconocida (se amplía el conocimiento con un
hecho nuevo: el oro es amarillo o entre el 2+2 y el 4 surge la relación de
igualdad), en el mundo de la moral, por el contrario, cuando ya tenemos claros
todos los componentes, objetos y circunstancias de la acción, sólo cabe
aprobarla o desaprobarla. No hay ningún hecho o relación nueva que deba
surgir o descubrirse; lo único que se debe hacer es censurar o aplaudir el
hecho en sí. Por lo tanto, podemos decir que la razón, válida para demostrar,
constatar hechos y relacionar ideas, pierde poder en el ámbito de la moralidad.
Como dice Hume en su Tratado: "Las reglas de la moralidad no son
conclusiones de nuestra razón".
Ahora bien, si, como hemos visto, los juicios morales no surgen o se
fundamentan en la inteligencia o razón, ¿de dónde proceden estas
valoraciones? ¿en qué nos basamos para calificar una acción como buena o
mala? Hume intentará indagar sobre el mecanismo que realmente nos permite
realizar estas distinciones morales.
La moral tiene su origen en el sentimiento
Para llevar a cabo esta investigación sobre el fundamento de la moral, Hume
sigue los pasos de la tradición filosófica británica llamada de la sensibilidad
moral (moral sense), representada por Lord Shaftesbury y F. Hutcheson, que
en términos generales acepta la primacía del sentimiento, la pasión o el gusto
sobre la razón en el ámbito de los juicios morales. Esto conlleva enfrentarse de
nuevo a los racionalistas y a toda una tradición filosófica que desde sus
orígenes defendía que la razón era el único origen y guía incuestionable de la
moral.
Según Hume, la razón, como hemos visto, distingue lo verdadero de lo falso,
pero no puede mostrarnos lo que está bien o mal, ya que estas distinciones no
están en los hechos ni en las relaciones. De la misma forma, tampoco está
cualificada para elegir ni para impulsar a actuar; no es ese su trabajo. Son el
sentimiento, la emoción, el corazón y la sensibilidad los mecanismos que nos
mueven a obrar y a emitir juicios morales. La ética de Hume es pues una ética
no cognitivista, es decir, no fundamentada en el conocimiento ni en la razón, y
constituye un precedente lejano de lo que posteriormente se ha llamado
emotivismo moral –ética basada en el sentimiento y la emoción–.
Así, frente a la hipótesis racionalista de que las valoraciones morales dependen
de un juicio de la razón, Hume asegura que su origen es el sentimiento; es
decir, presenta al sentimiento o pasión como fundamento de la moral: "La
hipótesis que defendemos es sencilla. Mantiene que la moralidad es
determinada por el sentimiento". Esta teoría o hipótesis también alcanza, según
nuestro autor, al ámbito de la belleza, la estética y el gusto; así lo bello –al igual
que el bien– no se percibe por la inteligencia o razón, sino por el sentimiento.
Por lo tanto si, como ya vimos en la epistemología de Hume, la razón no es
guía de la vida, porque lo es la costumbre, ahora podemos afirmar que
tampoco la razón es la guía o motor de la acción, sino el sentimiento. Pero
entonces, ¿la razón no interviene para nada en la moral?
La razón interviene pero es y debe ser esclava de las pasiones
"La razón es y sólo debe ser la esclava de las pasiones, y no puede aspirar a
ninguna otra función que la de servir y obedecerlas". Esta frase del Tratado es
una de las más famosas de Hume, y aunque es bastante impactante y ha sido
muchas veces malinterpretada, expresa claramente lo que su autor quería
explicar. Hume pretende colocar a la razón en su sitio, subordinada a las
pasiones o sentimientos. No niega, pues, su intervención en el mundo de la
moral, pero sí rechaza que sea el origen, guía y motor de la acción o del juicio
moral. Mientras la tradición filosófica mayoritaria pensaba que razón y
sentimiento eran irreconciliables en el campo de la moral, Hume atenúa las
tensiones y establece una innegable relación entre ambos conceptos,
reservando a la razón un peculiar papel.
