DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL DEL TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN / HIPERACTIVIDAD (TDAH). Daniel Martín Fernández-Mayoralas. INTRODUCCIÓN Tal y como se ha descrito previamente, el diagnóstico del TDAH es clínico1, 2. Debe ser realizado por un facultativo con entrenamiento y experiencia en el TDAH y sus comorbilidades y debe sustentarse, de momento, hasta la salida del DSM-V, en los síntomas del DSM-IV-TR1. Previamente ha quedado claro que los antecedentes personales, la anamnesis, la exploración3 y el deterioro o la repercusión sobre la vida del niño son factores muy importantes para establecer el diagnóstico. ESCALAS DE EVALUACIÓN La obtención de información directa de los padres y de la escuela a través de cuestionarios validados en España como, entre otros, la escala de evaluación del TDAH (ADHD-RS), que son los criterios DSM-IV-TR cuantificados, la escala de Conners de 20 items y la obtención de informes abiertos cualitativos es muy recomendable2. Pueden usarse de forma complementaria y nunca como sustitutos de la entrevista clínica, para detectar la presencia y evaluar la intensidad y evolución de los síntomas y la respuesta al tratamiento2. Ninguna escala confirma ni excluye el diagnóstico, ayuda a realizar correctamente el mismo. Otros registros ecológicos (escala de Achenbach, el sistema de evaluación de la conducta de niños y adolescentes –BASC-, etcétera) pueden usarse para el cribado de otro diagnóstico y/o comorbilidad4. EXPLORACIÓN El examen físico es imprescindible4, 5. La mayoría de los pacientes con TDAH muestran un examen físico-neurológico normal. Sin embargo, ciertos sujetos muestran rasgos físicos, como lesiones cutáneas o patrones dismórficos, que pueden hacernos sospechar un trastorno subyacente que pudiera justificar la presencia de un TDAH4, 5. No es infrecuente reconocer ciertos síndromes, como los trastornos del espectro alcohólico fetal6, la neurofibromatosis tipo 1 y el síndrome de Klinefelter, entre muchos otros, que han pasado previamente desapercibidos y que tienen una tipificación genética a veces conocida y un pronóstico dependiente de la propia enfermedad4. No obstante, es evidente que tales causas no son las mayoritarias4, 7. EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA Los estudios neuropsicológicos y de neuroimagen han demostrado que la mayoría de los niños con TDAH presentan una alteración cognitiva en distintos componentes de las funciones ejecutivas8, 9, de la motivación y de la regulación de las emociones10, existiendo diferentes modelos al respecto (lógico, teniendo en cuenta que se trata de un trastorno muy heterogéneo, es decir, existe una gran variabilidad neuropsicológica entre las muestras de TDAH y dentro de ellas)11-13. Aunque no es imprescindible de forma rutinaria, el grupo de trabajo de la Guía de Práctica Clínica sobre el TDAH en niños y adolescentes (GPC)12 la recomienda por consenso y como parte de una buena práctica clínica, dada su utilidad para establecer los objetivos de la intervención reeducativa. La exploración neuropsicológica del TDAH en niños y adolescentes resulta útil para conocer el perfil de habilidades y dificultades en el funcionamiento cognitivo y la comorbilidad con trastornos específicos del aprendizaje12. Publicada en 2010, esta guía forma parte del Plan de Calidad para el Sistema Nacional de Salud (SNS) del Ministerio de Sanidad y de de las Guías de Práctica Clínica en el SNS y constituye una inestimable ayuda para la toma de decisiones en el SNS. En ella se pretende dar, a la población y a los profesionales sanitarios y de la educación, un instrumento útil que dé respuestas a las cuestiones básicas del trastorno, especialmente a las relacionadas con la evaluación diagnóstica y terapéutica. Es el resultado del trabajo de un grupo de profesionales vinculados al TDAH y expertos en la metodología de la GPC; ha sido revisada por profesionales expertos en el TDAH de diferentes especialidades psicología (psiquiatría, neuropsicología, clínica, neuropediatría, psicopedagogía, pediatría, etcétera); cuenta