45– Historia de la Iglesia JUAN XXII El elegido se llama Juan XXII y es un hombre de profunda piedad. Desearía volver a Italia, pero el subseguirse de los hostiles acontecimientos políticos y el extenderse de las guerras, le impiden salir de Francia. Pese a estos duros acontecimientos no se olvida la arquitectura. Algún año más tarde se inicia en Aviñón la construcción del palacio pontificio, que forma con el castillo una de las obras más importantes de la arquitectura de esta época. DESOLACION EN EL ESTADO PONTIFICIO La noticia vuela a Francia. «Santidad, Ludovico atacará Italia. ¿Qué guerrero, qué rey tomará la espada para defender las tierras de la Iglesia?» En Italia sólo hay un soberano que pueda hacer esto: Roberto de Anjou, señor de Nápoles. El Papa le nombra jefe de la liga güelfa para que se oponga a los gibelinos, aliados de Ludovico. El Papa es muy devoto de la Virgen e invita a toda la cristiandad a recitar el «santo rosario» —ya propugnado por santo Domingo— y la oración del saludo angélico: «Ave María, llena de gracia...» Palabras de amor que brotan de nuestros labios para darnos fuerzas en los momentos difíciles. Juan XXII eleva a los altares a Tomás de Aquino, autor de tantas obras teológicas. Ludovico se ríe de Roberto: «¿Cree atemorizarme? ¡La Iglesia tendrá que restituirme los territorios que ha robado al imperio!» En la puerta de la catedral de Aviñón el Papa fija una amonestación contra el emperador. Pero Ludovico es un hombre terriblemente orgulloso y convoca la dieta de Nuremberg declarando: «¿Quién es ese cura llamado Juan que se hace pasar por Papa, pretendiendo darme órdenes? ¡Será él quien me obedezca!» El imperio alemán es la espina que atormenta a Europa. En Alemania se asiste a la guerra civil. Por una parte luchan los partidarios de Ludovico el Bávaro y por otra los que siguen a Federico de Austria. El Papa interviene ofreciéndose como intermediario para lograr la paz. Pero ambos contendientes prefieren las armas. En la batalla de Muldorf la victoria final corresponde a Ludovico. Ante una ofensa tan descarada, el Papa responde con la excomunión. De ahora en adelante los católicos alemanes no tienen la obligación de servir al indigno emperador. Decidido a vengarse, Ludovico baja a Italia y se hace coronar por el senador Colonna. Pero no se conforma con esto: nombra a un antipapa. el hereje Pedro de Corvara, que toma el nombre de Nicolás V. Arrepentido, Pedro de Corvara irá más tarde a Aviñón y el legítimo Papa le perdonará. 184 185 ROMA SE SUBLEVA La plebe romana, siempre dispuesta a dejarse llevar por la fiebre de los tumultos, apenas descubre a los guerreros de Roberto de Anjou que se dirigen a la ciudad eterna, se sube a las torres de las murallas. Y cuando Ludovico escapa de Roma, la plebe le hace una despedida inolvidable... lanzándole insultos, tomates y frutas podridas. Ludovico no volverá a poner el pie en Roma. Nuevamente de todas las partes de Europa acuden millares de peregrinos a las basílicas de Roma. Por los caminos de Italia se contemplan larguísimas procesiones de peregrinos que cantan y rezan. Como durante el primer año santo también ahora entre los peregrinos podemos distinguir a ricos y pobres. reyes y siervos, plebeyos y poetas. ¿Veis? Es un rey aquel que avanza a pie y humildemente: Ludovico I de Hungría. Estamos ahora en el año 1348. Los papas, por desgracia, residen aún en Aviñón. Es papa Clemente VI, que anteriormente había sido monje benedictino. Italia y Europa entera se ven asoladas ahora por una terrible enfermedad: la peste negra. Decenas de millares de hombres caen muertos y no existe ninguna esperanza de salvación, pues la medicina del tiempo es impotente contra semejante enfermedad. COLA DE RIENZO Un romano se distingue en este tiempo: Cola de Rienzo. Sueña con hacer de Roma nuevamente el centro del poder temporal y espiritual. Es un joven de ardiente palabra. Una asociación romana le escoge como representante para ir a Aviñón. «¡Cola, vete! Pide al Papa que vuelva a Roma... Sólo el Papa puede salvar nuestra ciudad, tan duramente castigada». Después la enfermedad se va atenuando, pero ya ha eliminado la tercera parte de la población europea. «¡Dios nos ayude!», lloran los supervivientes, que ahora se sienten amenazados por la carestía. Un grupo de peregrinos romanos llega a Aviñón. «¡Santo Padre, concede el jubileo durante el año 1350 para que todos los creyentes puedan limpiarse de sus pecados!» Clemente VI acoge la súplica y establece que los años jubilares tengan lugar cada cincuenta años. Cola acepta tal encargo con entusiasmo y se apresura a ponerse en camino hacia Aviñón. Aquí se encuentra antes con Francisco Petrarca. Son dos hombres de carácter diverso, pero unidos por un sentimiento común: la tristeza de ver cómo Roma se está acabando. «¿Qué sucede en la ciudad?», pregunta Petrarca. «Violencias, asesinatos y robos. La ciudad entera está a merced de terribles bandas armadas». 186 187