GISBERT GRESHAKE ESCATOLOGÍA E HISTORIA En la nueva teología ha cobrado gran importancia la dimensión escatológica. El boletín de Gisbert Greshake nos ofrece temáticamente un panorama de las distintas explicaciones escatológicas que se centran sobre todo en la tensión existente entre espera del tiempo final y futuro histórico-intramundano. Endzeit und Geschichte. Zur eschatologischen Dimension in der heutigen Theologie, Herder Korrespondenz, (1973) 625-634 En adviento, casi todas las iglesias cristianas centran su atención en las "realidades últimas", el fin de la historia, el progreso de Cristo, el "nuevo cielo y la nueva tierra". Pero ¿cuál es el sentido y la intención de estos términos escatológicos de la Escritura y la Tradición?, ¿hay correspondencia entre el futuro esperado en la fe y el futuro planteado y realizado por la acción humana en la historia? A todos estos interrogantes se añade el problema de que en el tratado de escatología domina una gran confusión lingüística, y sin embargo, el teólogo el predicador y el catequista deben definirse. De ahí que nos encontremos con gran variedad de concepciones sobre el éschaton. Unas infantiles o ridículas, o que intentan componer con las diversas imágenes bíblicas un reportaje sobre el "fin del mundo"; Otras "ilustradas" y desmitologizadoras, en las que las afirmaciones escatológicas son comprendidas como claves del potencial existencial de esperanza o como imperativos de un obrar transformador del mundo. Aquí sólo intento dar una primera orientación sobre los distintos esbozos escatológicos y sintetizar los problemas y tendencias existentes. "El despacho escatológico está cerrado" (E. Troeltsch ) Para valorar correctamente las nuevas corrientes escatológicas se debe echar un vistazo a la tradición. Es verdad que, al querer caracterizar el pensamiento teológico de un siglo en pocas líneas, se corre el riesgo de convertir algo que era una figura viva y diferenciada en un espantajo petrificado. Pero los tipos teológicos de una época han de delinearse con una descripción global de las tendencias fundamentales, sin tener demasiado en cuenta variantes y diferencias. Podemos decir que desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX, la escatología ha sido calificada, entre los cristianos, con alguna excepción, como "doctrina acerca de las realidades últimas". Es una descripción doctrinal de los acontecimientos futuros, presentados cósicamente, y que ocurrirán en último lugar, al fin de la historia. Este horizonte formal de la escatología ya lo había preparado la teología medieval con su ideal aristotélico de una ontología cosmológica y con su aislamiento de la multiforme piedad popular escatológico-apocalíptica. La escolástica tardía, con su intento de averiguar la esencia de los últimos sucesos, degeneró en una "física de las postrimerías" (Congar). En la teología moral clásica jugaba un gran papel la escatología, con sus categorías de premio y castigo, para la motivación del obrar humano. A esta concepción de la escatología, dirigida por completo hacia lo último, correspondía la estructura de la esperanza cristiana. Ésta sólo tenía puesta su mirada en lo que tuviese relación con lo "último", en el fin de la historia, concebido más como salvación individual, que como salvación del mundo. Historia y mundo sólo podían tener la función de ser "ocasión de piedad y de moralidad", es decir, eran concebidas como el lugar de preparación y merecimiento para el fin eclesial. GISBERT GRESHAKE Historia y mundo no tenían en sí mismos una dinámica hacia lo "último". Con todo, la inhabitación de Dios en el hombre anticipaba ya misteriosamente el futuro último, es decir, la vida divina, y la Iglesia era entendida como el reino visible de Dios que no necesitaba más que revelarse al final. Había, pues, una conexión entre "este mundo" y "el más allá". Esta relación era también confirmada por la persuasión existente del juicio celestial según las obras terrestres. Pero, con todo, la esperanza cristiana se iba realizando sustancialmente en la tensión entre el "aquí" que transcurre y el "allí" que llega. En consecuencia, las representaciones escatológicas de la Escritura y la Tradición (vuelta de Cristo, ruina del mundo, resurrección de los muertos, cielo, infierno, etc. ) eran