Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar

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© Copyright 2005: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia. Murcia (España)
ISSN edición impresa: 0212-9728. ISSN edición web (www.um.es/analesps): 1695-2294
anales de psicología
2005, vol. 21, nº 2 (diciembre), 294-303
Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico:
Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
Laura Beatriz Oros*
Universidad Adventista del Plata (Argentina)
Resumen: El propósito de este trabajo es mostrar que el perfeccionismo
infantil, que puede parecer inocuo y hasta deseable, trae aparejado innumerables consecuencias negativas para la salud física y emocional de los niños.
Se discuten diferentes argumentos que respaldan la noción de que el perfeccionismo se origina como un factor de vulnerabilidad psicológica que
no sólo debe diagnosticarse a tiempo, sino además ser tratado apropiadamente con el objetivo de prevenir trastornos en el futuro. Se presentan por
tanto algunas orientaciones útiles para el diagnóstico clínico y el trabajo
psicoterapéutico.
Palabras clave: Perfeccionismo; niños; diagnóstico; psicoterapia.
Introducción
Numerosos niños, presentan estándares muy elevados y aspiran a un ideal de conducta difícil, si no imposible, de alcanzar. La experiencia clínica demuestra que cada vez son
más los casos de niños que pese a los muchos éxitos observados, tienen una experiencia recurrente de emociones negativas tales como culpa, frustración y sensación de fracaso,
que interfieren significativamente en sus actividades cotidianas.
El perfeccionismo, atributo escasamente estudiado en
nuestro país, es una disfunción cognitiva que tiene un profundo impacto sobre la salud psicológica de los individuos.
Se lo puede definir como el conjunto de creencias acerca de
lo que las personas consideran que deben llegar a ser, y el nivel de estrictez con que intentan cumplirlo. Estas creencias
son absolutistas, rígidas e irracionales (Blatt, 1995).
Como puede apreciarse, esta definición del fenómeno se
centra únicamente en el aspecto insano, pues es el objetivo
de este trabajo dar a conocer las consecuencias negativas que
puede tener en la vida de las personas, incluso desde que éstas son muy pequeñas. Sin embargo, hay que reconocer que
en el perfeccionismo se destaca también un aspecto saludable. Algunos autores, como Kottman (2000) y Blatt (1995),
aseguran que el perfeccionismo tiene dos caras, pues consiste en una compleja manifestación que puede vincularse tanto
a la disfunción psicológica como al funcionamiento adaptativo y normal. Para estos autores, ciertos componentes del
perfeccionismo, tales como la fijación de metas elevadas en
el ámbito académico, deportivo o interpersonal, el tesón para alcanzarlas, el interés productivo, el deseo de crecimiento
y superación, y la necesidad de orden y organización, pueden
* Dirección para correspondencia [Correspondence address]: Laura
Beatriz Oros. Centro de Investigación en Psicología y Ciencias Afines,
Universidad Adventista del Plata. 25 de Mayo 99, (3103), Libertador San
Martín, Entre Ríos (Argentina). E-mail: lauraoros@lsmartin.com.ar
Title: Implications of child perfectionism on psychological welfare:
Guidelines for diagnosis and clinical practice.
Abstract: The purpose of this paper is to show that child perfectionism,
which may seem harmless and even desirable, entails innumerable negative
consequences regarding physical and emotional health in children. Various viewpoints are discussed which support the idea that perfectionism
originates as a factor of psychological vulnerability, which should not only
be diagnosed in time, but should also be treated appropriately with the objective of preventing future disorders. Thus, we propose some useful
guidelines regarding clinical diagnosis and therapy.
Key words: Perfectionism; children; diagnosis; psychotherapy.
promover la expansión de conocimientos, buenos hábitos de
trabajo, esfuerzo y buen desempeño.
Los perfeccionistas “sanos” a diferencia de los “insanos”
se proponen metas elevadas pero razonables y alcanzables,
tienen altas expectativas de sí mismos y los demás y, aunque
esto los vuelve exigentes, no los hace hostiles ni extremadamente críticos. Tratan de explotar todo su potencial pero,
ante el fracaso de sus objetivos, no se paralizan sino que utilizan su “derrota” como motivación para proseguir y esforzarse nuevamente (Kottman, 2000). Además, como reconocen sus limitaciones, no se imponen una perfección generalizada, ésta está más bien acotada a determinadas tareas o actividades (Ashby y Kottman, 1996). Son organizados, pulcros y puntuales, pero esta preferencia por el orden no interfiere con su funcionamiento normal. Por su parte, los perfeccionistas “insanos”, muestran ante los mínimos fracasos,
reacciones exageradas, intensa tristeza, frustración, culpa,
vergüenza y enojo (Lombardi, Florentino y Lombardi, 1998).
Quizá por esta razón, este tipo de perfeccionismo es denominado por Blatt (1995) como neurótico.
Por lo señalado anteriormente, para poder reconocer si
el perfeccionismo es sano o insano, debe prestarse atención
a la actitud que predomina en los niños frente a las situaciones de fracaso. Las emociones negativas que frecuentemente
acompañan un desempeño bueno, muy bueno (y hasta brillante), pero no perfecto, deben llamar la atención de padres
y docentes.
Desarrollo del tema
La revisión de la literatura aporta suficientes indicadores
como para sospechar que el perfeccionismo podría incrementar la vulnerabilidad psicológica. Pero antes de discutir
los argumentos a favor de esta hipótesis, conviene definir el
concepto de vulnerabilidad. Para ello se adherirá a la perspectiva relacional de Lazarus y Folkman (1986) de acuerdo
con la cual podría definirse a la vulnerabilidad infantil como
la insuficiencia o escasez de recursos que tiene el niño para
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Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
enfrentar satisfactoriamente las demandas del medio que han
sido valoradas como importantes y/o necesarias de cumplir
para su bienestar personal.
Como puede notarse, los recursos constituyen un componente básico cuando se trata de concebir la vulnerabilidad
psicológica. Los mismos hacen referencia a aquellos factores
que, pertenecen al niño, a su medio, o a la interacción entre
ambos, y que promueven un afrontamiento exitoso de la adversidad (Lazarus y Folkman, 1986). Existen innumerables
recursos y por lo tanto sería imposible elaborar una lista de
todos ellos. Se presentan a continuación algunos de los que,
a juicio de la autora, guardan mayor relación con la problemática del perfeccionismo infantil.
