** “El Cristo de la Calavera”. Breve noticia de la leyenda becqueriana”. Nota que figura en la contraportada de los ejemplares de música, impresos. El rey de castilla ha de partir a combatir a los infieles con lo más florido de la nobleza de sus reinos. En el dorado alcázar se celebran fiestas en honor de los valientes caballeros que marcharán de Toledo al siguiente día. Con la suave música del sarao se confunden los gritos, las risas, las blasfemias, los cantares de los soldados que en los anchurosos patios del edificio ya aderezan sus corceles, ya afilan sus armas ya pulen y limpian sus rodelas. En los salones altos del alcázar, damas y caballeros compiten en galas, riqueza y señorío. La más preciada hermosura de la ciudad, vencedora siempre en fiestas y en torneos, sobresale y brilla aquella noche, sin que ningún otro resplandor la ofusque. Llámase doña Inés de Tordesillas y cien corazones juveniles laten y suspiran por ella. Hay en el espléndido coro de adoradores dos caballeros, unidos por antigua amistad, a quienes la dama distingue entre tantos: Alonso de Carrillo y Lope de Sandoval, iguales en cuna, valor y nobles prendas, e iguales también en la pasión que la bella y orgullosa coqueta les inspira. Aquella noche, de la falda de doña Inés cae al suelo un guante perfumado: Lope y Alonso lo cogen a un tiempo. ¿Quién ha de entregárselo a la dama para conseguir su sonrisa de cielo? Ninguno suelta la valiosa y codiciada prenda; a los ojos de ambos asoman chispas de celos y cólera... Pasa al caso el rey, y quitando de las manos crispadas de sus vasallos el disputado guante de doña Inés, le dice a ésta: «Tomad, señora, y cuidad de no dejarle caer en otra ocasión, donde al devolvérosle os lo devuelvan manchado de sangre”. Termina el sarao. Las calles tortuosas y estrechas de la ciudad se animan y alborotan con el fastuoso desfile de todo cuanto el alcázar albergaba; el pueblo, a la luz de las antorchas de los pajes, contempla tanta magnificencia con asombrados ojos. La ciudad queda al fin en silencio. La noche es negra como la traición de una mujer. Dos caballeros que se han encontrado en Zocodover, cual si se hubiesen dado cita, buscan en algún sitio un rayo de luz para batirse. Llegan al fin ante el retablo del Cristo de la Calavera; la débil luz del farolillo que alumbra a la imagen es suficiente para el duelo; tras breve oración, relucen los bruñidos aceros... pero al primer choque del uno con el otro, la luz del farolillo se extingue y la calleja queda en sombras. Otra vez vuelve a alumbrar la trágica escena, y otra vez al contacto de las espadas muere nuevamente la luz y vuelven las sombras más espesas a detener y paralizar a los enconados adversarios. Luego, una voz extraña, misteriosa, sobrenatural, les eriza el cabello: «¡Ah! -exclama Lope- ¡Dios no quiere permitir este combate!» Y abraza a su amigo, a su hermano. Alonso y Lope resuelven que sea doña Inés quien decida de la suerte de ambos. Encamínanse al palacio de la amada, y... ¿qué es lo que entonces ven sus ojos? Un hombre desciende a la calle de uno de sus balcones, y una sombra blanca lo despide. De la indignación más viva pasan a la risa más franca y escandalosa. Doña Inés, al siguiente día, al ver pasar, en el desfile ante la reina de los ejércitos que salen de Toledo, juntos los pendones de las casas Sandoval y Carrillo, y al advertir la maliciosa sonrisa que los dos rivales le dirigen, siente resonar en sus oídos las carcajadas de la noche anterior y encenderse su rostro de vergüenza, mientras rueda por sus suaves mejillas una lágrima de despecho... Joaquín y Serafín ÁLVAREZ QUINTERO. ────────── ** Joaquín Turina a través de sus escritos, Madrid, Alianza, Madrid, 1997, p. 285. La idea de poner música a la leyenda becqueriana de ese mismo título proviene de la época parisina, cuando aún tenía recién revalidados sus estudios en la Schola Cantorum. (...) A partir del 4 de junio de 1913, y a punto de regresar a España, se desarrolló una serie de conversaciones entre Turina y el señor Millet. Fue Paul Millet un destacado libretista, el mismo que tradujo al francés el texto de La vida breve y las coplas de las Siete canciones populares españolas, de Manuel de Falla. (...) Dichas conversaciones dieron por resultado «... la firma de un tratado» el 11 del mes siguiente, por el cual sería entregado al compositor el libreto de una comedia musical, en cuatro actos, titulada El Cristo de la Calavera con el compromiso de ser compuesta en el plazo de cinco años”. Propósito que no pasó de ser un bello proyecto; pero la idea sí fue desarrollada fuera de ese plazo, de ahí, el cuaderno para piano que lleva ese título. Alfredo MORÁN.. ────────── ** “El Cristo de la Calavera, leyenda de Bécquer”, ABC (Sevilla), 18 de octubre de 1970. La breve existencia de Gustavo Adolfo Bécquer transcurrió meteóricamente. Vida de viviente leyenda y vaporosa fantasía, arco iris de la violácea tonalidad. «Leyendo tu vida bohemia y esforzada- con el raro perfume de flores extrañas» ha escrito Alberto Domínguez en su Glosario sentimental. Poeta al servicio de nuestros músicos. De conocerle Debussy, acaso la música española hubiera contado con otras nubes y otras sirenas. Turina, que cantó a todo lo cantable de Sevilla, no podía faltar a las citas estróficas de su malogrado conciudadano. Después de su paso por la Schola Cantorum parisina y de su contribución a su sistema pedagógico con el franckiano Quinteto para cuerdas y piano, centró sus actividades en el hemisferio nacionalista andaluz y