Como señala en el "Apéndice I", siendo la utilidad un factor fundamental de la
moral, la razón manifiesta aquí su importancia ya que es muy útil para mostrar
los medios más adecuados para conseguir los fines y objetivos que el
sentimiento nos impele a seguir. El entendimiento desenmaraña situaciones
complicadas, nos ofrece una visión panorámica y global del problema moral y
nos muestra las circunstancias que rodean el hecho, allanando así el camino
de la decisión; nos ayuda a pensar en las consecuencias de una acción y, por
tanto, a calibrar cuál es más útil para el individuo y la sociedad. Su papel como
desveladora e indicadora de las circunstancias de una acción es –insiste
Hume– básico para realizar unos correctos juicios morales. Pero ahí termina su
función, y, en última instancia, el que decide qué camino y fin elegir, el que
experimenta y distingue el bien del mal, el que nos da el empujón y activa el
movimiento, es el sentimiento, la pasión. Así pues, si bien es cierto que la
razón interviene en el mundo de la moral, lo hace desde un plano puramente
técnico y orientador. En este sentido es "esclava de las pasiones". Podríamos
decir que su intervención es necesaria pero no suficiente. Por eso dice Hume:
"la razón nos instruye sobre las varias tendencias de las acciones, y la
humanidad –el sentimiento moral, la empatía– distingue a favor de las que son
útiles y beneficiosas".
De esta forma, la fundamentación de la moral reside en el sentimiento o pasión.
Por lo tanto, si es el sentimiento quien elige, decide y guía nuestras acciones y
fines, será de suma importancia estudiar cómo es ese sentimiento y mediante
qué mecanismo o bajo qué perspectiva elige y decide.
El sentimiento nos impulsa a elegir, a actuar. Es universal
¿En qué consiste este sentimiento moral? Ante todo cabe decir que él es el
auténtico motor de la acción moral; sin su existencia la actividad quedaría
paralizada, ya que, como hemos visto, la razón prepara el terreno pero es
incapaz de preferir, de sentir y por tanto no puede mover a la acción. Actuamos
porque preferimos y deseamos no porque conozcamos; nuestras acciones
derivan de las pasiones, no de la razón. El resorte, el impulso para actuar brota
exclusivamente del sentimiento o gusto moral.
Su función reside en juzgar y distinguir lo moral de lo inmoral, el bien del mal,
pero, sobre todo, en elegir realizar el bien y actuar correctamente ante
cualquier dilema que pueda plantearse. Según el propio Hume, "se requiere
que haya algún sentimiento al que afecte, algún sentido interno o gusto, como
quiera llamársele, que distinga el bien y el mal moral, y que abrace uno y
rechace otro".
Aquí nos podemos preguntar: ¿cómo sabe y elige el sentimiento lo que está
bien o mal? En primer lugar, el sentimiento no sabe, sino que siente ("la moral
es más propiamente sentida que pensada"). En segundo lugar, Hume dirá que
la capacidad de diferenciar el bien del mal forma parte de la naturaleza
humana, y ese mismo instinto es además el que nos empuja a elegir el bien.
Ahora bien, debemos aclarar que este sentimiento moral ni es innato ni surge
de ninguna conciencia o razón, sino que, como el resto de los contenidos de la
mente, tiene su origen en la experiencia. Se trata de una impresión que
responde a unos estímulos y se despierta, como toda percepción, con el
contacto con el mundo; en este caso ante el panorama de las acciones.
Además –esta es la gran apuesta uniformadora de Hume– es un sentimiento
inherente a la naturaleza humana, o sea, universal; todo ser humano, por el
hecho de serlo, posee sentimientos y emociones. Pero este punto en común no
significa que todos actuemos y sintamos igual; de hecho, existen muchas
sensibilidades distintas y una gran pluralidad de valoraciones morales. Cuando
Hume afirma al final del texto: "la Suprema Voluntad que otorgó a cada ser su
naturaleza peculiar y dispuso las varias clases y órdenes de existencia", está
certificando la existencia de esta diversidad de formas de entender la realidad.
