Piris, 24feb14

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TRIBUNA ABIERTA
El año de Afganistán
Alberto Piris*,
CEIPAZ 24 de febrero 2014
Estamos en el año en que va a finalizar la aventura afgana de la
coalición aliada encabezada por EE.UU. y el Reino Unido, con la
retirada de las últimas tropas de ocupación. El hecho de que la
principal inquietud en las cancillerías occidentales sea evitar una
renovada guerra civil tras la salida de los últimos soldados es una
muestra patente del fracaso colectivo de una operación bélica que ha
mantenido al país en estado de guerra ininterrumpida durante más de
doce años, sin apenas haber mejorado su situación política,
económica y social.
Guerra que había sido precedida por once años de ocupación
soviética y las operaciones de guerrillas organizadas contra aquélla apoyadas y financiadas por Occidente-, a la que siguió una guerra civil
entre los caudillos étnicos rivales, tras la cual los talibanes alcanzaron
el poder e impusieron un régimen islamista sobre un pueblo agotado
por la violencia. Régimen que fue bruscamente suprimido tras la
invasión aliada de 2001.
Ciudad Universitaria Cantoblanco. Pabellón C. Calle Einstein 13. Bajo. 28049 Madrid. info@ceipaz.org
Digamos, pues, que el pueblo afgano viene padeciendo el estruendo
de los disparos y las explosiones y, lo que es peor, las demoledoras
irrupciones de los misiles repentinamente disparados desde las
alturas por los aviones de ataque no tripulados. No debería
sorprender, por tanto, que una encuesta realizada por una fundación
estadounidense haya mostrado que el 77% de los afganos siente
miedo cuando ven aproximárseles los soldados de las fuerzas aliadas.
Una percepción muy generalizada entre la población es que los
sucesivos
destrucción;
ocupantes
ciertas
han
causado
declaraciones
ya
del
demasiada
presidente
muerte
Karzai
y
han
contribuido también a esta percepción al mostrar su desacuerdo con
bastantes actuaciones de las fuerzas aliadas.
Las expectativas electorales de Karzai, ante los comicios a celebrar
en abril, mejoran cuando sus opiniones se acercan al sentir
mayoritario de la población, si bien esto crea irritación en Washington
y Londres, tanto más cuanto que la oferta electoral se presenta llena
de incertidumbre. Casi todos los candidatos llevan consigo el estigma
de la corrupción y algunos de ellos son viejos caudillos sobre los que
recaen acusaciones de crímenes de guerra.
Un caso extremo es el de un veterano islamista que ha pasado a la
historia como el que invitó a Osama ben Laden a instalarse en
Afganistán en 1996. El visto bueno dado por los aliados a tal
conglomerado de aspirantes a la presidencia del país muestra la
hipocresía de quienes, olvidado el discurso pro democracia y
derechos humanos que justificó la invasión, solo pretenden abandonar
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el país con el mínimo coste y salir pronto del avispero adonde les llevó
el alucinado presidente Bush y sus jactanciosos aduladores del
Pentágono.
Algunos analistas intuyen signos de optimismo, ya que varios
aspirantes a la presidencia tienen previsto elegir como aliados a
dirigentes de otras etnias, lo que podría evitar el resurgir de las
rivalidades internas que tanta sangre hicieron correr en el pasado.
Esto, sin olvidar que los talibanes también tienen algo que decir, para
lo que existen negociaciones con los dirigentes menos radicales, con
vistas a encontrar puntos de acuerdo entre el futuro Gobierno de
Afganistán y quienes siempre han seguido activos en la sombra, sin
abandonar sus intenciones originales.
Todo esto tiene lugar en un país considerado como el tercero más
corrupto del mundo, donde la tasa de mortalidad infantil se iguala a la
de los más atrasados países del África subsahariana y que ostenta
uno de los peores puestos en la clasificación de Naciones Unidas
sobre la igualdad entre géneros.
A medida que se aproxima la fecha de las elecciones, aumentan las
sospechas de inminentes irregularidades, siguiendo lo que parece ser
costumbre. Como informa un corresponsal del Institute for War and
Peace Reporting destacado en Ghor, la opinión dominante entre los
residentes es esta: "En las elecciones pasadas, los sicarios de los
poderosos se situaban junto a las urnas, para forzar a la gente a votar
por su candidato. Aunque había policías cerca, tenían miedo a
decirles nada. Esto pasará otra vez, por mucho que se diga que la
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policía va a proteger la libertad de voto".
Un jefe de policía afectado por esta situación explicaba que su
capacidad de actuación era muy limitada: "Muchos de esos matones
están apoyados por miembros del Parlamento y por ministros del
Gobierno; por esa razón, poco podemos hacer los jefes de la policía
local para remediar el problema".
Sea como sea, Afganistán se encara a momentos importantes, y los
países que, como España, han intentado contribuir a mejorar la
situación del pueblo afgano deberían observar con preocupación los
próximos acontecimientos en ese país, de los que ellos son también
responsables en distinto grado.
*Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
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