interpretadas precisamente como una descripción de la irrupción del más allá en el aquí que perece. La esperanza cristiana se dirigía hacia lo "último", hacia el "final" de la historia individual o universal. Así se corría el peligro de que la escatología, entendida al margen del mundo, separara cada vez más la esperanza cristiana de la vida y de la historia diarias. La promesa escatológica del Reino ya no era fundamento de la misión de hacer progresar el mundo. La Escatología, entendida de un modo cada vez más especulativo y moralista, se llegó a convertir en un "pobre capitulito al final de la dogmática", como dice K. Barth. "El despacho escatológico hace horas extraordinarias" (H. U. von Balthasar ) El paso hacia una "nueva" escatología se dio rápida y tormentosamente. A fines del siglo pasado, J. Weiss y A. Schweitzer subrayan que toda la actuación de Jesús debía ser entendida desde un medio escatológico. Tras ellos, la teología se empezaba a fijar en la escatología de un modo nuevo. Ésta dejaba de ser un capítulo final regional y se convertía en perspectiva condicionante de toda la teología: ya no se trataba de las "postrimerías" sino de lo último y definitivo. Todo esto llevaba a la pregunta por la interpretación adecuada de las afirmaciones bíblicas acerca del fin de los tiempos. La teología dialéctica (sobre todo del primer Barth) fue el primer intento serio de este siglo de responder a dicha pregunta. El llamado protestantismo cultural había identificado acríticamente Reino de Dios y reino humano, fe en Daos trascendente y creencia piadosa. Contra dicha síntesis, se levantaron los "dialécticos", que comprendieron las afirmaciones escatológicas de la Escritura como argumento para manifestar la absoluta diferencia cualitativa entre Dios y el mundo humano, entre eternidad v tiempo. Nunca, ni siquiera en el momento del encuentro, cuando Dios alcanza salvíficamente a la creatura, se elimina esta diferencia. Por lo tanto, según Barth, "el fin anunciado en el NT no es un suceso temporal, ni una fabulosa destrucción del mundo, ni tiene relación alguna con posibles catástrofes histórico-terrestres"; el "fin" más bien es el más allá cualitativo, la eternidad de Dios que siempre es de nuevo la crisis de todo lo temporal. El primer P. Althaus comparte de algún modo dicha interpretación y caracteriza a esta escatología como "axiológica", en contraposición a una "teleológica" que miraría hacia un futuro temporalmente por llegar. Tanto Barth como Althaus se liberaron de esta forma de hacer escatología. En realidad, la teología dialéctica no se supo escapar de una concepción vertical de la historia. "Nosotros abajo" - "Dios arriba"; nosotros, los vacíos- Dios, la crisis del hombre. En esta dialéctica tiempo-eternidad, la historia y el futuro concretos no tendrían importancia alguna. GISBERT GRESHAKE R. Bultmann, unido primero a los "dialécticos", se convirtió luego en su antagonista. En conexión con la analítica existencial del primer Heidegger, Bultmann define a los hombres como "posibilidad de ser en el estar abierto al futuro". El propio ser, la verdadera realidad del hombre están siempre colocados ante él. El hombre los pone en juego en los encuentros siempre nuevos de su vida que deben realizarse en apertura y libertad. Pero, pecador como es, el hombre ha perdido su libertad y su futuro. Se encuentra cerrado, apresado por el pasado, por lo que tiene y por lo que es. De este modo está frustrando su verdadera vida. El acontecimiento de Cristo es escatológico, es decir, da fin a la caducidad de la existencia pecadora y posibilita la nueva apertura y libertad. El creyente que se fía de la palabra de la predicación puede oír de nuevo y seguir la llamada del amor, y alcanzar su verdadera vida. Ya no espera en un futuro que está por llegar temporalmente, sino que en cada ahora de la llamada y del seguimiento está presente el futuro. Y así se puede decir con Bultmann: "No míres a la historia universal; más bien debes poner los ojos en tu historia personal... En tu presente está el sentido de la historia... En cada momento dormita la posibilidad de ser el momento escatológico. Debes despertarlo". Las afirmaciones escatológicas de la Escritura son, entonces, imágenes de la disponibilidad de la actuación salvífica