Recursos cognitivos. Dentro de los recursos cognitivos podrían mencionarse el estilo de pensamiento y las creencias
generalizas acerca de uno mismo. Con relación al primero, se
sabe que el razonamiento flexible, integrativo, abierto a la información y con preferencia hacia lo variado en lugar de lo
rígido, favorece el uso de estrategias productivas para manejar situaciones adversas (Fredrickson y Joiner, 2002). Con relación a las creencias y valoraciones personales, se conoce
que la autoestima (Heatherton y Wyland, 2003), la autoeficacia (Bandura, 1999) y el locus de control (interno frente al
éxito y externo frente al fracaso) (M. C. Richaud de Minzi,
comunicación personal, junio de 2000) facilitan también el
afrontamiento adaptativo.
Recursos emocionales. A pesar de que antiguamente las emociones fueron consideradas una perturbación de la mente y
un desorden del comportamiento y el pensamiento (Frijda,
Manstead y Bem, 2000), actualmente se reconoce que las
emociones de tono positivo son un ingrediente esencial para
la salud. Folkman y Moskowitz (2000) sostienen que las
emociones positivas promueven la utilización de estrategias
funcionales de afrontamiento ante situaciones de estrés. La
experiencia de afectos positivos, tales como la alegría, el optimismo, el buen humor, la simpatía, la esperanza, el amor y
el interés, no sólo fomentaría respuestas saludables bajo situaciones de presión, sino que además actuaría como disparador de otros recursos (Richaud de Minzi, De Monte, Musso, Abalos y Biberberg, inédito), aumentando así la posibilidad de una adaptación saludable.
Recursos sociales. Dentro de este tipo de recursos se pueden mencionar las habilidades personales para atraer socialmente a otros y el apoyo social recibido. Con relación al
primero, Lazarus y Folkman (1986) sostienen que “las habilidades sociales constituyen un importante recurso de afrontamiento” (p. 186) por la relevancia que adquiere la actividad
social en el funcionamiento humano adaptativo. Las personas socialmente hábiles afrontan mejor (Richaud de Minzi,
Sacchi y Moreno, 2003). El apoyo social, por su parte, hace referencia a la calidad de las relaciones que se establecen con
personas significativas y al soporte emocional que éstas proveen. Está ampliamente demostrado que la percepción de la
calidad de estas relaciones significativas en la infancia, provenientes principalmente de la interacción con los padres y
los pares, puede actuar como recurso protector o factor de
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riesgo de diversas disfunciones psicológicas (del Barrio,
2001; Egeland, Carlson y Sroufe, 1993; Richaud de Minzi,
1991, 1999; Richaud de Minzi y Sacchi, 1997). En un estudio
anterior (Oros, 2004) se encontró que los niños que provienen de hogares donde se les brinda un soporte emocional
adecuado, incondicionalidad afectiva y disciplina firme, están
mejor preparados para manejar las dificultades.
Retomando la hipótesis anterior, si el perfeccionismo incrementa la vulnerabilidad psicológica, podría esperarse en
primer lugar, que en los niños perfeccionistas se vean mermados estos recursos protectores y aumentados los factores
de riesgo; en segundo lugar, que debido a esto, desarrollen
estrategias inefectivas para manejar el estrés; y en consecuencia, en tercer lugar, que muestren una marcada tendencia hacia la enfermedad. Estas tres hipótesis particulares que
emergen de la más general encuentran sustento en la teoría
de Lazarus, según la cual, el mal afrontamiento es un factor
causal de la enfermedad y depende principalmente de los recursos que posee el individuo (Lazarus y Folkman, 1986). Si
bien no es estrictamente necesario que estos factores se den
en este orden ni que todos ellos aparezcan en la secuencia,
hemos aceptadado esta suposición debido a la abundante
cantidad de evidencia empírica aportada por los autores antes mencionados.
Se analizarán a continuación cada uno de estos elementos.
Déficit de recursos
1. Recursos cognitivos. Con respecto al estilo de pensamiento, se
sabe que en los perfeccionistas la evaluación o apreciación
cognitiva de las demandas está cargada de sesgos debido a
que ponen el énfasis en los fracasos pasados y en las inhabilidades personales. Por tal motivo, su razonamiento contiene
errores cognitivos, entre los que se destacan la atención selectiva, la sobregeneralización del fracaso y el estilo de pensamiento todo o nada que sólo considera el éxito total o el fracaso total (Hewitt y Flett, 1991). Además, los patrones cognitivos son poco flexibles y esta rigidez amenaza la facultad
de afrontar satisfactoriamente los cambios y demandas del
entorno que se han percibido como estresantes (Barrow y
Moore, 1983; Ferrari y Mautz, 1997). Esto indicaría que el
estilo de pensamiento que predomina en los niños perfeccionistas no sólo es poco funcional sino que además puede
tornarse considerablemente perjudicial.
Con respecto al sistema de autocreencias, algunos autores mencionan que en los sujetos perfeccionistas se observa
una débil autoeficacia y una baja autoestima (Kottman, 2000;
Blatt, 1995; Ashby y Rice, 2002). Con relación al locus de
control, si bien no se han encontrado estudios que relacionen ambas variables, hay indicios de que este recurso también puede verse afectado en los perfeccionistas. El hecho
de que tengan una tendencia predominante a responsabilizarse por los errores y fracasos (Kottman, 2000), hace pensar en un locus interno frente a resultados negativos, orientación que según Weiner (1983) no resulta saludable. No
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obstante, esto es sólo una conjetura que deberá ser analizada
con mayor profundidad.
2. Recursos emocionales. Las personas perfeccionistas tienen una
baja experiencia de emociones positivas y disfrutan poco de
sus éxitos y logros (Barrow y Moore, 1983; Dunkley, Zuroff
y Blankstein, 2003). Los afectos predominantes en los individuos perfeccionistas son generalmente de tono negativo.
