UNA OREJA, UN GUIPUZCOANO Y 190 BARCOS Informe mensual de estrategia enero 2014 NG & FINA KI EV E R IEW NC BEST ASSET & WEALTH MANAGEMENT SPAIN 2013 OBAL BA N GL Alejandro Vidal Responsable de Estrategia de Mercados AW ARD S Informe mensual de estrategia. Enero de 2014 UNA OREJA, UN GUIPUZCOANO Y 190 BARCOS Todos sabemos que las cuestiones militares están muy ligadas a los intereses económicos. Igualmente nos suena que España ha tenido un pasado militar en el que se destacan las derrotas y no se alardea de las victorias. Narramos un episodio que permitió mantener el empuje que las colonias dieron a la economía española y que facilitó la independencia de EE.UU.. En 1738, concluida la guerra de sucesión a la Corona de España, era ya un hecho evidente que al Imperio Hispano le costaba cada vez más mantener articulado el comercio y la defensa de las plazas latinoamericanas, especialmente en la zona del Caribe. Los episodios de piratería y contrabando eran cada vez más frecuentes y estaban espoleados por el Rey de Inglaterra, que lo veía como una guerra de desgaste no declarada contra los Borbones, sus principales enemigos, ocupando ahora los tronos de Francia y España. Sin embargo, puesto que la debilidad española en la zona era cada vez más evidente, el ambiente era prebélico en el Caribe, con los piratas y corsarios ingleses ejerciendo cada vez más presión sobre los mercantes de bandera española. Sólo hacía falta un pretexto para entrar en una contienda abierta. Y dicho pretexto fue el apresamiento del capitán de un buque de contrabando inglés, Robert Jenkins. Su nave fue apresada por la española La Isabela, al mando del capitán Julio León Fandiño, que como escarmiento cortó una oreja al capitán Jenkins y lo mandó de vuelta a Inglaterra con una severa advertencia: di a tu Rey que lo mismo haré con él, si a lo mismo se atreve. Con la oreja amputada conservada en un tarro de alcohol, Jenkins regresó a Londres y mostró el agravio en la Cámara de los Comunes, presidida entonces por William Pitt, político de sangre muy caliente y que da nombre a la ciudad de Pittsburg en Pennsylvania. Así pues, Inglaterra decidió que tamaña afrenta al Rey no podía quedar sin respuesta, y declaró oficialmente la guerra a España en 1739, la conocida como Guerra de los Asientos. La táctica inglesa pasaba por controlar el istmo de Panamá, para lo cual necesitaban controlar dos posiciones españolas: Portobelo, en el pacífico y Cartagena de Indias en el Caribe. El objetivo, partir las comunicaciones entre los dos principales Virreinatos, Nueva Granada y Nueva España, para dificultar aún más la defensa española. Para tal cometido, nombró comandantes de la escuadra británica a los almirantes Edward Vernon y Lawrence Washington (hermano de George Washington, primer Presidente de los Estados Unidos y líder de la rebelión de las colonias británicas). El primer paso fue la toma de Portobelo, cometido sencillo puesto que estaba defendida por 500 españoles; una escuadra de seis navíos ingleses fue suficiente para rendir la plaza, lo que envalentonó aún más a Vernon. Así que Vernon reunió bajo su mando a la práctica totalidad de la Armada Británica: 186 unidades, entre ellos 29 navíos de línea (las mejores naves de la época) y 22 fragatas, que sumaban 30.000 hombres. Frente a ellos, las fuerzas defensoras españolas, con 6 navíos de línea y 1.200 hombres atrincherados en las distintas fortalezas de la ciudad. Al mando de los españoles, un militar de amplia experiencia en combate: Blas de Lezo, un guipuzcoano enrolado en barcos de guerra desde los 12 años, tan osado en el combate que era conocido entre la tropa como el mediohombre, por las heridas de guerra que acumulaba: era tuerto, manco y le faltaba una pierna. Tal había sido su rendimiento en combate que con 24 años ya ostentaba el mando de un navío, con el que en apenas 3 años llegó a apresar 11 navíos británicos, entre ellos algunos de gran importancia. Informe mensual de estrategia. Enero de 2014 Así que, tras varios intercambios epistolares subidos de tono entre Vernon y Lezo, la gran escuadra británica es avistada por los cartageneros en mayo de 1741, y se dirige a todo trapo hacia las fortalezas que defienden la boca de la bahía, a las que cañonea incesantemente durante dieciséis días, hasta que finalmente, logra silenciarlas. Viendo despejado el camino de entrada a la bahía, Vernon da por hecha la victoria en un breve espacio de tiempo, por lo que despacha un correo a Londres informando de la toma de Cartagena. Sin embargo, las cosas no iban a salirle bien en absoluto. Blas de Lezo ordena replegar todas sus fuerzas y artillería en el castillo de San Felipe de Barajas, en el interior de la bahía, donde la escuadra inglesa no puede situarse cómodamente ni maniobrar para aprovechar su ventaja numérica. Tras intercambiar cañonazos con la fortaleza artillada, con mal resultado para los barcos británicos, Vernon decide desembarcar y tratar de tomar la fortaleza por tierra, atacando con su infantería. El primer problema, es que las posiciones defensivas españolas están dispuestas de modo que Vernon se ve obligado a rodear la fortaleza atravesando la selva, con lo que muchos de sus soldados caen enfermos de malaria y otras enfermedades tropicales, aunque finalmente logran establecer un sitio al castillo. Los oficiales ingleses, tras explorar la posición española y sus fuertes murallas, no ven posible derribar los muros con la artillería ligera que han sido capaces de transportar, aunque si creen que su superioridad numérica es suficiente como para intentar un asalto frontal, usando escalas para trepar los muros. Y así establecen el plan de ataque. Sin embargo, un previsor Blas de Lezo anticipa ese movimiento, y ordena cavar un foso y sembrar de obstáculos al pie de las murallas. Así, los 600 hombres que aún defienden el castillo de San Felipe aguantan la primera oleada inglesa con sables y mosquetes. Y cuando finalmente se repliegan y los ingleses llegan a la muralla, descubren que sus escalas no tienen el tamaño suficiente como para alcanzar los muros sobrepasando el foso. El ataque queda detenido al pie de la muralla, desde cuya cima los españoles masacran sin oposición a las tropas británicas, causando miles de muertos. Incluso durante la retirada de las mismas, se permiten hostigarles infligiendo aún mayores bajas, y ganando todo el material que dejan atrás, incluidos 1.500 cañones. Los británicos perdieron en Cartagena 8.500 hombres y 50 barcos, entre ellos 19 navíos de línea y 4 fragatas, frente a los seis navíos y 800 muertos por el bando español. El problema es que en Londres se había informado de la toma de la ciudad, noticia que fue recibida con tal alegría que incluso se acuñaron monedas describiendo el honor de Vernon y la humillación de los españoles, fechando la toma el 1 de abril de 1741. Tal fue la decepción al descubrir la realidad, que el Rey Jorge II prohibió a los cronistas hablar de la batalla de Cartagena de Indias. Las consecuencias de semejante debacle para la Armada británica fueron claramente negativas. España mantuvo la supremacía naval en la zona otros 60 años, hasta la también famosa batalla de Trafalgar, donde las tornas fueron contrarias. Además, Inglaterra decidió concentrar lo que quedó de sus naves para defender posiciones más próximas y su posición militar quedó claramente debilitada en América, lo que aceleró el proceso de independencia de sus colonias para fundar los Estados Unidos.