RAMBLISKI En un lugar remoto y lejano, dentro de un frondoso bosque, vivían unos graciosos duendecillos de color verde, bueno, verdes o rojos, dependiendo del humor en que se encontraran. Estos duendecillos eran muy susceptibles y se enfadaban por cualquier cosa. Cuando esto pasaba, les salían unos chorros de humo de sus redondas narices que los hacían parecer aviones a propulsión y además, se ponían de un color rojo intenso. Su pueblecito se llamaba Rambliski y vivían en unas setas muy bonitas, pero que eran venenosas. Los animalitos del bosque pensaban que por eso tenían siempre tan mal humor y andaban peleando. En un árbol que había en el centro del pueblo vivía un búho ya mayor al que nunca dejaban dormir. Gerardo, que así se llamaba el búho, estaba harto del jaleo que se traían entre manos estos duendes revoltosos. Los duendes se dedicaban a recolectar frutillas del bosque para hacer ricas mermeladas, frutos secos para alimentarse en invierno, almacenaban leña en fin, que andaban todo el día atareados de aquí para allá, pero cuando se cruzaban en el camino empezaban a discutir , que si yo tengo más prisa que tú, que si lo mío es más urgente, que si a mí me están esperando, vaya, que las frutillas fermentaban en las carretillas y las nueces se las comían los gusanos antes de que se pusieran de acuerdo, eso si no se ponían a elevarse rojos como pimientos con los chorros que les salían de la nariz. Lo que no dejaba de ser gracioso para los que los veían, pero claro, el pobre búho estaba de los nervios. Un día que estaba a punto de estirarse de las plumas de lo histérico que lo tenían se le ocurrió una idea y fue en busca del duende Gorky, que era el duende de más edad, unos 600 años más o menos. -Veamos Gorky, ¿No estáis aburridos de que se os estropeen las frutas mientras os peleáis? -¿Y qué quieres podemos evitar! que hagamos? ¡No lo -Pues yo creo que sí. Os propongo que elaboremos unas normas de circulación, para que todos sepan en cada momento quien tiene preferencia. De este modo no tendréis motivos para discutir y yo podré descansar. El duende Gorky y Gerardo estuvieron durante un par de días pensando las normas, dispusieron señales en los lugares de más tránsito, encargaron a algunos duendes que vigilaran los cruces y que fueran alternando el paso de unos y otros según las normas y por último, las enseñaron en la escuela, de forma que todos los habitantes se las supieran. Aquello fue un éxito, todos trabajaban sin discutir porque sabían quien tenía que pasar primero y Gerardo pudo descansar sobre su árbol, aunque de tanto en tanto hacia rabiar a algún duende, porque echaba de menos ver como se ponían rojos y se elevaban sobre el suelo de aquella forma tan divertida. De la misma forma, nosotros las personas, tenemos unas normas de circulación que todos debemos conocer y cumplir, para convivir en armonía y evitar accidentes. Y colorín colorado, estos duendes ¡Verdes se han quedado! Escrito e ilustrado por Susana Torres Díaz