Entre ellos suelen señalarse la culpa, el enojo, la tristeza, la
futilidad, el displacer (Lombardi, Florentino y Lombardi,
1998), la inferioridad (Ashby y Kottman, 1996) y la vergüenza (Blatt, 1995) tendencias que, según los estudios de Eisenberg (1991), se considerarían predictoras de un mal afrontamiento.
3. Recursos sociales. Tal como lo mencionan algunos autores,
los individuos perfeccionistas manifiestan un escaso interés
social, habitualmente se esfuerzan por alcanzar la superioridad sin tomar en consideración al otro (Ashby y Kottman,
1996), no manejan adecuadamente los problemas sociales
(Chang, 2002) y presentan habilidades sociales deficientes
(Lombardi, Florentino y Lombardi, 1998). Lazarus y Folman
(1986) definen estas habilidades como “la capacidad de comunicarse y de actuar con los demás en una forma socialmente adecuada y efectiva” (p.186). Este recurso podría verse afectado, porque según Hewitt y Flett (1993), uno de los
componentes del perfeccionismo está orientado hacia el desempeño de los otros, lo que implica que se espera de ellos la
perfección tal como se la espera de uno mismo. Estos autores mencionan que los perfeccionistas pueden ser muy críticos, hostiles y cínicos. Supervisan y evalúan severamente la
actuación de los demás y le reprochan sus errores, lo que,
naturalmente, no es una manera efectiva de relacionarse.
Además, en el ámbito infantil, el niño perfeccionista puede
sobresalir en su grupo por ser el que no participa de las travesuras y/o ser el soplón de la maestra, lo que puede en ocasiones, incrementar el desprecio de los pares, factor que
también ha sido vinculado al riesgo psicológico (Trianes,
1997).
En cuanto al apoyo social recibido, se sabe que los niños
perfeccionistas provienen generalmente de hogares donde
predominan el control hostil, el rechazo, la baja implicación
afectiva, la aceptación condicional (Oros, 2004), la crítica y
las demandas exageradas (Blatt, 1995), entornos que, desde
luego, no actuarían como recursos protectores.
Afrontamiento malogrado
Si los niños perfeccionistas presentan déficit en varios de
los recursos de afrontamiento, es de esperar que presenten
dificultades para disminuir o hacer desaparecer la amenaza
de una manera productiva. En efecto, estudios previos
(Oros, 2004) prueban que los niños perfeccionistas utilizan
estrategias poco adaptativas para hacer frente a los cambios
y a las amenazas de la vida. Entre ellas, pueden mencionarse
la evitación cognitiva, la búsqueda de gratificaciones alternativas, el análisis lógico improductivo, el descontrol de las
emociones, la inhibición emocional y, especialmente, la paraanales de psicología, 2005, vol. 21, nº 2 (diciembre)
lización o inhibición generalizada. Resultados similares han
sido hallados en población adulta (Dunkley y Blankstein,
2000; Dunkley, Zuroff y Blankstein, 2003).
Tendencia a la enfermedad
Mientras el afrontamiento adaptativo conduce a la salud
y el bienestar, el afrontamiento malogrado resulta, tarde o
temprano, en enfermedad y disfunción (Lazarus y Folkman,
1986; Fierro, 1997). Partiendo de esta premisa, es razonable
esperar que las personas perfeccionistas muestren elevados
indicios de enfermedad. De hecho, son numerosos los estudios que relacionan el perfeccionismo con la patología. Entre las disfunciones más mencionadas en adultos y adolescentes se cuentan: trastornos de alimentación (Cockell,
Hewitt, Seal, Sherry, Goldner, Flett y Remick, 2002), ideación suicida (Chang, 2002), depresión (Kawamura, Hunt,
Frost y DiBartolo, 2001; Blatt, 1995), ansiedad (Kawamura,
Hunt, Frost y DiBartolo, 2001), fobia social (Arana, 2003),
estrés (Hewitt y Flett, 1993), paranoia, psicoticismo, desórdenes psicosomáticos y trastorno obsesivo compulsivo
(Hewitt y Flett, 1991)
Si bien estos datos son proporcionados por estudios realizados con adultos y adolescentes, el panorama no debería
ser muy diferente en el curso de la infancia. Es evidente que
el perfeccionismo actúa como un factor de riesgo para la salud física, mental y emocional de los individuos, constituyéndose por tanto, en un factor de vulnerabilidad. En la Figura 1, se presenta un modelo explicativo que muestra como
se ensamblan los elementos hasta aquí analizados para desembocar en la disfunción.
Diagnóstico precoz
El primer paso en el tratamiento de un trastorno consiste en
un diagnóstico fiable. La evaluación psicológica permite delinear
la intervención adecuada para cada caso en particular (Casullo,
1995). Además de la entrevista clínica, que se nutre del aporte
de los padres, los docentes y otras figuras significativas en la vida de los niños, es recomendable la utilización de escalas válidas
y confiables que provean una aproximación psicométrica del fenómeno. Si bien hay numerosas escalas para evaluar el perfeccionismo en adolescentes y adultos, son muy escasas las que se
han elaborado con fines de detección precoz en la población infantil. Una de las escalas que cuenta con estas características fue
diseñada en Estados Unidos por Rice y Preusser (2002). La
misma está destinada a niños de entre 9 y 11 años de edad y
evalúa tanto el perfeccionismo sano como el neurótico a través
de las siguientes dimensiones: (a) Sensibilidad a los errores, con
nueve ítems, (b) Autoestima contingente, con ocho ítems, (c)
Compulsividad, con seis ítems, y (d) Necesidad de admiración,
con cuatro ítems. La consistencia interna de la escala es adecuada, el coeficiente Alpha de Cronbach oscila entre .85 y .91. Hasta el momento, no se conoce una traducción argentina de la escala por lo que está disponible únicamente en idioma inglés.
Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
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-Estilo de pensamiento rígido
-Errores cognitivos
Déficit de recursos
-Baja autoestima
-Creencias débiles de autoeficacia
-Tendencia al locus de control interno
frente al fracaso.
Perfeccionismo
Afrontamiento
Disfuncional
-Evasión cognitiva
-Búsqueda de gratificaciones alternativas como método de distracción
-Análisis lógico improductivo
-Trastornos de alimentación
Enfermedad
-Ideación suicida
-Depresión
-Procrastinación
-Ansiedad
-Fobia social
Figura 1: Modelo explicativo del Perfeccionismo como factor de vulnerabilidad.