con el aval de asociaciones de pacientes y sociedades científicas españolas implicadas en su atención12. Guías más conservadoras al respecto, como la de la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP), consideran que debe realizarse cuando se sospecha o sea importante valorar el perfil de funcionamiento cognitivo y/o la presencia de un trastorno de aprendizaje comórbido, lo que es muy frecuente en la consulta diaria: malos resultados escolares, rendimiento académico disminuido, etcétera8. La presencia de trastornos del aprendizaje es alta, por lo que se hace necesario descartar o confirmar su existencia para obtener un perfil completo del paciente que influirá en un tratamiento adecuado y completo y no sólo de los síntomas cardinales del TDAH o de otro/s cuadros psicopatológicos asociados5, 14. Debe valorarse al menos el nivel cognitivo, preferiblemente mediante la Weschler Intelligence Scale for Children versión IV (WISCIV) y las habilidades en lectura, por ejemplo mediante la evaluación de los procesos lectores (PROLEC), para educación primaria o secundaria. La presencia de un cociente intelectual bajo, límite o elevado o de un trastorno lector no descarta el diagnóstico4. Si el examen neuropsicológico ha demostrado la existencia de un cociente intelectual (CI) bajo, problemas lingüísticos o de la lecto-escritura, será necesario valorar junto con el Equipo de Orientación del área las ayudas o apoyos escolares que va a precisar el niño12. El diagnóstico de TDAH es compatible con el de retraso mental (codificado en el eje II del DSM-IV-TR). Los niños con discapacidad intelectual o inteligencia normal-baja (de ahí la necesidad de realizar test formales de inteligencia) pueden padecer un TDAH asociado o bien no padecerlo y precisar o no tratamiento farmacológico15. Lo mismo sucede con los niños superdotados. Puede ser útil evaluar la capacidad de atención mediante diversas pruebas14; los test de ejecución continuada -CPT- parecen ser los más útiles; la discrepancia entre el cociente intelectual y los resultados del CPT han mostrado una mayor especificidad diagnóstica que cualquier otra medida neurocognitiva, aunque no es diagnóstica en sí misma, pues ningún test neuropsicológico confirma ni excluye el diagnóstico16. Es decir, no es imprescindible para el diagnóstico del TDAH que exista una alteración en los resultados de los test neuropsicológicos que evalúan las funciones ejecutivas12 pero éstos pueden servir de ayuda en casos de duda diagnóstica o para establecer la gravedad del déficit ejecutivo o atencional en determinados casos16. No está indicada la realización de exámenes médicos complementarios de forma sistemática. La realización de pruebas específicas en el campo médico (electroencefalograma -EEG-, resonancia magnética –RM- cerebral, cariotipo, analítica, etcétera) estará condicionada a las características del paciente como veremos posteriormente4, 5, 7, 12. DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL El diagnóstico diferencial es extenso, pero debemos recordar, que con frecuencia, los trastornos hallados pueden ser comórbidos (coexistentes) al TDAH2. La GPC indica que dentro de la valoración clínica, no todo niño movido y despistado tiene TDAH; es necesario hacer el diagnóstico diferencial con otras entidades que pueden ser “confundidas” con el trastorno. Sin embargo, no siempre es fácil diferenciar cuando una entidad está “imitando” un TDAH o cuando es una comorbilidad coexistente. Las fronteras pueden ser borrosas, tanto en niños como en los adultos17. Por ejemplo, los síntomas de hiperactividad, impulsividad y déficit de atención pueden aparecer en una amplia variedad de trastornos: retraso mental, trastornos de aprendizaje, trastornos del comportamiento, trastornos de ansiedad, trastornos del estado de ánimo o abuso de sustancias, por ejemplo. El DSM-IVTR advierte que los síntomas no deben aparecer “exclusivamente” en el transcurso de un trastorno generalizado del desarrollo (incluyendo el autismo), esquizofrenia u otro