de Dios y/o de la apertura ilimitada de la existencia humana. Hablan, de un modo mítico, del hombre, bajo la llamada del futuro de Dios. De ahí surge la exigencia de su desmitologización. Deben ser interpretadas como expresión de la "futureidad" y de la apertura de la existencia humana. Bultmann también influyó en el campo católico. Su teología ofrecía la posibilidad de huir del error fisicista-cosmológico y del esquema "vertical" de la historia. Liberaba la idea tradicional de la escatología como un fin de la historia que irrumpe desde fuera; y de la dialéctica, según la cual la escatología sería un tapón para la crisis del hombre ante la absoluta trascendencia de Dios. Subrayaba, en cambio, su referencia a la actual realización de la fe del creyente ante la llamada siempre nueva de Dios. Es indudable la aportación positiva de Bultmann; a pesar de ello, tuvo muchos opositores. Tanto los partidarios de la escatología tradicional, como los llamados "historiadores de la salvación" objetaron que, por su transformación del futuro temporal en la futureidad existencial, el futuro concreto venidero de mundo e historia quedaba desvalorizado. ¿No se le podría acusar de hacer una escatología sin tiempo ni mundo, si aquélla se concentra solo en el momento de la decisión existencial de la fe aislada de la historia concreta?, ¿qué se podría decir entonces de la salvación del mundo? D. Sölle nota rectamente que el futuro de Bultmann queda abierto para que el individuo "gane" o "pierda" su vida, pero no para la salvación universal. Como reacción, comenzó hacia los años sesenta una nueva orientación de la escatología. Pero antes de estudiarla, vale la pena echar un vistazo a dos esbozos escatológicos de la teología católica. Hermenéutica de afirmaciones escatológicas K. Barth y R. Bultmann hicieron su escatología como constitutivo de un plan teológico total. La teología católica, en cambio, se dedicó a la escatología como tratado dogmático regional, liquidando las representaciones tradicionales mediante una hermenéutica escatológica y haciéndolas inteligibles. GISBERT GRESHAKE Dos nombres son importantes en este sentido, H. U. von Balthasar y K. Rahner. Ambos tienen algo en común. Critican la concepción cosmológico-fisicista de las "realidades últimas", que pretende ser como un reportaje sobre el "fin del tiempo". Luego, se diferencian. Von Balthasar tiene un enfoque teológico-cristológico. Afirma que Dios es la "postrimería" de la creatura; Dios como ganado es cielo; como perdido infierno; como punto de referencia, juicio; como purificador, purgatorio. Dios es aquel ante quien muere lo finito y resucita por Él y para Él. Así es como Dios se ha manifestado al mundo en la persona de Jesucristo, que es la esencia de las "realidades últimas". En Jesús ocurrió la vuelta desde la perdición antigua a la salvación nueva. Así, pues, lo dicho en la escatología tradicional sobre las "postrimerías", no serían más que aspectos de la única "postrimería": Jesucristo, por el cual hombre y mundo son lanzados hacia su definitividad en Dios. Hay aspectos muy positivos en esta visión de von Balthasar, como son el uso de categorías personales de encuentro y la concentración de todas las afirmaciones del futuro en el acontecimiento de Cristo. Pero esta hermenéutica plantea problemas. Sigue en pie la pregunta sobre la relación existente entre el futuro concreto hacia el que el hombre avanza en este mundo e historia, y el futuro que el creyente espera para sí mismo y ve cumplido en Cristo. Además, el va lor de la historia profana parece quedar disminuido, si se subraya tanto el hecho de que Jesús ya ha regresado al Padre. Rahner procede de otro modo. Intentando encontrar la esencia de la existencia humana y de la revelación cristiana, concluye que "la fuente propiamente originaria de las afirmaciones escatológicas es la experiencia del obrar salvífico de Dios en nosotros mismos en Jesucristo". La escatología sería, por lo tanto, la prolongación de aquello que la fe ya experimenta ahora y sobre lo que se apoya. De ahí que, según Rahner, "las afirmaciones escatológicas tradicionales deberían ser leídas como afirmación que va desde el presente manifiesto hacia el futuro, y no como afirmación que va desde un futuro anticipado hacia el presente. Toda