Una escala más reciente, desarrollada en Argentina
(Oros, 2003), fue construida con el objeto de diagnosticar el
perfeccionismo insano en niños de entre 8 y 12 años de
edad. El cuestionario fue estudiado factorialmente en una
muestra de 583 niños escolarizados, de las provincias de
Buenos Aires y Entre Ríos, obteniendo propiedades psicométricas aceptables. El mismo incluye 16 ítems que se agrupan en dos dimensiones: (a) Autodemandas y (b) Reacciones
ante el fracaso, de 8 ítems cada una. La dimensión de las autodemandas, que expresa un perfeccionismo orientado hacia
sí mismo, evalúa la tendencia de los niños a exigirse la perfección y a evitar constantemente los errores y equivocaciones. Este factor, incluye creencias irracionales del tipo: “Necesito ser el mejor”, “Debo ganar siempre”, etc. La dimensión de reacciones ante el fracaso refleja las emociones y actitudes asociadas al fracaso de las autodemandas. Se incluyen
en este factor enunciados como los siguientes: “Me critico
mucho a mí mismo” o “Me cuesta perdonarme cuando me
equivoco”. En relación a la confiabilidad, la escala goza de
una consistencia interna satisfactoria ya que el alpha de Cronbach se situó en un valor de .83. El estudio de la fiabilidad de
las subescalas por separado arrojó también resultados aceptables (Autodemandas α= .82; Reacción ante el fracaso α=
.70).
Además del empleo de este tipo de escalas, imprescindibles por su especificidad, es necesaria la utilización de cuestionarios de personalidad para obtener información acerca
del funcionamiento general del niño y particularmente sobre
sus rasgos de escrupulosidad. En este sentido puede resultar
útil el cuestionario argentino de personalidad infantil basado
en el modelo de los Big Five (Lemos, 2004). Asimismo, resulta ventajoso el uso de cuestionarios de ansiedad generalizada, ansiedad social y ansiedad de evaluación.
Abordaje temprano del perfeccionismo: Terapia racional-emotiva (TRE) con implicación familiar
Como se ha presentado en este artículo, la literatura proporciona suficiente evidencia como para apoyar la idea de
que las creencias perfeccionistas actúan como factor de vulnerabilidad psicológica, razón por la cual, estamos ante la
necesidad de planear estrategias terapéuticas para el abordaje
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de la problemática y la prevención de trastornos a largo plazo.
Puesto que el perfeccionismo es una disfunción primordialmente cognitiva, caracterizada por una serie de creencias
irracionales y estructuras rígidas de pensamiento, pero que
repercute en una serie de conductas y emociones disfuncionales, la terapia racional-emotiva representa, a juicio de la autora, una de las alternativas más convenientes para el tratamiento de la problemática. Esta modalidad de terapia, que se
incluye dentro de la línea cognitiva, tiene como meta principal “ayudar a las personas a pensar de forma racional (científica, clara y flexible); a tener emociones apropiadas y actuar
de una forma funcional y adaptativa (eficiente), con el objetivo de lograr sus metas y ser más feliz” (Oblitas Guadalupe,
2004).
La eficacia de la terapia racional-emotiva, como la de
cualquier otra que intente tratar el perfeccionismo infantil,
podría estar supeditada, entre otros factores, a la cooperación de los padres, quienes deberían ser entrenados para
complementar, fuera de sesión, el trabajo del terapeuta. La
razón para integrar al equipo familiar en la terapia reside en
que una de las hipótesis acerca de la génesis del perfeccionismo infantil, pone la mira en el entorno familiar, específicamente en las relaciones padres-hijos, como facilitadoras
del trastorno (Barrow y Moore, 1983; Oros, 2004; Blatt,
1995). Por lo tanto, para observar cambios significativos en
el niño, y que los mismos se mantengan en el tiempo, es necesario no sólo modificar el sistema de creencias sino también el sistema de relaciones familiares. En este artículo sólo
se ensayarán algunos recursos útiles para la modificación de
creencias, emociones y conductas en los niños, postergando
el análisis de la estructura familiar para un futuro estudio.
Se presentan a continuación algunas modalidades y técnicas de trabajo que podrían resultar particularmente útiles
para abordar el perfeccionismo infantil. Se incluyen estrategias cognitivas y conductuales y se integran recursos terapéuticos variados que han demostrado ser eficaces para tratar la
problemática.
Modalidad de trabajo
Intervención individual vs. Intervención con inclusión familiar y escolar
El terapeuta puede optar por orientar su trabajo hacia un
enfoque singular, es decir trabajando únicamente con el niño
que presenta el síntoma, o hacia un enfoque con características sistémicas, si decide incluir como elementos importantes
de la terapia a los padres (o cuidadores) y docentes, entre
otros.
En la medida en que sea posible, adherirse a este último
enfoque podría resultar más beneficioso debido a que se estarían logrando al mismo tiempo tres finalidades: (a) la de
ofrecer al niño un servicio personalizado, (b) la de ayudar a
los padres a modificar aquellos aspectos del vínculo padreshijo que atentan contra una recuperación eficaz del niño y
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(c) la de orientar a los docentes para que sepan reconocer la
problemática y aprendan a conducirse con los niños que la
padecen. Tanto padres como docentes, podrán, en el transcurso de la terapia, devenir en agentes de cambio.
La terapia que involucra a la familia como un sistema, se
enfoca, no sobre las conductas, emociones y creencias individuales, sino sobre la organización y relación de los miembros como un todo. En esta modalidad cobra mucha importancia el análisis de la comunicación familiar pues provee al
terapeuta información sobre la manera en que surgen algunas perturbaciones en los miembros (Reyes Mispireta y
Bringas, 2001).
Con respecto a las intervenciones que pueden realizarse
desde las escuelas, es muy importante la contribución que ha
hecho Kottman (2000), al aportar un listado de técnicas específicas que pueden implementar los consejeros o psicopedagogos desde el gabinete escolar, para ayudar a los niños
que presentan este problema; técnicas que desde luego, pueden ser implementadas en otros contextos, incluyendo la sesión terapéutica. Algunas de ellas serán mencionadas más
adelante. Es importante destacar que estas técnicas resultan
eficaces en el caso de niños con un perfeccionismo leve o
moderado que se combina con un perfeccionismo “sano”.