trastorno psicótico (cuando en realidad los síntomas de TDAH suelen presentarse antes de que se pueda presentar e incluso intuir la presencia de un diagnóstico de tales características), y no se “explica mejor” por la presencia de un trastorno del estado de ánimo, trastorno de ansiedad, trastorno disociativo o de la personalidad, lo que “emborrona” más el asunto, pues, como veremos luego, los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad son comorbilidades frecuentes del TDAH. Sin embargo, detrás de cada uno de estos trastornos puede existir un TDAH subyacente y ser una comorbilidad o bien no existir un TDAH subyacente y ser una entidad “imitadora” de un TDAH3. Igual sucede con todos los factores ambientales: estrés, negligencia/abuso infantil, malnutrición, inconsistencia en pautas educativas, etcétera. Un niño con TDAH con un padre con TDAH puede sufrir estrés ambiental y unas pautas educativas poco consistentes. Lo mismo sucede con diagnósticos “médicos” tales como encefalopatías postraumáticas o postinfecciosas, epilepsia, trastornos del sueño (apneas del sueño, síndrome de piernas inquietas, síndrome de movimientos periódicos de las extremidades), trastornos sensoriales (déficit visuales y auditivos significativos), efecto secundario de fármacos (broncodilatadores, antihistamínicos, antiepilépticos por ejemplo), disfunción tiroidea, intoxicación por plomo, anemia ferropénica y un largo etcétera. El caso de los trastornos generalizados del desarrollo es arquetípico; mientras que es un diagnóstico incompatible con TDAH en el DSM-IV-TR, probablemente dejará de serlo en el DSM-V (ver capítulo de “Clínica y Diagnóstico”). Debe examinarse atentamente la presencia de déficits visuales (por ejemplo, estrabismo o ambliopía) o auditivos (por ejemplo: otitis media crónica) que puedan condicionar el aprendizaje del niño. Sabemos que el TDAH está presente en muchos niños epilépticos (como mínimo en un 20%), incluidos aquellos con ausencias (y no solo por los “episodios de desconexión”) o centro-temporales benignas18, 19 . La ocurrencia de descargas epileptiformes interictales en el EEG (dependiendo de su duración, localización, generalización, edad de inicio, etcétera) tiene un efecto adicional e independiente en los procesos cognitivo-atencionales y del autocontrol en aquellos pacientes con descargas muy frecuentes20, a veces en pacientes con pocas o incluso ninguna crisis epiléptica clínica objetivable. De hecho, la presencia o no de TDAH (o de otras disfunciones neuropsiquiátricas mucho más graves) en pacientes epilépticos es multifactorial y depende también del uso de los fármacos antiepilépticos, del tipo de epilepsia (algunas tienden a asociarse con TDAH con más frecuencia que otras independientemente de las anomalías del EEG y la desaparición de las crisis), siendo el mecanismo de producción de la epilepsia en sí el relacionado con la aparición de TDAH. Dicho de otra forma, aunque existe relación entre la desaparición de las anomalías en el EEG y la mejoría de la función neurognitiva y conductual20, 21, esto no sucede siempre3, incluso en epilepsias idiopáticas generalizadas tales como la epilepsia asociada a ausencias de diferentes tipos22 (a pesar de haber desaparecido toda ausencia, anomalía EEG y estar sin tratamiento) o en las epilepsias parciales benignas de la infancia (rolándicas, occipitales y otras)20, 23. Por ello no existe evidencia suficiente para realizar un tratamiento rutinario con antiepilépticos en todos los niños con descargas EEG subclínicas y TDAH u otros problemas neuropsiquátricos, sino solo en aquellos con gran frecuencia de descargas epileptiformes (sobre todo si hay generalización, especialmente durante el sueño no-REM) y, en definitiva, en aquellos casos que por sus características consideremos que una disminución de las descargas pueda suponer una mejoría neuroconductual20. Por lo tanto, aunque no de forma rutinaria12, la sospecha de ausencias, un patrón atípico de TDAH por su evolución (por ejemplo una aparición explosiva de los síntomas) o acompañada de