Supera el aburrimiento Rebeca Reynaud Churchill decía que el principal factor que había causado la 2ª Guerra Mundial fue el aburrimiento de los jóvenes. La pereza, la acidia, no es sólo física, es moral. No quiero interesarme, no deseo hacerme cargo. El aburrimiento es el cansancio o fastidio causados por disgustos o molestias, o por no tener nada que divierta o distraiga. Aquellos que se encuentran aburridos pueden considerar su estado como una especie de pérdida de tiempo. El aburrimiento puede llevar a acciones que perjudiquen los propios intereses. Así, hay jóvenes que no saben cómo emplear el tiempo libre e imitan lo que hacen los demás, se aborregan. Si los amigos toman, ellos hacen lo mismo, sin ver que eso les puede llevar a males incontables. Una de las razones que mueven a los jóvenes a entrar en el mundo del alcohol o de la droga es precisamente el aburrimiento. No hay quien les enseñe a divertirse sanamente. La forma de aliviar este estado es a través de los pasatiempos: la lectura, el deporte, visitar museos, cultivar las artes manuales o artes mayores, visitar a las amistades o a los enfermos olvidados en algunos hospitales. Pero para ir más a fondo, la persona aburrida necesita un proyecto de vida: debe plantearse en qué se va a preparar para afrontar la vida, disfrutar esa actividad, ser feliz y ser útil a los demás. El tedio es la culminación de un periodo durante el cual sentimos un progresivo vacío interior. Ese tedio puede aprisionarnos. La lucha contra el tedio pasa por dos vertientes: evitar que aparezca, y si aparece, intentar eliminarlo lo antes posible a través de la programación de nuestras actividades diarias. Hay que saber a qué vamos a dedicar nuestro tiempo y planificarlo. Una buena organización evita esos lapsos de tiempo en que se tiene la sensación de no saber qué hacer o no tener qué hacer. Otras veces el tedio nos invade en una actividad rutinaria. Nos parece que hacemos lo mismo cada día. Hay que plantearse entonces una visión más amplia. Si ahora nos aburrimos ¿qué pasará dentro de diez años? Hay personas que encuentran una salida del tedio a través de la capacitación en un área de su interés, o del cultivo del arte y de su conocimiento. La vida es una aventura maravillosa si sabemos ver lo bello y positivo que hay en ella. Si se tiene entre manos la educación de los hijos, es apasionante percibir sus avances y su crecimiento en el vencimiento personal, en la laboriosidad y en el espíritu creativo que un padre puede fomentar. El Dr. Carlos Llano, que nunca se aburría, decía: “nosotros queremos proliferar un modelo de persona donde lo verdaderamente significativo es el modo de relacionarse con los demás, es así como nos individuamos, no aislándonos, no compitiendo, sino buscando las relaciones originales con los otros, porque yo solamente seré persona en la medida en que logre que los demás sean personas también”. La raíz más profunda de esta tristeza es la falta de una gran esperanza y la imposibilidad de alcanzar el gran amor. Todo lo que se puede esperar ya se conoce y todo amor desemboca en la desilusión. La antropología cristiana dice que la tristeza deriva de una falta de ánimo grande, de una incapacidad de creer en la propia grandeza de la vocación humana, la que Dios pensó para nosotros. El hombre no tiene confianza en su propia grandeza, quiere ser más “realista”. El hombre “no quiere creer que Dios se ocupe de él, que le conozca, le ame, le mire, le esté cercano”, dice Ratzinger. Hoy existe un extraño odio del hombre contra su propia grandeza. El hombre se ve a sí mismo como el enemigo de la vida, se ve como el gran perturbador de la paz de la naturaleza, la criatura que ha salido mal. Su liberación y la del mundo consistiría en el destruirse a sí mismo y al mundo, en el hecho de eliminar el espíritu. Al inicio de este camino estaba el orgullo de “ser como Dios”. Era preciso desembarazarse del “vigilante Dios” para ser libres. Esta rebelión de la pereza humana contra la grandeza de la elección es una imagen de la “sublevación contra Dios” que cualifica de modo particular a nuestra época. La mejor relación es aquella en que cada uno aprende a vivir con los defectos de los demás y a admirar sus cualidades. Quien no valora lo que tiene, algún día lo lamentará. Hay personas que viven en el pasado o en el futuro, cuando lo único que tenemos es el presente. No vale la pena arruinar el presente por un futuro que no sabemos si llegará para nosotros. Kierkegaard aproxima el aburrimiento a la melancolía. Según Santo Tomás de Aquino, la raíz de la desesperación se encuentra en la así llamada acidia, que nosotros traducimos por pereza, en cuanto falta de voluntad de un hacer activo; según Tomás es idéntica a la “melancolía de este mundo”. El gran éxodo de la Iglesia, dice Joseph Ratzinger “ha tenido ciertamente este fundamento, se quería ser libre de pesados límites (…). Parecía que sólo había libertad de alegría para los no creyentes (…). Hoy se ha experimentado hasta la saciedad las promesas de la libertad ilimitada (…). Las alegrías prohibidas pierden su esplendor en el momento en que ya no están prohibidas”, mientras que la llama de hambre de lo Infinito siempre permanece encendida (cfr. Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, p. 76). Pieper decía que la tristeza es “uno de los elementos determinantes del rostro secreto de nuestro tiempo”. Un exceso de actividad exterior puede ser el intento lamentable de colmar la íntima miseria y el aburrimiento, que siguen a la falta de fe, de esperanza y de amor a Dios y a su imagen reflejada en el hombre.