¡QUE BONITOS SON LOS OJOS DE ANGELITA! Oscar Avellaneda LOS OJOS DE ANGELITA NO SON GRANDES Y VIVACES COMO LOS DE UN GATO, ni tiernamente apagados como los de los elefantes; no se pueden equiparar a los de ningún animal, tampoco a los de ninguna persona, porque son sólo de ella. Están allí, el uno al lado del otro en simétrica proporción, enjaulados bajo un par de finos arcos de pelo negro que llamaré cejas, en medio de un par de profundas cuencas que en conjugación con su rostro, les ofrecen un ligero tono sombrío, un tanto melancólico, pero llenos de la más sincera e incesante vida. No tienen nada que ver con cualquier mirada que haya visto antes, porque los ojos de Angelita son el elemento de estudio más singular e interesante que he encontrado aquí en el salón 715, donde pocas cosas me resultan dignas de atención en medio de una superficial lección sobre Bio-política y Micro-física del poder; Foucault y los paradigmas pos-estructuralistas, languidecen al lado de ellos, podrán esperar para ser estudiados a fondo después. Observarlos no es una tarea que se pueda llamar fácil, ella siempre oculta celosamente sus ojos detrás de los lentes, y este análisis atraviesa por una de sus más serias crisis cuando el ángulo es desfavorable y se interponen el marco negro con lentes anti-reflejo de modo que resulta difícil hacer este trabajo; sin embargo, con un poco de esfuerzo bien disimulado para no llamar su atención y así alterar los resultados, se puede ver como este pequeño par de esferas negras son capaces de revelar las emociones que al interior de ella existen y en este caso, iluminar el día para su observador, la luz del día que existe en la calle se refleja adecuadamente en los ojos, en ella. Angelita básicamente es una mujer pequeña y delicada, características de las cuales me valgo para la articulación del sufijo diminutivo que con cariño hago a su nombre de pila y que en últimas, tan bien le sienta; a saber, su nombre es Ángela, la compañera de cabello negro, liso y corto, piel clara y los delgados brazos que vienen a terminar en ese par de bellas y suaves manos que, con cinco pálidos dedos de uñas de lanza cada una sostiene a veces esferos, a veces los libros y cuadernos de clase y otras varias mi mirada, que de alguno u otro modo se posa en el dorso de alguna, preferiblemente la izquierda, dado que ella es zurda y eso llama mi atención. Sin embargo, esa mano izquierda de vez en cuando se mueve en un lento recorrido hasta su boca, donde la punta del dedo corazón o anular juguetean brevemente con su boca de labios rosa y dientes perfectos, que puedo entrever en cada una de sus sonrisa; creo que Angelita me gusta. Mejor dicho, sé que Angelita me gusta porque la clase acabó de terminar y es ahora cuando noto que todo el tiempo se me escapó entre la realización de esta descripción y los intervalos en los cuales la imaginé con un vestido holgado y de muchas flores, paseando en algún día soleado, en un campo sembrado de purpúreos agapantos, la he pensado exhibiendo sus blancos dientes perfectos en una interminable sonrisa, y a sus ojos, buscando en el horizonte, tal vez un poco de mi compañía. La he visto a ella y he recordado a Gonzalo Arango, lo importante que fue para él su propia Angelita; como el espíritu del mejor de los cuentos y la destinataria de los más limados poemas; para el caso, personaje de estas palabras. Ella salió del salón en una marcha sin mirar alrededor, en esta ocasión no se dio cuenta de mi existencia, de las palabras que inspiradas en sus ojos y su presencia se guardan en mi agenda. Hecho que no importa en un sentido estricto, ya que debo admitir que he buscado el anonimato como la mejor herramienta para realizar esta observación, procurando tener cuidado de no cruzar la delgada línea que aparece en medio de un trabajo generado desde el deleite que la belleza de una mujer puede ofrecer a un estudiante distraído como es mi caso, las palabras que ella me regala; y la mera observación psicópata o la composición oportunista que se realiza sin una finalidad más que la instintiva, hormonal y despreciable, características de la cuales algunas veces nos vemos invadidos los hombres. Honestamente, debo confesar que tampoco me interesó buscar la mirada de la bella angelita para pretender convertirme en una suerte de idílico poeta o de un épico amante, personajes típicos de los dramas más incómodos y desafortunados en la literatura; basura novelera y romanticona que siempre pretende orientarse hacia los camino de la atadura, de las formas tradicionales y los esfuerzos perdidos. Ella es bella libre, siendo; y yo me siento libre escribiéndole. Angelita es hermosa comiéndose las uñas, riendo tímidamente, prestando atención a la clase y a los paradigmas post-estructuralistas; eso basta, porque de todas formas, de un modo egoísta mi agenda y yo nos quedamos con las palabras.