Por tanto, si esto es así, ¿cómo evitar el relativismo ético? ¿cómo nos
podemos poner de acuerdo en asuntos morales? Hume encuentra la respuesta
en la misma naturaleza humana ya que, como ahora veremos, gracias a ella
todas las culturas y personas coinciden en preferir y elegir lo agradable y útil
frente a lo desagradable e ineficaz.
Buscamos lo agradable y útil, huimos de lo desagradable e ineficaz
Es evidente, constata Hume, la existencia de diversos sistemas morales tanto
en el pasado como en la actualidad. Los valores y las costumbres cambian, y lo
que en una sociedad es importante y moral puede no ser tan valorado en otra.
Sin embargo, lo que no cambia es que toda cultura y persona alaba y aplaude
ciertas acciones y comportamientos. Pero, ¿qué elementos hacen que una
acción sea alabada? En este punto, el empirista Hume propone "examinar qué
acciones ejercen esta influencia. Consideramos todas las circunstancias en las
cuales coinciden esas acciones y, de ahí, nos encaminamos a extraer algunas
observaciones generales respecto a estos sentimientos." En otras palabras,
Hume aplica el método inductivo para conocer, a partir de la observación y el
análisis de las acciones alabadas –-tarea de la razón– cuáles son esos
ingredientes que forman parte de toda conducta elogiable. Su conclusión será
que todas ellas tienen unos rasgos en común: son acciones útiles y agradables.
Por lo tanto, toda acción moral y ética tiene como base la utilidad y el placer;
juzgamos una acción como moral cuando es útil y nos produce agrado. Estos
dos conceptos están íntimamente relacionados ya que una acción útil siempre
produce un sentimiento agradable: lo útil nos agrada. Así, una acción buena lo
es en la medida en que también sea útil. "¿Qué sentido tendría ensalzar un
buen carácter o una buena acción que al mismo tiempo se admite que no son
buenas para nada?"
Para Hume, esto demuestra que buscar lo agradable y útil forma parte de la
naturaleza humana. De hecho, según él, consideramos que algo es bueno y
justo o malo e injusto por el sentimiento de agrado o desagrado, de aprobación
o rechazo que nos produce el observar dicha acción u objeto moral, según las
características de la naturaleza humana. Al mismo tiempo, afirma que el ser
humano está abocado de forma natural a desear lo agradable y útil y a evitar lo
desagradable e ineficaz; el objetivo o fin último de todas nuestras acciones y
decisiones morales es conseguir el placer y huir del dolor (aquí podemos
atisbar en Hume un moderado hedonismo).
Estas propiedades, coincidentes en toda valoración ética, nos aseguran cierto
grado de uniformidad en el mundo de la moral. Por más distintas que sean las
culturas y las personas, Hume defiende la existencia de sentimientos comunes
que permiten la intersubjetividad y, por tanto, llegar a acuerdos morales. Es la
naturaleza humana la que nos ofrece una base común y constante que
posibilita compartir y comunicar sentimientos y actitudes entre todo ser
humano. Esta regularidad es la que realmente permite elaborar una ciencia del
hombre.
El sentimiento moral, la simpatía, la humanidad
Llegados a este punto, cabe señalar que se puede buscar lo agradable y útil
respondiendo sólo a necesidades personales y particulares. Es decir, puedo
elegir acciones que me beneficien a mí y a los míos, sin tener en cuenta a los
demás. Pero ¿es moral esta actitud? Evidentemente, no. Lo útil y agradable no
sólo debe serlo para mi propio interés, sino para toda la sociedad, pues es
necesario, en temas morales, tener en cuenta al resto de seres humanos.