afirmación escatológica podría ser referida regresivamente a la afirmación sobre la existencia cristiana tal y como es ahora". Todo esto tiene un cierto parecido con Bultmann. Pero en realidad, Rahner entiende la existencia humana, contra Bultmann, como algo mundano, social e inmerso en un quehacer temporal. Las afirmaciones escatológicas pueden ser leídas como imágenes de una esperanza que se orienta a un despliegue temporal todavía por llegar, de lo que ya está dado en la fe: el futuro esperado por el creyente es el teleológico llegar-a-sí- mismo de la presencia salvífica experimentada ya ahora. Estos dos intentos hermenéuticos consiguieron liberar a la escatología de su fijación a una representación cosmológica del fin. A pesar de todo, no queda claro en ellos si el futuro escatológico es solo la epifanía de una salvación ya presente. Y sigue en pie la pregunta de la relación existente entre el futuro de la historia del mundo y el futuro esperado en la fe. Esta última pregunta no ha sido respondida totalmente por ninguna de las explicaciones escatológicas hasta aquí esbozadas. No se ve el papel exacto que juega el futuro concreto histórico de este mundo en relación al futuro de Dios. Mundo e historia, ¿son solo un marco indiferente en el que se verifica la salud de Dios? Esto y la reacción contra Bultmann ha ocasionado un giro nuevo de la escatología. Han surgido recientes intentos escatológicos que, caminando en la misma dirección, acusan diferencias notables. GISBERT GRESHAKE Filosofía de la historia y esperanza cristiana La moderna comprensión del mundo es la que ha provocado el intento serio de ver la relación entre el futuro de la historia secular y el futuro escatológico de la fe. Pero ¿qué significa aquí "moderna comprensión del mundo"? En el pensamiento premoderno, el mundo era como un "espacio santo" prestado por Dios para que el hombre efectuara su historia. Con la época moderna, la historia misma pasa a ser el horizonte de comprensión del mundo. Éste ya no es algo inmutable, ordenado por el mismo Dios. El mundo es, más bien, un inmenso potencial entregado al hombre para que éste lo configure según sus metas e imágenes de felicidad. En consecuencia, el futuro deja de concebirse como un "segundo piso" alcanzado tras la prueba terrena; es, más bien, lo factible mediante la actuación humana. Lo "último" es localizado en la historia dirigida por el hombre, mediante su libertad. Las modernas filosofías de la historia tienen así "el carácter de un milenarismo filosófico; su meta es la conclusión de la historia en la historia". (J. Moltmann). Si estas escatologías secularizadas modernas no se limitan a una contemplación especulativa (idealismo alemán), y están dominadas por la praxis, el futuro recibe un peso nuevo. Ya no es considerado como algo "del otro mundo", ni es el sentido trascendental del presente; pero tampoco consiste en el teleológico llegar-a-sí- mismo o la epifanía de su fundamento. Si fuera así, la escatología sería la extrapolación de la protología. Más bien es lo absolutamente nuevo; y en cuanto todavía no tiene un lugar, es estimulante de la actividad humana. Así el éschaton se convierte en la fuerza motora de la historia, fuerza que empuja siempre hacia la perfección. Es indudable que este moderno pensamiento secular sobre el futuro pretende relevar a la escatología cristiana. Para ésta, la consumación se da con Dios en el más allá, fuera de la historia, terrena despiciens. El pensar secular- utópico sobre el futuro, tiende, en cambio, a suprimir todos los factores negativos de esta historia para que el hombre encuentre en este mundo una patria. Todos estos intentos han tropezado con el problema de la incompatibilidad de los dos conceptos de futuro y han pretendido evadirse de él desmundanizando o destemporalizando la escatología cristiana. Y aquí entran en escena los nuevos planteos escatológicos que quieren, por distintos caminos, poner en una relación positiva la comprensión moderno-secular del futuro y la esperanza escatológica cristiana. "Pensar juntamente Dios y la historia" (J. Moltmann ) Se podría hablar primero de T. de Chardin quien entiende toda la realidad como un proceso evolutivo desde la naturaleza inanimada hasta la reunión de todo con Dios, motor y fin de la