18 de octubre FICHA TÉCNICA Dirección: François Truffaut País: Francia Año: 1959 Duración: 94’ Interprestación: Jean — Pierre Léaud, Claire Maurier, Albert Rémy, Guy Decomble, Pierre Rep, Georges Flamant, Patrick Auffray, daniel Couturier, François Nocher, Richard Kanayan, Renaud Fontanarosa, Michel Girarad, Henry Moati, Brnard Abbou, Jean-F. Bergouignan, Michel Lesignor Producción Guión : François Truffaut Producción: François Truffaut Música: Jean Constantin EN POCAS PALABRAS “(...)Mis padres lo son por azar y los considero como a extraños. No creo en la amistad ni en la paz. Si miro por demasiado tiempo al cielo, la tierra me parece un lugar horrible.” François Truffaut SINOPSIS Antoine Doinel hace del Paris de los años cincuenta el escenario de sus enlazadas pillerías, ya sea solo o acompañado de su compañero René. El amiente familiar de Antoine, compuesto por una madre fría y distante, aunque inalcanzablemente tierna a veces y un padrastro algo necio, provocan en el chico un estado de constante tensión que trata de evitar en la calle, siempre a costa de las horas de clase, haciendo novillos. No es que sea un niño maltratado: es, sencillamente, un niño no tratado. ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES Los cuatrocientos golpes es el primer filme que volvió célebre a François Truffaut y simboliza junto “Al final de la escapada “de Godard, el inicio de la Nouvelle Vague francesa. El póster que Antoine y René arrancan de una pared tras ser expulsados de la escuela es una fotografía de Harriet Andersson en El verano de Mónica (Ingmar Bergman, 1953), filme en el que también dos jóvenes escapan de casa para “vivir sus propias vidas”. La frase “dar los cuatrocientos golpes” es una expresión francesa coloquial que significa “entregarse a todo tipo de excesos”. François Truffaut tiene un breve cameo en el film fumando un cigarro entre la multitud de la feria. El filme tiene un marcado carácter autobiográfico. Su concepción arranca con una historia corta que Truffaut había escrito años atrás: La fuga de Antoine, historia sencilla y de estructura clásica que narra la trayectoria de un niño que miente en el colegio y no quiere regresar a su casa por miedo al castigo. Truffaut se inclina por este argumento y lo completa con su propia memoria y sus recuerdos. Para escoger al pequeño Doinel, se publicó un anuncio en France-Soir que fue respondido por más de doscientas cartas. Aunque fue Jean Pierre Léaud quien obtuvo el papel protagonista, a muchos de los remitentes se les concedieron papeles secundarios y de figuración. TOMA NOTA La nouvelle vague fue un impulso cultural, una corriente cinematográfica que surgió en plena convulsión intelectual francesa. Francia, en torno a los años sesenta, fue centro de una vitalidad cultural apasionante y excitante. Los directores de cine que realizaron sus largometrajes al inicio de la década de los sesenta en Francia provenían de una única escuela: los cine-clubs. La mayoría de ellos poseian dos rasgos generales, los cuales condicionaron su trabajo artístico: su pasión incondicional por el séptimo arte y el ejercicio de la crítica cinematográfica. De la práctica de la crítica surgió la necesidad de dirigir películas-ensayo donde demostrar la nueva visión que sobre el cine tenían aquellos nuevos directores. La nouvelle vague fue una tendencia crítica, que pretendió anteponer el cine de autor al cine de qualité o comercial que se exhibía a principios de los sesenta en los cines franceses. Se trataba de la búsqueda de un lenguaje cinematográfico capaz de plasmar la voluntad artística y la independencia creadora del director, concebido como un creador que, mediante la puesta en escena, debe dotar a la película de un discurso independiente y autoral. En esta actitud convergen dos influencias: la admiración por la mirada transparente y limpia de los clásicos americanos (Hawks, Ford, Hitchcock, Welles) y el realismo desgarrado y social del neorrealismo italiano, con su afán por el exterior y sus personajes-metáfora. Pero el éxito de este cine estuvo condicionado por la llegada de un nuevo público. La veracidad del relato se consigue mediante la utilización de una puesta en escena transparente, donde lo que verdaderamente importa son los movimientos de los personajes, y donde se huye conscientemente del efectismo. A ello ayuda la prodigiosa fotografía, llena de una fría neutralidad que enfatiza la presencia de la ciudad y sus calles, y la banda de ruidos, con un admirable repertorio de sonidos urbanos. Truffaut utiliza, de forma subrayada, el travelling y los encuadres de cámara dinámicos. Las panorámicas son abundantes, así como la presencia de ciertas secuencias, de marcado subjetivismo, donde hace uso de la cámara en mano. La nouvelle vague acudió a formas artesanales y baratas de planificación, demostrando su espíritu artístico, ajeno al manierismo imperante en su época. COMENTARIO, por Achero Mañas La primera vez que vi Los cuatrocientos golpes tendría unos catorce años de edad. Recuerdo que hubo una escena que ya entonces me produjo una enorme impresión. Curiosamente, al volver a ver la película después de tantos años, ha sido otra vez la misma secuencia la que me ha sobrecogido de igual manera. Las imágenes de Antoine corriendo después de su huida del colegio hasta llegar a la orilla del mar son de un dramatismo sobrecogedor. Esas imágenes reales, con la fuerza de la fotografía en blanco y negro, construidas sin adorno, hechas sobre decorados naturales, con una música repetitiva y envolvente, en donde el tiempo a Truffaut no parece importarle, siguen teniendo una fuerza por su significado difícil de igualar. Creo que nadie ha sabido retratar una huida como lo hace truffaut en estas imágenes perfectamente construidas. La huida desesperada de un niño que se aleja de un mundo y una sociedad cada vez más deshumanizada donde el individuo, en un entorno cada vez más hostil, es incapaz de encontrar su espacio vital sin evitar su alienación. Una huida que lleva a un final en donde el hombre debe inevitablemente volver a la naturaleza para poder encontrarse consigo mismo y con su libertad; libertad que, en este caso, al tratarse de un niño, llega inconscientemente, de forma instintiva, pero que finalmente consigue alcanzar aunque parezca perdido, como en le último instante en el que la cámara se congela en su rostro. Los cuatrocientos golpes y esta secuencia en concreto es para mí un retrato magistral de una huida que parece interminable, pero sobre todo es, y será siempre, un canto a la libertad.