CI límites o bajos, lesiones cutáneas llamativas: hemangiomatosas, hipocrómicas, en café con leche, etcétera, fenotipos faciales peculiares, malformaciones congénitas, alteraciones neurocognitivas atípicas o “extrañas” deben de conducir a la realización de un EEG, un EEG con privación de sueño, de sueño completo o de 24 horas según sospecha3. Cuando se sospeche una alteración específica del sueño 3 polisomnografía nocturna . deberá realizarse una Respecto a la realización de otras pruebas complementarias en niños con TDAH como la RM cerebral, las indicaciones serían similares en muchos aspectos. Por ejemplo, en un niño que tenga más de 6 manchas café con leche, posibilidad de secuelas de procesos hipóxicos o infecciosos previos, hemangioma facial (por ejemplo, el síndrome PHACE), formas de inicio extrañas y explosivas de TDAH o asociadas a sitomatología psiquiátrica grave (como en la enfermedad de Wilson, la adrenoleucodistrofia ligada al X y otras muchas metabolopatías), malformaciones congénitas (manos, pies, corazón, genitales, anales, etcétera). Una analítica con hormonas tiroideas es de elección cuando el cuadro compatible del paciente es compatible con alguna alteración endocrinológica, sobre todo hiper o hipotiroidismo)3. El cariotipo es imprescindible en aquellos con CI bajos o límites acompañados de una analítica básica y detección del test del cromosoma X-frágil. También si la exploración nos hace sospechar una aneuploidia sexual como el síndrome de Turner o de Klinefelter24, por ejemplo. También puede requerirse una exploración genética más exhaustiva en el caso de niños de aspecto sindrómico (técnica MLPA de delecciones o microdelecciones subteloméricas y estudio MLPA de síndromes, así como la técnica CGH-array (hibridación genómica comparada) de 244K). Ya en 1902, Still realizó la primera descripción clínica sobre la conducta de 43 niños, muchos de ellos con síntomas de un trastorno muy similar a lo que hoy conocemos como TDAH5 y observó que los síntomas del trastorno pueden ser idénticos en pacientes sin deterioro general del intelecto y sin enfermedad física, en niños con un deterioro general del intelecto (síndrome de Down, por ejemplo), así como en niños con enfermedades físicas sin deterioro intelectual de tipo crónico (tumor cerebral, pacientes recuperados de meningitis o encefalitis, determinados trastornos neurogenéticos, traumatismo craneoencefálico) o episódico (epilepsia, enfermedades infecciosas o postinfecciosas como la escarlatina o la fiebre reumática, incluida la corea de Sydenham)3. Por lo tanto, desde la primera descripción del trastorno conocemos que los síntomas TDAH pueden ir asociados a múltiples y variadas enfermedades neurológicas o sistémicas que conviene detectar, debido a las importantes implicaciones en el pronóstico y tratamiento del paciente3. Existen sujetos que aún con un CI normal pueden mostrar estigmas de un trastorno neurológico que conviniera ser detectado. El DSM-IV no aclara apartados diferenciales en base a la etiología del TDAH, como no lo hace en el retraso mental o el autismo, trastornos del neurodesarrollo por norma plurietiológicos, pero es importante realizar el diagnóstico etiológico que puede ir asociado a los síntomas TDAH. Actualmente están descritos numerosos síndromes diferentes que pueden mostrar TDAH sin retraso mental, muchos de los cuales presentan rasgos físicos menores que apoyan su identificación4. En ocasiones estos hallazgos conllevan un enfoque diagnóstico diferente al de los niños sin estos signos y al relevante descubrimiento de diversas entidades nosológicas, tales como el síndrome de Noonan, la hipomelanosis de Ito o el síndrome de Bannayan-Riley-Ruvalcaba25, habiéndose referenciado otros síndromes como el velo-cardio-facial (microdelección 22q11.2)26, Gomez–Lopez-Hernandez27, Simpson-Golabi-Behmel28, Sotos29, microduplicación 15q13.2q13.330, cariotipo 47,XXX31, Lujan Fryns, cromosoma X-frágil en el sexo femenino (donde puede cursar como un TDAH sin discapacidad intelectual alguna) y en muy raras ocasiones el masculino