Para ello, afirma Hume, este sentimiento espontáneo y natural debe ser
mejorado por una razón objetivadora y correctiva, y ser complementado con el
sentimiento de simpatía, empatía o humanidad; ambos elementos nos inducen
a abandonar la pequeñez del interés particular para buscar una perspectiva
más amplia. Este salto moral comporta, al mismo tiempo, una sensación de
bienestar, ya que nos agrada que nuestras acciones sean útiles y beneficiosas
para la sociedad. Es decir, elegimos el bien común porque esta opción,
además, nos agrada. El sentimiento es auténticamente moral cuando
abandona la subjetividad y el egocentrismo, cuando se muestra desinteresado
y generoso, cuando busca la felicidad común, cuando actúa con benevolencia y
bondad y elige hacer lo correcto, justo y útil para la sociedad. Escoger este
camino social no supone ningún sacrificio o sufrimiento ya que "la
contemplación de la felicidad de los demás nos proporciona placer de forma
natural mientras que la visión de su dolor y tristeza nos comunica
desasosiego". Así, el sentimiento de humanidad y empatía, el sentimiento que
busca la felicidad del género humano, funciona como enlace de la sociedad,
como una especie de cemento que une lo individual con lo social.
Como cabía esperar, en esta propuesta ética de Hume se reflejan muchos
aspectos típicos de la Ilustración. Entre ellos destaca esa confianza optimista,
incluso ingenua, que Hume deposita en la capacidad moral del hombre para
pensar en los demás, para formar una sociedad fuerte, civilizada, basada en la
tolerancia, la cooperación, la buena convivencia y el progreso tanto material
como moral. Aquí sobresale el sentimiento moral humeano, ya que permite
sentir la empatía necesaria para que toda sociedad progrese y funcione
correctamente.
Otro aspecto destacable es el papel que juegan las costumbres y la educación
en la formación, en este caso moral, del ser humano; de hecho, lo que
encontramos agradable y útil depende considerablemente de la educación y de
la sociedad en la que vivamos. Por eso, Hume reivindica la educación como el
camino más adecuado para mejorar a los hombres y, por tanto, a la sociedad,
ya que la educación fortalece el sentimiento moral y nos ayuda a salir de
nuestro punto de vista personal, y a adoptar un punto de vista más imparcial.
A lo largo del tema hemos podido comprobar que la ética de Hume es una
consecuencia y proyección de su epistemología; por este motivo, su conclusión
escéptica de no confiar ciegamente en la razón, su rechazo al dogmatismo y a
todo lo abstracto, su censura a lo impreciso y excesivamente teórico y poco
empírico, se extiende inevitablemente a la moral. La alternativa a este
abandono y desamparo de lo absoluto, seguro y definitivo, vendrá dada por la
misma naturaleza humana, que en el campo de la epistemología nos arropa
con la creencia y en el campo de la moral con el sentimiento.
Hume establece que la fundamentación de la moral reside en el sentimiento, no
en la razón. El criterio para distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto, brota
de forma natural en el ser humano y se perfecciona con ese sentimiento
universal y espontáneo que llamamos benevolencia o simpatía, que nos hace
preferir lo mejor para la sociedad, lo bueno sobre lo malo, lo útil socialmente
frente a lo perjudicial. Esta opción por el bien común nos produce como colofón
el tan deseado sentimiento de agrado y satisfacción.
SOBRE EL SENTIMIENTO MORAL
Esquema
(els números entre parèntesis corresponen als paràgrafs del text)
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Objetivo del Apéndice I. Utilidad en la moral. (1)
La utilidad exige la intervención de la razón. (2)
La razón no es suficiente, se requiere el sentimiento. (3)
Suposición de que sólo interviene la razón. Crítica al racionalismo.
Cinco consideraciones (4):
1) El racionalismo está poco vinculado a la realidad. (5)
 La moral no es una cuestión de hecho. (6)
 La moral no consiste en una relación entre ideas. (7-8)
 La moral no surge de comparar las acciones morales
con una regla general. (9)
 El racionalismo es metafísica. Hipótesis de Hume: el
fundamento de la moral es el sentimiento. (10)
2) La importancia de las circunstancias en la moral. (11-13)
3) El mundo moral y el mundo de la belleza. Comparación. (14-17)
4) La moral atañe únicamente a los seres humanos. No consiste en
relaciones. (18)
5) El fin último de nuestras acciones viene marcado por el
sentimiento, no por la razón. (19-21)
Conclusión: diferencia entre el papel de la razón y del sentimiento en
asuntos morales. (22)
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