Reflexiones ante un paisaje La vida cristiana es la mejor escuela de la voluntad Sentados y a todos los am igos en la cum bre de la da su alm a siin belleza, rota la arm on ía de su espíritu, alta montaña, respirábam os a pleno pulm ón el aire m ientras su corazón , c onvertid o en nido de a ves (pie puro de las alturas. N o había sido tácil la subida, pues viven de la carroña, queda abierto a todos los vientos un camino de las pasiones que rugen en su torno, com o las tem- estrecho que bordeaba hondonadas p ro - tundas, había sido du ran te largo trecho el único a poyo para nuestros pies. M á s de una vez hubimos de detenernos para descansar, po rq ue tem íam os perder e! pestades en d e r re d o r de aquel vetusto e d i f i c i o ! ... C o m p a r a ahora, mi querido am igo, la ruina de esas vidasi sin voluntad con esta otra, lozana, fr e sc a y equilibrio. Y po r si esto fu e r a poco, aún tu vim os que llena de h erm osura de los jó v e n e s que, d uran te sus pegar nuestro cuerpo a la peña y a v a n z a r con cuidado años floridos, se dedican con a fá n al trab a jo y al estu - para llegar a la cima. dio para lab rar su porvenir. A pesar de todo, fu im os felices en aquellos m om en- han surgid o los sabios, De entre estos últimos los: artistas, los genios, los tos porque veíamos prem iados n uestros esf u erz o s con grandes hombres lodos. C o m o crecen y suben los robles aquel m a g n ífic o paisaje q u e desde allí se o fr e c ía a q u e ves al pie de la montaña, crecen y se desarrollan nuestros ojos. estos espíritus, a pesar de los huracanes que am enazan A ú n lo recuerdo todo, como si lo tuviera presente... * * * a rran carlo s de cuajo. * * * Contemplaba, extasiado, aquella m aravilla, cuando el l'.ra y a de noche. Las estrellas temblaban en el f i r - codazo del a m igo me despertó de mi ensimismamiento. mamento. I'.l aire tresco, azotaba nuestros cuerpos v — ¿ E n qué piensas?— me dijo. penetraba en ellos com o un cuchillo. Eué preciso que Sonreí. nos — ¿ Q u i e r e s que te d ig a ? — le contesté— . Escúcham e. tiempo el recuerdo de aquella noche en la montaña. ¿ V e s aquellas d orad as mieses, m ovidas, en suave o n d u lación, p o r el débil viento que sopla en la hon d on ad a? C om o esas espigas son nuestras jó v e n e s voluntades. A f a v o r de la p r im a v e r a de que ah ora go zam o s, sen- abrigá ra m os si q uería m os guardar por m ucho ¡ Q u é paz se sentía en aquella soledad! N ad a tu rbaba su silencio. Desde aquella altura, se distinguían fácilm ente las luces de una ciudad importante. timos m uchas veces el su a ve a gita r de las sugestiones — C u an d o y o veo aquellas luces— le decía al a m i- malsanas, que sin cesar inclinan n uestra volu ntad a 1111 go— m e imagino en seguida el triste fin de la pobre lado y a o tr o ... S iem p re en lucha, siem pre inquieto s... m ariposa que, atraída por la luz, c ay ó entre las llamas. atraídos por mil deseos. ^ renueva y nuestro espíritu se entona, entre aquellas — H ay E n estos momentos, m ientras nuestra sangre aquí se ^ voluntades— continué diciendo al am igo— luces revolotean com o mariposas, atraídas por el brillo com parables a este río, fu lg u ra n te a hora po r los res- del placer, tantos y tantos jóvenes» que, al fin, dejan plandores del sol. ¿ N o lo ves? A f u e r z a de años va q u em ar las alas de su volu ntad en los cabarets, en los abriendo en el suelo un regazo donde pueda ser a c o - bailes, en las tabernas, e tc... A d m itim o s las diversiones gido con todas sus aguas. y los placeres que elevan al hombre, y lo deseamos P a r a el río, el tiempo 110 cuenta nada, ni tampoco el l u g a r ; 110 repara en el f a v o r ni en el p e rju ic io que ocasiona. T a n sólo le interesa a brir 1111 cauce por donde él pueda d iscu rrir con todo su caudal. A s í son las v o - para n o so tro s; pero 110 debemos o lvid a r que el sacrificio es el que fo r m a a los hom bres para la vida. E so s placeres * luntades desorientadas. S e lanzan a c o rr e r po r la vida, acuciadas por un deseo o por una pasión, sin m ás ley que su capricho ni m ás orden que el que a sí mismas desmedidos, son los enemigos del hom bre de carácter. * * Junto al r e fu g io donde pensábam os cobijarnos, había una erm ila de gru esas paredes. se imponen. Y a estas volu ntades sucede que m uchas Una imagen de la V irg e n presidía el sagrado recinto. veces chocan estrepitosamente contra los escollos que A n t e s de acostarnos, nos dirigim os hacia la ermita. — N o lo dudem os— me atreví a observar, todavía, al salen a su paso. * * a m ig o— ; si hoy som os fuertes de espíritu y sabemos * A l l á a lo lejos, sobre un monte rocoso, veíam os las ruinas de un castillo medieval. De aquellas fuertes torres de piedra 110 quedaban sino algunas paredes dom inar nuestras malas tendencias, es porque nuestras alm as se han form ad o a la luz de la Ee. Y aquellos am igos se postraron a los pies de la cubiertas» de hiedra. Precisam ente, en estos momentos, Imagen S ag ra d a . A q u í estaba el secreto de su recio los últimos rayos, rojizos, del sol, huían de aquel lugar carácter. d ejand o envueltos en som bra los viejos m uros del — ¡ Q u é bien r e fle ja n aquellas Y' en verdad que la vida cristiana es la m ejor escuela de la voluntad. castillo. ruinas— decía a mi am igo— al joven sin carácter y sin v o lu n ta d ; pues q u e- l :eba.