que pueden cursar con un fenotipo peculiar, ausencia de déficit cognitivo significativo y presencia de síntomas TDAH4, 5, 32. La importancia del diagnóstico etiológico es indudable, tanto desde el punto de vista pronóstico como terapéutico, aunque en ausencia de signos físicos y/o neurológicos o una historia familiar compatible la rentabilidad diagnóstica de las pruebas complementarias en niños con TDAH es escasa12 y la exploración clínica minuciosa y con pericia es la herramienta más potente para el diagnóstico etiológico de estos pacientes4. COMORBILIDAD La comorbilidad está presente en más de la mitad de los casos. Debe recogerse información sobre las dificultades del aprendizaje, las conductas oposicionistas o asociales y síntomas emocionales (preocupación excesiva, llanto habitual, irritabilidad, dificultades para dormir)1. Estos problemas pueden tener una importancia mayor que el propio TDAH, o imitarlo y condicionar la presentación clínica, el pronóstico y el tratamiento1, 2, 33. Entre los trastornos del aprendizaje, los más frecuentes son los de la lecto-escritura (que no descarta el diagnóstico de TDAH ni la posibilidad de utilizar un tratamiento farmacológico para mejorar los síntomas de este último)5. Los porcentajes de los trastornos comórbidos son variables: trastorno negativista- desafiante (40-60%), trastornos específicos del aprendizaje (45%), ansiedad (30-45%), depresión (4-30%), trastorno disocial (14-46%) y tics o trastorno de Tourette (9-11%)4. El varón suele ser más propenso a los trastornos externalizantes (trastorno negativista-desafiante y trastorno disocial) y la mujer a los internalizantes (depresión y ansiedad)4. Otro de los trastornos comórbidos más preocupantes es el abuso de sustancias tóxicas en la adolescencia y edad adulta (16%)4, 5. Los pacientes con TDAH tienen un riesgo 4 veces mayor de presentar este problema respecto a la población general. La coexistencia de trastornos comórbidos, antecedentes familiares de TDAH y/o el mal control terapéutico del paciente aumentan este riesgo. Factores como el fracaso académico, las dificultades sociales, el empobrecimiento de la autoestima y la aparición de trastornos comórbidos durante la primera etapa escolar redundan en estos riesgos1. Cuando se evalúan adolescentes y adultos jóvenes, el cuadro puede ser más complicado si no se ha abordado y tratado adecuadamente; los problemas académicos o laborales, los problemas comórbidos propios o intensificados en esta etapa (consumo de sustancias tóxicas, conductas antisociales) y la impulsividad reflejada en accidentes con vehículos, pueden dificultar claramente tanto el tratamiento como la evolución de estos pacientes. Tampoco es infrecuente la alteración de la coordinación motora en el TDAH. Algunos autores consideran la existencia del síndrome DAMP (acrónimo, del inglés “deficits in attention, motor control and perception”) que incluye la presencia de problemas atencionales con torpeza motora y alteraciones de la percepción; se trataría de pacientes con TDAH y trastorno del desarrollo de la coordinación (reflejado en el DSM-IV-TR) o con TDAH y trastorno del aprendizaje no-verbal o “procedimental” (no reflejado en el DSM-IV-TR)4. En aquellos casos en los que exista comorbilidad psiquiátrica (trastorno de ansiedad generalizada, depresión, trastorno disocial, etcétera) es conveniente la valoración y tratamiento si procede por un especialista en psiquiatra infantil2. Si la sospecha es de patología neurológica (exploración neurológica alterada, sospecha de epilepsia, dismorfias, discromías, etcétera), es conveniente igualmente la valoración por un neuropediatra1, 4. Frecuentemente es necesaria la intervención de otros especialistas. Por lo tanto, los antecedentes personales y familiares, la historia clínica, la exploración física, las escalas e informes de padres/profesores (y los test neuropsicológicos en la mayoría de los casos) nos van a facilitar la necesidad o no de pedir una, dos, muchas pruebas complementarias “médicas” o ninguna en absoluto4. El DSM-IV-TR, gracias a