evolución. Este proceso abarca historia de la naturaleza, de la humanidad y de la salvación; abarca la dinámica de Dios y la cooperación del hombre en la gestación del éschaton. Bastan estas pocas indicaciones sobre la concepción de Teilhard, pues, si bien es verdad que ha jugado un papel sugerente para muchos teólogos, también lo es que no acaba de encuadrar en el marco de los nuevos movimientos teológicos, aparte de que su intento plantea no pocos problemas de tipo científico y de interpretación. Vale la pena examinar con más detalle la concepción de J. Moltmann. La revelación cristiana era tenida en el mundo greco-occidental como GISBERT GRESHAKE "aclaración lógica de una realidad". Según esto, el futuro sería sólo la epifanía del presente. Moltmann se decanta por las categorías veterotestamentarias de la historia. Dios promete una realidad que "todavía no" es y que será algo "absolutamente nuevo". Los oyentes de la promesa se mantienen tensos en marcha hacia el futuro, que no es algo ya presente en el más-allá, ni traído por un decreto de Dios. Por su promesa, se pone en marcha un proceso en el que mundo y Dios van hacia su propia identidad. Por lo tanto, futuro de Dios y futuro de la historia deberían "ser pensados juntamente". No es que ambos sean idénticos, sino que su diferencia debe ser explicada con categorías temporales (y no locales -Dios arriba y nosotros abajo- como hasta ahora). Dios es la fuerza del futuro ante nosotros. No es el absolutamente-otro sobre la historia, sino que es el absolutamente cambiante en la historia1 . Por esto, a lo largo de la historia veterotestamentaria, todas las realizaciones categoriales de las promesas quedan siempre abiertas hacia un futuro mayor. Las imágenes escatológicas de la apocalíptica, dice, no se refieren a un fin del mundo, sino que afirman que todo el cosmos pertenece al futuro de Dios. De ahí que dichas imágenes muevan a esperanza y a actuación en esta historia. La resurrección de Jesucristo es la implantación definitiva de un horizonte universal de la promesa, que se extiende incluso a lo humanamente desesperado. Siendo como es universal, la promesa provoca también a una misión universal: la de ponerse en camino, totalmente y sin reservas, hacia el futuro prometido. El hombre que está alcanzado por la fuerza del futuro de Dios aspira a cambiar lo "penúltimo" en dirección a lo "último". Para ello debe ir anticipando esa consumación en múltiples representaciones y utopías reales. Esto no quiere decir que el hombre pueda construir el futuro último. Sólo el Espíritu de la esperanza divina y la obediencia del hombre pueden proyectar ese futuro. Dicho Espíritu tiene poder de preservar todo lo perecedero de hundirse en la nada, y puede causar la nueva creación. La función liberadora de la "reserva escatológica" Moltmann (con H. Cox y W-D. Marsch), opina que la esperanza escatológica es estímulo del progreso intramundano hacia el éschaton. J. B. Metz, fundamentalmente de acuerdo, en su teología política, pone el acento sobre la función públicamente crítica de la esperanza cristiana. La teología política se entiende a partir de dos finalidades: como correctivo crítico frente a la tendencia a privatizar de la teología existencial, y como "intento de formular el mensaje escatológico de acuerdo con las condiciones de nuestra sociedad presente". En relación a la primera finalidad, señala que las promesas bíblicas (libertad, paz, justicia) no conciernen a la salvación individual, sino que se refieren a la dimensión social y política del hombre. Con respecto a la segunda meta, no se trata de traducir las promesas de la fe a través de una politización y una directa praxis social. Esto sería un integrismo como lo fue el de la teología tradicional de lo político, y además se daría un carácter de definitividad a los status conseguidos históricamente, los cuales deben aparecer como provisorios, gracias a la "reserva escatológica" que tiene como horizonte el futuro último de Dios. Esta "reserva escatológica" preserva al individuo de ser un mero medio para un futuro intrahistórico, da sentido incluso a aquello que parece negativo para el progreso, impide el totalitarismo de cualquier sujeto intrahistórico. Resumiendo, tiene una función liberadora y crítica. El gran futuro de Dios