Tras pactar una alianza con Noé, Dios pone a prueba la obediencia de Abrahán; este responde con generosidad a Dios (Gn 22, 12). El cristiano, por otra parte, no puede estar sometido al miedo, porque si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31). Y la transfiguración en la narración de Marcos nos invita a hacer un alto en el camino cuaresmal para examinar los motivos más profundos de nuestra andadura (Mc, 9,7). Quiero subir y bajar, Señor, contigo y contemplar, cara a cara, el misterio de Dios que, estando escondido, habla, se manifiesta y te señala como Señor. Quiero subir y bajar, Señor, contigo. Ascender para contemplar tu gloria, bajar para dar testimonio de ella en la vida de cada día, de mis hermanos los hombres y mujeres que nunca se encaminaron a la cima de la fe, al monte de la esperanza, a la montaña donde Dios se nos comunica y nos dice que siempre nos ama. Quiero subir y bajar, Señor, contigo. Que no me quede en el sentimentalismo vacío, que no quede clavado en una fe cómoda, que no huya de la cruz de cada día. Que entienda, Señor, que para bajar tengo que subir primero, como Tú, a la presencia de Dios, para escucharlo, para sentir la fuerza que haga brillar y manifieste el resplandor de mi fe. Quiero subir, Señor, al monte de la transfiguración y contemplarte cara a cara como Dios y Señor de la vida, de mi vida, y como hermano que camina a mi lado todos los días: los días en que luce el sol de la alegría y los días en que en mi historia abundan las tormentas; los días en que estoy lleno de palabras y no me comunico con nadie; los días en que estoy lleno de ruidos y no soy capaz de oír a mis hermanos; los días sobrados de penas y faltos de encuentro con quien me necesita; los días llenos de cosas y faltos de ti, mi Dios… Muéstranos, Señor, tu rostro y, que codo a codo con la gente, busque y anhele encontrar signos de tu presencia. Amén.