su sistema multiaxial de evaluación nos permite hacer un diagnóstico de TDAH en el eje I, de trastorno de la presonalidad (en los adultos) o de retraso mental en el eje II, de enfermedades “médicas” en el eje III y de problemas psicosociales/ambientales en el eje IV, e incluso de evaluación de la actividad global en el eje V, lo que a nuestro modo de ver simplifica mucho el problema. CASO CLÍNICO Un paciente de 12 años consulta por problemas en la atención y fracaso escolar sin presentar sintomatología hiperactiva ni impulsiva. Embarazo normal. Presenta desde el nacimiento (parto normal) una hemiparesia izquierda leve que no le incapacita ocupacionalmente y ha sido correctamente tratada mediante estimulación. Nunca ha tenido crisis epilépticas. A pesar de que el embarazo y el parto fueron normales su trastorno motor se ha achacado a asfixia perinatal. Presenta una hipoacusia neurosensorial de oído derecho del 70% y una audición perfecta del oído izquierdo. No hay problemas relevantes de visión a pesar de tener una pequeña lesión retiniana periférica derecha. La adquisición del lenguaje ha sido normal así como la de la lectura y la marcha autónoma se adquirió a los 24 meses. A la exploración el niño permanece alerta, con expresión inteligente, con un perímetro craneal entre el percentil 3 y el 5 y con una leve hemiparesia izquierda espástica como única afectación en la exploración neurológica. Aporta una tomografía computarizada de cráneo normal. Se solicita una RM cerebral donde se observan lesiones bilaterales de predominio derecho con criterios de Van der Knaap de infección congénita por citomegalovirus, con afectación de los polos temporales anteriores y de las zonas periventriculares frontales, entre otras34, 35. Desde el punto de vista clínico los problemas académicos son muy importantes, el rendimiento cada vez es peor, es el segundo año que repite curso a pesar de que se “sienta delante de los libros”. Cumple 7 de 9 criterios de inatención del DSM-IV-TR y las puntuaciones de las escalas ADHD-RS y Conners son compatibles con TDAH subtipo déficit de atención (TDAH-I). El WISC-IV muestra un cociente intelectual total (CIT) de 69 (comprensión verbal (CV) 78, razonamiento perceptivo (RP) 89, memoria de trabajo (MT) 55 y velocidad de procesamiento (VP) 76 (como se ve el índice general cognitivo CV + RP es superior a 70, por lo que el resultado de “retraso mental leve” se debe en exclusiva a la baja memoria de trabajo, por lo que dicho diagnóstico es discutible por este motivo y por los concernientes al punto 2 del DSM-IV-TR, dado que existe una adecuada comunicación, cuidado personal, una vida doméstica muy agradable, etcétera). El CPT-II apoya el diagnóstico con un alto índice de fiabilidad. El PROLEC no detecta errores de lectura significativos (dificultades leves en lectura de palabras y en signos de puntuación). No existen problemas de ansiedad ni del estado de ánimo. Se recomienda apoyo psicopedagógico general y tratamiento con metilfenidato (1,1mg/Kg/día). El resultado es “espectacular” según padres y profesores, tanto que actualmente el sujeto, con 18 años, cursa primero de bachillerato con resultados muy aceptables. El eje I permite diagnosticar al paciente de un TDAH-I, el eje II de retraso mental leve versus “límite” dado que el índice general cognitivo no entra en rango de retraso mental y el eje III de infección congénita por citomegalovirus. Esta distinción multiaxial no implica que existan diferencias fundamentales en su conceptualización, ni que los trastornos mentales dejen de tener relación con factores o procesos físicos o biológicos, ni que las enfermedades médicas no estén relacionadas con factores o procesos comportamentales o psicológicos. En este caso nos enfrentamos a procesos comórbidos. BIBLIOGRAFÍA 1. Wigal SB, Chae S, Patel A, Steinberg-Epstein R. Advances in the treatment of attention-deficit/hyperactivity disorder: a guide for pediatric neurologists. Semin Pediatr Neurol 2010;17:230-6. 2. Kaplan G, Newcorn JH. 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