En el caso de los niños que padecen un perfeccionismo severo, el autor sugiere derivar al clínico. En este último caso,
las actividades de los educadores o consejeros, deberían
complementar el trabajo clínico y no constituirse como el
único abordaje.
Intervención breve vs. Intervención a largo plazo
Si bien las terapias de índole cognitivo-conductuales suelen ser de corta duración (Feixas y Miró, 1993), los expertos
en el tema mencionan que la intervención a largo plazo e intensiva, es la más adecuada para tratar el perfeccionismo severo (Kottman, 2000; Blatt, 1995). Esto es así dado que uno
de los objetivos principales del clínico es asistir al niño para
que aprenda a modificar su sistema de creencias y, como es
bien sabido, las cogniciones, especialmente aquellas mantenidas durante largo tiempo, son difíciles de modificar. Además, como lo mencionan Barrow y Moore (1983), es probable que estas creencias y demandas perfeccionistas hayan sido consideradas erróneamente como la causa de los éxitos,
lo que las hace aún más difíciles de abandonar. Se requiere
entonces de una terapia extendida; cuán extendida, dependerá de los avances que se observen en el niño. Es muy difícil
determinar el número máximo de sesiones a causa de las diferencias individuales de los niños, los cuales pueden estar
más o menos adheridos al tratamiento, tener mayor o menor
motivación al cambio, tener creencias más o menos arraigadas, etc. El clínico deberá determinar con ayuda de los padres, docentes y medidas de evaluación, si el progreso es lo
suficientemente significativo como para justificar la interrupción del tratamiento.
Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
Intervención privada vs. Intervención grupal
Cuando hablamos de intervención privada no nos referimos a la modalidad singular que ha sido discutida anteriormente (es decir sin la inclusión de los sistemas significativos) sino a si la terapia es o no grupal. En este último caso,
el niño se encuentra en cada sesión con otros niños que padecen problemáticas similares y se realizan las actividades
colectivamente; en parejas o con el grupo mayor. La elección
de este método estará naturalmente supeditada al número de
demandas que reciba el terapeuta relacionadas con la problemática.
Reyes Mispireta y Bringas (2001) mencionan que lamentablemente “existe la tendencia popular a subestimar el poder de estos talleres o terapias de grupo porque se asume
que todo real problema psicológico debe recibir tratamiento
individual”. Sin embargo, la efectividad de esta modalidad ya
ha sido probada.
En los casos en que sea factible, Barrow y Moore (1983)
sugieren el trabajo en grupo. Estos autores han diseñado un
plan de intervención grupal que ha obtenido muy buenos resultados y ha demostrado ser una alternativa valiosa por varias razones. Algunas de ellas, que podrían aplicarse a la población infantil son: (a) que el niño conoce y se relaciona con
otros niños que se enfrentan a preocupaciones similares, (b)
que el niño tiene la posibilidad de apreciar en sí mismo y en
otros, maneras alternativas y más funcionales de pensar y reaccionar ante las situaciones, (c) que el niño tiene la oportunidad de observar el progreso de sus pares, lo que puede
ejercer un impacto significativo sobre su propia motivación
al cambio. Puesto que los mismos niños actúan como modelos, el tratamiento se vería enriquecido con el aprendizaje vicario.
De acuerdo a Barrow y Moore (1983) dos de los elementos que ayudan a la eficacia del programa son la impredictibilidad y la espontaneidad. Si bien los autores tienen objetivos
y estrategias terapéuticas preestablecidas, intentan dirigir el
grupo de manera casual e informal. En su artículo Group Interventions with Perfectionistic Thinking, proveen una lista detallada de actividades didácticas que pueden resultar útiles. Algunas de ellas se expondrán más adelante.
Reyes Mispireta y Bringas (2001) mencionan varios aspectos que el terapeuta deberá tener en cuenta antes de trabajar con grupos. Algunos de ellos son: (a) determinar el tamaño del grupo, (b) decidir si el grupo estará abierto a nuevos ingresantes, (c) si se trabajará con un coterapeuta y (d)
cuáles serán los criterios de selección de los integrantes. Con
respecto al primer punto, los autores aconsejan no superar el
máximo de cuatro integrantes cuando los niños muestran
problemas para controlar su impulsividad. En otros casos,
donde el grupo resulte más dócil, podrían incluírse entre 6 y
8 niños en un mismo grupo. Con relación al segundo punto,
se sugiere que los mismos niños decidan si se permitirá el ingreso de un nuevo participante una vez que hayan comenzado las sesiones grupales. Con respecto a la posibilidad de
contar con la colaboración de un co-terapeuta, cabe decir
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que en estos casos puede resultar muy beneficioso. Tener un
profesional adjunto puede “dinamizar las actividades y facilitar el manejo de grupos grandes” (p.42). Es responsabilidad
del terapeuta asegurarse de que el co-terapeuta elegido comprenda y comparta los objetivos grupales. Finalmente, con
relación a los criterios de selección, los autores recomiendan
no incluir en esta actividad a aquellos niños que: (a) sean significativamente más o menos inteligentes que los demás, ya
que el contraste puede ser desalentador para el mismo niño
o para el grupo; (b) no estén dispuestos a colaborar para superar sus problemas y (c) presenten una verborrea incontrolable, sean gritones o violentos. No se considera una característica de exclusión la indiferencia o la no participación activa; aún los niños que presentan estas características pueden
estar obteniendo grandes beneficios del trabajo grupal.
Recursos técnicos
Antes de exponer los recursos técnicos, es importante
destacar que, tal como lo expresan Minuchin y Fishman
(1992), las técnicas, por sí mismas, no aseguran la eficacia de
una terapia. El terapeuta debe ser capaz de “trascender lo
técnico” (p. 15). Hay infinidad de elementos terapéuticos
que posibilitan el éxito o fracaso del tratamiento, entre ellos,
quizá uno de los más relevantes sea la calidad del vínculo
que se haya gestado entre el terapeuta y el niño y entre el terapeuta y la familia. “Van quedando atrás los tiempos en los
que muchos clínicos estimaban que si la técnica era la correcta, la relación terapéutica era poco relevante” (Opazo,
1992, p. 401).