estimula a una renovación continua en las relaciones sociales. No es una meta directa de actuación, sino una negatividad crítica. En ella, se halla una gran fuerza de lo posesivo. "En y a través de ella, se abren posibilidades nuevas". En realidad, la teología política se entiende solo como hermenéutica de una ética política de reforma social que, GISBERT GRESHAKE a través de sus análisis y estrategias concretas, puede hacer practicable el programa de la hermenéutica política. También estas nuevas explicaciones escatológicas han levantado una crítica violenta. Según ésta, el paso hermenéutico desde el primado del individuo al de lo político-social ha desvalorizado al individuo y a su pregunta por el sentido y por el futuro. Además, la convicción neotestamentaria del cumplimiento, en Jesucristo, de las esperanzas salvíficas ¿no es aplastada a través del trazado he rmenéutico de la historia veterotestamentaria de la promesa?, ¿no es ambiguo el poner conceptos políticos modernos como paz, libertad y justicia en tan estrecha relación con los conceptos escatológicos?, ¿no se exagera al decir que cada paso hacia una mayo r libertad y justicia representa ya una realización del futuro de Dios? Pero, futuro de Dios y futuro del hombre ¿son idénticos?, ¿deben ir en la misma dirección? "¿Puede salir airoso ante la razón crítica el vocabulario algo flotante del "futuro" que designa sin reparación a nuestro futuro histórico y al poder de la trascendencia de Dios?" (K. Lehmann) ; ¿cómo concebir un futuro como realidad que se funda en sí misma y se pertenece a sí misma, sin recurrir otra vez a categorías como "suprahistórico", "trascendente", las cuales se quiere superar? Sin duda se puede aplicar a muchos teólogos, además de Moltmann, el reproche de que a veces en esta clase de escatología, con formulaciones imprecisas aunque atractivas y de moda, se esquivan o se tratan superficialmente los problemas. Metz ha contribuido en la discusión posterior a la clarificación. La teología política se mantuvo en un plano abstracto. Tampoco convenció explicación hermenéutica dialéctica de la relación entre futuro escatológico intrahistórico. Esto ha originado formas que buscan traducir más directa concretamente la promesa escatológica a una praxis social. Esta intención está en base de la teología de muchos grupos cristianos progresistas, de la "teología de revolución" y de la "teolo gía sudamericana de la liberación". la e y la la Escatología en el horizonte de la teología de la revolución y de la liberación Para la teología de Metz, la revolución puede ser una forma posible de traducir la fe escatológica a la praxis; para la "teología de la revo lución", en cambio, la subversión es forma de aparición de Dios. Se fundamenta en que Dios mismo lucha contra las estructuras que oprimen la existencia humana. Dios ha tomado forma humana en la historia concreta y nos llama por ese camino. La revolución es, pues, momento interno de esta teología. Es indudable que al unificar no dialécticamente revolución y actuar de Dios, cambio histórico y futuro escatológico, la teología de la revolución es, en el fondo, la variante dinámica de la teología política conservadora de la época premoderna. E. Feil nota con razón que si se considera tan manifiesta la actuación de Dios en la revolución, se desatiende el hecho de que también en la historia Él es un Deus absconditus. Las recientes teologías sudamericanas de la liberación tienen a primera vista una g r a n semejanza "aparente" con la teología política y la teología de la revolución. Su origen está en la experiencia extrema de miseria y opresión del hombre y de la injusticia GISBERT GRESHAKE estructural. Según ellas, las estructuras injustas son la cristalización del mal y del pecado. La redención por Cristo consiste también en la liberación -revolucionaria, dadas las circunstancias actuales- de dichas situaciones. Solo hay una única llamada del hombre, a la salvación y al futuro escatológico, y esta llamada abarca también todo lo mundano. "La aceptación del reino de Dios sólo es posible si se intenta edificar una sociedad justa" (G. Gutiérrez). ¿Dónde está lo específico de estas teologías frente a las europeas? Está en la unidad entre teoría teológica y praxis ético-social-política. Los teólogos