especialmente sevillano, con incursiones a latitudes catalanas, castellanas, levantinas, tocando los cuatro puntos cardinales de la península Ibérica. Empedernido turista, cursó tarjetas postales desde todas las provincias españolas. El Cristo de la Calavera es obra inspirada en la leyenda del mismo nombre de Bécquer. Está firmado con el opus 30 del catálogo del compositor. Escrita para piano, de su análisis parece deducirse haber tenido intenciones orquestales, como La Venta de los Gatos, orquestada muchos años después por Manuel Palau. He aquí una obra que el viento helado del olvido se ha vengado. El maleficio parece haber caído sobre la albura de sus páginas. Otras composiciones, como Orgía, Mujeres españolas, Danza del Sacro-Monte, y las canciones han sido más favorecidas. Turina fue un compositor demasiado prolífico. Creemos que su prodigalidad perjudicó a su producción. Si bien La procesión del Rocío, la Sinfonía sevillana y alguna otra más han anclado en el éxito de todos los públicos, la mayor parte de su obra, ha sido relegada al olvido. En ella se nota manifiesta reiteración de procedimientos, clichés asaz estereotipados, identidad melódica y armónica. El género andaluz, con su clásica cadencia, propende a esta vertiente, que su armonización -que si no es muy genial- la hace más notoria. (...) La Introducción evoca la entrada de las huestes en Toledo. Sobre un fondo de tenues acordes se oye el corto diseño de la trompeta de tonalidad un tanto extraña. El diseño adquirirá en el número, importancia rítmica. Su desarrollo aviva la polifonía y su trama armónica por el diálogo de los instrumentos a que hace alusión el piano. Grandes y sonoros acordes de marcialidad, casi bélica, nos conducen a la Rodela del Sarao. La corte y los magnates se divierten al son de esta música (...) Ella, en la obra de Turina, parece hallar ancestralidad precursora de los blues modernos y músicas tan en boga en nuestros días. Turina desarrolla largamente el número. Pasan por él momentos conocidos en anteriores obras del maestro. Se emplea a fondo, sin desmayo, en las postrimerías de él. Enracimados acordes de ambas manos son utilizados para arribar brillantemente a las alturas de su brillante final. Su técnica pianística es de difícil interpretación. Su pianismo exige gran dominio del instrumento y su sonoridad. Dos manos son poco para su ejecución, por la multiplicidad de las notas simultáneamente acumuladas en sus pentagramas. En ocasiones su estilo parece proceder del órgano. El monólogo de Alonso Carrillo lo sitúa en la plaza de Zocodover «en noche iluminada por una sola estrella y la plaza con una sola luz”. La escena es misteriosa y Turina la ha ilustrado con recio dramatismo. El Monólogo se desarrolla sin tiempo alguno. De los bajos surgen melancólicos quejidos, que hallan eco en las alturas, con armonías predilectas del músico. Un cantabile en la parte baja, que aclaran las agregaciones armónicas superiores, que no puede dudarse que proceden de César Franck (...) de técnica pianística inconfundible del autor de Las bienaventuranzas. (...) La estructura empleada por Turina en este trozo es agradable, aunque un tanto recargado. El Desafío ante el Cristo de la Calavera, con los efectismos de las octavas de ambas manos y matiz fortísimo, podía firmarlo Liszt en cualquiera de sus rapsodias o piezas de bravura. El apagón de la luz -por tres veces- del Cristo es de efecto electrolumínico, un tanto pueblerino, pero no deja de tener objetivo. La escena tiene varios episodios ilustrados por el músico. El último, la Salida para la guerra, en que Turina empleará el diseño de la trompeta de la Introducción, un pomposo Desfile del rey con su séquito, con sonoro bagaje armónico, en que el instrumento echa mano de su potencia, finalizando la obra con acordes que, llevados a la orquesta sonarán con belicosidad imperial, con grandiosidad escénica de El Profeta o Los Hugonotes meyerbianos, que Gustavo Adolfo Bécquer, como crítico, hubo .de oír en las temporadas del Real madrileño. Norberto ALMANDOZ. ────────── ** Centenario del nacimiento de Joaquín Turina. Radio-2 de Radio Nacional de España. Programa nº 11, 17 de junio de 1982. A quien conozca o tenga noticia de la leyenda becqueriana del mismo nombre, le parecerá contemplar las vicisitudes que se desarrollan a lo largo del argumento; tal es la fuerza descriptiva de Turina, la forma de traducir a los pentagramas y de vivir el tema literario en el que está basada la obra pianística. El amor, la guerra, los celos, tantas y tantas actitudes y coloquios galantes se dan cita y reflejan en la sin par y legendaria ciudad de Toledo, donde el retablo de El Cristo de la Calavera será testigo de los afanes, de las pasiones, del duelo que sostienen dos caballeros por una dama que después traicionará los mejores deseos de ambos, aunque al final sea ella la que siendo objeto y víctima de su propia burla, tenga que arrepentirse mientras aflora el sonrojo a su rostro y por sus mejillas resbala una lágrima de desengaño, disgusto y desesperación. El Cristo de la Calavera es un verdadero tríptico escenográfico llevado a una considerable dimensión musical por Joaquín Turina. Sus tres principales elementos o perspectivas, (Introducción, Monólogo de Alonso de Alonso Carrillo y Desafío de Alonso y Lope) se rompen, se unen y se vuelven a romper en otros muchos más pequeños, componiendo entre sí una rara estructura de bloques heterogéneos que, como en un puzzle, encajan y completan un todo inseparable. Esteban SÁNCHEZ.