Las técnicas que se mencionan a continuación son sólo
un ejemplo de las muchas que podrían implementarse y que
deberán ajustarse a las preferencias y al estilo del terapeuta,
así como también a la edad del niño. Para una mejor organización, se presentan agrupadas según las diferentes estrategias de trabajo que podrían guiar el proceso terapéutico.
Estrategia 1: Definición del contexto de trabajo
Al trabajar con niños, es necesario que el terapeuta tenga
en claro que en muchas ocasiones, los menores ignoran cuál
es la función del psicólogo y qué beneficios pueden obtener
al transmitirle sus preocupaciones. Es importante para formar la alianza terapéutica que se corrijan las ideas falsas y se
le explique al niño, de un modo sencillo, cuál es la misión del
terapeuta (Reyes Mispireta y Bringas, 2001).
Otras sugerencias que mencionan Reyes Mispireta y
Bringas (2001) para establecer la alianza terapéutica y ganar
la confianza de los menores son: (a) hacer que el niño llame
al terapeuta por su nombre, sin mencionar su título (b) relacionarse con el paciente de manera espontánea e informal,
(c) definir los objetivos de trabajo de una manera concreta y
específica, (d) regular la duración de los encuentros en función de las características evolutivas y la capacidad de concentración del niño, (e) permitir la flexibilidad en el diseño
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Laura Beatriz Oros
de las sesiones, incluyendo actividades poco convencionales
como visitar al menor en su casa, caminar y jugar con él, etc.
Feixas y Miró (1993) incluyen como uno de los recursos
técnicos del tratamiento cognitivo general, la explicación del
fundamento teórico de la terapia al cliente, en este caso, al
niño y su familia. “Comunicar la razón del programa” ayuda
a lograr mayor motivación en los participantes (Barrow y
Moore, 1983). Si el niño y su familia saben en qué consiste el
tratamiento y qué pueden esperar de él, es más probable que
se muestren colaborativos (Navarro Góngora, 1995). Según
Navarro Góngora (1992) una estrategia que puede ayudar a
aumentar la motivación al cambio es definir el tratamiento
en términos de entrenamiento. Hablar de entrenamiento da la
idea al cliente de que se seguirá una secuencia ordenada y
progresiva de tareas, de que los resultados no se conseguirán
rápidamente y de que los mismos dependerán de sus propios
esfuerzos.
Es importante explicar con claridad la modalidad de trabajo y los recursos técnicos que se emplearán. Puesto que se
va a trabajar en la modificación de creencias irracionales desde el enfoque racional-emotivo, explicar al niño y su familia
el modelo “ABC” de Ellis puede ayudar a comprender los
lineamientos básicos de la terapia. En dicho modelo, “A” estaría representando el acontecimiento o situación que actúa
como estímulo y desencadena las creencias irracionales, “B”
serían los pensamientos irracionales, las atribuciones exageradas o mal hechas y las autodemandas sobreexigentes, y
“C” las reacciones perfeccionistas, que abarcan conductas y
emociones disfuncionales. Ellis sostiene que en general, no
son los acontecimientos externos en sí mismos los que producen las respuestas conductuales o emocionales. Es el proceso de valoración personal sobre esos eventos, lo que desencadena las consecuencias. “El que esos eventos tengan
una mayor o menor resonancia en las consecuencias (es decir resulten más o menos perturbadoras) dependerá fundamentalmente de las actitudes valorativas (creencias) de ese
sujeto particular” (Ruiz Sánchez y Cano Sánchez, 1999).
Oblitas Guadalupe (2004) menciona que las situaciones no
pueden, por sí mismas, producir sentimientos; éstos son
creados en la mente, a través de la evaluación que se hace de
la realidad. “Cuando las evaluaciones se basan en premisas y
creencias irracionales, las emociones resultantes son tensionantes y surgen conductas desadaptativas”.
Sólo cuando el niño y su familia han comprendido
claramente en qué consiste en modelo ABC, se procede a
trabajar en la siguiente estrategia.
Estrategia 2: Reconocimiento de las creencias irracionales y cuestionamiento de los pensamientos automáticos
Para ayudar a disminuir, y en el mejor de los casos eliminar, la perturbación emocional, la TRE propone enseñar al
paciente a reconocer y debatir activamente sus creencias,
con el fin de desarrollar una nueva filosofía que le permita
pensar y actuar de una manera más funcional (Oblitas Guadalupe, 2004). En esta fase de la terapia, se enseña al niño a
anales de psicología, 2005, vol. 21, nº 2 (diciembre)
identificar los pensamientos irracionales, detectar los errores
cognitivos más frecuentes y cuestionar la validez de los
mismos.
Una vez que se ha explicado al niño el modelo ABC de
Ellis, puede resultar útil un procedimiento utilizado por Barrow y Moore (1983) para conocer no sólo los pensamientos
automáticos más característicos, sino además qué situaciones
particulares los elicitan (un exámen, una práctica deportiva,
etc.) y qué respuestas conductuales (evitación, paralización)
o emocionales (ansiedad, frustración, culpa, vergüenza, enojo, etc.) son las que habitualmente surgen como consecuencia de ellos y/o frente al fracaso de las autodemandas. La actividad consiste en solicitar al niño que desarrolle por escrito
la secuencia ABC, teniendo en cuenta sus experiencias personales. Si la modalidad de trabajo es grupal, como lo proponen Barrow y Moore (1983), esta información proporcionada por los niños, se comparte luego con el grupo, donde
seguramente se descubrirán experiencias similares.
Para ayudar a los niños a que reconozcan sus pensamientos automáticos (“Debo ser perfecto”, “Debo ser el mejor
en todo lo que hago”, etc). se podría utilizar una técnica visual, también empleada por Barrow y Moore (1983). Estos
autores adhieren a las paredes de la sala de trabajo una serie
de carteles o posters donde se pueden leer algunos “dichos”
o expresiones típicamente perfeccionistas. Estos carteles,
que permanecen allí durante algún tiempo, podrían ayudar a
los niños a identificar sus propias creencias absolutistas. Esta
idea puede resultar particularmente útil debido a que como
lo menciona Oblitas Guadalupe (2004) muchos pensamientos disfuncionales no son identificados como tales y se requiere de un entrenamiento sistemático para facilitar el proceso de descubrimiento de los mismos.