de la liberación atacan a la teología europea su indeterminación e imposibilidad de avanzar hacia una praxis social. Mientras las europeas tienen más bien carácter hermenéutico, la teología de la liberación está en contacto directo con un análisis social y una estrategia y táctica concretas. El cristiano que, alcanzado por el mensaje escatológico, se compromete en favor de los oprimidos, opta por una concreta estrategia y táctica para llegar a una meta liberadora determinada. Puede, de este modo, percibir fructíferamente ciertos matices de la palabra de Dios, imperceptibles en otras situaciones vitales. Se ha de confesar que estamos ante una gran concreción; pero sigue sin resolverse la relación entre fe y acción política, entre teología y ciencias sociales. ¿Qué aporta entonces la fe al proceso liberador?, ¿no parece ser una superestructura montada sobre una praxis determinada político-social? Es claro que tales interrogantes críticos parecen cínicos, teniendo en cuenta que los teólogos de la liberación no pueden permitirse el "lujo" de hacer teorías muy diferenciadas, ya que se encuentran ante situaciones que claman al cielo y en estos casos la praxis tiene la primacía. Por eso está acertado G. Gutiérrez cuando afirma que en el compromiso de la teología de la liberación hay más fidelidad al Señor y más fe que en la doctrina llamada "ortodoxa" de ciertos pensadores cristianos. ¿Otra vez una nueva oscilación del péndulo? Han quedado muchos interrogantes sin solucionar en detalle. Pero los esfuerzos citados en último lugar por armonizar teorías escatológicas y praxis deben ser juzgados como empresa ineludible e importantísima. Por eso, resulta más sorprendente el que, tras todos esos intentos, ya se perciba en Europa y en Norteamérica una nueva oscilación del péndulo. Puede estar motivada por la experiencia de frustración en los últimos años, cuando se ha visto que solo los cambios estructurales no pueden establecer el reino de Dios ni siquiera su apariencia. El optimismo ante la hominización progresiva del mundo cede ante la idea de que el hombre es muy limitado en sus posibilidades. Se ha descubierto además la limitación peligrosa de una fe a ultranza en el progreso. La esperanza en la hominización del mundo mediante la revolución de todas las relaciones injustas ha desaparecido por la experiencia de la fuerza demoledora de una libertad revolucionaria insensata. En consecuencia, comienza a articularse nuevamente el "ansia hacia el Absolutamente Otro"2 , "el más allá" -tabú no hace demasiados años- como posibilitación del ser humano. Lo individual vuelve a tener importancia. El problema del sentido, la preocupación por el dolor y la muerte vuelven a experimentar un apogeo en la teología y en las ciencias humanas. Mientras algunos grupos cristianos de acción política han caído en una profunda crisis, nacen otros cuyo constitutivo esencial no es la praxis pública de una escatología abierta al futuro, sino la presencia espiritual del éschaton en medio de ellos. GISBERT GRESHAKE No es que nos encontremos en un círculo vicioso. Debemos intentar sacar alguna lección de dichas oscilaciones. Podría ser ésta: No hay evidentemente, para la escatología cristiana, ninguna última palabra, ningún "pasaporte" hermenéutico. La escatología es un producto muy diferenciado, que no puede abandonarse a la moda de cada momento. No cabe olvidar ningún polo. Ella da testimonio de la cercanía y de la lejanía de Dios, del presente y del futuro por llegar; del futuro que es promesa y también invitación a actuar, que hace saltar las estructuras de la historia y se proyecta hacia adelante en la historia; se refiere al particular y a la salvación de todos; s a b e que todo se hunde en la nada y que hay una nueva creación. Y, ya que el futuro prometido es Dios mismo, la escatología se debe colocar ante él como ante el misterio que nunca podrá ser comprendido totalmente. No basta con rechazar falsas alternativas, hay que intentar sistematizar nuestro saber sobre el éschaton. Pero es evidente que el solar para una tal edificación no está todavía preparado. Notas: 1 No Ganz-Andere sino Ganz-Ändernde (N. del T.). 2 Seltnsucht nach dem ganz Andezen, título de una obra del marxista M. Horkheimer (N. del T.). Tradujo y condensó: RAFAEL DE SIVATTE