Del 29 de septiembre al 12 de octubre de 2005 // CULTURAS // 29 (29) DEPORTES ‘CALCIO’: PROSISTAS Y POETAS EL REGATE Pasolini y el sentido del fútbol PABLO ELORDUY N “Cada vez que sentíamos el rumor del balón, nos deteníamos y comenzábamos a jugar”, recordará Ninetto Davoli. “Decía siempre que un partido de fútbol era como un mes de vacaciones”; apuntará Giovanni Giudici. Tifoso del Bologna y jugador constante, Pasolini, sin embargo, no se conformó con la práctica y quiso indagar en la teoría, en el sentido del fútbol. Federico Garolla Discurso dramático En un artículo titulado ‘El fútbol “es” un lenguaje con sus prosistas y sus poetas’ (Il Giorno, 3 de enero de 1971), Pasolini establece que “el hombre que usa los pies para chutar un balón” compone la unidad mínima del lenguaje futbolístico: el ‘podema’. “Las infinitas posibilidades de combinación de los ‘podemas’ forman las ‘palabras futbolísticas’ y el conjunto de ‘palabras futbolísticas’ forma un discurso regulado por auténticas normas sintácticas”. El juego continúa: “Los ‘podemas’ son veintidós (casi igual que los fonemas): las ‘palabras futbolísticas’ son potencialmente infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los ‘podemas’ (en la práctica, los pases de balón entre jugador y jugador); la sintaxis se expresa en el partido, que es un auténtico discurso dramático”. La conclusión es inevitable: “Quien no conoce el código del fútbol no entiende el ‘significado’ de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases)”. Aunque a continuación Pasolini reconoce que no es Greimas ni Roland Barthes, aventura que “como aficionado” podría escribir un ensayo convincente sobre el lenguaje del fútbol y, a modo de anticipo, perfila sus dos subcódigos más relevantes: el fútbol en prosa –catenaccio, triangulaciones y conclusiones– y el fútbol poético –descensos concéntricos y con- 5 a 2. En un partido entre el equipo de ‘Novecento’ y el de ‘Saló’, los de Bertolucci ganaron por goleada. clusiones–. Y como colofón, no sin cierta amargura, reconoce: “En un sentido puramente técnico, en México [sede del Mundial de 1970] la poesía brasileña ha ganado a la prosa estetizante italiana”. ‘Novecento’ vs. ‘Centoventi’ Ivo Barnabó JAVIER DE FRUTOS anni Moretti no sabía por qué, pero nunca había estado en el lugar donde fue asesinado Pasolini. Por eso, su último recorrido en vespa (Caro diario, 1994) tiene lugar en la carretera que acompaña a la desolada playa de Ostia. El piano de Keith Jarrett puntúa la secuencia, que concluye en el ‘homenaje a Pasolini’: una escultura figurativa cuya piedra desgastada deja al descubierto el hierro corroído. En ese último plano, el monumento degradado parece evocar todas las elucubraciones que sobre la muerte de Pasolini se han escrito, todas las teorías que buscan un sentido a su desaparición. Desde que el 2 de noviembre de 1975 fuera hallado el cuerpo sin vida del poeta italiano, la literatura sobre este suceso ha construido una corriente con múltiples interpretaciones: del crimen político al suicidio de autor, pasando por el martirio del artista homosexual. De nuevo en ese último plano, el monumento aparece enmarcado por la espalda de una portería de un campo de fútbol que ya no existe. Y lo que en otro caso hubiera sido un detalle banal, en éste completa –tal vez– la escultura. La exposición que ahora puede contemplarse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (hasta el 30 de octubre) muestra, entre una galería inagotable de imágenes y textos, tres fotografías de Pasolini jugando al fútbol. Firmadas por Ivo Barnabò y fechadas en la década de los ‘50, capturan la intensidad del cineasta chutando con la izquierda, defendiendo con el cuerpo y la mirada, y protestando una jugada irremediable. Tres instantes que delatan algo más que un divertimento; una pasión que Pasolini vivió con un vértigo comparable al del resto de su obra intelectual. } Federico Garolla { Algunos fragmentos de la inabarcable ‘vida y obra’ de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) hablan