Una vez que los niños han realizado la tarea de reconocimiento, se puede examinar el grado de racionalidad y certeza de los pensamientos, cuestionando las afirmaciones rígidas. El terapeuta debe utilizar todo tipo de argumentos que
permitan demostrar la irracionalidad de las creencias del
cliente (Feixas y Miró, 1993). La creencia “Mis amigos me
querrán menos si ven que me equivoco” se puede confrontar con la opinión de un amigo, invitado a participar de la sesión terapéutica. Se podría solicitar al invitado que indique
cómo reaccionaría si viera fracasar a su compañero y contrastar su respuesta con la opinión del niño (Barrow y Moore, 1983).
Al trabajar esta estrategia, es imprescindible que el terapeuta considere las consecuencias reales y posibles. Deben
analizarse seriamente los temores del niño y considerar las
posibles “catástrofes” que él espera. La afirmación “pienso
que si cometo errores mis padres no me querrán más”, se
cuestiona en términos de su grado de realidad pero con la
prudencia que ello requiere. Téngase en cuenta que algunos
estudios han demostrado que ciertos padres, probablemente
también perfeccionistas, utilizan como castigo el retiro afectivo frente a las fallas del niño (Oros, 2004). Este aspecto es
el que justifica la ineludible tarea de evaluar el estilo de crianza de los padres y aplicar, si fuera menester, un programa
Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
destinado a educar a los padres para que desarrollen pautas
de crianza más saludables -la TRE también tiene aplicación
para el ámbito de la psicoterapia familiar- (Reyes Mispireta y
Bringas, 2001). Si el terapeuta no considerara este elemento,
podría trabajar infructuosamente para cambiar estas creencias del niño, las cuales volverían a instaurarse al interactuar
con los padres. Tal esfuerzo por parte del terapeuta no sólo
resultaría estéril, sino que además, estaría generando un conflicto cognitivo en el niño.
Debido a que el perfeccionismo está muy relacionado a
la ansiedad (Arana, 2003), también puede ser muy útil en las
primeras sesiones, entrenar al niño en técnicas sencillas de
relajación para que pueda realizarlas en los momentos de
tensión.
301
Estrategia 3: Modificación de las creencias irracionales
Uno de los objetivos terapéuticos, es cambiar la filosofía
demandante (debo, necesito, estoy obligado a) por una filosofía preferencial (prefiero, deseo, quiero).
El terapeuta enseña al niño a cambiar los enunciados radicales y absolutos por enunciados moderados y probabilísticos. La afirmación: “Equivocarme en las tareas es lo peor
que me puede pasar” se cambia por una aseveración que
cause menos disturbios. En la Tabla 1 se presentan una serie
de pensamientos irracionales y aquellos por los que podrían
sustituirse.
Tabla 1: Ejemplo de pensamientos irracionales y sus alternativos saludables.
Pensamientos irracionales
No debo cometer errores
Soy un fracaso total
No puedo soportarlo
Necesito ser el mejor
Esto no me debería haber pasado
Si se tiene la posibilidad de trabajar con un grupo de niños, una manera creativa de ejercitar esto, sería mediante el
juego de roles, propuesto por Barrow y Moore (1983). Se
instruye a la mitad del grupo para que asuma el rol de “esclavos del perfeccionismo” y a la otra mitad (a quienes se
une inicialmente el terapeuta) para que asuma el rol contrario. El primer grupo debe verbalizar los pensamientos perfeccionistas mientras que el segundo grupo debe rápidamente encontrar una alternativa de pensamiento más equilibrada
y saludable. Los roles se intercambian luego de unos minutos. Si no se cuenta con un grupo de participantes, los roles
pueden ser asumidos por el terapeuta y el niño.
Barrow y Moore (1983), utilizan también otra técnica para ejercitar la modificación de pensamientos perfeccionistas.
La misma se utiliza al final del tratamiento, haciendo uso de
los carteles adheridos a la pared, que se han mencionado
más arriba. La actividad consiste en pedir a los niños que
propongan una sentencia alternativa a la que está escrita en
el póster, la cual debe mantener algo del significado de la
frase pero ser más funcional y adaptativa que ésta. Si el terapeuta o el grupo aceptan como válida la sugerencia del niño,
se sustituye el cartel de la pared por uno nuevo.
Una tarea típica para casa es solicitar al niño que practique durante la semana el autodiálogo positivo (Reyes Mispireta y Bringas, 2001).
Estrategia 4: Modificación de las emociones y conductas asociadas
al fracaso de las autodemandas.
La TRE implica una reeducación de las habilidades emocionales y prácticas (Reyes Mispireta y Bringas, 2001). Esta
estrategia se puede desarrollar mediante el uso de numerosos
Pensamientos alternativos
Preferiría no equivocarme
Como le pasa a todos los niños, a veces yo también me
equivoco
Puedo aceptar lo que no me gusta
Me gustaría destacarme en esto
Es feo lo que me pasó, pero es parte de la vida
recursos: (a) narrativos (historias o cuentos), (b) visuales (títeres o dramatizaciones), (c) interactivos (juego de roles, discusión en grupos), etc.
Kottman (2000) menciona ejemplos para cada uno de estos recursos, los cuales son empleados con el fin de enseñar
a los niños maneras adaptativas de reaccionar ante el fracaso
de algún objetivo. Se emplean historias o dramatizaciones en
las cuales los personajes principales se proponen metas elevadas pero no imposibles (destacando así que no está mal
tener aspiraciones altas) pero ante la incapacidad de alcanzar
alguna de ellas, muestran actitudes funcionales. No persisten
obstinadamente en querer lograr lo inalcanzable ni se paralizan, sino que buscan metas alternativas que sean más accesibles para esa ocasión en particular. Es decir, se elijen personajes que son exitosos, sin ser perfectos.
Utilizando la información proporcionada por el niño en
la “tarea del ABC” (Estrategia 1), se analizan las reacciones
conductuales y emocionales frente situaciones de fracaso
(punto C) y se discuten las consecuencias derivadas de ellas.
