Algunos hombres debieron de apuntar mal a propósito, porque, tras abrir fuego, Bevin seguía vivo, aunque sangraba. El oficial al mando del pelotón de fusilamiento se acercó, sacó su pistola y disparó dos tiros a bocajarro en la frente del muchacho. Al final, Owen Bevin murió. Capítulo 18 Finales de julio de 1916 I Desde que Billy se había marchado a Francia, Ethel pensaba mucho en la vida y en la muerte. No ignoraba que era posible que no volviera a verlo. Le alegraba saber que había perdido la virginidad con Mildred. - Reconozco que tu hermano dejó salir su lado más salvaje conmigo -comentó Mildred con despreocupación cuando él se fue-. ¡Qué rico! ¿Tenéis más como él en Gales? Sin embargo, Ethel sospechaba que lo que sentía Mildred no era tan superficial como fingía, porque, en sus oraciones nocturnas, Enid y Lillian pedían a Dios que cuidase al tío Billy en Francia y que lo devolviese sano y salvo a casa. Lloyd contrajo una grave infección bronquial en los días siguientes, y Ethel, con angus tiosa desesperación, lo acunaba en sus brazos mientras el pequeño luchaba por respirar. Ante el temor de que pudiera morir, se lamentó con amargura de que sus padres no lo cono cieran. Cuando el niño mejoró, Ethel decidió llevarlo a Aberowen. Regresaba exactamente dos años después de haberse marchado. Estaba lloviendo. El lugar no había cambiado demasiado, aunque le impactó por su aspecto deprimente. Durante los primeros veintiún años de su vida no lo había visto como lo veía en ese mismo momento, después de haber vivido en Londres; se dio cuenta de que Aberowen era todo del mismo color. Todo era gris: las casas, las calles, los montones de escombros y los nubar rones de tormenta que acariciaban con desconsuelo la cordillera. Se sentía cansada cuando salió de la estación del tren en plena tarde. Llevar a un niño de dieciocho meses en un trayecto de un día entero era una tarea dura. Lloyd se había portado bien, había sido adorable con todos los compañeros de viaje y les había sonreído mostrándoles sus dientecillos, a pesar de que tuvo que darle de comer en un vagón tra queteante, cambiarlo en un baño maloliente y conseguir que se durmiera cuando empezaba a alborotarse. Ethel se vio sometida a una gran tensión ya que tuvo que hacerlo todo frente a las miradas de los desconocidos. Con Lloyd apoyado en la cadera y una pequeña maleta en la mano, Ethel salió de la estación y ascendió por la cuesta de Clive Street. No tardó en faltarle el aire. Esa era otra cosa que había olvidado. Londres era prácticamente plano, pero, en Aberowen, era difícil ir a ningún sitio sin tener que subir y bajar por alguna colina empinada. No sabía qué habría ocurrido allí desde que ella se había marchado. Billy era su única fuente de noticias, y a los hombres no se les daban muy bien los chismorreos. Estaba segura de que ella misma había sido el tema principal de muchas conversaciones durante algún tiempo. Sin embargo, desde entonces, debían de haberse producido nuevos escándalos. Su regreso sería una gran noticia. Muchas mujeres la miraron con descaro cuando pasaba por la calle con su niño. Sabía muy bien qué estaban pensando. «Ethel Williams, ella que se creía mejor que nosotras, y ahora vuelve con un vestido viejo y marrón, con 325