de fútbol. Jugador experimentado, dejaba que la pelota circulara en los rodajes; era un retorno al idealismo del liceo, “cuando jugar al balón era la cosa más bella del mundo”. En ocasiones, los partidos adquirían la categoría de confrontación cinematográfica –como el encuentro entre Novecento y Centoventi–. Al menos una vez, quiso dibujar una teoría sobre el lenguaje del fútbol. “Decía siempre que un partido de fútbol era como un mes de vacaciones”, recuerda N. Davoli Sobre el subcódigo empleado por el Pasolini futbolista poco se sabe, aunque el escritor Giovanni Santucci, en un artículo publicado en la revista Storia, lo dibuja como un lateral incisivo que, con el brazalete de capitán, trata de gobernar al conjunto de su squadra. Sin embargo, tal vez no fuera ésa la norma, pues Santucci no se refiere a un partido cualquiera, sino al encuentro que el 16 de marzo de 1975 enfrentó en Parma a los equipos de rodaje de Novecento, de Bertolucci, y Saló o los 120 días de Sodoma, la última película de Pasolini. Algunas hipótesis apuntan a que el encuentro debía servir para restablecer la paz entre ambos directores, tras un período de incomprensión a causa de algunas críticas for- Se buscan grupos para actuaciones en directo Información: Daniel Guzman 609-765-282 muladas por Pasolini y mal acogidas por su antiguo ayudante de dirección. Otras limitan el significado del partido a la celebración del cumpleaños de Bertolucci. Sí parece probado, en cambio, que el resultado (Novecento, 5 – Saló, 2) desató la vertiente polemista de Pasolini, que abandonó el campo enfurecido al sentirse ignorado por los jugadores más talentosos de su equipo. “No estaba para perder, lo tomaba con seriedad; mientras, Ninetto Davoli, en cambio, se moría de risa”, comentará Ugo Chessari, una de las ‘víctimas’ de Saló. Siete meses después del descenso a los infiernos de Saló, Pasolini moría asesinado en Ostia. Y ahora, 30 años después, la portería que le rinde involuntario homenaje –o le rendía, tal vez haya desaparecido– quizás no signifique nada. “Para vosotros una cosa ocurre cuando es una crónica, hecha, maquetada, editada y titulada”, le dijo Pasolini a Furio Colombo en la última entrevista de su vida. Injurias o hay cosa que más le joda al abogado importante que llegar al estadio y ver a esos once inútiles jugando con los sentimientos de la gente –hay que hacer algo–. Hace falta alguien con mano dura que limpie este equipo de porquería –piensa–. Sólo se reconforta cuando ve la pancarta de esta semana de los Ultras: “Odiamos a todos”, se ríe y les da la razón. Él ya no tiene edad para ponerse con ellos, pero cuando llega al campo es lo que le pide el cuerpo. En lugar de eso, insulta (desgraciao, maricona, hijo de puta, payaso), a veces a uno en concreto, a veces al rival, o a todos; desde su asiento de tribuna resuena en todo el estadio. Los vecinos se ríen o le increpan, según el día. Cuando protestan le pone más, discuten. Al jugador del Pontevedra lo que más le jode es que el árbitro lo amenace “en lo profesional” y así, en caliente, no puede reprimirse: “Obviamente que esto es otra cultura y es mejor esto, porque en Argentina están un poco locos, pero a este árbitro había que matarlo” (sic). Lo ve repetido en la tele con las tripas revueltas: seguro que mañana el club le obliga a rectificar. El tertuliano con dos copas de más se incomoda con la mano negra que perjudica a su equipo y en la madrugada estalla: “No es que justifique la violencia, pero uno no se extraña de que pasen estas cosas después de actuaciones como la del trencilla el pasado sábado”. ¡Violencia!, grita algún espectador el domingo. Lo de menos es si ganan o pierden: con el cero-cero ya está nervioso, la semana ha sido muy caliente, en casa no se puede estar, el jefe es un negrero, el sueldo una mierda, su novia no le quiere, su perro se caga en el parqué, la Coca-cola no tiene presión, su coche es peor que el de aquél, su vida es una sucesión de decepciones y le molesta, y quiere chillar. ¡Violencia! N