Luego, el niño debe proponer reacciones alternativas que resulten más ventajosas. El objetivo es mantener el componente sano del perfeccionismo (como el deseo de superación
y la instauración de aspiraciones altas) pero erradicar los aspectos insanos (la intensa emocionalidad negativa, las conductas agresivas, etc.). Se podría sugerir al niño llevar un registro de sus creencias, emociones y conductas para diseñar
“recompensas” que refuercen positivamente los progresos.
Es importante premiar socialmente al niño en la sesión de
terapia y motivarlo a premiarse a sí mismo fuera de sesión. Si
bien esto último constituye un procedimiento menos controlado, resulta muy efectivo (Oblitas Guadalupe, 2004).
anales de psicología, 2005, vol. 21, nº 2 (diciembre)
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Laura Beatriz Oros
Tanto para la cumplir con la estrategia 3 como con la 4,
puede ayudar el empleo de intervenciones paradójicas. Las
mismas serían particularmente útiles en el caso de niños muy
resistentes al cambio o que perciben un bajo control sobre
su comportamiento (Navarro Góngora, 1995; Kleinke,
1995). Kottman propone utilizar, como intervención paradójica, la prescripción sintomática. El terapeuta podría solicitar
al niño que continúe gestando pensamientos irracionales y
manifestando conductas y emociones desadaptativas. El niño, por prescripción terapéutica, tendría que, en determinados momentos previamente acordados con el psicólogo, ser
excesivamente crítico con su desempeño, intentar despertar
la ansiedad típicamente perfeccionista, etc. Se espera que esta actividad ayude al niño a reconocer que puede tomar el
control de su problema. Si es conciente de que puede “generar” el malestar, será conciente de que puede deshacerse de
él.
Reyes Mispireta y Bringas (2001) han realizado una síntesis de los objetivos y recursos técnicos que podrían emplearse para la modificación de creencias, emociones y conductas desadaptativas según el nivel evolutivo del niño. Utilizando la taxonomía de Piaget, de los estadios del desarrollo
cognitivo, estos autores distinguen las metas de la TRE para
cada período tal como se aprecia en la Tabla 2.
Tabla 2: Desarrollo cognitivo y aplicación de la TRE.
Estadio
Edad
Preoperatorio y
Operatorio
concreto
2-12
Operaciones
abstractas
12 en
adelante
Objetivos de la TRE
Recursos técnicos
Identificar emociones correctamente
Desarrollar un vocabulario emocional
Distinguir entre lo funcional y lo disfuncional
(pensamientos, sentimientos y conductas constructivas y destructivas)
Diferenciar entre sentimientos y pensamientos
Modelar el autodiálogo racional
Hacer la conexión entre el autodiálogo y las emociones-conductas
Interiorizar consignas racionales
Enseñar el ABC
Discutir el “catastrofismo”, los “no puedo soportarlo”
Discutir los “debo”, “tengo que” y “debería”
Poner a prueba la baja tolerancia a la frustración
Trabajar la autoaceptación
Corregir las falsas inferencias de la realidad
Utilizar estrategias de discusión apropiadas (análisis empírico, discusiones lógicas, funcionales y filosóficas)
Enseñar y practicar las consignas racionales
Aumentar las habilidades comunicacionales (asertividad)
Preoperatorio: Uso de representaciones pictóricas e imaginables (dibujos, diagramas,
historias), ludoterapia, técnicas de juegos
de roles.
Operaciones concretas: Uso de ejemplos concretos y métodos didácticos ilustrativos. Se
permite al niño ser un aprendiz activo, facilitándole el conocimiento, “haciendo” y
no sólo “mirando”. Uso de discusiones
conductuales con consignas racionales.
Se aconseja que antes de interrumpir el tratamiento, se
realice una evaluación post-tratamiento con el objeto de
comparar los resultados con la evaluación inicial. Tomando
una de las ideas de Barrow y Moore (1983), puede resultar
provechoso que los mismos niños discutan con el terapeuta
los ítems de la escala en los cuales se han reportado cambios
significativos.
Éstos son sólo ejemplos de las múltiples actividades que
podrían emplearse para tratar el perfeccionismo infantil. Esta lista está incompleta, se apela a la creatividad y la experiencia del terapeuta para enriquecerla y ampliarla.
Conclusión
La intención de este trabajo ha sido exponer las razones por
las cuales el perfeccionismo infantil constituye un factor de
anales de psicología, 2005, vol. 21, nº 2 (diciembre)
Discusión de las creencias irracionales. Uso del
autodiálogo racional. Discusión con modelamiento, imagenería y exposición conductual.
vulnerabilidad psicológica que debe diagnosticarse y tratarse
a tiempo para prevenir disfunciones futuras. Los argumentos
que están a favor de esta hipótesis son los siguientes: (a) el
perfeccionismo predice la escasez de recursos para afrontar
el estrés lo que (b) favorece la utilización de modos poco
funcionales y adaptativos de manejar las situaciones adversas, dejando indefenso al individuo y (c) aumentando así, su
probabilidad de enfermar.
Así mismo, este trabajo se propuso brindar información
para el diagnóstico clínico y aportar ejemplos de diversas
modalidades y recursos técnicos que tienen como base la
modificación cognitiva, emocional y conductual de aquellos
patrones rígidos que resultan nocivos para la adaptación saludable. Las estrategias que se han analizado en profundidad
son: (a) la definición del contexto de trabajo, (b) el reconocimiento de los pensamientos perfeccionistas, (c) la modifi-
Implicaciones del perfeccionismo infantil sobre el bienestar psicológico: Orientaciones para el diagnóstico y la práctica clínica
cación de las creencias irracionales y (d) la modificación de
las conductas y emociones asociadas al fracaso.
Las estrategias de trabajo que se han presentado aquí, y
el orden en que han sido abordadas, no se imponen como
un modelo único e inequívoco, sino como una breve compi-
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303
lación de técnicas que han resultado útiles para otros terapeutas.
Se espera que el número de trabajos acerca de esta problemática se multiplique, así como los esfuerzos destinados a
trabajar en favor de aquéllos que, desde pequeños, son víctimas de este adversario de la salud: el perfeccionismo.
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(Artículo recibido: 22-12-2004, aceptado: 4-10-05)
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